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. . --\7.\-u \o ov-jl ,11o..\ O\ ~V\c.-l:i : \ ~é&..\-.res clu c_o ... f8. -· ~-··~-- trk.fioV\) ((t¡ll~vvttvd r ":Pa.v:s , \C\.89 . . //~ ·. Co\ecclb>" CoN"i.1f:,6Ñíe/ C!:>N'(f;N\VC. Colección Continente/Contenido DIRIGIDA POR LA DRA. MERCEDES VELO JOYCE MCDOUGALL Teatros del cuerpo . . JULIAN YEBENES, S.A. ARGENSOLA, 2 28004 MADRID ESPAÑA 22 INTRODUCCIÓN lente y atento al psicosoma no puedan emprender juntos el viaje psicoanalítico, aun cuando este viaje nunca carezca de riesgos. In- cluso cuando el psicosoma amenaza con explotar o con escabullirse del trabajo analítico, la gratificación psicológica que, tanto para el analista como para el analizado, reside en la otorgación de sentido, puede impulsar cambios considerables, como espero demostrar en esta obra. 1 MATER Tenía cinco años cuando descubó que el cuerpo tiene su propio lenguaje. Desde mi más tierna infancia solíamos ir dos veces al año a pasar las vacaciones a casa de los abuelos paternos, los Carring- ton, que tenían una granja en la Isla del Sur de Nueva Zelanda, a varios cientos de kilómetros de Dunedin, donde vivíamos nosotros. Criaban vacas, ovejas, cerdos, y también gallinas y caballos, pero estaban particularmente orgullosos de sus vacas de raza "Jersey", que todos los años obtenían algún premio en la feria agrícola de la región. Mi abuela, una mujer menuda, pionera, era el vivo retrato de la Reina Victoria. Tanto sus cinco hijos y su única hija como su esposo la llamaban siempre "Mater". Reinaba sobre "Pater", el pintor soñador que era su marido, sobre eJ tío Cedric, el benjamín de la casa, y sobre los numerosos mozos de la granja, como un coronel del ejército. Yo odiaba a Mater. No me permitía mirar mis libros de estam- pas. Cuando intentaba pintar y dibujar como Pater, me tomaba el pelo. Me ordenaba salir fuera, para lo que ella llamaba "llenarme los pulmones de un buen chorro de aire fresco", porque yo tenía "el aire paliducho de una niña de ciudad". Mis sentimientos hostiles hacia ella se fortalecían sin duda por el hecho de que mi madre, en su propio santuario que era nuestra casa de Dunedin, se burlaba de 23 24 MATER Mater evocando airadamente el aprecio que en secreto le profesa- ban mi padre, su hermana y sus cinco hermanos . Pero yo sabía también que mi madre temía a esa pequeña emperatriz y que, para compensar el hecho de ser la "extranjera" traída desde Inglaterra por mi padre, se esforzaba lo indecible en aparentar la imagen de una perfecta nuera. Mi madre hubiera deseado que yo, hija de un padre neocelandés de tercera generación, estuviese también a la altura de las circunstancias, que pareciese una niña modelo . Pero desgraciadamente, todas las vacaciones, se me presentaba al cabo de cuarenta y ocho horas una terrible urticaria, fenómeno éste que no se producía en ningún otro lugar y que duraba el mismo tiempo que nuestra estancia en la granja. Después de dos o tres años, la familia Carrington decidió de común acuerdo que mi urticaria era debida a la leche excesivamente cremosa de las vacas de Jersey, que tanto me gustaba. Esta teoría familiar no se tambaleaba en modo alguno por el hecho de que la misma ieche, en otro lugar, no me provocara esas vergonzosas "pupitas" en la cara. Exasperada por tener que exhibir una vez más a esa hija imperfecta ante la mirada reprobadora de Mater, mi madre me dijo , la noche anterior a nuestro viaje por Navidad: "Escúchame bien, estamos todos hartos de tus pu pitas. Así que no vas a beber ni una sola gota de leche de la granja". Mi respuesta fue inmediata: "¡No es la leche lo que me da granos, es Mater!" Esta réplica, producto de la inocente sabiduría de mis cinco años, entró de inmediato a formar parte de la leyenda familiar. Curiosamente, los acontecimientos posteriores confirmarían mi teoría infantil según la cual era mi abuela quien me daba alergia. La urticaria siguió apareciendo, bebiera o no la leche de Jersey. Más tarde, cuando tuve más o menos ocho años, mi tío Cedric, que hasta entonces había ocultado celosamente que le hacía la corte a una muchacha de la región, la presentó, sin avisar, en los siguientes términos: "¡Ésta es Edith! Nos casamos a fin de mes ." A partir de entonces, se declaró entre Mater y su nueva hija política una guerra fría cuyo resultado fue el traslado de mis abuelos a la ciudad de N apier (¡para mí en el otro extremo del mundo!) en la Isla del Norte de Nueva Zelanda. Allí les acogió el tío Earnest, último hijo soltero a quien Mater podía imponer su voluntad. Por nuestra parte, seguimos pasando las vacaciones en la granja pero, sin Mater y sin Pater, ya nada fue como antes; ¡incluido el hecho de que no volví 1 1 MATER 25 a tener urticaria! Ya podía beber la leche cremosa de las vacas del tío Cedric hasta hartarme. Han pasado varias décadas desde en- tonces, y nunca más he vuelto a padecer alergias de ningún tipo. A esto hay que añadir que a raíz de su partida de la granja fue Mater quien entró en la escena psicosomática. Si hoy en día tuviese que encontrar una explicación a la enfermedad que se abatió sobre ella, diría que fue debida a la ira, al despecho y al sentimiento de traición que le provocó el anuncio de la boda relámpago del tío Cedric . Una vez en Napier, y por el resto de su larga vida, Mater padeció una angina de pecho .. . como si su hijo pequeño le hubiese clavado un puñal en el corazón. Durante los treinta años siguientes toda la familia estuvo preocupada, temiendo su muerte día tras día. Recuerdo haber pensado que Dios la estaba