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Burke Peter - Visto Y No Visto

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PRÓLOGO Y AGRADECIMIENTOS
Se dice que a un pintor chino sobre bambú le aconsejó un colega suyo que de--
dicara muchos días a estudiar el bambú y que acabara su pintura en pocos
minutos. Este libro se escribió relativamente deprisa, pero mi interés por el
tema seremonta más de treinta años atrás, cuando estudiaba la aparición del
sentido de anacronismoen la cultura europea y me di cuenta de que, mientras
que los textospodían no plantearse la cuestión de si elpasado era remoto o re-
ciente, lospintores no podían soslayarel problema y tenían que decidir si pin-
taban -pongamos por ca.m- a Alejandro Magno con el traje de su época o
de cualquier otraforma. Por desgracia la colección para la que estaba escri-
hiendo por entonas no incluía ilustraciones.
Desdeentonas he tenido muchas ocasiones de utilizar la imagen como do-
cumento histórico e incluso de impartir un curso sobreeste tema para los estu-
diantes de primero en la universidad de Cambridge. Fruto de ese curso, ideado
e impartido en colaboración con el difunto Bob Scribner, aparece ahora este li-
bro, que es mi aportación a la colección dirigida, junto con otros editores, por
Bob. Esperábamos haber podido un día escribir juntos un libro parecido y
ahora yo lo dedico a su memoria.
Me gustaría dar las gracias a mi esposa, Maria Lúcia, que me ha en-
señado lo que significa la expresión "mi mejor crítico", así como a Stephen
Bann y Roy Porter por los comentarios tan constructivos que hicieron alpri-
mer borrador de la obra; y a José Carcía González por llamar mi atención so-
bre las reflexiones que hacia Diego de Saavedra Fajardo sobre la caballerosi-
dad política.
9
INTRODUCCIÓN
EL TESTIMONIO DE LAS IMÁGENES
Ein Bild sagt mehr als 1000 Worte
[Una imagen dice más que mil palabras].
KURT TUCHOLSKY
El interés fundamental del presente volumen es el uso de la imagen
como documento histórico. Ha sido escrito con el fin de fomentar la
utilización de este tipo de documentos y de advertir a los posibles
usuarios de algunas de las trampas que comportan. Más o menos du-
rante la última generación; los historiadores han ampliado considera-
blemente sus intereses, hasta incluir en ellos no sólo los acontecimien-
tos políticos, las tendencias económicas y las estructuras sociales, sino
también la historia de las mentalidades, la historia de la vida cotidia-
na, la historia de la cultura material, la historia del cuerpo, etc. No
habrían podido llevar a cabo sus investigaciones sobre estos campos
relativamente nuevos, si se hubieran limitado a las fuentes tradicio-
nales, como, por ejemplo, los documentos oficiales producidos por
las administraciones y conservados en sus archivos.
Por ese motivo, cada vez más a menudo se están utilizando distin-
tos tipos de documentación, entre los cuales, junto a los textos litera-
rios y los testimonios orales, también las imágenes ocupan un lugar.
fomemos, por ejemplo, la historia del cuerpo. Las imágenes son una
guía para el estudio de los cambios experimentados por las ideas de
enfermedad y de salud, y todavía son más importantes como testimo-
nio del cambio experimentado por los criterios de belleza, o de la
historia de la preocupación por la apariencia externa tanto por parte
de los hombres como de las mujeres. Del mismo modo, la historia de
la cultura material, que estudiaremos en el capítulo V, seria práctica-
mente imposible sin el testimonio de las imágenes, que también han
11
VISTO Y NO VISTO
supuesto una contribución importante a la historia de las mentalida-
des, como intentaremos demostrar en los capítulos VI yVII.
¿INVISIBILIDAD DE LO VISUAL?
Puede darse el caso de que los historiadores siguieran sin tomarse lo
bastante en serio el testimonio de las imágenes, como ocurre con un
reciente estudio que habla de la «invisibilidad de lo visual». Según
dice un especialista en historia del arte, «los historiadores... prefie-
ren ocuparse de textos y de hechos políticos o económicos, )' no de
los niveles más profundos de la experiencia que las imágenes se en-
cargan de sondear»; otro, en cambio, habla de la «actitud de supe-
rioridad para con las imágenes» que esto presupone. I
Son relativamente pocos los historiadores que consultan los archi-
vos fotográficos, comparados con los que trabajan en los depósitos
de documentos manuscritos o impresos. Son relativamente pocas las
revistas de historia que contienen ilustraciones, y cuando las tienen,
son relativamente pocos los autores que aprovechan la oportunidad
que se les brinda. Cuando utilizan imágenes, los historiadores suelen
tratarlas como simples ilustraciones, reproduciéndolas en sus libros
sin el menor comentario. En los casos en los que las imágenes se ana-
lizan en el texto, su testimonio suele utilizarse para ilustrar las con-
clusiones a las que el autor ya ha llegado por otros medios, y no para
dar nuevas respuestas o plantear nuevas cuestiones.
¿Por qué iba a ser así? En un artículo en el que describe su descu-
brimiento de la fotografía victoriana, el difunto Raphael Samuel se
definía a sí mismo y a otros especialistas en historia social de su ge-
neración como «analfabetos visuales». En los años cuarenta, un niño
era y seguiría siendo toda su vida -según su propia expresión- «pre-
televisual». Su educación, en la escuela y en la universidad, consistía
en un adiestramiento en la lectura de textos."
Con todo, ya por entonces una minoría significativa de historiado-
res utilizaba el testimonio de las imágenes, especialmente los especia-
listas en las épocas en las que los documentos escritos son raros o ine-
xistentes. De hecho sería muy dificil escribir cualquier cosa acerca de
la prehistoria europea, por ejemplo, sin el testimonio de las pinturas
12
INTRODUCCiÓN
rupestres de Altamira y Lascaux, mientras que la historia del Egipto
antiguo sería incomparablemente más pobre sin el testimonio de las
pinturas sepulcrales. En ambos casos, las imágenes proporcionan prác-
ticamente el único testimonio existente de prácticas sociales tales como
la caza.' Algunos estudiosos especializados en épocas posteriores tam-
bién se toman en serio las imágenes. Por ejemplo, los especialistas en
la historia de las actitudes políticas, de la «opinión pública» o de la pro-
paganda llevan muchos años usando el testimonio de los grabados.
Una vez más, un distinguido medievalista, David Douglas, afirmaba
hace casi medio siglo que el Tapiz de Bayeux era "una fuente primor-
dial para la historia de Inglaterra», que «merece ser estudiada junto
con los relatos de la Crónica anglosajona y de Guillermo de Poitiers».
El empleo de las imágenes por parte de unos pocos historiadores
se remonta mucho más atrás. Como señalaba Francis Haskell (1928-
2000) en Hislory and its lmages, las pinturas de las catacumbas de
Roma fueron estudiadas en el siglo XVII como testimonio de la histo-
ria del cristianismo primitivo (y durante el siglo XIX como testimonio
de la historia social}." El Tapiz de Bayeux (Fig. 79) fue ya tomado en
serio como fuente histórica por los estudiosos a comienzos del si-
glo XVIlI. A mediados de siglo, los cuadros de diversos puertos de mar
franceses pintados por Joseph Vernet (que estudiaremos más ade-
lante, cf. Capítulo V) fueron alabados por un crítico, según el cual, si
otros pintores siguieran el ejemplo de Vernet, sus obras resultarían
muy útiles a la posteridad porque '<en sus cuadros podría leerse la
historia de las costumbres, las artes y las naciones»."
Los especialistas en historia de la cultura Jacob Burckhardt (1818-
1897) YJohan Huizinga (1872-194S), que además eran artistas afi-
cionados y cuyos estudios tratan respectivamente del Renacimiento y
del «otoño" de la Edad Media, basaban sus descripciones y sus inter-
pretaciones de la cultura de Italia y de los Países Bajos en las pinturas
de artistas tales como Rafael o van Eyck, así como en los textos de la
época. Burckhardt, que escribió varias obras sobre el arte italiano an-
tes de dedicarse a la cultura del Renacimiento en general, calificaba
las imágenes y monumentos de «testimoniosde las fases pretéritas
del desarrollo del espíritu humano», de objetos «a través de los cua-
les podemos leer las estructuras de pensamiento y representación de
una determinada época».
13
VISTO Y NO VISTO
En cuanto a Huizinga, pronunció en 1905 una lección inaugural
en la universidad de Groningen disertando sobre «El elemento esté-
tico en el pensamiento histórico», y en ella comparaba el pensamien-
to histórico con la «visión» o «sensación» (sin desechar el sentido de
contacto directo con el pasado), y declaraba que «Io que tienen en
común el estudio de la historia y la creación artística es una manera
de formar imágenes>•. Más tarde, describiria el método de la historia
cultural en términos visuales como «el método del mosaico». Hui-
zinga confesaba en su autobiografía que su interés por la historia se
vio fortalecido por la colección de monedas iniciada cuando era
niño, que se sintió atraído por la Edad Media porque imaginaba ese
peri6do como una época «llena de caballeros galantes con cascos de
plumas», y que su decisión de abandonar los estudios orientales y de-
dicarse a la historia de los Países Bajos fue estimulada por una expo-
sición de pintura flamenca que vio en Brujas en 1902. Huizinga fue
también un vigoroso defensor de los museos de historia."
Otro académico de la generación de Huizinga, Aby Warburg
(1866-1929), que empezó dedicándose a la historia del arte como
Burckhardt, acabó su carrera intentando escribir una historia de la
cultura basada tanto en las imágenes como en los textos. El Instituto
Warburg, creado a partir de la biblioteca de warburg y trasladado de
Hamburgo a Londres tras la ascensión al poder de Hitler, ha seguido
fomentando ese enfoque. Así, la historiadora del Renacimiento Fran-
ces Yates (1899-1981), que empezó a frecuentar el Instituto a finales
de los años treinta, decía de sí misma que había sido «iniciada en la
técnica de Warburg consistente en utilizar los testimonios visuales
como documentos históricos,•.6
El testimonio de imágenes y fotografias fue utilizado también du-
rante los años treinta por el historiador y sociólogo brasileño Gil-
berto Freyre (1900-1987), que se definía a sí mismo como un pintor
histórico del estilo de Tiziano y calificaba su enfoque de la historia
social como una forma de «impresionismo», en el sentido de que era
un «intento de sorprender la vida en movimiento». Siguiendo los pa-
sos de Freyre, un americano experto en la historia del Brasil, Robert
Levine, ha publicado una serie de fotografias de la vida en la América
Latina a finales del siglo XIX y comienzos del xx con un comentario
que no sólo sitúa las fotos en su contexto, sino que analiza los princi-
'4
INTRODUCCiÓN
pales problemas planteados por el empleo de este tipo de documen-
tación.'
