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KRAUSS, N Hambre y Amor Figuras de lo materno

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Figuras de lo materno
“(…) conviene preguntar si la media-
ción fálica drena todo lo que puede 
manifestarse de pulsional en la mujer, 
y principalmente toda la corriente del 
instinto materno”. 
JaCqueS laCan
.
Fue respecto del Otro que “frustra de amor” que el sujeto –
del que Lacan nos enseña en el seminario 4– se arroja sobre lo 
que llama con todas las letras “objeto de necesidad”. Asimismo, 
si éste se arroja sobre la necesidad en las fallas del amor, es por-
que es el Otro mismo el que enseña dicha coartada.27 Retome-
mos ahora el fenómeno de la anorexia partiendo de la siguien-
te pregunta. ¿No son el hambre y el amor los extremos entre los 
cuales aquel se nos presenta?
Suele dársele a la madre una importancia especial en el abor-
daje del fenómeno anoréxico. La mayoría de los autores coinci-
den en el carácter voraz de aquella y es recurrente nombrar por 
esta misma razón, con el término “estrago”, la relación de la ano-
réxica con la madre. Asimismo, el “estrago” es una noción que 
parece ser propiedad privada de la clínica de la anorexia, aun-
que vale preguntarse: ¿Hay relación con “la madre” que no sea 
un estrago? ¿Pueden, mujer u hombre, sortear este paso de al-
27. No es extraña la respuesta de los padres a la demanda de sus hijos 
ofreciéndoles de comer, el chupete, o incluso sentándolos frente al televisor.
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Nahuel Krauss
guna manera? Lo que nos conduce a formularnos otra pregun-
ta, ¿Hay “la madre” de la anoréxica?
Aclararemos nuestra posición desde un principio. No nos 
inclinaremos por trabajar en términos de madre de la anorexia, 
ya que no consideramos que dicha orientación nos conduzca a 
lugares que no sean los de repetir lo que cualquier autor aboca-
do al fenómeno no enseñe constantemente. Veremos en el fe-
nómeno anoréxico una respuesta más, entre otras, ante el estra-
go que la relación con la madre supone, entendiendo este últi-
mo no como el estrago de la madre, sino como un carácter in-
herente a la noción de “madre” como tal. Ahora, ¿a qué nos va-
mos a referir cuando de “la madre” hablemos?
Lacan nunca se refiere a la madre como la mamá. Ni siquie-
ra parece referirse tanto a “La” madre como al “deseo de la ma-
dre”, cuyo matema escribe DM. Este último, aclara: 
“…siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un 
cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar 
a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la 
madre.” (Lacan, 1970: 118)
El deseo de la madre en tanto tal es estrago, sin salida, loco, y 
voraz. Freudianamente podríamos afirmar que la figura que se 
nos presenta en este punto es la figura fálica de la madre. Qui-
zás, habríamos de diferenciar el deseo de la madre, de que la ma-
dre desee. ¿No son uno la entrada a la locura y el otro su salida? 
El primero parece concernir al sujeto directamente, y al enig-
ma por el cual este quedaría tomado (Che vuoi?). El otro supo-
ne cierto desvío, al menos, de su mirada, la de ella. En otros tér-
minos, deberíamos discriminar en lo posible al deseo de la ma-
dre, del deseo de la mujer en la madre.
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
la maDre
¿Qué quiere decir “la madre” en psicoanálisis? Gran canti-
dad de presentaciones clínicas suele presentar cierto descuido a 
la diferenciación que puede hacerse entre la madre y la mamá. 
Tendremos que revisar la noción de “madre” para no caer en 
un malentendido que nos desoriente, razón por la cual optare-
mos por hablar en términos de “figuras de lo materno” en nues-
tro desarrollo.
El famoso juicio salomónico enfrenta a dos mujeres que se 
disputan la maternidad de un niño. En resumidas cuentas, el 
rey Salomón, al encontrarse ante ambas afirmando su materni-
dad sobre el niño, en una época sin ADN, decide partir al niño 
en dos y ofrecer mitad a una y mitad a otra. El final nos es co-
nocido. La madre verdadera decide que lo dejen vivo y se lo en-
treguen a la otra. El juicio no solo devela quien es la madre del 
niño vivo, sino que al mismo tiempo delata una homicida. Una 
madre que a su hijo lo quiere… muerto. Asimismo, la madre 
buena, queda definida como aquella que por amor a su hijo 
es capaz de sacrificar una parte de sí misma. En efecto ¿No es la 
posibilidad de perderlo un denominador común de los objetos 
capaces de habitar el campo del deseo? El problema en cuestión 
es el lugar al que el niño va a parar en Otro, y nada nos garan-
tiza que sea el de su deseo.
