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Zambrano Berroeta - Teoría y práctica de la acción comunitaria - Aporters desde la psicología comunitaria-RIL (2012)

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Alba Zambrano - Héctor Berroeta 
(Comps.)
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA 
ACCIÓN COMUNITARIA
Aportes desde la psicología comunitaria
Teoría y práctica de la acción comunitaria
RIL editores
bibliodiversidad
Alba Zambrano Constanzo
Héctor Berroeta Torres
(Comps.)
Teoría y práctica de la 
acción comunitaria
Aportes desde la psicología comunitaria
307.098 Zambrano, Alba et al.
Z Teoría y práctica de la acción comunitaria / 
Compilación: Alba Zambrano y Héctor Berroe-
ta. -- Santiago : RIL editores, 2012.
 420 p. ; 21 cm.
 ISBN: 978-956-284-879-4
 1 psicología comunitaria-chile. 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
Primera edición: junio de 2012
© Alba Zambrano - Héctor Berroeta, comps., 2012
© RIL® editores, 2012
Los Leones 2258
7511055 Providencia
Santiago de Chile
Tel. (56-2) 2238100
Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores
Printed in Chile 
ISBN 978-956-284-879-4
Derechos reservados.
Índice 
Presentación ........................................................................ 11
Acción comunitaria y psicología comunitaria, 
apuntes iniciales .................................................................. 23
Capítulo 1
Desarrollos metodológicos y técnicos 
en el campo de la acción comunitaria.......................... 35
La comunidad como elección: teoría y práctica 
de la acción comunitaria
Xavier Úcar ........................................................................... 37
Psicología comunitaria. Niveles múltiples en los 
procesos de intervención comunitaria
Antonio Ismael Lapalma ......................................................... 73
Investigación, acción, opciones personales y 
condicionamientos metodológicos y sociales. 
Consideraciones al hilo de una 
experiencia comunitaria
Alipio Sánchez Vidal ............................................................... 95
Estrategias participativas y conjuntos de acción. 
Más allá de los dilemas y de las microrredes
María Dolores Hernández y Tomás R. Villasante ....................... 129
La transversalidad del componente de aprendizaje 
en los modelos de evaluación orientados al 
proceso de implementación
Rodrigo Quiroz .................................................................... 163
Las perspectivas biográficas en psicología comunitaria chilena
María Isabel Reyes Espejo, María Teresa Ramírez 
Corvera, Jorge Castillo Sepúlveda .................................................. 189
Coordenadas para una cartografía de la acción 
socioprofesional de la psicología comunitaria en Chile
Héctor Berroeta Torres .......................................................... 219
Capítulo 2
Sistematización de experiencias en el campo 
de la acción comunitaria ............................................ 255
El refortalecimiento como una herramienta de 
trabajo comunitario: reflexiones desde la comunidad
Carlos Vázquez Rivera, Aracelis Escabí Montalvo, 
Sylmarie Quiñones Sureda, Wanda Pacheco Bou ...................... 257
Algunas reflexiones teórico-metodológicas sobre la intervención 
social desde el trabajo con comunidades lafkenche
Rodrigo Navarrete Saavedra.................................................... 277
Participación artística comunitaria: el arte 
como herramienta de desarrollo social
Catalina Cabrera, Enrico Cioffi, 
Rodrigo Novoa, Claudia Silva ...................................................... 307
Hacia un modelo de diagnóstico participativo
Paola Dinamarca Gahona, Miguel Suárez Olivares ..................... 321
Creación, captura y distribución de valor sociocultural 
y económico en comunidades indígenas para la 
construcción de negocios ecoturísticos. El caso del parque 
Oscar Gabriel Vivallo Urra ..................................................... 339
Hacia una estrategia territorial de prevención comunitaria
de la drogodependencia: la experiencia del programa 
conace-previene padre las casas
Alba Zambrano, Marina Vargas, Iván Neira yLucía Pérez. ............ 373
Reflexiones en torno al proceso de sistematización de 
experiencias: alcances y encrucijadas de la producción 
de conocimiento desde los equipos de trabajo
Guillermo Fernández, Eduardo Guesalaga, Domingo Asún ........... 399
11
Presentación
Este libro es un proyecto desarrollado en el marco de un 
conjunto de iniciativas de la Red de Formación e Investigación en 
Psicología Comunitaria, y responde al desafío surgido al publicar 
el libro Psicología Comunitaria en Chile. Allí, Alipio Sánchez 
Vidal, al analizar el estado actual de la Psicología Comunitaria 
en Chile, destacaba la necesidad de avanzar en la sistematización 
y difusión de experiencias concretas de intervención que permi-
tieran efectuar una reflexión profunda acerca de la dimensión 
metodológica y técnica de la acción comunitaria de corte psico-
social en el país.
El interés en este volumen es poner en diálogo perspectivas 
acerca de la acción comunitaria desde diferentes profesiones y 
disciplinas. Particularmente interesa valorar los puntos de en-
cuentros y aquellas cuestiones que permiten identificar el aporte 
que la Psicología Comunitaria realiza o puede realizar en el vasto 
campo de la acción comunitaria. 
Como bien reconocen Llena y Úcar (2008), la acción comuni-
taria constituye un marco conceptual amplio, polisémico y diver-
sificado en el que convergen disciplinas y prácticas muy variadas. 
Dos cuestiones serían fundamentales en la acción comunitaria: 
trabajar con la comunidad y hacer que esta sea protagonista de 
sus propias transformaciones. Como Richard Gomá plantea, 
«La acción comunitaria adquiere sentido cuando se desarrolla 
a partir de un colectivo humano que comparte un espacio y una 
conciencia de pertenencia, que genera procesos de vinculación 
y apoyo mutuo, y que activa voluntades de protagonismo en la 
mejora de su propia realidad» (2008, s/p). Así, implica, persigue 
y busca la activación de las relaciones sociales para conseguir 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
12
transformaciones en las condiciones de vida materiales y rela-
cionales de las personas. 
Por su parte, la psicología comunitaria se declara una disci-
plina que, a partir de la acción sobre factores psicosociales, busca 
«desarrollar, fomentar y mantener el control y poder que los 
individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y social 
para solucionar problemas que los aquejan y lograr cambios en 
esos ambientes y en la estructura social» (Montero, 1984, p.390). 
Lo anterior implica atender los procesos y variables vin-
culadas con el desarrollo de la comunidad (sentimiento de 
comunidad, identidad social, participación, empoderamiento, 
entre otros) tomando como uno de sus ejes centrales de estudio 
la constitución y fortalecimiento de las organizaciones. Supone, 
provoca y genera cambios en las relaciones humanas y esos cam-
bios buscan incidir de manera directa en la distribución del poder. 
Desde el ideal, se pretende desarrollar un ejercicio liberador; 
de desarrollo de una conciencia política y de promoción de estra-
tegias participativas para el ejercicio de una ciudadanía activa.
A partir de lo antes expuesto, se hace evidente que la ac-
ción comunitaria y el quehacer de la psicología comunitaria 
son campos de ejercicio interdisciplinario que se sobreponen. 
Las acciones concretas que los profesionales realizan en uno u 
otro campo, son coincidentes y se nutren de los mismos prin-
cipios de trabajo: respeto por el otro, autonomía, confianza y 
participación. Sin embargo, desde el sentido de la acción, esta 
coincidencia no es completa. La acción comunitaria concibe 
la transformación social de un modo más restrictivo que la 
psicología comunitaria, aun cuando, como ya sabemos, nuestra 
disciplina presenta una importante dificultad al momento de 
conciliar sus principios con su acción1. 
La diversidad de la psicología comunitaria al momento de 
implementar su quehacer, y la creciente dependencia gubernamen-
tal en que se desarrolla la intervención social en Sudamérica, nos 
han hechoobservar con curiosidad el protagonismo que la acción 
comunitaria ha alcanzado en las estrategias de acción a nivel de 
1 Ver en este volumen el texto «Coordenadas para una cartografía de la 
acción socioprofesional de la psicología comunitaria en Chile». 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
13
los gobiernos locales en España y en algunas experiencias de salud 
mental en Norteamérica. Creemos que es interesante conocer el 
modo en que esta perspectiva actúa y contrastar su quehacer con 
las acciones que se emprenden en este lado del mundo. 
Es por ello que en este texto hemos querido centrarnos en el 
ámbito de la práctica, orientando este volumen al análisis de las 
metodologías implementadas al alero de ambos campos, identi-
ficando sus potenciales aportes y dificultades en el contexto de la 
política social y los procesos de desarrollo humano, impulsados 
desde diversos sectores de la ciudadanía.
Este libro intenta hacer una revisión de recursos y orien-
taciones metodológicas y técnicas asociadas a la intervención 
comunitaria, analizando su potencialidad y aportes en las estra-
tegias para el desarrollo con componente comunitario. Se busca 
un análisis de las perspectivas metodológicas y técnicas ligadas 
con las diversas formas de hacer, estableciendo relaciones con 
los modelos e influencias teóricas que los sustentan.
En esta misma dirección, hemos querido explorar las 
tensiones, proyecciones y desafíos metodológicos que se ge-
neran en el campo de la intervención comunitaria en Chile. 
Con ello buscamos problematizar y colocar en perspectiva los 
requerimientos metodológicos que los procesos de desarrollo 
comunitario requieren, en las condiciones que ofrece hoy día 
la institucionalidad en el país.