La imagen fue el punto de partida de dos importantes estudios de
Philippe Aries (1914-1982), que se definía a sí mismo como «histo-
riador dominguero», una historia de la infancia y una historia de la
muerte, en las cuales las fuentes visuales eran descritas como «testi-
monios de sensibilidad y de vida», por los mismos motivos que «la
literatura o los documentos de los archivos», La obra de Aries será
analizada con más detalle en otro capítulo. Su planteamiento fue
imitado durante los años setenta por algunos historiadores franceses
de primera fila, entre ellos por Michel Vovelle, que ha estudiado la
Revolución Francesa y el antiguo régimen que la precedió, y Maurice
Agulhon, que se ha especializado en la Francia del siglo XIX.
f1
La «tendencia plástica», como la denomina el crítico americano
william Mitchell, es visible también en el mundo de habla inglesa."
Fue a mediados de los años sesenta, como él mismo confiesa, cuando
Raphael Samuel y algunos contemporáneos suyos se dieron cuenta
del valor de las fotografías como documentos de la historia social del
siglo XIX pues les ayudan a construir una «historia desde abajo» cen-
tr~da en'la vida co~idianay en las experiencias de la gente sencilla.
No obstante, si tomamos la influyente revista Pasí and Presetü como
representante de las nuevas tendencias historiográficas en el mundo
de habla inglesa, resulta bastante sorprendente comprobar que de
1952 a 1975 ni uno solo de los artículos incluidos en ella contienen
imágenes. Durante los años setenta, fueron publicados dos artículos
con ilustraciones. Durante los ochenta, por otra parte, esa cifra as-
cendió hasta los catorce.
Que los años ochenta supusieron un punto clave en este sentido
nos lo confirman también las actas de un congreso de historiadores
americanos celebrado en 1985 y dedicado a los «testimonios del
arte». Tras ser publicadas en un número especial del ]ournal o//n-
terdisciplinary History, el simposio despertó tanto interés que las actas
volvieron a publicarse rápidamente en forma de libro. 10 Desde en-
tonces, uno de los participantes, Simón Schama, se ha hecho famoso
por la utilización de los testimonios visuales en estudios que abar-
can desde la investigación de la cultura holandesa del siglo XVII, The
Embarmssment oi Riches (1987), a un repaso de las actitudes occi-
'5
VISTO Y NO VISTO
dentales ante el paisaje durante varios siglos, Landscape and Memory
(1995)·
La propia colección «Picturing History», ~anzada en 1995, a la
que pertenece originalmente el volumen que están leyendo ustedes,
es otra prueba de la nueva tendencia. En los próximos años será in-
teresante comprobar cómo unos historiadores de una generación
que se ha visto expuesta a los ordenadores y a la televisión práctica-
mente desde su nacimiento y que siempre ha vivido en un mundo sa-
turado de imágenes, se sitúa ante los testimonios visuales del pasado.
FUENTES Y VESTIGIOS
Tradicionalmente, los historiadores han llamado a sus documentos
«fuentes», como si se dedicaran a llenar sus cubos en el río de la ver-
dad y sus relatos fueran haciéndose más puros a medida que se acer-
caran más a los orígenes. La metáfora es muy vívida, pero también
equívoca, por cuanto implica la posibilidad de realizar una exposi-
ción del pasado libre de la contaminación de intermediarios. Natu-
ralmente resulta imposible estudiar el. pasado sin la ayuda de toda
una cadena de intermediarios, entre ellos no sólo los historiadores
de épocas pretéritas, sino también los archiveros que ordenaron los
documentos, los escribas que los copiaron y los testigos cuyas pala-
bras fueron recogidas. Como decía hace medio siglo el historiador
holandés Gustaaf Renier (1892- 1962), convendría sustituir la idea
de fuentes por la de «vestigios» del pasado en el presente. 1 1 El tér-
mino «vestigios» designaría los manuscritos, libros impresos, ~difi­
cios, mobiliario, paisaje (según las modificaciones introducidas por
la explotación del hombre), y diversos tipos de imágenes: pinturas,
estatuas, grabados, o fotografías.
Los historiadores no pueden ni deben limitarse a utilizar las imá-
genes como «testimonios» en sentido estricto (como estudiaremos
detalladamente en los Capítulos V, VI Y VII). Debería darse cabida
también a 10 que Francis Haskell llamaba «el impacto de la imagen
en la imaginación histórica». Pinturas, estatuas, estampas, etc., per-
miten a la posteridad compartir las experiencias y los conocimientos
no verbales de las culturas del pasado (por ejemplo las experiencias
16
INTRODUCCIÓN
religiosas analizadas en el Capítulo III). Nos hacen comprender cuán-
tas cosas habríamos podido conocer. si nos las hubiéramos tomado
más en serio. En resumen, las imágenes nos permiten «imaginar» el
pasado de un modo másvivo. Como dice el crítico Stephen Bann, al
situarnos frente a una imagen nos situamos «frente a la historia.'. El
hecho de que las imágenes fueran utilizadas en las diversas épocas
como objetos de devoción o medios de persuasión, y para proporcio-
nar al espectador información o placer, hace que puedan dar testi-
monio de las formas de religión, de los conocimientos, las creencias,
los placeres, ete., del pasado. Aunque los textos también nos ofrecen
importantes pistas, las imágenes son la mejor guía-para entenderel
poder que tenían las representaciones visuales en la vida política y re-
ligiosa de las culturas pretéritas."
Así, pues, en este libro analizaremos la utilización de diferentes ti-
pos de imágenes como lo que los juristas llaman «testimonios admisi-
bles» de los distintos tipos de historia. La analogía con el mundo ju-
rídico tiene su razón. de ser. Al fin y al cabo, en los últimos años
muchos atracadores de banco, hooligans de fútbol y policías violen-
tos han sido condenados en virtud del testimonio de los videos. Las
fotografias que toma la policía de la escena del crimen suelen ser uti-
lizadas como pruebas. Hacia 1850, el Departamento de Policía de
Nueva York creó una «Galería de delincuentes» que permitía reco-
nocer a los ladrones. 1 J De hecho, antes de 1800 los archivos de la po-
licía francesa ya incluían retratos en los expedientes personales de
los principales sospechosos.
La idea fundamental que la presente obra pretende sostener e
ilustrar es que, al igual que los textos o los testimonios orales, las imá-
genes son una forma importante de documento histórico. Reflejan
un testimonio ocular. Semejante idea no tiene nada de nuevo, como
demuestra una famosa imagen, el retrato de un hombre y su espo-
sa, llamado «El matrimonio Ar nolfini», conservado en la National
Gallery de Londres. El cuadro lleva la siguiente inscripción: Jan van
l!.'yck fuit hic (<<Jan van Eyck estuvo aquí») ,como si el pintor hubiera
actuado como testigo de la boda de la pareja. Ernst Gombrich habla
en sus obras del «principio del testigo ocular.., en otras palabras, de la
norma seguida por los artistas en algunas culturas, a partir de la de
los antiguos griegos, consistente en representar lo que un testigo
17
VISTO Y NO VISTO
ocular podría haber visto desde un determinado punto en un deter-
minado momento y sólo eso. 14
De modo parecido, la expresión «estilo de testigo ocular» fue in-
troducida en un estudio de la pintura de Vittore Carpaccio (ca. 1465-
ca. 1525) y algunos de sus contemporáneos de Venecia, para desig-
nar el amor por el detalle que reflejan sus cuadros y el deseo de los
artistas y sus patronos de «pintar lo que se ve de manera tan verídica
como sea posible, según los criterios imperantes de testimonio y
prueba». 15 A veces los textos corroboran nuestra impresión de que a
un artista le preocupaba ofrecer un testimonio exacto de las cosas.
Por ejemplo, en una nota escrita en la parte trasera de su cuadro Ca-
balgando hacia la libertad (1862), en el que aparecen tres esclavos a
caballo, un hombre, una mujer y un niño, el pintor americano East-
man Johnson (1824- 1906) calificaba su pintura de testimonio de
«un incidente real ocurrido durante la Guerra Civil, visto por mí
mismo». También se han utilizado definiciones como estilo «docu-
mental» o «etnográfico» para describir imágenes semejantes de épo-
cas posteriores (vid. ínjra pp. 24, 164, 174).
Ni qué decir tiene que el uso del testimonio de las imágenes plan-
tea numerosos problemas harto delicados. Las imágenes son testigos
mudos y resulta dificil traducir a palabras el testimonio que nos ofre-
cen. Pueden haber tenido por objeto comunicar su propio mensaje,
pero no es raro que los historiadores hagan caso omiso de él para
«leer entre líneas» las imágenes e interpretar cosas que el artista no
sabía que estaba diciendo. Evidentemente semejante actitud com-
porta graves peligros. Es preciso utilizar las imágenes con cuidado,
incluso con tino -lo mismo que cualquier otro tipo de fuente-
para darse cuenta de su fragilidad. La «crítica de las fuentes» de la
documentación escrita constituye desde hace bastante tiempo una
parte fundamental de la formación de los historiadores. En compa-
ración con ella, la crítica de los testimonios visuales sigue estando
muy poco desarrollada, aunque el testimonio de las imágenes, como
el de los textos, plantea problemas de contexto, de función, de retó-
rica, de calidad del recuerdo (si data de poco o mucho después del
acontecimiento), si se trata de un testimonio secundario, etc. Por eso
algunas imágenes ofrecen un testimonio más fiables que otras. Por
ejemplo, los bocetos tomados directamente del natural (Figs. 1 y 2) Y
18
INTRODUCCiÓN
l. Eugéne Delacroix, boceto de Las mujereJ de Argel, ca. 1832, acuarela con ras-
tros de lápiz. Museo del LoUVTC, París.
