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Libérate de la dependencia amorosa 2 Si deseas estar informado de nuestras novedades, te animamos a que te apuntes a nuestros boletines a través de nuestro mail o web: www.amateditorial.com info@amateditorial.com Recuerda que también puedes encontrarnos en las redes sociales. @amateditorial facebook.com/amateditorial 3 http://www.amateditorial.com mailto:info@amateditorial.com https://twitter.com/amateditorial?lang=en https://www.facebook.com/amateditorial/ Hélène Roubeix 4 LIBÉRATE DE LA DEPENDENCIA AMOROSA Para amar libremente y tener suerte en el amor 5 La edición original de esta obra ha sido publicada en francés por Groupe Eyrolles, con el título Sortir de la dépendence amoureuse, de Hélène Roubeix © Groupe Eyrolles, 2015 © Profit Editorial I., S.L., 2018 Amat Editorial es un sello editorial de Profit Editorial I., S.L. Traducción: Paula Lunes Diseño cubierta: XicArt Maquetación: JesMart ISBN: 978-84-9735-919-1 Primera edición: mayo, 2018 Producción del ebook: booqlab.com No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; teléfono 91 702 19 70 – 93 272 04 45) 6 http://www.booqlab.com http://www.conlicencia.com Referencias Sobre la autora Hélène Roubeix es psicoterapeuta, fundadora y directora de la escuela de PNL humanista de París, donde da clases de PNL y forma a psicoterapeutas. También es autora de los libros Le corps messager, À la rencontre de soi y De la dépression ou goût de bonheur. Más información sobre Hélène Roubeix Sobre el libro La dependencia amorosa es una etapa natural de la relación de pareja. Es una fuente de felicidad, pero también puede serlo de sufrimiento cuando ya se ha instalado y crea vínculos tóxicos. Además, es mucho más difícil salir de este estado si desde un principio se establece una dependencia fuerte. Basándose en casos reales, Hélène Roubeix nos guía hacia la madurez para salir de la fusión y conquistar la autonomía. Describe los diferentes tipos de dependencia, analiza sus causas y propone una lectura constructiva de la pasión amorosa. Sólido, accesible y bien escrito, este libro acompaña al lector a través de un proceso terapéutico y liberador. Más información sobre el libro y/o material complementario Otros libros de interés 7 https://www.profiteditorial.com/autores/helene-roubeix/ https://www.profiteditorial.com/libro/liberate-la-dependencia-amorosa/ https://www.profiteditorial.com/categoria-producto/libros-para-vivir-mejor/salud-y-bienestar/ Web de Amat Editorial 8 http://www.profiteditorial.com/ A Christophe du Merle, mi terapeuta, que murió el 6 de octubre de 2007. Por su generosidad y su buena manera de ser con las que me indicó el camino del amor universal. «No estoy enamorada de ti, Balthazar… Te quiero». Odette Toulemonde, ÉRIC-EMMANUEL SCHMITT 9 Agradecimientos Introducción Parte 1. La dependencia amorosa, fuente de sufrimiento Capítulo 1. La dependencia amorosa es universal Definición de la dependencia amorosa ¿Cómo se manifiesta la dependencia amorosa? ¿De qué fuentes se alimenta la dependencia amorosa? De la dependencia a la interdependencia: unas etapas delicadas de superar Los beneficios de la dependencia amorosa Capítulo 2. La pasión ciega: de la ilusión a la desilusión Los inicios: el flechazo y la pasión Finalmente, la pérdida de las ilusiones El amor es una droga Parte 2. La infancia y sus consecuencias Capítulo 3. En busca del padre perdido 10 A veces la falta aprisiona El niño interior toma el poder por falta de un padre Una búsqueda desesperada: el amor inaccesible de la madre La dependencia dominadora Capítulo 4. Las causas de la dependencia: déficits en la construcción de la identidad ¿En qué entorno nace el bebé? Los primeros meses y los primeros años del bebé Infancia y adolescencia Capítulo 5. La dependencia devastadora y destructiva Víctima de una manipulación perversa Violencia y alienación en la pareja Parte 3. Vías de superación Capítulo 6. Descubrir la intención positiva de nuestro inconsciente De la pasión a la superación Las etapas de la superación Capítulo 7. Combatir el vacío buscando la plenitud de uno mismo y su libertad El proceso de una psicoterapia Capítulo 8. Liberarse de la violencia perversa El trabajo terapéutico Las etapas del proceso terapéutico El proceso hacia la autonomía afectiva Epílogo. La libertad de amar La historia de una pareja normal Anexo. La neurobiología de la dependencia amorosa (por Dra. Marik Cassard) Una vía de curación complementaria Los avances de las neurociencias El modelo de los tres cerebros Los neurotransmisores 11 La ayuda de la micronutrición Las vitaminas y los oligoelementos La fitoterapia La cabeza y el cuerpo se comunican por el tubo digestivo Glosario Bibliografía 12 Quiero dar las gracias a todas las personas que han permitido que me colara en su experiencia con la dependencia amorosa. Su sufrimiento me ha conmovido. Han sabido atravesar estas épocas de su vida con valentía y han acabado madurando. Quiero agradecerles que nos hayan mostrado el camino de la autonomía y de la libertad a la hora de amar. 13 ¿Hay alguien que en algún momento de su vida no haya sentido, en cierto modo, una dependencia amorosa? La dependencia es deliciosa y natural en los comienzos simbióticos del amor, pero puede convertirse en una cárcel si se acaba instalando insidiosamente en la relación y entorpeciendo el proceso de crecimiento de los miembros de una pareja. Al final, los comportamientos recíprocos de sumisión*1 y dominación se hacen cotidianos e impiden que cada uno sea uno mismo y sea libre. Cuando somos adolescentes, a veces la sensación de vacío y de carencia interior es tan grande que sentimos la necesidad compulsiva de llenarnos con los demás. Estamos seguros de que así vamos a conseguir el amor, la ternura, la protección y el reconocimiento que merecemos. Vivimos a la espera de encontrar todo esto en una persona, y cuando lo encontramos, nos sentimos tan felices por lo que supuestamente nos da esa persona que estamos dispuestos a volcarnos en esa relación amorosa sin condiciones. Pero antes o después, esta ilusión acaba disipándose. Tarde o temprano vuelve el vacío, la angustia, el sufrimiento. A veces, hasta llegamos a aceptar el maltrato o la violencia a cambio de un poco de amor, y nos dejamos destruir. ¿Cómo podemos liberarnos de la dependencia amorosa? Antes que nada hay que querer salir de este estado; y esto implica ser consciente de lo que comporta y asegurarse de que el deseo de ser libre es lo bastante fuerte. Sin embargo, a menudo negamos* la dependencia y pensamos que es normal vivir a merced de los demás –de sus deseos, sus exigencias, sus comportamientos–, olvidarnos de nosotros mismos hasta el punto de dejar de vivir nuestra propia vida. ¡Confundimos amor y dependencia y pensamos que es 14 normal sufrir en el amor! ¿Hasta qué punto somos o no dependientes en las relaciones amorosas? El testimonio de todas las personas que han explicado, de una manera muy conmovedora, el sufrimiento y el desamparo que les ha provocado la dependencia amorosa, lo que conforma el núcleo a partir del cual se estructura este libro, te ayudará a ser consciente de ello desde el punto de vista intelectual pero también emocional. Si lo que quieres es salir de este estado y encontrar la libertad, hay muchos caminos para hacerlo. Sin embargo, todos nos llevan a aceptar y entender la parte de nosotros que necesita a los demás para existir y a guiarla poco a pocohacia la autonomía y la libertad. Con este libro aprenderás a curar las heridas del pasado y a madurar, a vivir en el presente y con tu propia presencia, a respetarte y a hacerte respetar, a saber existir por ti mismo, para ti mismo y contigo mismo, y, sobre todo, a quererte. Aprenderás a sentirte más vivo para no tener que esperar a que los demás te llenen y para poder crear con ellos un vínculo mucho más maduro. En una relación amorosa, ¿cómo se llega al punto justo en el que convergen todas las partes? ¿Es posible estar enamorado y ser libre? 15 1. Los términos que aparecen en cursiva y seguidos de un asterisco figuran en el glosario del final del libro. 16 La dependencia amorosa es, por un lado, una fuente de felicidad, pero también una fuente de gran sufrimiento. Constituye una etapa natural de la relación de pareja en las primeras etapas de descubrimiento y enamoramiento mutuos, cuando el otro es el centro de nuestras vidas. A medida que evoluciona la relación, cada uno de los miembros de la pareja se despoja de esta fusión y se dispone a conquistar su autonomía. Este camino hacia la madurez de la relación es mucho más difícil y doloroso que la fuerte dependencia del principio. Cuando la pasión nos invade estamos sordos y ciegos, y volver a la cruda realidad es muy duro. ¿Podría ser que fuera el niño que tenemos dentro el que emprendiera esta búsqueda desesperada del amor ideal en busca, inconscientemente, de unos padres que no le hubiesen querido tanto como él hubiera deseado? Las causas de la dependencia amorosa se remontan a nuestra infancia y a la incapacidad de construir nuestra identidad sobre unas bases sólidas y seguras. En algunas personas las carencias afectivas son tan significativas que necesitan vivir relaciones amorosas tóxicas y destructivas. 