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Coriat, E Tiempos difíciles para los niños pequeños

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Titulo 
TIEMPOS DIFÍCILES 
PARA LOS NIÑOS PEQUEÑOS 
 
Elsa Coriat 
 
 
 
 
 
Texto de apoyo del teórico especial titulado “Cómo hace el Otro un sujeto del 
deseo” dictado por la autora el Lunes 15/09/2014. 
 
 
Materia Electiva “Clínica de la Discapacidad y Problemas en el 
desarrollo infantil” (Cod 808) 
 
 
Materia de Práctica Profesional “El Juego en los Límites: Psicoanálisis y 
Clínica en Problemas en el Desarrollo Infantil” (Cod 722) 
 
 
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES 
FACULTAD DE PSICOLOGIA 
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. FACULTAD DE S C A 
Materia Electiva “Clínica de la Discapacidad y Problemas en 
el desarrollo infantil” (Cod 808) 
Materia de Práctica Profesional “El Juego en los Límites: Psicoanálisis y Clínica 
en Problemas en el Desarrollo Infantil” (Cod 722) 
Prof. Adjunta a cargo Magister NORMA BRUNER 
www.eljuegoenloslimites.com.ar 
 
 
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TIEMPOS DIFÍCILES 
PARA LOS NIÑOS PEQUEÑOS * 
Elsa Coriat 
 
INTRODUCCION 
En el texto que les propongo como bibliografía se hace hincapié en la proliferación de niñitos 
para los cuales está en jaque su armado como sujetos; por eso es especialmente importante que los 
psicoanalistas (y/o lo/as psicólogo/as) que van a trabajar con niños (y tanto más con niños pequeños o 
con bebés) sepan más al detalle que los psicoanalistas que trabajan con adultos por qué caminos 
materiales interviene el Otro en la constitución del sujeto. 
 
 
 
El tiempo del niño pequeño es aquel en que las letras sembradas previamente por el Otro en el 
cuerpo del infans comienzan a fructificar, enlazándose en palabras y pequeñas frases. 
… Claro está que la cosa fructifica – posibilitando la emergencia de un sujeto – siempre y cuando se 
hayan concretado una serie de condiciones: algunas del orden de la maduración biológica y otras del orden 
del Otro. En tanto psicoanalistas tengamos en cuenta que buena parte de lo que aquí llamamos “maduración 
biológica” depende por completo de las operaciones del Otro, encarnado para el infans en el Otro real, no 
sólo trazando sino incluso haciendo, en lo real, las conexiones necesarias para que esa red neuronal y ese 
cuerpito se conviertan en la sede de un sujeto. 
En tanto psicoanalistas, también tengamos en cuenta que, pese a la plasticidad neuronal, lo real 
biológico también pone sus límites e impone sus condiciones, más allá (o más acá) del deseo de los padres. 
Partiendo de estas premisas – que surgen lógicamente de las producciones de Freud, Lacan y otros 
psicoanalistas, y que se comprueban una y otra vez tanto en la práctica clínica como en la vida cotidiana – 
el sentido de este texto es formular una pregunta para la que solamente tengo respuestas parciales y, junto 
con la pregunta, intentar transmitir una preocupación: ¿qué le corresponde hacer al psicoanálisis, es decir, a 
los psicoanalistas, frente al avance de los grandes problemas en el armado psíquico por los que están 
 