2. Constantin Cuys. boceto en acuarela del sultán camino de la mezquita,
1854. Colección particular.
libres de las limitaciones del «gran estilo» (analizado en el Capí-
tulo VIII), constituyen testimonios más fidedignos que las pinturas
realizadas después en el estudio del artista. En el caso de Eugene De-
lacroix (1798- I 863), podemos ejemplificar perfectamente este argu-
mento comparando su boceto Dos mujeres sentadas y su cuadro Las
'9
VISTO Y NO VISTO
mujeres de Argel (1834), que tiene un carácter más teatral y, a diferen-
cia del estudio original, contiene referencias a otras imágenes.
¿Hasta qué punto y de qué forma ofrecen las imágenes un testimo-
nio fiable del pasado? Naturalmente seria absurdo intentar dar una
respuesta general demasiado simple a semejante cuestión. Un icono
de la Virgen del siglo XVI y un póster de Stalin del siglo xx dicen a los
historiadores muchas cosas acerca de la cultura rusa, pero -a pesar de
ciertas analogías de lo más curioso- existen evidentemente diferen-
cias enormes entre lo que nos dicen y no nos dicen una imagen y otra.
Si pasamos por alto la diversidad de las imágenes, de los artistas, de la
utilización de la imagen y de las actitudes frente a ella en los distintos
periodos de la historia, será bajo nuestra propia responsabilidad.
VARIEDADES DE IMAGEN
El presente ensayo trata de las «imágenes» y no del «arte», término
que no empezó a utilizarse en Occidente hasta el Renacimiento, y so-
bre todo a partir del siglo XVIII, cuando la función estética de las
imágenes -al menos en los ambientes elitistas- empezó a preva-
lecer sobre muchos otros usos que tenían dichos objetos. Indepen-
dientemente de su calidad estética, cualquier imagen puede servir
como testimonio histórico. Los mapas, las planchas decorativas, los
exvotos (Fig. 17), las muñecas de moda o los soldados de cerámica
enterrados en las tumbas de los primeros emperadores chinos, cada
uno de estos objetos tienen algo que decir al historiador.
Para complicar aún más la situación, es preciso tener en cuenta
los cambios que se producen en el tipo de imagen disponible en de-
terminados lugares y momentos, y en particular dos revoluciones
que han tenido lugar en el terreno de la producción de imágenes, a
saber, la aparición de la imagen impresa (xilografia, grabado, agua-
fuerte, etc.] durante los siglos xv Y XVI, Y la aparición de la imagen
fotográfica (incluidos el cine y la televisión) durante los siglos XIX Y
xx. El estudio de las consecuencias de estas dos revoluciones con el
detalle que merecen daría pie a escribir una obra sumamente volu-
minosa, pero en cualquier caso convendría hacer unas cuantas ob-
servaciones generales.
20
INTRODUCCiÓN
Por ejemplo, la apariencia de las imágenes cambió radicalmente.
Durante las primeras fases de la xilografia y de la fotografia, las imá-
genes en blanco y negro sustituyeron a las pinturas en color. Si se nos
permite especular un poco, cabría sugerir, como se ha hecho en el
caso de la transición del mensaje oral al impreso, que la imagen en
blanco y negro es, según la famosa frase de MarshalI McLuhan, una
forma «más fría» de comunicación que la policroma, más ilusionista,
que fomenta un distanciamiento mayor del observador. Además, las
imágenes impresas, lo mismo que ocurriría luego con la fotografia,
podían fabricarse y transportarse con mayor rapidez que las pinturas,
de suerte que las imágenes de los acontecimientos actuales podían
llegar a los observadores mientras los hechos estaban aún frescos en
la memoria, argumento que desarrollaremos en el Capítulo VIII.
Otro argumento que conviene tener presente en el caso de ambas
revoluciones es que permitieron que se produjera un salto cuantita-
tivoen el número de imágenes al alcance de la gente sencilla. De he-
cho resulta difícil incluso imaginar qué pocas imágenes circulaban
en la Edad Media, pues los manuscritos con miniaturas, que ahora
nos resultan tan familiares en los museos o a través de las reproduc-
ciones gráficas, normalmente se hallaban en manos de unos pocos
particulares, de modo que el público en general sólo tenía a su dis-
posición las imágenes de los altares y los frescos de las iglesias. ¿Cuá-
les fueron las consecuencias culturales de esos dos saltos?
Las consecuencias de la imprenta han sido analizadas habitual-
mente en términos de estandarización y fijación de los textos en una
forma permanente, y lo mismo cabría decir de las imágenes graba-
das. William M. Ivins Jr (1881-1961), conservador de grabados en la
ciudad de Nueva York, sostenía que la importancia de las estampas
del siglo XVI radica en que eran "afirmaciones plásticas suscepti-
bles de ser repetidas con toda exactitud». Ivins subrayaba que los grie-
gos de la Antigüedad, por ejemplo, abandonaron la costumbre de
añadir ilustraciones a los tratados de botánica por la imposibilidad
de producir imágenes idénticas de una misma planta en las diferen-
tes copias manuscritas de una misma obra. Por otra parte, desde
finales del siglo xv los herbarios irían ilustrados habitualmente con
xilografías. Los mapas, que empezaron a imprimirse en 1472, ofre-
cen otro ejemplo del modo en que la comunicación de la informa-
VISTO Y NO VISTO
ción por medio de imágenes se vio facilitada por la capacidad de re-
petición que proporcionó la imprenta.t"
En la época de la fotografia, según el crítico alemán de ideología
marxista Walter Benjamin (1892-194°) en un famoso artículo publi-
cado en los años treinta, la obra de arte cambió de carácter. La má-
quina «sustituye la singularidad de la existencia por la pluralidad de
la copia» y hace que el «valor de culto» de la imagen se convierta en
«valor de exhibición». «Lo que se pierde en la edad de la reproduc-
ción mecánica es el aura de la obra de arte". Esta tesis puede suscitar
muchas dudas, y de hecho las ha suscitado. El propietario de una xilo-
grafía, por ejemplo, puede tratarla con respeto en la idea de que es una
imagen singular y no pensando que se trata de una copia más. 0, por
ejemplo, gracias a los cuadros de los maestros holandeses del siglo XVII
que representan domicilios particulares y tabernas, existen documen-
tos visuales que demuestran que en las paredes de las casas se colga-
ban tanto pinturas como xilografías y grabados. Más recientemente,
en la época de la fotografía, como ha defendido Michael Camille, la
reproducción de la imagen puede llegar incluso a incrementar su
aura, del mismo modo que la multiplicación de sus fotos no supone
menoscabo alguno para el glamour de una estrella del cine, sino
todo lo contrario. Si hoy nos tomamos la imagen singular menos en
serio que nuestros antepasados, tesis que todavía no ha sido demos-
trada, tal vez no se deba a la reproducción propiamente dicha, sino a
la incesante saturación de imágenes que padece nuestro universo de
experiencia.'?
«Estudiad al historiador antes de empezar a estudiar los hechos»,
decía a sus lectores el autor del famoso manual Whal is History?l¡¡' De
modo parecido, cabría aconsejar a todo el que intente utilizar el tes-
timonio de una imagen, que empiece por estudiar el objetivo que
con ella persiguiera su autor. Por ejemplo, son relativamente fiables
las obras que se realizaron a modo de documento, con el objetivo pri-
mordial de registrar los restos de la antigua Roma, pongamos por
caso, o la apariencia o las costumbres de las culturas exóticas. Las
imágenes de los indios de Virginia realizadas por el artista elizabet-
hianoJohn White (flmuit 1584-1593), por ejemplo (Fig. 3), fueron
hechas in situ, lo mismo que las de los hawaianos y los tahitianos que
hicieron los dibujantes que acompañaban al capitán Cook ya otros
22
->\\
jECOTO~'
3. John white, vista del poblado de Secoton, Virginia, ca. 1585-1587. British
Museum, Londres.
VISTO Y NO VISTO
exploradores, precisamente con el fin de dejar constancia de sus des-
cubrimientos. Los «artistas de guerra», enviados al campo de batalla
para retratar los combates y la vida de los soldados en campaña (cf.
Capítulo VIII), activos desde la época de la expedición de Carlos Va
Túnez hasta la intervención de los americanos en la guerra de Viet-
nam, o incluso más tarde, suelen ser testigos más fidedignos, sobre
todo en los detalles, que sus colegas que trabajan exclusivamente en
su domicilio. Las obras como las que hemos descrito en este párrafo
podrían calificarse de "arte documental».
No obstante, no sería prudente atribuir a estos artistas-reporteros
una «mirada inocente», en el sentido de una actitud totalmente ob-
jetiva, libre de expectativas y prejuicios de todo tipo. Literal y meta-
fóricamente, esos estudios y pinturas reflejan un <,punto de vista». En
el caso de White, por ejemplo, debemos tener en cuenta que inter-
vino personalmente en la colonización de Virginia y que quizá in-
tentó dar una buena impresión del país omitiendo las escenas de des-
nudos, sacrificios humanos y cualquier otra que pudiera asustar a los
potenciales colonos. Los historiadores que utilizan este tipo de docu-
mentos no pueden ignorar la posibilidad de la propaganda (d. Capí-
tulo IV), o de las visiones estereotipadas del «otro» (cf. Capítulo VII),
ni olvidar la importancia de las convenciones plásticas admitidas
como algo natural en determinadas culturas o en determinados gé-
neros, como, por ejemplo, los cuadros de batallas (d. Capítulo VIII).
Para corroborar esta crítica de la mirada inocente, resultaría muy
útil poner algunos ejemplos en los que el testimonio histórico de las
imágenes es, o en cualquier caso parece ser, claro y directo: las foto-
grafías y los retratos.
FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
Aunque las fotos no mienten,
los mentirosos pueden hacer fotos.
LEWIS HINE
Si deseáis entender a fondo la historia
de Italia, mirad atentamente los retratos...
En los rostros de la gente siempre puede
leerse algo de la historia de su época,
si se sabe leer en ellos.
GIOVANNI MORELLI
-~.~ tentaciones de realismo, o mejor dicho de tomar una imagen por
la realidad, son especialmente seductoras en el caso de las fotograñas
y los retratos. Por eso analizaremos ahora con cierto grado de detalle
este tipo de imágenes.
