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5-Bailey Paul, cap 7 El orden posmaoista y conclusiones, en China en el siglo XX

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Paul	J.	Bailey
China	en	el	siglo	XX
ePub	r1.0
bet at ron	21.08.14
Capítulo	7:
EL	ORDEN	POSTMAOíSTA
Tras	un	breve	«interregno»	después	de	la	muerte	de	Mao	en	el	que	su	sucesor,	Hua	Guofeng,	trató
de	continuar	con	las	políticas	maoístas	(Gardner,	1982;	Hsu,	1990),	en	1978	un	cambio	de	dirección
encabezado	 por	 Deng	 Xiaoping	 y	 sus	 aliados	 dio	 inicio	 a	 un	 largo	 y	 tortuoso	 proceso	 de
desmantelamiento	 de	 la	 herencia	 maoísta	 que	 aspiraba	 a	 elevar	 el	 nivel	 de	 vida,	 potenciar	 la
credibilidad	del	partido	y	crear	una	economía	vigorosa	y	modernizada	(Lieberthal,	1995:	124-127).
Aunque,	hasta	cierto	punto,	algunos	de	los	cambios	o	bien	recordaban	a	las	iniciativas	de	principios
de	 la	 década	 de	 1960	 (por	 ejemplo,	 en	 el	 ámbito	 de	 la	 agricultura),	 o	 bien	 representaban	 la
consolidación	de	tendencias	ya	iniciadas	durante	los	últimos	años	de	Mao	(por	ejemplo,	en	el	ámbito
de	la	política	exterior),	las	reformas	orientadas	al	mercado,	la	política	de	«puertas	abiertas»	destinada
a	alentar	las	inversiones	extranjeras	y	establecer	vínculos	más	estrechos	con	el	mundo	capitalista,	y	el
relajamiento	 del	 control	 estatal	 de	 la	 cultura,	 la	 sociedad	 y	 la	 economía,	 constituyeron	 una
transformación	 lo	suficientemente	drástica	como	para	que	un	observador,	a	 finales	de	 la	década	de
1980,	 describiera	 el	 período	 pos-maoísta	 como	 una	 «segunda	 revolución»	 (Harding,	 1987)	—una
expresión	que	el	propio	Deng	Xiaoping	utilizaría	en	1985—,	y	para	que	en	1994,	tres	años	antes	de	la
muerte	 de	 Deng,	 otro	 observador	 concluyera	 que	 el	 legado	 maoísta	 había	 sido	 completamente
«enterrado»	(Baum,	1994).
Esos	cambios	vinieron	acompañados	por	el	rechazo	de	otras	contraseñas	maoístas	relativas	a	la
enseñanza,	a	la	naturaleza	del	ELP	y	a	la	política	demográfica.	Asimismo,	durante	la	década	de	1980
la	 reforma	 política	 también	 formó	 parte	 de	 la	 agenda.	 El	 papel	 de	Mao	 en	 la	 revolución	 china	 se
reinterpretó	de	modo	que	se	tuviera	en	cuenta	lo	que	ahora	se	percibía	como	los	«diez	años	malos»
de	la	Revolución	Cultural	(1966-1976),	lo	que	trajo	como	consecuencia	una	cierta	«desmitificación»
de	 su	 pensamiento.	 Al	 mismo	 tiempo,	 los	 reformistas	 del	 partido	 pidieron	 la	 aplicación	 de	 un
«legalismo	 socialista»,	 encareciendo	 al	 partido	 a	 realizar	 sus	 actividades	 «dentro	 de	 los	 límites
permitidos	por	 la	constitución	y	 las	 leyes	del	estado»	(Tsou,	1986:	308).	Se	condenaron	 los	cargos
vitalicios	 para	 los	 líderes	 del	 partido,	 los	 privilegios	 especiales	 para	 los	 cuadros	 y	 la	 excesiva
centralización	 del	 poder,	 mientras	 que	 el	 propio	 proceso	 político	 se	 vio	 ampliado	 por	 la
revitalización	o	el	restablecimiento	de	instituciones	tales	como	el	Congreso	Nacional	del	Pueblo	y	la
Conferencia	Consultiva	Política	del	Pueblo	Chino.
Los	 cambios	 de	 la	 década	 de	 1980	 se	 contemplaron	 de	 forma	 algo	 distinta	 por	 parte	 de	 los
observadores	occidentales	contemporáneos.	Así,	un	estudio	—haciendo	hincapié	en	el	 relajamiento
del	 control	 estatal,	 la	 mayor	 flexibilidad	 ideológica	 y	 una	 cierta	 ampliación	 de	 la	 participación
política—	describía	 la	China	posterior	a	Mao	como	un	«régimen	autoritario	consultivo»	(Harding,
1987),	 mientras	 que	 otro	 aludía	 a	 una	 «restauración	 capitalista»,	 en	 la	 que	 se	 revivían	 rasgos	 del
orden	económico	y	social	anterior	a	1949	(Chossudovsky,	1986).	Los	cambios	acaecidos	a	partir	de
1978	se	situaron	también	en	el	contexto	más	amplio	del	siglo	XX,	 subrayando	 los	paralelismos	con
anteriores	 intentos	 de	modernización	 económica,	 construcción	 nacional	 y	 reforma	 autoritaria	 que
habían	constituido	un	rasgo	característico	de	todos	los	regímenes	a	partir	de	la	última	década	de	la
dinastía	Qing	(Cohen,	1988).
El	 proceso	 de	 reforma,	 no	 obstante,	 situaba	 al	 PCC	 ante	 dos	 dilemas	 fundamentales	 dada	 su
presuposición	explícita	de	que	la	primacía	del	gobierno	monopartidista	no	se	cuestionaría	nunca.	En
primer	lugar,	¿cómo	habría	de	actuar	el	partido	para	alentar	la	participación	de	grupos	más	amplios
de	personas,	revigorizar	unas	instituciones	políticas	moribundas	y	diferenciar	claramente	el	partido
del	 gobierno	 sin	 poner	 en	 peligro	 el	 control	 global	 del	 primero?;	 y	 en	 segundo	 término,	 ¿cómo
habría	 de	 relajar	 su	 control	 sobre	 la	 sociedad	 y	 la	 economía	 (con	 el	 fin	 de	 «liberar»	 las	 fuerzas
productivas)	 sin	 incurrir	 en	 los	 peligros	 de	 un	materialismo	 craso	 y	 el	 debilitamiento	 del	 espíritu
colectivo,	 las	 desigualdades	 económicas	 regionales	 y	 locales,	 la	 corrupción	 burocrática,	 el
resurgimiento	de	las	costumbres	y	prácticas	«feudales»,	y	la	potencial	«infección»	de	las	decadentes
influencias	 occidentales?	 Las	 tensiones	 causadas	 por	 el	 proceso	 de	 reforma	 culminarían	 en	 los
movimientos	de	protesta	de	estudiantes	y	 trabajadores	en	1989	(aunque	unos	y	otros	con	diferentes
objetivos)	y	su	brutal	represión	por	parte	del	partido	y	del	ejército.	La	crisis	de	1989,	sin	embargo,
no	interrumpió	durante	mucho	tiempo	el	intento	del	partido	de	modernizar	la	economía	a	través	de
una	reforma	orientada	al	mercado	cada	vez	más	generalizada	y	de	unos	vínculos	más	estrechos	con
el	mundo	capitalista.
El	«Cambio	de	Dirección	Histórico»	de	1978
Durante	 un	 breve	 período	 a	 partir	 de	 1976,	 Hua	 Guofeng,	 como	 sucesor	 «elegido»	 de	 Mao,
disfrutó	 del	 honor	 de	 haber	 salvado	 al	 partido	 y	 al	 país	 de	 las	maquinaciones	 de	 la	Banda	 de	 los
Cuatro,	 incluso	 hasta	 el	 punto	 —se	 insinuaría	 más	 adelante—	 de	 fomentar	 un	 «mini»	 culto	 a	 la
personalidad	en	sí	mismo.	El	heroico	papel	de	Hua	fue	específicamente	elogiado	en	una	reunión	del
comité	central	celebrada	en	julio	de	1977,	en	la	que	los	integrantes	de	la	Banda	de	los	Cuatro	fueron
oficialmente	 expulsados	 del	 partido	 como	 «ultraderechistas»	 y	 «contrarrevolucionarios»	 (aunque,
significativamente,	 en	 1979,	 cuando	 se	 inició	 el	 proceso	 de	 crítica	 de	 la	Revolución	Cultural	 y	 de
cuestionamiento	 del	 propio	 legado	 maoísta,	 se	 condenó	 a	 la	 Banda	 de	 los	 Cuatro	 por
ultraizquierdista).	Sin	embargo,	y	de	forma	amenazadora	para	Hua,	sin	embargo,	la	reunión	de	1977
del	comité	central	que	aprobó	oficialmente	la	posición	de	Hua	como	sucesor	de	Mao,	aprobó	también
el	retorno	de	Deng	Xiaoping,	que	se	convertiría	en	miembro	del	Comité	Permanente	del	Politburó,
vicepresidente	del	partido,	viceprimer	ministro,	y	jefe	del	estado	mayor	del	ELP.	Dado	que	había	sido
una	de	las	víctimas	más	destacadas	de	las	purgas	de	la	Revolución	Cultural	y	que	estaba	decidido	a
efectuar	un	cambio	de	dirección	 fundamental,	Deng	Xiaoping	estaba	condenado	a	chocar	con	Hua,
que	seguía	identificándose	con	el	legado	maoísta	y	que	había	alcanzado	un	papel	prominente	con	la
Revolución	Cultural:	en	1966	había	sido	secretario	adjunto	del	partido	en	la	provincia	de	Hunan,	pero
en	1973	era	ministro	de	seguridad	pública	y	miembro	del	Politburó	(Harding,	1987:	50-51).	Aunque
Hua	 anunció	 oficialmente	 el	 final	 de	 la	Revolución	Cultural	 en	 1977,	 siguió	 elogiando	 sus	 logros
(por	ejemplo,	en	los	ámbitos	de	la	enseñanza,	la	sanidad	pública,	y	el	arte	y	la	literatura),	e	incluso
declaró	que	en	el	futuro	se	podrían	producir	otros	movimientos	por	el	estilo	(ibíd.:	54).
A	 principios	 de	 1978,	Hua	 anunció	 un	 ambicioso	 programa	 decenal	 de	 desarrollo	 industrial	 y
agrario,	redactado	en	términos	maoístas	que	hacían	hincapié	en	el	papel	del	«espíritu	revolucionario»
como	guía	de	la	modernización	(una	interesante	diferencia	con	la	era	maoísta	era	que	el	plan	de	Hua
implicaba	la	utilización	de	inversiones	extranjeras	del	mundo	capitalista	avanzado	para	financiar	los
proyectos	de	 industria	pesada)	 (White,	1993:	25-27;	Baum,	1994:	54-56).	Durante	 todo	el	año	1978
Deng	 Xiaoping	 y	 sus	 colaboradores	 socavaron	 la	 posición	 de	 Hua	 criticando	 implícitamente	 la
obediencia	 ciega	 al	 pensamiento	 de	 Mao	 y	 utilizando,	 irónicamente,	 eslóganestales	 como	 «la
práctica	es	el	único	criterio	de	verdad»	y	«busca	la	verdad	en	los	hechos»,	que	se	inspiraban	en	los
propios	textos	de
Mao.	 Se	 ha	 reconocido	 oficialmente	 que	 el	 tercer	 pleno	 del	 undécimo	 *	 comité	 central	 del
partido,	 celebrado	 en	 diciembre	 de	 1978,	marcó	 el	 paso	 decisivo	 hacia	 la	 revaluación	 del	 legado
maoísta	 y	 sus	 políticas.	 En	 vísperas	 del	 propio	 pleno,	 el	 partido	 declaró	 que	 las	 protestas	 de
Tiananmen	 de	 abril	 de	 1976,	 que	 habían	 sido	 condenadas	 como	 «contrarrevolucionarias»,	 eran	 de
hecho	«revolucionarias»,	juicio	que	ponía	a	Hua	en	una	situación	incómoda,	ya	que	en	aquella	época
él	había	estado	a	cargo	de	la	seguridad	y	había	sido	el	responsable	de	reprimir	las	protestas	(Dittmer,
1991:	24).	En	el	pleno,	Hua	se	vio	obligado	a	realizar	una	«autocrítica»	por	su	servil	adhesión	a	lo
que	 se	 conocía	 como	 los	 «Dos	 Cualesquiera»	 (en	 1977	 un	 editorial	 oficial	 había	 declarado	 que
«apoyamos	firmemente	cualquier	decisión	que	tomara	Mao,	seguimos	inquebrantablemente	cualquier
enseñanza	de	Mao»,	un	principio	que	el	propio	Hua	había	enunciado	en	octubre	de	1976),	y	algunos
de	los	colaboradores	de	Deng	fueron	elegidos	miembros	del	Politburó.	También	se	declaró	el	final
de	 la	 «lucha	 de	 clases»	 y	 se	 subrayó	 la	 prioridad	 de	 la	 «modernización	 socialista»	 (que	 incluía	 la
adaptación	al	mercado	además	de	al	plan	estatal).
