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Alba Zambrano - Héctor Berroeta (Comps.) TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA ACCIÓN COMUNITARIA Aportes desde la psicología comunitaria Teoría y práctica de la acción comunitaria RIL editores bibliodiversidad Alba Zambrano Constanzo Héctor Berroeta Torres (Comps.) Teoría y práctica de la acción comunitaria Aportes desde la psicología comunitaria 307.098 Zambrano, Alba et al. Z Teoría y práctica de la acción comunitaria / Compilación: Alba Zambrano y Héctor Berroe- ta. -- Santiago : RIL editores, 2012. 420 p. ; 21 cm. ISBN: 978-956-284-879-4 1 psicología comunitaria-chile. Teoría y práctica de la acción comunitaria Primera edición: junio de 2012 © Alba Zambrano - Héctor Berroeta, comps., 2012 © RIL® editores, 2012 Los Leones 2258 7511055 Providencia Santiago de Chile Tel. (56-2) 2238100 Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores Printed in Chile ISBN 978-956-284-879-4 Derechos reservados. Índice Presentación ........................................................................ 11 Acción comunitaria y psicología comunitaria, apuntes iniciales .................................................................. 23 Capítulo 1 Desarrollos metodológicos y técnicos en el campo de la acción comunitaria.......................... 35 La comunidad como elección: teoría y práctica de la acción comunitaria Xavier Úcar ........................................................................... 37 Psicología comunitaria. Niveles múltiples en los procesos de intervención comunitaria Antonio Ismael Lapalma ......................................................... 73 Investigación, acción, opciones personales y condicionamientos metodológicos y sociales. Consideraciones al hilo de una experiencia comunitaria Alipio Sánchez Vidal ............................................................... 95 Estrategias participativas y conjuntos de acción. Más allá de los dilemas y de las microrredes María Dolores Hernández y Tomás R. Villasante ....................... 129 La transversalidad del componente de aprendizaje en los modelos de evaluación orientados al proceso de implementación Rodrigo Quiroz .................................................................... 163 Las perspectivas biográficas en psicología comunitaria chilena María Isabel Reyes Espejo, María Teresa Ramírez Corvera, Jorge Castillo Sepúlveda .................................................. 189 Coordenadas para una cartografía de la acción socioprofesional de la psicología comunitaria en Chile Héctor Berroeta Torres .......................................................... 219 Capítulo 2 Sistematización de experiencias en el campo de la acción comunitaria ............................................ 255 El refortalecimiento como una herramienta de trabajo comunitario: reflexiones desde la comunidad Carlos Vázquez Rivera, Aracelis Escabí Montalvo, Sylmarie Quiñones Sureda, Wanda Pacheco Bou ...................... 257 Algunas reflexiones teórico-metodológicas sobre la intervención social desde el trabajo con comunidades lafkenche Rodrigo Navarrete Saavedra.................................................... 277 Participación artística comunitaria: el arte como herramienta de desarrollo social Catalina Cabrera, Enrico Cioffi, Rodrigo Novoa, Claudia Silva ...................................................... 307 Hacia un modelo de diagnóstico participativo Paola Dinamarca Gahona, Miguel Suárez Olivares ..................... 321 Creación, captura y distribución de valor sociocultural y económico en comunidades indígenas para la construcción de negocios ecoturísticos. El caso del parque Oscar Gabriel Vivallo Urra ..................................................... 339 Hacia una estrategia territorial de prevención comunitaria de la drogodependencia: la experiencia del programa conace-previene padre las casas Alba Zambrano, Marina Vargas, Iván Neira yLucía Pérez. ............ 373 Reflexiones en torno al proceso de sistematización de experiencias: alcances y encrucijadas de la producción de conocimiento desde los equipos de trabajo Guillermo Fernández, Eduardo Guesalaga, Domingo Asún ........... 399 11 Presentación Este libro es un proyecto desarrollado en el marco de un conjunto de iniciativas de la Red de Formación e Investigación en Psicología Comunitaria, y responde al desafío surgido al publicar el libro Psicología Comunitaria en Chile. Allí, Alipio Sánchez Vidal, al analizar el estado actual de la Psicología Comunitaria en Chile, destacaba la necesidad de avanzar en la sistematización y difusión de experiencias concretas de intervención que permi- tieran efectuar una reflexión profunda acerca de la dimensión metodológica y técnica de la acción comunitaria de corte psico- social en el país. El interés en este volumen es poner en diálogo perspectivas acerca de la acción comunitaria desde diferentes profesiones y disciplinas. Particularmente interesa valorar los puntos de en- cuentros y aquellas cuestiones que permiten identificar el aporte que la Psicología Comunitaria realiza o puede realizar en el vasto campo de la acción comunitaria. Como bien reconocen Llena y Úcar (2008), la acción comuni- taria constituye un marco conceptual amplio, polisémico y diver- sificado en el que convergen disciplinas y prácticas muy variadas. Dos cuestiones serían fundamentales en la acción comunitaria: trabajar con la comunidad y hacer que esta sea protagonista de sus propias transformaciones. Como Richard Gomá plantea, «La acción comunitaria adquiere sentido cuando se desarrolla a partir de un colectivo humano que comparte un espacio y una conciencia de pertenencia, que genera procesos de vinculación y apoyo mutuo, y que activa voluntades de protagonismo en la mejora de su propia realidad» (2008, s/p). Así, implica, persigue y busca la activación de las relaciones sociales para conseguir Alba Zambrano - Héctor Berroeta 12 transformaciones en las condiciones de vida materiales y rela- cionales de las personas. Por su parte, la psicología comunitaria se declara una disci- plina que, a partir de la acción sobre factores psicosociales, busca «desarrollar, fomentar y mantener el control y poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y social para solucionar problemas que los aquejan y lograr cambios en esos ambientes y en la estructura social» (Montero, 1984, p.390). Lo anterior implica atender los procesos y variables vin- culadas con el desarrollo de la comunidad (sentimiento de comunidad, identidad social, participación, empoderamiento, entre otros) tomando como uno de sus ejes centrales de estudio la constitución y fortalecimiento de las organizaciones. Supone, provoca y genera cambios en las relaciones humanas y esos cam- bios buscan incidir de manera directa en la distribución del poder. Desde el ideal, se pretende desarrollar un ejercicio liberador; de desarrollo de una conciencia política y de promoción de estra- tegias participativas para el ejercicio de una ciudadanía activa. A partir de lo antes expuesto, se hace evidente que la ac- ción comunitaria y el quehacer de la psicología comunitaria son campos de ejercicio interdisciplinario que se sobreponen. Las acciones concretas que los profesionales realizan en uno u otro campo, son coincidentes y se nutren de los mismos prin- cipios de trabajo: respeto por el otro, autonomía, confianza y participación. Sin embargo, desde el sentido de la acción, esta coincidencia no es completa. La acción comunitaria concibe la transformación social de un modo más restrictivo que la psicología comunitaria, aun cuando, como ya sabemos, nuestra disciplina presenta una importante dificultad al momento de conciliar sus principios con su acción1. La diversidad de la psicología comunitaria al momento de implementar su quehacer, y la creciente dependencia gubernamen- tal en que se desarrolla la intervención social en Sudamérica, nos han hechoobservar con curiosidad el protagonismo que la acción comunitaria ha alcanzado en las estrategias de acción a nivel de 1 Ver en este volumen el texto «Coordenadas para una cartografía de la acción socioprofesional de la psicología comunitaria en Chile». Teoría y práctica de la acción comunitaria 13 los gobiernos locales en España y en algunas experiencias de salud mental en Norteamérica. Creemos que es interesante conocer el modo en que esta perspectiva actúa y contrastar su quehacer con las acciones que se emprenden en este lado del mundo. Es por ello que en este texto hemos querido centrarnos en el ámbito de la práctica, orientando este volumen al análisis de las metodologías implementadas al alero de ambos campos, identi- ficando sus potenciales aportes y dificultades en el contexto de la política social y los procesos de desarrollo humano, impulsados desde diversos sectores de la ciudadanía. Este libro intenta hacer una revisión de recursos y orien- taciones metodológicas y técnicas asociadas a la intervención comunitaria, analizando su potencialidad y aportes en las estra- tegias para el desarrollo con componente comunitario. Se busca un análisis de las perspectivas metodológicas y técnicas ligadas con las diversas formas de hacer, estableciendo relaciones con los modelos e influencias teóricas que los sustentan. En esta misma dirección, hemos querido explorar las tensiones, proyecciones y desafíos metodológicos que se ge- neran en el campo de la intervención comunitaria en Chile. Con ello buscamos problematizar y colocar en perspectiva los requerimientos