17 Contenidos • Definición de la dependencia amorosa • ¿Cómo se manifiesta la dependencia amorosa? • ¿De qué fuentes se alimenta la dependencia amorosa? • De la dependencia a la interdependencia: unas etapas delicadas de superar • Los beneficios de la dependencia amorosa Definición de la dependencia amorosa «¡Cuando pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!». Con estas sinceras palabras termina la novela Un amor de Swann. Durante doscientas páginas, Marcel Proust nos describe los tormentos que atraviesa Swann a lo largo de su pasión por Odette de Crécy. Nos explica cómo ha renunciado a ser él mismo, a satisfacer sus propios gustos y deseos, cómo ha sacrificado sus relaciones y su trabajo de 18 investigación atraído por la necesidad de poseer a esa mujer, sus celos incesantes y destructivos, y cómo ha aceptado dejarse manipular* y utilizar por ella. Todo esto le ha hecho perder progresivamente el sentido de la realidad y la noción de respeto por sí mismo. ¡Es una imagen aterradora de la dependencia amorosa! Pero, sin embargo, ¿hay alguien que no haya soñado, o que no sueñe, con vivir una pasión tan profunda como esta? Desde la preciosa epopeya de Tristán e Isolda del siglo xii, la literatura no ha dejado de celebrar y glorificar la pasión: La princesa de Cléveris, Anna Karénina, Adolphe, Bella del Señor… ¡Hay tantas novelas, películas y canciones que nos invitan a vivir el gran amor, la fusión total con el ser querido! Pero si lo miramos de cerca, nos daremos cuenta de que la pasión –en la ficción– acaba con la destrucción física y psicológica de los amantes y, a veces, también de la vida. En cualquier caso, en cuanto se acaba la primera etapa paradisíaca de la relación, la pasión siempre acaba acompañada de sufrimiento. ¿Y por qué esta paradoja? A medida que soñamos con el amor, la felicidad y la comunión total con la otra persona, nos sentimos –con mayor o menor rapidez– cada vez más infelices e insatisfechos. ¿Y si, en el fondo, la pasión no tuviera nada que ver con el amor? ¿Y si solo provocara una dependencia mutua? ¿Y si solo fuera una ilusión? La dependencia amorosa puede existir más allá de la pasión, ya que esta última solo es la expresión más romántica de la dependencia. Hay otras formas de dependencia menos extremas y más sutiles; dependencias relajadas, dependencias razonables y razonadas. Pero también hay dependencias muy tóxicas y destructivas a las que podemos acostumbrarnos con el paso del tiempo y de las que es muy difícil poder salir. ¿Cómo se manifiesta la dependencia amorosa? Una persona dependiente es aquella que siente que existe gracias a otra persona: por ella –para ella– y en ella. Vive con la necesidad imperiosa y a la espera de que la otra persona le dé amor, protección, seguridad, ternura, sexo… Necesita que la valore y le de importancia, que sepa adivinar sus necesidades ocultas y responder a ellas, que perciba la devoción que siente por ella, la generosidad y el sacrificio. La vida de esta persona solo cobra sentido porque tiene a la otra y porque esta le ama, necesita su presencia para ser feliz y sentirse llena, y sufre cuando no está a su lado porque la echa muchísimo de menos. Representa a la otra persona como quisiera que fuese, como necesita que sea, más que como es realmente. Siente un deseo incontrolable de que la otra persona sea suya por completo, de ser un solo ser, de poseerla y de ser poseída por ella. Estas son las características de una persona dependiente y, probablemente, sumisa y dominada. 19 Sumisión o dominación Por una parte, una persona sumisa es aquella que se deja manipular y controlar; que renuncia a sus deseos a favor de los demás; que no osa decir no, poner límites, tener su propio tiempo y espacio, o existir por sí misma; que deja que los demás la utilicen para conseguir algo (bueno o malo); que se pasa horas y días esperando a una persona que no llega jamás; que se deja maltratar y que no quiere ver, oír ni sentir su propio sufrimiento, porque no entiende que la situación que vive no es justa. Una persona sumisa permite que la critiquen, la desvaloricen, la humillen y hasta que la arrastren por el barro. Asiente cuando la obligan a tener una actitud que no le conviene, no condena las amenazas y permite que el peso de la violencia psicológica, física y sexual caiga sobre ella. Por otra parte, una persona dominadora es aquella que quiere saberlo todo sobre el pasado y el presente de la otra persona; que le recuerda que es débil, que solo existe para ella; que atosiga y oprime a su pareja hasta asfixiarla de amor, de atenciones y de regalos; que exige ser el centro de la vida de la otra persona; que no entiende ni tolera que cada una tenga su vida, sus propias actividades, sus amistades, sus aficiones y su manera de ver el mundo, sus valores e incluso sus sentimientos. Quiere que la vida de la otra persona gire por completo a su alrededor, que cumpla con la imagen del amante ideal que se ha formado en la mente. Considera que tiene poder para controlar sus actos, sus sentimientos y sus pensamientos, se justifica bajo el pretexto de quererla y afirma que es normal que le pertenezca. Se cree con la potestad de llevar a cabo cualquier tipo de violencia, sutil o brusca, y convierte este estado en su forma de vida. Es muy probable que cualquiera de nosotros sea a veces sumiso pero también dominador. Somos sumisos cuando cedemos ante los demás y olvidamos nuestros gustos, deseos, preferencias, necesidades, ideas, valores o sentimientos en beneficio de los suyos. Así perdemos nuestra personalidad, nuestra identidad*. ¿Quiénes somos sin el otro? ¿Cómo podemos ser felices sin él? A veces llegamos a negarnos, a renegar de nosotros mismos para sentirnos queridos, valorados y protegidos. Sin embargo, en otros momentos podemos adoptar actitudes dominadoras e intrusivas con la misma persona. No soportamos que el otro pueda vivir sin nosotros, nos desvivimos por él para que no pueda dejarnos nunca y nos valore. La sumisión y la dominación nos permiten manipular al otro y salirnos con la nuestra, y con ello encierranla relación de pareja en la dependencia. El otro como objeto ¿Todavía consideras que la persona a la que crees querer, hombre o mujer, es una persona 20 en el sentido completo de la palabra, diferente a ti y libre de existir por sí misma? Con este amor exclusivo y posesivo solo se consigue privarla del derecho a ser una persona más: la otra persona es un objeto que queremos moldear día a día para que responda a nuestros deseos, necesidades o exigencias. La dependencia amorosa se basa en la utilización inconsciente del otro como un objeto para llenar los vacíos de uno mismo y responder a sus necesidades. En general, es mutua, pero cada uno la vive a su manera. Se caracteriza por la imposibilidad de vivir sin el otro, de sentirse vivo y feliz sin él. Puede compararse a otros tipos de dependencia, como la adicción al tabaco, al alcohol, a la comida, a las drogas, al sexo, al deporte, a los ordenadores, a la televisión, al juego, al trabajo… Puede convertirse en una adicción imposible de superar. Por este motivo no podemos afirmar que la dependencia amorosa es un estado amoroso entre dos personas adultas, sino más bien un estado de posesión mutua que dificulta el desarrollo y el crecimiento de la relación y de los miembros de la pareja. Sin embargo, continuamos pensando que lo que sentimos es amor, que nos queremos de verdad. ¿De dónde viene esta ilusión? ¿De qué fuentes se alimenta la dependencia amorosa? La dependencia amorosa no ocurre por arte de magia, ni tampoco pasa en las otras formas de dependencia. Puede que nuestra identidad se haya construido sobre unos fundamentos frágiles y hayamos crecido con una inseguridad que ya forma parte de nosotros, con falta de confianza en uno mismo, con inconsistencia y con una relación con la realidad interior* y exterior deficiente. Puede que no sepamos quiénes somos realmente, que solo asociemos nuestros deseos, necesidades, sentimientos y sensaciones a una sensación de vacío interior y, sobre todo, a una necesidad irreprimible y permanente de ser queridos y valorados. Esta necesidad compulsiva de llenar un vacío o una carencia puede manifestarse con ansiedad o angustia cuando no tenemos al otro cerca para satisfacer nuestras necesidades o con dificultades o incapacidad por vivir la soledad*. Este vacío puede llegar a ser terrible: un hoyo sin fondo, un abismo, un pozo. Ansiamos todo aquello que nos parece que puede llenarlo. No nos interesa tanto el otro como persona, sino lo que nos aporta: amor o ilusión por el amor, cierta seguridad, resguardo. El niño que sufre dentro de nosotros pide a gritos una buena madre y/o un buen padre que llene y satisfaga su carencia, esta angustia intolerable. Es él el que no puede vivir la 21 soledad, el que necesita apoyarse siempre en alguien y referirse siempre a alguien para sentirse un poco más calmado. Nuestro niño interior* persiste durante toda su vida en la búsqueda del padre ideal, del amor fusional sin límites: tanto si no lo hemos conocido y esto nos ha provocado unas carencias afectivas como si lo hemos conocido tanto que no conseguimos separarnos de él y crecer. Esta parte de nosotros, heredada del pasado, se hace poderosa en nuestro interior y, a veces, puede ocupar todo el espacio, decidida a hacer lo que sea para conseguir lo que quiere cueste lo que cueste. En este momento, otra parte de nosotros, más adulta y madura, la que podría devolvernos la lucidez, el discernimiento y la reflexión, acaba reducida al silencio. El conflicto entre el niño interior y el adulto actual nos indica la intensidad de la dependencia: cuanta más sed de poder tiene el niño falto de amor, más insoportable es el vacío y más fuerte la dependencia. Si las carencias son pequeñas, el conflicto no será muy intenso y la dependencia tampoco. Puntualización Desde el inicio, desde la infancia, y en algunos casos hasta desde la vida prenatal, ya se prepara el terreno propicio para la dependencia amorosa. De la dependencia a la interdependencia: unas etapas delicadas de superar La dependencia: una etapa natural y necesaria de la vida de pareja Son muchísimas las parejas que se estancan durante años en una relación de dependencia mutua y aceptada. Una vez pasado el principio de la relación amorosa y la etapa natural de unión, durante la cual tenemos ganas de estar todo el rato con la otra persona y de ser uno solo, la pareja se instala en la rutina. En este momento se ven con claridad los esquemas de funcionamiento de cada uno, y lo que cada uno espera del otro sale a la luz. Normalmente uno