Durante	 el	 transcurso	 del	 tercer	 pleno,	 el	 respaldo	 a	 la	 posición	 de	Deng	 se	manifestó	 bajo	 la
forma	 del	 movimiento	 «Muro	 de	 la	 Democracia»,	 cuando	 aparecieron	 en	 Pekín	 diversos	 carteles
murales	criticando	los	excesos	de	la	Revolución	Cultural	y	pidiendo	la	reforma	del	partido.	También
se	publicaron	en	esa	misma	época	varias	 revistas	extraoficiales.	Un	antiguo	activista	de	 la	Guardia
Roja,	 Wei	 Jingsheng,	 incluso	 propuso	 que	 se	 instaurara	 la	 «democracia»	 como	 una	 «Quinta
Modernización»	(Nathan,	1985:	16-34).	Para	Deng,	siempre	temeroso	del	luán	(«desorden,	caos»)	y
de	 la	 ruptura	 del	 control	 centralizado	 del	 partido,	 que	 había	 presenciado	 personalmente	 durante	 la
Revolución	Cultural,	tales	ideas	iban	demasiado	lejos,	y	el	movimiento	(que	al	principio	es	posible
que	 fuera	 tolerado	 extraoficialmente	 por	 Deng	 y	 sus	 partidarios)	 fue	 abruptamente	 reprimido	 en
marzo	 de	 1979;	 varios	 activistas,	 incluido	 Wei	 Jingsheng,	 fueron	 arrestados,	 y	 las	 revistas
extraoficiales	 se	clausuraron.	En	octubre	de	1979	Wei	 fue	 sentenciado	a	quince	años	de	cárcel	por
filtrar	información	secreta	a	extranjeros	y	publicar	declaraciones	«contrarrevolucionarias».	Al	igual
que	ocurriera	tras	la	campaña	de	las	Cien	Flores	en	1957,	el	partido	impuso	límites	a	las	potenciales
críticas	insistiendo	en	que	a	partir	de	ese	momento	cualquier	opinión	había	de	atenerse	a	los	Cuatro
Principios	 (apoyo	 a	 la	 vía	 socialista,	 dictadura	 democrática	 del	 pueblo,	 liderazgo	 del	 partido,	 y
«marxismo-leninismo-pensamiento	de	Mao	Zedong»).
Entre	 1978	 y	 1981,	 la	 posición	 de	Hua	Guofeng	 se	 hizo	 cada	 vez	más	 vulnerable.	 En	 1979	 su
ambicioso	plan	decenal	quedó	prácticamente	descartado	 (en	1978	éste	había	generado	un	 índice	de
inversión	en	la	industria	pesada	equivalente	al	37,5	%	de	la	producción	nacional,	el	mayor	en	toda	la
Historia	de	la	República	popular	China	con	la	excepción	del	período	del	Gran	Salto	Adelante),	y	se
prestó	 más	 atención	 a	 la	 mejora	 del	 nivel	 de	 vida	 de	 las	 áreas	 rurales:	 así,	 por	 ejemplo,	 se
incrementaron	los	precios	que	el	estado	pagaba	a	los	campesinos	por	las	compras	de	cereales,	y	se
aumentaron	 los	 límites	 al	 tamaño	 de	 las	 parcelas	 privadas	 que	 podían	 cultivar	 las	 familias
campesinas;	 anteriormente,	 en	 1977,	 se	 había	 concedido	 un	 aumento	 salarial	 del	 10	 %	 a	 los
trabajadores	no	 agrícolas	 (el	 primer	 incremento	 salarial	 en	 toda	una	década).	Asimismo,	 en	1978-
1980	se	dieron	 los	primeros	pasos	para	descolectivizar	 la	agricultura	e	 introducir	 la	autonomía	de
gestión	en	las	empresas	públicas	urbanas.	El	énfasis	de	Deng	Xiaoping	en	«el	mando	de	la	economía»
obtuvo	la	aprobación	del	quinto	pleno	del	undécimo	comité	central	del	partido,	celebrado	en	febrero
de	 1980,	 en	 el	 que	 dos	 de	 sus	 partidarios	 clave	—Zhao	 Ziyang	 (n.	 1919),	 antiguo	 secretario	 del
partido	en	la	provincia	de	Guangdong	y	a	la	sazón	jefe	del	partido	en	la	de	Sichuan,	y	Hu	Yaobang
(1915-1989),	 que	 había	 sido	 comisario	 político	 a	 las	 órdenes	 de	 Deng	 durante	 la	 guerra	 civil—
fueron	 elegidos	miembros	del	Comité	Permanente	del	Politburó.	En	agosto	de	1980,	 y	 en	 sintonía
con	la	propuesta	de	Deng	de	que	se	separaran	claramente	 las	funciones	del	partido	y	del	gobierno,
Hua	había	 renunciado	al	 cargo	de	primer	ministro	y	era	 reemplazado	por	Zhao	Ziyang	 (el	propio
Deng	renunció	al	cargo	de	viceprimer	ministro	en	esa	misma	época).	En	el	transcurso	del	año	1980,
asimismo,	 varias	 destacadas	 víctimas	 de	 la	 Revolución	 Cultural,	 como	 Liu	 Shaoqi,	 fueron
rehabilitadas	 póstumamente.	 Sin	 embargo,	 y	 de	 forma	 significativa,	 las	 políticas	 de	 reforma
económica	 de	 Deng	 no	 se	 extendieron	 a	 las	 libertades	 políticas.	 Así,	 las	 «Cuatro	 Libertades»	 (de
hablar	 libremente,	 de	 expresar	 los	 propios	 puntos	 de	 vista,	 de	 escribir	 dazibao	 y	 de	 participar	 en
grandes	 debates),	 así	 como	 el	 derecho	 de	 huelga,	 que	 en	 1975	 se	 habían	 introducido	 en	 la	 nueva
constitución	del	estado	(que	reemplazaba	a	la	de	1954),	se	eliminaron	de	la	constitución	revisada	de
1982	(Meisner,	1999:	436-437).
Se	ha	descrito	el	período	1978-1980	como	un	período	caracterizado	por	«la	interrupción	explícita
y	la	crítica	implícita	de	la	Revolución	Cultural»	(Dittmer,	1991:	21),	pero	aún	quedaba	por	afrontar	la
cuestión	del	propio	papel	de	Mao	en	el	movimiento.	Cuando	se	sometió	a	 juicio	a	 la	Banda	de	 los
Cuatro	 entre	 noviembre	 de	 1980	 y	 enero	 de	 1981	 (para	 mostrar	 la	 nueva	 era	 de	 «legalidad
socialista»),	 bajo	 la	 acusación	de	 procesar	 a	millones	 de	 personas	 durante	 la	Revolución	Cultural,
Jiang	 Qing	 desafió	 al	 tribunal	 especial	 de	 treinta	 y	 cinco	 jueces	 (integrado	 por	 representantes
escogidos	 del	 partido,	 el	 gobierno	 y	 las	 instituciones	 militares),	 mostrándose	 impenitente	 e
insistiendo	 en	 que	 ella	 y	 sus	 colaboradores	 sólo	 habían	 seguido	 las	 instrucciones	 de	 Mao.	 Los
violentos	intercambios	de	palabras	entre	Jiang	y	los	jueces	incluso	fueron	captados	por	la	televisión,
que	mostró	los	aspectos	más	destacados	del	juicio.	El	tribunal	impuso	penas	de	muerte,	suspendidas
durante	dos	 años,	 a	 Jiang	Qing	 (quien	más	 tarde	moriría	 en	 la	 cárcel,	 en	1991,	 supuestamente	por
suicidio)	y	a	Zhang	Chunquiao,	y	largas	condenas	de	prisión	a	los	demás,	pero	incluso	en	el	último
momento	Jiang	se	mostró	desafiante,	gritando	consignas	maoístas	de	la	Revolución	Cultured	—como
zaofan	you	daoli	(«rebelarse	está	justificado»)—	mientras	los	guardias	armados	la	sacaban	a	rastras
de	la	sala	(Terrill,	1999:	334-335).
La	condena	de	la	Revolución	Cultural	hecha	pública	mediante	el	juicio	perjudicó	aún	más	a	Hua,
pero	el	dilema	planteado	por	 las	 referencias	de	 Jiang	Qing	a	Mao	seguía	vigente.	Este	 se	 resolvió
finalmente	en	la	sexta	sesión	plenaria	del	undécimo	comité	central,	celebrada	en	junio	de	1981.	Fue
en	 esa	 reunión	 en	 la	 que	Deng	 logró	hacer	 que	 su	protegido,	Hu	Yaobang,	 sucediera	 a	Hua	 como
presidente	del	partido	(Hua	fue	degradado	a	vicepresidente	adjunto,	y	en	1982	había	sido	expulsado
del	 Politburó).	Asimismo,	 y	 de	manera	más	 significativa,	 la	 reunión	 adoptó	 la	 «Resolución	 sobre
ciertas	cuestiones	de	la	historia	de	la	República	Popular»,	donde,	aunque	se	reconocían	los	grandes
logros	de	Mao	como	revolucionario	y	como	líder	del	PCC,	se	señalaba	que	a	partir	de	1955	había
cometido	«errores»	como	resultado	de	haber	perdido	el	contacto	con	las	necesidades	y	deseos	de	las
masas.	 Eso	 había	 llevadoinevitablemente	 a	 los	 «diez	 años	malos»	 de	 la	 Revolución	Cultural	 y	 al
fomento	del	culto	a	la	personalidad.	La	resolución	dejaba	claro,	no	obstante,	que	las	aportaciones	de
Mao	superaban	a	sus	errores,	y	que	su	pensamiento	(definido	ahora	como	la	«cristalización	del	saber
colectivo	 del	 partido»)	 seguiría	 constituyendo	 la	guía	de	 acción	del	PCC.	No	podría	haber	 sido	de
otro	modo.	En	una	época	en	la	que	predominaba	un	escepticismo	generalizado	respecto	al	partido	e
incluso	se	cuestionaba	la	viabilidad	del	propio	socialismo,	en	 lo	que	la	prensa	oficial	calificaba	de
una	«crisis	de	fe»	(xinyang	weiji),	no	se	podía	echar	a	Mao	—tan	estrechamente	identificado	con	la
revolución	y	con	el	PCC—	por	 la	borda.	Esta	«crisis	de	 fe»	afectaba	especialmente	a	 las	personas
cuya	edad	rondaba	la	treintena,	muchas	de	las	cuales	habían	sido	activistas	de	la	Guardia	Roja,	y	que
ahora	 sentían	 que	 habían	 sido	 cínicamente	 manipuladas	 y	 luego	 rechazadas	 por	 el	 partido;	 en
realidad,	entre	1966	y	1976	hasta	17	millones	de	jóvenes	de	las	zonas	urbanas	habían	sido	enviados	a
las	 áreas	 rurales,	 y,	 en	 consecuencia,	 habían	 perdido	 la	 oportunidad	 de	 recibir	 una	 educación
superior,	 convirtiéndose	 de	 hecho	 en	 una	 «generación	 perdida»	 (Meisner,	 1999:	 369).	 Deng	 y	 sus
partidarios	 eran	 también	 profundamente	 conscientes	 de	 que	 algunos	 elementos	 del	 ELP	 seguían
respaldando	 la	 Revolución	 Cultural,	 respaldo	 que	 existía	 también	 en	 provincias	 como	 Guangxi	 y
Yunnan	(Dittmer,	1991:	33-34).
No	 obstante,	 la	 Resolución	 de	 1981	 había	 rechazado	 varias	 consignas	 ideológicas	 maoístas,
incluyendo	las	ideas	de	que	la	«lucha	de	clases»	debía	continuar	tras	el	establecimiento	de	un	estado
socialista,	de	que	debería	surgir	una	«clase	burocrática»	en	el	seno	del	partido,	y	de	que	habrían	de
aparecer	 «contradicciones»	 entre	 el	 partido	 y	 el	 pueblo.	 Un	 historiador	 afirma	 que	 la	 Resolución
representó	 el	 «principal	 punto	 de	 referencia»	 en	 el	 rechazo	 del	 concepto	 maoísta	 de	 «revolución
permanente»	(Dittmer,	1987:	259).	La	principal	contradicción	que	se	percibía	ahora	era	 la	existente
entre	 las	 fuerzas	productivas	«atrasadas»	 (es	decir,	 el	 estado	 subdesarrollado	de	 la	 economía)	y	 el
sistema	 socialista.	 En	 1981	 se	 consideraba	 que	 la	 RPC	 se	 hallaba	 en	 «el	 estado	 primario	 del
socialismo»;	en	septiembre	de	1986,	el	primer	ministro	Zhao	Ziyang	señalaba	que	dicha	etapa	duraría
todavía	mucho	tiempo	debido	a	la	baja	productividad	del	país	y	2d	subdesarrollo	de	la	economía	de
producto:	cualquier	medida	que	potenciara	las	fuerzas	productivas	se	consideraría	beneficiosa	para	el
sistema	socialista	(en	diciembre	de	1984,	el	periódico	oficial	del	PCC	Renmin	Ribao	—«Diario	del
Pueblo»—	afirmaba	que	«no	podemos	esperar	que	los	escritos	de	Marx	y	Lenin	de	aquella	época	nos
proporcionen	 las	 soluciones	 a	 nuestros	 problemas»).	 En	 1988,	 una	 enmienda	 a	 la	 constitución
declaraba	específicamente	que	el	estado	permitía	que	existiera	y	se	desarrollara	la	economía	privada
dentro	de	los	límites	de	la	ley.
