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Altamirano, Myers y otros - Historia de los intelectuales en America Latina

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Dirección general del proyecto:
Carlos Altamirano
Comité académico:
Nora Catelli, Horado Crespo,
Arcadio Díaz Quiñones, lean Franco, Javier Garcíadiego,
Claudia Lomnitz, Sergio Miceli, Jorge Myers
Editores:
Volumen 1:Jorge Myers
Volumen ll: Carlos Altamirano
Historia de los intelectuales
en América Latina
Director: Carlos Altamirano
I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo
Editor del volumen: Jorge Myers
• conocimiento
Primera edición, 2008
© Katz Editores
Charlone 216
C1427BXF-Buenos Aires
Fernán González, 59 Bajo A
28009 Madrid
www.katzeditores.com
cultura Libre
© Carlos Altamirano
ISBN Argentina: 978-987-1283-78-1
ISBN España: 978-84-96859-36-4
1. Historia Intelectual. 1. Altamirano, Carlos, dir.
CDD 306.42
El contenido intelectual de esta obra se encuentra
protegido por diversas leyes y tratados internacionales
que prohíben la reproducción íntegra o extractada,
realizada por cualquier procedimiento, que no cuente
con la autorización expresa del editor.
Diseño de colección: tholón kunst
Impreso en la Argentina por Latingráfica S. R. L.
Hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Índice
9 Introducción general
Carlos Altamirano
29 Introducción al volumen 1
Losintelectuales latinoamericanos desde la colonia
hastael inicio del siglo xx
JorgeMyers
I. EL LETRADO COLONIAL
53 Gente de saberen losvirreinatosde Hispanoamérica
(siglos XVI a XVIII)
Osear Mazín
79 Hacia un estudio de las élites letradas en el Perú
virreinal: el caso de laAcademiaAntártica
Sonia V. Rose
94 Brasil: literaturae «intelectuales" en elperíodocolonial
Laura de Mello e Souza
11, ÉLITES CULTURALES y PATRIOTISMO CRIOLLO:
PRENSA y SOCIEDADES INTELECTUALES
lal El letrado patriota: loshombresde letras
hispanoamericanos en la encrucijada del colapso
del imperio españolen América
JorgeMyers
145 Redactores, lectores y opinión pública en Venezuela a fines
del perlado colonial e inicios de la independencia (1808-1812)
PauletteSilva Beauregard
168 Losjuristas comointelectuales y el nacimiento
de los estados naciones en América Latina
Rogelio Pérez Perdomo
184 ':4. la altura de las luces del siglo":
el surgimientode un clima intelectual
en la BuenosAiresposrevolucionaria
Klaus Gallo
205 Traductores de la libertad: el americanismo
de los primeros republicanos
Rafael Rojas
227 Tres etapas de laprensapolítica mexicana del siglo XIX;
el publicista y los orígenes del intelectualmoderno
Elías I. Palti
242 Loshombresde letras hispanoamericanos
y elproceso de secularización (1800-1850)
Annick Lempérierc
111. LA MARCHA DE LAS IDEAS
269 La construcción del relato de losorígenes
en Argentina, Brasily Uruguay: lashistorias nacionales
de Yarnhagen, Mitre y Bauzá
Fernando J. Devoto
290 El erudito coleccionista y losorígenes del americanismo
Horacio Crespo
312 Intelectuales negros en el Brasildel siglo XIX
Maria Alice Rezende de Carvalho
334 "República sin ciudadanos": historiay barbaries
en Cesarismo democrático
Javier Lasarte Valcárcel
IV. ENTRE EL ESTADO Y LA SOCIEDAD CIVIL
363 Tres generaciones y un largo imperio:
fosé Bonifácio, Porto-Alegre y Ioaquim Nabuco
Lilia Moritz Schwarcz
387 Nuevos espacios de formación y actuación intelectual:
prensa,asociaciones, esfera pública (1850-1900)
Hilda Sabato
412 El exilio de la intelectualidadargentina:
polémicay construcción de la esfera públicachilena (1840-J850)
Ana María Stuven
441 Losintelectuales y elpoderpolítico: la representación
de los científicos en México del porfiriato a la revolución
Claudio Lomnitz
465 Maestras, librepensadoras y feministas
en laArgentina (1900-1912)
Dora Barrancos
V. EXILIOS, PEREGRINAJES Y NUEVAS FIGURAS
DEL INTELECTUAL
495 Cronistas, novelistas: la prensaperiódica como espacio
de profesionalización en la Argentina (1880-1910)
Alejandra Laera
513 El modernismoy el intelectualcomo artista: Rubén Daría
Susana Zanetti
544 Camino a la meca: escritores hispanoamericanos
en París (1900-1920)
Beatriz Colombi
,67 Colaboradores
'73 Índice de nombres
Introducción general
Carlos Altamirano
Las élites culturales han sido actores importantes de la historia de América
Latina. Procediendo como bisagras entre los centros que obraban como
metrópolis culturales y las condiciones y tradiciones locales) ellas desem-
peñaron un papel decisivo no s6lo en el dominio de las ideas, del arte o
de la literatura del subcontinente, es decir, en las actividades y las produc-
ciones reconocidas como culturales, sino también en el dominio de la
historia política. Si se piensa en el siglo XIX, no podrían describirse ade-
cuadamente ni elproceso de la independencia, ni eldrama de nuestras gue-
rras civiles, ni la construcción de los estados nacionales, sin referencia al
punto de vista de los hombres de saber, a los letrados, idóneos en la cul-
tura escrita y en el arte de discutir y argumentar. Según las circunstancias,
juristas y escritores pusieron sus conocimientos y sus competencias lite-
rarias al servicio de los combates políticos, tanto en las polémicas como en
el curso de las guerras, a la hora de redactar proclamas o de concebir
constituciones, actuar de consejeros de quienes ejercían el poder político
o ejercerlo en persona. La poesía, con pocas excepciones, fue poesía cívica.
El vasto cambio social y económico que posteriormente, en el último
tercio del siglo XIX, incorporó a los países latinoamericanos a la órbita de
la modernización capitalista, existió antes, como aspiración e imagen idea-
lizada del porvenir, en los escritos de las élites modernizadoras. La mar-
cha hacia el progreso tomó diferentes vías políticas, desde la tórmula del
gobierno fuerte a la república oligárquica más o menos liberal, pero todas
contaron con su gente de saber y sus publicistas. Había que unificar el
Estado y consolidar su dominio sobre el territorio que cada nación hispa-
noamericana reclamaba como propio, redactar códigos e impulsar la edu-
cación pública. Esas tareas no pudieron llevarse adelante sin la coopera-
ción de "competentes", nativos o extranjeros, que pudieran producir y
ofrecer conocimientos, sean legales, geográficos, técnicos o estadísticos.
10 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
Tampoco sin quienes pudieran suministrar discursos de legitimación
destinados a engendrar la alianza incondicional de los ciudadanos con "su"
Estado -cnarrativas de la patria, de la identidad nacional, del pueblo en
lucha por la nación en los campos de batalla-. Brasil, cuya independencia
no había conocido las rupturas ni las vicisitudes de sus vecinos, se puso
institucionalmente a la par del resto de los países latinoamericanos en 1891,
al adoptar el modelo de la república y dejar atrás el orden monárquico.
En el siglo xx la situación y el papel de las élites culturales varió de un
país al otro, según las vicisitudes de la vida política nacional, la compleji-
zación creciente de la estructura social y la ampliación de la gama de los
productores y los productos culturales. Pero, hablando en términos gene-
rales, digamos que desde fines del siglo anterior los indicios de diferencia-
ción entre esfera política y esfera cultural se harían cada vez más evidentes
y que la división del trabajo comenzó a desgastar los lazos tradicionales
entre los hombres de pluma y la vida política. El desarrollo de la instruc-
ción pública amplió el mercado de lectores y poco a poco comenzó a ger-
minar aquí y allá una industria editorial. Pero la literatura, al menos la lite-
ratura de y para el público cultivado, no se transformó por ello en una
profesión -seguiría siendo una ocupación que no daba dinero- y los empleos
más frecuentes para quienes quisieran vivir de la escritura o del conoci-
miento disciplinado en estudios formales fueron el periodismo, la diplo-
macia y la enseñanza.
Nuestros países ingresaran can retraso en el mundo moderno y cultu-
ralmente continuaron desempeñando el papel de provincias de las grandes
metrópolis, sobre todo de las europeas, que funcionaban como focos de
creación y prestigio de donde provenían las ideas y los estilosinspirado-
res. América había llegado tarde al banquete de la civilización europea,
según afirmó en 1936 Alfonso Reyes,en una fórmula que se haría célebre
porque resumía un sentimiento generalizado en las élites culturales de
América Latina. No obstante, aunque lejos de los centros en que se inven-
taban las doctrinas y se experimentaban las nuevas formas, hemos tenido,
corno en otras partes, hombres de letras aplicados a la legitimación del
orden e intelectuales críticos del poder, vanguardias artísticas y vanguar-
dias políticas surgidas de las aulas universitarias. El APRA (Alianza Popu-
lar Revolucionaria Americana), fundada en México en 1924 por un líder
del movimiento estudiantil peruano, Haya de la Torre, es sólo el ejemplo
más logrado, pero no el único, de esas vanguardias políticas que estimuló
a lo largo de América Latina el movimiento de la Reforma Universitaria.
Las revoluciones del siglo xx en América Latina -la de México en 1910 y la
de Cuba en 1959- interpelaron a los intelectuales y conmovieron sus modOl.
