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La_Literatura_Infantil_inabarcable

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La Literatura Infantil, inabarcable 
Juan Cervera 
Il. anónima para Antología de la Literatura Infantil Española I, de Carmen Bravo Villasante 
(Madrid: Escuela Española, 1979, portada). 
La Literatura Infantil es un hecho cultural y como tal es un hecho complejo que está 
expuesto, como otros de su naturaleza, a las consecuencias de la hipertrofia y de la atrofia. 
Si el crecimiento actual de la Literatura Infantil está rozando los límites de la hipertrofia, no 
cabe la menor duda de que el desarrollo de su estudio-crítica-divulgación padece una 
situación calificable como atrofia, o tal vez mejor, como hipotrofia, dándole a este 
neologismo el significado de crecimiento insuficiente respecto al otro. El autor cubano Joel 
Franz Rosell dice muy suavemente que la crítica de la Literatura Infantil no ha crecido a la 
par que ésta. Es lógico, son dos hechos distintos sometidos a condicionamientos y 
parámetros distintos. Con la particularidad de que la crítica de la Literatura Infantil no se 
escribe para los verdaderos lectores de la Lectura Infantil, los niños, sino para sus obligados 
mediadores, todos adultos. Éste puede ser el principio de su desequilibrio. (Amigos del 
Libro, n.º 29, julio-setiembre de 1995, pp. 27-29). 
La crítica y el estudio de la Literatura Infantil se desarrollan, sin duda, pero no en la 
medida necesaria para poder abarcar el auge de las publicaciones de los libros de lectura. 
En este sentido el desfase es absolutamente inevitable y variado. En consecuencia las 
opiniones que se emitan sobre obras y autores adolecerán, en su conjunto, de falta de 
perspectivas. Pero hay más, mientras esta escasa e insignificante crítica no llegue al gran 
público, donde se encuentran la mayoría de los mediadores, y quede reducida al ámbito de 
cenáculos aislados, no tendrá absolutamente ninguna incidencia sobre la marcha de la 
Literatura Infantil y Juvenil. Servirá de consolación y desahogo para sus autores, mientras 
los responsables del crecimiento de la Literatura Infantil y Juvenil, seguirán ignorándola 
olímpicamente y procediendo como si no existiera. 
 
El desequilibrio que no cesa 
Al estudiar los contactos del niño con la Literatura Infantil (Cervera, J., 1991: 68) se 
propone que éstos sean equilibrados entre los distintos géneros. Es decir, que estos 
contactos beneficien no sólo a la narrativa, sino también al teatro y a la poesía, por lo 
menos. Dejamos más libres de la recomendación manifestaciones como el tebeo o la 
televisión, asimilables a la literatura, por pensar que los contactos con estas modalidades 
caen en gran parte fuera del ámbito escolar, y además por creer que el niño accede a ellas 
motu proprio sin necesidad de la intervención de los mediadores. 
Pero lo cierto es que los contactos cuidados y fomentados en la escuela, en la práctica, 
se limitan a la narrativa a través de la lectura. Prueba irrebatible de ello es que apenas se 
publican libros de poesía y de teatro para niños. Ni siquiera la dramatización, práctica 
escolar más alabada que conocida y realizada, tiene mucha cabida en la escuela. Y conste 
que cuando se recomienda la dramatización no se pretende colarla como sucedáneo del 
teatro. Al contrario, tiene que ser estímulo y aperitivo para la práctica del teatro por los 
escolares. Al hablar de la indigencia del teatro, se apunta al Teatro Infantil representado por 
y para niños, dos facetas distintas, que difícilmente puede llegar a transformarse en realidad 
si no existen textos publicados. 
La desigual difusión entre la narrativa y los otros géneros puede llevar a una reducción 
del concepto de Literatura Infantil, forzosamente más amplio. La ampliación de los 
contactos de los niños hacia los géneros más desfavorecidos debería ser objeto de la 
formación didáctica del profesorado responsable. 
La presencia en el mercado de algunos libros de Teatro Infantil destinados a su lectura 
más que a su representación puede aceptarse como estímulo para volver a la práctica de 
la representación, pero no como solución definitiva. Por este camino los autores dramáticos 
para niños pueden perder capacidades para escribir teatro, cuyos textos sólo en la puesta 
en escena adquieren su plenitud literaria y artística. 
 