Para dar cuenta de esta intencionalidad, hemos organi-
zado este volumen en dos partes. La primera es una sección 
de carácter analítico, en donde un conjunto de destacados y 
nobeles autores de diversas disciplinas analizan distintos tópi-
cos asociados a los desarrollos metodológicos y técnicos en el 
campo de la acción comunitaria, evaluando en algunos casos 
su aplicabilidad en la intervención psicosocial comunitaria, y 
en otros directamente cuestionándolos. 
En una segunda sección, se presentan experiencias con-
cretas de intervención comunitaria que destacan por sus in-
novaciones metodológicas, por las técnicas utilizadas o por 
los ámbitos en que se aplican, así como por los aprendizajes 
y reflexiones que proponen.
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
14
Hasta aquí lo que nos propusimos cuando iniciamos la 
empresa de editar este libro y que creemos hemos logrado con 
los aportes individuales de cada autor y autora, a quienes, por 
cierto, agradecemos enormemente el esfuerzo de respetar estas 
coordenadas de escritura.
Sin embargo, el texto final que es este libro sobrepasa con 
creces nuestras intenciones iniciales. El resultado global de este 
volumen es curioso, pues se despliega en una constante tensión 
entre los elementos que en los párrafos iniciales de esta presen-
tación enunciábamos. Por un lado, bosqueja los contornos de la 
acción comunitaria y por el otro, difumina e interroga los límites 
de la psicología comunitaria; a la vez que interroga y cuestiona 
la pertinencia de la dependencia gubernamental de la acción. Es 
decir, una profunda y dinámica reflexión sobre el estado actual 
del quehacer comunitario. 
Como señalábamos, esto no es merito ni intención de los 
editores, sino el resultado espontáneo que emerge cuando a un 
grupo de académicos y profesionales se les invita a escribir sobre 
la práctica en intervención comunitaria.
Como una forma de motivar esta lectura global, a continua-
ción comentaremos las particularidades de cada artículo y las 
reflexiones que nos despiertan.
En el texto La comunidad como elección: teoría y 
práctica de la acción comunitaria, Xavier Úcar parte des-
cribiendo las transformaciones contemporáneas que sitúan la 
reflexión y revalorización de la comunidad; nos instruye sobre 
las posibilidades que esta tiene de mediar en las presiones globa-
lizadoras y en los procesos de individuación y, particularmente, 
en el papel que juega en el nuevo escenario de un sistema de 
bienestar erosionado, donde lo comunitario se instituye como 
un recurso tanto de la política como de la propia ciudadanía.
Una vez situado el contexto, nos propone la Acción Comu-
nitaria como el marco conceptual amplio, polisémico y diversifi-
cado en el que caben distintas prácticas y disciplinas que tienen 
como centro a la comunidad. Una invitación que reconoce, como 
él mismo apunta, la borrosidad del término comunidad y opta por 
una posición de parsimonia y sentido: La comunidad se define 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
15
por la elección de sus propios miembros; afirmación tras la cual 
despliega una minuciosa teoría de la comunidad como elección, 
un profundo trasfondo conceptual en el que hace dialogar las 
nociones de Sujeto, Concientización y Empoderamiento, en 
una estructura compleja pero armónica sobre la cual edifica su 
propuesta para un proceso de acción comunitaria.
El artículo «Psicología comunitaria. Niveles múltiples 
en los procesos de intervención comunitaria» de Antonio La-
palma, es un texto que nos aporta una doble lectura, ya que en 
la superficie de lo escrito nos ofrece una acabada propuesta de 
intervención comunitaria, mientras que entre líneas nos invita 
a una aguda reflexión en torno de los límites y principios de la 
psicología comunitaria; contenidos que dialogan y bosquejan la 
postura del autor.
Lapalma, en un primer nivel, nos plantea la necesidad de 
identificar la trama vincular del campo de intervención, lo que 
él denomina la Tríada Vincular, formada por la población, los 
equipos de facilitación externos y el proyecto. A partir de este 
conjunto de dimensiones despliega su propuesta de un Cambio 
Social Planificado, proceso en el que sugiere estrategias de diag-
nóstico participativo, de planificación, de negociación y de reso-
lución de conflictos, de comprensión de determinados procesos 
grupales y técnicas de animación sociocultural.
En un segundo nivel, el autor nos hace un llamado de 
atención al visibilizar la complejidad que implica el definir la 
psicología comunitaria como subdisciplina o como un área de 
aplicación de la psicología social. Es una distinción profunda que 
desplaza las fronteras del quehacer y que Lapalma disipa con 
elegancia al hablar de Intervención Comunitaria, marco desde 
donde extiende y sitúa los principios centrales de la acción: la 
validación del proceso desde la propia comunidad, la construc-
ción conjunta del saber y la puesta en escena de la perspectiva 
del psicólogo comunitario. 
Esta posición resulta de especial interés, por cuanto abre 
posibilidades de acción en marcos institucionales diversos y, en 
consecuencia, se instala en el contexto de posibilidad que otorgan 
los marcos corporativos de las democracias latinoamericanas; 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
16
sin embargo, tal como el autor nos hace notar al final de su 
escrito, resulta fundamental conocer los límites y condiciones 
de generación de los modos de gestión política que facilitan o 
limitan el desarrollo de las propuestas teóricas y metodológicas 
de la psicología comunitaria.
Alipio Sánchez Vidal, en el texto «Investigación, acción, 
opciones personales y condicionamientos metodológicos 
y sociales. Consideraciones al hilo de una experiencia comu-
nitaria», nos plantea una reflexión sobre una de las tensiones 
permanentes en la psicología comunitaria, la vinculación entre la 
práctica científica y la acción comunitaria (Wandersman 2003, 
Wandersman, Kloos, Linney y Shinn, 2005). A partir de la revi-
sión de una experiencia de investigación concreta, el autor nos 
propone una reflexión sobre los procesos complejos y potencial-
mente conflictivos que enfrentan los psicólogos condicionados 
por mandatos institucionales y expectativas socioprofesionales 
que intentanarticular estas dos actividades (práctica científica 
y acción comunitaria).
La incompatibilidad de intereses y valoraciones entre 
las necesidades académicas y comunitarias, las dificultades 
relacionales y de sobrecarga de trabajo para compatibilizar 
ambos roles y las dificultades de conciliar metodológicamente 
la investigación y la intervención, son algunas de las tensiones 
que el autor identifica y analiza.
María Dolores Hernández y Tomás Villasante participan de 
esta publicación con un texto complejo, plagado de referencias 
teóricas que fundamentan el despliegue de las metodologías 
participativas que nos proponen. El texto «Estrategias parti-
cipativas y conjuntos de accion. Más allá de los dilemas y 
de las microrredes», nos ofrece una amplia descripción de proce-
dimientos para el trabajo territorial en distintos niveles u ondas; 
nos sugieren los Conjuntos de Acción y los Sociogramas como 
herramientas conceptuales y operativas para el análisis de actores 
y el reconocimiento de redes en la vida cotidiana; nos proponen 
los Tetralemas y las Devoluciones Creativas como estrategias 
para abrir los discursos y articular las posiciones; nos plantean 
la emergencia de las posiciones reversivas para enfrentar las di-
Teoría y práctica de la acción comunitaria
17
cotomías inhabilitantes; y nos sugieren los desbordes populares 
como vías de salida. Sin duda, un complejo y delicado glosario 
de términos y maniobras que buscan acercarnos al sentido de 
una propuesta que apunta a profesionales implicados y críticos 
comprometidos con la democracia participativa. 
El texto de Rodrigo Quiroga, «La transversalidad del 
componente de aprendizaje en los modelos de evaluación 
orientados al proceso de implementación», presenta una 
revisión contextualizada del desarrollo histórico de la evalua-
ción de programas, revisa los diversos modelos de evaluación 
orientados a la implementación e intervención, destacando la 
sinergia para el campo de la intervención comunitaria de los 
modelos de evaluación cualitativa, participativa, empoderante 
y, en especial, la evaluación de cuarta generación. Modelo que 
resulta particularmente atractivo y del cual el autor rescata su 
orientación hacia la autodeterminación de los actores implicados.
No obstante, el interés central del autor es analizar el va-
lor del aprendizaje en los proceso de evaluación, un aspecto 
transversal a todos los modelos, aun cuando exista un modelo 
específico orientado a esta dimensión. Nos propone tres ejes de 
análisis desde donde identificar los procesos y efectos de apren-
dizaje en los participantes: el objeto del aprendizaje, el sujeto 
del aprendizaje y el rol del evaluador.
Interesados en los procesos de co-construcción de conoci-
miento, María Isabel Reyes, María Teresa Ramírez y Jorge Cas-
tillo nos proponen en el texto «Las perspectivas biográficas 
en psicología comunitaria chilena», un análisis de las po-
sibilidades y potencialidades que los puntos de vista biográficos 
ofrecen al campo de la Psicología Comunitaria. Nos ofrecen un 
paralelo comparativo donde dan cuenta de las coincidencias 
epistémicas, ontológicas, éticas y políticas de ambas perspectivas, 
y nos proponen una doble pertinencia: desde la investigación, 
la creación de un espacio en el cual lo personal, lo social y lo 
histórico se entrecruzan, para aprehender las relaciones recípro-
cas entre individualidad y colectividad; y desde la intervención, 
la configuración de un espacio dialógico y activo, donde todos 
quienes forman parte de este espacio son considerados agentes 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
18
reflexivos, capaces de integrar su historia y de integrar la Historia. 
