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t.,] ¡,-l . ,x '155.4 VOLn üf,ffififfiiiíilffirm,*m rilr Juan Carlos Volnovich Editorial LUMEN El niño del "siglo del niño" bo^/^dá^/ ul,Jiv[Ri,li-¡"\f.j r,i- i ,i i1['ri,R'.,j FAOij I r.j ;i: ;:.,i_'.;,-ü FPfA. §§ Dí-¡rl,-;i'{. i'i1¡.(1l 'JtertQirt.h. ffr§ I r o ,f-" ., ...l c.Y Viamonte 1674 - l05fBuencts*i:e* 8 437 3 - 1 47 4 ( I íneas rota tiva $ FeI.{§4- ¡ U + 37 5 -0 453 E-mai!: magisterio@qorYlrMt.ÉotrrJl República Arlentina I ¡\no GB 8bo3 &rtz ÑlF- --. T!r*ffi I dmrló¡¡ Minoridad Y familla INDICE Reconocimientos. ........................,.7 I rrr..i,,,r¡: Marilde Luna lntroducción......,, ........................,..9 capitulo I I El niño del "siglo del si91o".........................................-.-33 s lf,rvisiór de l€xro: Pablo valle, Miln¡Ír (ltrlla|l Iinrl I 'Capituto 2 ' Los que viven en el margen de la sociedad civil......- ...49 Capitulo 3 VLos chicos como sajetos de derecho antes que como obietos de tutelaje..........,.......-............69 capitulo 4 Niños asesinos o niños asesinados.................,.............77 I , capitulo 5 Los chicos de la cibercu1tura.......,.,...............................85 . capitulo 6 Juicios y prejuicios acerca lsBN 950-72rt-862-5 del impacto de Internet en los chicos..................'.....91 capitulo 7 Desafios actuales en la clínica con niños......................97 capítulo 8 La niñez, el inconsciente y nuestra cultura actual......l03 , capitulo 9 I i3l cuerpo del niño y de la niña: aver y hov.......... ....115 o r99q by LUMEN C¡Pitulo lO ltccrn ct depósiio qüe pr*iem ta lcy 11.723 La "inocente" sexualidad de los varones y .r({k» kN d.@hos r€servad* ¡a sexualidad "culpable" de las niñas... ............-........125 capítulo ll r.lBRo EDrcróN ARGENTINA Estudio y trabajo en PRINTED lN ARCENTINA la formación de los ióvenes cubanos.................... ,...141 -5- Para Jorge, que me acompaña desde niño' Para Silvia, que me ayudó a deiar de serlo' RECONOCIMIENTOS Mi profunda gratitud va para OIga Viglieca, que leyó el texto original y, junto al aliento incondicional de Patricia Kolesnikof, me aportaron crÍticas y sugerencias inteligen- tes y definitivas para un recorrido que, sin el contagioso entusiasmo de Matilde Luna, jamás me hubiera permitido iniciar. Con la renuncia a la Asociación Psicoanalítica Argenti- na, integrando el Grupo Plataforma (se autodisolvió en l97l), finalizaron mis pertenencias institucionales. No obstante, a partir de mi regreso del exilio, integré dos gru- pos anónimos. Aun sin saberlo, mis colegas del grupo de niños fueron interlocutores permanentes de estos textos. Para Rubén Efrom, Gilou García Reinoso, Eva Giberti, Adrián Grassi, Julio Marotta, Marisa y Ricardo Rodulfo, Ma- rio Waserman, mi reconocimiento porque ellos, en algún momento, dispararon ideas que me hicieron reflexionar y lidiar con mis prejuicios. También, estoy sinceramente agradecido a mis amigos del grupo de los jueves. Lucía Barbero, Ana Berezín, Gilou GarcÍa Reinoso, Graciela Guilis, Vida Kamkaghi, Silvia Werthein, Mario Fuks, León Rozitchner, Osvaldo Saidón fueron y siguen siendo mis privilegiados referentes y los destinatarios de todo lo que en este libro expongo. Dediqué este libro a mi hermano, Jorge Volnovich, con quien me une -entre otras cosas- la pasión por el psi- coanálisis de niños y el hecho de haber sido criados por un padre cuya condición de médico pediatra y neonatólo- go seguramente no ha sido inocente en la construcción de nuestras vocaciones. A Silvia Werthein, "mi cómplice y to- do", compañera inmejorable en esa tarea de hacer y edu- car a nuestros hijos. -6- -7 - I Por último, si el texto que aquí se plasma comenzó el día en que tomé la primera entrevista psicoanalítica a una niña de cinco años, es a la multitud de pibes y de pibas que a lo largo de estas décadas me acompañaron por el fascinante tránsito del inconsciente, a quienes quiero re- tribuir con esta publicación. TNTRODUCCIÓN Éste es un libro sobre niños.' Registra argo de mi trán- sito por el mundo de los niños. Es testimonial, ya que con_ tiene las ideas que me guiaron a Io largo de estos úrtimos años por el mundo de los "chicos". En cierta forma, refleja mi recorrido como psicoanarista, a pesar de no ser, estric- tamente, un libró sobre psicoanárisis. son textos sobre niños, que nada tienen de psicoanalíticos pero que no hu_ bieran podido ser pensados a no ser por mi condición de psicoanalista de niños. Más aun: tengo Ia convicción de que gran parte de los textos que pueblan estas páginas me Ios dictaron los "chicos". Éste es un libro armado con fragmentos pero cada uno de esos pedacitos, cada capítulo sólo cobra sentido a par_ tir del eje que Ios vertebra y sobre el que giran mis refle_ xiones. Aliento la esperanza de transmitir a lo rargo de estas páginas el respeto inclaudicable a los niños como su- jetos deseantes y como sujetos epistémicos. AI consignar la fecha al pie, puse especiar dedicación en resartar er con- texto en el que dichos fragmentos fueron producidos. eui_ se, de ese modo, dejar bien en claro cuándo, dónde y por qué me vi "obligado" a escribirlos. No obstante, pienso, ahora, que la fecha al pie en cada capítulo oculta oi., ..u_ lidail: me he pasado más de la mitad de mi vida escribien- do este libro. Hace treinta y cinco años me introduje con el psicoaná- lisis en la compleja generación de los sesenti, y aquí estoy, para mi asombro, con el (¿mismo?) psicoanálisis I Así como el francés prohíbe subordinar a ra mérebajo re pére, ara filebajo /e fils por- "q:^""1i.1"_.^r-:,]enen.l'enfant, el casrellano-exige que mi paá.e y mi áadre iu.n _t, p.-ores; ru nermano y tu hermana sean tus hermanos, y su hijo y su hija sean sus hijbs.Quiero decir: casi no existen en casteilano significanies neutros que incruyan igualita-riamente a los dos géneros en un género humáno como sucede cori tu pataúru r'i'ndn, ",alemán, enfant en francés, o chiráren en inglés. a, ro lrrgo a" u.t. liú.o a.ürá'.nt"n-derse, ent-onces, que hasta que no encuentre una fórmula más conveniente, en el gené-rico "niño" o "niños" incluyo a ,,niña,,y'.niñas,'. -8- - 9- después de haber recorrido varias décadas, casi todos los estratos de la sociedad de clases y, también, distintos sis- temas sociales. A veces pienso que ser psicoanalista, psicoanalista de niños, tiene para mÍ el sentido de haber habitado siempre en las fronteras. Significa haber atravesado casi medio si- glo en el epicentro de lo más creativo de la cultura y de la ciencia y -al mismo tiempo- en los márgenes. En el epi- centro, porque ¿quién duda que el siglo XX ha sido el siglo del psicoanálisis y "el siglo del niño"? En los márgenes, porque Buenos Aires queda tan lejos de París como de Londres y porque el psicoanálisis de niños ha mantenido un conflicto, en principio, con el propio psicoanálisis, y luego con las diferentes formas del pensamiento: la Iin- güística, la genética, la psicología del aprendizaje, la se- miótica, el derecho, la ética, la teoría de las relaciones en- tre los géneros; edificios conceptuales que han confluido en un borde, en una frontera, verdadero lugar de "aconte- cimientos" de la ciencia o, si se prefiere, límite y puente entre continentes teóricos. Esta sentencia -"el siglo XX ha de ser el siglo del niño",más que prospectiva, profética- la pronunció Edouard Claparéde en plena alborada secular, y luego la retomó La- gache. En efecto, sería poco decir que la pedagogía, la psi- cologÍa, el propio concepto de "infancia" se han renovado. El siglo XX ha estado signado por las críticas a los mé- todos autoritarios y directivos de la educación, por el in- tento de respetar las necesidades y las posibilidades del infans. Así, el advenimiento de la psicologÍa del niño per- tenece por entero a este siglo. R. Zazzo, H. Wallon, J. Pia- get, M. Montessori son sólo algunos de los gigantes que lo hicieron posible. S. Freud hizo una contribución definitiva ,a la profecía de E. Claparéde, demostrando el papel de las i primeras experiencias infantiles parala construcción de la "subjetividad adulta. Y creo que el psicoanálisis de niños !, I' I I I {' j, i, + 1t I rl ri i I acumuló, así, frente al propio psicoanálisis, una serie de rasgos positivos: en el campo del saber, porque me daba la posibilidad de tener una experiencia directa -de prime- ra mano, en el aquí y ahora- con un psiquismo que se es- taba construyendo delante de mí y sobre el cual podía ejercer mi influencia, muchas veces alentado por la inge- nua esperanza de prevenir Ia enfermedad mental antes de que se produjeran males mayores, o de influir sobre aque- llo que funcionaba mal, cuando aún no se había coagula- do. Siempre, imaginando que esa experiencia con niños pequeños era la oportunidad privilegiada para teorizar lo que después aplicarÍa al psicoanálisis de adultos o, por el contrario, me permitía corroborar, en la proximidad del ni- ño, las hipótesis fuertes del psicoanálisis. En el plano institucional, el análisis de niños me ofrecía el espacio vacío de una práctica nueva, en vías de implan- tación, libre de arcaísmos. Práctica que compensaba gene- rosamente mis mejores intenciones, proponiéndome una clínica humana, inocente y "reparadora". ¿Qué causa más noble que asumir la "causa" de los niños, aliviar a los ni- ños del sufrimiento psíquico? ¿Qué práctica más digna que aquella que se despliega fuera de las restricciones ad- ministrativas, se enfrenta a los prejuicios médicos, al au- toritarismo pedagógico y no persigue otro objetivo que el de ayudar a los niños a romper con el cautiverio impues- to a su deseo, a descubrir una verdad sobre ellos mismos para, entonces, aliviar el dolor y modificar sus relaciones con los demás? Candor de un ciudadano de fronteras: en el esplendor de los sesenta, mi interés por el psicoanálisis de niños na- ció simultáneamente con mi interés por el psicoanálisis en general. Y asi, desde el comienzo, viví amenazado por Ia ilegitimidad de mi práctica. Lo que en un principio fue "Y el psicoanálisis, ¿es científico?" (interrogante que me acer- có por años al positivismo lógico, a G. Klimovsky, y que desde entonces nunca de.ió de ser fuente de incertidum- -10- - 1l - brc) se bifurcó,,luego, en ,,y eso, ¿es psicoanálisis?,,(,,eso,,era cl análisis de niños). Más adelante, tomó la forma de:"tl psicoanálisis_en el hospitai ,i, .ob.u. t ono*ios, ¿espsicoanárisis?" "Er psicoanirisis fuera de ra institución ofi_cial, fuera de la ApA, ¿es psicoanálisis?,, ¿y el psicoanálisisfuera de Ia doctrina lacaniana? "Er psicoanárisis fuera de Ia institución oficiar, fuera deIa ApA, ¿es psicoanáris¡si,i i[rrn, i-pri.lio,' .