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edgardo silvoso -Que Ninguno Perezca(Spanish Edition)

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QUE NINGUNO PEREZCA
Como alcanzar ciudades para Cristo por medio del evangelismo de oración Derechos del autor:
Edgardo Silvoso
Publicado originalmente en inglés bajo el título:
That None Should Perish
How to Reach Entire Cities for Christ Through Prayer Evangelism por Regal Books, una División de
Gospel Light Publications, Inc.
Ventura, CA 93003, EE.UU.
Este libro se publicó además en:
alemán, chino, coreano, francés, indonesio, japonés, portugués y ruso.
Corrección: Luis Manoukian
Diseño de tapa: Martín Vega
Diseño interior: Martín Vega
Ilustraciones: Julieta Valle de Vega
Las citas bíblicas se tomaron de la versión
Reina Valera © 1960. Sociedad Bíblica en América Latina.
Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el permiso por escrito del autor.
Para contactos: edsilvoso@transformourworld.org
Sitios web:
www.transformourworld.org
ISBN 978-1-4951-2714-4
ISBN 978-1-7923-6963-6 (e-book)
mailto:edsilvoso@transformourworld.org
http://www.transformourworld.org
DEDICATORIA
A mi equipo favorito:
Ruth, esposa amante y cariñosa
y a nuestras hijas,
Karina, fiel ayudante y confidente
Marilyn, sabia consejera y colaboradora
Evelyn, poderosa intercesora y consoladora
Jesica, amiga dilecta y compañera en la obra
CONTENIDO
Prefacio a la edición en español
Prólogo del Dr. Peter Wagner
Prefacio
Sección I - Los Principios
CAPÍTULO 1
¿ES POSIBLE ALCANZAR CIUDADES ENTERAS PARA
CRISTO?
Las ciudades juegan un rol central en la estrategia redentora de Dios. La
Gran Comisión comenzó en una ciudad, Jerusalén, y culminará cuando
otra ciudad, la nueva Jerusalén, se convierta en la morada eterna de Dios
con su pueblo. Para poder cumplir la Gran Comisión debemos alcanzar
todas las ciudades del mundo con el evangelio.
CAPÍTULO 2
EVANGELISMO POR MEDIO DE LA ORACIÓN
La oración constituye el trazo de eternidad más tangible y fácil de
discernir en el corazón humano. Por lo tanto, la mejor manera de abrirle
los ojos a los perdidos para que puedan ver la luz del evangelio es por
medio de la oración por sus necesidades inmediatas.
CAPÍTULO 3
EL CAMPO DE BATALLA SE ENCUENTRA EN LAS REGIONES
CELESTIALES
A fin de poder alcanzar a toda criatura con el evangelio, la Iglesia debe
guerrear contra las fuerzas de maldad que mantienen cautivos a los
perdidos. El campo de batalla de esa guerra se encuentra en las regiones
celestes. Es allí donde se gana o se pierde la guerra para tomar nuestras
ciudades.
CAPÍTULO 4
FORTALEZAS ESPIRITUALES: CÓMO RECONOCERLAS Y
CÓMO DESTRUIRLAS
Las fortalezas espirituales constituyen el arma secreta del diablo. Con esta
arma, el diablo logra controlar el comportamiento de la Iglesia. Esas
fortalezas espirituales deben ser identificadas y destruidas a fin de que la
Iglesia logre poseer el control de los lugares celestiales.
CAPÍTULO 5
CÓMO EJERCER AUTORIDAD POR MEDIO DE LA ORACIÓN
Todo creyente es un alguacil de la corte del Calvario. A esta corte se le ha
otorgado autoridad espiritual para que haga cumplir el fallo divino por
medio del cual le fue concedida por Jesús la salvación a los perdidos. El
diablo se rehúsa a aceptar este veredicto y el creyente debe obligarlo a
obedecer por medio de la autoridad que le ha sido delegada por el Señor.
Esta autoridad se debe ejercer por medio de la oración.
Sección II - La Estrategia
CAPÍTULO 6
CÓMO ESTABLECER EL PERÍMETRO DE DIOS EN UNA
CIUDAD
El primer paso es establecer una «cabecera de playa» espiritual o
perímetro en medio de las densas tinieblas que cubren nuestras ciudades.
Esto se logra por medio de la identificación y movilización del remanente
fiel. Una vez establecido, este perímetro espiritual proveerá el contexto
para que se manifieste el reino de Dios en la ciudad.
CAPÍTULO 7
CÓMO CONSOLIDAR EL PERÍMETRO
Establecer el perímetro de Dios en medio de un terreno dominado
ampliamente por Satanás es una operación en extremo delicada. De modo
que no alcanza con solo establecer ese perímetro. Es absolutamente
necesario asegurarlo por medio de la eliminación de toda actividad del
enemigo dentro de esa «cabecera de playa» espiritual.
CAPÍTULO 8
CÓMO EXPANDIR EL PERÍMETRO
Dios usa al remanente fiel para establecer un modelo o prototipo de lo
que él eventualmente hará en toda la ciudad. Una vez que ese prototipo se
pone en funcionamiento, se lo debe expandir en forma gradual y segura
por medio de la incorporación de personas cuyos corazones también
hayan sido preparados por Dios. Eso finalmente resultará en la formación
de un ejército espiritual capaz de derrotar a las fuerzas de maldad que
mantienen a la ciudad en cautiverio espiritual.
CAPÍTULO 9
CÓMO INFILTRAR EL PERÍMETRO DE SATANÁS
La mejor manera de infiltrar subrepticiamente el campo o perímetro de
Satanás es mandando «paracaidistas espirituales» por encima de sus
líneas de combate a los efectos de establecer miles de casas de oración
hasta que toda la ciudad, cuadra por cuadra y barrio por barrio, haya sido
saturada.
CAPÍTULO 10
CÓMO DESTRUIR EL PERÍMETRO DE SATANÁS
Una vez que la Iglesia se ha desplazado masivamente dentro del territorio
controlado por Satanás, se debe hacer sonar la trompeta para iniciar un
ataque a fondo a los efectos de derribar los muros que han mantenido a
los prisioneros espirituales cautivos y así poder guiarlos al Señor.
CAPÍTULO 11
CÓMO REEMPLAZAR EL PERÍMETRO DE SATANÁS POR EL
PERÍMETRO DE DIOS
Una vez que se ha liberado a los cautivos en masa y existen casas de
oración por toda la ciudad, llega el momento de desmantelar totalmente la
estructura del reino de las tinieblas y reemplazarla por el reino de Dios en
todos los niveles y en todas las esferas de la vida citadina. La parte más
vital de este ejercicio es la incorporación a la Iglesia de los que han hecho
profesión de fe y proveerles entrenamiento para seguir extendiendo el
reino de Dios por toda la ciudad. A menos que se llegue a este nivel, lo
único que se habrá logrado es un «desfile» en lugar de un desembarco
anfibio.
CAPÍTULO 12
¿HASTA DÓNDE PUEDES VER?
La Gran Comisión comenzó con la toma de una ciudad: Jerusalén. Ésta
era la ciudad en la que residían los discípulos. El primer paso fue el
aglutinamiento de aquellos a los que Dios había convocado en el aposento
alto. El plan de Dios para tu ciudad comienza contigo y con otros como
tú, reunidos «unánimes juntos» para dar el primer paso. ¿Cuál es ese
primer paso? Todo depende de cuánto alcances a ver para llegar a ese
lugar. Esa debe ser tu meta inmediata. Una vez que la logres, Dios te
mostrará el segundo paso y así sucesivamente hasta que finalmente llegue
el día en que veas que toda tu ciudad ha oído la voz de Dios.
APÉNDICES:
Apéndice 1
Seis pasos para alcanzar tu ciudad para Cristo.
Apéndice 2
Cómo preparar una atmósfera espiritual que resulte en un evangelismo
eficaz.
Apéndice 3
Gráfico «Es el tiempo de Dios para tu ciudad».
PREFACIO A LA EDICIÓN EN
ESPAÑOL
Nuestra generación es la primera desde el día de Pentecostés que de un modo
realista podría llegar a cumplir la Gran Comisión y ver retornar al Señor en
las nubes. El Espíritu está hablando a las iglesias e introduciendo, o
reintroduciendo en algunos casos, poderosísimas armas tales como la oración
intercesora, la guerra espiritual, la restauración de la unidad de la Iglesia, y
otras. Las fuerzas del reino de la luz, dirigidas por el Espíritu Santo y
apoyadas por legiones de ángeles ministradores luchan «contra fuerzas de
maldad en las regiones celestes» para poder llevar la luz del evangelio a
aquellos a los que «el dios de este mundo ha cegado». Multitudes reciben al
Señor todos los días. Tanto es así que hoy la membresía de la Iglesia del
Señor es mayor que la membresía combinada de los últimos dos mil años.
¡Qué tiempo extraordinario es el que nos toca vivir hoy!
Esta batalla por las almas de los perdidos y el cumplimiento de la Gran
Comisión en nuestra generación se libra con mayor intensidad en las ciudades
del mundo. Es allí donde se concentran las multitudes a ser ganadas y es allí
donde el diablo ha establecidosus fortalezas espirituales, generando todo tipo
de maldad. Y por eso es que las ciudades representan el mayor desafío que la
Iglesia enfrenta hoy. De allí que se impone la pregunta: «¿Podemos realmente
alcanzar a nuestras ciudades para Cristo?»
Esta fue la pregunta que como equipo se nos presentó cuando nos
reunimos con un grupo precioso de pastores en la ciudad de Resistencia,
Argentina. Todos ardíamos con el deseo de ver una ciudad ganada para
Cristo. Una ciudad en la que todos los habitantes hubiesen oído «la palabra
fiel y digna... que Jesús vino al mundo a salvar los pecadores». Los pastores
de Resistencia se prestaron generosamente a convertir sus congregaciones y
su ciudad en un laboratorio espiritual para tratar de encontrar una respuesta
afirmativa a esta pregunta. Y, gloria a Dios... ¡el resultado fue tremendamente
positivo! Tal como lo presento con abundancia de detalles en el capítulo uno
de este libro, la ciudad de Resistencia pasó a ser la primera ciudad
contemporánea en oír la voz de Dios en cada barrio y en cada una de sus
cuadras. La Iglesia en Resistencia creció en forma extraordinaria, pero la
mayor contribución del «Plan Resistencia» fue el redescubrimiento de ciertos
conceptos bíblicos que habían caído en desuso tales como el arrepentimiento,
la restauración de la unidad tangible de la Iglesia, el ejercicio de la autoridad
apostólica por parte de los pastores «sentados a las puertas de la ciudad»,
una cartografía espiritual, el poder de la intercesión militante, la guerra
espiritual estratégica, y sobre todo, el evangelismo por medio de la oración,
sin duda el más dinámico y más eficaz de todos.
