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Eribon, Didier Conferencia en la Escuela de la Causa Freudiana, 2004 Fragmentos

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Publicado en el periódico mexicano Excelsior, en un suplemento Cultural: 
Didier Eribon 
Sur cet instant fragile. 
Trad. Antonio Marquet 
 
El siguiente fragmento reproduce las reflexiones de 
Eribon sobre el lacanismo en ocasión de una 
conferencia que pronunció en La Escuela de la Causa 
Freudiana, en febrero de 2004. 
 
9 de febrero 
He sido invitado a pronunciar una conferencia en la 
biblioteca de la Escuela de la Causa Freudiana. Cada 
mes reciben a un conferencista. Y en vista de que dos 
textos de mi recopilación Hérésies abordan el 
discurso psicoanalítico, y sobre todo el discurso 
lacaniano de ayer y de hoy, la responsable de esos 
encuentros, Catherine Bonningue, me escribió para 
preguntarme si aceptaría ir a hablar de ello, y, en 
general, presentar mis trabajos recientes y la crítica 
radical que hago al psicoanálisis. Acepté. 
La sala está llena (entonces ¿son tan numerosos?). 
Titulé mi conferencia "Existe una vida intelectual 
progresista en Francia?, en referencia irónica a un 
libro tan minúsculo como pesadamente reaccionario 
publicado recientemente por un miembro de esa 
Escuela[1]. 
Primero recuerdo a qué punto el psicoanálisis ha 
jugado el papel de instancia de conservación del 
orden social en el curso de los últimos veinte años (ya 
sea a propósito de las leyes sobre la bioética, del 
Pacs, de la homoparentalidad, etc.). Los 
psicoanalistas (con raras excepciones) se auto 
instituyeron como expertos de la vida social, sexual, 
familiar, y se comportan como si les incumbiera decir 
qué es el derecho y hacer la ley. 
Cito algunos ejemplos de las afirmaciones 
extravagantes hechas sobre la homosexualidad por 
representantes de diferentes obediencias 
psicoanalíticas. Por aquel, que en las columnas de la 
Revue Francaise de Psychanalyse, deplora, al ver 
pasar a la Gay Pride bajo sus ventanas, que se corre el 
riesgo de que sea cada vez más difícil curar a los 
homosexuales si deciden instalarse en la "denegación 
de su drama" (es una cita), o también a ese otro que, 
jugando a los profetas del Apocalipsis, anuncia que 
los niños "simbólicamente modificados" (es decir 
aquellos que fueron educados por padres del mismo 
sexo) ya no sabrán hablar, puesto que el acceso al 
lenguaje necesita ser construido por un padre y una 
madre. La interrogante que se plantea es la siguiente: 
¿Por qué esta violencia discursiva, por qué estas 
idioteces que no son otra cosa que injurias con 
respecto a las personas concernidas, pueden 
fácilmente expresarse en todos los periódicos, en el 
radio, en las revistas por doquier? ¿En qué se ha 
convertido la función del psicoanálisis para que 
pueda convocarse de tal manera (y complacerse en 
responder a tal convocatoria) en la arena política afín 
de asegurar el control de las prácticas sociales, de 
legitimar el orden establecido en nombre de un 
"saber" que exigiría que uno se opusiera a las 
reivindicaciones que se abren paso en la sociedad, e 
incluso en las vidas reales que ya tienen su lugar en 
ella? Y ¿de qué naturaleza es ese "saber"? ¿De dónde 
viene? ¿Qué es lo que lo funda, o más bien qué es lo 
que funda su eficacia? 
 
