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Angel Riviére El sujeto de la Psicología Cognitiva a mágica etiqueta de lo cognltivo ha conquistado tanto las instituciones aca démicas y los laboratorios de psicología como las teo rías e interpretaciones de los datos, las publicacio nes, la!s disertaciones y las prácti cas de explicación e intervención de la disciplina. Si bien son pocos los psicólogos que no hagan —en uno u otro momento— declara ción pública de su conversión o de sus cdnvicciones cognitivas, esa etiqueta corre el peligro (como cualquier otro paradigma en ex pansión) de vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fenó meno^1 muy alejados de su ámbito explicativo originario. Ahora que casi todos los profesionales pare cen mostrarse partidarios de la psicología cognitiva es el momen to de plantear una pregunta ino portuna: ¿en qué consiste ser cog- nitivo* y qué es, en realidad, la psicología cognitiva? Para expli car el‘origen y la significación de esta disciplina no basta con aludir a la historia interna de la psicolo gía y a la sustitución del paradig ma conductista por otro que sub sane sus anomalías. Es preciso también recurrir a su historia ex terna: los intereses educativos, los avances de la cibernética y la er-* gonomía, los progresos tecnológi cos en el ámbito del tratamiento de la información y la importan cia de los símbolos y las represen taciones en los sistemas de inter cambio de las sociedades avanza das. El autor afirma que se ha producido una modificación pro funda del modelo o imagen de sujeto con que se hace la psicolo gía y de la perspectiva metateórica en que tiende a situarse el estudio científico del comportamiento; y también mantiene la necesidad de hacer hincapié en el problema del significado y de analizar más a fondo el tejido epistemológico de base que guarda relación con el crecimiento espectacular de la psi cología cognitiva. Alianza Psimlneía Angel Riviére El sujeto de la Psicología Cognitiva A l f r - \ «ANCO OS LA MPltóii'O; UM.IOVECA UBS-ANGíi. ARa N ® W íq . o í ¿oQümaoM n r V V Alianza Editorial A la memoria de mi padre, que me recuerda que cada sujeto es, por encima de todo, una identidad irrepetible. INDICE INTRODUCCION.—La mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo, o de cómo la psicología es perseguida por un térm ino....................... 11 CAPITULO 1.—El concepto de psicología cognitiva...................:.......... 19 CAPITULO 2.—El procesamiento de la información y el sujeto de la psicología cognitiva.................................................................................... 33 CAPITULO 3.—El sujeto modular de Fodor y algunas críticas a la psi cología cognitiva........................................................................................ 49 CAPITULO 4.—Gramática, sujeto y conocimiento en Chom sky......... 63^ CAPITULO 5.—La génesis del sujeto y la estructura de la acción en la obra de Piaget............................................................................................ 75 CAPITULO 6.—Sujeto, interacción y conciencia en la escuela históri- co-cultural de Moscú................................................................................. 89 Bibliografía........................................................................................................ 99 9 \ Introducción . LA MAGICA ETIQUETA DE LO MAS O MENOS COGNITIVO, O DE COMO LA PSICOLOGIA JS2¡l IJ^rk Ir OK. U Ii TERMINO En 1956, uno de los investigadores más lúcidos e intuitivos de la Psico logía Norteamericana, George Miller, publicaba un artículo en Psychological Review, que comenzaba con la confesión de una extraña inquietud: se sentía perseguido por un dígito. Treinta años después, aquellos primeros síntomas de inquietud se han desarrollado hasta tal punto que es la propia Psicología, en sus aspectos científicos e institucionales, la que se ve perseguida por un término. El dígito era, naturalmente, el «mágico número siete más/menos dos», y hacía referencia a una posible limitación del sistema humano de pro cesamiento de la información. El término es, obviamente, la mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo, y hace referencia al paradigma psicológico por el cual consideramos al propio sujeto humano como un sistema de procesa miento de la información. Los números tienen una cosa buena: que, como diría Piaget, «se conser van», y no cambian por mucho que nos persigan. Pero los términos que nos acosan se desgastan por el uso, llegan a saturarse, y corren el peligro de per der cualquier significado preciso. Ello es especialmente cierto en el caso de las etiquetas y nociones centrales de los paradigmas en expansión, que ter minan por colapsarse y vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fe nómenos muy alejados de su ámbito explicativo originario, como destacaba perspicazmente Vygotsld (1926) en su ensayo sobre El significado histórico de la crisis en Psicología. Y el adjetivo «cognitivo», que ha invadido nuestras instituciones académicas y laboratorios, nuestras teorías e interpretaciones de los datos, nuestras prácticas de explicación e intervención, nuestras publica ciones y disertaciones, remite, indudablemente, a un paradigma en expan sión. Pocos son los psicólogos que no hacen, en uno u otro momento, decla 13 14 El sujeto de la Psicología Cognitiva ración pública de su conversión o convicción cognitiva. Por eso, cuando «casi todos somos cognitivos», ha llegado el momento más oportuno de hacer la pregunta más inoportuna: «¿Y en qué consiste ser cognitivo?, ¿qué es, en rea lidad, la Psicología Cognitiva?» Es importante dar alguna clase de respuesta a esta cuestión, si no que remos perder el hilo de la significación de lo que hacemos y decimos. El con cepto de lo cognitivo ha adquirido progresivamente un significado tan pluri- forme, y unos límites tan imprecisos, que su empleo repetido y su carácter de «emblema paradigmático» no son garantía (sino todo lo contrario) de un significado compartido. Si no establecemos los límites de su uso significativo, podemos terminar como aquel millón de personas, que lloraban amargamen te porque se habían perdido. Por eso, conviene que dediquemos las primeras páginas de este libro al complejo asunto del significado del concepto de Psi cología Cognitiva. Tenemos la suerte de que la propia Psicología Cognitiva nos proporcio na algunos recursos para enfrentarnos a la difícil tarea de definirla. Frente a la perspectiva clásica de los conceptos como conjuntos de elementos equiva lentes, bien definidos por unos límites claros y unos determinados atributos suficientes y necesarios (Hull, 1920; Bruner, Goodnow y Austin, 1966; Bo- wer y Trabasso, 1963; Levine, 1975), algunos psicólogos cognitivos han de sarrollado la idea de que las categorías naturales tienen más bien unos límites difusos, y sus elementos no son equivalentes, sino que definen un continuo de «tipicidad» o representatividad, de forma que determinados ejemplares son más representativos o prototípicos del concepto definido. Por otra parte, no habría, según esta concepción, unos atributos únicos compartidos por to dos lo miembros de una categoría (Rosch, 1978; Rosch y Mervis, 1975; Mer- vis y Rosch, 1981). El concepto de Psicología Cognitiva tiene la estructura de una categoría natural, y no la demarcación más neta que suelen tener los conceptos lógi cos, matemáticos o físicos. Sus límites son borrosos, y sus ejemplares desi gualmente representativos y no definidos por unos mismos atributos. Se or ganiza en torno a ciertos elementos prototípicos, que son los modelos com- putacionales y las teorías del procesamiento de la información (a los que todo el mundo está de acuerdo en aplicar la etiqueta de «Psicología Cognitiva») y tiene fronteras imprecisas en torno a otros ejemplares teóricos, como el es- tructuralismo genético de la Escuela de Ginebra, las ideas sobre la génesis so cio-cultural de las funcionessuperiores de la Escuela de Moscú, o la perspec tiva «ecologista» de Gibson en el estudio de la percepción. Desde este punto de vista, preguntarse si «Piaget es cognitivo», por ejemplo, no tiene mucho más sentido que preguntarse si una lámpara es un mueble. Lo que sí pode mos decir es que las concepciones teóricas de Piaget, y sus métodos empíri cos, no son un prototipo de lo que se entiende por «Psicología Cognitiva» en Introducción 15 sentido estricto, mientras que sí lo son las concepciones teóricas de Simón (1978) o Anderson (1976) o los procedimientos de Saúl Sternberg (1969 a y b). Pero ello no quiere decir, naturalmente, que las aportaciones de Piaget no sean relevantes para el conocimiento científico de las funciones de cono cimiento, o no pertenezcan a lo que podríamos denominar «Psicología Cog nitiva en sentido amplio». De las consideraciones anteriores se deduce que sí tiene sentido hablar de «la mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo», como hacíamos en nues tro título. La etiqueta es mágica porque parece proporcionar, al que la em: plea, el marchamo de prestigio social y académico que tienen, entre otras ca racterísticas, los paradigmas dominantes en las distintas ciencias. Y lo cogni tivo puede ser «más o menos», porque remite a un concepto con la estructu ra de una categoría natural, cuyos ejemplares pueden ser más o menos típi cos, y se organizan alrededor de prototipos centrales, que son los que poseen mayor «parecido familiar» y un mayor número de los atributos más pertinen tes en la definición de la categoría. ¿Y cuáles son los atributos que definen, en mayor grado, a los ejempla res típicos de la Psicología Cognitiva? En los capítulos introductorios de los textos de nuestra disciplina, suelen establecerse estos atributos haciendo una especie de contrapunto con los rasgos que definirían al paradigma dominante en la psicología científica norteamericana de los años cuarenta: el conductis- mo. Se suele decir, por