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Crímenes de Guerra 1 Christie Golden 2 EL BRUTAL ASEDIO DE ORGRIMMAR HA TERMINADO. Las fuerzas de la Alianza y de la Horda han despojado a Garrosh Grito Infernal, una de las figuras más vilipendiadas de Azeroth, de su título de Jefe de Guerra. Su sed de conquista ha devastado ciudades enteras y ha destruido muchas vidas en todo el universo de… Ahora, en el legendario continente de Pandaria, será sometido a juicio por sus crímenes. Líderes de renombre de todo el mundo se han reunido para presenciar este acontecimiento histórico. Durante el juicio, aparecen impactantes visiones de las atrocidades de Garrosh. Para muchos de los asistentes, estos retazos de la historia obligan a revivir recuerdos dolorosos e incluso cuestionan su propia inocencia o culpabilidad. Para otros, los escalofriantes detalles avivan las llamas de su odio. Sin que nadie lo sepa, fuerzas oscuras están ocupando Azeroth, amenazando no sólo la capacidad de los tribunales para hacer justicia... sino también las vidas de todos los presentes en el juicio. Crímenes de Guerra 3 CHRISTIE GOLDEN EDITADO POR HUSSERL MARVIN Y MAX Christie Golden 4 AGRADECIMIENTO El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo, dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas obras. Con aprecio. Su equipo de Lim-Books. http://lim-books.blogspot.pe/ Crímenes de Guerra 5 Dedicado a Sean Copelan, un historiador extraordinario, por sus infatigables ánimos, sus rápidas y útiles respuestas y el apoyo total y entusiasta que ha brindado a mi trabajo. ¡Gracias, colega! Christie Golden 6 Crímenes de Guerra 7 Christie Golden 8 Crímenes de Guerra 9 PRÓLOGO Draenor. La tierra natal de los orcos y, durante mucho tiempo, el único hogar que Garrosh Grito Infernal había conocido. Había nacido ahí, en Nagrand, la parte más hermosa, más verde de ese mundo. Ahí, había padecido la enfermedad y había sufrido una gran vergüenza por culpa de los actos de su padre, el legendario Grommash Grito Infernal. Cuando Draenor sucumbió a la magia demoníaca, Garrosh le había echado la culpa a esa leyenda. Se había sentido avergonzado de portar la sangre Grito Infernal hasta que Thrall, el Jefe de Guerra de la Horda, le había demostrado a Garrosh que aunque Grommash podría haber sido el primero en aceptar esa maldición, el anciano Grito Infernal había dado la vida para ponerle punto final. Draenor. Garrosh no había vuelto por allí desde que se había marchado, henchido por las llamas del orgullo y un intenso afecto por la Horda de Azeroth, para defender su nuevo hogar de los horrores del Rey Exánime. Christie Golden 10 Ahora, al parecer, había regresado. Pero este mundo no era como lo recordaba, repleto de energía vil, con cada vez menos criaturas salvajes y enfermo, muy enfermo. No, este era el mundo tal y como era cuando él era niño, y era muy hermoso. Por un momento, Garrosh permaneció inmóvil. Acto seguido, giró la cara hacia el sol y los tatuajes que decoraban su poderoso cuerpo, que habían sido los mismos que había llevado su padre, se estiraron. En sus pulmones entró un aire dulce y limpio. Parecía imposible... pero no lo era. Y en este lugar aparentemente imposible, sucedió otra cosa impensable. Ante sus propios ojos, la imagen de su padre cobró forma de la nada envuelta en un fulgor. Grommash Grito Infernal sonreía... y su piel era marrón. Garrosh se quedó boquiabierto; por un momento dejó de ser el Jefe de Guerra, el héroe de la Horda, un guerrero valeroso, y pasó a ser un joven que contemplaba a su difunto padre, fallecido hacía mucho tiempo, a quien había creído que no volvería a ver nunca más. — ¡Padre! —gritó y, al instante, cayó de rodillas, abrumado por esta visión—. He vuelto a casa. A nuestra tierra natal. ¡Perdóname por haber dudado de tu verdadera naturaleza! Una mano se posó en su hombro. Garrosh alzó la mirada hacia el rostro de Grommash, al mismo tiempo que las palabras brotaban torpemente de su boca. —He hecho tantas cosas en tu nombre... Mi propio nombre ha pasado a ser amado por la Horda y temido por la Alianza. ¿Acaso... acaso lo sabes? ¿Me puedes decir, padre... si estás orgulloso de mí? Crímenes de Guerra 11 Grommash Grito Infernal abrió la boca para hablar. De repente, se oyó un repiqueteo metálico que procedía de algún lugar, y Grommash se desvaneció. Garrosh Grito Infernal se despertó muy alerta, como siempre hacía. —Buenos días, Garrosh —dijo alguien de voz muy agradable—. Tienes el desayuno preparado. Por favor... retrocede. Si sus carceleros hubieran esperado un momento más, Garrosh habría sabido la respuesta a la cuestión que tanto lo había estado atormentando y lo había impulsado a seguir adelante a lo largo de toda su vida. Ojalá pudiera asfixiar a esos enervantemente tranquilos pandaren por haberlo molestado. Garrosh, ataviado con una túnica que contaba con una capucha, se tuvo que contentar con mostrar un semblante imperturbable al levantarse de esas pieles que utilizaba para dormir, se alejó lo máximo posible de las ventanas octogonales de marcos metálicos de la celda que relucían con un resplandor violeta y esperó. La maga, que vestía una larga túnica ornamentada con diseños florales, avanzó unos cuantos pasos e inició un encantamiento. Ese fulgor desapareció de las ventanas. Retrocedió y los otros dos pandaren (unos machos idénticos, pues eran gemelos) se aproximaron. Un hermano vigilaba con suma atención a Garrosh mientras el segundo metía ahí dentro una comida compuesta de té y bollos variados a través una abertura situada a la altura del suelo. En cuanto el guardia se levantó, este le hizo una seña a Garrosh para indicarle que podía acercarse a coger la bandeja. Pero el orco se quedó quieto. — ¿Cuándo me ejecutarán? —preguntó Garrosh sin rodeos. Christie Golden 12 —Tu destino todavía se está decidiendo —respondió uno de los gemelos. Garrosh quiso lanzar esa comida contra los barrotes, o incluso habría preferido abalanzarse súbitamente sobre su torturador sonriente para aplastarle la tráquea con una sola de sus descomunales manos antes de que esa pequeña hembra pudiera reactivar el hechizo. Sin embargo, no hizo ninguna de las dos cosas, sino que, con suma calma y ejerciendo un gran control de sí mismo, se acercó a la pieles y se sentó sobre ellas. La maga reactivó el campo violeta que lo encerraba ahí dentro y, a continuación, los tres pandaren se marcharon y ascendieron por la rampa. La puerta se cerró tras ellos con un estruendo metálico. Tu destino todavía se está decidiendo. En nombre de los ancestros, ¿eso qué quería decir? Crímenes de Guerra 13 CAPÍTULO UNO —Parece demasiado sereno y hermoso como para ser la prisión de alguien tan horrible —reflexionó Jaina Valiente mientras se aproximaba al Templo del Tigre Blanco. Ella, el dragón azul Kalecgos, la general forestal Vereesa Brisaveloz y el rey Varian Wrynn, iban montados en un carro tirado por un yak queavanzaba con paso firme, cuyo mullido pelaje indicaba que esa bestia acababa de ser bañada hacía poco. En reconocimiento al importante estatus de los pasajeros, el carro había sido forrado con cojines de seda de colores intensos; no obstante, cuando una rueda se adentraba en algún surco, los viajeros sufrían alguna ligera sacudida. —Es mucho más de lo que se merece —afirmó Vereesa, cuya mirada estaba clavada en Varian—. No deberías haber evitado que Go’el lo matara, majestad. Ese monstruo solo se merece la justicia de la muerte, e incluso eso sería más piadoso que lo que él ha hecho. La general forestal hablaba con dureza, pero Jaina no se lo podía echar en cara. Sobre todo porque compartía los sentimientos de Vereesa al respecto. Garrosh Grito Infernal había sido el responsable de la destrucción (no, esa era una palabra que se Christie Golden 14 quedaba corta, una palabra demasiado fría para describir lo que había hecho), del apocalipsis desatado en la ciudad estado de Theramore. En el espacio de una fracción de segundo, se produjo la muerte de centenares de sus habitantes, unas muertes que manchaban las manos del entonces Jefe de Guerra de la Horda, quien había engañado a algunos de los mejores generales y almirantes de la Alianza para que se reunieran en Theramore, donde iban a planear la estrategia a seguir en una guerra que se librara con medios honestos. Garrosh, sin embargo, había lanzado sobre el mismo centro de la ciudad una bomba de maná, cuya potencia se vio aumentada gracias a una reliquia robada al Vuelo de Dragón Azul. Todo aquel, todo aquello que se encontraba en el radio de acción de la bomba había muerto. Jaina sacudió la cabeza de lado a lado para intentar desterrar esos horribles recuerdos de su memoria, el recuerdo de que algunos de sus seres queridos habían perecido ahí. Jaina Valiente ya no volvería a ser nunca la dama de Theramore. Notó una leve caricia en el brazo que la devolvió al presente. Jaina alzó la mirada hacia el dragón azul Kalecgos, que había sido lo único bueno que había salido de ese desastre. Jaina y él quizá no se hubieran conocido nunca si él no hubiera acudido a Theramore a pedirle ayuda para recuperar el Iris de Enfoque. Si bien las mareas de la guerra le habían traído a Jaina un compañero sentimental, en el caso de Vereesa Brisaveloz habían hecho justo lo contrario. Rhonin, el archimago que había ostentado antes que Jaina el título de líder del Kirin Tor, se había colocado en el centro mismo de la ciudad para atraer la bomba de maná hacia sí y poder contener mágicamente la detonación en la medida de lo