Este último constituye el tema central del libro. El «Plan Resistencia» no
fue un plan perfecto y no todos coinciden en leerlo de la misma manera y
llegar a las mismas conclusiones. Sin embargo, el plan constituyó un
laboratorio donde se redescubrieron muchas armas bíblicas, poderosas en
Dios, que habían caído en desuso y entre las cuales «el evangelismo por
medio de la oración» es la más poderosa. Hoy, en más de 300 ciudades
esparcidas en seis continentes se están alcanzando ciudades para Cristo al
estilo de Resistencia debido al dinamismo y al poder de este tipo de
evangelismo.
¿Qué es «el evangelismo por medio de la oración»? Básicamente es
descubrir cómo hacer mayores obras que el Señor Jesús. La iglesia
contemporánea tiene mucho más dinero, poder, miembros, influencia,
entrenamiento y medios a su disposición que lo que tuvo la iglesia primitiva.
Sin embargo, esta última llegó a evangelizar todas las ciudades en la región
que va desde Jerusalén hasta el límite con Italia (Romanos 15:19-23) en un
corto período. ¡Y eso no fue todo! En la provincia romana de Asia (cuya
población excedía fácilmente los cinco millones) «todos los que habitaban en
Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús» de acuerdo con
Hechos 19:10. Asimismo, la historia secular ha documentado que lo que
comenzó con un grupo de tímidos y asustadizos galileos en el aposento alto,
llegó a conquistar todo el Imperio Romano en menos de tres siglos. Dada la
escasez de recursos de la iglesia primitiva, no cabe duda de que sus miembros
conocían «algo» que nosotros no hemos descubierto todavía. Eso es lo que en
este libro denomino como «hacer mayores obras que las que hizo el Señor
Jesús».
Imagínate que sobre tu ciudad vuelen dos aviones y que cada uno de ellos
lleve un millón de dólares en su bodega. Uno de los aviones lleva
exclusivamente «pennies» (moneda norteamericana de un centavo) y el otro
billetes de $1.000 dólares. En un momento dado, los dos aviones abren sus
compuertas y descargan ese dinero sobre la ciudad, el que se desparrama por
doquier. Acto seguido, en tu iglesia se forman dos equipos, el equipo A y el
equipo B, para ver cuál de los dos puede juntar un millón de dólares con
mayor rapidez. Se da la señal y los dos equipos parten... pero hay un pequeño
detalle: el equipo A sólo puede juntar «pennies» y el equipo B está limitado a
juntar billetes de $1.000 dólares. Yo te pregunto: con esas limitaciones, ¿cuál
de los dos equipos va a hacer más ruido, va a necesitar más espacio de
almacenaje, va a sentirse más frustrado, se va a cansar más y finalmente va a
fracasar en su intento? Sin duda que el equipo A. ¿Por qué? Porque se
necesitan cien millones de «pennies» para juntar un millón de dólares,
mientras que el otro equipo sólo precisa encontrar mil billetes de mil dólares
para lograr su objetivo.
La Iglesia de hoy en día es como el equipo A. Está más ocupada, hace
más ruido y a pesar de tener a su disposición recursos extraordinarios no ha
podido emular a la iglesia primitiva. ¿Por qué? Porque debido a su ignorancia
espiritual se ha visto limitada a hacer «obras menores que el Señor Jesús», y a
pesar de todo lo que hace, eso no suma mucho al final del día.
Cuando se analiza la ciudad de Resistencia, se observa que es una ciudad
hermosa pero no muy rica. Tiene una clase media pero también una gran
clase de bajos recursos. Con una población de casi 400.000 habitantes, en
1988 había sólo 5.300 creyentes diseminados en setenta iglesias, de las cuales
—según se nos dijo— sesenta y ocho habían surgido como resultado de
divisiones. Al comienzo del plan no contaban con ningún creyente en
posición de gran influencia en el gobierno, la economía, los medios, la
educación o la justicia. Para colmo de males, toda la ciudad estaba bajo la
influencia y el poder de «San La Muerte», un espíritu territorial con el que la
población en general hacía pactos espirituales, lo que resultaba en que los
habitantes de la ciudad estuviesen endemoniados.
A pesar de todas esas desventajas, Resistencia es la primera ciudad
contemporánea que ha sido totalmente alcanzada por el evangelio, casa por
casa, cuadra por cuadra y barrio por bario en forma sistemática y verificable;
«de modo tal que muchos de los que creyeron continúan viniendo,
confesando y renunciando a las cosas que practicaban; muchos de los que
practicaban la magia quemaron sus libros y sus fetiches; y la palabra del
Señor creció y prevaleció» y sigue creciendo y prevaleciendo al estilo de lo
descrito en Hechos 19:10-20. La forma de vida eclesiástica que se
caracterizaba por divisiones y sospechas internas ha disminuido
considerablemente; la gente en el gobierno ha llegado a reconocer la
autoridad espiritual de los pastores y permanentemente busca su consejo y su
intercesión; los medios masivos se han abierto al evangelio; y los pastores
ejercitan autoridad espiritual como cuando ataron al espíritu de suicidio que
había invadido el puente entre Resistencia y Corrientes.
¿Cómo se logró tanto en vista de la escasez de recursos y la condición
previa de la Iglesia? Porque los amados pastores de Resistencia
redescubrieron el poder de la oración como elemento evangelizador, es decir
el «evangelismo por medio de la oración».
Cuando el Señor Jesús envió el primer grupo de «ganadores de ciudades»,
los setenta de Lucas 10:1-20, él les dijo que usaran la siguiente metodología:
primero, que impartieran paz a la casa del inconverso (v. 5); segundo, que
tuvieran comunión con la gente que viviera en esa casa (v. 7,8); tercero, que
oraran para que ocurriese un milagro que beneficiara directamente al
inconverso (v. 9a); y cuarto, que predicaran el evangelio. Nótese bien la
secuencia de las actividades que conformaban la estrategia que finalmente le
permitió a Jesús ver «a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lucas 10:18) y
a todo demonio sujetarse a los setenta (Lucas 10:17). Antes de entrar a la casa
debían impartir paz, luego tener abundante comunión con la gente, al llegar a
conocer sus necesidades, orar por un milagro y recién al final de ese proceso
enfocado en el bienestar de los perdidos, predicarles el evangelio.
Hoy en día hemos invertido el orden y generalmente, impulsados por una
conciencia culposa, tocamos el timbre de una casa de gente que no
conocemos y procuramos en unos pocos minutos convencerlos de que la
Biblia es la palabra de Dios, que Jesúses su Hijo, que murió y resucitó, que
ellos son pecadores y como tales se van al infierno y que nosotros somos
santos y vamos al cielo... Bueno, con este método nunca llegamos muy lejos
ya que generalmente nos cierran la puerta en la cara por carecer de
credibilidad. Si primero los bendecimos desde afuera («antes de entrar a la
casa», v. 5), y pasamos tiempo con ellos (vv. 7,8) para llegar a conocerlos
mejor y en el momento que nos cuentan sus problemas oramos por ellos y
Dios hace un milagro (v. 9), ya no habrá necesidad de forzarlos a escuchar el
evangelio porque para entonces ellos van a querer saber «quién es este Jesús
que me dio paz, que te envió a mi casa y que obró un milagro a mi favor».
En Resistencia los pastores y su gente redescubrieron la dinámica descrita
en Lucas 10 al abrir «Casas luz» en 635 barrios y empezar a bendecir a los
vecinos. Eso permitió que se tendiesen puentes sociales que en su momento
posibilitaron que muchos vecinos inconver-sos compartieran sus necesidades
con los líderes de la «Casa luz». Al orar por esas necesidades, se produjeron
milagros que abrieron los ojos de los inconversos y que en el momento de
presentar el evangelio hizo que la gente lo recibiese con gozo. De esa manera
sencilla pero altamente eficaz, los pastores de Resistencia comenzaron a
redescubrir el «evangelismo por medio de la oración».
Lo que se logró en Resistencia fue muy frágil, sencillo e incompleto, pero
fue lo suficientemente eficaz como para alcanzar a toda una ciudad con el
evangelio, y hoy el nombre «Resistencia» es sinónimo de toma de ciudades
en todo el mundo, ya sea en Pretoria, África del Sur, en Singapur, en
Londres, Inglaterra, en Ginebra, Suiza, en San Francisco, California, en San
Nicolás, Mar del Plata, La Plata o Azul en Argentina. Y en todas esas
ciudades los pastores locales están logrando mejores resultados que en
Resistencia. Esto se debe a lo que yo llamo «el fenómeno Antioquía».
Antioquía experimentó el mismo poder y el mismo mensaje que Jerusalén,
pero en Jerusalén todo ocurrió en medio del desorden, burlas, cárcel,
persecución, descrédito y críticas severas, mientras que en Antioquía no fue
así. La Biblia nos dice que en Antioquía «gran número creyó y se convirtió al
Señor... y una gran multitud fue agregada al Señor...» (Hechos 11:21,24) sin
hacer ninguna mención las cosas negativas que ocurrieron en Jerusalén. La
gente de Antioquía oyó lo que Dios había hecho en Jerusalén sin oír acerca
de los problemas y creyó esa palabra, la que dio fruto inmediato. En
Resistencia cometimos errores, y quizás otros han cometido errores también,
que dieron lugar a la crítica y a cierto nivel de descrédito. Pero los que en
otras ciudades oyen los principios del «Plan Resistencia» sin todo el bagaje
negativo, lo reciben, lo implementan y ven resultados positivísimos.