de los dos miembros de la pareja será más sumiso que el otro, no osará 22 afirmarse, expresar sus necesidades, deseos o sentimientos, se esforzará por complacer al otro y satisfacer sus deseos para ser querido. El otro se situará en una posición de dominación y se mostrará más activo, tomará las decisiones y asumirá más responsabilidad. Los dos pueden ser a la vez sumisos y dominadores en función de las tareas que haya que realizar, y hasta puede que en algunos momentos los dos compitan inconscientemente por ocupar el puesto de sumisión o de dominación. Por miedo a este reparto de papeles y poderes, algunas parejas –sobre todo jóvenes– deciden compartirlo todo para estar siempre en igualdad de condiciones. La intención es muy loable, pero solo concierne al contenido, es decir, a las tareas de cada uno. La estructura de la relación no tiene por qué estar a salvo de estos vínculos de poder. Es muy probable que partamos de las relaciones de poder que hemos visto entre nuestros padres o con las que hemos crecido para adoptar un rol en nuestra relación. Aunque creamos que lo estamos haciendo diferente, nuestros esquemas de comportamiento siempre acaban surgiendo. Los riesgos de la dependencia mutua En una relación puede instalarse, poco a poco, un estado de dependencia mutua muy peligroso. Uno de los dos puede acabar convirtiéndose en prisionero de un rol y la relación se estanca y no evoluciona. Con el tiempo y la costumbre, el deseo también se corroe y las relaciones sexuales pueden ser cada vez menos frecuentes y menos estimulantes. Al final podemos llegar hasta a dormir en habitaciones separadas para dormir mejor, ¿pero conservamos las ganas de hacer el amor? Lo conocido domina por encima de la novedad, y la vida en pareja se acomoda progresivamente en un estado fácil, confortable y seguro. ¡Esta situación puede durar años!, ya que muchas parejas optan por guardar las apariencias y mostrar una imagen de paz y armonía para no preocupar a los hijos, la familia, los amigos e incluso para no preocuparse a sí mismos. La relación ya no está viva, pero fingen que sí lo está. Puede que el más independiente de los dos encuentre una vía de escape: en el trabajo, en relaciones extramatrimoniales secretas… Si los dos son muy dependientes, pueden verse inmersos en una relación de unión muy fuerte pero fingida que les aporta seguridad porque les es conocida. No obstante, una pareja es un sistema vivo que necesita evolucionar y crecer, igual que cada uno de los miembros que la forman. La vida es movimiento, es encontrar el equilibrio entre la necesidad de seguridad y cambio, aprender a ajustar constantemente el 23 contraste entre lo conocido y la novedad. Puntualización La vida nos impulsa constantemente a evolucionar y a salir de la fase de dependencia para acercarnos cada vez más a la autonomía. Pero este proceso no se hace directamente. Según Katherine Symor, analista transaccional clínica, el camino hacia la autonomía se compone de cuatro fases a su vez sucesivas y cíclicas: la dependencia, la contradependencia, la independencia y la interdependencia. De la dependencia a la contradependencia La contradependencia es una etapa natural de crecimiento por la que pasan los niños al salir de la relación simbiótica con su madre y descubren el mundo. Hacia los dos años, ya saben caminar, empiezan a hablar y su palabra favorita es no. Les encanta llevar la contraria, porque quieren hacer valer su nueva identidad: «Existo y soy diferente(de mi madre)». La manera de actuar de los padres en esta fase de oposición será determinante para conseguir la autonomía. Si son inflexibles y reaccionan justificándose con la obediencia, el niño fracasará en esta primera tentativa de ser él mismo, lo que preparará el terreno para una futura relación de dependencia amorosa en la que adoptará el papel de sumiso y obediente, o bien el de estricto y obstaculizador: la misma actitud que hayan tenido sus padres o, al menos, la que al niño le haya parecido ver. Si, por lo contrario, los padres entienden que esta fase de oposición es necesaria para el crecimiento de su hijo, intentarán no enfadarse tanto y podrán guiar y animar a su hijo a adentrarse en esta fase de diferenciación única e infinitamente valiosa (el Sí-mismo*) sin tener que actuar de manera autoritaria. De este modo, el niño podrá crecer a salvo sintiéndose respetado por su individualidad y su propio ser, aunque dentro de unos límites que aceptará. Aprenderá a respetar su propia esencia y a dejar que se desarrolle sobre la base de un Yo* acogedor y socorrido a imagen y semejanza de lo que sus padres habrán manifestado sobre él. Más adelante, en la adolescencia, el proceso de cambio de la dependencia a la contradependencia volverá a repetirse. De nuevo, la manera de reaccionar de los padres 24 (que aceptarán o no esta fase con buena voluntad y le marcaran unos límites firmes y claros) será determinante para que el adolescente alcance la autonomía. Los desafíos que plantean las fases de crecimiento son importantes. En este momento el niño y el adolescente establecen la relación que tendrán con las figuras de autoridad que representan sus padres. Por un lado, pueden adoptar una actitud que fuerce las jerarquías: sumisión e impotencia, rebeldía visible o escondida, dominación, control u omnipotencia; esquemas que se repetirán inconscientemente en sus relaciones de pareja. Por otro lado, también pueden adoptar una actitud respetuosa hacia los demás y entender las diferencias de cada uno, por lo que serán más propensos a entender la individualidad de sus futuras parejas, evitarán las relaciones de poder y experimentarán relaciones de pareja más abiertas, flexibles, atentas y respetuosas. Pero, sobre todo, lo que el niño y el adolescente aprenden durante este proceso hacia la independencia es a respetarse –o no– a sí mismos en todos los sentidos. ¿Cómo pueden controlar ellos mismos el surgimiento de su propio Sí-mismo y su desarrollo, la estructuración del Yo y su función protectora del Sí-mismo? Si no se han respetado desde el surgimiento de su propia identidad y en el proceso de diferenciación e individualización, será imposible que haya un equilibrio o una alianza entre el Yo y el Sí-mismo. Este último se quedará anestesiado, inmaduro, y a menudo estará dispuesto a ejercer su omnipotencia con actos impulsivos y tóxicos. El Yo, por su lado, corre el peligro de convertirse en rígido, excesivamente controlado por el Sí- mismo y puede que sea incapaz de guiarlo y controlarlo. Por este motivo, durante el desarrollo de estas etapas, la personalidad del niño o del adolescente puede cambiar radicalmente y desestabilizarse. Si, por el contrario, el niño o adolescente ha sido respetado y acompañado de un modo justo durante estas fases de crecimiento psíquico, el Yo y el Sí-mismo forjarán una alianza para toda la vida. Riesgo de crisis Cuando la pareja es lo suficientemente madura, la fase de dependencia es breve y poco acentuada. El paso a la contradependencia ocurre de forma natural, sin crisis. Si esto no ocurre, el periodo de unión ha sido muy largo y ha generado una dependencia muy fuerte, la entrada a la contradependencia corre el peligro de ser un trueno tan sorprendente como inesperado en lo que parecía un plácido cielo azul. Por ejemplo, puede surgir un conflicto muy grave, puede descubrirse una relación extraconyugal y hasta incluso uno de los dos puede llegar a pedir el divorcio o a irse de casa. Así, la pareja sale violentamente de la rutina y se ve obligada a lidiar con la situación. La 25 violencia de la crisis y el sufrimiento resultante son proporcionales a la intensidad de la dependencia y acostumbran a marcar el final de la relación. En estos casos la pareja se separa porque uno de los dos lo pide o por mutuo acuerdo. El surgimiento de la crisis y los conflictos hacen pensar –y sentir– que el amor se ha acabado. Pero puede que eso sea verdad o que no lo sea. Las decisiones de ruptura tomadas en caliente y con prisa no dejan lugar a la reflexión, no permiten analizar la situación, entender el sentido de los hechos ni pedir ayuda a un terapeuta de pareja, por ejemplo. Hay que tomarse su tiempo, dejar que el tiempo actúe –un periodo determinado–, vivir lo que está pasando, aunque sea muy doloroso. Cuando los dos están sufriendo demasiado y hay peligro de que la situación acabe en violencia física y psicológica, optar por una separación temporal y acordada sería una buena opción. Los conflictos y las aventuras extraconyugales pueden indicar a la pareja que uno de los dos se siente oprimido en una relación estancada e insatisfactoria, sexualmente y/o psicológicamente, o que uno de los dos necesita descubrir o reencontrarse con partes de sí mismo que habían quedado apartadas: la parte sensible o sensual, la que pide ternura o aventura, cambio, renovación, libertad, autonomía, etc. Esta etapa es difícil de atravesar, porque está llena de tensiones y enfrentamientos. Pero es útil, ya que tiene el objetivo de encontrar nuevas prioridades para la pareja y para cada uno de sus miembros: «¿Qué es lo más importante para cada uno en este momento? ¿Qué queremos? ¿Qué consideramos que es realmente importante para nuestra relación de pareja?». Es necesario revisar las prioridades –individuales y comunes– en las que se basa la relación para que la pareja pueda superar la crisis y continuar la vida en común o darse cuenta de que las prioridades comunes son muy escasas para tener una vida juntos y que, probablemente, el amor se ha apagado. En cambio, si los dos miembros de la pareja creen que todavía conservan el deseo de estar juntos y las mismas motivaciones, para seguir con la relación deberán limpiarla por completo y renovarla: seguramente necesitarán más libertad y autonomía para cada uno, más aceptación de las diferencias del otro y más distancia para que su vínculo madure. El largo camino hacia la interdependencia Marie y su novio