El corpus de la Literatura Infantil 
El profesor de Literatura en general, por ejemplo de Literatura española, cuenta para 
su trabajo con un corpus establecido desde hace mucho tiempo. Existe una Literatura 
española, suficientemente decantada en su valoración histórica y artística. Todo ello se 
traduce, en síntesis, en infinidad de manuales para distintos niveles y con distintos 
objetivos. A este acervo de siglos que es la Literatura española, se van añadiendo cada 
año más obras y más autores, que encajan perfectamente en las clasificaciones hechas 
con anterioridad, que así aumentan y enriquecen el corpus y que se integrarán en él con el 
paso del tiempo, previa selección natural. Esto, más que sencillo, obvio, es difícil que 
suceda por ahora con la Literatura Infantil. De repente habría que establecer un corpus sin 
la suficiente base histórico-crítica. Y la urgencia de realizar esta labor crece con el aumento 
constante de las publicaciones que se suman indiscriminadamente cada año al acervo 
incontrolado preexistente. 
Por otra parte, el estudioso de la Literatura Infantil se tropieza con otras dificultades. El 
estudio de la Literatura en general se ve facilitado por la existencia de colecciones 
establecidas, cuya presencia, si no en el mercado, sí en las bibliotecas, posibilita su 
consulta y cotejo. Es más, de todas las obras importantes existen ediciones críticas, con 
introducciones y notas, como existen numerosos estudios monográficos, así como 
valoraciones y comentarios en manuales y en obras más extensas. 
De la Literatura Infantil no se puede decir lo mismo. Así como nadie tiene dificultades 
insuperables para encontrar una buena edición del Arcipreste de Hita, o de una obra de 
Lope de Vega, no cabe pensar lo mismo sobre una obra de creación de Literatura Infantil 
de sólo hace treinta años que haya tenido poca o mediana difusión. Y no digamos ya de 
obritas significativas, por ejemplo del siglo pasado, que tengan alguna relevancia histórica 
en el proceso de desarrollo. 
En el caso de que algunas de éstas se conserven, por ejemplo en la Biblioteca 
Nacional, se asegura su existencia y, por tanto, su posibilidad de consulta, pero no su 
conocimiento previo indispensable para sentir la necesidad de consultarla. En un campo 
tan desconocido y desorganizado como el de la Literatura Infantil, por simple que parezca 
el planteamiento anterior, tiene su importancia. Se hace así realidad el proverbio latino 
escolástico «nihil volitum nisi praecognitum». No se puede desear nada cuya existencia se 
desconozca. 
De todo esto se desprende que la formación del corpus de Literatura Infantil es una 
aspiración, pero no una realidad que pueda servir de guía para el trabajo. Antes que 
utilizarlo, habrá que crearlo. 
 
Etapas en el conocimiento de la Literatura Infantil 
Cualquier proceso cultural pide tiempo para su desarrollo. El conocimiento y valoración 
de la Literatura Infantil, como proceso, pasa por varias etapas. Establecidas 
aproximadamente, se puede concluir que ahora mismo se encuentra sumido en alguna de 
ellas. 
 
