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Forgas (2021) La Psicología del Populismo el desafío tribal a la democracia liberal

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La Psicología del populismo: el desafío tribal a la democracia liberal 
Joseph P.Forgas, William D.Crano y Klaus Fiedler 
 
Traducido el 25-02-2021 Pág.1 de 18 
 
 
 
La Psicología del Populismo: el desafío 
tribal a la democracia liberal 
 
Joseph P Forgas University of New South Wales, Sydney 
William D Crano, Claremont Graduate University 
Klaus Fiedler, University of Heidelberg 
 
Resumen 
El auge del populismo y el desafío que representa para el funcionamiento 
ordenado de las democracias liberales es sin duda una de las cuestiones más 
importantes de la vida pública contemporánea. Este capítulo introductorio ofrece 
una breve revisión de la naturaleza y las características de la ideología populista, 
cubriendo el populismo tanto a la izquierda como a la derecha del especro 
político, destacando el carácter fundamentalmente colectivista, anti-individualista 
y anti-ilustrado de la ideología populista. Se discuten brevemente las razones del 
reciente auge de los movimientos populistas y se examinan los mecanismos 
psicológicos clave que atraen a la gente a los partidos populistas. Se presta 
especial atención al papel del antielitismo, el absolutismo moral, el tribalismo y 
el pensamiento utópico. En la segunda mitad del capítulo analizamos las 
narrativas típicas, la propaganda y las estrategias de comunicación empleadas 
por los líderes populistas. Finalmente, el contenido del libro está organizado en 
cuatro secciones que tratan cuestiones tales como (1) los procesos 
motivacionales y emocionales que atraen a la gente al populismo, (2) las 
características cognitivas de la ideación populista, (3) el papel del pensamiento 
tribal y procesos de identidad en el populismo, y (4) procesos de liderazgo, 
narrativas y propaganda en los movimientos populistas. 
Introducción 
Las dos primeras décadas del siglo XXI estuvieron marcadas por un fenómeno 
notable: el surgimiento en gran medida inesperado de ideologías políticas 
populistas radicales tanto en las democracias occidentales bien establecidas 
como en las naciones menos desarrolladas (Fournier, 2016). Este libro 
representa un intento integral de comprender los mecanismos psicológicos 
subyacentes a los movimientos populistas recientes. Entre los colaboradores se 
encuentran destacados investigadores internacionales de los campos de la 
psicología social y cognitiva, así como de las ciencias políticas, que buscan 
arrojar luz sobre los procesos psicológicos y la dinámica del populismo político. 
Comprender los precursores mentales de la ideación populista es especialmente 
oportuno hoy en día, cuando los movimientos populistas representan cada vez 
más una amenaza creíble para lo que ha sido posiblemente la civilización más 
exitosa en la historia de la humanidad, la democracia liberal combinada con el 
capitalismo de mercado (Pinker, 2018; Shuster, 2016). Comprender los 
movimientos populistas requiere una exploración sistemática de cómo la gente 
piensa, siente y se representa mentalmente la realidad política. La idea de que 
los sistemas políticos están fundamentalmente restringidos por la naturaleza 
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Joseph P.Forgas, William D.Crano y Klaus Fiedler 
 
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humana y son expresiones de la psicología humana fue planteada por primera 
vez hace dos mil años por Platón en su clásica "República". La misma idea 
central fue reafirmada por el famoso dicho de John Stuart Mill de que "todos los 
fenómenos de la sociedad son también fenómenos de la naturaleza humana" 
(Mill, 1843). Nuestro libro se basa en el supuesto de que la comprensión de los 
movimientos políticos como el populismo requiere, sobre todo, una explicación 
psicológica de las representaciones mentales de sus seguidores. 
El desafío populista 
Los partidos liberales democráticos se encuentran actualmente bajo un ataque 
sostenido por parte de nuevas formaciones populistas, tanto de izquierda como 
de derecha. El espectro de volverse ingobernables acecha a varias de las 
principales democracias. En Alemania, los nuevos partidos populistas diezmaron 
el apoyo de los votantes tanto al SPD como a la CDU/CSU. En Francia, los 
partidos tradicionales de centro han sido reemplazados por el nuevo movimiento 
de Macron, seguido de cerca por el partido populista de Le Pen. En Italia, los 
gobiernos frágiles se alternan, y en Gran Bretaña, tras el Brexit, el populismo se 
ha convertido en la corriente principal. España vio repetidas elecciones 
inconclusas en los últimos años. Y, por supuesto, la victoria de Trump en 2016 
puso patas arriba al establishment político estadounidense. En todas partes se 
cuestionan las viejas certezas de los partidos tradicionalmente centristas y los 
valores de civismo, tolerancia y debate abierto. 
Hay varias razones para estas novedades. En muchas democracias liberales, 
existe un creciente resentimiento contra las "élites", una característica definitoria 
del populismo. El aumento de la política emocional basada en la identidad está 
reemplazando las viejas normas de la toma de decisiones racional, analítica y 
pragmática. El consenso y el compromiso son reemplazados por una animosidad 
implacable y odios tribales. En muchos temas, los partidos establecidos ya no 
pueden canalizar las preferencias de los votantes, por lo que el surgimiento de 
varios partidos populistas es inevitable. 
Hacia una definición 
El populismo es un término bastante nebuloso y difícil de definir. Su 
yuxtaposición actual con la democracia puede resultar confusa, ya que tanto 
democracia como populismo en realidad significan lo mismo, gobierno del pueblo 
(demos en griego y populus en latín). Por otra parte, los líderes populistas son 
identificados como demagogos, utilizando el vocabulario griego. Mientras que la 
democracia como ideología está respaldada por más de dos mil años de 
evolución y refinamiento cultural, el populismo sigue siendo una ideología áspera 
y superficial o “delgada” (Mudde, 2004), que se centra en el conflicto percibido 
entre el concepto romántico del pueblo, que es bueno, virtuoso y bondadoso, y 
una élite opuesta vista como corrupta, inmoral y explotadora. 
Los sistemas democráticos a lo largo de la historia desarrolaron mecanismos 
cada vez más preciso y refinados para traducir la voluntad popular en poder 
ejecutivo. En contraste, el populismo sigue siendo principalmente un credo tribal 
simplista y emocional que enfatiza la superioridad moral de las personas 
traicionadas por quienes los gobiernan (Rooduijn, 2015; Kreko, este volumen). 
Las ideologías populistas suelen ofrecer certeza cognitiva y simplicidad, una 
identidad positiva, superioridad moral y la promesa de redención colectiva 
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(Krueger & Gruening; Kruglanski et al; van Prooijen, este volumen). En lugar de 
ofrecer explicaciones realistas y racionales, los líderes populistas como Trump, 
Putin, Orban o Kaczynski describen a sus oponentes como enemigos del pueblo 
o como el mal. El tipo de animosidad tribal explotada por los populistas también 
está profundamente arraigado en las necesidades y valores humanos, 
especialmente el deseo universal de identificarse con grupos o colectivos 
valiosos y significativos (Forgas y Tajfel, 1990; Hogg y Goetsche Astrup, este 
volumen). 