castigando por su carácter despótico. Aunque también debí sentirme culpable por lo que le sucedía, porque rezaba a Dios constantemente para que la mantuviera con vida. A pesar de que aparentemente mi plegaria fue escuchada, a los quince años declaré sin rodeos y para conster- nación de toda la familia que me había vuelto atea y que en lo sucesiv~ velarí~ por la educación de mi hermana pequeña para converllrla a mis nuevas convicciones. Creo ahora que transferí sobre Dios los sentimientos ambivalentes que había antes depo- sitado en Mater. Hoy en día, me parece evidente que Mater con su angina pectoris y yo con mi urticaria no teníamos otra elección que la de hacer "hablar" a nuestro cuerpo, en lugar de sentir nuestros dolores respe~tivos, y de elaborar psíquicamente sentimientos de despecho, de miedo, de angustia o de cólera. Evidentemente la ciencia no esperó a las fantasías de una niña sobre el origen de la urticaria y de las patologías cardíacas para dar cuenta de los enigmáticos fenómenos somáticos . Muchos años después iba yo a saber que la investigación sobre el "lenguaje" somático tiene una larga historia. Ya a principios de siglo, William Osler (1910) en un tratado dedi- cado al estudio de la angina de pecho, dibujó un retrato, hoy ya clásico, del enfermo coronario. Osler observaba que estos pacien- tes no eran, como se tenía tendencia a pensar, ni emocionalmente frágiles ni abiertamente neuróticos sino que, muy al contrario, se preocupaban tan poco por sí mismos como por los demás (¡la sombra de Mater invade mi ánimo al leer estas líneas!). 26 MATER UNA ODISEA TEÓRICA Esta pequeña anécdota psicosomática de mi infancia no debe dar a entender que fuera yo más sensible que otros, al principio de mi carrera de psicoanalista, a las manifestaciones somáticas cuando éstas aparecen en la escena analítica, ni que me preocupara espe- cialmente la relación cuerpo-psique. Había aceptado por aquel entonces la postura implícita de Freud quien, aun sabiendo que existen a menudo causas psíquicas ocultas para la enfermedad orgánica, decidió sin embargo mantener ésta última fuera del campo de la investigación y del tratamiento psicoanalítico. Tanto esta separación como la concentración sobre el sistema representativo del lenguaje pueden sorprendernos. En efecto, Freud fundó toda su teoría del aparato psíquico sobre unas bases biológi- cas; insistió siempre enel hecho de que el ser humano funciona como una unidad cuerpo-mente. Y lo que es más, aseguró que todo proceso psíquico se construye a partir del modelo de un proceso biológico. Pero a pesar de esta fascinación por la interconexión entre psique y soma, Freud opinaba que el ámbito de acción del psicoanálisis abarcaba únicamente los síntomas y las funciones psicológicas. En los años cincuenta, época en la que comenzó mi formación analítica, y hasta 1962, año de la publicación de L 'Investigation psychosomatique (David, Fain, Marty, De M' U zan) escuché, como la mayoría de mis colegas, el relato de las enfermedades psíquicas de mis pacientes como hubiera podido escuchar cualquier otra aso- ciación, es decir, como parte integrante de una cadena inconsciente de pensamientos, y como soporte de otras preocupaciones precons- cientes e inconscientes: fantasías de castración, intentos de seduc- ción hacia el analista, etc. (hoy podría decir que confundía los mensajes originados por la imagen del cuerpo con los procedentes de la percepción del soma). Si bien me preguntaba el por qué de su aparición en el discurso asociativo, prestaba sin embargo poca atención a la comunicación virtual, de orden no-verbal, cuyo signo externo puede ser la enfermedad somática. No pensé (como tam- poco lo hubiera hecho de haberme hablado un analizado, por ejemplo, de una serie de accidentes de coche): "¿Por qué su~e~e esto en este preciso momento? ¿Qué significa? ¿Cuál es el mensa Je cifrado que se me está enviando?" Me interesé por primera vez por 1 MATER 27 este mecanismo durante el análisis de un paciente aquejado de úlceras gástricas y que, invariablemente, sufría una crisis la se- mana anterior a mis vacaciones. Me sorprendí entonces a mí misma pensando, como una madre cuando su hijo se resfría: "Ya me ha vuelto a coger una úlcera". Pero mi interés científico hacia la economía psíquica que sub- tendía el"sí mismo somático" se nutrió sobre todo de un campo de observación clínica mucho más amplio, que abarcaba todo lo que tiende a escapar al proceso psicoanalítico. Me refiero a esos dolo- rosos sentimientos que jamás aparecen en el discurso asociativo de la sesión, que en lugar de ello se descargan en un acto fuera del análisis -y los cuales, evidentemente, nunca llegaba yo a conocer. De no haber puesto toda mi atención hubieran escapado senci- llamente tanto a mi comprensión como, naturalmente, a la de mis analizados. A decir verdad, comprendí que no se descarga en la acción más que cuando la sobrecarga afectiva y el dolor mental sobrepasan la capacidad de absorción de las defensas habituales. En vez de contener nuestras emociones y reflexionar sobre ellas para encontrarles una respuesta adecuada, tenemos todos tenden- cia a hacer algo en su lugar: comer demasiado, beber demasiado, fumar demasiado, pelearnos con la pareja, destrozar el' coche .. . o coger una gripe. Estas diferentes "expresiones-actuadas" cuya meta es dispersar el afecto lo más rápidamente posible, son a menudo el origen de interminables curas analíticas. Al reflexionar sobre ello, los "actos" más incomprensibles me parecieron los fenómenos psicosomáticos . Me