posible. Además, en medio de todo esto, había empujado a Jaina a través de un portal, tras el cual pudo hallarse sana y salva. Jaina, Vereesa, la elfa de la noche Shandris Plumaluna y un puñado de centinelas más habían sido los únicos supervivientes. Crímenes de Guerra 15 La líder del Pacto de Plata aún no se había recuperado del todo de esa pérdida y, probablemente, jamás lo haría. Aunque Vereesa siempre había sido fuerte y franca, ahora sus palabras eran crueles e hirientes y un odio tan gélido y amargo como el hielo de Rasganorte moraba en su corazón. Gracias a la Luz, ese hielo se había derretido en parte cuando había hablado con sus dos hijos gemelos, Giramar y Galadin. No hace mucho, Varian habría saltado como un resorte y se habría enfadado con Vereesa por haber criticado abiertamente su decisión, pero ahora se limitó a decir: —Tal vez obtengas tu deseo, Vereesa. Recuerda lo que prometió Taran Zhu. Después de que Varian hubiera impedido que Go’el (antes conocido como Thrall, en su día Jefe de Guerra de la Horda y ahora líder del Anillo de la Tierra) diera a Garrosh el golpe mortal con el poderoso Martillo Maldito, Garrosh había sido entregado a los pandaren, un pueblo en el que tanto la Horda como la Alianza confiaban y que también había sufrido mucho a manos de Garrosh. Taran Zhu, Señor del Shadopan, les había asegurado que Garrosh sería juzgado y que se iba a hacer justicia al fin. En esos momentos, el orco estaba encerrado en los sótanos situados bajo el Templo del Tigre Blanco, bajo una fuerte vigilancia. Hacía un par de días, un emisario enviado por el Celestial Xuen les había entregado este mensaje en su nombre: «Requerimos vuestra presencia en mi templo. El destino de Garrosh debe decidirse». Eso había sido todo. Todos los líderes de la Alianza habían recibido la misma carta. Jai- na pudo ver a algunos de ellos al pie de la colina, donde se estaban subiendo a unos carros forrados de la misma manera para realizar la ascensión hacia el templo. La reina regente Moira Thaurissan, Christie Golden 16 uno de los tres miembros del triunvirato que lideraba a los enanos, parecía estar discutiendo con un pandaren muy sereno al mismo tiempo que señalaba enojada al carro. Sin lugar a dudas, no lo consideraba un medio de transporte «digno» para su regia persona. —No —dijo Vereesa—, no sabemos por qué, pero al parecer, es importante para los Celestiales. Pero si es tan rematadamente importante, ¿por qué no nos dejan ir volando sin más hasta el templo? ¿Por qué perder el tiempo con este carro? —Porque somos sus invitados —contestó Kalec—. Si ellos están dispuestos a esperar hasta que lleguemos de esta manera, que así sea. Tampoco es un viaje tan largo. —Desde el punto de vista de un paciente dragón, no, no lo es — apostilló Vereesa. —Soy lo que soy —replicó el dragón, quien permaneció aparentemente imperturbable ante ese comentario. Sí, pensó Jaina, realmente era lo que era, era quien era, y se alegraba de ello, a pesar de que sabía que su relación todavía tendría que sortear muchos obstáculos. Intentó acomodarse de nuevo sobre esos cojines bordados para disfrutar del lento ascenso por ese sendero que se curvaba. Pandaria transmitía una paz extraordinaria y ofrecía belleza allá donde cualquiera miraba. Los cerezos estaban repletos de flores rosas, algunas de las cuales revoloteaban de aquí para allá cuando el viento mecía las ramas. Las estatuas de unos tigres blancos custodiaban la primera de una serie de elegantes entradas, y el camino se fue tomando más empinado. Mientras el carro seguía avanzando sin prisa pero sin pausa y el frío se volvía más intenso, la esbelta Jaina se sintió agradecida por el calor que les proporcionaban los braseros con los que se topaban en su camino y se abrigó aún más. Al principio, el suelo se hallaba cubierto de una fina capa de nieve, pero luego, a medida que se encontraban a mayor altitud, la nieve se iba amontonando más y más. Jaina notó Crímenes de Guerra 17 que cada vez pensaba con más claridad y tenía la mente más despejada; y entendió enseguida lo que ocurría. Sabía que a la hora de lanzar un hechizo la concentración y la determinación eran muy importantes y, súbitamente, tuvo claro que los Celestiales les estaban brindando, a su manera, a sus invitados la oportunidad de hacer eso precisamente. Al ascender en ese carro por la montaña sin ninguna prisa, al rodear las periféricas estructuras exteriores y al hallarse expuestos a tanta belleza y paz a lo largo de todo el camino, Jaina y sus compañeros tenían la oportunidad de olvidarse de sus obligaciones diarias y mundanas para poder llegar mentalmente frescos. Dejó que el aire, que transportaba el sutil aroma de las flores del cerezo, le limpiara la mente. Como tanto Kalec como ella estaban sentados mirando hacia atrás, Jaina no pudo ver qué fue lo que provocó que el hermoso rostro de Vereesa se contrajera en un gesto de contrariedad y que Varian apretara con fuerza los labios cuando el carro se detuvo ante el primer inestable puente de cuerda. Al instante, la elfa noble movió un brazo hacia un lado y cerró el puño, pues acababa de recordar que les habíanpedido que no fueran armados al templo. — ¿Qué están haciendo ellos aquí? —inquirió Vereesa con suma brusquedad, aunque acto seguido ella misma se contestó—. Bueno, Garrosh sigue siendo su antiguo líder. Debería haber supuesto que querrían estar presentes cuando se anunciara su destino. Jaina se volvió en su asiento y alzó la vista hacia el patio del templo. Entonces, se le desorbitaron un tanto los ojos. Sintió un nudo en el estómago al recordar la táctica que Garrosh había empleado en Theramore (reunir a los mejores estrategas de la Alianza en un solo lugar), ya que, al parecer, no solo se había invitado a los líderes de la Alianza, sino también a los de la Horda. Vol’jin, el trol de piel azul, se encontraba ahí, por supuesto; era la contrapartida de Varian, pues era el nuevo Jefe de Guerra. ¿Acaso sería mejor que un orco? ¿O peor? ¿Acaso importaba? Ni siquiera Christie Golden 18 el ex jefe de Guerra Thrall, que ahora se hacía llamar Go’el (su nombre de pila), había sido capaz de calmar la sed de sangre de la Horda, a pesar de lo mucho que lo había intentado. Justo cuando estaba pensando en él, sus ojos se posaron sobre el chamán orco. Junto a Go’el se hallaba su compañera, Aggra, que portaba algo pequeño en sus brazos. Al hijo de Go’el. Jaina había oído que Go’el había sido padre, y también corría el rumor de que Aggra volvía a estar embarazada. En su día, habían invitado a Jaina a sostener ese bebé en sus brazos, pero ese tiempo había pasado. Go’el estaba escrutando esa multitud cuando sus ojos azules se cruzaron con la mirada también azul de Jaina. Una oleada de ira y la tristeza se apoderaron de la archimaga, que apartó la mirada. Jaina se giró para buscar una distracción y centró su atención en el más alto de los líderes, en Baine Pezuña de Sangre. Aparte de Go’el, Baine era el único líder de la Horda que Jaina había sido capaz de considerar un amigo. Ella lo había ayudado cuando Garrosh asesinó a su padre, al tauren Cairne, y lo había apoyado cuando los tauren Tótem Siniestro decidieron atacar Cima del Trueno. Baine le había devuelto el favor cuando la había advertido del inminente ataque a Theramore. Claro que Baine había dado por supuesto que se trataría de una batalla normal, ya que no sabía nada sobre el Iris de Enfoque robado ni del uso letal que Garrosh pensaba darle. En opinión de Jaina, las deudas entre ambos estaban saldadas. También divisó a unos cuantos otros; a Lor’themar Theron de los elfos de sangre, con quien había negociado recientemente, aunque Crímenes de Guerra 19 obligada y bajo presión, y al repulsivo príncipe mercante Jastor Gallywix, quien llevaba la misma chistera ridícula de siempre. Un pandaren ataviado con ropa de monje les hizo una reverencia a modo de saludo cuando bajaron del carro. —Honorables invitados —dijo—, sean bienvenidos. Aquí solo reinará la paz mientras atiendan a la primera reunión en la que participarán por primera vez todos los líderes de Azeroth. ¿Prometen que se someterán a esta sencilla norma? —Creía que habíamos venido hasta aquí para ser testigos de cómo se imparte justicia —replicó Vereesa, pero entonces Jaina la agarró del brazo. Vereesa se mordió los labios y no dijo nada. Desde el asesinato de su marido, Vereesa se había refugiado en Jaina, ya que la líder del Kirin Tor era la única que parecía ser capaz de calmar las turbulentas aguas de su odio a la Horda. —Espero que entiendas que no puede haber paz en nuestros corazones —le dijo Jaina al monje—. Ahí solo hay dolor, furia y deseo de justicia, tal y como ha señalado Vereesa. Sin embargo, yo por mi parte me comprometo a no emplear la violencia. Pese a que los otros tres que la acompañaban respondieron del mismo modo, Vereesa pronunció esas palabras con dificultad. A continuación, el pandaren los invitó a seguirlo por ese puente de cuerda hasta la descomunal escalera central que llevaba al coliseo. Aysa Canción Etérea, una de las primeras pandaren que se había unido a la Alianza, se encontraba en la entrada del templo. Los recién llegados le hicieron una reverencia, y sus ojos centellearon al verlos. Aysa se había mudado a Ventormenta, y Jaina no había vuelto a ver a esa monja desde su llegada a esa ciudad hacía ya un tiempo. —Sabía que vendrían —afirmó Aysa, que agachó la cabeza ante cada uno de ellos sucesivamente—. Gracias. Christie Golden 20 —Aysa —dijo Varian—. ¿Podrías