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4- Crímenes de guerra_World of Warcraft

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Crímenes de Guerra 
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EL BRUTAL ASEDIO DE 
ORGRIMMAR HA TERMINADO. 
 
Las fuerzas de la Alianza y de la Horda han despojado a Garrosh 
Grito Infernal, una de las figuras más vilipendiadas de Azeroth, de 
su título de Jefe de Guerra. Su sed de conquista ha devastado 
ciudades enteras y ha destruido muchas vidas en todo el universo 
de… 
 
 
 
 
 
 
Ahora, en el legendario continente de Pandaria, será sometido a 
juicio por sus crímenes. Líderes de renombre de todo el mundo se 
han reunido para presenciar este acontecimiento histórico. Durante 
el juicio, aparecen impactantes visiones de las atrocidades de 
Garrosh. Para muchos de los asistentes, estos retazos de la historia 
obligan a revivir recuerdos dolorosos e incluso cuestionan su 
propia inocencia o culpabilidad. Para otros, los escalofriantes 
detalles avivan las llamas de su odio. 
 
Sin que nadie lo sepa, fuerzas oscuras están ocupando Azeroth, 
amenazando no sólo la capacidad de los tribunales para hacer 
justicia... sino también las vidas de todos los presentes en el juicio. 
 
 
 
 
 
 
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EDITADO POR HUSSERL MARVIN Y MAX 
 
 
 
 
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AGRADECIMIENTO 
 
 
El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo, 
dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es 
gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas 
obras. 
 
Con aprecio. 
 
Su equipo de Lim-Books. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
http://lim-books.blogspot.pe/
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Dedicado a Sean Copelan, 
un historiador extraordinario, 
por sus infatigables ánimos, sus rápidas y útiles respuestas 
y el apoyo total y entusiasta que ha brindado a mi trabajo. 
¡Gracias, colega! 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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PRÓLOGO 
 
 
 
 
Draenor. 
 
La tierra natal de los orcos y, durante mucho tiempo, el único hogar 
que Garrosh Grito Infernal había conocido. Había nacido ahí, en 
Nagrand, la parte más hermosa, más verde de ese mundo. Ahí, 
había padecido la enfermedad y había sufrido una gran vergüenza 
por culpa de los actos de su padre, el legendario Grommash Grito 
Infernal. Cuando Draenor sucumbió a la magia demoníaca, 
Garrosh le había echado la culpa a esa leyenda. Se había sentido 
avergonzado de portar la sangre Grito Infernal hasta que Thrall, el 
Jefe de Guerra de la Horda, le había demostrado a Garrosh que 
aunque Grommash podría haber sido el primero en aceptar esa 
maldición, el anciano Grito Infernal había dado la vida para ponerle 
punto final. 
 
Draenor. Garrosh no había vuelto por allí desde que se había 
marchado, henchido por las llamas del orgullo y un intenso afecto 
por la Horda de Azeroth, para defender su nuevo hogar de los 
horrores del Rey Exánime. 
 
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Ahora, al parecer, había regresado. 
 
Pero este mundo no era como lo recordaba, repleto de energía vil, 
con cada vez menos criaturas salvajes y enfermo, muy enfermo. 
No, este era el mundo tal y como era cuando él era niño, y era muy 
hermoso. 
 
Por un momento, Garrosh permaneció inmóvil. Acto seguido, giró 
la cara hacia el sol y los tatuajes que decoraban su poderoso cuerpo, 
que habían sido los mismos que había llevado su padre, se 
estiraron. En sus pulmones entró un aire dulce y limpio. Parecía 
imposible... pero no lo era. 
 
Y en este lugar aparentemente imposible, sucedió otra cosa 
impensable. Ante sus propios ojos, la imagen de su padre cobró 
forma de la nada envuelta en un fulgor. Grommash Grito Infernal 
sonreía... y su piel era marrón. 
 
Garrosh se quedó boquiabierto; por un momento dejó de ser el Jefe 
de Guerra, el héroe de la Horda, un guerrero valeroso, y pasó a ser 
un joven que contemplaba a su difunto padre, fallecido hacía 
mucho tiempo, a quien había creído que no volvería a ver nunca 
más. 
 
— ¡Padre! —gritó y, al instante, cayó de rodillas, abrumado por 
esta visión—. He vuelto a casa. A nuestra tierra natal. ¡Perdóname 
por haber dudado de tu verdadera naturaleza! 
 
Una mano se posó en su hombro. Garrosh alzó la mirada hacia el 
rostro de Grommash, al mismo tiempo que las palabras brotaban 
torpemente de su boca. 
 
—He hecho tantas cosas en tu nombre... Mi propio nombre ha 
pasado a ser amado por la Horda y temido por la Alianza. ¿Acaso... 
acaso lo sabes? ¿Me puedes decir, padre... si estás orgulloso de mí? 
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Grommash Grito Infernal abrió la boca para hablar. De repente, se 
oyó un repiqueteo metálico que procedía de algún lugar, y 
Grommash se desvaneció. 
 
Garrosh Grito Infernal se despertó muy alerta, como siempre hacía. 
 
—Buenos días, Garrosh —dijo alguien de voz muy agradable—. 
Tienes el desayuno preparado. Por favor... retrocede. 
 
Si sus carceleros hubieran esperado un momento más, Garrosh 
habría sabido la respuesta a la cuestión que tanto lo había estado 
atormentando y lo había impulsado a seguir adelante a lo largo de 
toda su vida. Ojalá pudiera asfixiar a esos enervantemente 
tranquilos pandaren por haberlo molestado. 
 
Garrosh, ataviado con una túnica que contaba con una capucha, se 
tuvo que contentar con mostrar un semblante imperturbable al 
levantarse de esas pieles que utilizaba para dormir, se alejó lo 
máximo posible de las ventanas octogonales de marcos metálicos 
de la celda que relucían con un resplandor violeta y esperó. La 
maga, que vestía una larga túnica ornamentada con diseños 
florales, avanzó unos cuantos pasos e inició un encantamiento. Ese 
fulgor desapareció de las ventanas. Retrocedió y los otros dos 
pandaren (unos machos idénticos, pues eran gemelos) se 
aproximaron. Un hermano vigilaba con suma atención a Garrosh 
mientras el segundo metía ahí dentro una comida compuesta de té 
y bollos variados a través una abertura situada a la altura del suelo. 
En cuanto el guardia se levantó, este le hizo una seña a Garrosh 
para indicarle que podía acercarse a coger la bandeja. 
 
Pero el orco se quedó quieto. 
 
— ¿Cuándo me ejecutarán? —preguntó Garrosh sin rodeos. 
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—Tu destino todavía se está decidiendo —respondió uno de los 
gemelos. 
 
Garrosh quiso lanzar esa comida contra los barrotes, o incluso 
habría preferido abalanzarse súbitamente sobre su torturador 
sonriente para aplastarle la tráquea con una sola de sus 
descomunales manos antes de que esa pequeña hembra pudiera 
reactivar el hechizo. Sin embargo, no hizo ninguna de las dos cosas, 
sino que, con suma calma y ejerciendo un gran control de sí mismo, 
se acercó a la pieles y se sentó sobre ellas. 
 
La maga reactivó el campo violeta que lo encerraba ahí dentro y, a 
continuación, los tres pandaren se marcharon y ascendieron por la 
rampa. La puerta se cerró tras ellos con un estruendo metálico. 
 
Tu destino todavía se está decidiendo. 
 
En nombre de los ancestros, ¿eso qué quería decir? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Crímenes de Guerra 
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CAPÍTULO UNO 
 
 
 
 
—Parece demasiado sereno y hermoso como para ser la prisión de 
alguien tan horrible —reflexionó Jaina Valiente mientras se 
aproximaba al Templo del Tigre Blanco. Ella, el dragón azul 
Kalecgos, la general forestal Vereesa Brisaveloz y el rey Varian 
Wrynn, iban montados en un carro tirado por un yak queavanzaba 
con paso firme, cuyo mullido pelaje indicaba que esa bestia 
acababa de ser bañada hacía poco. En reconocimiento al importante 
estatus de los pasajeros, el carro había sido forrado con cojines de 
seda de colores intensos; no obstante, cuando una rueda se 
adentraba en algún surco, los viajeros sufrían alguna ligera 
sacudida. 
—Es mucho más de lo que se merece —afirmó Vereesa, cuya 
mirada estaba clavada en Varian—. No deberías haber evitado que 
Go’el lo matara, majestad. Ese monstruo solo se merece la justicia 
de la muerte, e incluso eso sería más piadoso que lo que él ha hecho. 
 
La general forestal hablaba con dureza, pero Jaina no se lo podía 
echar en cara. Sobre todo porque compartía los sentimientos de 
Vereesa al respecto. Garrosh Grito Infernal había sido el 
responsable de la destrucción (no, esa era una palabra que se 
Christie Golden 
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quedaba corta, una palabra demasiado fría para describir lo que 
había hecho), del apocalipsis desatado en la ciudad estado de 
Theramore. En el espacio de una fracción de segundo, se produjo 
la muerte de centenares de sus habitantes, unas muertes que 
manchaban las manos del entonces Jefe de Guerra de la Horda, 
quien había engañado a algunos de los mejores generales y 
almirantes de la Alianza para que se reunieran en Theramore, 
donde iban a planear la estrategia a seguir en una guerra que se 
librara con medios honestos. Garrosh, sin embargo, había lanzado 
sobre el mismo centro de la ciudad una bomba de maná, cuya 
potencia se vio aumentada gracias a una reliquia robada al Vuelo 
de Dragón Azul. Todo aquel, todo aquello que se encontraba en el 
radio de acción de la bomba había muerto. Jaina sacudió la cabeza 
de lado a lado para intentar desterrar esos horribles recuerdos de su 
memoria, el recuerdo de que algunos de sus seres queridos habían 
perecido ahí. Jaina Valiente ya no volvería a ser nunca la dama de 
Theramore. 
 
Notó una leve caricia en el brazo que la devolvió al presente. Jaina 
alzó la mirada hacia el dragón azul Kalecgos, que había sido lo 
único bueno que había salido de ese desastre. Jaina y él quizá no se 
hubieran conocido nunca si él no hubiera acudido a Theramore a 
pedirle ayuda para recuperar el Iris de Enfoque. Si bien las mareas 
de la guerra le habían traído a Jaina un compañero sentimental, en 
el caso de Vereesa Brisaveloz habían hecho justo lo contrario. 
Rhonin, el archimago que había ostentado antes que Jaina el título 
de líder del Kirin Tor, se había colocado en el centro mismo de la 
ciudad para atraer la bomba de maná hacia sí y poder contener 
mágicamente la detonación en la medida de lo posible. Además, en 
medio de todo esto, había empujado a Jaina a través de un portal, 
tras el cual pudo hallarse sana y salva. Jaina, Vereesa, la elfa de la 
noche Shandris Plumaluna y un puñado de centinelas más habían 
sido los únicos supervivientes. 
 