metodológicos que los procesos de desarrollo comunitario requieren, en las condiciones que ofrece hoy día la institucionalidad en el país. Para dar cuenta de esta intencionalidad, hemos organi- zado este volumen en dos partes. La primera es una sección de carácter analítico, en donde un conjunto de destacados y nobeles autores de diversas disciplinas analizan distintos tópi- cos asociados a los desarrollos metodológicos y técnicos en el campo de la acción comunitaria, evaluando en algunos casos su aplicabilidad en la intervención psicosocial comunitaria, y en otros directamente cuestionándolos. En una segunda sección, se presentan experiencias con- cretas de intervención comunitaria que destacan por sus in- novaciones metodológicas, por las técnicas utilizadas o por los ámbitos en que se aplican, así como por los aprendizajes y reflexiones que proponen. Alba Zambrano - Héctor Berroeta 14 Hasta aquí lo que nos propusimos cuando iniciamos la empresa de editar este libro y que creemos hemos logrado con los aportes individuales de cada autor y autora, a quienes, por cierto, agradecemos enormemente el esfuerzo de respetar estas coordenadas de escritura. Sin embargo, el texto final que es este libro sobrepasa con creces nuestras intenciones iniciales. El resultado global de este volumen es curioso, pues se despliega en una constante tensión entre los elementos que en los párrafos iniciales de esta presen- tación enunciábamos. Por un lado, bosqueja los contornos de la acción comunitaria y por el otro, difumina e interroga los límites de la psicología comunitaria; a la vez que interroga y cuestiona la pertinencia de la dependencia gubernamental de la acción. Es decir, una profunda y dinámica reflexión sobre el estado actual del quehacer comunitario. Como señalábamos, esto no es merito ni intención de los editores, sino el resultado espontáneo que emerge cuando a un grupo de académicos y profesionales se les invita a escribir sobre la práctica en intervención comunitaria. Como una forma de motivar esta lectura global, a continua- ción comentaremos las particularidades de cada artículo y las reflexiones que nos despiertan. En el texto La comunidad como elección: teoría y práctica de la acción comunitaria, Xavier Úcar parte des- cribiendo las transformaciones contemporáneas que sitúan la reflexión y revalorización de la comunidad; nos instruye sobre las posibilidades que esta tiene de mediar en las presiones globa- lizadoras y en los procesos de individuación y, particularmente, en el papel que juega en el nuevo escenario de un sistema de bienestar erosionado, donde lo comunitario se instituye como un recurso tanto de la política como de la propia ciudadanía. Una vez situado el contexto, nos propone la Acción Comu- nitaria como el marco conceptual amplio, polisémico y diversifi- cado en el que caben distintas prácticas y disciplinas que tienen como centro a la comunidad. Una invitación que reconoce, como él mismo apunta, la borrosidad del término comunidad y opta por una posición de parsimonia y sentido: La comunidad se define Teoría y práctica de la acción comunitaria 15 por la elección de sus propios miembros; afirmación tras la cual despliega una minuciosa teoría de la comunidad como elección, un profundo trasfondo conceptual en el que hace dialogar las nociones de Sujeto, Concientización y Empoderamiento, en una estructura compleja pero armónica sobre la cual edifica su propuesta para un proceso de acción comunitaria. El artículo «Psicología comunitaria. Niveles múltiples en los procesos de intervención comunitaria» de Antonio La- palma, es un texto que nos aporta una doble lectura, ya que en la superficie de lo escrito nos ofrece una acabada propuesta de intervención comunitaria, mientras que entre líneas nos invita a una aguda reflexión en torno de los límites y principios de la psicología comunitaria; contenidos que dialogan y bosquejan la postura del autor. Lapalma, en un primer nivel, nos plantea la necesidad de identificar la trama vincular del campo de intervención, lo que él denomina la Tríada Vincular, formada por la población, los equipos de facilitación externos y el proyecto. A partir de este conjunto de dimensiones despliega su propuesta de un Cambio Social Planificado, proceso en el que sugiere estrategias de diag- nóstico participativo, de planificación, de negociación y de reso- lución de conflictos, de comprensión de determinados procesos grupales y técnicas de animación sociocultural. En un segundo nivel, el autor nos hace un llamado de atención al visibilizar la complejidad que implica el definir la psicología comunitaria como subdisciplina o como un área de aplicación de la psicología social. Es una distinción profunda que desplaza las fronteras del quehacer y que Lapalma disipa con elegancia al hablar de Intervención Comunitaria, marco desde donde extiende y sitúa los principios centrales de la acción: la validación del proceso desde la propia comunidad, la construc- ción conjunta del saber y la puesta en escena de la perspectiva del psicólogo comunitario. Esta posición resulta de especial interés, por cuanto abre posibilidades de acción en marcos institucionales diversos y, en consecuencia, se instala en el contexto de posibilidad que otorgan los marcos corporativos de las democracias latinoamericanas; Alba Zambrano - Héctor Berroeta 16 sin embargo, tal como el autor nos hace notar al final de su escrito, resulta fundamental conocer los límites y condiciones de generación de los modos de gestión política que facilitan o limitan el desarrollo de las propuestas teóricas y metodológicas de la psicología comunitaria. Alipio Sánchez Vidal, en el texto «Investigación, acción, opciones personales y condicionamientos metodológicos y sociales. Consideraciones al hilo de una experiencia comu- nitaria», nos plantea una reflexión sobre una de las tensiones permanentes en la psicología comunitaria, la vinculación entre la práctica científica y la acción comunitaria (Wandersman 2003, Wandersman, Kloos, Linney y Shinn, 2005). A partir de la revi- sión de una experiencia de investigación concreta, el autor nos propone una reflexión sobre los procesos complejos y potencial- mente conflictivos que enfrentan los psicólogos condicionados por mandatos institucionales y expectativas socioprofesionales que intentanarticular estas dos actividades (práctica científica y acción comunitaria). La incompatibilidad de intereses y valoraciones entre las necesidades académicas y comunitarias, las dificultades relacionales y de sobrecarga de trabajo para compatibilizar ambos roles y las dificultades de conciliar metodológicamente la investigación y la intervención, son algunas de las tensiones que el autor identifica y analiza. María Dolores Hernández y Tomás Villasante participan de esta publicación con un texto complejo, plagado de referencias teóricas que fundamentan el despliegue de las metodologías participativas que nos proponen. El texto «Estrategias parti- cipativas y conjuntos de accion. Más allá de los dilemas y de las microrredes», nos ofrece una amplia descripción de proce- dimientos para el trabajo territorial en distintos niveles u ondas; nos sugieren los Conjuntos de Acción y los Sociogramas como herramientas conceptuales y operativas para el análisis de actores y el reconocimiento de redes en la vida cotidiana; nos proponen los Tetralemas y las Devoluciones Creativas como estrategias para abrir los discursos y articular las posiciones; nos plantean la emergencia de las posiciones reversivas para enfrentar las di- Teoría y práctica de la acción comunitaria 17 cotomías inhabilitantes; y nos sugieren los desbordes populares como vías de salida. Sin duda, un complejo y delicado glosario de términos y maniobras que buscan acercarnos al sentido de una propuesta que apunta a profesionales implicados y críticos comprometidos con la democracia participativa. El texto de Rodrigo Quiroga, «La transversalidad del componente de aprendizaje en los modelos de evaluación orientados al proceso de implementación», presenta una revisión contextualizada del desarrollo histórico de la evalua- ción de programas, revisa los diversos modelos de evaluación orientados a la implementación e intervención, destacando la sinergia para el campo de la intervención comunitaria de los modelos de evaluación cualitativa, participativa, empoderante y, en especial, la evaluación de cuarta generación. Modelo que resulta particularmente atractivo y del cual el autor rescata su orientación hacia la autodeterminación de los actores implicados. No obstante, el interés central del autor es analizar el va- lor del aprendizaje en los proceso de evaluación, un aspecto transversal a todos los modelos, aun cuando exista un modelo específico orientado a esta dimensión. Nos propone tres ejes de análisis desde donde identificar los procesos y efectos de apren- dizaje en los participantes: el objeto del aprendizaje, el sujeto del aprendizaje y el rol del evaluador. Interesados en los procesos de co-construcción de conoci- miento, María Isabel Reyes, María Teresa Ramírez y Jorge Cas- tillo nos proponen en el texto «Las perspectivas biográficas en psicología comunitaria chilena», un análisis de las po- sibilidades y potencialidades que los puntos de vista biográficos ofrecen al campo de la Psicología Comunitaria. Nos ofrecen un paralelo comparativo donde dan cuenta de las coincidencias epistémicas, ontológicas, éticas y políticas de ambas perspectivas, y nos proponen una doble pertinencia: desde la investigación, la