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El goce Contextos y paradojas [Roland Chemama]

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Roland 
Che mama 
RoJand Chemarna 
EL GOCE, 
com ·.1-:x TOS y PARADOJAS 
CoLECCióN FREUD O LAc AN 
Dirigida por Roberto Harari 
Roland Chemama 
EL GOCE, 
CONTEXTOS 
Y PARADOJAS 
Ediciones Nueva Visión 
Buenos Aires 
Chemama, Roland 
El goce. contextos y paradojas· 1° ed. ·Buenos Aires: Nueva Visión, 
2008. 
192 p.; 20x13 cm. (Freud O Lacan. dirigida por Roberto Harari) 
Traducción de Víctor Goldman 
l.S.B.N. 978-950·602-597-3 
1. Psicoanálisis. l. Ackerman, V1viéina (trad.) ti. Titulo 
CDD 150.195 
Título del original en francés 
La)oui.'>sa11ce, t!njeux el parndoxes 
© Edit ions ércs 2007 
Traducci(ín de Víctor Goldstein 
I.S.Il.N. 978-950-60~5'79-:~ 
Tod~• reproducción tola I o parcin 1 de <?s i.a obrn 
por clwl4uic r i; ii;tcmn - incluycndu el íotoeopia-
ilo- que no h nya s id <i expresa men te nutorizadn 
pvr el edi tor cons tituye una infracción a los 
tlc rcchos del nutor y ser á r·c primida con pernas 
de hns tn seis años de prisión (a rticulo 62 de la ley 
ll.723 y articulo 172 del Código Penal). 
rt1 :lOOM por Ediciones Nueva Vis ión SA IC. Tucumñn 3i48, ( 11 89 > 
lfornus Ai res. Republica Argentina. Queda hecho el deposit.o que 
mnrr.a la ley 11.723. l 111preso e n ltl Argentina I Pri nled in Argentina 
PREÁMBULO 
Este libro viene a cerrar una serie de tres obras que, en mi 
opinión, tienen cier ta continujdad. Me gustaría indicar en 
qué sentido. 
Clivage el modem ilé, 1 y Dépression, la graruie névrose 
conlemporaine, 2 estaban consagradas esencia lmente a las 
cuestiones clínicas . La primera se ocupaba como cosa pri-
mordial de los innumera bles temas que , en nuestro mundo 
contemporá ne9,_nQ J?!Ueccn tener ot ro objeto quo el goce, 
aunque su posición fina lmente resul te más escindida de lo 
que habría parecido al princip io. Puede hablarse entonces 
de p~rversión, pero el ti po de posición s ubjetiva que inten-
taba describir, tan extendid_ó hoi , va mu cho mas allá de esta 
entidad clínica particular. El segundo 1ibro estaba consa-
gt·ado a la cuestión de la de resión . Con seguridad, ésta est.á 
muy a lej ada , en sus formas m s conocidas, en su reclusión 
voluntaria, de una búsqueda ta n estrepitosa del goce. Poro 
a deci r verdad , lo q_ue el s u 'eto depresivo evita radica lmente 
son en pa r ticula r el deseo y el compromiso en la acción. Esto 
dej aba por lo menos la posibil idad de pensa r que no lo hacía 
sin sacar de ello cierto goce, as í fuese mortífero. 
Podemos ver que este tema del goce, la n presente en cada 
1 Véase Rolnnd Chemoma, C/i1.;oge et modcm ité, Tolosa, éres, 2003. 
2 Véase Rolnnd hemamn. Dépress1on, fo gmridc névrose co11tcmpo· 
ra111e, 1'olosa. éres, 2006 I Ucprcsi6n. t a gran nrurosi~ co11tcmporánea, 
Buenos Aires, Nue''ª Vi.sión, 2007J. 
7 
uno d esos libros, requería una elaboración particular. Eso 
·~ lo que trato de hacer aquí. y ante todo para capt~r lo ~e 
dn al goce el poder que t iene sobre el sujeto, ese poder que s in 
dudo la época ~~ntemporánea ha reforzado. En otras pala-
bras, aunque este nuevo proyecto haga más hincapié en un 
análisis teórico, aquí no se trata solamente del concepto de 
goce. Siempre se trata de clínica, pero en el fondo es una 
clínica más cotidiana. m.ás general todavía que aquella que 
enca ré hasta ahora. 
Aunque ésta no sea más que una de las d~fini<áQres 
posibles, planteemos que el goce constituye la forma de 
satisfacción condicionada por el hecho de que el deseo está 
alienado .Eºr el fon- - 8 'e. Por su puesto; ésta és un a tcsi q uc 
hay que demostrar. Pero s i resulta sostenible, la clínica c!~I 
goce, de las form!iS n!_ái;_ Q menQS_CO!\geladas ae nuestra 
satisfacción, es l a misma ael sujeto humano a partir del 
moñicnfo que se adapta a la a lienación que lo produce como 
sujeto. Se pueden medir cuáles son los desafíos de una tes is 
semejan le, en el plano tanto de la clínica individuaJ como de 
la clínica social , y también en el de la dirección de la cura. 
En consecuencia, aquí trataremos de interrogar cJ domi-
nio del goce: la aut.oridad que tiene sobre el sujeto humano, 
pero también el inmenso ámbito que rige. En efecto, ~oce 
infil tra toda la existencia, tom¡mdo sus ~O.!!.Sigt}a~del dis-
curso, y prolongando sus efectos hasta lo más íntimo del 
cuerpo. Por otra parle, está claro que concierne también Jo 
ociaJ, en el sentido en que lo que se_ vende y lo que se compra 
es cada vez más g«?cc .. alg_o g,~e vu~!_ve a disparar la excita-
ción y, c~f_!lo ~f!~_d1.:_~&?2l1~va a1 SEjeto a renovar s u c~~-
Por otra pru·te, la extensión del término de goce no can~ce 
de algunas paradojas. ¿Se puede incluso hablar de un goce, 
en s ingular , si sus efectos clínicos pueden ser tan diferentes 
como lo dijimos? ¿Si el goce puede adoptar la fo rma de u.na 
b\t queda desenfrenada del objeto tanto como la del replie-
gue d presivo? Sin embargo, veremos que las tentativa-
más claboradas_para distin uir entre diferentes _goces 
como la de Lacan cuando separa e~oce o í·o · _e goccTáTico!. 
no s uprimen oda pa radoja . Prec1saiffMlt'e Lacari,'ªincluso 
H 
tras haber operado esas distinciones, nunca renunció a 
ha blar del goce en singular. Ocurre que realmente el con-
cepto d~Jmce sólo es esclarecedor si reµnc lo _!!1ás diverso tal 
vez incluso lo más contradictorio. El goce, en sí mismo, 
implica co:{ltra 'cc1on s u 11t!iles, cuyos efectos se 
hacen sentir en el conjunto de la clínica . 
• 
Por lo ta n to, una vez más, se trata de tener en cuenta lo más 
preocupante en nuestra modernidad. Vemos entonces que 
este libro, como los precedentes, se ubica en e l punto de 
unjón entre clínica individual y clín ica social. Un proyecto 
semejante, supongo, puede interesar a lectores bastante 
djversos, y una vez más prefer í tratar de escribir de manera 
bastante "abierta", con una exigencia de legibilidad. Sin 
emba rgo, como se trata de una elaboración teórica un poco 
más elevada, no me pareció útil re tomar la forma dialoga da 
de la primera obra o la fom1a epistola r de la segunda. 
Por otra parte, ocurre que consagré un año a tratar estas 
cuestiones en el marco de un semina rio dictado en la 
Asociación lacania na inrernacional. Por lo tanto, es muy 
natural que en lo ma nifiesto orgaruce aquí lo que tengo que 
decir en forma de una serie de conferencias. No obstante, 
reescribí lo que ha bía conservado de esa enseñanza. En 
efecto, uno no se dirige de la mis ma manera a un auditor 
concreto que a ese verdadero-falso a uditor que es el Jector de 
una conferencia. Decir que el pensamiento , en una y otra 
dirección, no se viste del mismo modo, ¿,implica decir que 
cada vez debe encontrar , para e l goce del lector o del 
a uditor, sus galas más seductoras? ¿Implica esto desacre-
ditarlo de antemano? No lo creo. 
Esta cuestión, precisamente, está re lacionada con el 
problema de fondo que intento pla ntear-. Por supuesto, 
s iem_m:c odemos criticar el lugar demasiado grande ~ue 
puede ocu ar en tal o cual momento una forma articu ar 
de goce. ero no re o s e a e o amzar en a unión de 
lo s 1mbolico y o 1ma[!nano1 un punto e mani estación ,Qgr 
9 
el c~a l nQ_ QOrlernos dejar de pasar. Así, nunca es totaJmente 
n~rr_\>.§.orb&l!?. Pero tampoco puede ser omina o, asta 
podría decirse que está fuera de a lcance (y si lo Real, en el 
sentido de Lacan, es lo imposible, tiene una dimensión real). 
No obstante, veremos que lo que es más exterior es a l mismo 
tiempo lo que habita en lo más íntimo del sujeto: una 
exclusión in terna, de a lguna manera. 
Esta obra, más que las precedentes, propone un recorr;do 
teórico, porque interroga eJ sentido que puede adopta r una 
noción particular , la de goce, en la obra de Lacan. AJ 
respecto, siempre será posible estima r que descuida taJ o 
cual aspecto de Jos desarrollos que éste le consagró. Pero es 
muy evidente que mi libro no pretende ser exhaustivo. He 
aclarado cuál es el proyecto que lo organizó. Los desarrollos 
teó1·icos que tuve que hacer no tienen otros sentidos sino 
tratar de realizar ese proyecto. 
Una última cosa,antes de abrir esla serie de conferen-
cias. En Cliuage et modernité trató de poner en ma rcha un 
abordaje clínico atento a las nuevas formas de la patología, 
deLerminadas por la evolución histórica. Pero a partir de 
ese li bro también destacaba que los mismos CQ!!Ce ~§._ ana­
líticos podían llevar la marca de la evolución histórica que 
tratan de aclarar. Era lo que ocurría. precisamente, con el 
concepto de ªplus de ~occ", por el cual Lacan, en un momen-
to determinado de su enseñanza, designaba el objeto a. Por 
cierto, es lo que también ocurre, de una manera más gene-
ral , con el concepto de ~e1 cuyo "plus de goce" no constitu -
ye sino una de sus facetas. Si en el mis mo Lacan , por 
ejemplo, a lo largo de los seminarios adopla un lugar 
incesantemente creciente, ¿no es también porque algunas 
formas de goce aparecen de m anera más cruda en lo socia l 
contemporáneo? Las conferencias que siguen dcberian per-
mitir aclarar un poco todas esas cuestiones. 
10 
DEL PLACER AL GOCE 
dt , 
Señoras y Señores, .. 
Saben ustedes lo que suscttÓ nuestro encucntro . : Ur~o de mis 
viejos amigos, que reside en vuestra ciudad desde hace ya 
largo tiempo, tuvo la gentileza de pensar que una serie de 
conferencias, a las que me invi tó, podrían interesarles. En 
cierto modo, él mismo pagó el derecho de piso. Hace aJgunos 
años habíamos tenido a lgunas entrevistas bastante inten-
sas• donde el supuesto especialista -el que hoy se dirige a 
ustedes- había sin duda aprendido tanto como su interlocu-
tor. AJ tra tar de justificar mis ideas me las aclaraba a mí 
mismo, y trataba de reunir, en mi experiencia o en la teo-
rización de aquellos que me habían enseñado, los elementos 
necesarios para orienta rme en cuestiones difíciles. Más 
tarde, cuando mi amigo vino a residir en vuestra bella 
ciudad, las cartas , que intercambiamos con una gran regu-
la ridad, reemplazaron las conversaciones.7 Hete aquí, pues, 
que, a l invi tarme a hablar ante ustedes, me procuró un 
auditorio mucho más vasto . ¿Cómo voy a proceder? 
