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Angel Riviére - EL SUJETO DE LA PSICOLOGIA COGNITIVA-Alianza Editorial (1987)

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Angel Riviére 
El sujeto de la 
Psicología Cognitiva
a mágica etiqueta de lo 
cognltivo ha conquistado 
tanto las instituciones aca­
démicas y los laboratorios 
de psicología como las teo­
rías e interpretaciones de 
los datos, las publicacio­
nes, la!s disertaciones y las prácti­
cas de explicación e intervención 
de la disciplina. Si bien son pocos 
los psicólogos que no hagan —en 
uno u otro momento— declara­
ción pública de su conversión o de 
sus cdnvicciones cognitivas, esa 
etiqueta corre el peligro (como 
cualquier otro paradigma en ex­
pansión) de vaciarse de sentido en 
el intento de dar cuenta de fenó­
meno^1 muy alejados de su ámbito 
explicativo originario. Ahora que 
casi todos los profesionales pare­
cen mostrarse partidarios de la 
psicología cognitiva es el momen­
to de plantear una pregunta ino­
portuna: ¿en qué consiste ser cog- 
nitivo* y qué es, en realidad, la 
psicología cognitiva? Para expli­
car el‘origen y la significación de 
esta disciplina no basta con aludir
a la historia interna de la psicolo­
gía y a la sustitución del paradig­
ma conductista por otro que sub­
sane sus anomalías. Es preciso 
también recurrir a su historia ex­
terna: los intereses educativos, los 
avances de la cibernética y la er-* 
gonomía, los progresos tecnológi­
cos en el ámbito del tratamiento 
de la información y la importan­
cia de los símbolos y las represen­
taciones en los sistemas de inter­
cambio de las sociedades avanza­
das. El autor afirma que se ha 
producido una modificación pro­
funda del modelo o imagen de 
sujeto con que se hace la psicolo­
gía y de la perspectiva metateórica 
en que tiende a situarse el estudio 
científico del comportamiento; y 
también mantiene la necesidad de 
hacer hincapié en el problema del 
significado y de analizar más a 
fondo el tejido epistemológico de 
base que guarda relación con el 
crecimiento espectacular de la psi­
cología cognitiva.
Alianza Psimlneía
Angel Riviére
El sujeto de la 
Psicología Cognitiva
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«ANCO OS LA MPltóii'O; 
UM.IOVECA UBS-ANGíi. ARa N ® 
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Alianza
Editorial
A la memoria de mi padre, que 
me recuerda que cada sujeto es, por encima 
de todo, una identidad irrepetible.
INDICE
INTRODUCCION.—La mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo, 
o de cómo la psicología es perseguida por un térm ino....................... 11
CAPITULO 1.—El concepto de psicología cognitiva...................:.......... 19
CAPITULO 2.—El procesamiento de la información y el sujeto de la 
psicología cognitiva.................................................................................... 33
CAPITULO 3.—El sujeto modular de Fodor y algunas críticas a la psi­
cología cognitiva........................................................................................ 49
CAPITULO 4.—Gramática, sujeto y conocimiento en Chom sky......... 63^
CAPITULO 5.—La génesis del sujeto y la estructura de la acción en la 
obra de Piaget............................................................................................ 75
CAPITULO 6.—Sujeto, interacción y conciencia en la escuela históri- 
co-cultural de Moscú................................................................................. 89
Bibliografía........................................................................................................ 99
9
\
Introducción .
LA MAGICA ETIQUETA DE LO 
MAS O MENOS COGNITIVO,
O DE COMO LA PSICOLOGIA
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TERMINO
En 1956, uno de los investigadores más lúcidos e intuitivos de la Psico­
logía Norteamericana, George Miller, publicaba un artículo en Psychological 
Review, que comenzaba con la confesión de una extraña inquietud: se sentía 
perseguido por un dígito. Treinta años después, aquellos primeros síntomas 
de inquietud se han desarrollado hasta tal punto que es la propia Psicología, 
en sus aspectos científicos e institucionales, la que se ve perseguida por un 
término. El dígito era, naturalmente, el «mágico número siete más/menos 
dos», y hacía referencia a una posible limitación del sistema humano de pro­
cesamiento de la información. El término es, obviamente, la mágica etiqueta 
de lo más o menos cognitivo, y hace referencia al paradigma psicológico por 
el cual consideramos al propio sujeto humano como un sistema de procesa­
miento de la información.
Los números tienen una cosa buena: que, como diría Piaget, «se conser­
van», y no cambian por mucho que nos persigan. Pero los términos que nos 
acosan se desgastan por el uso, llegan a saturarse, y corren el peligro de per­
der cualquier significado preciso. Ello es especialmente cierto en el caso de 
las etiquetas y nociones centrales de los paradigmas en expansión, que ter­
minan por colapsarse y vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fe­
nómenos muy alejados de su ámbito explicativo originario, como destacaba 
perspicazmente Vygotsld (1926) en su ensayo sobre El significado histórico 
de la crisis en Psicología. Y el adjetivo «cognitivo», que ha invadido nuestras 
instituciones académicas y laboratorios, nuestras teorías e interpretaciones de 
los datos, nuestras prácticas de explicación e intervención, nuestras publica­
ciones y disertaciones, remite, indudablemente, a un paradigma en expan­
sión. Pocos son los psicólogos que no hacen, en uno u otro momento, decla­
13
14 El sujeto de la Psicología Cognitiva
ración pública de su conversión o convicción cognitiva. Por eso, cuando «casi 
todos somos cognitivos», ha llegado el momento más oportuno de hacer la 
pregunta más inoportuna: «¿Y en qué consiste ser cognitivo?, ¿qué es, en rea­
lidad, la Psicología Cognitiva?»
Es importante dar alguna clase de respuesta a esta cuestión, si no que­
remos perder el hilo de la significación de lo que hacemos y decimos. El con­
cepto de lo cognitivo ha adquirido progresivamente un significado tan pluri- 
forme, y unos límites tan imprecisos, que su empleo repetido y su carácter 
de «emblema paradigmático» no son garantía (sino todo lo contrario) de un 
significado compartido. Si no establecemos los límites de su uso significativo, 
podemos terminar como aquel millón de personas, que lloraban amargamen­
te porque se habían perdido. Por eso, conviene que dediquemos las primeras 
páginas de este libro al complejo asunto del significado del concepto de Psi­
cología Cognitiva.
Tenemos la suerte de que la propia Psicología Cognitiva nos proporcio­
na algunos recursos para enfrentarnos a la difícil tarea de definirla. Frente a 
la perspectiva clásica de los conceptos como conjuntos de elementos equiva­
lentes, bien definidos por unos límites claros y unos determinados atributos 
suficientes y necesarios (Hull, 1920; Bruner, Goodnow y Austin, 1966; Bo- 
wer y Trabasso, 1963; Levine, 1975), algunos psicólogos cognitivos han de­
sarrollado la idea de que las categorías naturales tienen más bien unos límites 
difusos, y sus elementos no son equivalentes, sino que definen un continuo 
de «tipicidad» o representatividad, de forma que determinados ejemplares 
son más representativos o prototípicos del concepto definido. Por otra parte, 
no habría, según esta concepción, unos atributos únicos compartidos por to­
dos lo miembros de una categoría (Rosch, 1978; Rosch y Mervis, 1975; Mer- 
vis y Rosch, 1981).
El concepto de Psicología Cognitiva tiene la estructura de una categoría 
natural, y no la demarcación más neta que suelen tener los conceptos lógi­
cos, matemáticos o físicos. Sus límites son borrosos, y sus ejemplares desi­
gualmente representativos y no definidos por unos mismos atributos. Se or­
ganiza en torno a ciertos elementos prototípicos, que son los modelos com- 
putacionales y las teorías del procesamiento de la información (a los que todo 
el mundo está de acuerdo en aplicar la etiqueta de «Psicología Cognitiva») y 
tiene fronteras imprecisas en torno a otros ejemplares teóricos, como el es- 
tructuralismo genético de la Escuela de Ginebra, las ideas sobre la génesis so­
cio-cultural de las funcionessuperiores de la Escuela de Moscú, o la perspec­
tiva «ecologista» de Gibson en el estudio de la percepción. Desde este punto 
de vista, preguntarse si «Piaget es cognitivo», por ejemplo, no tiene mucho 
más sentido que preguntarse si una lámpara es un mueble. Lo que sí pode­
mos decir es que las concepciones teóricas de Piaget, y sus métodos empíri­
cos, no son un prototipo de lo que se entiende por «Psicología Cognitiva» en
Introducción 15
sentido estricto, mientras que sí lo son las concepciones teóricas de Simón 
(1978) o Anderson (1976) o los procedimientos de Saúl Sternberg (1969 a y 
b). Pero ello no quiere decir, naturalmente, que las aportaciones de Piaget 
no sean relevantes para el conocimiento científico de las funciones de cono­
cimiento, o no pertenezcan a lo que podríamos denominar «Psicología Cog­
nitiva en sentido amplio».
De las consideraciones anteriores se deduce que sí tiene sentido hablar 
de «la mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo», como hacíamos en nues­
tro título. La etiqueta es mágica porque parece proporcionar, al que la em: 
plea, el marchamo de prestigio social y académico que tienen, entre otras ca­
racterísticas, los paradigmas dominantes en las distintas ciencias. Y lo cogni­
tivo puede ser «más o menos», porque remite a un concepto con la estructu­
ra de una categoría natural, cuyos ejemplares pueden ser más o menos típi­
cos, y se organizan alrededor de prototipos centrales, que son los que poseen 
mayor «parecido familiar» y un mayor número de los atributos más pertinen­
tes en la definición de la categoría.