creación de un espacio en el cual lo personal, lo social y lo histórico se entrecruzan, para aprehender las relaciones recípro- cas entre individualidad y colectividad; y desde la intervención, la configuración de un espacio dialógico y activo, donde todos quienes forman parte de este espacio son considerados agentes Alba Zambrano - Héctor Berroeta 18 reflexivos, capaces de integrar su historia y de integrar la Historia. Posteriormente y, desde el análisis de investigaciones realizadas en Chile, presentan elementos empíricos que dan cuenta de la capacidad interventiva de esta integración. «Coordenadas para una cartografía de la acción socioprofesional de la psicología comunitaria en chile», es el título del texto que cierra este primer capítulo de reflexión teórica. Héctor Berroeta Torres, en un ejercicio analítico, elabora una propuesta metodológica para cartografíar las acciones que desarrollan los profesionales en el campo de la psicología comu- nitaria. A partir de los reportes internacionales de la acción, los principios teóricos y el contexto institucional en que se desarrolla la disciplina, define las coordenadas de un mapa conformado por tres ejes: Individuo/Comunidad, Mejoramiento/Transformación y Dependencia/ Autonomía. Ejercita este planteamiento con los resultados de seis investigaciones sobre las prácticas de acción ya publicadas, mapea las experiencias que se reportan, discute sus alcances y comenta la proyección que se deprende de sus resultados. Tras este ejercicio, concluye con una crítica al estado de la disciplina y a su excesiva dependencia gubernamental. Esta propuesta es un interesante recurso para los equipos de trabajo. Cartografiar las propias prácticas bajo estas coordena- das, propicia una reflexión crítica acerca de los márgenes de la propia agencia y las condiciones de autonomía/dependencia en que se realiza la acción. Este conocimiento es útil para reelabo- rar la práctica y para luchar por contextos más favorables que propicien prácticas más comunitarias y más transformadoras. Carlos Vázquez Rivera, Aracelis Escabí Montalvo, Sylma- rie Quiñones Sureda y Wanda Pacheco Bou contribuyen a este segundo capítulo con el texto «El refortalecimiento como una herramienta de trabajo comunitario: reflexiones desde la comunidad». En este escrito, los autores proponen la noción de refortalecimiento como una herramienta para el tra- bajo comunitario, y analizan sus particularidades en el contexto de una intervención comunitaria con madres y padres de niños y niñas con necesidades especiales en, una comunidad empo- brecida en Puerto Rico. Nos plantean que el refortalecimiento Teoría y práctica de la acción comunitaria 19 es un proceso que emerge desde el colectivo y el pensamiento en red, y que es necesario descongelar las relaciones de poder que se cristalizan en las instituciones si queremos deshacer los efectos de las políticas asistencialistas. El artículo de Rodrigo Navarrete Saavedra, «Algunas re- flexiones teórico-metodológicas sobre la intervención social desde el trabajo con comunidades lafkenche», es un texto provocador. Plantea, desde la experiencia con comunidades mapuches, una reflexión crítica sobre las condiciones de control y las posibilidades de agencia que emergen en la relación Política Social-Acción comunitaria. Nos presenta un interesante contexto histórico-político de la relación del estado con las comunidades y organizaciones mapuches Lafkenche, que nos permite com- prender el modo en que se entiende el conflicto en el abordaje de la demanda indígena que hace al Estado. La política social, en palabras del autor, «entiende esta demanda como un problema social de pobreza étnica y no como un asunto de reconocimiento de derechos y ciudadanía diferenciada». A partir de aquí, nos muestra dos experiencias de trabajo con comunidades que desde la autonomía buscan fortalecer las relaciones comunitarias como estrategias de cambio social y promoción de movimientos sociales. El artículo «Participación artística comunitaria: el arte como herramienta de desarrollo social», de Catalina Ca- brera, Enrico Cioffi, Rodrigo Novoa y Claudia Silva, describe la metodología de acción comunitaria desarrollada por el colectivo Teatro de Tierra. Nos muestran cómo esta se implementa en una experiencia desarrollada en Tocopilla, en el norte de Chile. El trabajo desempeñado por esta agrupación es interdisciplinario y con una orientación claramente sociocultural. Usando un conjunto de herramientas artísticas se abocan a la conformación de sentido de comunidad, apropiación espacial y empoderamiento de los actores locales. El artículo se organiza en dos partes. En un primer apartado se describe secuencialmente la metodologíade trabajo, y en un segundo se presenta la sistematización de la experiencia. «Hacia un modelo de diagnóstico participativo» es el título de la contribución de Paola Dinamarca Gahona y Miguel Suárez Olivares. Estos autores nos proponen una metodología Alba Zambrano - Héctor Berroeta 20 para la elaboración de diagnósticos participativos en el ámbito de las políticas locales, diseñada a partir de una experiencia de trabajo colaborativo entre la universidad y un servicio pú- blico local, sobre la situación de los niños y adolescentes de la comuna de Coquimbo. En el artículo «Creación, captura y distribución de valor sociocultural y económico en comunidades indí- genas, para la construcción de negocios ecoturísticos», Lonquimay en Chile, Oscar Vivallo Urra nos presenta un trabajo que se mueve en ámbitos poco tradicionales, usando conceptos como modelos de negocio, espacios económicos, conservación de la biodiversidad y de relaciones interculturales desiguales, para analizar una experiencia de acción comunitaria de promo- ción socioeconómica en una comunidad indígena con fines de conservación ecológica. El artículo describe los antecedentes históricos que ante- ceden el proyecto, los aspectos centrales de la iniciativa y los contenidos conceptuales que sustentan su análisis. Nos propone algunos criterios metodológicos a considerar en la intervención comunitaria en contextos interculturales, y reflexiona acerca de las posibilidades de mantener el éxito en un proceso de desarro- llo sociocultural y económico en la forma de negocio, cuando el proceso se construye a partir del protagonismo de sistemas culturales diferentes. Alba Zambrano, Marina Vargas, Iván Neira y Lucía Pérez, en el artículo «Hacia una estrategia territorial de prevención comunitaria de la drogodependencia: la experiencia del programa conace–previene padre las casas», comparten una experiencia orientada a la prevención comunitaria de la drogodepen- dencia, consistente en una estrategia de formación de líderes comu- nitarios en una comuna de la región de la Araucanía. Enmarcado en un proceso de investigación-acción, llevado a cabo conjuntamente por el Programa Previene de Padre Las Casas y el área comunitaria del departamento de Psicología de la Universidad de la Frontera, se implementó una escuela de lideres dirigida al desarrollo de un liderazgo empoderador. La iniciativa se oriento a mejorar la gestión Teoría y práctica de la acción comunitaria 21 organizacional, la participación y la cohesión social, en la perspectiva de favorecer condiciones para la prevención comunitaria. De esta experiencia se concluye que es importante involucrar al conjunto de líderes que operan en un mismo territorio y conectar con otras acciones de dinamización comunitaria. «Reflexiones en torno del proceso de sistemati- zación de experiencias: alcances y encrucijadas de la producción de conocimiento desde los equipos de tra- bajo», de los autores Guillermo Fernández; Eduardo Guesalaga y Domingo Asún, nos muestra un trabajo de sistematización de experiencias con diversos equipos profesionales vinculados con políticas sociales de intervención psicosocial. Como sabemos, la sistematización es una acción de pro- ducción de conocimiento que busca comprender los complejos procesos que ocurren en una práctica de intervención, y permite a un equipo de trabajo mirar su propio quehacer con cierta distancia, reflexionar acerca de él, interrogarlo y organizarlo de acuerdo con cierto orden. Esto permite comprender su estructura y dinámica y, a la vez, hacerla comunicable. Esta herramienta, como nos muestran los autores, puesta al servicio de los equipos profesionales ligados con políticas socia- les, les permitió identificar los supuestos explícitos e implícitos que operan en la «acción» y contrastarlos con los supuestos de base de los equipos. En este punto se despliegan los aspectos más analíticos del texto, lo que los autores llaman las «tensiones del trabajo social». Despliegan una interesante argumentación respecto de la disonancia que se produce entre los deseos de los equipos de trabajo y los deseos que la política pública sostiene en los diferentes programas y proyectos. Describen un conjunto de dificultades y contradicciones que se encuentran presentes en la implementación de estos programas, y que se derivan de las lógicas de dependencia institucional. Concluyen que la Siste- matización de Experiencias es una herramienta apropiada para construir una praxis liberadora. En su conjunto, estos trabajos nos invitan a reflexionar, cuestionar y enriquecer el quehacer de la práctica comunitaria. Nos proponen reconocer las tensiones entre los contextos, las Alba Zambrano - Héctor Berroeta 22 intenciones y los principios que la sustentan, así como apreciar sus logros y limitaciones. Esperamos que los académicos y profesionales que lean el libro acepten esta invitación. Somos optimistas, creemos que la reflexión y la acción colectiva siguen siendo la mejor metodología de transformación. Referencias Gomá, R. (2008). La acción comunitaria: transformación social y cons- trucción de ciudadanía. Revista de Educación Social, N° 7. Dis- ponible en: < Úcar Miradas y diálogos en torno a la acción comunitaria. Graö: Barcelona Montero, M. (1984). La psicología comunitaria: orígenes, principios y fundamentos teóricos. Revista Latinoamericana de Psicología, 16(3), 387-400. 