Anti-individualismo y colectivismo 
Varios capítulos argumentan aquí que una característica clave del populismo es 
su carácter fundamentalmente colectivista y anti-individualista. Esto presenta un 
grandesafío para la filosofía individualista y humanista de la Ilustración que 
informa a las democracias liberales. La democracia asume que las unidades 
básicas de la sociedad son individuos libres y autónomos que pueden determinar 
su destino. Por el contrario, el populismo es una ideología tribal colectivista que 
propone un retorno a un idealizado paradigma comunal previo a a Ilustración, 
donde en lugar de los individuos independientes reina el colectivo. El populismo 
no asigna una autonomía inherente a la persona, que es vista como una unidad 
subordinada del grupo al que pertenece (nación, raza, religión, etc.). 
Las ideologías populistas clásicas y bien articuladas, como el marxismo, ofrecen 
una clara ilustración de un sistema tan profundamente colectivista y determinista, 
en el que el estatus e incluso la conciencia de una persona están determinados 
externamente por sus circunstancias económicas y su pertenencia a una clase 
(Koestler, 1952). Aquellos que carecen de la conciencia de clase requerida 
sufren de una "falsa conciencia" disfuncional, o en la terminología neomarxista 
más reciente de Jost y Banaji (1994), un sesgo de justificación del sistema. Los 
movimientos identitarios contemporáneos de "justicia social" también enfatizan 
una ideología colectivista y anti-individualista estricta, donde la pertenencia a un 
grupo es la fuente principal de los valores y preferencias de una persona. Las 
desviaciones individuales de las normas asignadas de los grupos de identidad 
no se reconocen como válidas. Abundan los ejemplos: una persona negra que 
resulta ser conservadora (por ejemplo, el economista Thomas Sowell) no es 
realmente 'negra', una persona gay que se desvía de la ideología LGBQT no es 
realmente gay (por ejemplo, Douglas Murray) y una feminista que desafía La 
ortodoxia actual no es realmente feminista (por ejemplo, Germaine Greer; 
Murray, 2019). 
A diferencia de los sistemas sofisticados de democracia, la ideología populista 
es a menudo simple y, de hecho, ingenua, mostrando una falta de sutileza y 
enfatizando el absolutismo moral, la certeza, el colectivismo, el liderazgo y el 
autoritarismo (Krueger y Gruening; Kruglanski et al., este volumen). Uno de los 
mensajes centrales de este libro es que el populismo tiene un carácter tribal y 
presenta un desafío colectivista a los ideales de la Ilustración como el 
individualismo, el humanismo, el pluralismo y la racionalidad (Kreko, este 
volumen). 
Antecedentes del populismo 
Típicamente, los movimientos populistas florecen en una democracia cuando 
una parte significativa de la población siente que la élite política ya no representa 
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adecuadamente sus valores y necesidades (Bar-Tal y Magal; Huddy y Del Ponte; 
Marcus, este volumen). Esto ocurre a menudo cuando las crisis económicas, los 
cambios sociales, las rivalidades raciales o étnicas o las pandemias destruyen 
las condiciones sociales existentes y crean frustración, incertidumbre, ira, miedo 
y resentimiento. De hecho, todas estas condiciones han ocurrido en las dos 
primeras décadas del siglo XXI, por lo que el auge actual del populismo no es 
tan sorprendente (Fukuyama, 2018; Spruyt, Keppens y Van Droogenbroeck, 
2016; Hogg & Goetsche-Astrup; Ditto & Rodriguez, este volumen). Un 
desencadenante menos tangible de la revuelta populista es la amenaza 
percibida a la identidad cultural de un grupo, cuando las tradiciones, los valores 
y la forma de vida se ven socavados por los cambios culturales y la inmigración 
(Inglehart y Norris, 2016; Murray, 2017; Zakaria, 2016; Golec de Zavala et al., 
este volumen). 
Sin embargo, estos desafíos no son en sí mismos suficientes para que surjan 
movimientos populistas. Lo que también es crítico es una narrativa persuasiva 
que puede convertir la insatisfacción en una fuerza política (Parte 4; Cooper & 
Avery; Crano & Gaffney; Vallacher & Fennell, este volumen). Existe buena 
evidencia de que el apoyo a la política populista es más fuerte entre las personas 
con un sentido bien articulado de carencia relativa percibida, agravio y 
resentimiento (Fukuyama, 2018). Por ello, el potencial para el populismo es 
provocado por condiciones económicas, sociales y culturales aversivas, pero el 
populismo no surge de manera consistente como respuesta a tales factores de 
estrés social. Históricamente, la mayoría de los humanos vivieron en condiciones 
abominables, sin embargo, las revueltas populistas eran raras (Harari, 2014; 
Mudde, 2006; Pinker, 2018). Con el tiempo, las personas pueden aceptar 
condiciones extremadamente adversas sin desencadenar una revuelta siempre 
que tengan suficiente tiempo y libertad para adaptarse (Vallacher & Fennel, este 
volumen). 
A pesar de las condiciones en su mayoría abyectas a lo largo de la historia, los 
humanos generalmente pudieron justificar simbólicamente su existencia siempre 
que las condiciones fueran estables, confiables y ofrecieran una explicación 
coherente de la vida de uno (Harari, 2014; Ditto y Rodríguez, este volumen). Solo 
cuando un contexto previamente estable se ve interrumpido por cambios rápidos 
que socavan el sentido de estabilidad y certeza de uno, las personas se vuelven 
receptivas a las narrativas populistas, que explotan los estados psicológicos de 
incertidumbre, frustración, miedo, ira, envidia y resentimiento (Crano & Gaffney; 
Gelfand & Lorente; Kruglanski et al., Este volumen). 
El objetivo principal de nuestro libro es ofrecer un análisis psicológico social de 
las circunstancias que promueven los movimientos políticos populistas. Un 
enfoque fructífero para comprender cómo las privaciones se convierten en 
populismo es analizar las diversas necesidades, metas y valores humanos que 
han sido incumplidos (ver Parte 1). Existen muchas taxonomías de tales 
necesidades, objetivos y valores, y cuando se frustran se puede adoptar una 
narrativa populista (Deci y Ryan, 2000; Fiske, 2010; Higgins, 2012; Maslow, 
1943; Crano y Gaffney, este volumen). La necesidad de certeza, dignidad, 
estatus e identidad son especialmente importantes, y cuanto mayor es la 
necesidad de certeza y cierre de una persona, mayor es su apoyo al populismo 
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(ver Parte 2). Desde la perspectiva del individuo, el populismo ofrece una 
respuesta colectivista y una solución a la carencia percibida. 
Populismo de izquierda y derecha. 
Si bien, por razones históricas, el populismo se identifica con mayor frecuencia 
con ideologías políticas de derecha, nacionalistas y nativistas, muchas de sus 
características psicológicas son igualmente características del radicalismo de 
izquierda (Cooper y Avery, este volumen). La preocupación contemporánea por 
el surgimiento del populismo político fue provocada en gran medida por eventos 
como la elección de Trump, el Brexit y el surgimiento de partidos populistas de 
derecha con ideologías antiliberales, nacionalistas y fascistas en países como 
Alemania, Austria, Rusia, Turquía, Hungría y Polonia. Sin embargo, estos 
movimientos no surgieron en el vacío, al menos en las democracias occidentales. 