Posteriormente y, desde el análisis de investigaciones realizadas 
en Chile, presentan elementos empíricos que dan cuenta de la 
capacidad interventiva de esta integración.
«Coordenadas para una cartografía de la acción 
socioprofesional de la psicología comunitaria en chile», 
es el título del texto que cierra este primer capítulo de reflexión 
teórica. Héctor Berroeta Torres, en un ejercicio analítico, elabora 
una propuesta metodológica para cartografíar las acciones que 
desarrollan los profesionales en el campo de la psicología comu-
nitaria. A partir de los reportes internacionales de la acción, los 
principios teóricos y el contexto institucional en que se desarrolla 
la disciplina, define las coordenadas de un mapa conformado por 
tres ejes: Individuo/Comunidad, Mejoramiento/Transformación 
y Dependencia/ Autonomía. Ejercita este planteamiento con los 
resultados de seis investigaciones sobre las prácticas de acción 
ya publicadas, mapea las experiencias que se reportan, discute 
sus alcances y comenta la proyección que se deprende de sus 
resultados. Tras este ejercicio, concluye con una crítica al estado 
de la disciplina y a su excesiva dependencia gubernamental.
Esta propuesta es un interesante recurso para los equipos de 
trabajo. Cartografiar las propias prácticas bajo estas coordena-
das, propicia una reflexión crítica acerca de los márgenes de la 
propia agencia y las condiciones de autonomía/dependencia en 
que se realiza la acción. Este conocimiento es útil para reelabo-
rar la práctica y para luchar por contextos más favorables que 
propicien prácticas más comunitarias y más transformadoras.
Carlos Vázquez Rivera, Aracelis Escabí Montalvo, Sylma-
rie Quiñones Sureda y Wanda Pacheco Bou contribuyen a este 
segundo capítulo con el texto «El refortalecimiento como 
una herramienta de trabajo comunitario: reflexiones 
desde la comunidad». En este escrito, los autores proponen la 
noción de refortalecimiento como una herramienta para el tra-
bajo comunitario, y analizan sus particularidades en el contexto 
de una intervención comunitaria con madres y padres de niños 
y niñas con necesidades especiales en, una comunidad empo-
brecida en Puerto Rico. Nos plantean que el refortalecimiento 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
19
es un proceso que emerge desde el colectivo y el pensamiento 
en red, y que es necesario descongelar las relaciones de poder 
que se cristalizan en las instituciones si queremos deshacer los 
efectos de las políticas asistencialistas.
El artículo de Rodrigo Navarrete Saavedra, «Algunas re-
flexiones teórico-metodológicas sobre la intervención 
social desde el trabajo con comunidades lafkenche», es un 
texto provocador. Plantea, desde la experiencia con comunidades 
mapuches, una reflexión crítica sobre las condiciones de control 
y las posibilidades de agencia que emergen en la relación Política 
Social-Acción comunitaria. Nos presenta un interesante contexto 
histórico-político de la relación del estado con las comunidades 
y organizaciones mapuches Lafkenche, que nos permite com-
prender el modo en que se entiende el conflicto en el abordaje de 
la demanda indígena que hace al Estado. La política social, en 
palabras del autor, «entiende esta demanda como un problema 
social de pobreza étnica y no como un asunto de reconocimiento 
de derechos y ciudadanía diferenciada». A partir de aquí, nos 
muestra dos experiencias de trabajo con comunidades que desde 
la autonomía buscan fortalecer las relaciones comunitarias como 
estrategias de cambio social y promoción de movimientos sociales.
El artículo «Participación artística comunitaria: el arte 
como herramienta de desarrollo social», de Catalina Ca-
brera, Enrico Cioffi, Rodrigo Novoa y Claudia Silva, describe la 
metodología de acción comunitaria desarrollada por el colectivo 
Teatro de Tierra. Nos muestran cómo esta se implementa en una 
experiencia desarrollada en Tocopilla, en el norte de Chile. El 
trabajo desempeñado por esta agrupación es interdisciplinario y 
con una orientación claramente sociocultural. Usando un conjunto 
de herramientas artísticas se abocan a la conformación de sentido 
de comunidad, apropiación espacial y empoderamiento de los 
actores locales. El artículo se organiza en dos partes. En un primer 
apartado se describe secuencialmente la metodologíade trabajo, 
y en un segundo se presenta la sistematización de la experiencia.
«Hacia un modelo de diagnóstico participativo» es el 
título de la contribución de Paola Dinamarca Gahona y Miguel 
Suárez Olivares. Estos autores nos proponen una metodología 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
20
para la elaboración de diagnósticos participativos en el ámbito 
de las políticas locales, diseñada a partir de una experiencia 
de trabajo colaborativo entre la universidad y un servicio pú-
blico local, sobre la situación de los niños y adolescentes de la 
comuna de Coquimbo.
En el artículo «Creación, captura y distribución de 
valor sociocultural y económico en comunidades indí-
genas, para la construcción de negocios ecoturísticos», 
Lonquimay en Chile, Oscar Vivallo Urra nos presenta un trabajo 
que se mueve en ámbitos poco tradicionales, usando conceptos 
como modelos de negocio, espacios económicos, conservación 
de la biodiversidad y de relaciones interculturales desiguales, 
para analizar una experiencia de acción comunitaria de promo-
ción socioeconómica en una comunidad indígena con fines de 
conservación ecológica.
El artículo describe los antecedentes históricos que ante-
ceden el proyecto, los aspectos centrales de la iniciativa y los 
contenidos conceptuales que sustentan su análisis. Nos propone 
algunos criterios metodológicos a considerar en la intervención 
comunitaria en contextos interculturales, y reflexiona acerca de 
las posibilidades de mantener el éxito en un proceso de desarro-
llo sociocultural y económico en la forma de negocio, cuando 
el proceso se construye a partir del protagonismo de sistemas 
culturales diferentes.
Alba Zambrano, Marina Vargas, Iván Neira y Lucía Pérez, en 
el artículo «Hacia una estrategia territorial de prevención 
comunitaria de la drogodependencia: la experiencia del 
programa conace–previene padre las casas», comparten una 
experiencia orientada a la prevención comunitaria de la drogodepen-
dencia, consistente en una estrategia de formación de líderes comu-
nitarios en una comuna de la región de la Araucanía. Enmarcado en 
un proceso de investigación-acción, llevado a cabo conjuntamente 
por el Programa Previene de Padre Las Casas y el área comunitaria 
del departamento de Psicología de la Universidad de la Frontera, 
se implementó una escuela de lideres dirigida al desarrollo de un 
liderazgo empoderador. La iniciativa se oriento a mejorar la gestión 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
21
organizacional, la participación y la cohesión social, en la perspectiva 
de favorecer condiciones para la prevención comunitaria. De esta 
experiencia se concluye que es importante involucrar al conjunto 
de líderes que operan en un mismo territorio y conectar con otras 
acciones de dinamización comunitaria. 
«Reflexiones en torno del proceso de sistemati-
zación de experiencias: alcances y encrucijadas de la 
producción de conocimiento desde los equipos de tra-
bajo», de los autores Guillermo Fernández; Eduardo Guesalaga 
y Domingo Asún, nos muestra un trabajo de sistematización de 
experiencias con diversos equipos profesionales vinculados con 
políticas sociales de intervención psicosocial.
Como sabemos, la sistematización es una acción de pro-
ducción de conocimiento que busca comprender los complejos 
procesos que ocurren en una práctica de intervención, y permite 
a un equipo de trabajo mirar su propio quehacer con cierta 
distancia, reflexionar acerca de él, interrogarlo y organizarlo de 
acuerdo con cierto orden. Esto permite comprender su estructura 
y dinámica y, a la vez, hacerla comunicable. 
Esta herramienta, como nos muestran los autores, puesta al 
servicio de los equipos profesionales ligados con políticas socia-
les, les permitió identificar los supuestos explícitos e implícitos 
que operan en la «acción» y contrastarlos con los supuestos de 
base de los equipos. En este punto se despliegan los aspectos 
más analíticos del texto, lo que los autores llaman las «tensiones 
del trabajo social». Despliegan una interesante argumentación 
respecto de la disonancia que se produce entre los deseos de los 
equipos de trabajo y los deseos que la política pública sostiene 
en los diferentes programas y proyectos. Describen un conjunto 
de dificultades y contradicciones que se encuentran presentes 
en la implementación de estos programas, y que se derivan de 
las lógicas de dependencia institucional. Concluyen que la Siste-
matización de Experiencias es una herramienta apropiada para 
construir una praxis liberadora.
En su conjunto, estos trabajos nos invitan a reflexionar, 
cuestionar y enriquecer el quehacer de la práctica comunitaria. 
Nos proponen reconocer las tensiones entre los contextos, las 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
22
intenciones y los principios que la sustentan, así como apreciar 
sus logros y limitaciones. Esperamos que los académicos y 
profesionales que lean el libro acepten esta invitación. Somos 
optimistas, creemos que la reflexión y la acción colectiva siguen 
siendo la mejor metodología de transformación.
Referencias
Gomá, R. (2008). La acción comunitaria: transformación social y cons-
trucción de ciudadanía. Revista de Educación Social, N° 7. Dis-
ponible en: <
Úcar Miradas y diálogos en torno 
a la acción comunitaria. Graö: Barcelona
Montero, M. (1984). La psicología comunitaria: orígenes, principios 
y fundamentos teóricos. Revista Latinoamericana de Psicología, 
16(3), 387-400. 
