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Traducción de J o s é L u is G il A kist u Revisión técnica de E u l a l i a P érez S e d e ñ o LA MENTE NO FUNCIONA ASÍ Alcance y limitaciones de la psicología computacional J erry F o d o r SIGLO V EIN TIUN O D E E S P A Ñ A E D I T O R E S ÍNDICE AGRADECIMIENTOS ............................................................................................... XI LISTA DE ABREVIATURAS....................................................................................... XI] ] INTRODUCCIÓN: AÚN SIGUE NEVANDO................................. 1 1. VARIEDADES DE INNATISMO................................................ 11 2. LA SINTAXIS Y SUS INSATISFECHOS.................................. 31 3. DOS MANERAS PROBABLES DE NO EXPLICAR LA ABDUCCIÓN......................................................................................... 55 4 . ¿CUÁNTOS MÓDULOS CREE USTED QUE H A Y ? 73 5. DARWTN ENTRE LOS M ÓDULOS........................................... 107 APÉNDICE: TORQUÉ SOMOS TAN BUENOS PARA CAZAR TRAMPOSOS.. 137 NOTAS................................................................................................... 141 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................................................................... 163 ÍNDICE DE AUTORES............................................................................................................ 167 En su primera encarnación, el presente libro fueron tres confe rencias pronunciadas en la Facultad de Psicología de la Uni versidad de San Raffaele, en el verano de 1997, con el patroci nio de la Fundación Sigma Tau. Agradezco la organización del acto a un antiguo amigo italiano, el profesor Massimo Piatelli; a muchos nuevos amigos italianos, sus comentarios y observacio nes críticas; y a la Dra. Donata Vercelli, haberme sacado de mi traumático extravío tras la pérdida de mis tarjetas de crédito, lo que constituye la crisis jamesiana por excelencia para un nor teamericano de viaje por el extranjero. Las siguientes personas tuvieron la gran amabilidad de leer de principio a fin versiones anteriores de una parte o la totali dad del manuscrito y me ayudaron a descubrir sus errores. Me siento muy agradecido a Ned Block, Noam Chomsky, Shaun Nichols, Zenon Pylyshyn y Stephen Stich. El apéndice se publicó por primera vez en Cognition. Quie ro testimoniar aquí mi agradecimiento por el permiso para ree ditarlo. Las aportaciones en apoyo de este trabajo realizadas por la MacArthur Foundation, la McDonnell Pugh Foundation, la Na tional Science Foundation y los National Institutes of Health no fueron ninguna fruslería. El autor aparece en su lugar alfabético en el índice de autores. LISTA DE ABREVIATURAS Éstas son las abreviaturas que aparecen en el texto: E(TGM) TCM combinada con el principio E. IA Inteligencia artificial. MDT Módulo de detección de tramposos. MP Modus ponens. M(TCM) Teoría Computacional Mínima de la Mente. (La función de una representación mental en un pro ceso cognitivo sobreviene a ciertos hechos sin tácticos, cualesquiera que sean). Principio E Sólo las propiedades esenciales de una represen tación mental pueden determinar su función causal en la vida mental. RM Representación mental. TCM Teoría Computacional de la Mente. TLG Teoría lingüística general. (T)MM (Tesis de la) modularidad masiva. TRM Teoría Representacíonal de la Mente. INTRODUCCIÓN: AÚN SIGUE NEVANDO A lo largo de los años he escrito varios libros laudatorios para la Teoría Computacional de la Mente (que en adelante citaré a menudo como TCM), Desde mi punto de vista es, con mucho, la mejor teoría del conocimiento de que disponemos; en reali dad, la única merecedora de un análisis serio entre todas las que tenemos. Hay hechos de la mente de los que esta teoría da razón y que, sin ella, no sabríamos en absoluto cómo explicar. Además, su idea central —que los procesos intencionales son operaciones sintácticas definidas realizadas sobre representa ciones mentales— es de una elegancia sorprendente. En resu men, hay todo tipo de razones para suponer que, por lo que respecta al conocimiento, la Teoría Computacional es parte de la verdad1. Sin embargo, no se me había ocurrido que alguien pudiera pensar que fuera una parte muy grande de la verdad. Y todavía menos que estuviera lejísimos de constituir la explicación com pleta del funcionamiento de la mente. (Los profesionales de la inteligencia artificial han dicho a veces cosas que dan a enten der que están convencidos de ello. Pero, en general —incluso según sus propias palabras—, se suponía que la IA era un asun to de ingeniería y no de ciencia; y, desde luego, no de filosofía). Así pues, al escribir libros para explicar lo estupenda que es la TCM, he procurado, en general, incluir una sección donde se dijera que, en mi opinión, no podía abarcar más que un frag mentó de una psicología cognitiva completa y satisfactoria; y que los problemas más interesantes —y, sin duda, los más difí ciles— sobre el pensamiento no podían recibir mucha luz de ningún tipo de teoría computacional imaginable de momento. Creo que, en cierto modo, daba por supuesto que nosotros, los fervientes admiradores de la psicología computacional, estába mos más o menos de acuerdo sobre ese punto. Ahora, sin embargo, me he desengañado y he dejado de dar tal cosa por supuesta. Hace un par de años, The London R eview ofB ook s me pidió que escribiera acerca de dos nuevas publica ciones, cada una de las cuales resumía y elogiaba una teoría cada vez más influyente en ciencia cognitiva: How the Mind Works, de Steven Pinker, y Evolution in Mind, de Henry Plotkin. Am bos libros proponen, desde puntos de vista muy similares, cómo podríamos combinar la TCM con un innatismo psicológico glo bal y con principios biológicos tomados de una explicación neodarwinista de la evolución. Al parecer, la opinión de Pinker y Plotkin es que, a pesar de no constituir plenamente un mapa general de la mente congnitiva, la síntesis resultante explicaría en su totalidad extensas zonas de Manhattan, el Bronx y Staten Island, por así decirlo. Considero ambos libros admirables y va liosos en muchos aspectos, pero, aunque yo mismo soy un inna- tista decidido —por no decir fanático—, no me sentí del todo feliz con ninguno de los dos, y así lo dije en mi reseña2. En primer lugar, aunque exponen con fidelidad un conjun to de doctrinas sobre la mente cognitiva defendidas por mu chos innatistas, ninguno de los dos libros expone de manera tan explícita como yo pensaba que podrían haberlo hecho cómo encajan entre sí las diversas líneas arguméntales. En se gundo lugar, aunque ninguno dedica mucho espacio a las alter nativas, la opinión de Pinker/Plotkin no es en absoluto la única variedad de la actual ciencia cognitiva favorable a la idea del carácter innato de una gran parte del conocimiento. De hecho, Noam Chomsky, que es, sin duda, la personificación más exac ta del renacimiento del innatismo que podamos imaginar, no está, sin embargo, nada de acuerdo con muchas de las ideas de fendidas por Pinker y Plotkin. Los lectores recién llegados al juego de la ciencia cognitiva encontrarán, quizá, desconcertan te este hecho, pero espero poder explicar, a medida que avan cemos, a qué se refiere el desacuerdo. En tercer lugar, los dos libros insisten en una vinculación entre el innatismo respecto al conocimiento y una versión neodarwiniana y adaptacionista de la evolución de la mente cognitiva. Me pareció que este punto no estaba argumentado en los textos de manera convincente y que tampoco era especialmente plausible por sí mismo. En fin, me sentí y sigo aún sintiéndome perplejo ante una acti tud de bullente optimismo característico, en particular, del li bro de Pinker. Por mi parte, según acabo de observar, pensaba que los últimos cuarenta o cincuenta años habían demostrado muy claramente la existencia de ciertos aspectos de los proce sosmentales superiores sobre los que la actual panoplia de mo delos, teorías y técnicas experimentales computacionales nos ofrecen una visión escasa hasta la evanescencia. También pen saba que se trataba de una opinión común dentro de la profe sión. En vista de ello, ¿cómo podía alguien ser capaz de mos trar un entusiasmo tan implacable? Así que se me ocurrió escribir un libro de mi cosecha. Mi intención era recoger de pasada algunas antiguas líneas de pen samiento; en concreto, deseaba ampliar un debate en el que me embarqué por primera vez hace un millón de años, más o me nos (Fodor, 1983), sobre la modularidad (o no modularidad) de la arquitectura cognitiva. Pero el libro que pensaba escribir habría de tratar sobre todo de la situación del innatismo com putacional en la ciencia cognitiva. Además, sería mucho más breve y malévolo que los de Pinker y Plotkin. La brevedad se debería principalmente a que, a diferencia de ellos, no iba a es cribir un texto introductorio ni a hacer un repaso de la biblio grafía sobre ciencia empírica cognitiva, ni siquiera a argumen tar con mucho detalle a favor del campo teórico propuesto por mí. Me bastaría, simplemente, con trazar una geografía de los problemas completamente diferente del mapa ofrecido por Pinker y Plotkin. La malevolencia aparecería principalmente en la conclusión: el innatismo computacional es, sin duda, la mejor teoría de la mente cognitiva pensada hasta el momento (sobradamente mejor que, por ejemplo, el empirismo asocia- cionista, que es su principal alternativa); además, el conoci miento tiene facetas sobre las que el innatismo computacional daría, quizá, ciertamente, una explicación más o menos correc ta. No obstante, es muy probable que el innatismo computa cional sea, en gran parte, falso. En el momento oportuno me embarqué en este proyecto, pero cuanto más escribía, más insatisfecho me sentía. Comencé pensando en dar más o menos por supuesta la TCM como teo