*i*o .r,a,una respuesta:,,Eligen la polÍtica, abanáonun,.iJri.ouna_lisis'" Así anatemizaban desde iu apa nuestro arejamiento(me refiero al del Grupo pluáio._u) de 1971. Después vino: ,,El psicoanálisis en un paÍs socialista, enCuba, ¿es psicoanáliitsz,, y, ;;. ,,el discurso analítico seopone al discurso del u.r, ¿i. es posible instaurar unaexperiencia del inconsciente en un medio social .n qrupredomina el discurso del amo?,,, me escribía en I g7B, fraternal, mi amigo Luis MarÍa e._a.uao, desde Barcelona, te-ritorjo libre del discurso a.l u*o, parece. SÍ. Desde el comienzo, viví amenazado por la legitimidad_ilegitimidad de mi práctica. aun tioy ,igo ,ri.-tjio or.,ahora, con la convicció-n O. qr.-.ru incertidumbre me haaportado su beneficio; ha sidá el ert¡mulo ;;;,;;;;;ara Iaconfirmación de una identidad que se organiza en un mar- ,1::.tr,.tinido y que evira, así, iu consagración tecnocrá_ Decía que mi interés por el psicoanálisis de niños naciósimultáneamente con mi interés por el psicoanáliri, "n g.neral. Nació a comienzos del ,.r.n,u, cuando Ia saludmental de Ia Argentina estaba .n ta, poderosas manos delsector psiquiátrico manicomial. poder que fue a parar, cononganÍa, al coronel médico grteru], director A.i o_nipotente Instituto Nacional de Salud Ulntal. (EI coronel Esté_vez, de especialidad traumatólogo.l En Ia Facultad de Me-dicina, la. oligarquía franquir; ,;;;r,aló en la cátedra dePsiquiatría con el or. getti v el or gorhor.. Entonces, en_ --_17_ _13_ trú al psicoanálisis, porque cl psicoanálisis ofrecía una op- r:i«in progresista. HabÍa en el psicoanálisis algo de aventu- r¿r l'¿rscinante y riesgosa, seguramente determinada por su paradójico carácter de central y periférico. Paradójico ca- racter central, ya que ofrecia un lugar seguro y prestigioso para el desempeño de una práctica bien remunerada; y a la vez marginal, subversiva y bastarda, ya que se oponÍa a la psiquiatría clásica, a la hegemonía del manicomio, a la scgregación de la enfermedad mental. Ese mismo interés me llevó a la Facultad de Psicología: se sabía que allí algunos psicoanalistas con sensibilidad social estaban abriendo un nuevo frente. Allí estaban, cla- ro está, mis entrañables maestros José Bleger y Fernando Ulloa. Otro espacio clave fue el Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús, donde Mauricio Goldemberg había in- tegrado, por primera vez, la psiquiatrÍa en un hospital ge- neral y recibía, generoso, a los primeros psicoanalistas que se animaban a salir del cascarón de la clase social que los había producido. En el Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús funcionaba un Departamento de Ni- ños. Con Aurora Pérez aprendí lo primero, y tal vez Io me- jor, de la psiquiatría psicoanalítica de niños. Sí. A comienzos de la década del sesenta, el psicoanáli- sis era una opción progresista, instituyente, potencial- mente transformadora, en el campo de la salud mental. Y la Asociación Psicoanalítica Argentina era la Meca. Para no- sotros, la APA lo era todo. Nuestros maestros, librepensa- dores, inteligentes, inquietos, cultos, eran modelos admi- rados y venerados. Desde los primeros acercamientos, era fácil descubrir que Enrique Pichón Riviére, Marie Langer y algunos 'Jóvenes" -entre los que se contaban Emilio Ro-drigué, "Noun" Racker, José Bleger, David Liberman, Edgar- do Rolla, León Grinberg, Gilou y Diego García Reinoso, Jor- ge Mom y (a partir de su regreso del Uruguay) Madelaine y r Willy llaranger- conformaban un polo de poder dentro de una APA homogéneamente kleiniana. El otro polo estaba rcprescntado fundamentalmente por Ángel Garma, Arnal- do y Luis Raskovsky, Celes Cárcamo, Fidias Cesio, Mauri- cio Abadi; más tarde, por Jaime Tomás y Nora Bisi. Llegué a la APA como quien acude a una cita largamen- te esperada y allí conocÍ a Arminda Aberastury. También a Elizabeth Goode de Garma y a Susana Lustig de Ferrer. Fueron mis profesoras en los seminarios de psicoanálisis de niños. La "Negra" Aberastury y, en general, Ias analistas de niños "fundadoras" pertenecÍan a la corriente interna opuesta a aquella con la que yo simpatizaba. No obstante, a veces pienso que toda mi vida como analista de niños no ha sido otra cosa que un diálogo inacabado con la "Negra". Diálogo lleno de refutaciones y coincidencias, de diferen- cias y de reconocimiento. Arminda Aberastury tenía un enorme prestigio como analista de niños. HabÍa introducido el psicoanálisis de ni- ños en la Argentina y se relacionaba directamente con Me- lanie Klein: supervisaba con ella. A pesar de su declarada afinidad con Melanie Klein, era fácil advertir que la capa- cidad clínica, la inteligencia y la creatividad de la "Negra" desbordaban ampliamente el marco teórico al que ella, de- cÍa, se subordinaba. La "Negra" tomaba de Melanie Klein lo que le parecía y desechaba el resto. Creaba, "inventaba" permanenteme nte. Sé que no es ninguna originalidad repetirlo una vez más, pero la "Negra" era una clínica excepcional. pienso que en gran parte la "Negra" le impuso una fuerte predo- minancia clínica a lo que algunos empezamos a reconocer, ahora, como la escuela argentina de psicoanálisis de ni- ños. "He tratado -no sin dificultad- de que fuese el ma-terial clínico el que condujese Ia teoría",2 decÍa. y lo hacía. 2 Abe.artury, Arminda, "Psicoanálisis de niños", en Revista de psicoanálisis, _t4_ ¡ l I Lra extremadamente audaz y arriesgada, al mismo tiempo quetenía una sensatez demoledora. Con ella -gracias a ella, y desde un principio-, comen- cé a reconocer la importancia del desarrollo infantil en la clínica psicoanalítica con niños. Y empecé a tomar mis primeros pacientes, niños, en consulta privada. Y mis primeras supervisiones con ana- listas de la segunda generación' Con Elena Evelson, Delia Faigón, Elizabeth Tabak, Lea Rivelis, Rebe Grinberg, Isabel Luzuriaga aprendí -a veces más influido por D. Meltzer, otras por W. Bion, otras por Esther Bick o por D. Winnicott, casi siempre por Melanie Klein, y nunca por Anna Freud- cómo se construye una clínica infantil. Clínica que me per- mitió enfrentar el análisis con niños muy pequeños mucho antes de que apareciera EI psicoanálisis precoz, de R. Diat- kine y J. Simon.3 Análisis con niños que aún no habían cumplido los dos años y que, por lo tanto, no hablaban. Por aquel entonces, estudiábamos mucho a Melanie Klein y leíamos la critica a Anna Freud; pero no sus textos. Los trabajos de Anna Freud eran casi clandestinos. (La Re- vista de Psicoanálisis de la APA publicó desde 1943 hasta 1985 sólo dos trabajos: en el número 2 de 1946/47 y en el número 3 de 1949/50.) Y no es que yo apreciara especial- mente a Anna Freud, sino la posibilidad de leer todo lo que quisiera. Eso era difícil en la APA. No existía una pro- hibición explícita, pero había una fuerte presión social -y ransferencial, canalizada a través de los análisis cii- dácticos-, que hacía difÍcil salirse de la norma. Y la nor- ma era, sin duda, kleiniana. También a fines de los sesenta empecé a tomar mis pri- meros pacientes en el hospital: niños de otra clase social, a los que atendía sin recibir honorario alguno. Fue, tal vez, la fuerte presión asistencial del hospital la que me impul- 3 Diatkine, R. y Simon, J, El psicoanálisis precoz, México, Siglo XXI' 19751946-7:?. -t5- rÓ, sillo!¡( eñ, rr ln l,Hlrolr,r'.rl,l.r (l(, lllIlx) (on r¡l11(rs, t.l ¡1rrr ¡ltt ¡lttt tttlllil l t'Hf lolltlt'¡' rt lrt rlrrt¡r¡urrl¡r ¿¡slslc¡lcl¿¡l rlc tul n[l lilFlll It.ty(lt rlr ¡trrt lr,nlr,* y llilt,t,t., trsl, ntctros rcstrictlvit nli ¡lt'ñt llt'rr. I,l lr¡tt ¡'ós prlr lu ¡rslcotcrlpia psicoanalitica rlc ¡ll'ul)o, r¡ut' vurla rliindt¡sc dcsdc fincs del cincuenta, habia ¡rrotlv¿rrlo lir f'undaci«in de la Asociación de psicologia y l)sicoterapia de Grupo (r 95 z); iniciativa asumida por algunos analistas de la ApA, donde la psicoterapia de gru po no era considerada, strictu sensu, "psicoanálisis". para los grupos con niños, vinieron en mi ayuda algunas publi caciones por las que supe que no .estaba solo en esta empresa.o Esta orientación marcaba la ampliación de los límites del psicoanálisis al trabajo con grupos, en psico, profilaxis quirúrgica, y con el psicodrama. sí. Pienso que fue er desafÍo impuesto por Ia rearidad del hospital -tan diferente de la del consultorio privado-lo que me llevó a romper con el psicoanálisis "convencio- nal" de la APA (con su versión más tecnocrática), y me per_ mitió apelar a la psicoterapia de grupo, a la psicoterapia breve, al psicodrama, sin renunciar jamás a los principios básicos del psicoanálisis. Aunque justo es reconocer que, casi desde el principio, Ia experiencia del policlínico de La- nús fue capturada por un proyecto político que quedó tributario del desarrollismo, desvirtuando Ia originalidad del propósito inicial.s Decía antes que, en generar, ras anaristas de niños "fun- dadoras" pertenecían, dentro de la ApA, al polo de poder contrario al de mis simpatías ideológicas y políticas (Ar- minda Aberastury, Elizabeth Goode de Garma, Susana Lus_ 4,Clasr.".man,MatíaRosaySirlin,.Mary, ps-icoterapiadegrupoconniños,BuenosAires, Nueva visión, lg74- (versiones mimeografiadas circurarón áesae riniiü áu-iolr.r"n- ra). Giordar¡o, Mora. "La psicorerapia de grupos infantiles", "i iiiiriá'á'iiriáiigio y eri_coterap¡a de 1¡rupos, Buenos Aires, romo r¡i, N." 3, 196s. pavrovsky, gáuriáo'pii.rr"rr- pia^de Grupo en n¡ños y adorescentes, ruenos Aiies, Centro Editói a" Á*c.iii'Lrtinu,r968. 