¿Y cuáles son los atributos que definen, en mayor grado, a los ejempla­
res típicos de la Psicología Cognitiva? En los capítulos introductorios de los 
textos de nuestra disciplina, suelen establecerse estos atributos haciendo una 
especie de contrapunto con los rasgos que definirían al paradigma dominante 
en la psicología científica norteamericana de los años cuarenta: el conductis- 
mo. Se suele decir, por ejemplo, que la Psicología Cognitiva nos ofrece la ima­
gen de un sujeto activo, que no se limita a responder pasivamente a los es­
tímulos del medio, sino que los elabora significativamente, organizando su ac­
tividad con arreglo a planes y estrategias que controlan y guían su conducta 
(Miller, Galanter y Pribram, 1960). Se contraponen las explicaciones en tér­
minos de «cadenas» de elementos, que se determinan o condicionan de for­
ma lineal, a las nociones explicativas de la Psicología Cognitiva, que presu­
ponen una determinación jerárquica y recursiva del comportamiento. Se com­
para la parsimonia reduccionista de las explicaciones E-R con la proliferación 
de conceptos internos de la Psicología Cognitiva, referidos a estrategias, pla­
nes, procesos y representaciones, esquemas y estructuras que organizan las 
funciones de conocimiento. Se destaca la diferencia entre la epistemología ra­
cionalista que defienden algunos de los teóricos más perspicaces de la Psico­
logía Cognitiva, como Jerry Fodor (1975) o Zenon Pylyshyn (1981). Así, se 
ofrece el cuadro del paso del conductismo a la Psicología Cognitiva en térmi­
nos de una sustitución revolucionaria de un paradigma dominante por otro 
(Lachman, Lachman y Butterfield, 1979; Weimer y Palermo, 1973; Arnau, 
1982; De Vega, 1984), y esta imagen tiene mucho de cierto.
Sin embargo, los rasgos de continuidad entre el conductismo y la Psico­
logía Cognitiva son, probablemente, mayores y más profundos que lo que se 
perfila en el cuadro anterior, como ha destacado Leahey (1981). El respeto
16 El sujeto de la Psicología Cognitiva
a los métodos objetivos y las supicacias hacia la introspección y la conciencia 
(Nisbett y Wilson, 1977; Evans, 1980), el empleo de modelos explicativos me- 
canicistas (aunque varíe el tipo de máquina que se emplea como metáfora), 
y una perspectiva más bien solipsista en el análisis de la génesis del compor­
tamiento son, por ejemplo, características en que se identifican algunos mo­
delos conductistas con las teorías computacionales más estrictas de la Psico­
logía Cognitiva.
En cualquier caso, el intento de explicar el origen del paradigma cogni­
tivo en términos exclusivamente internos a la Psicología, de sustitución de un 
paradigma por otro en función de las anomalías del primero, ofrece una ima­
gen empobrecida de la génesis y, lo que es peor, de la significación de la Psi­
cología Cognitiva. Como ha señalado De Vega (1984), la «emergencia del cog- 
Ifiitivismo se debe no sólo a la crisis del conductismo sino a ciertos factores 
sociales, históricos o al influjo de otras disciplinas científicas» (p.28). La Psi­
cología Cognitiva es, en realidad, una de las manifestaciones más claras y ge- 
nuinas del Zeitgeist científico, la organización tecnológica y ciertos intereses 
productivos dominantes en las sociedades tecnológicamente más desarrolla­
das en la segunda mitad de nuestro siglo. Es expresión, si se me permite de­
cirlo así, de una «compulsión hacia la información, la computación y la re­
presentación» que tiene un significado mucho más profundo e influyente que 
el de un cambio de paradigmas en una ciencia particular. No es extraña, por 
eso, la ubicación de los modelos explicativos más prototípicos de la Psicolo­
gía Cognitiva en el marco de «las ciencias de lo artificial» (Simón, 1968), cuyo 
desarrollo ha sido considerable en un mundo que, como dice Simón, «es un 
mundo creado por el hombre, un mundo artificial más que natural» (p.16). 
Tampoco es extraña, en este contexto, la creciente reivindicación de una Cien­
cia Cognitiva, concebida por unos como un saber unitario y por otros como 
una red interdisciplinar, y de la que la propia Psicología Cognitiva constitui­
ría un aspecto particular (Norman, 1981; Kintsch, Miller y Polson, 1984; 
Gardner, 1985). Todo ello —el auge de la Psicología Cognitiva, el desarrollo 
de las ciencias de lo artificial, la reivindicación de una Ciencia Cognitiva— 
es, a un tiempo, consecuencia y causa de la evolución de la sociedad post-in- 
dustrial en el trecho de tiempo que nos ha tocado vivir.
Hay que recurrir, por tanto, a la «historia externa», y no sólo a la his­
toria interna de la Psicología, para explicar el origen y la significación de la 
Psicología Cognitiva. Los intereses educativos, los desarrollos tecnológicos en 
el área del tratamiento de la información, los avances de la cibernética y la 
ergonomía, la propia importancia de los símbolos y representaciones en los 
sistemas de intercambio de las sociedades avanzadas, están en ese origen. 
Pero ello no quiere decir que la Psicología Cognitiva sea una mera expresión 
ideológica, como ha pretendido Sampson (1981). Aunque reconozcamos que 
ha implicado, en sus formulaciones más prototípicas, las formas de reducción
Introducción 17
subjetivista (esto es, la primacía de las estructuras y procesos del sujeto en la 
explicación del conocimiento) y de reducción individualista, que él atribuye 
a nuestra ciencia, lo cierto es que el desarrollo de la Psicología Cognitiva ha 
supuesto también el estudio empírico y objetivo de viejos problemas episte­
mológicos, la acumulación de una enorme cantidad de datos relevantes sobre 
los procesos, estructuras, representaciones y limitaciones de la mente, y una 
comprensión teórica mucho más profunda que la que se poseía anteriormen­
te de los mecanismos subyacentes a las funciones superiores y más complejas 
de conocimiento (De Vega, 1984). Ha supuesto, finalmente, y esto es lo más 
importante, una modificación profunda del modelo o la imagen de sujeto con 
que hacemos psicología, de las explicaciones que damos de sus funciones, y 
de la perspectiva metateórica en que tiende a situarse el estudio científico del 
comportamiento. En otras palabras: el desarrollo de la Psicología Cognitiva 
ha implicado una transformación sustancial en el objeto mismo de la Psicolo­
gía.
Comencemos por el aspecto más externo y verificable: el referido a la 
acumulación de datos empíricos sobre las funciones superiores, es decir: so­bre los procesos de percepción, memoria, lenguaje y pensamiento. Para ana­
lizar el crecimiento de las investigaciones sobre estos y otros procesos, en Psi­
cología Experimental, podemos servirnos de la ley establecida por Price 
(1973), según la cual todos los aspectos mensurables de una ciencia crecen 
con arreglo a una ley de crecimiento exponencial. Este investigador ha cal­
culado en 10 años el índice de duración en psicología experimental. Sin em­
bargo, en el caso de los estudios sobre las funciones superiores, la tasa de cre­
cimiento exponencial fue mucho más alta en los 30 años transcurridos entre 
1946 y 1976. Si tomamos como índice las publicaciones reseñadas en Psycho- 
logical Abstraéis, veremos que, mientras que el número total de publicacio­
nes citadas se multiplicó por 5 en ese período, el de artículos y libros sobre 
percepción, memoria, pensamiento y lenguaje se multiplicó por 16 (pasando 
de 78 a 1.275). En otros términos: se duplicó 4 veces, lo que proporciona un 
índice de duplicación de siete años y medio. Esta duplicación continuada en 
períodos tan breves da lugar a una situación peculiar, a la que Price denomi­
na «contemporaneidad»: los creadores de la Psicología Cognitiva (Simón, Mi- 
11er, Bruner, etc.) son, en este momento, investigadores productivos y, en bas­
tantes casos, relativamente jóvenes. Debemos tener en cuenta que la produc­
ción en Psicología Cognitiva se duplica en la mitad de tiempo que en la ma­
yoría de las ciencias experimentales (en que el índice de duplicación medio 
es de 15 años), para las que Price (1973) calcula un índice de contempora­
neidad del 87,7%
Este rápido crecimiento exponencial se manifiesta también en la apari­
ción de numerosas revistas y manuales de Psicología Cognitiva: entre las pri­
meras, podemos citar el Journal o f Verbal Learning and Verbal Behavior
18 El sujeto de la Psicología Cognitiva
(1962), Cognitive Psychology (1970), Cognition (1972), Memory and Cogni- 
tion (1973) y, con una perspectiva más general, Cognitivo Sciencie (1977), así 
como el interés otorgado a los temas cognitivos por revistas más clásicas, como 
el Journal o f Experimental Psychology, que dedica un monográfico por cada 
número a este tipo de temas, y Psychological Review, que ha dado acogida 
a problemas y polémicas teóricas muy relevantes en Psicología Cognitiva, 
como por ejemplo el debate sobre la significación de las imágenes mentales 
entre Pylyshyn (1981) y Kosslyn (1981). En cuanto a los manuales, una lista 
exhaustiva sería demasiado farragosa. Baste con citar los de Reynolds y Flagg 
(1977), Bourne, Dominowski y Loftus (1979), Glass, Holyoak y Santa (1979), 
Wickelgren (1979), Anderson (1980), Claxton (1980), Moates y Schumacher 
(1980), Reed (1982), Wessells (1982), Delclaux y Seoane (1982), Cohén 
(1983), Matlin (1983), Eysenck (1984) y De Vega (1984). Las monografías es­
pecíficas con la etiqueta cognitiva constituyen ya una cadena interminable, 
aunque no siempre está claro qué se quiere significar con esta etiqueta.
Por muy impresionantes que puedan ser los índices cuantitativos de cre­
cimiento, hay que insistir en el problema del significado, y analizar más a fon­
do el tejido epistemológico de base que se ha relacionado con ese crecimien­
to. Algunos filósofos (vid., por ejemplo, Bueno, 1985; Fuentes, 1983, 1985; 
Coulter, 1983; Rorty, 1979) y psicólogos (Sampson, 1981, y Skinner, 1985, 
por ejemplo) sospechan que, a pesar de su crecimiento, la Psicología Cogni­
tiva tiene problemas profundos en ese tejido, como esos niños gorditos y de 
mejillas rosadas, con buen peso, y una anemia severa por debajo de tan re­
luciente desarrollo.
