Logo Studenta

67 Liberate de la dependencia amorosa

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Libérate de la dependencia amorosa
2
 
 
Si deseas estar informado de nuestras novedades, te animamos a que te apuntes a nuestros
boletines a través de nuestro mail o web:
www.amateditorial.com
info@amateditorial.com
Recuerda que también puedes encontrarnos en las redes sociales.
 
 @amateditorial
 facebook.com/amateditorial
3
http://www.amateditorial.com
mailto:info@amateditorial.com
https://twitter.com/amateditorial?lang=en
https://www.facebook.com/amateditorial/
Hélène Roubeix
4
LIBÉRATE DE LA
DEPENDENCIA
AMOROSA
Para amar libremente
y tener suerte en el amor
5
 
La edición original de esta obra ha sido publicada en francés por Groupe Eyrolles, con el título Sortir de la
dépendence amoureuse, de Hélène Roubeix
© Groupe Eyrolles, 2015
© Profit Editorial I., S.L., 2018
Amat Editorial es un sello editorial de Profit Editorial I., S.L.
Traducción: Paula Lunes
Diseño cubierta: XicArt
Maquetación: JesMart
ISBN: 978-84-9735-919-1
Primera edición: mayo, 2018
Producción del ebook: booqlab.com
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u
otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; teléfono 91 702 19 70 – 93 272 04 45)
6
http://www.booqlab.com
http://www.conlicencia.com
Referencias
Sobre la autora
Hélène Roubeix es psicoterapeuta, fundadora y directora de la escuela de PNL humanista de París, donde da clases de PNL y forma a
psicoterapeutas. También es autora de los libros Le corps messager, À la rencontre de soi y De la dépression ou goût de bonheur.
Más información sobre Hélène Roubeix
Sobre el libro
La dependencia amorosa es una etapa natural de la relación de pareja. Es una fuente de felicidad, pero también puede serlo de sufrimiento
cuando ya se ha instalado y crea vínculos tóxicos. Además, es mucho más difícil salir de este estado si desde un principio se establece una
dependencia fuerte.
Basándose en casos reales, Hélène Roubeix nos guía hacia la madurez para salir de la fusión y conquistar la autonomía. Describe los diferentes
tipos de dependencia, analiza sus causas y propone una lectura constructiva de la pasión amorosa. Sólido, accesible y bien escrito, este libro
acompaña al lector a través de un proceso terapéutico y liberador.
Más información sobre el libro y/o material complementario
Otros libros de interés
7
https://www.profiteditorial.com/autores/helene-roubeix/
https://www.profiteditorial.com/libro/liberate-la-dependencia-amorosa/
https://www.profiteditorial.com/categoria-producto/libros-para-vivir-mejor/salud-y-bienestar/
Web de Amat Editorial
8
http://www.profiteditorial.com/
 
 
 
A Christophe du Merle, mi terapeuta, que murió el 6 de octubre de 2007.
Por su generosidad y su buena manera de ser con las que me indicó el camino del amor
universal.
«No estoy enamorada de ti, Balthazar… Te quiero».
Odette Toulemonde, ÉRIC-EMMANUEL SCHMITT
9
Agradecimientos
Introducción
Parte 1. La dependencia amorosa, fuente de sufrimiento
Capítulo 1. La dependencia amorosa es universal
Definición de la dependencia amorosa
¿Cómo se manifiesta la dependencia amorosa?
¿De qué fuentes se alimenta la dependencia amorosa?
De la dependencia a la interdependencia: unas etapas delicadas de superar
Los beneficios de la dependencia amorosa
Capítulo 2. La pasión ciega: de la ilusión a la desilusión
Los inicios: el flechazo y la pasión
Finalmente, la pérdida de las ilusiones
El amor es una droga
Parte 2. La infancia y sus consecuencias
Capítulo 3. En busca del padre perdido
10
A veces la falta aprisiona
El niño interior toma el poder por falta de un padre
Una búsqueda desesperada: el amor inaccesible de la madre
La dependencia dominadora
Capítulo 4. Las causas de la dependencia: déficits en la construcción de la identidad
¿En qué entorno nace el bebé?
Los primeros meses y los primeros años del bebé
Infancia y adolescencia
Capítulo 5. La dependencia devastadora y destructiva
Víctima de una manipulación perversa
Violencia y alienación en la pareja
Parte 3. Vías de superación
Capítulo 6. Descubrir la intención positiva de nuestro inconsciente
De la pasión a la superación
Las etapas de la superación
Capítulo 7. Combatir el vacío buscando la plenitud de uno mismo y su libertad
El proceso de una psicoterapia
Capítulo 8. Liberarse de la violencia perversa
El trabajo terapéutico
Las etapas del proceso terapéutico
El proceso hacia la autonomía afectiva
Epílogo. La libertad de amar
La historia de una pareja normal
Anexo. La neurobiología de la dependencia amorosa (por Dra. Marik Cassard)
Una vía de curación complementaria
Los avances de las neurociencias
El modelo de los tres cerebros
Los neurotransmisores
11
La ayuda de la micronutrición
Las vitaminas y los oligoelementos
La fitoterapia
La cabeza y el cuerpo se comunican por el tubo digestivo
Glosario
Bibliografía
12
Quiero dar las gracias a todas las personas que han permitido que me colara en
su experiencia con la dependencia amorosa. Su sufrimiento me ha conmovido.
Han sabido atravesar estas épocas de su vida con valentía y han acabado
madurando. Quiero agradecerles que nos hayan mostrado el camino de la
autonomía y de la libertad a la hora de amar.
13
¿Hay alguien que en algún momento de su vida no haya sentido, en cierto modo, una
dependencia amorosa? La dependencia es deliciosa y natural en los comienzos
simbióticos del amor, pero puede convertirse en una cárcel si se acaba instalando
insidiosamente en la relación y entorpeciendo el proceso de crecimiento de los miembros
de una pareja. Al final, los comportamientos recíprocos de sumisión*1 y dominación se
hacen cotidianos e impiden que cada uno sea uno mismo y sea libre.
Cuando somos adolescentes, a veces la sensación de vacío y de carencia interior es tan
grande que sentimos la necesidad compulsiva de llenarnos con los demás. Estamos
seguros de que así vamos a conseguir el amor, la ternura, la protección y el
reconocimiento que merecemos. Vivimos a la espera de encontrar todo esto en una
persona, y cuando lo encontramos, nos sentimos tan felices por lo que supuestamente nos
da esa persona que estamos dispuestos a volcarnos en esa relación amorosa sin
condiciones. Pero antes o después, esta ilusión acaba disipándose. Tarde o temprano
vuelve el vacío, la angustia, el sufrimiento. A veces, hasta llegamos a aceptar el maltrato o
la violencia a cambio de un poco de amor, y nos dejamos destruir.
¿Cómo podemos liberarnos de la dependencia amorosa? Antes que nada hay que querer
salir de este estado; y esto implica ser consciente de lo que comporta y asegurarse de que
el deseo de ser libre es lo bastante fuerte. Sin embargo, a menudo negamos* la
dependencia y pensamos que es normal vivir a merced de los demás –de sus deseos, sus
exigencias, sus comportamientos–, olvidarnos de nosotros mismos hasta el punto de dejar
de vivir nuestra propia vida. ¡Confundimos amor y dependencia y pensamos que es
14
normal sufrir en el amor!
¿Hasta qué punto somos o no dependientes en las relaciones amorosas? El testimonio de
todas las personas que han explicado, de una manera muy conmovedora, el sufrimiento y
el desamparo que les ha provocado la dependencia amorosa, lo que conforma el núcleo a
partir del cual se estructura este libro, te ayudará a ser consciente de ello desde el punto
de vista intelectual pero también emocional.
Si lo que quieres es salir de este estado y encontrar la libertad, hay muchos caminos para
hacerlo. Sin embargo, todos nos llevan a aceptar y entender la parte de nosotros que
necesita a los demás para existir y a guiarla poco a pocohacia la autonomía y la libertad.
Con este libro aprenderás a curar las heridas del pasado y a madurar, a vivir en el presente
y con tu propia presencia, a respetarte y a hacerte respetar, a saber existir por ti mismo,
para ti mismo y contigo mismo, y, sobre todo, a quererte. Aprenderás a sentirte más vivo
para no tener que esperar a que los demás te llenen y para poder crear con ellos un
vínculo mucho más maduro.
En una relación amorosa, ¿cómo se llega al punto justo en el que convergen todas las
partes? ¿Es posible estar enamorado y ser libre?
15
 
1. Los términos que aparecen en cursiva y seguidos de un asterisco figuran en el glosario del final del libro.
16
La dependencia amorosa es, por un lado, una fuente de felicidad, pero también una
fuente de gran sufrimiento. Constituye una etapa natural de la relación de pareja en las
primeras etapas de descubrimiento y enamoramiento mutuos, cuando el otro es el centro
de nuestras vidas.
A medida que evoluciona la relación, cada uno de los miembros de la pareja se despoja de
esta fusión y se dispone a conquistar su autonomía. Este camino hacia la madurez de la
relación es mucho más difícil y doloroso que la fuerte dependencia del principio. Cuando
la pasión nos invade estamos sordos y ciegos, y volver a la cruda realidad es muy duro.
¿Podría ser que fuera el niño que tenemos dentro el que emprendiera esta búsqueda
desesperada del amor ideal en busca, inconscientemente, de unos padres que no le
hubiesen querido tanto como él hubiera deseado? Las causas de la dependencia amorosa
se remontan a nuestra infancia y a la incapacidad de construir nuestra identidad sobre
unas bases sólidas y seguras.
En algunas personas las carencias afectivas son tan significativas que necesitan vivir
relaciones amorosas tóxicas y destructivas.
17
Contenidos
• Definición de la dependencia amorosa
• ¿Cómo se manifiesta la dependencia amorosa?
• ¿De qué fuentes se alimenta la dependencia amorosa?
• De la dependencia a la interdependencia: unas etapas delicadas de superar
• Los beneficios de la dependencia amorosa
Definición de la dependencia amorosa
«¡Cuando pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la
muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, por una mujer que no me
gustaba, que no era mi tipo!».