explicamos qué está ocurriendo? —Lo único que sé es que se ha pedido a las facciones más importantes de la Alianza y la Horda que vengan aquí en son de paz y que los Augustos Celestiales han tomado algún tipo de decisión —respondió—. Por favor, entren en el templo en silencio y quédense con sus compañeros ahí, en el centro. Los Celestiales llegarán en breve. Su voz normalmente modulada sonó un tono más alto de lo habitual, revelando así que la tensión y la preocupación la dominaban. Aunque eso no era una buena señal, todos asintieron. El Templo del Tigre Blanco era enorme. Aquí, en la zona cavernosa situada en el centro del templo, entrenaban los monjes pandaren, quienes practicaban con suma disciplina ante la atenta mirada de Xuen hasta convertirse en maestros de ese peculiar arte marcial. A pesar de su tamaño, el templo no transmitía ninguna sensación de opresión. Tal vez eso se debiera a que, aunque en ese sitio había una gran cantidad de asientos, nadie iba ahí para presenciar unos combates a muerte, sino unas exhibiciones de destreza y habilidad. La entrada se hallaba al sur, justo frente a un trono enorme flanqueado por unos braseros en la zona de los asientos. Había banderas al oeste, norte y este. En el suelo había un anillo compuesto de seis grandes círculos de bronce ornamentados independientes unos de otros y un séptimo más grande y un poco apartado del resto en el centro. La iluminación provenía de las llamas de unos faroles que pendían del techo, y de la luz del día que atravesaba las puertas abiertas de la entrada. Ahí, delante de ellos, había más gente. El hijo de Varian, el príncipe Anduin, se acercó dando grandes zancadas hacia ellos y le dio un abrazo a su padre. Jaina se sintió feliz al comprobar con qué afecto y serenidad interactuaban ambos, sobre todo teniendo en cuenta lo tensa que había sido su relación hasta no hacía mucho. Anduin, que Crímenes de Guerra 21 llevaba en estas tierras mucho más que cualquiera de ellos, se llevó un dedo a los labios y ambos asintieron. En silencio, tal y como se les acababa de pedir, se unieron a la suma sacerdotisa Tyrande Susurravientos, que representaba a los elfos de la noche, y a la general de los centinelas, Shandris Plumaluna. Velen, el anciano líder de los extraños draenei, agachó la cabeza a modo de saludo, y Anduin se aproximó a su profesor y amigo mientras los demás ocupaban sus respectivos sitios. Genn Cringris, rey de Gilneas, entró acompañado del Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque, a quienes seguían Moira, Muradin Barbabronce y Falstad Martillo Salvaje, el triunvirato que hablaba en nombre de los reinos enanos. Cringris había optado por su forma huargen, lo cual quería decir muchas cosas; quería indicar a la Horda que algunos de los miembros presentes de la Alianza entendían qué suponía estar en contacto con el lado más primigenio de la naturaleza y, al mismo tiempo, mostraba a sus compañeros de la Alianza que no se avergonzaba de ello. Los representantes de la Horda se habían reunido en la parte derecha de esa sala. Al contemplarlos, Jaina frunció los labios. Ahora, Go’el se hallaba acompañado por su viejo amigo y consejero Eitrigg y otro anciano orco, al que Jaina recordaba. Varok Colmillosauro, cuyo hijo Dranosh había caído en la Puerta de Cólera. El Rey Exánime había reanimado el cadáver de Dranosh, quien volvióa caer... y sufrió una muerte de verdad en esta ocasión. Daba la sensación de que Varok era un guerrero curtido en mil batallas, pero también era un padre que aún lloraba la muerte de un noble hijo. Entonces, Jaina oyó a alguien respirar hondo a su lado y miró hacia el lugar al que miraba Vereesa. Una figura esbelta y elegante acababa de entrar en el Templo del Tigre Blanco. A primera vista, Christie Golden 22 parecía una arquera elfa, pero su piel tenía una tonalidad pálida entre azul y gris, y sus ojos eran de un color rojo brillante, como si fueran la única vía de escape con la que contaba un fuego inextinguible. Sylvanas Brisaveloz, la Dama Oscura de los Renegados y hermana de Vereesa, acababa de llegar. Crímenes de Guerra 23 CAPÍTULO DOS Baine Pezuña de Sangre consideraba que solo Mulgore era capaz de superar a los pandaren en su capacidad para hacerle sentir una honda paz en su corazón y su mente. Como guerrero que era, respetaba la habilidad y destreza de la que hacían gala aquellos que luchaban en el templo de Xuen. Aun así, la ansiedad lo dominaba. Se podía afirmar que la primera gran fechoría que Garrosh había cometido contra cualquier miembro de la Horda había tenido como objetivo a los tauren; había matado al amado padre de Baine, al gran Cairne Pezuña de Sangre, a quien tanto se añoraba. Baine no albergaba ninguna duda de que Cairne habría salido victorioso de ese combate mano a mano si se hubiera librado de una manera justa, como se suponía que se debía combatir en el mak’gora. Cairne no había caído ante un rival superior, sino que había muerto envenenado, ya que la hoja del arma de Garrosh había sido embadurnada con esa sustancia sin que este lo supiera. Después, Garrosh había descubierto que Magatha, la chamán que había «bendecido» esa hoja, conspiraba contra su propio pueblo, y que nunca debería haber confiado en una tauren que ni recordaba Christie Golden 24 ni honraba sus raíces. De este modo tan traicionero, había sido asesinado el mejor de los tauren. Si ben Garrosh no había sido responsable de ese acto tan traicionero en particular, se había dejado llevar por el lado tenebroso, de un modo tal vez inevitable, y había sido capaz de cometer esas otras atrocidades que nadie podía negar. En primer lugar, Theramore había sido aniquilada, un recuerdo que todavía atormentaba a Baine en sueños, y después el Valle de la Flor Eterna, lo cual Baine se lo tomó como una afrenta personal, dado su profundo amor y respeto por la Madre Tierra. Los titanes habían creado ese valle; un bello lugar tan hermoso y exuberante que prácticamente era imposible de creer, donde todo crecía en paz y armonía. El valle había sido aislado del resto del mundo y custodiado por unos atentos guardianes tras la derrota de la antigua raza mogu, aunque recientemente tanto la Alianza como la Horda se habían ganado el derecho a entrar en él. Baine reflexionó amargamente que había hecho falta muy poco tiempo para que Garrosh Grito Infernal, arrastrado por sus ansias de poder, destruyera algo que había existido durante incontables milenios. Después de todo, las flores del valle no resultaron ser «eternas». Ya no estaban, solo eran un recuerdo, aunque una nueva vida (y una nueva esperanza) brotaba en el valle tras la derrota definitiva del sha. Baine confiaba en los Celestiales. Creía en su sabiduría y ecuanimidad. Entonces, ¿por qué se hallaba tan inquieto? —En su día, le prometí a Garrosh que sabría perfectamente quién iba a disparar la flecha que le atravesaría su tenebroso corazón. Sé por qué te muerdes los colmillos de impaciencia, o más bien te los morderías si los tuvieras. Crímenes de Guerra 25 Baine se sobresaltó. Vol’jin se le había acercado de un modo tan silencioso que el tauren no lo había oído. El trol se hallaba ahora junto a él. —Estás en lo cierto —replicó Baine—. Me resulta muy difícil conciliar las enseñanzas que me impartió mi padre sobre el honor y la justicia con lo que deseo que suceda hoy aquí. Vol’jin asintió. —Como suelen decir en la Fiesta de la Cerveza, ponte a la cola — comentó con una risita ahogada—. Pero si queremos empezar de cero, debemos hacer lo que dice Varian. Garrosh ya ha hecho bastante daño estando vivo. No queremos que se convierta en un mártir para el resto de orcos que justifique que sigan cometiendo maldades. Da igual lo que decidan los Celestiales, nadie podrá cuestionar su decisión. Baine lanzó una mirada fugaz a Go’el, Eitrigg y Varok Colmillosauro. Aggra ya no sostenía a su hijo, Durak, sino que se encontraba en brazos de Go’el, quien lo sujetaba con mucha seguridad y calma. Baine, que había perdido a su padre por culpa de un innoble acto violento, sabía que Go’el estaba decidido a participar activamente en la educación de su hijo. Cairne había estado siempre muy presente en la vida de Baine y al ver esa estampa este se sintió conmovido de un modo inesperado. Padres e hijos... Grommash y Garrosh, Cairne y Baine, Go’el y Durak, Arthas y Terenas Menethil, Varosk y Dranosh Colmillosauro. Sin lugar a dudas, este era el modo en que la Madre Tierra les recordaba ciertos vínculos muy profundos capaces de lo mejor y de lo peor. —Espero que tengas razón —le dijo Baine a Vol’jin—. Go’el fue quien le dio ese cargo a Garrosh, y Colmillosauro le guarda mucho rencor. Christie Golden 26 Vol’jin se encogió de hombros. —Ellos son orcos de honor. Sí, lo son. Es ella la que me preocupa. Nadie conoce el odio mejor que la Dama Oscura. Y le encanta que la venganza se sirva en frío. Baine contempló a Sylvanas, quien mostraba un porte orgulloso y se hallaba sola. La mayoría de los líderes habían venido acompañados por otros miembros destacados de sus respectivas razas; él mismo había venido acompañado por Kador Cirrocanto, el chamán que tanto lo había apoyado en tiempos muy siniestros, y Perith Pezuña Tempestuosa, su Caminamillas de mayor confianza. Rara vez se veía a Sylvanas sin la compañía de sus Val’kyr, esos seres no-muertos que en su día servían a Arthas y ahora la servían a ella, a quien también había salvado. Pero al parecer, para este evento al menos, Sylvanas prefería no estar acompañada, era como si su propia