Por haberlo experimentado a menudo, sé que el público 
en este lipo de circunstancias, no manifiesta fácilmente, 
por sí mismo, las objeciones esperables, ni , más sencilla -
1 Véase Clfoage el niodernité. 
1 Véase D épre.<u1ÍOI!, lo g rande néurose coll(emporailie. 
J 1 
m ·nt.c, los pedidos de explicaciones. Pero estos serian esen-
cinl \ porque son ellos los que podrían evitar de la mejor 
mnncrn aJ conferencista que se encierre en una demostra-
ción erudita, una exposición de tesis que tendrían que ver 
con el saber universitario. El psicoaná lisis requiere un 
abordaje muy diferente, mucho más abierto al cuestiona· 
miento, a las hipótesis, a las rectificaciones. Me permitirán 
entonces plantear en voz alta las preguntas que habré de 
imaginarme a partir del propio silencio de ustedes. En 
ocasiones, ¡un silencio es tan elocucnt.c! 
Como ta l vez lo sepan, mi amigo me pedía más especial-
mente preparar para ustedes una introducción al psicoaná-
lisis. Pero finalmente renuncié a eso. No porque el proyecto 
no fuera seductor. Suponer que el auditorio no conoce nada 
de nuestra teoría permitida hacer borrón y cuenta nueva. 
No cargarfarnos con un saber parcia l, con aquello que los 
medios, por ejemplo, difunden sin cesar. Accederíamos 
progresivamente a Jos elementos esenciales, U>mándonos el 
tiempo de expljcitarlos. Pero precisamente no creo que en 
verdad me encuentre ante un aurlitorio totalmente virgen -
no encuentro otra palabra- y por lo tanto debo adaptarme a 
un público que con seguridad debe tener su in formación, su 
orientación, tal vez en ocasiones sus prejuicios. Y bien, 
trataré de acomodarme a esa situación. 
Sin embargo, algo de esta proposición de partida subsis-
ti rá. Y es lo que podía implicar en el nivel de mi estilo, que 
mi amigo deseaba tan abierto como el de nuestros diálogos. 
Cosa que es muy conveniente para mi, por los motivos más 
egoístas. Cuando intervengo en uno de nuestros numerosos co-
loquios, o cuando escribo, me gusta bastante hacer las cosas 
de tal manera de apartar algunos obstáculos que considero 
inútiles. Y esto es ante todo para mí mismo, pa ra estar 
seguro de que sé un poco de lo que hablo. Demasiados 
colegas míos, so pretexto de la complejidad de lo que nos 
ocupa, se atienen a formulaciones misteriosas. pero cuyo 
mis t,crio , sobre todo. cuando se los interroga. parece ian 
op:ico para ellos como para aquellos a quienes se dirigen. 
'osa en lo cual , aunque pretendan ser lacanianos, están 
t i 
muy alejados de Lacan. Por supuesto, en muchos textos de 
Lacan hay dificultades considerables; pero hay también en 
él, las más de la·s veces, otros textos que p resentan de 
diferente manera los mismos puntos, y que realmen te per-
miten aclararlos. Por último, acaso tenga ocasión de mos-
trarles eso a ld largo de estas conferencias. 
Hay otra cosa más. Si mi proceder tiene quizá un valor 
introductorio a algunos aspectos del psicoanálisis contem-
poráneo, se debe precisamente al objeto que interroga. ¿Qué 
es lo que cons ti tuye, para el s ujeto contemporáneo, y desde 
el punto de vista del psicoanálisis, la cuestión fundamen-
tal, aquella a partir de lo cual habría que reconstruir hoy en 
día todo el edificio? Sin vaciJar demasiado podemos respon-
der: la cuestión del goce. 
No obstante, sin duda Ja misma facilidad con que damos 
esta respuesta debe a lertamos. Ella remite a un conjunto de 
tesis hoy ampliamente difundidas, y ciertamente bien fun-
dadas. Cantidad de ana listas ponen de manifiesto, ya desde 
hace algún tiempo, que nuestra época es aquella en que el 
sujeto resultaría más ocupado en su goce que en su deseo. Si 
se define el deseo por una fa lta, una falta que lleva hacia 
adelante. naturalmente se le opondrá el goce. Por oposición 
a l deseo, el goce sería lo que el sujeto saciaría, y que más bien 
vendría a obturar la falta, a cerrar el deseo. Por esta razón 
adoptaría un sitio particular en nuestro. mundo conternpo-
róneo. · 
Nuestro siglo, se d ice, no sin razón, es aquel donde t riunfa 
la idea de que cada apetito de goce podría ser satisfecho, por 
s upuesto a condición de pone rle un precio. Todo goce sería 
posible, puesto que todo puede entrar en la economía mer-
cantil , tanto el goce toxkoma nfaco corno el de la perversión 
sexual, con la excepción notoria del goce del pedófilo, pero 
siempre se necesita una excepción para confirmar la regla.3 
Entonces, ¿es principalme nte con relación a este aspecto 
:l Puede leerse a l respecto J .·P. Lebrun, U11 monde sa11s limite, Tolosa, 
éres, 1997, y también C. Mclman, l 'homme ~an.-; grauite, París, Denocl, 
2002. 1 Un mundo sin lfmites: en..<;OJ'<> par1J u1w élü1ica psicoorralltica de 
lo._social, Ba rcelona, Ediciones del Serbal, 2003. 
13 
cJínico como. digo que el goce constituye la cuestión funda-
menta l para el psicoanális is en Ja actua lidad? Acaso, en 
esta perspectiva, ¿voy a centrar mfa palabras en la clínica 
de las perversiones, o incluso en la de las adicciones, que 
ilu tran de la mejor manera posible el a petito de gozar a 
cualquier precio? Y bien, no, así no fuera por una razón. Que 
esl.a patología, en mi opinión, sólo constituye una de las dos 
caras de la clínica contemporánea. La segunda cara es Ja de 
las depresiones, que por ol.ra parte también comprenden 
una relación fuerte con cierto goce, aunque no se lo pueda 
mos.trar sino de ma nera más indirecta. Y está claro que 
entre esas entidades clínicas aparen temente tan opuestas, 
el goce puede anida r también e n cantidad de otras form as 
de patologías. 
La compuJsión a la repetición 
Pero por hoy, si me. lo permiten, no par tamos de la clínica. 
Ustedes, Señoras y Señores. tendrá n una idea de lo que me 
lleva a habla rles de la cuestión del goce si considera n 
aqueJlo que, según Freud, podía constituir una introduc-
ción al psicoanálisis. Si abren La obra que lleva ese título, 
percibirá n que una vez superado el primer capitulo, des-
tinado a prever y a discutir algunas objecionesposibles, 
Freud comienza por la cuestión de los actos fallidos, que 
presenta a lo largo de varios capítulos. A mi juicio, tal 
comienzo presenta un triple interés. 
En principio a tañe a lo que todos conocen. Olvidarse de 
manda r una carta, decir una palabra por otra, es la expe-
riencia común. Para percibir es l.os fenómenos no hay ningu-
na neces idad de ser un especialis ta de la enfermedad 
mental. AJ mi mo tiempo, Freud veía que tenía la posibili-
dnd de dcmos.trar, a partir de ellos, Ja existencia del incons-
ciente, de renovar, de manera racional la percepción de 
nmpJias capas del público cult ivado. En este sentido. su 
proyecto prolongaba el de las Luces. 
Esl.o conduce en línea recta al segundo punto. En efecto .. 
1·1 
puede decirse que la atención a esos fenómenos cotidianos 
permite a Freud poner en claro su posición respecto de la 
ciencia. El psicoanális is, para Freud, no es un procedimien-
to anticientífico, ni siquiera extracienLífico. Por el contra-
rio, trata de encarar, de manera racional, lo que las otras 
ciencias descuidan, lo que constituye el desecho del deLcr· 
minismo universal. En realidad, ¿qué hace aquel que consi-
dera que estas pcqu.eñas cosas, los lapsus, los actos fallidos, 
no requieren una explicación particular'? Por un tiempo 
abandona el abordaje que es el de la ciencia. Y Freud añade 
que al romper el determinismo universa l, así fu era en un 
solo punto, se perturba toda la concepción científica del 
mundo. AJ respecto, es notable que las críticas contemporá· 
neas del psicoanálisis no intenten casi exponer cómo preco-
nizan encarar este tipo de hechos.• Sin lugar a dudas, para 
ellos no tienen ninguna importancia. Y de hecho son bastan-
te desdeñables desde e l punto de vista utilitarista que es a 
menudo e) suyo. Pero al amputar así al hombre de lo más 
concreto de su existencia, nuestros utilitaristas modernos 
dicen lo suficiente cómo pretenden trata r el sujeto humano. 
Les he dicho que la obra de Freud, a mi juicio, tenía un 
triple interés. Vayamos pues al tercer punto. Si Freud 
comienza por e) acto fallido, y sobre todo por el lapsus, es 
porque éste introduce directamente a un abordaje del deseo. 
Freud refiere así el ejemplo de ese joven que se propone 
acompañar a una dama (begleit.en ) pero que pronuncia algo 
así como begleitdigen, ten1en o en cuenta que beleidigen 
significa fáltar el respeto. Evidentemente, Freud piensa 
que aquí tenemós la emergencia de un deseo inconsciente, y 
esto conduce entonces de entrada a lo que para él es central. 
Pero, ¿en qué sentido? 
Sin duda, saberi ustedes que la teoría freudiana del deseo 
• Apenns habrá de asombrar una paradoja contemporánea. El Livre 
11oir de la p.~ycha nalyse( París, Éditions des Ar nes, 2005), que pretende 
situarse en una perspectiva cientClica (perocuyo proceder- ya no hace fal-
tn clcmostrarlo-constiluye una lisa y llana manipulación), no dice nada 
del método preciso por el cual f ' reud da cu~nln, por primero vez, de esos 
incidentes que forman el tejido de 1.a existencia subjetiva. 
15 
:-:<· articula con una teoría del placer y de la represión. ¿Qué 
nrnrrc entonces con el placer? En e l fondo Freud no distaba 
de compartir una idea -que era dominante en la filosofía , de 
\ n stoteles a Kant- según la cual toda la ex istencia huma-
na, inclusive los actos mora les, estaba m'icnt~da hacia 
cierta búsqueda de l placer. El problema en lo que res pecta 
al acto moral , en ese sentido, er a dcmost1·aJ· que el hombre 
1nmoraJ , como el hombre moral, quería lo que estaba bien , 
pero que se engañaba sobre la naturaleza de ese bien, lo que 
s upone que enlre e l bien mora l y el bien en el sentido de lo 
que produce placer o felicidad, no hay diforencia de na tura-
leza . E l bien en el sentido mor·aJ es también lo que hace el 
bien . 
A todas luces, E" rcud no va a quedarse ahí. Va a ser más 
e~pccifico sobre lo que hace bien , sobre lo que produce 
placer . Va a mostra r que lo que el hombre busca, con mayor 
frecuencia de lo que cree, tiene un valor sexua l. Un lapsus 
como el que acabo de citarles se in terpreta en términos 
sexuales ; pero ta mbién ocurre que una actividad intelec-
tua l pueda simbolizar el acto sexua l, por otra parle a tal 
punto que eso puede volverla imposible, por ejemplo en la 
inhib ición de escribir. 
Aquí es donde JJegamos a otro aporte de Freud, que 
concierne a la teoría de la represión. El deseo puede cncon-
~rarse reprimido - con esa idea de que la represión no es 
C'on tradictoria con el principio de placer-. Si e l niño repri-
me ese deseo, A lo mejor es s implemente porque eso acarrea-
ría un displacer . La expresión del deseo sería un placer 
desde el punto de vista de la pulsión pe ro un displacer -así 
es como Freud lo dice en prime r Jugar- para el Yo. O bien 
incluso, según desa r rolJos u lteriores, un displacer desde el 
punto de vista de Ja ins tancia mora l, de la ins tancia que 
,·iene a prolongar el ju icio paren téJI de lo que se llama el 
Ideal del yo. 
