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Lacan, J Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina

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IDEAS DIRECTIVAS PARA UN CONGRESO 
SOBRE LA SEXUALIDAD FEMENINA 
I. INTRODUCCiÓ N HISTÓRICA1 
Si se consid'era la experi encia del psi coa náli sis en su desarrollo 
desde hace seseo ta años, no causarem os sorpresa al seña lar el 
hecho de que, con cebida inicia lmente como fund ando sobre la 
r epresión patern a 'el complejo de castración, primero en brotar 
de sus orígenes. ha orientado progresivamente hacia las [r ustra­
ciones proven ientes de la madre un inlerés en el que ese comple­
jo no ha sido elu cidado mejor por distorsionar sus formas. 
U na noción de CCl rencia afectiva . que une sin medi ación a los 
defecLOs re(fles del ma te rnaje las perturbaciones de l desa rrG­
110. se afi.ade a un a d ialécti ca de fanlasías de las que el cuerpo 
materno es el cam po imaginario. 
Que se trata de una promoción conceptual de la sex ualidad 
de la muj'er . es cosa que no ofrece duda, y que permite observar 
una notable negligencia, 
11. DEFINI CI ÓN nEL TEM A 
Interesa al punto mi smo sobre el que quisiéra mos e n esta co­
yunlura llamar la a tención : a sa ber la parte femenin a, si es que 
este término ti'ene se ntido, de lo que se pone en juego en la re­
tación genita l, en la cual el acto del coito ocupa un lugar por 
lo men os loca l. 
0, pa ra no descender de los puntos de mira biológicos eleva. 
dos en l os que segu imos complaciéndonos: ¿cu áles son las vías 
de la libido otorgadas a la muj er por los fan'eros anatómicos de 
dHerenciación sex u;:¡l de los organismos supe riores? 
Es te Congreso hl \' o IlI gar bajo el nombre de: Coloqu io internacio nal 
de psicoa nál isis del 5 al 9 d e sep tiembre de 1960 en la Uní ... crsidad muni , 
cipa l de Amstcrdam, Pu bli cado en e l último nÍlrn ero de La Psych(/7lal)'se 
en el que contribuimos por nuestra mano, 
[704] 
!l.OBRE I..A SEXUALIDAD 'FEM EN INA 
(11. RECO LECCIÓN DE 1.05 H EC HOS 
Semejante proyeclo exige recolectar primeranlente: 
a] los re nb nren o.~ a testiguados por las mujeres en las condido­
nes de n ues Lra expe riencia sobre las vías y e l acto del coito, e n 
\:uan to que confirman O no las bases nosológicas de nuestro 
punto de pan id a méd ico; 
b1 1a subordin ..\ci6 n de esos fenómenos a los (esortes que nues­
tt.1 acción reconoce como deseos, y especialmente a sus retoilos 
in :onsc ientes - con los erec tos, aferentes o 'eferentes con relación 
a l acto, que resultan de ello para la economí9 psíqu ica- , entre 
los cua les los del amor pueden ser consideradoS por sí mismos, 
sin p'erjuici o de la transición de sus consecuencias a l niño; 
cl las im p licaciones nunca revocad as de un ~ bisexuaJid ad psí­
qu ica referid a en pri mer lugar a las duplicaci ones de la anato. 
mía , pero que pasa n cad:t vez más a la cuenta de las identiH­
caciones persono lógicas, 
(V, nRIl.LO Dr. t.AS AUSENCIAS 
De sem'e jante sumario se desprenderán ciert flS a usencias cuyo 
interés no pu ed e eludirse por una declaración de fal ta de méritos : 
1. Las nu evas adq ui~¡ ciones de la fi siología, l OS he chos del sexo 
cromosúmi co por e jemplo y sus correla tos ge néti cos, su d istin­
ción del sexo hormonal , y la parte que les correspond e en la 
determ inación a na lómi ca - o únicament'e 10 que aparece de l 
pri vilegio l ibidin a l de la hormona masculina , o incluso la orde· 
nació n del meta bolismo estrógeno en el fenómeno menstrna l-, 
si bien siem pre se impone la reserva en su interpretación clíni ca, 
no d eja n de d<lr qu é pe nsar por haher qucdlldo ignor;:¡dos por 
un Cl p r<Íc ti ca donde se alega de buen grado un punto de vista 
mesiánico sobre un os quimismos deci sivos, 
La distancia mantenida aquí co n respectO a ]0 rea l puede 
plantea r e n e fecto ]a cues tión del corte in te resado, la cua l, si 
bien no debe hacerSe entre lo somáti co y ] 0 p síqui co solidari os. 