Capítulo 1
EL CONCEPTO DE 
PSICOLOGIA COGNITIVA
Cuando nos enfrentamos a la tarea de definir el tejido epistemológico 
a partir del cual se ha desarrollado la Psicología Cognitiva, nos encontramos 
con dificultades relacionadas con el carácter difuso del concepto que quere­
mos definir. El intento de establecer unos atributos comunes a los distintos 
«subparadigmas» (Mayor, 1980) del estudio psicológico del conocimiento pue­
de tener unos resultados tan decepcionantes como los que tiene el esfuerzo 
por determinar cuáles son los atributos comunes a todos los muebles, a partir 
del concepto natural que las personas tenemos de ellos: suelen ser de made­
ra, pero los hay metálicos o de cristal, susceptibles de ser movidos, excepto 
cuando son armarios empotrados, útiles cuando no exclusivamente ornamen­
tales, etc. Del mismo modo, los atributos con que podemos caracterizar del 
modo más general a la Psicología Cognitiva deben entenderse como «tenden­
cias», o rasgos que suelen darse en los ejemplares teóricos más típicos, pero 
que no son compartidos necesariamente por todos los subparadigmas, y cuya 
definición exige que nos situemos en un nivel de abstracción muy alto, tra­
tando de establecer los aspectos más comunes, es decir aquellos que deter­
minan un cierto «parecido familiar» entre los ejemplares teóricos más típicos 
de la Psicología Cognitiva. Hechas estas salvedades, podemos enfrentarnos a 
nuestra elusiva tarea.
Probablemente, lo más general y común que podemos decir de la Psico­
logía Cognitiva es que refiere la explicación de la conducta a entidades men­
tales, a estados, procesos y disposiciones de naturaleza mental, para los que 
reclama un nivel de discurso propio, que es distinto de aquel que se limita al 
establecimiento de relaciones entre eventos y conductas externas (tal como 
se da, por ejemplo, en el análisis experimental de la conducta) y del referido
21
22 El sujeto de la Psicología Cognitiva
a los procesos fisiológicos subyacentes a las funciones mentales. Además, ese 
nivel de discurso tampoco es reductible al que utilizan las personas cuando 
«dan razones» de sus propias conductas o las de los demás en términos de 
intenciones conscientes o contenidos mentales que creen reconocer introspec­
tivamente o atribuyen a los otros.
En este nivel de discurso se sitúan las operaciones y estructuras de que 
nos hablan los miembros de la Escuela de Ginebra, las computaciones sobre 
representaciones de los proposicionalistas, las imágenes mentales de Kosslyn 
o Shepard, los prototipos de Rosch, los esquemas de Bransford o Rumelhart, 
e incluso las affordances de que habla Gibson, aunque éste trate de despo­
jarlas de todo carácter representacional.
Una caracterización muy semejante a ésta es la que establece Gardner 
(1985) para la ciencia cognitiva en general, cuando dice que «lo primero que 
caracteriza a la ciencia cognitiva es la creencia de que, para hablar de las ac­
tividades cognitivas humanas, es necesario hablar de representaciones men­
tales y postular un nivel de análisis completamente independiente del bioló­
gico o neurológico, por una parte, y del sociológico o cultural, por otra» (p.6). 
Sin embargo, la idea de un nivel de análisis «completamente independiente» 
del biológico y sociocultural, o irreductible al de la conciencia y el de las re­
laciones funcionales entre sucesos y conductas externas nos enfrenta, de en­
trada, a algunos de los peligros más serios del tejido epistemológico a que ha­
cíamos referencia: una consideración demasiado radical de la idea de «com­
pleta independencia» es la que está por debajo de ciertas tendencias solipsis- 
tas y dualistas, y de la dificultad para dar cuenta de la naturaleza pragmática 
y adaptativa del conocimiento y de la funcionalidad de la conciencia, en el 
paradigma representacional-computacional dominante en Psicología Cogniti­
va (vid. Riviere, 1986).
Por otra parte, nada más comenzar nuestra definición, ya encontramos 
ejemplares teóricos que no encajan bien en ella: para los seguidores de 
Vygotski, en la Escuela Socio-cultural de Moscú, las funciones superiores que 
pretendemos estudiar los psicólogos del conocimiento, son precisamente el re­
sultado de una génesis sociocultural, de la interiorización de pautas de inte­
racción, y constituyen la trama fundamental de la conciencia humana (Vygots­
ki,1979; Riviére, 1984), cuya explicación es un objetivo esencial de la Psico­
logía. Además, el proceso de interiorización, que da lugar a las funciones su­
periores, implica una reorganización funcional de los procesos neurofisioló- 
gicos, a la que la Psicología no puede permanecer ajena. En otras palabras, 
el núcleo de la concepción explicativa de los discípulos de Vygotski parece 
consistir, precisamente, en negar la posibilidad de una «completa indepen­
dencia» del nivel mental o representacional con respecto a los otros planos: 
el fenoménico (o plano de la conciencia), el «máquina» (en el nivel neurofi- 
siológico) y el sociocultural.
¿Diremos entonces que lo que hacen los psicólogos de la Escuela de Mos­
cú no es Psicología Cognitiva? Desde luego, no lo es si nos atenemos al sig­
nificado más estricto del término, que limita su referencia al subparadigma 
de procesamiento de la información, o, más aún, al núcleo computacional- 
representacional dé ese paradigma. Sí, en cambio, si nos limitamos a la de­
finición que nosotros (y no Gardner) proponíamos de este primer atributo de 
la Psicología Cognitiva: «referir la explicación de la conducta a entidades men­
tales, para las que reclama un nivel de discurso propio». Pues la afirmación 
de la génesis sociocultural de las funciones superiores no ha significado, para 
los psicólogos de Moscú, un intento de reducción de tales funciones a su gé­
nesis sociocultural. Muy al contrario, Vygotski reclamaba un nivel de auto­
nomía (y, por consiguiente, de discurso propio de explicación) a partir de la 
constitución del mundo simbólico, y de una conciencia con una estructura se­
miótica, que reobraría sobre las funciones neurofisiológicas del nivel inferior, 
modificándolas e integrándolas en funciones ya propiamente psicológicas.
En su formulación más débil, y que podría referirse a los distintos sub­
paradigmas de la Psicología Cognitiva, la afirmación de que ésta remite la ex­
plicación de la conducta a entidades mentales, que se incluyen en un nivel 
de discurso propio, diferenciable del de los planos de conciencia, relaciones 
«externas» entre medio y conducta, y procesos neurofisiológicos y sociocul- 
turales, no debe interpretarse como un enunciado de independencia genética 
(ni, menos aún, ontológica) entre el plano cognitivo y esos otros planos. Se 
trata, más bien, de un enunciado de estrategia científica: es útil situar la ex­
plicación del comportamiento, cuando los sujetos recuerdan, reconocen, ra­
zonan, comprenden, etc., en el plano de las estructuras, representaciones y 
procesos del conocimiento, el cual se define por un grado de entidad (esto 
es, de autonomía) funcional.
Por ahora (y si queremos mantenernos en el nivel muy general de carac­
terización en que estamos), esta idea de autonomía funcional debe interpre­
tarse en un sentido muy débil: trata de expresar, simplemente, el hecho de 
que en la conducta se dan ciertas regularidades y formas de determinación 
que van más allá de lo que puede expresarse mediante cadenas asociativas de 
izquierda a derecha, y que no pueden describirse, sin pérdida de información 
sustancial, en términos de relaciones probabilísticas conducta-medio, proce­
sos neurofisiológicos, influencias sociales o culturales, o «razones» intencio­
nales conscientes de que se sirven las personas para dar cuenta de su compor­
tamiento.
Además, aunque tales regularidades puedan corresponder de una forma 
más o menos «realista» a regularidades que se dan en el mundo real (como 
pretenden los teóricos de concepciones más «ecologistas», entre los que se 
cuentan Gibson, 1966, y, en los últimos años, Neisser, 1976) no pueden ex­
presarse mediante el simple establecimiento de relaciones puntuales entre las
El concepto de psicología cognitiva 23
24 El sujeto de la Psicología Cognitiva
variaciones de las energías físicas del mundo y las variaciones de las conduc­
tas del organismo. En otras palabras, por muy «ecológico», adaptativo y rea­
lista que sea lo que el organismo «pone de su parte» en la actividad de co­
nocimiento, lo cierto es que pone algo de su parte, que organiza y estructura, 
que extrae regularidades que van más allá de la variación «aquí y ahora» de 
los parámetros de energía con que se describe físicamente el medio.
De nuevo, este segundo atributo de autonomía funcional vuelve a situar­
nos ante concepciones que encajan con gran dificultad en el significado clá­
sico del término «Psicología Cognitiva» y que, incluso, se apartan intencio­
nadamente de ella. Me refiero, naturalmente, a las teorías de Gibson y los 
gibsonianos sobre la percepción y otras funciones (vid., por ejemplo, Gib­
son, 1950, 1966 y 1979, y Turvey, et. al., 1981). Para Gibson, el mundo y los 
organismos están constituidos de forma que éstos obtienen la información que 
necesitan para su adaptación de una forma «directa», extrayéndola de las ri­
cas variaciones de las energías del medio. Por ejemplo, cuando percibimos 
objetos en un espacio de tres dimensiones, la información espacial relevante 
está ya en la luz, y no es necesario inferir distancias, o relacionar informa­
ciones de distintos sentidos, o recurrir a la experiencia pasada para percibir 
la tercera dimensión. No es preciso recurrir a procesos de «inferencia incons­
ciente» como los que proponía Hemholtz. El propio estímulo contiene sufi­
ciente información como para explicar que el medio sea percibido en tres di­
mensiones. Un estímulo que no se concibe simplemente en términos de la 
energía puntual que se transduce por los receptores, sino como estructura ob­
jetiva relacionada con las invariantes y relaciones a que da lugar la reflexión 
de la luz en las superficies, ángulos, etc. de los objetos (Fernández Trespa- 
lacios, 1985). En definitiva, el mundo físico contiene un grado de estructura­
ción suficiente como para explicar muchos de los fenómenos perceptivos que 
tradicionalmente se han atribuido a organizaciones impuestas por el sujeto 
que percibe. Podríamos decir, metafóricamente, que éste lo que tiene que ha­
cer (como la propia Psicología) es «abrir los ojos» y extraer esa estructura ob­
jetiva, en vez de inventar o construir una estructura subjetiva.