Si yo tuviese que resumir en un párrafo el «evangelismo por medio de la
oración» tal como surgió del laboratorio en Resistencia, diría esto: antes de
Resistencia se procuraba alcanzar a los perdidos por medio de un mensaje. Se
tomaba como la totalidad de la Gran Comisión sólo el texto de Mateo 28:19,
«Por tanto, íd, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» y eso producía una seria
aberración evangelística. Cuando uno estudia este versículo aisladamente
termina convenciéndose de que un predicador famoso es el protagonista
principal obligado de la Gran Comisión ya que él es el que tiene que ir, hacer
los discípulos y luego bautizarlos. Pero cuando uno incorpora este versículo
el anterior y el posterior, es decir se lo pone en contexto, encuentra algo
totalmente diferente: « Y Jesús se acercó y les habló diciendo: TODA
POTESTAD ME ES DADA EN EL CIELO Y EN LA TIERRA (v. 18)... y he
aquí YO ESTOY CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FIN DEL
MUNDO» (v. 20). Y además, si se traduce la palabra «id» como en realidad
aparece en el griego, donde no es un mandato a ir sino que tiene el sentido de
«yendo», el significado de la Gran Comisión cambia completamente. Ahora
el protagonista principal es el Señor con su presencia y su autoridad y nuestro
rol es de simple apoyo. A medida que vamos «yendo» y encontramos gente
con problemas, les decimos que nosotros conocemos a alguien con autoridad
para solucionar esos problemas, Y cuando muestran interés, les decimos que
él está allí con nosotros. Acto seguido les presentamos a un Cristo vivo,
poderoso y sobre todo inminente; uno que está allí mismo. Ahora la Gran
Comisión deja de ser un mensaje y pasa a ser una persona —Jesús, que tiene
toda autoridad y está siempre con nosotros— y nuestro rol se limita al del
maestro de ceremonias que presenta al Señor.
Te invito a leer este libro y oro que al hacerlo el Señor reavive su fuego
en ti y redescubras lo que le permitió a la iglesia primitiva alcanzar ciudad
tras ciudad. Nuestra generación bien puede ser la que reciba al Señor en el
aire ya que cuando este evangelio del reino sea predicado en toda la tierra...
entonces vendrá el fin. «¡Sí, Señor Jesús, ven!»
Edgardo Silvoso
PRÓLOGO
El mensaje se escucha cada vez con mayor claridad. El Espíritu Santo le está
diciendo a las iglesias: «Alcancen las ciudades para Dios y háganlas parte de
su reino».
Creo que el objetivo principal de los ejércitos del Señor en la década de
los noventa son las ciudades del mundo. Eso no significa que otras
actividades no sean importantes. Yo creo que debemos continuar los
esfuerzos históricos agresivos destinados a evangelizar a las naciones y
grupos sociales específicos, como así también a los individuos y poblaciones
rurales, a los efectos de alcanzar a los perdidos dondequiera que se
encuentren. Sin embargo permítanme ser bien claro en este punto: no existe
nada más importante en la actualidad que alcanzar las ciudades.
Yo no soy el único que tiene esta convicción. Hay muchos líderes
cristianos en todo el mundo que también han escuchado el sonido de la
trompeta divina llamándolos a alcanzar ciudades enteras. Tanto la
investigación misionológica como las publicaciones y el énfasis
contemporáneo en el entrenamiento de obreros se enfocan en las poblaciones
urbanas que se están multiplicando explosivamente. Los pastores, misioneros,
maestros y todo tipo de obreros cristianos están respondiendo en gran número
al llamado de Dios a favor de las ciudades.
Sin embargo, la pregunta que se impone es: ¿cuál es la mejor manera de
evangelizar nuestras ciudades? Edgardo Silvoso, en mi opinión, tiene la
respuesta más estratégica y más factible a esta pregunta. Él es una persona
que conoce y entiende bien a fondo los métodos tradicionales de la
evangelización urbana que se han estado usando y refinando por años. Tanto
es así, que la estrategia propuesta por Edgardo Silvoso utiliza intensamente
las campañas citadinas, el evangelismo por medio de la amistad, la visitación
casa por casa, la predicación al aire libre, las películas cristianas, la
saturación de literatura, la ayuda humanitaria, los proyectos de apoyo
comunitario y muchos otros enfoques que se han concebido para comunicar
el evangelio, sobre todo en el contexto de las ciudades.
Edgardo Silvoso y también muchos otros líderes con un llamado similar a
alcanzar ciudades, están de acuerdo en que los métodos que se han
desarrollado son buenos y que existe una teología sólida de evangelización
urbana. Sin embargo, la pregunta que se impone es: ¿por qué no se ve más
fruto y fruto que permanezca?
Esta pregunta ha estado ardiendo en el corazón de Edgardo Silvoso por
muchos años. Su pasión ha sido proveer una respuesta que consista no tan
sólo en una teoría interesante o en una exhortación apasionada sino más bien
en un enfoque práctico y dinámico que lleve nuestros esfuerzos
evangelísticos urbanos al nivel que hemos soñado por tanto tiempo y que
sabemos que representa fehacientemente la voluntad de Dios. Su voluntad es
que ninguno perezca, tal cual está expresado en 2 Pedro 3:9. Edgardo Silvoso
ha tomado de este versículo el título parasu libro.
Que ninguno perezca es el primer libro que incorpora en el corazón
mismo de un plan de evangelización urbana dos elementos básicos que han
estado conspicuamente ausentes en planes similares. El primero es un
componente metodológico y el segundo es un componente espiritual.
El componente metodológico es el establecimiento de nuevas iglesias
hasta llegar al punto de la saturación. A menudo he dicho que la manera más
eficiente de evangelizar es plantando nuevas iglesias. Y ésta no es sólo mi
opinión personal o el reflejo de lo que he visto en el libro de los Hechos de
los apóstoles sino que es también un hecho científicamente comprobado.
Muchos estudios profundos en cuanto a evangelización han confirmado la
validez de este enfoque más allá de toda duda. Como verás en este libro, el
plantar nuevas iglesias es un elemento de capital importancia en la estrategia
de Edgardo Silvoso.
El segundo componente, el de orden espiritual, es lo que muchos de
nosotros hemos denominado guerra espiritual estratégica. Edgardo Silvoso
reconoce que debido a que el dios de este mundo ha cegado los ojos de los
perdidos para que no les resplandezca la luz del evangelio (2 Co. 4:3,4), la
verdadera batalla para alcanzar nuestras ciudades es una batalla de orden
estrictamente espiritual y debe ser ganada en las regiones celestes. A medida
que se gana la guerra en los lugares celestiales a través de encuentros de
verdad y encuentros de poder orquestados por el Espíritu Santo en base a la
muerte expiatoria de Cristo en la cruz, se quitará mucho de lo que
históricamente ha obstruido la comunicación del evangelio a los perdidos.
Es por eso que la guerra espiritual es esencial para poder ver mucho fruto,
y el plantar nuevas iglesias es esencial para que ese fruto permanezca. Al leer
y estudiar Que ninguno perezca, podrás ver clara y precisamente como estos
dos elementos pueden combinarse en tu ciudad para la gloria de Dios y la
salvación de los perdidos.
Dr. Peter Wagner
Seminario Teológico Fuller
Pasadena, California - USA
PREFACIO
Cuando el Señor, por medio del apóstol Juan, envió su mensaje epistolar a
siete iglesias esparcidas en Asia Menor, concluyó cada uno de esos mensajes
con una clara exhortación a que se escuchara lo que el Espíritu estaba
diciendo a las iglesias. Esa exhortación tiene vigencia hoy en día. Cada
generación de creyentes debe sintonizar y escuchar el mensaje específico que
el Espíritu tiene para ellos.
Hoy, en el siglo XXI, la pregunta que se impone es: «¿Qué le dice el
Espíritu a la Iglesia?» Mi observación personal es que el mensaje que está
dando el Espíritu tiene un énfasis doble: oración y evangelización. El Espíritu
lo está haciendo de tal manera que esos dos componentes suenan como las
dos pistas de una grabación en estéreo. Esas pistas, aunque diferentes una de
la otra, en su momento se conectan para producir algo superior y magnífico.
En los últimos veinticinco años, la oración ha surgido paulatinamente
hasta llegar a convertirse en el componente central de la vida de la Iglesia en
todo el mundo. En los Estados Unidos, Dios ha ungido a David Bryant para
lanzar «Conciertos de Oración», una organización que ha logrado convocar
en reuniones de oración a miles de cristianos de las más diversas
denominaciones a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos y aun más allá
de sus fronteras. Tanto es así, que parecería que no hay en todo el mundo de
habla inglesa una sola ciudad importante que no haya tenido al menos uno de
esos conciertos de oración.
El Dr. Pablo Cedar, presidente de Mission America y de la Iglesia
Evangélica Libre de América y también decano de las Escuelas de
Evangelismo de la «Organización evangelística Billy Graham» ha impartido
a decenas de millares un sentido profundo de reverencia en la presencia de
Dios en sus legendarias «asambleas solemnes» de oración. Es así como el Dr.
Cedar ha tocado la vida de innumerables líderes cristianos, al desafiarlos de
palabra y de obra a adoptar un estilo de vida de oración.
El Dr. Neil Anderson, presidente y fundador del ministerio «Libertad En
Cristo», le ha mostrado a miles de personas cómo obtener una liberación
espiritual duradera a través de la oración eficaz. Al decir oración eficaz me
refiero específicamente a la oración en la que se percibe la santa insistencia
que caracterizó a la oración de la viuda en la parábola del juez injusto (Lc.
18:1-8) y la eficiencia mencionada en Santiago 5:16. El Dr. Anderson ha
podido así impartir, por medio de este tipo de oración de proclama, una
dimensión práctica y liberadora a la verdad inefable de la palabra de Dios,
algo muy necesario en vista del incremento de maldad sobrenatural que ha
estado acosando a la Iglesia en los últimos tiempos.
Dios guió al Dr. José Aldrich, presidente de la Escuela bíblica
Multnomah a lanzar «Encuentros cumbre de oración para pastores». Este es
un concepto tan nuevo que muchos pastores han tenido que presenciar uno de
esos encuentros para poder creer que tal cosa es realmente posible. Lo que el
Dr. Aldrich y su equipo de ayudantes hacen es convocar a pastores de cientos
de ciudades y regiones a pasar cuatro días en la presencia del Señor sin un
predicador especial, sin un músico que ministre, sin agenda ni programa de
ningún tipo. Simple y majestuosamente cuatro días de oración en la presencia
del Señor. Miles de pastores han sido cabal y totalmente transformados en
esos encuentros de oración con el Señor Jesús y esto ha hecho que esos
pastores se conviertan en canales de bendición y de cambios positivos en sus
propias congregaciones. Muchas de esas congregaciones están hoy
transformando sus ciudades por medio del poder silencioso pero eficaz de la
oración.