Con estas sinceras palabras termina la novela Un amor de Swann. Durante doscientas
páginas, Marcel Proust nos describe los tormentos que atraviesa Swann a lo largo de su
pasión por Odette de Crécy. Nos explica cómo ha renunciado a ser él mismo, a satisfacer
sus propios gustos y deseos, cómo ha sacrificado sus relaciones y su trabajo de
18
investigación atraído por la necesidad de poseer a esa mujer, sus celos incesantes y
destructivos, y cómo ha aceptado dejarse manipular* y utilizar por ella. Todo esto le ha
hecho perder progresivamente el sentido de la realidad y la noción de respeto por sí
mismo. ¡Es una imagen aterradora de la dependencia amorosa! Pero, sin embargo, ¿hay
alguien que no haya soñado, o que no sueñe, con vivir una pasión tan profunda como
esta?
Desde la preciosa epopeya de Tristán e Isolda del siglo xii, la literatura no ha dejado de
celebrar y glorificar la pasión: La princesa de Cléveris, Anna Karénina, Adolphe, Bella del
Señor… ¡Hay tantas novelas, películas y canciones que nos invitan a vivir el gran amor, la
fusión total con el ser querido! Pero si lo miramos de cerca, nos daremos cuenta de que la
pasión –en la ficción– acaba con la destrucción física y psicológica de los amantes y, a
veces, también de la vida. En cualquier caso, en cuanto se acaba la primera etapa
paradisíaca de la relación, la pasión siempre acaba acompañada de sufrimiento. ¿Y por
qué esta paradoja? A medida que soñamos con el amor, la felicidad y la comunión total
con la otra persona, nos sentimos –con mayor o menor rapidez– cada vez más infelices e
insatisfechos. ¿Y si, en el fondo, la pasión no tuviera nada que ver con el amor? ¿Y si solo
provocara una dependencia mutua? ¿Y si solo fuera una ilusión? La dependencia amorosa
puede existir más allá de la pasión, ya que esta última solo es la expresión más romántica
de la dependencia. Hay otras formas de dependencia menos extremas y más sutiles;
dependencias relajadas, dependencias razonables y razonadas. Pero también hay
dependencias muy tóxicas y destructivas a las que podemos acostumbrarnos con el paso
del tiempo y de las que es muy difícil poder salir.
¿Cómo se manifiesta la dependencia amorosa?
Una persona dependiente es aquella que siente que existe gracias a otra persona: por ella
–para ella– y en ella. Vive con la necesidad imperiosa y a la espera de que la otra persona
le dé amor, protección, seguridad, ternura, sexo… Necesita que la valore y le de
importancia, que sepa adivinar sus necesidades ocultas y responder a ellas, que perciba la
devoción que siente por ella, la generosidad y el sacrificio. La vida de esta persona solo
cobra sentido porque tiene a la otra y porque esta le ama, necesita su presencia para ser
feliz y sentirse llena, y sufre cuando no está a su lado porque la echa muchísimo de
menos. Representa a la otra persona como quisiera que fuese, como necesita que sea, más
que como es realmente. Siente un deseo incontrolable de que la otra persona sea suya por
completo, de ser un solo ser, de poseerla y de ser poseída por ella. Estas son las
características de una persona dependiente y, probablemente, sumisa y dominada.
19
Sumisión o dominación
Por una parte, una persona sumisa es aquella que se deja manipular y controlar; que
renuncia a sus deseos a favor de los demás; que no osa decir no, poner límites, tener su
propio tiempo y espacio, o existir por sí misma; que deja que los demás la utilicen para
conseguir algo (bueno o malo); que se pasa horas y días esperando a una persona que no
llega jamás; que se deja maltratar y que no quiere ver, oír ni sentir su propio sufrimiento,
porque no entiende que la situación que vive no es justa. Una persona sumisa permite que
la critiquen, la desvaloricen, la humillen y hasta que la arrastren por el barro. Asiente
cuando la obligan a tener una actitud que no le conviene, no condena las amenazas y
permite que el peso de la violencia psicológica, física y sexual caiga sobre ella.
Por otra parte, una persona dominadora es aquella que quiere saberlo todo sobre el
pasado y el presente de la otra persona; que le recuerda que es débil, que solo existe para
ella; que atosiga y oprime a su pareja hasta asfixiarla de amor, de atenciones y de regalos;
que exige ser el centro de la vida de la otra persona; que no entiende ni tolera que cada
una tenga su vida, sus propias actividades, sus amistades, sus aficiones y su manera de ver
el mundo, sus valores e incluso sus sentimientos. Quiere que la vida de la otra persona
gire por completo a su alrededor, que cumpla con la imagen del amante ideal que se ha
formado en la mente. Considera que tiene poder para controlar sus actos, sus
sentimientos y sus pensamientos, se justifica bajo el pretexto de quererla y afirma que es
normal que le pertenezca. Se cree con la potestad de llevar a cabo cualquier tipo de
violencia, sutil o brusca, y convierte este estado en su forma de vida.
Es muy probable que cualquiera de nosotros sea a veces sumiso pero también dominador.
Somos sumisos cuando cedemos ante los demás y olvidamos nuestros gustos, deseos,
preferencias, necesidades, ideas, valores o sentimientos en beneficio de los suyos. Así
perdemos nuestra personalidad, nuestra identidad*. ¿Quiénes somos sin el otro? ¿Cómo
podemos ser felices sin él? A veces llegamos a negarnos, a renegar de nosotros mismos
para sentirnos queridos, valorados y protegidos. Sin embargo, en otros momentos
podemos adoptar actitudes dominadoras e intrusivas con la misma persona. No
soportamos que el otro pueda vivir sin nosotros, nos desvivimos por él para que no pueda
dejarnos nunca y nos valore. La sumisión y la dominación nos permiten manipular al otro
y salirnos con la nuestra, y con ello encierranla relación de pareja en la dependencia.
El otro como objeto
¿Todavía consideras que la persona a la que crees querer, hombre o mujer, es una persona
20
en el sentido completo de la palabra, diferente a ti y libre de existir por sí misma?
Con este amor exclusivo y posesivo solo se consigue privarla del derecho a ser una
persona más: la otra persona es un objeto que queremos moldear día a día para que
responda a nuestros deseos, necesidades o exigencias.
La dependencia amorosa se basa en la utilización inconsciente del otro como un objeto
para llenar los vacíos de uno mismo y responder a sus necesidades. En general, es mutua,
pero cada uno la vive a su manera. Se caracteriza por la imposibilidad de vivir sin el otro,
de sentirse vivo y feliz sin él. Puede compararse a otros tipos de dependencia, como la
adicción al tabaco, al alcohol, a la comida, a las drogas, al sexo, al deporte, a los
ordenadores, a la televisión, al juego, al trabajo… Puede convertirse en una adicción
imposible de superar.
Por este motivo no podemos afirmar que la dependencia amorosa es un estado amoroso
entre dos personas adultas, sino más bien un estado de posesión mutua que dificulta el
desarrollo y el crecimiento de la relación y de los miembros de la pareja. Sin embargo,
continuamos pensando que lo que sentimos es amor, que nos queremos de verdad. ¿De
dónde viene esta ilusión?
¿De qué fuentes se alimenta la dependencia amorosa?
La dependencia amorosa no ocurre por arte de magia, ni tampoco pasa en las otras
formas de dependencia. Puede que nuestra identidad se haya construido sobre unos
fundamentos frágiles y hayamos crecido con una inseguridad que ya forma parte de
nosotros, con falta de confianza en uno mismo, con inconsistencia y con una relación con
la realidad interior* y exterior deficiente. Puede que no sepamos quiénes somos realmente,
que solo asociemos nuestros deseos, necesidades, sentimientos y sensaciones a una
sensación de vacío interior y, sobre todo, a una necesidad irreprimible y permanente de
ser queridos y valorados. Esta necesidad compulsiva de llenar un vacío o una carencia
puede manifestarse con ansiedad o angustia cuando no tenemos al otro cerca para
satisfacer nuestras necesidades o con dificultades o incapacidad por vivir la soledad*.
Este vacío puede llegar a ser terrible: un hoyo sin fondo, un abismo, un pozo. Ansiamos
todo aquello que nos parece que puede llenarlo. No nos interesa tanto el otro como
persona, sino lo que nos aporta: amor o ilusión por el amor, cierta seguridad, resguardo.
El niño que sufre dentro de nosotros pide a gritos una buena madre y/o un buen padre
que llene y satisfaga su carencia, esta angustia intolerable. Es él el que no puede vivir la
21
soledad, el que necesita apoyarse siempre en alguien y referirse siempre a alguien para
sentirse un poco más calmado.
Nuestro niño interior* persiste durante toda su vida en la búsqueda del padre ideal, del
amor fusional sin límites: tanto si no lo hemos conocido y esto nos ha provocado unas
carencias afectivas como si lo hemos conocido tanto que no conseguimos separarnos de él
y crecer.
Esta parte de nosotros, heredada del pasado, se hace poderosa en nuestro interior y, a
veces, puede ocupar todo el espacio, decidida a hacer lo que sea para conseguir lo que
quiere cueste lo que cueste. En este momento, otra parte de nosotros, más adulta y
madura, la que podría devolvernos la lucidez, el discernimiento y la reflexión, acaba
reducida al silencio. El conflicto entre el niño interior y el adulto actual nos indica la
intensidad de la dependencia: cuanta más sed de poder tiene el niño falto de amor, más
insoportable es el vacío y más fuerte la dependencia. Si las carencias son pequeñas, el
conflicto no será muy intenso y la dependencia tampoco.
Puntualización
Desde el inicio, desde la infancia, y en algunos casos hasta desde la vida
prenatal, ya se prepara el terreno propicio para la dependencia
amorosa.
De la dependencia a la interdependencia: unas etapas
delicadas de superar
La dependencia: una etapa natural y necesaria de la
vida de pareja
Son muchísimas las parejas que se estancan durante años en una relación de dependencia
mutua y aceptada. Una vez pasado el principio de la relación amorosa y la etapa natural
de unión, durante la cual tenemos ganas de estar todo el rato con la otra persona y de ser
uno solo, la pareja se instala en la rutina. En este momento se ven con claridad los
esquemas de funcionamiento de cada uno, y lo que cada uno espera del otro sale a la luz.
