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LA DEMANDA PARENTAL

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LA DEMANDA PARENTAL EN LA 
ACTUALIDAD Y SU RELACIÓN CON LA 
HISTORIA DE LA INFANCIA 
Norma Bruner 
 
 
Para que nazca un niño o niña bastaría la cópula de un hombre y una mujer, pero para que 
nazca un hijo es preciso, además, que sea hablado por los padres y que ya antes de nacer 
tenga un lugar en ese deseo. La función materna nombra y da existencia, otorgándole un 
ser y un mundo Otro donde vivir. El hijo, ante el poder de la palabra, quedará sometido a la 
demanda por donde la Función Paterna -función de corte y diferencia- instaurará la ley de 
un decir que no se agote, posibilitando otros nuevos decires y saberes. Si la función 
materna es necesaria para estar inserto en un mundo de lenguaje, sin la función paterna 
vivir como creación, riesgo e incertidumbre, sería imposible. No hay padre ni hijo de entrada. 
Es decir, Padre, Madre, Hijo, y Deseo son a construir. 
Las demandas de la instancia parental son necesarias para la constitución del sujeto y el 
desarrollo del niño en la infancia, ya que son pasadoras de la ley que funda el deseo. A este 
tipo de demandas Freud las llama “demandas éticas”. Sin embargo, es común a la infancia 
que sean recibidas por los niños –y recordadas luego a la hora de hacer cuentas– como 
exigencias abusivas, caprichosas y arbitrarias. Si bien toda demanda del adulto ubicaría al 
niño en una posición asimétrica, con un aspecto caprichoso y arbitrario, hay demandas 
“éticas” y otras que no lo son. Trazar el límite y establecer una frontera es tarea del 
psicoanalista, y define una ética del trabajo con niños. 
La presencia del psicoanalista en campos relativos a la educación, la clínica o el trabajo 
social, contribuye para que el niño pueda hacer su juego y devolverle a la demanda su 
razón ética. Hay demandas devenidas en exigencias que se presentan realmente abusivas, 
directas o sutiles, disfrazadas en la vida cotidiana. Los padres, o adultos significativos, las 
formulan generalmente con la intención de procurar al niño un futuro de bien. La paradoja 
de la exigencia es que nunca encuentra alivio. Siempre va por más y está por encima de 
todo. Podría decirse que la exigencia se vuelve exigencia de exigencia. Nada alcanza o es 
suficiente. 
La falta de medida es su rúbrica y configura un círculo vicioso que se retroalimenta en la 
justificación intelectual para redoblar su apuesta e “ir siempre por más” y “por encima de 
todos” en la relación con el niño. Los padres, atrapados en el circuito de la exigencia, suelen 
llegar a la consulta del psicoanalista confesando su endeblez e impotencia en el arte de 
dominar o gobernar la educación de sus hijos. La degradación de su autoridad los trae a 
pedir ayuda. 
Nos preguntamos, ¿cuándo las demandas a los hijos cruzan el límite y pasan a ser 
exigencia revelada? ¿Cómo pueden defenderse los niños de ellas sin sucumbir en el intento? 
Sigmund Freud se pronuncia con claridad en el año 1926: “Yo no soy partidario de fabricar 
cosmovisiones” (Freud, 1926: 91). Se refiriere a las innumerables veces en las cuales se 
habían tomado las tesis de su estudio sobre El Yo y el Ello, e intentado hacer de ellas Una 
cosmovisión psicoanalítica. En dicho estudio (Freud, 1923) desenmascara la arrogancia 
trabajosamente mantenida del Yo, para acentuar los vasallajes que padece frente a las 
exigencias que recibe del Ello y del Súper Yo. Así como su apronte angustiado, e impotencia, 
para hacerles frente a ambos. 
Encuentro diversas configuraciones del sufrimiento de los bebes, niños, niñas, y 
adolescentes, por las cuales nos consultan en la actualidad. Algunas de sus características 
revelan que el límite que separa, y diferencia, la demanda de la exigencia es impreciso y 
difícil de establecer de antemano. Sin embargo, la distancia entre el ideal y la posibilidad 
real de respuesta del niño –la maduración nunca es causa sino límite– tiene su importancia 
a la hora de la cuenta o balance. 
