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Jacques Lacan
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PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967 
SOBRE EL PSICOANALISTA DE LA ESCUELA1
Antes de leerla, subrayo que hay que entenderla sobre el 
fondo de la lectura, a hacer o rehacer, de mi artículo: "Situación 
del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956" 
(págs. 441-472 de mis Escritos).
Se va a tratar de estructuras aseguradas en el psicoanálisis y de 
garantizar su efectuación en el psicoanalista.
Esto se ofrece a nuestra Escuela, tras una duración suficiente de 
órganos esbozados sobre principios limitativos. Instituimos algo nuevo 
solo en el funcionamiento. Es verdad que de ahí surge la solución del 
problema de la Sociedad psicoanalítica.
Dicha solución se encuentra en la distinción entre la jerarquía y el 
grndt is.
Produciré en el comienzo de este año ese paso constructivo:
1) producirlo -mostrárselo a ustedes;
2) ponerlos de hecho a producir su aparato, el que debe reproducir 
este paso en estos dos sentidos.
Recordemos lo existente entre nosotros.
Primero un principio: el psicoanalista no se autoriza sino a sí mismo. 
Este principio está inscrito en los textos originales de la Escuela y deci­
de su posición.
Esto no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista depen­
de de su formación.
Ella lo puede hacer por propia iniciativa.
Y el analista puede querer esa garantía, lo que, en consecuencia, solo 
puede ir más allá: volverse responsable del progreso de la Escuela, vol­
verse psicoanalista de su experiencia misma.
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JACQUES LACAN
Visto desde esta perspectiva, se reconoce que desde ahora respon­
den a estas dos formas:
I. El AME, o analista miembro de la Escuela, constituido simplemen­
te por el hecho de que la Escuela lo reconoce como psicoanalista que ha 
dado pruebas de serlo.
Esto es lo que constituye la garantía proveniente de la Escuela, dis­
tinguida en primer término. La iniciativa le corresponde a la Escuela, 
en la cual solo se es admitido en la base, en el marco de un proyecto de 
trabajo y sin tomar en cuenta procedencias ni calificaciones. Un analis­
ta-practicante es registrado en ella al inicio, exactamente a igual título 
que cuando se lo inscribe como médico, etnólogo y tutti quanti.
II. El AE, o analista de la Escuela, al cual se imputa estar entre quie­
nes pueden testimoniar sobre los problemas cruciales en los puntos 
vivos en que se encuentran para el análisis, especialmente en tanto ellos 
mismos están en la tarea, o al menos en la brecha, de resolverlos.
Este lugar implica que uno quiera ocuparlo: solo se puede estar en 
él por haberlo pedido de hecho, si no de forma.
Queda pues establecido que la Escuela pueda garantizar la relación 
del analista con la formación que ella dispensa.
Ella puede y, en consecuencia, debe hacerlo.
Es aquí donde aparece el defecto, la falta de inventiva para cum­
plir un oficio (o sea, aquel del que se jactan las sociedades existentes) 
encontrando en él vías diferentes, que eviten los inconvenientes (y los 
perjuicios) del régimen de esas sociedades.
La idea de que el mantenimiento de un régimen semejante es nece­
sario para reglar el gradas debe ser destacada en sus efectos de males­
tar. Ese malestar no basta para justificar el mantenimiento de la idea. 
Menos aún su retorno práctico.
Que haya una regla del gradas está implicado en una escuela, aún 
más ciertamente que en una sociedad. Porque, después de todo, en 
una sociedad, eso no hace ninguna falta, cuando una sociedad no tiene 
otros intereses que los científicos.
Pero hay un real en juego en la formación misma del psicoanalista. 
Nosotros sostenemos que las Sociedades existentes se fundan en ese 
real.
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PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
Partimos también del hecho, perfectamente plausible para él, de que 
Freud las quiso tal cual son.
No es menos patente -y para nosotros concebible- el hecho de que 
este real provoque su propio desconocimiento, incluso que produzca su 
negación sistemática.
Está claro pues que Freud asumió el riesgo de cierta detención. 
Quizá más: que él vio allí el único refugio posible para evitar la extin­
ción de la experiencia.
No es privilegio mío el que nos enfrentemos a la cuestión así formu­
lada. Es la'consecuencia misma, digámoslo al menos para los analistas 
de la Escuela, de la elección que han hecho de la Escuela.
Se encuentran aquí agrupados por no haber querido aceptar por un 
voto lo que este se llevaba consigo: la pura y simple supervivencia de 
una enseñanza, la de Lacan.
Quienquiera que en otra parte siga diciendo que lo que estaba en 
juego era la formación de los analistas ha mentido al respecto. Ya que 
bastó votar en el sentido anhelado por la IPA para obtener la entrada 
en ella a toda vela, con la ablución recibida por poco tiempo de una 
sigla incide in English (el Prendí group no será olvidado). Mis analizados, 
como dicen, incluso fueron allí particularmente bienvenidos, y lo serían 
todavía si el resultado pudiera ser hacerme callar.
Se lo recuerda todos los días a quien tenga a bien escucharlo.
Es pues a un grupo para el cual mi enseñanza era lo bastante 
valiosa, incluso lo bastante esencial, como para que cada uno al deli­
berar haya indicado que prefería su mantenimiento frente a la ven­
taja ofrecida -esto sin ver más lejos, así como sin ver más lejos yo 
interrumpía mi seminario luego del susodicho voto-, es a ese grupo 
preocupado por una salida al que yo le ofrecí la fundación de la 
Escuela.
Con esta elección decisiva para quienes están aquí, se marca el valor 
de la apuesta [enjeu]. Puede haber allí una apuesta que, para algunos, 
valga hasta el punto de serles esencial, y es mi enseñanza.
Si esa enseñanza no tiene rival para ellos, tampoco lo tiene para 
todos los demás, como lo prueban quienes se precipitan hacia ella sin 
haber pagado el precio, quedando en suspenso para ellos la cuestión 
del provecho que aún les está permitido.
Aquí sin rival no significa una apreciación, sino un hecho: ningu­
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na enseñanza habla de lo que es el psicoanálisis. En otras partes, y de 
manera confesa, solo se preocupan de que esté en conformidad.
Hay solidaridad entre el quedarse varado, incluso las desviaciones 
que muestra el psicoanálisis y la jerarquía que en él reina, y que desig­
namos, benévolamente, nos lo concederán, como la de una cooptación 
de sabios.
La razón de ello es que esta cooptación promueve un retomo a un 
estatuto de la prestaxacia que conjuga la pregnancia narcisista con la 
astucia competitiva. Retorno que restaura los refuerzos de los relapsos 
que el psicoarxálisis didáctico tiene como finalidad liquidar.
Este es el efecto que ensombrece la práctica del psicoanálisis -cuya 
terminación, objeto y finalidad misma demuestran ser inarticulables 
luego de por lo menos medio siglo de experiencia continuada-,
E1 remediarlo entre nosotros debe hacerse a partir de la constatación 
del defecto que yo he señalado, lejos de pensar en ponerle un velo.
Pero es para captar en ese defecto la articulación que falta.
Ella no hace sino confirmar lo que se encontrará en todas partes y es 
sabido desde siempre, que no basta la evidencia de un deber para cum­
plirlo. Es por el rodeo de su hiancia como puede ser puesto en acción, y 
lo es cada vez que se encuentra el modo de usarlo.
Para introducirlos en este tema, me apoyaré en los dos momentos 
del empalme de lo que llamaré respectivamente en esta recreación el 
psicoanálisis en extensión, es decir, todo lo que resume la función de 
nuestra Escuela en tanto ella presentífica el psicoanálisis en el mundo, y., 
el psicoanálisis en intensión, es decir, el didáctico, en tanto no se reduce 
preparar operadores.
Se olvida, en efecto, su razón de ser pregnante, que es la de consti­
tuir al psicoanálisis como experiencia original, llevarlo hasta el punto 
que figura su finitud, para permitir el aprés-conp, efecto de tiempo, ya 
se sabe, que le es radical.
Esta experiencia es esencial para aislarlo de la terapéutica, la cual 
distorsiona el psicoanálisisno solamente por relajar su rigor.
Señalaré en efecto que la única definición posible de la terapéuti­
ca es la de la restitución de un estado primero. Definición justamente 
imposible de plantear en el psicoanálisis.
En cuanto al prinmm non nocere, no hablemos de ello, ya que es 
movedizo por no poder ser determinado priinum desde el inicio: ¡para
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qué elegir no dañar! Traten. Es demasiado fácil según esa condición 
colocar en el activo de una cura cualquiera el no haber dañado en algo. 
Este rasgo forzado solo interesa, sin duda, por sostenerse en una inde- 
cidible lógica.
Puede considerarse ya pasado el tiempo en el que lo que se trataba 
de no perjudicar era la entidad mórbida. Pero el tiempo del médico 
está más interesado de lo que se cree en esta revolución: en todo caso 
se ha vuelto más precaria la exigencia que hace que una enseñanza sea 
médica o no. Digresión.
Nuestros puntos de empalme, donde tienen que funcionar nuestros 
órganos de garantía, son conocidos: son el inicio y el final del psicoa­
nálisis, como en el ajedrez. Por suerte, son los más ejemplares por su 
estructura. Esta suerte debe participar de lo que llamamos el encuentro.
Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia. Lo está por la 
gracia de aquel al que llamaremos, en la linde de esta declaración, el 
psicoanalizante.2 No tenemos que dar cuenta de qué lo condiciona. Al 
menos aquí. Está en el inicio. Pero, ¿qué es?
Estoy asombrado de que nadie nunca haya pensado en oponerme, 
dados ciertos términos de mi doctrina, que la transferencia por sí sola 
constituye una objeción a la intersubjetividad. Incluso lo lamento, ya 
que nada es más cierto: la refuta, es su escollo. Por eso también, para 
establecer el fondo en el que se pueda vislumbrar lo contrario, he pro­
movido en primer lugar lo que de intersubjetividad implica el uso de 
la palabra. Este término fue por lo tanto una manera, una manera como 
cualquier otra, diría yo, si ella no se me hubiera impuesto, de circuns­
cribir el alcance de la transferencia.