Normalmente uno de los dos miembros de la pareja será más sumiso que el otro, no osará
22
afirmarse, expresar sus necesidades, deseos o sentimientos, se esforzará por complacer al
otro y satisfacer sus deseos para ser querido. El otro se situará en una posición de
dominación y se mostrará más activo, tomará las decisiones y asumirá más
responsabilidad. Los dos pueden ser a la vez sumisos y dominadores en función de las
tareas que haya que realizar, y hasta puede que en algunos momentos los dos compitan
inconscientemente por ocupar el puesto de sumisión o de dominación.
Por miedo a este reparto de papeles y poderes, algunas parejas –sobre todo jóvenes–
deciden compartirlo todo para estar siempre en igualdad de condiciones. La intención es
muy loable, pero solo concierne al contenido, es decir, a las tareas de cada uno. La
estructura de la relación no tiene por qué estar a salvo de estos vínculos de poder.
Es muy probable que partamos de las relaciones de poder que hemos visto entre nuestros
padres o con las que hemos crecido para adoptar un rol en nuestra relación. Aunque
creamos que lo estamos haciendo diferente, nuestros esquemas de comportamiento
siempre acaban surgiendo.
Los riesgos de la dependencia mutua
En una relación puede instalarse, poco a poco, un estado de dependencia mutua muy
peligroso. Uno de los dos puede acabar convirtiéndose en prisionero de un rol y la
relación se estanca y no evoluciona. Con el tiempo y la costumbre, el deseo también se
corroe y las relaciones sexuales pueden ser cada vez menos frecuentes y menos
estimulantes. Al final podemos llegar hasta a dormir en habitaciones separadas para
dormir mejor, ¿pero conservamos las ganas de hacer el amor?
Lo conocido domina por encima de la novedad, y la vida en pareja se acomoda
progresivamente en un estado fácil, confortable y seguro. ¡Esta situación puede durar
años!, ya que muchas parejas optan por guardar las apariencias y mostrar una imagen de
paz y armonía para no preocupar a los hijos, la familia, los amigos e incluso para no
preocuparse a sí mismos. La relación ya no está viva, pero fingen que sí lo está. Puede
que el más independiente de los dos encuentre una vía de escape: en el trabajo, en
relaciones extramatrimoniales secretas… Si los dos son muy dependientes, pueden verse
inmersos en una relación de unión muy fuerte pero fingida que les aporta seguridad
porque les es conocida.
No obstante, una pareja es un sistema vivo que necesita evolucionar y crecer, igual que
cada uno de los miembros que la forman. La vida es movimiento, es encontrar el
equilibrio entre la necesidad de seguridad y cambio, aprender a ajustar constantemente el
23
contraste entre lo conocido y la novedad.
Puntualización
La vida nos impulsa constantemente a evolucionar y a salir de la fase de
dependencia para acercarnos cada vez más a la autonomía. Pero este
proceso no se hace directamente. Según Katherine Symor, analista
transaccional clínica, el camino hacia la autonomía se compone de
cuatro fases a su vez sucesivas y cíclicas: la dependencia, la
contradependencia, la independencia y la interdependencia.
De la dependencia a la contradependencia
La contradependencia es una etapa natural de crecimiento por la que pasan los niños al
salir de la relación simbiótica con su madre y descubren el mundo. Hacia los dos años, ya
saben caminar, empiezan a hablar y su palabra favorita es no. Les encanta llevar la
contraria, porque quieren hacer valer su nueva identidad: «Existo y soy diferente(de mi
madre)».
La manera de actuar de los padres en esta fase de oposición será determinante para
conseguir la autonomía. Si son inflexibles y reaccionan justificándose con la obediencia,
el niño fracasará en esta primera tentativa de ser él mismo, lo que preparará el terreno
para una futura relación de dependencia amorosa en la que adoptará el papel de sumiso y
obediente, o bien el de estricto y obstaculizador: la misma actitud que hayan tenido sus
padres o, al menos, la que al niño le haya parecido ver.
Si, por lo contrario, los padres entienden que esta fase de oposición es necesaria para el
crecimiento de su hijo, intentarán no enfadarse tanto y podrán guiar y animar a su hijo a
adentrarse en esta fase de diferenciación única e infinitamente valiosa (el Sí-mismo*) sin
tener que actuar de manera autoritaria. De este modo, el niño podrá crecer a salvo
sintiéndose respetado por su individualidad y su propio ser, aunque dentro de unos
límites que aceptará. Aprenderá a respetar su propia esencia y a dejar que se desarrolle
sobre la base de un Yo* acogedor y socorrido a imagen y semejanza de lo que sus padres
habrán manifestado sobre él.
Más adelante, en la adolescencia, el proceso de cambio de la dependencia a la
contradependencia volverá a repetirse. De nuevo, la manera de reaccionar de los padres
24
(que aceptarán o no esta fase con buena voluntad y le marcaran unos límites firmes y
claros) será determinante para que el adolescente alcance la autonomía.
Los desafíos que plantean las fases de crecimiento son importantes. En este momento el
niño y el adolescente establecen la relación que tendrán con las figuras de autoridad que
representan sus padres. Por un lado, pueden adoptar una actitud que fuerce las jerarquías:
sumisión e impotencia, rebeldía visible o escondida, dominación, control u
omnipotencia; esquemas que se repetirán inconscientemente en sus relaciones de pareja.
Por otro lado, también pueden adoptar una actitud respetuosa hacia los demás y entender
las diferencias de cada uno, por lo que serán más propensos a entender la individualidad
de sus futuras parejas, evitarán las relaciones de poder y experimentarán relaciones de
pareja más abiertas, flexibles, atentas y respetuosas. Pero, sobre todo, lo que el niño y el
adolescente aprenden durante este proceso hacia la independencia es a respetarse –o no–
a sí mismos en todos los sentidos. ¿Cómo pueden controlar ellos mismos el surgimiento
de su propio Sí-mismo y su desarrollo, la estructuración del Yo y su función protectora
del Sí-mismo? Si no se han respetado desde el surgimiento de su propia identidad y en el
proceso de diferenciación e individualización, será imposible que haya un equilibrio o una
alianza entre el Yo y el Sí-mismo. Este último se quedará anestesiado, inmaduro, y a
menudo estará dispuesto a ejercer su omnipotencia con actos impulsivos y tóxicos. El Yo,
por su lado, corre el peligro de convertirse en rígido, excesivamente controlado por el Sí-
mismo y puede que sea incapaz de guiarlo y controlarlo.
Por este motivo, durante el desarrollo de estas etapas, la personalidad del niño o del
adolescente puede cambiar radicalmente y desestabilizarse. Si, por el contrario, el niño o
adolescente ha sido respetado y acompañado de un modo justo durante estas fases de
crecimiento psíquico, el Yo y el Sí-mismo forjarán una alianza para toda la vida.
Riesgo de crisis
Cuando la pareja es lo suficientemente madura, la fase de dependencia es breve y poco
acentuada. El paso a la contradependencia ocurre de forma natural, sin crisis. Si esto no
ocurre, el periodo de unión ha sido muy largo y ha generado una dependencia muy
fuerte, la entrada a la contradependencia corre el peligro de ser un trueno tan
sorprendente como inesperado en lo que parecía un plácido cielo azul. Por ejemplo,
puede surgir un conflicto muy grave, puede descubrirse una relación extraconyugal y
hasta incluso uno de los dos puede llegar a pedir el divorcio o a irse de casa.
Así, la pareja sale violentamente de la rutina y se ve obligada a lidiar con la situación. La
25
violencia de la crisis y el sufrimiento resultante son proporcionales a la intensidad de la
dependencia y acostumbran a marcar el final de la relación. En estos casos la pareja se
separa porque uno de los dos lo pide o por mutuo acuerdo.
El surgimiento de la crisis y los conflictos hacen pensar –y sentir– que el amor se ha
acabado. Pero puede que eso sea verdad o que no lo sea. Las decisiones de ruptura
tomadas en caliente y con prisa no dejan lugar a la reflexión, no permiten analizar la
situación, entender el sentido de los hechos ni pedir ayuda a un terapeuta de pareja, por
ejemplo. Hay que tomarse su tiempo, dejar que el tiempo actúe –un periodo
determinado–, vivir lo que está pasando, aunque sea muy doloroso. Cuando los dos están
sufriendo demasiado y hay peligro de que la situación acabe en violencia física y
psicológica, optar por una separación temporal y acordada sería una buena opción.
Los conflictos y las aventuras extraconyugales pueden indicar a la pareja que uno de los
dos se siente oprimido en una relación estancada e insatisfactoria, sexualmente y/o
psicológicamente, o que uno de los dos necesita descubrir o reencontrarse con partes de sí
mismo que habían quedado apartadas: la parte sensible o sensual, la que pide ternura o
aventura, cambio, renovación, libertad, autonomía, etc.
Esta etapa es difícil de atravesar, porque está llena de tensiones y enfrentamientos. Pero
es útil, ya que tiene el objetivo de encontrar nuevas prioridades para la pareja y para cada
uno de sus miembros: «¿Qué es lo más importante para cada uno en este momento? ¿Qué
queremos? ¿Qué consideramos que es realmente importante para nuestra relación de
pareja?». Es necesario revisar las prioridades –individuales y comunes– en las que se basa
la relación para que la pareja pueda superar la crisis y continuar la vida en común o darse
cuenta de que las prioridades comunes son muy escasas para tener una vida juntos y que,
probablemente, el amor se ha apagado. En cambio, si los dos miembros de la pareja creen
que todavía conservan el deseo de estar juntos y las mismas motivaciones, para seguir con
la relación deberán limpiarla por completo y renovarla: seguramente necesitarán más
libertad y autonomía para cada uno, más aceptación de las diferencias del otro y más
distancia para que su vínculo madure.
El largo camino hacia la interdependencia
Marie y su novio eran muy jóvenes cuando se conocieron. Fue amor a primera vista. Un
amor exclusivo y absoluto. Una relación de fusión. Su vida en común ya empezó marcada
por la dependencia mutua. Marie, cuyos padres estaban divorciados, se hizo cargo de su
madre desde muy jovencita; pero su pareja se había criado en un ambiente sobreprotector
26
y continuaba siendo un niño. Así pues, ella se encontraba en una relación de dominación
y él en una de sumisión.