eran muy jóvenes cuando se conocieron. Fue amor a primera vista. Un amor exclusivo y absoluto. Una relación de fusión. Su vida en común ya empezó marcada por la dependencia mutua. Marie, cuyos padres estaban divorciados, se hizo cargo de su madre desde muy jovencita; pero su pareja se había criado en un ambiente sobreprotector 26 y continuaba siendo un niño. Así pues, ella se encontraba en una relación de dominación y él en una de sumisión. Con el tiempo, la actitud de Marie por encima de su pareja, a la que trata como un ser inmaduro, se va reforzando. Cada vez se vuelve más rabiosa, mientras que él se encierra en sí mismo. La tensión aumenta y la dependencia entre ellos crece hasta que, tras diez años de vida en común, él no puede más y explota. ¡Finalmente lo ha sacado todo! Para Marie es un shock brutal, pero ante este episodio de contradependencia extrema, acepta analizar la situación y hacer autocrítica. Marie analiza la necesidad que tiene de dominar. Entiende que ha construido su identidad a partir de una creencia: cree que es indispensable y que la felicidad de su madre depende de ella. En este momento los miembros de la pareja deshacen su fusión, y él aprende a posicionarse y a expresar sus necesidades. Entrar en la fase de contradependencia les ha permitido desarrollar sus propios recursos y abrirse al otro. El vínculo que les unía se ha hecho más fuerte, ha madurado. Han conseguido que su pareja esté más viva, y cada uno aprovecha los recursos del otro. ¡Acaban de entrar de pleno en la interdependencia! La historia de amor de Marie«Cuando nos conocimos teníamos 21 y 22 años. Fue amor a primera vista, un amor para toda la vida, ni lo dudamos. Teníamos una relación de fusión. Yo me sentía abandonada cuando no estaba a mi lado, necesitaba constantemente pruebas de su amor, estábamos celosos de las aventuras anteriores de cada uno…» Esta pareja empezó de un modo bastante clásico, con pasión y unión. ¡Y puede ser delicioso, pero también muy exclusivo! Sin embargo, todavía no podemos hablar de dependencia. Más adelante, al formar una vida en común, cada uno descubre el modo que tiene el otro de funcionar. Los consejos de Marie «Yo era la más dinámica y la más autoritaria. Durante los cuatro años en los que todavía no teníamos hijos, traté a mi marido como si él lo fuera. Yo le aconsejaba en todo, y él se sometía. Funcionábamos muy bien así: yo, muy exuberante; él, poco hablador». 27 La dependencia mutua Los dos se comportan como han aprendido en su familia de origen: ella vive una relación de dominación, y él, de sumisión. Tienen experiencias y caracteres diferentes; y además, él tiene una insuficiencia de madurez manifiesta. Por eso, con el tiempo, Marie refuerza su posición de poder. Las exigencias de Marie «Yo me enfadaba constantemente y me dedicaba a hacerle reproches. Tenía un nivel de exigencia muy elevado: para mí nada estaba lo bastante bien, y él se encerraba en sí mismo. En su familia, nunca se habían peleado. No decía nada, no mostraba nada, ni sentimientos ni deseos». La tensión aumenta y la dependencia crece. Ella continúa sin darse cuenta del daño que le hace, y él se deja hacer, sufre en silencio, no puede expresarse ni mostrar cómo es, ni existir. ¿Hasta dónde llegará esta dependencia casi destructiva tras diez años de vida en común? La entrada en la contradependencia La reacción a las exigencias de Marie «Un día se produjo el electroshock. Como de costumbre, me molesté por una tontería. Por la noche, él se puso furioso, empezó a gritar y me dijo que era la última vez que le hablaba de ese modo. Explotó, dejó salir todo lo que había acumulado en su corazón durante todos esos años. Me quedé paralizada. Fue como si el cielo se me cayera encima». Había llegado el momento. Evidentemente es un momento muy doloroso, pero es necesario. Durante diez años, día a día él había acumulado la frustración de ser maltratado sin rebelarse jamás. Como él no decía nada, ella no se daba cuenta y se comportaba cada vez más con una actitud dominadora. En esta situación, que él coja fuerzas para expresarle la rabia que siente supone casi un desafío. ¿Cómo se lo tomará ella? Marie se da cuenta de su actitud 28 «De golpe me di cuenta de todo. Entendí que, con mis ataques de ira, le trataba como a un crío. Le escuché hablar de su rabia, de una rabia herida. Empecé a dudar y a reflexionar sobre mi comportamiento. Me di cuenta de que solo veía lo que no funcionaba, lo tiranizaba todo. “En esta casa todo gira a tu alrededor”, me decía él. “Sí, porque yo lo hago todo”. Había reducido la vida al “hacer”, y me decía: “Suerte que estás tú para dar la talla”. Él callaba, solo decía: “Los detalles no son importantes, da igual”. Yo no le respetaba, y él tampoco se respetaba y se sometía a mí. Empecé a abrir los ojos, a darme cuenta de cómo funcionaba y a mirar a mi marido de otra manera. Él también aprendió a verse con otros ojos. Era la primera vez en su vida que expresaba una necesidad. Yo intenté relajarme un poco en nuestra relación, mientras que él fue ganando terreno. Eso sí, ninguno de los dos pensó en separarse en ningún momento». Marie acepta que su comportamiento sea cuestionado; ¡y es muy valiente!, porque no es nada fácil. Así saldrán de su relación basada en la dependencia: él ya se atreve a mostrar su ira y desacuerdo, y ella acepta escuchar las críticas y cambiar su manera de ser y de actuar. ¡De repente han entrado en la contradependencia! En esta fase muchas parejas se separan, porque, a menudo, la relación se vuelve conflictiva. No saben que están pasando por un proceso de crecimiento normal que no supone necesariamente el final de la pareja. Si no se hubiese producido el enfrentamiento entre Marie y su pareja, puede que los dos hubiesen pasado el resto de sus vidas en una relación de dependencia en la que ella dominaría hasta llegar a ser tirana y él se sometería. También podría ser que un día, cansado de sufrir, él cogiese la puerta y se fuera a por tabaco para no volver o que acabase teniendo una amante y una doble vida para poder respirar y existir. En las tres opciones posibles ocurriría un hecho que daría lugar al enfrentamiento necesario para resolver la dependencia. El paso obligado por la independencia En la relación de Marie no quedó todo arreglado en un día, pero juntos empezaron una nueva etapa. Ella investigó sobre qué era lo que la empujaba a ser tan dominante; ¿qué era tan importante y positivo para ella, puede que incluso esencial y vital? ¿Cuál era la intención positiva de su inconsciente*? La infancia de Marie 29 «Cuando era niña me sentía indispensable. Todo dependía de mí. Mi madre estaba sola. Mi padre y yo éramos su razón de vivir. Tuve que encargarme de ella, por lo que me comportaba de un modo autoritario, también con mi padre. La trataba como una niña. Mientras, no me permitía ningún capricho ni placer». Marie creció y formó su identidad a partir de la creencia de que era indispensable y de que la vida y la felicidad de su madre y su padre dependían de ella. ¡Un peso enorme para una niña y una adolescente! Siempre sentía que era necesaria y crucial. Su vida estaba tan atada a la de su madre que, hasta los 20 años, siempre había pensado que no podría sobrevivir a ella. Al deshacer su unión, Marie y su pareja pudieron distanciase y tener cada uno su espacio para respirar. Ahora viven una etapa de independencia y soledad, y él ha aprendido a posicionarse y a expresar lo que quiere. El cambio de Marie «Ahora nos escuchamos y compartimos nuestras ideas, y antes no lo hacíamos. Me esfuerzo cada día para entender hasta qué punto somos diferentes, pero tengo la sensación de que nunca lo entenderé del todo: tiene algo misterioso. Ya no busco dominarlo ni manipular su manera de ser. Él se comporta tal y como es, en el placer, la creatividad, la ligereza, el humor, la imaginación, la capacidad de vivir el momento, la desconexión… Me aporta todo lo que no tenía, o lo que creía que no tenía. Ahora sabe ocuparse de las cosas. Es más directo. Nuestro vínculo es más fuerte». Al deshacer esa unión tan fuerte, cada uno puede desarrollarse con sus propios recursos y su creatividad. Además, también se abren a la visión del mundo del otro, lo que les enriquece. Marie pensaba que no tenía una parte distendida y despreocupada, enamorada del placer y de la vida. En realidad, lo que ocurre es que se había olvidado de esta vertiente suya al volcarse plenamente en encargarse de su madre y al desarrollar demasiado su sentido de la responsabilidad. Puntualización Un niño «paternizado» se vuelve razonable y serio demasiado deprisa. ¡Así no puede vivir su niñez! 