Dicho lo cual, de entrada la noción de placer va a ser 
problem ática. EJ principio de placer freudiano se define 
hustan tc clásicamente como di s minución de una tensión (si 
una bebida puede dar placer, es porque disminuye la ten-
lfi 
sión de la sed). Pero de todos modos es un placer que tiene 
sus parti cuJaridades. Según Freud, por sí mismo tendería 
a reproducirse por los caminos más cortos. Por ejemplo, tras 
la experiencia de satisfacción deJ seno, la propensión más 
sencilla de l placer sería a lucinar el seno, satisfacerse con 
un espejismo. eventua lmente sostenido por el chupeteo de 
cualquier cosa, y eso podría llevar al lactante a poner en 
peligro su vida. Ya ven hasta qué punto, sin encarar siquie-
ra la noción de goce, nos vemos 11.evados a zonas que no 
corresponden bien con lo que se puede imaginar espontá-
neamente de una propensión nat.uraJ a Ja .satisfacción. 
¿,Es preciso, aquí, señalar que la tendencia del principio 
de placer a alucinar, digamos a a lejarse de la realidad, va 
a hacer suponer la intervención de un principio de realidad 
que corrija ese principio de placer? El principio de rea li-
dad, dice Freud, puede por ejemplo hacer diferir la obten-
ción de un placer , lo que no objetaría la búsqueda del placer 
mismo. Sólo se trataría de alcanza rlo en las mejores condi-
ciones. Pero incluso esa corrección no anula lo que para 
nosotros es problemático: que hay una propensión del pla-
cer que va hacia la desreaüzación, hacia la muerte. 
No obstante, muchos aquí deben saber que es sobre todo 
a parti r de 1920 cuando Freud va a tratar acerca de esta 
cuestión de la mucrlc, y lo hará invocando un "más a llá del 
principio de placer". En la obra que llev& ese nombre, 
publicada en los Essais de psychanalyse, 6 hace converger 
cie rt.a cantidad de ideas, observaciones advertencias. Por 
ejemplo, enseguida hay un desarrollo sobre los traumatis-
mos, ya sean consecuencia de accidentes o traumatismos de 
guerra. Freud se pregunta por qué el sujeto no deja de re-
petir ciertos sueños en los cuales vuelve a vivir su trauma-
bsmo. El sueño, para Freud, es rea li zación de deseo. ¿Cómo 
concebir entonces que pueda haber· un valor esencia lmente 
traumático? 
:. S. Frcud, "Au-dcla du principe de plnisir", en Essnis de psychanalj'se, 
París , Payot.. l981. !Vol. 18 de las Obra.~ comvlerns. trad. de J . L. 
Etchcvcrri, Edit.orial Amorrorlu, Buenm; Aires. ) 
17 
Por supuesto, se sabe que Freud, desde el comienzo de su 
obra, presenta \as cosas de manera m{ts compleja. Lo qµ_e 
realiza el deseo no es el sueño m9.niñesto sino el sueño 
latente, que única.mente la interpretación podrá hacer en-
tender. Un hombre, por ejemplo, va a soñru· con el deceso de 
un pariente. ¿Será que desea esa muerte? No forzosamente. 
Pero la última vez que asistió a un duelo, durante el entierro 
tuvo la ocasión de encontrarse con l.:ma joven conocida, que 
lo a trae, pero que nUtlca ve. lnco11scientcme11te, de lo que se tra-
ta es de volverla a ver. Hasta podríadecirse, quizá, que el 
sueño mu~stra hasta qué punto podría ir pata eso. Real-
mente él desea. volverla a ver, así sea a costa de Ja muerte de 
ese pariente. 
Pero estas aclaraciones no bastan para hacer compren-
der de qué se trata con Jos sueños traumáticos. Ap~rente· 
mente, aquí no l1ay realización del deseo, siquiera de una 
manera deformada, No hay placer. Todo ocurr.e como si el 
sujeto no pudien1 s)no repetir lo más penoso. 
Señoras y Señores, vamos a tener que ir más lejos en Ja 
senda abierta por esta rectificación del princi-pio de placer , 
en esa idea de un más allá del priJ1cipio de placer . De Ja 
compulsión a la repetición - que él veía en acció.n, no sólo en 
Jos sueños traumáticos, sino en toda una serie de otros 
fenómenos- Freud decía que es más originaria, más elemen· 
tal, más puls1onal que el principio de placer que pone 
aparte. Está claro que tendremos que interrogarnos sobre 
una ~ulsión así caT"ac~riz.ada. 
Sin duda, aquí habría q'uc distinguir dos dimensiones de 
la re ct.ición. Por un lado. ella tiene relación con el signifi· 
cante: ¿cómo podríamos localizarla si no estuviera articula· 
da , si no viniera il decirse a través de las ocurrencias 
sucesivas de un mismo térmjno en un discurso? Por esta 
razón ella implica también la dimensión de I~ diferencia, 
porque un sig:rilficante detorminado siempre, en un contex-
to nuevo, adqtúere un valor nuevo. 6 Pero también h 11y una 
"' /\s1, Ll'! can examina la fra. e "mi abuelo es mi abuelo", Aqui se puede 
c11t~ :nder que ese hombre insoportable (por ejemplo) sigue s iendo i;in 
•ml,11rgo el paure de mi padre. 
18 
clínica de la repetición que viene a negar todo cambio. Ya 
tuve ocasión de mostrar que el sweto depresjyo en cierto 
modo est.á intercsaqo en afirmar que nada podrá c~mbiar 
jamás, que nada, en la existencia_, le será jamás posible.7 
No obstante, comencemos por observar que no estamos 
lejos de poder decir cómo debería comenzar hoy una intro· 
ducción a l psicoanáJisis, si tuviéramos que proponer una. 
Freud - lo he dicho- comenzaba la suya por lo que podía ser 
desde el injcio lo más sencillo para los auditores y lectores 
de su época. Pero yo no estoy lejos de pensar que aqueHo que, 
en la actualidad, encontraria de entrada un asentimiento, 
es la idea de que cada uno, en su vida, no hace otra cosa más 
que repetir, la idea de que s iempre se cae en los mismos 
caminos trillados. 
Una definición del goce 
Es incluso esto, sin duda, lo que hoy en día se encuentra por 
lo general en el comienzo de las demandas de psicoaná lisis. 
El sujeto se da cuenta de que incesan temente se pone en las 
mismas situaciones. A menudo son situaciones penos_!ls, 
pero vuelve a ellas de una manera tan regula r que puede 
preguntarse si, como se dice, no encuent ra algo en ellas. 
¿Qué se sa~i~face ahi1~n esa re _filicióq gue_I!.2 ~s r~lme!'te 
satisfactoria? Esa es la pregunta que acude a sus labios. 
Verán que el sujeto está entonces bastante cerca de poder 
distinguir lo que constituye la dim~nsió!J del gg~e. 
Tal vez me dirán ustedes que si esta idea de una repeti-
ción patológica se ha vuelto trivial , se debe, precisamente, 
a la difusión del psicoaná lisis, que no dejó de popularizarla. 
Es posible. Sea como fuere, en la actua lidad es omnipresen-
te, inclusive entre aquellos que no tienen ningún conoci· 
miento directo de lo que estamos diciendo. Por otra parte, 
hay otra razón más para este fenómeno. En una época en que 
Jas determinaciones colectivas, nacionales o intemaciona· 
; Véase Dépressio1i, la grcinde néurose contemporaine. 
19 
l1 •t1, N•• 111111 v 11 •lto ta n fuertes, el individuo percibe sin duda , 
<h• \ \1 \\\ ml\n rn mt\sovidente, qucnocontro\a su Vida, que no 
11Ht t1 c·n ·ondiciones de esta r seguro de realizar s us proyec-
loH, qut' 1 n el fonda es más pa~ivo que activo. 
No obstante, no me demoraré en lo que está relacionado con 
loi; uccidcntes o los trauma tismos de guerra. Otro a bordaje del 
"n1ftf\ a llá del principio de placer'' está cons tituido por el juego 
de l niño, y éste nos interesará en mayor medida. 
'DC'lleCho se trata de un juego particular, que se hizo 
famoso con el nombre de forH la. El niño quc jueg3 es Hans, 
uno de \os nietos de Freud. Es un encantador chiquillo de un 
ano y medio, que nunca molesta a sus padres. Obedece a las 
proh\b\ciones, sobr~ todo \a de tocar ciertos objetos, entra r 
en algunas habitélcioncs. Está muy apegado a su madre, 
pero nunca llora durnnte sus autoencia.s, qu~ s in embargo 
son frecu entes. Sólo que, e n esos rnomentos, j ueg~ a tira r a 
su alrededor todo lo que le cae entre manos, y aJ mis ma 
tiem po pronunciar un ·1000" prolongado en e l que el adul to 
reconoce la pa labra a lemana "fort.'' (se fue). 
Ta mbién arroj a sobre su cama (recalquemos que es un 
segundo juego, que no se confunde con e l primero) un 
carrete\ at ado a un hilo reiniciando ese ooo, y lo vuelve a 
tn1er bosquejando un "da" ("acá está", en alemán). 
Fr~'.!.ld hab\~ ~u\ de unn renuncia pu\sion11\: e\ niño 
acepta la pa r t ida de la madre sin protestas ~parerttes, pero 
se resarce poniéndola él mismo en esoona . ~l ~s quien a su 
voluntad provoca Ja desaparición y reaparición del .objeto. 
La presentación de este juego dio Juga r a caotidad de 
comentélrios, que no vamos a retoma r a quí. Observemos tan 
sólo que, si no se trat8 ra más que de dominar Jo que es 
dificilmcnte a cep table, n.o esta ríamos especia lmente más 
a llá del principio de placer . 
Si nos ocupa mos de esto, según F rcud, es porque de todas 
mi.tneras no es tan usua l que un niño renueve de t.a l modo, 
as\ fuese jurumdoJ \a c~-perien~1a de una pérdida. Aquí es 
donde adquiere todo su sentido e l hecho de que en el primer 
juego no se trat.."l d~ tr aer e\ objeto. Más b\~n1 ~orno d \jc, se 
tra ta de envia rlo lejos de uno. 
20 
r 
Así, lo que el 'ue o conmemora en a ariencia, es la 
misma pérd1 a. orno si uera a ésta, a ese momen inau-
gura , a lo que puctiera estar atado el sujeto. O incluso como 
si hubiera una nostal ·a del ob'eto erdido como er~o. 
Más tar e, e su· eto u ará con e más ará 
a lternar la fá:ll:a a en 1va e encon rar un o ~eto e 
satis acc1on. ero o o oc_\!rr!.._~!!!Q fil._ a _,repe ~1 n _ uera 
an~a del mome_!!tp inaUfrl_IaJ n~petición Ge la misma 
pérdida. Y si i.nscribimos la ca acidad de 'ue o, la alter-
nancia del más y del menos:Por el a o e eseo, tenemos 
que nombrar lo que está en el segundo plano de e-sa misma 
posibilida'd. E se segun o ílano, ese apego a Ta péTcfüfa como 
pé_rdida! lo ~o emos lamar $OCe. 
Sin duda, aqu1 algunos de ustedes van a asombrarse. 
Comencé por hablar de ~oce conc~~~ e 
colf!)~r:...to~ (dta ... , y ahora, egó asitua el oce del lado del 
aPé raíañ<1 dida. ¿Con1o just.i 1car o? · ~ 
"' in lugar a udas, Señoras y Señores esta cuestión es 
demasiado compleja para que la tratemos hoy. Baste decir 
que es.precisamente parp preye,nir un goce ligado con una1 
P.érdida, con un agujero donde también sería aspirado,i 
como eJ sujeto puede tratar de suturar ese agujero, de1 
instalar allí un ob'eto que de alguna manera vendna a, 
servir de ~eón. Pero subsiste la cuestión de lo que hace quq 
en el mun o contemporáneo-en el universo capitalista o en 
lo que llamamos el discurso del capitalista- el sujeto pueda 
ser particularmente reforzado en esa esperanza de encon-
trar siempre un objeto disponible hasta el punto de recono-
cer ahí tot.a lmente su goce. 