* Presentado en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis de Buenos Aires. 
 Buenos Aires, 2 de noviembre de 2013. Entregado por la autora como material de apoyo para el Teórico 
Especial Dictado el lunes 15 de septiembre de 2014. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires. 
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. FACULTAD DE S C A 
Materia Electiva “Clínica de la Discapacidad y Problemas en 
el desarrollo infantil” (Cod 808) 
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pasando tantos chiquitos hoy en día? 
Cuando hace poco más de una década comenzó a circular la “noticia” de que el autismo iba en 
aumento, me pregunté a qué se le estaba llamando autismo al día de hoy (me refería al “hoy” de ese 
momento) y escribí un texto cuyas premisas, al día de hoy (al día de hoy de hoy), siguen teniendo completa 
vigencia. Una de las conclusiones que transmitía, podría enunciarse así: Dada la poca adherencia del 
significante al objeto significado – lo que descubrió Saussure hace ya un siglo – si comenzamos a llamar 
“banana” a todo lo que antes llamábamos “fruta”, en nuestra contabilidad nos encontraríamos con un 
sorprendente aumento de las bananas junto con la súbita desaparición de las frutas, que previamente tenían 
otro nombre. 
Seguramente el público se resistiría a que alguien viniera a cambiarle el nombre a los productos que 
conoce desde la infancia y difícilmente este ejemplo podría prosperar, sin embargo, exactamente eso fue lo 
que pasó con los nombres diagnósticos: de repente, todo problema de comunicación pasó a ser autismo y lo 
que desapareció fue psicosis (o esquizofrenia) infantil, significantes que, junto con otros utilizados en otros 
tiempos, no existen en el DSM-IV. 
Comentaba en algún otro texto que primero se extendió el autismo, pero después – y hasta el 
presente – comenzó a diagnosticarse TGD. Recibía a chicos con uno u otro diagnóstico sin que me fuera 
posible discriminar por qué a algunos les tocaba la nominación de autismo y a otros de TGD; de todas 
formas, este diagnóstico que no es un diagnóstico, es recibido (y ofrecido) como premonitorio de un oscuro 
e insoslayable destino para su portador. 
El “ordenamiento” del DSM-V viene a “superar” la duda entre si autismo o TGD para cada uno, 
colocando a todos bajo la enorme campana del “espectro autista”. Por ahora, sin embargo, del DSM-V, a 
nivel masivo, todavía solo se habla: las Obras Sociales y el gran público siguen manejándose con el DSM-
IV. 
Eso de denominarlo “espectro autista” me encanta. Busco en el diccionario de la RAE la primera 
acepción de “espectro” y encuentro la que esperaba: “fantasma”, pero además, por si quedaran dudas, 
continua, “imagen, fantasma, por lo común horrible, que se representa a los ojos o en la fantasía”. En 
consecuencia, nosotros podríamos decir ¨Un fantasma recorre el mundo del neurocognitivismo, es el 
fantasma del autismo”. 
Más allá de las bromas, e incluso más allá de los debates terminológicos, lo que es realmente 
preocupante es el avance de la cantidad de niños pequeños que presentan, como decía, grandes problemas 
en su armado psíquico, chiquitos que tienen muy pocas palabras, o ninguna, o que perdieron, cerca de los 
dos años, las pocas palabras que llegaron a decir, o que además no miran a los ojos, o que no hacen ningún 
caso a la palabra del Otro, o que jamás piden nada, prefiriendo ir por sí solos a servirse a la heladera, 
chiquitos que no arman juego simbólico o ningún tipo de juego, … la enumeración de síntomas o de 
conductas preocupantes en las más diversas áreas del desarrollo, especialmente las relacionadas con la 
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comunicación, podría conformar una larguísima lista. 
Para hacer esta afirmación no me baso en ninguna estadística de las que circulan en el presente, 
mucho menos en aquellas que afirman cosas tales como que hay un niño autista de cada diez. Tanto a los 
métodos como a las conclusiones de este tipo de estadísticas podríamos otorgarle la calificación de… 
chantas. Ni siquiera aquellos que dicen pretender hacer las cosas con un mínimo rigor científico tienen 
demasiada idea acerca de qué es lo que están midiendo. 
En relación a las estadísticas, cuando pensaba el título para este trabajo, en algún momento me 
pregunté: ¿Le corresponde a una psicoanalista hablar de tiempos difíciles para “los” niños pequeños…, o 
sería mejor hablar de tiempos difíciles para “un” niño pequeño?– ya que, en tanto psicoanalistas, nos 
ocupamos de la clínica de lo singular… Me respondí que, después de todo, había visto personalmente la 
suficiente cantidad de “unos” como para testimoniar que lo que se repite es la diferencia – la diferencia 
entre cada uno y todos los demás. 
No hay dos chiquitos portadores del mismo diagnóstico – sea este cual fuera – que hayan llegado a 
su situación por la misma concatenación de causas o que presenten el mismo posible pronóstico o la misma 
evolución. 
A falta de estadísticas mínimamente confiables, para afirmar el aumento de casos preocupantes me 
baso en lo que traen a la entrevista de admisión las decenas de padres que traen a su niñito al equipo 
interdisciplinario al que pertenezco, solicitando revisión de diagnóstico y/o (sobretodo) tratamiento. Me 
baso en los testimonios de mis compañeros de equipo y tantos otros profesionales cercanos, de distintas 
disciplinas, que trabajan con niños pequeños. Me baso en la preocupación que he escuchado de parte de 
maestras jardineras. Me baso en aquello que, para quien quiera escucharlo, es vox populi. 
 ¿A qué se debe este aumento? 
Desde una posición absolutamente freudiana, avalada por mi lectura de Lacan y por lo que 
encuentro en la clínica, considero que la emergencia en lo real de cada sujeto depende de una combinación 
de causas: hay factores congénitos, relativos al cuerpito biológíco, y hay factores accidentales, relativos al 
Otro y las condiciones que este arma para las primeras experiencias del bebé y del niño pequeño. 
Es el Otro, el Otro en tanto cultura, lo que está fallando en la constitución del sujeto. Algo del lazo 
social actual no sostiene como debería la producción de sujetitos deseantes. 
Los seguidores de los DSM atribuyen las fallas a lo congénito. 
Nada más absurdo. Pocas cosas hay más estables en lo humano que el conjunto del patrimonio 
genético. 