23 Acción comunitaria y psicología comunitaria, apuntes iniciales La acción comunitaria es hoy día, desde los distintos fren- tes de la intervención social, un concepto de uso frecuente. Se aplica desde acciones institucionales ubicadas en un espacio que se ha denominado «comunidad», aunque ello se trate solo de prestaciones de servicios en un determinado barrio o población. Otro uso común corresponde al servicio brindado por ciertos profesionales de la intervención social «en terreno», una suerte de servicio a domicilio. También se incorporan prácticas con una visión más global e integradora de las causas de los problemas, el trabajo con redes sociales, etc. ¿Cuál o cuáles son los elementos definitorios que le proporcionan identidad y delimitan su actuación respecto de otras prácticas autores han propuesto. Lo primero es situar a la acción comunitaria dentro de un campo más amplio , como es la Intervención Social (IS). Corvalán (1996) propone que la IS puede ser entendida como la acción intencional y organizada para abordar ciertos pro- blemas no resueltos por las dinámicas de la sociedad, y que se inscriben en alguna posición paradigmática específica acerca de lo social. Por su parte, Sánchez Vidal (1996) la describe como un tipo de intervención que, partiendo de un estado inicial (presencia de problemas sociales), intenta alcanzar un estado o estructura final definido por objetivos determinados que in- cluyen la resolución de problemas y/o el desarrollo del sistema Alba Zambrano - Héctor Berroeta 24 social, aplicando para ello estrategias y técnicas interventivas múltiples y a varios niveles. Corvalán, distingue dos tipos de IS, que tienen relación con las instituciones que la realizan, con los propósitos finales que pretenden y con el contexto y discurso de las mismas. El primer tipo de IS sería la IS del tipo sociopolítica, y el segundo tipo sería la IS caritativa, asistencial. Podemos señalar que la acción comunitaria se inscribe en el primer tipo de IS, ya que sus propósitos corresponden a objetivos societales mayores y relacionados con un modelo de desarrollo de una sociedad, ya sea situándose como un apoyo explícito o una crítica al mismo. Desde nuestro planteamiento ofrecemos una perspectiva críti- ca, más bien vigilante y propositiva que considera criterios de realidad que demarcan posibilidades pero que bajo la acción colectiva pueden ser desbordadas en sus lógicas originales (en una práctica instituyente), tendiendo a una intervención psicosocial con incidencia(Berroeta, 2011). Entendida como un conjunto de prácticas que buscan trans- formar un estado de cosas que desde ciertas demandas expresan un descontento, la IS basa su idea central en la necesidad de transformar «algo» y ello presupone que detrás hay un cierto diagnóstico acerca de cómo es la sociedad, cuáles son sus pro- blemas sociales relevantes y sus orígenes, y los malestares que ellos producen (Montenegro, 2001). Así, las diversas formas de entender la intervención social y de presentar soluciones se vinculan estrechamente con las concepciones que los profesio- nales y las entidades a las que pertenecen tienen acerca de las «soluciones» a esos problemas o situaciones , y los mecanismos mediante los cuales se pueden implementar. La denominada crisis de la modernidad implica una serie de fisuras y continuidades de conflicto, que conlleva la aparición de la «nueva cuestión social», la cual introduce transformaciones en la sociabilidad y la subjetividad. Resaltamos especialmente la ruptura de lazos sociales, la fragmentación social y un con- junto de nuevas formas de malestar que se expresan, entre otros campos, en la comunidad en tanto espacio de construcción de cotidianidad, certezas e identidades (Carballeda, 2002). Este Teoría y práctica de la acción comunitaria 25 panorama, sin lugar a dudas, requiere de una nueva agenda para la intervención en lo social que debe abarcar nuevos desafíos: responder a nuevas interrogantes, al surgimiento de nuevos aspectos institucionales, emergencia (como ya lo hemos dicho) de nuevas problemáticas sociales, y la consecuente aparición de formas alternativas de comprender y explicar lo social a partir de nuevas y diferentes ópticas en ciencias sociales (Carballeda, 2002 y De Paula, 2003). Todos estos cambios, señalan De Paula (2003) y Carballeda (2002), impactan de un modo significativo los requerimientos y contextos de la IS, ya que demandan nuevas lecturas, moda- lidades, instrumentos y métodos que traen como consecuencia nuevos aspectos teóricos; implican, en definitiva, nuevos aportes que centran su preocupación en la cuestión del origen, sentido y coherencia de las nuevas formas de actuación en lo social, y en este marco se inserta la acción comunitaria. Podemos sostener que la acción comunitaria sería un tipo de IS participativa. Según Maricela Montenegro (2001), la principal característica que distingue las perspectivas participativas de IS –en este caso, la acción comunitaria–, es que el diseño, ejecución y evaluación de los programas y acciones se hace explícitamente a partir del diálogo entre quienes intervienen y las personas de la comunidad involucradas en la solución de situaciones que les inte- resa. Los modelos participativos, señala esta autora, tienen como premisa que las personas deben estar presentes activamente en todo el proceso de la intervención, siendo tomadas por ellos la mayoría de las decisiones tocantes a los temas de su interés en el proceso. En cuanto a la delimitación de la acción comunitaria, Bar- bero y Cortès (2005) plantean que el eje central de este tipo de IS es la organización de la población o la constitución de un grupo/grupos en torno de un proyecto común. Se trataría, a decir de los autores, de una práctica organizativa que pretende abordar la transformación de situaciones colectivas mediante el ordenamiento de la acción asociativa. El componente participa- tivo en este proceso es fundamental, pues se trataría de que la gente se fuera implicando de un modo creciente en iniciativas que le son relevantes. Alba Zambrano - Héctor Berroeta 26 Marco Marchioni (2001), coincide en destacar los mismos componentes que Barbero y Cortès. Estos son participación y organización. Según el autor, el proceso comunitario de desa- rrollo no es posible si los diversos protagonistas de un cierto territorio no tienen una participación activa en él. Se trata de ofertar ocasiones concretas, reales y apropiadas a la realidad en que se desenvuelve el proceso, para que las personas formen parte activamente en la organización, toma de decisiones y rea- lización de las acciones que estiman convenientes. Pero además esa participación debe ser organizada, pues se trata de que los profesionales colaboren en realizar una función pedagógica y aporten en organizar procesos y actuaciones para que la gente aprenda a participar y participe efectivamente. En lo que concierne a la organización, se incluye la necesidad de coordinar los diversos recursos a menudo fragmentados y dis- persos en el territorio, y darles coherencia y sentido de globalidad. Esto implica trabajar con cada ente de los servicios públicos y asociaciones privadas, y también con el resto de la población. Como señalan Barbero y Cortès, el proceso participativo tiene que crear organizaciones sociales: reforzando los grupos y las asociaciones existentes en la comunidad; favoreciendo el nacimiento de nuevas organizaciones y un proceso que alimente y enriquezca el tejido asociativo y, por último, fomentando que entre el conjunto de grupos exista comunicación y colabora- ción. En este último punto, como lo subraya Marchioni, se debería favorecer no solo la comunicación de las actividades o propósitos puntuales, sino también una comprensión global del proceso comunitario. Este proceso de organización colectiva, cuya finalidad es que los grupos o diversas fracciones de la población aborden y actúen en torno de proyectos comunes, tiene por condición un abordaje que facilite nuevas formas de conciencia y promuevan la implicación de las personas (Barbero y Cortès 2005). Se trataría de estimular un proceso progresivo, con una fase de diagnóstico el que debe llegar a ser producido por los protagonistas de la vida comunitaria. Al hablar de diagnóstico comunitario, se debe atender a dos cuestiones fundamentales, primero que este Teoría y práctica de la acción comunitaria 27 es un producto comunitario y no del equipo profesional, y que el diagnóstico debe realizarse de manera participativa (Marchioni 2001). Esta evaluación de la realidad debe integrar lo estático (estadísticas, antecedentes previos) y lo dinámico (reconstruir lo relacional, lo histórico, las representaciones, etc.) capaz de ir más allá de lo evidente. El diagnóstico, como lo plantea Villasantes (1998), «debe sentar las bases de un proceso instituyente pro- moviendo un clima emocional que genere nuevos ánimos en las personas, colocando a los actores en «condiciones de