 Como nos muestra en su invariante la historia de la infancia y nos lo testimonian en 
la actualidad los bebes y niños en posición melancólica, las demandas parentales no 
necesariamente tienen “ética”. Los bebes o niños y niñas, “insignificantes fálicos”, no han 
tenido la fortuna de quedar agarrados por la obra y gracia de la demanda parental a la 
sortija del falo, hacen entrada al autismo o a las psicosis melancólicas de no modificarse 
esta cuestión, a partir de una intervención psicoanalítica temprana e interdisciplinaria 
(Bruner,2008, 2016). Freud dice, en torno a la demanda ética: 
 (...) Mediante un sistema de premios, de amor y castigos, se educa al niño en el 
conocimiento de sus deberes sociales, se le enseña que su seguridad en la vida depende 
de que sus progenitores y después los otros, lo amen y puedan creer su amor hacia ellos. 
(…) las prohibiciones y demandas de los padres perviven en el pecho como conciencia 
moral (...) (el subrayado es mío) (Freud, 1933: 151). 
 
 En cambio, la exigencia es un requerimiento o necesidad forzosa. Se trataría de 
pretensiones desmedidas[1]. Ante las exigencias, la instancia psíquica del YO tironeada 
corre el riesgo de ser avasallada, y para defenderse intenta dominar o gobernar. Esto que 
le ocurre a los padres (Instancia Parental) y a los hijos (Instancia del Hijo) también le ocurre, 
según mi experiencia, al lugar que podríamos llamar Instancia del Analista. 
 Los niños hacen experiencia, ensayan y practican la manera de hacerle oposición a 
la imposición para conquistar autoafirmación y separación –simbólica e imaginaria– sin 
correr el riesgo más temido: ser castigados por el adulto, con el abandono de su amor. 
 Mientras juegan, los niños, invierten y dan vuelta a la demanda parental, poniendo 
las cosas en un nuevo orden, uno propio. Ya escribí, en distintos trabajos, que cuando Eso 
no se juega retornará por distintas vías (Bruner, 1994) en formaciones sintomáticas que 
prefiero pensar como “las formaciones clínicas del juego” (Bruner, 2016). 
 Podría dar tantísimos ejemplos de situaciones analíticas a partir de las cuales un 
niño o una niña, con su analista como puente, puede poner un límite y darle así una razón 
y medida a la demanda para que deje de ser exigencia, restituyendo al falo su función. 
 Los niños dependen absolutamente del lugar que les asigna la tabla de la valoración 
del Otro. La vara con la que se miden sus capacidades o deficiencias, a la hora de 
responder a las expectativas o demandas, va informando y formando su hándicap, o ranking, 
de su ubicación en la escala del deseo y amor del Otro. 
 
Infancia, Historia y Psicoanálisis 
El concepto de infancia tal como lo entendemos hoy, es decir, aquel valioso periodo inicial 
de la vida de una persona, es de adquisición tardía en la historia de la humanidad. Si bien 
es difícil hacer generalizaciones sobre un tema tan amplio, es notorio que el niño, durante 
largos períodos históricos, fue víctima de toda una variedad de formas de rechazo, 
partiendo de la no aceptación de su indefensión y necesidades afectivas, hasta los tratos 
más brutales, incluyendo el infanticidio, fuera consiente o no. Si actualmente podemos 
sentirnos afectados por los casos de maltrato infantil, éste no es comparable, en extensión 
y gravedad, al que vivían en la Antigüedad y la Edad Media. 
 En el siglo XIX se produciría un cambio radical respecto a la acepción de la niñez, a 
partir de la concurrencia de diversos factores que, gradualmente, contribuyeron a que fuera 
considerada y jerarquizada en una importancia sin precedentes. A diferencia de lo ocurrido 
hasta entonces, el conjunto de las instituciones sociales centraron su interés en ese período 
../../apolledo/Desktop/Pendrive/Intersecciones/Intersecciones%20junio%202019/Demanda%20parental%20e%20historia%20de%20la%20infancia%20-%20Bruner.docx#_ftn1
de la vida, confiriéndole un status y un reconocimientoque transformó el anterior rechazo, 
desinterés, y desconocimiento, por la asignación de un papel protagónico en la familia y la 
sociedad. 