Asimismo,	a	partir	de	1981	se	dio	el	espaldarazo	oficial	a	 la	«desmitificación»	de	Mao,	que	se
había	 iniciado	 ya	 a	 finales	 de	 la	 década	 de	 1970.	 Las	 copias	 del	 Pequeño	 libro	 rojo	 habían	 ido
desapareciendo	poco	a	poco	desde	1978,	al	tiempo	que	se	abandonaba	el	uso	de	citas	de	Mao	en	las
portadas	de	los	periódicos.	A	principios	de	la	década	de	1980	se	eliminaron	la	mayoría	de	los	retratos
de	Mao	de	los	lugares	públicos	(aunque	no	el	que	adornaba	la	Puerta	de	Tiananmen,	en	la	entrada	a	la
Ciudad	Prohibida).	A	finales	de	la	década	de	1980	y	principios	de	la	de	1990,	sin	embargo,	se	había
apoderado	de	la	población	una	especie	de	nostalgia	de	Mao	—conocida	como	«fiebre	de	Mao»	(Mao
re)—,	en	parte	como	respuesta	al	creciente	desencanto	frente	a	la	cada	vez	mayor	corrupción	oficial
que	habían	engendrado	las	políticas	de	reforma	económica	de	Deng	(Barmé,	1996a:	4).	El	culto	a	la
personalidad	de	Mao	se	condenó	de	manera	rotunda	en	1981,	y,	significativamente,	el	propio	Deng
Xiaoping	 (a	 pesar	 de	 que	 se	 le	 calificaba	 de	 «líder	 supremo	 de	 China»)	 nunca	 ocupó	 los	 cargos
superiores	de	presidente	del	partido	o	de	primer	ministro	del	estado.	De	forma	bastante	parecida	a	la
emperatriz	viuda	Cixi	a	finales	del	siglo	XIX,	Deng	ejerció	su	influencia	«entre	bastidores».	Ello	no
impidió,	sin	embargo,	que	se	publicaran	y	se	citaran	ampliamente	las	Obras	selectas	de	Deng,	y	que
en	 1983	 su	 pensamiento	 se	 proclamara	 la	 ideología	 guía	 para	 «construir	 un	 socialismo	 con
características	chinas».
El	impacto	inicial	de	la	reforma
Fue	 en	 el	 ámbito	 de	 la	 agricultura	 donde	 las	 políticas	 de	 reforma	 tuvieron	 su	 impacto	 más
significativo.	En	1978	se	iniciaron	experimentos	con	un	sistema	de	«responsabilidad	familiar»,	en	los
que	la	familia	campesina	individual	—en	lugar	del	equipo	de	producción—	se	convirtió	en	la	unidad
de	 producción,	 y	 en	 1983	 la	 mayoría	 de	 los	 hogares	 campesinos	 se	 habían	 encuadrado	 en	 dicho
sistema	 (Meisner,	 1999:	 460-462).	 Las	 familias	 podían	 ahora	 firmar	 contratos	 con	 el	 equipo	 de
producción,	 así	 como	 tomar	 tierras	 de	 éste	 en	 arriendo;	 todas	 las	 decisiones	 relacionadas	 con	 la
inversión	y	la	producción	se	tomaban	en	la	unidad	familiar,	y,	tras	cumplir	con	sus	obligaciones	para
con	el	estado,	ésta	podía	disponer	de	sus	cosechas	en	un	dilatado	mercado	libre	rural	(White,	1993:
100-101).	Mientras	 que	 en	 la	 era	maoísta	 se	 había	 obligado	 a	 los	 campesinos	 a	 concentrarse	 en	 la
producción	 de	 cereales,	 ahora	 se	 permitían	 pautas	 de	 cultivo	 más	 diversas.	 En	 1979-1980	 se
congelaron	 las	 cuotas	 estatales	 para	 permitir	 a	 los	 campesinos	 vender	 una	 parte	 mayor	 de	 la
producción	 que	 superaba	 su	 cuota	 de	 producción	 anual	 a	 precios	 superiores:	 en	 1986,	 el	 18	%	de
todos	 los	 productos	 agrícolas	 comercializados	 eran	 vendidos	 directamente	 por	 los	 campesinos	 en
mercados	 libres	 (Harding,	 1987:	 130).	 En	 1985,	 las	 compras	 estatales	 obligatorias	 de	 algodón	 y
cereales	se	habían	reemplazado	por	un	sistema	de	contratos	de	adquisición	más	voluntarios.	Por	otra
parte,	en	1984	nuevas	regulaciones	permitían	que	las	tierras	se	contrataran	por	un	período	de	hasta
quince	 años	 (además	de	permitir	 la	 contratación	de	 trabajadores	 ajenos	 a	 la	 familia),	 plazo	que	 se
ampliaría	 a	 cincuenta	 años	 en	 1987;	 por	 entonces,	 dichas	 tierras	 contratadas	 también	 se	 podían
transmitir	 (es	decir,	más	o	menos	dejar	en	«herencia»)	a	otros	miembros	de	 la	familia	en	 lugar	de
devolverlas	 al	 equipo	 de	 producción.	 Las	 reformas	 aprobaron	 también	 la	 formación	 de	 «familias
especializadas»	en	el	campo,	que	participaban	exclusivamente	en	 la	 industria	y	el	comercio	rurales
privados,	o	que	proporcionaban	servicios	rurales	(podían	«arrendar»	sus	tierras	contratadas	a	otras
familias	 campesinas).	 A	 finales	 de	 1983	 había	 25	 millones	 de	 tales	 familias	 «especializadas»
(Gittings,	1989:	139).
Estas	reformas	tuvieron	como	resultado	un	aumento	generalizado	de	la	renta	en	las	zonas	rurales
a	 principios	 de	 la	 década	 de	 1980,	 aunque	 inevitablemente	 surgieron	 desigualdades	 debido	 a	 la
enorme	 variedad	 de	 condiciones	 y	 de	 climas	 entre	 unas	 regiones	 o	 lugares	 y	 otros	 (ibíd.:	 143).
También	llevaron	prácticamente	al	desmantelamiento	de	la	comuna	y	al	consiguiente	declive	de	los
servicios	 de	 bienestar	 colectivos	 (Davis,	 1989);	 incluso	 la	 maquinaria	 agrícola	 de	 propiedad
colectiva,	como	los	tractores,	se	podía	«alquilar»	ahora	a	las	familias	individuales.
La	 reforma	urbana	se	 inició	con	 la	 reducción	del	número	de	productos	 industriales	vendidos	a
precios	fijos	(también	se	suprimió	el	control	estatal	del	precio	de	la	carne,	el	pescado	y	las	verduras),
y	 a	 continuación	 se	 permitió	 una	 mayor	 autonomía	 de	 gestión	 (en	 áreas	 como	 los	 salarios	 y	 las
inversiones)y	 la	 retención	 de	 beneficios	 en	 las	 empresas	 de	 propiedad	 pública.	 En	 1985,	 se
contravino	el	venerado	principio	del	«cuenco	de	arroz	de	hierro»	(tie	wanfan),	 que	garantizaba	un
empleo	 permanente	 a	 los	 trabajadores	 del	 sector	 público,	 al	 permitir	 a	 los	 administradores	 una
mayor	 «flexibilidad»	 a	 la	 hora	 de	 contratar	 y	 despedir	 mano	 de	 obra.	 Ahora	 se	 esperaba	 que	 las
empresas	públicas	fueran	más	rentables	que	en	el	pasado,	y	durante	la	década	de	1980	algunas	de	ellas
recurrieron	a	la	venta	de	acciones	(tanto	a	empleados	como	a	no	empleados)	con	el	fin	de	aumentar
el	capital	de	inversión.	También	surgió	un	sector	empresarial	privado	en	los	centros	urbanos,	lo	que
ayudó	a	abordar	el	desempleo	surgido	como	resultado	de	la	afluencia	a	las	ciudades	de	los	jóvenes	a
los	que	en	el	pasado	se	había	enviado	al	campo	(en	1981,	26	millones	de	residentes	urbanos	estaban
desempleados);	 la	mayoría	de	 los	 restaurantes,	 tiendas	de	venta	al	público	y	empresas	de	servicios
abiertos	a	partir	de	1978	eran	de	propiedad	privada	(y	podían	contratar	mano	de	obra)	(Dittmer,	1987:
242-243).	A	 finales	 de	1986	había	más	de	12	millones	de	 empresas	privadas;	 una	de	 las	 de	mayor
éxito	era	la	empresa	informática	Stone	Group,	con	sede	en	Pekín,	cuyo	presidente,	Wang	Runnan,	se
convertiría	en	un	destacado	partidario	del	movimiento	de	protesta	estudiantil	de	1989	(White,	1993:
216).	Asimismo,	 un	 número	 cada	 vez	mayor	 de	mujeres	 trabajaban	 en	 el	 servicio	 doméstico,	 una
ocupación	que	hasta	entonces	se	había	considerado	inapropiada	para	una	sociedad	socialista.
Del	mismo	modo	que	las	reformas	rurales	realizadas	a	partir	de	1978	tenían	precedentes	en	las
medidas	estilo	laissez—faire	adoptadas	en	el	campo	a	principios	de	la	década	de	1960	(como	reacción
contra	 las	 políticas	 del	 Gran	 Salto	 Adelante),	 pero	 fueron	 mucho	 más	 allá	 en	 la	 introducción	 de
elementos	 de	 una	 economía	 orientada	 al	 mercado,	 así	 también	 la	 «política	 de	 puertas	 abiertas»
emprendida	a	partir	de	1978	se	basaba	en	el	cambio	de	actitud	respecto	a	las	relaciones	de	China	con
el	mundo	exterior	que	tuvo	lugar	durante	los	últimos	años	de	la	vida	de	Mao,	pero	aprobó	medidas
más	radicales	de	las	que	Mao	probablemente	habría	tolerado.	Distanciándose	del	concepto	maoísta	de
independencia	y	en	sintonía	con	la	idea	de	Deng	de	que	la	RPC	había	de	incrementar	sus	vínculos	con
el	mundo	 capitalista,	 en	 1979	 se	 aprobó	 una	 ley	 de	 empresas	 conjuntas,	 que	 permitía	 la	 inversión
extranjera	directa	en	empresas	chinas	tales	como	los	hoteles.	En	1980	se	crearon	las	primeras	Zonas
Económicas	 Especiales	 en	 las	 provincias	 de	 Guangdong	 y	 de	 Fujian	 (Shenzhen,	 Zhuhai,	 Xiamen,
Shantou),	 regiones	 orientadas	 al	 procesamiento	 para	 la	 exportación	utilizando	 capital	 y	 tecnología
extranjeros,	 y	 en	 las	 que	 se	 podían	 establecer	 empresas	 de	 propiedad	 extranjera.	A	 los	 inversores
extranjeros	 se	 les	 proporcionaron	 incentivos	 tales	 como	 los	 bajos	 índices	 en	 el	 impuesto	 sobre	 la
renta	y	la	posibilidad	de	exención	de	los	beneficios	netos,	y	se	les	aseguró	la	disponibilidad	de	mano
de	 obra	 barata.	 En	 1984,	 catorce	 ciudades	 costeras	 se	 habían	 declarado	 «abiertas»	 a	 la	 inversión
extranjera	directa	(irónicamente,	algunas	de	ellas,	como	Shanghai,	Cantón,	Ningbo	y	Fuzhou,	habían
sido	antiguos	puertos	francos	en	el	siglo	XIX),	y	en	ellas	el	capital	extranjero	podía	establecer	filiales
de	propiedad	plena	y	empresas	conjuntas.	A	finales	de	 la	década	de	1980	 la	política	costera	abierta
representada	por	las	Zonas	Económicas	Especiales	se	había	extendido	a	toda	la	costa,	al	tiempo	que
—como	 ha	 señalado	 un	 análisis—	 se	 vaciaba	 de	 contenido	 el	 significado	 económico	 del
«socialismo»	(Crane,	1996:	157-161).
El	 establecimiento	 de	 relaciones	 diplomáticas	 plenas	 entre	 China	 y	 Estados	 Unidos	 en	 1979
(Estados	Unidos	rompió	sus	vínculos	oficiales	con	Taiwan	y	derogó	el	Tratado	de	Defensa	Mutua	de
1954,	aunque	la	venta	de	armas	a	 la	 isla	continuó)	 inició	 también	un	proceso	de	mayor	 interacción
con	 la	 comunidad	 internacional	 (el	 propio	 Deng	 visitó	 Estados	 Unidos	 entre	 enero	 y	 febrero	 de
1979).	 Ya	 a	 finales	 de	 1978	 Pekín	 había	 declarado	 que	 aceptaría	 créditos	 directos	 y	 ayudas	 al
desarrollo	 del	 extranjero,	 y	 en	 los	 años	 siguientes	 se	 unió	 a	 varias	 instituciones	 financieras
internacionales	como	el	Fondo	Monetario	Internacional	y	el	Banco	Mundial.	La	política	exterior	en
general	 se	hizo	mucho	más	pragmática	 a	partir	 de	1978;	 resulta	 significativo,	 por	 ejemplo,	 que	 la
Teoría	de	los	Tres	Mundos	enunciada	en	1974	por	Deng	Xiaoping	ante	la	asamblea	general	de	la
ONU	como	la	visión	que	en	aquel	momento	 tenía	China	del	mundo	(y	que	 identificaba	a	China
con	los	países	en	vías	de	desarrollo	de	Asia,	África	y	Latinoamérica,	en	contraposición	al	«Primer
Mundo»,	 integrado	 por	 la	 Unión	 Soviética	 y	 Estados	 Unidos,	 y	 el	 «Segundo	 Mundo»,	 que
comprendía	 el	 resto	 de	 los	 países	 desarrollados)	 (Yahuda,	 1978:	 238-240)	 apenas	 se	 mencionara
después	 de	 1980.	A	 partir	 de	 1978	 no	 sólo	 se	 incrementó	 el	 comercio	 exterior	—por	 ejemplo,	 la
proporción	 de	 exportaciones	 en	 relación	 a	 la	 producción	 nacional	 aumentó	 de	menos	 del	 6	%	 en
1978	 a	 cerca	 del	 14	 %	 en	 1986—,	 sino	 que	 éste	 pasó	 a	 dirigirse	 cada	 vez	 más	 hacia	 el	 mundo
capitalista	 desarrollado	 de	Norteamérica	 y	Asia	 oriental	 (Japón	 y	 Corea	 del	 Sur)	 (Harding,	 1987:
139-144).	Esta	pauta	 se	duplicó	 en	 lo	 relativo	al	destino	de	 los	 estudiantes	 chinos	 en	el	 extranjero.
Mientras	que	en	la	década	de	1950	la	mayoría	de	ellos	habían	ido	a	estudiar	a	la	Unión	Soviética,	la
mitad	de	los	38.000	que	fueron	al	extranjero	entre	1978	y	1985	fueron	a	Estados	Unidos,	la	mayoría	a
realizar	estudios	de	ciencia,	tecnología	y	administración	de	empresas	(ibíd.:	155).