5 chiarrett¡, silvia, "Atcn(i(1. primaria en salud: punruac¡ones para un enmascaramien-to del ,conflicto norte-sur", crr R¿v¡sr, Intercambios en t'sicotogia, rsicoanálli') sauaMental, año l, N.' I , Buenos Ai rt¡s, I 9g9. - t6- _t7 _ tlg de Ferrer). Y estas analistas eran mujeres. No. No quie' rr¡ decir que esas mujeres me resultaran antipáticas, sinc¡ t¡uc la cuestión de género es fundamental en el psic«laná- lisis y, mucho más, en el psicoanálisis de niños. Se sabe: la mayor parte de los psicoanalistas que se dedican a ni- iros son mujeres, aunque se respete una cierta conven- ción: los varones, casi siempre, se hacen proporcional- nrente más presentes en las cúpulas de las pirámides ierárquicas. Pues bien, los analistas de niños con quienes compartía ideales y posición crítica frente al psicoanálisis oficial eran varones: Emilio Rodrigué, Diego García Reino- so, Alberto Campo. Cada uno a su manera introdujo algo que, más que aportar, revolucionó la concepción que te- niamos de la clínica de niños y, juntos, dieron fundamen- to a una identidad psicoanalítica que aún no ha sido sufi- cientemente recuperada. Todos, además, tenían una inten- sa y profunda práctica en hospitales públicos. Emilio Rodrigué es el único analista latinoamericano in- cluido en un libro compilado por Melanie Klein,6 y su tra- bajo fue, justamente, sobre la clínica con un niño autista con mutismo. En 1963 publicÓ La interpretación lúdica.No he leído propuesta más creativa y original en psicoanálisis de niños, desde entonces. A fines de la década del sesenta, el auge de masas nos introdujo -nos arrastró, diria- a todos en la política. Aun a aquellos que en la APA disfrutábamos del confort de la campana de cristal. Disfrutábamos del confort del consul- torio privado, de nuestra asociación, de nuestra ciencia, refugio inmejorable para defendernos de los ataques de afuera y de nuestra propia inseguridad frente a la prácti- ca a la que nos dedicábamos. A comienzos de los setenta, asumimos la lucha contra la dictadura militar. Desde la Fe- deración Argentina de Psiquiatras, fuimos a las cárceles 6 Klein, Melanie, New Directions in Psychoanalysis, Londres, Tavistock Publications, I 955. r).ra d.runciar er estado de ra sarud mentar de ros presosp'líticos' Denunciamos ros episodios ,.ur-aii.olpor rosquc tenían que atravesar los niños que iban a visitar a suspadres a ras cárceres. unimos nuestras ruchas con Ias deotros gremios combativos. Hicimos huergas. Increíbre:huelgas generares a ras que ros psicoanaristas nos adhería-mos desde donde estábamos. Aun desde ros consurtoriosprivados. Con el Grupo plataforma, renuncié a la ApA. porentonces, contribuí con E/ concepto de realidad en el niño:una aproximación psicoanalítica a los Cuestionaior,, qu"compilaron Marie Langer y Armando Bauleo. üu ui'ul f,n,sorprendido, capturado, interrogado por rnu prá.ii.u nr.-va. A fines de Ia década der sesenta y comienzos de Ia delsetenta, dejé una "ne_utralidad,,que, en realidad, nunca ha_bía tenido, y empecé a recorrer el duro camino de ser unpsicoanal ista,,parcial',. Fue en esa época, cuando los psicoanalistas que rompi_mos con las ataduras que nos ligaban a una disciplinaadaptacionisra y posturada como ariada p.iviiegiááa oerSistema, fuimos considerados como casos perdidos paraIa ciencia: ""' en esa política el psicoanárisis estaba excrui-do y el acento se desprazaba hacia un idear de psicoanaris-ta volcado en un compromiso social,,., a;;r";; i. ,"0r.,,",que "por haber notado ra diferencia porítica se vuerven in-diferentes en psicoanálisis,,., - Esa toma de posición significó que ros especiaristasdestacados en el arte de neuiralizar a la gente emprendie_ran con ánimo de cruzados Ia tarea de intentar curarnosde Ia parcialidad que nos aquejaba. primero fue Ia triple Ay luego Ia dictadura militar. oesaparecieron, mataron, tor-turaron a analistas parciales. fal vez, de habercuguiao 7 Lange., M.: Bauleo, A., 8 Garcia, G., La en(rada 9 García, G., Op. cit. Cuestionamos 2, Buenos Aires,Granica, 1923. del psicoanálisis en la Argenti¡ra, Buenos Aires, Altazor, lgZg - tB _ -19- rilr,r¡rlo ncutrales, no hubieran sido necesarias las terapias lr¡lt,¡rsivas que se nos aplicaron. O sí. Porque, desgraciada- nr(,nlc, cl horror tocó de cerca a más de uno que nada te- rrlir t¡rrc ver con la política o la izquierda. Af innaba, antes, que, a fines de la década del sesenta y r <¡n¡icnzos de la del setenta, me vi sorprendido, captura- rlo, interrogado por una práctica nueva. Por aquella época, ('onre nzaron a consultarme por niños con una vida aparen- l('llrcnte normal, en quienes el sentido de sus síntomas se irclaraba, ulteriormente, cuando me enteraba de las con- tingcncias y vicisitudes que atravesaban a raiz de la mili- l¿rncia política de sus padres. Toda la realidad, en aguda t t¡nfrontación social, mediatizada a través del grupo fami- liar y determinando la subjetividad del niño. La lucha de clases, la violencia social, presentes en el síntoma indivi- dual. Gradualmente, empecé a reconocer en los niños traídos a la consulta cuadros reactivos, respuestas inevitables a acontecimientos traumáticos, síntomas que nacían en es- uecha relación con el hecho traumático y que se iban apa- gando a medida que el episodio podía ser metabolizado, elaborado por el niño y la familia. Me encontraba ante ni- ños que, en lugar de una organización psicopatológica precisa y definida, desplegaban una gran variedad de sÍn- tomas del tipo de las fobias, de las crisis de llanto, de las somatizaciones, de los trastornos en el dormir. Estos sÍn- tomas se presentaban solidarios y en estrecha relación causal con mudanzas reiteradas, situaciones de incerti- dumbre y riesgo vividas por los padres, separación de her- manos, dificultades económicas, períodos de clandestini- dad. En algunos casos, la consulta venÍa después de que una bomba explotaba próxima al dormitorio del hijo de un dirigente universitario o, también, frente a hechos de vio- Iencia represiva más alejados de la vida familiar pero ins- criptos dentro de una trama de participación insoslayable: cl atentado que destruye la unidad básica barrial en la que rato antes los niños estaban jugando, las sirenas de los ve- hículos militares, allanamientos, rastrillajes, todo esto contextualizando la cotidianidad de los niños. Si la realidad del hospital fue el desafÍo que me llevó a repensar mi aproximación a la clínica con niños, la violen- cia social que se anunció en el'73 y se pronunció en el'76 reclamó todos mis esfuerzos para enfrentar una práctica para la que no estaba preparado y sobre Ia que no había antecedentes. A mediados de la década del setenta, la represión se tornó despiadada. El orden de Ia realidad, afirmado en el despojo, la tortura, la desaparición y la muerte, me empu- jó a un exilio que no quería. Por entonces, Ottalagano, in- terventor de Ia Universidad de Buenos Aires, aconsejó a los psicoanalistas que, por su propio bien, se mudaran a ParÍs, a Moscú o a Tel Aviv. Yo no le hice caso y me fui a La Habana. En Cuba trabajé como psicoanalista durante ocho años. Fui parte del Servicio de PsiquiatrÍa del Hospital Pediátrico "William Soler".'0 Trabajar como psicoanalista en un hospi- tal no me era ajeno. Sin embargo, la experiencia del Servi- cio de Psicopatología del Policlínico de Lanús y la del de La Habana, lejos de parecerse, eran significativamente dife- rentes. Aquella sensibilidad social que, allá por el sesenta, me había llevado al hospital, a desplazarme con el psicoa- nálisis del barrio rico al barrio pobre, del consultorio pri- vado para la clase media acomodada al hospital para el niño de familia proletaria, incluía problemas transferencia- les y contratransferenciales que nada tenÍan que ver con mi práctica cubana. En el sesenta, expurgaba mi mala con- ciencia social atendiendo gratuitamente doce horas sema- nales para poder atender, muchas más, cobrando elevados Io william Soler es efectos de la tortura el nombre de un niño cubano de dieciséis años que murió por . durante la dictadura de Batista, sin delatar a sus compañeros. -20 - los Iro¡trlrari<ls, en el ct¡nsultorio privado' Lsa mala conciencla llcncraba una disociación contratransferencial inevitable' lrlcmás d. .n*a'"t"tt tl proceso defensivo contra el ma- soc¡uismo presente en toda empresa caritativa; masoquis- rno que se perfila, como sabemos -bajo su forma denega- da-, con la puesta en acción fantasmática de la apropia- ción sádica del otro' También supongo que en aquella em- presa inicial había algo de tarea reáentora' y mucho de mecenazgo y narcisismo' Lo supongo por aquello de la promovida iAeatizaliOn del analista que atiende sin recibir honorarios, idealización que genera una inevitable dificul- tad para .