Al respecto, ahí donde conviene justificar su terreno universitario, se 
apoderan del susodicho término, que se supone es, por haberlo usado 
yo, levitatorio. Pero quien me lee puede observar el "en reserva" con 
el que hago jugar esta referencia para la concepción del psicoanálisis. 
Esto forma parte de las concesiones educativas a las que debí acceder 
por el contexto de ignorantismo fabuloso en el que tuve que proferir mis 
primeros seminarios.
Puede acaso dudarse ahora de que al remitir al sujeto del cogito lo 
que el inconsciente nos descubre, que al haber definido la distinción 
entre el otro imaginario, llamado familiarmente otro con minúscula, y 
el lugar de la operación del lenguaje, planteado como Otro con mayús-
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JACQUES LACAN
cuta, indico suficientemente que ningún sujeto puede ser supuesto por 
otro sujeto -si tomamos justamente este término en el sentido de Des­
cartes-. Que Dios le sea necesario, o más bien la verdad con que lo 
acredita, para que el sujeto llegue a alojarse bajo esa misma capa que 
viste a engañosas sombras humanas, que Hegel al retomarlo plantee la 
imposibilidad de la coexistencia de las conciencias -en tanto se trata del 
sujeto prometido al saber-, ¿no es suficiente para apuntar la dificultad, 
a propósito de la cual precisamente nuestro impasse, el del sujeto del 
inconsciente, ofrece la solución a quien sabe darle forma?
Es verdad que aquí Jean-Paul Sartre, muy capaz de darse cuenta 
de que la lucha a muerte no es esa solución, puesto que no se puede 
destruir a un sujeto, y que asimismo en Hegel ella está predeterminada 
desde su nacimiento, pronuncia a puertas cerradas su sentencia feno- 
menológica: es el infierno. Pero como esto es falso, y de una manera 
justiciable en la estructura, ya que el fenómeno muestra claramente que 
el cobarde, si no es loco, puede arreglárselas muy bien con la mirada 
que lo fija, esta sentencia prueba también que el oscurantismo no solo 
tiene sus cubiertos en los ágapes de la derecha.
El sujeto supuesto saber es para nosotros el pivote desde donde se 
articula todo lo que tiene que ver con la transferencia. Cuyos efectos 
se sustraen, si se hace pinza para asirlos con el pun bastante torpe, al 
afincarse entre la necesidad de repetición y la repetición de la necesi­
dad.
Aquí, el levitante de la intersubjetividad mostrará su sutileza al inte­
rrogar: ¿sujeto supuesto por quién si no por otro sujeto?
Un recuerdo de Aristóteles, una gotita de categorías, rogamos, para 
limpiarle a ese sujeto el barro de lo subjetivo. Un sujeto no supone 
nada, es supuesto.
Supuesto, enseñamos nosotros, por el significante que lo representa 
para otro significante.
Escribamos como conviene el supuesto de este sujeto colocando el 
saber en su lugar contiguo a la suposición:
S ---------- ► Sí
s (S1, S2,... S")
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PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
Se reconoce en la primera línea al significante S de la transferencia, 
es decir, de un sujeto, con su implicación de un significante que lla­
maremos cualquiera, es decir, que solo supone la particularidad en el 
sentido de Aristóteles (siempre bienvenido), que por este hecho supone 
también otras cosas. Si es nombrable con un nombre propio, no es que 
se distinga por el saber, como veremos a continuación.
Debajo de la barra, pero reducido al palmo de suposición del pri­
mer significante: la s representa el sujeto que resulta de él, implican­
do en el paréntesis el saber, supuesto presente, de los significantes 
en el inconsciente, significación que ocupa el lugar del referente aún 
latente en esa relación tercera que lo adjunta a la pareja significante- 
significado.
Se ve que si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de una 
situación convenida entre dos partenaires que se asumen en ella como 
• el psicoanalizante y el psicoanalista, él no puede desarrollarse sino al 
precio del constituyente ternario que es el significante introducido en el 
discurso que en él se instaura, el que tiene nombre: el sujeto supuesto 
saber, formación esta no de artificio sino de vena, como desprendida 
del psicoanalizante.
Tenemos que ver lo que califica al psicoanalista para responder a 
esta situación que, como se ve, no envuelve a su persona. No solamente 
el sujeto supuesto saber no es real en efecto, sino que no es en modo 
alguno necesario que el sujeto en actividad en la coyuntura, el psicoa­
nalizante (elúnicc-que-habla inicialmcnte), se lo imponga.
Es incluso tan poco necesario, que habitualmente no es cierto: lo 
cual es demostrado, en los primeros tiempos del discurso, por un modo 
de asegurarse de que el traje no le va al psicoanalista -resguardo contra 
el temor de que este se meta demasiado rápido en sus hábitos, si puedo 
decirlo así-.
Lo que nos importa aquí es el psicoanalista, en su relación con el 
saber del sujeto supuesto, relación no segunda sino directa.
Está claro que del saber supuesto él no sabe nada. El S1? de la primera 
línea no tiene nada que ver con los S en cadena de la segunda, y solo 
puede hallarse allí por encuentro. Apuntemos este hecho para reducir a 
él lo extraño de la insistencia de Freud en recomendarnos abordar cada 
caso nuevo como si no hubiésemos adquirido nada de sus primeros 
desciframientos.
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JACQUES LACAN
Esto no autoriza en modo alguno al psicoanalista a contentarse con 
saber que no sabe nada, porque lo que está en juego es lo que él tiene 
que saber.
Lo que tiene que saber puede ser trazado con la misma relación "en 
reserva" según la que opera toda lógica digna de ese nombre. Eso no 
quiere decir nada "particular", pero eso se articula en cadena de letras 
tan rigurosas que, a condición de no fallar ninguna, lo no sabido se 
ordena como el marco del saber.
Lo asombroso es que con eso se encuentre algo, los números transfi­
nitos, por ejemplo. ¿Qué era de ellos antes? Indico aquí su relación con el 
deseo que les dio su consistencia. Es útil pensar en la aventura de un Can­tor -aventura que no fue precisamente gratuita- para sugerir el orden, 
aunque no fuese él transfinito, donde el deseo del psicoanalista se sitúa.
Esta situación da cuenta, a la inversa, de la facilidad aparente con 
que se instala en posiciones de dirección en las sociedades existentes lo 
que hay que animarse a llamar nulidades. Entiéndanme: lo importante 
no es el modo según el cual estas nulidades se adornan (¿discurso sobre 
la bondad?) para el afuera, ni la disciplina que el vacío sostenido en el 
interior supone (no se trata de idiotez), sino que esa nulidad (del saber) 
es reconocida por todos, objeto usual si puede decirse, para los subordi­
nados, y moneda corriente de su apreciación para los Superiores.
La razón de esto se encuentra en la confusión sobre el cero, a propó­
sito de lo cual se permanece en un campo en el que ella no es apropiada. 
Nadie se preocupa en el gradas por enseñar qué distingue al vacío de la 
nada, que sin embargo no son lo mismo, ni el rasgo adecuado para la 
medida del elemento neutro implicado en el grupo lógico, ni tampoco 
la nulidad de la incompetencia, de lo no marcado de la ingenuidad, a 
partir de lo cual tantas cosas tomarían su lugar.
Para remediar este defecto produje el ocho interior y, en general, la 
topología en la que el sujeto se sostiene.
Lo que debe disponer a un miembro de la Escuela a tales estudios 
es la prevalencia que ustedes pueden captar en el algoritmo producido 
más arriba -que no permanece menos porque se la ignore-, la preva­
lencia manifiesta donde sea: tanto en el psicoanálisis en extensión así 
como en intensión, de lo que llamaré el saber textual, para oponerlo a 
la noción referencial que lo enmascara.
Respecto de todos los objetos que el lenguaje no solamente propone
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PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
al saber, sino que puso primero en el mundo de la realidad, de la reali­
dad de la explotación interhumana, no se puede decir que el psicoana­
lista sea un experto. Sería mejor que así fuese, pero de hecho más bien 
se queda corto.
El saber textual no era parásito por haber animado una lógica en 
la que la nuestra encuentra una lección para su sorpresa (hablo de la 
lógica de la Edad Media), y no es a sus expensas como supo enfrentar 
la relación del sujeto con la Revelación.
No es porque el valor religioso de esta se haya vuelto indiferente 
para nosotros, por lo que su efecto en la estructura deba ser descuida­
do. El psicoanálisis tiene consistencia por los textos de Freud, este es 
un hecho irrefutable. Es sabido lo que, de Shakespeare a Lewis Carroll, 
aportan los textos a su genio y a sus practicantes.
Este es el campo en el que se discierne a quién admitir para su estu­
dio. Es aquel donde el sqfista y el talmudista, el propalador de cuentos 
y el aedo, han tomado la fuerza que a cada instante nosotros recupera­
mos, más o menos torpemente, para nuestro uso.
Que un Lévi-Strauss en sus mitológicas le dé su estatuto científi­
co, viene bien verdaderamente para facilitarnos constituirlo como el 
umbral de nuestra selección.
Recordemos la guía que da mi grafo al análisis y la articulación que 
se aísla en él del deseo en las instancias del sujeto.
Es para indicar la identidad del algoritmo aquí precisado con lo que 
es connotado en el Banquete como el ávakua.
¿Dónde está dicho mejor que como lo hace allí Alcibíades, que las 
emboscadas del amor de transferencia no tienen otro fin más que obte­
ner eso de lo que él piensa que Sócrates es el continente ingrato?
Pero, quién sabe mejor que Sócrates que solo detenta la significación 
que engendra al retener esa nada, lo que le permite remitir a Alcibíades 
al destinatario presente de su discurso, Agatón (como por casualidad): 
esto para enseñarles a ustedes que por obsesionarse con lo que les con­
cierne en el discurso del psicoanalizante, siguen equivocándose.
Pero, ¿esto es todo? Cuando aquí el psicoanalizante es idéntico al 
áyaLpa a la maravilla que nos deslumbra, a nosotros terceros, en Alci­
bíades, ¿no es acaso nuestra oportunidad de ver allí aislarse el puro 
sesgo del sujeto como relación libre con el significante, aquel donde se 
aísla el deseo del saber como deseo del Otro?