avanzar en el proceso» (Martí, 2005). En definitiva, es en el diagnóstico cuando se inicia la participación y allí comienzan a gestarse dinámicas inclusivas que debieran prevalecer durante todo el proceso, y que deberían comenzar a impactar en las formas de relación habitual en dirección a democratizarlas. Se debe tener precaución respecto del diagnóstico, puesto que las necesidades de una comunidad (y los respectivos grupos o redes) son más complejas de lo que preliminarmente salta a la vista. Se construyen día a día a través de las redes de interacción que mantiene la gente, y esto requiere entonces de la combinación de métodos para la construcción del diagnóstico, además de fa- vorecer que este sea un proceso que cuente con tiempo suficiente para generar retroalimentación, triangulación de la información para que la gente pueda reflexionar críticamente acerca de su realidad. Como lo indica Martí, se trata de operar desde una posición constructivo-transformadora que requiere ir más allá de los síntomas para abordar los temas de fondo. Lo mismo ocurre con las soluciones que la comunidad plantea tras haber priorizado las necesidades. Las soluciones deben generar diálogos que permitan problematizar, y con ello abrir un abanico de soluciones con distintas probabilidades (Villasante, 2002). La Investigación Participante resulta ser una buena herra- mienta para organizar este proceso, especialmente si se generan en él mecanismos que favorezcan quetodas las personas in- volucradas aporten sus puntos de vista y soluciones, luego de procesos reflexivos. Aunque sabemos que hay diversas formas de participación, coincidimos con Ferullo (2006) cuando plan- Alba Zambrano - Héctor Berroeta 28 tea la conveniencia de implementar diseños de trabajo con la comunidad que, además de facilitar la emergencia de la partici- pación crítica –que se asocia a niveles crecientes de conciencia, a la capacidad autogestiva y organizativa, y a la posibilidad de asumir compromisos y responsabilidade–, permitan consolidar aprendizajes que brinden a los sujetos una mayor incidencia deliberada en el rumbo de sus vidas personales y/o comunitarias. En esta perspectiva, podemos plantear que, a diferencia de otras actuaciones en el campo de la IS, aquí asume gran relevancia la apropiación por parte de los integrantes de los grupos de las metodologías que subyacen a la construcción de conocimiento acerca de la realidad, y a la planificación de la acción a partir de este. El rol, o uno de los roles del o los profesionales es, entonces, difundir los procedimientos y metodologías que permiten reali- zar acciones científicamente orientadas. De este modo, como lo indican textualmente Barbero y Cortès, «la acción colectiva apa- recería como un conjunto intencional de actividades, relaciones, recursos, formas organizativas, formas de hacer, etc., que tienen como objetivo la transformación de las interacciones colectivas que se dan en un espacio social determinado» (2005:22). La cualidad de las relaciones sociales generadas en el proceso comunitario son a nuestro entender de suma relevancia, se trata en la acción comunitaria de fomentar dinámicas democráticas, relaciones de respeto, de solidaridad, de apertura y fomentar finalmente la autonomía y autogestión en un proceso de corres- ponsabilidad entre los actores comunitarios aspectos cruciales que pueden asegurar cambios sustantivos en la sociabilidad y organización (Barbero y Cortés, 2005; Rebollo, 2005; Villasante, 2002 y Zambrano, 2004). Para conseguir esto, son fundamentales las «mediaciones» (métodos, programas, etc.) participativas, que tengan la capacidad de poner en marcha procesos que configuren nuevas situaciones de interacción social que permitan –como lo hemos expresado– ir construyendo una nueva estructura de relaciones sociales. Para que la participación tenga efectos en la generación de propuestas alternativas y ellas sean sustentables durante su ejecución, deben ser producto de un avance en los niveles de Teoría y práctica de la acción comunitaria 29 conciencia de las personas respecto de la realidad que constru- yen. Esto implica que los sujetos realicen una «vuelta reflexiva sobre sí mismos y sus mundos cotidianos» (Ferullo, 2006:202). A partir de las diversas mediaciones de las que se puede valer el trabajador comunitario, «se ha de procurar mostrar los anclajes y significados ideológicos entre los significantes y los significados (…). En definitiva, se ha de intentar provocar la reflexión sobre los anclajes que sostienen la percepción de la realidad social de cada cual» (Villasante, 2002:59). Cabe destacar la noción de proceso que guía la lógica de la acción comunitaria, el que si bien pretende objetivos finales relacionados con que los grupos y comunidades mejoren sus condiciones de vida, también valora el logro de objetivos de proceso que se generan en el transcurso de la intervención. Como acertadamente exponen Barbero y Cortès (2005:50), «los resultados importantes se producen en el proceso y debido al proceso». Al destacar el valor de los «objetivos de proceso», estos autores reconocen la complejidad del proceso implicado en la acción comunitaria, dando por asumido que las situa- ciones sociales y problemas complejos pueden enfrentarse a través de procesos ricos y duraderos que permiten cambios sustentables en las personas, grupos e instituciones (Barbero y Cortès, 2005). En la acción comunitaria se deben promover las condicio- nes para que estas experiencias de aprendizaje, de afectividad positiva, sentimiento de comunidad, experiencias de control psi- cológico, etc., sean experimentadas, compartidas y extendidas entre los miembros de los grupos y comunidad. Como se puede derivar, se trata, a fin de cuentas, de construir, un poder donde mucha gente participa de él, siendo los propios sujetos quienes, mediante su implicación en el proceso, vivan como beneficiosas y significativas las diversas o algunas de las experiencias en las que han decido involucrarse (Barbero y Cortès, 2005). Variadas experiencias en distintos lugares del mundo tienden a mostrar que las situaciones complejas en lo local requieren de soluciones complejas, capaces de generar –desde espacios inno- vadores y desde el modelo relacional democrático– condiciones Alba Zambrano - Héctor Berroeta 30 para que los distintos actores comunitarios analicen, evalúen y plantean soluciones sostenibles de manera integral. Propiciando espacios donde se construyan alianzas, reflexiones, diagnósticos conjuntos y soluciones compartidas. Para ello se debe en oca- siones actuar desde la lógica empoderadora, particularmente cuando los diferenciales de poder entre actores son un factor determinante en el logro de estos propósitos. La psicología comunitaria, por su parte, ha centrado parte importante de su quehacer en atender los procesos y variables vinculados al desarrollo de la comunidad, tomando como uno de sus ejes centrales de estudio la constitución y el fortalecimiento de las organizaciones como instancias articuladoras entre la institucionalidad y la comunidad. Las relaciones entre actores diversos, generación de liderazgos, organización, construcción y crecimiento de redes sociales, identidad comunitaria, empodera- miento y participación son algunos de los temas abordados por esta área de la psicología. Para la psicología comunitaria, el desarrollo humano se re- laciona en gran medida con la posibilidad de redensificar la vida social mediante el fortalecimiento del sujeto político, a través de la promoción de estructuras de relaciones que hagan posible la participación democrática. Se trataría de generar nuevos sujetos sociales, nuevos agentes colectivos y nuevas estructuras de rela- ciones entre ellos, que permitan enfrentar situaciones de interés colectivo (Montero, 2005). A pesar de las diferencias existentes al interior de la psicolo- gía comunitaria, que nos permiten hablar de variadas expresiones y tradiciones (Alfaro, 2007), se pueden reconocer elementos comunes, que pueden sintetizarse en: El punto de vista ecológico: importancia de factores so- cioambientales y análisis de sistemas sociales, que enfatiza en la comprensión de las complejas interrelaciones entre los indivi- duos y su ambiente. Trasciende el nivel individual para adoptar niveles de análisis más holísticos, que reconocen la relatividad y diversidad cultural. Asimismo, se propone la intervención en el contexto a partir de una visión holística. Teoría y práctica de la acción comunitaria 31 Una Psicología de la acción y el cambio social desde una perspectiva ecológica: se comparte el intento de resolver proble- mas sociales con énfasis en la transformación-cambio social. La psicología comunitaria intenta ser útil y relevante en la solución de conflictos sociales, orientándose a la prestación de servicios acordes con las necesidades sociales. Énfasis en el desarrollo de recursos de la comunidad: se orienta al fortalecimiento de la calidad de vida para mejorar los ambientes y recursos sociales, así como las competencias personales. Interés por la prevención tanto de los problemas psicológi- cos como de los problemas psicosociales, así como el desarrollo positivo de las personas. Tiene una vocación aplicada y se centra en las necesidades de la comunidad. Es de suma relevancia para la psicología co- munitaria promover soluciones útiles, participativas y enfocadasen los problemas relevantes para una comunidad. Busca la unión indisoluble entre teoría y práctica, generando conocimiento a partir de la práctica y