23
Acción comunitaria y psicología 
comunitaria, apuntes iniciales
La acción comunitaria es hoy día, desde los distintos fren-
tes de la intervención social, un concepto de uso frecuente. Se 
aplica desde acciones institucionales ubicadas en un espacio que 
se ha denominado «comunidad», aunque ello se trate solo de 
prestaciones de servicios en un determinado barrio o población. 
Otro uso común corresponde al servicio brindado por ciertos 
profesionales de la intervención social «en terreno», una suerte 
de servicio a domicilio. También se incorporan prácticas con una 
visión más global e integradora de las causas de los problemas, 
el trabajo con redes sociales, etc.
¿Cuál o cuáles son los elementos definitorios que le proporcionan 
identidad y delimitan su actuación respecto de otras prácticas 
autores han propuesto.
Lo primero es situar a la acción comunitaria dentro de 
un campo más amplio , como es la Intervención Social (IS). 
Corvalán (1996) propone que la IS puede ser entendida como 
la acción intencional y organizada para abordar ciertos pro-
blemas no resueltos por las dinámicas de la sociedad, y que se 
inscriben en alguna posición paradigmática específica acerca de 
lo social. Por su parte, Sánchez Vidal (1996) la describe como 
un tipo de intervención que, partiendo de un estado inicial 
(presencia de problemas sociales), intenta alcanzar un estado 
o estructura final definido por objetivos determinados que in-
cluyen la resolución de problemas y/o el desarrollo del sistema 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
24
social, aplicando para ello estrategias y técnicas interventivas 
múltiples y a varios niveles. 
Corvalán, distingue dos tipos de IS, que tienen relación 
con las instituciones que la realizan, con los propósitos finales 
que pretenden y con el contexto y discurso de las mismas. El 
primer tipo de IS sería la IS del tipo sociopolítica, y el segundo 
tipo sería la IS caritativa, asistencial. Podemos señalar que la 
acción comunitaria se inscribe en el primer tipo de IS, ya que 
sus propósitos corresponden a objetivos societales mayores y 
relacionados con un modelo de desarrollo de una sociedad, ya 
sea situándose como un apoyo explícito o una crítica al mismo. 
Desde nuestro planteamiento ofrecemos una perspectiva críti-
ca, más bien vigilante y propositiva que considera criterios de 
realidad que demarcan posibilidades pero que bajo la acción 
colectiva pueden ser desbordadas en sus lógicas originales (en una 
práctica instituyente), tendiendo a una intervención psicosocial 
con incidencia(Berroeta, 2011).
Entendida como un conjunto de prácticas que buscan trans-
formar un estado de cosas que desde ciertas demandas expresan 
un descontento, la IS basa su idea central en la necesidad de 
transformar «algo» y ello presupone que detrás hay un cierto 
diagnóstico acerca de cómo es la sociedad, cuáles son sus pro-
blemas sociales relevantes y sus orígenes, y los malestares que 
ellos producen (Montenegro, 2001). Así, las diversas formas 
de entender la intervención social y de presentar soluciones se 
vinculan estrechamente con las concepciones que los profesio-
nales y las entidades a las que pertenecen tienen acerca de las 
«soluciones» a esos problemas o situaciones , y los mecanismos 
mediante los cuales se pueden implementar.
La denominada crisis de la modernidad implica una serie de 
fisuras y continuidades de conflicto, que conlleva la aparición de 
la «nueva cuestión social», la cual introduce transformaciones 
en la sociabilidad y la subjetividad. Resaltamos especialmente 
la ruptura de lazos sociales, la fragmentación social y un con-
junto de nuevas formas de malestar que se expresan, entre otros 
campos, en la comunidad en tanto espacio de construcción de 
cotidianidad, certezas e identidades (Carballeda, 2002). Este 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
25
panorama, sin lugar a dudas, requiere de una nueva agenda para 
la intervención en lo social que debe abarcar nuevos desafíos: 
responder a nuevas interrogantes, al surgimiento de nuevos 
aspectos institucionales, emergencia (como ya lo hemos dicho) 
de nuevas problemáticas sociales, y la consecuente aparición de 
formas alternativas de comprender y explicar lo social a partir 
de nuevas y diferentes ópticas en ciencias sociales (Carballeda, 
2002 y De Paula, 2003). 
Todos estos cambios, señalan De Paula (2003) y Carballeda 
(2002), impactan de un modo significativo los requerimientos 
y contextos de la IS, ya que demandan nuevas lecturas, moda-
lidades, instrumentos y métodos que traen como consecuencia 
nuevos aspectos teóricos; implican, en definitiva, nuevos aportes 
que centran su preocupación en la cuestión del origen, sentido y 
coherencia de las nuevas formas de actuación en lo social, y en 
este marco se inserta la acción comunitaria.
Podemos sostener que la acción comunitaria sería un tipo de 
IS participativa. Según Maricela Montenegro (2001), la principal 
característica que distingue las perspectivas participativas de IS 
–en este caso, la acción comunitaria–, es que el diseño, ejecución 
y evaluación de los programas y acciones se hace explícitamente 
a partir del diálogo entre quienes intervienen y las personas de la 
comunidad involucradas en la solución de situaciones que les inte-
resa. Los modelos participativos, señala esta autora, tienen como 
premisa que las personas deben estar presentes activamente en todo 
el proceso de la intervención, siendo tomadas por ellos la mayoría 
de las decisiones tocantes a los temas de su interés en el proceso.
En cuanto a la delimitación de la acción comunitaria, Bar-
bero y Cortès (2005) plantean que el eje central de este tipo de 
IS es la organización de la población o la constitución de un 
grupo/grupos en torno de un proyecto común. Se trataría, a 
decir de los autores, de una práctica organizativa que pretende 
abordar la transformación de situaciones colectivas mediante el 
ordenamiento de la acción asociativa. El componente participa-
tivo en este proceso es fundamental, pues se trataría de que la 
gente se fuera implicando de un modo creciente en iniciativas 
que le son relevantes.
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
26
Marco Marchioni (2001), coincide en destacar los mismos 
componentes que Barbero y Cortès. Estos son participación y 
organización. Según el autor, el proceso comunitario de desa-
rrollo no es posible si los diversos protagonistas de un cierto 
territorio no tienen una participación activa en él. Se trata de 
ofertar ocasiones concretas, reales y apropiadas a la realidad 
en que se desenvuelve el proceso, para que las personas formen 
parte activamente en la organización, toma de decisiones y rea-
lización de las acciones que estiman convenientes. Pero además 
esa participación debe ser organizada, pues se trata de que los 
profesionales colaboren en realizar una función pedagógica y 
aporten en organizar procesos y actuaciones para que la gente 
aprenda a participar y participe efectivamente.
En lo que concierne a la organización, se incluye la necesidad 
de coordinar los diversos recursos a menudo fragmentados y dis-
persos en el territorio, y darles coherencia y sentido de globalidad. 
Esto implica trabajar con cada ente de los servicios públicos y 
asociaciones privadas, y también con el resto de la población.
Como señalan Barbero y Cortès, el proceso participativo 
tiene que crear organizaciones sociales: reforzando los grupos 
y las asociaciones existentes en la comunidad; favoreciendo el 
nacimiento de nuevas organizaciones y un proceso que alimente 
y enriquezca el tejido asociativo y, por último, fomentando que 
entre el conjunto de grupos exista comunicación y colabora-
ción. En este último punto, como lo subraya Marchioni, se 
debería favorecer no solo la comunicación de las actividades 
o propósitos puntuales, sino también una comprensión global 
del proceso comunitario.
Este proceso de organización colectiva, cuya finalidad es 
que los grupos o diversas fracciones de la población aborden y 
actúen en torno de proyectos comunes, tiene por condición un 
abordaje que facilite nuevas formas de conciencia y promuevan 
la implicación de las personas (Barbero y Cortès 2005). 
Se trataría de estimular un proceso progresivo, con una fase de 
diagnóstico el que debe llegar a ser producido por los protagonistas 
de la vida comunitaria. Al hablar de diagnóstico comunitario, se 
debe atender a dos cuestiones fundamentales, primero que este 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
27
es un producto comunitario y no del equipo profesional, y que el 
diagnóstico debe realizarse de manera participativa (Marchioni 
2001). Esta evaluación de la realidad debe integrar lo estático 
(estadísticas, antecedentes previos) y lo dinámico (reconstruir lo 
relacional, lo histórico, las representaciones, etc.) capaz de ir más 
allá de lo evidente. El diagnóstico, como lo plantea Villasantes 
(1998), «debe sentar las bases de un proceso instituyente pro-
moviendo un clima emocional que genere nuevos ánimos en las 
personas, colocando a los actores en «condiciones de avanzar en el 
proceso» (Martí, 2005). En definitiva, es en el diagnóstico cuando 
se inicia la participación y allí comienzan a gestarse dinámicas 
inclusivas que debieran prevalecer durante todo el proceso, y que 
deberían comenzar a impactar en las formas de relación habitual 
en dirección a democratizarlas.