ejemplo, que la Psicología Cognitiva nos ofrece la ima gen de un sujeto activo, que no se limita a responder pasivamente a los es tímulos del medio, sino que los elabora significativamente, organizando su ac tividad con arreglo a planes y estrategias que controlan y guían su conducta (Miller, Galanter y Pribram, 1960). Se contraponen las explicaciones en tér minos de «cadenas» de elementos, que se determinan o condicionan de for ma lineal, a las nociones explicativas de la Psicología Cognitiva, que presu ponen una determinación jerárquica y recursiva del comportamiento. Se com para la parsimonia reduccionista de las explicaciones E-R con la proliferación de conceptos internos de la Psicología Cognitiva, referidos a estrategias, pla nes, procesos y representaciones, esquemas y estructuras que organizan las funciones de conocimiento. Se destaca la diferencia entre la epistemología ra cionalista que defienden algunos de los teóricos más perspicaces de la Psico logía Cognitiva, como Jerry Fodor (1975) o Zenon Pylyshyn (1981). Así, se ofrece el cuadro del paso del conductismo a la Psicología Cognitiva en térmi nos de una sustitución revolucionaria de un paradigma dominante por otro (Lachman, Lachman y Butterfield, 1979; Weimer y Palermo, 1973; Arnau, 1982; De Vega, 1984), y esta imagen tiene mucho de cierto. Sin embargo, los rasgos de continuidad entre el conductismo y la Psico logía Cognitiva son, probablemente, mayores y más profundos que lo que se perfila en el cuadro anterior, como ha destacado Leahey (1981). El respeto 16 El sujeto de la Psicología Cognitiva a los métodos objetivos y las supicacias hacia la introspección y la conciencia (Nisbett y Wilson, 1977; Evans, 1980), el empleo de modelos explicativos me- canicistas (aunque varíe el tipo de máquina que se emplea como metáfora), y una perspectiva más bien solipsista en el análisis de la génesis del compor tamiento son, por ejemplo, características en que se identifican algunos mo delos conductistas con las teorías computacionales más estrictas de la Psico logía Cognitiva. En cualquier caso, el intento de explicar el origen del paradigma cogni tivo en términos exclusivamente internos a la Psicología, de sustitución de un paradigma por otro en función de las anomalías del primero, ofrece una ima gen empobrecida de la génesis y, lo que es peor, de la significación de la Psi cología Cognitiva. Como ha señalado De Vega (1984), la «emergencia del cog- Ifiitivismo se debe no sólo a la crisis del conductismo sino a ciertos factores sociales, históricos o al influjo de otras disciplinas científicas» (p.28). La Psi cología Cognitiva es, en realidad, una de las manifestaciones más claras y ge- nuinas del Zeitgeist científico, la organización tecnológica y ciertos intereses productivos dominantes en las sociedades tecnológicamente más desarrolla das en la segunda mitad de nuestro siglo. Es expresión, si se me permite de cirlo así, de una «compulsión hacia la información, la computación y la re presentación» que tiene un significado mucho más profundo e influyente que el de un cambio de paradigmas en una ciencia particular. No es extraña, por eso, la ubicación de los modelos explicativos más prototípicos de la Psicolo gía Cognitiva en el marco de «las ciencias de lo artificial» (Simón, 1968), cuyo desarrollo ha sido considerable en un mundo que, como dice Simón, «es un mundo creado por el hombre, un mundo artificial más que natural» (p.16). Tampoco es extraña, en este contexto, la creciente reivindicación de una Cien cia Cognitiva, concebida por unos como un saber unitario y por otros como una red interdisciplinar, y de la que la propia Psicología Cognitiva constitui ría un aspecto particular (Norman, 1981; Kintsch, Miller y Polson, 1984; Gardner, 1985). Todo ello —el auge de la Psicología Cognitiva, el desarrollo de las ciencias de lo artificial, la reivindicación de una Ciencia Cognitiva— es, a un tiempo, consecuencia y causa de la evolución de la sociedad post-in- dustrial en el trecho de tiempo que nos ha tocado vivir. Hay que recurrir, por tanto, a la «historia externa», y no sólo a la his toria interna de la Psicología, para explicar el origen y la significación de la Psicología Cognitiva. Los intereses educativos, los desarrollos tecnológicos en el área del tratamiento de la información, los avances de la cibernética y la ergonomía, la propia importancia de los símbolos y representaciones en los sistemas de intercambio de las sociedades avanzadas, están en ese origen. Pero ello no quiere decir que la Psicología Cognitiva sea una mera expresión ideológica, como ha pretendido Sampson (1981). Aunque reconozcamos que ha implicado, en sus formulaciones más prototípicas, las formas de reducción Introducción 17 subjetivista (esto es, la primacía de las estructuras y procesos del sujeto en la explicación del conocimiento) y de reducción individualista, que él atribuye a nuestra ciencia, lo cierto es que el desarrollo de la Psicología Cognitiva ha supuesto también el estudio empírico y objetivo de viejos problemas episte mológicos, la acumulación de una enorme cantidad de datos relevantes sobre los procesos, estructuras, representaciones y limitaciones de la mente, y una comprensión teórica mucho más profunda que la que se poseía anteriormen te de los mecanismos subyacentes a las funciones superiores y más complejas de conocimiento (De Vega, 1984). Ha supuesto, finalmente, y esto es lo más importante, una modificación profunda del modelo o la imagen de sujeto con que hacemos psicología, de las explicaciones que damos de sus funciones, y de la perspectiva metateórica en que tiende a situarse el estudio científico del comportamiento. En otras palabras: el desarrollo de la Psicología Cognitiva ha implicado una transformación sustancial en el objeto mismo de la Psicolo gía. Comencemos por el aspecto más externo y verificable: el referido a la acumulación de datos empíricos sobre las funciones superiores, es decir: sobre los procesos de percepción, memoria, lenguaje y pensamiento. Para ana lizar el crecimiento de las investigaciones sobre estos y otros procesos, en Psi cología Experimental, podemos servirnos de la ley establecida por Price (1973), según la cual todos los aspectos mensurables de una ciencia crecen con arreglo a una ley de crecimiento exponencial. Este investigador ha cal culado en 10 años el índice de duración en psicología experimental. Sin em bargo, en el caso de los estudios sobre las funciones superiores, la tasa de cre cimiento exponencial fue mucho más alta en los 30 años transcurridos entre 1946 y 1976. Si tomamos como índice las publicaciones reseñadas en Psycho- logical Abstraéis, veremos que, mientras que el número total de publicacio nes citadas se multiplicó por 5 en ese período, el de artículos y libros sobre percepción, memoria, pensamiento y lenguaje se multiplicó por 16 (pasando de 78 a 1.275). En otros términos: se duplicó 4 veces, lo que proporciona un índice de duplicación de siete años y medio. Esta duplicación continuada en períodos tan breves da lugar a una situación peculiar, a la que Price denomi na «contemporaneidad»: los creadores de la Psicología Cognitiva (Simón, Mi- 11er, Bruner, etc.) son, en este momento, investigadores productivos y, en bas tantes casos, relativamente jóvenes. Debemos tener en cuenta que la produc ción en Psicología Cognitiva se duplica en la mitad de tiempo que en la ma yoría de las ciencias experimentales (en que el índice de duplicación medio es de 15 años), para las que Price (1973) calcula un índice de contempora neidad del 87,7% Este rápido crecimiento exponencial se manifiesta también en la apari ción de numerosas revistas y manuales de Psicología Cognitiva: entre las pri meras, podemos citar el Journal o f Verbal Learning and Verbal Behavior 18 El sujeto de la Psicología Cognitiva (1962), Cognitive Psychology (1970), Cognition (1972), Memory and Cogni- tion (1973) y, con una perspectiva más general, Cognitivo Sciencie (1977), así como el interés otorgado a los temas cognitivos por revistas más clásicas, como el Journal o f Experimental Psychology, que dedica un monográfico por cada número a este tipo de temas, y Psychological Review, que ha dado acogida a problemas y polémicas teóricas muy relevantes en Psicología Cognitiva, como por ejemplo el debate sobre la significación de las imágenes mentales entre Pylyshyn (1981) y Kosslyn (1981). En cuanto a los manuales, una lista exhaustiva sería demasiado farragosa. Baste con citar los de Reynolds y Flagg (1977), Bourne, Dominowski y Loftus (1979), Glass, Holyoak y Santa (1979), Wickelgren (1979), Anderson (1980), Claxton (1980), Moates y Schumacher (1980), Reed (1982), Wessells (1982), Delclaux y Seoane (1982), Cohén (1983), Matlin (1983), Eysenck (1984) y De Vega (1984). Las monografías es pecíficas con la etiqueta cognitiva constituyen ya una cadena interminable, aunque no siempre está claro qué se quiere significar con esta etiqueta. Por muy impresionantes que puedan ser los índices cuantitativos de cre cimiento, hay que insistir en el problema del significado, y analizar más a fon do el tejido epistemológico de base que se ha relacionado con ese crecimien to. Algunos filósofos (vid., por ejemplo, Bueno, 1985; Fuentes, 1983, 1985; Coulter, 1983; Rorty, 1979) y psicólogos (Sampson, 1981, y Skinner, 1985, por ejemplo) sospechan que, a pesar de su crecimiento, la Psicología Cogni tiva tiene problemas profundos en ese tejido, como esos niños gorditos y de mejillas rosadas, con buen peso, y una anemia severa por debajo de tan re luciente desarrollo. Capítulo 1 EL CONCEPTO DE PSICOLOGIA COGNITIVA Cuando nos enfrentamos a la tarea de definir el tejido epistemológico a partir del cual se ha desarrollado la Psicología Cognitiva, nos encontramos con dificultades relacionadas con el carácter difuso del concepto que quere mos definir. El intento de establecer unos atributos comunes a los distintos «subparadigmas» (Mayor, 1980) del estudio psicológico del conocimiento pue de tener unos resultados tan decepcionantes como los que tiene el esfuerzo por determinar cuáles son los atributos comunes a todos los muebles, a partir del concepto natural que las personas tenemos de ellos: suelen ser de made ra, pero los hay metálicos o de cristal, susceptibles de ser movidos, excepto cuando son armarios empotrados, útiles cuando no exclusivamente ornamen tales, etc. Del mismo modo, los atributos con que podemos caracterizar del modo más general a la Psicología Cognitiva deben entenderse como «tenden cias», o rasgos que suelen darse en los ejemplares teóricos más típicos, pero que no son compartidos necesariamente por todos los subparadigmas, y cuya definición exige que nos situemos en un nivel de abstracción muy alto, tra tando de establecer los aspectos más comunes, es decir aquellos que deter minan un cierto «parecido familiar» entre los ejemplares teóricos más típicos de la Psicología Cognitiva. Hechas estas salvedades, podemos enfrentarnos a nuestra elusiva tarea. Probablemente, lo más general y común que podemos decir de la Psico logía Cognitiva es que refiere la explicación de la conducta a entidades men tales, a estados, procesos y disposiciones de naturaleza mental, para los que reclama un nivel de discurso propio, que es distinto de aquel que se limita al establecimiento de relaciones entre eventos y conductas externas (tal como se da, por ejemplo, en el análisis experimental de la conducta) y del referido 21 22 El sujeto de la Psicología Cognitiva a los procesos fisiológicos subyacentes a las funciones mentales. Además, ese nivel de discurso tampoco es reductible al que utilizan las personas cuando «dan razones» de sus propias conductas o las de los demás en términos de intenciones conscientes o contenidos mentales que creen reconocer introspec tivamente o atribuyen a los otros. En este nivel de discurso se sitúan las operaciones y estructuras de que nos hablan los miembros de la Escuela de Ginebra, las computaciones sobre representaciones de los proposicionalistas, las imágenes mentales de Kosslyn o Shepard, los prototipos de Rosch, los esquemas de Bransford o Rumelhart, e incluso las affordances de que habla Gibson, aunque éste trate de despo jarlas de todo carácter representacional. Una caracterización muy semejante a ésta es la que establece Gardner (1985) para la ciencia cognitiva en general, cuando dice que «lo primero que caracteriza a la ciencia cognitiva es la creencia de que, para hablar de las ac tividades cognitivas humanas, es necesario hablar de representaciones men tales y postular un nivel de análisis completamente independiente del bioló gico o neurológico, por una parte, y del sociológico o cultural, por otra» (p.6). Sin embargo, la idea de un nivel de análisis «completamente independiente» del biológico y sociocultural, o irreductible al de la conciencia y el de las re laciones funcionales entre sucesos y conductas externas nos enfrenta, de en trada, a algunos de los peligros más serios del tejido epistemológico a que ha cíamos referencia: una consideración demasiado radical de la idea de «com pleta independencia» es la que está por debajo de ciertas tendencias solipsis- tas y dualistas, y de la dificultad para dar cuenta de la naturaleza pragmática y adaptativa del conocimiento y de la funcionalidad de la conciencia, en el paradigma representacional-computacional dominante en Psicología Cogniti va (vid. Riviere, 1986). Por otra parte, nada más comenzar nuestra definición, ya encontramos ejemplares teóricos que no encajan bien en ella: para los seguidores de Vygotski, en la Escuela Socio-cultural de Moscú, las funciones superiores que pretendemos estudiar los psicólogos del conocimiento, son precisamente el re sultado de una génesis sociocultural, de la interiorización de pautas de inte racción, y constituyen la trama fundamental de la conciencia humana (Vygots ki,1979; Riviére, 1984), cuya explicación es un objetivo esencial de la Psico logía. Además, el proceso de interiorización, que da lugar a las funciones su periores, implica una reorganización funcional de los procesos neurofisioló- gicos, a la que la Psicología no puede permanecer ajena. En otras palabras, el núcleo de la concepción explicativa de los discípulos de Vygotski parece consistir, precisamente, en negar la posibilidad de una «completa indepen dencia» del nivel mental o representacional con respecto a los otros planos: el fenoménico (o plano de la conciencia), el «máquina» (en el nivel neurofi- siológico) y el sociocultural. ¿Diremos entonces que lo que hacen los psicólogos de la Escuela de Mos cú no es Psicología Cognitiva? Desde luego, no lo es si nos atenemos al sig nificado más estricto del término, que limita su referencia al subparadigma de procesamiento de la información, o, más aún, al núcleo computacional- representacional dé ese paradigma. Sí, en cambio, si nos limitamos a la de finición que nosotros (y no Gardner) proponíamos de este primer atributo de la Psicología Cognitiva: «referir la explicación de la conducta a entidades men tales, para las que reclama un nivel de discurso propio». Pues la afirmación de la génesis sociocultural de las funciones superiores no ha significado, para los psicólogos de Moscú, un intento de reducción de tales funciones a su gé nesis sociocultural. Muy al contrario, Vygotski reclamaba un nivel de auto nomía (y, por consiguiente, de discurso propio de explicación) a partir de la constitución del mundo simbólico, y de una conciencia con una estructura se miótica, que reobraría sobre las funciones neurofisiológicas del nivel inferior, modificándolas e integrándolas en funciones ya propiamente psicológicas. En su formulación más débil, y que podría referirse a los distintos sub paradigmas de la Psicología Cognitiva, la afirmación de que ésta remite la ex plicación de la conducta a entidades mentales, que se incluyen en un nivel de discurso propio, diferenciable del de los planos de conciencia, relaciones «externas» entre medio y conducta, y procesos neurofisiológicos y sociocul- turales, no debe interpretarse como un enunciado de independencia genética (ni, menos aún, ontológica) entre el plano cognitivo y esos otros planos. Se trata, más bien, de un enunciado de estrategia científica: es útil situar la ex plicación del comportamiento, cuando los sujetos recuerdan, reconocen, ra zonan, comprenden, etc., en el plano de las estructuras, representaciones y procesos del conocimiento, el cual se define por un grado de entidad (esto es, de autonomía) funcional. Por ahora (y si queremos mantenernos en el nivel muy general de carac terización en que estamos), esta idea de autonomía funcional debe interpre tarse en un sentido muy débil: trata de expresar, simplemente, el hecho de que en la conducta se dan ciertas regularidades y formas de determinación que van más allá de lo que puede expresarse mediante cadenas asociativas de izquierda a derecha, y que no pueden describirse, sin pérdida de información sustancial, en términos de relaciones probabilísticas conducta-medio, proce sos neurofisiológicos, influencias sociales o culturales, o «razones» intencio nales conscientes de que se sirven las personas para dar cuenta de su compor tamiento. Además, aunque tales regularidades puedan corresponder de una forma más o menos «realista» a regularidades que se dan en el mundo real (como pretenden los teóricos de concepciones más «ecologistas», entre los que se cuentan Gibson, 1966, y, en los últimos años, Neisser, 1976) no pueden ex presarse mediante el simple establecimiento de relaciones puntuales entre las El concepto de psicología cognitiva 23 24 El sujeto de la Psicología Cognitiva variaciones de las energías físicas del mundo y las variaciones de las conduc tas del organismo. En otras palabras, por muy «ecológico», adaptativo y rea lista que sea lo que el organismo «pone de su parte» en la actividad de co nocimiento, lo cierto es que pone algo de su parte, que organiza y estructura, que extrae regularidades que van más allá de la variación «aquí y ahora» de los parámetros de energía con que se describe físicamente el medio. De nuevo, este segundo atributo de autonomía funcional vuelve a situar nos ante concepciones que encajan con gran dificultad en el significado clá sico del término «Psicología Cognitiva» y que, incluso, se apartan intencio nadamente de ella. Me refiero, naturalmente, a las teorías de Gibson y los gibsonianos sobre la percepción y otras funciones (vid., por ejemplo, Gib son, 1950, 1966 y 1979, y Turvey, et. al., 1981). Para Gibson, el mundo y los organismos están constituidos de forma que éstos obtienen la información que necesitan para su adaptación de una forma «directa», extrayéndola de las ri cas variaciones de las energías del medio. Por ejemplo, cuando percibimos objetos en un espacio de tres dimensiones, la información espacial relevante está ya en la luz, y no es necesario inferir distancias, o relacionar informa ciones de distintos sentidos, o recurrir a la experiencia pasada para percibir la tercera dimensión. No es preciso recurrir a procesos de «inferencia incons ciente» como los que proponía Hemholtz. El propio estímulo contiene sufi ciente información como para explicar que el medio sea percibido en tres di mensiones. Un estímulo que no se concibe simplemente en términos de la energía puntual que se transduce por los receptores, sino como estructura ob jetiva relacionada con las invariantes y relaciones a que da lugar la reflexión de la luz en las superficies, ángulos, etc. de los objetos (Fernández Trespa- lacios, 1985). En definitiva, el mundo físico contiene un grado de estructura ción suficiente como para explicar muchos de los fenómenos perceptivos que tradicionalmente se han atribuido a organizaciones impuestas por el sujeto que percibe. Podríamos decir, metafóricamente, que éste lo