Volveremos sobre el lugar de esa dimensión de la pérdida 
en la vida síquica, Señoras y Sei1(ffé5. Rey, ante"S~ de 
dejarlos, me gustaría terminar con una observación bastan-
te sencilla de introducir, pero cuyo alcancé es considerable. 
Hace un momento les decía que era posible definir el 
principio de placer como la tendencia a disminuir la ten-
s ión. En cambio, tan pronto como se introduce la idea de un 
"más allá del principio de placer", uno se ve conducido a 
preguntarse si no habría a lgo, en la vida psíquica que iría 
21 
11n 11 l 1w 1ll ido contrario de estadisminución, al o ue refor-
11 11111 h1 l •ns íón ue iría hacia un máximo de tensión - así 
flwrn íl cos ta de privar~os del )~._del r~poso. 
f~u efecto, todos ven bien dónde está aquí la cuestión. 
f·~~ t< cla ro que el sujeto de buena gana aspira a calmar en 
1 lo que experimenta como una exaltación demasiado 
f uorte. )o que amenaza la paz que busca. Pero de todos 
modos ocurre que se acuerda de haber perseguido satis-
facciones menos temperadas. En su momento les decía 
que beber calmaba la tensión de Ja sed. Pero eso también 
puede provQcar \a embr\ague"l., y no es raro que e\ svjeto 
la busque, aunque de ba procurarle algunos s insabores. 
Llego ahora. a una definición d~l goce (una de las defini-
ciones posibles), que tomo de Lacan. Fue extraída de una 
conferencia dictada en 1966 a mé icos.8 L.acan comienza 
precisamente por recordare n este texto lo que entendemos 
por placer: "¿Qué se nos dice del placer? Que es la menor 
excitación, Jo que ace eSBJ?élrC~l a _ nSIOJl, O_ ... Üe"'§_ás Ja 
tempera, por tanto Jo que necesariamente nos detiene en lln 
punto de a}_ejamieJ.!to de--ªista.. cia- m~-..f~P~ UQ a, ael 
Goce". Así, el placer es siempre en cierto modo "barrera aJ go-
ce11, Porque, afile a Lacan "lo ue ro lla mo oce en el sentido 
en_gue el, ~!W"R2 se QpteQa, s1e1º_p;!..re~e::.iis~~~IWllMlii.W?~~ 
tensión de\ fon amiento de\ asto hasta e a roeza~'. 
va a relacionar el goce con e o or, pero ese .azo no m ervie-
ne sina en segunda posición , como s\ e\ dolor sobre todo 
viniera a hacer indjscutíble el hecho de que se ha franquea-
do una barrera. El goce sexllal no implica necesariamente 
un componente algolágn ico. P ero es obvio que, ! levado hasta 
cierto punto, puede provocar sensaciones casi dolorosas 
para el sujct.o, y que a n1enudo es en el momento en que lo 
hace cuando él puedo decirse que más ha vibrado. 
Sea como foere, ~hora disponemos de dos tlbordajes para 
una misma cuestión. ¿Debe priyj!~arse la dimen ión de la 
• ,J. Lac¡1n, ulntervention a une t9ble ronde sur La pince de La psychu-
nalyRC daris la médecinc", Bulletin de l'Associatum {rcudie11ne i11tt? ri1<1 · 
t1011olc, n9 80, P3rís, noviembre de 1998. 
22 
pérdida, Q bien la de ese forzamiento del principio de placer, 
del a umento e a ens1on?- - ---
A mi}uicio, esas dos climcnsiones no se ubi~~n en el 
mismo nivel. CuaJquier a que sea la fuerza de lo que nos 
empuje, en tal o cual ocasión, a probar nuestro cuerpo, bien 
percibimos precisamente, que esa -prueba es puntua l, cir-
cunstanci_al, que vjene a t~ata r de dar respuesta a una 
dificultad más funda mentª-1. Y ésta, no dej aremos de desa-
rro1larlo dura nte estas conferencias, corresponde a una 
fa lta r adical, a cuyo a lrededor se organiza nuestra subje ti-
vicl~d . 
De igual modo, hoy introduje el tema d~ l goce a parti r del 
tema de la repetición. El goce es esa fom1a particular de 
satisfacción que en verdad es preciso suponer entonces que 
repetimos hasta )Q._más penoso. Pero aJ mismo tiempo 
tarnbión podría decir~ que, si repetimos, es porque el objeto 
al que a puntamos está radicalmente perdido, porque el goce 
que podría darnos, lo que podríamos lla ma r ·ei goce a sol u to, 
está defiruti'vamcñ tc fuera de n üestro alca nce. 
¿Cómo podríamos coñCebíf ese goce absoluto? Se t ratar ía 
de un oce g_~i!J.1.!lª ade~~ión....P.Qr~ del ser consigo 
mi~m_Q, y qu~ así no i_mpl icaría .!!.Lt~ érdida ~~ la que les 
ha blé mucho_hoy.L.n i_El_ne~idad d~- c_plmarla. Pa ra ha blar 
de ese goce del ser , Lacan pudo evocar el anima l, que nos da 
alguna idea de lo que sería un "gozar-se", un gozar de sí 
mismo.U Pero por úl timo, añade, no t enemos ninbrúna prue-
ba de eso. En t.odo caso, es seguro que nada corresponde a eso 
en nosotros. 
Me permitirá n detenerme aquí por hoy. 
V J . Laca n, w l~n 'l'rois icmc", Lcttr<!S ÚI! l'École (rcu.diem1c de Pan s , n" 
16, novie mbre de 1975, pág. 191. Es te pasaje 1'C encuent ra citado y 
coment.udo cnJ.-P . Lcbrun. La peruersion. orrli11a1re, Pnris. Dcnocil, 2007, 
pál{S. 9 -99. 
23 
¿A QUÉ NOS ADAPTAMOS? 
Señoras y Señores 
La últ.ima vez les propuse una introducción a la cuestión del 
goce. Este concepto sólo fue e laborado verdaderamente por 
Lacan, pero por lo monos viene a prolongar la idea frcudia-
na de un "más a llá del principio de placer". Como han 
podido entenderlo, por eso les hablé un poco de la obra que 
lleva ese título, y en particul~ar del juego del fort-da . Según 
me he enterado, varios se asombraro·n del sentido y el lugar 
que doy a l análisis de ese juego. Si en tre otras funciones , 
como puede decirlo Freud, tiene Ja de dominar la pena 
relacionada con la ausencia de la madre, ¿no podría ser 
comprenclido como la forma que necesaria mente, en un caso 
de este tipo, adopta e l principio de placer mismo? Entonces, 
¡ese ejemplo sería muy poco convincente! 
Sin embargo, les he dicho lo suficiente , creo, que había 
que ins istir en Jo que precede Ja versión desanollada del 
j lego, es decir, en ese mamen to en que el niño arroja lejos de · · 
é todo lo que le cae entre manos. E so ya podría constituir 
una respuesta, porqyo _Qone el acento en la pf.rdida . 
H ay una segunda respuesta, que me parece todavía más 
importante. Si doy ta l valor a ese j !!egQ es porque resulla 
contemporáneo de la a parición del le nguaje, porque le cst.á 
unido, y porque nos inci~~.!lrLicaj~r la_ c~-~~tión de!_go_fe y 
la del lenguaje. 
25 
Supongo que ustedes presienten que hay que tratar acer-
ca de ese lazo, si por lo menos tienen alguna idea del aporte 
de Lacan a la teoría analítica. Evidentemente, un auclitor 
totalmente ignorante del psicoanálisis podrfa decirse que 
"gocen, en el lenguaje corriente, remite ante todo a la esfera 
smrual, que el verbo "gozar", empleado intransitivamente, 
parece concernirlo de manera privi legiada. Y como todos 
hemos aprendido que Freud dio a la sexualidad un Lugar 
preponderante, podríamos suponer un lazo estrecho entre 
ese lugar particular de la sexualidad por un lado, y por el 
otro el desarrollo, a partir de Lacan, de ese concepto de 
goce.1 No obstante. casi todos deben saber que Lacan renovó 
las cuestiones frcudianas señalando la importancia que 
podía adoptar en ollas el lenguaje. Y a partir de entonces, lo 
que tendremos que recalcar es que el conce to de e t' ene 
por lo menos esas dos coorde.n a~: por un la o la dimensión 
s~, pero"' también , p~r otra arte, dfré, ~d.d.c.t.ermi-
nante del len rua ·e a r · ano. 
El lugar del enguaje, en todo caso, es totalmente obser-
vable en el juego del fort-da. Por cierto, el que concierne ante 
toQ.o a un objeto, o;$ ob'etos los que el niño tira y 
eventualmente recupera , Jos ~~r tanto p_ueden simboli-
zar una érdida, los que con Lacan podemos entonces 
comparar con o 'etos a 2 objetos-causas del deseo del sujeto. 
Pero ustedes recuerdan, por supuesto, que para responder 
a la ausencia de la madre, el niño no sólo manipula objetos. 
Él relaciona la aparición-desaparición del objeto con la 
alternancia del fort. y del da. Recalcaré incluso que el hecho 
' Freud emplea el término de Genuss -(Orno es usual en alemá n-
pttra hab ar del goce sexual. pero no lo elubora pnrlicular.mcnlc. 
J Freud pone bajo la categoría de los obj!!l.o arci~les, objetos de IA 
¡misión, los objetos particulares a los cuales el mno tuvo que renunciar: 
c>I ohJcto oral , el seno, en el destete. y el objeto anal , digamos el u o 
cuprichoso de la defecación, en el apre ndizajo de In limpieza. A esos 
objetos Lacan añadirá por lo menos oLros dos , la mirada y lavo?., n los que 
el 11ujc lo "Gñibién renun cia de alguna manera, co~10 se ve por ejemplo en 
lo proscripción del \'Oyeurismo. Esos objetos perdidos . que causan el 
cl1•t1NJ , µueden con ti luir la introducción más imple a lo que ocurre con 
1•1 olijcto 11 
de que esas palabras eventualmente se reduzcan a casi 
nada, a la oposición de dos fonemas, "'o" y "a", vuelve todavía 
más interesante el ejemplo. El lenguaje, lo sabemos desde 
Saussure, debe ser concebido como unsistema de diferen-
cias, donde los términos no extraen su va lor sino de lo que 
los dis tingue a unos de otros. Y la oposición de dos fonemas 
es totalmente suficiente - hasta paradigmático- para auto-
rizarnos a decir aquí que el juego del fort-da debe pensarse 
en su relación con la constitución del lenguaje. 
Confrontado con la érdida, el niño Ja pone desde el vamos 
en el funcionamiento mgúistico. E incluso, con este ejemplo 
del fort-da, podría irse un poco más lejos. La úJtima vez 
introduje la idea de un goce que permanecería unido a l 
objeto si éste no estuviera de entrada perdido· también 
evoqué la idea difícil de sostener de un goce absoluto, un goce 
anterior a la pérdida. Pero para el sujeto humano evidente-
mente no adquiere su sentido sino en forma retroactiva. Al 
tener que pasar por el lenguaje, el sujeto no puede atribuir-
se, de manera directa e inmediata, el objet.o que ansía, y esta 
configuración, por sí misma, basta para hacemos decir que 
una ley rige su deseo. A partir de entonces es ese mismo 
asidero del lenguaje lo que nos hace suponer Ja existencia 
perdida de un goce originario; pero también señalBr, al 
mismo tiempo, que ese goce es sin duda mítico, que a partir ' 
del momento en que el goce está tomado CñCI 1e1!raje y en ·1 
Ja ley, reside de entrada, para el n1Xo, en lo que corre entre 1 
la "o" y la "a". se oculta en· el habla, en los enunciados más 
comunes, pero también en el texto de los la sus v los sueños. 