Se debe tener precaución respecto del diagnóstico, puesto 
que las necesidades de una comunidad (y los respectivos grupos 
o redes) son más complejas de lo que preliminarmente salta a la 
vista. Se construyen día a día a través de las redes de interacción 
que mantiene la gente, y esto requiere entonces de la combinación 
de métodos para la construcción del diagnóstico, además de fa-
vorecer que este sea un proceso que cuente con tiempo suficiente 
para generar retroalimentación, triangulación de la información 
para que la gente pueda reflexionar críticamente acerca de su 
realidad. Como lo indica Martí, se trata de operar desde una 
posición constructivo-transformadora que requiere ir más allá 
de los síntomas para abordar los temas de fondo. 
Lo mismo ocurre con las soluciones que la comunidad 
plantea tras haber priorizado las necesidades. Las soluciones 
deben generar diálogos que permitan problematizar, y con ello 
abrir un abanico de soluciones con distintas probabilidades 
(Villasante, 2002).
La Investigación Participante resulta ser una buena herra-
mienta para organizar este proceso, especialmente si se generan 
en él mecanismos que favorezcan quetodas las personas in-
volucradas aporten sus puntos de vista y soluciones, luego de 
procesos reflexivos. Aunque sabemos que hay diversas formas 
de participación, coincidimos con Ferullo (2006) cuando plan-
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
28
tea la conveniencia de implementar diseños de trabajo con la 
comunidad que, además de facilitar la emergencia de la partici-
pación crítica –que se asocia a niveles crecientes de conciencia, 
a la capacidad autogestiva y organizativa, y a la posibilidad de 
asumir compromisos y responsabilidade–, permitan consolidar 
aprendizajes que brinden a los sujetos una mayor incidencia 
deliberada en el rumbo de sus vidas personales y/o comunitarias. 
En esta perspectiva, podemos plantear que, a diferencia de 
otras actuaciones en el campo de la IS, aquí asume gran relevancia 
la apropiación por parte de los integrantes de los grupos de las 
metodologías que subyacen a la construcción de conocimiento 
acerca de la realidad, y a la planificación de la acción a partir de 
este. El rol, o uno de los roles del o los profesionales es, entonces, 
difundir los procedimientos y metodologías que permiten reali-
zar acciones científicamente orientadas. De este modo, como lo 
indican textualmente Barbero y Cortès, «la acción colectiva apa-
recería como un conjunto intencional de actividades, relaciones, 
recursos, formas organizativas, formas de hacer, etc., que tienen 
como objetivo la transformación de las interacciones colectivas 
que se dan en un espacio social determinado» (2005:22).
La cualidad de las relaciones sociales generadas en el proceso 
comunitario son a nuestro entender de suma relevancia, se trata 
en la acción comunitaria de fomentar dinámicas democráticas, 
relaciones de respeto, de solidaridad, de apertura y fomentar 
finalmente la autonomía y autogestión en un proceso de corres-
ponsabilidad entre los actores comunitarios aspectos cruciales 
que pueden asegurar cambios sustantivos en la sociabilidad y 
organización (Barbero y Cortés, 2005; Rebollo, 2005; Villasante, 
2002 y Zambrano, 2004).
Para conseguir esto, son fundamentales las «mediaciones» 
(métodos, programas, etc.) participativas, que tengan la capacidad 
de poner en marcha procesos que configuren nuevas situaciones 
de interacción social que permitan –como lo hemos expresado– ir 
construyendo una nueva estructura de relaciones sociales.
Para que la participación tenga efectos en la generación 
de propuestas alternativas y ellas sean sustentables durante su 
ejecución, deben ser producto de un avance en los niveles de 
Teoría y práctica de la acción comunitaria
29
conciencia de las personas respecto de la realidad que constru-
yen. Esto implica que los sujetos realicen una «vuelta reflexiva 
sobre sí mismos y sus mundos cotidianos» (Ferullo, 2006:202). 
A partir de las diversas mediaciones de las que se puede valer el 
trabajador comunitario, «se ha de procurar mostrar los anclajes 
y significados ideológicos entre los significantes y los significados 
(…). En definitiva, se ha de intentar provocar la reflexión sobre 
los anclajes que sostienen la percepción de la realidad social de 
cada cual» (Villasante, 2002:59). 
Cabe destacar la noción de proceso que guía la lógica de 
la acción comunitaria, el que si bien pretende objetivos finales 
relacionados con que los grupos y comunidades mejoren sus 
condiciones de vida, también valora el logro de objetivos de 
proceso que se generan en el transcurso de la intervención. 
Como acertadamente exponen Barbero y Cortès (2005:50), 
«los resultados importantes se producen en el proceso y debido 
al proceso». Al destacar el valor de los «objetivos de proceso», 
estos autores reconocen la complejidad del proceso implicado 
en la acción comunitaria, dando por asumido que las situa-
ciones sociales y problemas complejos pueden enfrentarse a 
través de procesos ricos y duraderos que permiten cambios 
sustentables en las personas, grupos e instituciones (Barbero 
y Cortès, 2005).
En la acción comunitaria se deben promover las condicio-
nes para que estas experiencias de aprendizaje, de afectividad 
positiva, sentimiento de comunidad, experiencias de control psi-
cológico, etc., sean experimentadas, compartidas y extendidas 
entre los miembros de los grupos y comunidad. Como se puede 
derivar, se trata, a fin de cuentas, de construir, un poder donde 
mucha gente participa de él, siendo los propios sujetos quienes, 
mediante su implicación en el proceso, vivan como beneficiosas 
y significativas las diversas o algunas de las experiencias en las 
que han decido involucrarse (Barbero y Cortès, 2005).
Variadas experiencias en distintos lugares del mundo tienden 
a mostrar que las situaciones complejas en lo local requieren de 
soluciones complejas, capaces de generar –desde espacios inno-
vadores y desde el modelo relacional democrático– condiciones 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
30
para que los distintos actores comunitarios analicen, evalúen y 
plantean soluciones sostenibles de manera integral. Propiciando 
espacios donde se construyan alianzas, reflexiones, diagnósticos 
conjuntos y soluciones compartidas. Para ello se debe en oca-
siones actuar desde la lógica empoderadora, particularmente 
cuando los diferenciales de poder entre actores son un factor 
determinante en el logro de estos propósitos. 
La psicología comunitaria, por su parte, ha centrado parte 
importante de su quehacer en atender los procesos y variables 
vinculados al desarrollo de la comunidad, tomando como uno de 
sus ejes centrales de estudio la constitución y el fortalecimiento 
de las organizaciones como instancias articuladoras entre la 
institucionalidad y la comunidad. Las relaciones entre actores 
diversos, generación de liderazgos, organización, construcción y 
crecimiento de redes sociales, identidad comunitaria, empodera-
miento y participación son algunos de los temas abordados por 
esta área de la psicología.
Para la psicología comunitaria, el desarrollo humano se re-
laciona en gran medida con la posibilidad de redensificar la vida 
social mediante el fortalecimiento del sujeto político, a través de 
la promoción de estructuras de relaciones que hagan posible la 
participación democrática. Se trataría de generar nuevos sujetos 
sociales, nuevos agentes colectivos y nuevas estructuras de rela-
ciones entre ellos, que permitan enfrentar situaciones de interés 
colectivo (Montero, 2005).
A pesar de las diferencias existentes al interior de la psicolo-
gía comunitaria, que nos permiten hablar de variadas expresiones 
y tradiciones (Alfaro, 2007), se pueden reconocer elementos 
comunes, que pueden sintetizarse en: 
El punto de vista ecológico: importancia de factores so-
cioambientales y análisis de sistemas sociales, que enfatiza en la 
comprensión de las complejas interrelaciones entre los indivi-
duos y su ambiente. Trasciende el nivel individual para adoptar 
niveles de análisis más holísticos, que reconocen la relatividad y 
diversidad cultural. Asimismo, se propone la intervención en el 
contexto a partir de una visión holística.
Teoría y práctica de la acción comunitaria
31
Una Psicología de la acción y el cambio social desde una 
perspectiva ecológica: se comparte el intento de resolver proble-
mas sociales con énfasis en la transformación-cambio social. La 
psicología comunitaria intenta ser útil y relevante en la solución 
de conflictos sociales, orientándose a la prestación de servicios 
acordes con las necesidades sociales.
Énfasis en el desarrollo de recursos de la comunidad: se orienta 
al fortalecimiento de la calidad de vida para mejorar los ambientes 
y recursos sociales, así como las competencias personales.
Interés por la prevención tanto de los problemas psicológi-
cos como de los problemas psicosociales, así como el desarrollo 
positivo de las personas. 
Tiene una vocación aplicada y se centra en las necesidades 
de la comunidad. Es de suma relevancia para la psicología co-
munitaria promover soluciones útiles, participativas y enfocadasen los problemas relevantes para una comunidad.
Busca la unión indisoluble entre teoría y práctica, generando 
conocimiento a partir de la práctica y empleando el conocimiento 
acumulado para favorecer soluciones más efectivas.
Búsqueda de la interdisciplinariedad, dada la complejidad 
de los escenarios comunitarios es imprescindible miradas y es-
trategias múltiples, de allí que el trabajo concertado con diversos 
profesionales y otros agentes sea también de relevancia para la 
psicología comunitaria.
Se plantea el problema de los valores como una perspectiva 
ideológica. Desde las opciones valóricas que asume, se centra 
en los grupos que viven en entornos de mayores desventajas. 
Asume que los sujetos no son «culpables» de encontrarse en 
determinados contextos que dificultan su desarrollo, por lo que 
la intervención se dirige al análisis del contexto y las necesidades 
de las personas.