Para aportar elementos de respuesta, se puede hacer 
un rodeo por Lacan. Me pregunto en efecto si no 
sería posible aplicar a la lectura de estos textos el 
marco de análisis propuesto por Bourdieu en su libro 
sobre Heidegger. 
Bourdieu muestra que la obra filosófica de Heidegger 
contiene a la vez un sistema patente y un sistema 
oculto, no siendo el primero sino la puesta en forma 
teórica del segundo. El discurso político de Heidegger 
se eufemiza y enmascara por el efecto de "censura" 
que impone la pertenencia al campo filosófico, pero 
el sistema oculto aflora en ocasiones en el sistema 
patente, autorizándose el autor a hacerlo subir a la 
superficie. Me parece bastante evidente que es el 
caso con Lacan, cuyo sistema oculto es una defensa 
de la sociedad tradicional, con la preeminencia de los 
hombres sobre las mujeres, y de la familia tradicional; 
con la preeminencia del padre sobre la madre. Lacan 
estaba obsesionado con la amenaza que en su 
opinión representaba para la civilización lo que él 
llamaba la "desvirilización" de los hombres y de la 
sociedad (esto se transparenta muy claramente en 
los textos del principio, como el de 1938 sobre Los 
complejos familiares, antes del trabajo de 
"eufemización" que lo conducirá a forjar las nociones 
de Función Paternal, de Nombre-del-Padre.) Pero la 
visión política que anima su trabajo, ocultada por la 
reformulación teórica de los años 1950, resurge 
desde el momento en que se trata de la 
homosexualidad. En este caso, abandona todas las 
preocupaciones teóricas para disertar mejor sobre los 
medios de "curar" a los homosexuales. 
El discurso de Lacan sobre la homosexualidad hace 
por lo tanto que retome lo reprimido, y nos permite 
percibir la verdad profunda -reaccionaria, 
masculina y homófoba- de la construcción teórica en 
su conjunto. En la medida en que el proyecto político 
ha sido trasmutado en discurso científico, en 
"Ciencia", en "Saber", la política puede reaparecer 
abiertamente, puesto que se engalana de la 
legitimidad de un discurso teórico fundado en Razón. 
Pero, incluso en ese instante, el discurso teórico se 
devela por lo que es realmente. 
 
Ahora se nota muy bien: en la medida en que el 
psicoanálisis ha logrado hacer olvidar que no es sino 
la puesta en forma teórica de una concepción 
política, los psicoanalistas pueden intervenir 
directamente en la política, en tanto que "expertos", 
refiriéndose a lo que enseña y prescribe la teoría 
puramente teórica, y denunciando como ignorantes, 
ingenuos, groseros, incluso bárbaros a quienes 
denuncian los objetivos políticos de esas 
intervenciones con pretensiones científicas. La fuerza 
política del psicoanálisis proviene por lo tanto del 
hecho que ha logrado transfigurar su inspiración 
política, su proyecto político. Por el hecho de 
presentarse como un Saber puro, que da cuenta de 
las estructuras intangibles cuyas leyes tan solo 
descubren y exponen los psicoanalistas, el discurso 
psicoanalítico de ayer y de ahora puede invocar las 
reglas necesarias del funcionamiento del espíritu 
humano para imponer su manera de concebir la vida 
social. Es porque nos hace creer que es una Ciencia 
que describe los principios del acceso del niño a la 
cultura y al lenguaje, en una palabra, al estatus de 
sujeto humano -siendo el principio fundamental la 
"diferencia de los sexos- por lo que esta ideología 
pseudo-científica puede imponer su política. 
 