La s cosas pueden decirse de otro modo. La palabra convo-
ca la idea del objeto, pero también hace menos necesaria la 
presencia ñsica de éste. Yo puedo hablar de elefantes -el 
ejemplo es de Lacan- sin tener necesidad de introducir uno 
en esta habitación, y eso también significa que, si soy poet.a, 
puedo hacerlos sens ibles al placer relacionado con la evoca-
ción de la sabana, sin llevarlos a todos a llí , en carne y hueso. I 
Así. e_l le!J~~nos introduce en un mungg_ d_grideJ!~v_oca­
ción del oce el Jacer ue lo acom aña no están condicio- 1 
na dos por a cons~mación e o ~eto .-EI vacío quc impllca el 
27 
lc•nguaje. como ven, está ligado con su misma esencia. Y 
pr •cisamenLc porque implica ese lugar del vacío -que por 
otn1 part..e permite desear- funciona por sí mismo como 
limite, antes incluso de -servir para formular las leyes y las 
prohibiciones a las que nos sometemos más o menos. 
De buena gana decimos hoy que uno de los problemas de 
nues tra modernidad radica en el retroceso de la legitimi-
dad de la ley. Pero cabe preguntarse si éste no es correlativo 
a una pcrtu rbación no menos grave concerniente a llcnguaje 
y al habla. 
Sin embargo, no vayamos demasiado rápido. Para avanzar , 
voy a proponerles que vayamos a un texto. Se trata del primer 
texto donde Lacan toma explícitament-e como tema la cuestión 
del goce, relacionándola, precisamente, con lo que él llama el 
efecto al ienante del habla sobre el deseo humano. Ese texto se 
enCüe'ñtra en el seminario sobre Las ¡ormaciones a.ez "Incons-
ciente, lección del 5 de marzo de 1958'.3 
En efecto, ¿qué nos dice Lacan en las dos primeras 
páginas de esta lección? Que hay upa "s~bf!ucción""'_por no 
decir "subversión" de l deseo _por el significante; pero tam-
bién que será necesario, a pa rtir de a hí, dislin ir ~l .g2ce 
del d_e~. Porque la cuestión planteada es sta {y cito muy 
precisamente a Lacan ): teniendo ep..cuenta-eataalienación 
del deseo en el sign ificante, ''-qoé puede significar, en esta 
perspectiva, el hecho de que s
1
ujeto humano ueda adue-
ñarse de las condiciones ism ue le s im luestas en 6u 
mundo, como si esas condiciones e vic.r.an hechas.para él, 
y él se satisficiera con eJlas?'1. 
Ya ven cómo se p antea aquí la cuestión de una satis-
11 facc_ión b!istante ar t icula r,. para la cua l Lacan acabá'Cle 
in tr oducir e é rmmo e goce. El deseo humano está 
tomado en el lenguaje. a lienado, hecho Otro, está orienta-
do por el sign ificante; en consecuencia, ¿cómo el s ujeto 
humano puede satisfacer se con eso? Es una satisfacción 
1 J . l~can . Séminaire 5, Le.s formntions de l'in.consc1ent, 1957- 1958, 
París, l.r. Scuil , 1998, págs. 251-267. llas formaciones del mcnnscicnte, 
Buenoi; Aires, Editorial Paidós. l 
28 
( , 
que no cae por s u propio peso. Y bien, es precisamente esa 
satisfacción ue no cae or s u ro io eso lo_gue llamare-
mos oce. 
i"Qué significa la alienación del deseo humano en el signifi-
cante? Si · ñca ue el dcsqo no va CJJ.li!l~r~t? _a ¿ n obj~!o ue 
sería natur_:al, inscrito en su naturaleza. Por mi part,e, a 
menudo hago referencia; pa1·a hablar de esto, a un ejemplo que 
sin duda no tiene otro valor que el hecho dcque lodescubrímuy 
pronto al leer textos lacaniano-s.15 Se trata del caso de un ·oven 
homosexual. 8ste qccía a quien quisiera oírlo que e gustaban 
los "p'tits soldats" [soldaditos]: El análisis trae el recuerdo de 
largos y tiernos paseos con su madre, y de la ma nera en que 
termina ban . En el café donde iban a hacer una parada -
coronamiento de esas tardes de complicidad- eJl a siempre 
pedía lo mismo. "Ah, pour lui un p'Lit soda". 
Evidentemente, este género de observaciones, cuando 
comenzaron a difundirse con bastante amplitud, en los años 
1960 y 1970, pudieron asombrar, y eventualmente disgus-
tar. ¿De qué se trata, por otra 'parte? ¿De explicar la 
homosexualidad de ese joven? ¿Realmente se la hace inteli-
gible por el retorno desconocido de ese significant.e "p'tit 
soda"? 
Observarán ante todo que, a pa rtir del momento en que se 
hace la relación entre "p'tit soda " Y. "n'lit soldal", rea lmente 
se trata de un significante. En el nivel de la significación no 
hay nada en común , e n apa riencia, entre ambos, y en verdad 
es eso lo que pudo desconcertar. El hec~o de ~un sujeto 
pueda asar de uno a otro [lQ_ es comprensible, y a todos 
nosotros nos gusta comprender. 
· • La íorma 11 '11t cl:l una manera familiar y muy hnbiLual entre los 
franceses <lo escribir petit 1 pequcñoJ, y que además coincide con In manera 
de pronunciar la pnlnbra. Por olra parte, la frase que dice la madre a 
conLinuación:Ah, paurlui un p'tit soda Lab, par a él una pequeña bebidnl 
se pronw, cia cas i igual que ai dijera "Ah, para él u11 soldadito~ . (N. del T. I 
ir. El ejemplo que s igue ya fue utilizudo en mi libro CliuaRe et moder· 
11 ité. Lo re tomo s in embargo aquí de ma nera un poco diferen t.e. De todas 
maneras, pienso que el retorno de ciertoi; elernen tol:l, de un libro a otro, 
puede ju:ililicarsc como equi ,·alente del trabajo de recuperílción del 
"material" en la curn, que llamnmos perlahoración. 
29 
Al respecto, se acepta más una explicación que sigue los 
caminos freuclianos. Frcud decía que el varón demasiado 
apegado a su madre podía identificarse con ella , y tomar por 
objeto a personas que se parecían a é l. Tal vez en este caso 
también se trata de un sujeto que amaba demasiado a su 
mamá. 
En fin , nada sabemos. En última instancia, ni siquiera sé 
si el ejemplo no es fic ticio. Suponiendo que lo sea, lo que es 
importante es lo que puede ilustrar. ¿Qué cosa, pues? Quizá 
ante todo la sin<f*laridad del deseo a partir del momento en 
que está aJiena o por el significante. Aquí, el sujeto no desea 
simplemente hombres. Los desea jóvenes y juguetones -
chispeantes, si me permiten la broma-. Y puede pensarse 
que su manera de gozar en la sexua lidª d, incluyendo hasta 
- ¿por qué no?- las posturas del cuerpo, va a estar en 
relación con esa tentativa de encontrar aJgo de todo eso. 
Será necesario q_ue chispee. 
La duplicidad del lenguaje 
Se da rán cuenta de que se podría articular este análisis con 
las teorías freudianas, ya que, por supuesto, no tenemos que 
descuidarlas. Supondremos entonces que en su búsg~c!_a 
de una s ·sr.J!c · ' ch i§ReA.n te Jo que el sujeto usca, in-
conscientemente, es el objeto primero de su goce. Acaso era 
su madre, después de todo, la que tenía esa vivacidad que 
desde entonces persigue en todas partes. Pero fíjense cómo 
son las cosas. AJ entra r en un mundohumano, un mundo de 
lenguaje, el sujeto no encontró sol amente rieles por los 
cuales circula su deseo, yendo de soda a soldado. Encontró 
las condiciones de una pérdida original, precisamente aque-
lla con la que se machaC'iiCOn ·bastante frecuencia sobre la 
renuncia a la madre. Pero pueden.presentarse las cosas de 
otro modo. Lo que diremos, con Lacan, es que la madre no ~s 
sino el arquetjpo ~~!.2.bj~o Er~hLbido. Basta que eflenguaje 
ex iAtn , lo he icho, para que el sujeto sea introducido a esa 
clinH' nsión de Ja pérdida, y el mito de Edipo, sin duda, no es 
:10 
más que una manera, de presentar la renuncia que se deduce 
de ello. 
Pero ahora intentemos ir un poco más lejos en el cuestio-
namiento de lo que Lacan designa como alienación del deseo 
por e l lenguaje; sobre todo, vamos a tener que segui~r en el 
texto la.,caniano, la idea según la cual el sujet-0 pued due- ., 
ñarse de las condiciones gy~a· Ímpone a ae o" y 4 
por n en par · u r <leianeces~ ac de_ a_ ey. va a .., 
adueñarse de esta necesidad, y en adelante va a encontrar 
una satisfacción en la existencia de la ley -o por lo lñcnos en 
cierta manera que teñdrá e as-ümfrla-. 
En consecuencia, voy a prosegu ir la lectura de esta 
lección del 5 de marzo de 1958. O más bien, como es par-
ticularmente rica , no retomaré más que una pequeña canti-
dad de elementos. E iré a la manera en que Lacan trat.a 
acerca de una obra de Jean Genct.. El balcón. Bien habría 
podido utilizar muchas otras ecturas. or otra parte él 
habla, durante algunos minutos, de la comedia en Grecia. 
Pero ocurre que esa obra es de actualidad. Lacan subraya 
(en 1958, pues) que se levantaron muy fuertes oposiciones a 
que sea presentada. Y de hecho sólo será montada, en el 
teatro del Gymnase, dos años más tarde. Ya ven que Lacan 
estaba totalmente atento a lo que podía aparecer en la 
cultura, y eso de manera inmeruatamcntc contemporánea. 
¿Qué ocurre en El balcón? Lacan da un resumen de esto. 
No voy a retomarlo tal cual, y por supuesto tampoco resumir 
ese resumen. Les aconsejo leer esta obra, que es sumamente 
in teresante.'' 'I'ranscurrc en un burdel. a su vez rodeado por 
una ciudad presa de una agitación revoluciona ria. No obs-
tante, comencemos por e l burdel. 
Podrían evoca rse los burdeles reales. Si abren la Histoire 
du corps, bajo la dirección de Alain Corbin, J ean-J'áeqüe s 
Courtinc, Gcorgcs Vigouroux, y más precisamente el tomo 
2, verán que, desde el inicio de l s iglo xx, a lgunos burdeles se 
convirtieron en casas de citas confortables. diseñadas sobre 
' J . Genct., "Le Balcon ~. CEwm:s completes, \.orno 4 , París. Éditions 
Ga llimRrd, 196 . IEL '1alcú11, Madr"id, Alü1nzo Ed ilori:i l, 1983 .I 
31 
•I mode lo del salón burgués, y que uno de \os refinamientos 
qu<>- proponen radica en la puesta en escena de ~os cuerpos 
l'emcninos. El burdel, pue~. es ,s. un teatro. Un teatro de un 
tipo par ticular , a lodas luces, por ejemplo coo una a_tcnción 
fetichis ta en la vestimenta de las prostitutas, en su ropa 
in teri<>r, etcétera. 