También	las	políticas	militar,	de	enseñanza	y	demográfica	se	vieron	afectadas	por	el	cambio	de
dirección	realizado	a	partir	de	1978.	Poco	después	de	la	visita	de	Deng	Xiaoping	a	Estados	Unidos	en
enero-febrero	de	1979,	el	ELP	lanzó	un	ataque	al	Vietnam	comunista	tras	un	período	de	tensión	entre
los	dos	países:	el	tratado	que	Vietnam	había	firmado	con	la	Unión	Soviética	en	1978,	y	su	invasión	de
Camboya	 más	 tarde	 ese	 mismo	 año,	 despertaron	 en	 Pekín	 el	 temor	 a	 una	 expansión	 de	 la
«hegemonía»	soviética	en	la	región,	mientras	que	el	trato	discriminatorio	que	Vietnam	dispensaba	a
su	 población	 de	 etnia	 china,	 obligando	 a	 más	 de	 100.000	 personas	 a	 huir	 del	 país,	 había	 sido
denunciado	con	vehemencia	por	los	líderes	de	la	RPC.	El	importante	número	de	víctimas	que	había
sufrido	el	ELP	para	cuando	se	declaró	el	alto	el	fuego,	en	marzo	de	1979,	hizo	que	apremiaran	aún
más	las	voces	que	pedían	la	revisión	de	la	doctrina	militar	maoísta	y	la	transformación	del	ELP	en
una	 fuerza	moderna	y	profesionalizada.	El	concepto	maoísta	de	«guerra	del	pueblo»,	por	ejemplo,
con	su	énfasis	en	la	movilización	popular	y	las	tácticas	guerrilleras,	ya	no	se	consideraba	apropiado
para	 responder	 a	 una	 potencial	 invasión;	 en	 lugar	 de	 ello,	 ahora	 se	 consideraba	 fundamental	 para
proteger	 la	seguridad	de	China	disponer	de	un	ejército	altamente	profesional,	 racionalizado	y	bien
equipado,	que	ya	no	estuviera	subordinado	a	preocupaciones	políticas	o	ideológicas	(Joffe,	1987:	78-
81,	95).	En	1984	se	restauraron	los	rangos	(abolidos	en	1965),	y	a	partir	de	entonces	los	oficiales	se
habrían	de	 formar	en	nuevas	academias	militares.	La	milicia	 (tan	cara	a	Mao)	 también	 fue	abolida
como	entidad	separada,	y	se	convirtió	en	una	fuerza	de	reserva	del	ELP	(ibíd.:	121-133).	Asimismo,
se	 redujo	 la	 influencia	 de	 los	militares	 en	 el	 partido:	 en	 septiembre	 de	 1985,	 por	 ejemplo,	 el	ELP
ocupaba	 sólo	 el	 13	%	 de	 los	 asientos	 del	 comité	 central,	mientras	 que	 en	 1969	 disponía	 del	 50%
(ibíd.:	160-161).	Curiosamente,sin	embargo,	la	prioridad	del	desarrollo	de	la	economía	significaba
que,	además	de	reducir	el	número	de	soldados	de	cuatro	a	tres	millones	en	1985-1986,	durante	toda	la
década	 de	 1980	 no	 se	 produjo	 ningún	 incremento	 sustancial	 en	 los	 presupuestos	 de	 defensa;
asimismo,	 las	 industrias	 de	 defensa	 se	 convirtieron	 en	 productoras	 de	 bienes	 civiles	 (ibíd.:	 102;
Baum,	1994:	189).
También	 la	política	educativa	volvió	 la	espalda	al	pasado	de	 la	Revolución	Cultural.	Se	otorgó
una	mayor	preponderancia	al	papel	económico	de	la	educación,	y	se	dio	prioridad	a	la	formación	de
una	 elite	 cualificada	 en	 colegios	 y	 universidades	 competitivos,	 una	 estrategia	 que	 fue	 plenamente
apoyada	 por	 las	 misiones	 de	 la	 UNESCO	 y	 del	 Banco	Mundial	 que	 visitaron	 el	 país	 en	 1980.	 Se
introdujeron	exámenes	nacionales	estandarizados	(que	imponían	límites	de	edad,	y,	en	consecuencia,
desincentivaban	 el	 regreso	 de	 los	 «jóvenes»	 del	 campo,	 ya	 que	 éstos	 resultaban	 ahora	 demasiado
«viejos»	para	realizarlos)	y	carreras	de	cuatro	años,	y	se	abolió	la	exigencia	obligatoria	del	trabajo
manual	como	parte	del	currículo	(Bastid,	1984:	189-190).	Por	otra	parte,	98	de	las	715	instituciones
de	enseñanza	superior	se	calificaron	como	«puntos	clave»	(zhongdian),	y	pasaron	a	tener	prioridad
en	 la	 elección	 de	 estudiantes	 y	 en	 la	 asignación	 de	 recursos.	 Dichas	 instituciones,	 a	 su	 vez,	 se
alimentaban	de	toda	una	red	de	escuelas	de	primaria	y	de	secundaria	«puntos	clave»,	la	mayoría	de
las	cuales	se	localizaban	en	las	zonas	urbanas,	creando	de	ese	modo	un	«sistema	de	doble	vía»	en	el
que	 un	 sector	 elitista	 con	 mayores	 recursos	 coexistía	 con	 un	 sector	 menos	 dotado	 de	 enseñanza
primaria	 y	 secundaria	 general	 (irónicamente,	 los	 guardias	 rojos	 habían	 acusado	 a	 Liu	 Shaoqi	 de
promover	un	sistema	así	a	principios	de	la	década	de	1960).	La	segregación	cultural	entre	la	ciudad	y
el	 campo	que	Mao	había	 condenado	 tantas	veces	 se	vio	 consolidada	 en	muchos	 aspectos	por	 estos
cambios.	 De	 hecho,	 y	 puesto	 que	 la	 descolectivización	 había	 reducido	 la	 cantidad	 de	 fondos	 de
educación	 colectivos	 y,	 a	 la	 vez,	 había	 creado	 una	 mayor	 demanda	 de	 mano	 de	 obra	 infantil,	 en
realidad	el	número	de	matriculaciones	en	las	escuelas	primarias	descendió	de	cerca	de	151	millones
en	1975	a	poco	más	de	128	millones	en	1987	(Davis,	1989:	582;	Pepper,	1996:	482).
Por	 otra	 parte,	 a	 partir	 de	 1978	 se	 abolieron	 las	 etiquetas	 de	 clase	 discriminatorias	 (como
«derechista»,	«terrateniente»	y	«campesino	rico»)	(Dittmer,	1987:	241),	y	los	antecedentes	familiares
dejaron	de	ser	una	barrera	para	acceder	a	la	enseñanza	superior,	un	principio	que	se	formalizó	en	la
constitución	estatal	de	1982,	que	restauraba	la	disposición	de	la	constitución	de	1954	(omitida	en	las
de	1975	y	1978)	de	que	todos	los	ciudadanos	eran	iguales	ante	la	ley;	una	medida	que,	según	percibía
un	 observador,	 mostraba	 el	 compromiso	 del	 partido	 con	 la	 institucionalización	 y	 la	 democracia
socialista	(Tsou,	1987:	276-277).	También	se	potenció	el	estatus	de	los	intelectuales	(en	contraste	con
la	era	maoísta),	y	en	1977	Deng	declaraba	que	éstos	constituían	un	importante	componente	de	la	clase
trabajadora.	 Se	 podía	 señalar,	 no	 obstante,	 que,	 si	 bien	 la	 constitución	 de	 1982	 garantizaba	 por
primera	vez	la	protección	del	individuo	frente	a	«insultos,	libelos,	falsas	acusaciones	o	montajes»	y
prohibía	la	privación	o	restricción	ilícita	de	una	de	las	libertades	ciudadanas	de	la	persona	mediante
detención	 u	 otros	 medios,	 el	 partido	 seguía	 reservándose	 el	 derecho	 a	 calificar	 de
«contrarrevolucionarios»	a	todos	aquellos	a	quienes	considerara	«culpables»	de	críticas	inaceptables.
La	política	de	planificación	 familiar	emprendida	a	partir	de	1980,	en	contraste	con	 las	medidas
previamente	 adoptadas	 desde	 principios	 de	 la	 década	 de	 1960	 para	 restringir	 el	 crecimiento
demográfico	 (White,	 1994),	 se	 hizo	 más	 agresiva.	 En	 1981	 se	 creó	 una	 Comisión	 Estatal	 de
Planificación	 Familiar	 y	 se	 estableció	 la	 norma	 de	 un	 solo	 hijo	 por	 familia	 con	 el	 propósito	 de
limitar	la	población	a	1.200	millones	de	personas	en	el	cambio	de	siglo.	Asimismo,	la	constitución
revisada	de	1982	subrayaba,	por	primera	vez,	el	deber	de	los	ciudadanos	de	practicar	la	planificación
familiar	 (la	 ley	 matrimonial	 revisada	 de	 1980,	 además	 de	 aumentar	 la	 edad	 mínima	 legal	 para
casarse,	ordenaba	también	a	las	parejas	que	practicaran	el	control	de	la	natalidad)	(Wong,	1984).	Es
importante	 señalar,	 no	obstante,	que	no	 se	 aprobó	ninguna	 ley	nacional	destinada	a	 imponer	dicho
control	de	la	natalidad	(y	tampoco	se	pretendía	que	de	la	noche	a	la	mañana	todas	las	parejas	tuvieran
un	solo	hijo,	sino	que	el	objetivo	era	más	bien	aumentar	la	proporción	de	familias	de	un	solo	hijo	con
el	tiempo);	fueron	cada	una	de	las	provincias	las	que	elaboraron	reglamentos	y	directrices	para	llevar
a	 cabo	 dicha	 política.	 En	 general,	 se	 utilizó	 un	 sistema	 de	 incentivos	 y	 sanciones	 para	 alentar	 las
familias	 de	 un	 solo	 hijo.	 Así,	 las	 que	 tuvieran	 sólo	 un	 hijo	 se	 beneficiarían	 de	 bonificaciones	 en
efectivo,	asignaciones	de	 racionamiento	extraordinarias,	 atención	sanitaria	y	acceso	a	 la	enseñanza
preferentes,	 y	 mayor	 extensión	 de	 las	 parcelas	 de	 tierra	 arrendadas	 a	 las	 colectividades;	 quienes
tenían	un	segundo	hijo	perdían	dichos	privilegios,	mientras	que	a	las	familias	que	tenían	más	de	dos
se	 les	 imponían	 multas.	 La	 puesta	 en	 práctica	 de	 esta	 política	 en	 el	 ámbito	 local	 implicó	 una
generalizada	 y	 gravosa	 intromisión	 de	 los	 cuadros	 del	 partido	 en	 las	 vidas	 conyugales	 de	 los
residentes	urbanos	y	rurales	(especialmente	de	las	mujeres).
Durante	 la	 década	 de	 1980	 hubo	 una	 gran	 oposición	 popular	 a	 la	 política	 del	 hijo	 único,
especialmente	 en	 las	 áreas	 rurales,	 donde	 la	 tradicional	 preferencia	 por	 los	 hijos	 varones	 seguía
siendo	 fuerte	 y	 los	 incentivos	 para	 aumentar	 la	 producción	 que	 proporcionaban	 las	 reformas
económicas	 aumentaron	 la	 demanda	 de	 mano	 de	 obra	 familiar.	 No	 fueron	 infrecuentes	 las
esterilizaciones	y	 abortos	 forzosos.	Asimismo,	 las	 hijas	 primogénitas	 se	 hallaban	 en	una	 situación
muy	 vulnerable,	 y	 en	 la	 década	 de	 1980	 se	 dieron	 casos	 de	 infanticidio	 femenino	 (o,	 más
frecuentemente,	 de	 abandono	de	 recién	nacidas),	 un	 fenómeno	que	podría	 explicar	 parcialmente	 la
desproporción	 entre	 la	 población	 de	 ambos	 sexos	 en	 algunas	 áreas,	 aunque	 ello	 podría	 deberse
también	 al	 hecho	 de	 que	 los	 nacimientos	 femeninos	 no	 se	 comunicaran	 o	 registraran.	 Durante	 el
transcurso	de	la	década	de	1980,	sin	embargo,	varias	provincias	introdujeron	excepciones	a	la	norma
del	hijo	único,	permitiendo	a	las	parejas	tener	un	segundo	hijo	(y,	a	veces,	incluso	un	tercero)	con	tal
de	que	se	dieran	ciertas	condiciones	(por	ejemplo,	si	el	primer	hijo	era	una	niña	o	si	la	familia	pasaba
privaciones).	Un	estudio	sobre	la	política	de	control	de	la	natalidad	en	la	provincia	de	Shanxi	señala
también	que,	debido	al	aumento	de	los	ingresos	individuales	en	las	zonas	rurales	y	el	debilitamiento
del	poder	coercitivo	de	las	colectividades,	el	sistema	de	incentivos	y	sanciones	se	hizo	impracticable;
así,	por	ejemplo,	las	parejas	que	lo	transgredían	podían	permitirse	pagar	las	multas,	o,	a	veces,	no	las
pagaban	 en	 absoluto	 (Greenhalgh,	 1993).	 A	 finales	 de	 la	 década	 de	 1990	 parecía	 que	 el	 ritmo	 de
crecimiento	de	la	población	descendía;	en	1998,	el	director	de	la	Comisión	Estatal	de	Planificación
Familiar	 afirmaba	 que	 la	 tasa	 de	 incremento	 natural	 había	 descendido	 del	 2,6	 %	 (a	 finales	 de	 la
década	de	1970)	al	1,06	%	(CQ,	diciembre	1998:	1088-1089).	En	1999	se	estimaba	que	la	población
total	era	de	1.259.090.000	habitantes,	y	se	revisó	el	objetivo	previsto	para	mantener	la	población	pordebajo	de	los	1.600	millones	a	mediados	del	siglo	XXI	(CQ,	junio	2000:	607).