Los padres de nuestros pacientes son hijos de esta cultura, es decir, han sido marcados por ella y 
desde allí marcarán a sus hijos. Carente de instintos, el cachorrito humano será marcado en todos los casos, 
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pero mientras que en la mayoría de los chicos las marcas están dispuestas de forma tal que posibilitan la 
subjetivación y la inscripción de la falta, en otros no lo posibilitan. 
La marca de lo simbólico llega a lo real del cuerpo del infans mediada por el imaginario parental, en 
particular el imaginario de la madre. Ese imaginario se ve contaminado por lo que circula profusamente a 
través de los medio de difusión – diarios, revistas, televisión, Internet – en relación a autismo y TGD. 
Son muchos los padres que leen el listado de conductas que supuestamente denuncian problemas, 
las reconocen en sus hijos y comienzan a desconfiar, a desconfiar de sus hijos y de sí mismos, a no saber 
cómo tratarlos. Consultan. Es increíble la liviandad con que muchos profesionales – pseudo profesionales 
en realidad, por más que porten título habilitante – diagnostican alguno de los dos significantes de moda, e 
indican un tratamiento de varias horas casi todos los días, con diferentes terapeutas. Tratamientos que 
consolidan lo que supuestamente deberían disolver. 
Aunque “solo” se trate de palabras no es ingenuo que los autores del DSM hayan elegido el 
significante autismo a costa de la forclusión del significante “psicosis infantil”. Lo psi está demasiado 
presente en la historia del trabajo teórico-clínico sobre la psicosis, hay mucha literatura publicada y 
trabajada por psicoanalistas de las escuelas más diversas, no se podía eliminar de un plumazo el papel 
jugado por los padres en la gestación de una psicosis infantil como sí se pretende hacer con el autismo y/o 
el TGD – ¡ojo! acá no estoy diciendo que la psicosis de un niño se geste a causa del fantasma o del discurso 
de los padres, digo que muchas veces – no necesariamente siempre – son causas orgánicas las que 
complican en su origen la inscripción adecuada de las marcas. Sin embargo, y pese a que a veces hay 
padres que espontáneamente se las arreglan para imponer las marcas adecuadas, pasando por encima de las 
dificultades a fuerza de deseo, la mayoría de los padres se despista en la crianza cuando surgen problemas 
de ese orden. 
 El diagnóstico temprano es un arma de doble filo: excelente herramienta cuando es posible 
efectivizar una derivación a quien pueda hacerse cargo de un tratamiento adecuado, y por el contrario, letal 
factor desestabilizador, lápida mortuoria, cuando no hay una derivación posible o cuando quien se hace 
cargo es un neoconductista. 
Reconozcamos que nadie se llama a sí mismo ¨neoconductista¨ pero hay sólo dos maneras de 
hacerse cargo de un tratamiento con un niño: imponerle el aprendizaje de lo que el adulto considera 
necesario o propiciar que sea el niño el que se va apropiando de las palabras y de los objetos de la cultura. 
Los niños pequeños son aquellos que acaban de concluir su tiempo de bebés jugando al fort-da o al 
cucú, los que comienzan a jugar con los fonemas y sílabas de la lengua con el estatuto de representantes de 
palabra; son aquellos que, habiendo ya pasado por estos primeros juegos simbólicos, no recorrieron todavía 
los tramos finales del Edipo ni están en condiciones de iniciar la escolaridad propiamente dicha. 
Reconociendo las grandes diferencias que hay entre unos y otros, podemos decir que el niño pequeño 
promedio, en nuestra cultura, tiene entre 18 o 24 meses y 3, 4 ó 5 años. Incluye buena parte del tiempo de 
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lo que antes se llamaba jardín de infantes – y digo antes porque ahora se habla de jardín donde antes se 
hablaba de guardería (me parece una confusión que tiene sus peligros), y el grupito de 5 se ha convertido en 
preescolar (lo cual no viene mal). 
 Si un niño pequeño no juega no podrá transmutarse en sujeto. Tal vez siga siendo sujeto para el 
imaginario de sus padres o de los otros, pero no será sujeto en lo real. Si no hay convocatoria deseante del 
Otro el niño no se instalará en la palabra. El sujeto no es causa de sí mismo, pero es el propio niño el que 
debe dar el paso para la primer separación. Ese paso se da en el fort-da o en cualquier juego equivalente, 
juegos que, si bien se pueden propiciar, no se pueden enseñar. Con una o y con una a, y, no lo olvidemos, 
con un carretel como juguete, el nietito de Freud comienza a apropiarse de la lengua, a dirigir los vaivenes 
de su madre, a acomodar el mundo a su gusto y, si le agregamos un espejo, a jugar a su propia desaparición. 
Desaparece el bebé y se hace presente un sujeto, un niño que puede jugar a desaparecer. 
Dos extremos en la clínica: la ética del psicoanálisis de un lado, los programas corregidores o 
instaladores de conductas del otro. Estos últimos – entre los que incluimos a los neurocognitivistas como la 
corriente que ha conseguido imponerse con mayor extensión en los últimos años – aun en los casos en que 
utilizan métodos más amables que los del viejo conductismo, no dejan tiempo al niño para su propio juego, 
ya sea por la cantidad de horas de tratamiento diario, ya sea por las indicaciones dadas a los padres en 
relación a cómo tratar al niño. 
Uno se encuentra también con que muchos jardines, para grupitos de 3, 4 ó 5 años, reclaman que 
para la “inclusión” del niñito conproblemas lo acompañe todo el tiempo una maestra integradora, solo para 
él. ¿Cómo podrían sus compañeritos incluir como par a un niñito que viene con un adulto adosado? En 
estos casos, la función normalizadora del jardín se ve ofuscada de entrada. 
¿Qué falla en el lazo social? No voy a extenderme en esto, pero no es inocua la denigración del 
significante del Nombre del Padre y su función. No es inocua le envidia del pene llevada a su extremo, a 
saber, las declaraciones que anulan toda diferencia entre los sexos. No es inocua la denigración del falo, lo 
que se deslibidiniza es su equivalente: el bebé. No es inocua la deslibidinización de la maternidad en 
general, en función de otros intereses para la mujer (que bienvenidos sean, por supuesto, ¿pero por qué 
depreciar la función materna en tanto uno de los lugares de la realización femenina?). Repito, no voy a 
extenderme en esto, solo dejo enunciadas algunas cuestiones. 
 