planteé entonces la cuestión, por lo demás compleja, de la distinción entre expresiones psicosomáticas y expresiones histéricas . ("Estados psícoscimáti- cos, neurosis de angustia e histeria", McDougall, 1982). ¡Como si no fuera ya bastante difícil manejar el concepto de histeria por sí solo, cada vez que el cuerpo y sus funciones entraban en los discursos de mis pacientes! Sentí entonces la necesidad de "nom- brar" los síntomas para percibir mejor su significado inconsciente potencial, con el objeto de distinguir entre la imagen corporal y el funcionamiento somático, ya que la primera tenía relación con la imaginación, y el segundo con la realidad del cuerpo. Mi primer intento de desentrañar estas cuestiones dio lugar a un artículo titulado "Le psychosoma et la psychanalyse" ( 197 4 ). Más adelante volveré sobre este tema. 28 MATER LA CONVERSIÓN HISTÉRICA Y SUS CONFUSIONES En aquella época retomé los Estudios sobre la histeria porque sentía la necesidad de un nuevo enfoque teórico sobre las manifes- taciones clínicas de las perturbaciones corporales. En mis pacien- tes, como en tantos otros, destacaban síntomas dignos de Frau Emmy von N. y de Frau Cacilie M. No siempre podían éstos atribuirse a un cuerpo imaginario, portador de un significado pura- mente simbólico, aunque sí ofrecían una dimensión histérica evi- dente. Como es sabido, el síntoma histérico clásico se manifiesta por una disfunción corporal cuando una de las partes del cuerpo, un órgano sensorial por ejemplo, se convierte en el soporte de un significado simbólico inconsciente. Dicha parte puede convertirse en el equivalente inconsciente del órgano sexual, y dejar de fun- cionar normalmente cuando una inhibición masiva afecta a la sexualidad adulta. Pero el tema se complicaba al entrar en juego perturbaciones físicas como el estreñimiento, la dispepsia, el insomnio, la esterili- dad psicógena, la impotencia sexual o la frigidez . Entonces asistía a tJna especie de "salto" de la mente en el cuerpo que resultaba ser de naturaleza muy diferente a la "histeria de defensa". Al principio, Freud (1894-1895) recurrió al concepto de "histeria de retención" para describir lo que diferencia tales perturbaciones de las conver- siones simbólicas "puras". Más adelante asimiló sin embargo la histeria de retención a las demás histerias, apoyándose en meca- nismos fundamentales que le parecieron comunes a ambas. Por mi parte, llegué a la conclusión de que los síntomas de "retención"' mediante los cuales la psique utiliza al cuerpo para traducir las inhibiciones de las pulsiones del Ello (todas ellas rela- cionadas con las funciones somáticas) eran por su estructura de- cididamente más "psicosomáticos" que las somatizaciones por conversión, y no tenían el mismo sentido que éstas (McDougall, 1974). En relación a estas dos formas de manifestación histérica, me planteé la siguiente pregunta: "¿Es acaso posible que la pausa implícita en la inhibición (tanto psíquica como física) señale una diferencia importante relacionada con el principio de realidad y la mentalización del conflicto?" En un primer momento, me pregunté si esta misma distinción podía aplicarse igualmente a las diferentes formas de fenómenos 1 MATER 29 amp~i~mente reconocidos como psicosomáticos. Las expresiones som~t~cas como_ la úlcera gástrica y la rectocolitis hemorrágica mamfte~ta~ el hiperfuncionamiento y la descarga directa fruto de acontec1m1~ntos cargados de afecto pero no elaborados psíqui- camente, mientras que manifestaciones como el asma o la tetania se sitúan en el polo opuesto de la retención. No obstante, y en el marco de mi propia experiencia clínica obse_r:é ~ue los analizados poco afectados por lo que se llama l~ alex1tlmta y el pensamiento operatorio perdieron sus síntomas re- lativ_amen~e pront_o en el transcurso de un largo análisis (trastornos respiratonos de tipo asmático, úlceras gástricas ciertos casos de rectocolitis ~emorrágica). Estaban dotados, se~ún creo, de una fuerte capacidad de "metaforización" de su conflicto, ya fuere del lado de la "descarga" o de la "retención". Es preciso considerar sin ~mbarg~ muchos otros factores, como por ejemplo el significado inconsciente de la manifestación somática en términos de eco- nom,ía libidin~l- ~rcaica (un b~en ejemplo lo constituye la muy tardta desapanc10n de las alergias de Georgette, citada en el último capítulo de este libro: sus síntomas representaban un vínculo extre- 'To1ªd~~ente primitivo con la madre, revestido tardíamente de un s1~mficado edípico donde la atracción prohibida hacia el padre era evidente). Las so matizaciones antes mencionadas, cuyo significado simbólico puro puede ponerse en duda (impotencia sexual, insomnio, etc.) re- sultan ser a menudo el signo externo de los deseos libidinalesprohi?idos, ~l ~iempo qu~ ~irven de defensa contra las pulsiones agresivas y sadicas preedipicas, e incluso contra fantasías arcaicas basadas m~s e~ el miedo a perder una identidad subjetiva que en una angustia ligada a las pulsiones y a la identidad sexual. No obstante, la psique utiliza el cuerpo continuamente. La tarea del anal!sta consis~e por tanto en distinguir las fantasías reprimidas de aquellas que aun d~ben ser construidas, puesto que no han llegado ª,entrar en el código del lenguaje, antes de poder decidir si un s_mtoma co~respo~de a una problemática caracterizada por angus- tias neuróticas o si responde a angustias psicóticas. !ornemos por ejemplo el caso corriente del paciente aquejado d~ impotenci~ s~xual siempre que desea hacer el amor, y cuyo discurso