INTRODUCCiÓN GENERAL I 11
de pensar y de actuar, pero no sólo en esos países sino a lo largo de todo
el subcontinente.
No resulta dificil, en suma, identificar Iaíebor de estasfiguras.Sin embargo,
aunque sabemos bastante de sus ideas, no contamos con una historia de la
posición de los hombres de ideas en el espacio social, de sus asociaciones y
sus formas de actividad, de las instituciones y los campos de la vida inte-
lectual, de sus debates y de las relaciones entre "poder secular" y"poder espi-
ritual", para hablar como Auguste Comre. Hay excelentes estudios sobre
casos nacionales, por cierto, y el Brasil y México son los países que llevan
la delantera en este terreno, pero carecemos de una historia general.
la historia de los intelectuales admite más de un abordaje y cada uno de
ellos puede contener su parte de verdad, aunque no sea la verdad completa.
Por amplia que sea la concepción, difícilmente pueda hacer justicia a todos
los hechos dignos de ser considerados y algunos aspectos del tema queda-
rán en la penumbra. La historia de los intelectuales en América Latina
que presentamos aquí no escapa seguramente a tales limitaciones, pero
serán sus lectores, no quienes la hemos hecho, los que se hallen en mejor
posición para juzgarlas. Quisiera exponer brevemente los razonamientos
y los criterios que orientaron la formulación inicial del proyecto del que
nació la Historia de los intelectuales en América Latina y me valdré para eso,
aquí y allá, de argumentos expuestos ya en otras partes. Desde que la idea
echó a andar a comienzos de 2005 tuvo varios momentos de reflexión colec-
tiva y de ajustes. Más adelante voy a referirme a las etapas de ese trabajo
que llevó del bosquejo preliminar a su forma actual.
Como nada es diáfano y unívoco en el vocabulario relativo a los inte-
lectuales, tal vez sea necesario introducir algunas indicaciones sobre el sen-
tido que le otorgamos a esta noción empleada hasta aquí sin mayor espe-
cificación. El término "intelectuales" no evoca multitudes en ningún lugar
del mundo -tampoco, por supuesto, en América Latina-. Al igual que en
casi todas partes, también en esta región el espacio característico de los
intelectuales es la ciudad..aunque su ambiente no sean únicamente las capi-
tales o las grandes ciudades (el esquema de Edward Shils [19811 de "metró-
polis" yvprovincias" en la vida intelectual resulta aquí muy pertinente). La
condición urbana define igualmente el tipo de cultura en que ellos se for-
man, una cultura de patrón europeo occidental que, desde la conquista y
12 I HISTORIA OE lOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
la colonización ibéricas, tiene su sede y sus focos de irradiación en las ciu-
dades (Romero, 1986). Los programas de autonomía cultural respecto de
Europa, que desde los años del romanticismo han nacido y renacido, una
y otra vez, nunca implicaron la renuncia a la matriz occidental ni a las
lenguas recibidas del Viejo Continente. Tampoco cuando los intelectuales
y el Estado revalorizaron las culturas indígenas y la de los pueblos de pro-
cedencia africana, ni cuando se buscó en esas fuentes los orígenes de una
identidad nacional o continental. En fin, la permanencia de aquella matriz
puede reconocerse sin esfuerzo en las disciplinas que cultivan las univer-
sidades latinoamericanas, en los géneros discursivos con que los escrito-
res ponen en forma el deseo de expresión literaria yen elvocabulario de
sus debates ideológicos.
A fines del siglo XIX el conjunto de quienes en el continente podían cla-
sificarsebajo la denominación de intelectuales era aún muy reducido. Tome-
mos el ejemplo que nos ofrece el crítico argentino Roberto Giusti al refe-
rirse a la creación delAteneo, la sociedad intelectual que se fundó a mediados
de 1892 para favorecer las actividades literarias y artísticas en Buenos Aires.
La reunión promotora se llevó a cabo en la casa del poeta Rafael Obligado
y se mezclaron en ella integrantes de al menos dos generaciones, la del ochen-
ta y la de sus sucesores. Fue muy numerosa, observará Giusti (1954: 54):
Concurrió tout Buenos Aires, todo o casi todo lo que la ciudad tenía de
representativo en el campo de la cultura, escritores, artistas, músicos,
aficionados a las letras, personas ilustradas que no desdeñaban, al mar-
gen del ejercicio de la actividad profesional o política, el buen libro, el
buen teatro o la plática culta e ingeniosa.
Ahora bien, la lista de asistentes que registra no alcanza los cincuenta nom-
bres, entre los que no figura el de ninguna mujer. Una pequeña comuni-
dad intelectual masculina en la ciudad que está a punto de convertirse, con
la llegada de Rubén Dario, en la "capital del modernismo" para toda la
América hispana. Admitamos que la lista de Giusti podía ser selectiva (no
incluía sino a los que consideraba prominentes) y que a la casa de Rafael
Obligado tal vez no hayan concurrido todos los habitantes posibles de la
república porteña de las letras. Los nombres que podrían añadirse, sin
embargo, no alterarían básicamente las exiguas dimensiones de esa repú-
blica. La situación no era demasiado diferente en las otras capitales lati-
noamericanas.
Ladelgada capa de personas cultivadas de fines del novecientos se ensan-
chó en la centuria siguiente, junto con el crecimiento demográfico de la
INTRODUCCiÓN GENERAL I 13
región, el desarrollo de las ciudades, la extensión del sistema de enseñanza
yel afianzamiento de la educación superior, que ampliaron y diversificaron
las funciones y las profesiones intelectuales. En la segunda mitad del si-
glo xx, en particular en los años sesenta y setenta, el aumento de estudian-
tes y diplomados se volvió masivo. Este crecimiento continuado amplió el
universo de donde se reclutan los intelectuales, mejor dicho, de quienes son
social y culturalmente percibidos como tales, un reconocimiento que no se
extiende por igual a todos los que ejercen funciones y labores intelectuales
en la vida social. Para hablar con los términos de Randall Collins (2000):
no todos se hallan en el "centro de la atención" ni igualmente próximos a
ese centro. Ese interés desigual refleja la estratificacián del campo intelec-
tual, donde la autoridad (o el prestigio, o la reputación) no se halla pareja-
mente distribuida -algunos individuos y algunos grupos alcanzan más aten-
ción que otros-. Hay siempre quienes desempeñan posiciones eminentes en
la conversación intelectual, los que ocupan elcentro. Cuando se hace refe-
rencia a la influencia de los intelectuales, cuando se juzga si han tomado el
partido correcto o se les reprocha su abstención o su docilidad, se piensa
básicamente en esa franja de mayor visibilidad y audiencia, una minoría res-
pecto del entorno mucho más amplio de las profesiones intelectuales.
¿De dónde procede ese reconocimiento? De la opinión de la comuni-
dad intelectual, pero no sólo de.ella. Un estudio de RodericA. Camp (1982)
sobre los intelectuales contemporáneos en México nos provee de un ejem-
plo. Para responder a la pregunta dequiénes son los intelectuales en este
país, Camp llevó a cabo una encuesta entre tres grupos: académicos nor-
teamericanos especializados en México, políticos mexicanos e intelectua-
les mexicanos, y a cada uno de los encuestados les solicitó una lista de las
personalidades que consideran destacadas en la vida intelectual mexicana
desde 1920 a 1980. De las respuestas obtenidas confeccionó tres listas de
acuerdo con los nombres más citados dentro de cada uno de esos grupos.
Al analizar los tres conjuntos, Camp hará varias observaciones: que las
listas sólo concordaban parcialmente; que era mayor la coincidencia entre
los mencionados por los académicos norteamericanos y los intelectuales
mexicanos, que los que surgían de las listas de políticos; que éstos apre-
ciaban más a los abogados que a los literatos, y a intelectuales que se con-
sagraban al servicio público que a los independientes, muy valorados, a
su vez, por los intelectuales que respondieron a la encuesta; en fin, que en
el juicio de los académicos norteamericanos pesaba mucho que los auto-
res hubieran sido traducidos en los Estados Unidos. Sobre la base de los
nombres más frecuentemente citados en las tres listas, Camp estableció el
cuadro de lo que titula la élite intelectual mexicana entre 1920 y 1980, un
14 I HISTORIA DE lOS INTELECTUALES EN AMÉRICA lATINA
elenco de 53 figuras que encabezan JoséVasconcelos, Octavio Paz,Vicente
Lombardo Toledano y Daniel Cosía Villegas.
El número de los integrantes de ese vértice podría ser mayor (por ejem-
plo, si se sumaran todos los nombres citados en las respuestas de los tres
grupos encuestados por Camp), pues los límites del espacio central nunca
son estrictos ni estables. Podría además ampliarse el foco y prestar aten-
ción no sólo al centro sino también a la periferia, o aun registrar sobre
todo a los que desconocen o desafían la autoridad del centro. Ciertamente:
poner en entredicho las jerarquías culturales instituidas y proclamar una
legitimidad alternativa, llamando la atención sobre obras o autores mar-
ginales, es una estrategia también practicada por los intelectuales latino-
americanos. De todos modos, siempre se trataría de la rehabilitación de
individuos y círculos restringidos. Que el reconocimiento no alcance por
igual a toda obra y a toda trayectoria, que los laureles de la historia, como
dice Carlos Monsiváis, se distribuyan sólo entre unos cuantos, es lo que
habilita el uso de la noción de élite intelectual, que no se emplea para juz-
gar una orientación ideológica aristocratizante -hay élites populistas y
desde la tercera década del siglo xx el populismo es una de las tradiciones
intelectuales fuertes en América J atina sin..a para indicar un lugar en el
diferenciado espacio de la cultura.