Entre los discípulos de Lacan de ahora, hay, y este es 
el caso de los miembros de la Escuela de la Causa 
freudiana, quien ha renunciado a la pretensión de 
"curar" a los homosexuales (no es seguro que sea 
verdadero para todos los lacanianos., sin hablar de 
otras corrientes). Pero están obsesionados por el 
movimiento gay y lésbico, que al parecer constituye 
un verdadero problema para ellos. Varios artículos 
del último número de su revista, La Cause freudianne, 
dedicada a los "gays en análisis" traduce esta 
perturbación (tanto mayor cuanto que han estado 
muy perturbados por verse acusados de homofobia). 
Para responder, de manera iterativa, a lo que he 
escrito, son llevados a adoptar una estrategia 
bastante ingenua, que consiste en retomar por su 
cuenta la crítica de la "identidad" llevada al interior 
del espacio gay y lésbico por teóricas como Judith 
Butler y la corriente a la que se le ha llamado "teoría 
queer". Al producir "identificación", el movimiento 
gay colocaría a los homosexuales bajo la égida de un 
"significante amo", mientras que la teoría queer, 
deconstruyendo las identidades, permitiría privilegiar 
las singularidades individuales. Y es precisamente eso 
lo que haría por su parte el psicoanálisis. De tal 
manera, el significante "gay", sería un yugo;el 
psicoanálisis, una liberación, a la manera del 
pensamiento "queer". De tal forma encontramos al 
lacanismo proclamándose "queer" contra quienes se 
proclaman gays. ¡Habráse visto! 
Señalemos primero que resulta muy curioso que 
psicoanalistas, que durante tanto tiempo (y esto aún 
no se termina) encerraron a los gays y lesbianas en 
categorías fijas y constringentes (la 
"homosexualidad", los "perversos" de los que habla 
Lacan), dirigen un reproche a un movimiento -y a las 
autodesignaciones que produjo- cuyo objetivo era 
precisamente escapar a ese dominio psiquiátrico-
psicoanalítico. Hay mil maneras de ser "gay". La 
identificación cultural y política no impide de ninguna 
manera que cada quien pueda acceder a su 
"fantasma fundamental" o a su "goce" particular y el 
"significante gay" no impone nada a nadie- ninguna 
uniformidad, ninguna unidad (contrariamente a los 
conceptos psicoanalíticos que son en su conjunto 
"significados amo", por esencia) por el contrario: 
tiende a crear las condiciones para que estas 
singularidades sean reconocidas y puedan vivirse y 
expresarse. 
La misma Judith Butler no ha dejado de proclamar la 
importancia de la identidad como punto de anclaje 
de las movilizaciones, y siempre ha inscrito su trabajo 
dentro del movimiento feminista y del movimiento 
gay y lésbico (verdaderamente no hay que haberla 
leído para pensar lo contrario). Su libro de 1990, 
Gender trouble, nació en el espacio de la reflexión 
feminista: y el género que propone allí 
evidentemente no consiste en rechazar el 
movimiento feminista, sino en rechazar la estrechez -
y la homofobia- de tal movimiento desde el momento 
en el que éste permanece centrado en tomo de la 
categoría "mujer", concebido como un conjunto 
homogéneo, lo cual conduce a no pensar "la 
opresión" padecida por "las mujeres" más 
que en los términos de la jerarquía de los "géneros" 
(los hombres oprimen a las mujeres) y nunca en los 
de una opresión que se ejerce sobre ciertas 
identidades sexuales o ciertas sexualidades. Para ella, 
como para Gayle Rubin, se trataba de refutar al 
feminismo en la medida en que rechaza ciertas 
identidades, como las que se encuentran en las 
parejas lesbianas butch-mujer, a quienes las 
feministas clásicas acusaban de querer copiar los 
roles masculino y femenino de las parejas 
heterosexuales. Múltiples ideas coexisten, era 
urgente subvertir las concepciones fijas de la 
identidad ("las mujeres") para ampliar el movimiento 
feminista a todas aquellas que escapan a las normas, 
a los esquemas dualistas. (Por otro lado, debo señalar 
de paso que todo el trabajo de-Butler consistía en ese 
momento en oponerse al feminismo diferencialista, 
al feminismo de la "diferencia de los sexos" y en 
especial al que se inspiraba en Lacan- sobre todo en 
Luce Irigaray. Por lo tanto, seria paradójico que esta 
crítica radical y antilacaniana de la "diferencia de los 
sexos" sea recuperada ahora por los lacanianos, sin 
que eso tenga la menor incidencia sobre el lugar 
central que conceden al concepto de "diferencia de 
sexos".) 
Se podría afirmar lo mismo de la relación de "queer" 
con "gay" o "gay y lésbico". La "teoría queer", y me 
permito recordar que fui yo quien la dio a conocer en 
Francia al invitar al coloquio que organicé en 
Baubourg en 1977, a Eve Kosofsky Sedgwick, cuya 
ponencia se titulaba: "Construir significaciones 
queer" y por otro lado considero que la única 
contribución teórica francesa al pensamiento queer 
es mi libro Una moral de lo minoritario) no tiene 
como objetivo rechazar o abolir al movimiento gay y 
lésbico, sino dar un lugar en este movimiento a una 
multiplicidad de identidades, sobre todo para incluir 
en él a los transgénero, a los bisexuales, etc. 
Ciertamente hay en el pensamiento de Butler 
oposición entre el individuo y la "comunidad" o el 
"movimiento" gay y lésbico. Hay una extensión del 
movimiento y de sus preocupaciones políticas. 
En todo caso, corroborar que las identidades no son 
ni fijas, ni estables, ni coherentes no significa de 
ninguna manera que un movimiento político y 
cultural pueda anclar sus movilizaciones en la 
"identificación" aunque ésta sea parcial y provisoria. 
La convergencia política es, en cambio, fundamental. 
Por consiguiente, me parece evidente que La Cause 
freudienne usa conservadoramente la "teoría queer" 
y la obra de Butler. Uso que no dejaba de horrorizar a 
la misma Butler. 
Con toda evidencia, los autores de los artículos de 
ese número imaginan que este acto de magia, a 
través del cual los psicoanalistas se presentan ahora 
como los agentes de una emancipación de los gays y 
de la tutela del "significante" gay, va a permitir al 
psicoanálisis recuperar su hegemonía, burlando a la 
crítica gay que la había puesto en aprietos. 
Su avidez por reclamarse de Judith Butler y de lo 
"queer" tiene verdaderamente algo de sospechoso. 
Eso sólo expresa su esperanza de que el "momento 
gay" pase rápidamente o lo que ellos consideran 
como el "momento gay", como lo confiesa con 
mucha franqueza Jacques-Alain Miller (que ironiza 
sobre el apremio que muestran sus amigos, al mismo 
tiempo que se deja ir a su vez), pues este "momento 
gay" les molesta mucho ya que refuta radicalmente 
su poder, sus discursos. En efecto, después de todo, 
ellos habrían podido desarrollar, hace mucho tiempo, 
observaciones análogas inspirándose en Deleuze y 
Guatari. Pero no lo hicieron, sin duda porque eso 
hubiera podido resultar más peligroso para ellos, en 
la medida en que no hubieran podido hablar de la 
multiplicidad de los deseos, de las singularidades, de 
la "transversalidad", etc. Sin estar obligados de 
arrojar por la borda el Edipo y la Castración, mientras 
que ahora parece que van a poder pretender que son 
"queer" sin modificar en nada sus conceptos, lo que 
dicen, lo que hacen, lo que son: afirman que son 
"queer", pero no renuncian para nada a todas esas 
nociones que conforman el basamento -heterosexista 
y homófobo- de la teoría analítica (Edipo, Castración, 
Falo.). Pero, no estoy seguro de que eso sea posible 
para ellos. Por otra parte, es sintomático que al 
criticar de esta mañera al movimiento "gay", los 
artículos de ese número de La Cause freudienne sólo 
se interesen en los hombres. Si hubieran tomado en 
consideración a las lesbianas, la cuestión de la 
"identificación", se hubiera transformado de manera 
singular: más compleja, menos comprensible. ¿De 
qué manera la participación común en un 
movimiento conduciría a los hombres y las mujeres a 
sub-sumar sus identidades, sus deseos, sus fantasmas 
bajo un mismo "significante"? ¿Cuál es pues la 
relación de las lesbianas con el "significante amo" 
que sería la palabra "gay"? Acaso no refutaron 
justamente ellas el uso de la palabra única para 
designar a la vez a los hombres y a las mujeres, 
llevando a una reflexión sobre el lugar de las 
lesbianas en el movimiento gay y lésbico, sobre la 
especificidad de sus vidas, de sus aspiraciones, de sus 
deseos, de sus fantasmas (los cuales están, así 
mismo, muy lejos de ser homogéneos y unificados). 
Por ello espero un número especial sobre las 
lesbianas. Y sobre todo, puesto que los lacanianos 
parecen estar tan interesados en Judith Butler, en la 
"teoría queer" y en las sexualidades "rebeldes" (que 
ahora vengan lacanianos a recordar, contra el 
movimiento gay, que existen sexualidades rebeldes 
resulta muy chusco), espero también el número que 
no deberían dejar de dedicar a los/las transexuales. 
Dados los horrores retrógrados y liberticidas que 
hasta el momento han escrito a ese respecto, me 
temo que aún tengan cierto camino que recorrer 
antes de ser totalmente "queer". 
 