*rr.,u'-I" r'ottiiiauá y la transferencia negativa' 'lransferencia que, con la gratuidad' se inhibe' No obstante, aquella práctica -en Lanús me permitió romper con la iOea'Ae que el acto de cobrar honorarios era inráp^tuUfe del acto analítico' .Pude entender' .::::nt"t' que cobrar honorarios no es' ni remotamente' un instru- mento terapéutico tan importante como la interpretación' Y eso se había hecho notable y evidente ya en el caso de niños pequeños áttiigu¿ot del concepto de pago y de di- nero, y en el caso de niños psicóticos' Este malentendido tuvo su origen en Freud. En La inicia- ción del troto^i'rii' tf gt3)"' afirmándose en Ia propia ex- periencia aOquiriJa áu'untt diez años de analizar una o dos horas diarias gratuitamente' dice Freud: "El tratamien- to gratuito intensifica enormemente algunas de las resis- tencias del neurótico'" Pocos años después' en 1919' al ha- blar en el Congreso Psicoanalítico de Budapest -y tal vez influido por la t*i'ttntiu del gobierno comunista húngaro de Bela Kuhn, q" ti*p"tizó con el psicoanálisis-' dice: "Es también Ot'ñ"t q"t alguna vez habrá de despertar la conciencia dÉ ra socildad y advertir a ésta que los po- bres también titntt' derecho al auxilio de la psicoterapia' como al del cirujano' y que las neurosis amenazan tan gro- l1 Freud, S., "La iniciación deI tratamiento"' en O' C' tomo Lx' 11 - seramente la salud del pueblo como la tuberculosis, nopudiendo ser tampoco abandonada su terapia a Ia iniciati-va individual. Se crearán, unaon..r, instituciones médicasen las que habrá analistas, .n.u.gados de preservar, capa_ces de dar asistencia y rendimifnto a los hombres que,abandonados a sí mismos, ,. .nir.garían a la bebida; a lasmujeres próximas a derrumbarse ba;o .l p..o J."ll, p.ivaciones; y a los niños, cuyo único porvenir es Ia delin_ ;ff1;.11,: Ia neurosis' El tratamiento será, naturarmenre, Así, fui freudiano en Cuba como antes lo había sido enLanús. Sólo que, en Cuba, muchas de las dificultades _di_ficultades resistenciares, transferencrares y contratransfe_renciares- habían sido superadas por er propio contexto:porque mis pacientes tenían, y lo asumían ,in ot.u culpaque la de su fantasma melancólico, pleno derecho a unaatención adecuada; además, sabían que yo era retribuidoy cobraba por mi trabajo. De usta manera, se superaba to-do Io que de filantropismo existÍa en Lanús, desaparecía ladenigración der tratamiento en función de su gratuidad; ypodía discriminar, claramen,., .ni." mi legítima necesi-dad económica y las reglas técnicas del tratamiento. A partir de 1926, junto con el análisis de niños cuba_nos, comencé a atender a niños exiliados O. éfril.,. U.,guay y Argentina. Esto me llevó a intercamUiar mi,e*p._riencia con colegas y equipos asistenciares de organismosde Derechos Humanos en el resto del mundo. Surgieron,entonces' comprejas e inevitabres refrexiones sobre Iosefectos psicorógicos der ter.orismo de Estado. De entrada,quedó claro para mÍ que existÍa ,nu air...ncia notabre en-tre el trauma individuar, tar cuar r',uuiu sido conceptualiza-do en la teorÍa, y Ia experi.r.iu-rri,Au bajo un Estado de :::.::,:T:l:l :. 1e hilo evidenre que tos acontecimien_tos rraumáticos no bastaban, pr. ri*lr*;;,;#:;lTilI I2 Freud, S.,,,Loscaminos de la terapia analítica,,, en O. C.,tomo CV _')) -23 - irl r irrr¡1o de cxplicaci<in "causal". l)icht¡ clc ot r<l nlodrl: que utr rrlli() hulticr¿r ¿ltravesado por una expcricncia rcprcsiva tto nrc ¿rt-¡torizaba ¿r incluirlo, sin más, en alguna categorÍa ¡rrtco¡ratolt)gica. Que un niño hubiera atravesado por una lx¡rcricncia represiva no me habilitaba para prejuzgar rl( (f rcil de su futuro. En todo caso, estaba frente a un niño Irrscripto en un pasado histórico-social-familiar y con una r ir¡rlcidad de respuesta actual que se desplegaba en el am- ¡rli«r espectro en que el acontecimiento "traumático" podía scr ubicado. Los estragos psicológicos del terrorismo de lstado dependían, claro está, de la dotación previa, de la IrÍstoria individual y colectiva de ese niño. En Cuba pude constatar que la capacidad de recupera- cirin, de reinscripción de ese hecho potencialmente trau- rnático dependía fundamentalmente del procesamiento individual y colectivo posterior. Varios años después, nue- vamente en la Argentina, tuve la oportunidad de discutir esto con Diego García Reinoso. ¿Por qué los niños exilia- dos en Cuba durante los años de las dictaduras militares en América latina tenían una evolución tan favorable, evo- lución independiente de las virtudes del analista de turno y de haber tenido o no ayuda terapéutica? "El tema del héroe y de lo heroico... me ha planteado muchos interrogantes. En nuestra sociedad burguesa la cura de un niño... crea problemas que a menudo nos pare- cen insolubles. Ese lugar del héroe oblitera, o por lo me- nos, dificulta un cambio en cuanto a la muerte del padre por ser un lugar secreto, ya que la heroicidad no es posi- ble proclamarla porque pone en peligro la vida de los fa- miliares y se mantiene, permanentemente, como Io no di- cho socialmente. Hablando con terapeutas que han vivido en Estados socialistas, el héroe, ese padre fusilado por sus ideales, es proclamado por el Estado como tal y los hijos pasan al cuidado del Estado mientras dura la misión del padre o los padres y aun si éstos desaparecen no existe un rr: pudio por la actividad n'rilitante. En una palabra, no apa- rccc una contradicción, por lo menos a nivel oficial. Se tra- ta en pocas palabras de un simbólico que define al sujeto y lo ubica en un lugar de reaseguramiento narcisista." "EI niño bajo el terror de Estado" era la perfecta contra- partida de: "Los hijos pasan al cuidado del Estado... sim- bólico que define al sujeto y lo ubica en un lugar de rea- seguramiento narcisista." De todo eso, si algo me quedó claro, es que la práctica psicoanalítica cambia radicalmente cuando se pasa del te- rrorismo de Estado al Estado de derecho, y que el síntoma social habla siempre a través del síntoma individual. He tratado en Cuba a varios niños psicóticos aunque, para mi sorpresa -y a pesar de que me es imposible ha- cer cualquier referencia estadística-, la incidencia de psi- cosis infantiles en Cuba, más allá de las diferencias teóri- cas en el diagnóstico, es bajísima. En Cuba trabajé como psicoanalista en el hospital y fue- ra de é1. No en consultorio privado. Digo "fuera del hospi- tal" porque los grupos de psicoterapia -grupos que incluÍan coterapeutas especializadas en expresión corpo- ral, danza, artes plásticas- no funcionaban en el hospital sino, por ejemplo, en la Casa de Cultura del Municipio Pla- za. O sea, casas donde agrupábamos a niños que habían consultado en el hospital, con niños "normales", del ba- rrio. De esta forma, borrábamos la diferencia entre "enfer- mos mentales" y "sanos". Fuera del hospital: en los CÍrculos Infantiles. Los Círcu- los Infantiles son instituciones a cargo del Estado donde las madres que trabajan llevan a sus niños desde las pri- meras semanas de vida hasta la edad en que empiezan el jardín de infantes. Como el proceso revolucionario propi- l3 García Reinoso, Diego, Buenos Aires, 1987. "EI niño bajo el terror de Estado", en Psyché, Año 2, N.' 14, -24- -75 - ció Ia incorporación masiva de Ia mujer al trabaio extrado- méstico, loi CÍrculos fueron muy demandados' Y' por cier- to, funcionaban muy bien. Las mamás, por la mañana ca- mino al trabajo -páto no sólo las madres' muchas veces los papás-, llevaüan a los niños al Circulo' los dejaban con la ropa limpia y los retiraban por la tarde' de regreso del trabajo. Los reiiraban bañados y alimentados' c'on la misma ropa limpia con la que los habían dejado' La higie- ne, la alimentación v el vástido de los niños' durante el tiempo que permanecían dentro' eran provistos por la ins- titución. De tal torma que, cuando la mamá o el papá re- gresaban a la casl t"rr tf niño' no les esperaba el peso de las tareas domésticas' Pues bien, cuando se abrieron los primeros círculos In- fantiles (y eso fue un plan nacional a lo largo de toda la is- la), se produjeron conflictos entre los niños' los padres y las educado.rs d. los Círculos' El síntoma estaba focaliza- do en el momento en que los padres dejaban a los niños' Las educadoras prácticamente arrancaban a los niños de los brazos de los padres y allí se producían llantos' pata- letas, berrinches, angustias de separ-ación de todo tipo' Tanto en los pud,t' io*o en el niño' El fundamento era que "si no llora, no se adapta"' y lo que en realidad conse- guían era una multitud de inadaptados que lloraban cada vez más y estructuraban verdaderas fobias a la institu- ción. ¿Tarea para un analista institucional' para un pslcoana- lista de niños? Pasaré por alto el análisis de la demanda y del encargo para pasar a las recomendaciones' Sugeri lo que era obvio: o eu€ se graduara el tiempo de despegue; r qu€ la separación fuera paulatina; r qu€ primero la mamá llevara al niño para conocer el Círculo' Que se quedara con él los primeros días; . que cada vez permanecieran más tiempo los dos jun- tos y que sólo después lo fuera dejando por períodos breves; o eu€ se incluyera, entre las reivindicaciones laborales de la mamá o del papá, Ia posibilidad de quedar exi- midos de concurrir al trabajo durante el período de adaptación, sin que esto alterara el salario y los mé- ritos laborales; o eu€, aun cuando el niño se adaptara sin dificultades, la madre permaneciera en el Círculo los primeros dÍas. Y después también, un momento antes de de- jarlo. Que posteriormente, cuando Ia adaptación fue- ra total, no lo despidiera en la puerta; que entrara con el niño, le cambiara la ropa y, recién después, se alejara. Es claro que como recomendaciones nada tienen de sor- prendente. Lo sorprendente es que estas medidas se toma- ran en cuenta y fueran "normadas" para todos los Círculos Infantiles del país. Pasaré a relatar, ahora, una intervención con adoles- centes cubanos pero, para eso, voy a hacer una explica- ción preliminar. La campaña de alfabetización de 196I y las posteriores "batallas" educativas -primero para al- canzar el sexto y luego el noveno grado- concluyeron con éxito pero dejaron, asimismo, una serie de problemas de difícil solución. En Cuba, la responsabilidad por la al- fabetización y la escolarización de un niño es, más que de la familia, más que de la escuela, del barrio. Es profunda- mente social. Son los vecinos los que se preocupan si un niño no va a la escuela. Son los vecinos los que presionan a los padres que no mandan a un niño al colegio, los que reciben a través del Comité de Defensa de la Revolución (organismo de masas que agrupa a los ciudadanos de ca- da cuadra) las citaciones de la escuela o el anuncio de que el niño no está concurriendo por tal o cual razón. Pues -26 - _27 - bien: la presión social hacia la escolarización masiva e tn- discriminada fue nutriendo' con un número creciente de niños, los servict"t át pticopatología infantil' Aparecie- ron dificurtades .l.i upr.ndizaje, rreacciones fóbicas a la escuela, somatizacionu'' todo tipo de neurosis en rela- ción directa con l;i;;";;tidad de responder