ría de fondo y centrarme en cuestiones relativas al innatismo y al adaptacionismo. Pero, al final, aquello no resultó factible; quizá no sea nada extraño que lo que decimos sobre cualquiera de estos asuntos dependa muchísimo de lo que pensamos so bre los demás. El libro que acabé escribiendo (y que usted acaba de com prar, según confío) contiene muchas afirmaciones acerca del innatismo y el adaptacionismo. Pero el contexto en que se ana lizan constituye, en parte, un intento de ilustrar con mayor cla ridad qué hay de cierto y qué hay de falso en la idea de que la mente es un ordenador5. La ciencia cognitiva, que tuvo sus inicios más o menos ex plícitos hace unos cincuenta años, se propuso como proyecto definitorio4 examinar una teoría debida principalmente a Tu- ring según la cual los procesos cognitivos mentales son opera ciones definidas sobre representaciones mentales estructuradas sintácticamente y que guardan un gran parecido con las fra ses5. La propuesta consistía en utilizar la hipótesis de que las representaciones mentales son de tipo lingüístico para explicar ciertas propiedades omnipresentes y características de los esta dos y procesos cognitivos; por ejemplo, que aquéllas son pro ductivas y sistemáticas, y éstos, en general, salvaguardan la ver dad. Por decirlo de manera aproximada: la sistematicidad y la productividad del pensamiento se remontarían, según se supo nía, a la composicionalidad de las representaciones mentales, que, a su vez, dependería de su estructura sintáctica constituti va. La tendencia de los procesos mentales a salvaguardar la ver dad se explicaría mediante la hipótesis de que son computacio nes, estipulando que una computación es un proceso causal sintácticamente guiado6. Creo que el intento de explicar Ja productividad y sistema ticidad de los estados mentales apelando a la composicionali dad de las representaciones de la mente ha tenido un éxito de los que no parecen m enguaren mi opinión, confirma amplia mente el postulado de un lenguaje del pensamiento. Se trata, no obstante, de una historia repetida y en la siguiente exposi ción no voy a deternerme en ella. En cambio, me parece que el intento de reducir el pensamiento a computación ha tenido un curso decididamente variado. No obstante, es un consuelo que tengamos mucho que aprender tanto de sus éxitos como de sus fracasos. A lo largo de los últimos cuarenta años, aproximada mente, hemos estado planteando a la naturaleza preguntas acerca de los procesos cognitivos, y ella nos ha respondido con indicaciones interpretables respecto al alcance y los límites de la Teoría Computacional de la Mente cognitiva. El modelo resul tante es inteligible en líneas generales. Al menos, eso es lo que voy a sostener. Sin embargo, antes de iniciar seriamente el debate, quiero esbozar con fines orientativos una breve panorámica. Esto es, en pocas palabras, lo que pienso que ha estado intentando de cirnos la naturaleza respecto al alcance y límites del modelo computacional: A partir de Freud ha quedado bastante claro que nuestra taxonomía «popular» preteórica de los estados mentales refun de dos tipos naturales muy diferentes: los intrínsecamente in ten cionales, de los que son paradigmáticos las creencias, los de seos y otros similares8, y los intrínsecamente conscientes^ , entre cuyos ejemplos se cuentan las sensaciones, los sentimientos, etcétera10, Sostengo, así mismo, que un resultado importante del intento de hacer coincidir los hechos del conocimiento hu mano con la versión clásica de la computación —la dada por Turing— es que necesitamos una dicotomía análogamente fun damental entre procesos mentales lo ca les y no locales. Pode mos confiar (sigo afirmando) en la existencia de un conjunto característico de propiedades compartidas por ciertos casos tí picos de procesos mentales locales, pero que no comparten con otros ejemplos típicos de procesos mentales globales11. Tres de esos rasgos son especialmente pertinentes para nuestro propósito: los procesos mentales locales parecen ajustarse muy bien a la teoría de Turing de que el pensamiento es computa ción; al parecer son, en general, modulares; y una gran parte de su arquitectura y de cuanto saben acerca de sus terrenos pecu liares de aplicación parecen estar especificados de forma in nata. En cambio, lo que descubrimos respecto al conocimiento global es, en la mayoría de los casos, que se trata de algo dife rente del tipo local en esos tres aspectos; y que, por eso mismo, tenemos un profundo desconocimiento del mismo. Y como entre los procesos mentales afectados de ese modo por la glo- balidad se cuentan, al parecer, algunos de los más característi cos del conocimiento humano, no me siento inclinado, en defi nitiva, a ponderar cuánto hemos aprendido hasta el momento sobre cómo funcionan nuestras mentes a . El balance final será que la actual situación en la ciencia cognitiva se halla a años luz de ser satisfactoria. Tal vez alguien llegue a establecerla de for ma definitiva, aunque me veo obligado a pensar que tal cosa no va a ocurrir en un futuro previsible ni con las herramientas de que disponemos actualmente. Como suele suceder, Eeyore, el burrito de Winníe-the-Pooh, da en el clavo al describir la situa ción: « “Aún sigue nevando”, dijo Eeyore, “...y helando... Sin embargo”, comentó animándose un poco, “últimamente no hemos sufrido ningún terremoto”». Este es, pues, el itinerario: en el capítulo 1 expongo algunas de las principales ideas actualmente vigentes en los debates in- natistas acerca del conocimiento. En particular, quiero diferen ciar la síntesis entre innatismo, psicología computacional y (neo)darwínismo, defendida por Pinker y Plotkin, de la versión del innatismo propuesta por Chomsky. El innatismo chomskia- no y esta Nueva Síntesis13 son, en ciertos aspectos totalmente compatibles. Pero, según veremos, son también totalmente di ferentes en otros; y aunque apoyan las mismas consignas, no está a menudo nadaclaro que quieran decir lo mismo con esas consignas. Tanto los innatistas chomskianos como los compu tación ales se consideran, por ejemplo, herederos de la tradi ción del racionalismo filosófico, pero por razones bastante dis tintas. La versión de Chomsky (así lo propondré) da, ante todo, respuesta a preguntas relativas a las fuentes y usos del conoci miento, continuando así la tradición de la epistem ología racio nalista. En cambio, el innatismo computacional trata principal mente de la naturaleza de los procesos mentales (como, por ejemplo, el pensar), continuando así la tradición de la p sico lo gía racionalista. Supongo que mucho de lo que voy a decir en el primer ca pítulo resulta familiar para los veteranos, y, si pudiera, me lo saltaría. Sin embargo, las versiones estándar de la psicología cognitiva de la Nueva Síntesis (entre ellas, en particular, las de Pinker y Plotkin) apenas suelen mencionar algo que me parece ser su característica más determinante, a saber, su adhesión a la explicación sintáctica de los procesos mentales ofrecida por Turing; ahora bien, eso es como representar Hamlet sin el prín cipe. Mi propuesta consiste en volver a sacar el príncipe a esce na, aunque ello implique aquí, como en la obra dramática, un sinnúmero de problemas para todos los interesados. Una gran parte de este libro tratará de cómo la exposición de la Nueva Síntesis está configurada por la idea de que los procesos cogni tivos son sintácticos, de las razones de mis dudas sobre la posi bilidad de que la teoría sintáctica de los procesos mentales guarde algún parecido con toda la verdad acerca del conoci miento, y de qué nos queda si las cosas no son así. El segundo capítulo analizará lo que considero las limita ciones de la explicación sintáctica de lo mental, mientras que el tercero examinará algunos medios por los que los innatistas computacionales han intentado —sin éxito, en mi opinión— eludir esas limitaciones. En el capítulo cuarto aparecerá la tesis de la modularidad masiva, actualmente de moda, como una de esas soluciones fallidas. El último capítulo aborda la relación de todo esto con ciertas cuestiones referentes al darwinismo psicológico. A medida que avance la exposición, se irá viendo con pro gresiva claridad mi idea de que cierta versión del innatismo chomskiano resultará ser, probablemente, cierta, y que la ver sión actual del innatismo de la Nueva Síntesis no lo es. Sospe cho que la perplejidad fundamental de la Nueva Síntesis consis te en que la teoría sintáctica/computacional del pensamiento, de la que depende, es, probablemente, válida para los procesos cognitivos en general tan sólo si la arquitectura de la mente es principalmente modular —sin embargo, hay buenas razones para suponer que no lo es—. Por otra parte, una psicología cog- nitiva defendible necesita urgentemente de alguna teoría de los procesos mentales, y es bastante evidente que Chomsky no tie ne ninguna. Así pues, si el innatismo computacional es radical mente insostenible, el chomskiano es radicalmente incompleto. ¡Ah!, pero nadie dijo que entender la mente cognitiva fuera a ser una tarea fácil. Por mi parte, al menos, estoy bastante seguro de no haber lo dicho nunca. En realidad, mis opiniones sobre estos asuntos —valgan lo que valieren— no han cambiado mucho desde que comencé a escribir sobre este tipo de cuestiones. El principal tema del último capítulo de mi libro El len gua je d e l pen sam ien to (1975) es que el modelo computacional resulta poco convin cente como explicación del conocimiento global. Por otra par te, la idea de que el conocimiento modular es el punto en que la explicación de los procesos mentales propuesta por Turing tie ne la mayor probabilidad de ser cierta constituye el asunto cen tral de La modularidad d e la m en te (1983). La coherencia a lo largo del tiempo no es una virtud que, en general, me preocupe mucho. Según mi experiencia, el progreso científico (por no hablar del filosófico) es unas veces no monotónico y otras no. Admito, sin embargo, que las doctrinas aquí expuestas son compatibles con algunos de mis intentos anteriores —y, en rea lidad, se basan casi siempre en ellos. Para terminar, ya que me estoy confesando, debo hacer hin capié en que lo que sigue a continuación no es ni remotamente una obra académica, aunque proponga una lectura de la histo ria reciente de la ciencia cognitiva. De vez en cuando aparece rán diversos nombres conocidos (el de Eeyore, por supuesto; pero también los de Chomsky, Darwin, Hume, Kant, Platón, Turing y otros), y no hace falta que diga que me sentiré muy sa tisfecho si he expuesto sus opiniones con cierta corrección. Sin embargo, mi interés principal es explicar las opciones actual mente identificables con que cuenta una ciencia cognitiva inna- tista; en general, los personajes distinguidos con que nos en contremos a lo largo del camino no serán para mí tanto figuras históricas cuanto tipos ideales. En fin, manos a la obra. EL INNATISMO CHOMSKIANO La actual fase de la teorización innatista sobre la mente cogniti va comenzó con dos sugerencias de Noam Chomsky: que los ti pos de gramáticas que pueden tener las lenguas naturales están sometidos a limitaciones fundamentales y universales; y que esas limitaciones expresan propiedades fundamentales y uni versales de la psicología humana correspondientes a ellas (de terminadas, probablemente, por la dotación genética caracte rística de nuestra especie). En efecto, Chomsky predijo la convergencia de dos líneas de investigación: — Por un lado, una investigación empírica del alcance de las estructuras gramaticales que presentan las lenguas humanas calcularía sus límites de variación posible. A continuación habría que restar las maneras en que las lenguas humanas pueden diferir unas de otras de aque llas en que es concebible que puedan diferir. El resulta do de la sustracción es el conjunto de universales lin güísticos que definen implícitamente las «lenguas humanas posibles» — Por otro lado, un conjunto de investigaciones históricas sobre las condiciones en que los niños aprenden a hablar calcularía la información que les proporcionan sus entor nos lingüísticos y, por tanto, el grado de pobreza de estí mulos que tolera el proceso de aprendizaje lingüístico. A continuación habría que restar la información contenida en el entorno de la requerida por el niño para conseguir el dominio de la lengua. El resto, una vez realizada la sus tracción, es la aportación del conocimiento innato del niño al proceso de adquisición de la lengua. Si todo va bien, el resultado debería ser que el conocimien to innato del niño equivale a los principios universales mismos que limitan las posibles lenguas humanas. Esta coincidencia explicaría de un plumazo tanto por qué las lenguas humanas no difieren arbitrariam ente como por qué los seres humanos parecen ser los únicos capaces de aprenderlas (con todos mis respetos para alguna que otra demanda sentimental a favor de delfines y chimpancés). En principio, la estrategia de investigación propuesta por Chomsky parece perfectamente sencilla de aplicar. Sólo necesi tamos determinar los valores empíricos de los parámetros perti nentes, realizar las restas indicadas y, luego, comparar los resul tados. Entonces, se preguntará el lector, ¿por qué no consiguió alguien una beca y se puso a hacerlo? En la práctica, no resulta ba nada sencillo. Para empezar, a los científicos del conocimien to no les resulta fácil conseguir becas cuando trabajan sobre cuestiones de interés teórico. (Una importante función de la institución de la revisión entre pares es garantizar que así sea). Además, hasta las personas razonables pueden disentir sobre el grado y maneras en que difieren realmente las lenguas; y sobre si las semejanzas restantes no podrían «solventarse mediante una explicación» que no recurriera a postulados innatistas (qui zá, apelando a factoreshistóricos o ambientales, o a las propie dades funcionales que necesitaría cualquier lengua para ser ex presiva y eficaz). Así mismo, no es ninguna minucia calcular cuáles son las informaciones que el entorno lingüístico del niño pone a disposición del proceso de adquisición, o qué partido le saca el niño a lo que ese entorno pone a su disposición, o cuánto de lo que el niño aprovecha en realidad podría haberlo conse guido sin el entorno, de acuerdo con la consecución de una flui dez normal recurriendo a medios normales. No podemos, por supuesto, llevar a cabo experimentos al estilo de Kaspar Hauser con los retoños de nuestros semejantes. Así pues, la polémica iniciada por Chomsky hace todos esos años sigue viva. Doy por supuesto que sus líneas generales son conocidas y ya no volveré a exponerlas aquí. Lo más desta cado para nuestro propósito es un punto relativo a sus opinio nes sobre el que el propio Chomsky ha insistido a menudo: en la medida en que afecta a la relación entre el lenguaje humano y la naturaleza humana, su postura prolonga otra defendida durante siglos por los filósofos racionalistas —en realidad, es indistinguible de ella—. Si exceptuamos la identificación ca racterísticamente moderna entre «naturaleza humana» y «lo especificado por el genotipo humano», las ideas de Chomsky sobre el innatismo habrían sido inteligibles para Platón; y lo habrían sido en un sentido muy similar al del actual debate. Ello se debe a que el innatismo de Chomsky es, ante todo, una tesis relativa al conocimiento y la creencia; sitúa los proble mas de la teoría del lenguaje en la línea de los de la teoría del co nocimiento. En realidad, el vocabulario en el que Chomsky en marca las cuestiones lingüísticas es, la mayoría de las veces, explícitamente epistemológico. Así, la gramática de una lengua especifica lo que sus hablan tes/oyen tes deben saber en cuanto hablantes y oyentes; y la meta del proceso de adquisición del len guaje por parte del niño consiste en construir una teoría de la lengua que exprese correctamente ese conocimiento gramatical. De la misma manera, el problema central de la adquisición del lenguaje surge de la pobreza de los «datos lingüísticos prima rios» a partir de los cuales el niño efectúa esa construcción. La solución propuesta al problema es que una gran parte del cono cimiento del que depende la competencia lingüística está a dis posición del niño d e antemano (es decir, antes del aprendizaje). Todos los términos que pongo en cursivas forman parte del vo cabulario del epistemólogo. Diré una vez más que lo que Chomsky comparte con los racionalistas es, ante todo, un inna tismo epistemológico. Cuando Platón pregunta qué sabe el jo ven esclavo sobre geometría y dónde diablos ha podido apren derlo, está planteando en gran parte la misma cuestión que propone Chomsky al preguntar sobre lo que los hablantes/oyen- tes saben de su lengua y dónde diablos han podido aprenderlo. En mi opinión, los términos clave son inequívocos2. En cambio, las teorías psicológicas de la Nueva Síntesis, como las propugnadas por Pinker y Plotkin, se refieren, de for ma característica, no a estados ep istém icos sino a procesos cogn i tivos', por ejemplo, los procesos mentales que intervienen en pensar, aprender y percibir. La idea clave de la psicología de la Nueva Síntesis es que los procesos cognitivos son com putado- nales-, y la noción de computación a la que se apela se apoya fuertemente en la obra fundacional de Alan Turing. Según esta concepción, la computación es una operación formal sobre re presentaciones sintácticamente estructuradas. En consecuen cia, un proceso mental es, en cuanto computación, una opera ción formal sobre representaciones mentales sintácticamente estructuradas. Volveremos sobre esta idea muy pronto y en de talle. De momento nos contentaremos con saber que, mientras el racionalismo de Chomsky consiste primordialmente en un innatismo sobre el conocimiento que manifiestan las capacida des cognitivas, el de la Nueva Síntesis consiste ante todo en un innatismo acerca de los mecanismos computacionales explota dos por ese conocimiento con el propósito de conocer. Por de cirlo en pocas palabras: la novedad d e la Nueva Síntesis es, sobre todo, la con secu en cia d e aunar una ep istem o logía racionalista con la noción sintáctica d e computación mental. El intento de cimentar la psicología sobre la idea de que los procesos mentales son computaciones es el tema principal de lo que vamos a debatir seguidamente. Me interesa ante todo decir al lector qué considero correcto en esta idea y qué no. Pero, en primer lugar, debo explicarle cómo se supone que funciona. Eso requerirá una exégesis bastante extensa. Por favor, resistan conmigo. A diferencia del innatismo epistémico, el computacio nal es realmente un nuevo tipo de teoría racionalista. Mientras que Platón habría entendido suficientemente bien a Chomsky, dudo de que hubiera entendido ni una pizca a Turing. LA NUEVA SÍNTESIS 1. C om pu ta ción Es un hecho notable que nos baste una simple ojeada a una oración (declarativa) de la forma sintáctica P y Q («Juan nada y María bebe», por ejemplo) para poder decidir que cualquier oración de ese tipo es verdadera si, y sólo si, P y Q son ambas verdaderas; es decir, que las oraciones que tienen la forma P y Q implican las oraciones correspondientes P, Q y son implica das por ellas. Afirmar que «podemos decidirlo de una simple . ojeada» equivale a declarar que no es necesario saber nada so bre el significado de P o de Q para ver que esas relaciones de implicación son válidas, y que tampoco tenemos que saber nada sobre el mundo no lingüístico3. Se trata realmente de un asunto notable pues, a fin de cuentas, lo que decide si P o Q son verdaderos es lo que significan, junto con los hechos relati vos al mundo no lingüístico. Esta manera de pensar se suele resumir diciendo que algu nas conclusiones son «formalmente válidas», lo que, a su vez, equivale a decir que se sostienen únicamente en virtud de la «sintaxis» de las oraciones que las componen4. El gran descu brimiento de Turing fue el de afirmar que se pueden diseñar máquinas para evaluar cualquier deducción formalmente váli da en este sentido. La razón es que, aunque las máquinas son atrozmente malas para entender qué significan las cosas y tam poco son mucho mejores para hacerse una idea de lo que pasa en el mundo, podemos construirlas de tal modo que resulten buenas para detectar propiedades y relaciones sintácticas y res ponder a ellas. Por su parte, esto es así porque la sintaxis de una oración se reduce a la identidad y disposición de sus partes elementales y, al menos en los lenguajes artificiales en que com putan las máquinas, estas disposiciones y partes elementales se pueden desglosar exhaustivamente, al tiempo que se puede di señar específicamente la máquina para detectarlas. Así pues, Turing nos mostró cómo construir_una máquina computadora capaz de reconocer cualquier razonamiento váli^ do en virtud de su sintaxis; y la tesis fundamental de la nueva síntesis psicológica es que los procesos cognitivos mentales es tán constituidos (quizá de forma exhaustiva) por el tipo de ~Óperaciones que realizan esa clase de máquinas.