imponente e iracunda presencia fuera a ser más que suficiente como para condenar a muerte a Garrosh sin la ayuda ni el permiso de nadie. El tauren recorrió con la mirada la zona donde se habían reunido los líderes de la Alianza. El joven Anduin y Lady Jaina, con quien en su día se había sentado a compartir un té; ese recuerdo le hizo esbozar una triste sonrisa. Había alguien junto a ella que le resultaba extrañamente familiar, aunque en esta ocasión se trataba de una elfa noble viva. Debía de ser Vereesa Brisaveloz, la hermana de Sylvanas y de la desaparecida Alleria. Al parecer, muchas heridas antiguas se estaban abriendo hoy ahí. En ese instante, mientras Baine deseaba que los Celestiales se presentaran para anunciar su decisión, el pelaje de los brazos se le puso de punta y, de repente, notó que un cierto gozo le invadía el corazón. Crímenes de Guerra 27 Cuatro siluetas aparecieron en la puerta de entrada, cuyas formas destacaban al contraluz. En cuanto se adentraron a grandes zancadas en esa zona, Baine se percató de que, a pesar de que tanto su corazón como su espíritu reconocían que esos seres eran los Augustos Celestiales, habían cambiado de aspecto totalmente. Con anterioridad, siempre los había visto con forma de animal, pero hoy, al parecer, habían decidido adoptar otras distintas. Chi-Ji, la Grulla Roja, el inspirador de esperanza, había asumido la forma de un elfo de sangre esbelto y delgado. Tenía una larga melena pelirroja y lo que Baine en un principio habíatomado por una capa dorada resultaron ser sus alas plegadas. Xuen, el Tigre Blanco, a quien pertenecía este templo, encamaba la fuerza bajo control y la agilidad de movimientos en un cuerpo de elfo de la noche de color azul pálido, cuyo pelo y piel mostraban franjas negras y blancas. Baine se sintió honrado de poder ser testigo de cómo el indómito Buey Negro, Niuzao, había escogido presentarse ante los ojos mortales como un yaungol, el cual giraba su cabeza de pelo blanco mientras escrutaba a los visitantes con esos radiantes ojos azules y reverberaban los pasos que daba con esos relucientes cascos. La sabia Serpiente Jade, Yu’lon, se había encamado en la forma más peculiar, o eso le pareció a Baine en un principio, en un cachorro pandaren. Mientras cavilaba al respecto, la mirada magenta de Yu’lon se cruzó con la suya y le sonrió. El tauren se dio cuenta de que eso había sido una decisión sabia, pues con ese aspecto tan dulce y hermoso lograría que todos quisieran acercarse a ella. Los cuatro Celestiales se dirigieron al norte, donde Xue normalmente se sentaba para celebrar audiencias. Baine sintió de inmediato una serenidad y una claridad que había echado mucho de menos. Exhaló y cerró los ojos brevemente para mostrarles gratitud por su mera presencia. Christie Golden 28 Todo el mundo permanecía quieto, esperando con ansia alguna palabra suya. Sin embargo, los Celestiales no hablaron, sino que se volvieron para contemplar expectantes una pequeña figura que acababa de entrar en el templo. Portaba una armadura de cuero oscuro y llevaba la imagen de un tigre blanco rugiendo en el hombro derecho. Gracias al amplio sombrero que vestía y al pañuelo rojo que le tapaba la parte inferior de la cara, habría resultado irreconocible, pero todos los presentes lo estaban esperando. Era Taran Zhu, el líder de los monjes del Shadopan, quien hizo una reverencia un tanto torpe e incluso esbozó un gesto de dolor. Acto seguido, se aproximó al círculo central con unas ágiles zancadas impropias de su edad y de su engañosa robustez. Volvió a agacharse; esta vez, para hacer una reverencia ante cada uno de esos seres tan silenciosos y poderosos. A continuación, observó a los ahí reunidos. —Bienvenidos —dijo—. Hoy voy a hablar en nombre de los Celestiales. De su parte, les aseguro que los recibimos agradecidos y con suma humildad. Les pido que se tomen un momento para ser conscientes de este histórico momento, pues esto es algo que nunca se ha visto en este mundo. Todos aquellos que sirven a la Horda como líderes y todos aquellos que hablan en representación de los pueblos de la Alianza se han reunido aquí hoy. Ninguno de ustedes porta arma alguna, y he dado instrucciones de que se levante un campo de atenuación para evitar cualquier uso inadecuado de las artes mágicas... incluso poder invocar a lo que ustedes denominan la Luz. Todos están aquí para alcanzar un objetivo común, al igual que se han unido en otras ocasiones para alcanzar unas metas aún mayores. Por favor... durante unos breves instantes, contemplen a sus queridos amigos y a sus honorables enemigos. Crímenes de Guerra 29 Baine miró primero a Anduin, cuyo rostro sabía que no estaría dominado por el odio. Acto seguido, recorrió con la mirada los severos rostros de los enanos y el semblante peludo de Genn Cringris. Daba la impresión de que Vereesa estuviera apretando los dientes con fuerza, así como sus pequeños pero fuertes puños, y se preguntó si Jaina era consciente que su tristeza y resentimiento eran fácilmente perceptibles. A medida que ese minuto de reflexión se fue prolongando, Baine se percató de que la tensión fue abandonando algunos rostros, aunque otros parecieron poseídos aún más por la impaciencia. En ambos bandos. Entonces, Taran Zhu prosiguió hablando: —Bajo nuestros pies, en una prisión muy bien custodiada, se encuentra aquel cuyo destino han venido a conocer, ahí se halla Garrosh Grito Infernal. Baine tragó saliva con impaciencia, a la espera de sus siguientes palabras. Podía notar que la tensión dominaba el ambiente y podía oler la ira, el miedo y la ansiedad. Pero no se podía presionar al sereno monje para que fuera más rápido. —Se les ha dicho que el destino de Garrosh Grito Infernal se decidiría hoy aquí. Y eso es totalmente cierto. Los Celestiales no mienten. Pero tampoco se lo han contado todo. Tras mucho discutir y meditar, han llegado a la conclusión de que Grito Infernal no debería ser juzgado por ellos únicamente. Todos han sufrido mucho por su culpa, no solo Pandaria, aunque es innegable que sus habitantes también han sufrido un calvario. —Se llevó una zarpa al vientre, donde Aullavísceras le había abierto una gran herida no hacía mucho tiempo—. Por tanto, se merecen poder decidir al respecto. No cabe duda de que es culpable; aun así, celebraremos un juicio justo y abierto para determinar su destino. En ese juicio participarán tanto la Horda como la Alianza e incluso cabrá la Christie Golden 30 posibilidad de reducirle la condena e incluso de que se le conceda... la libertad. Al instante, estalló un clamor ensordecedor. Baine no sabía quién gritaba con más fuerza, la Horda o la Alianza. — ¿Un juicio? ¡Pero si alardeaba de lo que había hecho! — ¡Merece la muerte, ya que ha matado a muchos! — ¡Juzguemos a toda la Horda! — ¡Sabemos lo que ha hecho! ¡Todo el mundo lo sabe! Xuen entornó los ojos levemente y alzó la voz; una voz tan cristalina como una campana y tan afilada como una espada. — ¡El silencio imperará en mi templo! Lo obedecieron de inmediato. Se relajó e hizo un gesto de asentimiento para indicarle a Zhu que continuara. —Los Augustos Celestiales están de acuerdo en que Garrosh Grito Infernal es culpable, pues ha cometido actos terribles y horrendos. Repito una vez más que nadie pone en entredicho esos crímenes. Sin embargo, lo que ahora debemos decidir es de qué manera se van a castigar esos crímenes. No se trata de si debe o no asumir la responsabilidad de esas atrocidades, sino de cómo castigarlo por ellas. Y la única manera de determinar su castigo es a través de un juicio. De este modo, ustedes, tanto la Horda como la Alianza, y todo aquel que tenga algo que decir, tendrá la oportunidad de ser escuchado. —Aun así, los Celestiales seguirán siendo juez, jurado y verdugo, ¿verdad? —Estas palabras fueron pronunciadas por Lor’themar Theron. Baine no dudaba de que la capacidad de «cooperación» de ese elfo de sangre hubiera llegado a su límite. Crímenes de Guerra 31 —No, amigo Lor’themar —replicó Taran Zhu—. Los Celestiales, que son unos seres muy sabios y desean que se imparta justicia, están abiertos a otras opciones y se han ofrecido a hacer de jurado. Y yo me sentiré honrado de hacer las veces de fa’shua, de juez. Conozco a muchos de los que ahora se hallan ante mí y he de decirles que de entre ustedes se elegirán a unos representantes de la Horda y la Alianza para que cumplan las funciones de defensa y acusación, tal y como exige la antigua ley pandaren. —Es culpable... tú mismo lo has dicho —aseveró Vereesa—. Entonces, ¿cómo puede haber una defensa y una acusación? —El defensor abogará por una sentencia más leve y el acusador, por supuesto, pedirá una más severa. Podrán elegir a quien quieran, pero la otra parte podrá ejercer el derecho de veto una sola vez. — ¡Yo veto todo este procedimiento por entero! —exclamó Genn Cringris—. Grito Infernal envió a la Horda a masacrar a nuestro pueblo. Fue una terrible carnicería. Si vamos a aceptar que se celebre un juicio, hagamos uno de verdad y juzguemos a todos los líderes de la Horda, ya que en el mejor de los casos tal vez no hicieron nada por impedirlo y en el peor se sumaron a la masacre o... —en ese instante, lanzó una mirada teñida de odioa Sylvanas— ¡incluso instigaron sus propios ataques! Un clamor plagado de furia resonó con fuerza apoyando su propuesta. Baine lamentó ver que Jaina era una de las que más gritaban. —Eso podría llevamos bastante tiempo —afirmó Taran Zhu con suma calma—, y no todos tenemos unas vidas muy