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Jherry Fodor - La mente no funciona así_ Alcance y limitaciones de la psicología computacional-Siglo XXI de España Editores

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Traducción de 
J o s é L u is G il A kist u
Revisión técnica de 
E u l a l i a P érez S e d e ñ o
LA MENTE NO FUNCIONA ASÍ
Alcance y limitaciones 
de la psicología computacional
J erry F o d o r
SIGLO V EIN TIUN O
D E E S P A Ñ A E D I T O R E S
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS ............................................................................................... XI
LISTA DE ABREVIATURAS....................................................................................... XI] ]
INTRODUCCIÓN: AÚN SIGUE NEVANDO................................. 1
1. VARIEDADES DE INNATISMO................................................ 11
2. LA SINTAXIS Y SUS INSATISFECHOS.................................. 31
3. DOS MANERAS PROBABLES DE NO EXPLICAR LA
ABDUCCIÓN......................................................................................... 55
4 . ¿CUÁNTOS MÓDULOS CREE USTED QUE H A Y ? 73
5. DARWTN ENTRE LOS M ÓDULOS........................................... 107
APÉNDICE: TORQUÉ SOMOS TAN BUENOS PARA CAZAR TRAMPOSOS.. 137
NOTAS................................................................................................... 141
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS................................................................................... 163
ÍNDICE DE AUTORES............................................................................................................ 167
En su primera encarnación, el presente libro fueron tres confe­
rencias pronunciadas en la Facultad de Psicología de la Uni­
versidad de San Raffaele, en el verano de 1997, con el patroci­
nio de la Fundación Sigma Tau. Agradezco la organización del 
acto a un antiguo amigo italiano, el profesor Massimo Piatelli; a 
muchos nuevos amigos italianos, sus comentarios y observacio­
nes críticas; y a la Dra. Donata Vercelli, haberme sacado de mi 
traumático extravío tras la pérdida de mis tarjetas de crédito, lo 
que constituye la crisis jamesiana por excelencia para un nor­
teamericano de viaje por el extranjero.
Las siguientes personas tuvieron la gran amabilidad de leer 
de principio a fin versiones anteriores de una parte o la totali­
dad del manuscrito y me ayudaron a descubrir sus errores. Me 
siento muy agradecido a Ned Block, Noam Chomsky, Shaun 
Nichols, Zenon Pylyshyn y Stephen Stich.
El apéndice se publicó por primera vez en Cognition. Quie­
ro testimoniar aquí mi agradecimiento por el permiso para ree­
ditarlo.
Las aportaciones en apoyo de este trabajo realizadas por la 
MacArthur Foundation, la McDonnell Pugh Foundation, la Na­
tional Science Foundation y los National Institutes of Health 
no fueron ninguna fruslería.
El autor aparece en su lugar alfabético en el índice de autores.
LISTA DE ABREVIATURAS
Éstas son las abreviaturas que aparecen en el texto:
E(TGM) TCM combinada con el principio E.
IA Inteligencia artificial.
MDT Módulo de detección de tramposos.
MP Modus ponens.
M(TCM) Teoría Computacional Mínima de la Mente. (La 
función de una representación mental en un pro­
ceso cognitivo sobreviene a ciertos hechos sin­
tácticos, cualesquiera que sean).
Principio E Sólo las propiedades esenciales de una represen­
tación mental pueden determinar su función 
causal en la vida mental.
RM Representación mental.
TCM Teoría Computacional de la Mente.
TLG Teoría lingüística general.
(T)MM (Tesis de la) modularidad masiva.
TRM Teoría Representacíonal de la Mente.
INTRODUCCIÓN: AÚN SIGUE NEVANDO
A lo largo de los años he escrito varios libros laudatorios para 
la Teoría Computacional de la Mente (que en adelante citaré a 
menudo como TCM), Desde mi punto de vista es, con mucho, 
la mejor teoría del conocimiento de que disponemos; en reali­
dad, la única merecedora de un análisis serio entre todas las 
que tenemos. Hay hechos de la mente de los que esta teoría da 
razón y que, sin ella, no sabríamos en absoluto cómo explicar. 
Además, su idea central —que los procesos intencionales son 
operaciones sintácticas definidas realizadas sobre representa­
ciones mentales— es de una elegancia sorprendente. En resu­
men, hay todo tipo de razones para suponer que, por lo que 
respecta al conocimiento, la Teoría Computacional es parte de 
la verdad1.
Sin embargo, no se me había ocurrido que alguien pudiera 
pensar que fuera una parte muy grande de la verdad. Y todavía 
menos que estuviera lejísimos de constituir la explicación com­
pleta del funcionamiento de la mente. (Los profesionales de la 
inteligencia artificial han dicho a veces cosas que dan a enten­
der que están convencidos de ello. Pero, en general —incluso 
según sus propias palabras—, se suponía que la IA era un asun­
to de ingeniería y no de ciencia; y, desde luego, no de filosofía). 
Así pues, al escribir libros para explicar lo estupenda que es la 
TCM, he procurado, en general, incluir una sección donde se 
dijera que, en mi opinión, no podía abarcar más que un frag­
mentó de una psicología cognitiva completa y satisfactoria; y 
que los problemas más interesantes —y, sin duda, los más difí­
ciles— sobre el pensamiento no podían recibir mucha luz de 
ningún tipo de teoría computacional imaginable de momento. 
Creo que, en cierto modo, daba por supuesto que nosotros, los 
fervientes admiradores de la psicología computacional, estába­
mos más o menos de acuerdo sobre ese punto.
Ahora, sin embargo, me he desengañado y he dejado de dar 
tal cosa por supuesta. Hace un par de años, The London R eview 
ofB ook s me pidió que escribiera acerca de dos nuevas publica­
ciones, cada una de las cuales resumía y elogiaba una teoría cada 
vez más influyente en ciencia cognitiva: How the Mind Works, 
de Steven Pinker, y Evolution in Mind, de Henry Plotkin. Am­
bos libros proponen, desde puntos de vista muy similares, cómo 
podríamos combinar la TCM con un innatismo psicológico glo­
bal y con principios biológicos tomados de una explicación 
neodarwinista de la evolución. Al parecer, la opinión de Pinker 
y Plotkin es que, a pesar de no constituir plenamente un mapa 
general de la mente congnitiva, la síntesis resultante explicaría 
en su totalidad extensas zonas de Manhattan, el Bronx y Staten 
Island, por así decirlo. Considero ambos libros admirables y va­
liosos en muchos aspectos, pero, aunque yo mismo soy un inna- 
tista decidido —por no decir fanático—, no me sentí del todo 
feliz con ninguno de los dos, y así lo dije en mi reseña2.
En primer lugar, aunque exponen con fidelidad un conjun­
to de doctrinas sobre la mente cognitiva defendidas por mu­
chos innatistas, ninguno de los dos libros expone de manera 
tan explícita como yo pensaba que podrían haberlo hecho 
cómo encajan entre sí las diversas líneas arguméntales. En se­
gundo lugar, aunque ninguno dedica mucho espacio a las alter­
nativas, la opinión de Pinker/Plotkin no es en absoluto la única 
variedad de la actual ciencia cognitiva favorable a la idea del
carácter innato de una gran parte del conocimiento. De hecho, 
Noam Chomsky, que es, sin duda, la personificación más exac­
ta del renacimiento del innatismo que podamos imaginar, no 
está, sin embargo, nada de acuerdo con muchas de las ideas de­
fendidas por Pinker y Plotkin. Los lectores recién llegados al 
juego de la ciencia cognitiva encontrarán, quizá, desconcertan­
te este hecho, pero espero poder explicar, a medida que avan­
cemos, a qué se refiere el desacuerdo. En tercer lugar, los dos 
libros insisten en una vinculación entre el innatismo respecto al 
conocimiento y una versión neodarwiniana y adaptacionista de 
la evolución de la mente cognitiva. Me pareció que este punto 
no estaba argumentado en los textos de manera convincente 
y que tampoco era especialmente plausible por sí mismo. En 
fin, me sentí y sigo aún sintiéndome perplejo ante una acti­
tud de bullente optimismo característico, en particular, del li­
bro de Pinker. Por mi parte, según acabo de observar, pensaba 
que los últimos cuarenta o cincuenta años habían demostrado 
muy claramente la existencia de ciertos aspectos de los proce­
sosmentales superiores sobre los que la actual panoplia de mo­
delos, teorías y técnicas experimentales computacionales nos 
ofrecen una visión escasa hasta la evanescencia. También pen­
saba que se trataba de una opinión común dentro de la profe­
sión. En vista de ello, ¿cómo podía alguien ser capaz de mos­
trar un entusiasmo tan implacable?
Así que se me ocurrió escribir un libro de mi cosecha. Mi 
intención era recoger de pasada algunas antiguas líneas de pen­
samiento; en concreto, deseaba ampliar un debate en el que me 
embarqué por primera vez hace un millón de años, más o me­
nos (Fodor, 1983), sobre la modularidad (o no modularidad) 
de la arquitectura cognitiva. Pero el libro que pensaba escribir 
habría de tratar sobre todo de la situación del innatismo com­
putacional en la ciencia cognitiva. Además, sería mucho más
breve y malévolo que los de Pinker y Plotkin. La brevedad se 
debería principalmente a que, a diferencia de ellos, no iba a es­
cribir un texto introductorio ni a hacer un repaso de la biblio­
grafía sobre ciencia empírica cognitiva, ni siquiera a argumen­
tar con mucho detalle a favor del campo teórico propuesto por 
mí. Me bastaría, simplemente, con trazar una geografía de los 
problemas completamente diferente del mapa ofrecido por 
Pinker y Plotkin. La malevolencia aparecería principalmente 
en la conclusión: el innatismo computacional es, sin duda, la 
mejor teoría de la mente cognitiva pensada hasta el momento 
(sobradamente mejor que, por ejemplo, el empirismo asocia- 
cionista, que es su principal alternativa); además, el conoci­
miento tiene facetas sobre las que el innatismo computacional 
daría, quizá, ciertamente, una explicación más o menos correc­
ta. No obstante, es muy probable que el innatismo computa­
cional sea, en gran parte, falso.