Con el tiempo, la actitud de Marie por encima de su pareja, a la que trata como un ser
inmaduro, se va reforzando. Cada vez se vuelve más rabiosa, mientras que él se encierra
en sí mismo. La tensión aumenta y la dependencia entre ellos crece hasta que, tras diez
años de vida en común, él no puede más y explota. ¡Finalmente lo ha sacado todo! Para
Marie es un shock brutal, pero ante este episodio de contradependencia extrema, acepta
analizar la situación y hacer autocrítica.
Marie analiza la necesidad que tiene de dominar. Entiende que ha construido su
identidad a partir de una creencia: cree que es indispensable y que la felicidad de su
madre depende de ella. En este momento los miembros de la pareja deshacen su fusión, y
él aprende a posicionarse y a expresar sus necesidades. Entrar en la fase de
contradependencia les ha permitido desarrollar sus propios recursos y abrirse al otro. El
vínculo que les unía se ha hecho más fuerte, ha madurado. Han conseguido que su pareja
esté más viva, y cada uno aprovecha los recursos del otro. ¡Acaban de entrar de pleno en
la interdependencia!
La historia de amor de Marie«Cuando nos conocimos teníamos 21 y 22 años. Fue amor a primera vista, un amor
para toda la vida, ni lo dudamos. Teníamos una relación de fusión. Yo me sentía
abandonada cuando no estaba a mi lado, necesitaba constantemente pruebas de su
amor, estábamos celosos de las aventuras anteriores de cada uno…»
Esta pareja empezó de un modo bastante clásico, con pasión y unión. ¡Y puede ser
delicioso, pero también muy exclusivo! Sin embargo, todavía no podemos hablar de
dependencia. Más adelante, al formar una vida en común, cada uno descubre el modo
que tiene el otro de funcionar.
Los consejos de Marie
«Yo era la más dinámica y la más autoritaria. Durante los cuatro años en los que
todavía no teníamos hijos, traté a mi marido como si él lo fuera. Yo le aconsejaba en
todo, y él se sometía. Funcionábamos muy bien así: yo, muy exuberante; él, poco
hablador».
27
La dependencia mutua
Los dos se comportan como han aprendido en su familia de origen: ella vive una relación
de dominación, y él, de sumisión. Tienen experiencias y caracteres diferentes; y además,
él tiene una insuficiencia de madurez manifiesta. Por eso, con el tiempo, Marie refuerza
su posición de poder.
Las exigencias de Marie
«Yo me enfadaba constantemente y me dedicaba a hacerle reproches. Tenía un nivel
de exigencia muy elevado: para mí nada estaba lo bastante bien, y él se encerraba en sí
mismo. En su familia, nunca se habían peleado. No decía nada, no mostraba nada, ni
sentimientos ni deseos».
La tensión aumenta y la dependencia crece. Ella continúa sin darse cuenta del daño que
le hace, y él se deja hacer, sufre en silencio, no puede expresarse ni mostrar cómo es, ni
existir. ¿Hasta dónde llegará esta dependencia casi destructiva tras diez años de vida en
común?
La entrada en la contradependencia
La reacción a las exigencias de Marie
«Un día se produjo el electroshock. Como de costumbre, me molesté por una tontería.
Por la noche, él se puso furioso, empezó a gritar y me dijo que era la última vez que le
hablaba de ese modo. Explotó, dejó salir todo lo que había acumulado en su corazón
durante todos esos años. Me quedé paralizada. Fue como si el cielo se me cayera
encima».
Había llegado el momento. Evidentemente es un momento muy doloroso, pero es
necesario. Durante diez años, día a día él había acumulado la frustración de ser
maltratado sin rebelarse jamás. Como él no decía nada, ella no se daba cuenta y se
comportaba cada vez más con una actitud dominadora. En esta situación, que él coja
fuerzas para expresarle la rabia que siente supone casi un desafío. ¿Cómo se lo tomará
ella?
Marie se da cuenta de su actitud
28
«De golpe me di cuenta de todo. Entendí que, con mis ataques de ira, le trataba como a
un crío. Le escuché hablar de su rabia, de una rabia herida. Empecé a dudar y a
reflexionar sobre mi comportamiento. Me di cuenta de que solo veía lo que no
funcionaba, lo tiranizaba todo. “En esta casa todo gira a tu alrededor”, me decía él. “Sí,
porque yo lo hago todo”. Había reducido la vida al “hacer”, y me decía: “Suerte que
estás tú para dar la talla”. Él callaba, solo decía: “Los detalles no son importantes, da
igual”. Yo no le respetaba, y él tampoco se respetaba y se sometía a mí.
Empecé a abrir los ojos, a darme cuenta de cómo funcionaba y a mirar a mi marido de
otra manera. Él también aprendió a verse con otros ojos. Era la primera vez en su vida
que expresaba una necesidad. Yo intenté relajarme un poco en nuestra relación,
mientras que él fue ganando terreno. Eso sí, ninguno de los dos pensó en separarse en
ningún momento».
Marie acepta que su comportamiento sea cuestionado; ¡y es muy valiente!, porque no es
nada fácil. Así saldrán de su relación basada en la dependencia: él ya se atreve a mostrar
su ira y desacuerdo, y ella acepta escuchar las críticas y cambiar su manera de ser y de
actuar. ¡De repente han entrado en la contradependencia! En esta fase muchas parejas se
separan, porque, a menudo, la relación se vuelve conflictiva. No saben que están pasando
por un proceso de crecimiento normal que no supone necesariamente el final de la pareja.
Si no se hubiese producido el enfrentamiento entre Marie y su pareja, puede que los dos
hubiesen pasado el resto de sus vidas en una relación de dependencia en la que ella
dominaría hasta llegar a ser tirana y él se sometería. También podría ser que un día,
cansado de sufrir, él cogiese la puerta y se fuera a por tabaco para no volver o que acabase
teniendo una amante y una doble vida para poder respirar y existir. En las tres opciones
posibles ocurriría un hecho que daría lugar al enfrentamiento necesario para resolver la
dependencia.
El paso obligado por la independencia
En la relación de Marie no quedó todo arreglado en un día, pero juntos empezaron una
nueva etapa. Ella investigó sobre qué era lo que la empujaba a ser tan dominante; ¿qué
era tan importante y positivo para ella, puede que incluso esencial y vital? ¿Cuál era la
intención positiva de su inconsciente*?
La infancia de Marie
29
«Cuando era niña me sentía indispensable. Todo dependía de mí. Mi madre estaba
sola. Mi padre y yo éramos su razón de vivir. Tuve que encargarme de ella, por lo que
me comportaba de un modo autoritario, también con mi padre. La trataba como una
niña. Mientras, no me permitía ningún capricho ni placer».
Marie creció y formó su identidad a partir de la creencia de que era indispensable y de
que la vida y la felicidad de su madre y su padre dependían de ella. ¡Un peso enorme para
una niña y una adolescente! Siempre sentía que era necesaria y crucial. Su vida estaba tan
atada a la de su madre que, hasta los 20 años, siempre había pensado que no podría
sobrevivir a ella.
Al deshacer su unión, Marie y su pareja pudieron distanciase y tener cada uno su espacio
para respirar. Ahora viven una etapa de independencia y soledad, y él ha aprendido a
posicionarse y a expresar lo que quiere.
El cambio de Marie
«Ahora nos escuchamos y compartimos nuestras ideas, y antes no lo hacíamos. Me
esfuerzo cada día para entender hasta qué punto somos diferentes, pero tengo la
sensación de que nunca lo entenderé del todo: tiene algo misterioso. Ya no busco
dominarlo ni manipular su manera de ser. Él se comporta tal y como es, en el placer, la
creatividad, la ligereza, el humor, la imaginación, la capacidad de vivir el momento, la
desconexión… Me aporta todo lo que no tenía, o lo que creía que no tenía. Ahora sabe
ocuparse de las cosas. Es más directo. Nuestro vínculo es más fuerte».
Al deshacer esa unión tan fuerte, cada uno puede desarrollarse con sus propios recursos y
su creatividad. Además, también se abren a la visión del mundo del otro, lo que les
enriquece. Marie pensaba que no tenía una parte distendida y despreocupada, enamorada
del placer y de la vida. En realidad, lo que ocurre es que se había olvidado de esta
vertiente suya al volcarse plenamente en encargarse de su madre y al desarrollar
demasiado su sentido de la responsabilidad.
Puntualización
Un niño «paternizado» se vuelve razonable y serio demasiado deprisa.
¡Así no puede vivir su niñez!
30
Él, por su lado, necesitaba afirmarse y estructurarse, encontrar su identidad como
hombre, desarrollar su poder. Hasta ahora no podía hacer todo esto, ya que ella
controlaba todo lo que hacía en la vida y lo dominaba.
Pasar por la contradependencia fue un proceso rápido y beneficioso para los dos, ya que
les hizo aceptar el hecho de cuestionar sus propias actitudes y rectificar en su relación.
Dejaron de tener una relación de poder, de sumisión y de dominación. Los dos
aprendieron a aceptar al otro por sus diferencias y a valorar su individualidad. Poder
valorarse mutuamente les hizo más libres y más independientes y les permitió desarrollar
sus propios recursos y capacidades. De este modo entraron en una nueva etapa en la
relación de pareja: la independencia.
El proceso hacia la interdependencia
Tras este proceso, el vínculo entre los dos se ha hecho más fuerte y maduro. Han pasado
a estar cerca pero separados, no pegados el unoal otro. Se escuchan y comparten sus
pensamientos. Cada uno tiene su espacio y su tiempo propios, pero al mismo tiempo
aprovechan las habilidades y los recursos del otro. Son una pareja viva, han llegado a la
cuarta fase de su desarrollo: la interdependencia.
El paso por las cuatro etapas de este ciclo –dependencia, contradependencia,
independencia e interdependencia– no es lineal, sino más bien cíclico: una pareja puede
volver a pasar por una etapa aunque ya la haya superado anteriormente, y también puede
estar en dos o tres etapas del ciclo a la vez. Con este esquema, Katherine Symor nos
invita a reflexionar sobre la evolución de nuestra pareja y, si es posible, a evitar una
ruptura prematura cuando el paso a la siguiente etapa está siendo doloroso o, por lo
contrario, cuando la pareja se ha estancado en una de las fases.