largas. —La Alianza no debería participar en esto para nada —replicó Gallywix con extremada brusquedad—. Garrosh debería ser juzgado solo por los de su bando, para cercioramos de que compense como es debido a aquellos de los suyos a los que ha hecho tanto mal. Mekkatorque se echó a reír de un modo muy irónico. Christie Golden 32 — ¡Espero que te refieras a un compensación pecuniaria! —Sí, esa sería una forma aceptable de compensación —contestó Gallywix. Taran Zhu suspiró y alzó ambas zarpas para pedir silencio. —Los líderes de la Horda y la Alianza deben decidirse ya. ¿La propuesta que les he presentado te parece aceptable, Jefe de Guerra Vol’jin? ¿Y a ti rey Varian Wrynn? El trol y el humano se miraron por un momento. Entonces, Vol’jin asintió. —Los Celestiales parecen tener una mejor perspectiva sobre este tipo de cosas que nosotros, que hemos participado directamente en ellas; además, sé que tú obrarás de un modo honorable, Taran Zhu. Prefiero que mi voz se escuche y no limitarme simplemente a aceptar una decisión. La Horda acepta la propuesta. —Al igual que la Alianza —dijo Varian de inmediato. —Se los llevará a un lugar donde podrán elegir a su defensor y acusador —replicó Taran Zhu—. Recuerden: cada bando podrá ejercer la opción de veto una sola vez. Elijan bien y sabiamente. Ji Zarpa Ígnea, que había permanecido hasta ahora al margen, se aproximó a Vol’jin y le hizo una profunda reverencia. —Los llevaré a uno de los templos laterales, donde podrán disfrutar de los braseros. —Una amplia sonrisa se dibujó en su peluda cara a la vez que le centelleaban los ojos—. Y de unos refrigerios. ******* El pandaren cumplió su palabra. Quince minutos después, Vol’jin, Go’el, Baine, Eitrigg, Varok Colmillosauro, Sylvanas, Lor’themar Crímenes de Guerra 33 Theron y Jastor Gallywix estaba sentados sobre una alfombra que, si bien no era muy hermosa, los protegía del frío de ese suelo de piedra. Les dieron carne y bebida, y los prometidos braseros les proporcionaron calor. Vol’jin asintió al ver la comida. —Hablaremos con más inteligencia cuando tengamos la tripa llena —aseveró. Dieron buena cuenta de la comida que, como era costumbre en Pandaria, vino acompañada de una gran cantidad de cerveza, por supuesto. En cuanto todo el mundo acabó, Vol’jin no perdió el tiempo y fue al grano. —Hermanos orcos, ya saben que los respeto mucho. Pero creo que si queremos que un orco defienda a Garrosh, tengan por seguro que la Alianza nos vetará. Go’el asintió. —Resulta tremendamente lamentable que Garrosh haya caído tan bajo y haya arrastrado consigo toda la reputación de una raza. Nada de lo que pueda argumentar un defensor orco será tenido en serio, para bien o para mal. Baine se mostró en desacuerdo. —Al contrario, creo que sería bueno que todo el mundo viera que un orco es capaz de comportarse de un modo honorable en un acontecimiento tan público. Eitrigg es conocido por sus modales serenos y su gran inteligencia. Christie Golden 34 Pero el anciano orco ya estaba agitando de lado a lado esa cabeza donde residía esa gran inteligencia antes de que Baine siquiera hubiera acabado de hablar. —Esas palabras me halagan, Gran Jefe, pero Go’el tiene razón. Yo... y él y Colmillosauro... podremos tener la oportunidad de hablar si así lo deseamos. Taran Zhu nos lo ha prometido, y yo le creo. —Yo defenderé a Garrosh —afirmó Sylvanas—. Todo el mundo sabe que él y yo no coincidimos en nada. La Alianza nunca podrá acusarme de ser muy blanda con él. —Es cierto que como miembro de la acusación no tendría precio —señaló Vol’jin—. Pero estamos buscando un defensor. —Vamos, Jefe de Guerra —replicó Sylvanas—. ¡Pero si aquí todos queremos ver cómo Garrosh acaba en manos del verdugo! ¡Y lo sabes bien! Tú mismo dijiste una vez... —Sé lo que dije mucho mejor que tú, Sylvanas —le espetó Vol’jin, con una voz muy baja y amenazadora—. A ti no te abandonaron degollada porque creían que estabas muerto, a mí sí. Sé que todos nosotros hemos sufrido bajo su mandato. Pero también sé que los Celestiales pretenden que se celebre un juicio lo más justo posible, dentro de las limitaciones que tenemos como seres mortales para ser ecuánimes. Creo que solo puede haber una elección adecuada para desempeñar ese papel. Alguien respetado tanto por la Horda como por la Alianza, que no tiene en mucha estima a Garrosh, pero que nunca va a mentir y siempre va a hacerlo lo mejor posible. Se volvió hacia Baine. Durante un inocente segundo, Baine pensó que el trol, simplemente, se había girado hacia él para pedirle su opinión. Entonces, se dio cuenta de lo que ocurría en realidad. — ¿Yo? —vociferó—. ¡Por la Madre Tierra, pero si Garrosh asesinó a mi padre! Crímenes de Guerra 35 —Acabas de dejar claro por qué el Jefe de Guerra tiene razón — señaló Lor’themar—. A pesar de todo el mal que te ha hecho Garrosh a nivel personal, has seguido siendo leal a la Horda hasta que llegó un momento en que creíste que él también le estaba haciendo daño a la Horda. Además, la Alianza cuenta con multitud de espías, y tienes una buena relación con lady Valiente. Baine se giró hacia Go’el y, con la mirada, le imploró al orco que interviniera. Go’el, sin embargo, sonrió y dijo: —Los tauren siempre han sido un pilar de la Horda. Si alguien puede defender a Garrosh y ser escuchado con atención, ese serás tú, amigo mío. —No quiero defenderlo... Quiero lo mismo que ustedes —replicó Baine violentamente—. Garrosh se merece morir cien veces. —Oblígalos a escucharte —dijo alguien que había permanecido callado hasta entonces. Se trataba de una voz grave y fuerte, a pesar de la edad, que estaba teñida por un agudo dolor—. Echarle en cara toda una lista de atrocidades a Garrosh no tiene ningún mérito — aseveró Colmillosauro—. El verdadero reto consiste en lograr que el juez y el jurado presten atención de verdad a tus argumentos, en que luego reflexionen con serenidad al respecto, a pesar de que todos saben cuánto sufres por dentro al desempeñar esa labor... solo tú puedes hacer eso, Baine Pezuña de Sangre. — ¡Soy un guerrero, no un sacerdote! Yo no me lleno la boca con palabras zalameras y agradables ni intento conmover a la gente con ellas. —Garrosh también es un guerrero —replicó Go’el—. Para bien o para mal, eres el representante más justo que podemos elegir. Baine apretó los dientes con fuerza y se volvió hacia Vol’jin. —Si pude ser leal a la horda y a mi Jefe de Guerra cuando ese título lo ostentaba Garrosh, no cabe duda de que seré capaz de serte leal a ti, quien siempre has sido digno de respeto, Vol’jin. Christie Golden 36 —No es una orden —le corrigió Vol’jin, a la vez que apoyaba una mano sobre el hombro del tauren—. En este asunto, debes hacer lo que te dicte el corazón. ******* Las cosas no estaban yendo como había deseado Sylvanas Brisaveloz. Ni por asomo. En primer lugar, había esperado (al igual que todos los miembros de la Horda, incluso, obviamente, el piadoso Go’el) que los hubieran reunido aquí para decidir cuál de ellos había sido elegido para realizar la codiciada tarea de matar a Garrosh. Lo preferible habría sido hacerlo lentamente, al mismo tiempo que se le infligía mucho dolor. Varian Wrynn ya había hecho que esa ejecución tan gozosa se demorara mucho tiempo, y tener que oír que los Celestiales querían celebrar un juicio con las máximas garantías era ridículo cuando incluso ellos y Taran Zhu admitíanque Garrosh era culpable. El mismo concepto de «justicia» y de «no obrar impulsado por la venganza» era demasiado nauseabundo y no merecía la pena malgastar tanto tiempo ni esfuerzos por defenderlo. Sylvanas reflexionó y concluyó que lo único bueno que tenía todo esto era que, al menos, iba a tener la oportunidad de hablar y contar su verdad sobre la montaña de evidencias que había en contra de Garrosh. No esperaba que la eligieran como defensora, puesto que sabía que Vol’jin tenía razón cuando había dicho que si la Horda la hubiera escogido, la Alianza la habría vetado por puro odio, nada más. Pero ¿Baine...? ¿El guerrero más plácido que jamás había conocido? ¿Ese guerrero que pertenecía a una raza generosa y amable? Era toda una locura. Baine tenía incluso más razones que ella para desear la muerte de Garrosh. Ese orco debería haber sido el Arthas de Baine; no obstante, era consciente de que si el tauren aceptaba, Crímenes de Guerra 37 sería capaz de exponer sus argumentos tan bien que todo el mundo acabaría queriendo regalar unas flores a Garrosh en vez de querer matarlo. Baine agachó las orejas a la vez que suspiraba muy hondo. —Asumiré esta tarea —dijo—, aunque no tengo ni idea de cómo llevarla a cabo. Sylvanas tuvo que hacer un gran esfuerzo para que sus labios no se curvaran para conformar una mueca de desdén. En ese instante, Ji asomó la cabeza. —La Alianza ya ha escogido a su acusador. Si ustedes también están preparados, podemos volver a reunimos en el lugar de antes. Lo siguieron por ese camino cubierto de una escasa nieve. Los representantes de la Alianza ya se encontraban ahí y se volvieron para observar a sus contrapartidas de la Horda. Taran Zhu esperó a que todos llegaran y, entonces, se dirigió a ambos grupos: —Cada bando ha tomado una decisión. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿a quién has seleccionado para defender a Garrosh Grito Infernal? Defender a Garrosh Grito Infernal. Esas palabras eran una ofensa en sí mismas. —Hemos escogido Baine Pezuña de Sangre del pueblo tauren — contestó Vol’jin. — ¿La Alianza tiene alguna objeción? Varian giró su cabeza de pelo moreno para mirar a sus compañeros. Nadie dijo nada; de hecho, tal y como Vol’jin había previsto, muchos miembros de la Alianza parecían satisfechos. Para sorpresa de Sylvanas, incluso el hijo de Varian esbozaba una pequeña sonrisa. Christie Golden 38 —La Alianza acepta la elección de Baine Pezuña de Sangre, pues sabemos que es honorable —respondió Varian. Taran Zhu asintió una sola vez. —Rey Varian, ¿a quién ha escogido la Alianza para hacer las veces de acusador de Garrosh Grito Infernal? —Yo mismo desempeñaré esa tarea —contestó Varian. — ¡Me opongo totalmente! —exclamó Sylvanas—. ¡No vamos a aceptar ninguna imposición más por tu parte! No estaba sola en sus protestas; otras voces airadas se sumaron y Taran Zhu se vio obligado a gritar para que pudieran escucharlo. — ¡Haya paz, haya paz! —A pesar de que pedía paz, su voz resultaba tremendamente imponente, de modo que los gritos pasaron a ser susurros hasta que, al final, menguaron del todo—. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿vas a ejercer tu derecho a rechazar al rey Varian como acusador? Varian contaba con pocos amigos en la Horda. Muchos desconfiaban de su aparente cambio de personalidad y, a pesar de que había renunciado a ocupar Orgrimmar, solo se había ganado unos agradecimientos reticentes. Los humanos eran el enemigo, siempre lo serían. Sylvanas se percató de que el desagrado con el que la Horda había aceptado que se celebrara el juicio podría transformarse en algo mucho peor si tenían que ser testigos de cómo Varian ejercía de acusador. Daba la impresión de que Vol’jin también era consciente de esto. —Sí, Lord Taran Zhu. Vamos a ejercer nuestro derecho de veto — respondió. Crímenes de Guerra 39 Lo más extraño de todo fue que la Alianza no intentó convencerlos de lo contrario. A Sylvanas le llamó mucho la atención esta reacción y, en cuanto el nombre del nuevo acusador fue pronunciado, se dio cuenta de que todo había sido una estratagema perfectamente calculada. —Entonces, escogemos como acusadora a la suma sacerdotisa Tyrande Susurravientos —dijo Varian con suma calma. Tyrande Susurravientos pertenecía a la raza que más odiaba a los orcos, incluso más que los humanos, pues era una elfa de la noche, lo cual era normal ya que amaban la naturaleza y los orcos solían arrasarla para levantar sus edificios y obtener materiales con los que fabricar sus armas. Sylvanas se sintió ultrajada en un primer momento, pero luego se preguntó por un instante si realmente esa era una elección tan mala como parecía a simple vista. La mayoría de la Horda habría preferido acusar a Garrosh antes que defenderlo, tal y como había demostrado que Baine hubiera aceptado ser el defensor a regañadientes. Sin embargo, mientras Tyrande recorría con su reluciente mirada a la Horda, Sylvanas pudo ver que no simpatizaba para nada con ellos. Además, a pesar de que Tyrande era una sacerdotisa, había participado en un buen número de batallas. Aunque Taran Zhu continuó hablando y les explicó que la ley pandaren imponía cuál iba a ser el procedimiento que iba a regir el juicio, la Reina alma en pena hizo oídos sordos. —Bien jugado, miembros de la Alianza —murmuró en el idioma que había sido en su día su lengua materna. —Presentaron a Varian con la única intención de que lo vetáramos, para que pudieran poner en su lugar a alguien todavía más decidida a acabar con Garrosh, por si acaso alguno de nosotros albergaba Christie Golden 40 todavía el más mínimo aprecio por él en su corazón —respondió alguien en el mismo idioma—. Creo que aún no comprenden que lo odiamos tanto como ellos. Sylvanas posó su mirada sobre Lor’themar y arqueó una ceja. El líder sin’dorei siempre se había mostrado muy educado, aunque también frío y resentido, siempre que Sylvanas había hecho algún intento de aproximación para forjar una alianza, siempre había mantenido su apreciada dignidad incluso cuando las circunstancias le imponían lo contrario. ¿Acaso esta conversación en thalassiano era una señal de que había cambiado de actitud? ¿Tal vez estaba dolido porque lo habían ignorado a la hora de elegir un nuevo líder para la Horda? —Ella no le tiene ningún cariño a Garrosh, precisamente — observó Sylvanas. —Tampoco a la Horda —replicó Lor’themar—. Me pregunto si Vol’jin no se va a arrepentir de no haber aceptado a Varian cuando tuvo la oportunidad. Supongo que tendremos que esperar y observar. —Como siempre nos toca hacer a nosotros —apostilló Sylvanas, quien tenía curiosidad por saber cómo iba a responder ante esa señal de camaradería que le acababa de enviar. Al parecer, no la oyó, ya que se limitó a hacer una reverencia ante alguien del bando de la Alianza mientras los diversos representantes desfilaban para marcharse. Sylvanas se giró para ver a quién había saludado. Por supuesto... Vereesa y Lor’themar se habían conocido recientemente. El trato cortés que le había dispensado su hermana al líder de los elfos de sangre había sorprendido a Sylvanas. Y la sorprendió aún más que, tras saludar a Lor’themar, Vereesa clavó sus ojos en los de Sylvanas durante un largo instante. Acto seguido, apartó la mirada. Crímenes de Guerra 41 Era la primera vez que las hermanas Brisaveloz (dos de ellas, en todo caso) se veían desde hacía años. Lo normal habría sido que Vereesa se hubiera emocionado al volver a ver a Sylvanas. Sin embargo, en el rostro de Vereesa no había ni amargura ni tristeza. Solo una determinación siniestra y una especie de... ¿satisfacción muy peculiar? Sylvanas no tenía ni idea por qué. ChristieGolden 42 CAPÍTULO TRES La tensión abandonó a Baine en cuanto puso una pezuña de nuevo en el suelo de su querida Mulgore, ya que se había sentido muy presionado durante todo el tiempo que había estado en Pandaria. Respiró hondo el limpio y dulce aire nocturno y cerró los ojos. El chamán Kador Cirrocanto lo estaba esperando. —Me alegro de tenerte de vuelta en casa —le saludó Cirrocanto con voz grave al mismo tiempo que hacía una profunda reverencia. —Me alegro de estar de nuevo en casa, aunque solo sea por breve tiempo... y para realizar una tarea tan sombría —replicó Baine. —Los muertos siempre nos acompañan —respondió Cirrocanto— . Tal vez nos apene no poder disfrutar de su presencia física, pero sus canciones se encuentran en el viento y sus risas, en el agua. —Ojalá pudieran hablamos y aconsejamos como hacía en su día. Esta reflexión hizo que la tensión se apoderara de nuevo de Baine, aunque dudó de si había sido inteligente reabrir esa vieja herida de un modo tan deliberado. No obstante, confiaba en que el chamán lo habría disuadido si creyera que su petición era poco inteligente. Crímenes de Guerra 43 —Nos hablan, Baine Pezuña de Sangre, aunque de maneras que no estamos acostumbrados a escuchar. Baine asintió. En efecto, su padre, Cairne, siempre estaba con él. Baine y Cirrocanto se hallaban en Roca Roja, el antiguo emplazamiento donde los héroes caídos de los tauren eran enviados a los brazos de la Madre Tierra y el Padre Cielo a través del fuego purificador. Roca Roja, que se encontraba a una ligera distancia de Cima del Trueno, tenía un nombre muy adecuado, puesto que era una formación natural hecha de arenisca roja. Era un lugar muy sereno donde poder reflexionar, donde uno podía abandonar el mundo de Cima del Trueno para adentrarse en un sitio que permitía el tránsito entre ese mundo y el siguiente. Baine no había estado aquí desde que se había despedido de Cairne. Ahora, al igual que entonces, Cirrocanto se hallaba junto a él, aunque esta vez se encontraban ellos dos solos. Al oeste, Baine podía ver Cima del Trueno en la lejanía, con su silueta recortada frente a un cielo plagado de estrellas, cuyas hogueras y antorchas eran como pequeñas estrellas. Aquí, en la Roca Roja, al este, también ardía un pequeño fuego, que proporcionaba calor y un fulgor reconfortante. Sí, fuego. Se volvió y contempló las plataformas de piras funerarias que se encontraban vacías de cadáveres, donde ahora nadie aguardaba a ser incinerado ritualmente. Ahí solo quedarían las cenizas e incluso estas serían arrastradas por los vientos aullantes y esparcidas por los cuatro puntos cardinales. A pesar de que Cima del Trueno era su hogar desde hacía mucho tiempo, los tauren preferían no enterrar a sus muertos. Estos rituales funerarios eran un recuerdo de sus tiempos nómadas; además, si sus seres queridos eran liberados al viento a través del fuego, podían vagar en la muerte como habían hecho en vida si así lo deseaban. — ¿Has tenido tiempo suficiente para realizar los preparativos? — preguntó Cirrocanto. —Sí —contestó el chamán a la vez que asentía—. No es un ritual extremadamente complejo. Christie Golden 44 A Baine no le sorprendió esa respuesta. Los tauren eran un pueblo sencillo que no necesitaba utilizar palabras complejas ni objetos extraños ni difíciles de obtener para realizar sus ceremonias. Lo que la amada tierra les proporcionaba era casi siempre más que suficiente. — ¿Está listo, Gran Jefe? —inquirió Cirrocanto. Un afligido Baine soltó una risita entre dientes. —No. Pero eso no importa. Empecemos. Cirrocanto, ataviado con un atuendo de cuero confeccionado con las pieles de bestias que él mismo había matado, pisoteó el suelo con sus pezuñas con un ritmo lento y constante a la vez que alzaba el hocico hacia el cielo del este. — ¡Yo los saludo, espíritus del aire! Brisa, viento y tormenta, yo los invoco a ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se sumen a nuestro rito y susurren los sabios consejos del gran Cairne Pezuña de