REALISMO FOTOGRÁFICO
Desde una fecha muy temprana de la historia de la fotografía, el
nuevo medio fue estudiado como auxiliar de la historia. En una con-
ferencia pronunciada en 1888, por ejemplo, George Francis invitaba
a coleccionar sistemáticamente fotografías por considerarlas "la me-
jor representación gráfica posible de nuestras tierras, de nuestros
edificios y de nuestros modos de vida». El problema que se plantea al
historiador es si se debe prestar crédito a esas imágenes y hasta qué
punto debe hacerse. A menudo se ha dicho que «la cámara nunca
miente». Pero en nuestra «cultura de la instantánea», que lleva a tan-
tos de nosotros a grabar películas de nuestra familia o de nuestras va-
VISTO Y NO VISTO
caciones, sigue viva la tentación de tratar la pintura como el equiva-
lente de esas fotografías y, en consecuencia, de esperar que tanto his-
toriadores como artistas nos ofrezcan representaciones realistas.
De hecho es posible que nuestro sentido del conocimiento histó-
rico haya sido modificado por la fotografía. Como dijo en cierta oca-
sión el poeta francés Paul Valéry (18.71-1945), nuestros criterios de
veracidad histórica nos llevan incluso a plantearnos la siguiente cues-
tión: «¿Podría haber sido fotografiado tal o cual hecho, del mismo
modo que ha sido contado?" Los periódicos llevan mucho tiempo
utilizando la fotografía como testimonio de autenticidad. Al igual
que las imágenes televisivas, esas fotografías suponen una gran apor-
tación a lo que el critico Roland Barthes (1915-1980) llamaba el
«efecto realidad". En el caso de las viejas fotografías de ciudades, por
ejemplo, sobretodo cuando se amplían hasta llenar toda una pared,
el espectador llega a experimentar la vívida sensación de que, si qui-
siera, podría meterse en la foto y ponerse a caminar por la calle.'
El problema que plantea la pregunta de Valéry es que implica una
contraposición entre la narración subjetiva y la fotografía «objetiva"
o «documental". Esta opinión la comparte mucha gente, o al menos
así solía ocurrir. La idea de objetividad, planteada ya por los prime-
ros fotógrafos, venía respaldada por el argumento de que los propios
objetos dejan una huella de sí mismos en la plancha fotográfica
cuando ésta es expuesta a la luz, de modo que la imagen resultante
no es obra de la mano del hombre, sino del «pincel de la natura-
leza». En cuanto a la expresión «fotografía documental», empezó a
emplearse en los Estados Unidos durante los años treinta (y poco
después se acuñaría la expresión «película documental») , para desig-
nar las escenas de la vida cotidiana de la gente sencilla, sobre todo los
más pobres, vistas a través de la lente de, por ejemplo, Jacob Riis
(1849-1914), Dorothea Lange (1895-1965), o Lewis Hine (1874-
1940), que estudió sociología en la universidad de Columbia y cali-
ficó su obra de «fotografía social». 2
Sin embargo, debemos situar esos «documentos" (d. Fig. 64, por
ejemplo) en su contexto. No siempre resulta fácil en el caso de la fo-
tografia, pues la identidad de los modelos y de los fotógrafos a me-
nudo se desconoce, y las propias fotografías, que originalmente -al
menos en muchos casos- formaban parte de una serie, han sido
FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
desgajadas del conjunto o del álbum en el que fueron expuestas en
un principio, para acabar en algún museo o archivo. No obstante,
en algunos casos famosos, como los «documentos» realizados por Riis,
Lange, y Hine, podemos decir algo acerca del contexto social y po-
lítico de las fotos. Fueron realizadas con fines publicitarios para cam-
pañas de reforma social y al-servicio de instituciones tales como, por
ejemplo, la Charity Organisation Society, el National Child .Labour
Committee, o la California State Emergency Relief Administration.
De ahí que su interés se centre, por ejemplo, en la mano de obra in-
fantil, en los accidentes laborales o en la vida en los barrios bajos. (La
fotografia realizó una Contribución análoga en las campañas en favor
de la eliminación de las chabolas en Inglaterra). Esas imágenes te-
nían generalmente por objeto despertar la simpatía del público.
En cualquier caso, la selección de los temas e incluso de las postu-
ras que hicieron los primeros fotógrafos a menudo siguió el ejemplo
de la pintura, la xilografía y el grabado, mientras que los fotógrafos
más recientes no dudaron en citar o aludir a sus predecesores. La
textura de la fotografia también transmite un mensaje. Por citar el
ejemplo de Sarah Craham-Brown, «una foto de un suave color sepia
emana el aura serena de las "cosas pasadas"», mientras que la imagen
en blanco y negro puede «transmitir una sensación de cruda "rea-
lídad?-." '
El estudioso de la historia del cine Siegfried Kracauer ( 18 89-
19( 6 ) comparó en una ocasión a Leopold von Ranke (1795- 1886),
símbolo durante largo tiempo de la historia objetiva, con Louis
Daguerre (1787-1851), más o menos contemporáneo suyo, para de-
mostrar que los historiadores, al igual que los fotógrafos, seleccionan
qué aspectos del mundo real van a retratar. «Todos los grandes fotó-
grafos se han sentido perfectamente libres de seleccionar los moti-
vos, el marco, la lente, el filtro, la emulsión y el grano, según su sen-
sibilidad. ¿Acaso no le ocurría lo mismo a Ranke>» El fotógrafo Roy
Stryker expresaba esta misma idea fundamental en 1940. «Desde el
rnomento en el que un fotógrafo selecciona un tema», decía, «está
trabajando sobre la base de una actitud sesgada análoga a la que po-
demos apreciar en los historiadores»."
En ocasiones, Jos fotógrafos han ido más allá de la mera selección.
Antes de ]880, en la época de la cámara de trípode y Jos veinte se-
VISTO Y NO VISTO
gundos de exposición, los fotógrafos componían las escenas dicien-
do a la gente dónde debían colocarse y qué actitud debían adoptar
(como en las fotografías de grupo en la actualidad), tanto si trabaja-
ban en su estudio como si lo hacían al aire libre. A veces construían
sus escenas de la vida social con arreglo a las convenciones familiares
de la pintura de género, especialmente las de los cuadros holandeses
con escenas de taberna, de campesinos, de mercado, etc. (cf Capí-
tulo VI). Al recordar el descubrimiento de la fotografía en Inglaterra
por parte de los especialistas en historia social allá por los años se-
senta, Raphael Samuel hablaba con cierta amargura de «nuestra
ignorancia de los artificios de la fotografía victoriana», comentando
que '<muchas de las fotos que reprodujimos con tanto entusiasmo y que
comentamos tan meticulosamente -al menos eso creíamos noso-
tros- eran una impostura, una ficción pictórica por su origen y por
sus intenciones, aunque su forma fuera documental». Por ejemplo,
para crear la famosa imagen del golfillo aterido, el fotógrafo O. G. Reij-
lander -pagó a un muchacho de wolverhampron cinco chelines por
posar para él, lo cubrió de harapos y le embadurnó debidamente la
cara de mugre». J
Algunos fotógrafos intervinieron más que otros con el fin de ade-
cuar objetos y personas a sus intenciones. Por ejemplo, en las imáge-
nes de la pobreza de las zonas rurales de los Estados Unidos durante
los años treinta que fotografió, Margaret Bourke-White (1904-1971),
contratada por las revistas Portune y Lije, intervino más de lo que lo
hiciera Dorothea Lange en las suyas. Igualmente, algunos de los <,ca-
dáveres» que podemos contemplar en las fotos de la Guerra Civil
americana (Fig. 5) eran, al parecer, soldados vivos que posaron ama-
blemente para la cámara. La autenticidad de la foto más famosa de la
Guerra Civil española, la Muerte de un soldado de Robert Capa, publi-
cada por vez primera en una revista francesa en 1936 (Fig. 4), ha
sido puesta en duda por razones similares. Por esos y otros muchos
motivos se ha dicho que "las fotografías no son nunca un testimonio
de la historia: ellas mismas son algo histórico».6
Se trata sin duda de un juicio demasiado negativo: como otras for-
mas de testimonio, las fotografías son las dos cosas a la vez. Son par-
ticularmente valiosas, por ejemplo, como testimonio de la cultura
material del pasado (d. Capítulo V). En el caso de los fotógrafos
4· Robert Capa, Muerte de un soldado. 1936, fOlografia.
<"S:< ~.ti<.,
5· Timothy O'Sullivan (negativo) y AJexandcr Gardncr (positivo), Co.vcha de
'~lterle, lJf'it)"S!rnrg, Julio dP I86), lámina 36 del libro de Gardner Photographic
Sketch Book (1the llar, 2 vols. (Washington, DC, 1 H65-1866).
VISTO Y NO VISTO
eduardianos, como señalaba la introducción histórica de un libro de
reproducciones, «podernos apreciar cómo se vestían los ricos, sus po-
ses y actitudes, las contención del vestuario de la mujer eduardiana, el
elaborado materialismo de una cultura que creía que la riqueza, el sta-
tus social y la propiedad privada debían ser ostentados abiertamen-
te ... La expresión «candidez de la cámara.., acuñada allá por los años
veinte, tiene mucho de verdad, aunque la cámara tiene que sujetarla
siempre una persona y unos fotógrafos son más cándidos que otros.
La crítica de las fuentes es fundamental. Como observaba aguda-
mente el crítico de arteJohn Ruskin (lSlg-lgOO), el testimonio de
las fotografías «es de gran utilidad si se las sabe someter a un careo
severo». Un ejemplo espectacular de este tipo de careo es el empleo
de la fotografia aérea (desarrollada en un principio como medio de
reconocimiento durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial)
que han hecho los historiadores, y en particular los especialistas en la
agricultura y el monacato medieval. La fotografia aérea, que "com-
bina los datos de la foto con los del plano» y que registra un tipo de
variaciones de la superficie de la tierra imperceptibles a rasde suelo
para el ojo humano, ha revelado la organización de las zonas cultiva-
das por distintas familias, la localización de poblados abandonados, y
la disposición de las abadías. En una palabra, permite hacer un reco-
nocimiento del pasado."
EL RETRATO, ¿ESPEJO O FORMA SIMBÓLICA?