Más allá de lo que enseñe sobre la vida cultural mexicana, el estudio de
Camp nos hace ver igualmente algunos hechos de.akance más 8.enef'al
in primer lugar, que el intelectual no tiene una sola audiencia, un solo
público, y que los criterios de los propios intelectuales para juzgar la rele-
vancia de sus pares no son los mismos que rigen para aquellos que, si
bien se interesan por las ideas y discuten las definiciones sobre la marcha
del mundo que producen los intelectuales, no giran en la órbita de la vida
intelectual. En segundo término, que el concepto de intelectual resulta irre-
ductible al de una categoríasocioprofesional.pues con esetérmino seagrupa
y se identifica a un abigarrado conjunto de personas que poseen conoci-
mientos especializados y aptitudes cultivadas en diferentes ámbitos de
expresión simbólica (literatura, humanidades, derecho, artes, ete.), y que
proceden de diversas profesiones.
A manera de conclusión de estas consideraciones preliminares pode-
mos extraer un perfil de los intelectuales, un esbozo que no vale sino como
una primera aproximación a nuestro tema, el de su historia en América
Latina. Los intelectuales son personas, por lo general conectadas entre sí
en instituciones, círculos, revistas, movimientos, que tienen su arena en
el campo de la cultura. Como otras élites culturales, su ocupación distin-
tiva es producir y transmitir mensajes relativos a lo verdadero (si se pre-
INTRODUCCiÓN GENERAL I 15
fiere: a lo que ellos creen verdadero), se trate de los valores centrales de la
sociedad o del significado de su historia, de la legitimidad o la injusticia del
orden político, del mundo natural o de la realidad trascendente, del sen-
tido o del absurdo de la existencia. A diferencia de élites culturales del
pasado, sean magos, sacerdotes o escribas, la acción de los intelectuales se
asocia con lo que Régis Debray llama grajoestera -es decir, con el dominio
que tiene su principio en la existencia de la "imprenta,los libros, la prensa-o
Su medio habitual de influencia, sea la que efectivamente tienen o sea a la
que aspiran, es la publicación impresa (Debray, 2001: 75). Los intelectua-
les se dirigen unos a otros, a veces en la forma del.debate, pero el destina-
tario no es siempre endógeno: también suelen buscar que sus enunciados
resuenen más allá del ámbito de la vida intelectual, en la arena política.
Más aun, a veces quieren llegar a la sede misma del poder político. Como
escribió WolfLepenies (1992: 8): "El intelectual es un viajero, pero de tanto
en tanto quiere hacer también de maquinista".
En América Latina y hasta avanzado el siglo XIX esa esfera de la cultura
intelectual estuvo bajo el poder de los varones, fueran descendientes de
familias de fortuna, herederos de un capital cultural o autodidactas "hijos
de sus obras", como Sarmiento. Las mujeres no.,partici.Rarían en ella sino
marginalmente. Sólo desde entonces, aunque lentamente, y sobre todo
desde la segunda mitad del siglo xx, aquella supremacía comenzaría a redu-
cirse. Por lo dicho hasta aquí, casi ni es necesario destacar que en esta visión
el intelectual no es una fis.,ura eterna que atraviesa las épocas y las cultu-
ras, sino una especie'rnoderna,
II
La noción de intelectual tiene una historia, una historia que se desarrolló
en diferentes contextos sociales,culturales y políticos, yAmérica Latina fue
uno de ellos. Tampoco aquí brotó de golpe, sin progenitores ni tradicio-
nes. El hecho de que no contemos con una historia general de estos gru-
pos en nuestros países no significa que no se haya hablado y escrito sobre
ellos, sobre su papel en el pasado y su misión en el presente. Por el con-
trario, en torno de estas cuestiones se han construido varias genealogías
que proporcionaron modelos e imágenes duraderos para la identifica-
ción de los intelectuales.
Al menos hasta mediados del siglo xx, la concepción del hombre de
letras como apóstol secular, educador del pueblo o de"la nación, fue segu-
16 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
ramente el más poderoso de esos modelos que se encarnaban en ejem-
plos dignos de admirar como de imitar. El prototipo se forjó en la cultura
de la ilustración y les proporcionó a nuestros ilustrados una imagen de su
papel social. El discurso americanista se entretejió tempranamente con esa
representación de los hombres de saber y en el panteón de las personali-
dades del continente añadió, junto a los héroes de la emancipación -los
Libertadores-, a los héroes del pensamiento. A veces, como en este pasaje
de Pedro Henríquez Ureña (1952: 25), los héroes de la palabra alcanzaban
en ese panteón un lugar más elevado que los hombres de acción:
La barbarie tuvo consigo largo tiempo la fuerza de la espada; pero el
espíritu la venció, en empeño como de milagro. Por eso hombres magis-
trales como Sarmiento, como Alberdi, como Bello, corno Hostos, son
verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los liber-
tadores de la independencia.
Al hablar de americanismo nos referimos a la empresa intelectual de estu-
dio y erudición destinada a indagar, valorizar y promover la originalidad
de América Latina, tal como se la podía descubrir en su literatura y en los
legados de su historia cultural. Laoda Alocución a laPoesía, de AndrésBello,
aparecida en Londres en 1823,suele ser citada como acta de nacimiento del
americanismo, una tradición en que se inscriben los nombres de José María
Torres Caicedo en Colombia, el de Juan María Gutiérrez en la Argentina,
ya la que el uruguayo José Enrique Rodó va a conferir sentido militante
(Ardao, 1996). En el siglo xx, la continuación y el cuidado de esta empresa
tuvieron sus grandes nombres en Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón
Salasy Alfonso Reyes.La vocación del americanismo no era conservadora.
Se lo concebía como parte de una promesa utópica, la "utopía de América",
que buscaba en el pasado no sólo valores a salvar del olvido, sino también
los elementos que anunciaban su independencia intelectual o preparaban
lo que debía ser su originalidad moderna. El agente por excelencia de esa
obra era la "inteligencia americana", como llama Rodó -y Reyes después-
al cuerpo ideal de las minorías ilustradas, investidas de la misión de ofre-
cer luz y guía en un continente vasto, tumultuoso y rudo, inhospitalario
para el espíritu. Ellas debían operar la síntesis entre la cultura europea y
la realidad natural y cultural de América.
La representación del hombre de letras como apóstol y visionario, que
honra a su país con sus obras y lo inspira con su pensamiento y su acción
cívica, cristalizó muy tempranamente. Se la encuentra ya bajo la pluma
de Esteban Echeverría y Juan Bautis1a Alberdi en el Río de la Plata. La
INTRODUCCIÚN GENERAl I '7
imagen se convirtió en un paradigma influyente a la hora de evocar a los
escritores y los pensadores de América Latina, al menos a los considera-
dos mentores y guías, a los considerados Maestros. El modelo sirvió igual-
mente corno criterio valorativo para juzgar y eventualmente condenar a
quienes no estuvieran o no hubieran estado a la altura de su papel. Fue lo
que hizo elescritor e ideólogo aprista Luis Alberto Sánchez, que en los años
treinta entabló un proceso a l<flíteratura modemistay sobre todo a los inte-
lectuales que llama "arielistas" por su identificación con el credo idealista
de Rodó: "Los arielistas tuvieron lo que en Rodó habría sido deseable: poder.
Nuestros gobiernos indoamericanos están plenos de mandarines arielis-
tas, que constituyen una clase cerrada de monopolizadores del saber" (San-
chez, 1933).En Balance y liquidación delNovecientos (1940), Sánchez amplió
el dictamen. ¿Qué les reprocha a los modernistas en este libro polémico,
un tanto repetitivo y apresurado en las generalizaciones, aunque también
lleno de ideas y de observaciones agudas? Inconsecuencia entre la palabra
y la acción, elhaber sido claudicantes ante los poderosos, y también su este-
ticismo, su horror a las muchedumbres, su desconfianza de la democracia,
su europeísmo. Al elenco de los intelectuales desertores Sánchez opon-
dría otro, el de los que consideraba verdaderos Maestros, denominados
también como Maestros de la Juventud porque el movimiento de la Reforma
Universitaria los había tenido corno guías: Alejandro Korn y José Ingenie-
ros, Emilio Frugoni y José Vasconcelos, entre otros.
No es necesario desconocer la gran obra que muchos estudiosos lleva-
ron adelante bajo el signo del arnericanismo, para admitir que la imagen
de los intelectuales como grupo entregado a la salvación cultural de sus pue-
blos, idealización que iba asociada con la noción de "inteligencia ameri-
cana", ya no corresponde a nuestras exigencias de conocimiento histórico.
Elpunto de vista preceptivo en la consideración de los intelectuales ha tenido
más de una versión, pero cualquiera de ellas alienta un discurso edificante,
no sólo cuando se despliega como elogio, sino también cuando tiene como
propósito la reprobación. Como lo muestra el libro de Sánchez mencio-
nado: el panteón puede ser revisado, pueden quitarse algunas figuras o aña-
dirse otras, pero sin romper con la concepción normativa,~e en cualquiera
de sus versiones gira en torno del valor sagrado de una misión intramun-
dana. No se trata, en suma, de invertir el relato épico para alimentar elgénero
historiográfico opuesto, el de la desacreditación de los intelectuales. El
desafío de concebir actualmente una historia de los intelectuales latinoa-
mericanos tiene como primera exigencia salir de esta problemática, que se
halla tan arraigada, y buscar otros ángulos de visión para elaborar los temas
y los problemas de una historia más terrenal de estos grupos y sus figuras.