Lo mismo se puede ver en otros países. En Corea, el Dr. David Yonggi
Cho, pastor de la Iglesia Yoido del Evangelio Completo en la ciudad de Seúl,
ha desafiado a toda una generación de líderes de todo el mundo a pasar por lo
menos tres horas diarias en oración. Asimismo el Dr. Omar Cabrera, líder de
un grupo de congregaciones diseminadas por toda la Argentina, ha sido el
pionero de vigilias masivas de oración llevadas a cabo en un contexto de
guerra espiritual. Recuerdo que en una de esas vigilias había más de doce mil
personas reunidas en un campo abierto en una fría noche de invierno para
orar y resistir al diablo. Nada más que eso: orar. ¡Y cómo oraron! Este énfasis
de oración en un contexto de guerra espiritual se ha extendido a muchas
iglesias en la Argentina creando así el ambiente espiritual que ha posibilitado
el extraordinario mover de Dios que ha estado bendiciendo a esa nación en
los últimos veinticinco años. Últimamente ese derramamiento se ha
extendido a otros países y el componente clave sigue siendo la oración.
Todo esto ha sido elevado a un nivel más intenso por medio de la
introducción de la intercesión militante en el comienzo de esta década. Una
de las personas clave en este campo es Cindy Jacobs, una dinámica mujer de
Dios dotada por él con dones singulares, que junto con su esposo Mike ha
fundado y dirige una organización llamada «Generales de Intercesión».
Cindy Jacobs y su equipo han identificado y conectado generales de
intercesión en todas las regiones clave del mundo y al conectarlos entre sí han
creado una red mundial de intercesión militante que día y noche vela por
naciones enteras. La introducción de este tipo de oración, que incorpora y
ejercita sin retaceos de ninguna clase la autoridad delegada al creyente por
Dios mismo, ha resultado en la liberación espiritual de decenas de miles de
personas y en fenómenos inesperados como la caída del comunismo y del
muro de Berlín.
El Dr. Peter Wagner, profesor de crecimiento de iglesias en el Seminario
Teológico Fuller, ha formado bajo el paraguas de la pista de oración del
Movimiento AD 2000, de la cual es el coordinador mundial, la red más
dinámica de ministerios de oración que se haya compuesto jamás sobre la faz
de la tierra. Cuando uno ve la lista de ministerios que componen esta red,
parece que fuera el «Quiénes quien» del cristianismo. Al combinar su celo
misionero con su agudísimo intelecto y una extraordinaria habilidad para
trabajar en cooperación con otros, el Dr. Wagner ha sido utilizado por Dios
para establecer un enorme ejército de oración. Este ejército está atacando las
puertas del infierno para liberar a los cautivos. Como dato ilustrativo, en el
mes de octubre de 1995, treinta y cinco millones de personas oraron durante
treinta días por los países de la Ventana 10/40 y esta cantidad ha ido
aumentando año tras año.
No cabe duda de que la oración, la oración eficaz y la oración en el
contexto de la guerra espiritual, es el corazón mismo de lo que el Espíritu le
está diciendo a la Iglesia en estos días. Ahora bien, el redescubrimiento de la
guerra espiritual como contexto en el cual ejercitar la oración ha colocado a
la iglesia donde Dios la quiere para que pueda escuchar la otra parte del
mensaje del Espíritu.
Esa otra parte es el evangelismo. Así como el Espíritu ha activado la
oración, hay un movimiento de igual intensidad dado por Dios e inspirado y
sostenido por el Espíritu Santo que comunicó la necesidad de completar la
Gran Comisión para el año 2000. Tanto es así que se ha formado una
organización mundial que convocó y combinó la red más amplia y completa
de ministerios cristianos con la meta única de predicar el evangelio a toda
criatura para el fin de ese siglo: el Movimiento AD 2000.
Esta organización, a través de sus diversas pistas ministeriales, ha creado
avenidas que permiten a todos los ministerios cristianos actuales trabajar en
forma mancomunada. Y ahora esa convocatoria ha llegado al nivel máximo,
lo que en física se llama «nivel crítico de masa» y en cualquier momento se
producirá la explosión esperada. Tanto es así que cuando se habla de la
evangelización del mundo en esta generación el problema no es si se lo
logrará sino más bien con que rapidez ocurrirá.
En la actualidad existe en todo el mundo un sentido de divina urgencia
para que se lleve el evangelio a toda persona sobre la faz de la tierra ahora.
Pero al revés de los días de antaño, el énfasis no está en el método o en el
mensajero sino exclusivamente en la oración. Y es aquí donde los dos
componentes del mensaje del Espíritu a la Iglesia se combinan para formar lo
que se ha denominado «evangelismo por medio de la oración».
En una reunión del Comité de Lausana en los Estados Unidos, del que
tengo el honor de ser miembro, se decidió unánimemente exhortar a la Iglesia
a la oración, al arrepentimiento y a la reconciliación para así poder cumplir
con el mandato divino de orar por cada estadounidense (más de trescientos
trece millones) para que vengan al conocimiento salvador del Señor
Jesucristo. En esta resolución se evidencia la clara intención de emular a la
iglesia primitiva en la forma en que ella llevó a cabo el cumplimiento de la
Gran Comisión en su generación. En Hechos 19:10 el Espíritu Santo nos
indica que «todos los que vivían en Asia (Menor) oyeron la palabra del
Señor, tanto judíos como gentiles». Este versículo refleja el logro más
extraordinario de toda la historia del cristianismo: la forma en que un grupo
de judíos asustados, perplejos y mono culturales lograron llevar la palabra de
Dios a todos los habitantes de todas las ciudades que constituían el
calidoscopio humano de Asia Menor. Algo extraordinario y sin precedentes.
¡Un milagro!
En este libro procuro redescubrir los principios bíblicos y la perspectiva
histórica que permitió que la iglesia primitiva llevase el evangelio desde la
soledad mono cultural del aposento alto a todos los aposentos de todos los
hogares de Asia Menor en un período muy corto de tiempo. Si Dios lo hizo
una vez, no cabe duda que él lo puede hacer de nuevo. Lo que resta es
redescubrir el cómo para así poder cooperar con él como lo hizo la iglesia
primitiva.
En la búsqueda de ese cómo describiré la forma en que el Señor nos
permitió trabajar mano a mano y hombro con hombro con los pastores de la
ciudad de Resistencia (que cuenta con una población de más de cuatrocientas
mil personas) en la provincia del Chaco, Argentina, y así redescubrir el
evangelismo por medio de la oración, aunque en esos días ese nombre no nos
era familiar. Ese hallazgo posibilitó la evangelización de una ciudad entera y
un crecimiento sin precedentes de la Iglesia en general.
Hoy, esos mismos principios se están implementando en muchas ciudades
del mundo. Tanto la estrategia como la eficiencia de este modelo están
todavía «en proceso», pero los resultados preliminares son muy alentadores.
De ninguna manera quiero dar la impresión de que lo que ocurrió en
Resistencia fue algo perfecto y carente de deficiencias. Por el contrario, el
Plan Resistencia (nombre de este proyecto) fue en sus inicios muy frágil y
requirió constante mejoramiento y pulido. Sin embargo, el prototipo
resultante funcionó, e hizo posible que una ciudad relativamente grande
escuchase el evangelio en su totalidad en el sentido más bíblico de la palabra.
Debido a eso, la Iglesia en todo el mundo ha recibido una prueba tangible de
que la evangelización eficaz de ciudades enteras es posible y dado que es
posible, ha pasado a ser un mandato ineludible. Esta ha sido la mayor
contribución del Plan Resistencia a la Iglesia del mundo entero: se puede
hacer y porque se puede hacer (aunque haya que mejorar el modelo), se debe
hacer.
El modelo presentado en este libro no es nuevo ni original. La Iglesia
primitiva lo implementó y lo utilizó con un altísimo nivel de éxito.
Desafortunadamente este se perdió durante el período de Oscurantismo.
Cuando la Reforma finalmente marcó el camino de regreso a las Escrituras,
hubo esperanza de que se lo redescubriese, pero el Iluminismo lo neutralizó a
través de la imposición, aun sobre la Iglesia, de una visión cósmica que
negaba todo lo sobrenatural. Y es por eso que, recién cuando el Espíritu
introdujo el énfasis a que hago referencia en este prefacio, se comenzó a
encontrar nuevamente aquello que se había perdido. Aunque el modelo no es
nuevo, lo que sí puede ser nuevo para muchos es su implementación dentro
de un contexto exclusivo de intensa oración. De esta conjunción de
evangelismo y oración surge lo que llamamos evangelismo por medio de la
oración.
En este libro declaro abiertamente que la oración es el vehículo por
excelencia para poder llevar el evangelio a toda criatura. En las páginas
siguientes explico que los lugares celestiales son el campo de batalla en el
que la Iglesia debe confrontar y derrotar a las fuerzas de maldad. Asimismo
hago una exposición bíblica de lo que son las fortalezas espirituales: el arma
secreta del diablo por medio de la cual controla en forma secreta a la Iglesia,
y la forma de destruirla para que la Iglesia pueda ser libre y así llevar a cabo
la Gran Comisión. También animo al lector a que ejercite sin reservas la
autoridad espiritual que le ha sido conferida por el Señor mismo en el área de
oración e intercesión. Todo esto es presentado en el contexto del Plan
Resistencia y de otros planes que han surgido a posteriori.
Oro que al leer este libro, el mensaje de oración y evangelismo que el
Espíritu está dando en estéreo a la Iglesia actual te resulte más claro al verlo
dentro de un contexto tangible como es la toma de ciudades y el Plan
Resistencia. También oro para que cuando pongas en práctica estos
principios, lo puedas hacer con una mayor perfección para que tú, y los que a
su debido tiempo aprendan de ti, logren aun mejores resultados.
Edgardo Silvoso
Evangelismo de Cosecha
San José, California USA
Buenos Aires, Argentina
Sección I: Los Principios
1
¿ES POSIBLE ALCANZAR
CIUDADES ENTERAS PARA
CRISTO?
PRINCIPIO: Las ciudades juegan un papel central en el plan
redentor de Dios. La Gran Comisión comenzó en una ciudad: Jerusalén,
y habrá de culminar cuando otra ciudad: la nueva Jerusalén, pase a ser
la morada eterna de Dios con su pueblo. Para poder llevar a cabo la
Gran Comisión en nuestra generación, debemos alcanzar todas las
ciudades de latierra con el evangelio.
¿Es acaso posible alcanzar toda una ciudad para Cristo? Esta era la pregunta
más persistente que me hacía cuando recién me convertí a Cristo. Al leer en
la Biblia que Dios no quiere «que nadie perezca» y que «Cristo se entregó
por todos» (véanse 1 Ti. 2:4,5 y 2 P. 3:9) de continuo me preguntaba qué es
lo que se requería para que la Iglesia pudiera alcanzar con las buenas noticias
a todos los perdidos de la ciudad.