De manera similar, los movimientos populistas de izquierda absolutistas y 
autoritarios de mentalidad cerrada han sido durante mucho tiempo una 
característica del panorama político en muchos países occidentales. Da la 
casualidad de que la aparición del populismo de derecha es más probable que 
provoque la alarma en muchos observadores. 
En contraste, el populismo de izquierda a menudo no se reconoce con precisión,y con frecuencia se disfraza con una retórica engañosa, utópica e idealista. Es 
más probable que concedamos el beneficio de la duda a los movimientos 
extremistas de izquierda radical y supongamos que, aunque posiblemente estén 
equivocados, no obstante están comprometidos con la mejora de la condición 
humana. Por obvias razones históricas, es mucho menos probable que el 
populismo de derecha escape a la atención adversa. 
Sin embargo, como muestran varios capítulos aquí, existe una estrecha similitud 
en las creencias y estrategias entre el populismo radical de izquierda, 
manifestado en los excesos intolerantes de la corrección política y las políticas 
de identidad, y el populismo de derecha que eventualmente condujo al éxito de 
Trump, Brexit y la AfD (Inglehart y Norris, 2018). El preocupante aumento del 
populismo de derecha se explica en parte como una reacción a las ideologías 
intolerantes y autocráticas de la izquierda radical, como las políticas de identidad 
y la corrección política (Inglehart y Norris, 2018; Murray, 2019). 
En nuestra época, jugar con la identidad como estrategia política es un juego 
muy peligroso (ver Parte 3). A fines de la década de 1960, los movimientos de 
izquierda estuvieron entre los primeros en invocar ideologías identitarias en la 
supuesta búsqueda de la justicia social y la igualdad, y utilizaron estrategias que 
violaron los valores clásicos del liberalismo, el individualismo y la tolerancia para 
perseguir estos objetivos. Quizás era inevitable que el uso de la identidad de 
grupo como arma basada en el género, el sexo, la raza o la etnia finalmente 
produjera una reacción populista por parte de los grupos señalados para los 
ataques (Inglehart y Norris, 2018). 
Lo que puede diferir entre el populismo de izquierda y el de derecha son los tipos 
de narrativas y estrategias de encuadre de valores empleados para justificar 
prácticas intolerantes y absolutistas (Graham, Haidt y Nosek, 2009; Cooper y 
Avery, este volumen). El populismo de derecha abrazó históricamente una 
ideología nativista donde las amenazas al endogrupo y las creencias narcisistas 
en la grandeza del grupo fueron empleadas para justificar las prácticas 
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autoritarias y el liderazgo. Como sugirió Albright (2018), las estrategias 
inventadas por primera vez por Mussolini, Hitler, Franco y Salazar ahora son 
empleadas rutinariamente por dictadores como Erdogan, Putin, Orban y otros 
(ver Parte 4). 
El populismo de izquierda tiene raíces ligeramente diferentes. Quizás la 
ideología populista más perdurable de la izquierda es el marxismo, que presenta 
el mismo grado de autoritarismo, dogmatismo e intolerancia encontrados 
también en los movimientos totalitarios de derecha (Koestler, 1952; Popper, 
1947). Según la ideología marxista, el progreso social es el resultado de un 
conflicto de grupo necesario e inevitable. La asignación a grupos (clases) 
antagónicos está determinada objetivamente por factores económicos sin lugar 
para la elección individual. El conflicto grupal implacable se considera el motor 
necesario del progreso y la justicia social, una estrategia política que ha 
cambiado poco desde la época de Lenin. 
La política de identidad contemporánea, quizás la reencarnación reciente más 
influyente de la ideología marxista, en lugar de "clases" define la pertenencia a 
grupos de identidad antagónicos en términos de género, raza, etnia o condición 
de minoría. La teoría de la interseccionalidad refina aún más estas categorías de 
grupos y asigna a los individuos a grupos de identidad privilegiados (por ejemplo, 
blancos, hombres, heterosexuales) versus oprimidos (no blancos, mujeres, 
homosexuales). Como en la teoría marxista, se espera que el conflicto entre 
estos grupos antagónicos impulse la siguiente fase de la historia. 
Los populistas en ambos extremos del espectro político también difieren en los 
tipos de agravios en los que se enfocan y los tipos de justificaciones morales que 
emplean, mientras que muestran similitudes en términos de sus tácticas, 
estrategias y modus operandi (Parte 4; Cooper & Avery; Crano & Gaffney, este 
volumen). Los populistas de izquierda suelen estar preocupados por la injusticia 
económica, étnica y racial, mientras que los populistas de derecha tienden a 
enfatizar la importancia del orden, la estructura, la previsibilidad y los valores del 
nacionalismo, el autoritarismo y el conservadurismo (Feldman; y Huddy & Del 
Ponte, este volumen). Los programas populistas de izquierda abogan por el 
poder del Estado y la redistribución (por ejemplo, el New Deal de Roosevelt, la 
revolución bolivariana de Chávez, etc.), mientras que el populismo de derecha 
enfatiza los valores 'tribales' y nativistas, promoviendo la xenofobia, el 
nacionalismo, la religión y el conservadurismo (por ejemplo, Trump, Berlusconi, 
Salvini, el movimiento Tea Party, Erdogan, Orban y Kaczynski, etc.; Kruglanski 
et al., este volumen). 
La ideología de lucha de clases tradicionalmente populista de Marx perdió su 
atractivo a fines de la década de 1960 cuando finalmente se reconocieron los 
horrores del sistema comunista soviético. Muchos de sus seguidores 
occidentales recurrieron al posmodernismo o los movimientos de 'justicia social' 
como su nueva ideología crítica del sistema preferido (Murray, 2019). Es 
paradójico que los marxistas que originalmente creían en la verdad absoluta y el 
determinismo de su sistema, una vez que se volvió insostenible, se hayan ido al 
extremo opuesto y ahora crean igualmente fervientemente que no puede haber 
verdad alguna. Lo que el marxismo y el posmodernismo aún comparten es una 
actitud fuertemente crítica hacia los valores liberales occidentales, un apego 
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romántico al comunalismo anti-Ilustración y un enfoque frío en el poder como 
principal problema social de interés. 
Características del populismo 
Aunque por su propia naturaleza el populismo es una construcción elusiva con 
límites bastante difusos, hay varias características clave que los teóricos 
identifican comúnmente, como el antielitismo, el absolutismo moral, el tribalismo 
y la ideación utópica. Consideraremos brevemente estas características a 
continuación. 
Anti-elitismo 
El antielitismo se sugiere a menudo como una de las características clave del 
populismo. Sin embargo, esta noción teórica es cuestionada por algunas 
investigaciones que muestran que después de que los populistas adquieran 
poder y se conviertan en la nueva 'élite', el movimiento puede continuar sin cesar 
impulsado principalmente por las lealtades tribales y el fervor moral de sus 
seguidores en lugar del antielitismo (Forgas & Lantos; Kreko, este volumen). Sin 
embargo, hay muchos casos en los que los movimientos populistas en ascenso 
pueden capitalizar la noción de que las "élites" han traicionado al pueblo al 
perseguir políticas y valores que no son completamente representativos de la 
población en general. 