Il. anónima para Antología de la Literatura Infantil Española II, de Carmen Bravo Villasante 
(Madrid: Escuela Española, 1979, portada). 
Las etapas respecto a su encuentro y aceptación, respecto a su valoración como hecho 
cultural, como presencia en la sociedad, como objeto de estudio e investigación, respecto 
a su difusión provocada, respecto a su enseñanza, globalmente pueden centrarse en su 
conocimiento. Así se establece una reflexión única, que, aunque esquemática, no elimina 
matices ni particularidades, pero que permite encararse al proceso, siempre positivo y con 
notable tendencia a mejorar.Cabe hablar en principio de tres etapas desiguales en duración y en objetivos: 
-La primera, que supone el descubrimiento de la Literatura Infantil como realidad e 
incluso su reconocimiento como literatura. 
-La segunda, que implica el empeño de su difusión, a poder ser masiva. 
-La tercera, que impone su estudio crítico, como el resto de la literatura. 
Ni la delimitación de estas fases se puede establecer cronológicamente, ni puede 
decirse que las fases estén totalmente cerradas ni superadas. Es indudable que en algún 
momento, a partir de la literatura de tradición oral o la escrita no necesariamente para niños, 
se construyó lo que luego hemos llamado literatura ganada por o para los niños (Cervera, 
J., 1991: 18). Esta designación no supone que la realidad designada, es decir los «textos» 
correspondientes, fueran reconocidos en su momento como literatura. Lo más probable es 
que simplemente se vieran como instrumentos de juego y de entretenimiento para los niños. 
¿Hay conciencia general, por ejemplo, de que las versiones de cuentos tradicionales 
hechas por Perrault, Grimm o Andersen haya que verlas realmente como literatura? Todos 
sabemos que aunque sus autores crean estar ante productos literarios, este sello no se les 
reconoce hasta que alguien -los lectores o sus mediadores, en este caso; la sociedad en 
general- los acepte como tal. 
Ciertamente, en el devenir histórico nos encontramos con reconocimientos que se 
inclinan por esta valoración. Benavente, por ejemplo, tomó conciencia de que el teatro para 
niños podía ser literatura. Y con él Valle-Inclán, Eduardo Marquina y otros, en el 
experimento dramático que llevaron a cabo en 1909. Pero esta actitud, como otras que 
podrían citarse, no garantiza que, a partir de este momento, lo que luego hemos llamado 
Literatura Infantil fuera aceptado como tal por el conjunto de la sociedad. 
Tampoco puede precisarse en qué momento aparece el empeño de difundirla. 
Ciertamente, desde el momento en que empieza a haber Literatura Infantil escrita, de un 
modo o de otro empieza la promoción de su difusión. Aunque nadie negará que, al principio, 
su difusión alcanzaba a pocos niños, casi a unos privilegiados. 
La toma de conciencia sobre la Literatura Infantil se suele fijar en el período que sigue 
a la Segunda Guerra Mundial en que los maestros, en plena revisión del concepto de 
escuela, deciden incorporarla a las tareas educativas (Jan, I, 1984: 157). 
Es un intento de difusión más amplia que pudo ir acompañado por la crítica. Los 
maestros no pueden ser unos mediadores cualesquiera que se limiten a su difusión. 
Aunque, justo es decirlo, el empeño difusor de los docentes pronto se vería desbordado por 
el empuje y acción de las editoriales. La animación a la lectura y los encuentros con los 
autores figurarán entre sus métodos empleados. Son procedimientos que no participan de 
la crítica, lo que se justifica fácilmente si se tiene en cuenta que se dirigen a los niños. 
 