Hay que destacar que no siempre es posible llegar a la fase de interdependencia y que
muchas parejas permanecen durante mucho tiempo en la etapa de dependencia. Puede
que esta situación les aporte la seguridad que necesitan para vivir como pareja y como
personas.
Los beneficios de la dependencia amorosa
Aunque la dependencia amorosa presenta muchos inconvenientes y riesgos evidentes,
también puede ser saludable, sobre todo para las personas debilitadas por una infancia
31
difícil y desestructurada. Por ejemplo, los primeros años de la vida de Nicole fueron
especialmente agotadores: su padre era un enfermo, alcohólico e incestuoso; su madre,
una persona inmadura y excesivamente permisiva. Su adolescencia estuvo marcada por la
adicción al tabaco, al alcohol y a las drogas. Eso hizo que, con el tiempo, Nicole haya
desarrollado muchas carencias: no tiene estructuración ni límites, pero sí muchas
deficiencias en la relación con la realidad exterior. Su madre se divorció dos veces, y su
tercer marido fue el más presente en la vida de Nicole. Llegó a quererlo como un padre, y
él se convirtió en la única persona realmente sólida en la vida de la chica. Por desgracia,
el padrastro murió cuando Nicole tenía 24 años. Fue un golpe terrible para ella, tuvo la
sensación de que con él desaparecían sus raíces y se sintió como una niña abandonada,
porque él había sido el único anclaje de estabilidad en su vida.
En ese momento, uno de los amigos de Nicole acababa de sufrir una ruptura amorosa y la
invitó a cenar. Un año más tarde, se casaron.
La carencia más relevante de Nicole
«Realmente nunca he estado enamorada de él. Siempre le he considerado como un
amigo. Le dije que sí para estar a salvo de mí misma. Algo me decía que él me ayudaría.
Es un hombre estable. Le puse en un pedestal: él sabía mucho mejor que yo lo que me
convenía, me guiaba en mis actos. Gracias a él pude terminar los estudios. Poco a poco
fui dependiendo más de él, incluso económicamente, porque no trabajé durante
mucho tiempo. Contaba con él para todo. En realidad, para mí sustituía a mi padrastro,
¡y es que hasta se llamaba como él! Teníamos una vida sexual penosa, pero yo
necesitaba más ternura y protección que sexo».
Tras haber crecido con un padre más ausente que presente y más tóxico que amable,
Nicole encontró en su padrastro al verdadero padre que necesitaba para formarse como
persona. Su muerte le afectó tanto que acabó cayendo en la fragilidad de su adolescencia.
Al casarse, su marido ocupó de manera natural el lugar de su padrastro y ella empezó a
verlo como una figura de autoridad sólida. Con él se comportaba como una niña más que
como una adulta, pero era la posición que necesitaba adoptar. Nicole dependía de él
porque consideraba que le aportaba algo muy positivo e importante –la intención positiva
de su inconsciente–, puede que incluso vital y esencial: la seguridad y la estabilidad que su
padrastro le hizo descubrir tras años de errores y altibajos.
La dependencia de Nicole
32
«Como nunca me he querido y nunca he sabido cuidar de mí misma, siempre he
necesitado que los demás lo hagan por mí. Mi marido viajaba mucho, y cuando no
estaba yo me deprimía. En realidad la dependencia me hizo avanzar. La dependencia
me salvó, porque no sé dónde estaría yo hoy en día de no ser por ella. No vivimos una
dependencia destructiva, sino que nos permitió ayudarnos mutuamente. Él siempre
me ha apoyado, y es gracias a él que estoy viva y he salido adelante. A día de hoy
tenemos tres hijos y una familia estable, y, sin embargo, todavía hoy conservo algo de
mi dependencia».
Actualmente, Nicole es consciente de que la dependencia amorosa le ha salvado la vida
(esta era la verdadera intención de su inconsciente). ¡Estar vivo es una prioridad mucho
más esencial que ser libre, o al menos es prioritario!
La historia de Nicole debe servirnos para aprender a no juzgar negativamente la
dependencia de los demás ni la nuestra, pero también debe hacernos reflexionar sobre
nuestras prioridades: ¿qué es realmente importante para mí actualmente, la seguridad
exterior que me aporta la dependencia o la libertad?
Cuidado! La dependencia no siempre nos hace sentir seguros y a salvo, sino que en
muchos casos acaba siendo tóxica y alienante.
33
Contenidos
• Los inicios: el flechazo y la pasión
• Finalmente, la pérdida de las ilusiones
• El amor es una droga
Los inicios: el flechazo y la pasión
Iris tenía 28 años cuando, en una entrevista de trabajo, conoció al que tan solo unas
semanas más tarde se convertiría en su marido y en el padre de su hijo. Lo que choca de
inmediato en esta historia es el carácter idílico de este encuentro repentino. ¿Quién no ha
soñado con una relación tan inmediata e idílica? ¡Todo es para mejor en el mejor de los
mundos posibles! Sin embargo, al mirar la situación de cerca, podremos constatar que la
estructura de la experiencia* está llena de elementos que pueden desencadenar una posible
dependencia.
El idilio de Iris
«Un día fui a una entrevista de trabajo y él era el encargado de entrevistarme. La
34
complicidad fue inmediata. Muy pronto me pidió que le acompañara a un seminario en
Madrid. Al llegar, por la noche empezamos a hablar de nuestras vidas en vez de
preparar el trabajo para el día siguiente. Nos pasamos la noche entera hablando; ¡fue
tan mágico! Ya estábamos haciendo planes de futuro incluso antes de besarnos. Él
estaba convencido de que tanto yo como él habíamos encontrado nuestra alma
gemela. ¡Era evidente! A mí me encantaba: era carismático, inteligente, muy atractivo,
tomaba la iniciativa… Y además yo sentía la necesidad de admirar a un hombre. El día
siguiente nos lo pasamos trabajando, y finalmente pasamos nuestra primera noche
juntos. Por la mañana, él me dijo: “Creo que te quiero”. Al volver a París yo pensaba
que se olvidaría de mí y que volvería con su pareja, pero al día siguiente me invitó a
desayunar y me anunció que la había dejado, que había cogido sus cosas y que en el
coche tenía las maletas. Por la noche quedamos para cenar y le propuse que se
quedara en mi casa. Al cabo de unos días, decidimos que nos casaríamos en setiembre,
es decir, cinco meses más tarde. Nunca utilizábamos métodos anticonceptivos y yo le
pedí que tuviéramos cuidado, pero él me respondía: “Sería increíble tener un hijo al
principio de nuestro amor”. Y así fue como concebimos a nuestra hija. De repente,
tuvimos que avanzar la fecha de la boda para julio. Lo hacíamos todo juntos y nos
poníamos siempre de acuerdo. Todo era aventura y riesgo. Era muy constructivo. Me
decía: “Cuando entro en una habitación en la que estás tú, me lleno de energía”. Todo
nos sonreía. Era magnífico, pero también nos dividía. Estábamos encerrados en la
imagen que teníamos del otro».
Los síntomas de la dependencia
Para ver los primeros síntomas de la dependencia hay que recular hasta el principio:
• Todo va muy rápido. Empiezan a hacer planes de futuro en la primera cita y hacen el
amor muy pronto. Al día siguiente él deja a su pareja y se instala con ella. Deciden
casarse e inmediatamente ella se queda embarazada. ¡En una semana todo ha
cambiado por completo! Inconscientemente han anulado la dimensióndel tiempo. No
se toman su tiempo para descubrirse el uno al otro, para saber quiénes son, cómo son
en realidad. Una situación como esta impide que las cosas se hagan con precisión,
porque los implicados tienen la sensación de que deben actuar y reaccionar sin perder
el tiempo en sentir ni pensar.
• Para los dos es una evidencia, una verdad absoluta: han encontrado a su alma gemela.
Lo han vivido como algo mágico, porque por fin su sueño se ha hecho realidad.
Tampoco se paran a pensarlo ni se plantean nada más allá de tener la certeza de
35
haberla encontrado.
• Ni reflexionan ni miran con distancia la situación. No hacen ese proceso interno que
nos empuja a reflexionar, a analizar la situación con distancia, a discernir lo que nos
conviene. ¡No tienen tiempo para ello!
• Viven una relación de fusión, de excesos y de impulsos: «Sería increíble», «¡Era
evidente!», «Era una atracción irrefrenable», «Lo hacíamos todo juntos»… Hablan
como si realmente nada pudiera ser de otro modo. Están literalmente fulminados por
el amor, atrapados, conquistados, locamente enamorados. Su estado interno –el
conjunto de sensaciones y emociones*– está completamente hipnotizado de tanto amor,
deseo y placer. Solo hay sitio para este aspecto de la realidad. El resto del mundo
interior y exterior ha quedado anulado. Han pasado directamente del estado interno a
la acción, porque no tienen tiempo para reflexionar. Piensan que hay que actuar.
Hay otros casos en los que la pareja vive el hecho de encontrarse el uno al otro como una
señal del destino, como el resultado de un montón de extraordinarias coincidencias:
«Nuestra historia es sorprendentemente parecida, hasta nacimos el mismo día, parece que
nos conozcamos de toda la vida…».
Juntos en la misma burbuja
Para los amantes, esto es la felicidad absoluta. Por fin han llenado su vacío, por fin han
encontrado a la persona que tanto esperaban y se han liberado del sufrimiento del vacío y
la espera. De repente, todo el dolor pasado queda olvidado. ¡Por fin ha llegado! Yo le
tengo y él me tiene.
A veces la pasión no es tan fuerte, pero la mínima manifestación de atención, de ternura
o de amor se vive como un milagro, porque hasta entonces no lo hemos tenido. ¡Por fin
florece el desierto! La sexualidad, si sale bien –y normalmente es muy intensa al principio
de la pasión amorosa–, contribuye a restaurar el narcisismo: sentimos que existimos, que
estamos vivos, nos sentimos deseados e importantes. Es algo mágico. No hay que negar
que la pasión inicial tiene una parte maravillosa que nos llena de placer y muchos
beneficios, pero ¿por qué anulamos elementos de la realidad interior y exterior?