En la obra de Genet h ay algo de esto, pero la atención 
resulta m ás atraída por los dientes. ¿Qué vienen a buscar 
en este burdel'! No un placer sexual en el sentido más 
común. Las primeras escenas nos los mues tran e11 una 
actuación en la cual las prostitutas deben darles la réplica, 
y donde e \los, imagiTia ri amentc, son uno un o~is:po. que 
confiesa a una rnujer que habría pecado, el segu rl o un juez 
que tiene que hacer c<>nfesar a u.na ladrona, el terccroün 
general, y aquí la J>rOstituta es entonce~ un caballo, un caJ 
balloa l que \e 3prieta los flancos. Son estos juec.s los que 
desencadenan su e~cítación . Qujzá tambié11 su goce, pero no 
podemos hacer como s i la idea de goce fuera ev\rlcntc, en e\ 
mismo momento en que esperamos que esta obra y su 
lect.ura por Lacan nos enseñen algo s obre lo que hay que 
entender por este término. 
Par lo tanto, continuemos. En El balcón, el sujeto, ya que 
se encuentra en un burdel, puede pedir -aparentemente-lo 
que qu\e rc. ¿So contentará con h ace r el am or? Vi .sib~crnente 
no. ¿Busc~rá realizar a lguna pe rvers·ión en e l sentido d e 
una práctica poco corriente. una práctica que sed a por 
ejemplo realmente sádica? Por supuesto, no est á excluido. 
Pero }Q_csel!_cial , se \o ve claramente a l leer la obra, fH_> s~ 
ubic~ en ese nivel de realidad. 
Con las proslitüt:a$, e lec o~ esos hombt·es habl~n mu-
cho, y ex.igen de ell ~s muchas _paJa l>ras. Por ejemplo, el 
obisto está muy preocupado de que la prostit.uta I ~ as~1·e 
que os pecados que confiesa son vq_r_d,ap~_ os. Por supuesto, 
sabe que no lo son . Es un simuJocr'o.'15ero al mis mo tie mpo 
es nccesarjo q_ue pueda creer guc sí lo se_n, y en consecuencin 
es precfso, dice L~~~Í!e _ilg ""'~ la 'nt nci<í_n de s u 
cómplicel v.orlo menós, le_pc.f§ita creer que participa en un 
goce cule.able". 
¿Qué es aqu.i.Jo im_E.ortante'? Diré gue la '!!!.t~r!_en ~e es 
utiliza_?o el h abla. E l uso u e se hace de él_E_~_b_~ pqn~~e en 
rclació.!!_ CQ~ Ja ~~ Jicidad d~ l~ng_u~j~1~e t:ace que una 
cosa puede ser y no ser lo que se dice éé11'. Por otra parte, 
no crean ue sólo se trata de d r a 1 f; )so ' el a ecto de lo 
verda~ crp. r aml5t n o na ecirse o con r ario. La dueña 
de . cas-a e citas, en >a eón, o formu a muy e aramer~_te: 
''Todos quieren gue sea lo más verdadero oslble.,; a lo cual 
s r1a e: enos a lgo in efi11iblc, que hará uc no sea verda-
dero." 
Hablo de d~lic idad del lenguaje. ¿De qué se trata'? Ante 
todo, simplemeñte, de la-políserñia que está incluida, d<'~<sde ni 
momento que una pa labra s iempre es susceptible de adop-
Lar sentidos diferentes. Pero agregaré que ésa es la condi-
ción mis ma del inconsciente. 
Ins isto: la cg_n.Q.isión sf~Uncon~ci ll!ll..c C§ que lo que digo 
pueda que re r c!Qci r qtra c_o~~ -9!:!.~Jg g_~_sc .~r~c , ql.!4=_ hasta 
pueda, ocasional m~n~~ sjgri ifica r lo co~!r.!lrio. Cuento un 
sueño en el cual un objeto está particu armen te limpio. Pero 
nada impide que no se pueda entender: "Buena la hizo".' en 
el sentido de que no es muy lucido. Y hasta es posible. on al-
gunos casos ~e haya ue entc_nd~r a la vez uno y otro 
sentidos. Esa es la duplicidad del lenguaje. 
A lo que hay que añadir que la pala bra duplicidad misma 
puede entenderse de dos maneras. Uno de los colegas que 
participó en Laeanianc1 hizo esa observación.s El SÍf,'liifican-
te "duplicidad" es a su vez dúpl ice, porque amJ.!:!ga las 
s ignÍficacioncs de dob lez ~de cag:año. Y bien, iremos que 
s i eTcreséo umanóestá a ienado al si~ficante. en tanto 
que su s igñ ificación puedcdesdo arsé (es clúplice en el 
prim_cr sentido~ al rni~~'Q_tie.!_1l e_~~-üioc~ que el sujc'to puede 
sacar de eslo tiene relación con un engaño (es dúplice e n el 
segundo sentido ). 
Ya ven- por qué puede decir$C aquí que la dependencia de 
• C'<'SI d11 pr<>p re en el ori¡;i nol. Ju ego de 1>olaura:; con p ropre, q ue 
s ignifica "limpio". [N. del T.) 
-' D. Simonnt>y, "Le s inlhomc"', cu l\•I. Safou~m <uujo la dirección del, 
l.aca11wm1, Lomo 2. Pnris. Le Scu il , 200!?. p~g. 37l , 
33 
nuestro deseo respecto del lenguaje induce un tipo de 
sa tisfacción particular. Siguiendo la lectura a la que esta-
mos procediendo, es un goce ligad()~ la duplicidad, con e l 
engaño. con la apariencia, o incluso con la apariencia enga-
ñosa. 
No obstante, ta l vez se pre..ID!!!!.en sj_tl.e. gaño, en la obra 
de Genet , está esencialmente en el lenguaje, por tanto en lo 
. imbólico. o s i no..c..stá más_bien en el imaginario. ¿Habrá uc 
recordar a ui, para quie n<'s no lo supieran, que lo ima~na­
rio. para nosotros, es el orden en que se constituye el :Yo", 
asumiendo su propia imagen en e l espejo y rEl ien4ndose 
a partir de ento11ces on· to_Qo, un_t!_nivcrso de i ágene), vale 
decir, también de il s iones? Pero Genet, en s u o para 
de hablar de juegos de espejos. Y en un pequeño texto que se 
lla ma: "Cómo representar Las Criada.c;",6 dice que no hay 
que repre. e n lar su obra como si fuera una sátira.Es -dice-
"la glorificación de la imagen y del re flejo". 
Por supu to. Lacan es consciente de esta dimensión 
imaginaria . Y por mi pa rte, de buena gana la reconozco. 
Pero es tota lmBntc posible concebir que Jo simbólico, por sí 
mis mo, s i es dúplice . re fue rza a l suj eto en la sa tisfacción 
procurada or otra du licÍdad la e o de su ima en ue 
no otros llamamos o ideal. Por lo tanto, no ' ª Y contradic-
ción en decir que El balcón nos hace ver algunos poderes de 
lo s imbólico ... y a lgunos podürcs de lo imaginario. 
El goce y la ley 
Algunos poderes. No es por azar s i empleo aquí este térmi-
no. Puede introducirme a una cuestión que todavía no he 
encarado. aunque sea esencia l. Para comprender mejor en 
quó sentido es tá implicado lo s imbólico, aquf. para introdu-
cir la cuestión del goce. hay que acudir a lo que con"tituye 
las funcion_s§ que A ymcn los clientes del burdel. 
Con el ob! [lO, e l jucz,_c l gene ral , "acuden al proscenio de 
.J. Gcnel, / 0<'. dt. 
El balcón -dice Lacan- las fu119iones huinfill~S en l?_ medida 1 le 
en que se refier~n_I! Jo s imbq.J ico". ~r conferido por Cristo 
a todos los episcopados, "de ªtª r y desatar el orden del 
pecado, de la fal ta", poder "de aquel que condena y que cas-
tiga o sea el ·uez",Rodcr por último, de a ucl ucasumeel 
mando en a guer ra, e general. Y en ton ces ven que esto texto 
puede conducirnos a recorda r que s i lo s imbólico es e l orden 
del lengu a je, lo ue vehiculiza este l · n ·~~ constitu-
ye Jo esencial de esta dimensión de Jo s imbólico, es la lex g,ue 
rige l as re laciones h uma nas.fybien, ¿en qué aspecto el goce 
est.ál1ga o con esta irñcñs1 !Xl L ? Podría pensarse 
que es sencillo. Puesto qu'e esos personajes del juez, del 
obispo, del genera], t ienen poder , deben gozar de ejercer ese 
poder . Y los clientes del burdel, que hacen un poco como 
ellos, gozarian de una parcela de ese poder , o de un poder 
comparable al suyo. 
No obstante, me parece que no hay que tomar las cosas de 
ese modo. Si se lec la obra, uno percibe que esos hombres se 
toman el mayor trabajo para sostener una (\¡ ue a 
todas luces los supera hol~adamen . _..n _su ús uc a de 
ese vcr_dad ro-ralso ue 1 en a las rns 1 u s · ~ es 
está jamás a ra nGzado - continuamen e esf e ocian_ o 
con ellas lasTormas ue er a o tar su re& acion. ¡ o 
s in que los mal t raten u 'Poco. seudo juez, po r eJemplo, se 
ve confrontado con la ruelda e Ja fa lsa lad rona que no 
quie re asegurarle que u verdadera, y él dice estar 
dis puesto a rebAjarsc en s u conclición de juez, lo que implica 
también un poco rebaja r e an te ella . ~n pocas pa lab1·as, no 
puede t rntarse rea lmente aquí de gozar. muy sim plemente, 
de ejercer un poder. 
' Hay qui? i;eñolar a qu í un error en la transcripción que hi i o de esta 
lección las Ecfü1ons du Scui l En un pasaje, qu<' cxtrnigo de lfl misma 
lección, Lacan vuch •c n l'sn.· fmwiones, y en el texto publicado se lec que 
e trala de las "funcione de IR fe en ims div~s form as más sngrndasw. .. 
i!:vidcnt.cmentc, huy que leer l\i.t'lciOl).Q§.d.!tl¡fu}foi y /oi rcspcctivnmente, 1 ' ' 
do:; µu labras muy similares. IN. ocrT:1lT.r!fü~to puede cxperimentarlns 
-u ncr- como sagradas. pero lo 11llpt1rlfl nle es que el la regulan nuestra." { · 
existenciWl. • .. f 
• í 35 
i. lk tp• se: Lrnt.a, entonces? TaJ vez de Jo siguiente: a pa r-
l 1r ck\ monwnln c11 que lo simbólico es la ley, µ,a ra adaptar:se 
n lu s icnbólico el s.WcMtYa a tratar ~~a¡Ja le.y mis.!l'ª · 
~e tratar;\ de producir_fill_mundo don ~~ hecl;o-ª~_g_ueha­
y;1 sumisión a la lc_y c_g_nsti ~ui rja re_cisarnentc lo~~ hace 
lW?.nr ; y poco importa, ~tremando \a~ cosas, dbnde se 
cncq_1ltrru:íaltl_s ujgto rQ~_~C.f.<!. 9SLe.s~ surnisíón. 
¿Acaso se sorprenden, Señorns y Señores, de que se pueda 
erolizar l a ley, cncon t.ra rle un goce'? El_s_ulc.to_co.ntemporá-
neo, m~ dü.·án~ ti~ndc_ más bien u tTansgn~dfr !a _!c:t o a 
soslayarla ; o incluso prefi ere el contrato. que protegerla 
mcj9r su intcrés. Piensen sin emba rgo en esas aJ,?etacioncs 
continu3s a reforzar \a soBEft<Jéld, así fuera tl costa e una 
lirnitación de las "libertades individua les. En la actuafülad, 
el s ujeto bien puede tratar de libera rse de fa ley; en otl·o 
nivel está a tado a s u existencia, y en ocasiones se ejerce e rl 
l as form3s más r\gurosas. 
Tal observación encontraría fácilmente una prolonga-
ción on e l PU directamen te polít ico. ¿,Acaso las actitudes 
de buena gana índívich1alis t.Ds dc1 s uje t.o contemporá neo no 
corren el riesgo, hoy en día, de inverli.rse y llc.wat' a ~ccptat, 
hnsts buscar, un poder fuerte? Pero dejemos esto. 