a las exigen- cias docentes' Niños q"' tn otros contextos' habrÍan en- grosadoru, t"u¿i''"tiiut'a" los desertores escolares' se veÍan instados compulsivamente a escolarizarse' Y' así' para un cierto número de niños rebeldes a toda escolari- zación, ta insisten:1"-tt la obligatoriedad de Ia escuela prolongadu r'u't""üs áieciséis años se convirtió en una pesadilla Oe permanente y sistemático ataque a su au- toe stima, .o, .r..ilr-p. i.i úai.iares para la estructuración de su Psiquismo' Estos niñOS arrastraban, generalmente, una larga histo- ria de fracasos' Ut" ["tt'a insalvable se abría enre las as- piraciones, ro' ánii:i' llt^ exigencias que sobre ellos caÍan y su proplo rendimiento' siempre pobre' siempre en falta. Entre lo que eran y lo que debían ser' entre lo Que aprendían y to que debían aprender' se abría un abismo' una deuda trnoJuotJ;;;;t saldada' Deuda que los abru- maba, los agobiaba y que conspiraba en contra de su recu- peración; ,outriJli'*o q" la exigencia escolar- quería lograr. para colmo'l;;1;yt; laboralei' que intentaban bo- rrar la Uo.t'otno'"u t*pt'it"tia de la explotación de ióve- nes como -uno de obra barata en los países capitalistas' les impedt' t"lo""*t ;;;t; pasados I": 9'ttit-t-t^t^años' Es- tos niños, gtnt;irntnte púberes o adolescentes jóvenes' tenían una vid-a lnstituciánal muy tormentosa porque no aguantaban la escuela y' por otra parte' les estaba prohibi- do trabaja,' 'n tit*t"*l' la vagancia y el ocio se conver- tían en argo socialmente insopoitabre que implicaba nega- tivamente a toda la familia' En mi experiencia -a los trece' catorce' quince años-' la vida con los adultos proporciona a los adolescentes po- sibilidades de nuevos intereses y, de paso, les permite elu- dir la dolorosa segregación por edad. De ese modo, han sido auspiciosos los resultados obtenidos a partir de una serie de orientaciones que surgieron de profundos y refle- xivos debates. Sugerí: o eu€ se les permitiera a esos niños alejarse de la es- cuela; r eu€ se tomaran las medidas necesarias para incorpo- rarlos al trabajo de sus padres, tíos u otros familiares más lejanos o amigos, al mismo tiempo que, con un certificado médico (el certificado es un representante importantísimo del "poder médico"), protegíamos al administrador del taller, del negocio o de la fábrica que les permitÍa ingresar. De esta manera, logramos convertir estas instituciones productivas en verdade- ros talleres de aprendices. El período de práctica con el mecánico, con el peluque- ro, en el restaurante o en el almacén de alimentos, en la lancha pesquera o en la empresa constructora, revalorizó a los adolescentes, les devolvió la confianza, la autoesti- ma perdida; y -después de triunfar en un oficio de adul- tos- pudieron volver, espontáneamente, a replantear su interrumpida carrera escolar. Exigiendo, incluso, que se les permitiera incorporarse a cursos nocturnos o que se los liberara del trabajo para seguir estudiando. Nuevamente: Io asombroso fue que estas medidas se to- maron en cuenta, y eso hace a la necesidad de reconocer el contexto global en el que se desarrolló mi práctica psi- coanalítica. Fueron iniciativas tomadas desde el margen -alternativas a la psicologÍa oficial-, llevadas a cabo e implementadas por el centro mismo de decisiones. Estas experiencias (los grupos de psicoterapia infantil mixtos integrados con niños que consultaban por sínto- -ZB- -29 - rrras psiquictls y ¡liños "sallos" clcl barrio' grupos despla- z.aclosdelhospitalalaCasadeCultura;eltrasladoalárea productiva de jóvenes estudiantes y Ia formación de talle- ,.s de aprendices) corren, desde ya' el riesgo de estar do- tadas del ambiguo status de vitrina y máscara respecto del Sistema. A partir de Trieste, o de Bonnheuil' todo el mun- do sabe que una experiencia relativamente aislada puede ser exaltada (sobre todo, si esta experiencia tiene lugar en Europa) hasta el punto de parecer ejemplar' Cada 9'pt- riencia de este tipo encierra el peligro de eludir el análisis de las contradicciones reales que existen en los países donde se llevan a cabo' No obstante' estas iniciativas' estas alternativas a las repuestas convencionales que Ia psicología y el psicoanálisis dan, permiten alentar la espe- ranza de que es posible, a fuerza de imaginación y creati- vidad -y partiendo del psicoanálisis-' humanizar las condiciones de la práctica existente' Sobre todo' cuando existen decisiones políticas para que asÍ sea' Cuando estas decisiones existen, es posible transformar la escuela' el hogar, la fábrica, el barrio en un medio terapéutico' Es po- sible eludir la desesperanza que transforma nuestra impo- tencia en un discurso de moda' DecíaantesqueenCubahabíasidofielaFreud(porlo tanto, traidor) y, también, habÍa sido fiel a Ia carta del Gru- fo elataforma donde afirmábamos que' de 1971 en más' el psicoanálisis no sería para nosotros la institución psicoa- nalítica oficial. ,,El psiioanálisis es donde los psicoanalis- tassean.EntendiendoelserComounadefiniciónclaraque no pasa por el campo de una ciencia aislada y aislante' si- no por .l d. ,nu ciencia comprometida con las múltiples realidades que pretende estudiar y transformar'" Amediadosdeladécadadelochenta,regreséalaAr- gentina. Desde entonces (diciembre de 1985)' fueron los If..,o, psicológicos del terrorismo de Estado en los niños los que ocuparon el centro de mis intereses' Dirigí inves- I I 1l l i I i I it !l tiflaciones sobre el tema en el CONICE'I', tomé en análisis niños que habían sido víctimas directas del terrorismo de Estado. Siempre próximo a los equipos asistenciales de los Organismos de Derechos Humanos, junto con Alicia Lo Giúdice, organizamos el área psicológica del Seminario In- ternacional sobre Identidad, Filiación y Restitución que convocó Abuelas de Plaza de Mayo. En la Facultad de Psi- cología de la Universidad de Buenos Aires dictamos, tam- bién con Alicia Lo Giúdice, un Seminario sobre Ética y De- rechos Humanos en el Posgrado de Clínica de Niños que dirigen los Dres. Marisa y Ricardo Rodulfo. Junto a mi interés por el impacto de la violencia social en los niños, surgió en mí, entonces, Ia necesidad de revi- sar aquellos conceptos de la teoría psicoanalítica que que- dan tributarios de paradigmas patriarcales. Para eso tomé en cuenta el vínculo filial, vínculo donde la madre es teni- da siempre, y solamente, como objeto, jamás como suje- to. (Y esto es así, independientemente de Ias diferentes versiones teóricas.) Tanto la apertura a los efectos del terrorismo de Estado en los niños, como también a los efectos del terrorismo de Estado en los propios psicoanalistas, en la teoría y en la clínica, y la revisión de la propia disciplina psicoanalítica, sus instituciones y saberes desde los Estudios de Género y el Feminismo contemporáneo, me llevaron a profundizar en un ya viejo interés, nacido a comienzos de los sesenta en la Facultad de Psicología. El Análisis Institucional, here- dero de la PsicologÍa Institucional que José Bleger introdu- jo entonces, propone -entre otros muchos conceptos que cuestionan radicalmente la práctica profesional- una aguda reflexión sobre la implicación y la sobreimplicación de los profesionales. Da la clave que nos permite pensar la ubicación del psicoanálisis y del psicoanálisis de niños en el contexto de una política neoconservadora dentro de un país periférico. Comencé afirmando que hace treinta y cinco añc¡s me introduje con er pri.o"narisis en la compreja generación de los sesenta y que aquí estoy: con el (¿mismo?) psicoa- nálisis, después Oe t'uütt recorrido todos los estratos de iu ,o.i.aud de clases y' también' djferentes sistemas so- ciales. Decía que ser psicoanatista de niños me había per- mitido estar simultáneamente próximo al centro y en el margen de la ciencia y la cultura' Ciudadano de frontera' Ia práctica psicoanalitica con niños supone el inclaudica- ble ejercicio de tensar los Iímites de la disciplina' Tensar IoslÍmitesdelpsicoanálisisdeniñossignificó: Ia iniciación deanálisis precoces' con niños muy pe- queños, el análisis de niños afectados por una patología grave; , apelar a otros recursos interpretativos; recursos no verbales, como lá-interptetación lúdica' por ejemplo; , ampliar el psicoanálisis individual a la práctica con grupos; . poner nuestro saber al alcance de niños de otras cla- ses sociales, de otras etnias y culturas; en Ia práctica hosPitalaria, fundamentalmente ; . fundamentar Ia legitimidad del análisis' a pesar de la gratuidad de la atención; . Ilevar el psicoanálisis fuera del consultorio: a la es- cuela, al hogar, a las Casas de Cultura' . incluir el psicodrama psicoanalítico como recurso te- rapéutico; o investigar la relación entre los conflictos afectivos y los conflictos cognoscitivos; entre la psicología gené- tica, el desarrolñ de Ia inteligencia y Ia teoría de la construcción subjetiva; . desarrollar el psicoanálisis en una sociedad donde las diferencias de clase se han abolido; en otro sistema -30- -3r- lr I .