18 I HISTORIA DE lOS INTElECTUALES EN AMÉRICA lAllNA
111
Hay trabajos que enseñaron nuevos modos de enfocar la historia de los
intelectuales en América Latina, y no quisiera proseguir con estas consi-
deraciones preliminares sin hacer mención a uno de ellos, el provocativo
ensayo de Ángel Rama, La ciudad letrada,que ha dejado una larga estela
en los estudios de historia de la literatura latinoamericana de los últimos
veinte años. Demos sólo unos pocos ejemplos de esa huella: "Temas y
problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana" y "La
formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX", dos largos
estudios de Rafael Gutiérrez Girardot (2001); el importante libro de Julio
Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina (1989), que se
desarrolla en diálogo y debate con los juicios de Rama; la tesis de Magda-
lena Chocano Mena, La fortaleza docta. Elite letrada y dominación social
en México colonial (siglos XVI-XVII) (2000), que somete a una validación
historiográfica la idea central de La ciudad letrada.
¿Cuál es, a nuestro juicio, el mérito de este ensayo, tan elogiado como
discutido, Laciudadletrada? Recordemos brevemente la tesis central. Desde
la fundación del régimen colonial hasta la mayor parte del siglo XIX, nos
dice Rama, las élites letradas formaron parte del sistema de poder.
Una pléyade de religiosos, administradores, educadores, profesionales,
escritores y múltiples servidores intelectuales, todos esos que maneja-
ban la pluma, estaban estrechamente asociados a las funciones del poder
y componían lo que Georg Friederici ha visto como un país modelo de
funcionariado y de burocracia (Rama, 1984:33).
¿Cuál ha sido la función de esas élites dentro del sistema de poder? Pro-
ducir discursos de legitimación del orden social, incluida la definición de
la cultura legítima, que no era otra que la de los mismos letrados. Sobre el
fondo de esta prolongada continuidad que liga a la gente de saber con la
estructura de la dominación social, se despliegan los cambios o disconti-
nuidades en las modalidades de ese papel social y los discursos corres-
pondientes de legitimación: por ejemplo, el cambio del discurso religioso
de dominación a los discursos ideológicos modernos. De la empresa de
evangelizar se pasa a la de educar: "Aunque el primer verbo fue conju-
gado por elespíritu religioso yel segundo por el laico, se trataba del mismo
esfuerzo de transculturación a partir de la lección europea" (ibid.: 25).
La razón de la dilatada conservación de su preeminencia residió en que
durante siglos las minorías letradas retuvieron el monopolio de la escri-
INTRODUCCiÓN GENERAL I 19
tura en una sociedad analfabeta. La relación básica entre el universo de
la cultura escrita y el de la cultura oral, el de las minorías ilustradas y el
mundo popular, no cambiará con las revoluciones de independencia, ni
después, con la construcción de los estados nacionales ni con "ese segundo
gran parto continental que fue la modernización" (ibid.:146). Rama regis-
tra, por cierto, las mutaciones que experimentó la vida social y política de
estos países, así como la aparición de nuevas profesiones intelectuales y
nuevas formas de vivir de la destreza en la cultura escrita, desde el perio-
dismo a la docencia y la diplomacia. Sin embargo, pese a los cambios, hasta
comienzos del siglo xx persistió en las filas de los Intelectuales moderni-
zadores "la tenaz tendencia aristocrática de los letrados" (ibid.: 153). Es
decir, la reivindicación del "capital cultural", para emplear el lenguaje de
Pierre Bourdieu, corno factorde excelencia social. Sólo poco a poco, en
la primera y sobre todo en la segunda década del nuevo siglo comenzaría
a hacerse visible un nuevo escenario intelectual, particularmente en la
región del Río de la Plata, en concomitancia con la aparición de partidos
nacionales de base popular, el desarrollo de una cultura de masas (teatro,
literatura de folletín, música popular) yel surgimiento de escritores de ori-
gen más plebeyo que los tradicionales. En estos escritores, muchos de
ellos autodidactas y sensibles a las doctrinas sociales de la época, percibe
Rama el abandono de ese criterio de la superioridad social fundada en la
disparidad cultural.
Bastan estas pocas indicaciones para ver la variación que Laciudadletrada
introducía en una tradición con la que el propio Rama estaba ligado, la
del americanismo.Aunque sus principios ideológicos eran otros, más radi-
cales que los del liberalismo que había animado el pensamiento de los maes-
tros del americanismo,la obra crítica de Rama en relación con la literatura
y la cultura latinoamericanas se conecta con esa tradición. Laciudadletrada,
sin embargo, introduce un sacudimiento, es decir, algo más que la sola radi-
calización de aquella empresa (que ya tenía, por otra parte, su ala izquierda).
En contra del análisis marxista corriente, que concibe a las élites cultura-
les como representantes, más o menos disimuladas, de clases definidas en
términos socioeconómicos, Rama subraya el margen de autonomía de
los grupos intelectuales. Esas élites, observa, situándose explícitamente
en la huella de Karl Mannheim, no deben ser consideradas como simples
mandatarias de otros poderes (instituciones o clases sociales), porque se
perdería de vista "su peculiar función de productores, en tanto concien-
cias que elaboran mensajes, y, sobre todo, su especificidad corno diseña-
dores de modelos culturales, destinados a la conformación de ideologías
públicas" (ibid.:38). Dicho de otro modo: ellas no sólo secundan a un poder,
20 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
sino que también son dueñas de unpoder. Para el Rama de La ciudad
letrada, el monopolio de la escritura representa un poder~ la mayor y
más I?rovocativa novedad de su ensayo radica en la relevancia 9..ue otorga
a esta dimensión sociopolítica de la cultura escrita en la interpretación
del comportamiento de los letrados latinoamencanos-.
¿Seapartaba así de la tradición americanista? Probablemente Rama sólo
pensara que esa tradición no podía ser continuada sin romper con parte
de ella, es decir, sin rehacerla. Se le han formulado objeciones a la narra-
tiva de La ciudad letrada. La más frecuente es que el poder descriptivo e
interpretativo de la noción de "letrado", entendida corno categoría fun-
cional al sistema de dominación política, se debilita a medida que el aná-
lisisse aleja del período de la independencia. Al prolongar su vigencia hasta
fines del siglo XIX, Rama le hace perder nitidez y penetración histórica. Es
el reparo que formula, por ejemplo, Julio Ramos en Desencuentros de la
modernidad en América Latina. De todos modos, corno muestra el propio
Ramos, no es necesario suscribir sin reservas la visión de Rama para valo-
rar lo que ella ha enseñado.
IV
En Hispanoamérica, escribió Tulio Halperin Donghi, el intelectual pro-
cede del letrado colonial, es decir, de quien ejercía en el viejo orden las
tareas y la representación de la cultura savant. Entre aquel antepasado y el
intelectual moderno latinoamericano no hay,sin embargo, una línea con-
tinua, sino transiciones, dislocamientcs, metamorfosis:
Esa metamorfosis -observa- no la atraviesan tan sólo quienes se sien-
ten apresados en la figura del letrado, encerrada en límites ideológicos
y de comportamientos rígidamente definidos; deben afrontarla también
quienes ven derrumbarse el contexto histórico que ha sostenido su carrera
de letrados, y se adaptan como pueden a uno nuevo, que no siempre
entienden del todo (Halperin Donghi, 1987: 55).
Las transformaciones conciernen, pues, tanto a la situación de las élites
ilustradas, corno a las recontiguraciones del espacio social en que ellas de-
sempeñan un papel y a las representaciones ideológicas de ese I?apel. La
hipótesis de Halperin Donghi tiene la virtud de que permite construir en
torno de ella una génesis social del intelectual y los jalones de un itinerario.
INTRODUCCIÓN GENERAL I 21
Digamos que en un momento de ese recorrido se insertó el vocablo "inte-
lectual" como término de definición y de autodefinición.
En nuestros países, mejor dicho, en el discurso de sus escritores se regis-
tra muy precozmente el empleo del término que en 1898 recibió su gran
bautismo político en Francia, con el caso Dreyfus. Se lo encuentra, por
ejemplo, bajo la pluma de Rodó, en una carta abierta al escritor venezo-
lano César Zumeta de agosto de 1900 en que anuncia la inminente apa-
rición de Ariel, el ensayo que habría de convertirlo en uno de los Maes-
tros de América: "Es, como se verá, una especie de manifiesto dirigido a
la juventud de nuestra América. [... ] Me gustaría que esta obra mía fuera
el punto de partida de una campaña de propaganda entre los intelectua-
les de América" (Stabb, 1969: 61). Se lo halla igualmente en Manuel Gon-
zálezPrada y en José Ingenieros, otros dos nombres asociados con el magis-
terio, entre espiritual y político, dellatinoamericanismo. González Prada
dio a leer el r- de Mayo de 1905, en la Federación de Obreros Panaderos
del Perú, una conferencia dedicada al tema de "El intelectual y el obrero",
consagrada a discurrir sobre las tareas y los deberes del hombre de cul-
tura (González Prada, 1982:191). Probablemente haya sido Ingenieros quien
le diera un tratamiento más recurrente a la cuestión del papel de los inte-
lectuales, con variaciones que reflejaban los cambios de su juicio respecto
de la marcha del capitalismo, no sólo en la Argentina, sino en escala mun-
dial (Falcón, 1985).