que tiene que ha cer (como la propia Psicología) es «abrir los ojos» y extraer esa estructura ob jetiva, en vez de inventar o construir una estructura subjetiva. Como ha señalado Fernández Trespalacios, «la concepción de Gibson es una concepción ecológica y una teoría de la percepción directa. La estimula ción que el organismo consigue operando en el mundo es función del medio ambiente y la percepción es función de la estimulación» (1985, p.74). En este sentido, Gibson se opone explícitamente a los intentos de explicar la percep ción en términos de computaciones y representaciones de naturaleza cons tructiva y, desde el momento en que el paradigma computacional-represen- tacional es el que suele considerarse como «prototipo» de la Psicología Cog nitiva, se opone también a ese paradigma y está muy lejos de considerarse a sí mismo como un psicólogo cognitivo. Prescindiendo ahora de los aspectos específicos de la teoría ecológica de El concepto de psicología cognitiva 25 la percepción, que no vienen al caso, y del mérito de los gibsonianos en des tacar la naturaleza adaptativa de las funciones de conocimiento, en su crítica al carácter excesivamente solipsista del paradigma dominante, lo cierto es que no tendría ningún sentido hablar de autonomía funcional si los procesos de conocimiento consistieran solamente en funciones bottom-up de extracción de las estructuras reales del mundo. Sin embargo, esta posición es difícil de defender por muchas razones, que me limitaré a enunciar brevemente. En primer lugar, se plantea la compleja cuestión del significado del con cepto de «estructura real» del mundo, y de la consistencia científica que pue da tener este concepto, en Psicología, más allá del enunciado de que existe una correspondencia adaptativa entre la conducta de los organismos y los con textos en que ésta se produce. Somos los científicos, en nuestra calidad de sis temas cognitivos, los que establecemos esa estructura gracias a las regularidades que abstraemos porque somos capaces de percibir, conservar informa ción en la memoria e inferir o generar información nueva a partir de la pre viamente poseída. No se trata de negar que lo que llamamos «lo real» posee, quizá, una estructura objetiva, independiente de que la conozcamos o no. En todo caso, éste es un problema ontológico, con el que ya se estrellaron repe tidamente los realistas y nominalistas de la escolástica medieval, y que no pue de pretender resolver la Psicología del conocimiento. La función de ésta es más bien la de determinar cuáles son los procesos, las estructuras y las re presentaciones, los esquemas que empleamos para abstraer esas regularida des. «Estoy convencido —dice Gibson— de que la invariancia proviene de la realidad, y no de ningún otro origen. La invariancia en el ambiente óptico no se construye o deduce, sino que se descubre» (citado por Royce y Rozem- boom, 1972, p.239). El problema es precisamente ése: ¿cómo se descubre? ¿Sería posible el «descubrimiento» de la invariancia del ambiente óptico o de cualquier otro ambiente si el organismo no conservara, en alguna clase de me moria —aunque pudiera ser tan breve y huidiza como las memorias sensoria les—, representaciones de experiencias anteriores para compararlas con la in formación actualmente extraída? Creo que sin algún mecanismo de compa ración y, por tanto, de conservación de información, el organismo no podría establecer ni las invari andas perceptivas más elementales, estaría sometido a la «exclavitud de lo particular» (en la gráfica expresión de Bruner, et. a i, 1956) y su conducta no sería, en absoluto, adaptativa. Si la reflexión anterior es correcta, quiere decir que la función de abs traer regularidades en el medio, el «descubrimiento» de invariancias, como las que se dan en los fenómenos de constancia de brillo, forma, color, loca lización, tamaño, etc., exige necesariamente la conservación de la informa ción en alguna clase de memoria. La función de las memorias sensoriales, que se ha cuestionado desde la crítica de Neisser (1976) a la artificialidad de los fenómenos estudiados mediante técnicas taquistoscópicas, podría estar re lacionada con esa función central de los mecanismos perceptivos de extrac ción de regularidades. Pero, prescindiendo ahora de la naturaleza de la me moria necesaria para los fenómenos de constancia, lo importante es que és tos ya requieren que el organismo ponga de su parte alguna estructura, agre gue algo que no está en la variación puntual de la energía física, complemen te las funciones bottom-up con procesos top-down, que serían inexplicables sin estructuras de representación en el propio organismo. Puede parecer que la discusión nos ha llevado demasiado lejos, más allá del hilo de la caracterización general que nos proponíamos. Pero no es cierto del todo: nos permite comprender mejor un tercer atributo general de la Psi cología Cognitiva, que se añade a los de referencia a entidades mentales y suposición de cierto grado de autonomía funcional en éstas, que habíamos es tablecido anteriormente. Me refiero al hecho de que la psicología cognitiva, en todas sus variantes, presupone la idea de que las funciones de conocimien- ( to no sólo están determinadas por funciones «de abajo arriba», sino tam bién, en mayor o menor grado, por funciones de arriba a abajo, por procesos que determinan niveles estructurales inferiores desde otros superiores. Me atreveré, incluso, a decir esto mismo de un modo más tajante: si la conducta de los organismos, o sus procesos de conocimiento, no estuvieran determina dos (por muy parcialmente que lo estén) «desde arriba», la Psicología Cog nitiva no sería necesaria. La parsimonia nos obligaría, en tal caso, a prescin dir de sus representaciones y esquemas, sus mapas cognitivos e imágenes men tales, sus planes y estrategias, sus operaciones y estructuras, sus modelos men tales, en una palabra. Es evidente que si la conducta de los organismos estuviera absolutamen te determinada por las variaciones de los estímulos del medio, en su calidad de energías físicas (y no de estímulos percibidos o significativos), no habría ninguna justificación para postular la intervención de entidades mentales con algún grado de autonomía funcional. Como ha destacado Yela (1974), el re- duccionismo de Watson se basaba en una confusión entre estímulos proxima- les y distales, entre las energías físicas que afectan a los receptores y aquello a que responden los organismos. Sin embargo, éstos son conceptos distintos, desde el momento en que las propias «respuestas» obedecen a regularidades cuya descripción no se agota mediante el establecimiento de corresponden cias puntuales con las puntuales variaciones de las energías físicas del medio. ¿En qué términos es posible, entonces, realizar la descripción de tales re gularidades? Para decirlo de un modo muy general, es preciso recurrir a for mas de organización del propio sujeto, de su conocimiento o de su actividad, así como a las relaciones entre estos diferentes «niveles de organización», en que creo que podemos situar las explicaciones cognitivas. Para el intento de caracterización global de la Psicología Cognitiva, he elegido el término «formas de organización», porque en este nivel podemos 26 El sujeto de la Psicología Cognitiva El concepto de psicología cognitiva 27 sacar provecho de su propia ambigüedad. Otros términos, como «estrategias», «estructuras», «reglas», «esquemas», «procedimientos», «operaciones», etc., nos comprometerían excesivamente con subparadigmas específicos o niveles específicos de descripción. Y, en definitiva, todos esos términos hacen refe rencia a formas de organización cuya justificación proviene de su capacidad para dar cuenta de regularidades de conducta que nos obligan a recurrir a algo que influye «desde dentro hacia afuera» (y no sólo en la dirección in versa) en la regulación del comportamiento. A algo que, además, está efec tivamente organizado, y cuyo modo de intervención no puede explicitarse con descripciones de intercambios bioquímicos, fisiológicos, etc., sino de formas de conocimiento y representación. Ahora, el concepto de autonomía funcional, que justifica la referencia de los psicólogos cognitivos a entidades mentales, comienza a adquirir cuer po. Esas entidades mentales son, esencialmente, formas de organización «in terna», necesarias para explicar las regularidades de conducta, y la necesidad de describirlas con un nivel de discurso propio se fundamenta en el hecho de que su caracterización no se resuelve en términos de intercambios o estruc turas de energía, sino en términos de estructuras e intercambios de informa ción (en el sentido no-técnico) o, mejor, de conocimiento. Tales formas de organización serían «irreconocibles» (podemos decir que serían invisibles) si no hubiera alguna clase, por muy vaga y limitada que sea, de determinación top-down del comportamiento. Al hablar de «formas de organización» estamos apuntando a un atributo central de la Psicología Cognitiva que, como todos los demás, nos sitúa ante algunos de los peligros y limitaciones más obvias de sus perspectivas explica tivas. En primer lugar, debemos destacar el hecho de que los distintos sub paradigmas de nuestra ciencia se han caracterizado, realmente, por un com promiso con las formas y han tendido a dejar de lado los problemas más re lacionados con los contenidos del conocimiento. Solo recientemente se atis- ban signos de un mayor interés por los contenidos, que resulta necesario para ofrecer una perspectiva contextual de las funciones de conocimiento, y para comprender su función adaptativa. En segundo lugar, tales formas han ten dido históricamente a identificarse con formalizaciones importadas de la ló gica, las matemáticas, la inteligencia artificial o la gramática, configurando lo que De Vega ha denominado «metapostulado logicista» de la Psicología Cog nitiva, que establece que«las representaciones y/o