¿Qué lograríamos, en entrevistas con padres, preguntar si 
su hijo fue deseado o no? Un hijo concebido en una noche de 
excesos puede tener mejor destino que el niño planeado y pro-
gramado que habita el relato del que algunos psicoterapeutas 
se fiarían. Lo que debe destacarse es que el deseo es siempre in-
consciente, por lo tanto, el Otro tampoco lo sabe. El lugar de 
la falta, del deseo, al que un hijo que no sea “muñeca” del Otro 
irá a parar, no es el de un deseo que pueda saberse.28 Esto últi-
28. En la novela La virgen roja (1986) de Fernando Arrabal, se muestran 
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Nahuel Krauss
mo resume la formula te deseo aunque no lo sepa, a la que pue-
de oponérsele Te amo aunque no lo quieras. Correspondiéndo-
se ambas a las dos configuraciones del Otro que mencionamos 
párrafos atrás.
Dichas formulas son devenir de la función separadora de 
padre como función. Es necesario que la ley haya operado en la 
mujer que al lugar del Otro va a parar (llamémosla madre), para 
que a la cría humana pueda asomar un destino que no sea el de 
la locura. El “No reintegraras tu producto” y “No te acostaras 
con tu madre” significa por un lado “este lugar estará siempre 
desocupado”, por otro, “este lugar ya está ocupado”. 
Si la prohibición se hace necesaria, por más que nadie lo pro-
híba explícitamente, es porque está en la naturaleza del mito 
materno la tentativa de reintegrar el producto, siendo entonces 
la madre pasible de ser definida únicamente mediante la devo-
ración que la mantis pone en escena en la figura de la angus-
tia. Ante el enigma de su deseo y la fallida separación de este 
enigma,29 la anorexia es un posible recurso.
Vale la pena entonces preguntarnos, como lo hacen Granoff 
y Perrier en El problema de la perversión en la mujer, si las di-
ficultades de situar a la perversión en el sexo femenino no son 
compensadas por la existencia de la maternidad. En otros tér-
minos, el hijo puede estar al servicio de la denegación y funcio-
nar como fetiche, quedando este ante el otro en un estatuto ca-
daverizado, lejos de ser reconocido como “otro” en tanto tal Si 
claramente los efectos del lugar de “muñeca” de un hijo en el deseo de la 
madre, como la siguiente cita lo muestra claramente: “En mis primeros 
verdores estaba encaprichada con una muñeca, la cual andaba unos pasos 
tras darle cuerda. Un día pregunte porque no se movía sola, sin necesidad 
de accionar un mecanismo (…) Un día tendré una verdadera muñeca de 
carne y hueso”.
29. No nos referimos a una simple incógnita con este término. El enigma tiene 
como condiciones implicar al sujeto, y a su vez obligarlo a una respuesta 
que sea de vida o muerte.
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
no le depara un corrimiento de dicha posición, su destino se es-
clarece por sí solo. Ahora, en tanto en el mundo el sujeto entra 
como objeto del Otro, este atolladero será un momento a atra-
vesar de todo cachorro humano, y el punto donde el psicótico, 
el perverso y el neurótico, al menos por un instante, parecen 
sentarse en la misma mesa.
DoS ConFiguraCioneS Del otro
Ya nos es lo suficientemente conocido el parágrafo de La di-
rección de la cura en el que ofrece una importante articulación en-
tre la función del gran Otro y el fenómeno anoréxico. Citémoslo:
“(…) si el Otro, que a su vez tiene idea sobre sus necesidades, 
se entromete, y en lugar de lo que no tiene, atiborra con la pa-
pilla asfixiante de lo que tiene, es decir confunde sus cuidados 
con el don de su amor. Es el niño al que se alimenta con más 
amor, el que rechaza el alimentoy juega con su rechazo como 
con un deseo.” (Lacan, 1966: 608)
Por un lado, el Otro que da lo que no tiene, el que responde 
a la estructura del amor (dar lo que no se tiene), es el Otro ca-
paz de poner en juego la falta en su relación con el sujeto a ad-
venir. Por otro lado, el que responde desde el tener. El Otro de 
los cuidados es, en nuestra lectura, la forma de Lacan de referir-
se a aquel que reduce al infans a un ser de necesidad, imposible 
de privarse (dar nada) en la respuesta al llamado del niño. Se 
cancela así la transmisión del don que le daría al cachorro hu-
mano el empuje a la separación. La papilla asfixiante, ese “más 
amor”, aplasta la chance de que el infans, que entra como obje-
to, advenga sujeto del deseo.