-" Fijémonos, en particular, en que la dependencia de la sinta xis es esencial; Turing garantiza la capacidad de una máquina para reconocer la validez de una deducción só lo si las condicio nes suficientes para que preserve la verdad son sintácticas. Así pues, sí tenemos intención de admitir, como los teóricos de la Nueva Síntesis, la explicación dada por Turing sobre la natura leza de la computación para utilizarla en una psicología cogni tiva del pensamiento, deberemos asumir que los propios pensa m ien tos tien en una estructura sintáctica. Lo que se nos ofrece por el precio de esa suposición es la perspectiva de una teoría que explica que, en una multiplicidad de casos,los procesos mentales pueden conducirnos de manera fiable de un pensa miento verdadero a otro. Eso me suena a auténtica ganga5. Perfecto; de momento, no diré más sobre la exposición de Turing acerca de la computación. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la tradición racionalista en psicología? CONTINUACIÓN DE LA NUEVA SÍNTESIS 2. P sico lo g ía raciona lista Los racionalistas son innatistas casi por definición; en cambio, el consenso de los racionalistas acerca de la naturaleza de los procesos mentales no es ni mucho menos transparente a prime ra vista. Sin embargo, ese consenso existe, compendiado, quizá, por Kant; además, tiene sus raíces en Aristóteles y llega a noso tros a través de escolásticos como Guillermo de Occam. Si este libro fuera una obra de erudición y yo un erudito, intentaría ar gumentar de alguna manera esas aseveraciones históricas; pero ni el libro ni yo lo somos, así que no voy a intentarlo. Baste ex- plicitar cuál es, en mi opinión, la idea principal de la psicología racionalista y cómo supongo que se relaciona con la explicación déla computación al estilo de Turing esbozada más arriba. La idea principal de la psicología racionalista es que las creencias, deseos, pensamientos y otras realidades similares tic- ríen formas lógicas, v esas formas lógicas se cuentan entre. Jos determinantes de las funciones que~desempeñan en los procesos mentales. Por ejemplo, Juan nada y María b eb e es una creencia copulativa-, ésa es la razón de que su aceptación nos pueda lle var a deducir que Juan nada. Los un icorn ios no existen es una creencia existencial negativa, y ésa es la razón de que su acepta ción nos puede llevar a deducir que Alfredo no es un unicor nio. Y así seguido. En consecuencia, emplearé la expresión «psicología racionalista» para cualquier teoría según la cual los estS5os mentales (al menos algunos) tienen forma lógica y la función causal de un estado mental depende (al menos entre otras cosas) de cuál es su forma lógica^ ’ Lo que viene a continuación son varios comentarios exegé- ticos sobre el carácter general de las psicologías racionalistas construidas de esta manera y sobre la razón de que se ajusten de forma natural a la tesis de que los procesos mentales son computaciones. Veremos que lo que conecta ambas afirmacio- nes es ante todo la idea de que la forma lógica de un pensa- l miento se puede reconstruir mediante la sintaxis de una repre- ' sentación mental que la exprese. -> COMENTARIOS (EXPUESTOS SIN NINGÚN ORDEN CONCRETO) — Las creencias, deseos, pensamientos y otras cosas simila res7 (en adelante los denominaré en conjunto «actitudes proposicionales») poseen sus formas lógicas de manera intrínseca. Esto equivale a decir no sólo que si x e y son actitudes proposicionales de formas lógicas diferentes, son particulares mentales diferentes ipso fa d o , sino tam bién que son ipso fa d o particulares mentales de diferen- te tipo. La creencia de Sam en que, por ejemplo, PvQ , es, ipso ja cto , de un tipo diferente de su creencia en que ~(~P&~Q), aunque se trate, por supuesto, de equiva lentes lógicos. — Actitudes proposicionales con co n ten id o s diferentes pueden tener una misma forma lógica. La creencia en que no existe Santa Claus tiene la misma forma lógi ca que la creencia en que no existen unicornios, aunque se trate, por supuesto, de creencias diferentes. — Supongamos, en aras de la sencillez expositiva, que la actitud proposicional paradigmática es una creencia en que cierto individuo posee cierta propiedad, por ejem plo, que Juan es calvo. Esa creencia tiene la forma lógica Fa, donde «F» expresa la propiedad que, según se cree, posee el individuo (p.ej., la de ser calvo), y «a» especifi ca al individuo que se cree posee esa propiedad (p.ej., Juan). Una creencia de la forma Va es verdadera si, y sólo si, el individuo en cuestión posee realmente la pro piedad en cuestión. — En el caso general ocurre lo mismo que en el ejemplo anterior: las actitudes proposicionales son objetos com plejos; las actitudes proposicionales tienen partes. En las páginas siguientes me referiré a menudo a las partes de una actitud proposicional como sus «constituyen tes». Los constituyentes de la creencia en que Juan es calvo son: la parte que expresa la propiedad de ser cal vo, y la que específica a Juan. En la práctica de los psicó logos, los constituyentes de las actitudes proposiciona les suelen llamarse «conceptos»8. — La forma lógica de una actitud proposicional no es (repi to: no es) reducible a las relaciones causales entre sus constituyentes (lo que no significa negar que puedan ser reducibles a algún tipo de relaciones causales). Ésta es una d iferen cia fu ndam en ta l en tre las p s ico lo g ía s ra cio nalista y em pirista : mientras que, según la segunda, la estructura del pensamiento se determina plenamente es pecificando el patrón de asociaciones entre sus constitu yentes, según la primera se trata de un parámetro inde pendiente 9. Si los racionalistas pueden explicar cómo es posible llegar a creer aquello mismo que se solía poner en duda o no creer (o viceversa), es básicamente porque dis tinguen entre la estructura de un pensamiento y lo que se llama a veces su grado de «integración asociativa». Quisiera ser lo más claro posible respecto a este asunto, pues creo que es lo que distingue primordialmente la psicología computacional del asociacionismo (conectivis- ta), que es actualmente su principal alternativa. Supon gamos que me limito a pensar más o m enos que Juan es calvo, mientras que tú estás seguro de que lo es. Supon gamos, además, que realmente es importante para ti que Juan sea o no calvo, mientras que a mí, en realidad, no me preocupa gran cosa. En ese caso, el que tú pienses en Juan puede llevarte a pensar en calvo (o en es calvo) con una regularidad absolutamente mecánica, mientras que, en mi caso, pensar en Juan puede llevarme a pensar en calvo sólo de vez en cuando, en el mejor de los casos, o incluso nunca. Sin embargo, según la opinión aquí trata da, tu pensamiento de que Juan es calvo es una actitud proposicional de un tipo exactamente idéntico al mío y, por tanto, ambos tienen, a fortiori, la misma forma lógi ca. Así pues, por decirlo una vez más, su forma lógica y las relaciones causales que pueden existir entre sus cons tituyentes son, según las psicologías racionalistas, pará metros independientes de una actitud proposicional10. — Supongamos que es cierto que los estados mentales pue den tener formas lógicas que afecten a los procesos mentales. La pregunta que se sigue planteando es cóm o unas formas lógicas pueden determinar fuerzas causa les. No soy lo bastante historiador como para saber si la tradición del racionalismo filosófico ha mantenido una opinión de consenso sobre esta cuestión. Pero no me sorprendería gran cosa oír que no, pues los racionalistas se han resistido absolutamente a considerar causales los procesos mentales n . Para sus propósitos les bastaba con insistir, como también lo he hecho yo, en que la for ma lógica del pensamiento no está constituida por las relaciones causales entre sus constituyentes; por tanto, a fortiori, no está constituida por las relaciones asociativas entre sus constituyentes. Pero, en general, los científicos del conocimiento quie ren ciertam en te considerar causales, por supuesto, los procesos mentales. Así pues, si desean admitir la idea ra cionalista de que los pensamientos desempeñan una función en los procesos mentales en virtud de sus for mas lógicas —entre otras cosas—, deberán tener una opinión sobre cómo la forma lógica puede determinar poderes causales. No basta con limitarse a decir que es así; se requiere un mecanismo. Se supone que la combi nación del tipo de TRM de Turing con una psicología racionalista proporcionaría ese mecanismo: para cada actitud proposicional con una función causal en una vida mental existe una representaciónmental