Crímenes de Guerra 
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La líder del Pacto de Plata aún no se había recuperado del todo de 
esa pérdida y, probablemente, jamás lo haría. Aunque Vereesa 
siempre había sido fuerte y franca, ahora sus palabras eran crueles 
e hirientes y un odio tan gélido y amargo como el hielo de 
Rasganorte moraba en su corazón. Gracias a la Luz, ese hielo se 
había derretido en parte cuando había hablado con sus dos hijos 
gemelos, Giramar y Galadin. 
 
No hace mucho, Varian habría saltado como un resorte y se habría 
enfadado con Vereesa por haber criticado abiertamente su decisión, 
pero ahora se limitó a decir: 
 
—Tal vez obtengas tu deseo, Vereesa. Recuerda lo que prometió 
Taran Zhu. 
 
Después de que Varian hubiera impedido que Go’el (antes 
conocido como Thrall, en su día Jefe de Guerra de la Horda y ahora 
líder del Anillo de la Tierra) diera a Garrosh el golpe mortal con el 
poderoso Martillo Maldito, Garrosh había sido entregado a los 
pandaren, un pueblo en el que tanto la Horda como la Alianza 
confiaban y que también había sufrido mucho a manos de Garrosh. 
Taran Zhu, Señor del Shadopan, les había asegurado que Garrosh 
sería juzgado y que se iba a hacer justicia al fin. En esos momentos, 
el orco estaba encerrado en los sótanos situados bajo el Templo del 
Tigre Blanco, bajo una fuerte vigilancia. Hacía un par de días, un 
emisario enviado por el Celestial Xuen les había entregado este 
mensaje en su nombre: «Requerimos vuestra presencia en mi 
templo. El destino de Garrosh debe decidirse». 
 
Eso había sido todo. 
 
Todos los líderes de la Alianza habían recibido la misma carta. Jai-
na pudo ver a algunos de ellos al pie de la colina, donde se estaban 
subiendo a unos carros forrados de la misma manera para realizar 
la ascensión hacia el templo. La reina regente Moira Thaurissan, 
Christie Golden 
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uno de los tres miembros del triunvirato que lideraba a los enanos, 
parecía estar discutiendo con un pandaren muy sereno al mismo 
tiempo que señalaba enojada al carro. Sin lugar a dudas, no lo 
consideraba un medio de transporte «digno» para su regia persona. 
 
—No —dijo Vereesa—, no sabemos por qué, pero al parecer, es 
importante para los Celestiales. Pero si es tan rematadamente 
importante, ¿por qué no nos dejan ir volando sin más hasta el 
templo? ¿Por qué perder el tiempo con este carro? 
—Porque somos sus invitados —contestó Kalec—. Si ellos están 
dispuestos a esperar hasta que lleguemos de esta manera, que así 
sea. Tampoco es un viaje tan largo. 
—Desde el punto de vista de un paciente dragón, no, no lo es —
apostilló Vereesa. 
—Soy lo que soy —replicó el dragón, quien permaneció 
aparentemente imperturbable ante ese comentario. 
 
Sí, pensó Jaina, realmente era lo que era, era quien era, y se 
alegraba de ello, a pesar de que sabía que su relación todavía 
tendría que sortear muchos obstáculos. 
 
Intentó acomodarse de nuevo sobre esos cojines bordados para 
disfrutar del lento ascenso por ese sendero que se curvaba. Pandaria 
transmitía una paz extraordinaria y ofrecía belleza allá donde 
cualquiera miraba. Los cerezos estaban repletos de flores rosas, 
algunas de las cuales revoloteaban de aquí para allá cuando el 
viento mecía las ramas. Las estatuas de unos tigres blancos 
custodiaban la primera de una serie de elegantes entradas, y el 
camino se fue tomando más empinado. Mientras el carro seguía 
avanzando sin prisa pero sin pausa y el frío se volvía más intenso, 
la esbelta Jaina se sintió agradecida por el calor que les 
proporcionaban los braseros con los que se topaban en su camino 
y se abrigó aún más. Al principio, el suelo se hallaba cubierto de 
una fina capa de nieve, pero luego, a medida que se encontraban a 
mayor altitud, la nieve se iba amontonando más y más. Jaina notó 
Crímenes de Guerra 
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que cada vez pensaba con más claridad y tenía la mente más 
despejada; y entendió enseguida lo que ocurría. Sabía que a la hora 
de lanzar un hechizo la concentración y la determinación eran muy 
importantes y, súbitamente, tuvo claro que los Celestiales les 
estaban brindando, a su manera, a sus invitados la oportunidad de 
hacer eso precisamente. Al ascender en ese carro por la montaña 
sin ninguna prisa, al rodear las periféricas estructuras exteriores y 
al hallarse expuestos a tanta belleza y paz a lo largo de todo el 
camino, Jaina y sus compañeros tenían la oportunidad de olvidarse 
de sus obligaciones diarias y mundanas para poder llegar 
mentalmente frescos. Dejó que el aire, que transportaba el sutil 
aroma de las flores del cerezo, le limpiara la mente. 
 
Como tanto Kalec como ella estaban sentados mirando hacia atrás, 
Jaina no pudo ver qué fue lo que provocó que el hermoso rostro de 
Vereesa se contrajera en un gesto de contrariedad y que Varian 
apretara con fuerza los labios cuando el carro se detuvo ante el 
primer inestable puente de cuerda. Al instante, la elfa noble movió 
un brazo hacia un lado y cerró el puño, pues acababa de recordar 
que les habíanpedido que no fueran armados al templo. 
 
— ¿Qué están haciendo ellos aquí? —inquirió Vereesa con suma 
brusquedad, aunque acto seguido ella misma se contestó—. Bueno, 
Garrosh sigue siendo su antiguo líder. Debería haber supuesto que 
querrían estar presentes cuando se anunciara su destino. 
 
Jaina se volvió en su asiento y alzó la vista hacia el patio del 
templo. Entonces, se le desorbitaron un tanto los ojos. Sintió un 
nudo en el estómago al recordar la táctica que Garrosh había 
empleado en Theramore (reunir a los mejores estrategas de la 
Alianza en un solo lugar), ya que, al parecer, no solo se había 
invitado a los líderes de la Alianza, sino también a los de la Horda. 
Vol’jin, el trol de piel azul, se encontraba ahí, por supuesto; era la 
contrapartida de Varian, pues era el nuevo Jefe de Guerra. ¿Acaso 
sería mejor que un orco? ¿O peor? ¿Acaso importaba? Ni siquiera 
Christie Golden 
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el ex jefe de Guerra Thrall, que ahora se hacía llamar Go’el (su 
nombre de pila), había sido capaz de calmar la sed de sangre de la 
Horda, a pesar de lo mucho que lo había intentado. 
 
Justo cuando estaba pensando en él, sus ojos se posaron sobre el 
chamán orco. Junto a Go’el se hallaba su compañera, Aggra, que 
portaba algo pequeño en sus brazos. 
 
Al hijo de Go’el. 
 
Jaina había oído que Go’el había sido padre, y también corría el 
rumor de que Aggra volvía a estar embarazada. En su día, habían 
invitado a Jaina a sostener ese bebé en sus brazos, pero ese tiempo 
había pasado. Go’el estaba escrutando esa multitud cuando sus ojos 
azules se cruzaron con la mirada también azul de Jaina. 
 
Una oleada de ira y la tristeza se apoderaron de la archimaga, que 
apartó la mirada. 
 
Jaina se giró para buscar una distracción y centró su atención en el 
más alto de los líderes, en Baine Pezuña de Sangre. Aparte de 
Go’el, Baine era el único líder de la Horda que Jaina había sido 
capaz de considerar un amigo. Ella lo había ayudado cuando 
Garrosh asesinó a su padre, al tauren Cairne, y lo había apoyado 
cuando los tauren Tótem Siniestro decidieron atacar Cima del 
Trueno. Baine le había devuelto el favor cuando la había advertido 
del inminente ataque a Theramore. Claro que Baine había dado por 
supuesto que se trataría de una batalla normal, ya que no sabía nada 
sobre el Iris de Enfoque robado ni del uso letal que Garrosh pensaba 
darle. En opinión de Jaina, las deudas entre ambos estaban 
saldadas. 
 
También divisó a unos cuantos otros; a Lor’themar Theron de los 
elfos de sangre, con quien había negociado recientemente, aunque 
Crímenes de Guerra 
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obligada y bajo presión, y al repulsivo príncipe mercante Jastor 
Gallywix, quien llevaba la misma chistera ridícula de siempre. 
 
Un pandaren ataviado con ropa de monje les hizo una reverencia a 
modo de saludo cuando bajaron del carro. 
 
—Honorables invitados —dijo—, sean bienvenidos. Aquí solo 
reinará la paz mientras atiendan a la primera reunión en la que 
participarán por primera vez todos los líderes de Azeroth. 
¿Prometen que se someterán a esta sencilla norma? 
—Creía que habíamos venido hasta aquí para ser testigos de cómo 
se imparte justicia —replicó Vereesa, pero entonces Jaina la agarró 
del brazo. Vereesa se mordió los labios y no dijo nada. Desde el 
asesinato de su marido, Vereesa se había refugiado en Jaina, ya que 
la líder del Kirin Tor era la única que parecía ser capaz de calmar 
las turbulentas aguas de su odio a la Horda. 
—Espero que entiendas que no puede haber paz en nuestros 
corazones —le dijo Jaina al monje—. Ahí solo hay dolor, furia y 
deseo de justicia, tal y como ha señalado Vereesa. Sin embargo, yo 
por mi parte me comprometo a no emplear la violencia. 
 
Pese a que los otros tres que la acompañaban respondieron del 
mismo modo, Vereesa pronunció esas palabras con dificultad. A 
continuación, el pandaren los invitó a seguirlo por ese puente de 
cuerda hasta la descomunal escalera central que llevaba al coliseo. 
Aysa Canción Etérea, una de las primeras pandaren que se había 
unido a la Alianza, se encontraba en la entrada del templo. Los 
recién llegados le hicieron una reverencia, y sus ojos centellearon 
al verlos. Aysa se había mudado a Ventormenta, y Jaina no había 
vuelto a ver a esa monja desde su llegada a esa ciudad hacía ya un 
tiempo. 
 
—Sabía que vendrían —afirmó Aysa, que agachó la cabeza ante 
cada uno de ellos sucesivamente—. Gracias. 
Christie Golden 
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—Aysa —dijo Varian—. ¿Podrías explicamos qué está 
ocurriendo? 
—Lo único que sé es que se ha pedido a las facciones más 
importantes de la Alianza y la Horda que vengan aquí en son de 
paz y que los Augustos Celestiales han tomado algún tipo de 
decisión —respondió—. Por favor, entren en el templo en silencio 
y quédense con sus compañeros ahí, en el centro. Los Celestiales 
llegarán en breve. 
 