Por el contrario, el amor en tanto “lo que no se tiene”, ya im-
plica un menos. Es desde el no tener que se instituye la relación 
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Nahuel Krauss
que hace al don de su amor al que Lacan se refiere en el extracto 
de La dirección de la cura citado anteriormente. Ahora, el “más 
de amor” desde permite pensar el cuadro clínico de la anore-
xia, o de las llamadas patologías de borde, trastornos narcisistas, 
etc. ¿Debemos tomar a la letra a quienes nos cuentan su sufri-
miento ubicando su causa como “falta de afecto”? ¡Si es de afec-
to de lo que enferma! Veremos más adelante como a este exce-
so de afecto le es inherente una cualidad diferente al amor pro-
piamente dicho. Es decir, no se trata sencillamente de diferen-
cias cuantitativas.30
Suele adjetivarse en psicoanálisis a cierto tipo de demanda 
como excesiva. Lo que estamos trabajando en torno a la noción 
de necesidad podemos ubicarlo del lado de esta última, no tanto 
por su estatuto de demanda sino por lo que a su carácter insa-
ciable le debe, exceso que desborda y asfixia asmáticamente31 al 
cuerpo, tal como lo trabajamos en el capítulo anterior. En efecto, 
¿no es el vómito bulímico la medida del exceso de esa demanda 
insaciable? Asimismo, este exceso, tiene su nombre específico.
eStrago
Remitámonos al diccionario para trabajar la noción de es-
trago: 1. Causar estrago, viciar, dañar; 2. Estropear el sentido 
30. Quizás sea esta diferencia entre cantidad y cualidad lo que explique que, 
siendo el “más de amor” lo que empuja al enloquecimiento, los autores 
que se encargaron de trabajar el fenómeno anoréxico afirmen que se 
demande amor, signos de presencia. Es decir, podríamos pensar que lo que 
la anoréxica demanda es cualidad y no cantidad. Desarrollaremos esto en 
el próximo capítulo.
31. Siendo precisos, el asma no reside en la imposibilidad de que el aire entre, 
sino en la retención en la que el aire inservible, el aire-nada, sea exhalado. 
No obstante, en una considerable cantidad de casos es posible situar las 
coordenadas en las que una importante exigencia recae sobre el asmático.
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
o la sensibilidad de algo por el abuso de sensaciones fuertes; 
3. Estropearse el estómago por excesos en la comida y en la 
bebida. Retomemos la pregunta realizada al principio del pre-
sente capítulo. ¿Qué es la madre? ¿No es la madre una mu-
jer en el lugar del gran Otro? ¿Hace falta remitirnos a la clí-
nica o a la teoría para dar cuenta del carácter insaciable que 
es inherente al goce de aquellas? Es necesario poner en re-
lación lo estragante del deseo materno con lo ilimitado del 
goce de las mujeres.
Colette Soler afirma en Lo que lacan dijo de las mujeres, que 
ahí donde los posfreudianos habían puesto a la madre del amor, 
de los cuidados, etc. Lacan vuelve a ubicarla en su lugar de mujer, 
la del padre. Y agrega, de modo provocador, que “el gran prin-
cipio moderno antisadiano, según el cual nadie tiene derecho a 
disponer del cuerpo del otro, encuentra eventualmente su tope 
en esta zona límite del cuidado materno; la primera humaniza-
ción del cuerpo está abierta a los excesos, a las trasgresiones que, 
antes de que entre en juego para el niño la diferencia de los se-
xos, está en una trampa ‘al servicio sexual de la madre’, en posi-
ción de fetiche y a veces de víctima” (Soler, 2007: 133). En efec-
to, es Lacan quien en Del trieb de Freud… afirma que “Freud nos 
revela que es gracias al Nombre-del-Padre como el hombre no 
permanece atado al servicio sexual de la madre, que la agresión 
contra el Padre está en el principio de la Ley y que la Ley está al 
servicio del deseo que ella instituye por la prohibición del in-
cesto” (Lacan, 1966: 831).