a~ociativ~ permite comprender que toda mujer deseada repr~senta mconscientemente a su madre. La mujer se convierte in- mediatamente en un objeto de deseo prohibido y los hombres se t f 1 1 1 ·1 1 1 1 1 1 1 30 MATER perciben como castradores potenciales. Es fácil comprender que un guión interno como éste convierte en necesaria la creación del síntoma, y que el analizado, por decirlo de algún modo, se castra a sí mismo, preventivamente. Resulta también evidente que una construcción sintomática de este tipo puede equipararse a una solución histérica por conflictos neuróticos fálico-edípicos. Consideremos ahora otro analizado aquejado del mismo síntoma de impotencia, cuyas fantasías revelan un miedo inconsciente a perder el sentido de sus límites corporales. Si osara penetrar a una mujer sería a riesgo de desaparecer en ella, incluso de volverse idéntico a ella, perdiendo por tanto no únicamente su identidad sexual sino también su identidad como sujeto. Con tales fantasías, abandonamos el ámbito de la angustia neurótica para entrar de lleno en el terreno de los temores psicóticos. Bajo una óptica que ya expuse anteriormente ("Reflexiones sobre el afecto", McDougall, 1982a), estas perturbaciones pueden considerarse más "psicosomáti- cas" que "histéricas". En otras palabras, la psicosomatosis se aproxima mucho a la psicosis en lo referente a las angustias y a la aparición de éstas. Quizás pueda incluso hablarse, por analogía con las "neurosis actuales" de Freud, de psicosis "actual". A pesar de la notable diferencia entre el individuo que funciona con un pen- samiento psicótico y aquél que "somatiza" sus angustias, encontra- mos en ambos la misma confusión inconsciente en cuanto a la re- presentación del cuerpo como continente, los mismos temores en cuanto a sus límites y su impermeabilidad y, a partir de fantasías de fusión corporal, un terror idéntico tanto a perder el derecho a la identidad separada como a tener pensamientos y emociones per- sonales. La comparación entre estas dos organizaciones no se limita a la fuerza dinámica de las fantasías primitivas, sino que además, en algunos casos, revela una similitud en lo referente a los medios económicos movilizados para defenderse de estos terrores arcaicos (McDougall, op. cit.). A pesar de todo, es preciso señalar que estos miedos primitivos dejan huellas psíquicas en todo individuo, que están relacionadas con los deseos y los temores de todo infans (volveremos sobre el tema en el capítulo siguiente). Estas fantasías, asociadas a las angustias infraverbales propias de la relación madre-lactante, pueden considerarse el prototipo de lo que devienen las angustias de castración originadas en la crisis edípica. Como es sabido, estas últimas se asocian a las representaciones verbales y corresponden 1 MATER 31 a una imagen corporal de límites consolidados e impermeables. En el mejor de los casos, la nostalgia de la fusión primordial así como el temor a la supervivencia psíquica que esta fantasía provoca se resuelven en gran medida en la fase fálico-edípica, porque se inviste al padre del papel hegemónico de protector contra este deseo primitivo. Por consiguiente, los temores primarios se re- sorben y transfieren su fuerza a las angustias más elaboradas del complejo de Edipo. Cuando la angustia psicótica domina el cuadro clínico no nos . ' encontramos ya frente a una problemática histérica en el sentido clásico del término, aunque los analizados que aquí nos interesan (aquejados de síntomas a medio camino entre la neurosis y la somatización) no sean en modo alguno psicóticos. Quizás debamos preguntarnos si muchas organizaciones neuróticas, histéricas y obsesivas no están construidas, en el fondo, a partir de un núcleo psicótico. De la misma manera, tampoco podrían compararse estas expre- siones somáticas intermediarias entre la neurosis, la psicosis y la psicosomatosis, a las enfermedades psicosomáticas que se han des- crito bajo el término de "Chicago Seven'; (el asma bronquial, la úlcera gástrica, la artritis reumatoide, la rectocolitis hemorrágica, las neurodermatosis, la tirotoxicosis, la hipertensión esencial), que fueron estudiadas en principio por Franz Alexander ( 1950), y luego por Alexander, French y Pollock (1968) en Chicago. Estas ma- nifestaciones se consideraban carentes de significado simbólico. Las ~nvestigaciones de Alexander le llevaron sobre todo a concep- tuahzar organizaciones específicas de la personalidad correspon- dientes a una u otra expresión psicosomática. Actualmente estas concepciones se ponen en duda, lo que no ha impedido definir, en investigaciones más recientes sobre las enfermedades cardíacas un tipo de personalidad llamado "tipo A" (Friedman, ·1959; Rosen~ man, 1975) . LA PSIQUE Y LA ENFERMEDAD PSICOSOMÁ TICA En las afecciones psicosomáticas, el daño físico es real, y su descripción durante un análisis no revela a primera vista un con- flicto neurótico o psicótico. El "sentido" es de orden presimbólico e interfiere en la representación de palabra. Tratemos en este punto 32 MATER de llevar a cabo una comparación con la manera en que los psicóti- cos tratan el lenguaje. El pensamiento del psicótico puede con- cebirse como una "inflación delirante" del uso de la palabra, cuya meta es llenar espacios de vacío aterrador (Montgrain, 1987), mientras que los procesos de pensamiento de las somatizaciones intentan vaciar la palabra de su significado afectivo (McDougall, 1982a). En los estados psicosomáticos es el cuerpo quien se com- porta de forma "delirante"; ya sea "superfuncionando", ya