se impone entre e l orga ni smo y e] sujeto, a condición de que 
se repudie [>;lra e~le úl timo l::t cuota a fectiva con qu e la ha 
ca rgado la teoría del error para arti cularlo como el su jeto de 
una combjn ~llori a , úni ca que da su sentido a l inconsciente. 
2, In versame nte. una parad oja original del pun tO de mira psi. 
I 
706 S08RF. LA SEXU .... LIDAD FEMENINA 
coa naliti co, la posición clave del fa lo en el desarrollo fibidinaI , 
¡nreresa por su insistencia en repetirse en los h echos. 
Aquí es donde la cues tión de la fa.!:oe fálica en la mujer redo­
bla su problema por la circunsta ncia de que después de haber 
hecho furor entre los años 1927·1935. haya sido dejada desde 
'entonces en una tácita indivjsión al capricho de las interpre. 
taciones de cada uno. 
Será interrogándose sobre sus razones como podrá romperse 
esa suspensión. 
Imaginaria, rea l o simbólica, re[erenle a la incidencia del 
falo en la estructura subj"etiva a la que se acomoda el desarrollo, 
no son aq uí las palabras de una enseña nza particular, sino aque­
llas mismas donde se seli alan bajo la pluma de Jos autores los 
deslizamientos conceptuales que, por no estar controlados, con­
dujeron a la a ton ía de la exp'eriencia después de la parálisis del 
debate. 
V. LA OSCURIDAD sonRE EL ÓRGANO VAGINAL 
La percepción de un interdicto, J)or muy oblicuo que sea su 
procedimienlO, puede servir de prelud io. 
¿Se confirma és ta en 'el h echo de que una discip lina que, por 
responder desde su campo al título de la sexualidad. parecía 
permitir sacar a luz todo su secreto, haya dejado lo que se con­
fiesa del gozo femenino en 'el punto preciso donde una fisiología 
poco celosa se muerue la lengua? 
La opo~icjón basta nte lrivial en tre el goce clitoridiano y ]a 
sat i ~facción vaginal ha vislo a la teoría reforzar su motivo hasta 
a lojar en él la inquietud de los suj'e tos, incluso llevarla hasta 
el tema, si es que no has ta la re ivindicación, sin que se pueda 
decir sin embargo que su a ntagonista haya sido elucidado con 
más justeza, 
Esto por la razón de que la natura leza del orgasmo vaginal 
cons'erva su tiniebla inviolada, pues la noción masotenípica de 
la sensibilidad del cuello, la quirúrgica de un noli ta.nge7·e en 
la pared posterior de la vagina, se muestran en los hechos con. 
tingentes (¡en las hi sterectomías ~in duda. pero también 'en las 
aplasia:, vaginales!). 
Las representantes del sexo, por mu cho volumen que tenga 
SOBRE LA SEXUAL.IDAD FEMENINA 707 
su voz entre los psicoanalistas, no parecen hab'er dado lo mejor 
de sí para el levantamiento de ese se llo. 
Deja ndo aparte la famosa "toma e n arriendo" d e la depen­
dencia recta l en la que 1<1 señora Lou Andreas-Salomé tomó po­
sición personal, se ha n atenido generalmente a me táforas, cuya 
a ltura en el ideal no significa nada que merezca preferirse a lo 
que el primer llegado nos ofrece de una poesía menos intenci onaL 
Un Con greso sobre ]a sexua lidad femenina está lejos de haC'e r 
pesar sobre nosotros la amenaza de la suerte de Tiresias, 
VI. EL COMPLF.JO IMAGINARl O y LAS CUESTlQNES DEL DESA RROLLO 
Si este estado de cosas delata un callejón sin salida cien tífi co en 
la manera de abordar lo real, lo m enos que puede esperarse de 
Jos ' psicoanalistas reunidos en congreso, sin embargo, es qu'e no 
olviden que su método nació precisamen te de un callejón sin 
sa lida semejante. 