Recibí a Jesús como mi Señor y Salvador cuando tenía trece años de
edad, en Argentina. La mejor decisión que tomé después de convertido fue
tener una cita semanal con Dios. Todos los jueves, a las 19 hs. en punto, iba
en mi bicicleta hasta la ribera occidental del río Paraná, en mi ciudad natal,
San Nicolás de los Arroyos, a encontrarme con Dios. Durante esa hora
preciosa vertía mi corazón en la presencia del Señor tratando de comprender
el porqué de la soledad que a diario me embargaba como estudiante
secundario en una ciudad de casi cien mil habitantes, totalmente cerrada a las
cosas espirituales. Semana tras semana, trataba en vano de reconciliar el
desbordante gozo de mi salvación con el intenso dolor que me causaba la
falta de respuesta al evangelio entre mis amigos y parientes. Yo me
preguntaba: si Jesús es de veras el camino, ¿por qué nadie quiere encontrar
ese camino?
En preparación para mi cita semanal con Dios, leía cuanto libro
encontraba que hablase del avivamiento. Al hacerlo, mi corazón, aún tierno
en la fe, se henchía de gozo al leer acerca del poderoso mover de Dios en
Inglaterra, en Gales, en Bavaria y en los Estados Unidos. Sin embargo, esa
poderosa ola de gozo era inevitablemente eliminada por una contra ola de
desencanto al contemplar la pobreza espiritual alrededor de mí.
«¿Por qué, Señor», le preguntaba a Dios, «todos los avivamientos ocurren
al norte del Ecuador? ¿Por qué no aquí? ¿O es que Argentina es “el patito
feo” de Dios?»
Semana tras semana, mientras veía el sol ponerse sobre la inmensidad de
la pampa Argentina, le pedía a Dios que enviase avivamiento a mi país y que,
como resultado, permitiese que los creyentes alcanzaran sus ciudades para
Cristo. «¡Oh, si tan solo pudiésemos alcanzar una ciudad para Cristo! ¡Oh, si
esa ciudad fuese mi propia ciudad, San Nicolás!», era mi continuo clamor. Lo
único que me sostenía mientras atravesaba el desierto espiritual que se
extendía entre un jueves y el próximo era la extraordinaria vitalidad de mi
nueva fe en Cristo. Y como expresión de supervivencia, uno de esos jueves
me propuse que un día iba a encontrar la manera de alcanzar a toda una
ciudad para Cristo, costara lo que costase.
Mi pastor era Carlos Naranjo. Anteriormente, él había sido anciano en
una asamblea muy separatista de los hermanos libres en Buenos Aires.
Cuando su esposa se sanó milagrosamente de una enfermedad incurable en
una cruzada pentecostal, a Don Carlos lo rechazó su asamblea local y muchos
de sus amigos pasaron a considerarlo un hereje y contra su voluntad Carlos y
su esposa dejaron la asamblea.
Al poco tiempo, Don Carlos vino a San Nicolás a supervisar la instalación
de una pequeña fábrica. A medida que él y su esposa testificaban a sus
vecinos y empleados, varios se convirtieron y eso dio comienzo a una iglesia
local. Mis padres, mi hermana y yo fuimos ganados para el reino de Dios por
medio de las intensas oraciones de ese grupito de nuevos creyentes. Fiel a su
tradición de hermano libre, Don Carlos comenzó a entrenar a los laicos en su
iglesia para la obra del ministerio. Todos los lunes, un grupo de treinta y un
hermanos nos reuníamos a estudiar y orar con él y fue así como tuve el
privilegio de ser apartado como evangelista de jóvenes. Tenía sólo catorce
años, pero mi corta edad no era obstáculo para que recorriese semana tras
semana las calles de San Nicolás testificando. Lamentablemente, tan pobre
era la respuesta a mi predicación que al final del año, al contar el número de
convertidos, no llegaba a usar todos los dedos de una de mis manos. Este
desencanto, y la tensión que eso me producía, se convirtió en el foco central
de mis conversaciones semanales con Dios los días jueves en la ribera
occidental del río Paraná. «¿Por qué, Dios? ¿Por qué nadie quiere recibir las
buenas noticias?»
Cuando cumplí diecisiete años, formé mi primer equipo evangelístico.
Eso ocurrió como resultado de mi tiempo diario de oración con Ruth, que en
esa época era mi novia y hoy es mi esposa. Ella vivía en Córdoba, distante
más de 500 kilómetros de San Nicolás, y debido a que ambos estudiábamos y
trabajábamos, sólo nos veíamos dos veces por año. Para mitigar la pena de
nuestra separación, acordamos tener un tiempo diario de oración y de
«comunión en el Espíritu». Todas las noches a las 22 hs., ella se arrodillaba
en los sierras de Córdoba y yo en la pampa en San Nicolás y «juntos»
pasábamos tiempo en la presencia del Señor. Esos eran momentos sagrados
para mí y nunca faltaba a esa cita cotidiana. Sólo la segunda venida de Cristo
hubiera podido evitar mi encuentro diario con Ruth y con el Señor. Si San
Pedro y San Pablo hubiesen venido a visitarme a las 22, los hubiera hecho
esperar hasta haber terminado mi encuentro con Ruth y con el Señor. Esos
momentos en oración eran lo más cercano que ella y yo teníamos a un
encuentro personal.
En el verano de 1963, nuestra iglesia tuvo una serie de reuniones
evangelísticas que abarcaban todos los días de la semana. Cada noche,
después de la reunión en la iglesia, la juventud se reunía en mi casa para
pasar un buen momento de camaradería y esas reuniones duraban hasta la
medianoche. Todas las noches, al llegar las 22, yo desaparecía sin que nadie
se diese cuenta, para tener mi cita con Ruth y con el Señor. Pude hacerlo así
por varios días hasta que, con el tiempo, mis amigos notaron mi ausencia.
Fue entonces cuando me preguntaron: «¿A dónde vas todas las noches a las
22?» Cuando les dije que iba a orar con Ruth, me preguntaron si podían ir
conmigo. Como mi reunión con Ruth era «en el Espíritu» y no en la carne, no
tuve ningún problema y dejé que se incorporasen a esos quince minutos de
oración. Sin embargo, una vez que todos ellos comenzaron a orar conmigo,
en vez de hacerlo por sólo quince minutos, empezamos a orar una, dos, tres
horas, y a menudo hasta la madrugada. Durante ese tiempo orábamos,
cantábamos, alabábamos al Señor, leíamos la Palabra y nos ministrábamos
unos a otros. Luego de varias semanas de hacer esto todas las noches,
estábamos más que rebosantes de poder, es decir, con las pilas cargadas al
máximo y con un tremendo deseo de hacer algo para Dios.
Decidimos ir a ver al pastor y comunicarle nuestro deseo. Nos escuchó
con placer y luego nos señaló cuatro pueblitos aledaños que no tenían
testimonio cristiano y nos mandó a evangelizarlos. Acto seguido nos dijo que
nos arrodillásemos, oró por nosotros y nos dijo: «Vayan y evangelicen. El
Señor está con ustedes».
Fue así como formé mi primer equipo evangelístico. Yo, un jovenzuelo
de diecisiete años, era el evangelista. Mi predicador asociado tenía quince
años. La directora de música era mi hermana, de catorce. El director de
seguimiento de nuevos convertidos tenía trece y bajo él trabajaba «la
juventud» del equipo. Había sólo una persona mayor que yo, José Lobos, a
quien apodamos «el abuelo» por su «avanzada» edad. Recuerdo que en mi
entusiasmo juvenil yo pensaba: «¡Quizás encontraremos la fórmula para
evangelizar ciudades enteras!»
EL SUEÑO DE ALCANZAR A TODA UNA CIUDAD CON EL
EVANGELIO ESTABA MUY FRESCO EN MI MENTE. EN MI FÉRTIL
IMAGINACIÓN JUVENIL, ESOS PUEBLITOS ERAN EL
EQUIVALENTE DE LOS ANGELES O NEW YORK Y YO ERA BILLY
GRAHAM. NO EXISTÍA NINGUNA DUDA EN MI MENTE CON
RESPECTO A QUE LOS ÍBAMOS A ALCANZAR JUNTO A MI EQUIPO
A TODOS CON EL EVANGELIO.
Ninguno de nosotros contaba con un vehículo de transporte, de manera
que debíamos acarrear todo a mano. El equipo de sonido parecía pesar una
tonelada, la batería para hacerlo funcionar despedía un ácido que podía
volcarse y quemar a alguno. Las cajas de Bibliasy de tratados evangelísticos
parecían tan pesadas como las pirámides de Egipto. Resultaba tan difícil
transportar los instrumentos musicales que añorábamos tener alas como los
ángeles. ¡Y no teníamos más remedio que acarrear todo eso! Cuando
tratábamos de tomar un autobús, no podíamos, ya que ningún chofer tenía
interés en cargar lo que parecía una tribu ambulante de gitanos con todos sus
bagayos a cuesta. Para lograr que los autobuses parasen y nos llevaran, tuve
que idear una estratagema muy sutil. Colocaba a las dos muchachas más
atractivas de nuestro equipo en la parada de ómnibus mientras todos los
demás nos quedábamos en la vereda de enfrente, como si estuviésemos
esperando el autobús que iba en la dirección opuesta. Apenas el
desafortunado chofer paraba para que las dos muchachas subiesen, todos
nosotros cruzábamos la calle pasando por delante del mismo del autobús en
lo que sin duda parecía una estampida de búfalos. Éramos una caravana de
camiones de mudanza... ¡sin los camiones! Antes de subir al ómnibus yo ya
había juntado el dinero del pasaje de todo el equipo, de manera que, a medida
que iban subiendo, le decían al chofer: «El último paga». Yo era el último y
esa era mi estrategia para que el autobús no se fuera hasta que todos
hubiéramos abordado.
Cuando comenzamos a evangelizar esos pueblitos que nuestro pastor nos
había señalado, el sueño de alcanzar a toda una ciudad con el evangelio
estaba muy fresco en mi mente. En mi fértil imaginación juvenil, esos
pueblitos eran el equivalente de Los Angeles o New York y yo era Billy
Graham. No existía ninguna duda en mi mente con respecto a que los íbamos
a alcanzar junto a mi equipo a todos con el evangelio. ¡Y por cierto que lo
logramos! Todos y cada uno de sus habitantes oyeron el evangelio. ¡Hasta un
brujo se convirtió! Recuerdo que estaba tan entusiasmado por ese fruto tan
extraordinario que me preguntaba cuántas coronas valdría un brujo en el día
de las recompensas ante el tribunal de Cristo. Sin embargo, a pesar de estas
victorias no llegamos a ver las conversiones masivas que yo anhelaba tan
ardientemente.