 Fue también en este interjuego de circunstancias políticas, culturales, económicas y 
científicas que, como iremos viendo, podemos ubicar los orígenes de los descubrimientos 
y desarrollos del pensamiento psicoanalítico. En primer lugar, debemos mencionar el auge 
y el desenvolvimiento de la Revolución Industrial. Esto suscitó la necesidad de educar y 
capacitar a niños y jóvenes con vistas a un futuro productivo. Se fue incorporando, así, una 
idea de lo prospectivo en sus vidas, del cual se desprendía, de hecho, un concepto de 
continuidad entre la vida infantil y la vida adulta. 
 Por otro lado, en la segunda mitad del siglo XIX, la pedagogía se manifestaría como 
una disciplina de enorme influencia, no solamente en la formación técnica, sino también en 
la propagación y regulación de los standards culturales. De esta manera, la educación se 
transformó en asunto de interés en función del futuro económico, político y social de los 
Estados-Nación. 
 Otro factor que contribuyó a la posibilidad de esta nueva figuración de la niñez fue el 
extraordinario avance de la medicina. Especialmente en lo relacionado con la prevención 
de las enfermedades infecto-contagiosas, que eran las de mayor incidencia en la mortalidad 
infantil. 
 Por otra parte, en un primer período, digamos el pre-1900, Sigmund Freud escribió 
y desarrolló una linealidad, casi probatoria, que conectaba escenas del pasado infantil con 
la actualidad sintomática de los adultos. El modelo médico causa-efecto estaba de alguna 
manera respaldado por las impresionantes mostraciones de Charcot, quien, utilizando la 
hipnosis, podía aparentemente retrotraer a la paciente histérica a un supuesto pasado, 
punto desde el cual presuntamente podía darse otro curso a la enfermedad (descarga, 
catarsis). 
 Pero Freud, desde la clínica, argumentaba algo diferente a las meras 
demostraciones catárticas, como de alguna manera eran las exhibiciones de Charcot, que 
no se diferenciaban demasiado de las mismas escenas histéricas que querían develar. El 
trabajo psicoanalítico con el paciente era continuado, arduo y consecuente con las palabras 
y las emociones, no solamente del paciente sino también del analista. Se fueron dando las 
primeras aproximaciones a los conceptos que serían pilares del psicoanálisis. Poco más 
adelante, a la práctica con pacientes Freud añadiría su propio autoanálisis, que lo llevaría 
a la certidumbre de algo que ya de alguna forma sospechaba: las escenas, particularmente 
descriptas como de seducción, desencadenadoras del síntoma neurótico, pertenecían al 
orden de la fantasía. 
 La relación con el pasado, y la posibilidad de su reconstrucción, estaría complejizada 
por una serie de intermediaciones, que aun siendo atravesadas, no garantizaban una 
aproximación más o menos objetiva a lo que había sido de niño ese adulto, ahora en análisis. 
Compulsión a la repetición en transferencia, sueños, síntomas, recuerdos encubridores, re-
significación (après coup), serían conceptos que aportarían datos sobre la infancia. Estos 
no solamente debían ser evaluados y ordenados, sino que además, por las mismas 
características del desarrollo del proceso analítico, estaban sujetos a una continua 
movilidad. 
 La causación del síntoma, entonces, aun si se suponía alguna ocasión puntual de 
significación, aparecía subsumida en una trama de multideterminación que alejaba la idea 
de que fuera pensada con un efecto lineal. La neurosis infantil, tal como se manifestaba en 
la transferencia, por lo tanto, daba cuenta de una versión fantaseada y actual acerca de la 
infancia del paciente adulto. 