En el momento oportuno me embarqué en este proyecto, 
pero cuanto más escribía, más insatisfecho me sentía. Comencé 
pensando en dar más o menos por supuesta la TCM como teo­
ría de fondo y centrarme en cuestiones relativas al innatismo y 
al adaptacionismo. Pero, al final, aquello no resultó factible; 
quizá no sea nada extraño que lo que decimos sobre cualquiera 
de estos asuntos dependa muchísimo de lo que pensamos so­
bre los demás.
El libro que acabé escribiendo (y que usted acaba de com­
prar, según confío) contiene muchas afirmaciones acerca del 
innatismo y el adaptacionismo. Pero el contexto en que se ana­
lizan constituye, en parte, un intento de ilustrar con mayor cla­
ridad qué hay de cierto y qué hay de falso en la idea de que la 
mente es un ordenador5.
La ciencia cognitiva, que tuvo sus inicios más o menos ex­
plícitos hace unos cincuenta años, se propuso como proyecto
definitorio4 examinar una teoría debida principalmente a Tu- 
ring según la cual los procesos cognitivos mentales son opera­
ciones definidas sobre representaciones mentales estructuradas 
sintácticamente y que guardan un gran parecido con las fra­
ses5. La propuesta consistía en utilizar la hipótesis de que las 
representaciones mentales son de tipo lingüístico para explicar 
ciertas propiedades omnipresentes y características de los esta­
dos y procesos cognitivos; por ejemplo, que aquéllas son pro­
ductivas y sistemáticas, y éstos, en general, salvaguardan la ver­
dad. Por decirlo de manera aproximada: la sistematicidad y la 
productividad del pensamiento se remontarían, según se supo­
nía, a la composicionalidad de las representaciones mentales, 
que, a su vez, dependería de su estructura sintáctica constituti­
va. La tendencia de los procesos mentales a salvaguardar la ver­
dad se explicaría mediante la hipótesis de que son computacio­
nes, estipulando que una computación es un proceso causal 
sintácticamente guiado6.
Creo que el intento de explicar Ja productividad y sistema­
ticidad de los estados mentales apelando a la composicionali­
dad de las representaciones de la mente ha tenido un éxito de 
los que no parecen m enguaren mi opinión, confirma amplia­
mente el postulado de un lenguaje del pensamiento. Se trata, 
no obstante, de una historia repetida y en la siguiente exposi­
ción no voy a deternerme en ella. En cambio, me parece que el 
intento de reducir el pensamiento a computación ha tenido un 
curso decididamente variado. No obstante, es un consuelo que 
tengamos mucho que aprender tanto de sus éxitos como de sus 
fracasos. A lo largo de los últimos cuarenta años, aproximada­
mente, hemos estado planteando a la naturaleza preguntas 
acerca de los procesos cognitivos, y ella nos ha respondido con 
indicaciones interpretables respecto al alcance y los límites de 
la Teoría Computacional de la Mente cognitiva. El modelo resul­
tante es inteligible en líneas generales. Al menos, eso es lo que 
voy a sostener.
Sin embargo, antes de iniciar seriamente el debate, quiero 
esbozar con fines orientativos una breve panorámica. Esto es, 
en pocas palabras, lo que pienso que ha estado intentando de­
cirnos la naturaleza respecto al alcance y límites del modelo 
computacional:
A partir de Freud ha quedado bastante claro que nuestra 
taxonomía «popular» preteórica de los estados mentales refun­
de dos tipos naturales muy diferentes: los intrínsecamente in ­
ten cionales, de los que son paradigmáticos las creencias, los de­
seos y otros similares8, y los intrínsecamente conscientes^ , entre 
cuyos ejemplos se cuentan las sensaciones, los sentimientos, 
etcétera10, Sostengo, así mismo, que un resultado importante 
del intento de hacer coincidir los hechos del conocimiento hu­
mano con la versión clásica de la computación —la dada por 
Turing— es que necesitamos una dicotomía análogamente fun­
damental entre procesos mentales lo ca les y no locales. Pode­
mos confiar (sigo afirmando) en la existencia de un conjunto 
característico de propiedades compartidas por ciertos casos tí­
picos de procesos mentales locales, pero que no comparten 
con otros ejemplos típicos de procesos mentales globales11. 
Tres de esos rasgos son especialmente pertinentes para nuestro 
propósito: los procesos mentales locales parecen ajustarse muy 
bien a la teoría de Turing de que el pensamiento es computa­
ción; al parecer son, en general, modulares; y una gran parte de 
su arquitectura y de cuanto saben acerca de sus terrenos pecu­
liares de aplicación parecen estar especificados de forma in­
nata.
En cambio, lo que descubrimos respecto al conocimiento 
global es, en la mayoría de los casos, que se trata de algo dife­
rente del tipo local en esos tres aspectos; y que, por eso mismo,
tenemos un profundo desconocimiento del mismo. Y como 
entre los procesos mentales afectados de ese modo por la glo- 
balidad se cuentan, al parecer, algunos de los más característi­
cos del conocimiento humano, no me siento inclinado, en defi­
nitiva, a ponderar cuánto hemos aprendido hasta el momento 
sobre cómo funcionan nuestras mentes a . El balance final será 
que la actual situación en la ciencia cognitiva se halla a años luz 
de ser satisfactoria. Tal vez alguien llegue a establecerla de for­
ma definitiva, aunque me veo obligado a pensar que tal cosa no 
va a ocurrir en un futuro previsible ni con las herramientas de 
que disponemos actualmente. Como suele suceder, Eeyore, el 
burrito de Winníe-the-Pooh, da en el clavo al describir la situa­
ción: « “Aún sigue nevando”, dijo Eeyore, “...y helando... Sin 
embargo”, comentó animándose un poco, “últimamente no 
hemos sufrido ningún terremoto”».
Este es, pues, el itinerario: en el capítulo 1 expongo algunas 
de las principales ideas actualmente vigentes en los debates in- 
natistas acerca del conocimiento. En particular, quiero diferen­
ciar la síntesis entre innatismo, psicología computacional y 
(neo)darwínismo, defendida por Pinker y Plotkin, de la versión 
del innatismo propuesta por Chomsky. El innatismo chomskia- 
no y esta Nueva Síntesis13 son, en ciertos aspectos totalmente 
compatibles. Pero, según veremos, son también totalmente di­
ferentes en otros; y aunque apoyan las mismas consignas, no 
está a menudo nadaclaro que quieran decir lo mismo con esas 
consignas. Tanto los innatistas chomskianos como los compu­
tación ales se consideran, por ejemplo, herederos de la tradi­
ción del racionalismo filosófico, pero por razones bastante dis­
tintas. La versión de Chomsky (así lo propondré) da, ante todo, 
respuesta a preguntas relativas a las fuentes y usos del conoci­
miento, continuando así la tradición de la epistem ología racio­
nalista. En cambio, el innatismo computacional trata principal­
mente de la naturaleza de los procesos mentales (como, por 
ejemplo, el pensar), continuando así la tradición de la p sico lo ­
gía racionalista.
Supongo que mucho de lo que voy a decir en el primer ca­
pítulo resulta familiar para los veteranos, y, si pudiera, me lo 
saltaría. Sin embargo, las versiones estándar de la psicología 
cognitiva de la Nueva Síntesis (entre ellas, en particular, las de 
Pinker y Plotkin) apenas suelen mencionar algo que me parece 
ser su característica más determinante, a saber, su adhesión a la 
explicación sintáctica de los procesos mentales ofrecida por 
Turing; ahora bien, eso es como representar Hamlet sin el prín­
cipe. Mi propuesta consiste en volver a sacar el príncipe a esce­
na, aunque ello implique aquí, como en la obra dramática, un 
sinnúmero de problemas para todos los interesados. Una gran 
parte de este libro tratará de cómo la exposición de la Nueva 
Síntesis está configurada por la idea de que los procesos cogni­
tivos son sintácticos, de las razones de mis dudas sobre la posi­
bilidad de que la teoría sintáctica de los procesos mentales 
guarde algún parecido con toda la verdad acerca del conoci­
miento, y de qué nos queda si las cosas no son así.
El segundo capítulo analizará lo que considero las limita­
ciones de la explicación sintáctica de lo mental, mientras que el 
tercero examinará algunos medios por los que los innatistas 
computacionales han intentado —sin éxito, en mi opinión— 
eludir esas limitaciones. En el capítulo cuarto aparecerá la tesis 
de la modularidad masiva, actualmente de moda, como una de 
esas soluciones fallidas. El último capítulo aborda la relación 
de todo esto con ciertas cuestiones referentes al darwinismo 
psicológico.
A medida que avance la exposición, se irá viendo con pro­
gresiva claridad mi idea de que cierta versión del innatismo 
chomskiano resultará ser, probablemente, cierta, y que la ver­
sión actual del innatismo de la Nueva Síntesis no lo es. Sospe­
cho que la perplejidad fundamental de la Nueva Síntesis consis­
te en que la teoría sintáctica/computacional del pensamiento, 
de la que depende, es, probablemente, válida para los procesos 
cognitivos en general tan sólo si la arquitectura de la mente es 
principalmente modular —sin embargo, hay buenas razones 
para suponer que no lo es—. Por otra parte, una psicología cog- 
nitiva defendible necesita urgentemente de alguna teoría de los 
procesos mentales, y es bastante evidente que Chomsky no tie­
ne ninguna. Así pues, si el innatismo computacional es radical­
mente insostenible, el chomskiano es radicalmente incompleto. 
¡Ah!, pero nadie dijo que entender la mente cognitiva fuera a 
ser una tarea fácil.
Por mi parte, al menos, estoy bastante seguro de no haber­
lo dicho nunca. En realidad, mis opiniones sobre estos asuntos 
—valgan lo que valieren— no han cambiado mucho desde que 
comencé a escribir sobre este tipo de cuestiones. El principal 
tema del último capítulo de mi libro El len gua je d e l pen sam ien­
to (1975) es que el modelo computacional resulta poco convin­
cente como explicación del conocimiento global. Por otra par­
te, la idea de que el conocimiento modular es el punto en que la 
explicación de los procesos mentales propuesta por Turing tie­
ne la mayor probabilidad de ser cierta constituye el asunto cen­
tral de La modularidad d e la m en te (1983). La coherencia a lo 
largo del tiempo no es una virtud que, en general, me preocupe 
mucho. Según mi experiencia, el progreso científico (por no 
hablar del filosófico) es unas veces no monotónico y otras no. 