Si los símbolos aquí no tienen más que un asidero imagina­
rio es probabJ-emente que las imáge nes es tán ya sujetas a un 
simbolismo inconsciente, dicho de otra ma nera a un complejo, 
lo cua l h ace oportuno recordar que imágenes y símbolos en. ]a 
mujer no podrían aislarse de las imágenes y de los símbolos de 
la mujer. 
La representación (Vorstellung en el sentido en que Freud 
emplea este término cuando señ(¡ la que eso es lo que está repri. 
mido) , la representación de la sexualidad femenina condiciona, 
reprimida o no, su puesta 'en obra, y sus emergencias desp laza­
das (donde la doctrina del terapeuta puede resultar parte con­
dicionante) fijan la suene de las tendencias, por muy desbasta­
das naturalmente que s'e las suponga, 
Debe destaca rse e l hechode que Jones en su ponencia an te la 
Sociedad de Vien a, que parece haber qu emado la tierra para 
toda contribución ulterior, no haya podido ya producir sino su 
adhesión pura y simple a los conceptos klei ni anos en la perfecta 
brutalidad en que los presenta su autora: e ntiéndase la despreo­
cupación en que se mantiene Melanie Klein -incluye ndo a las 
fantas ías ed ipicas más originales en e l cuerpo ma terno- d'e su 
proveniencia de la realidad que supone el Nombre·del.Padre. 
Si se piensa que a esto es a todo lo que llega Jones en la em· 
presa de reducir la paradoj a de Freud, instalando a la mujer 
http:COMPLF.JO
708 SOSRE LA SEXUALIDAD f[.MENl NA 
en la ignorancia primaria de su sexo, pero temperado también 
por la confesión instruida de nuestra ignorancia -empr'esa tan 
animada en J ones con el prej uicio de la dominancia de ]0 natu­
ral , que le parece gracioso asegurarla con una cita del Génesis­
n o se ve qué es lo que se ha ganado. 
Porque puesto que se trata de la injusticia que se hace al sexo 
femenino ("¿ una mujer nace o se hace?" , exdama J ones) por 
la fun ción 'equívoca de la fase fáli ca en los dos sexos, no parece 
que la femineidad quede más especifi cada por e l hecho de que 
la fun ciú l1 del falo se imponga aún más eq uivoca por hacerla 
retroceder h as ta ]a agresi ón oral. 
Tanto ruido en efecto no habrá s ido en vano si permite mo. 
dular las preguntas sigui entes en la Jira de l desarrollo, puesto 
qne es ésa su mú sica. 
l . El objeto "malo" de una fal ofagia fantástica que lo extrae 
d el seno del cuerpo materno, ¿es un atributo pate rno? 
2. Elevando el mismo al ra ngo de objeto "bueno" y deseado 
como un pezón más manejable (sic) y más satisfactorio (¿en 
qué?), la pregunta se precisa: ¿es de la misma rercera persona 
<le quien se toma? Pues no basta con adorna rse con la noción 
de 'pa reja combinada , hay que saber adem~s si es en cuanto 
imagen o en cuanto símbolo como se constituye ese híbrid o. 
3. Puesto que e l clitoris, por muy a utísticas que sean sus 
solicitaciones, se impone sin embargo en lo rea l. ¿cómo viene a 
com pararse con las fantasías precedentes? 
Si es de manera independiente como pone el sexo de la niñ a 
bajo el s igno de un minusvalor orgánico, el aspecto de redo. 
blamiento proliferante que toman por ell o las fantasías las hace 
sospechosas de pertenecer a ]a fabulación "legendaria". 
Si se combina (t" moién é l) tanto con el oojeto " malo" como 
con el "bueno", entonces se requi ere una teoda de la funci ón 
de eq uivalen cia del falo en el advenimiento de todo obj~ to del 
deseo, para lo cual no bastaría la mención de su carácter 
"parcia l". 