30 Él, por su lado, necesitaba afirmarse y estructurarse, encontrar su identidad como hombre, desarrollar su poder. Hasta ahora no podía hacer todo esto, ya que ella controlaba todo lo que hacía en la vida y lo dominaba. Pasar por la contradependencia fue un proceso rápido y beneficioso para los dos, ya que les hizo aceptar el hecho de cuestionar sus propias actitudes y rectificar en su relación. Dejaron de tener una relación de poder, de sumisión y de dominación. Los dos aprendieron a aceptar al otro por sus diferencias y a valorar su individualidad. Poder valorarse mutuamente les hizo más libres y más independientes y les permitió desarrollar sus propios recursos y capacidades. De este modo entraron en una nueva etapa en la relación de pareja: la independencia. El proceso hacia la interdependencia Tras este proceso, el vínculo entre los dos se ha hecho más fuerte y maduro. Han pasado a estar cerca pero separados, no pegados el unoal otro. Se escuchan y comparten sus pensamientos. Cada uno tiene su espacio y su tiempo propios, pero al mismo tiempo aprovechan las habilidades y los recursos del otro. Son una pareja viva, han llegado a la cuarta fase de su desarrollo: la interdependencia. El paso por las cuatro etapas de este ciclo –dependencia, contradependencia, independencia e interdependencia– no es lineal, sino más bien cíclico: una pareja puede volver a pasar por una etapa aunque ya la haya superado anteriormente, y también puede estar en dos o tres etapas del ciclo a la vez. Con este esquema, Katherine Symor nos invita a reflexionar sobre la evolución de nuestra pareja y, si es posible, a evitar una ruptura prematura cuando el paso a la siguiente etapa está siendo doloroso o, por lo contrario, cuando la pareja se ha estancado en una de las fases. Hay que destacar que no siempre es posible llegar a la fase de interdependencia y que muchas parejas permanecen durante mucho tiempo en la etapa de dependencia. Puede que esta situación les aporte la seguridad que necesitan para vivir como pareja y como personas. Los beneficios de la dependencia amorosa Aunque la dependencia amorosa presenta muchos inconvenientes y riesgos evidentes, también puede ser saludable, sobre todo para las personas debilitadas por una infancia 31 difícil y desestructurada. Por ejemplo, los primeros años de la vida de Nicole fueron especialmente agotadores: su padre era un enfermo, alcohólico e incestuoso; su madre, una persona inmadura y excesivamente permisiva. Su adolescencia estuvo marcada por la adicción al tabaco, al alcohol y a las drogas. Eso hizo que, con el tiempo, Nicole haya desarrollado muchas carencias: no tiene estructuración ni límites, pero sí muchas deficiencias en la relación con la realidad exterior. Su madre se divorció dos veces, y su tercer marido fue el más presente en la vida de Nicole. Llegó a quererlo como un padre, y él se convirtió en la única persona realmente sólida en la vida de la chica. Por desgracia, el padrastro murió cuando Nicole tenía 24 años. Fue un golpe terrible para ella, tuvo la sensación de que con él desaparecían sus raíces y se sintió como una niña abandonada, porque él había sido el único anclaje de estabilidad en su vida. En ese momento, uno de los amigos de Nicole acababa de sufrir una ruptura amorosa y la invitó a cenar. Un año más tarde, se casaron. La carencia más relevante de Nicole «Realmente nunca he estado enamorada de él. Siempre le he considerado como un amigo. Le dije que sí para estar a salvo de mí misma. Algo me decía que él me ayudaría. Es un hombre estable. Le puse en un pedestal: él sabía mucho mejor que yo lo que me convenía, me guiaba en mis actos. Gracias a él pude terminar los estudios. Poco a poco fui dependiendo más de él, incluso económicamente, porque no trabajé durante mucho tiempo. Contaba con él para todo. En realidad, para mí sustituía a mi padrastro, ¡y es que hasta se llamaba como él! Teníamos una vida sexual penosa, pero yo necesitaba más ternura y protección que sexo». Tras haber crecido con un padre más ausente que presente y más tóxico que amable, Nicole encontró en su padrastro al verdadero padre que necesitaba para formarse como persona. Su muerte le afectó tanto que acabó cayendo en la fragilidad de su adolescencia. Al casarse, su marido ocupó de manera natural el lugar de su padrastro y ella empezó a verlo como una figura de autoridad sólida. Con él se comportaba como una niña más que como una adulta, pero era la posición que necesitaba adoptar. Nicole dependía de él porque consideraba que le aportaba algo muy positivo e importante –la intención positiva de su inconsciente–, puede que incluso vital y esencial: la seguridad y la estabilidad que su padrastro le hizo descubrir tras años de errores y altibajos. La dependencia de Nicole 32 «Como nunca me he querido y nunca he sabido cuidar de mí misma, siempre he necesitado que los demás lo hagan por mí. Mi marido viajaba mucho, y cuando no estaba yo me deprimía. En realidad la dependencia me hizo avanzar. La dependencia me salvó, porque no sé dónde estaría yo hoy en día de no ser por ella. No vivimos una dependencia destructiva, sino que nos permitió ayudarnos mutuamente. Él siempre me ha apoyado, y es gracias a él que estoy viva y he salido adelante. A día de hoy tenemos tres hijos y una familia estable, y, sin embargo, todavía hoy conservo algo de mi dependencia». Actualmente, Nicole es consciente de que la dependencia amorosa le ha salvado la vida (esta era la verdadera intención de su inconsciente). ¡Estar vivo es una prioridad mucho más esencial que ser libre, o al menos es prioritario! La historia de Nicole debe servirnos para aprender a no juzgar negativamente la dependencia de los demás ni la nuestra, pero también debe hacernos reflexionar sobre nuestras prioridades: ¿qué es realmente importante para mí actualmente, la seguridad exterior que me aporta la dependencia o la libertad? Cuidado! La dependencia no siempre nos hace sentir seguros y a salvo, sino que en muchos casos acaba siendo tóxica y alienante. 33 Contenidos • Los inicios: el flechazo y la pasión • Finalmente, la pérdida de las ilusiones • El amor es una droga Los inicios: el flechazo y la pasión Iris tenía 28 años cuando, en una entrevista de trabajo, conoció al que tan solo unas semanas más tarde se convertiría en su marido y en el padre de su hijo. Lo que choca de inmediato en esta historia es el carácter idílico de este encuentro repentino. ¿Quién no ha soñado con una relación tan inmediata e idílica? ¡Todo es para mejor en el mejor de los mundos posibles! Sin embargo, al mirar la situación de cerca, podremos constatar que la estructura de la experiencia* está llena de elementos que pueden desencadenar una posible dependencia. El idilio de Iris «Un día fui a una entrevista de trabajo y él era el encargado de entrevistarme. La 34 complicidad fue inmediata. Muy pronto me pidió que le acompañara a un seminario en Madrid. Al llegar, por la noche empezamos a hablar de nuestras vidas en vez de preparar el trabajo para el día siguiente. Nos pasamos la noche entera hablando; ¡fue tan mágico! Ya estábamos haciendo planes de futuro incluso antes de besarnos. Él estaba convencido de que tanto yo como él habíamos encontrado nuestra alma gemela. ¡Era evidente! A mí me encantaba: era carismático, inteligente, muy atractivo, tomaba la iniciativa… Y además yo sentía la necesidad de admirar a un hombre. El día siguiente nos lo pasamos trabajando, y finalmente pasamos nuestra primera noche juntos. Por la mañana, él me dijo: “Creo que te quiero”. Al volver a París yo pensaba que se olvidaría de mí y que volvería con su pareja, pero al día siguiente me invitó a desayunar y me anunció que la había dejado, que había cogido sus cosas y que en el coche tenía las maletas. Por la noche quedamos para cenar y le propuse que se quedara en mi casa. Al cabo de unos días, decidimos que nos casaríamos en setiembre, es decir, cinco meses más tarde. Nunca utilizábamos métodos anticonceptivos y yo le pedí que tuviéramos cuidado, pero él me respondía: “Sería increíble tener un hijo al principio de nuestro amor”. Y así fue como concebimos a nuestra hija. De repente, tuvimos que avanzar la fecha de la boda para julio. Lo hacíamos todo juntos y nos poníamos siempre de acuerdo. Todo era aventura y riesgo. Era muy constructivo. Me decía: “Cuando entro en una habitación en la que estás tú, me lleno de energía”. Todo nos sonreía. Era magnífico, pero también nos dividía. Estábamos encerrados en la imagen que teníamos del otro». Los síntomas de la dependencia Para ver los primeros síntomas de la dependencia hay que recular hasta el principio: • Todo va muy rápido. Empiezan a hacer planes de futuro en la primera cita y hacen el amor muy pronto. Al día siguiente él deja a su pareja y se instala con ella. Deciden casarse e inmediatamente ella se queda embarazada. ¡En una semana todo ha cambiado por completo! Inconscientemente han anulado la dimensióndel tiempo. No se toman su tiempo para descubrirse el uno al otro, para saber quiénes son, cómo son en realidad. Una situación como esta impide que las cosas se hagan con precisión, porque los implicados tienen la sensación de que deben actuar y reaccionar sin perder el tiempo en sentir ni pensar. • Para los dos es una evidencia, una verdad absoluta: han encontrado a su alma gemela. Lo han vivido como algo mágico, porque por fin su sueño se ha hecho realidad. Tampoco se paran a pensarlo ni se plantean nada más allá de tener la certeza de 35 haberla encontrado. • Ni reflexionan ni miran con distancia la situación. No hacen ese proceso interno que nos empuja a reflexionar, a analizar la situación con distancia, a discernir lo que nos conviene. ¡No tienen tiempo para ello! • Viven una relación de fusión, de excesos y de impulsos: «Sería increíble», «¡Era evidente!», «Era una atracción irrefrenable», «Lo hacíamos todo juntos»… Hablan como si realmente nada pudiera ser de otro modo. Están literalmente fulminados por el amor, atrapados, conquistados, locamente enamorados. Su estado interno –el conjunto de sensaciones y emociones*– está completamente hipnotizado de tanto amor, deseo y placer. Solo hay sitio para este aspecto de la realidad. El resto del mundo interior y exterior ha quedado anulado. Han pasado directamente del estado interno a la acción, porque no tienen tiempo para reflexionar. Piensan que hay que actuar. Hay otros casos en los que la pareja vive el hecho de encontrarse el uno al otro como una señal del destino, como el resultado de un montón de extraordinarias coincidencias: «Nuestra historia es sorprendentemente parecida, hasta nacimos el mismo día, parece que nos conozcamos de toda la vida…». Juntos en la misma burbuja Para los amantes, esto es la felicidad absoluta. Por fin han llenado su vacío, por fin han encontrado a la persona que tanto esperaban y se han liberado del sufrimiento del vacío y la espera. De repente, todo el dolor pasado queda olvidado. ¡Por fin ha llegado! Yo le tengo y él me tiene. A veces la pasión no es tan fuerte, pero la mínima manifestación de atención, de ternura o de amor se vive como un milagro, porque hasta entonces no lo hemos tenido. ¡Por fin florece el desierto! La sexualidad, si sale bien –y normalmente