Y de nuevo la pregunta: «¿Por qué, Señor? ¿Por qué no se da eso aquí en
la Argentina?»
A los veinte años, fui llamado a cumplir con el servicio militar
obligatorio. Recuerdo que soñaba con guiar a todo el batallón de novecientos
soldados a Cristo. Durante el tiempo que permanecí en el ejército, pude ver
sólo un pequeño número de convertidos. Cuando llegó el día de mi baja, pedí
permiso para dar el discurso de despedida con la esperanza de que si
insertaba un mensaje de salvación allí, quizás podría llegar a ver una gran
cantidad de convertidos. Así lo hice y ese día llegué a ver un chorrito de
conversiones, pero el torrentoso río de nuevos convertidos que tanto anhelaba
nunca se materializó.
EN POS DEL SUEÑO
Finalmente llegué a ser el administrador en una clínica médica recién
inaugurada en San Nicolás. Me encantaba el tire y afloje y la tensión
cotidiana generada por el desafiante trabajo con médicos, enfermeras y
pacientes, todo lo que hacía que nuestro hospital creciera y se expandiese. Al
año siguiente, Ruth y yo nos casamos e hicimos nuestro nido nupcial en una
casa que yo había construido especialmente para ella. Sin embargo, no
obstante lo mucho que me agradaba mi trabajo como administrador del
hospital, el verdadero gozo era lo que hacíamos después del horario de
trabajo. Yo me apresuraba a llegar a casa, cenábamos rápidamente y salíamos
al volante de mi Chrysler 1947 a realizar reuniones evangelísticas. La razón
principal por la que compré ese gigantesco automóvil (el Chrysler de luxe
1947 era quizás el auto más grande y espacioso de su época), fue por su
capacidad de carga. Ese auto era capaz de transportar todo mi equipamiento
evangelístico, que consistía en dieciséis sillas plegables, un pequeño púlpito,
la guitarra y el acordeón de Ruth, dos cajas de Biblias y tratados y un número
variable de «predicadores asociados». Dado que por lo general había más
pasajeros que asientos, el auto siempre estaba sobrecargado y eso hacía que
algunos de mis asociados viajasen sentados en la falda de sus consiervos.
Una de esas campañas evangelísticas tuvo lugar en un pequeño pueblito
aledaño en el que una Asamblea italiana nos invitó a tener reuniones al aire
libre. En esa campaña ocurrió algo extraordinario. Noventa y dos personas
hicieron una declaración pública de fe. Luego de la campaña se me pidió que
ocupase el púlpito de esa creciente congregación. En mi entusiasmo por
alcanzar a todos con el evangelio, comenzamos cuatro reuniones durante los
días de semana además de dos reuniones evangelísticas los domingos. Y
aunque la iglesia creció un poco y todo el pueblito escuchó el evangelio, no
llegamos a ver el evangelismo explosivo del que habla el libro de los Hechos.
Recuerdo que comencé a preguntarme si quizás no serían las muchas horas
que pasaba administrando el hospital el factor negativo que impedía los
resultados deseados.
Un año más tarde, Ruth y yo (para ese entonces Dios nos había confiado a
nuestra primera hija, Karina) decidimos dejar mi trabajo como administrador
del hospital para tomar un pastorado de tiempo completo en la hermosa
ciudad de Mar del Plata, el equivalente argentino de la riviera francesa. Al no
tener un trabajo secular que me absorbiese, pudimos trabajar con todo y
experimentamos cierto crecimiento en la iglesia. El sueño de poder alcanzar a
toda una ciudad para Cristo estaba más presente que nunca en mis
pensamientos y oraciones. Compré un mapa de Mar del Plata y marqué el
lugar donde estaba ubicada cada iglesia local. Oraba por esas iglesias en
forma sistemática y trabajé en proyectos conjuntos con los otros pastores. Fue
así como llegamos a ver algunos resultados, pero nada espectacular. Luego de
un año en esa ciudad, Luis Palau, el hermano mayor de Ruth, nos invitó a
formar parte de su flamante equipo evangelístico y partimos hacia México
donde Luis había establecido su base de operaciones.
El entusiasmo de Luis por la evangelización era altamente contagioso.
Luis amaba las ciudades, amaba a los pecadores y amaba predicar a las
multitudes. A menudo Luis y yo nos quedábamos hasta la madrugada
hablando acerca de cómo alcanzar ciudades enteras para Cristo. Ruth y yo
nos sentíamos muy privilegiados de ser parte de su equipo. En aquel entonces
ese equipo formaba parte de una organización misionera llamada «Overseas
Crusades», la que tenía una reputación muy sólida en cuanto al discipulado y
una disposición muy saludable hacia la evangelización masiva. El fundador
de esa misión, el Dr. Dick Hillis, había trabajado muy de cerca con Billy
Graham, primero en Asia y más tarde en América Latina. Junto con hombres
piadosos como Eduardo Murphy y Keith Bentson, el Dr. Hillis y «Overseas
Crusades» proveían una sólida cobertura para el empuje evangelístico
agresivo y a menudo innovador de Luis. A Ruth y a mí nos encantaba
organizar cruzadas para Luis, producir programas de radio y televisión,
desayunos presidenciales y muchas otras actividades asociadas con el
evangelismo de masas. En este contexto vimos a muchos venir al Señor pero,
lamentablemente, no llegamos a ver ciudades totalmente alcanzadas para
Cristo.
Al comienzo de la década de los setenta, Ruth y yo tuvimos la
oportunidad de inscribirnos en la escuela bíblica Multnomah, en Portland,
Oregon, para tomar el curso de postgrado. De allí pasamos a Pasadena,
California, donde me inscribí en la Escuela de misiones del Seminario
Teológico Fuller.
El tiempo que pasé en Multnomah fue lo más cercano a tener una
experiencia al estilo del «camino a Emaús». Los cursos eran intensísimos y
requerían un estudio profundo y minucioso de cada libro de la Biblia.
Comenzando con el libro de Génesis y culminando con el Apocalipsis,
estudiamos la Biblia libro por libro, capítulo por capítulo, versículo por
versículo, bajo la tutela de excelentes profesores de la Biblia. Luego de este
estudio tan minucioso, llegamos a producir nuestro propio comentario de laBiblia. El lema de Multnomah es: «Si lo que quieres es Biblia, entonces lo
que quieres es Multnomah». Sin duda que la escuela era fiel a él.
Me costaba creer que tenía a mi disposición cada minuto de cada día para
leer y estudiar la Biblia. Eso era para mí un regalo muy especial. Desde los
primeros días de mi conversión me había visto obligado a «hacerme un
tiempito» cada día para poder estudiar, ya que a menudo me encontraba
desbordado por múltiples responsabilidades seculares. Cada día en
Multnomah era bienvenido, ya que podía sumergirme en las Escrituras con
un gozo desbordante. A menudo, a la noche, me costaba conciliar el sueño.
Mi corazón se resistía a dejar de «rumiar» los manjares bíblicos que había
encontrado durante el día.
Al año siguiente cuando me inscribí en la Escuela de Misiones, en
Pasadena, tuve el privilegio de recibir la enseñanza brillante y poderosa de
hombres excepcionales como Donald MacGavran, Rafael Winter, Arturo
Glasser, Alan Tippet y Peter Wagner. Ese tiempo se convirtió en la
experiencia intelectual y espiritual más emocionante de toda mi vida. Ese
cuerpo de profesores representaba la posibilidad de asimilación más dinámica
de práctica y teoría dentro del mejor contexto misionológico contemporáneo,
con los pensadores máximos de esa generación. Yo estaba tan contento con
todo eso que mientras caminaba de ida y de vuelta al seminario desarrollé el
hábito de expresar mi alegría cantando en voz alta. Había tanto gozo en mí
mientras lo hacía, que una vecina coreana finalmente recibió al Señor, atraída
inicialmente por la felicidad que yo proyectaba cuando pasaba frente a su
ventana, cantando camino a las clases.
La sólida base bíblica que recibí en Multnomah, junto con el poderoso
estímulo misionológico que obtuve en Fuller, reavivó aun más que nunca el
sueño de mi juventud de poder ver una ciudad totalmente alcanzada para
Cristo. Debido a mi trabajo con Luis Palau, yo sabía que lo que nosotros
estábamos haciendo con su equipo representaba lo más dinámico que existía
en el área de evangelización en América Latina. Fue por todo eso que
llegamos a ver muchas ciudades abrirse milagrosamente al evangelio. Una
vez Luis Palau guió al presidente de una nación sudamericana a Cristo en su
despacho presidencial. Esas cosas nunca habían pasado antes. Asimismo
nuestro equipo fue pionero en el uso de la radio y de la televisión para saturar
ciudades con el evangelio. En esos días yo creía sinceramente que el
evangelismo masivo, tal cual nosotros lo practicábamos en el equipo de Luis
Palau, era la herramienta más eficaz para alcanzar al mundo para Cristo en
nuestra generación.
Eso fue así hasta que conocí al Dr. Peter Wagner y empecé a escuchar sus
cátedras en Fuller. El Dr. Wagner era el profesor de crecimiento de la iglesia
y acababa de recibir su doctorado en filosofía y letras en la Universidad del
Sur de California. Como parte del material de estudio, el Dr. Wagner guiaba a
nuestra clase en una crítica objetiva de las campañas masivas. Al evaluar las
más famosas campañas evangelísticas de la época, el Dr. Wagner presentaba
su conclusión de que la mayoría de esas campañas no habían producido
crecimiento en las iglesias participantes. En el mejor de los casos, de acuerdo
con las cifras establecidas por el Dr. Wagner, esas campañas producían un
crecimiento del 5%, lo que representaba un fruto muy escaso cuando se
tomaba en consideración el tiempo y el esfuerzo invertido en la campaña.
Peor aún, en algunos casos las cruzadas evangelísticas habían resultado en
una disminución de la membresía en las iglesias. (Las cruzadas de Luis Palau
no estaban incluidas en la evaluación del Dr. Wagner debido a que su
ministerio recién estaba comenzando.)