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JACQUES LACAN
Como todos esos casos particulares que hacen el milagro griego, 
este solo nos presenta cerrada la caja de Pandora. Abierta, es el psicoa­
nálisis, que Alcibíades no necesitaba.
Con lo que llamé el final de la partida, estamos -por fin- en el hueso 
de nuestro discurso de esta noche. La terminación del psicoanálisis lla­
mado en forma redundante didáctico es, en efecto, el paso del psicoa- 
nalizante al psicoanalista.
Nuestro propósito es plantear al respecto una ecuación cuya cons­
tante es el áyakjua.
El deseo del psicoanalista es su enunciación, la que solo puede 
operar si él viene allí en posición de x: de esa x misma cuya solución 
entrega al psicoanalizante su ser y cuyo valor se anota (-cp), la hiancia 
que se designa como la función del falo al aislarlo en el complejo de 
castración, o a respecto de lo que lo obtura con el objeto que se reco­
noce bajo la función aproximativa de la relación pregenital. (Es ella la 
que el caso Alcibíades resulta anular: es lo que connota la mutilación 
de los Hermes.)
La estructura así abreviada les permite hacerse una idea de lo que 
ocurre al término de la relación de la transferencia, o sea: cuando por 
haberse resuelto el deseo que sostuvo en su operación el psicoanali­
zante, este ya no tiene ganas de confirmar su opción, es decir, el resto 
que como determinante de su división, lo hace caer de su fantasma y lo 
destituye como sujeto.
¿No es este el gran chitón que debemos conservar entre nosotros, 
que tomamos de él, psicoanalistas, nuestra suficiencia, mientras que la 
beatitud se ofrece más allá de olvidarlo nosotros mismos?
Al anunciarlo, ¿no desalentaríamos a los aficionados? La destitución 
subjetiva inscripta en el billete de entrada... ¿acaso no implica provocar 
el horror, la indignación, el pánico, incluso el atentado, en todo caso dar 
pretexto a la objeción de principio?
Sin embargo hacer interdicción de lo que se impone de nuestro 
ser es ofrecemos a un retorno del destino que es maldición. Lo que es 
rechazado en lo simbólico, recordemos su veredicto lacaniano, reapa­
rece en lo real.
En lo real de la ciencia que destituye al sujeto de un modo muy dife­
rente en nuestra época, cuando solo sus partidarios más eminentes, un 
Oppenheimer, se enloquecen por ello.
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PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
Es aquí dónde dimitimos de lo que nos hace responsables, a saber: 
la posición en que fijé el psicoanálisis en su relación con la ciencia, la 
de extraer la verdad que le responde en términos cuyo resto de voz nos 
es asignado.
Con qué pretexto resguardamos este rechazo, cuando bien se sabe 
qué despreocupación protege a la vez verdad y sujetos, y que prometer 
a los segundos la primera no les va ni les viene a quienes ya están próxi­
mos a ella. Hablar de destitución subjetiva nunca detendrá al inocente, 
cuya única ley es su deseo.
Nuestra- única elección es enfrentar la verdad o ridiculizar nuestro 
saber.
Esta sombra espesa que recubre ese empalme del que aquí me 
ocupo, ese en el que el psicoanalizante pasa a psicoanalista, es esto lo 
que nuestra Escuela puede esforzarse en disipar.
No estoy más lejos que ustedes en esta obra que no puede ser reali­
zada a solas, puesto que el psicoanálisis constituye su acceso.
Debo contentarme aquí con un flash o dos para precederla.
En el origen del psicoanálisis, cómo no recordar lo que, entre noso­
tros, hizo por fin Mannoni: que el psicoanalista es Fliess, es decir, el 
medicastro, el cosquilleador de nariz, el hombre a quien se le revela el 
principio macho y el principio hembra en los números 21 y 28, les guste 
o no, en suma, ese saber que el psicoanalizante, Freud el dentista, como 
se expresa la boquita de las almas abiertas al ecumenismo, rechaza con 
toda la fuerza del juramento que lo liga al programa de Heimholtz y 
sus cómplices.Que ese artículo haya sido entregado a una revista que casi no per­
mitía que el término "sujeto supuesto saber" apareciese en ella, salvo 
perdido en medio de una página, no le quita en nada el valor que puede 
tener para nosotros.
Al recordarnos el "análisis original", él nos vuelve al pie de la 
dimensión de espejismo en que se asienta la posición del psicoanalista 
y nos sugiere que no es seguro que esta sea reducida hasta tanto una 
crítica científica se haya establecido en nuestra disciplina.
El título se presta al comentario de que el verdadero original solo 
puede ser el segundo, por constituir la repetición que hace del primero 
un acto, pues es ella la que introduce el aprés-cowp propio del tiempo
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JACQUES LACAN
lógico, que se marca por el hecho de que el psicoanalizante pasó a psi­
coanalista. (Quiero decir Freud mismo, quien sanciona allí no haber 
hecho un autoanálisis.)
Me permito además recordarle a Mannoni que la escansión del 
tiempo lógico incluye lo que yo llamé el momento de comprender, 
justamente por el efecto producido (que retome mi sofisma) por la no 
comprensión, y que por eludir en suma lo que constituye el alma de su 
artículo ayuda a que se comprenda mal.
Recuerdo aquí que el quienquiera que venga [tout-venant] que 
reclutamos sobre la base de "comprender a sus enfermos" entra en un 
malentendido que como tal no es sano.
Flash ahora sobre el punto en el que estamos. Con el final del aná­
lisis hipomaníaco, descrito por nuestro Balint como el último grito de 
la moda, es el caso decirlo así, de la identificación del psicoanalizante 
con su guía, palpamos la consecuencia del rechazo antes denunciado 
(turbio rechazo: ¿Verleugmmg?), que solo deja el refugio de la consigna, 
ahora adoptada en las sociedades existentes, de la alianza con la parte 
sana del yo, la cual resuelve el paso a analista mediante la postulación 
en él, al comienzo, de dicha parte sana. Para qué puede servir entonces 
su paso por la experiencia.
Tal es la posición de las sociedades existentes. Ella expulsa nuestras 
observaciones a un más allá del psicoanálisis.
El paso de psicoanalizante a psicoanalista tiene una puerta cuyo 
gozne es ese resto que hace su división, porque esa división no es otra 
que la del sujeto, cuya causa es ese resto.
En este viraje en que el sujeto ve zozobrar la seguridad que obtenía 
de ese fantasma donde se constituye para cada uno su ventana sobre 
lo real, lo que se vislumbra es que el asidero [prise] del deseo no es otro 
que el de un deser.
En este deser se devela lo inesencial del sujeto supuesto saber, desde 
donde el psicoanalista por venir se consagra al áyaXpa de la esencia del 
deseo, dispuesto a pagarlo reduciéndose, él y su nombre, al significante 
cualquiera.
Porque rechazó el ser que no sabía de la causa de su fantasma, en el 
momento mismo en que por fin él devino ese saber supuesto.
"Que él sepa de lo que yo no sabía del ser del deseo, lo que de él es,
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PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
llegado al ser del saber, y que se borre." Sicut palea, como dice Tomás de 
su obra al final de su vida -como estiércol-.
Así el ser del deseo se une al ser del saber para renacer al anudarse 
ambos en una cinta de borde único en que se inscribe una sola falta, la 
que el áyák\ia sostiene.
La paz no viene de inmediato a sellar esta metamorfosis en que el 
partemire se desvanece por no ser ya más que saber vano de un ser que 
se sustrae.
Palpemos aquí la futilidad del término liquidación para ese agujero 
donde solamente se resuelve la transferencia. No veo en él, contra las 
apariencias, más que una negación del deseo del analista.
Porque quién, al vislumbrar a los dos partenaires jugar como las dos 
paletas de una pantalla giratoria, en mis últimas líneas, no puede captar 
que la transferencia nunca fue sino el pivote de esa alternancia misma.
Así, de aquel que recibió la clave del mundo en la hendidura del 
impúber, el psicoanalista ya no debe esperar una mirada, pero se ve 
devenir una voz.
Y ese otro que, niño, encontró su representante representativo en su 
irrupción a través del diario desplegado con el que se resguardaba el 
estercolero de los pensamientos de su progenitor, remite al psicoanalis­
ta el efecto de angustia en el que cae en su propia deyección.
Así, el final del análisis conserva en sí una ingenuidad, a propósito 
de la cual se plantea la cuestión de si debe ser considerada una garantía 
en el paso al deseo de ser psicoanalista.
Desde dónde podría entonces esperarse un testimonio justo sobre el 
que franquea ese pase, si no de otro que, al igual que él, todavía lo es, 
este pase, a saber, en quien está presente en ese momento el deser en 
el cual su psicoanalista conserva la esencia de lo que le pasó como un 
duelo, sabiendo por ello, como cualquier otro en función de didáctico, 
que también a ellos eso les pasará.
¿Quién mejor que ese psicoanalizante en el pase podría autentificar 
en él lo que este tiene de posición depresiva? No ventilamos aquí nada 
con lo que uno pueda darse aires, si uno no está en el asunto.
Es lo que les propondré luego como el oficio a confiar, para la 
demanda de devenir analista de la Escuela, a algunos a los que llama­
remos: pasadores.
Todos y cada uno de ellos habrán sido elegidos por un analista de la
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JACQUES LACAN
Escuela, que pueda responder si están en ese pase o si han vuelto a él, 
en suma, todavía ligados al desenlace de su experiencia personal.
Es a ellos a quienes les hablará de su análisis un psicoanalizante 
para hacerse autorizar como analista de la Escuela, y el testimonio que 
sabrán acoger desde lo vivo mismo de su propio pasado será de esos 
que jamás recoge ningún jurado de confirmación. La decisión de dicho 
jurado será entonces así esclarecida, no siendo obviamente estos testi­
gos jueces.
Inútil indicar que esta proposición implica una acumulación de la 
experiencia, su recolección y su elaboración, una seriación de su varie­
dad, una notación de sus grados.
Que puedan salir libertades de la clausura de una experiencia es lo 
que deriva de la naturaleza del aprés-coup en la significancia.
De todos modos esta experiencia no puede ser eludida. Sus resul­
tados deben ser comunicados: en primer lugar a la Escuela para que 
realice su crítica, y correlativamente, deben ser puestos al alcance de 
esas sociedades que, aunque nos hayan excluido, no dejan de ser asun­
to nuestro.