El niño pasaba a ocupar un lugar pleno de interrogantes para el psicoanálisis. Si se daba 
crédito absoluto a lo reconstruido desde el adulto, el niño debía corresponder a dicha 
reconstrucción. Pero la complejidad y dinámica de los mecanismos que proveían de datos 
a la reconstrucción, y el carácter de su procedimiento, cuestionaban no solo su objetividad, 
sino que además –y fundamentalmente– si dicha objetividad era necesaria o deseable. 
El niño, en tanto tal, quedaría perdido como objeto del psicoanálisis. A excepción de que se 
le atribuyera el carácter de “adulto reducido” (como aparecía en la iconografía medieval). 
¿No se le estaba asignando, así, el lugar, o mejor dicho el no-lugar, que tuvo la infancia 
hasta principios del siglo XIX? 
Si lo pensamos desde el psicoanálisis, estos problemas no resueltos quedarían planteados. 
A Freud no se le escapó que para acceder al niño, desde su teoría, había dificultades, 
porque la niñez era diferente a la adultez. “Psicológicamente, el niño es un objeto diverso 
que el adulto”, escribiría en 1933 (Freud, 1933: 143). De esto dan cuenta sus vacilaciones 
de postura ante el psicoanálisis infantil. Incluso quedó planteado en sus alusiones a la 
implementación de la pedagogía como una prótesis para estos análisis, lo cual puede ser 
tomado como un reconocimiento de la necesidad de ocupar con medios ajenos al 
psicoanálisis los huecos que éste no podía resolver. No es que durante el período anterior 
a 1920 la única experiencia clínica con niños haya sido la que dio origen al historial de 
Juanito (Freud, 1909: 3-118). De hecho, es interesante hacer notar que en sus comienzos 
profesionales, digamos en su período “pre-psicoanalítico”, Freud trabajó durante muchos 
años (1886-1896) en el Departamento Neurológico de la Clínica para Niños del Dr. 
Kassowitz, concurriendo tres veces por semana. Incluso algunos de sus primeros trabajos, 
de orientación neurológica, son de esta época, y corresponden a investigaciones realizadas 
sobre pacientes infantiles. 
Podemos suponer, entonces, que Freud tuvo una aproximación importante a las 
problemáticas de la niñez, ya desde sus primeras experiencias como médico, y que le 
confería una relevancia capital a este período de vida en su perspectiva teórica, por más 
que muchos interrogantes analíticos sobre este tópico hayan quedado sin saldar. 
Algunas reflexiones finales 
Retomemos ahora el seguimiento de la historia de la infancia (y correlativamente lo referido 
al concepto de niñez y el lugar de la instancia parental) en estos dos últimos siglos. Es 
notorio que a lo largo de ellos el niño fue ocupando un lugar destacado –y hasta puede 
decirse, desde un cierto punto de vista, privilegiado– en el discurso y la consideración social. 
La posibilidad de prevenir para él un futuro se adecuó en función de un tiempo necesario 
para su capacitación, de acuerdo a una sociedad industrial en desarrollo. 
La continuidad temporal que relaciona la infancia con la adultez fue un valor que se impuso, 
en tanto tal, recién en el siglo XX. 
El psicoanálisis tomó para sí, en sus orígenes, ese nuevo lugar que ocupaba el niño. 
Tomando de referencia a las ciencias y la medicina de la época, aplicó a su espectacular 
hallazgo de la correspondencia entre patología adulta e infantil los esquemas de causalidad 
directa. Constituyó, así, la idea de una niñez a la que se podía acceder en su materialidad 
a partir de los sueños, recuerdos y síntomas del paciente neurótico. Pero no se sostendría 
mucho tiempo esta concepción que, por otra parte, también desde los inicios promovía 
dudas. 
El llamado “giro del 1900” instaló definitivamente un psicoanálisis que accedió a una versión 
de la infancia, producto de una serie de mecanismos y transformaciones, que denotaron las 
dificultades para llegar a través del discurso del neurótico adulto al conocimiento de la 
infancia tal cual es experimentada por el niño. El psicoanálisis dio cuenta de una escisión 
inexorable entre una niñez perdida para siempre, y una vida adulta desde la cual se 
construyen y reconstruyen versiones históricassobre la infancia, necesarias para la 
coherencia y continuidad de la identidad. 
