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A. An¡r,o, A. Anan¡as, M.-H. Bnoussc, G. Cr¡srnes, A. D¡ Cnccn, A. Fnvo, F. I¡cuu., H. Mp¡vano, A. Mnru¡r, D. Mrrpn, J.-A. Mrlan, J. Ravann, A. Srawus, M. Srneuss, R. Wenrei, LA ENVOLTURA FORMAL DEL SINTOMA MANANTIAL I SINTOMA Y trNVOLTURA F'ORMAL Dlseño dc tapa: (ir¡st¡¡vo M¡u'¡l Hecho cl dcpí>slto (ll¡(' rr¡¡u('¡l lrr lry I l.Tilil Imprcso t'rr lrr Argt'rrltrrrr O 1989, I.lcll<:lt¡r¡cn Mnn¡urll¡rl l'ltl, Urugu:ry 2(;3, lo Plrr¡. ol. lll Bucnos Alrr.s, Ar¡¡r.nllrur 'l'cl 45 lJo2rI ISIIN f)50 1)f1 ll¡ :t/ ,\ Prohlbld¿r su rt'prorlrrrr.lr¡r¡ lolrrl o ¡rrrrr.lrrl I)cn'r'l¡r¡s t cnr'¡v¡rr lr ¡¡ EDICIONIiS MANAN I'¡AI, FUENTES YTRADUCTOITES [.os textos de J,-A. Miller V M,-H. Brousse fucron pulrll<:ados c¡l lils A<:tcs de I'Ecole de laCause freudieine, Ne IX, LesJormes clu sürlptcirle, y trudur:lclos por Irene Agoff y Adrtana Torres resPectivamente. RBFLEXIONES SOBRE Iá. ENVOLTURA FORMAL DEL SINTOMA Jacques-Alaín Miller ¿Existe algún psicoanalista que prescincla del concepto de sintoma o al menos no tenga la noción práctica cle este concepto? No lo creo. Aun- que podamos pensar que se prescinde fácilmente del de estructura, aunque hasta podamos dudar de que las estructuras cl¡n¡cas sean estructuras estancas -yde hecho en todaun áreade laprácticadel psi- coanálisis se cree en una suerte de continuo clinico, se multiplican los casos borderline, se habla de estados y no de estructura-, Ia noción de sintoma, porel contrario, aparece como básica, comoverdaderamente elemental. En cierto modo responde a la conciencia natural, a la filo- sofia espontánea del terapeuta o del rnédico, puesto que es constitu- tlvo de la posición médica el referirse a Ia noción de arrnonia, de lo que funciona perfectamente en conjunto, de lo que anda en consonancia, y aqui el sintoma aparece como lo que perturba esa arnonia, la alte- ra, la destruye. Asi pues, no hay síntoma sin la referencia a cierta sin- fonia que se veria perturbada por una disonancia, por la aparición de un accidente. Este es el valor griego de sumptóma -que curiosamen- te conserya el sun de la sintesis. de la reunión, del conjunto-, o sea de lo que se produceJunto y coincide. El sintoma lleva consigo esa con- notación médica, esa conexión con la armonia, e inevitablemente cambia de valor cuando ya no se lo aborda desde la posición médica sino en el discurso analíttco. Admitimos que en este discurso ya no está articulado con una ar- monía supuesta sino con una referencia de otro orden que sin embar- go podemos considerar completamente contraria: el sintoma cambia radicalmente de sentido cuando se lo vincula noya con una armonia slno con una disarmonia, es decir, Io que abreüamos llamándolo castración. Podriamos decir que el sintoma, en el psicoanálísis, es ar- 10 JACQTJI,]S.AI,AIN MII,LI'IT mónico con la castración. Y esto es lo que crea problernas para aislztr el ser clel sintoma en el psicoanálisis. I)ara decirlo rápiclartnente y con- cluir esta introducción: no podemos aislarlo más <¡ue como ttn ser hablante, el ser hablante clel sintoma. Abreviemos clicienclo: el hablan- teser del sintoma. Hace poco tuve ocasión cle decir cle qué moclo pocliamos iltrapar en la práctica al hablanteser del sÍntoma, y ello partienclo de l-a«:an. I-la- mé a esta intervención "sintomay fantasma", y no hubiera pasarclo <le ahi si Jacques Adam rlo me hubiese peclido que hablara en estas Jnr- nadas, cosa que hago gustoso porque me dije que iba a aclararnte una expresión de l-acan que ejerció sobre mi unaseclucción particular, trna suerte de armonia especial, la de 'envoltura forrnal clel sintorna". Aunque haya indicaclo en el programa la referencia exacta cle esla expresión en la compilación de los Escritos, es sin clt¡cla conveniente que la sitúe en su contexto. Aparece en la recordación que hace Lacan de sus antecedentes, especialrnente psiquiátricos, y cle aqtrello r¡tre lo condujo, para decirlo en pocas palabras, de Clérambault y Kraepelin a Freud y de la necesidad -término que él emplea- que lo llevó al psi- coanálisis. Larazón que da l-acan es precisamente esa'lidelidad a la envoltura formal del sintoma'. Hace de ella, pues, su acceso particu- lar, primero, en