Incluso puede haber algo de verdad en esta afirmación. Parte de la razón de la 
creciente división entre las "élites" y muchos votantes puede ser que la agenda 
política se ha vuelto cada vez más dominada por varios movimientos 
intelectuales activistas minoritarios que tenían mucho más peso del que 
justificaría su apoyo numérico (Lukianoff y Haidt, 2018). Cuando tal brecha entre 
las élites y los votantes de la corriente principal se vuelve demasiado amplia, 
surgen inevitablemente nuevos movimientos populistas para canalizar elresentimiento, como fue el caso en países como Alemania (AfD), Austria (FPO), 
Francia, Gran Bretaña (Brexit) y Estados Unidos (Triunfo). 
La migración es un buen ejemplo de ello. Muchos votantes de las democracias 
liberales tienen crecientes reservas sobre la migración incontrolada que podría 
cambiar su cultura local familiar demasiado y demasiado rápido. Sin embargo, 
las élites políticas de la mayoría de los países europeos no han podido expresar 
este sentimiento de los votantes (Murray, 2017). Ahora existe un conflicto entre 
las preocupaciones de los votantes que entran en conflicto con los valores 
dominantes de las élites políticas informadas por consideraciones morales e 
ideológicas más que pragmáticas (Cooper & Avery, este volumen). La 
señalización de virtudes, la corrección política y la influencia de las políticas de 
identidad limitan la capacidad de la élite para responder a las preocupaciones 
populares. La prolongada incapacidad de la UE para desarrollar una política 
migratoria coherente ha sido directamente responsable del surgimiento de 
movimientos populistas en Europa. Como argumentan filósofos como Roger 
Scruton e intelectuales públicos como Douglas Murray (Murray, 2017), la clase 
política en la mayoría de las democracias occidentales se ha vuelto cautiva de la 
izquierda ideológica y se ha inclinado a promover políticas más de izquierda que 
las creencias del electorado en general. . 
Absolutismo moral 
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Uno de los sellos distintivos de los movimientos populistas es el absolutismo 
moral y la intolerancia al debate abierto y las diferentes opiniones. Esta postura 
maniquea se basa en la noción de que representar al "pueblo" es 
incuestionablemente virtuoso, y cualquier oposición es mala (Kreko, este 
volumen). La intolerancia populista contrasta radicalmente con los valores de la 
Ilustración de un debate racional y abierto y la aceptación de opiniones 
divergentes como la mejor manera de lidiar con la realidad. Incluso cuando, en 
el poder, los populistas cuestionan la legitimidad de cualquier oposición (Forgas 
& Lantos; Kreko, este volumen). 
A la derecha, los imperativos morales suelen tener sus raíces en sistemas de 
valores religiosos, nacionalistas o étnicos. Sabemos por la psicología social lo 
fácil que es encender esos sentimientos tribales al servicio de los objetivos 
políticos (Tajfel y Forgas, 1981). Este patrón de absolutismo moral es una 
característica reconocible de los movimientos populistas anteriores liderados por 
Mussolini, Hitler, Stalin y varios autócratas de los últimos días, como Putin, 
Orban, Erdogan y otros. Orban, por ejemplo, después de perder una elección 
democrática en Hungría en 2002, declaró que la patria (es decir, él y su partido) 
no pueden estar en la oposición (Forgas & Lantos, este volumen). De manera 
similar, cuando los políticos demócratas en Estados Unidos etiquetan a los 
votantes de Trump como "deplorables", también muestran un absolutismo moral, 
introduciendo un grado de irracionalidad e intolerancia ad hominem en el 
discurso político que excluye un compromiso razonable. 
Pero el tribalismo no es propiedad exclusiva de los movimientos populistas de 
derecha. Las ideologías de izquierda, como el marxismo, también están repletas 
de afirmaciones sobre la superioridad moral absoluta. Un ejemplo histórico 
interesante de esta ideología mayoritaria y fundamentalmente antidemocrática 
se remonta al conflicto clásico entre los bolcheviques (que en realidad significa 
mayoría en ruso) y los mencheviques (que en realidad significa minoría) durante 
la revolución rusa. La estrategia bolchevique, moldeada en gran medida por 
Lenin, afirmaba que cualquiera que no esté de acuerdo con la causa bolchevique 
es un enemigo del pueblo y debe ser vencido (y muchos lo fueron). Algunos de 
los movimientos estridentes por la justicia social que dominan cada vez más las 
ideologías políticas de Occidente también comparten el sello populista del 
absolutismo moral, la fe incondicional en la rectitud de su causa y la convicción 
tomada de Foucault de que la lucha por el poder y el dominio está moralmente 
justificada. El patrón creciente de "despertar", detectar y ofenderse por las 
opiniones con las que uno no está de acuerdo y "cancelar", o silenciar y perseguir 
a las personas que expresan opiniones contrarias son ejemplos de intolerancia 
populista absolutista incompatible con los valores liberales (Murray, 2019). 
En esencia, el populismo representa una amenaza fundamental para la 
democracia porque niega la legitimidad de cualquier punto de vista que no sea 
el suyo. La causa es absoluta, y los que no se unen a la lucha colectiva 
predeterminada son expulsados. Los fascistas y marxistas no tuvieron dificultad 
en justificar moralmente las ejecuciones en masa de personas clasificadas como 
traidoras y enemigas. Hoy en día, líderes populistas como Trump, Putin, Orban 
o Erdogan habitualmente desacreditan, humillan y a veces envenenan a los 
enemigos percibidos, así como los guerreros de la justicia social no tienen 
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reparos en silenciar y acosar a las personas que se atreven a cuestionar su 
ideología (Murray, 2019). 
En el actual choque cada vez más polarizado entre fanáticos de la izquierda y la 
derecha moralmente absolutistas, el liberalismo ilustrado razonable y racional 
tiene pocas posibilidades de reafirmarse. El populismo es peligroso porque apela 
a la dimensión emocional más básica de la mente humana (Koestler, 1967). 
Aquellos en el medio atrapados entre estos campos en guerra con la esperanza 
de participar en un discurso racional son atacados por ambos lados o ignorados. 
La preferencia liberal por el debate abierto y el compromiso es 
fundamentalmente incompatible con la ideología populista que niega la 
legitimidad de las opiniones divergentes. Dada la cultura política agresiva, 
autoritaria e irracional de los populistas de derecha y de izquierda, corremos el 
peligro de perder la capacidad de comunicarnos entre nosotros a medida que la 
vida pública se polariza cada vez más. Es en este sentido que el populismo 
representa un desafío tribal a la democracia liberal, como se discutirá en la 
próxima sección. 
Tribalismo 
Los populistas de ambos extremos del espectro político también comparten una 
propensión a los odios tribales. Además de reducir la inseguridad en uno mismo, 
la poderosa necesidad de identificación grupal tiene profundos orígenes 
adaptivos y evolutivos, y ofreció importantes beneficios de supervivencia a 
nuestros antepasados (Tajfel & Forgas, 1990). La capacidad de los humanos 
para identificarse con muchos sistemas de creencias ficticios y a menudo 
absurdos a lo largo de la historia sirvió para reducir la incertidumbre y ayudó a 
integrar grupos sociales (von Hippel, 2018). Es la capacidad exclusivamente 
humana para el pensamiento simbólico lo que permite que casi cualquier sistema 
de creencias, por extraño que sea, sirva como un ancla poderosa para la 
identidad de un grupo tribal (Harari, 2018). 