Su voz normalmente modulada sonó un tono más alto de lo 
habitual, revelando así que la tensión y la preocupación la 
dominaban. Aunque eso no era una buena señal, todos asintieron. 
 
El Templo del Tigre Blanco era enorme. Aquí, en la zona cavernosa 
situada en el centro del templo, entrenaban los monjes pandaren, 
quienes practicaban con suma disciplina ante la atenta mirada de 
Xuen hasta convertirse en maestros de ese peculiar arte marcial. A 
pesar de su tamaño, el templo no transmitía ninguna sensación de 
opresión. Tal vez eso se debiera a que, aunque en ese sitio había 
una gran cantidad de asientos, nadie iba ahí para presenciar unos 
combates a muerte, sino unas exhibiciones de destreza y habilidad. 
La entrada se hallaba al sur, justo frente a un trono enorme 
flanqueado por unos braseros en la zona de los asientos. Había 
banderas al oeste, norte y este. En el suelo había un anillo 
compuesto de seis grandes círculos de bronce ornamentados 
independientes unos de otros y un séptimo más grande y un poco 
apartado del resto en el centro. La iluminación provenía de las 
llamas de unos faroles que pendían del techo, y de la luz del día 
que atravesaba las puertas abiertas de la entrada. 
 
Ahí, delante de ellos, había más gente. El hijo de Varian, el príncipe 
Anduin, se acercó dando grandes zancadas hacia ellos y le dio un 
abrazo a su padre. Jaina se sintió feliz al comprobar con qué afecto 
y serenidad interactuaban ambos, sobre todo teniendo en cuenta lo 
tensa que había sido su relación hasta no hacía mucho. Anduin, que 
Crímenes de Guerra 
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llevaba en estas tierras mucho más que cualquiera de ellos, se llevó 
un dedo a los labios y ambos asintieron. 
 
En silencio, tal y como se les acababa de pedir, se unieron a la suma 
sacerdotisa Tyrande Susurravientos, que representaba a los elfos de 
la noche, y a la general de los centinelas, Shandris Plumaluna. 
Velen, el anciano líder de los extraños draenei, agachó la cabeza a 
modo de saludo, y Anduin se aproximó a su profesor y amigo 
mientras los demás ocupaban sus respectivos sitios. Genn Cringris, 
rey de Gilneas, entró acompañado del Manitas Mayor Gelbin 
Mekkatorque, a quienes seguían Moira, Muradin Barbabronce y 
Falstad Martillo Salvaje, el triunvirato que hablaba en nombre de 
los reinos enanos. 
 
Cringris había optado por su forma huargen, lo cual quería decir 
muchas cosas; quería indicar a la Horda que algunos de los 
miembros presentes de la Alianza entendían qué suponía estar en 
contacto con el lado más primigenio de la naturaleza y, al mismo 
tiempo, mostraba a sus compañeros de la Alianza que no se 
avergonzaba de ello. 
 
Los representantes de la Horda se habían reunido en la parte 
derecha de esa sala. Al contemplarlos, Jaina frunció los labios. 
Ahora, Go’el se hallaba acompañado por su viejo amigo y 
consejero Eitrigg y otro anciano orco, al que Jaina recordaba. 
Varok Colmillosauro, cuyo hijo Dranosh había caído en la Puerta 
de Cólera. El Rey Exánime había reanimado el cadáver de 
Dranosh, quien volvióa caer... y sufrió una muerte de verdad en 
esta ocasión. Daba la sensación de que Varok era un guerrero 
curtido en mil batallas, pero también era un padre que aún lloraba 
la muerte de un noble hijo. 
 
Entonces, Jaina oyó a alguien respirar hondo a su lado y miró hacia 
el lugar al que miraba Vereesa. Una figura esbelta y elegante 
acababa de entrar en el Templo del Tigre Blanco. A primera vista, 
Christie Golden 
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parecía una arquera elfa, pero su piel tenía una tonalidad pálida 
entre azul y gris, y sus ojos eran de un color rojo brillante, como si 
fueran la única vía de escape con la que contaba un fuego 
inextinguible. 
 
Sylvanas Brisaveloz, la Dama Oscura de los Renegados y hermana 
de Vereesa, acababa de llegar. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Crímenes de Guerra 
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CAPÍTULO DOS 
 
 
 
 
Baine Pezuña de Sangre consideraba que solo Mulgore era capaz 
de superar a los pandaren en su capacidad para hacerle sentir una 
honda paz en su corazón y su mente. Como guerrero que era, 
respetaba la habilidad y destreza de la que hacían gala aquellos que 
luchaban en el templo de Xuen. Aun así, la ansiedad lo dominaba. 
 
Se podía afirmar que la primera gran fechoría que Garrosh había 
cometido contra cualquier miembro de la Horda había tenido como 
objetivo a los tauren; había matado al amado padre de Baine, al 
gran Cairne Pezuña de Sangre, a quien tanto se añoraba. Baine no 
albergaba ninguna duda de que Cairne habría salido victorioso de 
ese combate mano a mano si se hubiera librado de una manera 
justa, como se suponía que se debía combatir en el mak’gora. 
Cairne no había caído ante un rival superior, sino que había muerto 
envenenado, ya que la hoja del arma de Garrosh había sido 
embadurnada con esa sustancia sin que este lo supiera. 
 
Después, Garrosh había descubierto que Magatha, la chamán que 
había «bendecido» esa hoja, conspiraba contra su propio pueblo, y 
que nunca debería haber confiado en una tauren que ni recordaba 
Christie Golden 
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ni honraba sus raíces. De este modo tan traicionero, había sido 
asesinado el mejor de los tauren. Si ben Garrosh no había sido 
responsable de ese acto tan traicionero en particular, se había 
dejado llevar por el lado tenebroso, de un modo tal vez inevitable, 
y había sido capaz de cometer esas otras atrocidades que nadie 
podía negar. En primer lugar, Theramore había sido aniquilada, un 
recuerdo que todavía atormentaba a Baine en sueños, y después el 
Valle de la Flor Eterna, lo cual Baine se lo tomó como una afrenta 
personal, dado su profundo amor y respeto por la Madre Tierra. 
 
Los titanes habían creado ese valle; un bello lugar tan hermoso y 
exuberante que prácticamente era imposible de creer, donde todo 
crecía en paz y armonía. El valle había sido aislado del resto del 
mundo y custodiado por unos atentos guardianes tras la derrota de 
la antigua raza mogu, aunque recientemente tanto la Alianza como 
la Horda se habían ganado el derecho a entrar en él. Baine 
reflexionó amargamente que había hecho falta muy poco tiempo 
para que Garrosh Grito Infernal, arrastrado por sus ansias de poder, 
destruyera algo que había existido durante incontables milenios. 
Después de todo, las flores del valle no resultaron ser «eternas». Ya 
no estaban, solo eran un recuerdo, aunque una nueva vida (y una 
nueva esperanza) brotaba en el valle tras la derrota definitiva del 
sha. 
 
Baine confiaba en los Celestiales. Creía en su sabiduría y 
ecuanimidad. 
 
Entonces, ¿por qué se hallaba tan inquieto? 
 
—En su día, le prometí a Garrosh que sabría perfectamente quién 
iba a disparar la flecha que le atravesaría su tenebroso corazón. Sé 
por qué te muerdes los colmillos de impaciencia, o más bien te los 
morderías si los tuvieras. 
 
Crímenes de Guerra 
25 
 
Baine se sobresaltó. Vol’jin se le había acercado de un modo tan 
silencioso que el tauren no lo había oído. El trol se hallaba ahora 
junto a él. 
 
—Estás en lo cierto —replicó Baine—. Me resulta muy difícil 
conciliar las enseñanzas que me impartió mi padre sobre el honor 
y la justicia con lo que deseo que suceda hoy aquí. 
 
Vol’jin asintió. 
 
—Como suelen decir en la Fiesta de la Cerveza, ponte a la cola —
comentó con una risita ahogada—. Pero si queremos empezar de 
cero, debemos hacer lo que dice Varian. Garrosh ya ha hecho 
bastante daño estando vivo. No queremos que se convierta en un 
mártir para el resto de orcos que justifique que sigan cometiendo 
maldades. Da igual lo que decidan los Celestiales, nadie podrá 
cuestionar su decisión. 
 
Baine lanzó una mirada fugaz a Go’el, Eitrigg y Varok 
Colmillosauro. Aggra ya no sostenía a su hijo, Durak, sino que se 
encontraba en brazos de Go’el, quien lo sujetaba con mucha 
seguridad y calma. Baine, que había perdido a su padre por culpa 
de un innoble acto violento, sabía que Go’el estaba decidido a 
participar activamente en la educación de su hijo. Cairne había 
estado siempre muy presente en la vida de Baine y al ver esa 
estampa este se sintió conmovido de un modo inesperado. Padres e 
hijos... Grommash y Garrosh, Cairne y Baine, Go’el y Durak, 
Arthas y Terenas Menethil, Varosk y Dranosh Colmillosauro. Sin 
lugar a dudas, este era el modo en que la Madre Tierra les recordaba 
ciertos vínculos muy profundos capaces de lo mejor y de lo peor. 
 
—Espero que tengas razón —le dijo Baine a Vol’jin—. Go’el fue 
quien le dio ese cargo a Garrosh, y Colmillosauro le guarda mucho 
rencor. 
 
Christie Golden 
26 
 
Vol’jin se encogió de hombros. 
 
—Ellos son orcos de honor. Sí, lo son. Es ella la que me preocupa. 
Nadie conoce el odio mejor que la Dama Oscura. Y le encanta que 
la venganza se sirva en frío. 
 
Baine contempló a Sylvanas, quien mostraba un porte orgulloso y 
se hallaba sola. La mayoría de los líderes habían venido 
acompañados por otros miembros destacados de sus respectivas 
razas; él mismo había venido acompañado por Kador Cirrocanto, 
el chamán que tanto lo había apoyado en tiempos muy siniestros, y 
Perith Pezuña Tempestuosa, su Caminamillas de mayor confianza. 
Rara vez se veía a Sylvanas sin la compañía de sus Val’kyr, esos 
seres no-muertos que en su día servían a Arthas y ahora la servían 
a ella, a quien también había salvado. Pero al parecer, para este 
evento al menos, Sylvanas prefería no estar acompañada, era como 
si su propia imponente e iracunda presencia fuera a ser más que 
suficiente como para condenar a muerte a Garrosh sin la ayuda ni 
el permiso de nadie. 
 
El tauren recorrió con la mirada la zona donde se habían reunido 
los líderes de la Alianza. El joven Anduin y Lady Jaina, con quien 
en su día se había sentado a compartir un té; ese recuerdo le hizo 
esbozar una triste sonrisa. Había alguien junto a ella que le 
resultaba extrañamente familiar, aunque en esta ocasión se trataba 
de una elfa noble viva. Debía de ser Vereesa Brisaveloz, la hermana 
de Sylvanas y de la desaparecida Alleria. 
 