Si al cabo de un tiempo la burbuja que les une explota, les suelta ante la realidad y la
pareja decide separarse o continuar con la relación y dejarla madurar, los dos podrán
conservar recuerdos increíbles de este periodo idílico y todo irá bien. En cambio, si la
burbuja permanece intacta durante mucho tiempo, probablemente se instalará en un
36
terreno frágil e inseguro sembrado de falta de confianza en uno mismo y de carencias
afectivas precoces; alimentará la ilusión de que el otro puede querernos como necesitamos
que nos quieran, es decir, como un niño, e incluso como un bebé. En este caso, el
sufrimiento vinculado a la dependencia no tardará en aparecer. El tiempo de ilusión
habrá sido largo: semanas, meses e incluso años.
Finalmente, la pérdida de las ilusiones
Han pasado días, semanas y meses y la sensación de sentirse lleno por el otro cada vez
está menos presente. Así nos empiezan a invadir la decepción, la desilusión, el
sentimiento de traición o de engaño, la ira, la tristeza y el aburrimiento.
Volvemos a sentir angustia y también el vacío: la sensación de necesitar estar lleno ha
vuelto con más fuerza. En este momento aparecen o se intensifican los conflictos y las
dificultades en la relación de pareja, igual que las relaciones extraconyugales, que
escondemos con la esperanza de que otra persona pueda llenar el vacío que nos vuelve a
acechar y satisfaga el deseo que se está apagando. El sufrimiento que creíamos que se
había acabado vuelve a aparecer.
En este punto la pareja puede decidir separarse de mutuo acuerdo o por iniciativa de uno
de los dos. No obstante, también pueden decidir seguir juntos cueste lo que cueste e,
inconscientemente, intensificar la dependencia para paliar las carencias que han vuelto a
surgir. En este caso, harán lo que sea para fortalecer la fusión, por ejemplo, utilizando la
sumisión: ser todavía más amables, devotos; volcarse a satisfacer los deseos y las
exigencias del otro en detrimento de uno mismo y de sus propias necesidades, deseos y
sentimientos; hacerse pequeño; dejar de existir; trabajar duro para el otro y, sobre todo,
callar, perder la cabeza por el otro; presionarse sin parar. También pueden optar por la
dominación: exigir que el otro sea más perfecto y cariñoso, que esté siempre presente y
disponible; controlar todavía más lo que hace fuera de la pareja, en qué ocupa el tiempo,
sus relaciones personales y profesionales o su sexualidad.
La obsesión por el otro crece. Todos los pensamientos, acciones y sentimientos giran a su
alrededor. Sufrimos si no está y no podemos vivir sin él. La dependencia se instala en la
pareja cuando nos sentimos vacíos sin el otro, cuando le necesitamos y esperamos que nos
llene. Continuemos con la historia de Iris.
Las carencias de Iris
37
«Poco a poco él se volvió más exigente conmigo y yo me volví más sumisa. De repente,
para complacerle, me vi volcada en el papel de la mujer perfecta: yo quería parecerme
a su madre –de quien él estaba tremendamente enamorado– y él necesitaba una mujer
que viviese por él. Era muy agotador estar a la altura siempre en todo. Tan solo me
alejaba de sus exigencias cuando estaba con mis hijos. Me desvivía por él y no me daba
cuenta, pero mi entorno sí. Empecé a somatizar: a tener migrañas y herpes constantes.
Él empezó a tener problemas en el trabajo y a dejarme cada vez más sola. A mí la
angustia volvió a invadirme. Trabajaba como un loco y yo me sentía terriblemente
vacía, me costaba incluso vivir. Después de seis años, él me engaño, y durante dos años
se mostró indeciso, iba y venía. Mientras, yo todavía vivía el fantasma de un amor
perfecto. Pensaba que un amor como el nuestro no podía acabarse nunca y era incapaz
de ver la realidad. Quería, a cualquier precio, que mi sueño continuara. Durante esos
dos años no tuvimos relaciones sexuales, y yo cada vez me apagaba más. Era incapaz
de ver lo que pasaba y vivía atrapada en mi ilusión de felicidad. Para mí era
inimaginable que él me pudiera engañar. Me quedé sola y aislada. Cuando nos
separamos, ocho años después de conocernos, no me lo podía creer: ¡me había alejado
de mis amigos, no soportaba compartirme con los demás!».
Iris nos muestra claramente cómo, por amor –en realidad, para continuar inmersa en la
ilusión del amor–, renunció poco a poco a tener poder sobre sí misma; cómo aceptó
olvidarse de sí misma, renunciar a su identidad, dejar de ser ella misma para complacer a
su marido: dejar de existir para sentirse querida. ¡Qué paradoja! Nos muestra cómo
negaba la realidad y era incapaz de ver lo que era evidente por su afán de vivir a cualquier
precio el fantasma de su felicidad.
Iris se hacía daño a sí misma y, como es natural, su cuerpo reaccionó. La angustia del
vacío la invadía y la pareja acabó descomponiéndose.
Puntualización
La pasión nos hace felices durante un tiempo porque llena el vacío
interior que tenemos, crea la ilusión de un amor de unión con el ser
ideal, calma la ansiedad y el miedo de esta parte de nosotros, la del niño
que busca ser querido. En la pasión inicial realmente no queremos al
otro por lo que es, sino que creemos que le queremos y que nos quiere.
Lo que nos atrae irresistiblemente es la sensación de sentirnos llenos,
completos, de sentir que existimos: ¡un estado idílico!
38
El amor es una droga
En la pasión, a veces la dependencia es tan fuerte que se transformaen una verdadera
adicción. Nos enganchamos al otro como podríamos estarlo al alcohol o a la droga.
Dejamos de ser nosotros mismos. La relación con la realidad exterior –trabajo, familia,
amigos, vida social– se ve cada vez más afectada, y la relación con uno mismo, también.
Poco a poco perdemos nuestra identidad y nuestra libertad.
El amor y el sexo producen los mismos efectos biológicos que las otras drogas. Los
estudios neurobiológicos recientes demuestran que nos volvemos dependientes del placer.
Personalmente, te recomiendo una obra muy interesante del psiquiatra especializado en
adictología Michel Reynaud, L’amor est une drogue douce:2 «Los poetas no se equivocaban,
el filtro del amor es ese cóctel explosivo y placentero que tomamos después del acto
carnal y del que podemos decir la receta: tres dedos de luliberina (segregada con el deseo
inmediato), una buena dosis de testosterona (la capacidad de desear, segregada
constantemente), cuatro dedos de dopamina (sensación de deseo y placer), una pizca de
endorfinas (el bienestar tras el coito) y un poco de jarabe de oxitocina (la hormona del
orgasmo)… Cuanto más disfrutamos, más ganas tenemos de disfrutar, por lo que
también tenemos más posibilidades de echarlo de menos». Cuanto más fuertes e
inmediatas son las sensaciones, más rápidamente nos enganchamos y más dolorosa es la
pérdida, que puede llegar a ser insoportable. Además, el hecho de gozar y disfrutar
estimula la producción de oxitocina, la hormona de apego que nos empuja a volver con la
misma pareja. ¿Somos esclavos de las hormonas? ¡Pues durante la fase pasional del
encuentro amoroso corremos el riesgo de serlo!
¿Por qué nos enganchamos a esta droga?
Durante los veintiocho años que duró su matrimonio, Margot estuvo siempre a la
expectativa. Necesitaba que la mirasen, la escuchasen y la tocasen; necesitaba sentirse
comprendida y aceptada por completo. Hubiese querido tener con su marido la relación
de unión que, de pequeña, nunca tuvo con su madre. Pero se esforzó en vano.
Después del divorcio se siente debilitada. De repente, en el momento más adecuado, en
el que ella se siente sola y vulnerable, aparece en su vida un príncipe encantador. Desde el
primer momento se forja entre ellos una profunda intimidad. Sexualmente, la relación es
muy sólida. Para Margot es el paraíso, y por fin siente que existe para alguien.
39
Rápidamente este hábil seductor ha dado a Margot la droga que necesitaba… Y utiliza
sus dotes.
El doble de Margot
«Tenía el don de decir exactamente lo que yo quería oír. Estábamos en el mismo
punto, seguíamos un mismo ritmo, como si fuera mi doble».
Margot cae en la trampa. Parece que este hombre satisface todos sus deseos, pero…
La droga de Margot
«Estaba hipnotizada por su encanto, pero a la vez notaba que pasaba algo raro. Creo
que en realidad sabía desde el primer momento que algo no iba bien. Una parte lúcida
de mí lo veía, pero yo no la escuchaba, ¡porque era tan bueno conmigo! Nunca había
compartido tanta intimidad con un hombre, una sexualidad tan abierta. Solo podía
pensar en eso».
La dependencia afectiva y sexual se instala poco a poco en su relación. Margot necesita su
droga de forma regular. No se da cuenta de las señales adversas porque ya está
enganchada a él y haría lo que fuese por conseguir su dosis.
El compromiso ciego de Margot
«Me impliqué en su proyecto profesional y me comprometí como nunca lo había hecho
hasta entonces. Hablábamos de ello durante horas. Vivía alternando momentos
impulsivos en los que yo le atraía con momentos de preocupación por su empresa y su
salud. Me sentía responsable de él y desbordante de energía por protegerle. Él se
comportaba de un modo encantador, y yo ya no podía estar sin él. Además, él
mantenía relaciones con su exmujer constantemente y yo lo aceptaba».
¿Hasta dónde podemos llegar una vez enganchados?
La droga se convirtió en el centro de la vida de Margot y se esforzaba con todas sus
energías para conseguirla. Se convirtió en una necesidad absoluta.
40
El sufrimiento de Margot
«Se enfadaba cada vez más a menudo por cualquier cosa y yo lo aguantaba todo.
Mientras, nuestra relación se iba degradando. Nunca estaba disponible cuando le
llamaba. Me volvía loca y me pegaba al teléfono. Ya no salía. Me anulé
completamente, ¡pero resistía! Llegó un momento en el que se quedó sin dinero. Yo le
propuse ayudarle, porque tenía miedo de que le pasara algo, tenía miedo de que se
muriese. Cada vez estaba más distante. Yo sufría mucho, estaba muy preocupada y
cada vez le llamaba más a menudo. Desde que empezamos con nuestra relación, él
siempre había estimulado mis celos. Sabía que tenía amantes, pero no quería ni oírlo.