La subordinación del individuo a los intereses de un grupo, reales o ficticios, 
parece ser un universal evolutivo humano. Fue solo muy recientemente, durante 
la Ilustración, que el patrón universal de la servidumbre comunitaria se rompió 
en la civilización occidental como resultado del surgimiento revolucionario del 
individualismo y el humanismo, con resultados espectaculares para el 
florecimiento, el bienestar, la salud, la riqueza y la toleranciahumanos. Sin 
embargo, las necesidades humanas evolutivas establecidas desde hace mucho 
tiempo de estatus, identidad y significado que pueden derivarse de la inmersión 
en un grupo primario continúan teniendo una atracción visceral que el populismo 
explota. Muchos movimientos filosóficos políticos y románticos anti-Ilustración se 
remontan a esta necesidad primordial de un compromiso comunitario idealizado. 
Tanto la ideología fascista como la marxista son fundamentalmente colectivistas 
al idealizar al grupo ("folk" o "clase") y cuestionar la primacía de la libertad y la 
elección individuales. Es sorprendente que mientras que al fascismo como 
ideología creíble le quedan pocos adeptos, el marxismo aún conserva un 
atractivo para muchos intelectuales occidentales. 
Pensamiento utópico 
Los movimientos políticos populistas a menudo adoptan una ideología 
milenarista, invocando la perspectiva de una batalla o revolución decisiva final 
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que marcará el comienzo de una edad de oro para el "pueblo". El imperio de mil 
años de Hitler, o las afirmaciones de Mussolini de recrear la grandeza del imperio 
romano comparten la misma mentalidad utópica. De manera similar, la 
predicción marxista de que la revolución proletaria venidera e inevitable marcará 
el comienzo de una sociedad comunista utópica tuvo un gran atractivo para 
muchas personas, incluidos muchos intelectuales occidentales. La predicción de 
la dicha utópica y la restauración de la verdadera grandeza y autonomía del 
"pueblo" parecen llamamientos de sirena irresistibles para los adeptos de los 
movimientos populistas. Los movimientos supremacistas blancos en Estados 
Unidos, los ultranacionalistas en Rusia, Turquía o Hungría, o los radicales de 
izquierda comparten esta visión utópica de su glorioso futuro imaginado. 
Además de las características parcialmente superpuestas del populismo que 
consideramos anteriormente, y la lista no es de ninguna manera exhaustiva, 
también hay varias narrativas recurrentes y estrategias de propaganda que los 
líderes y movimientos populistas emplean regularmente. Pasamos a este tema 
a continuación (ver también la Parte 4). 
Estrategias de liderazgo y propaganda populista 
Liderazgo 
Como muchos de los capítulos aquí argumentan, los líderes juegan un papel 
crítico en los movimientos populistas, y los movimientos sin líderes raras veces 
persisten independientemente de la legitimidad de su causa (Crano y Gaffney; 
Hogg y Goetsche-Astrup, este volumen). Los líderes populistas de éxito suelen 
ser carismáticos, irradian confianza en sí mismos y certeza, y no están 
dispuestos a permitir el desacuerdo. Cuanto más extremo es el grupo, más 
probable es que el líder exhiba estas cualidades (Petersen et al., Este volumen). 
Los líderes populistas suelen funcionar como la encarnación simbólica de su 
causa y como el árbitro último del grupo. Los grupos dirigidos por más de un líder 
rara vez tienen éxito, porque todas las comunicaciones fundamentales para la 
identidad y la entidad del grupo deben articularse de manera coherente (Albright, 
2018). Para ser eficaz, la comunicación populista debe ser persistente y no estar 
dispuesta a retroceder o ceder, ya que la coherencia del mensaje es una 
característica necesaria de casi toda comunicación persuasiva exitosa (Crano & 
Gaffney, este volumen). El populismo tiene éxito porque ofrece certeza 
epistémica y simplicidad en respuesta a desafíos complejos (Kruglanski et al; 
van Prooijen, este volumen). Las inconsistencias generalmente se explican como 
inevitables en respuesta a amenazas externas imprevistas, conspiraciones, 
noticias falsas y ataques de grupos externos. 
Otro rasgo común del liderazgo populista es la falta de respeto endémica por la 
verdad. Apelar a mentiras e insinuaciones, teorías de conspiración y otras 
tácticas propagandísticas funciona bien con los fieles y es una característica 
clave del arsenal de los líderes populistas. Como han ilustrado muchos 
movimientos populistas, las convenientes medias verdades y las mentiras 
directas siguen sin ser cuestionadas si son consistentes con posiciones a largo 
plazo. Trump ha dicho miles de falsedades sin consecuencias graves. Quizás 
debido a su lealtad de mente cerrada a los valores morales absolutos y 
superiores, los líderes populistas están menos constreñidos por los estándares 
normales de honestidad y no sufren vergüenza o censura cuando se descubre 
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un comportamiento deshonesto (Cooper & Avery, este volumen), a diferencia de 
los líderes de la corriente principal que a menudo pagan un alto precio cuando 
son capturados. 
Narrativas y propaganda populista 
Los movimientos populistas comparten una característica clave: la capacidad de 
identificar y movilizar las causas de la insatisfacción popular y articular las 
“injusticias” y el sentido de privación (Ditto y Rodríguez, este volumen). 
Narrativas de agravio, sentimientos de ira y miedo y la asignación de culpas es 
una fórmula ganadora de muchos líderes populistas (Marcus, este volumen). Los 
nazis identificaron a los judíos como la causa de las dificultades económicas, 
Trump culpa al "pantano" de Washington, Orban culpa a los financieros judíos y 
a la UE; jugar con las emociones y los temores y el resentimiento populares es 
más importante que la verdad. El énfasis está en la injusticia y la privación y en 
la identificación de un enemigo común, reuniendo a una masa amorfa de 
denunciantes en un grupo cohesivo y colectivo. La difusión de tales mensajes 
propagandísticos hoy en día se ve enormemente facilitada por la amplia 
disponibilidad de Internet. 
Las narrativas de los grupos populistas a menudo muestran un sentido narcisista 
de grandeza y opresión no reconocidas por adversarios hostiles (Golec de 
Zavala et al., Este volumen). Para sostener un movimiento viable y autoritario, 
debería haber “otros”, un grupo externo opuesto (Hogg & Goetsche-Astrup, este 
volumen). El conflicto entre grupos se presenta típicamente en términos 
absolutistas, maniqueos, como una lucha de vida o muerte por la justicia y la 
supervivencia (Kreko, este volumen). Los grupos populistas típicamente se ven 
a sí mismos como indiscutiblemente virtuosos (por ejemplo, la “mayoría moral”, 
Black Lives Matter, Antifa, el movimiento Tea Party), luchando contra una 
estructura de poder corrupta y malvada. Rectificar injusticias y agravios pasados, 
reales o imaginarios, y la nostalgia por volver a un pasado idealizado también 
son características narrativas comunes, especialmente para los populistas de 
derecha. 