Asume la dificultad que supone encontrar una solución 
final a los problemas (de modo que estos desaparezcan para 
siempre), reconociendo que los problemas tienen una natura-
leza dialéctica. Las soluciones deben ser muchas y diversas, 
y no deben centrarse exclusivamente en el individuo o en el 
entorno. Se favorecen soluciones tendientes a crear entornos 
Alba Zambrano - Héctor Berroeta
32
que permitan a los sujetos desarrollar habilidades que le hagan 
poseedores del control de sus propios recursos, promoviendo 
el relativismo cultural y la diversidad.
La acción comunitaria dirigida a la promoción del desarrollo 
posee una gran complejidad y requiere una serie de actitudes, 
destrezas y conductas en los profesionales para superar relaciones 
de dependencia y dominación. Las prácticas sociales de los profe-
sionales se derivan de sus propios paradigmas sobre la naturaleza 
de los problemas sociales, su visión de mundo, los valores que les 
guían, los enfoques y herramientas técnicas de las que disponen. 
Sumamos a ello las experiencias de vida, las formaciones profe-
sionales y las lógicas institucionales a las que a menudo deben 
acoplarse. Un profesional de la acción comunitaria, dependiendo 
de esa multiplicidad de elementos, podría constituirse en un refe-
rente cultural que potencia, provoca y facilita procesos de cambios 
o, por el contrario, puede mantener las lógicas de dependencia y 
minusvalía de las personas con las que trabaja favoreciendo el 
status quo (Duhart, 2005; Zambrano, 2007).
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Capitulo 1
Desarrollos metodológicos y 
técnicos en el campo de la 
acción comunitaria
37
La comunidad como elección: 
teoría y práctica de la 
acción comunitaria
Xavier Úcar2
«El científico y el artista no descubren ni inventan, 
sino que conectan. Esclarecen relaciones 
nsospechadas» (Geller, 2009)3
«Se trata de colocarse en las intersecciones, en los lugares 
donde los sujetos pueden hablar y actuar, transformarse 
y ser transformados. Convertir los condicionamientos 
en oportunidades para ejercer la ciudadanía» 
(García Canclini, 2004: 166)
Introducción
La comunidad y lo comunitario están de moda. Hay comuni-
dades locales, de vecinos, de pescadores, económicas, políticas, 
de práctica, religiosas, de aprendizaje, urbanas, científicas y un 
largo etcétera. Se pueden encontrar también comunidades físicas, 
virtuales, simbólicas e imaginarias y el término comunidad puede 
aplicarse, por último, a colectivos de personas muy variados en lo 
que se refiere al número de integrantes. Igual se usa, por ejemplo, 
para la comunidad de habla hispana, que para la comunidad de 
vecinos de un edificio de cuatro plantas o para la comunidad 
europea. La versatilidad y la polisemia del término hacen que 
la comunidad se halle presente de maneras muy diversas la co-
tidianeidad de nuestras vidas. 
2 Profesor en Dpto. Pedagogia Sistemàtica i Social, Universitat Autònoma 
de Barcelona; Codirector desde el año 2006 de la colección «Acción 
comunitaria y socioeducativa» de la editorial Graó; Vicepresidente de 
la «Sociedad Iberoamericana de Pedagogía Social (SIPS); Presidente de 
«Coordinadora per a l’Animació Sociocultural de Catalunya» (CASC.
CAT); e-Mail: xavier.Ucar@uab.es. 
3 Tomado de Amiguet, Ll. (2009) «Entrevista a Margaret Geller». «La contra» 
en La Vanguardia. 7 de Julio.
Xavier Úcar
38
A pesar de lo anterior, no puede decirse que la acción comu-
nitaria sea algo novedoso. Hace casi un siglo se empezó a hablar 
de la acción o el trabajo en la comunidad y, concretamente en 
España, llevamos más de cincuenta años desarrollando acciones 
comunitarias de muy diverso tipo. Ha sido en estos últimos años, 
sin embargo, cuando las acciones comunitarias han experimen-
tado un importante auge. El desarrollo de las tecnologías de la 
información y la comunicación, que han posibilitado la denomi-
nada sociedad del conocimiento y los procesos de globalización, 
tiene probablemente mucho que ver con ello. 
se puede entender la comunidad en sociedades tan complejas 
comunidad y de acción comunitaria en sociedades tan mar-
comunidad o, por el contrario, solamente tiene sentido hablara intentar dar respuesta en las páginas que siguen. Todas ellas se 
centran en el objetivo general que persigue este artículo, que es 
el de presentar una síntesis de un enfoque integrado de la acción 
comunitaria. Es la teoría que denominamos la comunidad como 
elección. Para cumplir este objetivo hemos estructurado nuestro 
trabajo de la siguiente manera: 
En el primer punto se analiza la emergencia de lo comunitario 
en relación con toda una serie de fenómenos de nuevo cuño, que 
han ido haciendo su aparición a lo largo de las últimas décadas. 
En el segundo se plantea la variedad de términos, conceptos y me-
todologías que pueden ser integrados bajo el paraguas protector 
de la acción comunitaria, y asimismo se muestra la versatilidad 
y polisemia de un concepto tan borroso e impreciso como el de 
comunidad. Es precisamente esta borrosidad la que nos lleva a 
elaborar, en el tercer punto, un anclaje para dicho concepto: la 
comunidad no es; la comunidad se elige. Esta es la idea sobre la 
cual se construye todo el edificio teórico que se va a presentar 
en los siguientes puntos. Finalizamos este trabajo con un apunte 
metodológico a modo de conclusión.
La comunidad como elección
39
La emergencia de lo comunitario
Estos últimos años han visto un renacimiento de lo comunitario. 
Se habla de una vuelta a la comunidad y, a menudo, esta es 
presentada como el antídoto para buena parte de los «males» 
que sufre nuestro mundo moderno. Lo más simple sería pensar 
que esta refundación de lo comunitario es una reacción frente 
a fuerzas globalizadoras que amenazan con uniformizar u ho-
mogeneizar el planeta. Y, sin duda, esto es así pero es solo la 
punta del iceberg. 
En sociedades tan complejas y cambiantes como las nues-
tras, nunca existe una única razón como factor explicativo de 
los cambios que acontecen. Cualquier suceso suele ser más bien 
el resultado de la combinación, casi siempre poco transparente, 
de todo un conjunto entretejido de factores. Estos son, desde mi 
punto de vista, algunos de los elementos que han jugado y juegan 
un papel importante en la emergencia actual de lo comunitario. 
Ellos explican, en buena medida, las formas actuales de nuestras 
comunidades y las diferentes maneras que tiene de encarnarse 
en ellas la globalización. 
Es un hecho que los procesos de globalización, sobre todo 
aquellos que se focalizan sobre lo económico, parecen querer 
alejar a las comunidades locales de cualquier posibilidad de 
autodeterminación, ya sea sea respecto del protagonismo so-
cioeconómico de su propio desarrollo, como del de su misma 
singularidad y riqueza cultural, amenazada ahora por una su-
puesta homogeneización a nivel planetario. Forrester (2001) ha 
visibilizado y denunciado la estrategia de la globalización eco-
nómica al presentarse como una opción única, sin alternativas 
de acción posibles. Estrategia que también ponen de manifiesto, 
en el ámbito sociocultural, la tesis de la convergencia u homo-
geneización cultural y el denominado pensamiento único. Lo 
propio de las dominaciones –apunta Touraine– es presentarse 
como naturales y, por lo tanto, no impuestas (2005:106). La 
emergencia de comunidades locales que esgrimen con fuerza la 
singularidad y diversidad de sus propias culturas podría ser una 
respuesta a las presiones de la globalización.
Xavier Úcar
40
Hay que hacer referencia también a los procesos de indivi-
dualización que, progresiva e inexorablemente, han ido recon-
figurando la morfología de las sociedades actuales, sobre todo 
la de las del llamado primer mundo. Numerosos cambios en la 
organización social, en las relaciones de pareja, en la constitución 
de la familia y en los procesos de socialización, entre muchos 
otros, han ido produciendo, a lo largo de la última mitad del 
siglo pasado, una atomización social (Ibañez, 1985) que nos ha 
llevado a una sociedad marcadamente individualista. 
Esta orientación de la evolución social hacia la individualiza-
ción está suponiendo cambios muy importantes en las relaciones 
sociales y en las formas como aquellas se producen. Abundan, 
en este sentido, caracterizaciones actuales de la realidad de 
nuestras sociedades desarrolladas que destacan y enfatizan las 
situaciones de fragmentación, de desafiliación y de exclusión 
social como resultado, entre otras cosas, de una transformación, 
retraimiento y desarticulación de lo comunitario. Frente a estos 
planteamientos habría que apuntar que lo que se globaliza son 
tanto los problemas como las soluciones que se les están dando 
(Requena, 2008), análisis que traen a colación las ambigüedades 
y los claroscuros manifiestados en los procesos globalizadores. 
También, en este caso, la vuelta a lo comunitario podría ser 
interpretada como una respuesta a las situaciones o problemas 
derivados de los citados cambios en las relaciones sociales.