La	 política	 de	 planificación	 familiar	 establecida	 a	 partir	 de	 1980	 se	 interesaba	 no	 sólo	 por	 la
cantidad,	sino	también	por	la	calidad	de	la	población,	y	un	reciente	estudio	ha	señalado	la	creciente
importancia	del	discurso	eugenésico	durante	las	décadas	de	1980	y	1990	(Dikotter,	1998:	122-132).	La
primera	ley	eugenésica	se	aprobó	en	la	provincia	de	Gansu	en	1988,	y	prohibía	que	las	personas	con
discapacidades	psíquicas	tuvieran	hijos.	Otras	provincias	seguirían	el	ejemplo	en	la	década	de	1990,
mientras	 que,	 a	 escala	 nacional,	 una	 ley	 eugenésica	 de	 1995	 aprobaría	 el	 uso	 generalizado	 de
chequeos	prematrimoniales	y	 la	 esterilización	de	 las	personas	 consideradas	«no	aptas»	 (ibíd.:	 172-
174).
Las	tensiones	de	la	reforma	y	el	movimiento	de	protesta	de	1989
Las	 reformas	 económicas	 iniciadas	 a	 partir	 de	 1978	 y	 el	 desmantelamiento	 ideológico	 del
maoísmo	dieron	 lugar	a	una	explosión	de	consumismo	en	 la	década	de	1980,	en	 la	medida	en	que
(como	mínimo)	los	residentes	urbanos,	cuyos	apetitos	había	despertado	la	publicidad	comercial,	cada
vez	más	extendida	(y	hasta	entonces	 tabú	en	 la	China	maoísta),	 tuvieron	mayor	acceso	que	nunca	a
toda	una	serie	de	productos	materiales.	Así,	por	ejemplo,	durante	 la	década	de	1960	China	produjo
sólo	3.000	televisores	en	blanco	y	negro	al	año,	y	en	la	de	1970,	3.000	televisores	en	color	al	año.	Sin
embargo,	a	 finales	de	 la	década	de	1980	más	del	90	%	de	 los	hogares	urbanos	 tenían	al	menos	un
televisor	(Wang,	1995:	158-159).	Tales	reformas,	no	obstante,	no	vinieron	siempre	acompañadas	de
un	cambio	político	 sustancial	o	significativo,	mientras	que,	al	mismo	 tiempo,	 las	propias	 reformas
económicas	 engendraron	 diversos	 problemas	 y,	 especialmente	 a	 partir	 de	 1986,	 fomentaron	 la
división	entre	los	líderes	del	partido.
En	general,	 la	agenda	de	reformas	políticas	de	Deng	Xiaoping	incluía	tomar	enérgicas	medidas
contra	la	corrupción	y	el	«burocratismo»	en	el	seno	del	partido,	separando	claramente	al	partido	del
gobierno	y	limitando	el	control	del	primero	sobre	las	cuestiones	económicas,	haciendo	hincapié	en
el	 reclutamiento	 de	 personal	 más	 joven	 e	 instruido	 para	 el	 partido	 (al	 tiempo	 que	 se	 reducía	 el
número	de	los	«veteranos»	más	antiguos),	y	revigorizando	instituciones	previamente	inactivas	como
el	 Congreso	 Nacional	 del	 Pueblo	 (CNP)	 y	 la	 Conferencia	 Consultiva	 Política	 del	 Pueblo	 Chino
(CCPPC),	en	un	intento	de	reunir	un	mayor	apoyo	2d	gobierno	del	PCC	(White,	1993:	172-173).	Así,
en	1979	se	restauraron	los	Congresos	del	Pueblo	(abolidos	durante	la	Revolución	Cultural),	y	el	CNP
empezó	a	celebrar	una	sesión	plenaria	anual,	mientras	su	Comité	Permanente	comenzaba	a	reunirse
cinco	o	seis	veces	al	año	(Harding,	1987:	178).	Tratado	hasta	entonces	como	un	mero	refrendo	de	las
políticas	y	programas	del	partido,	ahora	se	otorgaba	al	CNP	poderes	más	amplios	para	examinar	y
enmendar	 leyes	 (incluyendo	 los	presupuestos	del	 estado).	Mientras	que	 antaño	prevalecía	 entre	 sus
miembros	 una	 predecible	 unanimidad,	 ahora	 se	 producían	 abstenciones	 e	 incluso	 votos	 de
desacuerdo	{ibíd.:	179;	Tanner,	1999:	122-123).	En	1983,	por	ejemplo,	el	Comité	Permanente	el	CNP
se	 negó	 a	 adoptar	 una	 resolución	 apoyando	 la	 campaña	 del	 partido	 contra	 la	 «contaminación
espiritual»,	una	de	las	diversas	campañas	promovidas	en	la	década	de	1980	para	reprimir	 lo	que	el
partido	percibía	como	la	infiltración	de	ideas	y	valores	«burgueses»	subversivos	como	resultado	de
la	mayor	interacción	de	China	con	Occidente.	En	el	séptimo	congreso	del	CNP,	celebrado	en	1988,	un
pequeño	número	de	delegados	incluso	votaron	en	contra	del	candidato	del	partido	al	cargo	de	primer
ministro	 (Li	 Peng).	 También	 el	 CCPPC	 empezó	 a	 celebrar	 sesiones	 regulares,	 proporcionando	 a
quienes	no	eran	miembros	del	PCC	una	plataforma	para	hacer	oír	sus	reservas	acerca	de	la	política
del	gobierno	(como	la	reducción	del	gasto	público	en	educación	en	la	década	de	1980).
La	reforma	del	partido	se	concentró	en	aumentar	la	eficacia	y	erradicar	la	corrupción,	antes	que
en	fomentar	cualquier	forma	de	democracia	interna.	Se	evitó	la	superposición	de	altos	cargos	en	el
partido	y	el	gobierno,	con	la	única	excepción	de	Zhao	Ziyang,	que	ocupó	por	breve	tiempo	tanto	la
presidencia	 del	 partido	 como	 el	 cargo	 de	 primer	ministro	 del	 estado,	 de	 enero	 a	 octubre	 de	 1987
(cuando	 Li	 Peng	 se	 convirtió	 en	 primer	 ministro	 y	 Zhao	 fue	 confirmado	 como	 presidente	 del
partido).	 Otras	medidas	 puestas	 en	 práctica	 incluían	 la	 creación	 en	 1978	 de	 un	Comité	 Central	 de
Inspección	Disciplinaria	(CCID),	encargado	de	supervisar	la	conducta	de	los	miembros	del	partido	y
de	 rectificar	 el	 «estilo	 de	 trabajo»	 (zuofeng)	 del	 PCC.	 En	 el	 decimotercer	 congreso	 del	 partido,
celebrado	 en	 octubre	 de	 1987,	 un	 informe	 del	 CCID	 señalaba	 que	 entre	 1982	 y	 1986	 se	 había
sancionado	a	más	de	650.000	miembros	del	partido,	y	se	había	expulsado	a	151.000	(CQ,	marzo	1988:
147).	En	1987,	más	de	200.000	cuadros	habían	sido	expulsados	(White,	1993:	178),	aunque	hasta	los
últimos	 años	 no	 se	 ha	 acusado	 de	 corrupción	 a	 los	 funcionarios	 de	 más	 alto	 rango	 (véase	 la
Conclusión	del	presente	volumen).	En	1982	se	estableció	también	un	Comité	Asesor	Centrad	(CAC),
en	el	que	podían	integrarse	los	miembros	más	ancianos	del	partido	que	se	«jubilaran».	Curiosamente,
Liao	Gailong,	miembro	de	la	Sección	de	Investigación	Política	del	partido,	sugirió	en	aquella	misma
época	que	se	introdujera	un	sistema	de	reparto	de	poder	que	hiciera	al	CCID	y	al	CAC	equiparables	al
comité	central	del	partido,	y	que	permitiera	a	cada	uno	de	estos	organismos	vetar	las	decisiones	de
los	otros;	en	realidad,	las	dos	primeras	instituciones	seguían	estando	subordinadas	al	comité	central
(Dittmer,	1987:	227;	White,	1993:	181-182;	Baum,	1994:	107).
Deng	también	ansiaba	fijar	la	edad	de	jubilación	de	los	ministros	del	gobierno	(aunque	no	la	de
los	líderes	del	partido)	y	limitar	los	períodos	de	ejercicio	en	el	cargo.	Entre	1977	y	1983,	de	hecho,	el
84	 %	 de	 todos	 los	 ministros	 fueron	 renovados.	 En	 cuanto	 al	 propio	 partido,	 Deng	 insistía	 en	 el
reclutamiento	de	tecnócratas	más	jóvenes	e	instruidos	para	reemplazar	a	los	cuadros	más	veteranos
(Harding,	1987:	207).	Entre	1982	y	1987	cerca	de	tres	millones	de	dichos	cuadros	fueron	separados
de	sus	cargos	(convenientemente,	sin	embargo,	esas	«jubilaciones»	se	vincularon	a	la	eliminación	de
los	«izquierdistas»	que	quedaban	en	el	PCC).	En	1982,	cerca	del	60	%	de	los	miembros	del	comité
central	 que	habían	 sido	 elegidos	 en	1977	 abandonaron	 sus	 puestos;	 al	mismo	 tiempo,	 se	 redujo	 la
influencia	del	ELP	en	el	Politburó:	en	1986	sólo	tres	oficiales	del	ELP	eran	miembros	del	Politburó,
mientras	que	en	1969	eran	13	(ibíd.:	217).	El	cambio	en	el	perfil	educativo	del	partido	se	mostraba
claramente	en	1985,	en	que	el	75	%	de	 los	miembros	electos	al	 comité	central	 eran	 tecnócratas	de
formación	universitaria	(mientras	que	anteriormente	esa	proporción	era	sólo	del	57	%);	ese	mismo
año,	 de	 entre	 el	 conjunto	 de	 los	 miembros	 del	 partido	 (que	 en	 1986	 totalizaba	 46	 millones	 de
personas	y	comprendía	 el	4	%	de	 la	población,	 frente	 al	1	%	en	1949),	 aproximadamente	el	25	%
habían	recibido	una	educación	media	o	superior	(frente	al	12,8	%	en	1978).	En	los	últimos	años	el
partido	también	se	ha	mostrado	ansioso	por	reclutar	a	capitalistas	y	empresarios	de	éxito	en	ciernes.
El	propio	Deng	dio	ejemplo	en	relación	al	establecimiento	de	un	plazo	fijo	para	mantenerse	en
los	cargos:	 en	octubre	de	1987	se	había	 retirado	del	Comité	Permanente	del	Politburó	 (después	de
haber	renunciado	ya	al	cargo	de	primer	ministro),	y	presionaba	a	otros	líderes	veteranos	como	Chen
Yu,	 Peng	 Zhen	 y	 Li	 Xiannian	 para	 que	 hicieran	 lo	 mismo	 y	 pasaran	 a	 ser	 miembros	 del	 CAC
(irónicamente,	 fueen	 estos	 veteranos	 en	 quienes	 Deng	 buscó	 apoyo	 durante	 la	 crisis	 de	 1989).
Significativamente,	sin	embargo,	Deng	siguió	siendo	presidente	de	la	Comisión	de	Asuntos	Militares
del	 partido.	 El	 Politburó	 era	 ahora	 más	 joven	 y	 de	 orientación	 más	 tecnocrática.	 Zhao	 Ziyang,
presidente	del	partido	desde	1986,	había	defendido	la	reforma	rural	cuando	era	secretario	del	partido
en	la	provincia	de	Sichuan,	a	finales	de	la	década	de	1970,	mientras	que	el	primer	ministro,	Li	Peng
(elegido	miembro	 del	 Politburó	 en	 1988),	 era	 licenciado	 en	 ingeniería	 y	 antiguo	 viceministro	 de
Conservación	de	Agua	y	Electricidad.
En	 los	 inicios	 del	 programa	 de	 reformas	 de	 Deng	 sí	 se	 hizo	 un	 intento	 más	 sustancial	 de
democratizar	 la	 política,	 cuando	 una	 Ley	Electoral	 de	 1979	 establecía	 por	 primera	 vez	 elecciones
directas	 a	 los	 congresos	 del	 pueblo	 cuyo	 ámbito	 superara	 el	 nivel	 básico	municipal,	 es	 decir,	 los
correspondientes	 a	 los	 condados	 rurales	 y	 los	 distritos	 urbanos.	 La	 ley	 permitía	 también	 que	 se
nombrara	candidatos	a	personas	que	no	fueran	miembros	del	partido,	así	como	el	uso	de	votaciones
secretas,	 aunque	 los	 comités	 supervisores,	 controlados	 por	 el	 partido,	 seguirían	 «examinando»	 a
dichos	candidatos	(Nathan,	1985:	196-221).	Las	elecciones	se	celebraron	en	el	verano	y	el	otoño	de
1980,	 y	 en	 algunas	 circunscripciones	 como	 el	 distrito	 de	 la	 Universidad	 de	 Pekín	 (Haidian)
prevaleció	 una	 genuina	 atmósfera	 electoral,	 ya	 que	 los	 candidatos	 exhibieron	 sus	 «manifiestos»	 y
participaron	 en	 vigorosos	 debates.	La	 experiencia	 suscitó	 consternación	 entre	 los	 funcionarios	 del
partido,	 especialmente	 dado	que	 algunos	 de	 los	 candidatos	 cuestionaron	de	 pasada	 las	 virtudes	 del
socialismo;	 en	 algunos	 distritos	 electorales,	 además,	 se	 dejó	 oír	 la	 oposición	 pública	 al	 constante
examen	de	los	candidatos	por	parte	del	PCC.	A	principios	de	1981	la	prensa	oficial	tronaba	contra	los
excesos	de	la	«ultra	democracia»,	y	cuando	en	1984	se	celebraron	nuevas	elecciones	se	establecieron
restricciones	 a	 los	 derechos	 de	 nominación	 y	 al	 uso	 de	 propaganda	 electoral	 (Dittmer,	 1987:	 236-
237).	Aunque	el	experimento	de	las	elecciones	directas	a	los	congresos	de	condado	y	de	distrito	ya	no
se	 repetiría	 a	 partir	 de	 1984,	 en	 los	 últimos	 años	 se	 han	 celebrado	 elecciones	 para	 los	 cargos	 de
ámbito	municipal,	 un	 proceso	 que	 se	 inició	 casi	 inadvertidamente	 en	 la	 década	 de	 1980	 (véase	 la
Conclusión).