Ahora bien, datos como éstos, por cierto, no hablan por sí mismos y de-
ben ser puestos en su contexto e interrogados para ver qué significado debe-
mos atribuirle a su empleo. ¿Laaceptación temprana del término "intelec-
tual" era el índice de un cambio en la situación efectiva de los escritores,
un signo de autonomización de las prácticas intelectuales, separadas de
otras actividades sociales y ejercidas por personas que eran ya reconoci-
das por su consagración a esas prácticas? ¿O sólo constituía una ilustra-
ción más de que nuestros hombres de letras pensaban -y se percibían a sí
mismos- de acuerdo con las nociones de un lenguaje ideológico pres-
tado? ¿O bien, se trataba de una mezcla de las dos cosas? Después de la
Primera Guerra Mundial, el uso del término intelectual se hace cada vez
más frecuente, sobre todo en los medios culturales de izquierda, y en los
aftos veinte ya se,volverá.carricntc.
No es posible hablar de intelectuales sin hablar de ideas. ¿No es lo pro-
pio de estas figuras el producir y transmitir enunciados sobre el mundo?
sin embargo, una historia de los intelectuales no puede reducirse a (ni con-
fundirse con) una historia de ras ideas. Aunque se alimente de ellas,del dis-
curso que la imaginación social de las élites ha puesto en forma, así como
22 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
de las representaciones que éstas han forjado sobre sí mismas, tales ele-
mentos no pueden constituir la única materia, menos aun la única fuente
de referencias de esa historia. No sólo los textos. sino el ejercicio mismo de
pensar y escribir textos en talo cual momento histórico resultan mejor com-
prendidos si no hacemos abstracción de sus condiciones de existencia. Pero
los textos, conviene añadir, no se prestan sino raras veces al conocimiento
inmediato, requieren por lo general del esfuerzo de la interpretación. En
otras palabras: la historia de los intelectuales no exime de sus tareas a la his-
toria intelectual, que trabaja sobre los "hechos de discurso" bajo la idea de
que ellos dan acceso a un desciframiento de la historiaque no se obtiene
por otros medios. Ese trabajo específico tiene instrumentos propios.
En los últimos diez, quince años, se asiste a un renacimiento de la histo-
ria política en América Latina, tal como puede apreciarse en la prolifera-
ción de estudios sobre ciudadanía, republicanismo, desarrollo del sufragio
o surgimiento de una esfera pública en nuestros países. Este resurgimiento
ha vuelto a atraer la atención sobre el papel histórico de los grupos ilustra-
dos, lo que no puede sino estimular la investigación sobre los intelectua-
les.Ahora bien, una historia de los intelectuales latinoamericanos, ¿podría
centrarse sólo en el papel político de las élites culturales? Este enfoque, que
se apoya en una dimensión básica de la definición social de los intelectua-
les, probablemente sea hoy el más extendido. Aun los ensayos de sociolo-
gía de la intelligentsia que se realizaron en nuestros países hacia fines de los
años sesenta y comienzos de la década siguiente contribuyeron a reforzar
esta óptica, pues esos trabajos tenían como problemática la actitud de los.
intelectuales respecto de la modernización (Bonilla, 1967; Marsal, 1971).
El hecho es, sin embargo, que los intelectuales no son actores políticos
sino en ocasiones. Por cierto, su actividad supone -y se halla en relación
con- determinadas configuraciones de la vida social, corno el Estado, el
poder religioso y el sistema educativo, las divisiones de clase, las fracturas
étnicas y la pluralidad de visiones del mundo. Selos encuentra muchas veces
enrolados y divididos en eldebate cívico. Pero ellos producen también esce-
narios propios, de menor escala, espacios creados por grupos y redes de con-
géneres (sociedades de ideas, movimientos literarios, revistas). Se reúnen
allí, en esas microsociedades, para disertar, debatir, demostrar, aunque tam-
bién para denunciar y rivalizar por controlar el centro de la atención.
Estos variados ámbitos o contextos pueden ser estudiados de maneras
diferenciadas, pero no hay por qué pensar que esas maneras diferentes sean
obligadamente incompatibles o incomunicables entre sí. La reciprocidad
de perspectivas diferentes puede ser productiva. Una historia de los inte-
lectuales debería activar la exploración de diversas canteras y alimentarse
INTRODUCCiÓN GENERAL I 23
del aporte de varias disciplinas, más o menos próximas. Entre estas disci-
plinas vecinas, las más obvias son la historia de las ideas, la historia de la
literatura... la historia política y la sociología de los intelectuales. Pero hay
otros campos de conocimiento menos obvios, aunque no por eso menos
importantes, como la historia de la prensa y la historia de la edición. En
otras palabras: una historia que tome en cuenta la diversidad de formas
que adoptó la acción de los intelectuales a lo largo de dos siglos sólo puede
ser fruto de la colaboración de estudiosos de diferentes disciplinas, desde
la historia política a la historia de la literatura latinoamericana, pasando
por la sociología de la cultura y la historia de las ideas.
v
Definir y encauzar estos razonamientos generales en un proyecto de tra-
bajo factible requería de compañeros de viaje, es decir, de colegas que se
sintieran atraídos por la idea de una historia de los intelectuales en Amé-
rica Latina. Como nos parecía que la labor cooperativa era necesaria desde
el comienzo, es decir, en el planteo inicial de las líneas y los temas en torno
de los cuales podría ordenarse la propuesta de una historia de los intelec-
tuales, invitamos a varios estudiosos de diferente formación a integrar un
comité académico para elaborar el diseño de una obra que no quisiera ser
simplemente una compilación de trabajos. Se constituyó así un comité
integrado por Nora Catelli, de la Universidad de Barcelona, Horacio Crespo,
de la Universidad Autónoma de Morelos, Arcadio Díaz Quiñones, de la
Universidad de Princeton, lean Franco y Claudia Lomnitz, de la Univer-
sidad de Columbia, Javier Garcíadiego Dantas, del Colegio de México, Ser-
gio Miceli, de la Universidad de Sao Paulo, Jorge Myers y yo, de la Univer-
sidad Nacional de Quilmes. Un subsidio del Rockefeller Archive Center
permitió financiar un taller de trabajo del comité, que se reunió en Nueva
York durante los dias II y 12 de mayo de 2006.
En esa reunión se acordó un recorte temporal, se trazaron las líneas de
un temario y se acordó un cronograma de trabajo. Labúsqueda de los cola-
boradores se regiría por ese temario básico. El esquema de desarrollo adop-
tado tomó como punto de arranque el siglo XIX -en que se verifica, junto
con los movimientos de la independencia, el largo pasaje de las minorías
letradas tradicionales a las nuevas categorías intelectuales-. Para que se hicie-
nn más evidentes tanto los elementos de herencia como la ruptura con el
lItr.do colonial, nos pareció necesario que esta parte fuera precedida por
24 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMtRICA LATINA
una sección consagrada a la gente de saber en la era colonial Todo esto
sería el objeto de un primer volumen, dedicado a lo que podríamos deno-
minar las genealogíasdel intelectual en América Latina. En lo relativo al siglo
xx, creímos que su estudio no debía extenderse más allá de los años ochenta
de la última centuria. No sólo porque fuera necesario un margen para la
perspectiva histórica, sino también porque fue hacia fines de esa década
cuando comenzó a hacerse evidente que asistíamos a mutaciones de dife-
rentes órdenes, desde políticos a tecnológicos y culturales, que indicaban el
fin de una época y el comienzo de otra, también en la vida intelectual.
Algunos de esos cambios eran de alcance global, como la disgregación
de la Unión Soviética y de los regímenes comunistas en la Europa del Este,
desmoronamiento institucional, político e ideológico que puso fin a lo que
Eric Hobsbawm llamaría el"siglo xx corto", un siglo que, no sólo a su jui-
cio, había comenzado en 1914, con la Primera Guerra Mundial. El colapso
de los estados comunistas alteró el mapa del poder mundial surgido de la
Segunda Guerra e infligió un golpe devastador a las fuerzas de la izquierda
occidental, al menos al sector de la izquierda que los tenía por estados-guía.
En los países de la Europa latina, donde los partidos comunistas eran más
que grupos militantes, es decir, donde encarnaban la esperanza de millo-
nes de personas, la crisis los llevó a la búsqueda de una nueva identidad
(como en Italia) o a la condición de menguadas minorías políticas (como
en Francia). América Latina no estuvo en el centro, pero su izquierda
tampoco escapó a los efectos sísmicos de ese derrumbe. Salvajemente repri-
mida y perseguida bajo las dictaduras del Cono Sur, ella debió hacer las
cuentas no sólo con el pasado inmediato, sino igualmente con ese vertigi-
noso cambio de los puntos de referencia. Todos los esfuerzos por desig-
nar nuevas ciudadelas avanzadas y nuevos custodios de la autoridad revo-
lucionaria, así sea a escala regional, no han logrado motivar expectativas
equiparables a las del pasado. La izquierda intelectual latinoamericana,
como es obvio, tampoco podía sustraerse al sacudimiento.