empleando el conocimiento acumulado para favorecer soluciones más efectivas. Búsqueda de la interdisciplinariedad, dada la complejidad de los escenarios comunitarios es imprescindible miradas y es- trategias múltiples, de allí que el trabajo concertado con diversos profesionales y otros agentes sea también de relevancia para la psicología comunitaria. Se plantea el problema de los valores como una perspectiva ideológica. Desde las opciones valóricas que asume, se centra en los grupos que viven en entornos de mayores desventajas. Asume que los sujetos no son «culpables» de encontrarse en determinados contextos que dificultan su desarrollo, por lo que la intervención se dirige al análisis del contexto y las necesidades de las personas. Asume la dificultad que supone encontrar una solución final a los problemas (de modo que estos desaparezcan para siempre), reconociendo que los problemas tienen una natura- leza dialéctica. Las soluciones deben ser muchas y diversas, y no deben centrarse exclusivamente en el individuo o en el entorno. Se favorecen soluciones tendientes a crear entornos Alba Zambrano - Héctor Berroeta 32 que permitan a los sujetos desarrollar habilidades que le hagan poseedores del control de sus propios recursos, promoviendo el relativismo cultural y la diversidad. La acción comunitaria dirigida a la promoción del desarrollo posee una gran complejidad y requiere una serie de actitudes, destrezas y conductas en los profesionales para superar relaciones de dependencia y dominación. Las prácticas sociales de los profe- sionales se derivan de sus propios paradigmas sobre la naturaleza de los problemas sociales, su visión de mundo, los valores que les guían, los enfoques y herramientas técnicas de las que disponen. Sumamos a ello las experiencias de vida, las formaciones profe- sionales y las lógicas institucionales a las que a menudo deben acoplarse. Un profesional de la acción comunitaria, dependiendo de esa multiplicidad de elementos, podría constituirse en un refe- rente cultural que potencia, provoca y facilita procesos de cambios o, por el contrario, puede mantener las lógicas de dependencia y minusvalía de las personas con las que trabaja favoreciendo el status quo (Duhart, 2005; Zambrano, 2007). Referencias Alfaro, J. (2007). Tensiones y diversidad en nociones básicas de la Psicología comunitaria, en A. Zambrano, G. Rozas, I. Magaña, y Asún, D., Psicología comunitaria en Chile: evolución, perspec- tivas y proyecciones. Santiago de Chile: RIL Editores. 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Esclarecen relaciones nsospechadas» (Geller, 2009)3 «Se trata de colocarse en las intersecciones, en los lugares donde los sujetos pueden hablar y actuar, transformarse y ser transformados. Convertir los condicionamientos en oportunidades para ejercer la ciudadanía» (García Canclini, 2004: 166) Introducción La comunidad y lo comunitario están de moda. Hay comuni- dades locales, de vecinos, de pescadores, económicas, políticas, de práctica, religiosas, de aprendizaje, urbanas, científicas y un largo etcétera. Se pueden encontrar también comunidades físicas, virtuales, simbólicas e imaginarias y el término comunidad puede aplicarse, por último, a colectivos de personas muy variados en lo que se refiere al número de integrantes. Igual se usa, por ejemplo, para la comunidad de habla hispana, que para la comunidad de vecinos de un edificio de cuatro plantas o para la comunidad europea. La versatilidad y la polisemia del término hacen que la comunidad se halle presente de maneras muy diversas la co- tidianeidad de nuestras vidas. 2 Profesor en Dpto. Pedagogia Sistemàtica i Social, Universitat Autònoma de Barcelona; Codirector desde el año 2006 de la colección «Acción comunitaria y socioeducativa» de la editorial Graó; Vicepresidente de la «Sociedad Iberoamericana de Pedagogía Social (SIPS); Presidente de «Coordinadora per a l’Animació Sociocultural de Catalunya» (CASC. CAT); e-Mail: xavier.Ucar@uab.es. 3 Tomado de Amiguet, Ll. (2009) «Entrevista a Margaret Geller». «La contra» en La Vanguardia. 7 de Julio. Xavier Úcar 38 A pesar de lo anterior, no puede decirse que la acción comu- nitaria sea algo novedoso. Hace casi un siglo se empezó a hablar de la acción o el trabajo en la comunidad y, concretamente en España, llevamos más de cincuenta años desarrollando acciones comunitarias de muy diverso tipo. Ha sido en estos últimos años, sin embargo, cuando las acciones comunitarias han experimen- tado un importante auge. El desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, que han posibilitado la denomi- nada sociedad del conocimiento y los procesos de globalización, tiene probablemente mucho que ver con ello. se puede entender la comunidad en sociedades tan complejas comunidad y de acción comunitaria en sociedades tan mar- comunidad o, por el contrario, solamente tiene sentido hablara intentar dar respuesta en las páginas que siguen. Todas ellas se centran en el objetivo general que persigue este artículo, que es el de presentar una síntesis de un enfoque integrado de la acción comunitaria. Es la teoría que denominamos la comunidad como elección. Para cumplir este objetivo hemos estructurado nuestro trabajo de la siguiente manera: En el primer punto se analiza la emergencia de lo comunitario en relación con toda una serie de fenómenos de nuevo cuño, que han ido haciendo su aparición a lo largo de las últimas décadas. En el segundo se plantea la variedad de términos, conceptos y me- todologías que pueden ser integrados bajo el paraguas protector de la acción comunitaria, y asimismo se muestra la versatilidad y polisemia de un concepto tan borroso e impreciso como el de comunidad. Es precisamente esta borrosidad la que nos lleva a elaborar, en el tercer punto, un anclaje para dicho concepto: la comunidad no es; la comunidad se elige. Esta es la idea sobre la cual se construye todo el edificio teórico que se va a presentar en los siguientes puntos. Finalizamos este trabajo con un apunte metodológico a modo de conclusión. La comunidad como elección 39 La emergencia de lo comunitario Estos últimos años han visto un renacimiento de lo comunitario. Se habla de una vuelta a la comunidad y, a menudo, esta es presentada como el antídoto para buena parte de los «males» que sufre nuestro mundo moderno. Lo más simple sería pensar que esta refundación de lo comunitario es una reacción frente a fuerzas globalizadoras que amenazan con uniformizar u ho- mogeneizar el planeta. Y, sin duda, esto es así pero es solo la punta del iceberg. En sociedades tan complejas y cambiantes como las nues- tras, nunca existe una única razón como factor explicativo de los cambios que acontecen. Cualquier suceso suele ser más bien el resultado de la combinación, casi siempre poco transparente, de todo un conjunto entretejido de factores. Estos son, desde mi punto de vista, algunos de los elementos que han jugado y juegan un papel importante en la emergencia actual de lo comunitario. Ellos explican, en buena medida, las formas actuales de nuestras comunidades y las diferentes maneras que tiene de encarnarse en ellas la globalización. Es un hecho que los procesos de globalización, sobre todo aquellos que se focalizan sobre lo económico, parecen querer alejar a las comunidades locales de cualquier posibilidad de autodeterminación, ya sea sea respecto del protagonismo so- cioeconómico de su propio desarrollo, como del de su misma singularidad y riqueza cultural, amenazada ahora por una su- puesta homogeneización a nivel planetario. Forrester (2001) ha visibilizado y denunciado la estrategia de la globalización eco- nómica al presentarse como una opción única, sin alternativas de acción posibles. Estrategia que también ponen de manifiesto, en el ámbito sociocultural, la tesis de la convergencia u homo- geneización cultural y el denominado pensamiento único. Lo propio de las dominaciones –apunta Touraine– es presentarse como naturales y, por lo tanto, no impuestas (2005:106). La emergencia de comunidades locales que esgrimen con fuerza la singularidad y diversidad de sus propias culturas podría ser una respuesta a las presiones de la globalización. Xavier Úcar 40 Hay que hacer referencia también a los procesos de indivi- dualización que, progresiva e inexorablemente, han ido recon- figurando la morfología de las sociedades actuales, sobre todo la de las del llamado primer mundo. Numerosos cambios en la organización social, en las relaciones de pareja, en la constitución de la familia y en los procesos de socialización, entre muchos otros, han ido produciendo, a lo largo de la última mitad del siglo pasado, una atomización social (Ibañez, 1985) que nos ha llevado a una sociedad marcadamente individualista. Esta orientación de la evolución social hacia la individualiza- ción está suponiendo cambios muy importantes en las relaciones sociales y en las formas como aquellas se producen. Abundan, en este sentido, caracterizaciones actuales de la realidad de nuestras sociedades desarrolladas que destacan y enfatizan las situaciones de fragmentación, de desafiliación y de exclusión social como resultado, entre otras cosas, de una transformación, retraimiento y desarticulación de lo comunitario. Frente a estos planteamientos habría que apuntar que lo que se globaliza son tanto los problemas como las soluciones que se les están dando (Requena, 2008), análisis que traen a colación las ambigüedades y los claroscuros manifiestados en los procesos globalizadores. También, en este caso, la vuelta a lo