Como en el caso de la fotografía, somos muchos los que hemos teni-
do la tentación de considerar el retrato una representación exacta,
una instantánea o una imagen especular de un determinado mode-
lo, con el aspecto que pudiera tener en un momento dado. No se
debe caer en esa tentación por varias razones. En primer lugar, el re-
trato es un género pictórico que, como tantos otros, está compuesto
con arreglo a un sistema de convenciones que cambian muy lenta-
mente a 10 largo del tiempo. Las poses y los gestos de los modelos y
los accesorios u objetos representados junto a ellos sigu~n un es-
quema y a menudo están cargados de un significado simbólico. En
este sentido el retrato es una forma simbólica.~
FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
En segundo lugar, las convenciones del género tienen la finalidad
de presentar al modelo de una forma determinada, por lo general
f~v~rable, au~~ue no debemos desechar la posibilidad de que Gaya
hiciera una saura de sus modelos en su famosa Familia de Carlos IV
(1800) ".En el s~glo xv, Federico da Montefeltro, duque de Urbino,
que habla perdido un ojo en un torneo, sería representado siempre
de per.fil. El~p~ognatismo del emperador Carlos V es conocido por la
poste:ldad umcamente por los informes menos halagadores de los
embajadores extranjeros, pues los pintores (incluso Tiziano) disimu-
laron siempre el defecto. Los modelos suelen ponerse sus mejores
galas para posar, de modo que los historiadores se equivocarían si tra-
taran el retrato como un testimonio de la vestimenta cotidiana.
Es de suponer también, sobre todo en los retratos realizados antes
~e I ~OO, que los modelos aparecieran mostrando la mejor actitud
imagínable, en el sentido de que adoptaban unas posturas más ele-
gantes de lo habitual o de que querían ser representados de esa
forma: Así, pues, ~l retrato no es tanto el equivalente pictórico de la
"c.~~dldez de la camara): cuanto una muestra de lo que el sociólogo
El \mg ~ffman denomina "la representación del yo .., proceso en el
que artista y modelo solían chocar. Las convenciones de la auto-
representación eran más o menos informales, en función del modelo
y de la época. En la Inglaterra de finales del siglo XVIII, por ejemplo,
l~ubo un momento que podríamos denominar de «informalidad esti-
lizada», que ilustraría perfectamente el retrato de Sir Brooke Booth-
by tumbado e~ un bos~ue con un libro en las manos (cf. Fig. 52). No
obstante, esa informalidad tenía sus limitaciones, Como demuestran
las reacciones de escándalo de los contemporáneos ante el retrato
de la señora Thicknesse realizado por Thomas Gainsborough, en el
que l~ modelo aparece con las piernas cruzadas por debajo de la falda
:cf. FIg. 6). Una se~~ra comentó: "Sentiría mucho que alguna per-
sona a la que yo quisiera se mostrara de esa guisa». En cambio a fi-
nales del siglo XX, la princesa Diana aparece en esa misma postura en
el famoso cuadro de Bryan Organ y se considera la cosa más normal
del mundo.
Los accesorios representados junto a los modelos refuerzan por
regl~ general esa auto-representación. Dichos accesorios pueden ser
<onsiderados "propiedades» del sujeto en el sentido teatral del tér-
VISTO Y NO VISTO
6. Thomas Gainsborough, La smora de Phi-
lip Thicknesse, de soltera Ann¿ Ford. 1760,
óleo sobre lienzo. Cincinnati An Museum.
mino. Las columnas clásicas corresponden a las glorias de la antigua
Roma, mientras que la presencia de una silla con aspecto de trono
confiere al modelo una apariencia regia. Algunos objetos simbólicos
hacen referencia a papeles sociales específicos. En un retrato, por lo
demás bastante ilusionista, de Joshua Reynolds, la enorme llave que
sujeta el modelo entre sus manos tiene por objeto comunicar que se
trata del gobernador de Gibraltar (d. Fig. 7). También hacen su apa-
rición accesorios vivos. En el arte renacentista italiano, por ejemplo.
la presencia de un gran _perro en el retrato de un hombre suele ir
asociada con la caza y, por consiguiente. con la virilidad aristocrática,
mientras que la presencia de un perro pequeño en el retrato de una
mujer o de una pareja de cónyuges probablemente simbolice la ñde-
lidad (dando a entender que la esposa es al marido como el perro al
hombre)."
Algunas de esas convenciones sobrevivieron y fueron democrati-
zadas en la época del retrato fotográfico de estudio, desde mediados
del siglo XIX en adelante. Camuflando las diferencias existentes en-
tre las clases sociales, los fotógrafos ofrecían a sus clientes lo que se
ha denominado una «inmunidad transitoria de la realidad». ro Tanto
si son pinturas como si se trata de fotografías, lo que recogen los re-
tratos no es tanto la realidad social cuanto las ilusiones sociales. no
tanto la vida corriente cuanto una representación especial de ella.
FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
Pero por esa mis~a razón, proporcionan un testimonio impagable a
todos los que se Interesan por la historia de) cambio de esperanzas
valores o mentalidades. •
Dicho testimonio resulta particularmente ilustrativo en los casos
en los que se pu.ede estudiar una serie de retratos a largo plazo y de
esa forma apreciar los cambios introducidos en la manera de rcprc-
~. joshua ~ynolds, Lurd Hrathfield, gofwrnadqr de GibraltnT, 1787. óleo sobre
lienzo. National Gallery, Londres.
33
VISTO Y NO VISTO FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
8. joseph-Siffrede Duplessis,
Luis XVI con el manto real, ca.
1770, óleo sobre lienzo. Mu-
sée Carnevalet, París.
9. Francois Girard,
aguadnta del retrato
oficial de Luis Feli-
pe pin lado por Louis
Hersent (el original
se expuso en 1831,
pero fue destruido en
1848). Bibliothéque
Nationale de France,
París.
sentar al mismo tipo de personas, por ejemplo a los reyes. El gran re-
trato de Ricardo II en Westminster, pongamos por caso, es de lo más
insólito por sus dimensiones, pero la imagen frontal de un monarca
en el trono, con la corona y el cetro en una mano y la bola del mundo
en la otra era un tópico en las monedas y medallas de la Edad Media.
Por muy rígido que pueda parecernos hoy día, el famoso retrato de
Luis XIV con manto real pintado por Hyacinthe Rigaud ( 1659-
1743) supuso un gran paso hacia la informalidad, al colocar la coro-
na en un cojín, en vez de sobre la cabeza del monarca, yal presentar
a Luis apoyándose en el cetro, como si se tratara de un bastón. En su
momento, el retrato de Rigaud se hizo paradigmático. Lo que había
sido invento de un artista se convirtió en convención. Así, toda una se-
rie de retratos oficiales de reyes -franceses evocan la imagen de Luis XIV
pintada por Rigaud y nos muestran a Luis XV, Luis XVI (d. Fig. 8) Y
Carlos X apoyándose del mismo modo en su cetro, quizá con el fin
34
de subrayar la continuidad dinástica, o para sugerir que los siguien-
tes monarcas eran dignos sucesores de Luis «el Grande ...
Por otra parte, tras la revolución de 1830 Yla sustitución de la mo-
narquía absoluta por la constitucional, el nuevo soberano, Luis Fe-
lipe de Orleáns, sería representado de una forma deliberadamente
modesta, con el uniforme de la Guardia Nacional en vez del manto
real, y más cerca del punto de vista del espectador de lo que había ve-
nido siendo habitual, aunque el rey sigue apareciendo de pie en un
estrado y continúan representándose el trono y los cortinajes de ri-
gor (d. Fig. 9).11 El hecho de que los artistas, sus modelos y numerosos
espectadores conocieran las representaciones anteriores aumenta la
significación incluso de las divergencias más pequeñas respecto del
modelo tradicional.
Durante el siglo xx, si dejamos a un lado los anacronismos delibera-
dos como el retrato de Hitler vestido de caballero medieval (cf. Fig. 31),
35
VISTO Y NO VISTO
10. Fvodor Shurpin, La aurora di' la patria, 1946-1948, óleo sobre lienzo.
el retrato oficial sufrióuna transformación. El retrato de Stalin reali-
zado por Fyodor Shurpin, por ejemplo, La aurora de la patria (1946-
1948) (Fig. 10), asocia al dictador con la modernidad, simbolizada
por los tractores y las torres de alta tensión que aparecen al fondo,
así como por la luz del amanecer. Al mismo tiempo, el género del
«retrato oficial» fue superado por los acontecimientos, en el sentido
de que fue asociándose cada vez más con el pasado en una época ca-
racterizada por la fotografía oficial firmada y la imagen moviéndose
en la pantalla.
FOTOGRAFÍAS Y RrrRATOS
REFLEXIONES SOBRE LOS REFLEJOS
Los cuadros se han comparado a menudo con ventanas y con espe-
jos, y una y otra vez se dice de las imágenes que «reflejan» el mundo
visible o el mundo de la sociedad. Cabría decir incluso que son como
fotografías. Pero, como hemos visto, ni siquiera las fotografías son
puros reflejos de la realidad. Así, pues, ¿cómo puede utilizarse la ima-
gen como testimonio histórico? La respuesta a esta cuestión, que ela-
boraremos a lo largo del presente volumen, puede resumirse en los
siguientes tres puntos.
1. La buena noticia para los historiadores es que el arte puede
ofrecer testimonio de algunos aspectos de la realidad social que los
textos pasan por alto, al menos en algunos lugares y en algunas épo-
cas, como ocurre con la caza en el antiguo Egipto (cf. Introducción).
2. La mala noticia es que el arte figurativo a menudo es menos re-
alista de lo que parece, y que, más que reflejar la realidad social, la
distorsiona, de modo que los historiadores que no tengan en cuenta
la diversidad de las intenciones de los pintores o fotógrafos (por no
hablar de las de sus patronos o clientes) pueden verse inducidos a co-
meter graves equivocaciones,
3. Sin embargo, y por volver a las buenas noticias, el propio pro-
ceso de distorsión constituye un testimonio de ciertos fenómenos
que muchos historiadores están deseosos de estudiar: de ciertas men-
talidades, de ciertas ideologías e identidades. La imagen material o li-
teral constituye un buen testimonio de la «imagen» mental o metafó-
rica del yo o del otro.