Crítica e historia 
Los intentos de crear un corpus de Literatura Infantil desde el punto de vista histórico, 
sin duda suponen una primera aproximación crítica de carácter general. La intención de 
historiar siempre supone selección y clasificación. A veces, también valoración. 
Respecto a la Literatura Infantil española, desde antes de los años cincuenta nos 
encontramos con tentativas de orientación sobre lecturas infantiles y juveniles que suponen 
la elaboración, en fichas, de unos incipientes catálogos críticos desde supuestos morales. 
Aquí hay que situar la labor del «Gabinete de Lectura de Santa Teresa de Jesús». No puede 
decirse que fuera su deseo crear el corpus histórico que aparecerá luego esbozado de la 
mano de Carolina Toral Peñaranda Literatura Infantil española (Apuntes para su historia) -
Coculsa, 1957- y de la mano de Carmen Bravo-Villasante: Historia de la literatura infantil 
española, cuyo prólogo a la primera edición fecha la autora en mayo de 1957. 
El trabajo de Carolina Toral no supera el catálogo en el que se ordena todo el material 
que, a juicio de la autora, puede considerarse Literatura Infantil, con indicación de ediciones, 
versiones, adaptaciones y otras variaciones. Como es de esperar no alcanza el nivel crítico 
y tuvo escasa difusión. En el trabajo de Carmen Bravo-Villasante, durante muchos años 
único libro de consulta en la materia, se esbozan más claramente las líneas generales de 
la evolución histórica y la decidida argumentación en defensa de la existencia de la 
Literatura Infantil. 
En ambos casos, no obstante, falla el planteamiento en torno a los orígenes de la 
Literatura Infantil propiamente tal. A la vez que flaquea, en consecuencia, el intento de 
establecer su desarrollo paralelamente a la literatura de adultos y a su costa, incluyendo 
además producciones exclusivamente didácticas, como pueden ser las cartillas escolares, 
las obras dedicadas a algún niño y la literatura religiosa. 
Hay que reconocer que en estos casos y otros de menor entidad el propósito divulgador 
pasa por delante de la intención investigadora. Tal vez son pasos sucesivos por los que hay 
que discurrir. Por eso habrá de esperar a mediados de los años setenta y principios de los 
ochenta para que el espíritu crítico, fruto de la intención investigadora, haga su aparición 
paladinamente. 
Así, en 1982, aparece la Historia crítica del teatro infantil español, (Editora Nacional), 
de Juan Cervera. Procede de la tesis doctoral del autor defendida en 1976, trabajo que fue 
recompensado no sólo por el máximo galardón académico, sino también por el Premio 
Nacional de Literatura Infantil, modalidad Investigación, en 1980. El corpus que se abarca 
en este trabajo se limita al Teatro Infantil, pero las aportaciones de rigor y exhaustividad; el 
empeño de señalar y diferenciar entre manifestaciones populares y cultas; el afán de 
establecer claramente los orígenes del Teatro Infantil, para lo que hay que distinguir entre 
la presencia del niño en el Teatro y lo que es ya propiamente Teatro infantil; el estudio crítico 
de los textos más significativos, etc...., creemos que marcan un nuevo estilo de valorar la 
Literatura Infantil, porque se le imprime el sello del estudio universitario. 
Teatro español del siglo XX para la infancia y la juventud, de Elisa Fernández Cambria, 
(Escuela Española, 1987). Es un trabajo limitado que pone el acento en quince autores que 
han producido Teatro Infantil en España, desde Benavente a Alonso de Santos. La intención 
de la autora tal vez sea centrar el Teatro Infantil en «dramaturgos de primera fila». Pero la 
verdad es que produce desconcierto y acusa falta de consulta de alguna obra clave para 
alcanzar el concepto de Teatro Infantil. 
Jaime García Padrino publica en 1992 Libros y literatura para niños en la España 
Contemporánea, (Fundación Germán Sánchez Ruipérez). En realidad es una historia de la 
Literatura Infantil desde 1885 hasta el momento de su edición. Aunque no se trate de una 
historia completa, sí que supone una aportación significativa y muy valiosa a ese corpus 
histórico-crítico que sigue sin aparecer y que, probablemente, se conseguirá mediante la 
suma de diversas obras, entre las que ésta ha de ser sumando. La investigación, el 
hallazgo, la crítica, y, a veces, el reportaje aparecen en sus páginas. Pero todo ello es 
estimable y necesario en la situación que vive la Literatura Infantil española. 
En prensa se encuentra un monográfico de la revista El Gnomo (n.º 5, 1996, Zaragoza) 
que alberga en sus páginas artículos sobre la situación de la literatura para niños en el siglo 
pasado escritos por Antonio Mendoza y Gabriel Núñez. 
 
Función de la Universidad 
La Universidad es el ámbito donde germinan y se desarrollan muchas ideas. En este 
caso, además, la Universidad tiene la especial responsabilidad de formar al profesorado de 
los niveles docentes inferiores, los que tendrán que programar loscontactos de los niños y 
adolescentes con la literatura. 
De momento la Universidad cumple esta función, por lo menos parcialmente, desde 
hace tiempo, al responder de la formación de los profesores de Educación Infantil y Primaria 
a través de las Escuelas Universitarias de Formación del Profesorado o de las Facultades 
de Educación allí donde las primeras se hallen integradas en éstas. 
A quien corresponda la formación del profesorado de Secundaria Obligatoria le 
corresponderá lógicamente su iniciación en la Literatura Juvenil, ya que este nivel educativo 
es el receptor natural de la Literatura Juvenil. Por lo menos estas líneas y parcelas deberían 
quedar claras. Y conviene destacar que si, por lo que respecta a la Literatura Infantil y la 
Educación Infantil y Primaria, estas funciones se cumplen, por lo menos en parte, de 
momento y en general no parece que en los planes de formación del profesorado de ESO 
haya previsiones especiales para su formación específica en Literatura Juvenil. 
A la Universidad le corresponde también coordinar y fomentar la investigación sobre 
Literatura Infantil, única fórmula para hacerla más abarcable. La Universidad esto lo cuida 
a través de sus cátedras especiales de Literatura Infantil, mediante la creación de líneas de 
doctorado en las que figuran créditos de Literatura Infantil, y mediante la elaboración de 
teoría de la Literatura Infantil difundida a través de libros y revistas. 
Como medida que aceleraría el progreso emprendido cabe señalar la necesidad de 
ampliar el estudio de Literatura Infantil en la carrera de Magisterio a todos los futuros 
maestros de Primaria, mediante la creación de la asignatura troncal correspondiente. Ahora 
sólo la cursan obligatoriamente los alumnos de la especialidad de Educación Infantil. Es 
decir, para los niños de 3 a 6 años. Es justo extenderla a todos los maestros de Primaria, 
ya que sus futuros alumnos, de 6 a 12 años, también son niños. El aumento de profesores 
universitarios comprometidos en esta labor haría progresar su estudio, su crítica y su 
investigación. 
Ciertamente, en los planes de estudio del Bachillerato se ha reducido el estudio de la 
Literatura, así como el de otras materias relacionadas con las Humanidades. No obstante, 
ahora, la presencia de la Literatura Infantil es más intensa que nunca, tanto en la escuela 
como en la sociedad. Es lógico que su estudio se cuide y se potencie. Será una forma de 
paliar el déficit de literatura a que se ha sometido el currículo en su conjunto. 
De cualquier modo, el aumento y diversificación del estudio de la Literatura en 
cualquiera de los tramos del currículo siempre aporta beneficios para la propia Literatura. 
La diversificación de los tramos de acuerdo con las edades de los alumnos acarrea 
necesariamente la especialización en los mismos tramos, lo que implica una forma muy 
positiva de profundizar en su estudio y de extenderlo. 
 