comunitario podría ser interpretada como una respuesta a las situaciones o problemas derivados de los citados cambios en las relaciones sociales. El auge actual de la acción comunitaria podría responder, asimismo, a la transformación operada, a lo largo del último medio siglo, en las políticas sociales; fruto, entre otros factores, del impacto de la implantación de la democracia. El concepto de acción comunitaria toma relevancia en un marco cambiante y móvil al que nuestras sociedades intentan responder a través de nuevas formas organizativas y modelos actualizados de gobierno. Los nuevos modelos de gobierno en red –la llamada gobernance o gobernanza–, las políticas de proximidad y la ampliación de los actores participantes, tanto en la toma de decisiones políticas como en la propia acción, sin duda actúan a favor de la reconstrucción o reforzamiento de los vínculos y las relaciones dentro de las comunidades. La comunidad como elección 41 Estas nuevas formas reticulares de gobierno se orientan hacia el denominado Estado social relacional (Donati, 2004). En el marco de este modelo, el bienestar se busca y se construye conjuntamente entre todos los agentes sociales. El bienestar es responsabilidad de toda la sociedad y no solamente del Estado, que ejerce, en este modelo de organización social y de gobierno, como coordinador y regulador de las relaciones que se producen entre todos los agentes sociales. Esta fórmula mixta del Estado junto con los diversos agentes sociales, parece ser la que mayo- res probabilidades manifiesta de éxito futuro como sistema de bienestar (Requena, 2008). La acción comunitaria y las diferentes estrategias metodológicas que la integran –como, entre otras, la animación sociocultural y el desarrollo comunitario–, pueden desarrollar un importante papel, tanto pedagógico como instru- mental, en la potenciación, facilitación, configuración, desarrollo y mantenimiento de estas nuevas dinámicas sociopolíticas (Úcar, 2008). Se puede decir que, en la actualidad, lo comunitario es un recurso para la política pero es, también, un recurso político al servicio de la ciudadanía. Hasta la llegada de Internet, la gran mayoría de conceptua- lizaciones y caracterizaciones elaboradas acerca de la comuni- dad hacían referencia, de una u otra manera, al territorio, a los vínculos y a la proximidad. Hoy el concepto de proximidad ha ampliado de manera extraordinaria su sentido y significado, al dejar de estar ligado exclusivamente al territorio físico. Pensar en comunidades, en el marco de la globalización y de la sociedad de la información que la sustenta, supone efec- tivamente seguir hablando de vínculos, pero ya no es posible caracterizar ni el territorio ni la proximidad en la forma en que se había hecho tradicionalmente. Las nuevas geografías de la comunidad abarcan territorios físicos y virtuales: el ciberespacio ha ampliado y transformado radical y extraordinariamente el sentido, el concepto y la configuración de la comunidad. Ya no resulta suficientemente preciso aludir en singular a la comunidad de referencia de las personas. En el marco de la globalización, las comunidades y las sociedades son –o pueden ser– multicul- turales, multiétnicas y desterritorializadas, y la idiosincrasia de KevinGamboa Resaltado Xavier Úcar 42 las personas que las habitan se define, cada vez con más fuerza, por nexos físicos y virtuales de multiafiliación. Todos estos y muchos otros factores perfilan una actualidad en la que existe una diversidad extraordinaria de comunidades y de formas de pertenecer, estar, colaborar, participar o ser de una comunidad. Es evidente que no podemos pensar las comunidades como se pensaban antes de la llegada de la globalización. Si algo han demostrado los últimos años es que resulta muy difícil, por no decir imposible, estar al margen de los cambios inducidos por aquellos procesos. Y, como han afirmado numerosos autores, no se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización (Bauman, 2001) ya que esta es un proceso objetivo y no una ideología (Castells, 2001). La Acción Comunitaria y la Comunidad Hay que comenzar diciendo que no existe unanimidad –ni entre los académicos ni entre los prácticos– con respecto al concepto o a la terminología más apropiada para recoger el amplio y hete- rogéneo abanico de situaciones, ideas, metodologías, prácticas y experiencias que hemos decidido denominar acción comunitaria. La acción comunitaria nace de la simbiosis entre dos con- ceptos muy ricos y profundos en significaciones y sentidos: acción y comunidad. Fruto de esta conjunción entretejida, la acción comunitaria es, en primer lugar, un crisol diversificado de enfoques, perspectivas y contenidos y, en segundo término, un cruce o un punto de encuentro de diferentes teorías, prácticas y tradiciones, tanto disciplinarias como profesionales. Más allá de toda la terminología usada, entendemos e interpretamos la acción comunitaria como un marco conceptual amplio, polisé- mico y diversificado en el que caben disciplinas y prácticas muy variadas. La acción comunitaria, tal y como la vamos a plantear en estas páginas, es el terreno de todos porque no es, en realidad, el terreno exclusivo de nadie. La elección del término acción comunitaria obedece al hecho de que permite caracterizar con mayor precisión que otros una multiplicidad de situaciones y actuaciones sociales que pueden resultar extraordinariamente diversas, heterogéneas y complejas. La comunidad como elección 43 Situaciones y actuaciones que, entre muchos otros elementos, se refieren a espacios y territorios, a profesiones y profesionales, a términos y conceptos, a ámbitos y a disciplinas; a proyectos, actividades e intervenciones; a individuos, grupos y colectivida- des; a asociaciones, entidades y organizaciones; y, por último, a estrategias, técnicas y metodologías. Todos estos elementos se articulan de manera compleja, y a menudo no demasiado transparente, en el marco de ese constructo borroso que deno- minamos comunidad. El término acción comunitaria puede ser caracterizado como una especie de patronímico que identifica a una familia muy numerosa4. En la literatura académica anglosajona, se usa una miríada de términos que se refieren tanto a ámbitos disciplinares como a conceptos, a metodologías y a prácticas. Algunos han sido y son de largo recorrido. El ejemplo más claro es el de Commu- nity development; quizá el más ampliamente citado y recurrido. Se reproducen, a continuación, algunos de los que son usa- dos con mayor frecuencia por los autores: Community organi- zing; Community Capacity Building; Community engagement; Community building; Community governance; Assets based community development; Civic engagement; Social planning; Participatory rural appraisal; Rapid participatory rural appraisal; Community care; Community-based development initiatives; Community empowerment; Community participation; Virtual communities; Communities of practice. La bibliografía académica de habla hispana, lusa y francófo- na ha optado, por su parte, por utilizar conceptos como acción comunitaria; intervención comunitaria; desarrollo local; anima- ción comunitaria; animation profesionelle; recreología; ocio y tiempo libre; lazer; animación cultural; intervención reticular o en red; dinamización comunitaria; comunidades de aprendizaje; organización y planificación de la comunidad; desarrollo comu- nitario; y, por último, animación sociocultural5. 4 Aunque hay autores que lo consideran como un modelo o una perspectiva específica; por ejemplo, Bullen, 1997. 5 Hemos hecho un análisis detallado de buena parte de estos términos y conceptos en Úcar/Llena, 2006 y en Llena/Parcerisa/Úcar, 2009. Xavier Úcar 44 Es cierto que no todos estos conceptos y metodologías se refieren o se focalizan exactamente en lo mismo, pero tienen en común que se refieren a acciones desarrolladas en la comunidad, que asignan un papel –en función de cada concepto, en mayor o menor medida– protagónico a los miembros de dicha comunidad y que todos se dirigen, por un medio u otro, a la mejora de la calidad de vida comunitaria. El concepto de comunidad es extremadamente complejo, tanto por la versatilidad de uso que manifiesta como por su polisemia . Es un concepto cuyos sentidos y significados han ido ampliándose y evolucionando a lo largo del tiempo. A veces ha sido esencialmente vinculado con el territorio; otras, con las relaciones interpersonales, de parentesco o afectividad; otras, con el sentido de pertenencia o con el de identidad compartida; otras con el tamaño del grupo de personas implicadas; y en muchos otros casos, ha sido relacionado con más de uno de estos u otros criterios6. Hay que apuntar, por otra parte, que muy tempranamente el uso del término comunidad fue ligado con la esperanza y el deseo de recuperar la cercanía, la afectividad y la harmonía de los vínculos vagamente atribuidos a las comunidades de tiempos pasados (Elias, 1974)7 (2008) cuando caracteriza la comunidad como un concepto nor- mativo; esto es, asociado a un determinado tipo de evocaciones; en este caso, a «sentimientos cálidos del pueblo trabajando unido por el bien común». Hay autores, por último, que advierten de los peligros de esta visión platónica de la comunidad al apuntar que no puede ser entendida como una recuperación de las –su- puestamente idílicas– comunidades existentes antes de la era de la individualización ni tampoco, en consecuencia, como el remedio ideal para las situaciones de fragmentación social, de exclusión y desafiliación de nuestra sociedad (Bauman, 2003). 