sea inhibiendo funciones somáticas normales, y esto de un modo insen- sato en el plano fisiológico. El cuerpo se vuelve loco. El hecho de que las organizaciones psicóticas y psicosomáticas sean al mismo tiempo similares y muy diferentes me inquietó durante años, sin que pudiera encontrar una solución teórica adecuada. A medida que indagaba en las expresiones somáticas de mis analizados, llegué a la conclusión de que, desde el punto de vista psicoanalítico, no debieran limitarse los fenómenos psicosomáti- cos a las enfermedades del soma, y que debieran incluir teóricamente, teniendo en cuenta la economía psíquica, todo lo referente al cuerpo real (a diferencia del cuerpo imaginario de la conversión histérica), incluidas sus funciones autónomas . Llegué así a consi- derar ligado a los fenómenos psicosomáticos todo atentado a la salud o a la integridad física donde intervinieran los factores psi- cológicos. Aquí incluí, por ejemplo, las predisposiciones a los C.é:t1c.Q i accidentes corporales y las brechas en el escudo inmunitario de un -" sujeto (McDougall, 1978)~--La ... in~estigación industrial, por no mencionar más que ésta, demuestra que los seres humanos son más __ propensos a caer enfermos y a ser víctimas de accidentes cuando e:>tán ansiosos, deprimidos o cansados, que cuando la vida y el futuro les sonríen. La adicción, a mi entender, también está re- lacionada con esto. Efectivamente, puede ser considerada como un intento "psicosomático" de acabar con el dolor mental, recu- rriendo a sustancias exteriores que tranquilizan lamente, y pro- visionalmente suprimen el conflicto psíquico. El inconveniente de esta solución es que debe repetirse indefinidamente. EL CUERPO COMO JUGUETE DE LA MENTE Aunque la angustia sea la fuente principal de todos nuestros síntomas, sigue abierta la cuestión de la "elección" del síntoma, 1 MATER 33 como intento de autocuración. Ante el conflicto mismo, este indi- viduo creará una neurosis, y aquel otro desarrollará una perversión sexual, un delirio o una enfermedad psicosomática. En la práctica, sólo con posterioridad se puede determinar por qué cierto sujeto resolvió su problema de identidad sexual forzándose a ser eyacula- dor precoz u obligándose a un ritual compulsivo de lavado de manos. Frente al mismo problema, otro sujeto conservará una actividad sexual asociándola a una conducta fetichista o sado- masoquista. Finalmente, un tercer individuo más afectado se sumirá en un delirio que someta su sexualidad a los extraterrestres o a la influencia de alguna máquina, cuando no "la emprenda" con su propio cuerpo (sin síntoma sexual manifiesto) en forma de úlcera péptica, de alergias cutáneas, de asma o de tetania. El análisis podrá reconstruir la historia de estos conflictos libidinales y narci- sistas, pero no predecir las condiciones de su producción (la desaparición de los síntomas psicosomáticos en el caso de Isaac, relatada en Teatros de la mente (McDougall, 1982a) donde los con- flictos no elaborados psíquicamente fueron puestos en palabras por primera vez, es demostrativa en este sentido). La cuestión de la causalidad se complica con la necesidad deJ distinguir entre las causas de la actualización del síntoma (como la excitación sexual) y su origen en las primeras transacciones entre madre y lactante, y el efecto de éstas sobre la organización y la estructuración precoz de la psique. En lo referente a las afecciones psicosomáticas, parece probable que ciertos modos de funciona- miento mental adquiridos en los primeros meses de vida puedan predisponer a eclosiones psicosomáticas antes que a soluciones neuróticas, psicóticas o perversas. A decir verdad, mi interés por la causalidad psíquica en su relación con las pulsiones libidinales precoces no me llevó inme- diatamente a interrogarme sobre las produccionespsicosomáticas. Al contrario,_ no llegué a éstas más que muy tardíamente. En un primer momento, fue en la perversión donde descubrí, más allá de los conflictos edípicos evidentes, sus orígenes más precoces (McDou- gall, 1964, 1978, 1982). Necesité algún tiempo para postular la existencia de una sexualidad aún más primitiva, dotada de aspectos sádicos y fusionales, que quizás fuera el origen de regresiones psicosomáticas que pueden considerarse defensas contra vivencias mortíferas. En este universo, donde se esfuma la indistinción entre uno mismo y el otro, no existe más que un cuerpo para dos. Aun a 34 MATER riesgo de provocar una confusión terminológica, vine a hablar de "histeria arcaica" para calificar estos síntomas psicosomáticos. Digamos, para diferenciarlos, que la histeria neurótica se cons- truye a partir de vínculos verbales, mientras que ésta que describo bajo el término de histeria arcaica trata de preservar no ya el sexo o la sexualidad del sujeto, sino su cuerpo entero, su vida, y que se construye a partir de vínculos somatopsíquicos preverbales. EL PSICOSOMA EN LA ESCENA PSICOANALÍTICA Con los años fui prestando más atención al modo en que fun- cionaban algunos de mis analizados que, además de los problemas psicológicos, sufrían alergias cutáneas, afecciones cardíacas, respi- ratorias o ginecológicas, cuya aparición y desaparición parecían estrechamente ligadas a perturbaciones afectivas. Empecé en- tonces a leer las obras y los artículos de analistas-psicosomatólo- gos por ver si me ayudaban a comprender mejor a mis propios pacientes. La experiencia clínica me había enseñado que todos los analizados (¡y también los analistas!) somatizan un día u otro, y además las eclosiones somáticas