Yo era demasiado dependiente, y aunque esto me hacía mucho daño, lo necesitaba.
Cuando conseguía hablar con él por teléfono tras días de espera y angustia me
quedaba muy aliviada, las tensiones acumuladas se iban: él era el único que podía
acabar con el sufrimiento que él mismo me causaba».
Margot está cada vez más enganchada, y él cada vez se escabulle más. La espera y la falta
de él la llenan de angustia y sufrimiento. Margot corre el riesgo de perder el contacto con
la realidad. Le da todo el poder sobre ella a su amante: el poder de torturarla y luego
calmarla. Ella solo vive por él, para él y en función de él. Está tan atada a él que no puede
alejarse. Más tarde, Margot se da cuenta de que su situación actual es parecida a la que
sufría de pequeña.
Su madre, que era profesora, la puso en su clase de niños de entre 3 y 6 años. Todo fue
tan deprisa que Margot no entendía por qué de repente su madre se comportaba como
una extraña con ella.
La madre de Margot
«Me sentía desposeída. Ella era muy amable con los demás y muy dura conmigo. Me
sentía apartada, no encontraba mi lugar. Cuando estaba con ella era magnífico, pero
de repente ya ni me miraba».
Recordar esto ha hecho que por fin Margot despierte y vuelva a la realidad. Ahora
entiende que su vínculo funciona como una droga: le da acceso a una relación de unión
muy positiva que realmente no ha vivido nunca –ni con su madre ni con su marido– y a
unas sensaciones extremas, tanto de placer como de dolor, que la hacían sentirse viva. Al
cabo de un año, conoció a un hombre muy diferente que realmente estaba presente en su
vida.
41
Margot conoce a alguien
«Con él me siento tranquila y en paz. Puedo permitirme centrarme en mí misma,
reflexionar en lo que necesito y pensar en quién soy. Sin embargo, entre nosotros no
hay ese ardor de pasión, y a veces echo de menos la droga que me daba esa sensación
de existir. Pero este hombre me respeta. Y así he aprendido a respetarme también a mí
misma. He descubierto que valgo mucho y que le importo a alguien. He pasado de ser
un objeto a ser un sujeto».
Hemos visto cómo Margot y su amante «se utilizan» mutuamente para llenar los vacíos
interiores respectivos. Él, como seductor: desde el preciso instante en el que le gusta una
mujer, adopta el papel de cazador y se obsesiona con ella. Lo más probable es que este rol
de don Juan esconda a un niño solitario y triste. Ella, como un pajarito que espera su
bocado: está dispuesta a creer en los milagros y a sacrificar su vida, porque por fin siente
que alguien le presta atención, y está ilusionada porque se siente amada. Su «amor» volvía
a ser una droga. ¿Esto es amor?
En el momento de la pasión «queremos» al otro por lo que representa y por nuestra
carencia paterna del pasado, que proyectamos en él. Nos anima el deseo de vivir, por fin,
un estado de unión perfecto que no hemos vivido nunca o que quizás ya conocemos tanto
que recordamos con nostalgia.
42
 
2. Michel Reynaud, L’amour est une drogue douce… en général, Robert Laffont, 2005.
43
44
Contenidos
• A veces la falta aprisiona
• El niño interior toma el poder por falta de un padre
• Una búsqueda desesperada: el amor inaccesible de la madre
• La dependencia dominadora
A veces la falta aprisiona
Durante toda su infancia y adolescencia, Rosalie vivió la ausencia de un padre, o deun
hombre que le hiciese de padre, como algo cruel. Sintió lo mismo cuando, con 17 años,
conoció a su futuro marido, un poco más joven que ella. El flechazo actuó tan rápido que
el vacío y la necesidad de llenarlo eran inmensos.
Inconscientemente, ella esperaba el encuentro que la salvase del desamparo y de la
ausencia trágica de relación con su padre. Ella había conseguido a alguien que, para su
niña interior, se comportase como un padre protector y, a su vez, era una buena madre
nodriza para el niño que era él. No obstante, la pasión de este momento no resistirá
mucho tiempo a la dura realidad cotidiana y al paso del tiempo. Rosalie se convertirá
45
poco a poco en una persona sumisa que acepta que la maltraten.
De todas maneras, ¿cómo podrían separarse? Sus respectivos niños interiores tienen una
necesidad vital del otro. Sería necesario que al menos uno de los dos creciera y pudiera
empezar a comprender el callejón sin salida en el que se encuentran. Hasta cuarenta años
más tarde, y gracias a una terapia de pareja, Rosalie no consiguió expresar la ira
inconsciente que sentía hacia su padre por haberla abandonado al nacer ni alcanzar la
libertad y la autonomía.
La sumisión de Rosalie
«Tuvimos hijos poco tiempo después de conocernos. Lo escogimos nosotros. Yo era
muy sumisa y maternal a la vez. Cedía en todo. Desde el momento en que acepté
formar una familia, poco a poco dejé de atreverme a participar en una conversación por
miedo a quedar en ridículo, sobre todo delante de nuestros amigos. Entre bromas e
ironía, él siempre acababa contando alguna intimidad que yo le había confiado en
secreto. Me infravaloraba y me humillaba. Perdí toda la confianza que tenía en mí
misma y pensaba que no valía para nada. Aceptaba todos sus reproches como quien
regaña a un niño que se porta mal, porque le idealizaba y pensaba sinceramente que
tan solo él podía tener razón.
Me presionaba con el tema del dinero, me gritaba y me chillaba. Yo no decía nada.
Jugaba a ser una niña. Le demostraba que era incapaz de hacer las cosas por mí misma,
que no sabía… En esos momentos le odiaba, me avergonzaba de mí. Trabajar fuera de
casa me tentaba mucho, pero como él siempre supo persuadirme para que no lo hiciera
alegando que tenía muchos inconvenientes».
Con el paso del tiempo Rosalie acaba renunciando a ser ella misma, abandona su carácter
atrevido. Deja que su marido tenga todo el poder sobre ella, y él se aprovecha de la
situación.
Sumisión a costa de la libertad y la autonomía
La sumisión de Rosalie (continuación)
«Después de dieciséis años de matrimonio, él conoció a otra mujer. Al principio me
mostré comprensiva y lo acepté, porque me lo había contado todo, pero al cabo de
diez meses de idas y venidas ya no podía más. Le dije que tenía que tomar una
46
decisión, y se fue, pero volvía todos los fines de semana y yo lo aceptaba.
Inspeccionaba toda la casa. Se ponía a arreglar algunas cosas. Yo estaba muy contenta,
porque cuidaba de nosotros, pero al mismo tiempo sentía que lo hacía para seguir
teniendo poder sobre mí, sobre los niños y sobre la casa. Cada vez que venía
manteníamos relaciones sexuales. Me hacía más cumplidos que nunca. Me traía flores
y regalos, pero nunca antes lo había hecho.
Me decidí a pedir el divorcio, pero él no quiso, y yo lo dejé pasar. Al cabo de un año
quiso volver a casa porque decía que en realidad me quería a mí. Y le creí. Pero dos días
después su nueva pareja trató de suicidarse, así que él decidió ir a vivir con ella. No
pude más y volví a pedir el divorcio. Él estuvo de acuerdo. Sin embargo, ante el juez los
dos dijimos que no. Nos pusimos a reír, a llorar… parecíamos dos críos. Nuestro vínculo
todavía era demasiado fuerte, había ternura, y creo que yo todavía le quería. Volver a
verle me destrozó. ¡Era demasiado seductor! Sin embargo, dos años más tarde
acabamos divorciándonos. De todas maneras, continuábamos viéndonos y teniendo
relaciones sexuales. La atracción todavía estaba viva. Nos llamábamos
constantemente, me llevaba a menudo a restaurantes y yo no le pedía nada más. Él me
explicaba sus problemas amorosos, y yo tenía la impresión de que nunca podría
despegarme de él. Me fui a vivir fuera de París, porque pensaba que así me alejaría de
él. ¡Pero no! Cuando volví a París, él me ayudó con la mudanza, se comportaba como el
capitán del barco. Todavía parecíamos marido y mujer.
Una noche le invité a casa y le pregunté si podíamos volver a vivir juntos. Él dijo que no.
Fue como una bofetada. Durante un mes no volví a verle. Pero volvieron las llamadas,
las citas y las relaciones sexuales esporádicas».
La relación de pareja ya no existe como tal, pero la relación de dependencia todavía
perdura. Ella continúa haciendo el papel de chica que está feliz porque le prestan
atención y, al mismo tiempo, el de madre atenta que escucha las confidencias. Él no ha
dejado de ser el hombre protector que dirige y controla la casa ni el seductor a quien
nadie puede resistirse.
No parece que ninguno de los dos pueda actuar como un adulto independiente, lo que les
permitiría tomar decisiones y ser firmes. Se necesitan el uno al otro. Rosalie continúa en
una posición de sumisión que le da algunas ventajas, pero el precio que tiene que pagar es
su libertad y su madurez. Continúa buscando desesperadamente un hombre fuerte que
pueda ocupar el lugar de su padre.
Hoy en día reconoce que fue ella misma la que se obligó a entrar en esa dependencia,
47
sobre todo al aceptar el dinero que él le ofrecía, incluso después de separarse. Para
Rosalie, su marido representa el padre ideal –protector de su hijita– que ella nunca había
tenido, porque su padre la abandonó al nacer y, por lo tanto, nunca pudo conocerle.
Inconscientemente, ella espera de él lo que piensa que debería haber recibido de su padre
y todo lo que ella siempre ha echado de menos: un hombre fuerte que se ocupe de las
cosas, que solucione las necesidades de la familia, un padre que siempre esté presente y
que nunca deje que se caiga, que la tenga en cuenta en todos los sentidos, incluso en el
terreno económico. Él parece contento de poder satisfacer estos deseos y de alimentar
esta relación de padre e hija que, además, le permite tener libertad amorosa. Puede que
inconscientemente él piense que esto le aporta algunos beneficios.