corres- ponHIénte. Las representaciones mentales son particula res concretos, por lo que pueden hacer que ocurran co sas. Además, las representaciones mentales poseen estructuras sintácticas que afectan a los procesos menta- les en cuanto computaciones. Y la form a lógica d e una actitud proposicional sob rev ien e a la sintaxis de la corres pond ien te representación m en ta l12. Es decir que las acti tudes proposicionales disyuntivas (p.ej., aquellas actitu des cuya forma ló g ica es disyuntiva) corresponden a representaciones mentales disyuntivas (p.ej., a represen taciones mentales cuya forma sintáctica es disyuntiva); las actitudes proposicionales copulativas corresponden a representaciones mentales cuya forma sintáctica es co pulativa; las actitudes proposicionales cuantificadas existencialmente corresponden a representaciones men tales cuya sintaxis está cuantificada existencialmente..., y así sucesivamente para cada caso en que se invoque la forma lógica de una actitud para explicar su función en la vida mental13. Es posible que ahora comience a estar claro por qué la noción de computación desempeña un papel tan funda mental en la manera en que los científicos racionalistas piensan hoy en día acerca de la mente. Una psicología (racionalista, empirista o del tipo que sea) necesita hacer algo más que limitarse a enunciar las leyes a las que, se gún ella, obedecen los procesos mentales. Necesita tam bién explicar qu é clase d e cosa pu ed e ser la m en te para que sean verdaderas esas leyes referentes a ella; lo cual equivale de nuevo a decir que necesita concretar un me canismo. Los empiristas sostienen, más o menos explíci tamente, que las leyes típicas de la psicología son genera lizaciones que especifican cómo se alteran las relaciones causales entre estados mentales en cuanto función de la experiencia de un ser. El asociacionismo brindó a los empiristas una explicación de por qué son válidas esas generalizaciones al decir que todas ellas son casos espe- cíales de las leyes asociativas, que a su vez se supone que son innatas14. En cambio, la psicología racionalista dice que las leyes típicas relativas a la mente especifican los modos en que la forma lógica de un estado mental de termina su función en los procesos mentales. Así, el ra cionalista estará necesitado de una teoría acerca de cómo p u ed e verse afectado un proceso mental por la forma lógica de los estados mentales. Esta teoría puede ser, por supuesto, asociacionista, ya que, según se supo ne, las relaciones asociativas entre estados mentales no son válidas en virtud de una forma lógica sino, más bien, en virtud de hechos estadísticos sobre (por ejemplo) la frecuencia en que se han dado juntos o sobre cómo esa frecuencia de ocurrencia simultánea ha generado un refuerzo, etcétera. La noción de computación propuesta por Turing proporciona exactamente lo que necesita un científico cognitivo racionalista para llenar ese hueco: hace por los racionalistas lo que las leyes de la asocia ción habrían hecho por los empiristas si el asociacionis- mo fuera cierto. — Finalmente, a primera vista es probable que las compu taciones, en el sentido de Turing, constituyan de alguna manera la puesta en práctica de las teorías psicológicas racionalistas. En efecto, de la misma manera que la sal vaguarda de la verdad es la virtud característica de las computaciones tal como las entiende Turing, también es la virtud característica de lo s p rocesos m entales según los entienden los racionalistas. En el curso de la cognición, un pensamiento verdadero tiende a llevar a otro. Uno de los grandes misterios de la mente es cómo puede ser así. Quizá este misterio pueda explicarse suponiendo que, en la medida en que son válidas en virtud de la estructu- ra lógica de los pensamientos en cuestión, las inferencias típicas se realizan mediante computaciones guiadas por la estructura sintáctica de las correspondientes repre sentaciones mentales15. De ello se deduce una fusión provisional entre la psicolo gía racionalista y la explicación de la computación dada por Turing. Los principales principios de esta fusión son los si guientes: La Teoría Computacional de la Mente (= una psicología racionalista aplicada por medio de procesos sintácticos) i. Las fundones causales de los pensamientos se deben, entre otras cosas, a su forma lógica. ii. La forma lógica de un pensamiento sobreviene a la forma sintác tica de la correspondiente representación mental. iii. Los procesos mentales (incluido, paradigmáticamente, el pensa miento) son computaciones, es decir, operaciones definidas en función de la sintaxis de las representaciones mentales, y pode mos confiar en que salvaguarden la verdad en un número indefi nido de casos. A primera vista, las virtudes de llevar a cabo esta fusión son que nos permite (quizá) resolver los dos problemas fundamenta les de la psicología racionalista mencionados anteriormente: «¿Qué determina la forma lógica de un pensamiento?» y «¿Cómo determina sus poderes causales la forma lógica de un pensamiento?». Respuesta: la forma lógica de un pensamiento sobreviene a la sintaxis de la correspondiente representación mentallb, y la forma lógica de un pensamiento determina su ca pacidad causal porque la sintaxis de una representación mental determina su función computacional en función de operaciones como las de las máquinas de Turing. Así (quizá) podemos explí- car ahora que el hecho de pensar puede ser tanto racional como mecánico. Pensar puede ser racional porque las operaciones es pecificadas sintácticamente pueden salvaguardar la verdad en tanto que reconstruyen relaciones de forma lógica; pensar puede se r mecánico porque las máquinas de Turing son máquinas17. Al margen de cómo resulten finalmente las cosas para el in natismo en ciencia cognitiva, se trata, realmente, de una idea preciosa, y deberíamos detenemos un momento a admirarla. La racionalidad es una propiedad normativa, es decir, una pro piedad que deberían poseer los procesos mentales. Esta es la primera vez que ha existido una teoría mecánica remotamente verosímil acerca de la capacidad causal de una propiedad nor mativa. Absolutamente la primera. Ya tenemos ahora en su sitio la mitad, aproximadamente, de la Nueva Síntesis: la mente cognitiva contiene todo el conte nido innato que le exigen los argumentos de la «pobreza del es tímulo», además de una arquitectura innata «turingiana» de re presentaciones mentales sintácticamente estructuradas y de operaciones computacíonales sintácticamente guiadas, defini das en función de esas representaciones. Así, la Nueva Síntesis comparte con el racionalismo tradicional su insistencia en un contenido innato; pero le ha sumado la idea de Turing de que la arquitectura mental es computacional en el sentido propia mente sintáctico. Para dar el último toque a esta exposición del innatismo computacional necesitamos explicar por qué los psi cólogos de la Nueva Síntesis defienden tan a menudo la tesis de que la arquitectura cognitiva es «masivamente modular» y por qué su adhesión a esta tesis les lleva con frecuencia al adapta cionismo en sus especulaciones sobre la filogénesis del conoci miento. Una vez hecho esto, tendremos a la vista el cuadro completo y podré decir al lector, si es que le interesa, qué tiene de erróneo, en mi opinión, esa propuesta. Pero esto vendrá más tarde. Quiero dedicar el resto del ca pítulo a reflexionar un poco sobre la noción misma de estruc tura sintáctica. Según hemos ido viendo, la idea de que las re presentaciones mentales poseen propiedades sintácticas está en el centro mismo del vínculo entre la psicología racionalista y la Teoría Computacional de la Mente. Entonces, ¿qué son las propiedades sintácticas? ENTONCES, ¿QUÉ SON LAS PROPIEDADES SINTÁCTICAS? Bien; para empezar, las propiedades sintácticas son peculiares. Por un lado, se cuentan entre las propiedades «locales»de las representaciones, lo que equivale a decir que están constituidas enteramente por las partes de que consta una representación y la disposición de las mismas. Para veTcüál es lifestructura sin táctica de una oración no es necesario mirar «fuera» de ella, por así decirlo, así como tampoco nos hace falta mirar fuera de una palabra para saber cómo se deletrea. Pero, aunque es cier to que la sintaxis de una representación es una propiedad local en este sentido, también lo es que la sintaxis de una representa ción determina algunas de sus relaciones con otras represen taciones. La sintaxis mira, por así decirlo, afuera y adentro al mismo tiempo. Quiero hacer hincapié en esta dualidad pues, según veremos en el capítulo 2, tanto las virtudes cardinales como las lamentables limitaciones de la psicología computacio nal de tipo «turingiano» giran en gran medida en torno a ella. Para lo que interesa aquí a mí exposición, propongo hablar de la sintaxis de las oraciones más bien que de la sintaxis de las re presentaciones mentales; pero la moraleja es válida, mutatis mutandis, si suponemos que la TRM es verdadera. El hecho gramatical de que, en la oración «John swims» [«Juan nada»], «swims» es el verbo principal y «John» su suje to está constituido enteramente por datos relativos a cuáles son las partes de esta frase y cómo están combinadas, Pero esta propiedad local de «John swims» determina, no obstante, varias de sus relaciones con otras oraciones en inglés: por ejemplo, «who swims» y «does John swim» son algunas de las formas interrogativas de «John swims», mientras que *«who does John swim» no lo es. En consecuencia, si hubiera un me canismo sensible a la estructura sintáctica lo ca l de «John swims», se hallaría en condiciones de predecir propiedades re laciónales de la frase, como la de tener las formas interrogati vas que tiene. Lo mismo ocurre con la forma lógica de una oración (su sintaxis lógica, como se denomina a veces a su forma lógica). El hecho de que una