coinciden la mayoría de las veces con acontecimientos que sobrepasan su capacidad de tolerancia habitual. Pero aquéllos que reaccionan a casi toda situación mo- vilizante de emociones fuertes (ira, angustias de separación) con fenómenos psicosomáticos atraían especialmente mi atención. Por otro lado, es notable que estas enfermedades hayan estado siempre presentes, pero que sólo hablaran de ellas en raras ocasiones, por creerlas carentes de significado psicológico. Aún me sorprendió más darme cuenta de que aquellos pacien- tes, de alguna manera, preservaban inconscientemente esta ca- pacidad para caer enfermos como si les permitiera una "salida", como si necesitaran, en períodos de crisis, palpar sus límites corporales y asegurarse así un mínimo de existencia separada de cualquier otro objeto significativo. LA INVESTIGACIÓN PSICOSOMÁ TICA Antes de considerar un acercamiento específicamente psico- analítico en relación con la teoría de causalidad psíquica, conviene 1 MATER 35 echar un vistazo a los trabajos procedentes de los centros psi- cosomáticos. Éstos han enriquecido considerablemente la com- prensión de las eclosiones psicosomáticas en la cura psicoanalítica. Algunos psicosomatólogos de orientación psicoanalítica han venido publicando desde hace veinte años los resultados de una in- vestigación llevada a cabo a partir de centenares de entrevistas con pacientes de centros especializados. En un primer momento, sus in- vestigaciones permitieron la creación de dos importantes concep- tos, así como el esbozo de una "personalidad psicosomática". El primer concepto, el pensamiento operatorio1 se refiere a una forma de relación con los demás y con uno mismo, y a un modo de pen- samiento y de expresión. Este modo de pensamiento, de alguna manera "deslibidinizado" y pragmático en extremo, fue descrito por los psicoanalistas de la Sociedad Psicoanalítica de París (Marty, De M'Uzan y David, 1963; Marty y De M'Uzan, 1963). A estos trabajos vino a añadirse el importante concepto de neurosis de comportamiento (Marty, 1976, 1980). ·- Tuve la fortuna de oír las grabaciones de las entrevistas y de asistir a algunos seminarios organizados por estos colegas. Más tarde, estuve presente en las ponencias clínicas de Michel Fain (1971, 1974) y comencé a escuchar con otra actitud a mis anali- zados, a reconocer aquellos extraños discursos que habían llamado mi atención en el pasado y de los que había hablado bajo otro punto de vista ("El anti analizado en psicoanálisis", McDougall, 1982). Entonces me vino a la memoria una de mis primeras pacientes en análisis. En la entrevista preliminar que tuve con Dorothée, ob- servé que se refería con mucha facilidad a su salud física cuando evocaba su infancia: "En mi infancia tu ve. asma, pero me desapare- ció cuando me fui de casa para casarme. Me vuelve siempre que voy a pasar las vacaciones con mi madre. Los síntomas empiezan en cuanto salgo de mi casa, y se van haciendo más violentos a medida que me acerco a la ciudad de mi madre." Le pedí entonces que me hablara de su madre. Dorothée me respondió en estos términos: "Bueno, pues es más bien grande, bastante fuerte, bas- tante guapa, siempre está ocupada en mil pequeñas tareas ... En fin, ya no es tan activa como antes ... Ahora tiene reuma, sabe usted .. ;" Aquellas palabras suscitaron en mí una extraña impresión y pensé: "Me .describe a su madre desde el exterior, como lo haría un extraño." Cuando más adelante intenté que hablara de sus senti- mientos hacia su madre, desde su interior, se mostró confusa, como 36 MATER si hubiera estado lejos de su propia realidad psíquica. "No com- 1 prendo exactamente lo que quiere usted decir", me respondió tras un momento de silencio. Fue con posterioridad cuando pude re- conocer lo que mis colegas habían descrito bajo el término de pensamiento "operatorio". Era como si Dorothée no hubiera tenido acceso a las representaciones de palabra que pudieran expresarlos sentimientos ambivalentes hacia su madre, que ella escondía; por el contrario, su cuerpo sí "reconocía" lo que Dorothée sentía hacia ella. ¿Puede hablarse en este caso, entonces, de representación de cosa inconsciente? Es una pregunta que aún me planteo. Algunos años más tarde, las publicaciones de la Escuela de París inspiraron la investigación de los psicosomatólogos de Bos- ton que crearon el concepto de~ (Sifneos, 1973, 1974, 1975; Nemiah y Sifneos, 1970a, 1970b, 1978). Este término de origen griego (a= sin; lexis =palabra-; thymos =corazón o afecto) quiere designar el hecho de que .el sy~. i::_ªx:_ei;5:a.de palabras.pa.ta ·•. nombrar sus estados af~, o bien (si puede nombrarlos) el h~cho de qu~ no llegue a disting;¡¡~-~-;;os de Q![9;;·.-Ñc»se-ríá-ci¡laZ, por e]~mplo:· de distinguir la angustia de la depresión, el miedo de la irritación, la excitación del cansancio, la ira del hambre, etcétera. Las observaciones de los psicosomatólogos sobre el pensa- miento operatorio y la alexitimia me parecieron sin duda acertadas. Pero había comprobado, al menos en mis propios pacientes, que estos fenómenos cumplían ante todo una función defensiva, re- montándonos a una fase del de§..ª-.rr_ollo donde la distinción entre el sujeto y el objeto aún no es ~~e y pue_g~_ CJ~.