es muy intensa al principio de la pasión amorosa–, contribuye a restaurar el narcisismo: sentimos que existimos, que estamos vivos, nos sentimos deseados e importantes. Es algo mágico. No hay que negar que la pasión inicial tiene una parte maravillosa que nos llena de placer y muchos beneficios, pero ¿por qué anulamos elementos de la realidad interior y exterior? Si al cabo de un tiempo la burbuja que les une explota, les suelta ante la realidad y la pareja decide separarse o continuar con la relación y dejarla madurar, los dos podrán conservar recuerdos increíbles de este periodo idílico y todo irá bien. En cambio, si la burbuja permanece intacta durante mucho tiempo, probablemente se instalará en un 36 terreno frágil e inseguro sembrado de falta de confianza en uno mismo y de carencias afectivas precoces; alimentará la ilusión de que el otro puede querernos como necesitamos que nos quieran, es decir, como un niño, e incluso como un bebé. En este caso, el sufrimiento vinculado a la dependencia no tardará en aparecer. El tiempo de ilusión habrá sido largo: semanas, meses e incluso años. Finalmente, la pérdida de las ilusiones Han pasado días, semanas y meses y la sensación de sentirse lleno por el otro cada vez está menos presente. Así nos empiezan a invadir la decepción, la desilusión, el sentimiento de traición o de engaño, la ira, la tristeza y el aburrimiento. Volvemos a sentir angustia y también el vacío: la sensación de necesitar estar lleno ha vuelto con más fuerza. En este momento aparecen o se intensifican los conflictos y las dificultades en la relación de pareja, igual que las relaciones extraconyugales, que escondemos con la esperanza de que otra persona pueda llenar el vacío que nos vuelve a acechar y satisfaga el deseo que se está apagando. El sufrimiento que creíamos que se había acabado vuelve a aparecer. En este punto la pareja puede decidir separarse de mutuo acuerdo o por iniciativa de uno de los dos. No obstante, también pueden decidir seguir juntos cueste lo que cueste e, inconscientemente, intensificar la dependencia para paliar las carencias que han vuelto a surgir. En este caso, harán lo que sea para fortalecer la fusión, por ejemplo, utilizando la sumisión: ser todavía más amables, devotos; volcarse a satisfacer los deseos y las exigencias del otro en detrimento de uno mismo y de sus propias necesidades, deseos y sentimientos; hacerse pequeño; dejar de existir; trabajar duro para el otro y, sobre todo, callar, perder la cabeza por el otro; presionarse sin parar. También pueden optar por la dominación: exigir que el otro sea más perfecto y cariñoso, que esté siempre presente y disponible; controlar todavía más lo que hace fuera de la pareja, en qué ocupa el tiempo, sus relaciones personales y profesionales o su sexualidad. La obsesión por el otro crece. Todos los pensamientos, acciones y sentimientos giran a su alrededor. Sufrimos si no está y no podemos vivir sin él. La dependencia se instala en la pareja cuando nos sentimos vacíos sin el otro, cuando le necesitamos y esperamos que nos llene. Continuemos con la historia de Iris. Las carencias de Iris 37 «Poco a poco él se volvió más exigente conmigo y yo me volví más sumisa. De repente, para complacerle, me vi volcada en el papel de la mujer perfecta: yo quería parecerme a su madre –de quien él estaba tremendamente enamorado– y él necesitaba una mujer que viviese por él. Era muy agotador estar a la altura siempre en todo. Tan solo me alejaba de sus exigencias cuando estaba con mis hijos. Me desvivía por él y no me daba cuenta, pero mi entorno sí. Empecé a somatizar: a tener migrañas y herpes constantes. Él empezó a tener problemas en el trabajo y a dejarme cada vez más sola. A mí la angustia volvió a invadirme. Trabajaba como un loco y yo me sentía terriblemente vacía, me costaba incluso vivir. Después de seis años, él me engaño, y durante dos años se mostró indeciso, iba y venía. Mientras, yo todavía vivía el fantasma de un amor perfecto. Pensaba que un amor como el nuestro no podía acabarse nunca y era incapaz de ver la realidad. Quería, a cualquier precio, que mi sueño continuara. Durante esos dos años no tuvimos relaciones sexuales, y yo cada vez me apagaba más. Era incapaz de ver lo que pasaba y vivía atrapada en mi ilusión de felicidad. Para mí era inimaginable que él me pudiera engañar. Me quedé sola y aislada. Cuando nos separamos, ocho años después de conocernos, no me lo podía creer: ¡me había alejado de mis amigos, no soportaba compartirme con los demás!». Iris nos muestra claramente cómo, por amor –en realidad, para continuar inmersa en la ilusión del amor–, renunció poco a poco a tener poder sobre sí misma; cómo aceptó olvidarse de sí misma, renunciar a su identidad, dejar de ser ella misma para complacer a su marido: dejar de existir para sentirse querida. ¡Qué paradoja! Nos muestra cómo negaba la realidad y era incapaz de ver lo que era evidente por su afán de vivir a cualquier precio el fantasma de su felicidad. Iris se hacía daño a sí misma y, como es natural, su cuerpo reaccionó. La angustia del vacío la invadía y la pareja acabó descomponiéndose. Puntualización La pasión nos hace felices durante un tiempo porque llena el vacío interior que tenemos, crea la ilusión de un amor de unión con el ser ideal, calma la ansiedad y el miedo de esta parte de nosotros, la del niño que busca ser querido. En la pasión inicial realmente no queremos al otro por lo que es, sino que creemos que le queremos y que nos quiere. Lo que nos atrae irresistiblemente es la sensación de sentirnos llenos, completos, de sentir que existimos: ¡un estado idílico! 38 El amor es una droga En la pasión, a veces la dependencia es tan fuerte que se transformaen una verdadera adicción. Nos enganchamos al otro como podríamos estarlo al alcohol o a la droga. Dejamos de ser nosotros mismos. La relación con la realidad exterior –trabajo, familia, amigos, vida social– se ve cada vez más afectada, y la relación con uno mismo, también. Poco a poco perdemos nuestra identidad y nuestra libertad. El amor y el sexo producen los mismos efectos biológicos que las otras drogas. Los estudios neurobiológicos recientes demuestran que nos volvemos dependientes del placer. Personalmente, te recomiendo una obra muy interesante del psiquiatra especializado en adictología Michel Reynaud, L’amor est une drogue douce:2 «Los poetas no se equivocaban, el filtro del amor es ese cóctel explosivo y placentero que tomamos después del acto carnal y del que podemos decir la receta: tres dedos de luliberina (segregada con el deseo inmediato), una buena dosis de testosterona (la capacidad de desear, segregada constantemente), cuatro dedos de dopamina (sensación de deseo y placer), una pizca de endorfinas (el bienestar tras el coito) y un poco de jarabe de oxitocina (la hormona del orgasmo)… Cuanto más disfrutamos, más ganas tenemos de disfrutar, por lo que también tenemos más posibilidades de echarlo de menos». Cuanto más fuertes e inmediatas son las sensaciones, más rápidamente nos enganchamos y más dolorosa es la pérdida, que puede llegar a ser insoportable. Además, el hecho de gozar y disfrutar estimula la producción de oxitocina, la hormona de apego que nos empuja a volver con la misma pareja. ¿Somos esclavos de las hormonas? ¡Pues durante la fase pasional del encuentro amoroso corremos el riesgo de serlo! ¿Por qué nos enganchamos a esta droga? Durante los veintiocho años que duró su matrimonio, Margot estuvo siempre a la expectativa. Necesitaba que la mirasen, la escuchasen y la tocasen; necesitaba sentirse comprendida y aceptada por completo. Hubiese querido tener con su marido la relación de unión que, de pequeña, nunca tuvo con su madre. Pero se esforzó en vano. Después del divorcio se siente debilitada. De repente, en el momento más adecuado, en el que ella se siente sola y vulnerable, aparece en su vida un príncipe encantador. Desde el primer momento se forja entre ellos una profunda intimidad. Sexualmente, la relación es muy sólida. Para Margot es el paraíso, y por fin siente que existe para alguien. 39 Rápidamente este hábil seductor ha dado a Margot la droga que necesitaba… Y utiliza sus dotes. El doble de Margot «Tenía el don de decir exactamente lo que yo quería oír. Estábamos en el mismo punto, seguíamos un mismo ritmo, como si fuera mi doble». Margot cae en la trampa. Parece que este hombre satisface todos sus deseos, pero… La droga de Margot «Estaba hipnotizada por su encanto, pero a la vez notaba que pasaba algo raro. Creo que en realidad sabía desde el primer momento que algo no iba bien. Una parte lúcida de mí lo veía, pero yo no la escuchaba, ¡porque era tan bueno conmigo! Nunca había compartido tanta intimidad con un hombre, una sexualidad tan abierta. Solo podía pensar en eso». La dependencia afectiva y sexual se instala poco a poco en su relación. Margot necesita su droga de forma regular. No se da cuenta de las señales adversas porque ya está enganchada a él y haría lo que fuese por conseguir su dosis. El compromiso ciego de Margot «Me impliqué en su proyecto profesional y me comprometí como nunca lo había hecho hasta entonces. Hablábamos de ello durante horas. Vivía alternando momentos impulsivos en los que yo le atraía con momentos de preocupación por su empresa y su salud. Me sentía responsable de él y desbordante de energía por protegerle. Él se comportaba de un modo encantador, y yo ya no podía estar sin él. Además, él mantenía relaciones con su exmujer constantemente y yo lo aceptaba». ¿Hasta dónde podemos llegar una vez enganchados? La droga se convirtió en el centro de la vida de Margot y se esforzaba con todas sus energías para conseguirla. Se convirtió en una necesidad absoluta. 