Admito, sin embargo, que las doctrinas aquí expuestas son 
compatibles con algunos de mis intentos anteriores —y, en rea­
lidad, se basan casi siempre en ellos.
Para terminar, ya que me estoy confesando, debo hacer hin­
capié en que lo que sigue a continuación no es ni remotamente
una obra académica, aunque proponga una lectura de la histo­
ria reciente de la ciencia cognitiva. De vez en cuando aparece­
rán diversos nombres conocidos (el de Eeyore, por supuesto; 
pero también los de Chomsky, Darwin, Hume, Kant, Platón, 
Turing y otros), y no hace falta que diga que me sentiré muy sa­
tisfecho si he expuesto sus opiniones con cierta corrección. Sin 
embargo, mi interés principal es explicar las opciones actual­
mente identificables con que cuenta una ciencia cognitiva inna- 
tista; en general, los personajes distinguidos con que nos en­
contremos a lo largo del camino no serán para mí tanto figuras 
históricas cuanto tipos ideales.
En fin, manos a la obra.
EL INNATISMO CHOMSKIANO
La actual fase de la teorización innatista sobre la mente cogniti­
va comenzó con dos sugerencias de Noam Chomsky: que los ti­
pos de gramáticas que pueden tener las lenguas naturales están 
sometidos a limitaciones fundamentales y universales; y que 
esas limitaciones expresan propiedades fundamentales y uni­
versales de la psicología humana correspondientes a ellas (de­
terminadas, probablemente, por la dotación genética caracte­
rística de nuestra especie). En efecto, Chomsky predijo la 
convergencia de dos líneas de investigación:
— Por un lado, una investigación empírica del alcance de 
las estructuras gramaticales que presentan las lenguas 
humanas calcularía sus límites de variación posible. A 
continuación habría que restar las maneras en que las 
lenguas humanas pueden diferir unas de otras de aque­
llas en que es concebible que puedan diferir. El resulta­
do de la sustracción es el conjunto de universales lin­
güísticos que definen implícitamente las «lenguas 
humanas posibles»
— Por otro lado, un conjunto de investigaciones históricas 
sobre las condiciones en que los niños aprenden a hablar 
calcularía la información que les proporcionan sus entor­
nos lingüísticos y, por tanto, el grado de pobreza de estí­
mulos que tolera el proceso de aprendizaje lingüístico. A 
continuación habría que restar la información contenida 
en el entorno de la requerida por el niño para conseguir 
el dominio de la lengua. El resto, una vez realizada la sus­
tracción, es la aportación del conocimiento innato del 
niño al proceso de adquisición de la lengua.
Si todo va bien, el resultado debería ser que el conocimien­
to innato del niño equivale a los principios universales mismos 
que limitan las posibles lenguas humanas. Esta coincidencia 
explicaría de un plumazo tanto por qué las lenguas humanas 
no difieren arbitrariam ente como por qué los seres humanos 
parecen ser los únicos capaces de aprenderlas (con todos mis 
respetos para alguna que otra demanda sentimental a favor de 
delfines y chimpancés).
En principio, la estrategia de investigación propuesta por 
Chomsky parece perfectamente sencilla de aplicar. Sólo necesi­
tamos determinar los valores empíricos de los parámetros perti­
nentes, realizar las restas indicadas y, luego, comparar los resul­
tados. Entonces, se preguntará el lector, ¿por qué no consiguió 
alguien una beca y se puso a hacerlo? En la práctica, no resulta­
ba nada sencillo. Para empezar, a los científicos del conocimien­
to no les resulta fácil conseguir becas cuando trabajan sobre 
cuestiones de interés teórico. (Una importante función de la 
institución de la revisión entre pares es garantizar que así sea). 
Además, hasta las personas razonables pueden disentir sobre el 
grado y maneras en que difieren realmente las lenguas; y sobre 
si las semejanzas restantes no podrían «solventarse mediante 
una explicación» que no recurriera a postulados innatistas (qui­
zá, apelando a factoreshistóricos o ambientales, o a las propie­
dades funcionales que necesitaría cualquier lengua para ser ex­
presiva y eficaz). Así mismo, no es ninguna minucia calcular 
cuáles son las informaciones que el entorno lingüístico del niño 
pone a disposición del proceso de adquisición, o qué partido le 
saca el niño a lo que ese entorno pone a su disposición, o cuánto 
de lo que el niño aprovecha en realidad podría haberlo conse­
guido sin el entorno, de acuerdo con la consecución de una flui­
dez normal recurriendo a medios normales. No podemos, por 
supuesto, llevar a cabo experimentos al estilo de Kaspar Hauser 
con los retoños de nuestros semejantes.
Así pues, la polémica iniciada por Chomsky hace todos 
esos años sigue viva. Doy por supuesto que sus líneas generales 
son conocidas y ya no volveré a exponerlas aquí. Lo más desta­
cado para nuestro propósito es un punto relativo a sus opinio­
nes sobre el que el propio Chomsky ha insistido a menudo: en 
la medida en que afecta a la relación entre el lenguaje humano 
y la naturaleza humana, su postura prolonga otra defendida 
durante siglos por los filósofos racionalistas —en realidad, es 
indistinguible de ella—. Si exceptuamos la identificación ca­
racterísticamente moderna entre «naturaleza humana» y «lo 
especificado por el genotipo humano», las ideas de Chomsky 
sobre el innatismo habrían sido inteligibles para Platón; y lo 
habrían sido en un sentido muy similar al del actual debate.
Ello se debe a que el innatismo de Chomsky es, ante todo, 
una tesis relativa al conocimiento y la creencia; sitúa los proble­
mas de la teoría del lenguaje en la línea de los de la teoría del co­
nocimiento. En realidad, el vocabulario en el que Chomsky en­
marca las cuestiones lingüísticas es, la mayoría de las veces, 
explícitamente epistemológico. Así, la gramática de una lengua 
especifica lo que sus hablan tes/oyen tes deben saber en cuanto 
hablantes y oyentes; y la meta del proceso de adquisición del len­
guaje por parte del niño consiste en construir una teoría de la 
lengua que exprese correctamente ese conocimiento gramatical.
De la misma manera, el problema central de la adquisición del 
lenguaje surge de la pobreza de los «datos lingüísticos prima­
rios» a partir de los cuales el niño efectúa esa construcción. La 
solución propuesta al problema es que una gran parte del cono­
cimiento del que depende la competencia lingüística está a dis­
posición del niño d e antemano (es decir, antes del aprendizaje). 
Todos los términos que pongo en cursivas forman parte del vo­
cabulario del epistemólogo. Diré una vez más que lo que 
Chomsky comparte con los racionalistas es, ante todo, un inna­
tismo epistemológico. Cuando Platón pregunta qué sabe el jo­
ven esclavo sobre geometría y dónde diablos ha podido apren­
derlo, está planteando en gran parte la misma cuestión que 
propone Chomsky al preguntar sobre lo que los hablantes/oyen- 
tes saben de su lengua y dónde diablos han podido aprenderlo. 
En mi opinión, los términos clave son inequívocos2.
En cambio, las teorías psicológicas de la Nueva Síntesis, 
como las propugnadas por Pinker y Plotkin, se refieren, de for­
ma característica, no a estados ep istém icos sino a procesos cogn i­
tivos', por ejemplo, los procesos mentales que intervienen en 
pensar, aprender y percibir. La idea clave de la psicología de la 
Nueva Síntesis es que los procesos cognitivos son com putado- 
nales-, y la noción de computación a la que se apela se apoya 
fuertemente en la obra fundacional de Alan Turing. Según esta 
concepción, la computación es una operación formal sobre re­
presentaciones sintácticamente estructuradas. En consecuen­
cia, un proceso mental es, en cuanto computación, una opera­
ción formal sobre representaciones mentales sintácticamente 
estructuradas. Volveremos sobre esta idea muy pronto y en de­
talle. De momento nos contentaremos con saber que, mientras 
el racionalismo de Chomsky consiste primordialmente en un 
innatismo sobre el conocimiento que manifiestan las capacida­
des cognitivas, el de la Nueva Síntesis consiste ante todo en un
innatismo acerca de los mecanismos computacionales explota­
dos por ese conocimiento con el propósito de conocer. Por de­
cirlo en pocas palabras: la novedad d e la Nueva Síntesis es, sobre 
todo, la con secu en cia d e aunar una ep istem o logía racionalista 
con la noción sintáctica d e computación mental.
El intento de cimentar la psicología sobre la idea de que los 
procesos mentales son computaciones es el tema principal de lo 
que vamos a debatir seguidamente. Me interesa ante todo decir 
al lector qué considero correcto en esta idea y qué no. Pero, en 
primer lugar, debo explicarle cómo se supone que funciona. 
Eso requerirá una exégesis bastante extensa. Por favor, resistan 
conmigo. A diferencia del innatismo epistémico, el computacio­
nal es realmente un nuevo tipo de teoría racionalista. Mientras 
que Platón habría entendido suficientemente bien a Chomsky, 
dudo de que hubiera entendido ni una pizca a Turing.
LA NUEVA SÍNTESIS
1. C om pu ta ción
Es un hecho notable que nos baste una simple ojeada a una 
oración (declarativa) de la forma sintáctica P y Q («Juan nada y 
María bebe», por ejemplo) para poder decidir que cualquier 
oración de ese tipo es verdadera si, y sólo si, P y Q son ambas 
verdaderas; es decir, que las oraciones que tienen la forma P y 
Q implican las oraciones correspondientes P, Q y son implica­
das por ellas. Afirmar que «podemos decidirlo de una simple 
. ojeada» equivale a declarar que no es necesario saber nada so­
bre el significado de P o de Q para ver que esas relaciones de 
implicación son válidas, y que tampoco tenemos que saber
nada sobre el mundo no lingüístico3. Se trata realmente de un 
asunto notable pues, a fin de cuentas, lo que decide si P o Q 
son verdaderos es lo que significan, junto con los hechos relati­
vos al mundo no lingüístico.