Al parecer, muchas heridas antiguas se estaban abriendo hoy ahí. 
En ese instante, mientras Baine deseaba que los Celestiales se 
presentaran para anunciar su decisión, el pelaje de los brazos se le 
puso de punta y, de repente, notó que un cierto gozo le invadía el 
corazón. 
 
Crímenes de Guerra 
27 
 
Cuatro siluetas aparecieron en la puerta de entrada, cuyas formas 
destacaban al contraluz. En cuanto se adentraron a grandes 
zancadas en esa zona, Baine se percató de que, a pesar de que tanto 
su corazón como su espíritu reconocían que esos seres eran los 
Augustos Celestiales, habían cambiado de aspecto totalmente. Con 
anterioridad, siempre los había visto con forma de animal, pero 
hoy, al parecer, habían decidido adoptar otras distintas. 
 
Chi-Ji, la Grulla Roja, el inspirador de esperanza, había asumido la 
forma de un elfo de sangre esbelto y delgado. Tenía una larga 
melena pelirroja y lo que Baine en un principio habíatomado por 
una capa dorada resultaron ser sus alas plegadas. Xuen, el Tigre 
Blanco, a quien pertenecía este templo, encamaba la fuerza bajo 
control y la agilidad de movimientos en un cuerpo de elfo de la 
noche de color azul pálido, cuyo pelo y piel mostraban franjas 
negras y blancas. Baine se sintió honrado de poder ser testigo de 
cómo el indómito Buey Negro, Niuzao, había escogido presentarse 
ante los ojos mortales como un yaungol, el cual giraba su cabeza 
de pelo blanco mientras escrutaba a los visitantes con esos 
radiantes ojos azules y reverberaban los pasos que daba con esos 
relucientes cascos. La sabia Serpiente Jade, Yu’lon, se había 
encamado en la forma más peculiar, o eso le pareció a Baine en un 
principio, en un cachorro pandaren. Mientras cavilaba al respecto, 
la mirada magenta de Yu’lon se cruzó con la suya y le sonrió. El 
tauren se dio cuenta de que eso había sido una decisión sabia, pues 
con ese aspecto tan dulce y hermoso lograría que todos quisieran 
acercarse a ella. 
 
Los cuatro Celestiales se dirigieron al norte, donde Xue 
normalmente se sentaba para celebrar audiencias. Baine sintió de 
inmediato una serenidad y una claridad que había echado mucho 
de menos. Exhaló y cerró los ojos brevemente para mostrarles 
gratitud por su mera presencia. 
 
Christie Golden 
28 
 
Todo el mundo permanecía quieto, esperando con ansia alguna 
palabra suya. 
 
Sin embargo, los Celestiales no hablaron, sino que se volvieron 
para contemplar expectantes una pequeña figura que acababa de 
entrar en el templo. 
 
Portaba una armadura de cuero oscuro y llevaba la imagen de un 
tigre blanco rugiendo en el hombro derecho. Gracias al amplio 
sombrero que vestía y al pañuelo rojo que le tapaba la parte inferior 
de la cara, habría resultado irreconocible, pero todos los presentes 
lo estaban esperando. Era Taran Zhu, el líder de los monjes del 
Shadopan, quien hizo una reverencia un tanto torpe e incluso 
esbozó un gesto de dolor. Acto seguido, se aproximó al círculo 
central con unas ágiles zancadas impropias de su edad y de su 
engañosa robustez. Volvió a agacharse; esta vez, para hacer una 
reverencia ante cada uno de esos seres tan silenciosos y poderosos. 
A continuación, observó a los ahí reunidos. 
 
—Bienvenidos —dijo—. Hoy voy a hablar en nombre de los 
Celestiales. De su parte, les aseguro que los recibimos agradecidos 
y con suma humildad. Les pido que se tomen un momento para ser 
conscientes de este histórico momento, pues esto es algo que nunca 
se ha visto en este mundo. Todos aquellos que sirven a la Horda 
como líderes y todos aquellos que hablan en representación de los 
pueblos de la Alianza se han reunido aquí hoy. Ninguno de ustedes 
porta arma alguna, y he dado instrucciones de que se levante un 
campo de atenuación para evitar cualquier uso inadecuado de las 
artes mágicas... incluso poder invocar a lo que ustedes denominan 
la Luz. Todos están aquí para alcanzar un objetivo común, al igual 
que se han unido en otras ocasiones para alcanzar unas metas aún 
mayores. Por favor... durante unos breves instantes, contemplen a 
sus queridos amigos y a sus honorables enemigos. 
 
Crímenes de Guerra 
29 
 
Baine miró primero a Anduin, cuyo rostro sabía que no estaría 
dominado por el odio. Acto seguido, recorrió con la mirada los 
severos rostros de los enanos y el semblante peludo de Genn 
Cringris. Daba la impresión de que Vereesa estuviera apretando los 
dientes con fuerza, así como sus pequeños pero fuertes puños, y se 
preguntó si Jaina era consciente que su tristeza y resentimiento eran 
fácilmente perceptibles. A medida que ese minuto de reflexión se 
fue prolongando, Baine se percató de que la tensión fue 
abandonando algunos rostros, aunque otros parecieron poseídos 
aún más por la impaciencia. En ambos bandos. 
 
Entonces, Taran Zhu prosiguió hablando: 
 
—Bajo nuestros pies, en una prisión muy bien custodiada, se 
encuentra aquel cuyo destino han venido a conocer, ahí se halla 
Garrosh Grito Infernal. 
 
Baine tragó saliva con impaciencia, a la espera de sus siguientes 
palabras. Podía notar que la tensión dominaba el ambiente y podía 
oler la ira, el miedo y la ansiedad. Pero no se podía presionar al 
sereno monje para que fuera más rápido. 
 
—Se les ha dicho que el destino de Garrosh Grito Infernal se 
decidiría hoy aquí. Y eso es totalmente cierto. Los Celestiales no 
mienten. Pero tampoco se lo han contado todo. Tras mucho discutir 
y meditar, han llegado a la conclusión de que Grito Infernal no 
debería ser juzgado por ellos únicamente. Todos han sufrido mucho 
por su culpa, no solo Pandaria, aunque es innegable que sus 
habitantes también han sufrido un calvario. —Se llevó una zarpa al 
vientre, donde Aullavísceras le había abierto una gran herida no 
hacía mucho tiempo—. Por tanto, se merecen poder decidir al 
respecto. No cabe duda de que es culpable; aun así, celebraremos 
un juicio justo y abierto para determinar su destino. En ese juicio 
participarán tanto la Horda como la Alianza e incluso cabrá la 
Christie Golden 
30 
 
posibilidad de reducirle la condena e incluso de que se le conceda... 
la libertad. 
 
Al instante, estalló un clamor ensordecedor. 
 
Baine no sabía quién gritaba con más fuerza, la Horda o la Alianza. 
 
— ¿Un juicio? ¡Pero si alardeaba de lo que había hecho! 
— ¡Merece la muerte, ya que ha matado a muchos! 
— ¡Juzguemos a toda la Horda! 
— ¡Sabemos lo que ha hecho! ¡Todo el mundo lo sabe! 
 
Xuen entornó los ojos levemente y alzó la voz; una voz tan 
cristalina como una campana y tan afilada como una espada. 
 
— ¡El silencio imperará en mi templo! 
 
Lo obedecieron de inmediato. Se relajó e hizo un gesto de 
asentimiento para indicarle a Zhu que continuara. 
 
—Los Augustos Celestiales están de acuerdo en que Garrosh Grito 
Infernal es culpable, pues ha cometido actos terribles y horrendos. 
Repito una vez más que nadie pone en entredicho esos crímenes. 
Sin embargo, lo que ahora debemos decidir es de qué manera se 
van a castigar esos crímenes. No se trata de si debe o no asumir la 
responsabilidad de esas atrocidades, sino de cómo castigarlo por 
ellas. Y la única manera de determinar su castigo es a través de un 
juicio. De este modo, ustedes, tanto la Horda como la Alianza, y 
todo aquel que tenga algo que decir, tendrá la oportunidad de ser 
escuchado. 
—Aun así, los Celestiales seguirán siendo juez, jurado y verdugo, 
¿verdad? —Estas palabras fueron pronunciadas por Lor’themar 
Theron. Baine no dudaba de que la capacidad de «cooperación» de 
ese elfo de sangre hubiera llegado a su límite. 
Crímenes de Guerra 
31 
 
—No, amigo Lor’themar —replicó Taran Zhu—. Los Celestiales, 
que son unos seres muy sabios y desean que se imparta justicia, 
están abiertos a otras opciones y se han ofrecido a hacer de jurado. 
Y yo me sentiré honrado de hacer las veces de fa’shua, de juez. 
Conozco a muchos de los que ahora se hallan ante mí y he de 
decirles que de entre ustedes se elegirán a unos representantes de 
la Horda y la Alianza para que cumplan las funciones de defensa y 
acusación, tal y como exige la antigua ley pandaren. 
—Es culpable... tú mismo lo has dicho —aseveró Vereesa—. 
Entonces, ¿cómo puede haber una defensa y una acusación? 
—El defensor abogará por una sentencia más leve y el acusador, 
por supuesto, pedirá una más severa. Podrán elegir a quien quieran, 
pero la otra parte podrá ejercer el derecho de veto una sola vez. 
— ¡Yo veto todo este procedimiento por entero! —exclamó Genn 
Cringris—. Grito Infernal envió a la Horda a masacrar a nuestro 
pueblo. Fue una terrible carnicería. Si vamos a aceptar que se 
celebre un juicio, hagamos uno de verdad y juzguemos a todos los 
líderes de la Horda, ya que en el mejor de los casos tal vez no 
hicieron nada por impedirlo y en el peor se sumaron a la masacre 
o... —en ese instante, lanzó una mirada teñida de odioa Sylvanas— 
¡incluso instigaron sus propios ataques! 
 
Un clamor plagado de furia resonó con fuerza apoyando su 
propuesta. Baine lamentó ver que Jaina era una de las que más 
gritaban. 
 
—Eso podría llevamos bastante tiempo —afirmó Taran Zhu con 
suma calma—, y no todos tenemos unas vidas muy largas. 
—La Alianza no debería participar en esto para nada —replicó 
Gallywix con extremada brusquedad—. Garrosh debería ser 
juzgado solo por los de su bando, para cercioramos de que 
compense como es debido a aquellos de los suyos a los que ha 
hecho tanto mal. 
 
Mekkatorque se echó a reír de un modo muy irónico. 
Christie Golden 
32 
 
 
— ¡Espero que te refieras a un compensación pecuniaria! 
—Sí, esa sería una forma aceptable de compensación —contestó 
Gallywix. 
 
Taran Zhu suspiró y alzó ambas zarpas para pedir silencio. 
 