Son tiempos difíciles para un niño pequeño. Se los mira con desconfianza y en la generalidad de la 
clínica se ignora que cada uno tiene su tiempo y sus caminos, que las más de las veces lo más saludable es 
dejar recorrer a cada niño el suyo. Se miran signos sueltos y no al niño de conjunto. 
Es un campo que necesita imperiosamente de la intervención del psicoanálisis, pero con una 
condición: que el psicoanalista que allí intervenga tenga presente que el sujeto que ya ha pasado por la 
pubertad tiene una relación con la palabra que no es la misma que la del sujeto en los tiempos en que el 
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juego con el objeto transicional es condición para el desarrollo de su subjetivación. 
En el tiempo del niño pequeño el objeto transicional tiene un lugar privilegiado, junto con el niño el 
objeto cobra vida, comenzando a hablar – … supongo que alguna vez habrán hecho hablar a un osito y 
también que alguna vez lo habrán escuchado hablar, con una voz chiquitita. 
El objeto transicional es una de las formas del objeto a ; Lacan dice incluso que fue a partir del 
objeto transicional inventado por Winnicott que formuló primero el objeto a. Si pese a mi formación 
lacaniana nombro al objeto con la nomenclatura de este último autor, es porque decir objeto transicional 
nos remite más rápidamente a una forma de juguete tangible y manipulable que si decimos objeto a. 
 