Esta manera de pensar se suele resumir diciendo que algu­
nas conclusiones son «formalmente válidas», lo que, a su vez, 
equivale a decir que se sostienen únicamente en virtud de la 
«sintaxis» de las oraciones que las componen4. El gran descu­
brimiento de Turing fue el de afirmar que se pueden diseñar 
máquinas para evaluar cualquier deducción formalmente váli­
da en este sentido. La razón es que, aunque las máquinas son 
atrozmente malas para entender qué significan las cosas y tam­
poco son mucho mejores para hacerse una idea de lo que pasa 
en el mundo, podemos construirlas de tal modo que resulten 
buenas para detectar propiedades y relaciones sintácticas y res­
ponder a ellas. Por su parte, esto es así porque la sintaxis de 
una oración se reduce a la identidad y disposición de sus partes 
elementales y, al menos en los lenguajes artificiales en que com­
putan las máquinas, estas disposiciones y partes elementales se 
pueden desglosar exhaustivamente, al tiempo que se puede di­
señar específicamente la máquina para detectarlas.
Así pues, Turing nos mostró cómo construir_una máquina 
computadora capaz de reconocer cualquier razonamiento váli^ 
do en virtud de su sintaxis; y la tesis fundamental de la nueva 
síntesis psicológica es que los procesos cognitivos mentales es­
tán constituidos (quizá de forma exhaustiva) por el tipo de 
~Óperaciones que realizan esa clase de máquinas.-"
Fijémonos, en particular, en que la dependencia de la sinta­
xis es esencial; Turing garantiza la capacidad de una máquina 
para reconocer la validez de una deducción só lo si las condicio­
nes suficientes para que preserve la verdad son sintácticas. Así 
pues, sí tenemos intención de admitir, como los teóricos de la
Nueva Síntesis, la explicación dada por Turing sobre la natura­
leza de la computación para utilizarla en una psicología cogni­
tiva del pensamiento, deberemos asumir que los propios pensa­
m ien tos tien en una estructura sintáctica. Lo que se nos ofrece 
por el precio de esa suposición es la perspectiva de una teoría 
que explica que, en una multiplicidad de casos,los procesos 
mentales pueden conducirnos de manera fiable de un pensa­
miento verdadero a otro. Eso me suena a auténtica ganga5.
Perfecto; de momento, no diré más sobre la exposición de 
Turing acerca de la computación. Pero ¿qué tiene que ver todo 
esto con la tradición racionalista en psicología?
CONTINUACIÓN DE LA NUEVA SÍNTESIS
2. P sico lo g ía raciona lista
Los racionalistas son innatistas casi por definición; en cambio, 
el consenso de los racionalistas acerca de la naturaleza de los 
procesos mentales no es ni mucho menos transparente a prime­
ra vista. Sin embargo, ese consenso existe, compendiado, quizá, 
por Kant; además, tiene sus raíces en Aristóteles y llega a noso­
tros a través de escolásticos como Guillermo de Occam. Si este 
libro fuera una obra de erudición y yo un erudito, intentaría ar­
gumentar de alguna manera esas aseveraciones históricas; pero 
ni el libro ni yo lo somos, así que no voy a intentarlo. Baste ex- 
plicitar cuál es, en mi opinión, la idea principal de la psicología 
racionalista y cómo supongo que se relaciona con la explicación 
déla computación al estilo de Turing esbozada más arriba.
La idea principal de la psicología racionalista es que las 
creencias, deseos, pensamientos y otras realidades similares tic-
ríen formas lógicas, v esas formas lógicas se cuentan entre. Jos 
determinantes de las funciones que~desempeñan en los procesos 
mentales. Por ejemplo, Juan nada y María b eb e es una creencia 
copulativa-, ésa es la razón de que su aceptación nos pueda lle­
var a deducir que Juan nada. Los un icorn ios no existen es una 
creencia existencial negativa, y ésa es la razón de que su acepta­
ción nos puede llevar a deducir que Alfredo no es un unicor­
nio. Y así seguido. En consecuencia, emplearé la expresión 
«psicología racionalista» para cualquier teoría según la cual los 
estS5os mentales (al menos algunos) tienen forma lógica y la 
función causal de un estado mental depende (al menos entre 
otras cosas) de cuál es su forma lógica^ ’
Lo que viene a continuación son varios comentarios exegé- 
ticos sobre el carácter general de las psicologías racionalistas 
construidas de esta manera y sobre la razón de que se ajusten 
de forma natural a la tesis de que los procesos mentales son
computaciones. Veremos que lo que conecta ambas afirmacio- 
nes es ante todo la idea de que la forma lógica de un pensa- l
miento se puede reconstruir mediante la sintaxis de una repre- '
sentación mental que la exprese. ->
COMENTARIOS (EXPUESTOS SIN NINGÚN ORDEN CONCRETO)
— Las creencias, deseos, pensamientos y otras cosas simila­
res7 (en adelante los denominaré en conjunto «actitudes 
proposicionales») poseen sus formas lógicas de manera 
intrínseca. Esto equivale a decir no sólo que si x e y son 
actitudes proposicionales de formas lógicas diferentes, 
son particulares mentales diferentes ipso fa d o , sino tam­
bién que son ipso fa d o particulares mentales de diferen-
te tipo. La creencia de Sam en que, por ejemplo, PvQ , 
es, ipso ja cto , de un tipo diferente de su creencia en que 
~(~P&~Q), aunque se trate, por supuesto, de equiva­
lentes lógicos.
— Actitudes proposicionales con co n ten id o s diferentes 
pueden tener una misma forma lógica. La creencia en 
que no existe Santa Claus tiene la misma forma lógi­
ca que la creencia en que no existen unicornios, aunque 
se trate, por supuesto, de creencias diferentes.
— Supongamos, en aras de la sencillez expositiva, que la 
actitud proposicional paradigmática es una creencia en 
que cierto individuo posee cierta propiedad, por ejem­
plo, que Juan es calvo. Esa creencia tiene la forma lógica 
Fa, donde «F» expresa la propiedad que, según se cree, 
posee el individuo (p.ej., la de ser calvo), y «a» especifi­
ca al individuo que se cree posee esa propiedad (p.ej., 
Juan). Una creencia de la forma Va es verdadera si, y 
sólo si, el individuo en cuestión posee realmente la pro­
piedad en cuestión.
— En el caso general ocurre lo mismo que en el ejemplo 
anterior: las actitudes proposicionales son objetos com­
plejos; las actitudes proposicionales tienen partes. En 
las páginas siguientes me referiré a menudo a las partes 
de una actitud proposicional como sus «constituyen­
tes». Los constituyentes de la creencia en que Juan es 
calvo son: la parte que expresa la propiedad de ser cal­
vo, y la que específica a Juan. En la práctica de los psicó­
logos, los constituyentes de las actitudes proposiciona­
les suelen llamarse «conceptos»8.
— La forma lógica de una actitud proposicional no es (repi­
to: no es) reducible a las relaciones causales entre sus 
constituyentes (lo que no significa negar que puedan ser
reducibles a algún tipo de relaciones causales). Ésta es 
una d iferen cia fu ndam en ta l en tre las p s ico lo g ía s ra cio­
nalista y em pirista : mientras que, según la segunda, la 
estructura del pensamiento se determina plenamente es­
pecificando el patrón de asociaciones entre sus constitu­
yentes, según la primera se trata de un parámetro inde­
pendiente 9. Si los racionalistas pueden explicar cómo es 
posible llegar a creer aquello mismo que se solía poner en 
duda o no creer (o viceversa), es básicamente porque dis­
tinguen entre la estructura de un pensamiento y lo que se 
llama a veces su grado de «integración asociativa». 
Quisiera ser lo más claro posible respecto a este asunto, 
pues creo que es lo que distingue primordialmente la 
psicología computacional del asociacionismo (conectivis- 
ta), que es actualmente su principal alternativa. Supon­
gamos que me limito a pensar más o m enos que Juan es 
calvo, mientras que tú estás seguro de que lo es. Supon­
gamos, además, que realmente es importante para ti que 
Juan sea o no calvo, mientras que a mí, en realidad, no 
me preocupa gran cosa. En ese caso, el que tú pienses en 
Juan puede llevarte a pensar en calvo (o en es calvo) con 
una regularidad absolutamente mecánica, mientras que, 
en mi caso, pensar en Juan puede llevarme a pensar en 
calvo sólo de vez en cuando, en el mejor de los casos, o 
incluso nunca. Sin embargo, según la opinión aquí trata­
da, tu pensamiento de que Juan es calvo es una actitud 
proposicional de un tipo exactamente idéntico al mío y, 
por tanto, ambos tienen, a fortiori, la misma forma lógi­
ca. Así pues, por decirlo una vez más, su forma lógica y 
las relaciones causales que pueden existir entre sus cons­
tituyentes son, según las psicologías racionalistas, pará­
metros independientes de una actitud proposicional10.
— Supongamos que es cierto que los estados mentales pue­
den tener formas lógicas que afecten a los procesos 
mentales. La pregunta que se sigue planteando es cóm o 
unas formas lógicas pueden determinar fuerzas causa­
les. No soy lo bastante historiador como para saber si la 
tradición del racionalismo filosófico ha mantenido una 
opinión de consenso sobre esta cuestión. Pero no me 
sorprendería gran cosa oír que no, pues los racionalistas 
se han resistido absolutamente a considerar causales los 
procesos mentales n . Para sus propósitos les bastaba 
con insistir, como también lo he hecho yo, en que la for­
ma lógica del pensamiento no está constituida por las 
relaciones causales entre sus constituyentes; por tanto, a 
fortiori, no está constituida por las relaciones asociativas 
entre sus constituyentes.