Por otra parte, resulta divertido que puedan celebrar 
a Judith Butler porque pone en tela de juicio a la 
identidad gay proclamando al mismo tiempo una 
dudosa admiración por el librodel fundamentalista 
religioso Benny Lévy, Étre juif. Un coloquio de 
homenaje a este último ha reunido recientemente a 
Jacques-Alain Miller, Jean Claude Milner, Alain 
Finkilkraut, Bernard-Henry Lévy. Divertido o más bien 
digno de consternación, pues Judith Butler se define 
como una "judía progresista", vinculada con los 
derechos de los Palestinos, tampoco se entiende bien 
cómo podría estar enrolada por (o al lado de) 
aquellos mismos que celebran la política que sostiene 
el actual gobierno israelí. 
Para colmo, no se entiende bien cómo les sería 
posible el hacer cohabitar, en el espacio de sus 
referencias intelectuales, a Judith Butler, eminente 
intelectual, radical y subversiva -que encarna el 
trabajo del pensamiento-, y a esos fast-thinkers que 
también describía Bourdieu en su libro sobre la 
televisión, farsantes sin ideas, conformistas y 
conservadores, como Bernard-Henry Lévy o Alain 
Finkilkraut- quienes encarnan verdaderamente la 
derrota del pensamiento. (Cuando se piensa que 
Lacan se daba como interlocutores a Jakobson, Lévi-
Strauss, Foucault., 
¡qué picada! ¡Qué delicuescencia!) 
 