El auge actual de la acción comunitaria podría responder, 
asimismo, a la transformación operada, a lo largo del último 
medio siglo, en las políticas sociales; fruto, entre otros factores, 
del impacto de la implantación de la democracia. El concepto 
de acción comunitaria toma relevancia en un marco cambiante 
y móvil al que nuestras sociedades intentan responder a través 
de nuevas formas organizativas y modelos actualizados de 
gobierno. Los nuevos modelos de gobierno en red –la llamada 
gobernance o gobernanza–, las políticas de proximidad y la 
ampliación de los actores participantes, tanto en la toma de 
decisiones políticas como en la propia acción, sin duda actúan 
a favor de la reconstrucción o reforzamiento de los vínculos y 
las relaciones dentro de las comunidades. 
La comunidad como elección
41
Estas nuevas formas reticulares de gobierno se orientan 
hacia el denominado Estado social relacional (Donati, 2004). 
En el marco de este modelo, el bienestar se busca y se construye 
conjuntamente entre todos los agentes sociales. El bienestar es 
responsabilidad de toda la sociedad y no solamente del Estado, 
que ejerce, en este modelo de organización social y de gobierno, 
como coordinador y regulador de las relaciones que se producen 
entre todos los agentes sociales. Esta fórmula mixta del Estado 
junto con los diversos agentes sociales, parece ser la que mayo-
res probabilidades manifiesta de éxito futuro como sistema de 
bienestar (Requena, 2008). La acción comunitaria y las diferentes 
estrategias metodológicas que la integran –como, entre otras, la 
animación sociocultural y el desarrollo comunitario–, pueden 
desarrollar un importante papel, tanto pedagógico como instru-
mental, en la potenciación, facilitación, configuración, desarrollo 
y mantenimiento de estas nuevas dinámicas sociopolíticas (Úcar, 
2008). Se puede decir que, en la actualidad, lo comunitario es 
un recurso para la política pero es, también, un recurso político 
al servicio de la ciudadanía.
Hasta la llegada de Internet, la gran mayoría de conceptua-
lizaciones y caracterizaciones elaboradas acerca de la comuni-
dad hacían referencia, de una u otra manera, al territorio, a los 
vínculos y a la proximidad. Hoy el concepto de proximidad ha 
ampliado de manera extraordinaria su sentido y significado, al 
dejar de estar ligado exclusivamente al territorio físico.
Pensar en comunidades, en el marco de la globalización y 
de la sociedad de la información que la sustenta, supone efec-
tivamente seguir hablando de vínculos, pero ya no es posible 
caracterizar ni el territorio ni la proximidad en la forma en que 
se había hecho tradicionalmente. Las nuevas geografías de la 
comunidad abarcan territorios físicos y virtuales: el ciberespacio 
ha ampliado y transformado radical y extraordinariamente el 
sentido, el concepto y la configuración de la comunidad. Ya no 
resulta suficientemente preciso aludir en singular a la comunidad 
de referencia de las personas. En el marco de la globalización, 
las comunidades y las sociedades son –o pueden ser– multicul-
turales, multiétnicas y desterritorializadas, y la idiosincrasia de 
KevinGamboa
Resaltado
Xavier Úcar
42
las personas que las habitan se define, cada vez con más fuerza, 
por nexos físicos y virtuales de multiafiliación. 
Todos estos y muchos otros factores perfilan una actualidad 
en la que existe una diversidad extraordinaria de comunidades y 
de formas de pertenecer, estar, colaborar, participar o ser de una 
comunidad. Es evidente que no podemos pensar las comunidades 
como se pensaban antes de la llegada de la globalización. Si algo 
han demostrado los últimos años es que resulta muy difícil, por 
no decir imposible, estar al margen de los cambios inducidos por 
aquellos procesos. Y, como han afirmado numerosos autores, no 
se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización 
(Bauman, 2001) ya que esta es un proceso objetivo y no una 
ideología (Castells, 2001).
La Acción Comunitaria y la Comunidad
Hay que comenzar diciendo que no existe unanimidad –ni entre 
los académicos ni entre los prácticos– con respecto al concepto o 
a la terminología más apropiada para recoger el amplio y hete-
rogéneo abanico de situaciones, ideas, metodologías, prácticas y 
experiencias que hemos decidido denominar acción comunitaria. 
La acción comunitaria nace de la simbiosis entre dos con-
ceptos muy ricos y profundos en significaciones y sentidos: 
acción y comunidad. Fruto de esta conjunción entretejida, la 
acción comunitaria es, en primer lugar, un crisol diversificado 
de enfoques, perspectivas y contenidos y, en segundo término, 
un cruce o un punto de encuentro de diferentes teorías, prácticas 
y tradiciones, tanto disciplinarias como profesionales. Más allá 
de toda la terminología usada, entendemos e interpretamos la 
acción comunitaria como un marco conceptual amplio, polisé-
mico y diversificado en el que caben disciplinas y prácticas muy 
variadas. La acción comunitaria, tal y como la vamos a plantear 
en estas páginas, es el terreno de todos porque no es, en realidad, 
el terreno exclusivo de nadie.
La elección del término acción comunitaria obedece al hecho 
de que permite caracterizar con mayor precisión que otros una 
multiplicidad de situaciones y actuaciones sociales que pueden 
resultar extraordinariamente diversas, heterogéneas y complejas. 
La comunidad como elección
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Situaciones y actuaciones que, entre muchos otros elementos, se 
refieren a espacios y territorios, a profesiones y profesionales, 
a términos y conceptos, a ámbitos y a disciplinas; a proyectos, 
actividades e intervenciones; a individuos, grupos y colectivida-
des; a asociaciones, entidades y organizaciones; y, por último, 
a estrategias, técnicas y metodologías. Todos estos elementos 
se articulan de manera compleja, y a menudo no demasiado 
transparente, en el marco de ese constructo borroso que deno-
minamos comunidad. 
El término acción comunitaria puede ser caracterizado como 
una especie de patronímico que identifica a una familia muy 
numerosa4. En la literatura académica anglosajona, se usa una 
miríada de términos que se refieren tanto a ámbitos disciplinares 
como a conceptos, a metodologías y a prácticas. Algunos han sido 
y son de largo recorrido. El ejemplo más claro es el de Commu-
nity development; quizá el más ampliamente citado y recurrido.
Se reproducen, a continuación, algunos de los que son usa-
dos con mayor frecuencia por los autores: Community organi-
zing; Community Capacity Building; Community engagement; 
Community building; Community governance; Assets based 
community development; Civic engagement; Social planning; 
Participatory rural appraisal; Rapid participatory rural appraisal; 
Community care; Community-based development initiatives; 
Community empowerment; Community participation; Virtual 
communities; Communities of practice.
La bibliografía académica de habla hispana, lusa y francófo-
na ha optado, por su parte, por utilizar conceptos como acción 
comunitaria; intervención comunitaria; desarrollo local; anima-
ción comunitaria; animation profesionelle; recreología; ocio y 
tiempo libre; lazer; animación cultural; intervención reticular o 
en red; dinamización comunitaria; comunidades de aprendizaje; 
organización y planificación de la comunidad; desarrollo comu-
nitario; y, por último, animación sociocultural5. 
4 Aunque hay autores que lo consideran como un modelo o una perspectiva 
específica; por ejemplo, Bullen, 1997.
5 Hemos hecho un análisis detallado de buena parte de estos términos y 
conceptos en Úcar/Llena, 2006 y en Llena/Parcerisa/Úcar, 2009.
Xavier Úcar
44
Es cierto que no todos estos conceptos y metodologías se 
refieren o se focalizan exactamente en lo mismo, pero tienen en 
común que se refieren a acciones desarrolladas en la comunidad, 
que asignan un papel –en función de cada concepto, en mayor o 
menor medida– protagónico a los miembros de dicha comunidad 
y que todos se dirigen, por un medio u otro, a la mejora de la 
calidad de vida comunitaria.
El concepto de comunidad es extremadamente complejo, 
tanto por la versatilidad de uso que manifiesta como por su 
polisemia . Es un concepto cuyos sentidos y significados han 
ido ampliándose y evolucionando a lo largo del tiempo. A veces 
ha sido esencialmente vinculado con el territorio; otras, con las 
relaciones interpersonales, de parentesco o afectividad; otras, 
con el sentido de pertenencia o con el de identidad compartida; 
otras con el tamaño del grupo de personas implicadas; y en 
muchos otros casos, ha sido relacionado con más de uno de 
estos u otros criterios6.
Hay que apuntar, por otra parte, que muy tempranamente 
el uso del término comunidad fue ligado con la esperanza y el 
deseo de recuperar la cercanía, la afectividad y la harmonía de 
los vínculos vagamente atribuidos a las comunidades de tiempos 
pasados (Elias, 1974)7
(2008) cuando caracteriza la comunidad como un concepto nor-
mativo; esto es, asociado a un determinado tipo de evocaciones; 
en este caso, a «sentimientos cálidos del pueblo trabajando unido 
por el bien común». Hay autores, por último, que advierten de 
los peligros de esta visión platónica de la comunidad al apuntar 
que no puede ser entendida como una recuperación de las –su-
puestamente idílicas– comunidades existentes antes de la era de la 
individualización ni tampoco, en consecuencia, como el remedio 
ideal para las situaciones de fragmentación social, de exclusión 
y desafiliación de nuestra sociedad (Bauman, 2003).
6 Podemos hacernos una idea de la dificultad del concepto señalando que en 
1964, y después de analizar la literatura académica de los 50 años anteriores, 
Hillery recopiló varios cientos de significados que eran atribuidos a este 
término (Craig, 2005). 