Pero, en general, los científicos del conocimiento quie­
ren ciertam en te considerar causales, por supuesto, los 
procesos mentales. Así pues, si desean admitir la idea ra­
cionalista de que los pensamientos desempeñan una 
función en los procesos mentales en virtud de sus for­
mas lógicas —entre otras cosas—, deberán tener una 
opinión sobre cómo la forma lógica puede determinar 
poderes causales. No basta con limitarse a decir que es 
así; se requiere un mecanismo. Se supone que la combi­
nación del tipo de TRM de Turing con una psicología 
racionalista proporcionaría ese mecanismo: para cada 
actitud proposicional con una función causal en una 
vida mental existe una representaciónmental corres- 
ponHIénte. Las representaciones mentales son particula­
res concretos, por lo que pueden hacer que ocurran co­
sas. Además, las representaciones mentales poseen 
estructuras sintácticas que afectan a los procesos menta-
les en cuanto computaciones. Y la form a lógica d e una 
actitud proposicional sob rev ien e a la sintaxis de la corres­
pond ien te representación m en ta l12. Es decir que las acti­
tudes proposicionales disyuntivas (p.ej., aquellas actitu­
des cuya forma ló g ica es disyuntiva) corresponden a 
representaciones mentales disyuntivas (p.ej., a represen­
taciones mentales cuya forma sintáctica es disyuntiva); 
las actitudes proposicionales copulativas corresponden 
a representaciones mentales cuya forma sintáctica es co­
pulativa; las actitudes proposicionales cuantificadas 
existencialmente corresponden a representaciones men­
tales cuya sintaxis está cuantificada existencialmente..., 
y así sucesivamente para cada caso en que se invoque la 
forma lógica de una actitud para explicar su función en 
la vida mental13.
Es posible que ahora comience a estar claro por qué la 
noción de computación desempeña un papel tan funda­
mental en la manera en que los científicos racionalistas 
piensan hoy en día acerca de la mente. Una psicología 
(racionalista, empirista o del tipo que sea) necesita hacer 
algo más que limitarse a enunciar las leyes a las que, se­
gún ella, obedecen los procesos mentales. Necesita tam­
bién explicar qu é clase d e cosa pu ed e ser la m en te para 
que sean verdaderas esas leyes referentes a ella; lo cual 
equivale de nuevo a decir que necesita concretar un me­
canismo. Los empiristas sostienen, más o menos explíci­
tamente, que las leyes típicas de la psicología son genera­
lizaciones que especifican cómo se alteran las relaciones 
causales entre estados mentales en cuanto función de la 
experiencia de un ser. El asociacionismo brindó a los 
empiristas una explicación de por qué son válidas esas 
generalizaciones al decir que todas ellas son casos espe-
cíales de las leyes asociativas, que a su vez se supone que 
son innatas14. En cambio, la psicología racionalista dice 
que las leyes típicas relativas a la mente especifican los 
modos en que la forma lógica de un estado mental de­
termina su función en los procesos mentales. Así, el ra­
cionalista estará necesitado de una teoría acerca de 
cómo p u ed e verse afectado un proceso mental por la 
forma lógica de los estados mentales. Esta teoría puede 
ser, por supuesto, asociacionista, ya que, según se supo­
ne, las relaciones asociativas entre estados mentales no 
son válidas en virtud de una forma lógica sino, más bien, 
en virtud de hechos estadísticos sobre (por ejemplo) 
la frecuencia en que se han dado juntos o sobre cómo 
esa frecuencia de ocurrencia simultánea ha generado un 
refuerzo, etcétera. La noción de computación propuesta 
por Turing proporciona exactamente lo que necesita un 
científico cognitivo racionalista para llenar ese hueco: 
hace por los racionalistas lo que las leyes de la asocia­
ción habrían hecho por los empiristas si el asociacionis- 
mo fuera cierto.
— Finalmente, a primera vista es probable que las compu­
taciones, en el sentido de Turing, constituyan de alguna 
manera la puesta en práctica de las teorías psicológicas 
racionalistas. En efecto, de la misma manera que la sal­
vaguarda de la verdad es la virtud característica de las 
computaciones tal como las entiende Turing, también es 
la virtud característica de lo s p rocesos m entales según los 
entienden los racionalistas. En el curso de la cognición, 
un pensamiento verdadero tiende a llevar a otro. Uno de 
los grandes misterios de la mente es cómo puede ser así. 
Quizá este misterio pueda explicarse suponiendo que, 
en la medida en que son válidas en virtud de la estructu-
ra lógica de los pensamientos en cuestión, las inferencias 
típicas se realizan mediante computaciones guiadas por 
la estructura sintáctica de las correspondientes repre­
sentaciones mentales15.
De ello se deduce una fusión provisional entre la psicolo­
gía racionalista y la explicación de la computación dada por 
Turing. Los principales principios de esta fusión son los si­
guientes:
La Teoría Computacional de la Mente (= una psicología 
racionalista aplicada por medio de procesos sintácticos)
i. Las fundones causales de los pensamientos se deben, entre otras 
cosas, a su forma lógica.
ii. La forma lógica de un pensamiento sobreviene a la forma sintác­
tica de la correspondiente representación mental.
iii. Los procesos mentales (incluido, paradigmáticamente, el pensa­
miento) son computaciones, es decir, operaciones definidas en 
función de la sintaxis de las representaciones mentales, y pode­
mos confiar en que salvaguarden la verdad en un número indefi­
nido de casos.
A primera vista, las virtudes de llevar a cabo esta fusión son 
que nos permite (quizá) resolver los dos problemas fundamenta­
les de la psicología racionalista mencionados anteriormente: 
«¿Qué determina la forma lógica de un pensamiento?» y 
«¿Cómo determina sus poderes causales la forma lógica de un 
pensamiento?». Respuesta: la forma lógica de un pensamiento 
sobreviene a la sintaxis de la correspondiente representación 
mentallb, y la forma lógica de un pensamiento determina su ca­
pacidad causal porque la sintaxis de una representación mental 
determina su función computacional en función de operaciones 
como las de las máquinas de Turing. Así (quizá) podemos explí-
car ahora que el hecho de pensar puede ser tanto racional como 
mecánico. Pensar puede ser racional porque las operaciones es­
pecificadas sintácticamente pueden salvaguardar la verdad en 
tanto que reconstruyen relaciones de forma lógica; pensar puede 
se r mecánico porque las máquinas de Turing son máquinas17.
Al margen de cómo resulten finalmente las cosas para el in­
natismo en ciencia cognitiva, se trata, realmente, de una idea 
preciosa, y deberíamos detenemos un momento a admirarla. 
La racionalidad es una propiedad normativa, es decir, una pro­
piedad que deberían poseer los procesos mentales. Esta es la 
primera vez que ha existido una teoría mecánica remotamente 
verosímil acerca de la capacidad causal de una propiedad nor­
mativa. Absolutamente la primera.
Ya tenemos ahora en su sitio la mitad, aproximadamente, 
de la Nueva Síntesis: la mente cognitiva contiene todo el conte­
nido innato que le exigen los argumentos de la «pobreza del es­
tímulo», además de una arquitectura innata «turingiana» de re­
presentaciones mentales sintácticamente estructuradas y de 
operaciones computacíonales sintácticamente guiadas, defini­
das en función de esas representaciones. Así, la Nueva Síntesis 
comparte con el racionalismo tradicional su insistencia en un 
contenido innato; pero le ha sumado la idea de Turing de que 
la arquitectura mental es computacional en el sentido propia­
mente sintáctico. Para dar el último toque a esta exposición del 
innatismo computacional necesitamos explicar por qué los psi­
cólogos de la Nueva Síntesis defienden tan a menudo la tesis de 
que la arquitectura cognitiva es «masivamente modular» y por 
qué su adhesión a esta tesis les lleva con frecuencia al adapta­
cionismo en sus especulaciones sobre la filogénesis del conoci­
miento. Una vez hecho esto, tendremos a la vista el cuadro 
completo y podré decir al lector, si es que le interesa, qué tiene 
de erróneo, en mi opinión, esa propuesta.
Pero esto vendrá más tarde. Quiero dedicar el resto del ca­
pítulo a reflexionar un poco sobre la noción misma de estruc­
tura sintáctica. Según hemos ido viendo, la idea de que las re­
presentaciones mentales poseen propiedades sintácticas está 
en el centro mismo del vínculo entre la psicología racionalista y 
la Teoría Computacional de la Mente. Entonces, ¿qué son las 
propiedades sintácticas?
ENTONCES, ¿QUÉ SON LAS PROPIEDADES SINTÁCTICAS?
Bien; para empezar, las propiedades sintácticas son peculiares. 
Por un lado, se cuentan entre las propiedades «locales»de las 
representaciones, lo que equivale a decir que están constituidas 
enteramente por las partes de que consta una representación y 
la disposición de las mismas. Para veTcüál es lifestructura sin­
táctica de una oración no es necesario mirar «fuera» de ella, 
por así decirlo, así como tampoco nos hace falta mirar fuera de 
una palabra para saber cómo se deletrea. Pero, aunque es cier­
to que la sintaxis de una representación es una propiedad local 
en este sentido, también lo es que la sintaxis de una representa­
ción determina algunas de sus relaciones con otras represen­
taciones. La sintaxis mira, por así decirlo, afuera y adentro al 
mismo tiempo. Quiero hacer hincapié en esta dualidad pues, 
según veremos en el capítulo 2, tanto las virtudes cardinales 
como las lamentables limitaciones de la psicología computacio­
nal de tipo «turingiano» giran en gran medida en torno a ella. 
Para lo que interesa aquí a mí exposición, propongo hablar de 
la sintaxis de las oraciones más bien que de la sintaxis de las re­
presentaciones mentales; pero la moraleja es válida, mutatis 
mutandis, si suponemos que la TRM es verdadera.
El hecho gramatical de que, en la oración «John swims» 
[«Juan nada»], «swims» es el verbo principal y «John» su suje­
to está constituido enteramente por datos relativos a cuáles 
son las partes de esta frase y cómo están combinadas, Pero 
esta propiedad local de «John swims» determina, no obstante, 
varias de sus relaciones con otras oraciones en inglés: por 
ejemplo, «who swims» y «does John swim» son algunas de las 
formas interrogativas de «John swims», mientras que *«who 
does John swim» no lo es. En consecuencia, si hubiera un me­
canismo sensible a la estructura sintáctica lo ca l de «John 
swims», se hallaría en condiciones de predecir propiedades re­
laciónales de la frase, como la de tener las formas interrogati­
vas que tiene.