Un peligro de esta narrativa de “nosotros contra ellos” es que casi garantiza la 
resistencia del grupo externo adversario que a menudo conduce a costosos 
conflictos grupales (Golec de Zavala et al., Este volumen). El conflicto entre 
grupos implica necesariamente dolor y sufrimiento, a menudo justificados por la 
promesa de un futuro mejor. El marxismo es nuevamente un buen ejemplo de 
este tipo de ideología populista de "el fin justifica los medios". La promesa de 
una utopía comunista perfecta a la vuelta de la esquina justifica casi cualquier 
sacrificio por su logro (como decenas de millones de muertos en las campañas 
sin sentido de Stalin o Mao). La manera en que los grupos populistas logran 
ascendencia se comprende razonablemente bien, pero sabemos mucho menos 
acerca de por qué, una vez en el poder, ocurre con frecuencia la regresión al 
status quo anterior (Crano, 2012; Forgas & Lantos;Kreko, este volumen). La 
historia indica que es más probable que el éxito populista sea duradero si el líder 
es capaz de narrar persistentemente el sentido de superioridad moral del grupo. 
Las narrativas populistas a menudo emplean elecciones de lenguaje simples, 
contundentes y controladoras. Mientras que el lenguaje de bajo control utiliza 
frases como "quizás" o "posiblemente", el lenguaje de alto control es definitivo. 
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Los líderes populistas exitosos a menudo usan un lenguaje controlador e incluso 
militarista, y usan mensajes que son “explícitos, claros y eficientes; sin embargo, 
puede percibirse como una amenaza, con el riesgo de ser rechazada ”(Staunton 
et al., 2020, p. 369). El lenguaje de la ironía y el desprecio también se emplea 
con frecuencia. La ironía parece disminuir la reactancia por parte de los 
destinatarios y, en el caso del lenguaje controlador, hace que una orden parezca 
"más suave" y, por tanto, más fácil de aceptar (Crano y Gaffney, este volumen). 
La repetición es otra táctica clave de los líderes populistas. El mensaje debe 
repetirse continuamente, con convicción y sin retractación, como aconseja el 
maestro propagandista Goebbels (Albright, 2018). Los experimentos de 
psicología social sugieren que la credibilidad de un mensaje aumenta casi tanto 
con la simple repetición como con escuchar el mismo mensaje de varias fuentes 
independientes. 
La "gran mentira" 
Una táctica populista particularmente perversa es la estrategia de la "gran 
mentira", ejemplificada por Adolf Hitler: cuanto más inverosímil es una mentira, 
menos probable es que la gente crea que podría haber sido inventada. La gran 
mentira de culpar a los judíos por justificar el holocausto es uno de los ejemplos 
históricos más poderosos (Herf, 2005, 2006). En Mein Kampf, Hitler afirmó que 
“en la gran mentira siempre hay una cierta fuerza de credibilidad; porque .. / las 
personas / mismas a menudo dicen pequeñas mentiras en pequeños asuntos, 
pero se avergonzarían de recurrir a falsedades a gran escala. Nunca se les 
ocurriría fabricar falsedades colosales, y no creerían que otros pudieran tener el 
descaro de distorsionar la verdad de manera tan infame”. La verdad en este caso 
se vuelve irrelevante. Las grandes mentiras abundan en la historia de la 
humanidad; de hecho, muchas religiones exitosas también parecen beneficiarse 
de la estrategia de la "gran mentira", creando mitos y describiendo eventos que 
son tan extraordinarios que su misma inverosimilitud inhibe el escepticismo (por 
ejemplo, nacimiento virginal, resurrección, infierno, cielo, etc.) 
Combatir la gran mentira se vuelve más difícil por el hecho de que a nadie le 
gusta verse a sí mismo como estúpido y crédulo. Cambiar una creencia tiene 
implicaciones para muchas otras creencias atesoradas, que incluso pueden 
amenazar la definición del yo. Dejar la tribu de los "verdaderos creyentes" 
también produce incertidumbre epistémica (Krueger y Gruener, este volumen). 
Los nazis fieles todavía creían en la victoria final incluso cuando las tropas rusas 
se estaban acercando a Berlín, y los ideólogos comunistas continúan creyendo 
en el dogma marxista incluso cuando sus fracasos son incontestables. 
No es coincidencia que las "grandes mentiras" y las teorías de la conspiración 
abunden en la historia de la humanidad, lo que sugiere que puede haber una 
propensión humana a creer en cuentos fantásticos, y que tales historias pueden 
incluso tener algún valor adaptativo. La creencia en el derecho divino de los 
reyes, los mitos de la creación de muchas culturas, las doctrinas religiosas 
reveladas y muchas enseñanzas espirituales contradicen fundamentalmente 
nuestro sentido de la realidad, pero sobreviven durante siglos. Cuanto más 
escandalosa es la historia y más contraria a la experiencia cotidiana, más 
probable es que sea eficaz para definir y vincular un grupo de identidad. 
Paradójicamente, la credulidad humana parece ser una característica universal 
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de nuestra especie, quizás porque el valor de supervivencia de una creencia 
compartida en escandalosos mitos simbólicos es mayor que el costo de falsificar 
la realidad (Forgas & Baumeister, 2019; Harari, 2014; von Hippel, 2018). 
Miedo 
Despertar el miedo también es una estrategia populista común, a menudo 
combinada con la gran mentira. Para ser eficaz, la amenaza presentada puede 
estar vinculada a una solución que solo el líder puede proporcionar. Trump 
proporcionó un ejemplo reciente en su discurso de aceptación en la convención 
de nominación presidencial republicana: "Nadie conoce el sistema mejor que yo", 
deteniéndose para hacer una pausa, sonriendo, luego, "por eso solo yo puedo 
solucionarlo" (Peyronin, 2016). Las campañas de propaganda del líder populista 
húngaro Viktor Orban también han jugado sobre este tema durante años, 
catalogando a la UE y a los liberales de todo el mundo como enemigos mortales 
de Hungría. De manera similar, Hitler no solo culpó a los judíos por las 
privaciones económicas, la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, 
sino también por sus planes de apoderarse del país, amplificando el fuerte 
sentido de privación relativa de la población (Petersen et al., este volumen). Sin 
embargo, la comunicación que despierta miedo debe manejarse con cuidado, ya 
que puede provocar fácilmente resistencia y escepticismo (Crano & Gaffney, 
este volumen). 
Teorias de conspiracion 
Con el fin de reforzar y mantener la narrativa de una certeza y superioridad moral 
incuestionable, los movimientos populistas son particularmente propensos a 
invocar teorías de la conspiración para explicar por qué su "verdad" aún no es 
universalmente reconocida (van Prooijen, este volumen). Las teorías de la 
conspiración pueden ser muy efectivas para cuestionar la credibilidad de 
cualquier idea o hecho empírico que no esté de acuerdo con la visión que uno 
prefiere del mundo. Los políticos nacionalistas tienden a culpar de cualquier 
fracaso a conspiradores hostiles (Forgas & Lantos; Kreko, este volumen). La 
lucha contra las teorías de la conspiración se hace más difícil por el hecho de 
que, por su propia naturaleza, los presuntos conspiradores trabajan en secreto, 
por lo que no hay datos fiables sobre sus actividades a disposición del público. 
Un buen ejemplo es la durabilidad de las noticias falsas sobre conspiraciones 
judías que continúan circulando. 