El jurado funcionando no puede abstenerse pues de un trabajo de 
doctrina, más allá de su funcionamiento como selector.
Antes de proponerles su forma, quiero indicar que conforme a la 
topología del plano proyectivo, es en el horizonte mismo del psicoaná­
lisis en extensión donde se anuda el círculo interior que trazamos como 
hiancia del psicoanálisis en intensión.
Ese horizonte, yo quisiera centrarlo en tres puntos de fuga perspec- 
tivos, notables por pertenecer cada uno de ellos a uno de los registros 
cuya colusión en la heterotopía constituye nuestra experiencia.
En lo simbólico, tenemos el mito edípico.
Observemos, en relación con el núcleo de la experiencia sobre el que 
acabamos de insistir, lo que llamaré técnicamente la facticidad de este 
punto. Depende, en efecto, de una mitogenia, uno de cuyos componen­
tes, como se sabe, es su redistribución. Ahora bien, el Edipo, por ser 
ectópico (carácter subrayado por un Kroeber), plantea un problema.
Abrirlo permitiría restaurar, incluso al relativizarla, su radicalidad 
en la experiencia.
274
PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
Quisiera aclarar lo que quiero decir simplemente con lo siguiente: 
retiren el Edipo, y el psicoanálisis en extensión, diré, pasa enteramente 
a la jurisdicción del delirio del presidente Schreber.
Controlen su correspondencia punto por punto, ciertamente no ate­
nuada desde que Freud la señaló al no declinar su imputación. Pero 
dejemos lo que mi seminario sobre Schreber ofreció a quienes podían 
escucharlo.
Hay otros aspectos de ese punto relativos a nuestras relaciones con 
el exterior,o más exactamente a nuestra extraterritorialidad: término 
esencial en el Escrito, que considero como prefacio de esta proposición.
Observemos el lugar que ocupa la ideología edípica para dispensar 
de algún modo a la sociología desde hace un siglo de tomar partido, 
como debió hacerlo antes, sobre el valor de la familia, de la familia exis­
tente, de la familia pequeño burguesa en la civilización, es decir, en 
la sociedad vehiculada por la ciencia. ¿Nos beneficia o no lo que ahí 
encubrimos sin saberlo?
El segundo punto está constituido por el tipo existente, cuya facti- 
cidad es esta vez evidente, de la unidad: sociedad de psicoanálisis, en 
tanto dirigida por un ejecutivo de escala internacional.
Lo dijimos, Freud lo quiso así, y la sonrisa molesta con que retracta 
del romanticismo de la especie de Komintern clandestino al que prime­
ro le dio su carta blanca (cf. Jones, citado en mi Escrito) solo lo subraya 
mejor.
La. naturaleza de esas sociedades y el modo en que obtemperan se 
aclaran con la promoción por Freud de la Iglesia y del Ejército como 
modelos de lo que él concibe como la estructura del grupo. (Con este 
término, en efecto, habría que traducir hoy Masse de su Masse rvpsycho- 
logie).
El efecto inducido de la estructura así privilegiada se aclara aún 
más por agregársele la función en la Iglesia y en el Ejército del sujeto 
supuesto saber. Estudio para quien quiera emprenderlo: llegaría lejos.
Al atenerse al modelo freudiano, aparece de manera muy manifiesta 
el favor que reciben en él las identificaciones imaginarias, y al mismo 
tiempo la razón que encadena al psicoanálisis en intensión a limitar a 
ese modelo su consideración, incluso su alcance.
Uno de mis mejores alumnos aplicó muy bien su trazado al Edipo 
mismo, definiendo en él la función del Padre ideal.
275
JACQUES LACAN
Esta tendencia, como se dice, es responsable de haber relegado al 
punto de horizonte precedentemente definido lo que en la experiencia 
es calificable como edípico.
La tercera facticidad, real, demasiado real, suficientemente real 
como para que lo real sea más mojigato en promoverlo que la lengua, 
es lo que hace hablable el término de campo de concentración, sobre el 
cual nos parece que nuestros pensadores, al vagar del humanismo al 
terror, no se concentraron lo suficiente.
Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro 
horror, representa la reacción de precursores en relación con lo que se 
irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento de las agru­
paciones sociales por la ciencia y, especialmente, de la universalización 
que esta introduce en ellas.
Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso 
en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación.
¿Habrá que atribuirle a Freud, considerando que estuvo introduci­
do desde el origen en el modelo secular de este proceso, haber querido 
asegurar en su grupo el privilegio de la flotabilidad universal con que 
se benefician las dos instituciones antes nombradas? No es impensable.
Cualquiera que sea el caso, este recurso no le facilita al deseo del 
psicoanalista el situarse en esta coyuntura.
Recordemos que si la IPA de ia Mittdeuropa demostró su preadap­
tación a esa prueba al no perder en dichos campos ni uno solo de sus 
miembros, debió a esta proeza el ver producirse después de la gue­
rra una estampida, que no dejaba de tener la contrapartida de algunas 
bajas (cien psicoanalistas mediocres, recordemos), de candidatos en 
cuyas mentes el motivo de encontrar refugio ante la marea roja, fantas­
ma de ese entonces, no estaba ausente.
Que la "coexistencia", que podría perfectamente también aclararse 
por una transferencia, no nos haga olvidar un fenómeno que es una de 
nuestras coordenadas geográficas, es el caso decirlo, y cuyas farfullas 
sobre el racismo más bien enmascaran su alcance.
El final de este documento precisa el modo bajo el cual podría ser 
introducido lo que solo tiende, abriendo una experiencia, a volver por 
fin verdaderas las garantías buscadas.
276
PROPOSICIÓN DEL 9 DE OCTUBRE DE 1967
Las dejamos enteramente en manos de quienes tienen experiencia.
No olvidamos, sin embargo, que ellos son quienes más padecieron 
las pruebas impuestas por el debate con la organización existente. Lo 
que deben el estilo y los fines de esa organización al black-out puesto 
sobre la función del psicoanálisis didáctico es evidente en cuanto una 
mirada nos es permitida: de allí el aislamiento con que se protege a sí 
mismo.
Las objeciones que encontró nuestra proposición no derivan en 
nuestra Escuela de un temor tan orgánico.
El hecho de que se hayan expresado sobre un tema motivado movi­
liza ya la autocrítica. El control de las capacidades ya no es inefable por 
requerir títulos más justos.
Es por una prueba semejante como se hace reconocer la autoridad.
Que el público de los técnicos sepa que no se trata de cuestionarla, 
sino de extraerla de la ficción.
La Escuela Freudiana no puede caer en el tough sin humor de un 
psicoanalista que encontré en mi último viaje a los USA. "La razón por 
la cual nunca atacaré las formas instituidas -me dice- es que ellas me 
aseguran sin problemas una rutina que me es cómoda".
Notas
1. Traducción de Graciela Esperanza. Revisión de Graciela Esperanza y Guy 
Trabas.
2. Lo que se llama comúnmente: el psicoanalizado, por anticipación.
277
DISCURSO e n la e s c u e l a f r e u d ia n a 
DE PARÍS1
Presentada el 9 de octubre de 1967 a los psicoanalistas 
titulares (AE y AME) de la Escuela Freudiana de París, la "pro­
posición sobre el psicoanalista de la Escuela" fue discutida 
por estos, y sometida a un voto consultivo, en el transcurso de 
una segunda reunión llevada a cabo en el mes de noviembre. 
En respuesta, J. Lacan redactó para la tercera reunión, del 6 de 
diciembre, el siguiente texto, que se publicó con un comentario 
agregado, fechado el Io de octubre de 1970 (2000).
La intromisión hecha por mí desde el año pasado de la función 
del acto en la red (sea cual fuere el uso que de ese término hayan 
hecho ciertas opiniones expresadas a su vez), en el texto, digamos, 
con el cual mi discurso se trama, la intromisión del acto era la con­
dición previa para que mi proposición llamada del 9 de octubre apa­
reciera.
¿Es ella acto? Es lo que depende de sus consecuencias, desde las 
primeras en producirse.
El círculo aquí presente, por haber recibido no solo la competencia 
sino también el aval, fue elegido por mí en la Escuela, para constituir en 
ella dos clases. Esto debería querer decir que se sientan allí más iguales 
que en otra parte y levantar ai mismo tiempo un handicap práctico.
Yo respetaba la aproximación de la selección de la que salieron los 
AE y los AME, tal como están registrados en el anuario de 1965, este 
con el cual se plantea la pregunta de si debe persistir como el producto 
mayor de la Escuela.
Yo respetaba, no sin razón, lo que merecía la experiencia de cada 
uno en tanto evaluada por los demás. Una vez realizada esta selección, 
toda respuesta de clase implica la igualdad supuesta, la equivalencia 
mutua -toda respuesta cortés, se entiende-.
Es inútil entonces que alguien, por creerse en ello líder, nos aturda 
con los derechos adquiridos de su "escucha", con las virtudes de su 
"control" y de su afición por la clínica, o que se dé aires de quien es un 
poco más ducho que cualquiera de los de su clase.
279
JACQUES LACAN
La señora X y la señora Y valen en ese terreno tanto como los señores 
P y V.
Se puede admitir, sin embargo, visto el modo bajo el cual se realizó 
siempre la selección en las sociedades de psicoanálisis, incluso aquel 
con que fuimos seleccionados nosotros mismos, que prevalezca en 
algunos una estructuración más analítica de la experiencia.
Pero cómo se distribuye esta estructuración, que nadie, que yo sepa, 
puede pretender, salvo el personaje que ha representado a la medicina 
francesa en la oficina de la Internacional psicoanalítica, que sea un dato 
(¡él dice quees un don!), tal es el primer punto que hay que inquirir. El 
segundo punto resulta entonces el de constituir clases tales que no sola­
mente ratifiquen esta distribución sino que, por servir para producirla, 
la reproduzcan.
He aquí tiempos que merecerían subsistir era esa producción misma, 
a falta de lo cual la cuestión de la calificación analítica puede ser plan­
teada desde donde se quiéra, y ya no en relación con nuestra Escuela, 
que es aquello de lo que desearían convencernos quienes la quieren tan 
propicia a su gobierno y que tienen su modelo en otra parte.