Además	de	 experimentar	 con	 las	 elecciones,	 durante	 toda	 la	década	de	1980	el	 partido	 trató	de
consultar	 a	 un	 mayor	 número	 de	 personas	 creando	 varios	 institutos	 de	 investigación	 política	 (y
recurriendo	 a	 los	 conocimientos	 de	 intelectuales	 tanto	 de	 dentro	 como	 de	 fuera	 del	 partido),
encargados	de	redactar	propuestas	de	reforma	y	de	realizar	encuestas	de	opinión	pública.	En	aquella
misma	época	se	permitió	 también	cierta	 libertad	cultural	y	artística,	uno	de	cuyos	resultados	fue	 la
reactivación	 de	 la	 industria	 cinematográfica	 a	 partir	 de	 1979,	 cuando	 se	 dio	más	 autonomía	 a	 los
estudios	 para	 producir	 una	mayor	 variedad	 de	 películas	 que	 describieran	 las	 complejidades	 de	 las
vidas	 privadas	 individuales	 en	 la	 China	 urbana,	 las	 tensiones	 entre	 sexos	 y	 entre	 generaciones,	 la
persistencia	 de	 las	 tradiciones	 rurales,	 las	 ambiguas	 consecuencias	 de	 la	 reforma	 económica	 y	 las
intrincadas	incoherencias	de	la	burocracia.	No	obstante,	un	reciente	análisis	afirma	que,	en	realidad,
en	 la	 década	 de	 1980	 no	 surgió	 una	 industria	 cinematográfica	 verdaderamente	 independiente	 y
autónoma	 (Pickowicz,	 1995:	 193-206).	Empleando	 el	 concepto	—como	hace	 también	 otro	 reciente
estudio	 sobre	 la	 cultura	 popular	 contemporánea	 en	 China	 (Barmé,	 1999)—	 de	 la	 «cárcel	 de
terciopelo»	—utilizado	originariamente	para	describir	el	planteamiento	de	los	regímenes	estalinistas
en	 la	 Europa	 del	 Este,	 donde	 los	 artistas	 se	 veían	 «castrados»	 por	 la	 asimilación	 del	 estado	 y	 los
incentivos	 para	 practicar	 la	 autocensura—	 para	 analizar	 la	 situación	 de	 los	 cineastas	 chinos,	 este
análisis	señala	que	en	última	instancia	todas	las	películas	dependían	de	las	subvenciones	del	estado,	se
habían	 de	 someter	 a	 la	 aprobación	 de	 la	Oficina	Cinematográfica	 (encuadrada	 en	 el	Ministerio	 de
Cultura,	hoy	Ministerio	de	Radio,	Cine	y	Televisión),	y	dependían	totalmente	para	su	distribución	(al
menos	 dentro	 de	 China)	 de	 la	 Corporación	 de	 Distribución	 Cinematográfica	 China,	 de	 propiedad
pública.	 Sin	 embargo,	 películas	 como	Huang	 Tudi	 (Tierra	 amarilla,	 dirigida	 por	 Chen	 Kaige	 en
1984),	 que	obtuvieron	 renombre	 internacional	 y	 a	 las	que	 se	 considera	precursoras	de	una	«nueva
ola»	 de	 cine	 chino,	 se	 atrevían	 a	 cuestionar	 la	 omnipotencia	 (e	 incluso	 la	 pertinencia)	 de	 la
propaganda	 comunista	 cuando	 ésta	 se	 ponía	 en	 contra	 de	 creencias	 y	 prácticas	 campesinas
profundamente	arraigadas	(la	acción	se	desarrolla	en	una	remota	región	de	la	Región	Fronteriza	de
Shaan-Gan-Ning,	a	finales	de	la	década	de	1930),	lo	cual	habría	resultado	imposible	antes	de	1976.
Estos	 cautelosos	pasos	hacia	 la	 reforma	política	y	 la	 libertad	 cultural	 a	 finales	de	 la	década	de
1980	se	vieron	ensombrecidos,	en	gran	medida,	por	la	preocupación	más	apremiante	entre	algunos
ideólogos	del	 partido	de	 evitar	 las	 consecuencias	 ideológicas	 «insanas»	derivadas	de	 las	 reformas
económicas.	Siempre	consciente	de	las	críticas	de	sus	colegas	más	veteranos	como	Chen	Yun,	en	el
sentido	 de	 que	 las	 reformas	 amenazaban	 el	 control	 estatal	 de	 la	 economía	 y	 diluían	 el	 espíritu
colectivo	socialista,	el	propio	Deng	respaldó	varias	campañas	de	propaganda	destinadas	a	apaciguar
a	la	oposición	conservadora	a	las	reformas	del	mercado.	Tales	divisiones	en	el	seno	de	la	coalición
reformista,	surgidas	a	raíz	de	la	caída	de	Hua	Guofeng,	han	llevado	a	varios	observadores	a	definir
la	política	de	 la	década	de	1980	como	un	proceso	cíclico	en	el	que	a	unos	períodos	de	avances	 les
siguieron	 otros	 de	 consolidación	 e	 inmovilismo	 (Harding,	 1987:	 70;	 Baum,	 1994:	 XII).	 Dichas
campañas,	sin	embargo,	apenas	se	asemejaban	a	las	llevadas	a	cabo	en	la	era	maoísta,	que	a	menudo
habían	 causado	 grandes	 trastornos	 y	 habían	 desencadenado	 actos	 de	 violencia	 (física	 o	 psíquica)
contra	aquellos	a	quienes	se	acusaba	de	críticos.	Las	campañas	de	la	década	de	1980	fueron	breves,	y,
tras	 lograr	 su	 objetivo,	 se	 daban	 rápidamente	 por	 terminadas	 con	 el	 fin	 de	 que	 no	 se	 alterara	 el
impulso	de	la	reforma	económica.
La	 primera	 de	 estas	 campañas,	 realizada	 en	 1981,	 promovía	 las	 virtudes	 de	 la	 «civilización
espiritual	 socialista»	y	 estaba	destinada	 a	 combatir	 el	 generalizado	 escepticismo	público	 surgido	 a
raíz	de	 los	 traumas	de	 la	Revolución	Cultural,	un	 fenómeno	calificado	de	«crisis	de	 fe»	 (como	ya
hemos	 señalado	 anteriormente)	 y	 coincidente	 con	 un	 estallido,	 al	 parecer	 sin	 precedentes,	 de
delincuencia	 juvenil,	 violencia	 gratuita,	 corrupción	 y	 conducta	 impropia	 de	 los	 hijos	 para	 con	 los
padres,	 ahora	 denunciado	 más	 abiertamente	 en	 la	 prensa	 oficial	 (Short,	 1982:	 69,	 374),	 en	 claro
contraste,	pues,	con	la	imagen	pública	de	una	sociedad	honesta	y	libre	de	delincuencia	que	se	había
presentado	al	mundo	durante	la	época	de	Mao.	Durante	la	campaña,	el	ELP	alentó	también	las	críticas
a	un	guión	de	cine	que	consideraba	ejemplo	de	escepticismo	subversivo.	Publicado	inicialmente	en
septiembre	de	1979,	 escrito	por	un	miembro	de	 la	 sección	de	propaganda	del	 partido,	Bai	Hua	—
quien	se	convertía	así	en	el	primer	escritor	publicado	oficialmente	desde	la	Revolución	Cultural	que
era	objeto	de	censura	política	(Duke,	1985:	20-24)—,	y	titulado	Ku	lian	(«Amor	no	correspondido»),
describía	 lavida	 de	 un	 patriota	 chino	 que	 vive	 en	 Estados	 Unidos	 y	 que	 en	 1949	 regresa	 para
consagrarse	 a	 la	 nueva	 China,	 pero	 que	 posteriormente	 sufre	 a	 consecuencia	 de	 las	 campañas
políticas	de	las	décadas	de	1950	y	1960.	Lo	que	molestó	al	ELP	y	a	los	censores	del	partido	en	1981
era	la	crítica	implícita	que	hacía	el	texto	al	estado	comunista	posterior	a	1949,	más	que	el	hecho	de
atribuir	los	males	de	China	a	las	maquinaciones	de	la	Banda	de	los	Cuatro	y	a	los	calamitosos	efectos
de	la	Revolución	Cultural,	como	hacía	la	literatura	de	finales	de	la	década	de	1970	(conocida	como
«literatura	de	los	heridos»	o	«literatura	cicatricial»)	(ibíd.:	64-72).
El	 objetivo	 ideológico	 de	 la	 campaña	 de	 1981	 pronto	 degeneró	 en	 un	 intento	 de	 mejorar	 la
conducta	social	(a	través	de	los	«Cinco	Énfasis»:	en	la	limpieza,	en	la	disciplina,	en	la	cortesía,	en	el
decoro	 y	 en	 una	 moralidad	 apropiada)	 y	 de	 potenciar	 la	 legitimidad	 del	 partido	 asociándolo
inequívocamente	 al	 patriotismo;	 el	 amor	 a	 la	 patria,	 pues,	 se	 convirtió	 en	 sinónimo	 del	 apoyo	 al
partido,	y	no	fue	casualidad	que	el	guión	de	Bai	Hua	se	condenara	como	«antipatriótico»	(ibíd.:	141;
Harding,	 1987:	 187).	 Las	 credenciales	 patrióticas	 del	 partido	 se	 vieron	 respaldadas	 por	 el	 tratado
anglochino	de	1984,	que	preveía	el	retorno	de	la	colonia	británica	de	Hong	Kong	a	la	soberanía	china
en	1997,	en	el	contexto	del	programa	«un	país,	dos	sistemas»,	que	preservaba	cierta	autonomía	para
Hong	Kong.	En	cuanto	Bai	Hua	escribió	una	autocrítica,	en	octubre	de	1981,	el	presidente	del	partido,
Hu	Yaobang,	declaró	terminada	la	campaña	(Baum,	1994:	127-130).
En	1983,	los	conservadores	del	partido	expresaron	sus	preocupación	por	las	dañinas	tendencias
ideológicas	derivadas	de	las	reformas	del	mercado,	el	contacto	más	extenso	con	el	mundo	capitalista
y	 un	 mayor	 relajamiento	 en	 el	 ámbito	 cultural.	 Se	 inició	 entonces	 otra	 campaña	 atacando	 la
«contaminación	espiritual»,	pero	ésta	degeneró	de	nuevo	y	sus	últimas	etapas	vinieron	marcadas	por
acerbas	diatribas	contra	diversos	hábitos	(como,	por	ejemplo,	bailar	en	discotecas)	y	modos	de	vestir
(el	cabello	 largo	en	 los	hombres,	el	maquillaje	y	 los	 tacones	altos	en	 las	mujeres)	 (Harding,	1987:
188),	 un	 ejercicio	 más	 bien	 infructuoso	 dado	 el	 hecho	 de	 que	 las	 reformas	 económicas	 habían
alentado	una	cultura	consumista,	abierta	ante	todo	a	las	modas	extranjeras.	La	primera	víctima	de	la
campaña	 fue	 el	 subdirector	 de	Renmin	 Ribao	 («Diario	 del	 Pueblo»),	Wang	Ruoshi,	 despedido	 por
sugerir	que	en	una	sociedad	socialista	podía	existir	la	alienación	política	y	económica	(Nathan,	1985:
99-100).
Una	 campaña	más	 estridente	 contra	 la	 «liberalización	 burguesa»	 se	 desencadenó	 a	 raíz	 de	 las
protestas	y	manifestaciones	estudiantiles	de	diciembre	de	1986,	en	las	que	se	había	exigido	libertad	de
expresión,	prensa	libre	y	«democracia»	(no	en	el	sentido	de	un	sistema	multipartidista,	sino	en	el	de
una	 mayor	 apertura	 y	 responsabilidad	 del	 gobierno).	 El	 propio	 Hu	 Yaobang	 se	 vio	 obligado	 a
responsabilizarse	de	 las	protestas	y	en	enero	de	1987	hubo	de	abandonar	 la	presidencia	del	partido
(para	ser	reemplazado	por	Zhao	Ziyang,	otro	de	los	protegidos	de	Deng),	mientras	que	una	serie	de
intelectuales	 como	 Fang	 Lizhi,	 astrofísico	 y	 vicepresidente	 de	 la	 Universidad	 de	 Ciencia	 y
Tecnología	 de	Hefei	 (provincia	 de	Anhui),	 y	Liu	Binyan,	 un	 periodista	 de	 investigación	 que	 había
defendido	 el	 movimiento	 de	 protesta,	 fueron	 expulsados	 del	 partido	 (Wills,	 1994:	 366-371).	 Pero
también	 esta	 campaña	 terminó	 pronto,	 cuando	 el	 nuevo	 presidente	 del	 partido,	 Zhao	 Ziyang,	 se
concentró	en	la	renovada	aceleración	de	la	reforma	económica.