El estrago, relación del niño con su madre en tanto ésta lo 
toma a aquel por objeto al servicio sexual, no parece en abso-
luto reducirse a cierto tipo de madre anorexígena, sino que es 
la relación primitiva con la madre, inevitable en cualquier es-
tructura, lo que da al deseo materno su carácter excesivo. En-
tramos como objeto a la estructura, un objeto bien real respec-
to del cual la madre puede servirse posesivamente, desde el “te-
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Nahuel Krauss
ner”, sobrepasando los limites suficientes que los cuidados ma-
ternos requieren.32
Ahora bien, que la madre sea mujer implica que su deseo 
apunta a un más allá del niño, que no se reduce a este último.33 
La anorexia mental intenta ubicar este más allá que el Otro del 
tener que situamos en nuestro recorrido no puso en juego, ra-
zón por la que autores como Recalcati (1997) hablan de “padre 
débil”.34 Se trata entonces de un Otro en que todo encaja, que 
inhibe la posibilidad de que el niño sea tomado, no como obje-
to real al servicio sexual de su madre, sino como causa de deseo.35 
32. Es un observable cómo, en instituciones, hogares, habitados por jóvenes 
que fueron abandonados muy tempranamente, o adoptados por diferentes 
padres para ser devueltos nuevamente a instituciones, se constatan diversos 
comportamientos que claramente se pueden leer en el sentido de intentos 
de inscripción de una falta en el Otro. Sabemos que la anorexia es un 
ejemplo clásico de esto último, pero no deberíamos dejar de lado las fugas, 
o la cleptomanía. En ambos casos, es claro el intento de inscribir la falta.
33. En la clase del 21/1/75 del seminario RSI, Lacan escribe que “Un padre hace 
de una mujer, objeto a que causa su deseo... De lo que ella se ocupa, es de 
otros objetos a que son los hijos”. La ambigüedad de esta última expresión, 
es que el a no siempre funciona como causa deseo. El juicio salomónico 
muestra ambas caras del niño como objeto.
34. Para diferenciar de cualquier cuestión forclusiva respecto del nombre del 
padre, utiliza esa expresión que, a nuestro entender, debería significar la 
impotencia de este en relación a hacer de su mujer objeto causa de su deseo.
35. La relación de la anorexia con la posición de objeto ante un Otro de estas 
características se esclarece en este punto. Una madre, al “atiborrar con la 
papilla asfixiante” a su hijo, confiesa su relación a la falta. Va a ser en función 
de esta falta que se definirá la decisión de lo que al cachorro humano le 
vaya a gustar o no. Saciar la demanda materna, colmar la falta saciando el 
inmediato la demanda del Otro hará, en este caso, a la repugnancia respecto 
a la papilla, en tanto su cuerpo quedara equiparado al falo. Esta es la vía del 
incesto, desde donde puede leerse el estar “al servicio sexual de la madre”. 
En este sentido, la anorexia mental se defiende a su modo ante el incesto, 
por lo que debemos estar advertidos de que al verse conmovido el recurso 
anoréxico precipitadamente, su defensa puede ser puesta en crisis. Este 
recurso funciona de sostén o toma de distancia respecto al avasallamiento 
de un Otro cuyo empuje incestuoso empuja a la locura.
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
En el seminario 11, Lacan afirma que “el sujeto aprehende 
el deseo del Otro en lo que no encaja, en las fallas del discurso 
del Otro, y todos los “por qué” del niño no surgen de una avi-
dez por la razón de las cosas –más bien constituyen una puesta 
a prueba del adulto, un ¿por qué me dices eso?” (Lacan, 1964: 
222). Con el “¿Por qué me lo dices?”, elniño intenta captar al 
Otro como deseante. La falta misma, por la que duelamos solo 
a quien le hicimos falta, es el bien preciado que el niño inten-
ta aprehender en sus juegos de desaparición a través de la in-
terrogación sobre su lugar en el otro como objeto. ¿Puede per-
derme? Así, “el fantasma de su propia muerte, de su desapari-
ción, es el primer objeto que el sujeto tiene para poner en jue-
go en esta dialéctica y, en efecto lo hace”.
En El discreto encanto de la burguesía, de Buñuel, una familia 
se anoticia de que su hija ha desaparecido en la escuela. Cuan-
do van al colegio y recorren el aula con las autoridades del esta-
blecimiento en su desenfrenada búsqueda, no advierten que ella 
está sentada en el pupitre. En su escrito (inédito) “Notas sobre 
el objeto en psicoanálisis”, Carlos Quiroga afirma: 
“En estos casos se pone de manifiesto una manera dramáti-
ca que el Otro no resulta capturado como deseante o de otra 
manera dicha, el sujeto no le ‘hace falta’ al Otro. Una falla en 
el asentimiento36 es el modo que he encontrado para definir 
estos casos que luego de ser trabajados por el lenguaje se con-
vierten muy frecuentemente en personas excesivas en su bús-
queda de reconocimiento.”37
36. Massimo Recalcati (1997) utiliza la expresión “mueca del Otro”, para figurar 
este rechazo, así: “La mirada del Otro, reducida a una mueca, indica que el 
espejo de la anorexia no ha garantizado su función simbólica, o sea, la de 
permitir el reconocimiento del propio ser a través del Otro”.