procesos mentales huma nos son isomorfos con respecto al sistema de reglas formales lógico o mate mático (vg. lógica de proposiciones moderna y lógica de predicados de pri mer orden)» (1981, p.3). Es cierto que este «compromiso histórico» con las formalizaciones lógicas, matemáticas y gramaticales ha tenido un coste que iba más allá del puro uso instrumental de tales formalismos para expresar rea lidades psicológicas, desde el momento en que llevó a una «imagen logicista» 28 El sujeto de la Psicología Cognitiva del sujeto: un sujeto que, para hablar o comprender emplearía sus conoci mientos tácitos de las reglas morfo-sintácticas de la gramática generativo- transformacional (Miller y McKean, 1964; Savin y Perchonock, 1965; Meh- ler, 1963; McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966, etc.), cuya evo lución cognitiva podría describirse en términos de estructuras cada vez más poderosas y reversibles, que le acercarían progresivamente a un «modelo fi nal» de sujeto competente en esquemas de inferencia definidos por la lógica de clases, proposiciones y relaciones (Inhelder y Piaget, 1955), un procesa dor óptimo de la información (Levine, 1966, 1969, 1975), que construiría «conceptos limpios», semejantes a las clases lógicas, mediante estrategias ac tivas de formación y comprobación de hipótesis (Bruner, Goodnow y Austin, 1956), y realizaría operaciones lógicas sobre la información al razonar (Hun- ter, 1957), un sujeto que ajustaría sus juicios de semejanza al modelo métri co euclidiano (Atneave, 1950; Torgerston, 1965; Shepard, 1962) y sus predic ciones intuitivas a las leyes bayesianas del cálculo de probabilidades (Ed- wards, 1968; Peterson y Beach, 1967), etc. En los últimos años, ese sujeto ha cambiado tanto que resulta práctica mente irreconocible: las estructuras con que produce y comprende el lengua je están agujereadas de difusas influencias semánticas y pragmáticas (Clark y Clark, 1977), su competencia final en el manejo de tareas lógicas es más bien limitada y específica de ciertos campos (Wason, 1966, 1968), sus categorías difusas y de límites imprecisos (Rosch, 1978), su razonamiento frecuentemen te alógico (Evans, 1972) y guiado por «modelos mentales» más que por re glas formales (Johnson-Laird, 1983), y sus estimaciones de semejanzas y pre dicciones intuitivas están influidas por sesgos irrepresentables en la métrica euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky, 1977; Kahneman y Tversky, 1973). A medida que ha crecido, el sujeto de la Psicología Cogniti va se ha hecho menos lógico, más difícil de formalizar, quizá más impredic- tible y divertido también. Si el interés fundamental de los psicólogos cogniti vos de la primera generación parecía residir en demostrar a toda costa la ló gica seriedad formal de las competencias cognitivas de su sujeto, el interés de los psicólogos de la segunda generación parece residir, en gran parte, en mostrar sus sorprendentes limitaciones y sesgos, las deformaciones (en un sen tido muy literal, de divergencia con respecto a las formas pretendidamente normales) con que procesa la información del medio. ¿Quiere decir esto que la Psicología Cognitiva ha renunciado a determi nar las formas de organización atribuibles al sujeto, o su estructura de cono cimiento? Creo que no. La creciente divergencia con respecto a los formalis mos de la lógica y la lingüística, el descubrimiento de sesgos en el modo de procesar o representar el conocimiento, son,por el contrario, muestras evi dentes de la intervención activa de las formas de organización de la acción, el conocimiento y el sujeto. Manifestaciones del hecho de que las funciones El concepto de psicología cognitiva 29 de conocimiento no se limitan a acomodarse a una axiomática objetiva o ex terna, sino que expresan un orden interno, que no es un calco del orden de lo real, ni una sombra de las formas ideales que elaboran los lógicos, mate máticos y lingüistas. Un orden quizá más vinculado a la «racionalidad bioló gica» que a la racionalidad lógica (De Vega, 1981; Riedl, 1983). El problema que se plantea, entonces, no es el de la afirmación de la influencia de las for mas internas, sino más bien el de los límites de la formalización, y el de la utilidad de los formalismos lógicos, lingüísticos, computacionales, etc., para expresar las funciones reales de conocimiento. Si observamos el desarrollo de la Psicología Cognitiva en los últimos treinta años vemos que, mientras la primera etapa estuvo caracterizada por una actitud de importación de los sistemas notacionales de las ciencias for males por parte de los psicólogos cognitivos, la más reciente empieza a definir se por el hecho de que es la propia Psicología Cognitiva la que exige de los lógicos, los matemáticos, los lingüistas y los teóricos de la inteligencia artifi cial el desarrollo de formalizaciones asimilables a la naturaleza real de los pro cesos y representaciones del conocimiento: los marcos, guiones y esquemas, los conjuntos borrosos y las formalizaciones lingüísticas de fuerte impregna ción semántica o pragmática (como las gramáticas de casos o las que asignan un papel central al componente léxico) se han convertido progresivamente en nociones de uso muy común en las ciencias formales. El ideal logicista de las ciencias formales está siendo completado (cuando no sustituido) por una aspiración más «naturalista», condicionada en gran parte por el fuerte desa-„ rrollo y la influencia de la Psicología del conocimiento, y por las exigencias de la inteligencia artificial, que llevan a la búsqueda de sistemas de represen tación de aquellas funciones en que la versatilidad, rapidez, «inteligencia» de los sistemas naturales sigue siendo muy superior a las que tienen los sistemas artificiales de procesamiento de la información. Este desarrollo plantea dos cuestiones, cuya elaboración desborda por completo los objetivos de este libro, pero que no podemos dejar de mencio nar: ¿hasta qué punto puede ser formalizable la organización «natural» de las funciones de conocimiento?, y ¿hasta qué punto se apartan efectivamente es tas funciones del ideal logicista sostenido tradicionalmente por las ciencias for males? La repuesta a una y otra es, en gran parte, común: son cuestiones que no parecen tener una solución a priori. No parece posible establecer de antemano las posibilidades de representación formal de las funciones natura les de conocimiento, ni decretar, de una vez por todas, su grado de logici- dad. Sólo la paciente elaboración de una Psicología de conocimiento natural y social irá dando respuestas matizadas a estas cuestiones. Todo parece indi car que estas respuestas se caracterizarán, precisamente, por su carácter ma tizado y contextual: probablemente, el ideal de definir un solo formalismo uni versal para las funciones de conocimiento deba ser abandonado, porque la 30 El sujeto de la Psicología Cognitiva mente se caracteriza por la capacidad de formalizar con distintos lenguajes en función de variables contextúales, intencionales, etc. (Riviere, 1986), y, por lo mismo, el «grado de logicidad» es variable en función de factores con textúales e ínter o intra-individuales. Es decir, para enfrentarnos a los pro blemas de formalizabilidad y logicidad, sería necesario que los psicólogos cog nitivos empleáramos la flexibilidad y versatilidad que utilizamos cotidiana mente cuando resolvemos problemas naturales en un medio natural y proble mas sociales en nuestro ambiente social. La conclusión que se obtiene de las reflexiones anteriores es que el ob-, jetivo de definir las formas de organización, que se ha marcado históricamen te la Psicología Cognitiva, no tiene por qué comprometer con una perspecti va formalista o logicista de su objeto, por mucho que se haya comprometido históricamente la Psicología Cognitiva con esta clase de perspectivas. Tam poco supone un compromiso con una posición racionalista, a pesar de la influencia racionalista en el paradigma dominante En otro momento señalaba que estas «formas de organización» pueden situarse en tres planos, que permiten establecer distintos niveles de generali- dad-especifidad y, en cierto modo, de molecularismo-molaridad en las teo rías cognitivas: está, en primer lugar, el plano del sujeto cognitivo. Después, el plano del conocimiento representado de forma más o menos permanente. Y, finalmente, el plano de la actividad. Aunque esta distinción no había sido establecida anteriormente, creo que puede constituir un recurso heurístico para el análisis de las teorías cognitivas. Antes de emplear el recurso, con viene aclarar que los tres planos no son, en absoluto, independientes, y que los modelos cognitivos suelen remitirse, de forma implícita o explícita, a to dos ellos. Sin embargo, también es conveniente advertir que las diferentes teo rías cognitivas tienden a situarse preferentemente en uno de estos planos, y , de ello deriva la utilidad de su distinción. El nivel más general de descripción de formas de organización mental, funcionalmente autónomas, en que puede situarse la Psicología Cognitiva, es el del sujeto cognitivo como tal. Y antes de nada, conviene que nos enfren temos a una pregunta más bien inquietante: ¿quién es ese sujeto? Desde lue go, no es el que solemos entender por tal en nuestra vida cotidiana. No suele serlo, por lo menos. Es decir: no suele identificarse el sujeto cognitivo con ese marco de auto-referencia al que atribuimos, en nuestros intercambios so ciales y reflexiones personales, unas ciertas intenciones y metas, un determi nado sentido de la identidad personal, una conciencia de segundo orden de ciertos contenidos, objetivos y razones de conducta. Dicho en otras palabras: el sujeto cognitivo no se identifica con el «sujeto de atribución de la Psicolo gía natural» (Humphrey, 1984). La confusión entre uno y otro sujeto (que es bastante frecuente) provoca serios malentendidos sobre las metas que se ha