Lo mismo ocurre con la forma lógica de una oración (su 
sintaxis lógica, como se denomina a veces a su forma lógica). El 
hecho de que una oración tenga la forma lógica Va es un asunto 
relativo por completo a la identidad y disposición de sus par­
tes; pero el hecho de tener esa forma impone, no obstante, va­
rias de sus relaciones interoracionales. Por ejemplo, si esa ora­
ción es cierta, también lo será la oración correspondiente con 
la forma 3x(Vx). En consecuencia, un mecanismo directamente 
sensible a la forma lógica de una sentencia estará, pues, indi­
rectamente sensibilizado a algunas de sus implicaciones. Se tra­
ta de otra manera de expresar la intuición de Turing de que la 
estructura local puede cifrar no sólo relaciones gramaticales 
entre oraciones, sino también relaciones deductivas18.
Las propiedades sintácticas no son, por supuesto, las úni­
cas que muestran el tipo de dualidad interna/externa que aca­
bamos de comentar. Veamos una especie de símil para los lec­
tores a quienes gusten estas cosas.
Consideremos la famosa etología del pez espinoso de tres 
espinas. Todo lo que necesitamos saber de él aquí es que, cuan­
do un macho de la especie está sexualmente activo desarrolla 
una característica mancha roja (más o menos, en su barriga) 
ante la que otros espinosos machos sexualmente activos reac­
cionan con demostraciones características de agresión territo­
rial. Ahora bien, la actividad sexual es una propiedad compleja 
y en gran medida dísposicional cuya posesión afecta a todo 
tipo de relaciones entre el espinoso y sus iguales. En cambio, 
tener (o no tener) una mancha roja en la barriga es una propie­
dad «local» de los espinosos, de manera muy parecida a como 
el hecho de contener la palabra Juan es una propiedad de 
«Juan nada». El que un espinoso tenga una mancha roja en la 
barriga es algo constituido enteramente por la identidad y dis­
posición de sus partes. Y aquí viene lo que quiero recalcar: de­
bido a la fiabilidad de la relación entre ser, por un lado, un es­
pinoso macho sexualmente activo y ser, por otro, un espinoso 
macho con un manchón rojo en el abdomen, un mecanismo ca­
paz de responder (directamente) al manchón rojo setó., p o r tan­
to, capaz de responder (indirectamente) al patrón de disposi­
ciones de conducta característico de un macho sexualmente 
activo l9. No es casual que, entre esos mecanismos, aparezcan 
otros espinosos machos.
Esta analogía entre la sintaxis de una oración y la barriga de 
un espinoso es, sin duda, imperfecta. Quiero hacer hincapié en 
una de las diferencias porque resultará crucial en capítulos 
posteriores: mientras la identidad y disposición de las partes 
de una representación se cuentan entre las propiedades e s en ­
ciales de la misma, el color de la barriga de un pez espinoso no 
es una de sus propiedades esenciales. La identidad de un pez 
sobrevive, en general, a la alteración del color de su abdomen, 
pero la identidad d e una oración nunca sob rev iv e a las alteracio­
n es d e su sintaxis o d e su form a lógica. Así, una oración que no 
contenga a Juan, no podrá, ipso fa cto , ser una muestra del mis-
rno tipo que «Juan es calvo». Lo mismo ocurrirá con una ora­
ción que no implique que alguien es calvo.
Creo que ya basta de capítulo 1. Tenemos bien situada la 
continuación de la epistemología racionalista que hace hinca­
pié en las deducciones derivadas de la pobreza del estímulo 
para llegar a conclusiones sobre qué contenidos cognitivos son 
innatos. Tenemos, además, la continuación de la psicología ra­
cionalista que reconstruye tanto la concepción de que los esta­
dos mentales pueden tener formas lógicas como la de que sus 
formas lógicas pueden ser determinantes de su capacidad cau­
sal. Y lo hace dando por supuesto que las representaciones 
mentales poseen estructuras sintácticas, que la forma lógica de 
un pensamiento sobreviene a la forma sintáctica de la corres­
pondiente representación mental y que los procesos mentales 
son computacionales en un sentido propio de «computación» 
que gira en torno a la noción de relación causal sintácticamente 
guiada. Amén.
2. LA SINTAXIS Y SUS INSATISFECHOS
La idea de Turing de que los procesos mentales son computacio­
nes (es decir, que están sintácticamente guiados), junto con la de 
Chomsky de que los argumentos de la pobreza del estímulo im­
ponen un límite inferior a la información innata que debe poseer 
una mente, es el cincuenta por ciento de la teoría de la Nueva 
Síntesis. El resto consiste en la tesis de la «modularidad masiva» 
y en la afirmación de que la arquitectura cognitiva es una adapta­
ción darwiniana. Este capítulo y el siguiente tratan de cómo en­
caja aquí la tesis de la modularidad masiva. Voy a sostener que la 
consideración del conocimiento como un fenómeno computa­
cional supone algunos problemas muy profundos, pero que esos 
problemas surgen ante todo en relación con procesos mentales 
que no son modulares. El auténtico atractivo de la tesis de la mo­
dularidad masiva es que, de ser cierta, podremos resolver esos 
problemas o, al menos, arreglárnoslas para negarles una gran im­
portancia. Esta es la buena noticia. La mala es que, como la tesis 
de la modularidad masiva no es, evidentemente, cierta, vamos a 
tener que enfrentamos tarde o temprano a las funestas insufi­
ciencias de la única teoría remotamente verosímil sobre la mente 
cognitiva con que contamos de momento.
De todos modos, pasaré ahora a exponer mis argumentos. 
Este capítulo tratará de por qué es probable que no sea cierto, 
al menos en general, que los procesos cognitivos son computa­
ciones. En el siguiente capítulo veremos cómo se supone que la
tesis de la modularidad masiva evitaría las objeciones plantea­
das a la generalidad de la TCM, y por qué, en caso de no lograr 
evitarlo, es un misterio, y no sólo un problema, saber qué mo­
delo de ciencia cognitiva de la mente debería ser el siguiente en 
intentarlo.
PARTE 1: DONDE COMIENZA A NEVAR
Al final del capítulo 1 señalé que, como la sintaxis de una re­
presentación —mental o de algún otro tipo— es una de sus 
propiedades esenciales, la identidadde una RM no sobrevivirá 
a la alteración de su sintaxis. Supongamos que es así. En tal 
caso, la idea de Turing de que los procesos cognitivos son cau­
sales sólo si son sintácticos significa que implica lo que deno­
minaré principio E.
Principio E. Sólo las prop iedades esen cia les d e una represen ta­
ción m en ta l pu ed en determ inar su fu n ción causal en una vida 
mental.
Utilizaré la expresión E(TCM) para denominar la doctrina 
que obtenemos sí entendemos que la Teoría Computacional de 
la Mente implica el principio E, Quiero recalcar que, por razo­
nes que se van a exponer ahora, insistir en el principio E es, po­
siblemente, una manera demasiado restrictiva de interpretar la 
idea del carácter sintáctico de los procesos mentales. Sin em­
bargo, propongo continuar con esta interpretación, pues pien­
so que las principales moralejas que derivan de ella sobreviven 
a las importantes reservas que se le pueden hacer. De momento 
nos bastará con saber que hay razones convincentes para pen­
sar que la E(TCM) sólo podría ser verdad sí —o sólo en la me­
dida en que— la cognición fuera modular. De ser así, la versión 
E(TCM) de la Teoría Computacional de la Mente quedará cau­
tiva de la tesis de la modularidad masiva. La explicación deta­
llada de estas vinculaciones será el asunto principal de la si­
guiente parte del análisis.
Supongamos que cierto estado mental tiene una determina­
da función en un proceso cognitivo. Damos absolutamente por 
supuesta la TKM, de modo que este proceso cognitivo será una 
relación causal entre representaciones mentales. Asumimos 
también la TCM, de modo que las relaciones causales sean 
computaciones. Las computaciones están, por definición, guia­
das sintácticamente, de donde se sigue, por tanto, que una RM 
debe poseer alguna propiedad sintáctica en virtud de la cual el 
estado mental posee la función causal que le es propia. Si aña­
dimos ahora la E(TCM) , se seguirá también que esta propie­
dad de la RM ha de ser invariante respecto a l contexto. Ello se 
debe a que la sintaxis de una representación es una de sus pro­
piedades esenciales; y, por supuesto, las propiedades de las re­
presentaciones (o de cualquier otra cosa) dependientes del 
contexto no forman parte de sus propiedades esenciales. Las 
propiedades esenciales de una cosa son, ipso fa d o , las que po­
see siempre, sea cual sea el contexto
Juntemos todo y tendremos lo siguiente:
— Los procesos mentales son sensibles únicamente a la sin­
taxis de las representaciones mentales (pues dichos pro­
cesos son computaciones).
— Las propiedades sintácticas de las representaciones 
mentales son, ipso fa d o , esenciales (pues las propieda­
des sintácticas de cualquier representación son esencia­
les ipso fa d o )2.
— Conclusión: los procesos mentales son ipso fa cto insensi­
bles a las propiedades dependientes del contexto de las 
representaciones mentales.
Y aquí es donde comienza el problema. En efecto, parece 
como si, en realidad, esta conclusión no fuera cierta; de hecho, 
hay determinantes de las funciones causales de las representa­
ciones mentales que dependen del contexto, al menos en algu­
nos procesos cognitivos. Además (argumentando ahora en sen­
tido contrario), si un determinante de la función causal de una 
representación mental depende del contexto, no será esencial. 
Lo cual va en contra d e la E(TCM).