Igual alcance general tienen otros hechos, como la mediatización de la
vida política y la vida cultural, que desde los años ochenta es un tópico en
los análisis de la escena contemporánea en los países occidentales. Tam-
bién en América Latina los intelectuales son habitualmente consultados
por los medios de comunicación masiva a propósito de los acontecimien-
tos más diversos, y tanto la idea como la imagen del intelectual mediático
se ha instalado igualmente en nuestros países,con el mismo valor crítico con
que la noción segeneralizó en otras partes. A la rareza de la aparición medié-
tica del intelectual de hace treinta años, se puede contraponer la inter-
vención sobreabundante de la actualidad. Igualo mayor relieve aun debe
INTRODUCCiÓN GENERAl I 25
atribuirse al conjunto de fenómenos que se reúnen bajo el término glo-
balización y que alteran, como en todas partes, el paisaje social y político
y culturaldel subcontinente (Garretón, 2002). La dinámica globalizadora
no ha dejado intactas las condiciones del trabajo intelectual y la figura de
los intelectuales "en red" se hace cada día más frecuente. Paralelamente a
estos signos de la llamada mundialización cultural, resalta el desarrollo
de los movimientos de identidades étnicas, uno de los hechos políticos y
culturales más notables de las últimas dos décadas en América Latina. Estos
movimientos, que tienen sus grupos intelectuales, rechazan el proyecto
de la mestización que estaba en el corazón del pensamiento y la acción del
indigenismo, pues el mestizaje implicaba la filtración y,finalmente, la diso-
lución de las lenguas y las civilizaciones aborígenes en una cultura nacio-
nal de matriz occidental. Las corrientes "indianistas" quieren conservar
su lengua y su cultura, disponer de sus tierras y gobernarse de acuerdo
con sus tradiciones y sus valores.
No creo que sea necesario continuar con este rápido inventario de impre-
siones sobre fenómenos recientes para que resulte claro por qué, dado
que los cambios aún están en curso, nos pareció aconsejable hacer de los
años ochenta del siglo xx la década en que se fijaría el límite de la indaga-
ción que debía abarcar el proyecto. La parte consagrada al siglo xx corto
será el objeto del segundo volumen.
Sobre la base de estos recortes temporales, se trató de encontrar, en la
medida de lo posible, temas que "cruzaran" las sociedades, las culturas,
los marcos políticos nacionales, y permitieran, sin traicionar la particula-
ridad de cada uno de esos espacios, hacer visibles y comprensibles las
convergencias y las diferencias entre las comunidades intelectuales, sean
del área latinoamericana o ajenas al subcontinente. Obviamente, la preo-
cupación por evitar la sumatoria de casos nacionales o regionales no podía
llevar a ignorar la especificidad de algunas experiencias particulares, ya sea
las de un país o las de un área regional. En otras palabras: corno se repite
tanto en las descripciones como en los análisis de América Latina, cual-
quiera sea la dimensión que se considere, también en este caso hubo que
hacer un balance entre eleje de los elementos comunes y el eje de la diver-
sidad en el espacio regional. Todas estas aclaraciones no están destinadas,
por supuesto, a eximirnos de la responsabilidad por las elecciones hechas
enel terreno de los temas y por la representatividad acordada a ciertos casos
ya ciertas experiencias nacionales.
A la hora de pensar en los colaboradores, sólo tuvimos en cuenta tres
criterios: la competencia del estudioso al que se invitara a escribir, elcruce
de perspectivas disciplinarias diferentes y la mezcla de investigadores de
26 I I-JISTORIA DE lOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
más de una generación. No debe esperarse de esta obra, pues, la unidad
de una ideología ni de un método. Buscamos, en cambio, favorecer encuen-
tros de trabajo entre quienes contribuyeran a la escritura de la obra, hasta
donde fuera posible dados los medios con que contábamos. El objetivo
no era homogeneizar sino favorecer la escucha mutua y la conversación
intelectual. Con este propósito, el Programa de Historia Intelectual de la
Universidad Nacional de Quilmes organizó en noviembre de 2006 un colo-
quio de cuatro días sobre historia de los intelectuales en América Latina.
Del coloquio participó una parte de los colaboradores de la obra, quienes
tuvieron ocasión de exponer y discutir las primeras hipótesis de sus traba-
jos. Con el mismo espíritu, Arcadio Díaz Quiñones impulsó la reunión
"Towards a New History of Latin American and Caribbean Intellectuals",
que se llevó a cabo en la Universidad de Princeton, en abril de 2007, con el
apoyo del Program in Latin American Studies, el Department of Spanish
and Portuguese Languagesand Cultures, el Department ofHistory, el Davis
Center for Historical Studies y el Princeton Institute for International and
Regional Studies. Una parte de los colaboradores que no asistieron al colo-
quio anterior pudieron concurrir a esta reunión, en que sediscutieron algu-
nos temas y perspectivas de la historia de los intelectuales.
Laorganización del primer volumen ha estado al cuidado de JorgeMyers
y la del segundo a mi cargo. Debo hacer aquí una mención especial a Ser-
gio Miceli, quien coordinó la colaboración de los investigadores brasile-
ños. No puedo dejar de destacar la ayuda que he recibido de todos los
miembros del comité académico en la tarea de buscar e incorporar a la
obra a estudiosos competentes. Por último, quiero agradecer a las institu-
ciones cuyo apoyo ha hecho posible este emprendimiento: la Universidad
Nacional de Quilmes y su Programa de Historia Intelectual, cuyas filas
integro desde hace más de una década; la Agencia Nacional de Promoción
Científica y Tecnológica, que ha subsidiado actividades del Programa de
Historia Intelectual; el Rockefeller Archive Center, que apoyó el primer
encuentro del proyecto que dio origen a esta historia.
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Introducción al volumen I
Los intelectuales
latinoamericanos desde la colonia
hasta el iniciodel siglo xx
Jorge Myers
Una pregunta central preside este primer volumen de la Historia de los inte-
lectuales enAméricaLatina: ¿en qué consistió ser un "intelectual" en Amé-
rica Latina antes de comienzos del siglo XIX? Ella no sólo recorre todos
los trabajos aquí reunidos, sino que organiza la propia estructura de este
tomo. Sólo un análisis que privilegie la relación entre elcontexto sociocul-
tural de una época dada y los significados posibles que podían emerger
de ese contexto podrá dar nacimiento a una historia coherente, persua-
siva,del particular desarrollo de la actividad de los expertos en el manejo
de la palabra escrita (o de las técnicas retóricas para el dominio del dis-
curso oral docto) en esta región del planeta. Ese contexto estuvo marcado
en su origen por un hecho decisivo: la profunda ruptura cultural efectuada
por el sometimiento -mediante una guerra de conquista- a sus invasores
europeos de los habitantes autóctonos del continente americano. La his-
toria americana posee raíces profundas que en el caso de las sociedades
mesoamericanas y peruanas se remontan a muchos siglos antes del
comienzo de la era cristiana: en la medida en que aquellas sociedades cuyos
instrumentos de escritura eran relativamente desarrollados -los pueblos
maya, los rnixtecas, los zapotecas, los nahuas- han sido estudiadas con pro-
fundidad cada vez mayor, la antigüedad profunda de la historia americana
no ha podido dejar de tornarse más evidente.
El hecho de que la historia de la región que luego de la conquista se con-
vertiria -lenta y contradictoriamente- en "América Latina" no comienza
con la llegada de los europeos es hoy un punto de partida ineludible para
cualquier historiador. La particular textura que adquirió aquella ruptura
entre el universo cultural habitado por los pueblos indígenas -con sus for-
lb.. políticas, religiosas, "económicas" propias, con sus lenguas, sus hábi-
b Ysus creencias también propios- y el nuevo universo cultural confor-
••do por la imposición de formas políticas. religiosas, económicas o
30 I HISTORIA DE lOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
culturales originadas en la región ibérica de Europa ha sido y sigue siendo
materia de controversia: ¿cuánto de cambio radical y cuánto de continui-
dad y permanencia hubo? Por un lado, las culturas nativas no sólo no
desaparecieron con la llegada de los europeos, sino que en ciertas regio-
nes -es el caso de la "lingue geral" hablada por los primeros pobladores
portugueses del litoral paulista y carioca, es también elcaso del bilingüismo
paraguayo y de otras zonas del continente-la cultura indígena supo impo-
nerse (al menos durante las primeras épocas de la colonización) a la de
los conquistadores. Por otro lado, aun cuando en gran parte de las tierras
de conquista la cultura ibérica se convirtió en hegemónica por decisión de
sus nuevos señores -rnilitares, civilesy eclesiásricos-, con sus lenguas y sus
prácticas sociales y religiosas, las culturas autóctonas ejercieron una siste-
mática resistencia a aquella tarea de transformación cultural, y a veces
demostraron una asombrosa capacidad de supervivencia bajo condicio-
nes de vida por cierto deplorables. La historia de los intelectuales latinoa-
mericanos no puede prescindir, por ende, ni del legado de las civilizacio-
nes precolombinas ni de la continuada presencia indígena en el seno de las
nuevas sociedades surgidas del hecho de la conquista -una presencia que
en regiones corno las de Nueva España/México o el Altiplano peruano ha
sido contundente hasta el presente-. Sostener, como algunos historiado-
res tradicionalistas lo han hecho, que la cultura intelectuallatinoameri-
cana existe en una relación de perfecta continuidad con la tradición medie-
val de los pueblos de la península ibérica resulta hoy una posición, cuando
menos, poco convincente.
No es, sin embargo, posible reconstruir la historia sistemática de los
"intelectuales" -es decir, de los expertos en el manejo de los recursos sim-
bólicos- de aquellas sociedades precolombinas debido al simple (y lamen-
table) hecho de la insuficiencia del registro escrito que de ellas ha perdu-
rado. Aun en aquellos casos en los que han llegado hasta nosotros ciertas
huellas escritas acerca de su historia -los glifos mayas, cuyo desciframiento
ha avanzado velozmente en las últimas décadas, o los códices pictográfi-
cos de los pueblos de Oaxaca y del valle central de México-, la evidencia
que le ofrecen al historiador es demasiado fragmentaria como para per-
mitir otra cosa que una historia eminentemente "especulativa" de sus pen-
sadores y sus poetas. Es ésta la razón por la cual esta Historia de los inte-
lectuales en América Latina se abre con la conquista y la posterior
colonización ibérica de las tierras americanas: sin ninguna intención de
negar la importancia del legado precolombino ni la ininterrumpida pre-
sencia hasta el presente de las culturas indígenas (y de las africanas, trans-
portadas a esta región por el vehículo de la esclavitud), el análisis de las
INTRODUCCiÓN AL VOLUMEN I I 3]
prácticas culturales asumidas por los expertos de la palabra durante elrégi-
men colonial se ha concentrado casi exclusivamente en aquéllas desarro-
lladas por españoles y portugueses.