¡ social, difcrente de aquel en el que el psicoanálisis nació, se desarrolló y fue consumido; . aportar a las cuestiones legales, genéticas y, funda- mentalmente, de la ética humana, a partir del trabajo sobre los efectos del terrorismo de Estado en la for- mación de la identidad, el proceso de apropiación y la restitución de niños; . abordar Ia problemática del género en la práctica psi- coanalítica con niños; . incluir el análisis de la institución psicoanalítica como activo proceso de lucha entre fuerzas institu- yentes y fuerzas instituidas que abren y clausuran la posibilidad, justamente, de tensar (transgredir) los lÍ- mites que la disciplina impone, para poder pensar la realidad de nuestros niños de manera más creativa y eficaz. Este tránsito por el centro y la periferia, este destino de marginal y fronterizo, este trabajo de tensar los límites no ha sido, claro está, un trabajo individual y solitario. Varias generaciones de psicoanalistas de niños en Ia Argentina lo han venido haciendo. Estos analistas y esta producción han dado como resultado una clínica que tiene caracterÍs- ticas distintivas y que bien haríamos en no renunciar a re- conocer como una clínica con identidad propia. A pesar de -o justamente, gracias a- la diversidad de posiciones y las diferencias de enfoques. CnpíruLo I EI niño del "siglo del niño"'n aaaaaaaaaaa""o"""""'o'o""oto""' 14 Una primera versión de este trabajo fue presentada en la Revista E'PSLB'A' octubre de I994. rl lr: l) It t'l I 1 ll it il -32 - f I "siglo rlcl niñ«¡" cs la imagen de una época en la que L lir ¡lrcocupación por la infancia ha adquirido una im- ¡rrrrllncia rclativamente preponderante y una nueva orien- l¡rt l«'n. "l.l siglo XX ha de ser el siglo del Niño" es la profe- t'i¿r c«¡n Ia que Edouard Claparéde, apenas éste comenzaba, r¡rtlso sintetizar un movimiento de reivindicación de Ia in- l¿r¡rcia. Ln este período de la historia, la conducta de Ios pa- rll'cs, de los educadores y de los médicos con respecto a los ¡liilr¡s ha cambiado notablemente. Cambio que se manifies- la, fundamentalmente, en la sincera intención de descen- lr¿rrse del lugar de adultos y, empáticamente, colocarse en e I lugar de los niños. Cambio que propone colocarse en el Iugar de los niños para comprenderlos, para adecuarse a sus posibilidades, a sus necesidades, a su deseo. No siempre fue asÍ. Las investigaciones históricas reve- lan una larga y triste secuencia de abusos cometidos con- tra los niños, desde los tiempos más remotos, que tienen una cruel vigencia en nuestros dÍas. El escándalo que hoy producen Ias estadísticas sobre las condiciones de vida y de muerte de los niños -los alarmantes índices de morta-lidad infantil, de apaleamiento y maltratos- sólo consti- tuye un pálido reflejo, continuación atenuada de lo que fue una característica sistemática de la antigüedad; carac- teristica que apenas empezó a cambiar en el siglo XVIIL EI trato despiadado a los niños, la práctica del infanticidio, el abandono, Ia negligencia, los rigores de la envoltura con fajas, las torturas múltiples, la inanición deliberada, las palizas y los encierros alevosos han sido moneda corrien- te a través de los siglos. esí fa historia de la infancia es una pesadüa de la que hemos empezado a despertar hace muy poc{f ' De todos los libros sobre la infancia en otras épocas, el libro de Lloyd de Mause -aun con su precaria y conven- cional fundamentación psicoanalÍtica- es el más ambicio- qñ ,-t.-ara-Ís toría de la infancia,Madrid, Alianza Universidad, ,nn,. /L- --. -35- so y abarcativo y está en franca polémica con Ariés, sin duda un historiador más y mejor conocido.'u lla tesis central de Ariés es la opuesta a la de De Mause. Rríé{sostiene la existencia de una suerte de paraísoftn la antifrreda-{-una especie de comunidad primitiva quépo habÍa logrado aún Ia representación de "infancia", tal Co- mo sucedió muchos sigios despué¡L en el que los niños circulaban, ignorados pero felices, porque podían mez- clarse libremente con las personas de diversas clases y edadgs. Para Ariés fue reciéneülu alborada defa moder- nidal cuandoGurgió el concepü de "infancia"'i, con é1, ' ! .t' -. . - !- r^---,1,^i F.^ ^,r ^-i, "esa organr zacton tiránica que es la familiál En su opinión, Ta organización familiar fue la que destruyó la amistad, los lazos de solidaridad y sociabilidad "naturales" y privó a Ios niños de la libertad de que hasta entonces gozaban, imponiéndols no¡primera vezftr férula doméstica como prótección y límitil¡Sobre todo ói"o límite, cárcelflspa- cio donde, para educarlos, se los castigaba de múltiples forma§ Paralle Maus{ por el :ol!*tiq-, el concepto de "infan- cia" existía ya en É'attu'-edud rvrediál cuando losftiños erani prácticamente' masacrados. Con la--familia moderna -in- tenta probar r. *;;;;{;-*rtr;u poLi,i.u más.iiiaao- sa que incluyó, gradualmente, la conservación de los niños y un trato cada vez más humaü I-üero nada de esto impide subscribir la afirmación de De M;;G que antes anticipé: "La historia de la infancia es una pesadilla de Ia que hemos empezado a despertar hace muy. poco.''¡¿b es que no hemos salido aún de esa pesadilla?, Así, cácla una de las agresiones que a Io largo de la Histo- ria han tomado a loq f inos como objefimás que datos de un triste pasado ya superado, nutren nuestra cotidiani- l6 Ari¿s, philippe, Centuries of Childhood: ASociat History of Family Life. Nueva York' tSOZ. rimUi¿n:'Riiés, philippe, L'enfant et la vie familiare sous I'Ancien Régime, París' Du Seuil, 1973. rl¿rd. No hace falta más que prender un televisor para observar, al instante, Ia patética imagen de millares de ni- iros muriéndose de hambre, en el sentido más literal y me- nos metafórico. Quiero decir: muriéndose de hambre y "pescados" por la cámara para ser transmitido al instante, en el preciso momento en que se mueren. Esta realidad,-estas imágenes constituyen una terrorífi- ca experiencia onírica. ¿Es acaso posible pensar de otra manera -que no sea como una pesadilla- acerca del ham- bre, de la miseria, de las enfcrmedades, de la ignorancia y de la muerte, cuando el orden de la realidad de la inmen- sa mayoría de los niños descansa en ella? Vivimos en el crepúsculo del siglo del niño, un siglo en el que el desarrdllo más increÍble de la ciencia y de la técnica, el dominio de la naturaleza basado en la informá- tica, la telemática y la genética, coinciden con la falta de seguridad, la ausencia de justicia e igualdad y la desespe- ranza, que se adueña de la infancia, y que bien podría re- sumir sus condiciones de vida o, más bien, sus condicio- nes de muerte. La mortalidad infantil evitable, los millones de niños que mueren por año de enfermedades curables, por falta de higiene, por falta de agua y alimentos que sí existen y se dilapidan,_los millares de niños que mueren apaleados, revelan que l_ia pesadilla no ha terminadó.lY muestran un cuadro inexplicable: si bien las condicióñGs económicas y la injusticia en la distribución de los recursosharía pen- sar que el destino de los niños es diferente para aquellos que viven en los paÍses desarrollados y aquellos que viven en los países dependientes, para aquellos que pertenecen a tal o cual clase social, género o etnia, la realidad actual revela que los malos tratos, los abandonos y la violencia no están exclusivamente destinados a los que nacen en medios carenciados. La violencia contra Ios niños de cla- ses altas, el maltrato por omisión, el abandono al que son \ \ \ I I I -36- -37 - sonrcticlos bastan para demostrar que el amor maternal, lcjos de ser "natural" o de estar influido por razones eco- nómicas, es una construcción "artificial" no lograda del to- - t7 do. No obstante, sería arbitrario sostener, por ejemplo, que el destino de una niña negra somalí, nacida en la periferia tribal, es semejante al de un varoncito rubio de ojos celes- tes nacido en el seno de una familia de clase alta neoyor- quina. Basándonos en la presencia de una tendencia agre- siva "instintual" hacia los niños -que el mito del amor ma- ternal no ha logrado erradicar- seria demasiado sencillo liquidar así no más esta cuestión. Si bien es cierto que el bienestar económico y el alto nivel cultural de los padres no es garantía de que ese niño vaya a ser bien cuidado (ca- da vez hay más denuncias de abandonos de niños de cla- se media o de asesinatos y apaleamientos de niños ricos), nada nos hace pensar que podamos equiparar la situación de la infancia en América latina, por ejemplo, con la situa- ción de la infancia en los países desarrollados. Y las ten- dencias estadÍsticas auguran que el desamparo y el riesgo de los niños de países periféricos, lejos de mejorar, irán empeorando. En los EE. UU. el producto bruto per cápita será en el año 2000 de 8.500 dólares, mientras que en los países subdesarrollados se mantendrá en menos de 590 dólares. Eso quiere decir que, lo que a comienzos del '80 era I I ve- ces inferior para el mundo subdesarrollado Con respecto al mundo desarrollado, en el año 2000 será l4 veces me- nor. Eso quiere decir que nuestros países serán aun más pobres a medida que "progresemos", si es que no se re- vierten las tendencias actuales. Y nada hace pensar que eso vaya a suceder." l7 Badinte., Elizabeth, ¿Existe el amor maternar?, Barcelona, Paidós/Pomaire' 1981' I8 Los datos estadísticos corresponden a la publicación N.'46, 1998, de OPS/OMS: Argentina, situación de salud y tendencias 1986-1995. --38- -i9 - l'or otro lado, si en los últimos años ha sido notable la rlllt,rcncia cn los niveles de ingresos per cápita entre los ¡r;rlst,s rlcsarrollados y los de nuestra América, más acen- trr¿rtl¿r ¿lun cs la arbitraria distribución de tales ingresos en rl lnlerior dc los propios países. Mientras el LO % de la po- lrlrrt'ld»r (clases "altas") recibe el 50 % de los ingresos tota- Ir,s, cl .10 % de la población (clases "bajas") recibe entre el l,ll'Xy el l0% (según los paÍses) del total del ingreso. y la rlt,sigualdad generacional se repite dentro de las clases "lltr jas". La miseria que no se reparte de manera igualitaria t,rrtrc todos, se exagera entre los "cabecitas negras", rlrrr¿rnte la infancia. En las edades más tempranas, entre l¿rs niñas. Más de un millón de niños muere cada año en América l¿rtina, producto del hambre, la desnutrición y Ias enfer- rnedades evitables. Siguiendo la propuesta del Director [jecutivo del Unicef, si decidiéramos hacer un minuto de silencio por cada uno de los niños que este año (1998) mo- rirán por causas relacionadas con el hambre, bien entrado el próximo milenio aún permaneceríamos en silencio. La mortalidad infantil antes del primer año de vida -Índiceparadigmático que refleja el estado sanitario de un país- va en aumento en nuestro continente. Mientras el índice es de menos de 10 muertos por cada 1.000 nacidos vivos en los paÍses desarrollados, en algunos de los países más pobres de la región es de casi I00 niños muertos por cada 1.000 nacidos vivos. ¿Es esto inevitable? ¿Esta situación está estrechamente -y sólo- relacionada con la escasezde recursos? La experiencia cubana parece avalar una respuesta ne- gativa a ambos interrogantes. Cuba es un país pobre, im- placablemente bloqueado y, sin embargo, el índice de mortalidad infantil (9,5 por mil) no sólo es el más bajo del continente (incluyendo a un país tan poderoso y rico co- mo los EE. UU.), sino que, pese a todas las dificultades eco- s( lc ll( dr el tr t( q si t( li b n d S n d C d c € nómicas y politicas, tiende a bajar año a año. Parecería ser que la mortalidad infantil depende, también, de decisio- nes politicas. Si. Más de un millón de niños muere cada año en Amé- rica latina producto del hambre, la desnutrición y las en- fermedades evitables. Y esta realidad se agrava ante la ac- tual tragedia de un mundo que ha incorporado el hambre a su cotidianidad como fenómeno endémico. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) calcula que el 2O % de los niños menores de cinco años, es decir I5 mi- llones de niños, sufren de desnutrición proteico-calórica. El hambre es la causa directa del 38 % de las muertes de niños menores de un año y del 60 % de los de l-4 años. Esto sucede en una región del mundo de incontables riquezas y recursos naturales. Aquí, donde se producen alimentos suficientes, hay niños que viven con hambre y hay niños que mueren de hambre. Entonces, parecería ser que la pobreza no es, como se nos dice, el signo de una sociedad que no crea riquezas, sino el producto de una so- ciedad que sólo aspira a maximizar las ganancias. En términos comparativos, el nivel de suministro ali- mentario aumentó -en la década del '80- 7 veces más enlos países desarrollados que en los paÍses subdesarrolla- dos. En los primeros cinco años de la década del '60, ese aumento había sido de 2,8 veces, lo que evidencia que el abismo alimentario que separa a los niños de América la- tina de los niños de los países desarrollados, lejos de ten- der a cerrarse, se ensancha cada vez más. Casi la totalidad de las proyecciones realizadas en los últimos años coinci- den en afirmar que habrá en América latina, en los umbra- les del nuevo siglo, más hambrientos y mal nutridos que hoy en día. EI Unicef profetiza que uno de cada cinco ni- ños estará mal nutrido en el año 2000. Más allá de las cifras, de los índices estadísticos -te-rroríficos en su fría elocuencia-, está la tragedia indivi- -40- -4r- 1980. rlrr¡tl, clcnt<¡s de millones de veces repetida' de Ia muerte' el lt¡rmbre, tu pou""'ultof"" y el desamparo total' Leios rle l¿r neutralidad estadística' es necesario saber que' dia- rt¡rmente, 50'000 ;tñ;;;'"ren "de más" en el mundo; que 150 millories de niños se acuestan con hambl,e cada no- che; que rs milone;;;;tt;se han convertido en defi- clentes fisicos y mentales este ano' Que 300 millones de niños, entre los seis y los once años' contemplan cómo otros niños van ai"'t""fu' En fin' que un quinto de la po- blación mundial, uno de cada cinco' lucha sólo por la sub- sistencia. Nuevamente: ¿es esto inevitable? Hace ya muchos años Ernesto "Che" Guevara afirmó que "vale má' u"u sola vida humana que todas las rique- zas del rnrndo"'in pues bien' ni siquieia se trata de todas las riquezas del ;;;;"' ia vida dt "' niño' lejos de va- rer .todas rr, ,iqr.!á, Jur mundo", Iejos de ser inestima- ble, vale menos de 100 dólares por año' Castados con cri- terio a favor Ot-Juaá uno de los 500 millones de niños más pobres del mundo y de sus madres' dicha suma ha- bria coste"¿o fu ^'istencia sanitaria base' la educación elemental, t" utJntiát del embarazo'la dieta' el abasteci- miento de agua y la higiene necesaria' En pocas palabras' habría cubierto i";;;t";;iaaaes básicas para la vida' Para inmunizar " toiá' f"t tin"t del mundo subdesarrollado contra las seis enfermedades más frecuentes y peligro- sas, se necesitan 'Oto S dólares por niño' No hacerlo cues- ta unos s miuones de vidas por año. Así, la vida de un ni- ño, lejos At'"''i-'i"'ti*"Uft' vale 100 dólares por año' En Ia práctica, pJ;; t;;unidad mundial resulta un precio demasiado "fto' pot eso' cada 2 segundos' un niño paga' con su vida, ese Precio' l9 Gueuara, Ernesto, Setected Speeches and writings' Pathfinder Press' INrRNrrcrDro y Mrro DEL AMoR MATERNAL Parti de una afirmación:p infanticidio está presente a lo largo de la historia de la humanidad, aunque la situa- ción actual de la infancia nada tenga que ver -en térmi-nos de cantidad de vida- con la de la antigüedqd_.i Por lo menos, ahora tenemos Unicef, Unesco, FAO y muchas or- ganizaciones gubernamentales y no gubernamentales pa- ra investigar, denunciar y hasta -en algunos casos- para hacer algo por los niños de los sectores más desposeÍdos. Por otro lado, estáFl mito del amor maternal, construc- ción mucho más recibnte que -al mismo tiempo que lessalvó la vida a muchos niños- culpabilizó (y por lo tanto sometió) a la mujsr en función de su anatomía al servicio de la procreaciógJ ¿Y el psicoanálisis de niños?-Ellpsicoanálisis \de niños hizo mucho por humanizar el concí¡ito de infadcia, además de ayudar a algunos niños que sufren. Pero, también,fál insistir en la importancia que tienen en la estructuracióh'precoz del psiquismo las pri- meras relaciones madre-hijo, convalidó, para la mujer, un modelo de sacrificio al servicio de la maternidad y la de- clarólRrácticamentefresponsable de la salud mental y fÍsi- ca dé"sus hijqg" No. No todos los psicoanalistas de niños pensamos así. Pero, si alguna lectora o algún Iector se dispusiera a revi- sar los trabajos de divulgación publicados por los princi- pales psicoanalistas de niños (me refiero a D. Winnicot, a M. Mannoni, a F. Dolto; entre nosotros a A. Raskovsky y, desde ya, al Dr. Spock y a R. Spitz en una época no muy le- jana), verá que este modelo convencional no sólo está in- tacto sino que ha sido reforzado por el psicoanálisis.'zo Todo el mundo sabe que es difícil mantenerse al mar- gen de posiciones ideológicas que determinan juicios de valor -culpabilizaciones arbitrarias hechas desde pre- tendidas posiciones científicas- pero es necesario con- signar, también, que las mujeres están tomando distan- cia de ciertas imposiciones para con sus amores asigna- dos. Los psicoanalistas de niños (y Ias y los trabajadores sociales y otros profesionales y expertos) deberíamos pensar si estamos ayudando o estamos perturbando ese tránsito. ' El patriarcado . y la historia de la humanidad no pare- ce'ñaber conocidó otra organización más estable y perma- nente-lie define por el grado de opresión de Ia mujer; subordinación conseguida en función de su característica diferencial en el proceso procreativól Si la maternidad es- clavizó a las mujeres, es probable qiie su libertad no pase por una renuncia a la maternidad; pero también es proba- ble que el cuestionamiento del mito del amor maternal es- té en la base de cambios significativos en la relación entre los géneros. Mientras tanto, hasta investigadores como Ariés y algu- nas autoras feministas como Marie Langer," Nancy Chodo- rof'2 -autoras que han estructurado su obra al servicio de desculpabilizar a la mujer por su resistencia a asumir el amor maternal como esencial- sostienen que esta socie- dad está dejando de funcionar bajo el ideal del niño como his majesty. Significa que[et niño está ocupando, gradual- mente, otro lugar en el iniáginario de las mujeres; ilt uttu se podría decir quepstá perdiendo privilegios| queapara bien o para mal- vüátve a situarse en un lugái parecido al que tenía en los siglos XVIII Y XIX. 2l Langer, Marie, "La mujer, sus limitaciones y potencialidades", en Cuestionamos ll, Buenos Aires, Granica, 1973. 22 Chodorow, Nancy, The Reproduction of Mothering, Berkeley, University of California Press, 1978. 20 Remito a Volnovich, Juan Carlos, Las inclusiones múttíptes del psicoanátisis y las teo- rías de las relaciones entre los géneros. -42- -43- I)ara bien: si es que, al gsumir el deseo de hijo, al mar- gcrr de ltmito impuesto\poriel "amor maternal"¡ las mujeres pueden estructurar su identidad de persona"s -de seres humanos completos- aliviando en algo el pesado fardo que significa soportar la condición de madre. Para mal: porque si bien es lícito acordar con F, Dolto23 cuando, resignada y realista, dice que "muchos padres ya no quieren a sus hijos", afirmación que puede leerse como que "muchas madres ya no quieren a sus hijos", es difícil sostener -y mucho menos avalar- el hecho de que[mu- chas sociedades -muchos Estados- ya no quieran a sus niños; y los descuiden, los abandonen o los sometan a vi- vir bajo todo tipo de violenciáll -J ¿Por qué morían tantos niños en la antigüedad? ¿Por qué mueren tantos en Ia actualidad? ¿Cuál es la apropia- ción simbólica que la humanidad ha hecho del concepto de "infancia" y que ha permitido, a lo largo de su historia, que un fenómeno tan dramático, tan "inhumano", como la matanza, el abandono o el trato despiadado, hayan estado presentes desde siempre, conformando una de las carac- terísticas más estables de la cultura? Parecería, entonces, que no hay cosa más humana -sipor humana entendemos la presencia de una costumbre que se ha mantenido inalterable a Io largo de los diferen- tes períodos históricos, en las distintas culturas, etnias, religiones y clases sociales- que la matanza, el abandono, el ensañamiento fisico y psicológico con los niños. Por supuesto que no tiene el mismo carácter simbóli- co la matanza de niños como homenaje a los dioses en los ritos religiosos de los aztecas, que la matanza de ni- ños anormales o de niñas por razones ideológicas y/o económicas en la Roma imperial. Pero Io que llama pode- rosamente la atención a cualquiera que se detenga a in- 23 Dolto, Franqoise, Tener hijos, Barcelona, Paidós, 1988. v('sllg¿lr st¡brc elfirato que los rlc los ¿trlultos a lo largo de la llr'¿t, ct¡¡-t ligeras variaciones, ¡rr,,scttte.'