40 El sufrimiento de Margot «Se enfadaba cada vez más a menudo por cualquier cosa y yo lo aguantaba todo. Mientras, nuestra relación se iba degradando. Nunca estaba disponible cuando le llamaba. Me volvía loca y me pegaba al teléfono. Ya no salía. Me anulé completamente, ¡pero resistía! Llegó un momento en el que se quedó sin dinero. Yo le propuse ayudarle, porque tenía miedo de que le pasara algo, tenía miedo de que se muriese. Cada vez estaba más distante. Yo sufría mucho, estaba muy preocupada y cada vez le llamaba más a menudo. Desde que empezamos con nuestra relación, él siempre había estimulado mis celos. Sabía que tenía amantes, pero no quería ni oírlo. Yo era demasiado dependiente, y aunque esto me hacía mucho daño, lo necesitaba. Cuando conseguía hablar con él por teléfono tras días de espera y angustia me quedaba muy aliviada, las tensiones acumuladas se iban: él era el único que podía acabar con el sufrimiento que él mismo me causaba». Margot está cada vez más enganchada, y él cada vez se escabulle más. La espera y la falta de él la llenan de angustia y sufrimiento. Margot corre el riesgo de perder el contacto con la realidad. Le da todo el poder sobre ella a su amante: el poder de torturarla y luego calmarla. Ella solo vive por él, para él y en función de él. Está tan atada a él que no puede alejarse. Más tarde, Margot se da cuenta de que su situación actual es parecida a la que sufría de pequeña. Su madre, que era profesora, la puso en su clase de niños de entre 3 y 6 años. Todo fue tan deprisa que Margot no entendía por qué de repente su madre se comportaba como una extraña con ella. La madre de Margot «Me sentía desposeída. Ella era muy amable con los demás y muy dura conmigo. Me sentía apartada, no encontraba mi lugar. Cuando estaba con ella era magnífico, pero de repente ya ni me miraba». Recordar esto ha hecho que por fin Margot despierte y vuelva a la realidad. Ahora entiende que su vínculo funciona como una droga: le da acceso a una relación de unión muy positiva que realmente no ha vivido nunca –ni con su madre ni con su marido– y a unas sensaciones extremas, tanto de placer como de dolor, que la hacían sentirse viva. Al cabo de un año, conoció a un hombre muy diferente que realmente estaba presente en su vida. 41 Margot conoce a alguien «Con él me siento tranquila y en paz. Puedo permitirme centrarme en mí misma, reflexionar en lo que necesito y pensar en quién soy. Sin embargo, entre nosotros no hay ese ardor de pasión, y a veces echo de menos la droga que me daba esa sensación de existir. Pero este hombre me respeta. Y así he aprendido a respetarme también a mí misma. He descubierto que valgo mucho y que le importo a alguien. He pasado de ser un objeto a ser un sujeto». Hemos visto cómo Margot y su amante «se utilizan» mutuamente para llenar los vacíos interiores respectivos. Él, como seductor: desde el preciso instante en el que le gusta una mujer, adopta el papel de cazador y se obsesiona con ella. Lo más probable es que este rol de don Juan esconda a un niño solitario y triste. Ella, como un pajarito que espera su bocado: está dispuesta a creer en los milagros y a sacrificar su vida, porque por fin siente que alguien le presta atención, y está ilusionada porque se siente amada. Su «amor» volvía a ser una droga. ¿Esto es amor? En el momento de la pasión «queremos» al otro por lo que representa y por nuestra carencia paterna del pasado, que proyectamos en él. Nos anima el deseo de vivir, por fin, un estado de unión perfecto que no hemos vivido nunca o que quizás ya conocemos tanto que recordamos con nostalgia. 42 2. Michel Reynaud, L’amour est une drogue douce… en général, Robert Laffont, 2005. 43 44 Contenidos • A veces la falta aprisiona • El niño interior toma el poder por falta de un padre • Una búsqueda desesperada: el amor inaccesible de la madre • La dependencia dominadora A veces la falta aprisiona Durante toda su infancia y adolescencia, Rosalie vivió la ausencia de un padre, o deun hombre que le hiciese de padre, como algo cruel. Sintió lo mismo cuando, con 17 años, conoció a su futuro marido, un poco más joven que ella. El flechazo actuó tan rápido que el vacío y la necesidad de llenarlo eran inmensos. Inconscientemente, ella esperaba el encuentro que la salvase del desamparo y de la ausencia trágica de relación con su padre. Ella había conseguido a alguien que, para su niña interior, se comportase como un padre protector y, a su vez, era una buena madre nodriza para el niño que era él. No obstante, la pasión de este momento no resistirá mucho tiempo a la dura realidad cotidiana y al paso del tiempo. Rosalie se convertirá 45 poco a poco en una persona sumisa que acepta que la maltraten. De todas maneras, ¿cómo podrían separarse? Sus respectivos niños interiores tienen una necesidad vital del otro. Sería necesario que al menos uno de los dos creciera y pudiera empezar a comprender el callejón sin salida en el que se encuentran. Hasta cuarenta años más tarde, y gracias a una terapia de pareja, Rosalie no consiguió expresar la ira inconsciente que sentía hacia su padre por haberla abandonado al nacer ni alcanzar la libertad y la autonomía. La sumisión de Rosalie «Tuvimos hijos poco tiempo después de conocernos. Lo escogimos nosotros. Yo era muy sumisa y maternal a la vez. Cedía en todo. Desde el momento en que acepté formar una familia, poco a poco dejé de atreverme a participar en una conversación por miedo a quedar en ridículo, sobre todo delante de nuestros amigos. Entre bromas e ironía, él siempre acababa contando alguna intimidad que yo le había confiado en secreto. Me infravaloraba y me humillaba. Perdí toda la confianza que tenía en mí misma y pensaba que no valía para nada. Aceptaba todos sus reproches como quien regaña a un niño que se porta mal, porque le idealizaba y pensaba sinceramente que tan solo él podía tener razón. Me presionaba con el tema del dinero, me gritaba y me chillaba. Yo no decía nada. Jugaba a ser una niña. Le demostraba que era incapaz de hacer las cosas por mí misma, que no sabía… En esos momentos le odiaba, me avergonzaba de mí. Trabajar fuera de casa me tentaba mucho, pero como él siempre supo persuadirme para que no lo hiciera alegando que tenía muchos inconvenientes». Con el paso del tiempo Rosalie acaba renunciando a ser ella misma, abandona su carácter atrevido. Deja que su marido tenga todo el poder sobre ella, y él se aprovecha de la situación. Sumisión a costa de la libertad y la autonomía La sumisión de Rosalie (continuación) «Después de dieciséis años de matrimonio, él conoció a otra mujer. Al principio me mostré comprensiva y lo acepté, porque me lo había contado todo, pero al cabo de diez meses de idas y venidas ya no podía más. Le dije que tenía que tomar una 46 decisión, y se fue, pero volvía todos los fines de semana y yo lo aceptaba. Inspeccionaba toda la casa. Se ponía a arreglar algunas cosas. Yo estaba muy contenta, porque cuidaba de nosotros, pero al mismo tiempo sentía que lo hacía para seguir teniendo poder sobre mí, sobre los niños y sobre la casa. Cada vez que venía manteníamos relaciones sexuales. Me hacía más cumplidos que nunca. Me traía flores y regalos, pero nunca antes lo había hecho. Me decidí a pedir el divorcio, pero él no quiso, y yo lo dejé pasar. Al cabo de un año quiso volver a casa porque decía que en realidad me quería a mí. Y le creí. Pero dos días después su nueva pareja trató de suicidarse, así que él decidió ir a vivir con ella. No pude más y volví a pedir el divorcio. Él estuvo de acuerdo. Sin embargo, ante el juez los dos dijimos que no. Nos pusimos a reír, a llorar… parecíamos dos críos. Nuestro vínculo todavía era demasiado fuerte, había ternura, y creo que yo todavía le quería. Volver a verle me destrozó. ¡Era demasiado seductor! Sin embargo, dos años más tarde acabamos divorciándonos. De todas maneras, continuábamos viéndonos y teniendo relaciones sexuales. La atracción todavía estaba viva. Nos llamábamos constantemente, me llevaba a menudo a restaurantes y yo no le pedía nada más. Él me explicaba sus problemas amorosos, y yo tenía la impresión de que nunca podría despegarme de él. Me fui a vivir fuera de París, porque pensaba que así me alejaría de él. ¡Pero no! Cuando volví a París, él me ayudó con la mudanza, se comportaba como el capitán del barco. Todavía parecíamos marido y mujer. Una noche le invité a casa y le pregunté si podíamos volver a vivir juntos. Él dijo que no. Fue como una bofetada. Durante un mes no volví a verle. Pero volvieron las llamadas, las citas y las relaciones sexuales esporádicas». La relación de pareja ya no existe como tal, pero la relación de dependencia todavía perdura. Ella continúa haciendo el papel de chica que está feliz porque le prestan atención y, al mismo tiempo, el de madre atenta que escucha las confidencias. Él no ha dejado de ser el hombre protector que dirige y controla la casa ni el seductor a quien nadie puede resistirse. No parece que ninguno de los dos pueda actuar como un adulto independiente, lo que les permitiría tomar decisiones y ser firmes. Se necesitan el uno al otro. Rosalie continúa en una posición de sumisión que le da algunas ventajas, pero el precio que tiene que pagar es su libertad y su madurez. Continúa buscando desesperadamente un hombre fuerte que pueda ocupar el lugar de su padre. Hoy en día reconoce que fue ella misma la que se obligó a entrar en esa dependencia, 47 sobre todo al aceptar el dinero que él le ofrecía, incluso después de separarse. Para Rosalie, su marido representa el padre ideal –protector de su hijita– que ella nunca había tenido, porque su padre la abandonó al nacer y, por lo tanto, nunca pudo conocerle. Inconscientemente, ella espera de él lo que piensa que debería haber recibido de su padre y todo lo que ella siempre ha echado de menos: un hombre fuerte que se ocupe de las cosas, que solucione las necesidades de la familia, un padre que siempre esté presente y que nunca deje que se caiga, que la tenga en cuenta en todos los sentidos, incluso en el terreno económico. Él parece contento de poder satisfacer estos deseos y de alimentar esta relación de