PARTE II: SIMPLICIDAD
Creo que la simplicidad es un ejemplo convincente de una pro­
piedad de las representaciones mentales dependiente del con­
texto a la que son sensibles los procesos cognitivos. Entre dos 
creencias rivales, es racional preferir, ceteris paribus, la más sen­
cilla; de la misma manera, es también una característica de la 
inteligencia práctica preferir el plan más sencillo entre dos pla­
nes rivales para conseguir un objetivo. La imposibilidad de eli­
minar el apelar a la simplicidad en el razonamiento científico es 
algo prácticamente axiomático. Pero podría parecer igualmen­
te claro que comparar la simplicidad relativa de unas creencias 
o unos planes de acción posibles forma parte del razonamiento 
en las decisiones diarias sobre lo que uno debe pensar o hacer, 
Rube Goldberg se ganó la vida con ello. Sus máquinas son di­
vertidas porque encuentran formas complicadas de resolver 
problemas simples.
Estamos dando por supuesta la vigencia de la TCM; por 
tanto, si la valoración de la simplicidad ha de desempeñar una 
función causal en los procesos mentales, la simplicidad/com­
plejidad 3 de los planes/teorías 4 deberá sobrevenir a la sintaxis 
délas correspondientes representaciones mentales. Si la expli­
cación del conocimiento dada por Turing es correcta, la sim­
plicidad ha de corresponder a un parámetro sintáctico de las 
representaciones mentales lo mismo que cualquier otra impor­
tante propiedad intencional de los pensamientos. Ahora bien, 
podemos imaginar, de hecho, que la sintaxis de una representa­
ción mental puede determinar su simplicidad en algunos casos 
muy reglamentados. Suponiendo, por ejemplo, que las repre­
sentaciones mentales son objetos parecidos, más o menos, a 
oraciones, podríamos suponer que cada una de ellas posee una 
simplicidad Intrínseca determinada, por ejemplo, por el nú­
mero de representaciones constitutivas que contiene5. (La idea 
de que el gato está sobre el ordenador sería, así, más sencilla 
que la de que el gato duerme sobre el ordenador; lo cual parece 
cierto, dentro de unos límites). La simplicidad de una teoría 
podría ser, en tal caso, la suma de la simplicidad intrínseca de 
las creencias que la constituyen; y elegir la teoría más sencilla 
entre todas las posibles se reduciría a una operación aritmé­
tica 6. Pero es evidente que nada de esto se puede suponer en 
general. En general, el efecto que tiene sobre la simplicidad de 
una teoría añadirle un nuevo pensamiento depende del contex­
to. Esto es algo evidente, aunque sólo sea por la consideración 
de que el propio pensamiento que sirve para complicar una 
teoría puede servir para simplificar otra.
Pensemos, para el caso de una teoría particular a la que 
añadimos un pensamiento, en la simplicidad de dicho pensa­
miento como lo que determina hasta qué punto complica 
(/simplifica) esa teoría. En ese caso la simplicidad es una pro­
piedad intrínseca (es decir, indep end ien te d e l con tex to) de los 
pensamientos si, y sólo si, cada uno de ellos contribuye a un in­
cremento (/disminución) de la simplicidad general de cual­
quier teoría a la que la añadimos. Sin embargo, es muy palma­
rio que, según este criterio, la contribución de un pensamiento 
a la determinación de la simplicidad de una teoría no es inde­
pendíente del contexto. Más bien, el efecto que tenga la adi­
ción de una nueva creencia sobre la simplicidad general de las 
anteriores convicciones epistémicas de uno dependerá de cuá­
les fu eran esas an teriores con viccion es ep istém ica s1. Ajustar una 
o dos regresiones planetarias no requiere apenas una sincroni­
zación de la astronomía cuando se tienen convicciones helio­
céntricas; pero complicaría notablemente nuestra astronomía 
geocéntrica hasta impedirle subsistir.
Lo mismo se puede decir sobre la función de la simplicidad 
en el razonamiento práctico. La idea de que mañana no correrá 
viento complica de manera importante nuestros planes si te­
níamos intención de navegar a vela hasta Chicago, pero no si 
nuestro proyecto era ir allí en avión, en coche o andando. Pero, 
por supuesto, la sintaxis de la representación mental que ex­
presa el pensamiento mañana no correrá v ien to es la misma, al 
margen del plan que le añadamos. En resumidas cuentas: la 
complejidad de un pensamiento no es algo intrínseco; depende 
del contexto. Pero la sintaxis de una representación constituye 
una de sus propiedades esenciales y, por tanto, no cambia 
cuando la representación se transfiere de un contexto a otro. 
Entonces, ¿ cóm o podrá sobreven ir a su sintaxis la simplicidad de 
un pensam iento, según lo requiere —recordémoslo—la TCM?
La aportación de un pensamiento en la determinación de la 
complejidad de una teoría depende del contexto; creo que ya 
lo he dicho. Quiero recalcar que entre las propiedades relació­
nales de un pensamiento no está sólo el truismo de su aporta­
ción, sea la que fuere, a la complejidad de una teoría que lo 
contiene. Agradezco al profesor Paolo Casalegno haberme su­
gerido la siguente preciosa manera de ilustrar esa distinción: 
pongamos que un texto es «globalmente impar» si contiene un 
número impar de palabras, y «globalmente par» en el caso con­
trario, y consideremos que la aportación de la oración «Juan la 
ama» contribuye a determinar si un texto que la contiene es 
globalmente impar. Pregunta: ¿ es esta aportación d ep end ien te 
d e l contex to? Es posible que el lector se sienta inclinado a de­
cir: «Sin duda que lo es, pues sí un texto determinado tiene un 
número impar de palabras, añadir “Juan la ama” hace global­
mente par el texto resultante; mientras que si el texto tiene un 
número par de palabras, añadirle “Juan la ama” lo hace global­
mente impar».
Pues no. No hay duda de que la consideración que acaba­
mos de plantear muestra que la contribución de «Juan la ama» 
alos textos a los que añadimos esta frase es una propiedad rela- 
monal. Pero, puestos a ello, se trata de una propiedad relacio­
na! in d ep end ien te d e l contex to. La oración contribuye con la 
misma aportación, tanto si el texto al que la añadimos es glo- 
fealmente impar como globalmente par; en ambos casos, aporta 
e l núm ero d e palabras que con tien e. Y, por supuesto, el hecho 
de contener el número de palabras que contiene es una propie­
dad sintáctica —y, por tanto, esencial— de una oración, por lo 
que no depende del contexto. Lo dependiente del contexto no 
es qué aporta una sentencia a la determinación de la imparidad 
global de un texto sino, más bien, el resultado de la aportación 
con la que contribuye a determinar la imparidad global de un 
texto (véase nota 7). En algunos contextos, el resultado de aña­
dir tres palabras es un texto globalmente impar; en otros, no.
Así pues, volviendo a la línea principal de la disquisición, 
las representaciones aportan las mismas estructuras sintácticas,
al margen del contexto al que las añadamos; pero los pensa­
mientos no aportan el mismo grado de complejidad a cualquier 
teoría a la que los añadamos. Por tanto —y ésta era mi pregun­
ta—, ¿cómo puede sobrevenir la simplicidad de un pensamien­
to a la sintaxis de una representación mental? La pregunta era 
retórica; a primera vísta da la impresión de que no pude.
Esto es lo que h em os dicho hasta aquí: una parte de las fun­
ciones cognitivas de un pensamiento está determinada, proba­
blemente, por propiedades esenciales (en concreto, sintácticas) 
de la correspondiente representación mental; los efectos de la 
forma lógica de un pensamiento sobre su función en las deduc­
ciones demostrativas son paradigmáticos, y la historia contada 
por Turing acerca del carácter computacional del conocimien­
to funciona especialmente bien en este tipo de casos. Pero pa­
rece como si algunos determinantes de la función que desem­
peña un pensamiento en los procesos mentales no encajasen en 
este paradigma; en particular, no parecen hacerlo las propieda­
des de un pensamiento sensible a los sistem as d e creen cia en 
que se inserta.
Las inferencias en las que las características de una teoría 
de inclusión afectan a las funciones a la vez deductivas-y-cau- 
sales de sus creencias constitutivas son lo que los filósofos lla­
man a veces «inferencias globales», «abductivas», «holísticas» 
o «para una mejor explicación». A partir de ahora, utilizaré es­
tos términos de forma más o menos intercambiable. Lo que tie­
nen de común desde el punto de vista de la E(TMC) es que se 
trata de ejemplos basados en presunciones en los que los deter­
minantes de la función computacional de una representación 
mental pueden pasar de contexto a contexto; así pues, la fun­
ción computacional de una representación mental no está de­
terminada en ellos por sus propiedades individuantes; y en 
ellos, por tanto, la función computacional de una representa-
eión mental no está determinada por su sintaxis. Es decir: lo 
que tienen en común desde el punto de vista de la EÍTMC) 
es que son contraejemplos basados en presunciones.
-PARTE III: SINTAXIS «INTERNA» Y «EXTERNA»
A primera vista, la línea de pensamiento que he venido siguien­
do parecería demostrar que algunos determinantes de la fun­
dón causal/ínferencial de un pensamiento no son sintácticos. 
Por tanto, parecería demostrar que algún tipo de pensamiento 
no es computacional. Pero —esto va en cursiva— no lo dem ues­
tra. Lo que demuestra es más bien la importancia de una ambi­
güedad que acecha en las formulaciones informales de la idea 
de que la función causal de una representación mental está sin­
tácticamente determinada. La E(TCM) lo entiende como una 
afirmación de que la función causal de una representación 
mental está determinada por su sintaxis; es decir, por su estruc­
tura constitutiva; es decir, por las propiedades sintácticas que 
posee la representación en virtud de sus relaciones con sus par­
tes; es decir, por las propiedades sintácticas «locales» que las 
representaciones poseen esencialmente. Lo que acabamos de 
ver es que entender así la expresión «sintácticamente determi­
nado» pone en un aprieto a la E(TCM) con los efectos de la 
globalidad en el procesamiento mental. Sin embargo, hay otra 
manera más liviana de entender la expresión «determinación 
sintáctica», compatible con el mantenimiento de la idea básica 
de que los procesos mentales son computaciones. Considere­
mos, por tanto, lo que llamaré Teoría Computacional Mínima 
de la Mente, la M(TCM).
M(TCM): La fun ción de una representación m ental en los procesos 
cogn itivos sob rev ien e a algunos h echos sintácticos o de otro tipo.