~r.Jl,P~Stia. Esta regresión explicaba, en mi opinión, el hecho de que los mensajes enviados por el cuerpo a la psique, o viceversa, se inscribieran psíquicamente, como en la primera infancia, sin representaciones de palabra. El infans, antes de la palabra, es necesariamente "alexi- tímico" (McDougall, 1982, cap.VII). Esto me llevó a hablar de "afecto repudiado", arriesgándome una vez más, como en el caso de la histeria arcaica, a una confusión terminológica. Es evidente 0:~11e.. que para aquél que posee el don de la palabra, la forclusión o el repudio de la psique de una idea insoportable se realiza, como dice Freud, sobre la representación de palabra, es decir sobre pensa- mientos que no pueden recibir su quantum de afecto. Por ello intenté añadir a los destinos del afecto inaccesible al consciente que Freud describió, un cuarto destino donde el afecto estaría 1 MATER 37 congelado y la representación verbal que lo connota pulverizada, como si nunca hubiera tenido acceso al sujeto. Como ya he dicho, a mi interés por los modos de pensamiento y de relación "desafectivizados" se añadía mi deseo de comprender lo que aparentemente escapaba al proceso psicoanalítico. Algunos de mis analizados se negaban a reconocer sus dolores psíquicos, ya fueran causados por afectos penosos o excitantes. Demostraban una capacidad poco común para expulsar de su discurso analítico algunas experiencias cargadas de afecto, que por consiguiente encontraban su expresión fuera del análisis, en cierto modo fuera de la psique. Estas experi~ncias que se descargaban en la acción, o sobre el entorno, no se hacían accesibles a la palabra más que mediante una preocupación contratransferencial. Esto hacía que fuera más difícil establecer la relación entre la experiencia afectiva repudiada y las manifestaciones somáticas. Por otra parte, estos analizados se quejaban a menudo de un sentimiento de vacío, de una ausen.cia de contacto con los demás, o encontraban que su vida carecía de sentido. Se necesitaron largos años de análisis con ciertos pacientes para comprender que era en situaciones de estrés cuando se revelaban alexitímicos u operatorios. Aquello me llevó a pensar que estas reacciones eran otras tantas medidas draconianas para combatir dolores mentales no elaborados o angustias psicóticas. Al intentar conceptualizar estos fenómenos, me alejaba necesariamente de la postura de los psicosomatólogos que exponían conceptos de causali- dad muy diferentes, en términos de desorganización progresiva o de falla neuroanatómica (de ahí el pesimismo que rodeaba el posible tratamiento psicoanalítico de los grandes somatizadores). Estos fenómenos, observables en los centros psicosomáticos espe- cializados, no se aplicaban a aquellos de mis propios analizados aquejados de una grave regresión somática. Evidentemente, se trata de dos poblaciones diferentes: aquéllos que acuden a un psicoanalista lo hacen en función de su sufrimiento psíquico, mientras que aquéllos que acuden a un psicosomatólogo por prescripción médica pueden ser totalmente inconscientes de sus problemas psicológicos y de ahí no aptos a una intervención de tipo psicoterapéutico. Es probable incluso que las defensas masivas contra el reconocimiento del conflicto mental sean necesarias para su equilibrio psíquico. En mi opinión (compartida por la mayoría de mis colegas psicosomatólogos) todo intento de reconstruir estas 38 MATER defensas sin el consentimiento y la cooperación del paciente puede resultar peligroso, ya que puede aumentar sus problemas somáticos y psíquicos. Por eso es importante detectar, desde las primeras entrevistas la existencia de una dimens10n neurótica en los soma-' -~-·---- --~ ---· ------~· ·-·-- . tizadores graves. EL CORAZÓN DEL PROBLEMA Esta reflexión me remite de nuevo a la patología cardíaca y a los conceptos de causalidad y de personalidad de "tipo A", propuestas por los investigadores americanos. Tim, a quien conoceremos en el capítulo VIII de este libro, sufrió un infarto de miocardio durante su análisis. Manifestaba una estructura psíquica que, a primera vista, se parecía curiosamente al retrato clínico pintado por los psi- cosomatólogos. Sin embargo, aquel acontecimiento trágico y traumático nos permitió, a Tim y a mí, realizar algunos descubri- mie~tos cruciales. Su funcionamiento mental, aunque conforme en algunos aspectos a las hipótesis de los psicosomatólogos, revelaba no obstante factores dinámicos inconscientes que contribuían a este tipo de funcionamiento. Además de una economía psíquica caracterizada por un modo de funcionamiento operatorio y alexi- tímico, descubrimos una capa de traumatismos precoces que re- mitían a su primera infancia y a la relación primordial con su madre. Las investigaciones actuales (Brazelton, 1982; Stern, 1985; Debray, 1988) ponen de relieve la importancia de las pr~s interacciones madre-lactante, y eíhecho de que cada bebé envía constantemente señales a la madre ue indican sus preferencias y sus aversiones. Cuando a madre está libre de barreras internas, sabe "escuchar" las comunicaciones precoces del lactante. Pero puede suceder que una madre, presa de desamparo o angustia interior, no sea capaz de observar e interpretar las sonrisas, los gestos y las quejas de su hijo, y que por el contrario le coaccione, por la imposición de sus propios deseos y necesidades, creando en el lactante un sentimiento constante de frustración y de rabia impo- tente. Una experiencia de este tipo puede empujar al bebé a cons- truir, con los medios a su disposición, modos radicales de pro- tección contra las crisis afectivas y contra el agotamiento resul- tante. Es típico el retrato que hacen muchos de estos pacientes de 1 MATER 39 su madre. Otro fenómeno, ligado sin duda a las defensas primitivas contra la emotividad, es el recuerdo de una precocidad notable en ;::;---4---------- la adquisición de la autonomía (caminar, utilización del lenguaje, hmpieza). Las investigaciones de Piera Aulagnier ( 1975, 1984) en el terreno de la psicosis y de su génesis específica lo tienen igualmente en cuenta. La relación primitiva entre la madre y el niño nos revela la misma "violencia de la interpretación" . Pero es posible que la "elección" entre la psicosis y la psicosomatosis se deba, en cierta medida, a la constelación familiar y al pa_pel ~Qlico ~ desemQ~ ~ ~!1.