Como ha señalado Fernández Trespalacios, «la concepción de Gibson es 
una concepción ecológica y una teoría de la percepción directa. La estimula­
ción que el organismo consigue operando en el mundo es función del medio 
ambiente y la percepción es función de la estimulación» (1985, p.74). En este 
sentido, Gibson se opone explícitamente a los intentos de explicar la percep­
ción en términos de computaciones y representaciones de naturaleza cons­
tructiva y, desde el momento en que el paradigma computacional-represen- 
tacional es el que suele considerarse como «prototipo» de la Psicología Cog­
nitiva, se opone también a ese paradigma y está muy lejos de considerarse a 
sí mismo como un psicólogo cognitivo.
Prescindiendo ahora de los aspectos específicos de la teoría ecológica de
El concepto de psicología cognitiva 25
la percepción, que no vienen al caso, y del mérito de los gibsonianos en des­
tacar la naturaleza adaptativa de las funciones de conocimiento, en su crítica 
al carácter excesivamente solipsista del paradigma dominante, lo cierto es que 
no tendría ningún sentido hablar de autonomía funcional si los procesos de 
conocimiento consistieran solamente en funciones bottom-up de extracción 
de las estructuras reales del mundo. Sin embargo, esta posición es difícil de 
defender por muchas razones, que me limitaré a enunciar brevemente.
En primer lugar, se plantea la compleja cuestión del significado del con­
cepto de «estructura real» del mundo, y de la consistencia científica que pue­
da tener este concepto, en Psicología, más allá del enunciado de que existe 
una correspondencia adaptativa entre la conducta de los organismos y los con­
textos en que ésta se produce. Somos los científicos, en nuestra calidad de sis­
temas cognitivos, los que establecemos esa estructura gracias a las regulari­dades que abstraemos porque somos capaces de percibir, conservar informa­
ción en la memoria e inferir o generar información nueva a partir de la pre­
viamente poseída. No se trata de negar que lo que llamamos «lo real» posee, 
quizá, una estructura objetiva, independiente de que la conozcamos o no. En 
todo caso, éste es un problema ontológico, con el que ya se estrellaron repe­
tidamente los realistas y nominalistas de la escolástica medieval, y que no pue­
de pretender resolver la Psicología del conocimiento. La función de ésta es 
más bien la de determinar cuáles son los procesos, las estructuras y las re­
presentaciones, los esquemas que empleamos para abstraer esas regularida­
des. «Estoy convencido —dice Gibson— de que la invariancia proviene de la 
realidad, y no de ningún otro origen. La invariancia en el ambiente óptico 
no se construye o deduce, sino que se descubre» (citado por Royce y Rozem- 
boom, 1972, p.239). El problema es precisamente ése: ¿cómo se descubre? 
¿Sería posible el «descubrimiento» de la invariancia del ambiente óptico o de 
cualquier otro ambiente si el organismo no conservara, en alguna clase de me­
moria —aunque pudiera ser tan breve y huidiza como las memorias sensoria­
les—, representaciones de experiencias anteriores para compararlas con la in­
formación actualmente extraída? Creo que sin algún mecanismo de compa­
ración y, por tanto, de conservación de información, el organismo no podría 
establecer ni las invari andas perceptivas más elementales, estaría sometido a 
la «exclavitud de lo particular» (en la gráfica expresión de Bruner, et. a i, 
1956) y su conducta no sería, en absoluto, adaptativa.
Si la reflexión anterior es correcta, quiere decir que la función de abs­
traer regularidades en el medio, el «descubrimiento» de invariancias, como 
las que se dan en los fenómenos de constancia de brillo, forma, color, loca­
lización, tamaño, etc., exige necesariamente la conservación de la informa­
ción en alguna clase de memoria. La función de las memorias sensoriales, 
que se ha cuestionado desde la crítica de Neisser (1976) a la artificialidad de 
los fenómenos estudiados mediante técnicas taquistoscópicas, podría estar re­
lacionada con esa función central de los mecanismos perceptivos de extrac­
ción de regularidades. Pero, prescindiendo ahora de la naturaleza de la me­
moria necesaria para los fenómenos de constancia, lo importante es que és­
tos ya requieren que el organismo ponga de su parte alguna estructura, agre­
gue algo que no está en la variación puntual de la energía física, complemen­
te las funciones bottom-up con procesos top-down, que serían inexplicables 
sin estructuras de representación en el propio organismo.
Puede parecer que la discusión nos ha llevado demasiado lejos, más allá 
del hilo de la caracterización general que nos proponíamos. Pero no es cierto 
del todo: nos permite comprender mejor un tercer atributo general de la Psi­
cología Cognitiva, que se añade a los de referencia a entidades mentales y 
suposición de cierto grado de autonomía funcional en éstas, que habíamos es­
tablecido anteriormente. Me refiero al hecho de que la psicología cognitiva, 
en todas sus variantes, presupone la idea de que las funciones de conocimien- 
( to no sólo están determinadas por funciones «de abajo arriba», sino tam­
bién, en mayor o menor grado, por funciones de arriba a abajo, por procesos 
que determinan niveles estructurales inferiores desde otros superiores. Me 
atreveré, incluso, a decir esto mismo de un modo más tajante: si la conducta 
de los organismos, o sus procesos de conocimiento, no estuvieran determina­
dos (por muy parcialmente que lo estén) «desde arriba», la Psicología Cog­
nitiva no sería necesaria. La parsimonia nos obligaría, en tal caso, a prescin­
dir de sus representaciones y esquemas, sus mapas cognitivos e imágenes men­
tales, sus planes y estrategias, sus operaciones y estructuras, sus modelos men­
tales, en una palabra.
Es evidente que si la conducta de los organismos estuviera absolutamen­
te determinada por las variaciones de los estímulos del medio, en su calidad 
de energías físicas (y no de estímulos percibidos o significativos), no habría 
ninguna justificación para postular la intervención de entidades mentales con 
algún grado de autonomía funcional. Como ha destacado Yela (1974), el re- 
duccionismo de Watson se basaba en una confusión entre estímulos proxima- 
les y distales, entre las energías físicas que afectan a los receptores y aquello 
a que responden los organismos. Sin embargo, éstos son conceptos distintos, 
desde el momento en que las propias «respuestas» obedecen a regularidades 
cuya descripción no se agota mediante el establecimiento de corresponden­
cias puntuales con las puntuales variaciones de las energías físicas del medio.
¿En qué términos es posible, entonces, realizar la descripción de tales re­
gularidades? Para decirlo de un modo muy general, es preciso recurrir a for­
mas de organización del propio sujeto, de su conocimiento o de su actividad, 
así como a las relaciones entre estos diferentes «niveles de organización», en 
que creo que podemos situar las explicaciones cognitivas.
Para el intento de caracterización global de la Psicología Cognitiva, he 
elegido el término «formas de organización», porque en este nivel podemos
26 El sujeto de la Psicología Cognitiva
El concepto de psicología cognitiva 27
sacar provecho de su propia ambigüedad. Otros términos, como «estrategias», 
«estructuras», «reglas», «esquemas», «procedimientos», «operaciones», etc., 
nos comprometerían excesivamente con subparadigmas específicos o niveles 
específicos de descripción. Y, en definitiva, todos esos términos hacen refe­
rencia a formas de organización cuya justificación proviene de su capacidad 
para dar cuenta de regularidades de conducta que nos obligan a recurrir a 
algo que influye «desde dentro hacia afuera» (y no sólo en la dirección in­
versa) en la regulación del comportamiento. A algo que, además, está efec­
tivamente organizado, y cuyo modo de intervención no puede explicitarse con 
descripciones de intercambios bioquímicos, fisiológicos, etc., sino de formas 
de conocimiento y representación.
Ahora, el concepto de autonomía funcional, que justifica la referencia 
de los psicólogos cognitivos a entidades mentales, comienza a adquirir cuer­
po. Esas entidades mentales son, esencialmente, formas de organización «in­
terna», necesarias para explicar las regularidades de conducta, y la necesidad 
de describirlas con un nivel de discurso propio se fundamenta en el hecho de 
que su caracterización no se resuelve en términos de intercambios o estruc­
turas de energía, sino en términos de estructuras e intercambios de informa­
ción (en el sentido no-técnico) o, mejor, de conocimiento. Tales formas de 
organización serían «irreconocibles» (podemos decir que serían invisibles) si 
no hubiera alguna clase, por muy vaga y limitada que sea, de determinación 
top-down del comportamiento.