Observemos que, hablando estrictamente, la M{TCM) es 
compatible con todo cuanto he dicho hasta el momento sobre la 
importancia de la globalidad, la abducción y otras características 
similares en la vida de la mente cognitiva. Por ejemplo, aunque 
parece claro que la simplicidad no es una propiedad intrínseca 
de una representación mental y, por tanto, no sobreviene a la sin­
taxis de esa representación, todavía está abierto si la simplicidad 
es, a pesar de todo, una propiedad sintáctica8. Todo cuanto se 
requiere, según la M(TCM), es que, dada la sintaxis d e la repre­
sentación R y d e otras representaciones en la teoría incluyen te T, la 
simplicidad de R respecto a T esté determinada plenamente. En 
efecto, de acuerdo con esta exposición poco rigurosa de la deter­
minación sintáctica, el hecho de que la simplicidad sobrevenga a 
las propiedades sintácticas, p ero relaciónales, de las representa­
ciones mentales estaría en consonancia con la idea de que la 
mente es un ordenador. {Como ocurre con los efectos de una 
oración sobre la imparidad global de los textos que la conten­
gan; véase más arriba). Lo mismo vale, mutatis mutandis, para 
otros factores de la cognición que son globales a primera vísta9.
Así, suponiendo que es correcta en lo demás, la M(TCM) 
nos ofrece una explicación de qué significa que los procesos 
mentales sean sintácticos, es decir, compatibles con el hecho de 
tener determinantes globales. Muy bien. Por otra parte, si la 
M(TCM) tiene algún fallo, en el caso de que haya realmente 
factores globales en el conocimiento, toda esta cuestión de la 
Nueva Síntesis se hallará gravemente comprometida.
En realidad, así es como yo veo en gran medida la situación 
actual. Quisiera analizar algunas consideraciones que, en mi 
opinión, hacen probable este diagnóstico.
La primera dice así: la M(TCM) es suficientemente buena 
como para salvar la idea de que las mentes son «equivalentes en 
datos de E/S [entrada/salida (input/output)]» a las máquinas 
de Turing, puesto que si una relación es sintáctica, entonces al­
gún tipo de máquinade Turing podrá computarla10. Pero hay 
un sentido claro en que la M(TCM) no es lo bastante buena 
como para salvar la probabilidad psicológica del cuadro pre­
sentado por Turing acerca del funcionamiento de la mente. En 
efecto, lo que las computaciones clásicas añaden a una repre­
sentación está determinado, por definición, no sólo por algu­
nas de sus propiedades sintácticas, cualesquiera que sean, sino, 
m particular, por su estructura constitutiva, es decir, por la ma­
nera en que la representación está constituida por sus partes. 
Como lo que tenemos en la mente es este tipo de hecho sintác­
tico, damos por supuesto que la sintaxis de la representación 
¿stá disponible ipso fa d o para las computaciones a las que la 
representación proporciona un ámbito. Es de suponer que 
cualquier cosa que tenga acceso a X tendrá, por la misma ra­
zón, acceso a sus partes. Pero, una vez más, hay un cúmulo de 
hechos sintácticos relativos a cada una de las representaciones 
que no se identifican con los comprendidos por su estructura 
constitutiva; en concreto, hay un cúmulo de hechos referentes 
a sus relaciones sintácticas con otras representaciones. Ade­
más, por un lado, esos hechos no son accesibles ipso fa d o a 
computaciones a las que la representación proporciona un ám­
bito; y, por otro, ciertas consideraciones sobre globalidad dan a 
entender que podrían ser esenciales para determinar cuál es el 
comportamiento de la representación en el proceso cognitivo.
Esta última observación podría parecer incompatible con 
la evidencia anteriormente señalada según la cual (en el sentido 
de la nota 10) las máquinas de Turing pueden computar cual­
quier dato sintáctico. De ser así, algo grave habría fallado, por
supuesto, en el argumento. Pero, pensándolo bien, no es así. 
La cuestión gira en torno a una distinción fácilmente pasada 
por alto entre una aseveración que garantizaría la M(TCM) —a 
saber, que las mentes equivalen a máquinas de Turing— y otra 
que podría muy bien ser falsa aunque la M(TCM) fuera verda­
dera —a saber, que la arquitectura cognitiva es una arquitectu­
ra clásica de Turing, es decir, que la mente es, curiosamente, 
como una máquina de Turing—. El hecho de que estas asevera­
ciones sean fáciles de refundir es, quizá, el motivo de que tan­
tos científicos del conocimiento den por supuesto que la Nue­
va Síntesis deb e ser cierta.
Supongamos que S es una relación sintáctica entre R y una 
teoría incluyente T, pero que no está constituida por la estruc­
tura constitutiva de R. En tal caso, un ordenador no podrá 
«ver» 5, por así decirlo, sí únicamente puede dirigir su mirada 
a la sintaxis interna de R. Sin embargo, esto no importa para el 
principio de que cualquier relación sintáctica puede ser reco­
nocida por una máquina de Turing. Ello se debe a que siempre 
es posible reescribir R como una expresión formada por la 
unión entre R y las partes pertin en tes d e T. En tal caso, S será 
una propiedad sintáctica «interna» de la expresión más larga 
resultante y, por tanto, «visible» para las computaciones a las 
que la última expresión proporciona un ámbito. Si, en el peor 
de los casos, resultara que cualquier propiedad sintáctica defi­
nible sobre T puede afectar a la función computacional de R, 
no pasaría nada; bastaría con suponer que la expresión más 
breve sobre la que se definen las computaciones en cuestión es 
la totalidad de T, incluida R.
Así, la aseveración de que las propiedades cognitivamente 
pertinentes de una representación mental sobrevienen a su sin­
taxis no limitaría la capacidad de las mentes más allá de lo que 
ya está implícito al afirmar que las propiedades cognitivamente
•pertinentes son sintácticas, Pero se trata de un magro consuelo 
para la tesis de que la arquitectura del conocimiento es una ar­
quitectura clásica, ya que, en el caso típico, es enormemente 
probable que las representaciones sobre las que se definen en 
¿realidad los procesos mentales sean m ucho más breves que una 
teoría completa. O, por decirlo de manera un poco distinta, tie­
n e que ser posible determinar con exactitud razonable las re­
percusiones de admitir una nueva creencia relativa a anteriores 
convicciones epistémicas sin que haga falta examinar esas con­
vicciones en su totalidad. Una teoría com pleta no puede ser una 
unidad de computación, como tampoco puede ser una unidad 
de confirmación, aserción o evaluación semántica u. La totali­
dad de nuestras convicciones epistémicas es un espacio desm e­
suradam ente amplio para emprender una búsqueda, sí todo 
cuanto tenemos que hacer es entender si no sería sensato llevar 
paraguas, puesto que hay nubes. De hecho, la totalidad de 
nuestras convicciones epistémicas es un espacio desmesurada­
mente amplio como para buscar cualquier cosa que intentemos 
entender.
Diré de paso que considero esto como una obviedad no 
sólo psicológica sino también epistemológica. No se trata sólo 
de que una teoría completa es, por lo general, demasiado ex­
tensa como para contemplarla por todos los lados —demasia­
do extensa como para pensar en toda ella de una vez—. Se tra­
ta también de que se puede, se debe exigir y, en general, se 
exige realizar una valoración confirmatoria respecto a objetos 
mucho menos complejos que la totalidad de nuestras convic­
ciones cognítivas. Los epistemólogos ignoran a veces esta ob­
viedad; quizá razonan consigo mismos de la siguiente manera: 
«Duhem y Quine tenían razón al decir que, en un sistema de 
creencias, las consideraciones pertinentes a las valoraciones 
epistémicas racionales pueden provenir de cualquier parte. En
consecuencia, pues, los sistemas totales de creencias deberán 
ser así mismo unidades de confirmación. Habrán de ser, por así 
decirlo, las cosas más pequeñas para las que se definen propie­
dades como la de ser (in va lidado» 12. O, quizá, no se lo digan 
de este modo sino que, simplemente, se deslícen de la premisa 
a la conclusión sin darse cuenta. Sospecho que el propio Quíne 
debió de hacerlo bastante a menudo.
Sin embargo, las dos aseveraciones parecen ser muy dife­
rentes, al menos a primera vista. A primera vista, al menos, una 
cosa es saber cuáles son las cosas más «pequeñas» para las que 
se definen propiedades como la de «ser (in)confirmable» y 
otras similares, y otra muy distinta qué consideraciones pueden 
decidir sí una cosa de ese (o de otro) tamaño no es confirmada. 
El hecho de que estas consideraciones (no)confirmadoras pue­
dan «provenir de cualquier parte en una teoría» no es, ni si­
quiera en principio, un argumento a favor de que las cosas más 
pequeñas (no)confirmadas deben s e r teorías. Ahora que lo 
pienso, ¡al diablo la con firm ación !; las consideraciones que de­
ciden si un sistema de creencias es deductivamente coherente 
pueden «provenir también de cualquier parte de la teoría». De 
ello no se sigue, y tampoco es verdad, que la totalidad de nues­
tras creencias sea la unidad mínima de convicción epistémica 
cuya coherencia se pueda afirmar o negar.
Para lo que aquí merece la pena, podría haber pensado que 
la unidad de confirmación típica es un juicio según el cual un 
determinado individuo posee una determinada propiedad. 
Esto es, por decirlo así, la cosa menor que puede ser verdad, 
por lo que sería de esperar en cierto modo que fuera lo mínimo 
susceptible de confirmación. Sin embargo, el razonamiento de 
Duhem/Quine sobre la globalídad de la pertinencia tiene que 
ver con algo muy diferente: a priori, no podemos decidir cuál 
de nuestras creencias influye en la valoración de alguna otra, ya
que la pertinencia de una cosa respecto a otra depende de su si­
tuación contingente en e l mundo. Lo cual depende a su vez de 
afano organizó Dios el mundo.
; Sin embargo, aunque está muy bien encaminado, este argu­
mento epistemológico es marginal. Este es el punto al que he­
mos llegado de momento respecto a la ciencia cognitiva: los 
efectos que las características globales de los sistemas de creen­
cias parecen tener sobre ios procesos cognitivos

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