Me resulta imposible describir la tremenda tensión y perplejidad que me
producían las cátedras del Dr. Wagner. Sus clases me encantaban, en especial
por el poderoso intelecto y la extraordinaria capacidad de comunicación del
Dr. Wagner. Además, él había sido misionero en Bolivia durante dieciséis
años y sus presentaciones estaban siempre «adobadas» con historias e
ilustraciones de América Latina. Eso era medicina a mi alma debido a lo
mucho que yo extrañaba a mi amada Argentina. A medida que el Dr. Wagner
documentaba, semana tras semana, el impacto mínimo de la evangelización
masiva, llegué a la conclusión de que posiblemente nuestras cruzadas no
fueran tan buenas como nosotros creíamos, pero por otra parte tampoco eran
tan irrelevantes como las conclusiones del Dr. Wagner lo sugerían.
La tensión causada por todo eso me forzó a buscar una manera de
reconciliar estas dos conclusiones divergentes. Finalmente encontré la forma
de hacerlo mientras trabajaba en una tarea para una de las clases del Dr.
Wagner. Fue así como preparé un plan para evangelizar toda una ciudad
combinando los aspectos positivos del evangelismo masivo con los principios
de crecimiento de la iglesia que se enseñaban en la Escuela de Misiones. De
este modo fue como el «Plan Rosario» salió a la luz (así llamado por la
ciudad de Argentina en la que finalmente se implementó). Poco tiempo
después, Ruth y yo, junto con nuestras hijas (Marilyn había nacido en
Oregon), nos trasladamos a Rosario para llevar a cabo nuestro primer
experimento personal de «toma de ciudades».
La ciudad de Rosario, situada en el medio de la región pampeana de
Argentina, tenía por aquel entonces una población de setecientos mil
habitantes y se la conocía en la jerga popular como: «la Chicago de
Argentina» y en círculos cristianos como «el cementerio de los evangelistas».
Rosario era también la ciudad cabecera del espiritismo para la zona central de
Argentina. Al escuchar todo esto, nos dimos cuenta que teníamos por delante
un gran desafío. Lo que no sabíamos era lo inmenso y terrible que resultaría
ese desafío, mucho más allá de todo lo que podíamos haber imaginado.
El «Plan Rosario», una vez implementado (llevó dos años hacerlo), fue
una experiencia positiva. Muchas iglesias locales participaron y los
resultados, de acuerdo con el criterio de crecimiento de la iglesia, fueron diez
veces mejor de lo que normalmente se podría esperar en proyectos como ese.
Luego de Rosario pasamos a Uruguay, donde usamos los mismos principios
del «Plan Rosario» pero en un nivel nacional, llevándolo a cabo en cinco
ciudades a la vez. Los resultados fueron aun mejores que en Rosario. Dado
que usamos radio y televisión, prácticamente se cubrió todo el país con el
evangelio. Las decisiones de fe triplicaron a las de Rosario y el porcentaje de
incorporación de creyentes a las iglesias participantes fue un 20% más alto
que en Rosario. El hecho de que esos resultados se hubiesen obtenido en el
Uruguay le dio aun una mayor trascendencia, ya que ese país se enorgullecía
de ser una nación de ateos. Tanto que el principal periódico del país escribía
la palabra Dios con «d» minúscula. Sin embargo, tantos recibieron al Señor y
multitudes tan grandes escucharon el evangelio por primera vez que, al
concluir la cruzada en Uruguay, yo sabía que finalmente habíamos
encontrado la pista que podía llevarnos a alcanzar ciudades enteras para
Cristo.
UN GOLPE DIRECTO DEL ENEMIGO
Luego del Uruguay, todo parecía color de rosa, excepto una cosa. En los
últimos meses del «Plan Rosario» comencé a experimentar un serio deterioro
de mi salud. Mis músculos se habían debilitado en demasía, hablaba con
dificultad, tenía doble visión y a menudo me faltaba el aire. Todo eso fue
empeorando hasta que, en 1978, se hizo evidente que había contraído una
enfermedad muy seria cuyo nombre es miastenia gravis. Se trata de una
enfermedad incurable, similar a la esclerosis múltiple. Inmediatamente supe
que el dinero no podía comprar mi cura porque Aristóteles Onassis, el
multimillonario que fue el segundo marido de Jackie Kennedy, había
fallecido a causa de esa enfermedad. Mi salud se quebrantó a tal punto que
fue necesario que mi familia y yo nos mudásemos a California para estar
cerca del Children’s Hospital en San Francisco, en el que había un programaexperimental que procuraba encontrar una cura para la miastenia gravis.
CUANDO ME ENFERMÉ, ME SENTÍ INMEDIATAMENTE
IDENTIFICADO COMO QUIZÁS SE HABRÍA SENTIDO
MOISÉS CUANDO PUDO TAN SOLO LLEGAR A SALUDAR
LA TI ERRA PROMETIDA DE LEJOS PERO LE FUE
NEGADA LA ENTRADA A ELLA. PARECÍA QUE LUEGO DE
CORRER TODA LA CANCHA Y HABER ESTADO A PUNTO
DE METER EL GOL TAN DESEADO, EL DIRECTOR
TÉCNICO ME HUBIERA SACADO DE LA CANCHA A
MITAD DE CARRERA.
Recuerdo que me sentía como quizás se habría sentido Moisés cuando
pudo tan solo llegar a saludar la tierra prometida de lejos pero le fue negada
la entrada a ella. Parecía que luego de correr toda la cancha y haber estado a
punto de meter el gol tan deseado, el director técnico me hubiera sacado de la
cancha a mitad de carrera. Esa era mi perspectiva, pero no la de Dios. Mi
enfermedad, tal cual aprendí más tarde, fue en parte el resultado de la guerra
espiritual en la que había entrado sin siquiera darme cuenta. Era el resultado
de un golpe directo del enemigo. Él me estaba sacando ventaja en un área de
mi vida, en gran parte debido a mi ignorancia espiritual en cuanto a sus
artimañas.
Más adelante llegué a comprender que el «Director técnico» (Dios) estaba
haciendo mucho más que sacarme de la cancha. Me estaba enviando al
vestuario para que aprendiera importantísimos principios relacionados con el
sufrimiento, la guerra espiritual y la intercesión. Ninguno de estos elementos
habían sido parte importante del «Plan Rosario» o del «Plan Uruguay». Tal
como Pedro en el pasaje de Lucas 22:31,32, Satanás había recibido permiso
para enseñarme valiosísimas lecciones que no por ser valiosas dejaban de ser
dolorosas. A través de ese proceso, Dios me mostró que alcanzar ciudades
para Cristo no depende de fórmulas o métodos, sino más bien de la aplicación
de principios bíblicos que reflejan un profundo e íntimo caminar con Dios.
Al llegar a California fui de inmediato al hospital. Luego de un examen
profundo y a conciencia, los doctores me dijeron: «No estamos seguros de
que nosotros podamos ayudarlo, pero usted por cierto podría ayudarnos a
nosotros». Gracias a mi experiencia como administrador de hospitales pude
reconocer de inmediato lo que eso significaba en la jerga médica: «Queremos
que usted sea un conejito de Indias».
La miastenia gravis es una enfermedad penosa y humillante. Se escurre la
saliva por los costados de la boca. Uno se ahoga con su propia saliva, sobre
todo durante el sueño nocturno. El habla se vuelve gangosa y difícil de
articular y entender. La respiración se hace pesada y agotadora. Debido a que
el cuerpo produce anticuerpos defectuosos que atacan los músculos, estos se
deterioran y finalmente se vuelven inútiles. Todo el cuerpo duele de continuo
como duele un dedo infectado cuando se lo toca inesperadamente. La energía
es tan baja y limitada que uno aprende a dibujar la ruta más directa y corta
entre la cama y el baño, lo que ilustra cabalmente la influencia determinante
de unos pocos centímetros en la vida de alguien atormentado por la miastenia
gravis.
Recuerdo que en esos períodos de total agotamiento miraba durante horas
el cielorraso de mi dormitorio. Creo que llegué a memorizar cada centímetro
cuadrado. El entrenamiento de supervivencia que había recibido en el ejército
me recordaba que la mejor manera de no sucumbir era dando pequeños
pasitos, de uno a la vez. Sin embargo muchas veces, al final de un día difícil,
me resultaba casi imposible no sucumbir ante la realidad de que no había
podido dar ni siquiera el primero de esos pasitos.
Estaba muy agradecido por el excelente tratamiento médico que recibía
en California. Sin embargo, algunos de los procedimientos médicos eran muy
dolorosos, a veces más que la misma enfermedad. Tenía que darme dieciséis
inyecciones diarias. Eso significa que en un mes recibía cuatrocientas ochenta
inyecciones. También debía tomar cuarenta y dos píldoras por día, además de
mil quinientos miligramos de cortisona día por medio y quimioterapia por vía
oral. Una o dos veces por semana debían conectarme a una máquina para
recibir lo que médicamente se llama plasmaforesis. Se trata de un tratamiento
por medio del cual una máquina lentamente extrae toda la sangre del cuerpo y
desecha todo menos los glóbulos rojos y blancos, los que son reinyectados
junto con albúmina humana para reemplazar el volumen de líquido perdido.
Debido a que ese procedimiento elimina todos los anticuerpos, yo me
quedaba sin defensas durante las cuarenta y ocho horas siguientes al
tratamiento y eso hacía que me volviese totalmente vulnerable a cualquier
infección.
También tuve que someterme a una cirugía mayor para una timoctemía,
que es un procedimiento serio en el que se parte longitudinalmente el
esternón, o sea el hueso que conecta las costillas de la izquierda con las de la
derecha en el centro del pecho. Se abre la caja torácica, usando tracción
centrifuga, para luego poder remover todo el tejido que se halla directamente
detrás del esternón. Lo que se procura con este procedimiento es eliminar
todo vestigio de la glándula llamada timo, cuyo malfuncionamiento se cree
que es lo que causa la miastenia gravis. Lo más triste de este y de todos los
demás componentes de mi tratamiento fue que nada de eso me curó. El
tratamiento se limitaba a aliviar los síntomas y retardar la muerte. Nada más.
Algunas noches, mi debilidad era tal que parecía que dependía de mí el
seguir con vida o el darme por vencido y morir. Dos cosas me daban las
fuerzas para soportar el dolor y seguir luchando. La primera era mi esposa y
nuestras cuatro hijas (en ese momento sus edades variaban de uno a nueve
años) y la segunda, el recuerdo de Uruguay y Rosario, y el pensar que
habíamos estado tan cerca de encontrar la forma de alcanzar ciudades enteras
para Dios.