Por ello me pregunto, para concluir: ¿acaso no es 
contra la Escuela de la Causa Freudiana y de sus 
semejantes que pronto será preciso defender la 
existencia de una vida progresista en Francia, e 
incluso de una vida intelectual, a secas? 
 
Las intervenciones que siguen a mi conferencia se 
olvidan de mis referencias a las derivas políticas de la 
Escuela de la Causa Freudiana, pero se concentran de 
una manera compulsiva sobre los ataques que hice 
contra Lacan. Las observaciones se despliegan según 
dos ejes. En primer lugar, me dicen, no he hablado 
sino de "Lacan I y Lacan II" pero que no conozco a 
"Lacan III". En respuesta a tal objeción, hago observar 
que, si me conceden que tengo razón en Lacan y 
Lacan II, ¿por qué no se desentienden de los escritos 
de esos periodos? Y en la medida en que Lacan III, si 
comprendí bien, sólo comienza en los años 1970, y 
que murió en 1981, finalmente sólo dejaría que 
perdurara una muy pequeña parte de su obra. 
Después les cito textos que pertenecen al período 
que ellos definen como "Lacan III" y que casi no son 
más atractivos que los otros. En ese momento se 
abre una segunda línea de defensa: me dicen que no 
comprendo nada de Lacan. Tengo la impresión que 
los lacanianos se complacen en la exégesis: un texto 
nunca dice lo que dice con toda evidencia, conviene 
siempre interpretarlo, someterlo a la glosa infinita. 
Cada vez que cito una frase, una fórmula de Lacan, 
me responden que no significa lo que creo. Termino 
por señalarles a mis interlocutores que resulta muy 
difícil dialogar, en estas condiciones, puesto que las 
palabras no tienen el mismo sentido para ellos y para 
mi. Es un poco como si me encontrara en medio de 
una secta que tuviera su propia lengua, sus palabras 
codificadas. 
 
A pesar de todo, la atmósfera es muy cordial e 
incluso bastante calurosa. 
 
Después del encuentro, algunas personas se dan cita 
en torno a una copa, Judith Miller me dice "Es verdad 
que la Escuela de la Causa no se movilizó a favor del 
Pacs. Se debe a que eso nos parecía una 
reivindicación evidente. Nos equivocamos. Pero 
debimos haber intervenido para reafirmar que lo que 
se decía en nombre del psicoanálisis no podía haber 
sido dicho en nombre del psicoanálisis." Le digo que 
ahora se pueden comprometer por el derecho al 
matrimonio, por el derecho a la adopción. Pero 
parece más reticente. Los psicoanalistas siempre 
están retrasados can respecto a la sociedad. 
En el curso de la conversación, le recuerdo que su 
madre Sylvia Lacan, me había contado, como 
respuesta a las preguntas que le había planteado en 
el momento en que escribía mi biografía de Foucault, 
que ella se acordaba perfectamente de una cena, en 
los años 1960, durante el cual Foucault había 
declarado ante Lacan: "No existirá civilización 
mientras no se autorice el matrimonio entre 
hombres.” (Foucault tenía una manera de pensar la 
homosexualidad muy característica de los gays de esa 
generación: no hablaba sino de homosexuales 
masculinos. Pero evidentemente, la afirmación 
significaba: "mientras el matrimonio entre personas 
del mismo sexo.") Yo referí esa frase en mi libro, y 
extrañamente, nadie la ha invocado nunca como una 
de las tomas de posición de Foucault sobre esa 
cuestión. Cierto es que referirse a Foucault en este 
terreno -y sobre todo gente que se cuidaría de 
referirse a él sobre otros temas-, siempre tiene la 
función de oponerse a la reivindicación al derecho al 
matrimonio. Sería interesante escribir un pequeño 
estudio sobre los usos de Foucault, y sobre todo 
sobre ese uso interdictivo, de conservadores de 
derecha y de izquierda, en nombre de la "subversión" 
que se supone que los gays encarnan y que están 
forzados a encarnar. 
 
[1]. Jean-Claude Milner, Existe-t-il une vie 
intellectuelle en France?, Lagrasse, Verdier, 2002.

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