A	finales	de	la	década	de	1980,	sin	embargo,	los	problemas	y	tensiones	derivados	de	las	reformas
se	habían	agravado.	En	el	campo,	las	desigualdades	entre	regiones,	e	incluso	entre	aldeas,	se	hicieron
cada	vez	mayores,	desencadenando	diversos	casos	de	violencia	y	conflictos	en	 la	competencia	por
los	recursos	(por	los	derechos	sobre	el	agua,	por	ejemplo),	en	los	que	los	empresarios	rurales	más
prósperos	 y	 los	 campesinos	 ricos	 solían	 ser	 el	 objetivo	 de	 los	 ataques.	 El	 empobrecimiento	 de
algunas	 áreas	 se	 había	 visto	 exacerbado	 por	 la	 descolectivización,	 que	 dio	 como	 resultado	 la
reducción	o	la	abolición	de	servicios	colectivos	y	medidas	de	bienestar.	La	atención	sanitaria	rural	se
vio	especialmente	afectada,	y	se	ha	calculado	que	entre	1978	y	1986	hasta	3,7	millones	de	«médicos
descalzos»,	comadronas	y	trabajadores	sanitarios	rurales	perdieron	sus	empleos	(Davis,	1989:	587).
Paradójicamente,	 la	 riqueza	 generada	 en	 algunas	 áreas	 rurales	 como	 resultado	 de	 las	 reformas
produjo	 un	 incremento	 de	 la	 inversión	 en	 propiedades	 residenciales,	 que	 invadieron	 tierras
potencialmente	 valiosas	 desde	 el	 punto	 de	 vista	 agrario.	 El	 indice	 de	 crecimiento	 agrícola	 anual
descendió	 a	 partir	 de	 1985,	 como	 resultado	 del	 abandono	 de	 la	 producción	 de	 cereales	 por	 los
agricultores	 y	 del	 deterioro	de	 la	 infraestructura	 rural.	La	 tasa	 de	 inversión	pública	 en	 agricultura
también	disminuyó,	lo	cual,	junto	con	las	restricciones	a	los	créditos	impuestas	a	partir	de	1988,	trajo
como	consecuencia	que	en	1989	los	departamentos	públicos	locales	encargados	de	la	adquisición	de
cereales	 hubieran	 de	 recurrir	 a	 entregar	 a	 los	 campesinos	 pagarés	 (conocidos	 como	 «tiques
blancos»),	en	lugar	de	dinero	en	efectivo,	a	cambio	de	sus	productos.	No	resulta	sorprendente,	pues,
que	 los	 campesinos	 se	mostraran	 cada	vez	más	 renuentes	 a	 entregar	 sus	 cereales	 a	 las	 autoridades
estatales	(White,	1993:	109-111).
Asimismo,	a	partir	de	1985	—y	en	palabras	de	un	reciente	estudio—,	China	se	caracterizó	por	un
considerable	 «malestar	 urbano»	 (Baum,	 1994:	 200-203).	 En	 septiembre	 de	 1985	 hubo
manifestaciones,	 encabezadas	 por	 los	 estudiantes,	 en	 contra	 de	 las	 importaciones	 japonesas	 y	 la
«agresión	económica»	de	Japón	(Harding,	1987:	135;	Gittings,	1989:	172).	En	diciembre	de	1985,	los
estudiantes	uigures	(musulmanes	de	habla	turca	que	habitan	en	la	provincia	de	Xinjiang)	de	Pekín	y
de	Urumqui	(la	capital	de	esta	última	provincia)	protestaron	contra	las	pruebas	nucleares	realizadas
en	 Xinjiang	 y	 la	 imposición	 de	 las	 políticas	 de	 planificación	 familiar	 a	 la	 comunidad	 uigur.	 En
algunos	 casos	 los	 disturbios	 en	 los	 campus	 se	 vieron	 alimentados	 por	 una	 envidiosa	 xenofobia
cuando	 los	estudiantes	organizaron	protestas	contra	 la	presencia	de	estudiantes	africanos	(acusados
de	«asolar»	a	las	mujeres	chinas)	en	Tianjin	y	Pekín	(1985),	así	como	en	Nankín	(1985-1986)	(Baum,
1994:	191,	239-240).
Una	gran	parte	del	descontento	urbano,	sin	embargo,	se	debía	al	sentimiento	generalizado	entre
los	 profesores,	 investigadores,	 empleados	 de	 los	 organismos	 gubernamentales	 y	 trabajadores
industriales	 del	 sector	 público,	 de	 que	 las	 reformas	 económicas	 les	 dejaban	 de	 lado	 (Burns,	 1989:
488).	Con	unos	salarios	fijos	que	no	seguían	el	ritmo	de	la	inflación,	todos	ellos	veían	cómo	su	nivel
de	vida	se	reducía	en	comparación	con	los	comerciantes	autónomos	y	los	obreros	industriales.	Los
consumidores	 urbanos	 también	 se	 mostraban	 preocupados	 por	 la	 creciente	 privatización	 de	 la
vivienda	y	la	desregulación	de	los	alquileres.	En	abril	de	1988	hubo	nuevas	protestas	estudiantiles	en
Pekín	contra	el	aumento	del	coste	de	la	vida,	los	bajos	sueldos	y	los	escasos	presupuestos	educativos,
mientras	que	los	paros	y	las	huelgas	de	brazos	caídos	en	las	empresas	públicas	se	convirtieron	en	un
hecho	 normal	 a	 partir	 de	 1986:	 sólo	 en	 1987	 se	 declararon	 129	 huelgas	 (Perry,	 1995:	 315).	 El
descontento	entre	la	mano	de	obra	se	vio	exacerbado	por	los	despidos	en	el	sector	público	(así,	por
ejemplo,	 en	 el	 verano	 de	 1988	 se	 despidió	 a	 400.000	 personas	 de700	 fábricas	 en	 la	 provincia	 de
Shenyang,	y	miles	de	trabajadores	con	contrata	se	quedaron	sin	trabajo	en	Shanghai	y	otras	ciudades
de	las	provincias	de	Hunan	y	de	Hubei).	En	las	áreas	urbanas	aumentó	el	número	de	vagabundos,	un
problema	que	se	vio	agravado	por	la	constante	afluencia	de	emigrantes	rurales	que	buscaban	trabajo
en	las	ciudades.	En	relación	a	éstos,	a	los	que	se	aludía	como	youmin	(«población	flotante»),	y	que	en
la	práctica	formaban	una	clase	marginada	debido	a	que	su	clasificación	como	residentes	no	urbanos
no	les	permitía	beneficiarse	de	las	prestaciones	asistenciales	y	educativas,	es	probable	que	en	vísperas
de	las	protestas	de	1989	su	número	se	elevara	a	más	de	un	millón	de	personas	sólo	en	Pekín	(Baum,
1994:	229).	Incluso	el	Congreso	Nacional	del	Pueblo	expresó	su	insatisfacción	frente	a	las	reformas
cuando,	 en	 marzo	 de	 1988,	 criticó	 la	 inflación,	 los	 bajos	 salarios	 de	 los	 profesores	 y	 los	 poco
equitativos	beneficios	que	producía	la	estrategia	de	desarrollo	de	las	zonas	costeras	(ibíd.:	226).
Los	renovados	llamamientos	a	la	reforma	política	también	se	hicieron	más	clamorosos	en	1986.
Diversos	 intelectuales	 del	 partido	 como	 Su	 Shaozhi	 recomendaron	 la	 introducción	 del	 pluralismo
político,	mientras	que	Fang	Lizhi,	en	una	visita	a	los	campus	universitarios	realizada	en	noviembre
de	 1986,	 instó	 a	 los	 estudiantes	 a	 exigir	 derechos	 y	 libertades.	 Las	 protestas	 estudiantiles	 que
inicialmente	empezaron	en	diciembre	de	1986,	en	la	Universidad	de	Fang	(en	Hebei),	motivadas	por
los	 precios	 de	 las	 matrículas,	 se	 propagaron	 rápidamente	 a	 otras	 universidades	 y	 colegios
universitarios	(más	de	150,	en	17	ciudades).	Dichas	manifestaciones	(que	exigían	más	democracia	en
el	partido	y	una	prensa	libre)	no	sólo	fueron	las	mayores	desde	el	apogeo	de	la	Revolución	Cultural,
sino	 también	 las	 primeras	 desde	 1949	 no	 patrocinadas	 o	 alentadas	 directamente	 por	 altos
funcionarios	del	PCC	(Wasserstrom,	1991:	304).
Pero	aún	mayor	que	las	quejas	respecto	a	las	reformas	económicas	y	que	la	impaciencia	ante	la
falta	de	una	reforma	política	fue	el	creciente	desencanto	público	debido	a	la	incapacidad	del	partido
para	poner	 fin	a	 la	 corrupción	oficial	que	 (irónicamente)	habían	alentado	 las	propias	 reformas.	El
ejemplo	más	notorio	de	dicha	corrupción	durante	 la	década	de	1980	 fue	el	 escándalo	de	 la	 isla	de
Hainan	en	1985,	en	que	los	funcionarios	del	partido	allí	destinados	entraban	de	contrabando	artículos
de	lujo	(como	coches	y	televisores)	y	los	revendían	a	elevados	precios	en	su	propio	beneficio	(la	isla
de	 Hainan,	 integrada	 en	 la	 provincia	 de	 Guangdong,	 se	 convertiría	 en	 1988	 en	 provincia
independiente	 y	 en	 Zona	 Económica	 Especial).	 En	 1988	 los	 medios	 de	 comunicación	 oficiales
informaron	de	que	entre	1983	y	1987	hubo	280.000	casos	de	«delitos	económicos»	graves	(sobornos,
robo	 de	 propiedades	 públicas,	 contrabando),	 de	 los	 que	 el	 15	 %	 se	 originaron	 en	 órganos	 del
gobierno,	en	empresas	públicas	y	en	el	 seno	del	partido	 (CQ,	septiembre	de	1988:	503).	La	mayor
parte	 de	 los	 150.000	 miembros	 del	 partido	 juzgados	 por	 algún	 delito	 en	 1988	 fueron	 declarados
culpables	 de	 cometer	 delitos	 económicos	 (Baum,	 1994:	 229-230).	 Esta	 implicación	 oficial	 en	 la
corrupción	 hizo	 que	 en	 la	 década	 de	 1980	 se	 acuñara	 un	 nuevo	 término:	 guandao	 («explotación
funcionarial»),	 que	 aludía	 específicamente	 a	 los	 cuadros	 de	 las	 empresas	 públicas	 que	 se
aprovechaban	 del	 sistema	 de	 precios	 de	 «doble	 vía»	 surgido	 a	 partir	 de	 1980	 (es	 decir,	 un	 sector
público	con	precios	fijos	para	los	bienes	y	servicios,	coexistiendo	con	un	mercado	libre	de	precios)
para	 realizar	 compraventas	 especulativas.	 Los	 departamentos	 gubernamentales	 responsables	 de	 la
venta	de	materiales	a	 las	empresas	públicas,	por	ejemplo,	 solían	apartar	una	cantidad	no	entregada
que	revendían	en	el	mercado	a	precios	más	altos.
En	 1985,	 algunos	 conservadores	 del	 partido,	 como	 Chen	 Yun,	 vinculaban	 la	 corrupción	 a	 la
política	de	puertas	abiertas,	cuyos	corrosivos	efectos	amenazaban	con	socavar	el	sistema	socialista.
Asimismo,	 se	 refería	 a	 la	 tendencia	 predominante	 entre	 los	 hijos	 de	 los	 cuadros	 influyentes	 del
partido	(gaogan	zidi)	de	utilizar	sus	contactos	(guanxi)	para	crear	rentables	empresas	privadas.	Uno
de	 ellos	 era	 el	 hijo	 del	 propio	 Deng	 Xiaoping,	 Deng	 Pufang,	 que	 dirigía	 un	 extenso	 grupo	 de
empresas	(conocido	como	Kanghua)	con	más	de	cien	filiales.	Kanghua	se	cerró	en	1988,	cuando	se
hicieron	públicas	diversas	revelaciones	de	conducta	ilegal	(por	ejemplo,	evasión	de	impuestos).	Pero
Kanghua	no	era	sino	una	de	las	compañías	comerciales	y	de	inversión	(con	filiales	en	Hong	Kong	y
en	el	 extranjero)	dirigidas	por	 los	hijos	 e	hijas	de	 los	principales	 líderes	del	partido,	 a	quienes	 se
conocía	como	taizidang	 («príncipes	y	princesas	herederos»).	Aparte	de	 los	 taizidang,	 sin	embargo,
durante	la	década	de	1980	(y	aún	más	en	la	de	1990)	muchos	cuadros	individuales,	organizaciones	del
gobierno	e	incluso	unidades	del	ELP	participaron	en	empresas	privadas,	un	proceso	conocido	como
xiehai	(«zambullirse	en	el	mar»).	También	los	cuadros	locales	rurales	tomaron	parte,	utilizando	sus
posiciones	oficiales	para	garantizarse	a	sí	mismos	(o	a	sus	parientes)	 la	dirección	de	 las	empresas
más	lucrativas.	Un	reciente	estudio	ha	descrito	el	sistema	que	se	desarrolló	durante	la	década	de	1980
como	un	«capitalismo	burocrático»,	definido	como	«el	empleo	del	poder	y	la	influencia	políticos	en
beneficio	privado	a	través	de	métodos	capitalistas	de	actividad	económica»	(Meisner,	1999:	474-475),
un	fenómeno	inusual	teniendo	en	cuenta	el	hecho	de	que	surgió	después	de	un	largo	período	cuasi-
socialista	 en	 el	 que	 la	 burguesía	 había	 sido	 eliminada.	 Otro	 análisis	 alude	 al	 surgimiento	 de	 un
«capitalismo	 compinche»,	 dado	 que	 las	 nuevas	 combinaciones	 del	 poder	 económico	 vinculaban	 a
empresarios	 y	 burócratas	 (Naughton,	 1999:	 37);	 esta	 relación	 se	 ha	 calificado	 también	 como	 un
ejemplo	de	«corporativismo	de	estado	autoritario»	(Parris,	1999:	275).