Al hablar de «formas de organización» estamos apuntando a un atributo 
central de la Psicología Cognitiva que, como todos los demás, nos sitúa ante 
algunos de los peligros y limitaciones más obvias de sus perspectivas explica­
tivas. En primer lugar, debemos destacar el hecho de que los distintos sub­
paradigmas de nuestra ciencia se han caracterizado, realmente, por un com­
promiso con las formas y han tendido a dejar de lado los problemas más re­
lacionados con los contenidos del conocimiento. Solo recientemente se atis- 
ban signos de un mayor interés por los contenidos, que resulta necesario para 
ofrecer una perspectiva contextual de las funciones de conocimiento, y para 
comprender su función adaptativa. En segundo lugar, tales formas han ten­
dido históricamente a identificarse con formalizaciones importadas de la ló­
gica, las matemáticas, la inteligencia artificial o la gramática, configurando lo 
que De Vega ha denominado «metapostulado logicista» de la Psicología Cog­
nitiva, que establece que«las representaciones y/o procesos mentales huma­
nos son isomorfos con respecto al sistema de reglas formales lógico o mate­
mático (vg. lógica de proposiciones moderna y lógica de predicados de pri­
mer orden)» (1981, p.3). Es cierto que este «compromiso histórico» con las 
formalizaciones lógicas, matemáticas y gramaticales ha tenido un coste que 
iba más allá del puro uso instrumental de tales formalismos para expresar rea­
lidades psicológicas, desde el momento en que llevó a una «imagen logicista»
28 El sujeto de la Psicología Cognitiva
del sujeto: un sujeto que, para hablar o comprender emplearía sus conoci­
mientos tácitos de las reglas morfo-sintácticas de la gramática generativo- 
transformacional (Miller y McKean, 1964; Savin y Perchonock, 1965; Meh- 
ler, 1963; McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966, etc.), cuya evo­
lución cognitiva podría describirse en términos de estructuras cada vez más 
poderosas y reversibles, que le acercarían progresivamente a un «modelo fi­
nal» de sujeto competente en esquemas de inferencia definidos por la lógica 
de clases, proposiciones y relaciones (Inhelder y Piaget, 1955), un procesa­
dor óptimo de la información (Levine, 1966, 1969, 1975), que construiría 
«conceptos limpios», semejantes a las clases lógicas, mediante estrategias ac­
tivas de formación y comprobación de hipótesis (Bruner, Goodnow y Austin, 
1956), y realizaría operaciones lógicas sobre la información al razonar (Hun- 
ter, 1957), un sujeto que ajustaría sus juicios de semejanza al modelo métri­
co euclidiano (Atneave, 1950; Torgerston, 1965; Shepard, 1962) y sus predic­
ciones intuitivas a las leyes bayesianas del cálculo de probabilidades (Ed- 
wards, 1968; Peterson y Beach, 1967), etc.
En los últimos años, ese sujeto ha cambiado tanto que resulta práctica­
mente irreconocible: las estructuras con que produce y comprende el lengua­
je están agujereadas de difusas influencias semánticas y pragmáticas (Clark y 
Clark, 1977), su competencia final en el manejo de tareas lógicas es más bien 
limitada y específica de ciertos campos (Wason, 1966, 1968), sus categorías 
difusas y de límites imprecisos (Rosch, 1978), su razonamiento frecuentemen­
te alógico (Evans, 1972) y guiado por «modelos mentales» más que por re­
glas formales (Johnson-Laird, 1983), y sus estimaciones de semejanzas y pre­
dicciones intuitivas están influidas por sesgos irrepresentables en la métrica 
euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky, 1977; Kahneman y 
Tversky, 1973). A medida que ha crecido, el sujeto de la Psicología Cogniti­
va se ha hecho menos lógico, más difícil de formalizar, quizá más impredic- 
tible y divertido también. Si el interés fundamental de los psicólogos cogniti­
vos de la primera generación parecía residir en demostrar a toda costa la ló­
gica seriedad formal de las competencias cognitivas de su sujeto, el interés 
de los psicólogos de la segunda generación parece residir, en gran parte, en 
mostrar sus sorprendentes limitaciones y sesgos, las deformaciones (en un sen­
tido muy literal, de divergencia con respecto a las formas pretendidamente 
normales) con que procesa la información del medio.
¿Quiere decir esto que la Psicología Cognitiva ha renunciado a determi­
nar las formas de organización atribuibles al sujeto, o su estructura de cono­
cimiento? Creo que no. La creciente divergencia con respecto a los formalis­
mos de la lógica y la lingüística, el descubrimiento de sesgos en el modo de 
procesar o representar el conocimiento, son,por el contrario, muestras evi­
dentes de la intervención activa de las formas de organización de la acción, 
el conocimiento y el sujeto. Manifestaciones del hecho de que las funciones
El concepto de psicología cognitiva 29
de conocimiento no se limitan a acomodarse a una axiomática objetiva o ex­
terna, sino que expresan un orden interno, que no es un calco del orden de 
lo real, ni una sombra de las formas ideales que elaboran los lógicos, mate­
máticos y lingüistas. Un orden quizá más vinculado a la «racionalidad bioló­
gica» que a la racionalidad lógica (De Vega, 1981; Riedl, 1983). El problema 
que se plantea, entonces, no es el de la afirmación de la influencia de las for­
mas internas, sino más bien el de los límites de la formalización, y el de la 
utilidad de los formalismos lógicos, lingüísticos, computacionales, etc., para 
expresar las funciones reales de conocimiento.
Si observamos el desarrollo de la Psicología Cognitiva en los últimos 
treinta años vemos que, mientras la primera etapa estuvo caracterizada por 
una actitud de importación de los sistemas notacionales de las ciencias for­
males por parte de los psicólogos cognitivos, la más reciente empieza a definir­
se por el hecho de que es la propia Psicología Cognitiva la que exige de los 
lógicos, los matemáticos, los lingüistas y los teóricos de la inteligencia artifi­
cial el desarrollo de formalizaciones asimilables a la naturaleza real de los pro­
cesos y representaciones del conocimiento: los marcos, guiones y esquemas, 
los conjuntos borrosos y las formalizaciones lingüísticas de fuerte impregna­
ción semántica o pragmática (como las gramáticas de casos o las que asignan 
un papel central al componente léxico) se han convertido progresivamente 
en nociones de uso muy común en las ciencias formales. El ideal logicista de 
las ciencias formales está siendo completado (cuando no sustituido) por una 
aspiración más «naturalista», condicionada en gran parte por el fuerte desa-„ 
rrollo y la influencia de la Psicología del conocimiento, y por las exigencias 
de la inteligencia artificial, que llevan a la búsqueda de sistemas de represen­
tación de aquellas funciones en que la versatilidad, rapidez, «inteligencia» de 
los sistemas naturales sigue siendo muy superior a las que tienen los sistemas 
artificiales de procesamiento de la información.
Este desarrollo plantea dos cuestiones, cuya elaboración desborda por 
completo los objetivos de este libro, pero que no podemos dejar de mencio­
nar: ¿hasta qué punto puede ser formalizable la organización «natural» de las 
funciones de conocimiento?, y ¿hasta qué punto se apartan efectivamente es­
tas funciones del ideal logicista sostenido tradicionalmente por las ciencias for­
males? La repuesta a una y otra es, en gran parte, común: son cuestiones 
que no parecen tener una solución a priori. No parece posible establecer de 
antemano las posibilidades de representación formal de las funciones natura­
les de conocimiento, ni decretar, de una vez por todas, su grado de logici- 
dad. Sólo la paciente elaboración de una Psicología de conocimiento natural 
y social irá dando respuestas matizadas a estas cuestiones. Todo parece indi­
car que estas respuestas se caracterizarán, precisamente, por su carácter ma­
tizado y contextual: probablemente, el ideal de definir un solo formalismo uni­
versal para las funciones de conocimiento deba ser abandonado, porque la
30 El sujeto de la Psicología Cognitiva
mente se caracteriza por la capacidad de formalizar con distintos lenguajes 
en función de variables contextúales, intencionales, etc. (Riviere, 1986), y, 
por lo mismo, el «grado de logicidad» es variable en función de factores con­
textúales e ínter o intra-individuales. Es decir, para enfrentarnos a los pro­
blemas de formalizabilidad y logicidad, sería necesario que los psicólogos cog­
nitivos empleáramos la flexibilidad y versatilidad que utilizamos cotidiana­
mente cuando resolvemos problemas naturales en un medio natural y proble­
mas sociales en nuestro ambiente social.
La conclusión que se obtiene de las reflexiones anteriores es que el ob-, 
jetivo de definir las formas de organización, que se ha marcado históricamen­
te la Psicología Cognitiva, no tiene por qué comprometer con una perspecti­
va formalista o logicista de su objeto, por mucho que se haya comprometido 
históricamente la Psicología Cognitiva con esta clase de perspectivas. Tam­
poco supone un compromiso con una posición racionalista, a pesar de la in­fluencia racionalista en el paradigma dominante
En otro momento señalaba que estas «formas de organización» pueden 
situarse en tres planos, que permiten establecer distintos niveles de generali- 
dad-especifidad y, en cierto modo, de molecularismo-molaridad en las teo­
rías cognitivas: está, en primer lugar, el plano del sujeto cognitivo. Después, 
el plano del conocimiento representado de forma más o menos permanente. 
Y, finalmente, el plano de la actividad. Aunque esta distinción no había sido 
establecida anteriormente, creo que puede constituir un recurso heurístico 
para el análisis de las teorías cognitivas. Antes de emplear el recurso, con­
viene aclarar que los tres planos no son, en absoluto, independientes, y que 
los modelos cognitivos suelen remitirse, de forma implícita o explícita, a to­
dos ellos. Sin embargo, también es conveniente advertir que las diferentes teo­
rías cognitivas tienden a situarse preferentemente en uno de estos planos, y 
, de ello deriva la utilidad de su distinción.
El nivel más general de descripción de formas de organización mental, 
funcionalmente autónomas, en que puede situarse la Psicología Cognitiva, es 
el del sujeto cognitivo como tal. Y antes de nada, conviene que nos enfren­
temos a una pregunta más bien inquietante: ¿quién es ese sujeto? Desde lue­
go, no es el que solemos entender por tal en nuestra vida cotidiana. No suele 
serlo, por lo menos. Es decir: no suele identificarse el sujeto cognitivo con 
ese marco de auto-referencia al que atribuimos, en nuestros intercambios so­
ciales y reflexiones personales, unas ciertas intenciones y metas, un determi­
nado sentido de la identidad personal, una conciencia de segundo orden de 
ciertos contenidos, objetivos y razones de conducta. Dicho en otras palabras: 
el sujeto cognitivo no se identifica con el «sujeto de atribución de la Psicolo­
gía natural» (Humphrey, 1984). La confusión entre uno y otro sujeto (que es 
bastante frecuente) provoca serios malentendidos sobre las metas que se ha 
establecido históricamente la Psicología Cognitiva en casi todas sus variantes.