4. De cualq uier manera vuelve a encontrarS'e la cuestión de 
estructura que introdujo el enfoque de F reud, a saher que la 
relación de privación ° de carencia de ser qU'e simbo liza el falo, se 
estabJece de manera derivada sobre la carencia de tener que en­
gendra toda frustración parti cular o global de la deman da, y que 
es a partir de este sustituto, que a fin de ruentas el clítoris pone 
en su Jugar an tes de sucumbir en la competencia, como el ca m. 
po d el des'eo precipita sus nuevos objetos (en primer lugar el 
SOB RE LA SEXUALlDAD FUfENINA 709 
niño por venir) con la recuperación de la metáfora sexual en la 
que se había n adentrado ya todas las otras necesidades. 
Esta observación señala su límite a las cuestiones sobre el 
desarroIlo¡ exigiendo que se las subordine a una sincronía fun· 
damenta\. 
VIL DESCONOCIMIENTOS Y PRE JUICIOS 
En el mismo punto conviene preguntar si la mediación fálica 
drena todo lo que puede manifestarse de pulsionaJ en la mujer, 
y principa lmente toda la corriente del inst into materno. ¿Por 
qué no establecer aquí que el becho de que todo lo que es 
analizable S'ea sexual no implica que todo lo que sea se xua l sea 
accesi ble al análisis? 
1. En 10 que se re[iere al supuesto desconocimiento de la va· 
gina, si por una parte diücihnente puede no a tribuirse a la re· 
presión su p'ersistencia frecuente mis allá de lo verosímil, queda 
e l hecho de que aparte de a lgunas observaciones (losine Müller) 
que declinaremos por el propio motivo de los trauma ti smos en 
que se manifiestan , los partidarios del conocimiento " normal" 
de la vagina se ven reducid os a fun darlo sobre la primacía de 
un desplazamiento de arriba abajo de la s experiencias de la 
boca, o sea a agravar gra ndemenre la discordancia, la cual pre. 
tenden mitigar. 
2. Sigue e l problema del masoquismo femenin o que se seí1 ala 
ya cu ando se promueve una pulsi6n parcial¡ o sea, ca lifiquesela 
o no d'e p regenital, regres iva en su condición, a l rango de polo 
de la madurez gen ita\. 
Semejante calificación en efecto no puede considerarse como 
simplemen te homonimica de una pasividad, de. por sí ya meta· 
fórica, y su función idealizan re, inversa de su nota regresiva, 
sa lta a la vista por mantenerse indiscutida a despecho de la 
acu mulación, forzad a ta l vez en la génesis anaHti ca modern a, 
de los efectos castradores y devoradores, dislocadores y sidera· 
dores de la ac tividad femenina. 
¿Podemos confiar e n lo que la perversión masoquista debe a 
la invención mascnli na para concluir que el masoq uismo de la 
muj er es una fanta sía del deseo del hombre? 
3. En todo caso se denunciará la debilidad irresponsable que 
pretende deducir las fantas ías de e fracción de las frontera s cor· 
710 
SOBRE LA SI::: XUAl.IDAO FEM I'.NINJ\ 
porales de una constante orgánica cuyo prototipo sería la rup_ 
tura de membrana ov ul ar. Analogía g~osera que muestra su fi cien­
temente lo lejos que estamos del modo de pensamiento que es el 
de Freud en este terreno cuando esclarece el tabú de la virginidad. 
4. Pues con fin a mos aq uí con el resorte por el cua l el va.gi1~is­
mo se distingue de los sín tomas neuróticos incluso cuando coexis­
ten, y que explica que ceda al procedimient'o sug'estivo cuyo 
éx ito es notorio en el parto sin dolor. 
Si el análi sis en efecto ha ll egado al pu nto de tragarse su 
propio vómito tolerando que en su orb'e se con fund an angustia 
y miedo, hay quizá aquí una ocasión de distinguir entre incons­
cie tne y prej uicio, en cuan to él los efec tos del significante. 
y de reconocer a la vez que 'e l analis ta está tan expuesto Como 
cualquie r Otro a un prej uicio sobre el sexo, fuera de lo que le 
descubre el inconsciente. 
Record'emos el consejo que Freud repite a menudo de no re­
ducir el suplemento de lo femeni no a lo masculino al comple­
mento del pasivo a l act ivo. 
vrrr, LA FRICIDEZ y LA ESTRU CT URA SU I3JETIVA 
) . La frigidez, por extenso que sea su imperio. y casi genéri co 
si se tiene 'en cuen ta su forma transitoria, supone toda la estruc­
tura inconscien te que uetermina la neurosis. incluso si aparece 
fu era de la trama de Jos síntom as, Lo cua l da cuenta por una 
parle del carác ter in accesible a todo tratam iento somát ico. por 
otra parte del fracaso ordinario de los buenos oficios del com­
pañero más anhelado. 