-~a. .?~~?~~~=!_ón Psfqui"Ca. SOLUCIÓN NEURÓTICA, SOLUCIÓN PSICOSOMÁ TICA En cierta época me sorprendió la aparente "normalidad" de algunos de mis analizados somatizadores. Llegué a ver poste- riormente una oposición entre manifestaciones neuróticas y sínto- mas somáticos, y consideré que estasmanifestaciones revestían una función de protección contra las explosiones psicosomáticas. Las investigaciones pioneras de George Engel (quien expuso en 1962 que los fenómenos psicosomáticos pueden evitarse cuando una organización neurótica sirve como "escudo" contra la soma- tización) estimularon mi propia reflexión. Supuse entonces que se podía asistir en el adulto a "regresiones psicosomáticas" parecidas a las que se observan en los niños pequeños psicosomáticamente perturbados. El actuar adictivo es otro ejemplo de esto. A medida que empecé a observar detalladamente el discurso de mis analizados somatizadores y la relación transferencia! que establecían conmigo, me sorprendió otra dimensión. Había ya descrito un cierto tipo de pacientes que parecían no presentar dolor neurótico y que mostraban toda la apariencia de normalidad: una especie de pseudonormá-lidac:L"Les"ífaffié "ii6rmópatas"; observé al mismo tiempo-·que-mañífestaban todas lasCfaraéterísticas de lo qu~llamó el ''falso self". Me parecía que este falso self debía servir, como indica Winnicott, para proteger al "verdadero self" que de otro modo no hubiera quizás sobrevivido (McDou- gall, 1978). Pero necesité muchos años para poder conceptualizar mejor este modo de funcionamiento mental puesto que, por una parte, no todos los normópatas somatizaban y, por otra parte, aquéllos que sufrían enfermedades psicosomáticas habían podido 40 MATER en muy raras ocasiones establecer un vínculo de causalidad entre sus enfermedades y la aparición en su vida de acontecimientos perturbadores. Fue en aquel punto cuando las investigaciones de mis colegas psicosomatólogos me resultaron esclarecedoras. Pude entonces reconstruir paso a paso cómo estos analizados expulsaban fuera de la psique algunos traumas, y esto de un modo que difería notable- mente del modo de funcionamiento neurótico. No existía en ellos ninguna huella de aquelhts señales de a_~gusti~ que permiten a la psique prepararse para hacer frente a la situación problemática. Es lo mismo que decir que aquellas fuentes potenciales de angustia no habían sido simbolizadas, como es el caso de las organizaciones neuróticas, puesto que no habían sufrido ni renegación (déni, désaveu) ni represión. Este modo de funcionamiento repe~utía ~? el discurso asociativó,- oaiiaole Ü-na 'tonalidad desafeciivizada o aTien-ánte, y" moviliziñte de reacciones contratransferenciales por mi parte. No encontré mejor metáfora que ésta: el discurso de mis pacientes me hacía pensar en una canción de la que sólo hubiera oído la música, y las palabras permanecieran inaudibles. Unas palabras por decirlo de algún mo<fo c!~~~Í~º-ti_vjz_¡u!ll.1 (McDougall, 1981, y el capítulo VI de la presente obra). Pude observar que aquella forma de confiscar un acontecimiento cargado. de de- masiado afecto sin darle salidas psicológicas estaba presente igualmente en pacientes que, sin ser grandes somatizadores, rea- lizaban aquí o allá descompensaciones pasajeras, o sufrían trastor- nos en cierto modo psicosomáticos (como el insomnio o l~ impo- tencia sexual). En los siguientes capítulos volveré sobre las premisas que acabo de esbozar, e intentaré ilustrarlas con ejemplos clínicos. No olvidemos, sin embargo, que este trabajo sobre los misteriosos saltos de la psique en el cuerpo no es más que uno de los eslabones de una investigación que aún prosigo, y cuyas lagunas intento colmar. :1 1 11 LA MATRIZ DEL PSICOSOMA LOS ORÍGENES DEL INDIVIDUO ¿Cómo adquiere el lactante el sentimiento de una identidad sub- jetiva?¿ Cómo se convierte cada uno de nosotros en una "persona" diferente a las demás personas, esto es, en un "individuo" (del latín individuum: "unidad indivisible")? Puede decirse que la vida psíquica . c ·,<"'~~d' f comienza con una experiencia de fusión que conduce a la fantasía " de que sólo existe un cuerpo y una psique para dos personas, y que éstas constituyen una unidad indivisible. El bebé, aunque es ya un ser separado, con aptitudes innatas cuyos potenciales aún no se han realizado, no es consciente de esto. Para el niño muy pequeño, él y su madre constituyen una única y misma persona. Mamá no es todavía un "objeto" distinto para el lactante pero, al mismo tiempo, ella es algo mucho más amplio que cualquier otro ser humano. Es · 1 un entorno total, una "madre-universo" y el bebé no es sino una pequeña parcela de esta unidad inmensa y apasionante. Profundamente enterrada en el fondo de cada uno de nosotros, existe la nostalgia de un regreso a esta fusión ilusoria, el deseo de convertirse de nuevo en una parte de aquella madre-universo om- nipotente de la primera infancia, sin ninguna frustración, ninguna responsabilidad y ningún deseo. Pero, en un universo así, no existe ~~~ 41
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