—Los líderes de la Horda y la Alianza deben decidirse ya. ¿La 
propuesta que les he presentado te parece aceptable, Jefe de Guerra 
Vol’jin? ¿Y a ti rey Varian Wrynn? 
 
El trol y el humano se miraron por un momento. Entonces, Vol’jin 
asintió. 
 
—Los Celestiales parecen tener una mejor perspectiva sobre este 
tipo de cosas que nosotros, que hemos participado directamente en 
ellas; además, sé que tú obrarás de un modo honorable, Taran Zhu. 
Prefiero que mi voz se escuche y no limitarme simplemente a 
aceptar una decisión. La Horda acepta la propuesta. 
—Al igual que la Alianza —dijo Varian de inmediato. 
—Se los llevará a un lugar donde podrán elegir a su defensor y 
acusador —replicó Taran Zhu—. Recuerden: cada bando podrá 
ejercer la opción de veto una sola vez. Elijan bien y sabiamente. 
 
Ji Zarpa Ígnea, que había permanecido hasta ahora al margen, se 
aproximó a Vol’jin y le hizo una profunda reverencia. 
 
—Los llevaré a uno de los templos laterales, donde podrán disfrutar 
de los braseros. —Una amplia sonrisa se dibujó en su peluda cara 
a la vez que le centelleaban los ojos—. Y de unos refrigerios. 
 
******* 
 
El pandaren cumplió su palabra. Quince minutos después, Vol’jin, 
Go’el, Baine, Eitrigg, Varok Colmillosauro, Sylvanas, Lor’themar 
Crímenes de Guerra 
33 
 
Theron y Jastor Gallywix estaba sentados sobre una alfombra que, 
si bien no era muy hermosa, los protegía del frío de ese suelo de 
piedra. Les dieron carne y bebida, y los prometidos braseros les 
proporcionaron calor. 
 
Vol’jin asintió al ver la comida. 
 
—Hablaremos con más inteligencia cuando tengamos la tripa llena 
—aseveró. 
 
Dieron buena cuenta de la comida que, como era costumbre en 
Pandaria, vino acompañada de una gran cantidad de cerveza, por 
supuesto. En cuanto todo el mundo acabó, Vol’jin no perdió el 
tiempo y fue al grano. 
 
—Hermanos orcos, ya saben que los respeto mucho. Pero creo que 
si queremos que un orco defienda a Garrosh, tengan por seguro que 
la Alianza nos vetará. 
 
Go’el asintió. 
 
—Resulta tremendamente lamentable que Garrosh haya caído tan 
bajo y haya arrastrado consigo toda la reputación de una raza. Nada 
de lo que pueda argumentar un defensor orco será tenido en serio, 
para bien o para mal. 
 
Baine se mostró en desacuerdo. 
 
—Al contrario, creo que sería bueno que todo el mundo viera que 
un orco es capaz de comportarse de un modo honorable en un 
acontecimiento tan público. Eitrigg es conocido por sus modales 
serenos y su gran inteligencia. 
 
Christie Golden 
34 
 
Pero el anciano orco ya estaba agitando de lado a lado esa cabeza 
donde residía esa gran inteligencia antes de que Baine siquiera 
hubiera acabado de hablar. 
 
—Esas palabras me halagan, Gran Jefe, pero Go’el tiene razón. 
Yo... y él y Colmillosauro... podremos tener la oportunidad de 
hablar si así lo deseamos. Taran Zhu nos lo ha prometido, y yo le 
creo. 
—Yo defenderé a Garrosh —afirmó Sylvanas—. Todo el mundo 
sabe que él y yo no coincidimos en nada. La Alianza nunca podrá 
acusarme de ser muy blanda con él. 
—Es cierto que como miembro de la acusación no tendría precio 
—señaló Vol’jin—. Pero estamos buscando un defensor. 
—Vamos, Jefe de Guerra —replicó Sylvanas—. ¡Pero si aquí todos 
queremos ver cómo Garrosh acaba en manos del verdugo! ¡Y lo 
sabes bien! Tú mismo dijiste una vez... 
—Sé lo que dije mucho mejor que tú, Sylvanas —le espetó Vol’jin, 
con una voz muy baja y amenazadora—. A ti no te abandonaron 
degollada porque creían que estabas muerto, a mí sí. Sé que todos 
nosotros hemos sufrido bajo su mandato. Pero también sé que los 
Celestiales pretenden que se celebre un juicio lo más justo posible, 
dentro de las limitaciones que tenemos como seres mortales para 
ser ecuánimes. Creo que solo puede haber una elección adecuada 
para desempeñar ese papel. Alguien respetado tanto por la Horda 
como por la Alianza, que no tiene en mucha estima a Garrosh, pero 
que nunca va a mentir y siempre va a hacerlo lo mejor posible. 
 
Se volvió hacia Baine. 
 
Durante un inocente segundo, Baine pensó que el trol, 
simplemente, se había girado hacia él para pedirle su opinión. 
Entonces, se dio cuenta de lo que ocurría en realidad. 
 
— ¿Yo? —vociferó—. ¡Por la Madre Tierra, pero si Garrosh 
asesinó a mi padre! 
Crímenes de Guerra 
35 
 
—Acabas de dejar claro por qué el Jefe de Guerra tiene razón —
señaló Lor’themar—. A pesar de todo el mal que te ha hecho 
Garrosh a nivel personal, has seguido siendo leal a la Horda hasta 
que llegó un momento en que creíste que él también le estaba 
haciendo daño a la Horda. Además, la Alianza cuenta con multitud 
de espías, y tienes una buena relación con lady Valiente. 
Baine se giró hacia Go’el y, con la mirada, le imploró al orco que 
interviniera. Go’el, sin embargo, sonrió y dijo: 
—Los tauren siempre han sido un pilar de la Horda. Si alguien 
puede defender a Garrosh y ser escuchado con atención, ese serás 
tú, amigo mío. 
—No quiero defenderlo... Quiero lo mismo que ustedes —replicó 
Baine violentamente—. Garrosh se merece morir cien veces. 
—Oblígalos a escucharte —dijo alguien que había permanecido 
callado hasta entonces. Se trataba de una voz grave y fuerte, a pesar 
de la edad, que estaba teñida por un agudo dolor—. Echarle en cara 
toda una lista de atrocidades a Garrosh no tiene ningún mérito —
aseveró Colmillosauro—. El verdadero reto consiste en lograr que 
el juez y el jurado presten atención de verdad a tus argumentos, en 
que luego reflexionen con serenidad al respecto, a pesar de que 
todos saben cuánto sufres por dentro al desempeñar esa labor... solo 
tú puedes hacer eso, Baine Pezuña de Sangre. 
— ¡Soy un guerrero, no un sacerdote! Yo no me lleno la boca con 
palabras zalameras y agradables ni intento conmover a la gente con 
ellas. 
—Garrosh también es un guerrero —replicó Go’el—. Para bien o 
para mal, eres el representante más justo que podemos elegir. 
 
Baine apretó los dientes con fuerza y se volvió hacia Vol’jin. 
 
—Si pude ser leal a la horda y a mi Jefe de Guerra cuando ese título 
lo ostentaba Garrosh, no cabe duda de que seré capaz de serte leal 
a ti, quien siempre has sido digno de respeto, Vol’jin. 
Christie Golden 
36 
 
—No es una orden —le corrigió Vol’jin, a la vez que apoyaba una 
mano sobre el hombro del tauren—. En este asunto, debes hacer lo 
que te dicte el corazón. 
 
******* 
 
Las cosas no estaban yendo como había deseado Sylvanas 
Brisaveloz. Ni por asomo. 
 
En primer lugar, había esperado (al igual que todos los miembros 
de la Horda, incluso, obviamente, el piadoso Go’el) que los 
hubieran reunido aquí para decidir cuál de ellos había sido elegido 
para realizar la codiciada tarea de matar a Garrosh. Lo preferible 
habría sido hacerlo lentamente, al mismo tiempo que se le infligía 
mucho dolor. Varian Wrynn ya había hecho que esa ejecución tan 
gozosa se demorara mucho tiempo, y tener que oír que los 
Celestiales querían celebrar un juicio con las máximas garantías era 
ridículo cuando incluso ellos y Taran Zhu admitíanque Garrosh 
era culpable. El mismo concepto de «justicia» y de «no obrar 
impulsado por la venganza» era demasiado nauseabundo y no 
merecía la pena malgastar tanto tiempo ni esfuerzos por defenderlo. 
Sylvanas reflexionó y concluyó que lo único bueno que tenía todo 
esto era que, al menos, iba a tener la oportunidad de hablar y contar 
su verdad sobre la montaña de evidencias que había en contra de 
Garrosh. 
 
No esperaba que la eligieran como defensora, puesto que sabía que 
Vol’jin tenía razón cuando había dicho que si la Horda la hubiera 
escogido, la Alianza la habría vetado por puro odio, nada más. Pero 
¿Baine...? ¿El guerrero más plácido que jamás había conocido? 
¿Ese guerrero que pertenecía a una raza generosa y amable? 
 
Era toda una locura. Baine tenía incluso más razones que ella para 
desear la muerte de Garrosh. Ese orco debería haber sido el Arthas 
de Baine; no obstante, era consciente de que si el tauren aceptaba, 
Crímenes de Guerra 
37 
 
sería capaz de exponer sus argumentos tan bien que todo el mundo 
acabaría queriendo regalar unas flores a Garrosh en vez de querer 
matarlo. 
 
Baine agachó las orejas a la vez que suspiraba muy hondo. 
 
—Asumiré esta tarea —dijo—, aunque no tengo ni idea de cómo 
llevarla a cabo. 
 
Sylvanas tuvo que hacer un gran esfuerzo para que sus labios no se 
curvaran para conformar una mueca de desdén. 
 
En ese instante, Ji asomó la cabeza. 
 
—La Alianza ya ha escogido a su acusador. Si ustedes también 
están preparados, podemos volver a reunimos en el lugar de antes. 
 
Lo siguieron por ese camino cubierto de una escasa nieve. Los 
representantes de la Alianza ya se encontraban ahí y se volvieron 
para observar a sus contrapartidas de la Horda. Taran Zhu esperó a 
que todos llegaran y, entonces, se dirigió a ambos grupos: 
 
—Cada bando ha tomado una decisión. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿a 
quién has seleccionado para defender a Garrosh Grito Infernal? 
Defender a Garrosh Grito Infernal. Esas palabras eran una ofensa 
en sí mismas. 
—Hemos escogido Baine Pezuña de Sangre del pueblo tauren —
contestó Vol’jin. 
— ¿La Alianza tiene alguna objeción? 
 
Varian giró su cabeza de pelo moreno para mirar a sus compañeros. 
Nadie dijo nada; de hecho, tal y como Vol’jin había previsto, 
muchos miembros de la Alianza parecían satisfechos. Para sorpresa 
de Sylvanas, incluso el hijo de Varian esbozaba una pequeña 
sonrisa. 
Christie Golden 
38 
 
 
—La Alianza acepta la elección de Baine Pezuña de Sangre, pues 
sabemos que es honorable —respondió Varian. 
 