establecido históricamente la Psicología Cognitiva en casi todas sus variantes. El concepto de psicología cognitiva 31 "| i’ 'm--------1"'“gTygífflnfflfi- I irrrnn y.r-s•mamíTÂ x ______:•:•■ . , Estas consideraciones dejan flotando una cuestión que constituye uno de los más formidables retos explicativos con que se enfrenta actualmente la Psi cología Cognitiva: ¿cuáles son las relaciones entre el sujeto cognitivo y ese otro al que hemos llamado «sujeto de atribución de la psicología natural»? El asunto es complejo y exige, entre otras cosas, dar cuenta de la funciona lidad cognitiva de la conciencia y, especialmente, de las formas más específi camente humanas de ella. Las respuestas propiamente cognitivas a este pro blema son, por ahora, muy especulativas (vid. Johnson-Laird, 1983; Dennett, 1980; Pinillos, 1983) y las más elaboradas y «cognitivas» han sufrido fuertes críticas (Broadbent, 1984). En cualquier caso, lo que nos interesa ahora es que el sujeto cognitivo no puede identificarse con el sujeto personal. Como ha destacado Dennett (1978), las explicaciones cognitivas se sitúan en un ni vel sub-personal: «Si uno está de acuerdo con Fodor en que el objetivo de la Psicología Cognitiva es representar procesos psicológicamente reales que se dan en las personas, y puesto que la adscripción de creencias y deseos sólo está relacionada indirectamente con tales procesos, bien podemos decir que creencias y deseos no son objeto propio de estudio de la Psicología Cogniti va. Dicho de otro modo, las teorías cognitivas son o deben ser teorías del ni vel sub-personal, en que desaparecen las creencias y los deseos, para ser reem plazados por representaciones de otros tipos y sobre otros temas» (Dennett, op. cit., p. 107). Algunos investigadores no están de acuerdo en que las teorías cognitivas deban o puedan situarse en ese nivel sub-personal (Coulter, 1984), pero lo cierto es que históricamente no se ha dado la identidad sujeto cognitivo-su- jeto personal, y eso es lo que aquí nos interesa. Sin embargo, una vez establecido lo que no es el sujeto cognitivo (lo que no ha sido en la historia de la Psicología Cognitiva), vuelve a plantearse nues tra pregunta anterior: ¿qué es entonces?, ¿cómo se ha definido históricamen te? En pocas palabras, podemos decir que se ha definido en términos de una cierta arquitectura funcional (por emplear la feliz expresión de Pylyshyn, 1980), que expresa una forma de organización del sistema cognitivo como tal, y que —por ello mismo— establece unos límites de competencia en el funcio namiento cognitivo del sujeto. Esta definición es intencionadamente muy ge neral, de modo que permite incluir concepciones de las distintas «psicologías cognitivas». En efecto: una característica de todos los sub-paradigmas cognitivos es la suposición de que el agente de conducta no es un organismo vacío, ilimi tadamente moldeable, sino que se define funcionalmente por una cierta or ganización, una determinada estructura o arquitectura. El «diseño» de esa ar quitectura es variable, según los intereses temáticos y marcos teóricos de los modelos cognitivos, pero la suposición de que ese diseño es un recurso expli cativo necesario para dar cuenta de la conducta y las funciones de conoci- 32 El sujeto de la Psicología Cognitiva miento es común: de él hablan Vygotski y Luria, cuando se refieren al carác ter «sistemático» de la conciencia y a su estructura interfuncional (Vygotski, 1934), o Piaget cuando define estructuras operatorias, que delimitan la com petencia lógica en el desarrollo (Piaget, 1968, 1971), y Chomsky, cuando tra ta de definir, a partir de ciertos universales lingüísticos, un mecanismo innato de adquisición del lenguaje (Chomsky, 1981), o Anderson (1976), cuando tra ta de demostrar la equivalencia de su modelo ACT con la máquina de Turing. Capítulo 2 EL PROCESAMIENTO DE LA INFORMACION Y EL SUJETO DE LA PSICOLOGIA COGNITIVA Es precisamente en el marco del «núcleo paradigmático» más represen tativo de la Psicología Cognitiva, es decir en la perspectiva del procesamien to de la información, donde son más débiles los supuestos sobre el sujeto cog nitivo. Como señalaba recientemente Adarraga (1986), «del mismo modo que existen diversas ópticas para abordar lo cognitivo, una de las cuales es el pro cesamiento de la información, también dentro de éste son posibles distintas concepciones del sujeto procesador». Estrictamente, el marco sólo especifica que éste es descriptible en términos de procesos computacionales (procedi mientos de manejo de la información), pero esto no equivale a una defini ción concreta de la arquitectura del sistema (1986, p. 23). Ciertamente, los teó ricos del procesamiento de la información han hecho, en general, sólo supo siciones muy débiles sobre las «formas de organización» del sujeto y su ar quitectura funcional. En el artículo seminal de Newell, Simón y Shaw (1958) estas suposiciones se limitaban a la idea de que el sistema cognitivo puede asimilarse a una «máquina de manipulación de símbolos» y varias memorias interconectadas. Naturalmente, el supuesto subyacente era el de que la ma quinaria natural de manipulación de símbolos podía asimilarse funcionalmen te a los sistemas artificiales de procesamiento de la información. La noción de un procesador central de propósitos generales permitía mantener un es quema débilmente articulado de la arquitectura del sistema cognitivo: el su jeto se asimilaría, según este esquema, con un procesador de la información multipropósito, en que sería posible la implementación de cualquier clase de algoritmos, con la condición de ser «procedimientos afectivos» (Johnson- Laird, 1983). El desarrollo del Solucionador General de Problemas (G.P.S.) de Newell y Simón (1972) partía, en realidad, de esta hipótesis de la capaci 35 dad computacional general (Adarraga, 1986; Zaccagnini, en preparación; Gardner, 1985). El sistema ACT de Anderson (1976) es, probablemente,el intento más elaborado de explicitar los supuestos generalistas del marco clá sico de procesamiento. La tesis de que cualquier procedimiento efectivo pue de ser resuelto por un artefacto formal tan simple como la Máquina de Tu- ring (1936) se ha tomado, clásicamente, como garantía de que es posible de sarrollar una Psicología Cognitiva con supuestos muy débiles sobre la arqui tectura funcional del sujeto cognitivo, basados en la hipótesis citada de la «ca pacidad computacional general». La influencia de estos supuestos, no siempre explícitos, en los modelos de procesamiento de la información ha sido notable. De igual modo que los sistemas digitales multi-propósito cuentan con un conjunto de algoritmos ge nerales independientes, que admiten cualquier clase de datos formalmente compatibles con su estructura, estos modelos han partido de la idea implícita de que es posible estudiar aisladamente algoritmos secuenciales, independien tes entre sí, que constituirían explicaciones funcionales de procesos cogniti vos aislados (Marx, 1970; Adarraga, 1986). La consecuencia ha sido el desa rrollo de multitud de «mini-modelos», que son más modelos de tarea que mo delos de sujeto, y que tienen una generalidad muy limitada, ofreciéndose im plícitamente «un modelo de sujeto bastante semejante a un paquete de soft ware de utilidades, compuesto por programas difícilmente articulables» (Ada rraga, op. cit.). Como ha señalado Fodor (1983), la simple suposición de que el sistema cognitivo es un sistema tan general como la Máquina de Turing escamotea la necesidad de establecer la arquitectura funcional de dicho sistema, puesto que «en las máquinas de Turing, la arquitectura fija es, a todos los efectos, ine xistente» (p. 128). Tal como él lo ve, el problema es grave', y expresa una di ficultad que no es simplemente el producto de una circunstancia histórica o de una peculiar renuncia de los teóricos cognitivos a definir la arquitectura funcional del sistema como un todo. Si los procesos cognitivos que «fijan creencias» (es decir los procesos de pensamiento) son, como dice Fodor, «iso tópicos» y «Quineanos», es decir si son sensibles al sistema global de cono cimiento y capaces de establecer relaciones con cualquier parte de ese siste ma, entonces la falta de una arquitectura funcional fija sería una caracterís tica intrínseca de tales procesos. La consecuencia sería que los llamados por Fodor «sistemas centrales» del funcionamiento cognitivo (es decir aquellos que establecen relaciones entre conocimientos después del análisis del in- put) serían, por su propia naturaleza «holística» y global, inaccesibles a un co nocimiento científico y «malos candidatos» para las explicaciones computa- cionales. La expresión más clara de esta idea es la que él mismo llama iróni camente «Primera ley de Fodor de la inexistencia de la ciencia cognitiva», que establece que «cuanto más global (es decir más isotrópico) es un proceso 36 El sujeto de la Psicología Cognitiva cognitivo, menos se entiende. Los procesos muy globales, como los de razo namiento analógico, no se comprenden en absoluto» (1983, p. 107). En definitiva, la consideración del sujeto como una especie de «paquete de software de utilidades», con escasa o nula articulación, y la proliferación de «mini-modelos» de procesos superiores, restringidos a tareas específicas enormemente sensibles a ligeras variaciones de situaciones, contextos, conte nidos, etc., la falta de un «modelo cognitivo del sujeto», en una palabra, se ría el resultado de una condena inevitable, originada en la propia naturaleza de las funciones superiores de conocimiento. Es la tesis que podemos llamar de «Pesimismo Fodoriano», y —como suele suceder con las ideas de Fodor— constituye una expresión lúcida y profunda de un problema muy real en Psi cología Cognitiva. Nuestras reflexiones nos han traído, por ahora, a un nudo bastante difí cil de resolver: dijimos, en otro momento, que la Psicología Cognitiva no se ría posible (o, si se