Otro ejemplo que toca nuestra disciplina es la forma en que autócratas populistas 
de derecha como Orban han registrado que ven las ciencias sociales en general, 
y la psicología en particular, como un semillero de conspiración liberal para 
socavar los valores tradicionales de religión, familia y nación. Paradójicamente, 
en la izquierda, algunos académicos radicales también consideran la psicología 
social como una empresa conspirativa y reaccionaria que privilegia a los 
hombres blancos, diseñada para desempoderar otras voces y "conocimientos". 
Como señala Fiedler (este volumen), el pensamiento populista y las teorías de 
la conspiración también están presentes en la ciencia. Algunos psicólogos ven 
una conspiración y cuestionan la validez de cualquier evidencia evolutiva de la 
herencia de las cualidades humanas cuando dicha evidencia es incompatible con 
sus estrategias de ingeniería social (von Hippel, 2018). 
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Como ilustra esta lista de ninguna manera exhaustiva, existe una amplia gama 
de estrategias y narrativas pragmáticas que explotan las vulnerabilidades 
psicológicas humanas que son utilizadas por los políticos populistas para 
propagar su causa (ver también la Parte 4). Nuestro libro fue diseñado para 
ofrecer una descripción general tanto de los fundamentos teóricos como del 
funcionamiento práctico de los movimientos populistas, como ilustrará la breve 
descripción general del volumen que se presenta a continuación. 
Resumen del volumen 
Más allá de este capítulo introductorio, nuestro libro está organizado en cuatro 
secciones complementarias. Los cinco capítulos de la Parte 1 exploran lo que 
quieren los populistas: el papel de los factores motivacionales y emocionales en 
la expansión del populismo. Los cuatro capítulos de la Parte 2 examinan el 
dominio complementario de la mente populista: los aspectos cognitivos del 
populismo. Los cinco capítulos de la Parte 3 tratan sobre una de las variables 
psicológicas centrales que impulsan el populismo: su carácter tribal y el papel 
clave de los procesos de identidad social en la ideación populista. Finalmente, 
los cuatro capítulos de la Parte 4 abordan la cuestión pragmática de la psicología 
social del liderazgo, la propaganda y diferentes narrativas en la promoción de 
movimientos políticos populistas. 
PARTE 1. LO QUE QUIEREN LOS POPULISTAS: FACTORES 
MOTIVACIONALES Y EMOCIONALES EN EL POPULISMO 
En el capítulo 2, Ditto y Rodríguez proponen que los movimientos políticos 
populistas ganan poder aprovechando los sentimientos de agravio. Evocar 
agravios del pasado produce movilización política, juicio moral y conflicto 
intergrupal, ya que los grupos agraviados llegan a interpretar la injusticia del 
pasado como moralmente relevante y que justifica la “venganza”. Las estrategias 
políticas basadas en el agravio escalan el conflicto y provocan un ciclo de 
animosidad que se refuerza a sí mismo. 
Bar-Tal y Magal (Capítulo 3) buscan comprender la fuerza motivacional y 
emocional del populismo desde una perspectiva Lewiniana. Sugieren que los 
acontecimientos sociales de las últimas décadas llevaron a una privación de 
necesidades primarias y valores primarios, produciendo sentimientos de 
frustración, disonancia y desconfianza en el sistema político. La búsqueda 
humana de una cosmovisión que tenga sentido aumenta el atractivo de los 
líderes populistas y autoritarios que ofrecen estrategias antidemocráticas en su 
búsqueda del poder. 
Petersen, Osmundsen y Bor (Capítulo 4) argumentan que uno de los 
principales impulsores del descontento político extremo son las motivaciones 
para alcanzar estatus a través de la dominancia. El estatus social como 
recurso adaptativo puede lograrse mediante los servicios que producidos por el 
privilegio, o mediante la dominancia que producida por la agresión. El 
descontento populista a menudo desencadena la agresión para lograr el 
dominio. 
La investigación confirma que las formas extremas de descontento político se 
correlacionan bien con los índices de dominio a través de la agresión. 
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Marcus (capítulo 5) sugiere que el apoyo a los partidos populistas de extrema 
derecha está impulsado más por la ira y el sentido de injusticia que por miedo. 
Presenta datos empíricos que muestran que la amenaza y el miedo producen 
reacciones cognitivas muy diferentes a las de la ira y el agravio. Mientras que el 
miedo promueve un pensamiento más abierto y deliberativo, la ira aumenta el 
razonamiento motivado y la certeza partidista. Malinterpretar los fundamentos 
emocionales del atractivo populista como impulsados por el miedo puede poner 
en riesgo la efectividad de las respuestas. 
Golec de Zavala (capítulo 6) sostiene que los sentimientos de narcisismo 
colectivo, la creencia de que el propio grupo es excepcional pero no lo 
suficientemente reconocido, es una característica clave en la ola actual de 
populismo, que promueve los prejuicios y los conflictos de grupo. Los líderes 
populistas explotan el narcisismo colectivo impulsado por un sentido frustrado de 
importancia personal para justificar el mantenimiento de jerarquías grupales, 
promoviendo la homofobia, el racismo y el sexismo. A pesar de sus afirmaciones 
abiertas, el populismo no valora intrínsecamente la justicia social; más bien, está 
impulsado por el deseo de sentirse mejor que los demás en función del estado 
de uno dentro del grupo. 
PARTE 2. LA MENTE POPULISTA: ASPECTOS COGNITIVOS DEL 
POPULISMO 
Krueger y Gruning (capítulo 7) argumentan que las ideologías populistas 
explotan los fallos comunes del razonamiento inductivo, esencialmente 
ofreciendo certezas donde no se puede tener ninguna. La aversión a la 
incertidumbre puede contribuir a la proyección social, los autoestereotipos, las 
atribuciones de esencia y la moralización. La lucha contra el populismo requiere 
el cultivo de una mentalidad escéptica y tolerante, y la comprensión de que gran 
parte de la percepción social, para bien o para mal, está sesgada. 
En el capítulo 8, Van Prooijen muestra que la certeza epistémica y el exceso 
de confianza de las ideologías populistas se basan en la interpretación simplista 
de problemas sociales complejos. Presenta evidencia de que las actitudes 
políticas radicales simples mantenidas con alta confianza son más resistentes al 
cambio. Dado que Internet brinda mejores oportunidades para validar 
colectivamente las creencias populistas simplistas, es necesaria una reducción 
de la certeza sistémica antes de que pueda ocurrir un cambio de creencias. 
Kruglanski, Molinario y Sensales (Capítulo 9) identifican los mecanismos 
cognitivos comunes que subyacen a las políticas populistas e identifican la 
necesidad de un cierre y la necesidad de significancia e importancia personal 
como críticas. Los autores presentan un apoyo empírico para esta predicción, 
informando los resultados de dos estudios de populismo en los EEUU e Italia. 
Fiedler (capítulo 10) sostiene que el populismo representa una postura 
cognitiva fundamentalmente anticientífica caracterizada por la simplificación, el 
estilo de discusión emocional y el rechazo irracional de los argumentos 
analíticos, lógicos y basados en la evidencia. En ese sentido, algunas prácticas 
científicas predominantes también tienen un carácter populista, incluido el 
énfasis en las pruebas de significación, los debates en curso sobre prácticas de 
investigación cuestionables y la persistencia de algunos mitos científicos. Fiedler 
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señala que el populismo no es solo una característica de la vida pública, sino 
que también puede descubrirse más cerca de casa en nuestras propias filas. 