Sangre al oído de su expectante hijo Baine. Había sido una noche muy plácida, pero ahora un suave céfiro acariciaba el pelaje de Baine, que estiró las orejas, aunque lo único que oyó fue un leve murmullo, al menos por ahora. Cirrocanto metió una mano en su bolsita de chamán y sacó de ella un puñado de polvo gris, que esparció sobre el suelo mientras caminaba, formando una línea curva con la que unió el este y el sur. Normalmente, utilizaban polen de maíz para cuando se trataba de una ceremonia relacionada con aspectos de la vida, pero como este era un ritual dedicado a los muertos, este polvo gris estaba hecho con las cenizas de aquellos que habían sido enviados a los espíritus en este lugar. Crímenes de Guerra 45 — ¡Yo los saludo, espíritus del fuego! —exclamó Cirrocanto al encararse con una diminuta llama y alzar su bastón para honrarla— . Ascuas relucientes, llamas y hogueras, yo los invoco a ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se sumen a nuestro rito y proporcionen a Baine Pezuña de Sangre el ardor guerrero y tremendo coraje de Cairne Pezuña de Sangre, su amado padre. La llama se elevó bruscamente por un momento, y Baine notó el tremendo calor de ese muro de fuego. Tras haber revelado su presencia, el fuego menguó hasta hallarse en un estado más moderado, crepitando a la vez que ardía delicadamente. Entonces, Cirrocanto se volvió al oeste e invocó a los espíritus «de las gotas de lluvia, del río y la tempestad» y les pidió que inundaran al Gran Jefe tauren con los recuerdos del amor de su padre. A Baine se le desbocó el corazón de dolor por un momento a la vez que pensaba: Las lágrimas también están hechas de agua. Los siguientes en ser bienvenidos fueron los espíritus de la tierra; el suelo, la piedra y la montaña, así como los mismos huesos de los muertos honrados. Cirrocanto pidió que Baine pudiera hallar consuelo en las tierras de su pueblo, a las que Cairne los había traído a todos en su día. Acto seguido, Cirrocanto cerró ese círculo sagrado dibujado con cenizas grises. Baine notó que una cierta energía muy potente se desplazaba en ese espacio, lo cual le recordó la sensación que solfa experimentar cuando se avecinaba tormenta, aunque se sintió inusualmente sereno. —Bienvenido. Espíritu de la Vida —gritó Cirrocanto—. Te hallas en forma de aire en nuestro aliento, en forma de fuego en nuestra sangre, en forma de tierra en nuestros huesos y en forma de agua en nuestras lágrimas. Sabemos que la muerte es únicamente la sombra de la vida y que el final de las cosas es tan natural como su nacimiento. Te pedimos que te sumes a nuestro rito c invitamos a aquel que camina bajo tu sombra a que nos acompañe esta noche. Christie Golden 46 Permanecieron en silencio en el centro de ese círculo por un momento, respirando de una manera cadenciosa y rítmica. Después de un rato, Cirrocanto asintió e invitó a Baine a sentarse en el centro de esas piras vacías, de cara a Cima del Trueno. Baine hizo lo que le pedía y continuó respirando hondo mientras calmaba sus turbulentos pensamientos. Cirrocanto le entregó un cáliz de arcilla lleno de un líquido oscuro que reflejaba la luz de las estrellas. —Esto te permitirá tener una visión, si la Madre Tierra así lo desea. Bebe. Baine se llevó el cáliz a los labios y paladeó los no demasiado desagradables sabores de la hojaplata, la brezospina, la raíz de tierra y algo más que no pudo identificar. A continuación, le devolvió el cáliz al chamán. —No te quedes adormilado, Baine Pezuña de Sangre. Contempla esta tierra con la mirada perdida —le exhortó Cirrocanto. Baine lo obedeció. Se relajó y su mirada se perdió en el vacío. Oyó los golpes regulares y suaves de un tambor hechode piel, que emulaba los latidos de un corazón tauren. Perdió la noción del tiempo. Solo sabía que llevaba un rato sentado escuchando a Cirrocanto y que se hallaba tremendamente relajado, que se sentía en paz en lo más hondo de su corazón, el cual latía al compás del tambor. Entonces, con suma delicadeza, una presencia llamó su atención. Cairne Pezuña de Sangre sonrió a su hijo. Se trataba de un Cairne que Baine nunca había conocido; cuando el poderoso toro se hallaba en la flor de la vida, cuando tenía una mirada dura y aguda. Sostenía su lanzarruna, que estaba intacta, Crímenes de Guerra 47 igual que él. Cairne alzó la lanza a modo de saludo de tal modo que los colosales músculos de su pecho se tomaron más visibles aún. —Padre —susurró Baine. —Hijo mío —dijo Cairne, cuyos ojos entornados se llenaron de afecto—. Caminar entre tu mundo y el mío resulta muy difícil y dispongo de muy poco tiempo, pero he sabido que tenía que venir, ya que las dudas anidan en tu corazón. En ese instante, todo el dolor que Baine había enterrado en lo más hondo de su corazón, que no había podido expresar, que no se podía siquiera permitir sentir para que no le impidiera cumplir sus obligaciones con el pueblo tauren al que lideraba, brotó de él como un violento maremoto. —Padre... ¡Garrosh te mató! ¡Te negó el derecho a morir con honor! Se limitó a mantenerse al margen mientras la Tótem Siniestro y yo luchábamos como... como bestias en una fosa, ¡mientras aguardaba al vencedor! Ha violado a la tierra, ha mentido a su propia gente, y Theramore... Las lágrimas recorrían el hocico de Baine, unas lágrimas teñidas de tristeza e ira. Por un momento, fue incapaz de hablar, pues ambas emociones lo ahogaban. —Y ahora te han pedido que lo defiendas —replicó Cairne—. Cuando lo que deseas es poder aplastarle la garganta con la pezuña. Baine asintió. —Sí. Tú te atreviste a criticarlo abiertamente cuando nadie más se atrevía. Padre... ¿acaso debería haber hecho yo lo mismo? ¿Habría podido detenerlo? ¿La... la sangre que se ha derramado por su culpa también mancha mis manos? Christie Golden 48 Esa pregunta le sorprendió incluso a él mismo, era como si esas palabras hubiesen brotado solas de su garganta. Cairne sonrió levemente. —El pasado, pasado está. El tiempo se lo ha llevado, al igual que el viento arrastra las flores. Las decisiones que tomó Garrosh son solo suyas, así como la responsabilidad que debe asumir por sus actos. Siempre has hecho lo que te ha dictado el corazón y siempre has hecho que me sienta orgulloso de ti. En ese instante, Baine supo cuál era la respuesta que Cairne iba a darle. —Crees... crees que debería hacerlo —susurró—. Que debería defender a Garrosh Grito Infernal. —Lo que yo piense no importa. Debes hacer lo que creas correcto Como siempre has hecho. En esos momentos, yo consideré que desafiar a Garrosh era lo correcto. En otros distintos, tú consideraste que apoyarlo como líder de la Horda era lo correcto. —Varian debería haber dejado que Go’el lo matara —gruñó Baine. —Pero no lo hizo, por eso estamos aquí —replicó el anciano (aunque ahora joven) toro con suma tranquilidad—. Si respondes a esto, sabrás qué hacer. Si te aflige tanto que me asesinaran de una manera tan traicionera, ¿acaso no deberías hacer todo lo posible para alcanzar la pura verdad con total honradez e integridad, a pesar de que no sea fácil, o sobre todo porque no lo es? ¿Acaso no deberías hacer todo lo posible por cumplir esta tarea que te han asignado de una manera honorable? Querido hijo, sangre de mi sangre, creo que ya sabías la respuesta antes de venir aquí. Era cierto. Pero ser consciente de ello hacía sufrir a Baine. —Aceptaré esta pesada carga —murmuró—. Y defenderé a Garrosh de la mejor manera posible. Crímenes de Guerra 49 —Si hicieras menos, no serías quien eres. Cuando todo esto acabe, te alegrarás de haber obrado así. No, no —dijo, alzando las manos a modo de protesta al ver que Baine intentaba hablar—. No puedo decirte cuál será el resultado. Pero te prometo... que hallarás la paz en tu corazón. Cairne se fue desvaneciendo. Al percatarse de ello, Baine se quedó compungido por haber desperdiciado esta valiosa oportunidad de hablar con él quejándose como un mero ternero, cuando su padre... ¡su padre...! — ¡No! —exclamó, con una voz quebrada por la emoción—. Padre... ¡por favor, no te vayas, aún no! ¡Por favor, aún no...! Había tantas cosas que Baine quería decirle. Lo terriblemente que le echaba de menos. Lo mucho que intentaba honrar el recuerdo de su padre. Que estos breves instantes significaban muchísimo para él. Extendió los brazos de un modo suplicante, pero ya era demasiado tarde. Su padre se adentró en la sombra de la vida, dejando atrás el sol de esta, y Baine cerró ambas manos al intentar agarrar lo que solo era vacío. La tristeza se adueñó de la mirada de Cairne. También extendió los brazos, pero al instante se esfumó. Cirrocanto logró coger a Baine antes de que se cayera del todo. — ¿Has hallado la respuestas que buscabas, Gran Jefe? —preguntó Cirrocanto al mismo tiempo que le entregaba a Baine un cáliz repleto de agua fresca y clara. Tras darle unos sorbos, a Baine se le fue despejando la cabeza. — ¿Las respuestas que buscaba? No. Pero sí las que necesitaba — contestó, mientras sonreía con tristeza a su amigo. Cirrocanto asintió, pues lo entendía perfectamente. En medio del murmullo de la noche, el canturreo de los grillos y el suspiro de la Christie Golden 50 brisa se vieron interrumpidos por un zumbido familiar cuando unos torbellinos de colores brillantes cobraron forma. — ¿Quién se atreve a interrumpir este ritual? —se quejó Cirrocanto—. ¡El círculo aún no se ha roto! Baine se puso en pie mientras el chamán se acercaba dando zancadas al portal abierto. Un elfo noble esbelto lo atravesó. Tenía el aspecto típico de