Taran Zhu asintió una sola vez. 
 
—Rey Varian, ¿a quién ha escogido la Alianza para hacer las veces 
de acusador de Garrosh Grito Infernal? 
—Yo mismo desempeñaré esa tarea —contestó Varian. 
— ¡Me opongo totalmente! —exclamó Sylvanas—. ¡No vamos a 
aceptar ninguna imposición más por tu parte! 
 
No estaba sola en sus protestas; otras voces airadas se sumaron y 
Taran Zhu se vio obligado a gritar para que pudieran escucharlo. 
 
— ¡Haya paz, haya paz! —A pesar de que pedía paz, su voz 
resultaba tremendamente imponente, de modo que los gritos 
pasaron a ser susurros hasta que, al final, menguaron del todo—. 
Jefe de Guerra Vol’jin, ¿vas a ejercer tu derecho a rechazar al rey 
Varian como acusador? 
 
Varian contaba con pocos amigos en la Horda. Muchos 
desconfiaban de su aparente cambio de personalidad y, a pesar de 
que había renunciado a ocupar Orgrimmar, solo se había ganado 
unos agradecimientos reticentes. Los humanos eran el enemigo, 
siempre lo serían. 
 
Sylvanas se percató de que el desagrado con el que la Horda había 
aceptado que se celebrara el juicio podría transformarse en algo 
mucho peor si tenían que ser testigos de cómo Varian ejercía de 
acusador. Daba la impresión de que Vol’jin también era consciente 
de esto. 
 
—Sí, Lord Taran Zhu. Vamos a ejercer nuestro derecho de veto —
respondió. 
Crímenes de Guerra 
39 
 
 
Lo más extraño de todo fue que la Alianza no intentó convencerlos 
de lo contrario. A Sylvanas le llamó mucho la atención esta 
reacción y, en cuanto el nombre del nuevo acusador fue 
pronunciado, se dio cuenta de que todo había sido una estratagema 
perfectamente calculada. 
 
—Entonces, escogemos como acusadora a la suma sacerdotisa 
Tyrande Susurravientos —dijo Varian con suma calma. 
 
Tyrande Susurravientos pertenecía a la raza que más odiaba a los 
orcos, incluso más que los humanos, pues era una elfa de la noche, 
lo cual era normal ya que amaban la naturaleza y los orcos solían 
arrasarla para levantar sus edificios y obtener materiales con los 
que fabricar sus armas. Sylvanas se sintió ultrajada en un primer 
momento, pero luego se preguntó por un instante si realmente esa 
era una elección tan mala como parecía a simple vista. La mayoría 
de la Horda habría preferido acusar a Garrosh antes que defenderlo, 
tal y como había demostrado que Baine hubiera aceptado ser el 
defensor a regañadientes. 
 
Sin embargo, mientras Tyrande recorría con su reluciente mirada a 
la Horda, Sylvanas pudo ver que no simpatizaba para nada con 
ellos. Además, a pesar de que Tyrande era una sacerdotisa, había 
participado en un buen número de batallas. 
 
Aunque Taran Zhu continuó hablando y les explicó que la ley 
pandaren imponía cuál iba a ser el procedimiento que iba a regir el 
juicio, la Reina alma en pena hizo oídos sordos. 
 
—Bien jugado, miembros de la Alianza —murmuró en el idioma 
que había sido en su día su lengua materna. 
—Presentaron a Varian con la única intención de que lo vetáramos, 
para que pudieran poner en su lugar a alguien todavía más decidida 
a acabar con Garrosh, por si acaso alguno de nosotros albergaba 
Christie Golden 
40 
 
todavía el más mínimo aprecio por él en su corazón —respondió 
alguien en el mismo idioma—. Creo que aún no comprenden que 
lo odiamos tanto como ellos. 
 
Sylvanas posó su mirada sobre Lor’themar y arqueó una ceja. El 
líder sin’dorei siempre se había mostrado muy educado, aunque 
también frío y resentido, siempre que Sylvanas había hecho algún 
intento de aproximación para forjar una alianza, siempre había 
mantenido su apreciada dignidad incluso cuando las circunstancias 
le imponían lo contrario. ¿Acaso esta conversación en thalassiano 
era una señal de que había cambiado de actitud? ¿Tal vez estaba 
dolido porque lo habían ignorado a la hora de elegir un nuevo líder 
para la Horda? 
 
—Ella no le tiene ningún cariño a Garrosh, precisamente —
observó Sylvanas. 
—Tampoco a la Horda —replicó Lor’themar—. Me pregunto si 
Vol’jin no se va a arrepentir de no haber aceptado a Varian cuando 
tuvo la oportunidad. Supongo que tendremos que esperar y 
observar. 
—Como siempre nos toca hacer a nosotros —apostilló Sylvanas, 
quien tenía curiosidad por saber cómo iba a responder ante esa 
señal de camaradería que le acababa de enviar. Al parecer, no la 
oyó, ya que se limitó a hacer una reverencia ante alguien del bando 
de la Alianza mientras los diversos representantes desfilaban para 
marcharse. Sylvanas se giró para ver a quién había saludado. 
 
Por supuesto... Vereesa y Lor’themar se habían conocido 
recientemente. El trato cortés que le había dispensado su hermana 
al líder de los elfos de sangre había sorprendido a Sylvanas. Y la 
sorprendió aún más que, tras saludar a Lor’themar, Vereesa clavó 
sus ojos en los de Sylvanas durante un largo instante. Acto seguido, 
apartó la mirada. 
 
Crímenes de Guerra 
41 
 
Era la primera vez que las hermanas Brisaveloz (dos de ellas, en 
todo caso) se veían desde hacía años. Lo normal habría sido que 
Vereesa se hubiera emocionado al volver a ver a Sylvanas. Sin 
embargo, en el rostro de Vereesa no había ni amargura ni tristeza. 
 
Solo una determinación siniestra y una especie de... ¿satisfacción 
muy peculiar? 
 
Sylvanas no tenía ni idea por qué. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ChristieGolden 
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CAPÍTULO TRES 
 
 
 
 
La tensión abandonó a Baine en cuanto puso una pezuña de nuevo 
en el suelo de su querida Mulgore, ya que se había sentido muy 
presionado durante todo el tiempo que había estado en Pandaria. 
Respiró hondo el limpio y dulce aire nocturno y cerró los ojos. 
 
El chamán Kador Cirrocanto lo estaba esperando. 
 
—Me alegro de tenerte de vuelta en casa —le saludó Cirrocanto 
con voz grave al mismo tiempo que hacía una profunda reverencia. 
—Me alegro de estar de nuevo en casa, aunque solo sea por breve 
tiempo... y para realizar una tarea tan sombría —replicó Baine. 
—Los muertos siempre nos acompañan —respondió Cirrocanto—
. Tal vez nos apene no poder disfrutar de su presencia física, pero 
sus canciones se encuentran en el viento y sus risas, en el agua. 
—Ojalá pudieran hablamos y aconsejamos como hacía en su día. 
Esta reflexión hizo que la tensión se apoderara de nuevo de Baine, 
aunque dudó de si había sido inteligente reabrir esa vieja herida de 
un modo tan deliberado. No obstante, confiaba en que el chamán 
lo habría disuadido si creyera que su petición era poco inteligente. 
Crímenes de Guerra 
43 
 
—Nos hablan, Baine Pezuña de Sangre, aunque de maneras que no 
estamos acostumbrados a escuchar. 
Baine asintió. En efecto, su padre, Cairne, siempre estaba con él. 
Baine y Cirrocanto se hallaban en Roca Roja, el antiguo 
emplazamiento donde los héroes caídos de los tauren eran enviados 
a los brazos de la Madre Tierra y el Padre Cielo a través del fuego 
purificador. Roca Roja, que se encontraba a una ligera distancia de 
Cima del Trueno, tenía un nombre muy adecuado, puesto que era 
una formación natural hecha de arenisca roja. Era un lugar muy 
sereno donde poder reflexionar, donde uno podía abandonar el 
mundo de Cima del Trueno para adentrarse en un sitio que permitía 
el tránsito entre ese mundo y el siguiente. Baine no había estado 
aquí desde que se había despedido de Cairne. Ahora, al igual que 
entonces, Cirrocanto se hallaba junto a él, aunque esta vez se 
encontraban ellos dos solos. Al oeste, Baine podía ver Cima del 
Trueno en la lejanía, con su silueta recortada frente a un cielo 
plagado de estrellas, cuyas hogueras y antorchas eran como 
pequeñas estrellas. Aquí, en la Roca Roja, al este, también ardía un 
pequeño fuego, que proporcionaba calor y un fulgor reconfortante. 
 
Sí, fuego. Se volvió y contempló las plataformas de piras funerarias 
que se encontraban vacías de cadáveres, donde ahora nadie 
aguardaba a ser incinerado ritualmente. Ahí solo quedarían las 
cenizas e incluso estas serían arrastradas por los vientos aullantes 
y esparcidas por los cuatro puntos cardinales. A pesar de que Cima 
del Trueno era su hogar desde hacía mucho tiempo, los tauren 
preferían no enterrar a sus muertos. Estos rituales funerarios eran 
un recuerdo de sus tiempos nómadas; además, si sus seres queridos 
eran liberados al viento a través del fuego, podían vagar en la 
muerte como habían hecho en vida si así lo deseaban. 
 
— ¿Has tenido tiempo suficiente para realizar los preparativos? —
preguntó Cirrocanto. 
—Sí —contestó el chamán a la vez que asentía—. No es un ritual 
extremadamente complejo. 
Christie Golden 
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A Baine no le sorprendió esa respuesta. Los tauren eran un pueblo 
sencillo que no necesitaba utilizar palabras complejas ni objetos 
extraños ni difíciles de obtener para realizar sus ceremonias. Lo 
que la amada tierra les proporcionaba era casi siempre más que 
suficiente. 
 
— ¿Está listo, Gran Jefe? —inquirió Cirrocanto. 
 
Un afligido Baine soltó una risita entre dientes. 
 
—No. Pero eso no importa. Empecemos. 
 
Cirrocanto, ataviado con un atuendo de cuero confeccionado con 
las pieles de bestias que él mismo había matado, pisoteó el suelo 
con sus pezuñas con un ritmo lento y constante a la vez que alzaba 
el hocico hacia el cielo del este. 
 
— ¡Yo los saludo, espíritus del aire! Brisa, viento y tormenta, yo 
los invoco a ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se 
sumen a nuestro rito y susurren los sabios consejos del gran Cairne 
Pezuña de Sangre al oído de su expectante hijo Baine. 
 