El concepto de psicología cognitiva 31
"| i’ 'm--------1"'“gTygífflnfflfi- I irrrnn y.r-s•mamíTÂ x ______:•:•■ . ,
Estas consideraciones dejan flotando una cuestión que constituye uno de 
los más formidables retos explicativos con que se enfrenta actualmente la Psi­
cología Cognitiva: ¿cuáles son las relaciones entre el sujeto cognitivo y ese 
otro al que hemos llamado «sujeto de atribución de la psicología natural»? 
El asunto es complejo y exige, entre otras cosas, dar cuenta de la funciona­
lidad cognitiva de la conciencia y, especialmente, de las formas más específi­
camente humanas de ella. Las respuestas propiamente cognitivas a este pro­
blema son, por ahora, muy especulativas (vid. Johnson-Laird, 1983; Dennett, 
1980; Pinillos, 1983) y las más elaboradas y «cognitivas» han sufrido fuertes 
críticas (Broadbent, 1984). En cualquier caso, lo que nos interesa ahora es 
que el sujeto cognitivo no puede identificarse con el sujeto personal. Como 
ha destacado Dennett (1978), las explicaciones cognitivas se sitúan en un ni­
vel sub-personal: «Si uno está de acuerdo con Fodor en que el objetivo de la 
Psicología Cognitiva es representar procesos psicológicamente reales que se 
dan en las personas, y puesto que la adscripción de creencias y deseos sólo 
está relacionada indirectamente con tales procesos, bien podemos decir que 
creencias y deseos no son objeto propio de estudio de la Psicología Cogniti­
va. Dicho de otro modo, las teorías cognitivas son o deben ser teorías del ni­
vel sub-personal, en que desaparecen las creencias y los deseos, para ser reem­
plazados por representaciones de otros tipos y sobre otros temas» (Dennett, 
op. cit., p. 107).
Algunos investigadores no están de acuerdo en que las teorías cognitivas 
deban o puedan situarse en ese nivel sub-personal (Coulter, 1984), pero lo 
cierto es que históricamente no se ha dado la identidad sujeto cognitivo-su- 
jeto personal, y eso es lo que aquí nos interesa.
Sin embargo, una vez establecido lo que no es el sujeto cognitivo (lo que 
no ha sido en la historia de la Psicología Cognitiva), vuelve a plantearse nues­
tra pregunta anterior: ¿qué es entonces?, ¿cómo se ha definido históricamen­
te? En pocas palabras, podemos decir que se ha definido en términos de una 
cierta arquitectura funcional (por emplear la feliz expresión de Pylyshyn, 
1980), que expresa una forma de organización del sistema cognitivo como tal, 
y que —por ello mismo— establece unos límites de competencia en el funcio­
namiento cognitivo del sujeto. Esta definición es intencionadamente muy ge­
neral, de modo que permite incluir concepciones de las distintas «psicologías 
cognitivas».
En efecto: una característica de todos los sub-paradigmas cognitivos es 
la suposición de que el agente de conducta no es un organismo vacío, ilimi­
tadamente moldeable, sino que se define funcionalmente por una cierta or­
ganización, una determinada estructura o arquitectura. El «diseño» de esa ar­
quitectura es variable, según los intereses temáticos y marcos teóricos de los 
modelos cognitivos, pero la suposición de que ese diseño es un recurso expli­
cativo necesario para dar cuenta de la conducta y las funciones de conoci-
32 El sujeto de la Psicología Cognitiva
miento es común: de él hablan Vygotski y Luria, cuando se refieren al carác­
ter «sistemático» de la conciencia y a su estructura interfuncional (Vygotski, 
1934), o Piaget cuando define estructuras operatorias, que delimitan la com­
petencia lógica en el desarrollo (Piaget, 1968, 1971), y Chomsky, cuando tra­
ta de definir, a partir de ciertos universales lingüísticos, un mecanismo innato 
de adquisición del lenguaje (Chomsky, 1981), o Anderson (1976), cuando tra­
ta de demostrar la equivalencia de su modelo ACT con la máquina de Turing.
Capítulo 2
EL PROCESAMIENTO DE LA 
INFORMACION Y EL SUJETO 
DE LA PSICOLOGIA 
COGNITIVA
Es precisamente en el marco del «núcleo paradigmático» más represen­
tativo de la Psicología Cognitiva, es decir en la perspectiva del procesamien­
to de la información, donde son más débiles los supuestos sobre el sujeto cog­
nitivo. Como señalaba recientemente Adarraga (1986), «del mismo modo que 
existen diversas ópticas para abordar lo cognitivo, una de las cuales es el pro­
cesamiento de la información, también dentro de éste son posibles distintas 
concepciones del sujeto procesador». Estrictamente, el marco sólo especifica 
que éste es descriptible en términos de procesos computacionales (procedi­
mientos de manejo de la información), pero esto no equivale a una defini­
ción concreta de la arquitectura del sistema (1986, p. 23). Ciertamente, los teó­
ricos del procesamiento de la información han hecho, en general, sólo supo­
siciones muy débiles sobre las «formas de organización» del sujeto y su ar­
quitectura funcional. En el artículo seminal de Newell, Simón y Shaw (1958) 
estas suposiciones se limitaban a la idea de que el sistema cognitivo puede 
asimilarse a una «máquina de manipulación de símbolos» y varias memorias 
interconectadas. Naturalmente, el supuesto subyacente era el de que la ma­
quinaria natural de manipulación de símbolos podía asimilarse funcionalmen­
te a los sistemas artificiales de procesamiento de la información. La noción 
de un procesador central de propósitos generales permitía mantener un es­
quema débilmente articulado de la arquitectura del sistema cognitivo: el su­
jeto se asimilaría, según este esquema, con un procesador de la información 
multipropósito, en que sería posible la implementación de cualquier clase de 
algoritmos, con la condición de ser «procedimientos afectivos» (Johnson- 
Laird, 1983). El desarrollo del Solucionador General de Problemas (G.P.S.) 
de Newell y Simón (1972) partía, en realidad, de esta hipótesis de la capaci­
35
dad computacional general (Adarraga, 1986; Zaccagnini, en preparación; 
Gardner, 1985). El sistema ACT de Anderson (1976) es, probablemente,el 
intento más elaborado de explicitar los supuestos generalistas del marco clá­
sico de procesamiento. La tesis de que cualquier procedimiento efectivo pue­
de ser resuelto por un artefacto formal tan simple como la Máquina de Tu- 
ring (1936) se ha tomado, clásicamente, como garantía de que es posible de­
sarrollar una Psicología Cognitiva con supuestos muy débiles sobre la arqui­
tectura funcional del sujeto cognitivo, basados en la hipótesis citada de la «ca­
pacidad computacional general».
La influencia de estos supuestos, no siempre explícitos, en los modelos 
de procesamiento de la información ha sido notable. De igual modo que los 
sistemas digitales multi-propósito cuentan con un conjunto de algoritmos ge­
nerales independientes, que admiten cualquier clase de datos formalmente 
compatibles con su estructura, estos modelos han partido de la idea implícita 
de que es posible estudiar aisladamente algoritmos secuenciales, independien­
tes entre sí, que constituirían explicaciones funcionales de procesos cogniti­
vos aislados (Marx, 1970; Adarraga, 1986). La consecuencia ha sido el desa­
rrollo de multitud de «mini-modelos», que son más modelos de tarea que mo­
delos de sujeto, y que tienen una generalidad muy limitada, ofreciéndose im­
plícitamente «un modelo de sujeto bastante semejante a un paquete de soft­
ware de utilidades, compuesto por programas difícilmente articulables» (Ada­
rraga, op. cit.).
Como ha señalado Fodor (1983), la simple suposición de que el sistema 
cognitivo es un sistema tan general como la Máquina de Turing escamotea la 
necesidad de establecer la arquitectura funcional de dicho sistema, puesto que 
«en las máquinas de Turing, la arquitectura fija es, a todos los efectos, ine­
xistente» (p. 128). Tal como él lo ve, el problema es grave', y expresa una di­
ficultad que no es simplemente el producto de una circunstancia histórica o 
de una peculiar renuncia de los teóricos cognitivos a definir la arquitectura 
funcional del sistema como un todo. Si los procesos cognitivos que «fijan 
creencias» (es decir los procesos de pensamiento) son, como dice Fodor, «iso­
tópicos» y «Quineanos», es decir si son sensibles al sistema global de cono­
cimiento y capaces de establecer relaciones con cualquier parte de ese siste­
ma, entonces la falta de una arquitectura funcional fija sería una caracterís­
tica intrínseca de tales procesos. La consecuencia sería que los llamados por 
Fodor «sistemas centrales» del funcionamiento cognitivo (es decir aquellos 
que establecen relaciones entre conocimientos después del análisis del in- 
put) serían, por su propia naturaleza «holística» y global, inaccesibles a un co­
nocimiento científico y «malos candidatos» para las explicaciones computa- 
cionales. La expresión más clara de esta idea es la que él mismo llama iróni­
camente «Primera ley de Fodor de la inexistencia de la ciencia cognitiva», 
que establece que «cuanto más global (es decir más isotrópico) es un proceso
36 El sujeto de la Psicología Cognitiva
cognitivo, menos se entiende. Los procesos muy globales, como los de razo­
namiento analógico, no se comprenden en absoluto» (1983, p. 107).
En definitiva, la consideración del sujeto como una especie de «paquete 
de software de utilidades», con escasa o nula articulación, y la proliferación 
de «mini-modelos» de procesos superiores, restringidos a tareas específicas 
enormemente sensibles a ligeras variaciones de situaciones, contextos, conte­
nidos, etc., la falta de un «modelo cognitivo del sujeto», en una palabra, se­
ría el resultado de una condena inevitable, originada en la propia naturaleza 
de las funciones superiores de conocimiento. Es la tesis que podemos llamar 
de «Pesimismo Fodoriano», y —como suele suceder con las ideas de Fodor— 
constituye una expresión lúcida y profunda de un problema muy real en Psi­
cología Cognitiva.