oración tenga la forma lógica Va es un asunto relativo por completo a la identidad y disposición de sus par tes; pero el hecho de tener esa forma impone, no obstante, va rias de sus relaciones interoracionales. Por ejemplo, si esa ora ción es cierta, también lo será la oración correspondiente con la forma 3x(Vx). En consecuencia, un mecanismo directamente sensible a la forma lógica de una sentencia estará, pues, indi rectamente sensibilizado a algunas de sus implicaciones. Se tra ta de otra manera de expresar la intuición de Turing de que la estructura local puede cifrar no sólo relaciones gramaticales entre oraciones, sino también relaciones deductivas18. Las propiedades sintácticas no son, por supuesto, las úni cas que muestran el tipo de dualidad interna/externa que aca bamos de comentar. Veamos una especie de símil para los lec tores a quienes gusten estas cosas. Consideremos la famosa etología del pez espinoso de tres espinas. Todo lo que necesitamos saber de él aquí es que, cuan do un macho de la especie está sexualmente activo desarrolla una característica mancha roja (más o menos, en su barriga) ante la que otros espinosos machos sexualmente activos reac cionan con demostraciones características de agresión territo rial. Ahora bien, la actividad sexual es una propiedad compleja y en gran medida dísposicional cuya posesión afecta a todo tipo de relaciones entre el espinoso y sus iguales. En cambio, tener (o no tener) una mancha roja en la barriga es una propie dad «local» de los espinosos, de manera muy parecida a como el hecho de contener la palabra Juan es una propiedad de «Juan nada». El que un espinoso tenga una mancha roja en la barriga es algo constituido enteramente por la identidad y dis posición de sus partes. Y aquí viene lo que quiero recalcar: de bido a la fiabilidad de la relación entre ser, por un lado, un es pinoso macho sexualmente activo y ser, por otro, un espinoso macho con un manchón rojo en el abdomen, un mecanismo ca paz de responder (directamente) al manchón rojo setó., p o r tan to, capaz de responder (indirectamente) al patrón de disposi ciones de conducta característico de un macho sexualmente activo l9. No es casual que, entre esos mecanismos, aparezcan otros espinosos machos. Esta analogía entre la sintaxis de una oración y la barriga de un espinoso es, sin duda, imperfecta. Quiero hacer hincapié en una de las diferencias porque resultará crucial en capítulos posteriores: mientras la identidad y disposición de las partes de una representación se cuentan entre las propiedades e s en ciales de la misma, el color de la barriga de un pez espinoso no es una de sus propiedades esenciales. La identidad de un pez sobrevive, en general, a la alteración del color de su abdomen, pero la identidad d e una oración nunca sob rev iv e a las alteracio n es d e su sintaxis o d e su form a lógica. Así, una oración que no contenga a Juan, no podrá, ipso fa cto , ser una muestra del mis- rno tipo que «Juan es calvo». Lo mismo ocurrirá con una ora ción que no implique que alguien es calvo. Creo que ya basta de capítulo 1. Tenemos bien situada la continuación de la epistemología racionalista que hace hinca pié en las deducciones derivadas de la pobreza del estímulo para llegar a conclusiones sobre qué contenidos cognitivos son innatos. Tenemos, además, la continuación de la psicología ra cionalista que reconstruye tanto la concepción de que los esta dos mentales pueden tener formas lógicas como la de que sus formas lógicas pueden ser determinantes de su capacidad cau sal. Y lo hace dando por supuesto que las representaciones mentales poseen estructuras sintácticas, que la forma lógica de un pensamiento sobreviene a la forma sintáctica de la corres pondiente representación mental y que los procesos mentales son computacionales en un sentido propio de «computación» que gira en torno a la noción de relación causal sintácticamente guiada. Amén. 2. LA SINTAXIS Y SUS INSATISFECHOS La idea de Turing de que los procesos mentales son computacio nes (es decir, que están sintácticamente guiados), junto con la de Chomsky de que los argumentos de la pobreza del estímulo im ponen un límite inferior a la información innata que debe poseer una mente, es el cincuenta por ciento de la teoría de la Nueva Síntesis. El resto consiste en la tesis de la «modularidad masiva» y en la afirmación de que la arquitectura cognitiva es una adapta ción darwiniana. Este capítulo y el siguiente tratan de cómo en caja aquí la tesis de la modularidad masiva. Voy a sostener que la consideración del conocimiento como un fenómeno computa cional supone algunos problemas muy profundos, pero que esos problemas surgen ante todo en relación con procesos mentales que no son modulares. El auténtico atractivo de la tesis de la mo dularidad masiva es que, de ser cierta, podremos resolver esos problemas o, al menos, arreglárnoslas para negarles una gran im portancia. Esta es la buena noticia. La mala es que, como la tesis de la modularidad masiva no es, evidentemente, cierta, vamos a tener que enfrentamos tarde o temprano a las funestas insufi ciencias de la única teoría remotamente verosímil sobre la mente cognitiva con que contamos de momento. De todos modos, pasaré ahora a exponer mis argumentos. Este capítulo tratará de por qué es probable que no sea cierto, al menos en general, que los procesos cognitivos son computa ciones. En el siguiente capítulo veremos cómo se supone que la tesis de la modularidad masiva evitaría las objeciones plantea das a la generalidad de la TCM, y por qué, en caso de no lograr evitarlo, es un misterio, y no sólo un problema, saber qué mo delo de ciencia cognitiva de la mente debería ser el siguiente en intentarlo. PARTE 1: DONDE COMIENZA A NEVAR Al final del capítulo 1 señalé que, como la sintaxis de una re presentación —mental o de algún otro tipo— es una de sus propiedades esenciales, la identidadde una RM no sobrevivirá a la alteración de su sintaxis. Supongamos que es así. En tal caso, la idea de Turing de que los procesos cognitivos son cau sales sólo si son sintácticos significa que implica lo que deno minaré principio E. Principio E. Sólo las prop iedades esen cia les d e una represen ta ción m en ta l pu ed en determ inar su fu n ción causal en una vida mental. Utilizaré la expresión E(TCM) para denominar la doctrina que obtenemos sí entendemos que la Teoría Computacional de la Mente implica el principio E, Quiero recalcar que, por razo nes que se van a exponer ahora, insistir en el principio E es, po siblemente, una manera demasiado restrictiva de interpretar la idea del carácter sintáctico de los procesos mentales. Sin em bargo, propongo continuar con esta interpretación, pues pien so que las principales moralejas que derivan de ella sobreviven a las importantes reservas que se le pueden hacer. De momento nos bastará con saber que hay razones convincentes para pen sar que la E(TCM) sólo podría ser verdad sí —o sólo en la me dida en que— la cognición fuera modular. De ser así, la versión E(TCM) de la Teoría Computacional de la Mente quedará cau tiva de la tesis de la modularidad masiva. La explicación deta llada de estas vinculaciones será el asunto principal de la si guiente parte del análisis. Supongamos que cierto estado mental tiene una determina da función en un proceso cognitivo. Damos absolutamente por supuesta la TKM, de modo que este proceso cognitivo será una relación causal entre representaciones mentales. Asumimos también la TCM, de modo que las relaciones causales sean computaciones. Las computaciones están, por definición, guia das sintácticamente, de donde se sigue, por tanto, que una RM debe poseer alguna propiedad sintáctica en virtud de la cual el estado mental posee la función causal que le es propia. Si aña dimos ahora la E(TCM) , se seguirá también que esta propie dad de la RM ha de ser invariante respecto a l contexto. Ello se debe a que la sintaxis de una representación es una de sus pro piedades esenciales; y, por supuesto, las propiedades de las re presentaciones (o de cualquier otra cosa) dependientes del contexto no forman parte de sus propiedades esenciales. Las propiedades esenciales de una cosa son, ipso fa d o , las que po see siempre, sea cual sea el contexto Juntemos todo y tendremos lo siguiente: — Los procesos mentales son sensibles únicamente a la sin taxis de las representaciones mentales (pues dichos pro cesos son computaciones). — Las propiedades sintácticas de las representaciones mentales son, ipso fa d o , esenciales (pues las propieda des sintácticas de cualquier representación son esencia les ipso fa d o )2. — Conclusión: los procesos mentales son ipso fa cto insensi bles a las propiedades dependientes del contexto de las representaciones mentales. Y aquí es donde comienza el problema. En efecto, parece como si, en realidad, esta conclusión no fuera cierta; de hecho, hay determinantes de las funciones causales de las representa ciones mentales que dependen del contexto, al menos en algu nos procesos cognitivos. Además (argumentando ahora en sen tido contrario), si un determinante de la función causal de una representación mental depende del contexto, no será esencial. Lo cual va en contra d e la E(TCM). PARTE II: SIMPLICIDAD Creo que la simplicidad es un ejemplo convincente de una pro piedad de las representaciones mentales dependiente del con texto a la que son sensibles los procesos cognitivos. Entre dos creencias rivales, es racional preferir, ceteris paribus, la más sen cilla; de la misma manera, es también una característica de la inteligencia práctica preferir el plan más sencillo entre dos pla nes rivales para conseguir un objetivo. La imposibilidad de eli minar el apelar a la simplicidad en el razonamiento científico es algo prácticamente axiomático. Pero podría parecer igualmen te claro que comparar la simplicidad relativa de unas creencias