Asimismo,	 a	 finales	 de	 la	 década	 de	 1980	 las	 divisiones	 entre	 los	 líderes	 del	 partido,	 tan
drásticamente	ilustradas	por	la	renuncia	forzosa	de	Hu	Yaobang	a	la	presidencia	del	partido	en	enero
de	1987	(acusado	de	permitir	que	los	disturbios	estudiantiles	de	1986-1987	se	le	fueran	de	las	manos),
se	hacían	cada	vez	más	acusadas.	Aunque	la	propuesta	de	Zhao	Ziyang	de	que	se	continuara	con	las
reformas	 económicas	 obtuvo	 la	 aceptación	 del	 decimotercer	 congreso	 del	 partido	 (octubre-
noviembre	de	1987),	y	aparentemente	su	propia	posición	se	vio	fortalecida	por	la	retirada	de	la	«vieja
guardia»	del	Politburó	(incluyendo	a	Deng	Xiaoping	y	a	Chen	Yun),	también	se	decidió	(de	manera
amenazadora	 para	 Zhao)	 que	 el	 Comité	 Permanente	 del	 Politburó	—y	 Zhao	 como	 presidente	 del
partido—	habrían	de	consultar	con	Deng	y	Chen	todas	las	cuestiones	políticas	y	económicas	(lo	que
sugería	que	la	confianza	en	el	juicio	de	Zhao	no	era	total)	(Baum,	1994:	218).	Al	mismo	tiempo,	la
insistencia	 de	 Zhao	 en	 una	 reforma	 estructural	 más	 profunda	 de	 la	 economía	 (por	 ejemplo,
ampliando	 la	 estrategia	 de	 desarrollo	 de	 las	 zonas	 costeras	 y	 privatizando	 las	 empresas	 públicas)
chocaba	 con	 el	 planteamiento,	 más	 cauto,	 de	 Li	 Peng,	 primer	 ministro	 y	 miembro	 del	 Comité
Permanente	del	Politburó	desde	1987	(ibíd.:	226-227).
Curiosamente,	 un	 documental	 de	 televisión,	 emitido	 en	 el	 verano	 de	 1988,	 que	 cuestionaba	 los
objetivos	 y	 valores	 fundamentales	 de	 la	 nación	 sería	 citado	 posteriormente	 por	 los	 adversarios
conservadores	 de	Zhao	 en	 el	 partido	 como	un	 taimado	 intento	 de	 promover	 su	 política	 radical	 de
puertas	 abiertas	 (Barmé,	 1999:	 23-24).	Titulado	Heshang	 («Elegía	 del	 río»),	 el	 documental	—cuyo
guión	 setraduciría	 posteriormente	 al	 inglés	 (Su,	 1991:	 101-269)—	 utilizaba	 el	 Huang	 He,	 o	 Río
Amarillo,	 como	 metáfora	 de	 la	 ininterrumpida	 continuidad	 cultural	 y	 del	 conservadurismo	 de	 la
civilización	china,	y	contrastaba	el	atraso	de	la	China	del	interior	(especialmente	en	el	norte)	con	las
dinámicas	 regiones	 del	 litoral.	 En	 cierto	 sentido,	 el	 programa	 daba	 lugar	 a	 nuevas	 formas	 de
imaginar	China,	 oponiendo	 un	 sur	 pluralista	 y	 abierto	 a	 las	 influencias	 exteriores	 a	 un	 norte	más
estático	 y	 provinciano	 (Friedman,	 1966:	 169-182).	 Y	 de	 paso	 cuestionaba	 tanto	 el	 chauvinismo
confuciano	 como	 el	 maoísmo	 revolucionario	 (asociados	 al	 norte	 rural).	 Para	 los	 críticos	 del
programa,	sin	embargo,	éste	era	culpable	de	elogiar	 inconscientemente	 la	 tecnología	y	 los	valores
occidentales	(Baum,	1994:	231-232).	En	noviembre	de	1988	se	prohibió	que	se	siguiera	emitiendo	el
documental	 (que	constaba	de	un	 total	de	seis	capítulos),	 lo	que	daba	 indicio	de	 la	existencia	de	una
brecha	 cada	vez	mayor	 entre	 los	 líderes	 del	 partido	 (dado	que	 algunos	de	 los	 partidarios	 de	Zhao
estaban	vinculados	al	programa).
Las	cosas	llegaron	a	su	punto	culminante	tras	la	repentina	muerte	del	desacreditado	Hu	Yaobang,
en	abril	de	1989	(Wills,	1994:	372-377).	Como	en	el	caso	del	fallecimiento	de	Zhou	Enlai,	en	1976,	el
duelo	 público	 no	 tardó	 en	 desencadenar	 un	movimiento	 de	mayor	 envergadura.	 Aprovechando	 la
ocasión	de	 la	muerte	de	Hu	y	 la	congregación	de	miles	de	asistentes	a	 sus	exequias	en	 la	plaza	de
Tiananmen,	los	estudiantes	dirigieron	una	petición	al	Comité	Permanente	del	Congreso	Nacional	del
Pueblo	demandando	una	valoración	correcta	de	Hu,	la	divulgación	pública	de	los	salarios	de	los	altos
funcionarios	y	de	sus	hijos,	la	libertad	de	prensa	y	de	expresión,	y	un	aumento	de	las	becas	y	salarios
para	los	estudiantes	y	profesores	(Baum,	1994:	247).	La	capacidad	de	los	estudiantes	de	apropiarse	de
los	rituales	oficiales,	o	de	imitarlos,	quedó	ilustrada	por	su	representación	de	un	burlesco	ceremonial
de	protesta	en	las	escalinatas	de	la	Gran	Sala	del	Pueblo	(donde	se	reunía	el	CNP)	el	mismo	día	de	los
funerales	 oficiales	 de	 Hu,	 en	 que	 presentaron	 su	 petición	 al	 estilo	 de	 los	 funcionarios	 «leales»
tradicionales.	 Asimismo,	 con	 la	 inminente	 celebración	 oficial	 del	 septuagésimo	 aniversario	 del
Movimiento	del	Cuatro	de	Mayo,	 los	 estudiantes	 trataron	de	 cuestionar	 la	 interpretación	que	de	 su
trascendencia	 hacía	 el	 PCC	 (que	 identificaba	 el	 Cuatro	 de	 Mayo	 con	 la	 fundación	 del	 PCC	 y	 su
consiguiente	 liderazgo	 de	 la	 revolución	 antiimperialista	 y	 antifeudal).	 Así,	 doce	 días	 antes	 de	 la
muerte	de	Hu,	varios	estudiantes	activistas	de	Pekín	desplegaron	un	cartel	(titulado	«Carta	abierta	a
las	autoridades	de	la	Universidad	de	Pekín»)	donde	se	llamaba	la	atención	sobre	el	hecho	de	que	el
Cuatro	de	Mayo	simbolizaba,	sobre	todo,	la	democracia	y	la	ciencia	(Han,	1990:	16-19).
La	 petición	 de	 los	 estudiantes	 fue	 rechazada	 por	 las	 autoridades	 del	 partido,	mientras	 Li	 Peng
denunciaba	 la	 protesta	 como	 un	 «trastorno»	 (dongluan),	 término	 que	 evocaba	 las	 imágenes	 de
desorden	 y	 anarquía	 juveniles	 propias	 de	 la	Revolución	Cultural,	 y	 criticaba	 a	 los	 estudiantes	 por
«antipatriotas»	(Baum,	1994:	249).	Al	mismo	tiempo,	los	trabajadores	—que	tenían	sus	propias	quejas
—	 añadieron	 su	 voz	 a	 la	 protesta,	 y	 el	 20	 de	 abril	 la	 recién	 formada	 Federación	 Autónoma	 de
Trabajadores	 de	 Pekín	 (Gongzilian)	 publicó	 un	 manifiesto	 en	 el	 que	 culpaba	 a	 los	 burócratas
corruptos	 de	 los	 males	 sociales	 de	 China.	 El	 26	 de	 abril	 los	 estudiantes	 de	 Pekín	 establecieron
también	su	propia	federación	autónoma,	y	al	día	siguiente	unos	100.000	de	ellos	(acompañados	por
muchos	otros	habitantes	de	Pekín)	se	dirigieron	a	la	plaza	de	Tiananmen.	El	4	de	mayo	había	más	de
150.000	estudiantes	en	la	plaza	(para	entonces	los	boicots	de	las	clases	eran	generalizados),	cada	vez
más	 impacientes	 ante	 la	 continua	negativa	oficiad	 a	 entablar	un	diálogo.	Manifestaciones	 similares
estallaron	en	Shanghai,	Changsha,	Nankín	y	Wuhan;	se	ha	calculado	que,	entre	el	4	y	el	19	de	mayo,
más	 de	 un	 millón	 y	 medio	 de	 estudiantes	 y	 profesores	 universitarios,	 pertenecientes	 a	 500
instituciones	de	enseñanza	superior	de	80	ciudades,	se	habían	unido	a	la	protesta	(ibíd.:	253).	Uno	de
los	más	destacados	activistas	universitarios	fue	Wang	Dan,	estudiante	universitario	de	Beida	e	hijo	de
un	 profesor	 de	 la	 universidad.	 A	 finales	 de	 1988	 y	 comienzos	 de	 1989,	 Wang	 había	 organizado
«salones	democráticos»	en	Beida	para	 fomentar	el	debate,	un	proceso	que	 se	dio	 también	en	otros
campus	de	la	ciudad,	aunque	un	reciente	análisis	subraya	la	especial	importancia	del	vínculo	entre	las
pautas	ordinarias	de	 la	vida	 social	universitaria	y	 la	protesta	estudiantil	 (Wasserstrom	y	Liu,	1995:
363).
Zhao	Ziyang,	que	a	primeros	de	mayo	había	estado	fuera	del	país	con	motivo	de	una	visita	oficial
a	 Corea	 del	 Norte,	 a	 su	 regreso	 calificó	 las	 demandas	 de	 los	 estudiantes	 de	 «razonables»,	 lo	 que
enfadó	 a	 sus	 colegas	 de	 la	 línea	 más	 dura.	 Además,	 se	 malquistó	 con	 la	 «vieja	 guardia»	 (y
especialmente	 con	Deng	Xiaoping)	 cuando	 reveló	 en	una	 conversación	 con	 el	 presidente	 soviético
Mijaíl	 Gorbachov,	 que	 visitaba	 China,	 que	 todas	 las	 decisiones	 se	 consultaban	 a	 Deng	 y	 a	 sus
veteranos	 colegas	 de	 la	 Comisión	 de	 Asuntos	 Centrales,	 un	 procedimiento	 que	 se	 suponía	 que	 se
debía	 mantener	 en	 secreto.	 La	 visita	 de	 Gorbachov	 (del	 15	 al	 18	 de	 mayo)	 resultó	 embarazosa
también	 en	otros	 aspectos:	 no	 sólo	 se	 le	 hubo	de	 recibir	 fuera	del	 centro	de	 la	 ciudad	debido	 a	 la
ocupación	de	la	plaza	de	Tiananmen	por	parte	de	los	estudiantes,	sino	que	éstos	saludaron	sus	propias
políticas	reformistas	(conocidas	como	glasnost)	como	un	ejemplo	del	camino	que	debían	seguir	los
líderes	chinos.
Mientras	varios	estudiantes	emprendían	una	huelga	de	hambre,	el	13	de	mayo,	el	presidente	de	la
República,	Yang	Shangkun,	dio	instrucciones	a	la	Comisión	de	Asuntos	Militares	de	que	iniciara	los
preparativos	para	concentrar	tropas.	Una	reunión	celebrada	el	18	de	mayo	entre	Li	Peng	y	los	líderes
estudiantiles,	en	la	que	el	primero	no	cedió	ante	la	exigencia	de	estos	últimos	de	que	el	movimiento
de	 protesta	 se	 considerara	 un	movimiento	 democrático	 «patriótico»	 (Han,	 1990:	 242-246),	 resultó
infructuosa.	Tras	 el	 frustrado	 intento	por	parte	de	Zhao	Ziyang,	 el	19	de	mayo,	de	persuadir	 a	 los
estudiantes	 de	 que	 abandonaran	 su	 huelga	 de	 hambre	 (su	 último	 acto	 público	 como	 presidente	 del
partido),	el	día	20	sus	colegas	del	Politburó	votaron	a	favor	de	imponer	la	ley	marcial	(aunque	cabría
señalar	que	 ésta	 se	había	declarado	ya	 en	 el	Tibet,	 en	 febrero	de	1989,	 tras	 las	manifestaciones	 en
contra	de	la	presencia	china	han	en	dicha	región).	El	propio	Zhao	sería	expulsado	de	la	presidencia
del	partido	unos	días	después,	acusado	por	los	partidarios	de	la	línea	dura	de	alentar	a	una	traicionera
«camarilla	antipartido».
Cuando	el	primer	contingente	de	unidades	desarmadas	del	ELP	avanzó	sobre	Tiananmen	—para
retirarse	en	seguida	tras	la	«bienvenida»	de	los	estudiantes,	que	intentaron	persuadirles	de	la	justicia
de	 su	 causa—,	 el	 campamento	 estudiantil	 en	 la	 plaza	 era,	 en	 palabras	 de	 un	 reciente	 estudio,	 «un
estado	dentro	del	estado»,	con	su	propio	centro	de	comunicaciones,	su	propio	aparato	de	seguridad	y
su	propio	departamento	de	salud	(Baum,	1994:	266).	Aunque	los	trabajadores	formaban	ya	una	parte
visible	del	movimiento	—a	principios	de	junio	la	federación	Gongzilian	estaba	integrada	por	20.000
miembros	 (Perry,	 1995:	 317)—,	 sus	 objetivos	 no	 eran	 exactamente	 los	 mismos	 que	 los	 de	 los
estudiantes.	Mientras	que	estos	últimos,	en	general,	creían	que	las	reformas	no	habían	ido	lo

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