Sólo el aná lisis la moviliza, a veces incidentalmente, pero siem­
pre en una transferencia que no podría estar contenida en la 
dialéctica infantilizantc de la frus tración, in cl uso de b priva­
ción, sino ciertamente tal como para pone r en juego la cas tra­
ción si mbólica. Lo cual equiva le aq uí a un )Ja mado a los prin­
Cl plOS. 
2. Un p rincipio senci llo de establecer es q ue la castración no 
podría ded ucirse unicamente del desarrollo. puesto que supone 
la subjelividad del Otro en cuanto lugar de su ley. La otredad 
del sexo se desnaturaliza por es ta enajenación. El hombre sirve 
SOBRE LA SEXUALIDAD FEM ENINA 711 
de relevo para qu'e la mujer se convierta en ese Otro para sí 
misma , como lo es para él. 
Es en ese sentido como una develación del Otro interesado e n 
la transferencia puede modificar una defensa gobernada sim­
bólicamente. 
Queremos decir que la defensa aquí se concibe en primer lugar 
en la dimensión d'e mascarada que ]a presencia de l Otro libera 
en el papelsexual. 
Si volvemos a partir de este efecto de velo para refer ir a él 
la posición del objeto, se adivinará cómo puede desinflarse la 
conceplua lización mons truosa cuyo activo analítico fue interro­
gado más arriba. Tal vez quiere decir simp lemente que todo 
puede ponerse en la cu'enta de la mujer en la medida en que, 
en la dialéctica falocéntrica, ella representa el Otro absoluto. 
Hay que volver pues a la envidia del pene (Penisneid) para 
obs-ervar que en dos momentos diferentes, y con una certidum­
bre en cada uno igualmente aligerada por el recuerdo de la 
otra, J ones hace de él una perversión. luego una fobia. 
Las dos apreciaciones son igualmente fa lsas y peligrosas. La 
una s-eñala el desva neci miento de la fun ción de la es tru ctura 
an te la del desarrollo hacia el que se ha deslizado cada vez más 
el análisis, aquí en contraste con el acento que Freud pone en 
la fobia como piedra angular de la neurosis. La o tra inaugura 
el alza del dédalo al que se ha vis to consagrado e l estud io de 
las perverSiones para dar cuenta en él de la función de l obje to 
En e l último viraje de este palacio de los espej ismos, a lo que 
llegamos es al sPliltlng del obj'eto, por no haber sabido leer en 
la admirable nota int.errumpida de Freud so bre e l splitting del 
ego, e l fading del suj eto que lo acompaña. 
Tal vez es también ése e l térmi no en q u-e se 'disipará la ilusión 
del sPlilling donde el análisis se ba empantanado haciendo de 
lo bueno y de lo malo atrib utos del objeto. 
Si la posici6n del sexo difiere en cuanto a l obje to. 'es con toda 
la distancia que separa a la forma feti chi sta de la forma erOlo­
maniaca del amor. Volveremos a encontrar sus salientes en la "i­
vencía más común , 
3. Si se parte del hombre para apreciar ]a posición recíproca 
de los sexos, se ve que las muchachas-falo cuya ec uación fu e 
planteada por el señor Fen ichel de manera meritoria aunq ue 
vaci lante, proJif'eran sobre un Venusberg que debe situarse más 
allá del "Tú eres mi mujer" por el cual él co nstituye a su com­
pañera, en lo cual se confirma que lo que resurge en el incons­
7t2 SOBRE LA SEXUALIDAD FL!'ofEN lNA 
cien te del suj eto es el deseo del Otro, o sea el fal o deseado por 
1a madre. 
Después de lo cual se a bre la cuestión de saber si el pene 
real, por pertenecer a su compañero sexual, consagra a ]a mujer 
a un lazo sin d uplicidad, con la salvedad de la redu cción del 
deseo incestuoso cu yo procedimien to sería aquí n atural. 
Se toma el problema al revés considerándolo resuelto. 