UN SALTO DE FE
Finalmente llegó el día en el que el doctor que me trataba me informó que me
quedaban, a lo sumo, dos años de vida. Recuerdo perfectamente ese día. Fue
en 1980 y la conversación tuvo lugar en el Centro Médico Stanford, en Palo
Alto, California, donde me estaba tratando en ese momento. El doctor tomó
una tiza y trazó una línea horizontal en el pizarrón mientras me decía: «Esta
línea representa el estado de tu salud actual. Por el momento tu salud se
mantiene, pero en cualquier momento, durante los próximos dos años, esto va
a pasar...» Y en ese momento trazó una línea recta hacia abajo. Al hacerlo, la
tiza chocó contra el porta tizas y se quebró en dos. Uno de los pedazos cayó
al piso y rodó hacia mí deteniéndose a unos pocos centímetros de mi silla. Y
fue entonces cuando me sorprendí a mí mismo pensando casi en voz alta:
«Esa tiza representa mi vida. Todavía tengo movimiento y empuje, pero en
cualquier momento, tarde o temprano, viene un paro total». ¿Qué se siente
cuando el médico le dice a uno que tiene una enfermedad incurable y que le
quedan sólo dos años de vida? Es difícil de explicar, pero se trata de una
experiencia muy dramática. De repente uno mira su reloj y dice: «Acaba de
transcurrir un minuto y eso significa que me quedan dos años menos un
minuto de vida». A la semana, es dos años menos una semana y así cada día.
Al recorrer los dormitorios de la casa a la noche y ver a nuestras hijas
durmiendo, me resultaba imposible evitar el pensamiento de que, según los
médicos, un día, en los próximos dos años, esas niñas iban a despertar sin que
su papá estuviera allí para darles el beso matinal. Eso, sin duda, constituye
una experiencia tope que cala muy hondo y obliga a replantearse las
prioridades de la vida.
Fue en ese momento que Ruth y yo decidimos dar un verdadero salto de
fe. Salimos del equipo de Luis Palau para poder utilizar el poco tiempo que
los médicos decían que me quedaba para concentrarnos en encontrar la
manera de alcanzar ciudades enteras para Cristo. Dejar el equipo de Luis
Palau no fue fácil debido al profundo amor que nos unía a Luis y por el
ministerio al que habíamos contribuido tanto. Después de renunciar, tratamos
de encontrar una organización misioneracon obra en América Latina que
estuviese dispuesta a tomarnos. Probamos unirnos a dos de esas
organizaciones pero las dos nos rechazaron, mayormente por mi problema de
salud. El presidente de una de ellas me dijo: «Nos encantaría tenerte en
nuestro equipo pero no podemos proveerte cobertura médica debido a la
condición preexistente que tienes. Por otro lado, no creemos que sea correcto
tomarte sin darte la cobertura de un seguro médico. De allí que hemos
decidido no tomarte». Aún recuerdo el dolor y la frustración que sentí dentro
de mi pecho al escuchar eso. Lo que más me dolió fue que una cuestión
profundamente espiritual, como lo era nuestro llamado a servir al Señor,
fuese decidida en base a las condiciones de una póliza de seguro médico.
El tiempo se nos agotaba rápidamente. En julio de 1980 nos quedaban
sólo treinta días de seguro antes de que la póliza bajo la que estábamos
cubiertos en el equipo de Luis Palau expirase. Mis costos médicos ascendían
a miles de dólares mensuales, de manera que había que hacer algo, pero nada
aparecía en el horizonte. Una noche oré desde lo profundo del corazón que el
Señor nos señalara el camino de una manera sobrenatural ya que todas las
puertas naturales estaban cerradas. Esa noche tuve un sueño en el que estaba
con un grupo de amigos alrededor de una mesa fundando una nueva
organización misionera. Esos amigos eran Daniel Craig, Eduardo Murphy,
Dick Anderson y Norman Nason y el nombre de la organización que
estábamos fundando era «Evangelismo de Cosecha».
A la mañana siguiente, el teléfono sonó temprano y al atenderlo, escuché
la voz de Daniel Craig llamándome desde Los Angeles. Se había enterado de
que había salido del equipo de Luis Palau y quería saber si podía serme de
ayuda en algo. Esa era la confirmación que necesitaba y allí mismo discerní
que Dios quería que formásemos una nueva organización. El 30 de agosto de
1980, «Evangelismo de Cosecha» nació oficialmente y Daniel Craig,
Eduardo Murphy, Dick Anderson y Norm Nason conformaron su primera
junta directiva, ¡tal cual lo había visto en el sueño!
Debido a que mi salud era muy precaria y los recursos económicos
prácticamente inexistentes y que los dos años de vida pronosticados por los
médicos disminuían con cada día que pasaba, decidimos concentrarnos en la
edificación de un Centro Bíblico en mi ciudad natal, San Nicolás de los
Arroyos. Parte de la razón por la que escogimos esa zona fue porque a su
alrededor, en un radio de ciento sesenta kilómetros, había en ese entonces
ciento nueve pueblos y ciudades que no contaban con una iglesia local.
Entre tratamiento y tratamiento médico en California, yo viajaba a la
Argentina a organizar y dirigir el trabajo de construcción del Centro Bíblico.
Para poder hacerlo, recibía cuanto tratamiento médico fuese posible antes de
partir, y para estirar al máximo el tiempo de mi estadía en Argentina a
menudo me hacía el ultimo tratamiento unas pocas horas antes de abordar el
avión. Asimismo, llevaba conmigo lo que parecía una tonelada de píldoras.
Cuando llegaba a la Argentina, trabajaba hasta que mi salud se quebrantaba
severamente. En ese momento abordaba el avión de regreso a California,
donde generalmente llegaba con el último gramo de fuerzas e iba
directamente al hospital para que los médicos trataran de «armarme de
nuevo».
El principal edificio de nuestro Centro Bíblico en Argentina es una capilla
de oración cuya construcción financiaron nuestros amigos Bob y Joan
Archibald en honor de una de sus hijas que había fallecido de leucemia. Esa
capilla tiene seis puertas concéntricas distribuidas en tres de sus lados y eso
provee un ángulo de visión semi panorámica de doscientos setenta grados. La
mayoría de los ciento nueve pueblos y ciudades que en ese entonces carecían
de testimonio cristiano, estaban situados en ese vector de doscientos setenta
grados. Esa capilla se convirtió en el centro motriz de todo lo que se hizo y
aún se hace en nuestro Centro Bíblico ya que, comenzando con esos ciento
nueve pueblos y ciudades, nuestro objetivo primordial es llevar el evangelio a
toda la Argentina a través de la oración.
Finalmente, el 24 de marzo de 1983 pudimos dedicar el Centro Bíblico
para la gloria de Dios y la extensión de su Reino. Con gran emoción, una
gran multitud llenó y rebasó la capilla. Carlos Naranjo, quien me enseñó a dar
los primeros pasos en el ministerio, presidió la reunión. Como parte de la
ceremonia de dedicación organizamos un retiro para pastores y líderes de la
zona y los desafiamos a alcanzar a los ciento nueve pueblos y ciudades que
aún carecían de obra evangélica. Salvando las distancias, nos sentíamos como
Nehemías luego de haber reconstruido el muro cuando convocó a la gente
para enfocarlos en Dios y en sus planes para la nación.
Todo eso fue muy maravilloso, pero yo sentía dentro de mí dos
emociones encontradas. Por un lado había una parte de mí que a través de los
ojos de la fe veía la obra de evangelización como ya hecha. Pero había otra
parte en mi ser, la que yo veía reflejada en el espejo cada mañana, que
percibía muerte en vez de vida, un epílogo más que un prólogo. Mi condición
física era delicada. Aunque la combinación de oración y de tratamiento
médico había extendido la prognosis inicial de dos años de vida, yo estaba
más muerto que vivo y parecía que mi cuerpo en cualquier momento iba a
rendirse dado el avance despiadado de la miastenia gravis.
Por eso la dedicación del Centro Bíblico fue un acontecimiento feliz, pero
al mismo tiempo profundamente nostálgico. Yo sabía que había logrado mi
objetivo inicial y que la visión había sido implantada en los corazones de
muchos líderes locales que sin duda la llevarían adelante. Pero al mismo
tiempo, en virtud de mi lamentable estado de salud, era como si me
encontrase mirando la tierra prometida desde la ribera opuesta del río Jordán,
sin saber nadar y sin ningún bote disponible para cruzarlo. Recuerdo que ese
día me pregunté si ese no sería en realidad el fin del camino para mí. ¿Llegaré
a ver alguna vez una ciudad totalmente evangelizada? La pregunta sonaba
más a una retreta que a una diana en esa hora tan difícil de mi vida.
COMIENZAN A SOPLAR NUEVOS
VIENTOS
De repente ocurrieron ciertos sucesos dramáticos en el país. Primero, algo
cambió radicalmente en los lugares celestiales sobre Argentina. Carlos
Annacondia, un hombre de negocios que se había convertido poco tiempo
antes, llevó a cabo una campaña de evangelización de tres meses en la ciudad
de La Plata en la que se registraron más de cuarenta mil decisiones públicas
de fe. Eso era excepcional y sin precedentes en el mundo evangélico
argentino de aquella época. Muchos cuestionaron la veracidad de esas cifras
pero Annacondia no se detuvo a discutir sino que siguió adelante con sus
cruzadas. La próxima tuvo lugar en Mar del Plata, y allí hubo noventa y dos
mil decisiones públicas de fe. Entonces pasó a San Justo, donde se registraron
setenta mil decisiones. Y de allí en más, en ciudad tras ciudad, se produjo un
río desbordante de decisiones como fruto del ministerio de este predicador
todavía desconocido para la gran mayoría de los evangélicos en el país.
La congregación promedio en la Argentina previo a Annacondía tenía una
vida muy tranquila, quizás demasiado tranquila, y totalmente predecible.
Tanto es así, que el pastor podía calcular con bastante certeza el número de
bautismos, nacimientos y aun funerales del año entrante y nunca tenía
dificultad para tomarse su día franco, ya que todo estaba bajo control.
Asimismo los cultos eran totalmente normativos. Un creyente podía estar a
cien kilómetros de su iglesia y con sólo mirar su reloj podía adivinar con
absoluta seguridad lo que estaba ocurriendo en el templo en ese preciso
momento. Así eran las cosas de tranquilas y ordenadas. Todo eso cambió
para siempre cuando Annacondia irrumpió en la escena evangélica argentina.
Te puedes imaginar lo que sucedía cuando una iglesia de cincuenta
miembros con una tradición de organización, orden y profunda amistad y
conocimiento

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