7 Opus. cit. en: Smith, M. K. (2001).
La comunidad como elección
45
Esta polémica alrededor del concepto de comunidad se ge-
nera, entre otras cosas, porque tiene al menos dos dimensiones 
interconectadas, la racional y la emocional. Y si la primera puede 
hacer referencia a números, límites o ubicaciones, la segunda 
lo hace a sentimientos, afectos, conexiones y pertenencias. Hay 
casos en los que ambas dimensiones pueden ir armonizadas, pero 
en otros pueden entrar en conflicto.
Todos los autores coinciden en el significado atribuido a la 
raíz del término comunidad, que supone compartir; tener o poner 
en común, pero hay numerosas discrepancias en lo que se refiere 
al qué; al quiénes; al cuándo; al cómo; al porqué; al dónde; y al 
para qué compartir. 
El término comunidad es un sujeto con entidad propia 
que define y caracteriza a un grupo humano, pero es también 
un calificativo que puede acompañar, con las connotaciones 
correspondientes, muchos otros nombres. Se puede hablar de 
desarrollo, empoderamiento, relaciones, intervención, anima-
ción, implicación, participación y un largo etcétera; todas ellas, 
connotaciones comunitarias
sentido, que el concepto de comunidad es algo más que un nom-
bre o un adjetivo y que es posible pensarlo como un verbo, dado 
que constituye tanto un proceso como un producto. Aunque, 
en tanto que proceso–añade–, sería mejor no usar el concepto 
de comunidad sino el de community-building, que podríamos 
traducir como «construyendo comunidad». 
La Comunidad como elección 
No parece que, en este marco, tenga demasiado sentido interro-
garse sobre lo que pueda ser, genéricamente considerada, una 
comunidad. Desde nuestro punto de vista, ni existe una comu-
nidad modelo o modélica a imitar –o a partir de la cual recons-
truirse–, ni existe tampoco una definición correcta de comunidad 
que sea universalmente válida. El término comunidad denota y 
connota sentimientos y significados diferentes en función de las 
características concretas de las personas que lo usan y, también, 
en función del marco concreto de aplicación. Las resonancias 
que puede evocar dicho concepto serán tal vez muy diferentes si 
Xavier Úcar
46
se les pregunta por ellas a un «espalda mojada» recién llegado 
a EEUU, a una mujer andaluza que emigró a Cataluña en la dé-
cada de los 60, a un australiano de 5ª generación, a un indígena 
guatemalteco o a un nacionalista kurdo. 
Por eso, frente a un proceso o un proyecto de acción co-
munitaria, me parece más pertinente tomar un enfoque y un 
posicionamiento pragmático. Lo que me interesa saber, más allá 
de lo que pueda ser o no una comunidad, es cuáles son las carac-
terísticas concretas de la comunidad con la que voy a trabajar. O 
si las personas que la integran se consideran una comunidad, o 
¿qué significados o implicaciones tiene para ellas el hecho de ser 
las voces representadas o hay algunas que no han sido incluidas 
realmente importantes para la acción comunitaria. 
Creo que en un mundo globalizado, en el que los individuos 
han dejado, o están dejando de ser o de configurar una masa 
para ser personas, una comunidad no puede tener otro sentido 
que el de un grupo de personas que se sienten, se manifiestan y se 
consideran comunidad. En un mundo de individuos –y me refiero 
particularmente a las personas adultas– la comunidad solo puede 
ser algo elegido. Todo lo demás pueden ser divisiones políticas o 
administrativas, conglomerados o agregados de personas, pero 
no tienen por qué ser una comunidad. Dos barrios contiguos 
que tradicional e históricamente hayan tenido funcionamientos 
separados, e incluso asociaciones de vecinos separadas, no se 
convierten en una comunidad porque la Administración co-
rrespondiente así lo decida y considere. Como posteriormente 
planteamos de manera más concreta, tomar conciencia de ser 
una comunidad y elegir ser una comunidad es un prerrequisito 
ineludible en el desarrollo de acciones comunitarias. 
La perspectiva de la comunidad como elección es, desde mi 
punto de vista, una de las respuestas a la ecuación imposible 
planteada por Bauman en relación con la comunidad. Perder 
comunidad –señala este autor– significa perder seguridad; ganar 
La comunidad como elección
47
comunidad, si es que se gana, pronto significaría perder libertad 
(2003:11). El conflicto generado entre la seguridad y la libertad 
solo puede ser realmente asumido como una tensión dinámica, 
creativa y generadora, si la comunidad –el constituirse, identi-
ficarse y sentirse comunidad– es consciente y responsablemente 
elegida; si se puede hablar del ser comunidad . La comunidad 
es, en este caso, una comunidad consciente de serlo. Hay que 
apuntar, sin embargo, que la comunidad como elección (al igual 
que la democracia) no puede ser nunca un destino sino que ha 
de ser, en todos los casos, una construcción colectiva y cotidia-
namente sostenida. 
No podemos elegir la comunidad en la que nacemos. La co-
munidad como elección no implica que la persona elija vivir en 
la comunidad que a le gustaría. Un planteamiento así resultaría 
absurdo, pues supone que las personas ponen en juego todos sus 
recursos y posibilidades para adquirir o tener acceso a todos aque-
llos recursos y posibilidades –que les puedan ayudar a transformar 
la comunidad en la que viven en aquella en que les gustaría vivir 
o en aquella en la que piensan que podría llegar a transformarse–. 
La perspectiva de la comunidad como elección requiere de acción, 
actividad y, sobre todo, mantener actitudes de alerta y de lucha 
para conseguir cada día que la comunidad en la que vivimos sea 
aquella en la que queremos seguir viviendo. Dahrendorf (2005) 
señala que la actividad es el primer paso de cualquier política de 
libertad, entendiendo que esta no puede buscar otra cosa que un 
aumento de las oportunidades para las personas.
En definitiva, de lo que se trata es de lograr que las comu-
nidades y las personas concretas que las componen, abandonen 
posiciones o posturas de aceptación acrítica o de resignación 
respecto de su situación vital individual y comunitaria. Se trata de 
ayudarlas o de acompañarlas en el proceso de toma de conciencia 
tanto de la realidad que viven como de la que desearían vivir y, 
sobre todo, de que dicha concienciación les haga poner en marcha 
acciones que les ayuden a transitar de la primera a la segunda. 
Heller, desde mi punto de vista, concreta muy bien esta 
idea cuando plantea que hemos de convertir nuestra contin-
gencia en destino:
Xavier Úcar
48
«La modernidad occidental es nuestra contingencia. En 
vez de destruirla podemos transformarla en nuestro destino. 
(...) Un individuo ha transformado su contingencia en desti-
no si ha llegado a tener conciencia de que ha conseguido [o 
está en camino de conseguir] lo mejor de sus prácticamente 
infinitas posibilidades. Una sociedad [o una comunidad] ha 
transformado su contingencia en destino si los miembros de 
esta sociedad llegan a [o están en camino de] tener conciencia 
de que no les gustaría vivir en otro lugar o en otra época que 
aquí y ahora (1991:57)»8.
Únicamente siendo el protagonista (el rector) de la pro-
pia historia, se puede aceptar y configurar la realidad que se 
vive como la mejor entre todas las posibles. El protagonismo 
individual y colectivo en el desarrollo de acciones y proyectos 
comunitarios, es el que puede posibilitar ir consiguiendo, poco 
a poco, una mejora que sea significativa en la calidad de vida de 
las personas y las comunidades. Cembranos y otros (1988) dicen 
que uno de los objetivos de la animación sociocultural9 es el de 
conseguir desarrollar la inteligencia social o, lo que es igual, 
constituir colectivos y comunidades con capacidad para dar 
una respuesta inteligente a los problemas que se les presentan. 
Habría que ampliar el concepto hablando de inteligencia so-
ciocultural, puesto que la cultura dota de sentido y contenido las 
relaciones sociales (interpersonales) que posibilitan los procesos 
de animación sociocultural. Una respuesta inteligente se debe 
elaborar a partir de las sinergias establecidas entre las personas 
que integran aquella comunidad. Esto significa que es atribuible 
a lo que, en el próximo apartado, vamos a caracterizar como 
ser comunidad y que no es reducible, por lo tanto, a personas 
concretas ni a agregados de personas. Es, en este sentido, un 
producto o un resultado colectivo, comunitario.
8 Lo que hay entre paréntesis es mío.
9 Como ya se ha apuntado, entiendo que la animación sociocultural es una 
estrategia o una metodología concreta de acción comunitaria. Para ampliar, 
ver Úcar/Llena, 2006.
La comunidad como elección
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Fundamentos Teóricos: Touraine, 
Freire, Rappaport
La perspectiva que hemos presentado de la comunidad como 
algo elegido y construido, nos lleva a entrar más profundamen-
te en ella para saber cómo se constituye, cómo se sostiene y 
cómo se actualiza. Para ello se van a vincular tres constructos 
teórico–prácticos: el sujeto de Touraine, la concientización 
de Freire y el empoderamiento de Rappaport, Zimmerman y 
otros. Estos tres esquemas constituyen los cimientos sobre los 
cuales vamos a levantar un edificio teórico que nos ayude a 
comprender cómo podemos orientar, facilitar y acompañar los 
procesos de acción comunitaria. 
a. El sujeto de Touraine:
La comunidad es un sujeto colectivo.