Tambjén cabría preguntarse, tomando estas cuestion es él 
pcu·t\r de tas curas analíticas (1UC lencmos a cf\rgo, si no 
convendría hablar aquí de masoau iwio. Es cie rto que trils e l 
fü1mado a l orden, hay en ocasione· -está probodo en olgunos 
sueños o algunos fantasmas- e1 goce de idenlilicarse con 
aque llos sabre quienes S<l des ploma la represión. Pero lt\ 
noción de masoquismo ·uscita s veces much:ts cue tiones. 
En todo caso, pues to que nos queda un poco de t.iernpo, 
puedo tledr\es a lgo de un dc&arro\\ t> de Lacan eTI e\ capi\.u\o 
que precede inrned1atnm<mtc a aquel q ue es tamos leyendo. 
Aquí Lacan no trata todavía explícitamente de goce. pero I~ 
lcclura que nos propone de un famoso a rtículo <le Frl'ud , 
" l'cg~n a un n\f\Q" ,i. \·iene I'\ com¡'\lc.tar muy bü.m aqu~Bo de 
que les Trnblo. 
36 
r 1.' 1 , .-11 
"Pegan a un niño'' es un fantasma que Frcud encontró en 
muchos de us a nalizanlcs, y de los que pre enla vario~ 
estados s uces ivos . Digamos que cuando se lo ~lizai se 
pcrcibefillC la fórm_ul l!_n_Q,_siem re tuvp.J en1ª. vLda del ~ ujelo, 
el mismo senti_qo. Hay un tiempo, r~construido por el aná-
lisis, en que el niño golpeacio es el mismo sujeto, y en este 
sentido e l análisiR de ese: fa_ntasma J?Crmilc _!:!:a tar acerca de 
la cues tión del ma~ui mo. Pero generalmente, cuando e l 
sujeto narra 81 anallSá fo que imagina, siendo ya adu lto, el ni-
ño es in.9..~..t.~_rmü1ad<l,JO. mi ·mQ <l!J uien le pega. Y en un 
primer tiempo, .. un niño" es el riva l, el hermano menor que 
le sacó el lugar al s ujeto. 
Lacan subraya que lo que nquí importa no es la realidad 
de lo que atentaría con t ra la integridad t·eal y física del niño 
go lpeado. La prueba es que, cuando el ni11o que fantasea 
resulta confrontado con la realidad de un niño ol cado, 
desvía la cabeza. No le sU\ tanto. E er mi mo ctees·c 
fantasma - 1c _ ~ an- cstn ~n.1 1cs ál_"!l <!_n e 1g~a~ C,2.R§_U 
car~ r ~oc ser o ' no e ·ante . ;,Sorá por eso qUeLacan 
dice que es e '.ácte r s1m ó ico de la fustigación lo que es 
crolizado como tal? No habría que pensar que "simbólico" se 
define solamente ;;tquí como no serio, no rcnl. 
En rea lidad, lo que importa en In fus tigación es lo que 
raya. E l ~ray.!_la piel de l sujeto, ero sobre todo raya al 
sujcLo~_!!_EuanLo t.al ; lo tacha, lo eroga. n sumn, a lra~o 
del golpe, el~ como s i nificunte (o como letrn, ucs to 
que:_ hay inserí ción), e~ lo guc anu a a l sujeto. iertamentc, 
primero a l ri val. Pero el ni ño que fanta ea captn s in duda 
lambién aquí, si n saber que lo capta, que el sujeto no fie:i,ira 
en la cu~cn3 aj_gn ific:rn te s ino como lug_a r vacío. 
En todo cuso, ven el camino que hicimos hoy. Primero 
insistí en la idcn de que el len g11njc tachaba el acceso n un 
goce que seríu a prop io ión del objeto. En consccu ncia el 
gcncsP des pcrvcri; ioní'i scxucllc11~. Pn Nér•rost', p:-.y1·/iose. et ¡1f!rr>ersin11, 
Pa n s, 1·11~-, l973. l"Pcga n u un n1r'lo. Contribución ol conocin11enlo de In 
génes is de'ª"' pc>rvén;1onc · scxunlcs"', Volum n lí de lns Obrn · comµfo· 
lns, lrnd. de .J L l~tcht'\'erri . Amurroríu , Bueno::. A 1rcs. I 
:n 
goce, para el hombre. debe pen sarse a partir de ese Lfmjte 
mismo, se define como e l t ipo pa1ticular de satisfacción que 
adopta el sujeto desde el momento en que su deseo está 
~l ienado en e l lenguaje. E n efecto, ¿de qué otra cosa gozaría? 
EJ os el efecto del significante, está gobernado por la ley que 
vch iculiza el lenguaje. Es realmente preciso que se ada pte 
a eso, y no lo puede hacer mejor que encontrando ahí su 
sat.i facción . Un a satisfacción Ji 7~Qª con todo Jo que impli· 
ca la existencia del lenguaje, es decir, tanto con e l Qquívoco, 
la falsedad. la sumisi.Q.n a la ley, incluyendo hasta lo que ella 
im~ica de marca sobre e l sujeto, o de anulación del sujeto. 
c rminaré con dos observaciones. Si ustedes leen e l 
seminario de que les hablé , verán que hice a un lado un 
término sin embargo esencia l. Se t ra ta del falo, que por otra 
pa rte es evocado explícitamente en la ob1=ITc Gcnet. Pero 
me pareció demasia do importante pa ra hablar de eso de 
mirnera muy rá pi<la. Lo encararé la próxima vez; de hecho, 
las pr6~; mus veces. 
Ln segunda observación es que cvidentement.c el abordaje 
de la cue tión del goce van variar much o en la enseñanza de 
Lnc:-tn, y sobre t.odo tu l vez en e l uso que nosotros hacemos, 
tra~ él. de esa noción bastante compleja. Hoy re l ación~ el 
goce con e l hech o de s ati. facersc con la a lienación de l deseo 
que produce la existencia misma del lenguaje; pero este 
miRmo goce podrá constitu ir, más tarde, una manera de 
Lrntar de fo rza r los límites inducidos por esta a lienación . 
DE' aquí a l fin de csle ciclo tendremos la ocasión de explica r-
nos en deta lle sobre esta paradoja. Permítanmc que, por 
hoy, nos quedemos aquí. 
A c-1 ~ ~ ~ · ~ c._ , '-'f - ..... I l lu ,.. , ' 
"7 
IHSFRACES 
, .. t , . ,.. ,. 
• /J ( (( 1 I ' (, 
Señoras y Señores, 
Un texto nunca es leído exactamente como s u autor hubiera 
querido, una conferencia jamás o'fda como el orador lo 
hubiese deseado. O en todo caso, existe por lo menos un 
descentramicnto: lo que va a llamar la atención del audito-
rio es un punto que no habrá sido muy desarrollado, un 
punto que el conferencis ta habrá dejado m:is o menos ~ in 
trabajar. 
Evidentemente, si comienzo con esto, adivinm·án us tecics 
que lo que digo sobre esto no es a bstracto. s ino que se 
relaciona precisamente con nuestro propio ciclo de confe-
rencias. En efecto, supe que varios de us tedes habían otor-
gado un lugar muy particular, en lo que habia dicho. a la 
noción de engaño. Les pareció concebible que e l lenguaje nos 
Jleve a la duplicidad, y que as í el s ujeto huma no. criaturn de 
lenguaje, también sea ese ser que puede OJ.fil.1ti r y ser enga-
ñado. Máxime cuando la duplicidad del lenguaje tropieza 
aq uí con e l poder ilusorio de la imagen, que también puse de 
manifiesto. Pero en este caso, piens an , ¿en qué aspecto 
también es necesario ins is lir t.ant,o en la re lación con la ley? 
¿No ordena ésta má ... b ien e l respeto a una verdad? ¿No 
proscribe en lodo caso, todos los medios m ás o menos 
desviados por los cua les tratamos de libra mos de ella , por 
los cuales tratamos de s atis facernos con a lguna quimera? 
;39 
Estoy de acuerrlo, Señoras y Señores, que esta cuestión es 
importante. E incluso, para t ratarla, hay que retomar las 
cosa" paso a paso. A decir verdad, no estoy seguro de poder 
dar respuesta realmente a esto desde hoy. Por lo menos voy 
a tra tar de ir ,trayendo, poco a poco, a lgunos elemen tos que 
permi t irán volver obre esto. Pero no lo consideren enton-
ces como inesenciales. Aquí, cRrla momento del proceso· 
cuenta. 
La cosa 
De de mi primera conferencia, segura mente se acorda-
rán , puse al goce en re lRción con una pérdida. Y bien , 
a hor<\ . para avanzar un poco. es indispensable retomar 
esta cuestión. A l mismo t iempo, nada es más difícil , 
porque la pérdida de marras no es fáci lmente loca lizable 
en la experiencia s ubjetiva, no es una pérdida cuyo mo-
mento u objeto podría situarse. ¿Por qué. entonces, ha-
blar de ella, y sobre todo por qué concederle , como lo hago, 
un s it io ta n importante? 
Que e l ser humano se dPfina por lo que pcrdif} es lo que 
demuestra a mpl iamente s u vivencia más colidiana . ¿Por 
quf- creen us ledes , de otro modo, que se mucr.:;tre tan a 
men udo irisatis fccho'? Se compara con los otros, envidia 
su c':dto. f,J - o digamos aquí cJla- conoce a un compnñero 
que, por una vez parece corres ponder a s u expectativa . 
r~s t la colma de aLcncioncs. no deja de a tender a todas 
s us neccs idadcr.:; . Pe ro precisamente, e ll a desea otra cosa. 
' ante todo dcseuríu que él comprenda mejor lo que e lla 
espera r ea lm<'nte . s in tener nccc. idad de exp licarlo. En 
suma, nunca es eso. 
l o obs t.anlc. si por lo menos t ienen a lgún conocimicn t.o 
rle n ucstr-a clínica. ¿d1n\n ustedes que aquí no se tra ta 
más que de un s ujeto muy part icular, e l que nosotros 
llamamos histér ico? >lo lo creo. Por el contrario. me 
par<:C(.; que e l hisl.érico no hncc s ino i luslrar de manera 
fuerte lo que val· para cada uno. es decir, la in3decuación 
40 
fundamenta l entre lo que perseguimos y lo que obtene-
mos. Nada llega nunca a colmarnos. 
e trata de una experiencia bastante común. Pero enton-
ces, ¿qué agrega el ps icoanálisis? Y bien, ciertamente pro-
pone una tentativa de explicación. Que implica una parte 
de mito. Pero en el sentido en que únicamente una construc-
ción que toma distancia respecto de la historia de cada uno 
puede dar cuenta de un fenómeno tan universal. 
¿Por qué el sujeto humano siempre está en busca <le algo 
que ja más lo colma? La única respuesta posible es decir que 
para cada uno hªy de algún modo una érdida ori ·naria, 
una r~nuncia rimordial a un objeto que a partir de enton -
ces uno no eJarc: e uscar. 
Supongo que u stedes tien en alguna idea de lo que consti -
tuye a este objeto pe rdido de entrada. A todas luces, piensan 
ustedes en la madre, que e l muy joven infante pudo primero 
tener toda para él (o por lo menos creer totalmente disponi-
ble), pero que bastante n\pido resulta no estar a su disposi-
ción. 
Sin embargo, ¡atención! S i en nuestra búsqueda curremos 
por todas pa rles como extraviados, si aparen temente no 
Lencmos ni siquiera idea de lo que realmente buscamos, en 
verdad es porque a lgo Re borró de aquello que. en la s itua-
ción supuesta origina ria , constituía e l "verdadero" objc Lo 
de nuc tro deseo. En suma, está la madre, pe ro también está 
lo que la madre encubre, y es ese objeto _gue a nida en ella lo 
que ya no podemos rec~_erar. 