4. ¿Por qué no admitir en efecto que, si no hay virilidélcl que 
n o sea consagrada por la castraciÓn, es un amante castrado o un 
hombre muerto (o incluso los dos en uno) el que se oculta 
para la mujer detrás del velo para solicitar a llí su acloración, o 
sea desde el luga r mismo más allá del semeja nte materno de 
donde le vino la amenaza de una castración que no la concierne 
realmente? 
Entonces es desde ese ín cubo ideal desde donde una recepti~ 
vidad de abrazo ha de transfigurarse en sensibilidad de funda 
sobre el pene, 
Para lo cual constituye un obstáculo toda identificación ima. 
ginar ia de la mujer (en su es tatura de objeto propuesto al de­
seo) con el patrón fálico que sostiene la fantas ía. 
En la posición de o bien·o bien en que 'el sujeto se encuentra 
attapado entre una pura ausencia y u na pu ra sensibilidad, no 
debe asombrarnos que el na rcisismo del deseo se aferre inme. 
dia tam'ente al n arcisismo del ego que es su prototipo. 
Que unos seres insignificantes estén habi tados por un a d ialéc­
tica tan sutil, es cosa a la que el a nálisis n os acos tumbra, y que 
explica que el menor defecto del ego sea su lrivialidad. 
5. La figura de Cristo, evocadora bajo 'es te aspecto de o tras 
más antig'uas, muestra aquí una in stancia má,s extensa de lo que 
supone la fidelidad religiosa del su jeto. Y no es in út il observar 
que el develamiento ·del significa nte más oculto que era el de 
Jos Misterios, estaba reservado a las mujeres. 
En un nivel más ordi nario, damos cuenta de esta manera: a) 
del hecho de qu'e la dupli cidad del sujeto esté enm ascarada en 
la mujer, tanto más cuanto que la servidumbre del cónyuge la 
hace especialmente apta p ara rep resentar a la víctima de la caso 
tració n; b) de l verdadero motivo del que la exigen cia de la fi­
delidad del O tro recibe en la mujer su rasgo particular; e) del 
hecho de que jus ti fique más fáci lmente esa exigencia con e l 
argumento supu'esto de su propia fidelidad. 
6. Este cañamazo del problema de la frigidez está trazado en 
térm inos e n los q ue las instancias clásicas del análisis se a lojarán 
S08RE LA SEXUA LIDAD FEM ENINA 71 3 
~in dificultad, Quiere en sus grandes líneas ay udar a evitar el 
escollo 'en que se desnaturalizan cada vez más los t rabajos ana. 
líti cos : o sea su semejanza con el ensamble de una bicicleta por 
un sa lvaje que nunca hubiera visto una, por medio de órganos 
sueltos de modelos históri ca mente lo bastante disla ntes como 
para que nó impliquen ni siquiera homólogos, por lo cual no 
queda excluida su repetición. 
Que por 10 menos alguna elegancia renueve el lado chusco de 
los trofeos así obtenidos. 
IX. LA H OMOSEXUALID AD FEMENINA Y EL AMOR IDEAL 
El es tudio del cuadro de la perversión 'en la mujer abre o tro 
sesgo. 
Habiéndose llevado muy lejos, para la mayoría de las per­
versiones masculinas, la demostración de que su motivo imagi. 
n<lrio es el deseo de preservar el falo qu~ es el que interesó al 
suj eto en la madre, la ausencia en la mujer del fetichismo que 
representa el caSo casi manifies to de este deseo deja sospechar 
un des tino diferente de ese deseo en las perversiones qu'e ella 
presenta , 
Pues suponer que la mujer misma asume 'e l papel del fetich e, 
no es sino introducir la cuestión de la diferencia de su posición 
e n cuanto al d eseo y a l objeto. 
]ones, en su artículo, inaugural de la serie, sobre el primer 
desarroll o de la sexualidad femenina, parte de su experiencia 
excepcional de la homosexualidad en la muj'er y toma las cosas 
en un m ediurn que tal vez hubi era hecho mejor en sostener. 
H ace bifurcarse el deseo del sujelo en la elección que se im pon . 
dría él. él entre su objeto incestuoso, aquí el padre, y su propio 
sexo. El esclareci miento r¡ue resulta de ello sería mayor si n o 
s'e quedase corto al apoyarse en la solu ción demasiado cómoda 
d e la iden tifica ción. 