PARTE 3. LA LLAMADA TRIBAL: IDENTIDAD SOCIAL Y POPULISMO 
Hogg y Goetsche-Astrup (capítulo 11) aplican una teoría de la incertidumbre 
identitaria para predecir que la inseguridad en sí mismas hace que las personas 
sean más vulnerables a la radicalización y a unirse a grupos extremistas con 
líderes autocráticos. El tribalismo populista implica creencias de que la soberanía 
del pueblo se subvierte activamente por personas externas a el (una élite). Las 
teorías de la conspiración, el narcisismo colectivo y las narrativas de 
victimización también son importantes en el tribalismo populista. La evidencia 
empírica confirma que lainseguridad en sí misma atrae a la gente hacia grupos 
y líderes populistas que ofrecen narrativas de identidad claras y, a menudo, 
extremistas. 
Forgas y Lantos (capítulo 12) exploran las estrategias psicológicas utilizadas 
por los populistas, una vez en el poder, para instalar el despotismo y destruir la 
democracia, tomando a Hungría como ejemplo. El capítulo traza el proceso de 
desmantelamiento de las instituciones democráticas y el establecimiento de un 
estado de partido único, y ofrece un análisis teórico y empírico del papel de la 
identidad nacional dañada, los sentimientos de impotencia, el narcisismo 
colectivo y la propaganda populista en el rechazo de la democracia en Hungría. 
Kreko (capítulo 13) sugiere que las actitudes populistas pueden perder su 
carácter anti-elitista y volverse más tribales una vez que los populistas llegan al 
poder. Analiza las actitudes de los votantes de los partidos populistas 
gobernantes en Hungría y Polonia mostrando que, una vez en el poder, los 
votantes populistas son menos anti-elitistas que la oposición liberal. En lugar de 
anti-elitismo, el "tribalismo político" y una cosmovisión maniquea ahora definen 
la política populista dominante, centrándose en identidades sociales divisivas y 
promoviendo antagonismos. 
Huddy y Del Ponte (Capítulo 14) discuten el papel de la propaganda 
nacionalista ‘el país primero’ en la política populista en los Estados Unidos. 
Con base en datos de la Encuesta Social General [GSS, N.del T.], muestran que en 
los Estados Unidos el nacionalismo y el patriotismo están correlacionados 
positivamente, son estables y prevalecen por igual entre negros y blancos. Sin 
embargo, el vínculo entre el nacionalismo y la identificación republicana ha 
aumentado con el tiempo entre los blancos, pero no entre los negros. El capítulo 
sugiere que, aunque el nacionalismo es estable, su relevancia política ha 
aumentado con el tiempo, pero solo entre los estadounidenses blancos. 
Gelfand y Lorente (capítulo 15) proponen que las tendencias populistas 
pueden explicarse parcialmente mediante un análisis cultural y evolutivo de la 
fuerza (rigurosidad) o debilidad de las normas sociales imperantes. Las 
amenazas ecológicas y sociales exigen normas y líderes más fuertes, y los 
líderes autocráticos aprovechan el poder de la amenaza para obtener el apoyo 
de los votantes e inculcar normas culturales más estrictas. Los datos de EEUU 
y Francia confirman que las personas que se sienten amenazadas dan la 
bienvenida a normas más estrictas y explican su apoyo a los candidatos 
autocráticos. 
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PARTE 4. NARRATIVAS POPULISTAS Y PROPAGANDA 
Crano y Gaffney (capítulo 16) sugieren que la propaganda populista eficaz se 
basa en las percepciones de privación relativa e inseguridad para promover la 
lucha contra las élites opresivas. El capítulo analiza el papel de las apelaciones 
a la identidad social en las narrativas populistas y analiza cómo la influencia de 
las minorías y las diferentes estrategias de persuasión dan forma a las 
identidades partidistas al crear grupos cohesivos cuyo poder a menudo excede 
su número. 
Cooper y Avery (capítulo 17) sugieren que el apoyo populista depende de cómo 
se enmarcan los valores fundamentales. Cuando se enmarcan en términos 
morales universales, el populismo recibe en los EEUU apoyo tanto de la 
izquierda política como de la derecha. Cuando se enmarca como un problema 
nativista, el apoyo de la izquierda disminuye. La investigación confirma que el 
apoyo populista por cuestiones específicas varía dependiendo de si se las 
enmarca en términos morales (por ejemplo, equidad) o nativistas (mi grupo 
primero). El apoyo de los liberales declinó cuando se presentaron políticas en un 
marco nativista en lugar de presentar las mismas políticas en un marco moral. 
Vallacher y Fennell (capítulo 18) argumentan que el descontento populista 
puede permanecer sin expresar a menos que ocurran cambios dinámicos en 
las narrativas que producen un movimiento colectivo. El populismo, por tanto, 
no está intrínsecamente ligado al interés propio racional ni a ideologías 
específicas; más bien, su difusión es atribuible a procesos dinámicos que surgen 
cuando se desestabilizan los equilibrios fundamentales de un sistema social. 
Este modelo de proceso dinámico tiene implicaciones para comprender, predecir 
y quizás gestionar el ascenso de los movimientos populistas. 
Feldman (capítulo 19) examina el papel conjunto de la educación y el 
autoritarismo en el apoyo público a los líderes populistas de derecha. Sostiene 
que el autoritarismo captura muchos de los elementos centrales del populismo 
de derecha: oposición a la inmigración, conservadurismo social/moral, 
nacionalismo, sexismo y etnocentrismo. En consecuencia, las personas con alto 
nivel de autoritarismo son especialmente sensibles a las amenazas a las normas 
y el estatus del grupo. Curiosamente, una encuesta nacional de estadounidenses 
encuentra que una mayor educación no reduce los efectos del autoritarismo en 
las actitudes de derecha. 
En resumen, nuestro objetivo con este libro es contribuir a una mejor 
comprensión de la naturaleza y las características psicológicas de los 
movimientos populistas. Esperamos resaltar la amenaza fundamental que las 
creencias y estrategias colectivistas populistas, tanto a la izquierda como a la 
derecha del espectro político, presentan para los valores centrales y la 
supervivencia misma de los sistemas democráticos liberales. Estamos seguros 
de que un enfoque psicológico puede contribuir a una mejor comprensión de este 
complejo e intratable problema social. En este capítulo introductorio, en 
particular, intentamos examinar algunas de las características psicológicas más 
importantes del populismo, que se desarrollarán en los capítulos siguientes. Las 
contribuciones a este volumen se seleccionaron para ofrecer una visión general 
amplia y representativa de la investigación reciente sobre el populismo. Como 
editores, estamos profundamente agradecidos con todos nuestros 
La Psicología del populismo: el desafío tribal a la democracia liberal 
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colaboradores por aceptar nuestra invitación para contribuir a este, el volumen 
22 del Simposio de Psicología Social de Sydney, y por compartir sus valiosas 
ideas con nuestros lectores. Esperamos sinceramente que las ideas contenidas 
en estos capítulos contribuyan a una mejor comprensión del papel de los 
procesos psicológicos en los movimientos populistas.

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