Fíjense ust.e es que fo único que hago e' par afrasear un 
texto de Freud a l que Lacan ya dio una importancia muy 
particular. Ese texto se encue ntra en ·I Proycctn de psiro-
logla para 11i>11rólogos, un escrito freudiano muy a ntiguo, 
porque dala de 1 95. 8n varios pasajes de esta obra Lacan 
señaló el tema del prójimo. y sobre lodo el de Ja Cosa (das 
Di11g en alemán ). ¿De qué se t.rala? 
Lo que Freud intentó con e l Proyecto es un ubordojc 
neurológico del funcionamiento p ·íquico, una teorización 
que vendría a corresponder, en ese plano, a lo que su 
experiencia de practican le comenzaba a en cñarlc. uando 
41 
uno no está acostumbrado a este tipo de tex«>s1 se corre el 
riesgo de sentirse un poco desorientado, pero una lectura 
asidua puede proporcionar el conv~ncimiento de que realmen-
te se t rata de cuestiones esenciales para el psicoanálisis. 
Digamos, pues, un aparato neurónico: una parte de las 
neuronas, dice Freud, está investida por el recuerdo del 
objeto y al mismo tiempo por la percepción actual del objeto. 
¿Y qué más? Tras este tipo de formulación , que es el del 
Proyecto, ¿qué tienen? 
Hay un objeto que se parece al sujeto, un prójimo, o incluso 
la madre corno persona compasiva; péro cuando el sujeto 
intenta encontra r, en la percepción actual, el r~dq_ del 
objej;oJ.~jempre le va a faltar algo. Algo, en cierto modo, 
quedará no disponible para la percepción, no representa-
ble. El complejo del ..Pró'imo se divide en dos: una pa rte 
puede ser objeto de-remcmoraCión, ofra es-inasimílable.2 Es 
la parte inasim.ilable la que llamamos la- Cosa. 
A partir de entonces, incluso s i la Cosaeñ cuanto parte 
faltante, se encuentraen el origen del deseo, al mismo 
tiempo aparece como ajena. Una ajenidad íntima, de algún 
modo·. Y siempre porqüe es inasimiíable aparece incluso 
como e lemento hostil. Hay una ambigüedad del propio goce. 
En efecto, Señoras y Señores, yo quisiera indicarles que con 
ese concep_t.o do la Cosa tenemos la posibilidad de intentar una 
nueva defin~ción ~el goce. E~ úna aefinición qµe puede surgir 
del seminario de Lacan sobre úi ética del ps-icoandlisis. Lacan 
dice que el acceso ¡1 goce, "hasta ahora", es lo que se presenta 
a nosotros ~ o se avanza en la dirección de ese vacío 
central ',3 ese vacío EtUe es el de la .Cosa. Aquí, de manera más 
1 
1 Es posible remilirse aquí a.la traducción france1:1a publicada e n el lihro 
titulado: S. Freud, la nmsS<11i<:e efe ld psychanalyse, París, l'Vf', 1956, págs. 
348 y 376-377, pero también ronsulta r e l texto en a lemán, "E11twur{ei11er 
Psychologie", Gc~a,n1melte Werke, t. XTn, págs. 426-427 y págs. 456-457 
¡wr royccto de psicología para neurólogos", en Obras Completas, trad. de J . 
L. Etcheverri , ''ºl. I, BueM s Aires, Amorrortu, 19931. 
2 Freud invoca una imposibilidad deeomprender, por otra parte haciendo 
re ferencia a l papel que el lenguaje ocupa ordinariamente en la comprensión. 
, J . Lacan. Séminaire 1959· 1960, l 'éthi.que de lo ps_vclurnnl;ysc, París, Lo 
Seuíl. 1986, pég. 2~7. Ciertamente, es«i seminario es el más importante en 
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rl ara, e) goce está_pucsto en relación ~n la dimensión de un 
vacío, de una cosa inaccesible, o si prelieren el o tie_!o perdiCJo. 
l'ero entonces, llegado el momento, ¿qué puede llevarlos a 
concebirlo de diferente manera? 
Las leyes del baile 
de disfraces 
Hablamos aquí de una cosa inasimilable. Pero ante todo 
irrep,r&sentabJe. Y bien, precjs,amcnte.Porgu'ª-. la .Cosa no se 
presta la re resent.ación"l1 su eta ño de 'a'"aé<fr.afar, en el 
or e de o vis e esenti 1ca J • u ~cc'"""én3de'1i-ñte, 
ser1f'ci 101 o n ya sola nte por a progresión hacia un 
vacío sino QOr Jo que viene a obturar ese vacío: la imagen , en 
particular, que él insts!li! CD §U lugnr . 
¿Qué hacemos, día tras día, cuando nos entregamos al 
culto ordinario de las imáBcnes? Si jamás cejamos, s in duda 
es porque no §O ort" mos ue ha , a l irr r s_e le. 
Queremos estar seJQiros de poder da r forma a a ucllo ue 
lo reRentimos tiene el ma or odcr sobre nosotros. 
¿O bien, entonces, habrá que ecir que no nos dejamos 
engañar totalmente? En suma, sabriamos ue nuestro a '· 
tito gor las imágenes _nQ no.?..b~~e4 ª Cilnz.ar nunca L· reprn-
sen a~rón Cle lo ql!.e m t\LIJQS j mportaria. Pero seguimo 
hocicndo como si lg pupiéramoª_, en un proceder cuya m!Ja 
fe ha~ta cierto unto1 cono~mos. 
~a ven que volvemos aquí, do manera muy directa , ::t 
nuestro sto orla ilus ión. No solamente, sin duda, en el 
scntfao e que l usiÓn sería 10 que nos .... hace...tomar la 
i magcn por el objetQ.. lo Jalso p..or lo vercl&sicro. Sino en _e l 
lo relativo a la cuestión de] goce. Es intcresan t.c destacar entonce. flU<' "I 
pasajenqul citado prohLbc reducir de mf\nera demasiado precipitada el goce 
a una t.entati\'a de colmnr todn faltt1. Es cierto que Lacan dice que es "hnstn 
ahora con esta forma como se prel'lcnta el eceso sl gocer, lo que deja la 
µosibilidud de pcnsm· que la cvolui:ión his lóric.u podría conducir n un 
funcionamiento diferente. [Se111 i11 nrio 7. /.,o ~trca del ¡1.'>icoa 11 ál isis. Edito-
rial Pnidós, Buenos Aires .! 
•wrll ido de que encontraríamos ciel.·t~ sa tisfacción -cierto 
¡.:occ- en o · r os de frná ~nes de i1usiones de reflejos y 
c.lcCSJe.is:mOS,H\CUSO · ~ lllJlCO ·-
roso·. 
Tvidcnt.emonte, aquello de lo que hablo siempre existió. 
P~to, Sel"ioras y Señores, me permitirán que sostenga que 
eso se vuelve cada vez más verdadero, porque la mott_<?.fJ'l-
dad no deja d~ fuvm:~gcrlo. Habría muchas m3neras de 
hacerlo valer. Sólo el azar de un:.:t reciente estadía ~n NutNa 
t'orkjustifica que escoja aquí apoyanne exdush,amente en 
la historia de fa arquitectura de esta ciudad, ejemplar de l a 
modernidad. E incluso, me content~m~ con hacer referencia 
a Jo que podrán leer ~n \.\n muy belio libro de Re111 l{oolhass: 
New York Ddirc.4 
Rem l<oolhass, que, como saben es s la vez un gran 
arquitecto y un teórico de la ~rquítectura, muestra clara~ 
m<.mte aquí cómo el proyecto a rquitectónico de Nueva York 
n~cibe una iluminación tota lmente interesante cuantlo se 
evocan l:.ts rcalizacíoocs deJ último tercio del siglo >tlX, ~sí 
como de los primeros años del XX. justo ante.riori;s1 pues, a\ 
prodigioso desor·roJlo de Manhattan . Esas rea\izaciones 
son principalmente las de ~y_lsl~nd. 
¿Qué es Concy faland? En su ot\gen es uni1 península a la 
en tn1da del pueroo d~ Nueva York, totalmel'lte separada 
luego por la perfol'ación de i:in canal, luego unida con 
Ma.nhattan a partiY do 1865, por el fel'l'ocarril. Pero sobre 
esta isla muy cer cana, los promotores van ~1 construfr varios 
centros de atracciones, re3li.zando de 'hecho Is apariencia 
exterior de una ciudad mi1y part.icufar, que estaría Lot.a1-
m eate regida por Ja fantasía. 
No voy a tomarme el t.iempo, SeñQras y Scño1·cs, de 
describir esa dudad en dct.alle. En todo ca o, tend rán 
ustedes a lguna idea. a partir do h> que \a prolonga: no 
solamente nuestros modernos parques de atracciones, s ino 
un conjunto más amplio de realizaciones de esparcimientos, 
'R Koolhtts/I, Nc1J' York Df!/1re, lt·tiducdon francc!Ta ~L'\r&cille, É;dili\T' 
M P~rcnt.hcse. 2002. 
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hasta de "cultura", que adoptau más o menos sus forma s. 
Cada uno de ustedes pudo tener la ocasión de visitar tol 
musco de arte conLcmporánco que trata las ob1·as, precisa-
mente, como "atracciones". dis puestas a lo largo de un 
circuito más o menos lúd ico, cosa que su carácter por otra 
parte en ocasiones favorece. En cuanto al Sena transforma-
do en seudo orilla del mar, simplemente viene a testimoniar 
4ue en esta dirección casi no hay límite para la imaginación. 
En lodo caso, es en Coney ]s ta nd donde se comienza a 
superponer a la Tealidad Lrivial una realidad fant.asmática, 
o, según las pal.abras de Hem Koolhass, un a tecnología de la 
fantas ía. Evoquemos por ejemplo Dream land, uno de los 
principale~ parques de Coney lsland. y en el interior de ese 
parque "el salón de baile más grande del mundo" (7 .600 m2 ). 
En un espacio tan inmenso, muestra Rem Koolhass. "las 
relaciones de intimidad del baile tradicional [ ... ] pierden 
Loda s ignificación". En cuanto a l movimiento natural del 
cuerpo humano , parece " lento y torpe l. .. ]. Así que se 
introducen pa_tinadores de ruedas en el marco formal y 
refinado del bai le. Su velocidad y s us trayectorias curvi l:í· 
neas hacen es taJlar las convencione habituales, atomiza11 
a los bailañnes y crean ritmos nuevos y fortuitos de 3copla-
miento y desacoplamiento entre los scxos."5 
Vemos que el uso de los "rol'lcrs" y otros instrumentos de 
des lizsmicnlo no son nada nuevo. Aqui cst:in puestos al 
s ervicio de una rQQ!'ga nización del esj?acio, !!_el ~~r que 
debe asumiT el cuer o de las relaciones entre los sexos. Pero 
evidentemente esto no es másqÜe uñ ejemplo. Otro podría 
concernir a la tentativa de abolir el ritmo d-0 a lternancia del 
día y de la noche, cuando l.a electricidad permite los baños 
las veinticuatro horas del día . O incluso añadfr, a la hori-
zontal idad, sentido habit.ual de nuestros desplazamientos, 
u na verticalidad que adoptará toda su amplitud en los 
rascacielos de Manhattan, pero que e anticipada por las 
numerosas Lorrcs de Coney Js land. 
·' Sin duela. con ese mism o objc:Li\·o uno de lo~ disp-0silivos del parque , 
l<>s ~ba1Tilcs del amor~ . hecho. t•o11 c:-i lindro. donde es tor de pie es 
impo~1blc, oblign 1\ b2rn.P.reu •ll\li~i:~;i <;.QS.i:...!:_Ql>..Q!?.QS,.!!.~~.d~_otroi; 
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No nos prc'cipitemos, aquí, hacia un simbolismo fácil que 
onria a 1R erección de torres cada vez más a)tas un sentido 
fá lico. No es cosa de negar que la introducción de \a vertica-
lidad fue también la consecuencia necesaria,

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