El niño-en-sí quedó entonces desplazado por el niño-en-el adulto. El psicoanálisis, desde 
sus fundamentos, aludió a una escisión del sujeto, denotada por un psiquismo dividido. 
Como aproximación, podemos decir que si hay una escisión sincrónica 
conciente/inconciente, también puede plantearse otra, en este caso diacrónica: las 
existentes entre infancia y adultez, De todos modos, esto se relativiza si tomamos en cuenta 
una de las concepciones clásicas que asimila lo inconsciente a lo infantil. Ambos son 
conceptos que, en tanto referidos a lo reprimido y aun a lo incognoscible, promueven 
resistencias y rechazo. 
La dimensión de desconocimiento encarnada en el niño puede ser una fuente de violencia 
hacia él, a la que se suma su indefensión y endeblez, que lo hace más vulnerable. Si la 
historia de la infancia aportó al psicoanálisis un concepto de niñez que constituyó uno de 
los puntos de partida de su desarrollo, este pudo, a su vez, desentrañar y ofrecer a la 
historia elementos que desmienten y reubican los alcances de ese aparente lugar de 
privilegio que se le otorga al niño. 
Las diferentes modalidades en que persiste el maltrato infantil, suponen, por ejemplo, una 
invariante que subsiste en lo que hace a la relación del adulto (y la sociedad) con sus niños. 
No podemos decir que en estos últimos dos siglos la desconsideración histórica hacia la 
niñez haya primado, ya que el niño fue objeto de un singular investimento 
narcisístico. 
Gran parte de las dificultades de la infancia, nos informa Freud (1933), residen en que el 
niño debe apropiarse en breve lapso de los resultados de un desarrollo cultural que se 
extendió a lo largo de milenios: el dominio sobre las pulsiones y la adaptación social, o al 
menos los primeros esbozos de ambos. Mediante su propio desarrollo, solo puede lograr 
una parte de ese cambio; mucho debe serle impuesto por la educación. 
Si bien toda demanda pretende la incondicionalidad a la hora de la respuesta, bastaría 
preguntarnos ante cada consulta que recibimos por un bebé, niño o niña, si la demanda 
parental soportara que lo que vuelva como respuesta sea la condición absoluta del sujeto. 
La condición absoluta del sujeto es la de no ser más que pura diferencia. La exigencia 
busca encontrar como respuesta el orden de lo idéntico a sí mismo, la repetición de lo 
idéntico. 
¿Dónde encontraremos las versiones que del padre un niño, o niña, hace en la clínica? El 
trabajo del juego (Bruner 2008, 2016), permite a los niños y niñas construir versiones del 
padre e inscribir lo que luego podrá leer su historia infantil. 
 
 
Bibliografía 
BRUNER, N. (2008), Duelos en Juego, Buenos Aires, Letra Viva, 2019. 
BRUNER, N. (2016), El Trabajo del Juego, Buenos Aires, Eudeba. 
FREUD, S. (1909). Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Amorrortu. TX. Buenos 
Aires. 1984 
FREUD, S. (1925/1926) Inhibición, Síntoma y Angustia. Amorrortu. T XX. Buenos Aires. 
1984 
FREUD, S. (1923) El Yo y el Ello. Amorrortu, TXIX, Buenos Aires. 1984 
FREUD, S. (1932/1933). Nuevas Conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu. 
TXXII Buenos Aires. 1984 
LACAN, J. (1964) Los cuatro conceptos del psicoanálisis, Barcelona, Barral, 1971. 
 
 
[1] Según el diccionario de la Real Academia Española el término exigencia tiene las 
siguientes dos definiciones: 1. Requerimiento o necesidad forzosa para que se produzca 
una acción. 2. Pretensión caprichosa o desmedida 
 
../../apolledo/Desktop/Pendrive/Intersecciones/Intersecciones%20junio%202019/Demanda%20parental%20e%20historia%20de%20la%20infancia%20-%20Bruner.docx#_ftnref1
	LA DEMANDA PARENTAL EN LA ACTUALIDAD Y SU RELACIÓN CON LA HISTORIA DE LA INFANCIA

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