37. El incesto, en efecto, no es “sexual” en sentido estricto. Casos en que una 
mujer sueña que tiene relaciones sexuales con su hijo podrían tentarnos 
a hacer una lectura a partir de la cual se deduzca una posición incestuosa 
de aquella con el último. No obstante, quien que tenga un sueño de ese 
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Nahuel Krauss
El “puede perderme” con el que neurótico se hace objeto a ex-
traviarse se sustenta en el fantasma de su propia muerte. El niño 
se fuga, se esconde, su madre lo busca, y atrapa de este modo 
el lugar de su existencia. Ahora, tanteando su propio estatuto 
como causa del deseo del Otro, causa su angustia.
El fantasma neurótico parece funcionar en la anorexia men-
tal, en especial en los casos más graves, como practica perversa 
(masoquismo al que debe su posición de objeto y la concomi-
tante angustia que produce) más que como fantasma. En efec-
to, la puesta en acto de su propia muerte difiere drásticamente 
de los juegos de escondite o el ejercicio de la fantasia.38 
Mostrar esa nada, ese vacío, es el desmesurado intento de he-
rir a un Otro que no pudo perderlo como objeto. La obscenidad 
del objeto encarna el último vestido de la anoréxica en su im-
posible separación del campo del Otro. He aquí, el núcleo me-
lancólico del fenómeno.39
estilo, ¿No estaría reconociendo a su hijo como otro, más allá del carácter 
impactante que dicho sueño pueda producirnos? El incesto queda en este 
sentido demostrado, no tanto por lo sexual de la relación de una madre 
y su hijo, sino por el “uno” que hacen ambos. Una mujer que busque a su 
hijo teniéndolo en brazos, o la escena de la citada película de Buñuel son 
ejemplos más precisos que lo que un sueño erótico, por más impactante 
que sea, puede enseñarnos.
38. En su trabajo sobre “El empleo fundamental de las fantasías”, Gabriel 
Lombardi afirma, en relación a la función de las fantasías, que: “La fantasía 
sostiene el hecho curioso típico de las neurosis; que la demanda admite un 
empleo metafórico, que es la base de su inhibición, empleo por el que la 
demanda no sería una exigencia pulsional, sino demanda de amor, demanda 
de reconocimiento, permiso o prohibición –algo que ya nada tiene que ver 
con lo pulsional–. Cuando la fantasía falta, la función del intervalo fracasa, 
y reconocemos esa falta tanto en el síntoma de la psicosis como en ciertos 
síntomas a los que llamamos psicosomáticos”.
39. Más precisamente, para evitar abstracciones que no digan nada por decir 
tanto, el fenómeno muestra la forma más cruda del objeto como resto, a 
saber, el cadáver, o aún más, el cadáver que él es en el deseo del Otro.
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
El acting-out es la última alternativa ante la sordera que re-
cibe invertidamente. La falla en el asentimiento empuja al su-
jeto a su desmesurado intento de restituir en el Otro la ausen-
cia que hace a su posible existencia y lugar de origen. La ano-
réxico-bulímica, encarna la obscenidad, lo que fuera de escena 
(Ob-scenus) habría de quedar, y muestra al Otro el resto al que 
nunca dio lugar al no poner en juego su división. O mejor, ella 
“es”, identificación mediante, ese resto. El acting-out escapa, en-
tonces, a la división subjetiva inherente al síntoma y la angus-
tia que ella conlleva. Continuemos con una referencia de Car-
los Quiroga, del trabajo anteriormente citado:
“El Otro me puede perder y por ello también yo puedo no ser el 
mismo. La pérdida ya no se trata de la pérdida del objeto freu-
diano, sino que el Otro soporte perderlo. Esta operación Lacan 
la llama separación. Es un modo de entender el amor. El amor 
que se diferencia de la réplica narcisista, es el amor como falta.” 
Comentábamos más atrás la novela de Fernando Arrabal La 
virgen roja. Ahí donde la hija, en su adultez, decide abordar su 
propio destino yéndose a estudiar lejos de su casa y tomando 
ella misma las riendas de su existencia, la madre no duda en dis-
pararle cuatro veces mientras duerme. En efecto, la quiere tan-
to, que la quiere muerta. 
En ese “no poder perder” a su “muñeca”, esta existe como in-
signia de su omnipotencia más que como testimonio de su falta. 