o unos planes de acción posibles forma parte del razonamiento en las decisiones diarias sobre lo que uno debe pensar o hacer, Rube Goldberg se ganó la vida con ello. Sus máquinas son di vertidas porque encuentran formas complicadas de resolver problemas simples. Estamos dando por supuesta la vigencia de la TCM; por tanto, si la valoración de la simplicidad ha de desempeñar una función causal en los procesos mentales, la simplicidad/com plejidad 3 de los planes/teorías 4 deberá sobrevenir a la sintaxis délas correspondientes representaciones mentales. Si la expli cación del conocimiento dada por Turing es correcta, la sim plicidad ha de corresponder a un parámetro sintáctico de las representaciones mentales lo mismo que cualquier otra impor tante propiedad intencional de los pensamientos. Ahora bien, podemos imaginar, de hecho, que la sintaxis de una representa ción mental puede determinar su simplicidad en algunos casos muy reglamentados. Suponiendo, por ejemplo, que las repre sentaciones mentales son objetos parecidos, más o menos, a oraciones, podríamos suponer que cada una de ellas posee una simplicidad Intrínseca determinada, por ejemplo, por el nú mero de representaciones constitutivas que contiene5. (La idea de que el gato está sobre el ordenador sería, así, más sencilla que la de que el gato duerme sobre el ordenador; lo cual parece cierto, dentro de unos límites). La simplicidad de una teoría podría ser, en tal caso, la suma de la simplicidad intrínseca de las creencias que la constituyen; y elegir la teoría más sencilla entre todas las posibles se reduciría a una operación aritmé tica 6. Pero es evidente que nada de esto se puede suponer en general. En general, el efecto que tiene sobre la simplicidad de una teoría añadirle un nuevo pensamiento depende del contex to. Esto es algo evidente, aunque sólo sea por la consideración de que el propio pensamiento que sirve para complicar una teoría puede servir para simplificar otra. Pensemos, para el caso de una teoría particular a la que añadimos un pensamiento, en la simplicidad de dicho pensa miento como lo que determina hasta qué punto complica (/simplifica) esa teoría. En ese caso la simplicidad es una pro piedad intrínseca (es decir, indep end ien te d e l con tex to) de los pensamientos si, y sólo si, cada uno de ellos contribuye a un in cremento (/disminución) de la simplicidad general de cual quier teoría a la que la añadimos. Sin embargo, es muy palma rio que, según este criterio, la contribución de un pensamiento a la determinación de la simplicidad de una teoría no es inde pendíente del contexto. Más bien, el efecto que tenga la adi ción de una nueva creencia sobre la simplicidad general de las anteriores convicciones epistémicas de uno dependerá de cuá les fu eran esas an teriores con viccion es ep istém ica s1. Ajustar una o dos regresiones planetarias no requiere apenas una sincroni zación de la astronomía cuando se tienen convicciones helio céntricas; pero complicaría notablemente nuestra astronomía geocéntrica hasta impedirle subsistir. Lo mismo se puede decir sobre la función de la simplicidad en el razonamiento práctico. La idea de que mañana no correrá viento complica de manera importante nuestros planes si te níamos intención de navegar a vela hasta Chicago, pero no si nuestro proyecto era ir allí en avión, en coche o andando. Pero, por supuesto, la sintaxis de la representación mental que ex presa el pensamiento mañana no correrá v ien to es la misma, al margen del plan que le añadamos. En resumidas cuentas: la complejidad de un pensamiento no es algo intrínseco; depende del contexto. Pero la sintaxis de una representación constituye una de sus propiedades esenciales y, por tanto, no cambia cuando la representación se transfiere de un contexto a otro. Entonces, ¿ cóm o podrá sobreven ir a su sintaxis la simplicidad de un pensam iento, según lo requiere —recordémoslo—la TCM? La aportación de un pensamiento en la determinación de la complejidad de una teoría depende del contexto; creo que ya lo he dicho. Quiero recalcar que entre las propiedades relació nales de un pensamiento no está sólo el truismo de su aporta ción, sea la que fuere, a la complejidad de una teoría que lo contiene. Agradezco al profesor Paolo Casalegno haberme su gerido la siguente preciosa manera de ilustrar esa distinción: pongamos que un texto es «globalmente impar» si contiene un número impar de palabras, y «globalmente par» en el caso con trario, y consideremos que la aportación de la oración «Juan la ama» contribuye a determinar si un texto que la contiene es globalmente impar. Pregunta: ¿ es esta aportación d ep end ien te d e l contex to? Es posible que el lector se sienta inclinado a de cir: «Sin duda que lo es, pues sí un texto determinado tiene un número impar de palabras, añadir “Juan la ama” hace global mente par el texto resultante; mientras que si el texto tiene un número par de palabras, añadirle “Juan la ama” lo hace global mente impar». Pues no. No hay duda de que la consideración que acaba mos de plantear muestra que la contribución de «Juan la ama» alos textos a los que añadimos esta frase es una propiedad rela- monal. Pero, puestos a ello, se trata de una propiedad relacio na! in d ep end ien te d e l contex to. La oración contribuye con la misma aportación, tanto si el texto al que la añadimos es glo- fealmente impar como globalmente par; en ambos casos, aporta e l núm ero d e palabras que con tien e. Y, por supuesto, el hecho de contener el número de palabras que contiene es una propie dad sintáctica —y, por tanto, esencial— de una oración, por lo que no depende del contexto. Lo dependiente del contexto no es qué aporta una sentencia a la determinación de la imparidad global de un texto sino, más bien, el resultado de la aportación con la que contribuye a determinar la imparidad global de un texto (véase nota 7). En algunos contextos, el resultado de aña dir tres palabras es un texto globalmente impar; en otros, no. Así pues, volviendo a la línea principal de la disquisición, las representaciones aportan las mismas estructuras sintácticas, al margen del contexto al que las añadamos; pero los pensa mientos no aportan el mismo grado de complejidad a cualquier teoría a la que los añadamos. Por tanto —y ésta era mi pregun ta—, ¿cómo puede sobrevenir la simplicidad de un pensamien to a la sintaxis de una representación mental? La pregunta era retórica; a primera vísta da la impresión de que no pude. Esto es lo que h em os dicho hasta aquí: una parte de las fun ciones cognitivas de un pensamiento está determinada, proba blemente, por propiedades esenciales (en concreto, sintácticas) de la correspondiente representación mental; los efectos de la forma lógica de un pensamiento sobre su función en las deduc ciones demostrativas son paradigmáticos, y la historia contada por Turing acerca del carácter computacional del conocimien to funciona especialmente bien en este tipo de casos. Pero pa rece como si algunos determinantes de la función que desem peña un pensamiento en los procesos mentales no encajasen en este paradigma; en particular, no parecen hacerlo las propieda des de un pensamiento sensible a los sistem as d e creen cia en que se inserta. Las inferencias en las que las características de una teoría de inclusión afectan a las funciones a la vez deductivas-y-cau- sales de sus creencias constitutivas son lo que los filósofos lla man a veces «inferencias globales», «abductivas», «holísticas» o «para una mejor explicación». A partir de ahora, utilizaré es tos términos de forma más o menos intercambiable. Lo que tie nen de común desde el punto de vista de la E(TMC) es que se trata de ejemplos basados en presunciones en los que los deter minantes de la función computacional de una representación mental pueden pasar de contexto a contexto; así pues, la fun ción computacional de una representación mental no está de terminada en ellos por sus propiedades individuantes; y en ellos, por tanto, la función computacional de una representa- eión mental no está determinada por su sintaxis. Es decir: lo que tienen en común desde el punto de vista de la EÍTMC) es que son contraejemplos basados en presunciones. -PARTE III: SINTAXIS «INTERNA» Y «EXTERNA» A primera vista, la línea de pensamiento que he venido siguien do parecería demostrar que algunos determinantes de la fun dón causal/ínferencial de un pensamiento no son sintácticos. Por tanto, parecería demostrar que algún tipo de pensamiento no es computacional. Pero —esto va en cursiva— no lo dem ues tra. Lo que demuestra es más bien la importancia de una ambi güedad que acecha en las formulaciones informales de la idea de que la función causal de una representación mental está sin tácticamente determinada. La E(TCM) lo entiende como una afirmación de que la función causal de una representación mental está determinada por su sintaxis; es decir, por su estruc tura constitutiva; es decir, por las propiedades sintácticas que posee la representación en virtud de sus relaciones con sus par tes; es decir, por las propiedades sintácticas «locales» que las representaciones poseen esencialmente. Lo que acabamos de ver es que entender así la expresión «sintácticamente determi nado» pone en un aprieto a la E(TCM) con los efectos de la globalidad en el procesamiento mental. Sin embargo, hay otra manera más liviana de entender la expresión «determinación sintáctica», compatible con el mantenimiento de la idea básica de que los procesos mentales son computaciones. Considere mos, por tanto, lo que llamaré Teoría Computacional Mínima de la Mente, la M(TCM). M(TCM): La fun ción de una representación m ental en los procesos cogn itivos sob rev ien e a algunos h echos sintácticos o de otro tipo. Observemos que, hablando estrictamente, la M{TCM) es compatible con todo cuanto he dicho hasta el momento sobre la importancia de