padre e hija que, además, le permite tener libertad amorosa. Puede que inconscientemente él piense que esto le aporta algunos beneficios. Un cambio saludable Rosalie abre los ojos «Una noche vino a casa y discutimos, pero acabamos haciendo el amor. Él estaba borracho. Mi cabeza hizo un clic y, de repente, me pregunté: ¿qué hago con este hombre? Después mi terapeuta me propuso acompañarnos en el proceso de separación. Él aceptó, pero durante la sesiones solo hablaba él y explicaba nuestra vida. Hasta intentó seducir a la terapeuta, y a mí me pareció que ella había caído de pleno en sus encantos. Sentía cómo la ira crecía en mí. Pero al salir de la sesión me sentía llena, tenía la sensación de que por fin había abierto los ojos. Me dije que existía y que él no tenía derecho a aplastarme de ese modo. En la segunda sesión con la terapeuta, él empezó a hablar y yo cogí fuerzas para decirle: “Ahora tú vas a callarte y voy a hablar yo”. Solté toda la ira que no había expresado durante todos esos años. Dejé de aceptar la sumisión y de callarme. Después de ese día, ya no tuve necesidad de verle más. Se acabó, pero él trató de acercarse a mí utilizando a los niños. Ya no podía más, no quería ni verle. Mi ira duró dos años. Sin embargo, hace cuatro meses fuimos a verlo con los niños. Él estaba contento, y estuvo bien, pero yo ya no espero nada de él, no busco seducirle. Estoy feliz de sentirme libre e independiente, adulta, por fin». Cuando por fin una parte de ti ocupa su lugar 48 Gracias a la terapia de pareja, Rosalie se ha dado permiso para sentir y expresar su ira, todo lo que había guardado en el corazón y todo lo que se había tragado durante cuarenta años sin decir nada. ¡Es un paso espectacular hacia la salida de la dependencia y la sumisión! Por fin ha parado de menospreciar esa parte de sí misma y ha dejado que ocupe su lugar.La ira que sentía por su exmarido le ha recordado la rabia que sentía por su padre por haberla abandonado al nacer de la que nunca había sido consciente. ¡Ha descubierto que esperaba que su marido volviese como también esperaba que lo hiciese su padre! También sentía rabia por su abuela, quien no quiso encargarse de ella, por lo que su madre tuvo que esconderla hasta los 3 años en casa de una niñera. Rosalie se ha dado cuenta de que ya no necesita comportarse como una niña para tener derecho a existir. Ha entendido que tiene derecho a decir lo que quiere decir. Y con 50 años, por fin empieza a alcanzar la libertad y la autonomía y renuncia a buscar a su padre perdido. El niño interior toma el poder por falta de un padre A veces la falta de amor de un padre o de una madre es tan grande que deja en el interior un agujero, un vacío inmenso que nada más que un gran amor podrá llenar, o eso es lo que creemos. Allá donde vayamos, buscamos inconscientemente este padre perdido, nos disponemos a proyectar en los demás –sea quien sea– nuestra inmensa falta de amor. Esta necesidad es más fuerte que todo lo demás. No buscamos a una persona que pueda querernos, sino a alguien que pueda darnos todo lo que imaginamos: amor, ternura, atención, su presencia, seguridad. En el fondo el otro solo es una barita mágica que va a llenar nuestro vacío según nuestros deseos con lo que tan cruelmente no hemos recibido. Desde este momento, el otro deja de ser una persona, lo reducimos al rango de objeto proveedor de amor y lo utilizamos como tal tan a menudo como nos sea necesario. Le queremos por nosotros, no por él. La mayor parte del tiempo él se da cuenta de que conocemos «por casualidad» alguien que ha sufrido nuestras mismas carencias, que ha pasado por las mismas heridas: dos niños perdidos en busca de una buena madre o un buen padre. Evidentemente, no utilizamos al otro para llenar nuestro vacío conscientemente y actuamos con buena fe cuando, al enamorarnos, estamos convencidos de que hemos encontrado al hombre o la mujer de nuestra vida, a nuestro gran amor. Puntualización 49 A menudo basta con un rasgo parecido al del padre perdido para que literalmente quedemos prendidos de alguien sin ser conscientes de ello: el color de sus ojos, el tono de voz, algo en su aspecto o en su manera de andar… La huella del pasado se activa de golpe y nos hace perder el sentido de la realidad. También puede ocurrir que lo que nos atraiga del otro sea eso que tanto hemos echado de menos, la manera atenta de mirarnos, su voz dulce… Esto basta para hacernos perder la cabeza. En última instancia, podría ser cualquiera. Nuestro niño interior –el del pasado– toma el control dentro de nosotros y ocupa el lugar de otras partes más adultas. En el fondo es como si volviésemos atrás, porque hemos esperado tanto este momento maravilloso y mágico… Vivimos una completa ilusión, proyectamos en el otro lo que deseamos ver, oír y sentir desde que somos pequeños. ¡Por fin ha llegado! De repente volvemos al pasado, que ocupa toda nuestra vida. Ya no vivimos el presente –aunque creemos que lo hacemos–. Ya no tenemos sentido de la realidad: nos volvemos ciegos y sordos, ya no vemos ni escuchamos lo que en realidad es visible y audible. Dejamos de sentir nuestras emociones, nuestras sensaciones y de hacer caso a las señales que emite el cuerpo, excepto al deseo, la atracción incontrolable que nos invade. No escuchamos ni sentimos lo que nuestro inconsciente intenta decirnos. El impulso que nos precipita hacia los brazos del otro es irresistible. Vivimos con la seguridad de que le amamos más que a nada en el mundo. En este momento somos muy vulnerables, por lo que puede pasar cualquier cosa: podemos estar en peligro y no darnos cuenta, tomar decisiones precipitadas sobre aspectos muy importantes de nuestra vida, empezar a depender de personas tóxicas… Una parte de nosotros sabe –y nos lo dice o nos lo muestra– que vamos por el mal camino, pero otra parte no quiere saberlo. Esta es la que controla nuestro comportamiento. No queremos reflexionar, no queremos tomarnos el tiempo de experimentar la relación, porque… «¡Es evidente!», como diría Iris. Nos volcamos a ciegas en esta ilusión, sea cual sea el precio que tengamos que pagar, y nos arriesgamos a pagarlo muy caro con el sufrimiento físico y puede que también psíquico. Nos lanzamos a vivir una relación de dependencia, pero realmente pensamos que estamos alcanzando la felicidad. Maxime lo corrobora. La pérdida de contacto con la realidad 50 La atracción de Maxime «Yo tenía 33 años y él, 39. Hacía años que me había fijado en él, porque hacía diez años que vivía en mi barrio. Así que instintivamente ya me atraía. Me parecía un chico guapísimo. Había intentado hablar con él varias veces, pero siempre acababa escapándose. Yo me decía que era un enfermo, que tenía una mirada de loco, pero al mismo tiempo admiraba su presencia y su aspecto. Él era modelo. La dificultad de tener una relación con él me atraía muchísimo. Al cabo de un tiempo me mudé. Una noche, diez años más tarde, salí de fiesta y me lo encontré: parecía una criatura divina entre los humanos. No podía creer lo que veían mis ojos: ¡estaba aquí mismo! Tenía miedo de hablarle, porque me consideraba totalmente inferior a él. Finalmente, me atreví. Estuvimos charlando durante horas y pasamos todo el fin de semana juntos, pero sin tener sexo, solo flirteando. Descubrí que estaba muy solo, que hacía tres años que no trabajaba. Me cautivó por completo, pero a la vez tenía la sensación de que debía protegerme, de que estar con él era peligroso. Él me podía llevar al borde del abismo. El fin de semana siguiente fue maravilloso. Estuvimos todo el día riendo juntos de cualquier cosa como dos niños. Estábamos en la misma onda, estábamos hechos para encontrarnos. Fue una revelación. ¡Por fin encontraba al elegido! No veía las señales que me molestaban y estaba dispuesto a comprometerme de inmediato». Desde el principio, años antes de conocerse, Maxime ya intuía que ese hombre podía ser un perturbado, pero no escuchó su intuición, igual que hará diez años más tarde al no hacer caso del miedo que siente. ¡Pero las señales son bien claras! Esta anulación de los sentimientos propios y de la intuición, es decir, de la realidad interior, se ve anulada en la mayoría de los flechazos. Puntualización Cuando una situación no es justa para nosotros, nuestro inconsciente se expresa con señales sensoriales. Sentimos que hay algo que no va bien: tenemos dolores, angustia, somatizamos o intuimos lo que ocurre. Pero vivimos anestesiados sensorialmente y estamos sordos, ciegos e insensibles a las señales que nos da esta parte de nosotros mismos. No queremos escuchar a la parte de nosotros que nos dice: «¡Vigila, ve con cuidado, 51 tómate tu tiempo, piénsatelo bien». No queremos oír ni dar sentido a los mensajes que nos envía el cuerpo. No queremos ver algunos comportamientos extraños e incluso alarmantes en la persona que nos gusta tanto. Por ejemplo, nos negamos a ver la violencia que se aflige a sí mismo, a los otros o a nosotros; la adicción que tiene al alcohol, al juego, a las drogas, a los ordenadores; su fragilidad extrema, su profundo estado depresivo, su inestabilidad afectiva, etc. Hay una parte de nosotros que no quiere ver absolutamente nada, ni oír ni sentir las señales, porque no coinciden con lo que tenemos en mente: esta parte quiere, a cualquier precio, que creamos en nuestro sueño como un niño. Nos empuja a ser naifs, crédulos, a estar ciegos y a tener prisa: lo queremos ya, ¡ahora! ¿De dónde nos viene esta incapacidad para vivir la realidad del momento? Maxime se dará cuenta de esto mucho más tarde. Cuando el niño interior no puede soportar la falta El padre de Maxime «Mi padre era un hombre muy guapo. Tenía un ademán misterioso y no sonreía jamás. De hecho, era frío y distante. Yo pensaba que no me quería. El hombre que conocí tenía ese aspecto tenebroso, me gustó su lado firme, masculino y viril, como mi padre. Si había alguien
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