Por eso mimo Lacan dice que la anoréxica comiendo nada pone 
límites a su omnipotencia. La madre, su papel, es deseo loco, ca-
prichoso, ausencia y presencia, pero, su ausencia no deviene per-
dida, y –en palabras de Quiroga– “sin la pérdida, que funda la 
falta retroactivamente es la angustia la que dominará la subje-
tividad en tanto que la falta, faltará. (…) Si la pérdida es causa 
de la falta entonces es condición que el Otro me pueda perder 
para que me constituya como sujeto deseante”.
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Nahuel Krauss
El agujero, por no hacerse pérdida, no deviene falta. La ano-
rexia en este sentido no apunta a ser más que el mortífero in-
tento de que aquella se inscriba. Se trata entonces de la puesta 
en función de un duelo en el Otro. Y agreguemos, un duelo no 
realizado en una generación previa. 
el narCiSiSmo Primario o la herenCia De un Duelo
Borges decía que moriría el día que muera el último que 
recuerde su nombre. Nuestra existencia trasciende la existen-
cia física de nuestro cuerpo. Asimismo, en otra de sus frases 
afirmaba haber dejado de ser estanciero hace tres generacio-
nes, por lo que también debemos suponer una existencia pre-
via a nuestro nacimiento. Como afirma G. Pommier en “¿Qué 
es lo real?”, no provenimos tanto del mono como del deseo de 
nuestros padres.
El “narcisismo primario” en Freud (lo “primario” en general), 
es siempre eje de malentendidos en la trasmisión del psicoanáli-
sis. Y al haber malentendidos, la lectura es una elección forzada. 
En su libro La función del falo en la locura (1980), Cabas critica la 
extendida idea de que el narcisismo refiere al amor a sí mismo:
“Antes del ‘amor al yo’ hay otra escena en la que ‘el Otro ama 
al individuo’. No deberíamos olvidar tan fácilmente que al es-
tudiar el narcisismo primario, Freud se encuentra con el nar-
cisismo de los padres funcionando como su causa (…). ‘His 
majesty the baby’ deberá realizar los deseos incumplidos de 
sus progenitores. El punto más espinoso del sistema narcisis-
ta, la inmortalidad del yo, tan duramente negada por la reali-
dad, conquista su afirmación refugiándose en el niño. El amor 
parental tan conmovedor y tan infantil en el fondo, no es más 
que una resurrección del narcisismo de los padres.” 
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
Antes de amarnos, somos amados desde el “(me) amo” de los 
otros.Se nos hace necesario pensar a la necesariedad del duelo 
de los padres (“en” los padres), respecto a su narcisismo, para 
que surja el lugar donde el sujeto va a ser alojado. De ahí en más, 
seremos el astronauta, el profesional, el artista, que nuestros pa-
dres no fueron, y es notable en la clínica el peso que en ciertos 
sujetos recae por la imposibilidad de los padres de resignar su 
narcisismo. El deseo muerto en una generación anterior pue-
de volverse una exigencia mortífera que aplasta a un sujeto que 
no sabe qué hacer con “ello”:40
“Ella (la madre) habla, puesto que ello habla. Y cuando ella 
habla predica simbólicamente en el hijo una serie de enuncia-
dos que lo introducirán al lugar de sujeto. Es que la madre, en 
tanto sujeto, es sujeto de una estructura de términos que –por 
lo bajo– incluye al deseo y al nombre del padre. Esta estruc-
tura deseante y metafórica que habla por la boca de la madre, 
es lo que también llamamos: el ello. El ello habla por boca de 
ella (…) Y cuando ello hable, el niño escuchara eso que Otro 
dice. Le será vital oírlo, pues así ingresara en un mundo don-
de le espera un lugar de sujeto. El repudio (verwerfung) de esa 
palabra es trágico, porque lo dejara loco.”
Lo importante, en suma, es que el niño tenga “un lugar li-
bidinal en la familia” (Cabas, 1980). Nos encontramos nue-
vamente con la libidinización como efecto del significado. En 
capítulos anteriores vimos como la energía sexual imposibili-
tada de traducirse, de adherirse a un grupo de representacio-
nes psíquicas, no permitía la traducción de lo somático en li-
bido, y como la deslibidinización de una función reducía la 
40. ¿No nos estamos encontrando entonces con la más desmedida exigencia 
superyoica? ¿Podemos apoyarnos en Cabas, y a su inversa, decir que así 
como el narcisismo primario del sujeto es el resignado por los padres, el 
superyó como empuje al goce toma su fuerza del narcisismo no resignado 
por aquellos? Un duelo imposible parece determinar su intensidad. 
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Nahuel Krauss
acción a la necesidad. Esta operación de traducción efectua-
da, retorna ahora en tanto el lugar del sujeto es el del deseo 
en el Otro, “y claro está que este Otro supone el ejercicio de 
la pre-sencia de lo que hemos dado en llamar función mater-
na” (Cabas, 1980: 29).