El primer punto es bastante obvio, pero el segundo y el tercero
quizá merezcan un poco más de atención. Paradójicamente, el inte-
rés del historiador por las representaciones plásticas se ha producido
en una época de debate, en la que las ideas normales en torno a la re-
lación existente entre «realidad» y representación (literaria o visual)
han sido puestas en tela de juicio, en una época en la que el término
«realidad.. se pone cada vez con más frecuencia entre comillas. En
ese debate, los que adoptan una postura crítica han planteado algu-
nos argumentos importantes en detrimento de los «realistas" o «po-
sitivistas». Por ejemplo, han subrayado la importancia de las conven-
37
VISTO Y NO VISTO
cienes artísticas y han señalado que incluso el estilo artístico deno-
minado «realismo» tiene su propia retórica. Han llamado la atención
sobre la importancia del «punto de vista» en la fotografía y la pintura
en el sentido literal y metafórico de la expresión, haciendo alusión
tanto al punto de vista físico como a lo que podría denominarse
«punto de vista mental» del artista.
A cierto nivel, pues, las imágenes son una fuente poco fiable, un
espejo deformante. Pero compensan esa desventaja proporcionando
buenos testimonios a otro nivel, de modo que el historiador puede
convertir ese defecto en una virtud. Por ejemplo, las imágenes cons-
tituyen una fuente fundamental y traicionera a un tiempo para el es-
pecialista en la historia de las mentalidades, interesado como está
tanto en los conceptos no expresados como en las actitudes cons-
cientes. Las imágenes son traicioneras porque el arte tiene sus pro-
pias convenciones, porque sigue una línea de desarrollo interno y al
mismo tiempo reacciona frente al mundo exterior. por otro lado, el
testimonio de las imágenes es esencial para el historiador de las men-
talidades, porque la imagen es necesariamente explícita en materias
que los textos pueden pasar por alto con suma facilidad. Las imáge-
nes pueden dar testimonio de aquello que no se expresa con pala-
bras. Las distorsiones que podemos apreciar en las representaciones
antiguas son un testimonio de ciertos puntos de vista o «rniradas» del
pasado (cf. Capítulo VII). Por ejemplo, los mapamundis medievales,
como el famoso mapa de Hereford, que pone a Jerusalén en el cen-
tro del mundo, constituyen un valioso documento de las cosmovisio-
nes existentes en la Edad Media. Incluso la famosa vista de Venecia
de Jacopo Barban (grabado de comienzos del siglo XVI), pese a ser
aparentemente realista, podría interpretarse -y de hecho así lo ha
sido-e- como una imagen simbólica, como un ejemplo de «geografía
moralizadav.V
Las imágenes decimonónicas de los harenes europeos (los cua-
dros de Ingres, por ejemplo) quizá nos digan poco o nada acerca de
la vida doméstica del islam, pero tienen mucho que decirnos acerca
del mundo fantástico de los europeos que crearon esas imágenes, las
compraron o las contemplaron en exposiciones y libros (cf. Capítu-
lo VlI).'3 Una vez más las imágenes pueden ayudar a la posteridad a
captar la sensibilidad colectiva de una época pretérita. Por ejemplo,
FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
la imagen del caudillo derrotado, típica de la Europa de comienzos
del siglo XIX, simbolizaba la nobleza o el romanticismo del fracaso,
que era una de las formas en que aquella época se veía a sí misma, o
más exactamente una de las formas en que ciertos grupos sociales
prominentes se veían a sí mismos.
Como da a entender este último comentario en torno a los gru-
pos sociales, puede resultar extremadamente equívoco considerar el
arte una mera expresión del Zeitgeist o «espíritu de la época». Los es-
pecialistas en historia de la cultura a menudo han caído en la tenta-
ción de considerar determinadas imágenes, y en particular ciertas
obras de arte famosas, representativas de la época en la que fueron
realizadas. No siempre se debe resistir a las tentaciones, pero ésta
tiene la desventaja de dar por supuesto que las épocas históricas son
lo bastante homogéneas como para poder ser representadas por una
sola imagen. Es de suponer que en todas las épocas se produzcan di-
ferencias y conflictos culturales.
Naturalmente cabe la posibilidad de interesarse fundamentalmen-
te por esos conflictos, como hiciera el marxista húngaro Arnold Hauser
(1892-1978) en su Historiasocial delarte, publicada en 1951. Hauserveía
en los cuadros meros reflejos o expresiones de los conflictos sociales en-
tre la aristocracia y la burguesía, por ejemplo, o entre la burguesía y
el proletariado. Como señalaba Ernst Gombrich en su reseña a la
obra de Hauser, semejante planteamiento es demasiado simple, por no
decir puramente reduccionista. En cualquier caso, ese planteamien-
to funciona mejor como explicación de las tendencias generales de
la producción artística que como interpretación de determinadas
imágenes.':'
No obstante, existen formas alternativas de estudiar la posible re-
lación que mantienen las imágenes y la cultura (o las culturas o sub-
culturas) que las producen. En el caso de las imágenes ----como en
tantos otros- su testimonio resulta más fiable cuando nos dicen algo
que ellas, en realidad los artistas, no saben que saben. En su famoso
estudio sobre el lugar que ocupaban los animales en la sociedad in-
glesa de comienzos de la Edad Moderna, Keith Thomas señalaba que
"en los grabados de David Loggan (comienzos del siglo XVII) conser-
vados en Cambridge aparecen perros por doquier ... En total suman
35", Lo que el grabador y los espectadores de la época daban por su-
39
VISTO Y NO VISTO
puesto se ha convertido en materia de interés para los estudiosos de
la historia de la cultura."
LAS OREJAS DE MORELLI
Este último ejemplo ilustra otro punto relevante tanto para historia-
dores como para detectives, a saber, la importancia que tiene prestar
atención a los pequeños detalles. Sherlock Holmes comenta en cier-
to pasaje que resolvía sus casosprestando atención a las pequeñas
pistas, del mismo modo que el médico diagnostica la enfermedad fi-
jándose en síntomas aparentemente triviales (y de paso recuerda al
lector que el creador de Holmes, Arthur Conan Doyle, había estu-
diado medicina). En un célebre artículo el historiador italiano Carla
Ginzburg compara el método de Sherlock Holmes con el de Sig-
mund Freud en su Psicopatologia de la vida cotidiana, y afirma que el
hecho de seguir las pistas más insignificantes constituye todo un pa-
radigma epistemológico, una alternativa de carácter intuitivo al razo-
namiento. Da la impresión de que Umberto Eco, antiguo colega del
profesor Ginzburg en la universidad de Bolonia, alude a este artículo
cuando en su novela El nombre de la rosa (1980) nos presenta a su de-
tective, el fraile Guillermo de Baskerville, siguiendo el rastro de un
animal. La palabra «vestigios» empleada por el historiador holandés
GustaafRenier (cf. Introducción) viene a expresar una idea similar. 16
Otro observador de detalles significativos, como señalaba Ginz-
burg, era el italiano Giovanni Morelli (1816-1891), experto en arte.
Morelli, que había estudiado medicina, se inspiraba, al parecer, en el
trabajo de los paleontólogos que intentan reconstruir animales en-
teros a partir de los fragmentos de esqueleto conservados, haciendo
realidad el adagio latino ex ungue leonem (epor la garra {se conoceJ al
león-t. De manera análoga, Morelli desarrolló un método, que él de-
nominaba «experimental», para identificar al autor de un determi-
nado cuadro en caso de atribución dudosa.
Ese método, que, según Morelli, consistía en interpretar «el len-
guaje de las formas», se basaba en examinar cuidadosamente pe-
queños detalles tales como la forma de las manos o de las orejas que
-consciente o inconscientemente- cada autor representa de una
4°
FOTOGRAFÍAS Y RETRATOS
manera peculiar, permitiendo a Morelli identificar lo que él llamaba
la «forma básica'> (Grundfurm) de la oreja o de la mano de Botticelli,
por ejemplo, o de Bellini. Esas formas podrían calificarse de sínto-
mas de autoría, que, en opinión de Morelli, constituían un testimo-
nio más fiable que los documentos escritos. Probablemente Cenan
Doyle conociera las ideas de Morelli, mientras que el historiador de
la culturaJacob Burckhardt encontraba su método fascinante.
El famoso ensayo de Aby warburg sobre la representación del mo-
vimiento del cabello y los ropajes en la obra de Botticelli no men-
ciona a Morelli, pero podría considerarse una adaptación de su mé-
todo a la historia de la cultura, una adaptación que la frase de
Morelli citada al comienzo del presente capítulo sugiere que éste ha-
bría aprobado. Ése es el modelo que intentaré seguir> en la medida
de lo posible, a 10 largo de este libro.'?
Siegfried Kracauer seguía una línea de pensamiento análoga cuan-
do afirmaba que un estudio del cine alemán, por ejemplo, proba-
blemente sacara a la luz muchas cosas de la vida alemana que otras
fuentes no serían capaces de sacar. «La dimensión total de la vida co-
tidiana con sus movimientos infinitesimales y su multitud de acciones
transitorias no podría revelarse en ningún otro sitio más que en la
pantalla ... el cine ilumina el reino de la bagatela, de los aconteci-
• .• • 1<'\
rmentos SIn importancia».
La interpretación de las imágenes a través de un análisis de los de-
talles se denomina «iconografía». En el capítulo siguiente analizare-
mos los logros y los problemas del método iconográfico.
4'
II
ICONOGRAFÍA E ICONOLOGÍA
[Un] aborigen australiano sería incapaz
de reconocer el tema de la Última Cena:
para él no expresaría más que la idea de una
comida más o menos animada.
ERWIN PANOFSKY
Antes de intentar leer las imágenes «entre líneas» y de utilizarlas
como testimonio histórico, sería prudente empezar hablando de sus
significados. ¿Pero pueden traducirse en palabras los significados de
las imágenes? El lector ya se habrá percatado de que en el capítulo
anterior señalábamos que las imágenes nos «dicen» algo. Y en cierto
modo es así: las imágenes tienen por objeto comunicar. En otro sen-
tido, en cambio, no nos dicen nada. Las imágenes son irremediable-
mente mudas. En palabras de Michel Foucault, «lo que vemos nunca
reside en lo que decimos».
Como otras formas de testimonio, las imágenes no son creadas, al
menos en su mayoría, pensando en los futuros historiadores. Sus crea-
dores tienen sus propias preocupaciones, sus propios mensajes. La in-
terpretación de esos mensajes se denomina «iconografía» o «iconolo-
gía», términos utilizados a veces como si fueran sinónimos, aunque en
ocasiones se diferencia el uno del otro, como veremos a continuación.