la globalidad, la abducción y otras características similares en la vida de la mente cognitiva. Por ejemplo, aunque parece claro que la simplicidad no es una propiedad intrínseca de una representación mental y, por tanto, no sobreviene a la sin taxis de esa representación, todavía está abierto si la simplicidad es, a pesar de todo, una propiedad sintáctica8. Todo cuanto se requiere, según la M(TCM), es que, dada la sintaxis d e la repre sentación R y d e otras representaciones en la teoría incluyen te T, la simplicidad de R respecto a T esté determinada plenamente. En efecto, de acuerdo con esta exposición poco rigurosa de la deter minación sintáctica, el hecho de que la simplicidad sobrevenga a las propiedades sintácticas, p ero relaciónales, de las representa ciones mentales estaría en consonancia con la idea de que la mente es un ordenador. {Como ocurre con los efectos de una oración sobre la imparidad global de los textos que la conten gan; véase más arriba). Lo mismo vale, mutatis mutandis, para otros factores de la cognición que son globales a primera vísta9. Así, suponiendo que es correcta en lo demás, la M(TCM) nos ofrece una explicación de qué significa que los procesos mentales sean sintácticos, es decir, compatibles con el hecho de tener determinantes globales. Muy bien. Por otra parte, si la M(TCM) tiene algún fallo, en el caso de que haya realmente factores globales en el conocimiento, toda esta cuestión de la Nueva Síntesis se hallará gravemente comprometida. En realidad, así es como yo veo en gran medida la situación actual. Quisiera analizar algunas consideraciones que, en mi opinión, hacen probable este diagnóstico. La primera dice así: la M(TCM) es suficientemente buena como para salvar la idea de que las mentes son «equivalentes en datos de E/S [entrada/salida (input/output)]» a las máquinas de Turing, puesto que si una relación es sintáctica, entonces al gún tipo de máquinade Turing podrá computarla10. Pero hay un sentido claro en que la M(TCM) no es lo bastante buena como para salvar la probabilidad psicológica del cuadro pre sentado por Turing acerca del funcionamiento de la mente. En efecto, lo que las computaciones clásicas añaden a una repre sentación está determinado, por definición, no sólo por algu nas de sus propiedades sintácticas, cualesquiera que sean, sino, m particular, por su estructura constitutiva, es decir, por la ma nera en que la representación está constituida por sus partes. Como lo que tenemos en la mente es este tipo de hecho sintác tico, damos por supuesto que la sintaxis de la representación ¿stá disponible ipso fa d o para las computaciones a las que la representación proporciona un ámbito. Es de suponer que cualquier cosa que tenga acceso a X tendrá, por la misma ra zón, acceso a sus partes. Pero, una vez más, hay un cúmulo de hechos sintácticos relativos a cada una de las representaciones que no se identifican con los comprendidos por su estructura constitutiva; en concreto, hay un cúmulo de hechos referentes a sus relaciones sintácticas con otras representaciones. Ade más, por un lado, esos hechos no son accesibles ipso fa d o a computaciones a las que la representación proporciona un ám bito; y, por otro, ciertas consideraciones sobre globalidad dan a entender que podrían ser esenciales para determinar cuál es el comportamiento de la representación en el proceso cognitivo. Esta última observación podría parecer incompatible con la evidencia anteriormente señalada según la cual (en el sentido de la nota 10) las máquinas de Turing pueden computar cual quier dato sintáctico. De ser así, algo grave habría fallado, por supuesto, en el argumento. Pero, pensándolo bien, no es así. La cuestión gira en torno a una distinción fácilmente pasada por alto entre una aseveración que garantizaría la M(TCM) —a saber, que las mentes equivalen a máquinas de Turing— y otra que podría muy bien ser falsa aunque la M(TCM) fuera verda dera —a saber, que la arquitectura cognitiva es una arquitectu ra clásica de Turing, es decir, que la mente es, curiosamente, como una máquina de Turing—. El hecho de que estas asevera ciones sean fáciles de refundir es, quizá, el motivo de que tan tos científicos del conocimiento den por supuesto que la Nue va Síntesis deb e ser cierta. Supongamos que S es una relación sintáctica entre R y una teoría incluyente T, pero que no está constituida por la estruc tura constitutiva de R. En tal caso, un ordenador no podrá «ver» 5, por así decirlo, sí únicamente puede dirigir su mirada a la sintaxis interna de R. Sin embargo, esto no importa para el principio de que cualquier relación sintáctica puede ser reco nocida por una máquina de Turing. Ello se debe a que siempre es posible reescribir R como una expresión formada por la unión entre R y las partes pertin en tes d e T. En tal caso, S será una propiedad sintáctica «interna» de la expresión más larga resultante y, por tanto, «visible» para las computaciones a las que la última expresión proporciona un ámbito. Si, en el peor de los casos, resultara que cualquier propiedad sintáctica defi nible sobre T puede afectar a la función computacional de R, no pasaría nada; bastaría con suponer que la expresión más breve sobre la que se definen las computaciones en cuestión es la totalidad de T, incluida R. Así, la aseveración de que las propiedades cognitivamente pertinentes de una representación mental sobrevienen a su sin taxis no limitaría la capacidad de las mentes más allá de lo que ya está implícito al afirmar que las propiedades cognitivamente •pertinentes son sintácticas, Pero se trata de un magro consuelo para la tesis de que la arquitectura del conocimiento es una ar quitectura clásica, ya que, en el caso típico, es enormemente probable que las representaciones sobre las que se definen en ¿realidad los procesos mentales sean m ucho más breves que una teoría completa. O, por decirlo de manera un poco distinta, tie n e que ser posible determinar con exactitud razonable las re percusiones de admitir una nueva creencia relativa a anteriores convicciones epistémicas sin que haga falta examinar esas con vicciones en su totalidad. Una teoría com pleta no puede ser una unidad de computación, como tampoco puede ser una unidad de confirmación, aserción o evaluación semántica u. La totali dad de nuestras convicciones epistémicas es un espacio desm e suradam ente amplio para emprender una búsqueda, sí todo cuanto tenemos que hacer es entender si no sería sensato llevar paraguas, puesto que hay nubes. De hecho, la totalidad de nuestras convicciones epistémicas es un espacio desmesurada mente amplio como para buscar cualquier cosa que intentemos entender. Diré de paso que considero esto como una obviedad no sólo psicológica sino también epistemológica. No se trata sólo de que una teoría completa es, por lo general, demasiado ex tensa como para contemplarla por todos los lados —demasia do extensa como para pensar en toda ella de una vez—. Se tra ta también de que se puede, se debe exigir y, en general, se exige realizar una valoración confirmatoria respecto a objetos mucho menos complejos que la totalidad de nuestras convic ciones cognítivas. Los epistemólogos ignoran a veces esta ob viedad; quizá razonan consigo mismos de la siguiente manera: «Duhem y Quine tenían razón al decir que, en un sistema de creencias, las consideraciones pertinentes a las valoraciones epistémicas racionales pueden provenir de cualquier parte. En consecuencia, pues, los sistemas totales de creencias deberán ser así mismo unidades de confirmación. Habrán de ser, por así decirlo, las cosas más pequeñas para las que se definen propie dades como la de ser (in va lidado» 12. O, quizá, no se lo digan de este modo sino que, simplemente, se deslícen de la premisa a la conclusión sin darse cuenta. Sospecho que el propio Quíne debió de hacerlo bastante a menudo. Sin embargo, las dos aseveraciones parecen ser muy dife rentes, al menos a primera vista. A primera vista, al menos, una cosa es saber cuáles son las cosas más «pequeñas» para las que se definen propiedades como la de «ser (in)confirmable» y otras similares, y otra muy distinta qué consideraciones pueden decidir sí una cosa de ese (o de otro) tamaño no es confirmada. El hecho de que estas consideraciones (no)confirmadoras pue dan «provenir de cualquier parte en una teoría» no es, ni si quiera en principio, un argumento a favor de que las cosas más pequeñas (no)confirmadas deben s e r teorías. Ahora que lo pienso, ¡al diablo la con firm ación !; las consideraciones que de ciden si un sistema de creencias es deductivamente coherente pueden «provenir también de cualquier parte de la teoría». De ello no se sigue, y tampoco es verdad, que la totalidad de nues tras creencias sea la unidad mínima de convicción epistémica cuya coherencia se pueda afirmar o negar. Para lo que aquí merece la pena, podría haber pensado que la unidad de confirmación típica es un juicio según el cual un determinado individuo posee una determinada propiedad. Esto es, por decirlo así, la cosa menor que puede ser verdad, por lo que sería de esperar en cierto modo que fuera lo mínimo susceptible de confirmación. Sin embargo, el razonamiento de Duhem/Quine sobre la globalídad de la pertinencia tiene que ver con algo muy diferente: a priori, no podemos decidir cuál de nuestras creencias influye en la valoración de alguna otra, ya que la pertinencia de una cosa respecto a otra depende de su si tuación contingente en e l mundo. Lo cual depende a su vez de afano organizó Dios el mundo. ; Sin embargo, aunque está muy bien encaminado, este argu mento epistemológico es marginal. Este es el punto al que he mos llegado de momento respecto a la ciencia cognitiva: los efectos que las características globales de los sistemas de creen cias parecen tener sobre ios procesos cognitivos
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