Un cambio saludable
Rosalie abre los ojos
«Una noche vino a casa y discutimos, pero acabamos haciendo el amor. Él estaba
borracho. Mi cabeza hizo un clic y, de repente, me pregunté: ¿qué hago con este
hombre? Después mi terapeuta me propuso acompañarnos en el proceso de
separación. Él aceptó, pero durante la sesiones solo hablaba él y explicaba nuestra
vida. Hasta intentó seducir a la terapeuta, y a mí me pareció que ella había caído de
pleno en sus encantos. Sentía cómo la ira crecía en mí. Pero al salir de la sesión me
sentía llena, tenía la sensación de que por fin había abierto los ojos.
Me dije que existía y que él no tenía derecho a aplastarme de ese modo. En la segunda
sesión con la terapeuta, él empezó a hablar y yo cogí fuerzas para decirle: “Ahora tú
vas a callarte y voy a hablar yo”. Solté toda la ira que no había expresado durante todos
esos años. Dejé de aceptar la sumisión y de callarme. Después de ese día, ya no tuve
necesidad de verle más. Se acabó, pero él trató de acercarse a mí utilizando a los niños.
Ya no podía más, no quería ni verle. Mi ira duró dos años. Sin embargo, hace cuatro
meses fuimos a verlo con los niños. Él estaba contento, y estuvo bien, pero yo ya no
espero nada de él, no busco seducirle. Estoy feliz de sentirme libre e independiente,
adulta, por fin».
Cuando por fin una parte de ti ocupa su lugar
48
Gracias a la terapia de pareja, Rosalie se ha dado permiso para sentir y expresar su ira,
todo lo que había guardado en el corazón y todo lo que se había tragado durante cuarenta
años sin decir nada. ¡Es un paso espectacular hacia la salida de la dependencia y la
sumisión! Por fin ha parado de menospreciar esa parte de sí misma y ha dejado que ocupe
su lugar.La ira que sentía por su exmarido le ha recordado la rabia que sentía por su
padre por haberla abandonado al nacer de la que nunca había sido consciente. ¡Ha
descubierto que esperaba que su marido volviese como también esperaba que lo hiciese su
padre! También sentía rabia por su abuela, quien no quiso encargarse de ella, por lo que
su madre tuvo que esconderla hasta los 3 años en casa de una niñera.
Rosalie se ha dado cuenta de que ya no necesita comportarse como una niña para tener
derecho a existir. Ha entendido que tiene derecho a decir lo que quiere decir. Y con 50
años, por fin empieza a alcanzar la libertad y la autonomía y renuncia a buscar a su padre
perdido.
El niño interior toma el poder por falta de un padre
A veces la falta de amor de un padre o de una madre es tan grande que deja en el interior
un agujero, un vacío inmenso que nada más que un gran amor podrá llenar, o eso es lo
que creemos. Allá donde vayamos, buscamos inconscientemente este padre perdido, nos
disponemos a proyectar en los demás –sea quien sea– nuestra inmensa falta de amor.
Esta necesidad es más fuerte que todo lo demás. No buscamos a una persona que pueda
querernos, sino a alguien que pueda darnos todo lo que imaginamos: amor, ternura,
atención, su presencia, seguridad. En el fondo el otro solo es una barita mágica que va a
llenar nuestro vacío según nuestros deseos con lo que tan cruelmente no hemos recibido.
Desde este momento, el otro deja de ser una persona, lo reducimos al rango de objeto
proveedor de amor y lo utilizamos como tal tan a menudo como nos sea necesario. Le
queremos por nosotros, no por él. La mayor parte del tiempo él se da cuenta de que
conocemos «por casualidad» alguien que ha sufrido nuestras mismas carencias, que ha
pasado por las mismas heridas: dos niños perdidos en busca de una buena madre o un
buen padre.
Evidentemente, no utilizamos al otro para llenar nuestro vacío conscientemente y
actuamos con buena fe cuando, al enamorarnos, estamos convencidos de que hemos
encontrado al hombre o la mujer de nuestra vida, a nuestro gran amor.
Puntualización
49
A menudo basta con un rasgo parecido al del padre perdido para que
literalmente quedemos prendidos de alguien sin ser conscientes de ello:
el color de sus ojos, el tono de voz, algo en su aspecto o en su manera de
andar… La huella del pasado se activa de golpe y nos hace perder el
sentido de la realidad.
También puede ocurrir que lo que nos atraiga del otro sea eso que tanto hemos echado
de menos, la manera atenta de mirarnos, su voz dulce… Esto basta para hacernos perder
la cabeza. En última instancia, podría ser cualquiera. Nuestro niño interior –el del
pasado– toma el control dentro de nosotros y ocupa el lugar de otras partes más adultas.
En el fondo es como si volviésemos atrás, porque hemos esperado tanto este momento
maravilloso y mágico… Vivimos una completa ilusión, proyectamos en el otro lo que
deseamos ver, oír y sentir desde que somos pequeños. ¡Por fin ha llegado! De repente
volvemos al pasado, que ocupa toda nuestra vida. Ya no vivimos el presente –aunque
creemos que lo hacemos–. Ya no tenemos sentido de la realidad: nos volvemos ciegos y
sordos, ya no vemos ni escuchamos lo que en realidad es visible y audible.
Dejamos de sentir nuestras emociones, nuestras sensaciones y de hacer caso a las señales
que emite el cuerpo, excepto al deseo, la atracción incontrolable que nos invade. No
escuchamos ni sentimos lo que nuestro inconsciente intenta decirnos. El impulso que nos
precipita hacia los brazos del otro es irresistible. Vivimos con la seguridad de que le
amamos más que a nada en el mundo. En este momento somos muy vulnerables, por lo
que puede pasar cualquier cosa: podemos estar en peligro y no darnos cuenta, tomar
decisiones precipitadas sobre aspectos muy importantes de nuestra vida, empezar a
depender de personas tóxicas… Una parte de nosotros sabe –y nos lo dice o nos lo
muestra– que vamos por el mal camino, pero otra parte no quiere saberlo. Esta es la que
controla nuestro comportamiento.
No queremos reflexionar, no queremos tomarnos el tiempo de experimentar la relación,
porque… «¡Es evidente!», como diría Iris. Nos volcamos a ciegas en esta ilusión, sea cual
sea el precio que tengamos que pagar, y nos arriesgamos a pagarlo muy caro con el
sufrimiento físico y puede que también psíquico. Nos lanzamos a vivir una relación de
dependencia, pero realmente pensamos que estamos alcanzando la felicidad. Maxime lo
corrobora.
La pérdida de contacto con la realidad
50
La atracción de Maxime
«Yo tenía 33 años y él, 39. Hacía años que me había fijado en él, porque hacía diez años
que vivía en mi barrio. Así que instintivamente ya me atraía. Me parecía un chico
guapísimo. Había intentado hablar con él varias veces, pero siempre acababa
escapándose. Yo me decía que era un enfermo, que tenía una mirada de loco, pero al
mismo tiempo admiraba su presencia y su aspecto. Él era modelo. La dificultad de
tener una relación con él me atraía muchísimo.
Al cabo de un tiempo me mudé. Una noche, diez años más tarde, salí de fiesta y me lo
encontré: parecía una criatura divina entre los humanos. No podía creer lo que veían
mis ojos: ¡estaba aquí mismo! Tenía miedo de hablarle, porque me consideraba
totalmente inferior a él. Finalmente, me atreví. Estuvimos charlando durante horas y
pasamos todo el fin de semana juntos, pero sin tener sexo, solo flirteando. Descubrí
que estaba muy solo, que hacía tres años que no trabajaba. Me cautivó por completo,
pero a la vez tenía la sensación de que debía protegerme, de que estar con él era
peligroso. Él me podía llevar al borde del abismo. El fin de semana siguiente fue
maravilloso. Estuvimos todo el día riendo juntos de cualquier cosa como dos niños.
Estábamos en la misma onda, estábamos hechos para encontrarnos. Fue una
revelación. ¡Por fin encontraba al elegido! No veía las señales que me molestaban y
estaba dispuesto a comprometerme de inmediato».
Desde el principio, años antes de conocerse, Maxime ya intuía que ese hombre podía ser
un perturbado, pero no escuchó su intuición, igual que hará diez años más tarde al no
hacer caso del miedo que siente. ¡Pero las señales son bien claras! Esta anulación de los
sentimientos propios y de la intuición, es decir, de la realidad interior, se ve anulada en la
mayoría de los flechazos.
Puntualización
Cuando una situación no es justa para nosotros, nuestro inconsciente se
expresa con señales sensoriales. Sentimos que hay algo que no va bien:
tenemos dolores, angustia, somatizamos o intuimos lo que ocurre. Pero
vivimos anestesiados sensorialmente y estamos sordos, ciegos e
insensibles a las señales que nos da esta parte de nosotros mismos.
No queremos escuchar a la parte de nosotros que nos dice: «¡Vigila, ve con cuidado,
51
tómate tu tiempo, piénsatelo bien». No queremos oír ni dar sentido a los mensajes que
nos envía el cuerpo. No queremos ver algunos comportamientos extraños e incluso
alarmantes en la persona que nos gusta tanto. Por ejemplo, nos negamos a ver la violencia
que se aflige a sí mismo, a los otros o a nosotros; la adicción que tiene al alcohol, al juego,
a las drogas, a los ordenadores; su fragilidad extrema, su profundo estado depresivo, su
inestabilidad afectiva, etc.
Hay una parte de nosotros que no quiere ver absolutamente nada, ni oír ni sentir las
señales, porque no coinciden con lo que tenemos en mente: esta parte quiere, a cualquier
precio, que creamos en nuestro sueño como un niño. Nos empuja a ser naifs, crédulos, a
estar ciegos y a tener prisa: lo queremos ya, ¡ahora!
¿De dónde nos viene esta incapacidad para vivir la realidad del momento? Maxime se
dará cuenta de esto mucho más tarde.
Cuando el niño interior no puede soportar la falta
El padre de Maxime
«Mi padre era un hombre muy guapo. Tenía un ademán misterioso y no sonreía jamás.
De hecho, era frío y distante. Yo pensaba que no me quería. El hombre que conocí
tenía ese aspecto tenebroso, me gustó su lado firme, masculino y viril, como mi padre.
Si había alguien

Continuar navegando

Otros materiales