¡ niños recibieron Por Parte Historiáf es queiesta Prác- se ha mantenido siemPre f,il anr«¡r maternal como "in5tinto" construido por la cul- lrtr¿t.fueunaválvuladecontenciónalinfanticidi!.iYtuvo rcsrrltados notables al limitar la politica de elim:ilnación ;1,, ;;;a"r(§ln .rÚutgo, no logró suprimir esa práctic!oue lle,c, sÓ15 en América latina, la contundente estadÍstica rlc un millón de niños muertos de hambre y de desnutri- citin cada año. Dato que es fundamental leerlo junto a los irrl«¡rmes producidos por la FAO que confirman un volu- Ir¡e n total de alimentos producidos en América latina por cncima de las necesidades calóricas y proteicas de cada Irabitante del continente. Lo que reafirma que el hambre vlla muerte de los niños están ligadas' más que a la po- Lr.ru, a la mala distribución, a la desigualdad y a la in- iusticia| ien la antigüedad, la muerte por asfixia de los niños que eran aplastados-.por sus madres en el lecho era una estra- tegia infanticid4Jen 9l límite de lo voluntario' lo incons- ciente y la torperu. irt infanticidio no era legal' pero sÍ legítimá,y,iu p.tg. de ser censurado, se convivÍa con él co- -á also';nátrruÍti Ariés y De Mause coinciden en afirmar-''.drd, no habría existido un sentimientoque,pn la antigü de culpa asociado a la matanza de los niño! ie., t, actualidad, esta práctica sí tiene una clara sanción reprobatoria generadora de culpa y castigói Lo que anti- guamente era, si acaso, un error, es ahora' claramente' un horror. Hoy en día, muy pocos dudarÍan en calificar la práctica sistemática de la muerte por asfixia como infanti- cidio encubierto. Sin embargo, la muerte dB,lign.millón de niñosporañoenAméricalatinaesundatoSstá$isticocon el que convivimos sin mayor prgllema' ¿€b' 1ó antes se convivÍa con la muerte por asfixiat":? i '!' i I i t.;a;, l_1 r 4s- , ,{,.../ra I i,,:-44- t-l LJnicef declaró a 1980 el Año Internacional de la lnfhncia. Ese año nacieron en el mundo 1,22 millones de ni- ños. Uno de cada diez murió, es decir, i2 millones murie- ron antes de concluir el año '8I. El 95 % de ellos, en los paísessubdesarrollados. Casi 7 de cada 10 -80 millones de niños- murieron hasta hoy en día. Los sobrevivientes tienen diecisiete años. Estas cifras,fi-ro revelan un infanti- cidio encubierto con el que convir',tñor con cierta resigna- ción, aunque nadie dude de lo injusto de esas muertes evi- tablesfl \ /EI infanticidio es consustancial a la sociedad patriarca\. Ldí- antropólogos han descrito sociedades matrilinialei pero no matriarcados. Tampoco han hallado sociedades donde el infanticidio no se conocie.u.Ii-u historia de Ia hu- manidad es, entonces, la historia delttapitalismo patriar- cal; y el infanticidio es, salvando su sentido simbólico y las leves diferencias por épocas y culturas, una constanfel ]\ EI mito del amor maternal, impuesto por la cultura co- ñío fenómeno "natural", fue un freno al infanticidio pero ha sido, también, Ia continuación y Ia ratificación de la opresión de las mujeres por otros medios. Ambos, infan- ticidio y mito del amor maternal, son síntomas del capita- Iismo patriarcal, y si bien uno (el amor maternal) se cons- tituyé como freno del otro (el infanticidio) y por Io tanto significó un progreso, quedó capturado por el sistemái En este momento, cuando la denuncia del E,ito d.t amor maternal como construcción impuesta para subordi- nar y culpabilizar a las mujere{está siendo llevada ade- lante por una parte del Movimiento Feminista Mundial, ca- be preguntarse: ¿qué pasará con el infanticidio cuando se desmantele el mito del amor maternal? Cuando se atenúe el sentimiento de culpa inconsciente que liga a Ia madre con su hijo y con su propia madre, ¿cómo se plasmará el deseo de hijo? Cuando la maternidad no sea privilegio ex- clusivo de las mujeres -y la maternidad asistida, Ia tecno- lrr¡iiirtlt.¡lrtlbctay()trosadelantrlsdelacienciahacenpen- siu' (luc tlo cstamos muy lejos de eso-' ¿cuál será la polí- ¡r,ir s6ci¿rl Cotl respeCto a la ConServaCiÓn de niños? ¿Y de rrltiits/ Yit que se sabe que estas últimas son las menos de- sr';rrlits. l.sl0s interrogantes, y seguramente muchos más' apare- ( (,n cn lllotrentos en que -contra toda experiencia ante- liot lo biológico, que era considerado como mucho más l¡rrrrtttnble, más difÍcil de cambiar, se modifica al punto de r¡rtt' lu maternidad puede dejar de ser paÚimonio de las rrrrr,icre s, y aventaja y se adelanta a los cambios culturales' ,r ll irleología, a las creencias y a las costumbres' l.stos interrogantes devienen en verdaderos desafíos ¡rirnr cl pensamiento. Si la medida de Ia vitalidad de una i.,,,ría está determinada no por las respuestas nuevas que ¡rrocluce, sino por Ia posibilidad de hacer nuevas pregun- tirs a viejos problemui, Iu historia de la infancia (asociada irl psicoinálisis, a la genética, al aspecto jurídico y al fuer- tc irnpacto que tiene sobre Ia ética) parece augurar un fu- Irrro aPasionante. I ! ( -46- -4'1 - CnpíruLo 2 Los que viven en el margen . . . . . . . . . . .1 :. .1L .: : :.1:.1.19. . :r.yr]:l. 24 Una primera versión de este trabajo apareció en Dabas, E.; Najmanovich, D. (compi- ladoras), Redes. El lenguaje de los vínculos. Buenos Aires, Paidós, 1995. ¡l nrodcrnidad sostuvo -tal vez más como ilusión(luu como realidad, pero sostuvo al fin- la concep- r ld¡rr rlc un Estado benefactor.'5 El Estado benefactor se en- uu'¡1,ir de asistir y de ayudar a aquellos que podríamos lla- nr¡u' "rnarginales residuales" de un proceso de desarrollo rlu(, suponia pleno empleo. Los indigentes del estado be- rrr,l¿rct<lr eran aquellos incapacitados para conseguir traba- lo l)or algún tipo de invalidez. Así, el Estado mantenÍa: orfanatos para los niños desamparados; ¿rsilos para los ancianos; preventorios para los tuberculosos; - manicomios para los locos; - cárceles para los delincuentes; - reformatorios para los desobedientes, etc. Niños, ancianos, discapacitados físicos y mentales, mu- .ieres con muchos hijos engrosaban las listas de los indi- gentes asistidos por estas instituciones. Con la posmodernidad o la sobremodernidad, las cosas van cambiando. El Estado benefactor no ha desaparecido del todo pero ya se ha instalado un Estado neoconserva- dor con una serie de modificaciones que incluyen un au- mento notable de Ia desocupación; aunque, más que ésta, es la precarización del trabajo la que ha crecido de mane- ra alarmante. Además, la familia monoparental ha despla- zado a la familia extensa y ampliada. De esta manera, a los niños, ancianos, discapacitados fÍsicos y mentales, muje- res con muchos hijos, etcétera, se le ha agregado, ahora, una multitud de jóvenes que sí pueden trabajar, pero que están desocupados o que, para conseguir "changas", se ven obligados a vagabundear. Jóvenes que provienen de familias poco numerosas de las que no reciben casi nin- 25 Estado providencia que, en nuestro país, durante los penosos años de dictadura mi- litar dejó lugar al terrorismo de Estado. - 51 - gún capital simbólico, y que hma educat¡uo .á, i.""",,r"J:: nax transitado por un sisre- :.,, u ,, runj.,!T j:.::,}.j:,?.no u ,u .rrtu.á _y, á ve_una tempo."lidud r,, t'rir." JL'venes a quienes les espera fl::, :;: ;i: :, : a i: i ,.j; mj,: ijt t i.., ijl:iil: ffi il?xii .. ^En este capítulo abordaré al ffii'*H i, t{**lli1 t H' f, ilxx# :;riffi:,,r.::r Todo hace p.ensar que, al aludll,a Ia ,,marginalidad,,, se trata de espacios, ¿.'1, l".ulilu.ru, ae tugáres.-cuando ;,"": ::il::TJ a ra "mar*l'"iio,o" como ou¡.,o de estu- pecie a. ,ooolj-tl,{os a interrogarnos. acerca del Iugar: es- l"r .;;;;;:;:"t'"' superficie por donde-rJi,r,.,orr., funOu,,.,.-nliir.iPu.,o fÍsico del territolio p..o_uá..ar, y srafía a" io-"]r)"i;;;;';:,{'^ridad de ,"' Iirl*"ll "ono- . La rnarginalidad puede, así, sel ü[ il i" ; Lli:,' ;" r', "T: T ml.t IJU ] ::rJ, i i: :';solidarizan. La ,;;;;;;:j,,jli":. y famiriares que ras ,'"',x rf; :t, :;:ii,{.j {i:i j' ffiT.::: : th* .T il : ¿uo, *ü"ni;;;',t'nt"t de la selva o. ."..ül üu.*inuri $rk i¡.Tr j:*:,,r,:, n :illfi.', r,,x "xtr.: #; ,:i n',Tn.' L', li' i' il1' u ;;'i.., ".T';:'fi J.."? ffi ffi: didas de su h,r,o,!,ubilidad y algo de,l., J...r;;Jr. ,.._ espacios au .u.lulliRe-territorialización, también, en esos mo instituciones sron conceptualizad", o". -ól#r."ir,r.o_ Ias cárceter, u,.. :otalitarias: los hospitaies nriqiljiii."r, ti*,,*r:,H,í!i;í;í::;,::::;::::::"H;;;;:,::::,::,¡eneparaGua,,ariial de los enfermos mentates, pa- -52_ -53- l¡rl vez nrás que pensar la marginalidad a partir de la r.xr lusir)n y Ia desafiliación, más que pensarla a partir de l¡r rllscrirninación y de la segregación, habría que pensarla on sl.t devenir minoritario. Felix Guattari28 sugiere reempla- ¿¿rr cl concepto de "marginalidad" por el de "minorías',, r¡rrr, cstá menos connotado valorativamente.,,Minorías,, (¡tc, cn el devenir, difieren del paradigma hombre-blanco- o«'c i dcntal-adulto-razonable-heterosexual y ciudadano. ('oincido con Guattari cuando se refiere a Ia multiplici- rl¿rd de minorías, para aludir a los "cabecitas negras,,, a Ios "punks" y a tantos otros; pero también disiento con Gua- ttari porque la inmensa mayoría de la población mundial clue no responde a la normativa del centro, que nace, vive, se reproduce y muere en la marginalidad y la ilegalidad, mal puede ser considerada "minoría". La hipótesis fuerte que intentaré sostener aquí es que Ias formas de transgresión llevadas a cabo por las "minorías marginales" no se agotan en la respaesta desordenada a Ia legalidad hegemónica. eue hay algo, en el devenir de estos grupos, que está al servicio del pu- ro desorden; que algo del deseo social circula por allí, y que las oposiciones bipolares: . normal-patológico, o trabajadores-desocupados, . integrados-excluidos, no logran abarcar ni la plenitud de la energía que allí es- tá en juego, ni el vacío social que los alberga. Pese a la jerarquización fascista de las patotas y pan- dillas delincuentes y de todo tipo de circuitos de infrac- tores, esta forma de organización -o, más bien, de desor-ganización marginal- cobija la desmesura de una
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