El carácter específico de las funciones intelectuales ejercidas en la pri-
mera etapa colonial (1492-1630/1650), así como del tipo específico de exper-
tos encargados de su ejercicio, exige también una rigurosa atención al con-
texto cultural general de la época y a los recursos simbólicos y los sistemas
conceptuales disponibles entonces. Si algunos de los exploradores, los con-
quistadores y los funcionarios reales de aquellos años poseyeron una cul-
tura letrada relativamente sofisticada -cinspirada durante el siglo XVI en
el ideal renacentista de "las armas y las letras': como en el caso paradig-
mático de Alonso de Ercilla-, los elementos básicos para la conformación de
un espacio institucional letrado relativamente complejo (como aquéllos
de Portugal y España) tardarían en cristalizar. Es por eso que en aquella
primera época se estableció la tradición de perdurable arraigo en las socie-
dades latinoamericanas consistente en cierto monopolio eclesiástico de las
funciones intelectuales. Como muestran los tres trabajos que dan inicio a
este volumen, los principales actores intelectuales durante los primeros
siglos de dominación colonial fueron miembros del clero: desde Barto-
lomé de Las Casas, José de Acosta y Antonio Vieira hasta los curas revo-
lucionarios de los primeros años del movimiento de independencia, la
cultura letrada colonial -eun cuando experimentó cierta incipiente com-
plejización y secularización en la segunda mitad del siglo XVIII- fue en gran
medida consustancial al universo simbólico de las doctrinas del catoli-
cisma. La"conquista espiritual e intelectual" de las poblaciones vencidas a
comienzos del siglo XVI recayó exclusivamente sobre las espaldas de los
miembros del clero católico, y muy en particular sobre las del sector más
propiamente letrado de la Iglesia, conformado por las órdenes religiosas.
Dominicanos, franciscanos y, luego de iniciado el siglo XVII, jesuitas asu-
mieron toda una amplia gama de actividades intelectuales relacionadas
directamente con la labor que ellos consideraban la única legítima desde
el punto de vista católico: el reemplazo de las religiones autóctonas por
aquélla -que se pretendía universal- de los conquistadores ibéricos. Elestu-
dioprotoantropológico de las costumbres, las creencias y los valores de los
distintos pueblos indígenas, el aprendizaje de sus lenguas con el fin de con-
feccionar los primeros diccionarios de las mismas y las primeras traduc-
ciones de algunas porciones del acervo bibliográfico doctrinal del cristia-
nismo a tales lenguas, la docencia en aquellos idiomas tan distantes en su
..tructura de las indoeuropeas, fueron sólo algunas de las tareas asumi-
das por los miembros del clero regular en aquel periodo.
32 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA lATINA
Dosobservaciones importantes se desprenden del cotejo de los tres
trabajos que abarcan la era colonial en Nueva España, elPerú y las capita-
nías y los virreinatos lusoamericanos. Primero, que la exploración histó-
rica del impacto "estructural" de aquella temprana hegemonía clerical den-
tro de la conformación del poder colonial, es decir, de las huellas de larga
duración que pudo haber dejado en la práctica intelectual de los letrados
iberoamericanos aun luego de consumada la progresiva separación entre
la esfera de lo religioso y la esfera de lo secular, está aún por hacerse.
Siguiendo la estelade las inquietudes esbozadas por Ángel Rama en su libro
póstumo, La ciudad letrada (algunas de las cuales han sido retomadas y
reproblematizadas en la obra más reciente de Magdalena Mena Chocano,
La fortaleza docta, mientras que otras ya estaban presentes ~al menos en
parte- en obras anteriores, como la de Mariano Picón Salas,De laconquista
a la independencia),resulta lícito formular la pregunta histórica acerca de
la relación entre el ejercicio del poder y el ejercicio de la autoridad en la
práctica de los intelectuales latinoamericanos aun después de consumada
la ruptura con las madres patrias ibéricas, ya que el patronato espiritual
ejercido por los regulares sobre sus súbditos indígenas consistió más en
una relación de poderque en una semejante a la autoridad persuasiva que
desde los siglos XVIII y XIX ha tendido a ser considerada la principal herra-
mienta con que cuentan los "intelectuales" para lograr efectos materiales
en el mundo social que habitan.
Segundo, la lectura de los tres artículos -<leMazín, Rosey Mello e Souza-
hace emerger con gran fuerza la profunda desemejanza que marcó la res-
pectiva evolución de las instituciones de la cultura intelectual en Hispanoa-
mérica y en Lusoamérica durante la era colonial. Mientras que junto a las
órdenes religiosas volcadas a tareas misioneras España fundaba universi-
dades e imprentas en todas las principales ciudades de sus dominios, Por-
tugal sólo auspiciaba la presencia de aquellos expertos de la conversión
religiosa, ne$ando sistemáticamente a sus súbditos de ultramar tanto
imprentas cuanto instituciones universitarias locales. Mientras que un
denso tejido institucional plantado en el seno de las prolíferas ciudades
que España sembró en los territorios de su imperio creaba las condicio-
nes para una gradual ampliación del número y de la complejidad de las
actividades intelectuales desarrolladas en suelo hispanoamericano, en la
Lusoamérica de conformación más preponderantemente rural (otra dife-
rencia significativa entre las dos regiones perspicazmente señalada ya en la
década de 1930 por Sérgio Buarque de Holanda en su clásico libro Raízes
do Brasil) la formación de un primer "sistema literario" habría de verse
diferida hasta casi tmalizado el siglo XVIII. Mientras que la era barroca
INTROOUCCIÓN AL VOLUMEN I I 33
(1630-1750) presenció en Hispanoamérica los primeros intentos serios
por formar ámbitos de sociabilidad intelectual y literaria por fuera de un
estricto marco eclesiástico -ecademias, cenáculos, grupos de lectura y
discusión- y también la aparición de las primeras hojas volantes y los perió-
dicos de la región, aquel doble proceso de expansión de las instituciones
culturales relacionadas con las funciones intelectuales, y de "autonomiza-
ción" frente a los poderes fácticos de la Iglesiay (en medida mucho menor)
del Estado, se postergaría en el Brasil hasta un período muy próximo al
traslado de la corte a Río de Ianeiro a principios del siglo XIX. Sibien hubo
escritores -letrados, poetas, historiadores, iluminados proféticos como el
padre Antonio Vieira- antes de la era de los árcades lusoamericanos, no
hubo una cultura letrada plasmada en un sistemainstitucionaldurante casi
todo elperíodo colonial-hecho que enfatiza Mello e Souza en su artículo-.
Ello implica un tercer elemento de desfasaje entre el ritmo de desarro-
llo de la cultura letrada lusoamericana v el de la América hispana. La cul-
tura del barroco -marcada por una creciente intervención de letrados lai-
cos en la producción artística, literaria e intelectual de la región- cedió paso
a la cultura de la ilustración de un modo más temprano y más contundente
en la segunda que en la primera de esas regiones. Si el pleno florecimiento
de los "gens de lettres"y los"gens de savoir" de la ilustración española recién
sedaría en el marco -y sobre todo como consecuencia posterior a su implan-
tación- de las llamadas "reformas borbónicas" iniciadas en el reinado de
Carlos 111 (1759-1788) y esporádicamente continuadas por su sucesor-Car-
los IV (1788-1808)-, los primeros signos de un cambio de clima intelec-
tual profundo se hicieron sentir ya desde mediados del siglo XVIII. En la
Nueva España -donde la ilustración hispanoamericana sin duda tuvo su
centro, su teatro de mayor auge-, toda una pléyade de escritores -cons-
cientes de la temprana tradición de reflexión científica iniciada por pre-
cursores del siglo anterior, como el polímata Carlos Sigüenza y Góngora-
no sólo elaboraron un discurso ilustrado, sino que lo hicieron circular
públicamente a través del vehículo de la prensa periódica local. Escritos y
reflexiones de autores como Antonio Alzate, Antonio de León y Gama o
Andrés del Río acerca de los nuevos debates científicos -como aquel en
torno de la naturaleza del flogisto u oxígeno que enfrentó a Priestley y a
Lavoisieren la Europa de las Luces- o acerca de sus propios ensayos en dis-
tintas ciencias, contribuyeron a pluralizar la gama de tareas intelectuales
que el contexto de la época tornaba disponibles. Coronada por la funda-
ción del Colegio de Minas en la Ciudad de México, la cultura ilustrada de
la segunda mitad del siglo XVIII hispanoamericano presenció la fundación
de jardines botánicos, zoológicos, observatorios astronómicos y de toda
34 I r1ISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMERICA LATINA
una gama de nuevas sociedades "científicas", como las sociedades econó-
micas (también llamadas de "amigos del pais"). La trama de la sociabilidad
cultural de la época adquiría una densidad desconocida hasta entonces.