Por deseable que sea tener una superficie (que con gusto se conmove­
ría desde el interior), ella no tiene otro alcance que intimidar, no ordenar.
Lo impropio no es que un cualquiera se atribuya la superioridad, 
incluso lo sublime de la escucha, ni que el grupo se proteja en sus már­
genes terapéuticos, sino que infatuación y prudencia hagan las veces 
de organización.
¿Cómo esperar hacer reconocer un estatuto legal a una experiencia 
de la cual no se sabe siquiera responder?
No puedo hacer nada mejor, para honrar a los non licet que he reco­
gido, que introducir el escamoteo producido por un extraño sesgo, a 
partir de ese "ser el único" [etre le seul] con el que se atribuyen el mérito 
de apuntar allí a la infatuación más común en medicina, ni siquiera 
para cubrirlo con el "estar solo" [étre seul] que, para el psicoanalista, es 
realmente el paso con el cual entra en oficio cada mañana, lo cual sería 
ya abusivo, sino para con este "ser el único" justificar el espejismo de 
hacerlo chaperón de esta soledad.
Así funciona el i {n) con el cual se imaginan el yo y su narcisismo, 
haciendo de casulla para ese objeto n que constituye la miseria del suje­
280
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
to. Esto porque el (<?), causa del deseo, por estar a merced del Otro, 
angustia pues ocasionalmente, se viste contrafóbicamente con la auto­
nomía del yo, como lo hace el cangrejo ermitaño con cualquier capara­
zón.
Se hace, por lo tanto, artificio deliberado de un organon denunciado, 
y me pregunto qué debilidad puede animar una homilía tan poco digna 
de lo que se juega. ¿No consistirá el ad hominem en hacerme entender 
que se me protege de los otros mostrándoles que son iguales a mí, lo 
que permite poner de relieve que se me protege de mí mismo?
Pero si yo estaba solo en efecto, solo para fundar la Escuela, tal como 
lo dije franca y decididamente al enunciar su acto: "solo como lo estuve 
siempre en mi relación con la causa analítica...", ¿acaso por eso me creí 
el único? No lo fui más desde el momento en que uno solo me seguía 
los pasos, no por azar aquel cuyos favores presentes interrogo. ¿Con 
todos ustedes, para lo que hago solo, voy a pretender que estoy aislado?
¿Qué tiene que ver ese paso, por ser dado solo, con cuán único uno 
se cree por seguirlo? ¿Acaso no me fío de la experiencia analítica, es 
decir, de lo que de ella me viene de quien se desembrolló solo de ella? 
Si yo creyese estar solo al tenerla, entonces, ¿para quién hablaría? Es 
más bien por llenarse la boca con la escucha -la única por ser la suya-, 
lo que en ocasiones le haría de mordaza.
No hay homosemia entre el único [le scul] y solo [seulJ.
Mi soledad es justamente a lo que yo renunciaba al fundar la Escue­
la, y ¿qué tiene que.ver ella con.aquella en la que se sostiene el acto 
psicoanalítico, sino el poder disponer de su relación con este acto?
Porque si esta semana, al volver a dictar mi seminario, sin más 
demora he planteado el acto psicoanalítico, y los tres términos para 
interrogarlo sobre su fin: mira ideal, clausura, aporía de su reseña, ¿no 
es notable que, de los eminentes que aquí me rehúsan su consecuencia, 
los mismos cuyo hábito (hábito de los otros) consiste en que aquí se los 
vea, no haya aparecido ninguno? Si después de todo mi proposición 
los apasiona al punto de reducirlos al murmullo, ¿no hubieran podi­
do esperar de una articulación patente que les ofreciera puntos para 
refutar?
Pero es claramente porque yo no estoy solo para inquietarme por 
este acto por lo que se sustraen a quien es el único en asumir el riesgo 
de hablar de él.
281
JACQUES LACAN
Lo que obtuve de un sondeo confirma que se trata de un síntoma, 
tan psicoanalíticamente determinado como lo exige su contexto y como 
lo es un acto fallido, si lo que lo constituye es excluir su reseña.2
Ya se verá si es una manera de ganar, el ataviarse, aunque solo sea 
volviendo hacia mí la pregunta: si, al no aparecer, se termina el pro­
blema. No se quiere caucionar el acto. Pero el acto no depende de la 
audiencia encontrada para la tesis, sino de que en su proposición ella 
permanezca legible para todos en la pared, sin que se enuncie nada en 
contra.
Por lo que se requirió de ustedes responder a ello y sin demora. ¿Se 
consideraría a esta prisa como vicio de forma, si no hubiera dicho yo lo 
que se olvida de la función lógica de la prisa?
Ella radica en la necesidad de un cierto número de efectuaciones 
que tiene mucho que ver con el número de participantes para que una 
conclusión se reciba de ellos, pero no a cuenta de ese número, porque 
esta conclusión depende en su verdad misma de los fracasos que cons­
tituyen a esas efectuaciones como tiempo.
Apliquen ustedes mi historia de liberaciones, sometidas a la prueba 
de tener que justificar qué marca llevan (blanca o negra) para poner 
pies en polvorosa: es porque algunos saben que ustedes no saldrán, 
digan ellos lo que digan, por lo que ellos pueden hacer que su salida sea 
una amenaza, cualquiera que sea la opinión de ustedes.
Lo inaudito, quién lo creería sino al escucharlo registrado en una 
cinta, es que mi operación se identifica con el fantasma sadiano, al que 
dos personas consideran burdamente presente en mi proposición. "La 
postura se rompe", dice uno de ellos, pero es por construcción. El otro 
se lanzó a la clínica.
¿Dónde está sin embargo el daño? cuando no va más lejos que el 
que pueda sufrir el personaje nebuloso de la historia, quien por haber 
encontrado, en los barrotes de una reja, tanteados paso a paso, uno 
marcado primero, concluía: "Desgraciados, me encerraron". Era la reja 
del Obelisco y tenía para él la plaza de la Concorde.
¿Dónde está el adentro, dónde el afuera?: los prisioneros a la salida, 
no los de mi apólogo, se hacen la pregunta, parece.
Yo la propongo a aquel que bajo el efecto de una nebulosa tan filo­
sófica (antes de mi proposición) me hacía la confidencia (quizás solo 
soñaba delante de mí) del brillo que él obtendría en nuestro mundito
282
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
por hacer saber que me abandonaba, en el caso de que sus ganas lo 
dominaran.
Que él sepa en esta prueba que yo saboreo bastante este abandono 
como para pensar en él cuando deploro tener tan poca gente a quien 
comunicar las alegrías que me ocurren.
Que no se crea que yo también me dejo estar. Simplemente me des­
pego lo suficiente de mi proposición para que se sepa que me divier­
te que su insignificancia escape, la que debería aflojar aun cuando la 
apuesta no es insignificante. En verdad no tengo conmigo más que 
Suficiencias de camelo [a la manque], de la falta [a la manque] de humor 
en todo caso.
[¿Quién verá, pues, que mi proposición se forma con el modelo del 
chiste, del papel de la Aritte Person?]3 Porque está claro que si todo acto 
no es sino figura más o menos completa del acto psicoanalítico, no hay 
acto que domine a este último. La proposición no es acto en segundo 
grado, sino nada más que el acto psicoanalítico, que hesita, por estar ya 
en curso.
Pongo siempre balizas para que se orienten en mi discurso. En lo 
preliminar de este año, brilla esta que se homologa con el que no haya 
Otro del Otro (de hecho) ni verdadero sobre lo verdadero (de derecho): 
no hay tampoco acto del acto, a decir verdad, impensable.
Mi proposición se guarece en ese punto del acto, por el cual se 
demuestra que él nunca triunfa tanto como cuando falla, lo que no 
implicaque la falla sea su equivalente, dicho de otro modo, que pueda 
ser considerada un logro.
Mi proposición no ignora que el discernimiento al que apela implica 
captar esa no reversibilidad como dimensión: [otra escansión del tiem­
po lógico, el momento de fallar logra el acto solo si el instante de pasar 
por él no fue pasaje al acto, por parecer seguir el tiempo para compren­
derlo].1
Se ve bien por la acogida que ella recibe que en ese tiempo yo no 
pensé. Solo reflexioné que ella debe iniciarlo.
Que ella aborde el acto psicoanalítico por el sesgo a través del cual 
se instituye en el agente solo lo falla para quienes hacen que la institu­
ción sea el agente de dicho acto; es decir, para quienes separan el acto 
instituyente del psicoanalista del acto psicoanalítico.
Lo cual es de un fallado que en ninguna parte es lo logrado.
283
JA C Q U E S LACAN
Mientras que el instituyente no se abstrae del acto analítico más que 
haciendo falta, justamente por haber logrado poner en entredicho [met- 
tre en cause] al sujeto. Es por lo tanto porque falló por lo que el logro 
llega a la vía del psicoanalizante, cuando es por la retroacción [aprés- 
coup] del deseo del psicoanalista y por las aporías que él demuestra.
Tales aporías son las que ilustré hace un instante con una chanza 
más actual de lo que parecía, puesto que si lo nebuloso del héroe le per­
mite reír al oyente, es porque lo sorprende con el rigor de la topología 
construida a partir de su nebulosa.
Así el deseo del psicoanalista es ese lugar del que se está fuera sin 
pensar en ello, pero donde encontrarse es haber salido de él en serio, o 
sea, esa salida haberla tomado solo como entrada, además de que no es 
cualquiera, ya que es la vía del psicoanalizante. No dejemos pasar que 
describir ese lugar en un recorrido de infinitivos dice lo inarticulable 
del deseo, deseo articulado, sin embargo, por el "sentido-salida"5 de 
esos infinitivos, o sea, por lo imposible que me basta en este rodeo.
Aquí es donde un control podría parecer no estar de más, aun cuan­
do hace falta más para dictarnos la proposición.