LA IDEA DE ICONOGRAFÍA
Los términos «iconografía» e «iconología» fueron lanzados en el
mundo de la historia del arte allá por los años veinte y treinta del si-
glo 'xx. Para ser más exactos, fueron relanzados, pues un famoso libro
de imágenes del Renacimiento, publicado por Cesare Ripa en 1593,
43
VISTO Y 1'\0 VISTO
ya llevaba el título de Iconología, mientras que la palabra -iconogra-
tia» se usaba ya a comienzos del siglo XIX. Hacia 1930 el empleo de
ambos términos se asoció con la reacción en contra del análisis emi-
nentemente formal de la pintura en términos de composición o co-
lorido a expensas de la temática. La práctica de la iconografia presu-
pone asimismo una crítica de la idea preconcebida del realismo
fotográfico propio de nuestra «cultura de la instantánea". Los -Ico-
_nógrafos", como conviene denominar a estos estudiosos de la histo-
ria del arte, hacen hincapié en el contenido intelectual de las obras
de arte, en la filosofía o la teología que llevan implícitas..Algunas de
sus afirmaciones más famosas y más discutidas tienen que ver con la
pintura realizada en los Países Bajos entre los siglos xv y XVIII. Se ha
sostenido la tesis, por ejemplo, de que el famoso realismo de Jan van
Eyck, pongamos por caso, o de Pieter de Hooch (cf Fig. 39) es sólo
superficial, pues oculta un mensaje religioso o moral expresado me-
diante el «simbolismo disfrazado» de los objetos cotidianos. 1
Cabría afirmar que para los iconógrafos los cuadros no están sólo
para ser contemplados: hay que «leerlos». Hoy día semejante idea se
ha convertido en un lugar común. Una famosa introducción al estu-
dio del cinc se titula How lo Read a Film (<<¿Cómo leer una pelicula?»:
19i7), mientras que el crítico Roland Barthes (191.1)-1980) declaró
en una ocasión: «Leo textos, imágenes, ciudades, rostros, gestos, es-
cenas, etc.» La idea de leer las imágenes se remonta en realidad muy
atrás en el tiempo. Dentro de la tradición cristiana fue expresada ya
por los Padres de la Iglesia y especialmente por el papa Gregorio
Magno (cf. Capítulo III). El pintor francés Nicolás Poussin (1594-
1665) dijo de su cuadro Los israelitas recogiendo el maná: «leed la histo-
ria y el cuadro" (Iisez l'histoire el le tableau). De modo' parecido, el his-
toriador del arte francés Emile Mále (1862-1954) decía que había
que «leer» las catedrales.
LA ESCUELA DE WARBURG
El grupo más famoso de iconógrafos podríamos encontrarlo en Ham-
burgo durante los años inmediatamente anteriores a la toma del po-
der por Hitler. De él formaban parte Aby warburg (1866-1929),
44
ICONOGRAFÍA E ICONOLOGÍA
Fritz Saxl (1890-1948), Erwin Panofsky (1892-1968) Y Edgar Wind
( 1900-1971), todos ellos académicos con una buena formación clá-
sica y vastos 'intereses en el ámbito de la literatura, la historia y la filo-
sofía. El filósofo Ernst Cassirer (1874-1975) perteneció también al
círculo de Hamburgo y compartió con sus miembros el interés por
las formas simbólicas. Después de 1933 Panofsky emigró a los Esta-
dos Unidos, mientras que Saxl, Wind e incluso clInstituto Warburg,
corno ya hemos visto, buscaron refugio en Inglaterra, extendiendo
aún más de ese modo el conocimiento de los métodos iconográficos.
Podríamos resumir la aproximación del grupo de Hamburgo a las
imágenes en el famoso ensayo de Panofsky publicado en 1939, en el
qlle su autor distingue tres nivelesde interpretación, correspondien-
les a otros tantos niveles de significado de la obra." El primero de
esos niveles sería la descripción preiconográfica, relacionada con el
«significado natural» y consistente en identificar los objetos (tales como
árboles, edificios, animales y personajes) y situaciones (banquetes,
batallas. procesiones, ete.). El segundo nivel sería el análisis icono-
gráfico en sen tido estricto, relacionado con el «significado conven-
cional» (reconocer que una cena es la Última Cena o una batalla la
batalla de warerloo) .
El tercer y último nivel correspondería a la interpretación icono-
lógica, que se distingue de la iconográfica en que a la iconología le
interesa el «significado intrínseco», en otras palabras, "los principios
<ubvacentes que revelan el carácter básico de una nación, una época,
una clase social. una creencia religiosa o filosófica». En este nivel es
en el que las imágenes proporcionan a los historiadores de la cultura
un testimonio útil, v de hecho indispensable. Panofsky se ocupó so-
hre- todo del nivel iconológico en su ensayo Gothic Architecture and
Scl.clastiosm (1951), en el que investigaba las analogías existentes en-
tre los sistemas filosóficos y arquitectónicos de los siglos XII y XIII.
Esos niveles plásticos de Panofsky se corresponden con los tres ni-
veles literarios que distinguía el filólogo clásico Friedrich Ast (1778-
1841), pionero en el arte de la interpretación de los textos {eherme-
ucutica»}: el nivel literal o gramatical, el nivel histórico (relacionado
con el significado), y el nivel cultural, relacionado con la compren-
sión del «espíritu» (Grist) de la Antigüedad o de otras épocas. En
otras palabras, lo que hicieron Panofskv y sus colegas fue aplicar o
45
VISTO Y NO VISTO ICONOGRAFÍA E ICONOLOGÍA
adaptar al mundo de las imágenes una tradición netamente alemana
de interpretación de los textos.
Deberíamos advertir al lector que los historiadores del arte pos-
teriores que han adoptado el término «iconología•• a veces lo han
empleado de manera distinta a como lo hacía Panofsky. Para Ernst
Gombrich, por ejemplo, este término alude a la reconstrucción de
un programa plástico, una restricción significativa del proyecto relacio-
nado con la sospecha que tenía Gombrich de que la iconología de Pa-
nofsky no era más que una denominación alternativa del intento de
leer las imágenes como expresiones del Zeitgeist. Para el holandés Eddy
de Jongh, la iconología es «un intento de explicar las representaciones
en su contexto histórico, en relación con otros fenómenos culturales»."
Por su parte, Panofsky insistía en que las imágenes forman parte
de una cultura total y no pueden entenderse si no se tiene un cono-
cimiento de esa cultura, de modo que, por citar un ejemplo suma-
mente ilustrativo del propio Panofsky, un aborigen australiano «sería
incapaz de reconocer el tema de la Última Cena; para él no expresa-
ría más que la idea de una comida más o menos animada». Es proba-
ble que la mayoría de los lectores se encuentren en una situación
análoga cuando se enfrentan a la imaginería hindú o budista (cf. Ca-
pítulo III). Para interpretar el mensaje es preciso estar familiarizado
con los códigos culturales.
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f ,'\ p~ j. .~~'."
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~ \ ~f\~' l' '/t'·,"'1 ít . -, ,.~ .•'': \\
\ l, '\', ' '1\ \.- \ \
I l. Detalle de Mercurio y las tres
Gracias de la Prímaoera de Botticclli,
ca. 1482; temple sobre labia. Calle-
ria degli Uffizi, Florencia.
I 2. Tiziano, El rapto de Lucre-
cia, 1571, óleo sobre lienzo. Fitz-
william Museum, Cambridge.
De forma parecida, sin un conocimiento razonable de la cultura
clásica, somos incapaces de leer muchas obras de la,pintura occiden-
tal, de reconocer las alusiones a los diversos episodios de la mitología
griega, pongamos por caso, o de la historia de Roma. Si, por ejemplo,
no sabemos que el joven de las sandalias y el sombrero picudo que
aparece en la Primavera de Botticelli (Fig. 11) representa al dios Her-
mes (o Mercurio), o que las tres muchachas que bailan son las tres
Gracias, probablemente no sabríamos entender el significado del
cuadro (e incluso sabiéndolo siguen abiertos numerosos problemas).
Del mismo modo, si no nos damos cuenta de que los protagonistas
de la escena de violación pintada por Tiziano (Fig. 12) son el rey Tar-
quina y la matrona romana Lucrecia, no captaremos el sentido del
episodio, relatado a su vez por el historiador romano Tito Livio con
el fin de alabar la virtud de Lucrecia (que lavó su vergüenza quitán-
dose la vida), y de explicar por qué los romanos expulsaron a los re-
yes y fundaron la república.
47
VISTO Y NO VISTO
EJEMPLIFICACIÓN DEL MÉTODO
Algunos de los logros más importantes de la escuela de Warburg tie-
nen que ver con la interpretación de cuadros del Renacimiento ita-
liano. Veamos el caso del cuadro de Tiziano llamado Amor sacro )'
amor profano (Fig. 13). En el plano de la descripción pre-iconográ-
fica, 10 que vemos son dos mujeres (una desnuda y otra vestida), un
niño y un sarcófago utilizado a modo de fuente, sobre el fondo de
un paisaje. Si pasamos al nivel iconográfico, para cualquier persona
familiarizada con el arte renacentista sería un juego de niños identi-
ficar al niño con Cupido, pero descodificar el resto del cuadro no re-
sulta tan fácil. Cierto pasaje del Banquete de Platón nos proporciona
una pista fundamental para descubrir la identidad de las dos muje-
res: se trata del discurso de Pausanias acerca de las dos Afroditas, la
«celeste» y la «vulgar», interpretadas por el humanista Marsilio Fi-
cino como símbolos del espíritu y la materia, el amor intelectual y el
deseo fisico.
A nivel más profundo, esto es, en el plano iconológico, el cuadro
constituye una muestra extraordinaria del entusiasmo despertado
por Platón y sus discípulos entre los seguidores del movimiento lla-
mado «neoplatónico» de la Italia renacentista. Al mismo tiempo, nos
ofrece un testimonio notable de la importancia que ese movimiento
tuvo en el ambiente de Tiziano en el norte de Italia a comienzos del
13· Tiziano, Amor sacro y amor profano, 1514; óleo sobre lienzo. Galleria Bor-
ghese, Roma.