cierto modo ori§inario al cliscurso analitico, y esto por larazón de que esa "lidelidad a Ia envoltura lon¡ral clel sinton.ra, qtte es laverdadera huella clinica [...1, [o condujo] a ese li¡nite en qtre ella se invierte en efectos de creación'. Sigue una referencia a los escritos literarios del caso Aimée, que fue el de la tesis cle Lacan. Hay empero algo muy sorprenclente en esta arti«:ulación, posttrla- da casi sin mediación entre el sintoma y la creación y nrtrr:ho anles de "Joyce le symptóme". Pues pareceria que nacla dista r¡r¿ls clel sintoma que la creación pareceria que el suJelo padece el sinto¡na, r¡tre en él es pasivo y no creaclor. En el sintc,¡ma es patológl«xr, ¡uienlr¿rs (lr¡e en la creación es demiurgo, si puedo expres¿lrrr"re asi. Un prrnto de vuelta al inicio -ya que esto es lo que I.acan evoca en la li'¿rse nrenclonacla- es un puntodesde el cual unoda ¡necliavtrelta, en senllclo optresto, por el mismo camino. ¿De qué modo articular el sintoma y los el'e«:tos <le creaclón, como vuelta al inicio, el sÍntoma, que parece s(:r un esla<lo clcgra<lirclo clel sujeto, y la creación, que parece en ca¡nblc¡ t¡n esl¿r<lo srrbllrne? Dlgo sublime pensando en la categoria de st¡blinrar:lón. I)ues blcn, ésta es precisamente la cuestión que se plantea, la cle la artl<:t¡lar:lón co¡no contramarcha del sintoma en sublimación. I^A EWOLTURA Flf,RI\,fAL DEL SINII)MA I I - - Hoy no voy a responder a esta cuestión pues es preciso que esta_ blezca preüamente algunosJalones, es preciso que trace las coorde- nadas cartesianas del sintoma, sus dos ejes, de los que se puede declr que La.can desplazó elacentodel unoalotroalo largode su enseñanza: el eJe del mensaJe y el eJe del goce. El sfntoma analÍtico, ¿es un mensaJe o un goce, una manera de gozaf? creo haber demostrado ampliamente en mi curso que el abor- daJe de Lacan se desplaza de una deflniclón a la otra, q,r..r, "Función ycampo de lapalabraydel lenguaJe", el sintomaes abordado como un mensaje, y que en su semtnario "RSI", por eJemplo, lo sitúa como una manera de gozar. curiosamente, éste es un trayecto que repite el de Fteud' qulen partió del sintoma histérico como interprltablá y llegó a Ia reacción terapéutica negativa, al masoquismo primordial y á ta i"t- slón de muerte, es decir a la cuestión de aquello que se satisface, de una manera cerrada, en el sÍntoma. No voy a reiterar esta demostra- clón, hoy ampliamente conocida, pero puedo intentar ilustrarles con una anécdota -elevada, si puedo, al apólogo- cómo puede ser poslble gozar de un mensaJe. El ejemplo que voy a dar es muy reclente, data de ayer por la tarde y no sucedió aqui, puesto que falté a las charlas de la tarde ¡ra que tuveque visitar a mi abogado y por moüvos sumamente ligados a la enseñanza de [,acan; lncluso podría decir: a su envoltura formal. y co- mo durante nuestra conversación pensaba constantemente en lo que lba a decir aqui respondtendo a la inütación de Jacques Adam, páso a exponerles lo que se me ocurrió. ¿Por qué fui a ver al abogado en vez de estar aqui? Lo hice porque voy a presentar una querella. ¿eué me pasa que quiero presentar una querella? Cabe señalar que presentar una querella es ya un grado más del queJarse.* Me pasa que hay gente que hace cosas que me disgus- tan, cosas que me producen, diré, un displacer. Mi queja esta regida, pues, por el princlplo del placer. ¿eué es lo que hago entonces? C-omo soy clvilizado, recurro a un abogado, es declr ¿ aláulen que va a ha- blar por mi, que va a hacer pasar esa queJa, debtda al diiplacer que ocperlmento' al grado de presentar una querella. ¿y en qué consrite presentar una querella? Preclsamente en que este abogado va a for_ mallzar mt queja. - 'la' relacfón entre "querella'y 'queJa' es ¡¡r¡is maniflesta en francés. Enetecto, porter-platnte es "presentar querella', plainte es 'queJa" y se plabrdre, .eueJarse'.Obsérvese que en castellano, una acepcbn ae.queraU.