Nuestras reflexiones nos han traído, por ahora, a un nudo bastante difí­
cil de resolver: dijimos, en otro momento, que la Psicología Cognitiva no se­
ría posible (o, si se quiere, que la autonomía funcional de las formas de or­
ganización, a que remite, no sería «visible») si no fuera porque hay «proce­
sos top-down», es decir procesos en que las estructuras más molares y supe­
riores de conocimiento influyen en las funciones más moleculares. Y parece 
evidente que, si no fuera por la influencia de lo más global sobre lo más es­
pecífico, las regularidades que se originan en las formas de organización in­
ternas del sujeto, el conocimiento o la actividad, permanecerían ocultas, y se­
ría posible construir una Psicología completamente explicativa al estilo de 
Skinner o, en cierto modo, de Gibson: determinando relaciones funcionales 
entre estímulos y conductas, que agotarían todas las regularidades de las pro­
pias conductas. Pero lo que Fodor nos dice es que, en la medida en que los 
procesos son más top-down, y exigen un recurso más masivo a lo global para 
explicar lo específico y particular, hacen menos posible la construcción ¿a la 
Psicología Cognitiva en el núcleo paradigmático de procesamiento de la infor­
mación. Llegados a este punto, parece que lo más sensato sería tirar los tras­
tos y caer realmente en un «pesimismo fodoriano»: acudir, quizá, a un psi­
cólogo al que pediríamos que no nos hiciese un «tratamiento cognitivo» de 
la depresión, sino un planteamiento operante, basado en la única psicología 
sensata y posible...
¿Es ésta la única solución, o hay alguna forma de deshacer este nudo? 
Creo que sí hay formas, aunque no fáciles. En primer lugar, los desarrollos 
objetivos de la Psicología del pensamiento no tienen por qué producir un pe­
simismo tan acusado como el de Fodor. Es muy discutible su opinión de que 
«el intento de desarrollar modelos generales de la solución inteligente de pro­
blemas —que se asocia, sobre todo, con el trabajo en inteligencia artificial 
de figuras como Schank, Minsky, Newell, Winograd, y otros— ha producido 
una comprensión de estos procesos sorprendentemente escasa, a pesar del in­
genio y la seriedad con que, frecuentemente, se ha perseguido este propósi-
El procesamiento de la información 37
38 El sujeto de la Psicología Cognitiva
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to .‘Tengo la impresión de que cada vez estamos más de acuerdo en que esta 
primera fase, por así decirlo «wagneriana», de la investigación sobre inteli­
gencia artificial ha llevado a un callejón sin salida, y que los intereses se di­
rigen, cada vez más, a la simulación de procesos relativamente encapsulados 
asociados con la percepción y el lenguaje» (1983, p. 126). Esta es una forma 
muy particular de ver las cosas y, desde luego, no sería compartida por todo 
el mundo. A pesar de la debilidad de los supuestos sobre la arquitectura fun­
cional del sujeto de esta investigación, que está en la frontera de la Psicolo­
gía Cognitiva y la inteligencia artificial, lo cierto es que sí nos ha permitido 
comprender mejor la «arquitectura», o las formas de organización del cono­
cimiento: los conceptos de «esquema», «marco», «guión», asociados a esa 
fase «wagneriana» de la inteligencia artificial, han pasado a formar parte de 
las explicaciones cognitivas de las funciones «menos encapsuladas», y éstas se 
comprenden mucho mejor que hace treinta años.
La consideración anterior nos permite entender un rasgo muy importante 
de la «segunda generación» de las teorías cognitivas del paradigma de proce­
samiento de la información: la propensión a ser cada vez más molares, a es­
tablecer (ya que no unos supuestos fuertes sobre las formas de organización 
en el plano del sujeto) modelos de organización, relativamente permanente, 
del conocimiento. En suma, a reconvertir el problema de organización del su­
jeto en un problema de organización del conocimiento. Los esquemas, guio­
nes y marcos son expresión de este movimiento, que se ha traducido por un 
interés cada vez mayor por el tema de la estructura de la Memoria a largo 
plazo (vid. Cofer, 1979).
Pero sucede, además,que el axioma clásico del procesamiento de la in­
formación, según el cual el sistema cognitivo puede asimilarse a un procesa­
dor multi-propósito capaz de inplementar cualquier clase de procedimientos 
efectivos, no tiene por qué ser seguido a ojos cerrados. Como han señalado 
Carello, Turvey, Kluger y Shaw (1982), el concepto de Máquina Universal de 
Turing implica la idea de una manipulación formal de símbolos, que no está 
sometida a restricciones o leyes físicas o biológicas. Cuando se realiza su com­
petencia a través de procedimientos efectivos en un computador digital, el 
funcionamiento de éste sí supone un coste en términos de disipación de ener­
gía. Pero, como señalan Carello et. a i, mientras que el sistema artificial del 
procesamiento tiene que cumplir una sola demanda (la de computación) con 
unos recursos energéticos muy altos, el organismo está sometido a múltiples 
demandas, con recursos energéticos limitados. En estas condiciones, la diná­
mica relacionada con la limitación, distribución y optimización de tales recur­
sos (por ejemplo, en las funciones de atención) puede ser tan pertinente, des­
de el punto de vista cognitivo, como para obligar a una ampliación del mo­
delo explicativo dominante, que tendría que ir más allá de la consideración 
de la mente como una «máquina de manipulación de símbolos», e incluir as­
pectos relacionados con el funcionamiento dinámico del organismo, cuyas im­
posiciones al funcionamiento mental podrían ser más altas de lo que presu­
pone el axioma cognitivo clásico de total independencia entre software y hard­
ware.
Evidentemente, uno de los sistemas para acomodar las demandas de co­
nocimiento a los recursos energéticos limitados es la «automatización» y, en 
términos más fodorianos el «encapsulamiento» y modularización de ciertas 
funciones, ya que, por definición, las funciones automáticas y modularizadas 
consumen menos recursos atencionales que las controladas y generales. El in­
terés de los psicólogos y teóricos de la inteligencia artificial por los «sistemas 
expertos» (Feigenbaum y McCorduck, 1983) tiene mucho que ver con este 
proceso. En la terminología que estamos empleando, podemos decir que, para 
hacer compatibles sus recursos limitados con las demandas de conocimiento, 
que son crecientes y no prefijadas en el desarrollo «cultural» —para emplear 
un término muy afín a Vygotski—, el sujeto construye progresivamente su pro­
pia arquitectura funcional.* Transforma formas de organización de conocimien­
to en formas de organización de sujeto. Diferencia progresivamente una ar­
quitectura específica a partir de mecanismos más o menos globales e inespe­
cíficos.
Lo que sucede es que, para comprender el proceso de construcción de 
una arquitectura funcional, es preciso superar algunas limitaciones clásicas 
del paradigma de procesamiento de la información, como son las siguientes: 
(1) la reducción de las explicaciones de la conducta a términos micro-genéti­
cos, y el relativo desinterés por la macrogénesis, es decir por el desarrollo de 
las funciones superiores en la evolución del niño y de la especie; (2) la re­
ducción de la micro-génesis de la conducta a computaciones discretas sobre 
representaciones analíticas y discretas (Riviére, 1986); (3) el relativo desinte­
rés por los procesos de aprendizaje; (4) el supuesto axiomático de que la ar­
quitectura funcional del sujeto está prefijada y debe ser fundamentalmente in­
nata; (5) la suposición de que las distinciones general-modular, automático- 
controlado y encapsulado-cognitivamente penetrable son dicotómicas, en vez 
de expresar dimensiones graduables, según las funciones, su contexto de adap­
tación, el momento de desarrollo y un amplio conjunto de variables indivi­
duales y situacionales.
Sé que la discusión nos ha llevado más lejos, quizá, de lo que debíamos 
ir, pero aún quedan algunos flecos, que merecen, por lo menos, un breve co­
mentario: si el cuadro que se perfila en las reflexiones anteriores es correcto, 
es decir si el sujeto construye, hasta cierto punto, su arquitectura funcional, 
modularizando funciones y liberando recursos generales, para poder adaptar­
se a un medio cultural cuya complejidad no se puede limitar de antemano (me­
diante procesos por los cuales el aprendizaje se convierte en desarrollo), ello 
significa que podrá situar sus decisiones sobre la base de niveles cada vez más
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40 El sujeto de la Psicología Cognitiva
molares de conocimiento, prescindiendo del crecimiento de los propios re­
cursos de atención y memoria. Y por aquí encontramos, sorprendentemente, 
uno de los cabos de un hilo que creíamos perdido irremisiblemente: el del pro­
blema de la funcionalidad cognitiva de la conciencia. En la medida en que los 
procesos controlados remiten a niveles más molares de conocimiento, y se 
montan sobre una arquitectura funcional más compleja, permiten al sistema 
cognitivo situar sus decisiones en planos más altos de abstracción de regula­
ridades. Algo a lo que hace referencia Pinillos (1983), cuando habla de la 
«función hiperformalizadora» de la conciencia.
Al buen conocedor, las reflexiones anteriores le habrán traído a la boca 
un sabor peculiarmente vygotskiano. Ciertamente, en las observaciones de 
Vygotski sobre las relaciones entre aprendizaje y desarrollo, los cambios cua­
litativos de la estructura interfuncional de la conciencia, y la génesis interac­
tiva y cultural de las funciones superiores, se perfila la idea de construcción 
de la arquitectura funcional del sujeto, a la que estamos haciendo referencia.