U na observación mejor armada despejaría, a l parecer, que se 
tra ta más bien de un remplazo del objeto: podría decirse de un 
desa fío remplazado. El caso p rín ceps de Freud, inagotable como 
de cosLumbre, nos h ace perca tarnos de q ue ese desafío toma su 
pu nto de partida en u na exigencia del amor escarnecida en 10 
rea l y que no se contenta con nada menos que con permitirse 
los lujos del amor cortés. 
715 714 SOBRE LA SEXUALIDAD FE MENINA 
Si es te amor más que ningún otro se jacta de ser el que da lo 
que no tiene, esto es ciertamente lo que la homosexua lidad hace 
a las mil maravillas en cuanto a 10 que le fa lta. 
No es propiamente el objeto incestuoso el qU1: ésta escoge a 
Costa de su sexo; lo que no acepta, es que ese objeto s610 asuma 
su sexo a costa de la castración. 
Lo cual no signifi ca que ell a renuncie por ello al su yo: al 
contrario, en todas las formas, incluso inconscientes, de la ho­
mosexualidad femenina , es a la femineidad adonde se dirige el 
interés supremo, y Jones en este aspecto h a local izado muy bien 
el nexo de ]a fantasía del hombre, in visible test igo, con el cui· 
dado dedicado por el sujeto al goce de su compa ñera. 
2. Fa lta sacar la lección d'c la naturalidad con que semej an­
tes mujeres proclaman su calidad de h ombres, para oponerla 
al es tilo de delirio del transexua lista masculino. 
Tal vez se descubra por ahí el paso que lleva de la sexualidad 
femen ina al deseo mismo. 
En efecto, lejos de que a ese deseo responda la pasividad del 
acto, la sexua lid ad femenina aparece como el esfuerzode un 
goce envuelto en su propia contigüidad (de la que tal vez LOda 
circuncisión indica la ruptura simbólica) para rea.lizarse a por. 
tla del deseo que la castración libera en el hombre dándole su 
significante en el falo. 
¿Es entonces a ese pri vilegio de signiElcante al que apunta 
Fre ud al sugeri r que tal vez n o hay más que una li bido y que 
es tá marcada con el signo masculino? Si alguna configu ración 
quími ca la sostuviese más aHá, ¿cómo no ver en ella la exa ltante 
con junción de la disimetría de las moléculas que utili za la cons_ 
trucción viva, con la falta concertada en el suj eto por el len­
guaje, para que se ej~rzan en él como ri va les los partidarios del 
deseo y los apelantes del sexo (y la parcialidad de este térm ino 
sigue siendo aquí la misma)? 
X. LA SEXUALlDAl) FEMENI N A y LA SOCIEDAD 
Quedan algunas cues ti ones que plantear sobre las incidencias 
sociales de la sexualidad femenina. 
1. Por qu é falta u n mito analítico en lo que se refiere al inter­
di cto del in cesto entre el padre y la hij a. 
2. Cómo situar los efectos sociales de la homosexualidad fe-
SORRE LA SEXUALIDAD FE MENINA 
menina, en relació n con los que Freud a tribuye, sobre su puestos 
muy dis tantes de la alegoría a la que se redujeron después, a la 
homosexualidad masculina: a sa ber una especie de enlropía que 
se ej erce hacia la degradación comun itaria. 
Sin llegar has ta oponerle los efectos antisociales que costaron 
al cata rismo, a~í como a l Amor que inspiraba, su desaparici ón, 
¿no se podría considerar en el movimien to más accesible de las 
Preciosas el Eros de la homosexualidad fem-enina, captar la in. 
formación que transmite, como contraria a la entropía social? 
3. ¿Por qué, fin alm ente, la instancia soci al de la mujer sigue 
siendo trascendente al orden del contrato que propaga el tra· 
bajo? Y principalmente, ¿es por su efecto por el que se mantiene 
el esta tuto de l matrimonio 'en la decl inación del paternalismo? 
Cuestiones todas ellas irredu ctibles a un campo ordenad o de 
las necesidades. 
EsC1"i¡o dos años aTlttS dtl Congrtso.

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