“Pre-sencia”. No se trata simplemente de una presencia en 
el sentido de estar presente físicamente, sino de la presencia de 
un deseo previo que cimiente a la cría humana un lugar en el 
mundo, por lo que la presencia de la madre no necesariamente 
implica su pre-sencia. Tomando las palabras de Spitz: “nada ex-
cluye la posibilidad de una madre que, hasta estando presente, 
prive a su hijo del suministro emocional normal”. Nuestra tesis 
dice que fallas en la función de la pre-sencia reducirían al infans 
al estado de necesidad, por lo que proseguiremos con nuestro 
desarrollo en este sentido.
la FunCión materna
La maternidad puede ser pensada, siguiendo a Cabas, como 
respuesta ante la castración: “La castración es determinante des-
de que la maternidad es la respuesta que la mujer le antepone”. 
El destino que depara a la vida de quien vivió gracias al amor 
que aquel Otro puso en función, difiere radicalmente del que 
espera a quien no llego a librarse de una satisfacción al servicio 
sexual de la madre.41 Alguien vive, pero lo quieren muerto. En-
tiéndase, “Vivirás por mí, gracias a mí, y… para mí”.
41. Vocación y obligación. Las dos vertientes del Ideal se nos presentan en esta 
disyuntiva. El amor condiciona la apropiación del deseo del Otro, donde sus 
aspiraciones resignadas puedan devenir vocación. Por el contrario, puede 
deducirse de un rechazo a la puesta en juego de este amor la desmedida 
exigencia por la que el deseo de una generación previa aplasta al sujeto ahí 
donde lo permitido se vuelve obligatorio. ¿No posee la palabra “aspiración” un 
doble sentido que explica esta disyuntiva? En otros términos, la aspiración 
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
Si retomamos a Granoff y Perrier, anteriormente citados, 
podemos acentuar que si el niño “siendo un objeto real, se con-
vierte en pantalla sobre la cual se proyecta la falta que afecta a la 
madre más allá de su objeto de amor, será el objeto de una re-
lación perversa de tipo análogo”.
Entonces el niño, al servicio sexual de la madre, como objeto 
real será una parte del objeto de amor:42 “sobre este objeto recae-
rá la pulsión, en este caso pulsión perversa de estilo oral, anal, 
cuyo tinte sádico no habrá que descuidar”. El hijo será efecto de 
la defecación, objeto de la devoración, etc. No obstante, es ne-
cesario subrayar una aclaración de los autores, según la cual se-
ría raro “que una relación de madre a hijo no participe siquie-
ra sea en algo de estos tipos de relación”. 
Si retomamos ahora el movimiento que lleva de la necesidad 
al deseo, podemos plantear la incidencia de dos funciones cuyo 
efecto debemos diferenciar. El llanto del niño no dice nada, es 
pura reacción a un estímulo endógeno que desequilibra la fuen-
te. No obstante, en presencia de la madre dicho grito deviene 
llamado. Esto ya lo tratamos en capítulos anteriores. Agregue-
mos entonces que por “función materna” es posible entender 
la función que una mujer asume al “responder a un pedido for-
mulado por ella misma” (Cabas, 1980). Las necesidades, el cuer-
po mismo, comienzan a ser, como si del trabajo de un artesano 
se tratase, modelados por los mensajes de la madre.
Esto último supone un código. En el código el sujeto existe 
antes de nacer, el código mismo es el deseo materno, y la ma-
dre toma el valor de un sistema con el que el infans está en re-
puede ser la de un ideal a realizar deviniendo vocación, o, literalmente, algo 
que “aspire” al sujeto anulando su mínimo grado de libertad respecto lo 
que de él se espera. 
42. Recordemos aquí la frase de Lacan según la cual “la pulsión se dirige al 
objeto real como parte del objeto simbólico”.
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Nahuel Krauss
lación directa,43 y del cual depende el destino, es decir, sus de-
terminismos.
El pasaje de la necesidad a la demanda depende de esta “fun-
ción materna”, ya que la madre es aquello que, traduciendo un 
alarido, da a la necesidad su estructura significante. El fracaso 
de dicha función se esclarece por sí solo. En consecuencia, “la 
razón de la locura hemos de encontrarla, pues, en la lógica que 
rige ese pasaje (a saber: el deseo del Otro); se dirá entonces que 
basta que este deseo no trasponga nada como para que el niño 
quede en situación de necesidad, esto es, permanezca inaltera-
do” (Cabas, 1980).44 Subrayemos: situación de necesidad, que se 
entiende no solo como un momento (al menos transitorio) de 
cualquier ser viviente, sino como un sitio (situs-us: situación, em-
plazamiento), un territorio donde la animalidad como nombre 
de lo viviente impone el régimen del exceso.