Aunque estas consideraciones sean reconocidamente laxas (y no podrían 
ser de otro modo, en el nivel global de definición en que estamos) sugieren 
una vía de superación del dualismo entre el sujeto cognitivo y el «sujeto de 
atribución de la psicología natural»: el proceso de desarrollo de la arquitec­
tura funcional del sistema cognitivo está estrechamente relacionado con la gé­
nesis de los mecanismos de auto-identidad y constitución de una «conciencia 
de segundo orden», entendida como «contacto social con uno mismo». Los 
procesos de modularización, liberación de recursos generales, y configuración 
de capacidades simbólicas, establecen, probablemente, algunas de las condi­
ciones de posibilidad de la génesis de los aspectos más específicamente hu­
manos de la conciencia.
Pero me temo que estemos yendo demasiado lejos para nuestros propó­
sitos actuales. Hemos recuperado un cabo del hilo perdido de la conciencia, 
pero podemos perder el hilo del tema que nos ocupa: el de la relativa falta 
de articulación del plano del sujeto cognitivo en el paradigma de procesa­
miento de la información. Aún queda algo por decir sobre este asunto.
En primer lugar, debemos destacar una analogía sorprendente —una 
más— entre las concepciones clásicas del modelo computacional y la idea del 
sujeto en la tradición empirista y asociacionista de la Psicología, que fue de­
sarrollada por el conductismo, en su vertiente más objetivista: estos últimos 
enfoques se han caracterizado siempre por la adopción de unos supuestos mí­
nimos sobre la arquitectura funcional del sujeto. Unos supuestos reducidos 
al concepto de asociación. Como dice Fodor (1983, p. 29), el asociacionismo 
«no toleraba la proliferación gótica de estructuras mentales», proponía un 
aparato mental o de cadenas asociativas subyacentes a la conducta (por ejem­
plo, en el conductismo mediacional) tan parsimonioso que era prácticamente 
inexistente. Y, partiendo de un supuesto implícito de isomorfismo entre las
El procesamiento de la información 41
asociaciones por contigüidad de los eventos «reales» del mundo y las asocia­
ciones de elementos mentales o comportamentales, se veía abocado a una con­
sideración extremadamente ambientalista y, por así decirlo, «situacionista» 
de la génesis de los procesos mentales o comportamentales.
La hipótesis de la «capacidad computacional general», de un procesador 
de la información multipropósito,comparte algunos de estos supuestos y con­
secuencias. Una vez más, debemos atribuir a Fodor (1983) el mérito de su­
gerir esta analogía: si sustituimos el mecanismo de asociación por los proce­
sos de computación, y partimos de supuestos muy débiles sobre la arquitec­
tura del sistema, estamos, como dice Fodor, ante una especie de asociacio- 
nismo refinado, o «purificado». La idea de que el sujeto cognitivo es como 
una Máquina de Turing, o la reducción de toda arquitectura funcional de di­
cho sujeto a «sistemas de producciones» (Newell y Simón, 1972), equivale a 
la suposición de que todo lo que necesitamos para definir al sujeto cognitivo 
es un conjunto de elementos computacionales, y un número limitado de ope­
raciones básicas, de forma que el out-put de cualquier modelo cognitivo es­
taría definido por aplicaciones de éstas sobre aquéllos. Tanto en el enfoque 
asociacionista como en el de. procesamiento de la información basado en la 
hipótesis de la capacidad computacional general, el aparato teórico se redu­
ciría, en último término, a conjuntos de elementos y conjuntos de operacio­
nes combinatorias (asociativas o computacionales) realizables sobre ellos. 
Esta semejanza se ve, con la mayor claridad, en el concepto de «Sistemas de 
producciones», empleado por los pioneros más destacados del enfoque com- 
putacional-representacional en Psicología: Newell y Simón (1972). Si inter­
pretamos los pares de elementos, a-b, del asociacionismo clásico, como «es­
tados mentales», en vez de como elementos conductuales o ideas conscien­
tes, y establecemos mecanismos simples, de tipo condicional, que llevan de 
unos estados a otros, estamos ante un sistema de producciones. Anderson 
(1976) ha destacado esta posibilidad de asimilar los sistemas de producciones 
a mecanismos E-R.
Probablemente, los investigadores que han sido más conscientes de esta 
analogía son Anderson y Bower (1973), que sitúan su modelo general del co­
nocimiento de Memoria Asociativa Humana (MAH) en un marco neo-aso- 
ciacionista, y reconocen su deuda con la tradición asociacionista clásica. No 
es extraño que sea, precisamente, uno de los modelos más ambiciosos y de 
ámbito más general de la Psicología Cognitiva (un modelo basado, sin duda, 
en la hipótesis de la capacidad computacional general) el que reconoce esa 
deuda. Al sustituir las asociaciones «neutras» tradicionales por asociaciones 
etiquetadas, y los mecanismos E-R por sistemas de producciones, que tam­
bién «disparan» acciones cuando se cumplen determinadas condiciones, esta­
mos ante los supuestos «arquitectónicos» de un modelo como el ACT de An­
derson (1976), de poder computacional equivalente al que tiene la Máquina
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de Turing, y que es probablemente la teoría más general y ambiciosa que se 
ha propuesto nunca para explicar los procesos superiores desde el enfoque 
computacional
Pero, llegados a este punto, se nos plantean dos problemas: en primer 
lugar, no está claro que la competencia de computación de los sistemas «na­
turales» (y, más específicamente, del sistema humano de procesamiento de 
la información) sea equivalente a la de la Máquina de Turing. La cuestión es 
añadir restricciones formales inherentes, que impidan «predecir cualquier 
conducta de cualquier forma» (Hayes-Roth, 1979; De Vega, 1981; Kosslyn y 
Pomerantz, 1977). Ello equivale a definir, de modo más articulado, una ar­
quitectura funcional para el sistema cognitivo. El segundo problema es que 
esos supuestos tan débiles sobre la arquitectura funcional abocan, como su­
cedía con las concepciones empiristas, asociacionistas y conductistas, al mis­
mo enfoque «situacionista» de la génesis del comportamiento que señalába­
mos en aquéllas. La proliferación de «mini-modelos» ad-hoc, bastante inde­
pendientes entre sí, y que son «modelos de la tarea» más que «modelos del 
sujeto» es, en cierta medida, una consecuencia inevitable de todo lo anterior. 
Desde el momento en que tales «mini-modelos» están determinados funda­
mentalmente por las características de las tareas y de las situaciones, ello quie­
re decir que pueden ser perfectamente compatibles con una epistemología em- 
pirista, a diferencia de lo que suele afirmarse.
Pero quizá no hallamos sido justos del todo en el tratamiento que hemos 
dado al paradigma computacional-representacíonal. Es cierto que, en lo que 
se refiere a los supuestos sobre el «procesador central», no ha sido, en gene­
ral, demasiado cuidadoso en definir una organización concreta, o ha partido 
de una aceptación explícita de la hipótesis de que dicho procesador puede asi­
milarse a los sistemas de cómputo de propósitos más generales, y un hard­
ware más permisivo, si se me permite decirlo así. Sin embargo, sí ha estable­
cido ciertas restricciones a la competencia cognitiva humana. Lo que sucede 
es que las limitaciones no se han referido tanto a la «máquina de manipula­
ción de símbolos», de que hablaban Newell, Simón y Shaw (1958), como a 
las «memorias interconectadas», a las que también aludían, y más concreta­
mente a la memoria a corto plazo, que suele identificarse con la memoria de 
trabajo de ese procesador central
No debemos olvidar que, por los años en que comenzaba a definirse con 
claridad el paradigma computacional de la Psicología Cognitiva, las investi­
gaciones pioneras de Peterson y Peterson (1959), Brown (1958), y las obser­
vaciones de Miller (1956) y Attneave (1959), estaban permitiendo definir tam­
bién la existencia de un sistema de memoria, funcionalmente diferenciado, y 
que parecía imponer severas restricciones a la competencia global del sistema 
cognitivo como un todo. El modelo de Atkinson y Shiffrin (1968) permitió 
integrar teóricamente un amplio conjunto de datos sobre ese sistema de me-
El procesamiento de la información 43
moría, y constituyó la primera formulación explícita de su arquitectura: las 
«estructuras de memoria», constituidas «tanto por el sistema físico como por 
los procesos de carácter estructural, y que son invariantes y fijos de unas si­
tuaciones a otras» (Atkinson y Shiffrin, 1968, p. 90). Es decir: Atkinson y 
Shiffrin consideraban necesario establecer una cierta «estructura fija» de las 
memorias, que —por consiguiente— delimitaría realmente una arquitectura 
invariante del sujeto cognitivo, y unos límites de competencia a sus posibili­
dades de tratamiento de la información.
Si tenemos en cuenta las consideraciones anteriores, no podemos extra­
ñarnos de que la memoria a corto plazo se convirtiera en el tema central de 
las investigaciones y conceptualizaciones cognitivas durante los primeros quin­
ce años de desarrollo del paradigma de procesamiento de la información. Por­
que era en ese sistema funcional donde se hallaban las estructuras invarian­
tes, las limitaciones «arquitectónicas», que impedían «predecir cualquier con­
ducta de cualquier forma». Ahí estaba el «cuello de botella» del sistema cog­
nitivo, que obviamente no se había encontrado en el procesador central, su­
puestamente equipotente a la Máquina de Turing
Resulta enormemente significativo, en relación con las consideraciones 
anteriores, el intento de «traducir» a los términos del procesamiento de la in­
formación ciertos fenómenos e interpretaciones derivados del paradigma que 
más claramente establecía una arquitectura funcional y unos límites de com­
petencia en la «arena» cognitiva: el modelo estructural de Piaget. Cuando los 
teóricos del procesamiento de la información se han acercado a los fenóme­
nos que parecían indicar una competencia estructural (lógica) insuficiente en 
los sujetos en desarrollo, su interés principal ha consistido en demostrar que 
dichos fenómenos podrían explicarse por limitaciones en la capacidad de me­
moria de trabajo requerida por las tareas. Por ejemplo, mientras que Piaget 
y sus colaboradores (vid. Piaget, Inhelder y Szeminska, 1960; Flavell, 1963) 
explicaban la incapacidad de niños de preoperatorio para establecer inferen­
cias transitivas en términos

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