quiere, que la autonomía funcional de las formas de or ganización, a que remite, no sería «visible») si no fuera porque hay «proce sos top-down», es decir procesos en que las estructuras más molares y supe riores de conocimiento influyen en las funciones más moleculares. Y parece evidente que, si no fuera por la influencia de lo más global sobre lo más es pecífico, las regularidades que se originan en las formas de organización in ternas del sujeto, el conocimiento o la actividad, permanecerían ocultas, y se ría posible construir una Psicología completamente explicativa al estilo de Skinner o, en cierto modo, de Gibson: determinando relaciones funcionales entre estímulos y conductas, que agotarían todas las regularidades de las pro pias conductas. Pero lo que Fodor nos dice es que, en la medida en que los procesos son más top-down, y exigen un recurso más masivo a lo global para explicar lo específico y particular, hacen menos posible la construcción ¿a la Psicología Cognitiva en el núcleo paradigmático de procesamiento de la infor mación. Llegados a este punto, parece que lo más sensato sería tirar los tras tos y caer realmente en un «pesimismo fodoriano»: acudir, quizá, a un psi cólogo al que pediríamos que no nos hiciese un «tratamiento cognitivo» de la depresión, sino un planteamiento operante, basado en la única psicología sensata y posible... ¿Es ésta la única solución, o hay alguna forma de deshacer este nudo? Creo que sí hay formas, aunque no fáciles. En primer lugar, los desarrollos objetivos de la Psicología del pensamiento no tienen por qué producir un pe simismo tan acusado como el de Fodor. Es muy discutible su opinión de que «el intento de desarrollar modelos generales de la solución inteligente de pro blemas —que se asocia, sobre todo, con el trabajo en inteligencia artificial de figuras como Schank, Minsky, Newell, Winograd, y otros— ha producido una comprensión de estos procesos sorprendentemente escasa, a pesar del in genio y la seriedad con que, frecuentemente, se ha perseguido este propósi- El procesamiento de la información 37 38 El sujeto de la Psicología Cognitiva fafasarv mu.. *<aBajr.asg»»-n>aa.-.a omwmx . tuiu to .‘Tengo la impresión de que cada vez estamos más de acuerdo en que esta primera fase, por así decirlo «wagneriana», de la investigación sobre inteli gencia artificial ha llevado a un callejón sin salida, y que los intereses se di rigen, cada vez más, a la simulación de procesos relativamente encapsulados asociados con la percepción y el lenguaje» (1983, p. 126). Esta es una forma muy particular de ver las cosas y, desde luego, no sería compartida por todo el mundo. A pesar de la debilidad de los supuestos sobre la arquitectura fun cional del sujeto de esta investigación, que está en la frontera de la Psicolo gía Cognitiva y la inteligencia artificial, lo cierto es que sí nos ha permitido comprender mejor la «arquitectura», o las formas de organización del cono cimiento: los conceptos de «esquema», «marco», «guión», asociados a esa fase «wagneriana» de la inteligencia artificial, han pasado a formar parte de las explicaciones cognitivas de las funciones «menos encapsuladas», y éstas se comprenden mucho mejor que hace treinta años. La consideración anterior nos permite entender un rasgo muy importante de la «segunda generación» de las teorías cognitivas del paradigma de proce samiento de la información: la propensión a ser cada vez más molares, a es tablecer (ya que no unos supuestos fuertes sobre las formas de organización en el plano del sujeto) modelos de organización, relativamente permanente, del conocimiento. En suma, a reconvertir el problema de organización del su jeto en un problema de organización del conocimiento. Los esquemas, guio nes y marcos son expresión de este movimiento, que se ha traducido por un interés cada vez mayor por el tema de la estructura de la Memoria a largo plazo (vid. Cofer, 1979). Pero sucede, además,que el axioma clásico del procesamiento de la in formación, según el cual el sistema cognitivo puede asimilarse a un procesa dor multi-propósito capaz de inplementar cualquier clase de procedimientos efectivos, no tiene por qué ser seguido a ojos cerrados. Como han señalado Carello, Turvey, Kluger y Shaw (1982), el concepto de Máquina Universal de Turing implica la idea de una manipulación formal de símbolos, que no está sometida a restricciones o leyes físicas o biológicas. Cuando se realiza su com petencia a través de procedimientos efectivos en un computador digital, el funcionamiento de éste sí supone un coste en términos de disipación de ener gía. Pero, como señalan Carello et. a i, mientras que el sistema artificial del procesamiento tiene que cumplir una sola demanda (la de computación) con unos recursos energéticos muy altos, el organismo está sometido a múltiples demandas, con recursos energéticos limitados. En estas condiciones, la diná mica relacionada con la limitación, distribución y optimización de tales recur sos (por ejemplo, en las funciones de atención) puede ser tan pertinente, des de el punto de vista cognitivo, como para obligar a una ampliación del mo delo explicativo dominante, que tendría que ir más allá de la consideración de la mente como una «máquina de manipulación de símbolos», e incluir as pectos relacionados con el funcionamiento dinámico del organismo, cuyas im posiciones al funcionamiento mental podrían ser más altas de lo que presu pone el axioma cognitivo clásico de total independencia entre software y hard ware. Evidentemente, uno de los sistemas para acomodar las demandas de co nocimiento a los recursos energéticos limitados es la «automatización» y, en términos más fodorianos el «encapsulamiento» y modularización de ciertas funciones, ya que, por definición, las funciones automáticas y modularizadas consumen menos recursos atencionales que las controladas y generales. El in terés de los psicólogos y teóricos de la inteligencia artificial por los «sistemas expertos» (Feigenbaum y McCorduck, 1983) tiene mucho que ver con este proceso. En la terminología que estamos empleando, podemos decir que, para hacer compatibles sus recursos limitados con las demandas de conocimiento, que son crecientes y no prefijadas en el desarrollo «cultural» —para emplear un término muy afín a Vygotski—, el sujeto construye progresivamente su pro pia arquitectura funcional.* Transforma formas de organización de conocimien to en formas de organización de sujeto. Diferencia progresivamente una ar quitectura específica a partir de mecanismos más o menos globales e inespe cíficos. Lo que sucede es que, para comprender el proceso de construcción de una arquitectura funcional, es preciso superar algunas limitaciones clásicas del paradigma de procesamiento de la información, como son las siguientes: (1) la reducción de las explicaciones de la conducta a términos micro-genéti cos, y el relativo desinterés por la macrogénesis, es decir por el desarrollo de las funciones superiores en la evolución del niño y de la especie; (2) la re ducción de la micro-génesis de la conducta a computaciones discretas sobre representaciones analíticas y discretas (Riviére, 1986); (3) el relativo desinte rés por los procesos de aprendizaje; (4) el supuesto axiomático de que la ar quitectura funcional del sujeto está prefijada y debe ser fundamentalmente in nata; (5) la suposición de que las distinciones general-modular, automático- controlado y encapsulado-cognitivamente penetrable son dicotómicas, en vez de expresar dimensiones graduables, según las funciones, su contexto de adap tación, el momento de desarrollo y un amplio conjunto de variables indivi duales y situacionales. Sé que la discusión nos ha llevado más lejos, quizá, de lo que debíamos ir, pero aún quedan algunos flecos, que merecen, por lo menos, un breve co mentario: si el cuadro que se perfila en las reflexiones anteriores es correcto, es decir si el sujeto construye, hasta cierto punto, su arquitectura funcional, modularizando funciones y liberando recursos generales, para poder adaptar se a un medio cultural cuya complejidad no se puede limitar de antemano (me diante procesos por los cuales el aprendizaje se convierte en desarrollo), ello significa que podrá situar sus decisiones sobre la base de niveles cada vez más El procesamiento de la información 39 40 El sujeto de la Psicología Cognitiva molares de conocimiento, prescindiendo del crecimiento de los propios re cursos de atención y memoria. Y por aquí encontramos, sorprendentemente, uno de los cabos de un hilo que creíamos perdido irremisiblemente: el del pro blema de la funcionalidad cognitiva de la conciencia. En la medida en que los procesos controlados remiten a niveles más molares de conocimiento, y se montan sobre una arquitectura funcional más compleja, permiten al sistema cognitivo situar sus decisiones en planos más altos de abstracción de regula ridades. Algo a lo que hace referencia Pinillos (1983), cuando habla de la «función hiperformalizadora» de la conciencia. Al buen conocedor, las reflexiones anteriores le habrán traído a la boca un sabor peculiarmente vygotskiano. Ciertamente, en las observaciones de Vygotski sobre las relaciones entre aprendizaje y desarrollo, los cambios cua litativos de la estructura interfuncional de la conciencia, y la génesis interac tiva y cultural de las funciones superiores, se perfila la idea de construcción de la arquitectura funcional del sujeto, a la que estamos haciendo referencia. Aunque estas consideraciones sean reconocidamente laxas (y no podrían ser de otro modo, en el nivel global de definición en que estamos) sugieren una vía de superación del dualismo entre el sujeto cognitivo y el «sujeto de atribución de la psicología natural»: el proceso de desarrollo de la arquitec tura funcional del sistema cognitivo está estrechamente relacionado con la gé nesis de los mecanismos de auto-identidad y constitución de una «conciencia