¿La tertulia como solución? 
La insuficiencia de la Universidad debe subsanarse mediante la aportación personal, y 
mejor aún por la suma conjunta de los esfuerzos individuales. Lo improductivo es el 
aislamiento, el desconocimiento de los esfuerzos sobre el mismo campo. 
 
Il. anónima para Antología de la Literatura Infantil Española III, de Carmen Bravo 
Villasante (Madrid: Escuela Española, 1979, portada). 
Uno, como profesor de Literatura, en este caso de Literatura Infantil, siempre tiene 
presente aquello de que una buena clase de Literatura ha de ser una tertulia de buenos 
lectores. Lo cual no siempre resulta sencillo, pero como testimonio personal debo decir que 
vale la pena intentarlo. No sólo es una fórmula útil para enriquecerse mutuamente, sino que 
es una fórmula fácil para que entre todos se lleguen a descubrir aspectos a los que cada 
uno, por separado, difícilmente alcanza. Si son muchos los que buscan, se consigue mucha 
más información. Y, lo que es más importante, es un procedimiento altamente motivador. 
La tertulia de Literatura Infantil, como tal tertulia, existe. Por lo menos uno sabe de una: 
unos amigos que en Madrid se reúnen el último lunes de cada mes. Son personas inquietas 
por la Literatura Infantil. Todos juntos intercambian ideas y noticias y «conspiran» a favor 
de la Literatura Infantil. Un revoltijo de profesores, escritores, directores de colecciones, la 
verdad es que puede dar mucho de sí. Lástima que no hagan como en las tertulias de la 
radio -¡amigos, os brindo la sugerencia!- a micrófono abierto y con posible participación 
telefónica de los ausentes. Esto sí que sería una clase de Literatura Infantil compartida. 
Pero la mayor parte de las personas inquietas por la Literatura Infantil se tienen que 
desarrollar en solitario. A su alcance, más imaginación que realidades: las pocas revistas 
especializadas, el boletín de tal asociación, los cuadernos informativos de algunas 
editoriales, los escaparates de las librerías, las novedades ingresadas en la biblioteca, tal 
conferencia ocasional, el suplemento semanal de determinado periódico, la propaganda 
que llega a domicilio, la lectura o relectura de tal libro, la reseña aparecida en una revista -
¿por qué no se piden más?- y el cambio de impresiones con algún compañero que comparte 
las mismas inquietudes. 
¿Diálogo ficticio? ¿Monólogo? ¿Soliloquio? Por supuesto poca cosa, pero si 
funcionara, su peso se mediría por el alcance del número de personas activamente 
implicadas en ello. Claro que esto no es suficiente para el progreso definitivo que demanda 
el conocimiento de la Literatura Infantil. No obstante, la proyección de actividades como 
ésta puede ser caldo de cultivo para otras iniciativas y realizaciones de más calado y más 
sistematizadas. 
 