Había sido una noche muy plácida, pero ahora un suave céfiro 
acariciaba el pelaje de Baine, que estiró las orejas, aunque lo único 
que oyó fue un leve murmullo, al menos por ahora. Cirrocanto 
metió una mano en su bolsita de chamán y sacó de ella un puñado 
de polvo gris, que esparció sobre el suelo mientras caminaba, 
formando una línea curva con la que unió el este y el sur. 
Normalmente, utilizaban polen de maíz para cuando se trataba de 
una ceremonia relacionada con aspectos de la vida, pero como este 
era un ritual dedicado a los muertos, este polvo gris estaba hecho 
con las cenizas de aquellos que habían sido enviados a los espíritus 
en este lugar. 
 
Crímenes de Guerra 
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— ¡Yo los saludo, espíritus del fuego! —exclamó Cirrocanto al 
encararse con una diminuta llama y alzar su bastón para honrarla—
. Ascuas relucientes, llamas y hogueras, yo los invoco a ustedes y 
muchos más. Esta noche, les pedimos que se sumen a nuestro rito 
y proporcionen a Baine Pezuña de Sangre el ardor guerrero y 
tremendo coraje de Cairne Pezuña de Sangre, su amado padre. 
 
La llama se elevó bruscamente por un momento, y Baine notó el 
tremendo calor de ese muro de fuego. Tras haber revelado su 
presencia, el fuego menguó hasta hallarse en un estado más 
moderado, crepitando a la vez que ardía delicadamente. 
 
Entonces, Cirrocanto se volvió al oeste e invocó a los espíritus «de 
las gotas de lluvia, del río y la tempestad» y les pidió que inundaran 
al Gran Jefe tauren con los recuerdos del amor de su padre. A Baine 
se le desbocó el corazón de dolor por un momento a la vez que 
pensaba: Las lágrimas también están hechas de agua. 
 
Los siguientes en ser bienvenidos fueron los espíritus de la tierra; 
el suelo, la piedra y la montaña, así como los mismos huesos de los 
muertos honrados. Cirrocanto pidió que Baine pudiera hallar 
consuelo en las tierras de su pueblo, a las que Cairne los había 
traído a todos en su día. Acto seguido, Cirrocanto cerró ese círculo 
sagrado dibujado con cenizas grises. Baine notó que una cierta 
energía muy potente se desplazaba en ese espacio, lo cual le 
recordó la sensación que solfa experimentar cuando se avecinaba 
tormenta, aunque se sintió inusualmente sereno. 
 
—Bienvenido. Espíritu de la Vida —gritó Cirrocanto—. Te hallas 
en forma de aire en nuestro aliento, en forma de fuego en nuestra 
sangre, en forma de tierra en nuestros huesos y en forma de agua 
en nuestras lágrimas. Sabemos que la muerte es únicamente la 
sombra de la vida y que el final de las cosas es tan natural como su 
nacimiento. Te pedimos que te sumes a nuestro rito c invitamos a 
aquel que camina bajo tu sombra a que nos acompañe esta noche. 
Christie Golden 
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Permanecieron en silencio en el centro de ese círculo por un 
momento, respirando de una manera cadenciosa y rítmica. Después 
de un rato, Cirrocanto asintió e invitó a Baine a sentarse en el centro 
de esas piras vacías, de cara a Cima del Trueno. Baine hizo lo que 
le pedía y continuó respirando hondo mientras calmaba sus 
turbulentos pensamientos. Cirrocanto le entregó un cáliz de arcilla 
lleno de un líquido oscuro que reflejaba la luz de las estrellas. 
 
—Esto te permitirá tener una visión, si la Madre Tierra así lo desea. 
Bebe. 
 
Baine se llevó el cáliz a los labios y paladeó los no demasiado 
desagradables sabores de la hojaplata, la brezospina, la raíz de 
tierra y algo más que no pudo identificar. A continuación, le 
devolvió el cáliz al chamán. 
 
—No te quedes adormilado, Baine Pezuña de Sangre. Contempla 
esta tierra con la mirada perdida —le exhortó Cirrocanto. 
 
Baine lo obedeció. Se relajó y su mirada se perdió en el vacío. 
 
Oyó los golpes regulares y suaves de un tambor hechode piel, que 
emulaba los latidos de un corazón tauren. Perdió la noción del 
tiempo. Solo sabía que llevaba un rato sentado escuchando a 
Cirrocanto y que se hallaba tremendamente relajado, que se sentía 
en paz en lo más hondo de su corazón, el cual latía al compás del 
tambor. 
 
Entonces, con suma delicadeza, una presencia llamó su atención. 
Cairne Pezuña de Sangre sonrió a su hijo. 
 
Se trataba de un Cairne que Baine nunca había conocido; cuando 
el poderoso toro se hallaba en la flor de la vida, cuando tenía una 
mirada dura y aguda. Sostenía su lanzarruna, que estaba intacta, 
Crímenes de Guerra 
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igual que él. Cairne alzó la lanza a modo de saludo de tal modo que 
los colosales músculos de su pecho se tomaron más visibles aún. 
 
—Padre —susurró Baine. 
—Hijo mío —dijo Cairne, cuyos ojos entornados se llenaron de 
afecto—. Caminar entre tu mundo y el mío resulta muy difícil y 
dispongo de muy poco tiempo, pero he sabido que tenía que venir, 
ya que las dudas anidan en tu corazón. 
 
En ese instante, todo el dolor que Baine había enterrado en lo más 
hondo de su corazón, que no había podido expresar, que no se podía 
siquiera permitir sentir para que no le impidiera cumplir sus 
obligaciones con el pueblo tauren al que lideraba, brotó de él como 
un violento maremoto. 
 
—Padre... ¡Garrosh te mató! ¡Te negó el derecho a morir con 
honor! Se limitó a mantenerse al margen mientras la Tótem 
Siniestro y yo luchábamos como... como bestias en una fosa, 
¡mientras aguardaba al vencedor! Ha violado a la tierra, ha mentido 
a su propia gente, y Theramore... 
 
Las lágrimas recorrían el hocico de Baine, unas lágrimas teñidas de 
tristeza e ira. Por un momento, fue incapaz de hablar, pues ambas 
emociones lo ahogaban. 
 
—Y ahora te han pedido que lo defiendas —replicó Cairne—. 
Cuando lo que deseas es poder aplastarle la garganta con la pezuña. 
 
Baine asintió. 
 
—Sí. Tú te atreviste a criticarlo abiertamente cuando nadie más se 
atrevía. Padre... ¿acaso debería haber hecho yo lo mismo? ¿Habría 
podido detenerlo? ¿La... la sangre que se ha derramado por su culpa 
también mancha mis manos? 
 
Christie Golden 
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Esa pregunta le sorprendió incluso a él mismo, era como si esas 
palabras hubiesen brotado solas de su garganta. Cairne sonrió 
levemente. 
 
—El pasado, pasado está. El tiempo se lo ha llevado, al igual que 
el viento arrastra las flores. Las decisiones que tomó Garrosh son 
solo suyas, así como la responsabilidad que debe asumir por sus 
actos. Siempre has hecho lo que te ha dictado el corazón y siempre 
has hecho que me sienta orgulloso de ti. 
 
En ese instante, Baine supo cuál era la respuesta que Cairne iba a 
darle. 
 
—Crees... crees que debería hacerlo —susurró—. Que debería 
defender a Garrosh Grito Infernal. 
—Lo que yo piense no importa. Debes hacer lo que creas correcto 
Como siempre has hecho. En esos momentos, yo consideré que 
desafiar a Garrosh era lo correcto. En otros distintos, tú 
consideraste que apoyarlo como líder de la Horda era lo correcto. 
—Varian debería haber dejado que Go’el lo matara —gruñó Baine. 
—Pero no lo hizo, por eso estamos aquí —replicó el anciano 
(aunque ahora joven) toro con suma tranquilidad—. Si respondes a 
esto, sabrás qué hacer. Si te aflige tanto que me asesinaran de una 
manera tan traicionera, ¿acaso no deberías hacer todo lo posible 
para alcanzar la pura verdad con total honradez e integridad, a pesar 
de que no sea fácil, o sobre todo porque no lo es? ¿Acaso no 
deberías hacer todo lo posible por cumplir esta tarea que te han 
asignado de una manera honorable? Querido hijo, sangre de mi 
sangre, creo que ya sabías la respuesta antes de venir aquí. 
 
Era cierto. Pero ser consciente de ello hacía sufrir a Baine. 
 
—Aceptaré esta pesada carga —murmuró—. Y defenderé a 
Garrosh de la mejor manera posible. 
Crímenes de Guerra 
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—Si hicieras menos, no serías quien eres. Cuando todo esto acabe, 
te alegrarás de haber obrado así. No, no —dijo, alzando las manos 
a modo de protesta al ver que Baine intentaba hablar—. No puedo 
decirte cuál será el resultado. Pero te prometo... que hallarás la paz 
en tu corazón. 
 
Cairne se fue desvaneciendo. Al percatarse de ello, Baine se quedó 
compungido por haber desperdiciado esta valiosa oportunidad de 
hablar con él quejándose como un mero ternero, cuando su padre... 
¡su padre...! 
 
— ¡No! —exclamó, con una voz quebrada por la emoción—. 
Padre... ¡por favor, no te vayas, aún no! ¡Por favor, aún no...! 
 
Había tantas cosas que Baine quería decirle. Lo terriblemente que 
le echaba de menos. Lo mucho que intentaba honrar el recuerdo de 
su padre. Que estos breves instantes significaban muchísimo para 
él. Extendió los brazos de un modo suplicante, pero ya era 
demasiado tarde. Su padre se adentró en la sombra de la vida, 
dejando atrás el sol de esta, y Baine cerró ambas manos al intentar 
agarrar lo que solo era vacío. 
 
La tristeza se adueñó de la mirada de Cairne. También extendió los 
brazos, pero al instante se esfumó. 
 
Cirrocanto logró coger a Baine antes de que se cayera del todo. 
 
— ¿Has hallado la respuestas que buscabas, Gran Jefe? —preguntó 
Cirrocanto al mismo tiempo que le entregaba a Baine un cáliz 
repleto de agua fresca y clara. Tras darle unos sorbos, a Baine se le 
fue despejando la cabeza. 
— ¿Las respuestas que buscaba? No. Pero sí las que necesitaba —
contestó, mientras sonreía con tristeza a su amigo. 
Cirrocanto asintió, pues lo entendía perfectamente. En medio del 
murmullo de la noche, el canturreo de los grillos y el suspiro de la 
Christie Golden 
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brisa se vieron interrumpidos por un zumbido familiar cuando unos 
torbellinos de colores brillantes cobraron forma. 
— ¿Quién se atreve a interrumpir este ritual? —se quejó 
Cirrocanto—. ¡El círculo aún no se ha roto! 
 
Baine se puso en pie mientras el chamán se acercaba dando 
zancadas al portal abierto. Un elfo noble esbelto lo atravesó. Tenía 
el aspecto típico de cualquier miembro de su raza; unos rasgos 
marcados y elegantes, un pelo rubio largo y suelto y una perilla 
corta y muy bien arreglada. El elfo hizo una seña a Baine con cierta 
impaciencia. 
 