de segundo orden», entendida como «contacto social con uno mismo». Los procesos de modularización, liberación de recursos generales, y configuración de capacidades simbólicas, establecen, probablemente, algunas de las condi ciones de posibilidad de la génesis de los aspectos más específicamente hu manos de la conciencia. Pero me temo que estemos yendo demasiado lejos para nuestros propó sitos actuales. Hemos recuperado un cabo del hilo perdido de la conciencia, pero podemos perder el hilo del tema que nos ocupa: el de la relativa falta de articulación del plano del sujeto cognitivo en el paradigma de procesa miento de la información. Aún queda algo por decir sobre este asunto. En primer lugar, debemos destacar una analogía sorprendente —una más— entre las concepciones clásicas del modelo computacional y la idea del sujeto en la tradición empirista y asociacionista de la Psicología, que fue de sarrollada por el conductismo, en su vertiente más objetivista: estos últimos enfoques se han caracterizado siempre por la adopción de unos supuestos mí nimos sobre la arquitectura funcional del sujeto. Unos supuestos reducidos al concepto de asociación. Como dice Fodor (1983, p. 29), el asociacionismo «no toleraba la proliferación gótica de estructuras mentales», proponía un aparato mental o de cadenas asociativas subyacentes a la conducta (por ejem plo, en el conductismo mediacional) tan parsimonioso que era prácticamente inexistente. Y, partiendo de un supuesto implícito de isomorfismo entre las El procesamiento de la información 41 asociaciones por contigüidad de los eventos «reales» del mundo y las asocia ciones de elementos mentales o comportamentales, se veía abocado a una con sideración extremadamente ambientalista y, por así decirlo, «situacionista» de la génesis de los procesos mentales o comportamentales. La hipótesis de la «capacidad computacional general», de un procesador de la información multipropósito,comparte algunos de estos supuestos y con secuencias. Una vez más, debemos atribuir a Fodor (1983) el mérito de su gerir esta analogía: si sustituimos el mecanismo de asociación por los proce sos de computación, y partimos de supuestos muy débiles sobre la arquitec tura del sistema, estamos, como dice Fodor, ante una especie de asociacio- nismo refinado, o «purificado». La idea de que el sujeto cognitivo es como una Máquina de Turing, o la reducción de toda arquitectura funcional de di cho sujeto a «sistemas de producciones» (Newell y Simón, 1972), equivale a la suposición de que todo lo que necesitamos para definir al sujeto cognitivo es un conjunto de elementos computacionales, y un número limitado de ope raciones básicas, de forma que el out-put de cualquier modelo cognitivo es taría definido por aplicaciones de éstas sobre aquéllos. Tanto en el enfoque asociacionista como en el de. procesamiento de la información basado en la hipótesis de la capacidad computacional general, el aparato teórico se redu ciría, en último término, a conjuntos de elementos y conjuntos de operacio nes combinatorias (asociativas o computacionales) realizables sobre ellos. Esta semejanza se ve, con la mayor claridad, en el concepto de «Sistemas de producciones», empleado por los pioneros más destacados del enfoque com- putacional-representacional en Psicología: Newell y Simón (1972). Si inter pretamos los pares de elementos, a-b, del asociacionismo clásico, como «es tados mentales», en vez de como elementos conductuales o ideas conscien tes, y establecemos mecanismos simples, de tipo condicional, que llevan de unos estados a otros, estamos ante un sistema de producciones. Anderson (1976) ha destacado esta posibilidad de asimilar los sistemas de producciones a mecanismos E-R. Probablemente, los investigadores que han sido más conscientes de esta analogía son Anderson y Bower (1973), que sitúan su modelo general del co nocimiento de Memoria Asociativa Humana (MAH) en un marco neo-aso- ciacionista, y reconocen su deuda con la tradición asociacionista clásica. No es extraño que sea, precisamente, uno de los modelos más ambiciosos y de ámbito más general de la Psicología Cognitiva (un modelo basado, sin duda, en la hipótesis de la capacidad computacional general) el que reconoce esa deuda. Al sustituir las asociaciones «neutras» tradicionales por asociaciones etiquetadas, y los mecanismos E-R por sistemas de producciones, que tam bién «disparan» acciones cuando se cumplen determinadas condiciones, esta mos ante los supuestos «arquitectónicos» de un modelo como el ACT de An derson (1976), de poder computacional equivalente al que tiene la Máquina 42 El sujeto de la Psicología Cognitiva de Turing, y que es probablemente la teoría más general y ambiciosa que se ha propuesto nunca para explicar los procesos superiores desde el enfoque computacional Pero, llegados a este punto, se nos plantean dos problemas: en primer lugar, no está claro que la competencia de computación de los sistemas «na turales» (y, más específicamente, del sistema humano de procesamiento de la información) sea equivalente a la de la Máquina de Turing. La cuestión es añadir restricciones formales inherentes, que impidan «predecir cualquier conducta de cualquier forma» (Hayes-Roth, 1979; De Vega, 1981; Kosslyn y Pomerantz, 1977). Ello equivale a definir, de modo más articulado, una ar quitectura funcional para el sistema cognitivo. El segundo problema es que esos supuestos tan débiles sobre la arquitectura funcional abocan, como su cedía con las concepciones empiristas, asociacionistas y conductistas, al mis mo enfoque «situacionista» de la génesis del comportamiento que señalába mos en aquéllas. La proliferación de «mini-modelos» ad-hoc, bastante inde pendientes entre sí, y que son «modelos de la tarea» más que «modelos del sujeto» es, en cierta medida, una consecuencia inevitable de todo lo anterior. Desde el momento en que tales «mini-modelos» están determinados funda mentalmente por las características de las tareas y de las situaciones, ello quie re decir que pueden ser perfectamente compatibles con una epistemología em- pirista, a diferencia de lo que suele afirmarse. Pero quizá no hallamos sido justos del todo en el tratamiento que hemos dado al paradigma computacional-representacíonal. Es cierto que, en lo que se refiere a los supuestos sobre el «procesador central», no ha sido, en gene ral, demasiado cuidadoso en definir una organización concreta, o ha partido de una aceptación explícita de la hipótesis de que dicho procesador puede asi milarse a los sistemas de cómputo de propósitos más generales, y un hard ware más permisivo, si se me permite decirlo así. Sin embargo, sí ha estable cido ciertas restricciones a la competencia cognitiva humana. Lo que sucede es que las limitaciones no se han referido tanto a la «máquina de manipula ción de símbolos», de que hablaban Newell, Simón y Shaw (1958), como a las «memorias interconectadas», a las que también aludían, y más concreta mente a la memoria a corto plazo, que suele identificarse con la memoria de trabajo de ese procesador central No debemos olvidar que, por los años en que comenzaba a definirse con claridad el paradigma computacional de la Psicología Cognitiva, las investi gaciones pioneras de Peterson y Peterson (1959), Brown (1958), y las obser vaciones de Miller (1956) y Attneave (1959), estaban permitiendo definir tam bién la existencia de un sistema de memoria, funcionalmente diferenciado, y que parecía imponer severas restricciones a la competencia global del sistema cognitivo como un todo. El modelo de Atkinson y Shiffrin (1968) permitió integrar teóricamente un amplio conjunto de datos sobre ese sistema de me- El procesamiento de la información 43 moría, y constituyó la primera formulación explícita de su arquitectura: las «estructuras de memoria», constituidas «tanto por el sistema físico como por los procesos de carácter estructural, y que son invariantes y fijos de unas si tuaciones a otras» (Atkinson y Shiffrin, 1968, p. 90). Es decir: Atkinson y Shiffrin consideraban necesario establecer una cierta «estructura fija» de las memorias, que —por consiguiente— delimitaría realmente una arquitectura invariante del sujeto cognitivo, y unos límites de competencia a sus posibili dades de tratamiento de la información. Si tenemos en cuenta las consideraciones anteriores, no podemos extra ñarnos de que la memoria a corto plazo se convirtiera en el tema central de las investigaciones y conceptualizaciones cognitivas durante los primeros quin ce años de desarrollo del paradigma de procesamiento de la información. Por que era en ese sistema funcional donde se hallaban las estructuras invarian tes, las limitaciones «arquitectónicas», que impedían «predecir cualquier con ducta de cualquier forma». Ahí estaba el «cuello de botella» del sistema cog nitivo, que obviamente no se había encontrado en el procesador central, su puestamente equipotente a la Máquina de Turing Resulta enormemente significativo, en relación con las consideraciones anteriores, el intento de «traducir» a los términos del procesamiento de la in formación ciertos fenómenos e interpretaciones derivados del paradigma que más claramente establecía una arquitectura funcional y unos límites de com petencia en la «arena» cognitiva: el modelo estructural de Piaget. Cuando los teóricos del procesamiento de la información se han acercado a los fenóme nos que parecían indicar una competencia estructural (lógica) insuficiente en los sujetos en desarrollo, su interés principal ha consistido en demostrar que dichos fenómenos podrían explicarse por limitaciones en la capacidad de me moria de trabajo requerida por las tareas. Por ejemplo, mientras que Piaget y sus colaboradores (vid. Piaget, Inhelder y Szeminska, 1960; Flavell, 1963) explicaban la incapacidad de niños de preoperatorio para establecer inferen cias transitivas en términos
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