La palabra se encarna en el objeto, necesita ser jugada con él para poder despegarse, para poder 
llegar, alguna vez, a organizarse en fantasma. En la clínica de niños pequeños, la ética y la dirección de la 
cura más eficaces provienen del psicoanálisis, pero se trata de un campo interdisciplinario. Es el momento 
del florecimiento del lenguaje, del cuerpo erecto y de su motricidad, de su expresión en grafismos, del 
control de esfínteres, de la instalación de conceptos, del hambre de cuentos y dibujos animados, del placer 
de canciones, del descubrimiento del par y del juego con pares (aunque muchas veces se trate todavía de un 
juego paralelo). 
Hace falta el saber de unas cuantas disciplinas que se han ocupado de estudiar el desarrollo para 
poder hacer la lectura de un niño (me refiero en especial a lenguaje, psicopedagogía, psicomotricidad, 
neuropediatría) y también para poder operar en todos esos campos, vitales en este tiempo e 
indisolublemente ligados entre sí. 
De todas formas, no más de un terapeuta para cada niño, a lo sumo dos, por más problemas que el 
niño tenga. Para eso, hacen falta profesionales con una formación interdisciplinaria que no se ofrece en 
ninguna universidad, – al menos no por ahora – pero formación que, aun cuando se haya logrado obtener, 
necesitará del soporte de la interconsulta con otros y de la supervisión para mantenerse operativamente 
fresca.∗ 
 
 
 
 
∗ Este escrito es principalmente testimonial; se pueden ampliar los fundamentos de lo expuesto y consultar las fuentes 
bibliográfícas en El psicoanálisis en la clínica de bebés y niños pequeños (Ed. de la Campana, 1996) y El psicoanálisis en la 
clínica de niños pequeños con grandes problemas (Ed. Lazos, 2006).

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