Es otra cosa que controlar un "caso": un sujeto (subrayo) al que su 
acto sobrepasa, lo cual no es nada, pero que, si él sobrepasa su acto, pro­
duce la incapacidad que vemos florecer en el cantero de los psicoanalis­
tas [que se manifestará frente al asiento/sitio del obsesivo, por ejemplo, 
al ceder a su demanda de falo interpretándola en términos de coprofagia 
y así fijándola a su cagalera, para que finalmente le fallemos a su deseo].6
¿A qué tiene que responder el deseo del psicoanalista? A una nece­
sidad [necessité] que no podemos teorizar sino por deber hacer el deseo 
del sujeto como deseo del Otro, o sea, por hacerse causa de ese deseo. 
Pero para satisfacer dicha necesidad, el psicoanalista debe ser tomado 
tal como es en la demanda, acabamos de ilustrarlo.
La corrección del deseo del psicoanalista por lo que se dice queda 
abierta, al retomar el bastón del psicoanalizante. Sabemos que son pala­
bras en el aire. Digo que seguirán siéndolo mientras las necesidades 
¡besoíus] no se juzguen a partir del acto psicoanalítico.
Es precisamente por lo que mi proposición es interesarse en el pase, 
donde el acto podría aprehenderse en el tiempo en que se produce.
No ciertamente para volver a poner a alguien en el banquillo de los 
acusados; pasado ese momento, ¿quién hubiera podido temerlo? Pero
284
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
se sintió tocado el prestigio del galón. Esto equivale a medir la potencia 
del fantasma de donde surgieron, muy frescos para ustedes la última 
vez, los primeros saltos que lanzó a la institución llamada internacio­
nal, antes de que ella devenga su consolidación.
Esto, para ser justos, muestra que nuestra Escuela no anda tan mal 
encaminada al consentir lo que algunos quieren reducir a la gratuidad 
de aforismos, cuando se trata de ¡os míos. Si ellos no fueran efectivos, 
hubiera podido yo hacer salir, por una puesta en vereda alfabética, la 
posición de meterse al abrigo que es la regla para responder a todo 
llamado a la opinión en un convento analítico, incluso la que hace allí 
remilgos de debate científico, y no se inmuta por ninguna probación.
De donde por contraste ese estilo de salida, maltratando al otro, que 
toman allí las intervenciones, y el blanco en el que se convierten quie­
nes se arriesgan a contradecirlas. Usos tan fastidiosos para el trabajo 
como reprensibles respecto de la idea, por simplona que se la pretenda, 
de una comunidad de Escuela.
Si adherir a ella significa algo, no será para que se agregue a la cor­
tesía que yo dije ligar más estrictamente las clases, la confraternidad en 
toda práctica en que ellas se unen.
Sin embargo, era tangible que el acto psicoanalítico, al invitar a los 
más sabios a opinar sobre él, se traducía en toques de hosquedad, para 
que el tono subiera a medida que inevitablemente la evitación aumen­
taba.
Porque si escuchándolos se vuelve notorio que se entra en ello más 
adelante al querer salirse de él, cómo -salvo estando desbordado- no 
fiarse de su estructura.
Bastaría, pienso, una red más seria para ceñirla. ¡Vean ustedes cómo 
defiendo yo estas palabras que quieren hacer aparecer como degrada­
das.7 Apuesto a que estarán de mi lado, si les conservo mis favores.
No hablo de la inversión que se les promete a mis aforismos. Creía 
que esta palabra estaba destinada a llevar más lejos el genio de aquel 
que no vacila en rebajar de ese modo su empleo.
Mientras tanto, es precisamente al confesar la garantía que ella cree 
deber a su red, tomada en el sentido de sus pupilos a título del didác­
tico, como de entrada y por volver allí formalmente, alguien a quien 
rendiremos homenaje por el lugar que ella supo tomar en el medio 
psiquiátrico en nombre de la Escuela declaró deber oponerse a toda
285
JACQUES LACAN
continuación que resulte de mi proposición. La argumentación que 
siguió fue una posición tomada desde allí: ¿dónde da por zanjado que 
el didáctico solo podría estar afectado por ella? Sí, pero, ¿por qué en el 
peor de los sentidos? Nada sabemos todavía de ello.
No veo ningún inconveniente en que la cosa que de la red se titula 
como patronazgo del didacta sobre su pandilla, cuando esta se compla­
ce en ello, sea propuesta a la atención por poco que una pizca de razón 
prometa su éxito: pero consulten su valiente denuncia en el Internatio­
nal Journal, eso les revelará lo que puede esperarse de ese coraje.
Precisamente me parecía que mi proposición no denunciaba la red, 
sino que en su más minuciosa disposición se ponía de través. De allí 
que me sorprenda menos ver que se alarmen por la tentación que ella 
ofrece a los virtuosos de la contrarred. Lo que me ocultaba esta visión, 
¿era probablemente el rehusar sorprenderme por el hecho de que mi 
red no me estrangulara?
¿Acaso voy a perder tiempo discutiendo una expresión como la de 
"plena transferencia" en su uso de barahúnda? De ella me río porque 
cualquiera sabe que es el golpe bajo más usual que siempre demostró 
ser eficaz en un campo donde los intereses no se escatiman más que en 
otra parte.
Incluso sin estar en el asunto, uno se sorprende al percibir en tal 
fnctum la advertencia difundida de antemano de que mi red sería más 
peligrosa que las otras al tejer su tela: está escrito con todas las letras: de 
la calle Lille a la calle Ulm.8 ¿Y entonces?
No creo'en el mal gusto de una alusión a mi red familiar. Hablemos 
de mi "pedazo de Oulm" [bout d'Oulm]9 (parecerá Lewis Carroll) y de 
sus Cahiers pour l'analyse.
¿Acaso propongo instalar mi "pedazo de Oulm" en el seno de los 
AE? Y ¿por qué no, si se diera el caso de que un "pedazo de Oulm" 
se hiciera analizar? Pero tomada en este sentido, mi red, lo afirmo, no 
tiene ninguno que se haya postulado ni que esté en vías de hacerlo.
Pero la red de la que se trata es para mí de otra trama, por represen­
tar la expansión del acto psicoanalítico.
Mi discurso, por haber retenido a sujetos a los queno prepara la 
experiencia en la que él se autoriza, prueba que soporta inducir a estos 
sujetos a constituirse a partir de sus exigencias lógicas. Lo que sugiere 
que aquellos que tienen dicha experiencia no perderían nada formán­
286
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
dose en esas exigencias que surgen de ella, para restituírselas en su 
"escucha", en su mirada clínica, y por qué no en sus controles. Donde 
no las vuelve más indignas de ser escuchadas el que puedan servir en 
otros campos.
Ya que la experiencia del clínico así como la escucha del psicoanalis­
ta no tienen que estar tan seguras de su eje como para no ayudarse con 
las referencias estructurales que hacen lectura de este eje. No estarán de 
más para transmitir esta lectura, quién sabe: para modificarla, en todo 
caso para interpretarla.
No les haré la ofensa de argüir los beneficios que la Escuela obtiene 
de un éxito que conseguí durante mucho tiempo apartar de mi trabajo 
y que, llegado, no lo afecta.
Esto me recuerda a un llamado pavo (en inglés) del que tuve que 
soportar en julio del 62 las propuestas indecentes, antes de que una 
comisión de investigación de la que era el alcahuete pusiera en juego 
a su sicario. El día previsto para el veredicto, convenido al inicio de la 
negociación, pagaba su deuda con mi enseñanza, que ya llevaba más 
de diez años, otorgándome el papel de sargento-reclutador, mientras 
la oreja de los que colaboraban con él parecía sorda a lo que, por esta 
vía, les retornaba a ellos de la historia inglesa, el jugar a los reclutas 
borrachos.
Algunos son más puntillosos hoy ante la faz expansiva de mi dis­
curso. Al tranquilizarse con un efecto de moda en esta afluencia de mi 
público, no ven todavía que podría ser rebatido el derecho de prioridad 
que creen tener sobre este discurso por haber querido disimularlo.
Contra lo que mi proposición se precavería para reanimar en el 
campo del psicoanálisis sus justas consecuencias.
Todavía haría falta que no sea de este campo de donde provenga la 
expresión de no-analista para un oficio que reconozco al verlo resurgir: 
cada vez que mi discurso hace acto en sus efectos prácticos, esta expre­
sión toca a aquellos que lo entienden así.
No tiene gravedad para ellos. La experiencia ha mostrado que, para 
volver al estado de gracia, la prima a pagar es escasa. Quien se separe 
de mí volverá a ser analista en pleno ejercicio, al menos para la inves­
tidura de la Internacional psicoanalítica. Un votito para excluirme, qué 
digo, ni siquiera: una abstención, una excusa dada a tiempo, y se reco­
bran todos los derechos en la Internacional, aunque se esté formado de
287
JACQUES LACAN
pies a cabeza por mi práctica intolerable. Se podrán incluso utilizar mis 
términos, con tal de que no se me cite, puesto que ya no tendrán más 
consecuencias, a causa del ruido que se ha hecho para taparlos. Que 
nadie aquí lo olvide, la puerta no se ha vuelto a cerrar.
Hay sin embargo, para volver a ser analista, otro medio que indicaré 
más tarde porque vale para todos, y no solamente para aquellos que me 
deben su mal paso, tal una cierta banda de Moebius, verdadero montón 
de no analistas.10
Es que, cuando se llega a escribir que mi proposición tendría como 
finalidad devolver el control de la Escuela a no analistas, no haré menos 
que recoger el guante.
Y jugar a decir que ese es efectivamente el sentido: quiero poner el 
acto analítico bajo el control de no-analistas, si hay que entender por 
ello que el estado presente del estatuto del analista no solamente lo 
lleva a eludir este acto, sino que degrada la producción que dependería 
de él para la ciencia.
En otro caso, sería efectivamente de gente tomada fuera del campo 
en espera de la que se esperaría intervención. Si esto no se concibe 
aquí, es en razón de la experiencia de la que se trata, la denominada 
del inconsciente, ya que es ahí donde se justifica muy sumariamente el 
análisis didáctico.
Pero si se toma el término analista en el sentido en que a tal o cual 
puede imputársele el fallar allí a título de un condicionamiento mal 
captable salvo por un estándar profesional, el no analista no impli­
ca el no analizado, al que evidentemente no pienso hacer acceder, 
dada la puerta de entrada que le doy, a la función de analista de la 
Escuela.