—Gran Jefe, me llamo Kairozdormu. Taran Zhu me ha enviado 
para escoltarte al Templo del Tigre Blanco. Por favor, debes 
acompañarme. 
—Estás interrumpiendo una ceremonia sagrada... —empezó a decir 
Cirrocanto. 
 
El elfo le lanzó una mirada furibunda. 
 
— ¡Lamento terriblemente tener que mostrarme tan irrespetuoso, 
pero debemos apresuramos, de veras! 
 
Baine posó su mirada sobre el tabardo que vestía el elfo. Era 
marrón con ribetes dorados y tenía una insignia en el centro del 
pecho; un círculo dorado taraceado con el símbolo del infinito. 
Como era el tabardo que vestían los caminantes del tiempo, Baine 
decidió hacer un comentario un tanto aventurado: 
 
—No sabía que tu Vuelo seguía vistiendo estas ropas. Creía que 
vuestro poder sobre el tiempo... 
 
Kairozdormu agitó una mano de largos dedos en el aire con suma 
impaciencia. 
 
Crímenes de Guerra 
51 
 
—La historia es muy larga, y el tiempo muy corto... 
—Una frase muy graciosa, viniendo de ti. ¿Acaso va a suceder 
alguna catástrofe inminente en los portales del tiempo? 
—No, es por una razón mucho más prosaica... Este portal no va a 
estar abierto por siempre. —De repente, se rio entre dientes—. 
Bueno —se corrigió a sí mismo, esbozando una sonrisilla maliciosa 
con la que mostró fugazmente sus blancos dientes—, en teoría, sí 
podría, pero no aquí ni en este momento en particular. Gran Jefe 
Baine, si es tan amable... 
 
Baine se volvió hacia Cirrocanto. 
 
—Te doy las gracias por todo, Kador, pero el deber me llama. 
—Y, al parecer, con acento elfo —replicó Cirrocanto, quien, no 
obstante, hizo una reverencia—. Ve, Gran Jefe, con la bendición de 
tu padre, de eso al menos estoy seguro. 
 
*******La comida fue ligera y sencilla; pan de piñones, queso azul 
darnassiano y peras lunares frescas, todo ello regado con zumo de 
baya lunar. Aquí en el templo de su querida Elune, Tyrande le contó 
al archidruida Malfurion Tempestira lo acontecido con anterioridad 
en el Templo del Tigre Blanco. 
 
Ella se había alegrado al saber que Taran Zhu había designado a 
una maga para teletransportar a aquellos que iban a participar en el 
juicio. Yu Fei era una pandaren de cara muy dulce cuya túnica de 
seda estaba confeccionada con las tonalidades del agua, lo cual 
encajaba perfectamente con el único mechón de pelo rebelde que 
le tapaba recatadamente un ojo azul. 
 
«Chu’shao Susurravientos», había dicho Yu Fei, utilizando el 
término pandaren para «consejero» a la vez que hacía una honda 
reverencia al presentarse, «me siento honrada de poder enviarte a 
Christie Golden 
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casa hasta que tus obligaciones reclamen tu presencia aquí. No 
dudes en llamarme si necesitas mi ayuda». 
 
—Cielo, ¿estás segura de que quieres asumir este deber? —le 
preguntó el archidruida. 
 
Las plumas que le cubrían los brazos, lo cual era un recordatorio 
de los milenios que había pasado en el Sueño Esmeralda, rozaron 
la parte superior de la mesa mientras le servía a Tyrande una 
segunda copa de zumo de baya lunar. Esta era consciente de que se 
había acostumbrado a los cambios que había sufrido Malfurion 
durante su largo sueño; las plumas, los pies que ahora eran más 
propios de un sable de la noche que de un elfo, la largura y espesura 
de su gran barba verde. Aunque, desde su punto de vista, ningún 
cambio en su apariencia externa podía cambiar su hermoso 
corazón. Siempre había sido y siempre iba a ser su amado. 
 
Malfurion prosiguió hablando: 
 
—No sabes cuánto tiempo durará el juicio, ni el esfuerzo que te va 
a suponer. 
 
Tyrande dio un sorbo a la bebida, que era tan fresca y dulce como 
los bosques de noche. 
 
—Los ojos del mundo entero estarán centrados en este juicio, mi 
amor —señaló, sonriendo—, eres más que capaz de ocuparte de 
cualquier cosa que surja en mi ausencia. Podré volver a casa todas 
las noches para estar contigo, lo cual es toda una bendición de la 
propia Elune. Y respecto al esfuerzo que me va a suponer —en este 
instante, su tono se tomó ligeramente más severo—, es muy 
probable que tenga que hacer muy poco, aparte de presentar las 
evidencias. A lo largo de muchas lunas anteriores, Garrosh ha 
disfrutado del cariño de muy poca gente y, ahora que sus brutales 
masacres se han acabado, aún menos. 
Crímenes de Guerra 
53 
 
 
El semblante del archidruida se tomó sombrío al mirarla a los ojos. 
 
—No me refería a qué vas a tener que hacer en el juicio, sino a qué 
coste a nivel emocional vas a pagar por él. 
 
Esas palabras sorprendieron a Tyrande, quien se quedó un tanto 
perpleja. 
 
— ¿Qué quieres decir? 
—Eres una suma sacerdotisa, una devota de Elune, quien es la 
paladina de la iluminación y la sanación. Cuando es necesario, eres 
feroz en batalla. Pero vas a tener que valerte de las palabras como 
arma, que son veleidosas y escurridizas, no como tu hermoso 
corazón. Y vas a incitar al odio, vas a incitar a que lo condenen, no 
vas a iluminar a nadie con tu sabiduría, precisamente. 
—Al final, los hechos que voy a presentaren el juicio iluminarán y 
permitirán comprender la verdad; además, condenar a Garrosh de 
una manera apropiada traerá consigo la sanación de muchas heridas 
por fin —aseveró. 
 
Él seguía mostrando un semblante de preocupación y abrió la boca 
para replicar, pero antes de que pudiera decir nada, una mujer habló 
desde el exterior del pabellón donde Tyrande y su amado estaban 
comiendo. 
 
— ¿Mi señora? 
—Puedes entrar, Cordressa. 
 
Una mano esbelta alzó el trozo de tela que cubría la entrada y la 
centinela asomó la cabeza, cuyo pelo era de color azul medianoche. 
 
—Tienes una visita. Dice que ha venido por algo relacionado con 
un juicio y que es urgente. 
 
Christie Golden 
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Malfurion enarcó una ceja de manera inquisitiva, y Tyrande negó 
con la cabeza, pues estaba tan sorprendida como él. 
 
—Por supuesto, Cordressa. Hazla entrar. 
 
La centinela retrocedió, sujetando en todo momento la tela que 
cubría la entrada del pabellón, e indicó con una seña a la misteriosa 
visitante que podía entrar. 
 
Se trataba de una gnoma de pelo plateado, el cual llevaba recogido 
en dos moños a sendos lados de una cara levemente pecosa. Sus 
grandes ojos verdes brillaron de alegría al saludar a Tyrande y 
Malfurion. 
 
—Archidruida, suma sacerdotisa... ¡cuánto me alegro de veros de 
nuevo! Lamento mucho importunarte, Chu’shao, pero me temo que 
es importante. 
Chu’shao era otro título más que ahora Tyrande ostentaba, por 
supuesto, al menos por un tiempo. 
—Seguro que sí, Chromie. —Tyrande sonrió y, con suma 
elegancia, se arrodilló ante la dragona bronce Chronormu para que 
pudiera mirarla a la cara. En cuanto la centinela oyó el nombre de 
la dragona, soltó discretamente la tela que tapaba la entrada del 
pabellón para dejarlos a solas—. ¿En qué puedo ayudarte? 
—Los Celestiales quieren que tanto tú como Chu’shao Pezuña de 
Sangre utilicen algo a la hora de presentar el caso. Será más fácil 
que te lo enseñe. ¿Me haces el favor de acompañarme? 
 
 
 
 
 
 
 
 
Crímenes de Guerra 
55 
 
 
 
CAPÍTULO CUATRO 
 
 
 
 
Al llegar al Templo del Tigre Blanco, Baine le hizo una reverencia 
a Yu Fei, para darle las gracias por haberlo teletransportado hasta 
aquí. A continuación, se volvió hacia el líder del Shadopan. 
 
—Saludos, Lord Taran Zhu. Kairozdormu me ha traído, tal y como 
habías pedido. 
 
Baine echó un vistazo a su alrededor mientras hablaba. El Templo 
del Tigre Blanco parecía aún más cavernoso de noche. La luz de la 
luna y los faroles proporcionaban una leve iluminación, pero aun 
así, los asientos delanteros estaban envueltos en sombras. Baine se 
fijó en que habían traído muebles adecuados para la celebración del 
juicio. Ahora había tres zonas; una para él y Garrosh, otra para 
Tyrande y una más para el fa’shua y los testigos. Las secciones del 
acusador y defensor eran idénticas y contaba con unas mesas 
rectangulares cubiertas con una tela dorada y carmesí, así como con 
unas sillas muy sencillas. Una sección estaba montada sobre el 
círculo situado al oeste y la otra, con dos sillas, en el situado al este. 
Baine dio por sentado que ese lado era para Garrosh y él. Cada 
mesa tenía una jarra vacía y unos vasos, así como un tintero, una 
Christie Golden 
56 
 
pluma y un pergamino dispuestos ordenadamente a un lado, para 
que pudieran tomar notas, presumiblemente. 
 
Taran Zhu, sin embargo, se iba a sentar en un estrado elevado en 
una silla más ornamentada que las demás, pero no tan suntuosa 
como el trono situado en lo alto de la parte norte de la zona de 
espectadores. En el suelo, delante del asiento de Taran Zhu y 
ligeramente a la izquierda 
 
Se hallaba la silla de los testigos, que contaba también con una 
mesita donde ahora había una jarra y un vaso vacíos. Junto al 
asiento del fa’shua, había un pequeño gong y un mazo. 
 
Todo esto era algo que Baine esperaba, pues entraba dentro de lo 
que le habían comentado. Pero había otra serie de mesas y sillas, 
apartadas a un lado y un poco por detrás de la silla de Taran Zhu, 
en una de las cuales había un objeto envuelto en una tela negra. 
 
— ¿Puedo preguntar qué es eso? 
—Es la razón por la que te he pedido venir a estas horas —
respondió Taran Zhu, dándole así una explicación totalmente 
adecuada al mismo tiempo que no le daba ninguna de verdad. 
Además, impidió que Baine le hiciera otra pregunta al alzar una 
zarpa—. Cuando Chu’shao Susurravientos llegue, todo se revelará. 
Ten paciencia. 
—Me has sacado de una ceremonia ritual porque debía venir de 
inmediato y no había tiempo que perder. Así que estoy seguro

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