La creación de ambiente 
A veces, los padres de niños, pequeños sobre todo, preguntan qué libros les convienen 
a sus hijos. Es el reconocimiento de que ellos no lo saben. Pero valdría la pena que se 
cuestionaran por qué no formulan preguntas similares cuando tratan de elegir también para 
sus niños los juguetes, los vestidos, la alimentación. Sobre todo esto, o tienen información 
suficiente o creen que no les hace falta, o sencillamente las respuestas flotan en el 
ambiente. 
Sin pretender en modo alguno equiparar a ninguno de los citados objetos de consumo 
con los libros, sí que hay que lamentar que sobre la literatura conveniente para niños no 
existan conocimientos semejantes en el ambiente que se incorporen a lo que llamamos 
bagaje cultural general. Con la excepción de los más populares de los cuentos tradicionales, 
el ciudadano corriente desconoce a menudo la existencia de la Literatura Infantil y, en el 
mejor de los casos, no le da importancia. Tal vez se recuerda el nombre de alguna escritora 
en otro tiempo asidua en la televisión. Se desconocen autores, premios de diverso tipo, la 
existencia de alguna forma de teatro... 
¿A quién le corresponde formar dicho ambiente? Se puede decir que a todos. Pero 
ninguna respuesta generalizadora, y en consecuencia exculpadora, es válida. Lo eficiente 
es que cada uno de los aludidos e interesados tome su parte de responsabilidad y obre en 
consecuencia: editores, autores, profesores, bibliotecarios, libreros, críticos, asociaciones 
de padres de alumnos, colegios... ¿Por qué no se organizan conferencias sobre el particular 
para los padres? 
Tal vez en el momento actual, y desde hace bastante tiempo, se insiste mucho en la 
animación a la lectura. Hasta hay especialistas. Pero esta actividad recae sobre los niños y 
suele versar sobre tal o cual libro concreto que se trata de promover. En realidad se duplican 
funciones que en gran medida ha hecho suyas la escuela. Ciertamente toda piedra hace 
pared y no conviene derribar nada de lo que está en pie. Pero ha llegado ya el momento de 
informar ampliamente sobre la Literatura Infantil y a cuanta más gente, mejor. Y esta 
información, para ser aceptada sin remilgos y paraser duradera, ha de tener visos de 
difusión cultural. 
Las conferencias, concursos, jornadas, y demás actividades no llegan al gran público. 
Y la creación de ambiente tiene que ser el resultado de un proceso de socialización. Por 
consiguiente requiere muchas aportaciones públicas y generales. 
Por otra parte, ¿deben los padres leer libros infantiles? ¿Por qué no? Si se quiere que 
el conocimiento de la Literatura Infantil en la sociedad sea sustancial y objetivo, los padres 
y los adultos en general tienen que leer libros infantiles. Para poder opinar por sí mismos y 
no por boca de ganso. Los mismos libros que leen sus hijos, los libros que se recomiendan, 
los libros que se comentan o que hay que conseguir que se comenten. 
Ciertamente, se dirá, esto es una postura maximalista y totalmente ideal. Claro, pero a 
ello se debe tender, si se quiere alcanzar algún fruto. Todo esto se consigue más fácilmente 
con el cine y con la televisión. Sobre todo cuando hay «motivos especiales», como ha 
sucedido recientemente con la discutida adaptación al cine por la factoría Disney de El 
Jorobado de Notre Dame, favorecida por la enorme máquina de propaganda de la 
productora. Respecto a los libros, cuesta más, en tiempo y en motivación. Pero no es 
imposible difundir ideas que luego se van esparciendo. También la Literatura Infantil forma 
parte de la cultura de nuestro tiempo y debe ocupar un lugar en nuestras conversaciones. 
Juan Cervera, catedrático de Literatura Infantil 
en la Universidad de Valencia, 
escritor, ensayista y experto en Literatura Infantil. 
 
Referencias bibliográficas 
CERVERA, J. Teoría de la Literatura Infantil. Bilbao: Mensajero, 1991. 
GARCÍA PADRINO, J. Libros y literatura para niños en la España contemporánea. Madrid: Fundación Germán Sánchez 
Ruipérez, 1992. 
JAN, I. La littérature enfantine. Paris: Les Éditions Ouvrières, 1984. 
NÚÑEZ, G. «La literatura al alcance de los niños», El Gnomo, n.º 5 (1996), Zaragoza. 
ROSELL, J. F. «La crítica de Literatura Infantil: un oficio de centauros y sirenas», Amigos del Libro, n.º 37. Madrid, 1997.

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