Si la Nueva España -la colonia más rica en recursos materiales y simbóli-
cos de todo el imperio- fue el epicentro de la nueva cultura ilustrada, la
producción de letrados compenetrados con los ideales de la ilustración
ibérica -que, a diferencia de la francesa o la inglesa, buscó conciliar los
valores de la fe heredada con aquéllos de la nueva ciencia de la naturaleza
y del hombre- proliferó en todas las colonias del vasto imperio. Nacía de
este modo, frente al letrado eclesiástico y/o evangelizador de la primera
etapa colonial-figura cuyo franco declive terminaría por confirmarse con
la expulsión de los jesuitas en 1767-, y frente al letrado barroco del sigloXVII,
un nuevo conjunto de posibles ejecutores de las tareas intelectuales asu-
midas por las sociedades iberoamericanas en vísperas de la crisis defini-
tiva del orden colonial: el del letrado patriota y el del publicista ilustrado
(que aunque muchas veces pudieron coincidir en una misma persona, no
necesariamente resultaban figuras equivalentes).
Prueba de este anisomorfismo de las dos nuevas figuras es el caso de
los jesuitas americanos convertidos en letrados patriotas luego de su expul-
sión de los dominios españoles. Suspendidos entre dos universos intelec-
tuales -el del catolicismo de la contrarreforma y el más reciente de la
ciencia moderna y de la ilustración-, aquellos escritores jesuitas -historia-
dores y apologistas de sus respectivas colonias de origen, como el mexi-
cano Francisco JavierClavijero o como el abate Juan Malina de Chile- mar-
caron de algún modo un camino alternativo para el desarrollo de la función
intelectual en América Latina. Como bien lo ha señalado Mariano Picón
Salas en su clásico estudio de la década de 1940 antes mencionado, ese
momento de la historia cultural e intelectual de América Latina -y pese al
hecho de que desembocó en un callejón sin salida- no pasó sin dejaralguna
huella en la práctica intelectual del continente (más allá de cuán discuti-
ble resulte su naturaleza específica).
Síntoma de la creciente crisis del orden imperial, tanto en Hispanoamé-
rica cuanto en Lusoamérica la emergencia de un tipo de intelectual no
necesariamente enmarcado dentro de los parámetros de legítima activi-
dad que sancionaban las sociedades de Antiguo Régimen -sea por desarro-
llar un discurso alternativo al emanado desde la metrópoli acerca de los
pueblos americanos, sea por insinuar críticas a ciertos aspectos muy aco-
tados del sistema imperante (de un modo sutil y que, como regla general,
no confrontaba directamente con el universo doctrinal ni institucional
de la Iglesia Católicaj-, tanto el letrado patriota cuanto el escritor ilustrado
INTRODUCCiÓN Al VOLUMEN I I 35
experimentarían un brusco desplazamiento en 10que respecta al lugar que
ocupaban en el interior de las sociedades americanas como consecuencia
del derrumbe de los imperios español y portugués luego de la invasión
napoleónica de 1807-1808. La sección más voluminosa de este volumen está
dedicada a examinar en profundidad, y desde distintas perspectivas de aná-
lisis, los efectos que, derivados de esa revolución política y social, contri-
buyeron a modificar el lugar de los escritores públicos y la naturaleza de
las funciones intelectuales que ellos fueron llamados a ejercer en un con-
texto tan distinto. Desde el punto de vista de la construcción social de la
actividad intelectual en las sociedades iberoamericanas, un aspecto crucial
señalado en varios de los artículos aquí incluidos es el de los grupos socia-
les más proclives o mejor posicionados para ejercer tareas de "intelec-
tual" dentro del nuevo orden postimperial. Si el clero fue la fuente parexce-
llence de los ejecutantes de las funciones del intelecto en la primera era
colonial y aun en la era barroca, si en los años de la ilustración y de la cri-
sis imperial otros grupos sociales -corno los funcionarios de la Corona,
los sabios especializados en alguna de las nuevas ciencias, los jesuitas des-
castados, o los abogados y los juristas- comenzaron a competir con los pri-
meros por ese lugar de primacía, las primeras décadas posteriores al
derrumbe español y portugués en lasAméricas presenciaron una creciente
diversificación y modificación en la estructura de reclutamiento de los cua-
dros «intelectuales" de los nuevos estados. El grupo social conformado por
los especialistas en derecho -de creciente presencia en las postrimerías de
la colonia, como lo señalan dos artículos centrados en la experiencia cara-
queña, el de Rogelio Pérez Perdomo y el de Paulette Silva- pasó a conver-
tirse en uno de los principales sostenes de la función intelectual durante
el siglo XIX. En todos los rincones del imperio, figuras como los Egaña,
Mariano Moreno, José María Luis Mora -cuya doble condición de sacer-
dote y abogado sirve de indicio acerca de la complejidad de las transfor-
maciones en curso durante la primera mitad de ese siglo-, José Bonifacio
deAndrada e Silvay tantos otros, pasaron a ocupar un lugar central en la
agitada discusión política que desencadenó la revolución de independen-
cia, incidiendo en algunos casos de un modo decisivo en la construcción
del nuevo orden institucional de repúblicas e imperios. Antiguos funcio-
narios de la burocracia colonial-Belgrano en el caso delVirreinato del Río
de la Plata, Salas en el caso chileno, para dar sólo dos ejemplos- pasaron
a desempeñar también, en muchos casos, un rol central en los debates y
en las confrontaciones surgidos de la ruptura del orden colonial: el sector
"patriota" del antiguo funcionariado colonial se constituyó, junto al tra-
dicIonal sector del clero v del más nuevo de los abogados y iuristas, en otro
36 I HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
semillero de "intelectuales". Más importante aun para el futuro fue la apa-
rición, también en el contexto agitado de los años de la lucha por la inde-
pendencia y por la construcción de los estados sucesores de los dos respec-
tivos imperios, de una nueva función social asociada directamente a un
nuevo tipo de actor intelectual: el periodista político convertido en publi-
cista crítico y doctrinario.
Si muchos de los periodistas activos en la primera mitad del siglo XIX o
aun en los años intermedios de ese siglo -cuando la lucha por la cons-
trucción de un orden institucional estable culminó en la erección de esta-
dos-naciones como México, la Argentina, el Perú y aun (sostendrían algu-
nos historiadores) el Brasil de la mayoría de edad de Pedro II~ llegaron a
esa función desde posiciones profesionales sólidamente consolidadas en
otros campos -ebogados, comerciantes, funcionarios, "carreristas de la
revolución",militares letrados, clérigos-, hubo una tendencia marcada hacia
la configuración de un campo autónomo o semiautónomo de la prensa.
Por un lado, en las primeras décadas del siglo XIX figuras como José Joa-
quín Fernández de Lizardi, Carlos María de Bustarnante, Antonio Nariño,
Vicente Rocafuerte, Ignacio Núñez o los hermanos Juan y Florencia Varela
comenzaron a construir una figura pública cuya principal fuente de legi-
timidad provenía de su ejercicio tenaz y prolífico de la pluma aplicada a
los periódicos políticos. Si casi todos los miembros de esa nueva cohorte
de escritores públicos pudo ostentar títulos profesionales en otros campos,
fue la actividad periodística la que les franqueó el camino hacia una pro-
minente visibilidad pública: hacia un lugar próximo al de los nuevos "nota-
bles" que habían tomado el relevo de los representantes del rey en la admi-
nistración de las nuevas repúblicas hispanoamericanas. En algunos casos
-es el temprano de Ignacio Núñez, el periodista "oficial" del grupo riva-
daviano en la Buenos Aires de la década de 1820, es el más tardío de aquel
periodista por antonomasia, Domingo Faustino Sarmiento-, fue elpropio
oficio de periodista el único título auténtico que esos escritores pudieron
invocar como fuente de su legitimidad en tanto actores en las discusiones
públicas que conmovieron a las sociedades latinoamericanas desamarra-
das de sus antiguas metrópolis europeas. En ocasiones -yen la primera
mitad del siglo XIX, quizás en la mayor parte de las ocasiones-, como en
el caso del mexicano Tornel, del ítalo-argentino Pedro de Angelis o de
muchos periodistas del imperio en el Brasil, la escritura pudo estar al ser-
vicio del orden establecido, pero también, aunque de un modo más com-
plejo y ambivalente de lo que algunas vecesse ha supuesto, comenzó a cris-
talizar una escritura de crítica y de oposición a los regímenes imperantes.
La emergencia de un discurso de oposición a los poderes fácticos -cuyo
INTRODUCCiÓN Al VOLUMEN I I 37
ritmo estuvo regulado por los distintos regímenes de prensa adoptados
en distintas épocas y en los distintos estados de la región, en algunos de
los cuales se enfatizó la censura oficial, mientras que en otros se enfatizó
la relajación de controles externos- marca una clara ruptura con las con-
diciones socioculturales presentes en la época colonial. No porque no exis-
tiera la posibilidad de cierta crítica a las decisiones emanadas de la corte
en elAntiguo Régimen iberoamericano -siempre existieron múltiples vías
altamente institucionalizadas para someter a cuestionamiento las deci-
siones del monarca o para recomendar cambios de política-, sino porque
esta crítica ahora circulaba públicamente. El nuevo periodismo, por su pro-
pia naturaleza, implicaba la existencia de un público y, más aun, de un
público indiferenciado. En vez de los escasos funcionarios (y quizás a veces
del propio monarca) que habían constituido el único público legítimo para
la recepción de discursos críticos durante el Antiguo Régimen, el perio-
dismo político surgido durante las revoluciones de independencia y expan-
dido sin cesar en los años posteriores presuponía la existencia de una masa
(cada vez mayor) de lectores cuya opinión era reputada como política-
mente importante. Lacentralidad

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