6 Podemos hacernos una idea de la dificultad del concepto señalando que en 1964, y después de analizar la literatura académica de los 50 años anteriores, Hillery recopiló varios cientos de significados que eran atribuidos a este término (Craig, 2005). 7 Opus. cit. en: Smith, M. K. (2001). La comunidad como elección 45 Esta polémica alrededor del concepto de comunidad se ge- nera, entre otras cosas, porque tiene al menos dos dimensiones interconectadas, la racional y la emocional. Y si la primera puede hacer referencia a números, límites o ubicaciones, la segunda lo hace a sentimientos, afectos, conexiones y pertenencias. Hay casos en los que ambas dimensiones pueden ir armonizadas, pero en otros pueden entrar en conflicto. Todos los autores coinciden en el significado atribuido a la raíz del término comunidad, que supone compartir; tener o poner en común, pero hay numerosas discrepancias en lo que se refiere al qué; al quiénes; al cuándo; al cómo; al porqué; al dónde; y al para qué compartir. El término comunidad es un sujeto con entidad propia que define y caracteriza a un grupo humano, pero es también un calificativo que puede acompañar, con las connotaciones correspondientes, muchos otros nombres. Se puede hablar de desarrollo, empoderamiento, relaciones, intervención, anima- ción, implicación, participación y un largo etcétera; todas ellas, connotaciones comunitarias sentido, que el concepto de comunidad es algo más que un nom- bre o un adjetivo y que es posible pensarlo como un verbo, dado que constituye tanto un proceso como un producto. Aunque, en tanto que proceso–añade–, sería mejor no usar el concepto de comunidad sino el de community-building, que podríamos traducir como «construyendo comunidad». La Comunidad como elección No parece que, en este marco, tenga demasiado sentido interro- garse sobre lo que pueda ser, genéricamente considerada, una comunidad. Desde nuestro punto de vista, ni existe una comu- nidad modelo o modélica a imitar –o a partir de la cual recons- truirse–, ni existe tampoco una definición correcta de comunidad que sea universalmente válida. El término comunidad denota y connota sentimientos y significados diferentes en función de las características concretas de las personas que lo usan y, también, en función del marco concreto de aplicación. Las resonancias que puede evocar dicho concepto serán tal vez muy diferentes si Xavier Úcar 46 se les pregunta por ellas a un «espalda mojada» recién llegado a EEUU, a una mujer andaluza que emigró a Cataluña en la dé- cada de los 60, a un australiano de 5ª generación, a un indígena guatemalteco o a un nacionalista kurdo. Por eso, frente a un proceso o un proyecto de acción co- munitaria, me parece más pertinente tomar un enfoque y un posicionamiento pragmático. Lo que me interesa saber, más allá de lo que pueda ser o no una comunidad, es cuáles son las carac- terísticas concretas de la comunidad con la que voy a trabajar. O si las personas que la integran se consideran una comunidad, o ¿qué significados o implicaciones tiene para ellas el hecho de ser las voces representadas o hay algunas que no han sido incluidas realmente importantes para la acción comunitaria. Creo que en un mundo globalizado, en el que los individuos han dejado, o están dejando de ser o de configurar una masa para ser personas, una comunidad no puede tener otro sentido que el de un grupo de personas que se sienten, se manifiestan y se consideran comunidad. En un mundo de individuos –y me refiero particularmente a las personas adultas– la comunidad solo puede ser algo elegido. Todo lo demás pueden ser divisiones políticas o administrativas, conglomerados o agregados de personas, pero no tienen por qué ser una comunidad. Dos barrios contiguos que tradicional e históricamente hayan tenido funcionamientos separados, e incluso asociaciones de vecinos separadas, no se convierten en una comunidad porque la Administración co- rrespondiente así lo decida y considere. Como posteriormente planteamos de manera más concreta, tomar conciencia de ser una comunidad y elegir ser una comunidad es un prerrequisito ineludible en el desarrollo de acciones comunitarias. La perspectiva de la comunidad como elección es, desde mi punto de vista, una de las respuestas a la ecuación imposible planteada por Bauman en relación con la comunidad. Perder comunidad –señala este autor– significa perder seguridad; ganar La comunidad como elección 47 comunidad, si es que se gana, pronto significaría perder libertad (2003:11). El conflicto generado entre la seguridad y la libertad solo puede ser realmente asumido como una tensión dinámica, creativa y generadora, si la comunidad –el constituirse, identi- ficarse y sentirse comunidad– es consciente y responsablemente elegida; si se puede hablar del ser comunidad . La comunidad es, en este caso, una comunidad consciente de serlo. Hay que apuntar, sin embargo, que la comunidad como elección (al igual que la democracia) no puede ser nunca un destino sino que ha de ser, en todos los casos, una construcción colectiva y cotidia- namente sostenida. No podemos elegir la comunidad en la que nacemos. La co- munidad como elección no implica que la persona elija vivir en la comunidad que a le gustaría. Un planteamiento así resultaría absurdo, pues supone que las personas ponen en juego todos sus recursos y posibilidades para adquirir o tener acceso a todos aque- llos recursos y posibilidades –que les puedan ayudar a transformar la comunidad en la que viven en aquella en que les gustaría vivir o en aquella en la que piensan que podría llegar a transformarse–. La perspectiva de la comunidad como elección requiere de acción, actividad y, sobre todo, mantener actitudes de alerta y de lucha para conseguir cada día que la comunidad en la que vivimos sea aquella en la que queremos seguir viviendo. Dahrendorf (2005) señala que la actividad es el primer paso de cualquier política de libertad, entendiendo que esta no puede buscar otra cosa que un aumento de las oportunidades para las personas. En definitiva, de lo que se trata es de lograr que las comu- nidades y las personas concretas que las componen, abandonen posiciones o posturas de aceptación acrítica o de resignación respecto de su situación vital individual y comunitaria. Se trata de ayudarlas o de acompañarlas en el proceso de toma de conciencia tanto de la realidad que viven como de la que desearían vivir y, sobre todo, de que dicha concienciación les haga poner en marcha acciones que les ayuden a transitar de la primera a la segunda. Heller, desde mi punto de vista, concreta muy bien esta idea cuando plantea que hemos de convertir nuestra contin- gencia en destino: Xavier Úcar 48 «La modernidad occidental es nuestra contingencia. En vez de destruirla podemos transformarla en nuestro destino. (...) Un individuo ha transformado su contingencia en desti- no si ha llegado a tener conciencia de que ha conseguido [o está en camino de conseguir] lo mejor de sus prácticamente infinitas posibilidades. Una sociedad [o una comunidad] ha transformado su contingencia en destino si los miembros de esta sociedad llegan a [o están en camino de] tener conciencia de que no les gustaría vivir en otro lugar o en otra época que aquí y ahora (1991:57)»8. Únicamente siendo el protagonista (el rector) de la pro- pia historia, se puede aceptar y configurar la realidad que se vive como la mejor entre todas las posibles. El protagonismo individual y colectivo en el desarrollo de acciones y proyectos comunitarios, es el que puede posibilitar ir consiguiendo, poco a poco, una mejora que sea significativa en la calidad de vida de las personas y las comunidades. Cembranos y otros (1988) dicen que uno de los objetivos de la animación sociocultural9 es el de conseguir desarrollar la inteligencia social o, lo que es igual, constituir colectivos y comunidades con capacidad para dar una respuesta inteligente a los problemas que se les presentan. Habría que ampliar el concepto hablando de inteligencia so- ciocultural, puesto que la cultura dota de sentido y contenido las relaciones sociales (interpersonales) que posibilitan los procesos de animación sociocultural. Una respuesta inteligente se debe elaborar a partir de las sinergias establecidas entre las personas que integran aquella comunidad. Esto significa que es atribuible a lo que, en el próximo apartado, vamos a caracterizar como ser comunidad y que no es reducible, por lo tanto, a personas concretas ni a agregados de personas. Es, en este sentido, un producto o un resultado colectivo, comunitario. 8 Lo que hay entre paréntesis es mío. 9 Como ya se ha apuntado, entiendo que la animación sociocultural es una estrategia o una metodología concreta de acción comunitaria. Para ampliar, ver Úcar/Llena, 2006. La comunidad como elección 49 Fundamentos Teóricos: Touraine, Freire, Rappaport La perspectiva que hemos presentado de la comunidad como algo elegido y construido, nos lleva a entrar más profundamen- te en ella para saber cómo se constituye, cómo se sostiene y cómo se actualiza. Para ello se van a vincular tres constructos teórico–prácticos: el sujeto de Touraine, la concientización de Freire y el empoderamiento de Rappaport, Zimmerman y otros. Estos tres esquemas constituyen los cimientos sobre los cuales vamos a levantar un edificio teórico que nos ayude a comprender cómo podemos orientar, facilitar y acompañar los procesos de acción comunitaria. a. El sujeto de Touraine: La comunidad es un sujeto colectivo.