ICONOGRAFÍA F. ICONOLOGÍA
siglo XVI. La acogida que tuvo el cuadro también nos dice muchas co-
sas respecto a la historia de la actitud frente al desnudo, especial-
mente respecto a cómo pasó de ser alabado a resultar sospechoso. En
la Italia de comienzos del siglo XVI (como en la Grecia de Platón) era
natural relacionar el amor celeste con la mujer desnuda, pues la des-
nudez era vista bajo un prisma positivo. Durante el siglo XIX, el cam-
bio experimentado por las ideas en torno al desnudo, sobre todo el
femenino, hizo que para el espectador -por sentido común, diría-
mos- resultara obvio identificar a la Venus vestida con el amor sa-
cro, y asociar a la figura desnuda con el profano. La frecuencia de las
imágenes de desnudo en la Italia renacentista, comparada con la es-
casez de su número durante la Edad Media, nos ofrece otra pista
para entender los cambios experimentados en la forma de percibir el
cuerpo en dichos siglos.
Apartándonos por un momento de las interpretaciones y fijando
nuestra atención en el método que ejemplifican, debemos señalar
tres puntos. El primero es que, al intentar reconstruir lo que suele
llamarse «programa>' iconográfico, los estudiosos a menudo ponen
en relación imágenes que los acontecimientos habían separado, es
decir, cuadros que originalmente se suponía que debían ser leídos
juntos, pero que en la actualidad se hallan dispersos por museos yga-
lerías de todo el mundo.
El segundo punto es la necesidad de que los iconógrafos presten
atención a los detalles, no sólo para identificar a los artistas, como
sostenía Morelli (d. Capítulo 1), sino también para identificar los sig-
nificados culturales. Morelli era consciente también de esto y, en un
diálogo que escribió para explicar su método, creó el personaje de
un sabio anciano florentino que dice al protagonista que los rostros
de las personas retratadas revelan muchas cosasde la historia de su
época, «si se saben leer». Volviendo al caso del Amor sacro)' amor pro-
JUliO, Panofsky hace hincapié en los conejos que aparecen al fondo y
los explica como símbolos de la fecundidad, mientras que \Vind se
fija sobre todo en los relieves que decoran la fuente, en los que apa-
rece un hombre azotado), un caballo desbocado, y los interpreta
como sendas alusiones a los «ritos paganos de iniciación al amor»."
El tercer punto es que los iconógrafos normalmente se dedican a
yuxtaponer textos y otras imágenes a la imagen que pretenden inter-
49
VISTO Y NO VISTO
pretar. Muchos de esos textos se encuentran en las propias imágenes,
en forma de cartelas o inscripciones, convirtiendo la imagen en lo
que el historiador del arte Peter Wagner Barna un «iconotexto» sus-
ceptible de ser «Iefdo» por el espectador literal y rnetafórlcamenre.
Otros textos son seleccionados por el historiador en su afán de- ~Iari­
ficar el significado de la imagen. Warburg, por ejemplo, en su estu-
dio de la Primavera, comentaba que el filósofo latino Séneca asociaba
Mercurio a las Gracias, que el humanista del Renacimiento Leonbar;
tistaAlberti recomendaba a los pintores representar a las Gracias con
las manos unidas, y que en la Florencia de Botticelli circulaban una
serie de medallas en las que aparecían las Gracias.:s
¿Cómo podemos estar seguros de que esas yuxtaposiciones son las
a~e~uadas? ¿.Conocían los pintores del Renacimiento la mitología
clásica, por ejemplo? Ni Bonicelli ni Tiziano habían recibido una ins-
trucción formal muy profunda, y es muy probable que no hubieran
leído a Platón. Para soslayar esta objeción, ,Warburg y Panofsky for-
mular~n la hipótesis del consejero humanista, que preparaba el pro-
gr~aIconográfic~de imágenes complejas que luego se encargaban
de ejecutar los artistas. Los testimonios documentales de ese tipo de
programas son relativamente raros. Por otra parte, los pintores del
Renacimiento italiano con frecuencia habrían tenido ocasión de ha-
blar con humanistas, con Marsilio Ficino, por ejemplo, en el caso de
Botticelli, o con Pietro Bembo, en el de Tiziano. Por consiguiente no
tien~ nada de improbable pensar que en sus obras haya múltiples
alusiones a la cultura griega y romana antigua.
CRÍTICA DEL MÉTODO
A menudo se ha achacado al método iconográfico un exceso de in-
tuición y de especulación, y se ha dicho que por tanto no es digno de
confianza. De vez en cuando se conservan documentos escritos con
los programas iconográficos, pero por regla general deben deducirse
de las propias imágenes; en tal caso, el sentido de las distintas pie-
zas del rompecabezas formado al encajarlas, por vívido que resulte,
es bastante subjetivo. Como muestra la interminable saga de nuevas
interpretaciones de la Primavera, resulta más fácil identificar los ele-
5°
ICONOGRAFÍA E ICONOLOGÍA
mentos del cuadro que seguir la lógica de su combinación. La icono-
logía es todavía más especulativa, y los iconólogos corren el riesgo de
descubrir en las imágenes justamente lo que ya sabían que se ocul-
taba tras ellas, esto es el 7.eitgeist.
T~mbién puede achacarse al método iconográfico que carece de
dimensión social, y que muestra una gran indiferencia por el con-
texto social. El objetivo de Panofsky, que se mostró siempre notoria-
mente indiferente, cuando no hostil, a la historia social del arte, era
descubrir «eh significado de la imagen, sin plantearse para quién.
Pero es posible que el artista que realizaba la obra, el patrono que la
encargaba, y otros observadores de la época no vieran una determi-
nada imagen de la misma manera. No cabe pensar que todos ellos es-
tuvieran tan interesados por las ideas como los humanistas o los ico-
nógrafos. El rey Felipe II de España, por ejemplo, encargó a Tiziano
tca: 1485- 1576) varias escenas de mitología clásica. Se ha sostenido
la tesis, por 10 demás sumamente plausible, de a que Felipe II le in-
teresaban menos las alegorías neoplatónicas o la representación de
determinados mitos, que las figuras de mujeres hermosas. En sus car-
tas al rey, el propio Tiziano llama a sus cua~ros sus «poemas>', sin ha-
cer referencia alguna a las ideas filosóficas.
ti
Efectivamente, seria muy poco prudente pretender que las alusio-
nes clásicas que a Panofsky, entre otras-cosas gran humanista, le gustaba
tanto reconocer, fueran apreciadas por la mayoría de los espectadores
de los siglos xv YXVI. Los textos nos ofrecen a veces testimonios precio-
sisimos de malas interpretaciones, de cómo los espectadores de la épo-
ca tomaron, por ejemplo, la figura de un dios o de una diosa por la de
otro u otra, o de cómo un espectador más acostumbrado a la tradición
cristiana que a la clásica veía en una Victoria alada un ángel. Los mi-
sioneros se desesperaban en ocasiones al comprobar que muchas
personas recién convertidas al cristianismo mostraban una propen-
sión a interpretar las imágenes cristianas conforme a sus propias tra-
diciones, a ver, por ejemplo, en la Virgen María a la diosa budista
Kuan Yin, o a la diosa-madre mejicana Tonantz!n, o a ver en S.Jorge
una versión deOgum, el dios de la guerra del Africa occidental.
Otro problema del método iconográfico es que sus seguidores no
han prestado suficiente atención a la variedad de las imágenes. Pa-
nofsky y Wind tenían muy buen ojo para ver alegorías pintadas, pero
51
VISTO Y NO VISTO
las imágenes no siempre son alegóricas. Como veremos más tarde, si-
gue abierta la cuestión de si las famosas escenas de la vida cotidiana
de la pintura holandesa del siglo XVII tienen un significado oculto o
no (cf. Capítulo V). whisder lanzó todo un reto al método iconográ-
fico al titular su retrato de un naviero de Liverpool «Estudio en ne-
gro», como si la finalidad de su cuadro no fuera de orden figurativo,
sino estético. El método iconográfico tendría que adaptarse también a
la hora de estudiar la pintura surrealista, pues artistas como Salvador
Dal¡ (19°4-1989) rechazaban la idea misma de seguir un programa
coherente, e intentaban, por el contrario, expresar las asociaciones
del inconsciente. Podríamos decir que pintores como Whisrler, Dalí y
Monet (vid. infra), se resisten a la interpretación iconográfica.
Esta cuestión de la resistencia nos lleva a la última crítica que se
hace al método, a saber, que es excesivamente literario o logocén-
trico, en el sentido de que da por supuesto que las imágenes son una
ilustración de la idea, y de que otorga una preeminencia al conte-
nido sobre la forma, al consejero humanista sobre el propio pintor o
escultor. Tales suposiciones resultan problemáticas. En primer lugar,
la forma representa sin duda alguna una parte del mensaje. Yen se-
gundo lugar, las imágenes a menudo suscitan emociones, pero tam-
bién comunican mensajes, en el sentido estricto del término.
En cuanto a la iconología, los peligros de suponer que las imáge-
nes expresan el «espíritu de la época» ya han sido señalados muchas
veces, sobre todo por Ernst Gombrich en su crítica a Arnold Hauser,
Johan Huizinga o Erwin Panofsky. Sería absurdo suponer que una
época posee una homogeneidad cultural. En el caso de Huizinga,
que deducía de la literatura y la pintura del Flandes de finales de la
Edad Media la existencia de una sensibilidad mórbida o macabra, se
ha citado como contraprueba la obra de Hans Memling (ca. 1435-
1494), pintor «muy admirado» en el siglo XV, aunque no muestra la
«preocupación mórbida» de sus colegas."
En resumen, el método específico de interpretación de las imáge-
nes desarrollado a comienzos del siglo xx podría tacharse de dema-
siado preciso y demasiado estricto en unos aspectos, }' de demasiado
vago en otros. Analizarlo en términos generales comporta el riesgo
de subestimar la variedad de las imágenes, por no hablar de la varie-
dad de los problemas históricos que las imágenes pueden ayudar a
ICONOGR¡\FÍA E ICONOLOGíA
resolver. Los especialistas en historia de la tecnología (pongamos por
caso), o en la historia de las mentalidades se enfrentan a las imáge-
nes con unas necesidades y unas expectativas

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