Ni siquiera el no practicante es el que estaría en cuestión, aunque 
sea admisible en este lugar. Digamos que pongo allí un no analista en 
perspectiva, aquel que se puede captar antes de que, por precipitarse en 
la experiencia, experimente, según parece ser la regla, como una amne­
sia de su acto.
¿Es concebible de otro modo que yo tenga que hacer emerger el pase 
(cuya existencia nadie me discute)? Ello, mediante el hecho de redo­
blarlo con el suspenso que introduce allí su cuestionamiento con fines de 
examen. Es de esa precariedad de donde espero se sustente mi analista 
de la Escuela.
288
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
En suma, es a este al que entrego la Escuela, es decir, entre otras la 
carga, en primer lugar, de detectar cómo los "analistas" solo tienen una 
producción estancada -sin salida teórica fuera de mi intento de reani­
marla-, donde sería necesario medir la regresión conceptual, incluso la 
involución imaginaria a tomar en el sentido orgánico (la menopausia, 
¿por qué no?, y ¿por qué no se vio nunca una invención de un joven en 
psicoanálisis?).
No propongo esta tarea más que para que permita una reflexión 
(entiendo: que repercuta) sobre lo que hay de más abusivo en confiarla 
al psicosociólogo, incluso al estudio de mercado, empresa que ustedes 
no han de cualquier manera advertido (o bien entonces como semblan­
te, está logrado) cuando la proveyó bajo su égida un psicoanalista pro­
fesor.
Pero observen que si alguien demanda un psicoanálisis para pro­
ceder sin duda, esa es vuestra doctrina, en lo que tiene de confuso su 
deseo de ser analista, es esta procesión misma la que, por caer de dere­
cho bajo el golpe de la unidad de la psicología, va a caer allí de hecho.
Por eso es en otra parte, únicamente en el acto psicoanalítico, donde 
hay que localizar lo que articulo del "deseo de! psicoanalista", el que no 
tiene nada que ver con el deseo de ser psicoanalista.
Y si ni siquiera se sabe decir, sin hundirse en lo cenagoso que va del 
"personal" al "didáctico", qué es un psicoanálisis que introduce a su 
propio acto, ¿cómo esperar que se levante este hándicap destinado a 
alargar su circuito, que reside en que en ninguna parte el acto psicoana­
lítico se distingue de la condición profesional que lo cubre?
¿Hace falta esperar que exista el uso de mi no analista sostenien­
do esta distinción para que un psicoanálisis (uno primero, un día) que 
se demanda como didáctico sin que la apuesta sea un establecimiento, 
algo sobrevenga de un orden que pierde su fin a cada instante?
Pero la demanda de este uso es ya una retroacción del acto psicoa­
nalítico, es decir que parte de él.
Que una asociación profesional no pueda satisfacerla, el producirla 
tiene por resultado forzar a aquella a confesarlo. Se trata entonces de 
saber si se puede responder a ello desde otro lugar, desde una Escuela 
por ejemplo.
Quizás esta sería aquí la razón para que alguien demande un aná­
lisis a un analista-miembro de... la Escuela, sin lo cual, ¿en nombre de
289
JACQUES LACAN
qué podría esperarlo?, ¿en nombre de la libre empresa? Que se instale 
entonces otro negocio.
Para decirlo todo, el riesgo asumido en la demanda, que no se arti­
cula sino por que advenga el analista, debe ser objetivamente tal que 
quien solo responde a esta al- tomarla bajo su responsabilidad, o sea, 
por ser el analista, no tendría ya la preocupación de deber frustrarla, 
teniendo ya bastante trabajo con gratificarla para que la cosa salga 
mejor de lo que está saliendo al instante.
Manera de escucha, modalidad de clínica, suerte de control, quizás 
más soporte en su objeto presente al apuntarlo más bien a su deseo que 
en su demanda.
El "deseo del psicoanalista",ahí está el punto absoluto desde donde 
se triangula la atención a lo que, por ser esperado, no debe dejarse para 
mañana.
Pero plantearlo como lo hice introduce la dimensión en la que el 
analista depende de su acto al localizarse a partir de lo falaz de lo que 
lo satisface, al asegurarse por él de no ser lo que allí se hace.
Es en este sentido que el atributo de no psicoanalista es el garante 
del psicoanálisis, y que yo anhelo en efecto que haya no analistas, que 
se distinguen en todo caso de los psicoanalistas actuales, que pagan su 
estatus con el olvido del acto que lo funda.
Para aquellos que me siguen en esta vía, pero que sin embargo echa­
rían de menos una calificación relajante, doy como lo prometí otra alter­
nativa que la de dejarme: que se me aventaje en mi discurso hasta que 
caiga en desuso. Sabré por fin que no habrá sido vano.
Mientras tanto, debo sufrir músicas extrañas. Fíjense ustedes la fábula 
que circula del candidato que sella un contrato con su psicoanalista: "Tú 
me recibes a mi gusto, yo te ayudo a trepar. Tan fuerte como listo (quién 
sabe, uno de esos normalistas que les desnormalizarían una sociedad 
entera con esos trucos fanfarrones que tienen todo el tiempo de tramar 
durante sus años de vagancia), ni visto ni conocido, yo los embrollo, y tú 
pasas como una flor: analista de la Escuela según la proposición".
¡Mirífico! Aunque mi proposición no hubiera engendrado más que 
esta laucha, se transforma ella misma en roedor. Pregunto: estos cóm­
plices, ¿qué otra cosa podrán hacer a partir de aquí sino un psicoaná­
lisis donde ni una palabra podrá sustraerse al toque de lo verídico, ya 
que todo engaño por ser gratuito fallará? Finalmente: un psicoanálisis
290
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIAN A DE PARÍS
sin meandros. Sin los meandros que constituyen el curso de todo psi­
coanálisis en tanto ninguna mentira escapa a la pendiente de la verdad.
Pero, ¿qué quiere decir esto en relación con el contrato imaginado, 
si este no cambia nada? Que es fútil, o bien que incluso cuando nadie 
está enterado, es tácito.
¿Pues el psicoanalista acaso no está siempre a fin de cuentas a mer­
ced del psi coanal izante, y tanto más cuanto que el psicoanalizante no 
puede ahorrarle nada si él tropieza como psicoanalista, y si no tropieza, 
menos todavía? Al menos es lo que nos enseña la experiencia.
Lo que 'no puede ahorrarle es ese deser con el que está afectado así 
como el término a asignar a cada psicoanálisis, y del que me sorprendo 
al encontrarlo en tantas bocas desde mi proposición como atribuido a 
quien da el golpe, por no ser en el pase connotado sino con una destitu­
ción subjetiva: el psicoanalizante.
Para hablar de destitución subjetiva, sin divulgar la charlatanería 
del pasador, o sea, aquel cuyas formas en uso hasta ahora hacen ya 
soñar con su vara -lo abordaré por otro lado-.
Aquello de lo que se trata es de hacer entender que no es ella la que 
hace deser, más bien ser, singularmente y fuerte. Para tener una idea de 
ello, supongan la movilización de la guerra moderna tal como intervie­
ne para un hombre de la Belle Époque. Esto se encuentra en el futurista 
que lee allí su poesía, o el publicista que agita la tirada. Pero en cuanto 
al efecto de ser, se palpa mejor en Jean Paulhan. El guerrero aplicado es la 
destitución subjetiva en.su salubridad.,
O bien aun imagínenme en el 61, sabiendo que servía para que mis 
colegas volvieran a la Internacional, pagando el precio de que mi ense­
ñanza fuera en ella proscripta. Continúo sin embargo esta enseñanza, 
al precio de no ocuparme más que de ella, sin oponerme siquiera al 
trabajo de apartar de ella a mi auditorio.
Estos seminarios, de los que alguien, al releerlos, exclamaba delan­
te de mí recientemente, sin otra intención me parece, que era preciso 
que yo hubiese realmente amado a aquellos para quienes sostenía el 
discurso, ahí tienen otro ejemplo de destitución subjetiva. Y bien, les 
doy testimonio, uno [orc] "ser" bastante fuerte en este caso, al punto de 
parecer amar, vean ustedes.
Nada que ver con el deser del cual la cuestión es saber cómo puede 
el pase afrontarlo ataviándose con un ideal cuyo deser se ha descubier­
291
JACQUES LACAN
to, precisamente por cuanto el analista no soporta más la transferencia 
del saber a él supuesto.
Es probablemente aquello a lo que respondía el ¡Heill del kapo de 
hace un rato, cuando al sentirse él mismo acribillado por su investiga­
ción, resoplaba: "Nos hacen falta psicoanalistas templados".11 ¿En su 
salsa, quería decir?
No insisto: evocar los campos de concentración es grave, alguien 
creyó deber decírnoslo. ¿Y no evocarlos?
Prefiero por lo demás recordar las palabras del teórico de enfrente, 
quien desde siempre usa como amuleto el hecho de que uno psicoana- 
liza con su ser: su "ser el psicoanalista", naturalmente. En ciertos casos, 
tenemos esto al alcance de la mano en el umbral del psicoanálisis, y 
ocurre que lo conservamos allí hasta el final.
Paso por alto el hecho de que alguien que sabe del asunto me pre­
senta como fascista, y para terminar con las tonterías, me divierto seña­
lando que mi proposición hubiera impuesto la admisión de Fliess a la 
Internacional psicoanalítica, pero recuerdo que el ad absurdum necesita 
tacto, y que fracasa aquí porque Freud no podía ser su propio pasador, 
y es por eso que no podía rescatar a Fliess de su deser.
Si creo en ¡os recuerdos tan precisos con que la señora Blanche Rever- 
chon-Jouve en ocasiones me honra al confiármelos, tengo la sensación 
de que si los primeros discípulos hubieran sometido a un pasador elegi­
do entre ellos, digamos, no su aprehensión del deseo del analista -cuya 
noción no era ni siquiera perceptible entonces (si es que alguien la entien­
de ahora)-, sino solamente su deseo de serlo, el analista, el prototipo pro­
puesto por Rank en su persona del "yo no pienso", hubiera podido ser 
situado mucho antes en su lugar en la lógica del fantasma.
Y la función del analista de la Escuela habría salido a la luz desde el 
comienzo.