cualquier miembro de su raza; unos rasgos marcados y elegantes, un pelo rubio largo y suelto y una perilla corta y muy bien arreglada. El elfo hizo una seña a Baine con cierta impaciencia. —Gran Jefe, me llamo Kairozdormu. Taran Zhu me ha enviado para escoltarte al Templo del Tigre Blanco. Por favor, debes acompañarme. —Estás interrumpiendo una ceremonia sagrada... —empezó a decir Cirrocanto. El elfo le lanzó una mirada furibunda. — ¡Lamento terriblemente tener que mostrarme tan irrespetuoso, pero debemos apresuramos, de veras! Baine posó su mirada sobre el tabardo que vestía el elfo. Era marrón con ribetes dorados y tenía una insignia en el centro del pecho; un círculo dorado taraceado con el símbolo del infinito. Como era el tabardo que vestían los caminantes del tiempo, Baine decidió hacer un comentario un tanto aventurado: —No sabía que tu Vuelo seguía vistiendo estas ropas. Creía que vuestro poder sobre el tiempo... Kairozdormu agitó una mano de largos dedos en el aire con suma impaciencia. Crímenes de Guerra 51 —La historia es muy larga, y el tiempo muy corto... —Una frase muy graciosa, viniendo de ti. ¿Acaso va a suceder alguna catástrofe inminente en los portales del tiempo? —No, es por una razón mucho más prosaica... Este portal no va a estar abierto por siempre. —De repente, se rio entre dientes—. Bueno —se corrigió a sí mismo, esbozando una sonrisilla maliciosa con la que mostró fugazmente sus blancos dientes—, en teoría, sí podría, pero no aquí ni en este momento en particular. Gran Jefe Baine, si es tan amable... Baine se volvió hacia Cirrocanto. —Te doy las gracias por todo, Kador, pero el deber me llama. —Y, al parecer, con acento elfo —replicó Cirrocanto, quien, no obstante, hizo una reverencia—. Ve, Gran Jefe, con la bendición de tu padre, de eso al menos estoy seguro. *******La comida fue ligera y sencilla; pan de piñones, queso azul darnassiano y peras lunares frescas, todo ello regado con zumo de baya lunar. Aquí en el templo de su querida Elune, Tyrande le contó al archidruida Malfurion Tempestira lo acontecido con anterioridad en el Templo del Tigre Blanco. Ella se había alegrado al saber que Taran Zhu había designado a una maga para teletransportar a aquellos que iban a participar en el juicio. Yu Fei era una pandaren de cara muy dulce cuya túnica de seda estaba confeccionada con las tonalidades del agua, lo cual encajaba perfectamente con el único mechón de pelo rebelde que le tapaba recatadamente un ojo azul. «Chu’shao Susurravientos», había dicho Yu Fei, utilizando el término pandaren para «consejero» a la vez que hacía una honda reverencia al presentarse, «me siento honrada de poder enviarte a Christie Golden 52 casa hasta que tus obligaciones reclamen tu presencia aquí. No dudes en llamarme si necesitas mi ayuda». —Cielo, ¿estás segura de que quieres asumir este deber? —le preguntó el archidruida. Las plumas que le cubrían los brazos, lo cual era un recordatorio de los milenios que había pasado en el Sueño Esmeralda, rozaron la parte superior de la mesa mientras le servía a Tyrande una segunda copa de zumo de baya lunar. Esta era consciente de que se había acostumbrado a los cambios que había sufrido Malfurion durante su largo sueño; las plumas, los pies que ahora eran más propios de un sable de la noche que de un elfo, la largura y espesura de su gran barba verde. Aunque, desde su punto de vista, ningún cambio en su apariencia externa podía cambiar su hermoso corazón. Siempre había sido y siempre iba a ser su amado. Malfurion prosiguió hablando: —No sabes cuánto tiempo durará el juicio, ni el esfuerzo que te va a suponer. Tyrande dio un sorbo a la bebida, que era tan fresca y dulce como los bosques de noche. —Los ojos del mundo entero estarán centrados en este juicio, mi amor —señaló, sonriendo—, eres más que capaz de ocuparte de cualquier cosa que surja en mi ausencia. Podré volver a casa todas las noches para estar contigo, lo cual es toda una bendición de la propia Elune. Y respecto al esfuerzo que me va a suponer —en este instante, su tono se tomó ligeramente más severo—, es muy probable que tenga que hacer muy poco, aparte de presentar las evidencias. A lo largo de muchas lunas anteriores, Garrosh ha disfrutado del cariño de muy poca gente y, ahora que sus brutales masacres se han acabado, aún menos. Crímenes de Guerra 53 El semblante del archidruida se tomó sombrío al mirarla a los ojos. —No me refería a qué vas a tener que hacer en el juicio, sino a qué coste a nivel emocional vas a pagar por él. Esas palabras sorprendieron a Tyrande, quien se quedó un tanto perpleja. — ¿Qué quieres decir? —Eres una suma sacerdotisa, una devota de Elune, quien es la paladina de la iluminación y la sanación. Cuando es necesario, eres feroz en batalla. Pero vas a tener que valerte de las palabras como arma, que son veleidosas y escurridizas, no como tu hermoso corazón. Y vas a incitar al odio, vas a incitar a que lo condenen, no vas a iluminar a nadie con tu sabiduría, precisamente. —Al final, los hechos que voy a presentaren el juicio iluminarán y permitirán comprender la verdad; además, condenar a Garrosh de una manera apropiada traerá consigo la sanación de muchas heridas por fin —aseveró. Él seguía mostrando un semblante de preocupación y abrió la boca para replicar, pero antes de que pudiera decir nada, una mujer habló desde el exterior del pabellón donde Tyrande y su amado estaban comiendo. — ¿Mi señora? —Puedes entrar, Cordressa. Una mano esbelta alzó el trozo de tela que cubría la entrada y la centinela asomó la cabeza, cuyo pelo era de color azul medianoche. —Tienes una visita. Dice que ha venido por algo relacionado con un juicio y que es urgente. Christie Golden 54 Malfurion enarcó una ceja de manera inquisitiva, y Tyrande negó con la cabeza, pues estaba tan sorprendida como él. —Por supuesto, Cordressa. Hazla entrar. La centinela retrocedió, sujetando en todo momento la tela que cubría la entrada del pabellón, e indicó con una seña a la misteriosa visitante que podía entrar. Se trataba de una gnoma de pelo plateado, el cual llevaba recogido en dos moños a sendos lados de una cara levemente pecosa. Sus grandes ojos verdes brillaron de alegría al saludar a Tyrande y Malfurion. —Archidruida, suma sacerdotisa... ¡cuánto me alegro de veros de nuevo! Lamento mucho importunarte, Chu’shao, pero me temo que es importante. Chu’shao era otro título más que ahora Tyrande ostentaba, por supuesto, al menos por un tiempo. —Seguro que sí, Chromie. —Tyrande sonrió y, con suma elegancia, se arrodilló ante la dragona bronce Chronormu para que pudiera mirarla a la cara. En cuanto la centinela oyó el nombre de la dragona, soltó discretamente la tela que tapaba la entrada del pabellón para dejarlos a solas—. ¿En qué puedo ayudarte? —Los Celestiales quieren que tanto tú como Chu’shao Pezuña de Sangre utilicen algo a la hora de presentar el caso. Será más fácil que te lo enseñe. ¿Me haces el favor de acompañarme? Crímenes de Guerra 55 CAPÍTULO CUATRO Al llegar al Templo del Tigre Blanco, Baine le hizo una reverencia a Yu Fei, para darle las gracias por haberlo teletransportado hasta aquí. A continuación, se volvió hacia el líder del Shadopan. —Saludos, Lord Taran Zhu. Kairozdormu me ha traído, tal y como habías pedido. Baine echó un vistazo a su alrededor mientras hablaba. El Templo del Tigre Blanco parecía aún más cavernoso de noche. La luz de la luna y los faroles proporcionaban una leve iluminación, pero aun así, los asientos delanteros estaban envueltos en sombras. Baine se fijó en que habían traído muebles adecuados para la celebración del juicio. Ahora había tres zonas; una para él y Garrosh, otra para Tyrande y una más para el fa’shua y los testigos. Las secciones del acusador y defensor eran idénticas y contaba con unas mesas rectangulares cubiertas con una tela dorada y carmesí, así como con unas sillas muy sencillas. Una sección estaba montada sobre el círculo situado al oeste y la otra, con dos sillas, en el situado al este. Baine dio por sentado que ese lado era para Garrosh y él. Cada mesa tenía una jarra vacía y unos vasos, así como un tintero, una Christie Golden 56 pluma y un pergamino dispuestos ordenadamente a un lado, para que pudieran tomar notas, presumiblemente. Taran Zhu, sin embargo, se iba a sentar en un estrado elevado en una silla más ornamentada que las demás, pero no tan suntuosa como el trono situado en lo alto de la parte norte de la zona de espectadores. En el suelo, delante del asiento de Taran Zhu y ligeramente a la izquierda Se hallaba la silla de los testigos, que contaba también con una mesita donde ahora había una jarra y un vaso vacíos. Junto al asiento del fa’shua, había un pequeño gong y un mazo. Todo esto era algo que Baine esperaba, pues entraba dentro de lo que le habían comentado. Pero había otra serie de mesas y sillas, apartadas a un lado y un poco por detrás de la silla de Taran Zhu, en una de las cuales había un objeto envuelto en una tela negra. — ¿Puedo preguntar qué es eso? —Es la razón por la que te he pedido venir a estas horas — respondió Taran Zhu, dándole así una explicación totalmente adecuada al mismo tiempo que no le daba ninguna de verdad. Además, impidió que Baine le hiciera otra pregunta al alzar una zarpa—. Cuando Chu’shao Susurravientos llegue, todo se revelará. Ten paciencia. —Me has sacado de una ceremonia ritual porque debía venir de inmediato y no había tiempo que perder. Así que estoy seguro
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