Como al abordar la cuestión de la psicosomática, el prin-
cipal obstáculo en los casos de anorexia-bulimia (en los que 
los efectos psicosomáticos, como la amenorrea, no están au-
sentes) es justamente la ausencia de división subjetiva. Ubi-
car estas coordenadas por más sutiles que sean, dando lugar al 
dispositivo analítico, ya implicaría un avance posible en cual-
quier tratamiento. 
En el seminario 6, Lacan afirma que “la madre no es sólo 
la que da el seno, también es la que da la marca de la articu-
lación significante...” (clase del 19/11/58). Lo que nos permi-
te poner en relación el fenómeno anoréxico con que ha sido 
abordado en el capítulo anterior. La imposibilidad de articu-
lación significante, que trabajamos en términos de holofrase, 
43. Definamos de este modo a “la madre”. Sistema, código, conjunto de 
significantes que determinan un lugar.
44. ¿Sera la función materna lo que debemos situar en el pasaje de la necesidad 
a la demanda, así como la función paterna separa al niño de la demanda 
y el amor (alienación), y lo empuja al campo del deseo (separación) y la 
exogamia?
77
Hambre yamor. el objeto de la necesidad
y que puede ser pensado como modo lingüístico de pensar la 
noción de necesidad, no debemos obviarla al tratar el fenó-
meno anoréxico. 
Es constatable la inclinación al monólogo en las anorexias, 
en términos de Recalcati, la “inclinación holofrásica del discur-
so” (Recalcati, 1997: 178). En efecto, la holofrase de la cual La-
can se sirve en el seminario 11 para explicar el fenómeno psico-
somático, también, aclara, vale para “toda una serie de casos”.
La holofrase puede entenderse como el resultado de una 
frágil modalidad de lazo al Otro, y no debemos descuidar 
este asunto. En este sentido, Recalcati afirma que en este tipo 
de fenómenos clínicos “el sujeto está vinculado ‘holofrasica-
mente’ al Otro (…) en vez del síntoma y su valor metafórico 
encontramos la dependencia de la sustancia (bulimia, toxico-
manías) o una identificación idealizante que carece de dialéc-
tica, absoluta, narcisística, mortífera (anorexia)” (Recalcati, 
1997: 178). Ambos fenómenos, son modos de relación del su-
jeto con el Otro, ya se de aquel hacia este último o a su inver-
sa. Y podemos incluso situar en las anorexias un rechazo ra-
dical de la excesiva demanda del Otro, a diferencia de las psi-
cosomáticas, donde lo que parece prevalecer es la estresante 
sobreadaptación a aquella.
Por otro lado, la ausencia de la división se evidencia en la au-
sencia del carácter enigmático que el padecer conlleva. Es válido 
preguntarse si no es la preeminencia de mecanismos forclusivos 
lo que hace prevalecer la certeza al enigma en estos fenómenos.
La madre winnicottiana, suficientemente buena, sabía ofre-
cer al niño, mediante el objeto transicional, las herramientas 
necesarias para la separación. El fracaso de este objeto deja al 
niño sin recursos ante su dependencia del gran Otro.45 Es en-
tonces en una relación aplastada por la certeza, por la evitación 
45. Podemos pensar en las desmedidas exigencias de reconocimiento de 
algunos pacientes, o hasta en su exagerada amabilidad. 
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Nahuel Krauss
de la puesta en juego del enigma del deseo del Otro, por las fal-
las en las traducciones necesarias que hacen a la transición de 
la necesidad en demanda, donde ubicamos la relevancia par-
ticular de la figura materna como estrago, y el consecuente 
efecto intrusivo de la necesidad como nombre del goce en lo 
real del cuerpo.
Finalizando, es en esta interrupción del pasaje de la 
necesidad a la demanda donde podemos ubicar la serie de 
fenómenos que se desprenden de la noción de necesidad que 
planteamos como hipótesis del presente trabajo. No podem-
os calificar a esta última de puramente animal. No obstan-
te, si dejásemos lo animal de lado descuidaríamos el interés 
principal de nuestro trabajo. Para cerrar la pregunta formu-
lada al principio del presente capítulo, recordemos que fue 
al tratar lo animal en lo humano donde intentamos pensar el 
territorio límite al que la noción de necesidad nos fue llevan-
do, a saber, el espacio de transición mismo donde se produce 
la tensión entre el hambre y el amor.

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