Porque finalmente es necesario que una puerta esté abierta o cerra­
da, con lo cual estamos en la vía psicoanalizante o en el acto psicoa- 
nalítico. Se puede hacerlos alternar como una puerta vaivén, pero la 
vía psicoanalizante no se aplica al acto analítico, cuya lógica está en su 
consecuencia.
Estoy demostrando al elegir para mi seminario algunas de esas pro­
posiciones discretas que la literatura psicoanalítica ahoga, que cada vez
292
DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
que un psicoanalista capaz de consistencia hace prevalecer un objeto 
en el acto psicoanalítico (cf. el artículo de Winnicott),12 debe declarar 
que la vía psicoanalizante no puede sino rodearlo: ¿no es esto indicar 
el punto desde donde solo esto es pensable, el psicoanalista mismo en 
tanto es causa del deseo?
He dicho bastante sobre esto, pienso, para que se comprenda que no 
se trata de ningún modo de analizar el deseo del psicoanalista. No nos 
atreveremos siquiera a hablar de su lugar despejado sin haber articu­
lado antes aquello que lo hace exigible de la demanda del neurótico, la 
cual da el punto desde el cual él no es articulable.
Ahora bien, la demanda del neurótico es muy precisamente lo que 
condiciona la prestancia profesional, la alharaca social en la cual está 
forjada en nuestros días la figura del psicoanalista.
No es dudoso que favorezca, con ese estatuto, el desgranamiento de 
los complejos identificatorios, pero tiene su límite y este no se produce 
sin que en su retorno provoque opacidad.
Tal es, designado por la propia pluma de Freud, el famoso nar­
cisismo de la pequeña diferencia, sin embargo perfectamente anali­
zable refiriéndolo a la función que en el deseo del analista ocupa el 
objeto {a).
El psicoanalista, como se dice, acepta ser mierda, pero no siempre la 
misma. Es interpretable a condición de que se percate de que ser mier­
da es verdaderamente lo que quiere, desde el momento en que se hace 
testaferro del sujeto-supuesto-saber.Lo que importa no es por lo tanto esta mierda o aquella. Tampoco 
es cualquiera. Lo importante es que él discierna que esta mierda no es 
suya, no más que del árbol que ella cubre en el país bendito de las aves: 
la cual más que el oro, hace de este un Perú.
El pájaro de Venus es cagador. Sin embargo la verdad nos llega en 
las patas de paloma, ya nos dimos cuenta. No es una razón para que el 
psicoanalista se tome por la estatua del Mariscal Ney. No, dice el árbol, 
él dice no, para ser menos rígido, y permitirle descubrir al pájaro que 
permanece un poco demasiado sujeto a una economía animada por la 
idea de la Providencia.
Ven ustedes que soy capaz de adoptar el tono de moda cuando esta­
mos entre nosotros. Tomé un poco de cada uno de aquellos que mani­
festaron su opinión pero sin su saña, me atrevo a decirlo: pues ustedes
293
JACQUES LACAN
lo verán con el tiempo, que lo irá decantando como el eco del "¿Lobo 
estás?".
Y concluimos. Mi proposición no hubiera cambiado más que por un 
pelo la demanda de análisis con un fin de formación. Ese pelo habría 
bastado, con tal de que se supiera su práctica.
Ella permitía un control no inconcebido de sus consecuencias. No 
ponía en tela de juicio ninguna posición establecida.
Se oponen a ella aquellos que estarían llamados a su ejercicio. No 
puedo imponérsela.
Delgada como un cabello, no tendrá que medirse con la amplitud 
de la aurora.
Bastaría con que ella la anuncie.
Detengo aquí la cosa, no teniendo más interés las disposiciones 
prácticas con las que se clausura este Io de octubre de 1970. Que se 
sepa sin embargo que de no haber sido leído, habría sido dicho de otro 
modo, como lo testimonia la versión grabada si se la sigue línea por 
línea. Aquellos que por habérseles rogado, la recibieron, podrán apre­
ciar la inflexión de su sintaxis hablada.
Esta se hace más paciente cuanto más vivo es el punto que constitu­
ye la apuesta.
El pase, cuya existencia nadie me disputa, aunque en la víspera le 
fuera desconocido al batallón el rango que acabo de darle, el pase es ese 
punto en que habiendo logrado el término de su psicoanálisis, el lugar 
que el psicoanalista ha sostenido en su recorrido, alguien da ese paso 
de tomarlo. Entiendan bien: para operar allí como quien lo ocupa, aun 
cuando de esa operación él no sabe nada, salvo aquello a lo cual en su 
experiencia ella ha reducido al ocupante.
¿Qué revela que, al aplaudir que yo marque así ese giro, no por eso 
dejan de oponerse a la más próxima disposición a extraer de ahí: es 
decir, que se ofrezca a quien quiera poder testimoniar de ella, al precio 
de confiarle el esfuerzo de esclarecerla después?
Evidentemente se palpa allí la distancia, que tiene de mí su dimen­
sión, distancia del mundo que separa al tipo al que uno inviste, que se 
inviste, poco importa eso, pero que constituye la sustancia de una cali­
ficación: formación, habilitación, apelación más o menos controlada, es 
todo uno, es hábito, incluso habitus porque el tipo lo lleva; qué, digo,
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DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
separa al tipo del sujeto que solo llega allí por la división primera que 
resulta de que un significante no lo representa más que para otro sig­
nificante y que esta división él la experimenta al reconocer que el otro 
significante: Ur, en el urigen (en el comienzo lógico), está reprimido. 
Por lo cual si se lo hiciera resaltar (lo que no puede ser, pues, nos dice 
Freud, es el ombligo del inconsciente), sería entonces con su represen­
tante con lo que se enredaría: lo que dejaría la representación de la que 
él se imagina ser la cámara oscura -cuando solo es su caleidoscopio- en 
un desbarajuste por cuanto encuentra allí muy mal los efectos de sime­
tría en los q’ue se aseguran su derecha y su izquierda, sus derechos y sus 
faltas, entregándolo bien ensillado al regazo del Eterno.
Semejante sujeto no está determinado por una intuición que cae 
bien para sostener la definición de Lacan.
Pero el extremismo de esta desmarca unas implicaciones con las que 
se adorna la rutina de la calificación tradicional, las necesidades que 
resultan de la división del sujeto: del sujeto tal como se elabora por 
el hecho del inconsciente, o sea del hio, del que ¿es necesario que yo 
recuerde que habla mejor que él por estar estructurado como un len­
guaje, etcétera?
Ese sujeto no se despierta sino para que, para cada uno en el mundo, 
el asunto sea otro que el de ser el fruto de la evolución que de la vida 
hace de dicho mundo un conocimiento: sí, una boludez-sentido [conne- 
rie-sens]13 en la cual ese mundo puede descansar sin sobresalto.
Tal sujeto se construye con toda la experiencia analítica, cuando 
Lacan intenta, por medio de su álgebra, preservarlo del espejismo de 
ser por ello Uno: por la demanda y el deseo que plantea como insti­
tuidos por el Otro y por la barra que vuelve a aplicarse por ser el Otro 
mismo, al hacer que la división del sujeto se simbolice con la S barrada, 
el cual, sujeto a partir de entonces a afectos imprevisibles, a un deseo 
inarticulable desde su lugar, se hace una causa (como se diría: se hace 
una razón),14 se hace una causa del plus-de-gozar, del cual sin embargo, 
al situarlo a partir del objeto a, Lacan demuestra el deseo articulado, 
muy bien, pero desde el lugar del Otro.
Todo eso no se sostiene con cuatro palabras, sino con un discurso del 
cual hay que remarcar que fue inicialmente confidencial, y que su pasa­
je a lo público no autorizaba en nada a otro fanal igualmente velado 
en el marxismo a permitirse decir que el Otro de Lacan es Dios puesto
295
JACQUES LACAN
como tercero entre el hombre y la mujer. Esto para dar el tono de lo que 
Lacan encuentra como apoyo fuera de su experiencia.
Sin embargo, ocurre que un movimiento que llaman estructura- 
lismo, notorio por denunciar el retraso respecto de su discurso, y una 
crisis, entiendo aquella en que Universidad y marxismo quedan redu­
cidos a la incertidumbre, hacen que no esté fuera de lugar estimar que 
el discurso de Lacan se confirma allí, y tanto más cuanto que en ella la 
profesión psicoanalítica no está presente.
De lo cual esa cosa adquiere su valor por indicar primeramente 
desde dónde se fomentaba una proposición: el tiempo del acto, para el 
cual ninguna temporización era aceptable puesto que es ese el resorte 
mismo de su taponamiento.
Sería divertido puntuar ese tiempo por el obstáculo que manifiesta. 
Con un "Directorio" consultado que toma las cosas con indulgencia 
por sentirse aún juez, no sin que se distinga allí tal fervor por tomar 
la flecha antes de sentir la dirección del viento, pero claramente ya tal 
frialdad al percibir lo que aquí no puede sino apagar su propaganda.
Pero de la audiencia más amplia, aunque restringida, en lo cual pru­
dente, pido la opinión, un temblor se levanta en aquellos en los cuales 
está el establecimiento, que el punto que mencioné permanece cubierto 
por estar a su merced. ¿No mostraba a mi manera de salida discreta con 
mi "Situación del psicoanálisis en 1956" que yo sabía que una sátira no 
cambia nada?
Como sería preciso que cambien aquellos cuyo ejercicio de la propo­
sición responde al título de la nominación de pasadores, de la recepción 
de su testimonio, de la sanción de sus frutos, sus non licet supera los licet 
que sin embargo constituyen, sean cuales fueran los quemadmodum, una 
mayoría tan vana como aplastante.
Palpamos allí lo que se obtiene sin embargo por no haber tempo­
rizado, y no es solo que, surcada por la conmoción de irtayo en que 
incluso se agitan las asociaciones psicoanalíticas, hay que decir incluso 
los estudiantes de medicina, de los que sabemos que se tomaron su 
tiempo para venir aquí, mi proposición pasará sin dificultad un año y 
medio después.
Al no entregar sino al oído que pueda reestablecer sus diferencias 
los temas, el tono cuyos motivos se dejan caer en ocasión de las opinio­
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DISCURSO EN LA ESCUELA FREUDIANA DE PARÍS
nes que solicité de oficio, mi respuesta deja, por el avatar que

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