-caida en desuso es lgualmente "queJa'. fN. de T.l I3t2 JACOUES.AI./\IN MI IJ.I'R Las formas de la queja son formas prescriptas, previstas por el cle- recho. El formulará entonces mi queja en térrninos que pueclan ser en- tenclidos porJueces. El es el operador que hani hablar a mi queja en el campo del lenguaje del Otro. El eonüerte esta queja que emerge cles- de el fondo cle mi displacer, en un mensaje, del que podemos clecir sim- pletnente -y todo el mundo lo comprencle- que será emitido clesde el lugar del Otro y en su lenguaje. A partir cle mi queJa, a la que se le han puesto las formas convenientes, he aqui que yo voy a existir de una nueva manera en el campo del Otro, y en una forma constituicla, lo que además en ese campo se lla¡na'constituirse en parte civil". y obser- ven bien que esa forma constituida en el campo del Otro clel derecho es una forma completada, ya que en él no puedo existir sino represen- tado por un abogado, por alguien que habla por mi en las formas clel Otro. En este orden, no me hago sujeto sino acoplado con un abogaclo. Además esto permite distinguir entre sujeto e inclivicluo: sl varios inclt- üduos se constituyen en parte civtl, forrnan un único sujetojuriclico. Esto en cuanto a la forma del mensaje, en cuanto a la transforma- ción de la queja en forma constituida en el campo del Otro. AI mismo tiempo, por supuesto, esta formalización desnaturaliza mi queja, por- que está lo que se puede deciry lo que no se puede decir, hay una lógica propia del Otro que se lmpone ante ustedes y qrre coagula, fiJa vues- tra queja. Y entonces ella sigue su curso. Pero hay algo más en esta formalización de la queJa. Es que mien- tras vuestro abogado filtra, formula, formalizavuestra queja, ustecles se percatan de que en alguna parte esto los satisface. En el proceso mismo de formalización, y mientras que nada cle vuestr<l displacer ha sido reparado, mientras que vuestro displacer sigue ahi, motivanclo todo el asunto, en alguna parte ustedes ya están contentos, contentos de que se ponga en forma vuestro displacer. Ustedes están contentos, por decirlo asi, en infracción al principio del placer. euká de este mo<lo puedan comprender cómo es que la fonnalización del mensaJe, e ln- cluso su cifrado jurÍdico, produce un goce o, para ser más exactos. un plus-de-gozar arrancado, sonsacado al displacer mlsmo a través de esta formalización. I-o que acabo de exponer es tan sólo una anécclota, destinada a ilustrar la conversión del mensaje y cle su for¡nallzaclón en goce. Diré más: laverdad de la c¡ueJa movillza el saberdel derecho, y este saber trabaja para un goce. Veamos otro ejemplo que slgue la mlsma dlrecclón. lo que hace unos años vl practlcar en Senegal en un villorrlo de curanderos. ¿Có- mo curan éstos, tradiclonalmente? Inscriben clertas fór¡nulas en unas IA ENVOTIUIIA FOITMAL DEI. SINIOMA pequeñas cintas -fórmulas que pueden ser coránicas, por ejemplo-, después las disuelven en un vaso cle agua, y ustecles toman este bre- baje, que los cura. Esto es del mismo orden que el presentar qrrerella, aun si la operatividad es más inmediata y quizais hasta de un orden más elcvaclo. 'lbmbién pueden encontraresta conversión en el Iibro delApocalip- sis, que frre soberbiamente ilustrado por Durero. cuya obra se repro- duce en la tapa del Ne I 6 cle OrnicafT:'Luego la voz clel cielo que habia oido me habló de nuevo: 'Ve a tomar el librito abierto en la ¡nano clel ángel de pie sobre el mary sobre la tierra'. Entonces ful a rogarle al án- gel que me entregara el librito y él me dijo: -foma, cómelo, te llenará la entrañas de amargor, pero en tu boca tendrá la dulzura de la ¡niel'. ltrmé el librito de la mano clel ángel y lo engullí. En mi boca tenia la dulzura de la miel, pero cuando lo tragué llenó mis entrañas de amar- gor'. Esta es tarnbién una referencia de Lacan, de la que tal vez diré unas palabras al final de mi intervención. De estos apólogos, que tienen el fin de establecer los jalones de la cuestión, voy a nuestra experiencia del sintomay la tomo por lo más simple, a ras del fenómeno cotidiano. ¿En qué lugar ponen ustedes la observación que, como analistas, hacen de su paciente? Cierto clia pueden observar su palidez, sus facciones tensas o incluso su febri- lidad, y decirse: "Hay algo que no marcha", Pueden tener buenas ra- zones para pensarlo, pero saben que aqui no hay sintoma para uste- des como analistas, pues todavia es preciso que él lo diga. y cuanclo reciben a alguien por primera vez, eso es lo que esperan: el relalo de lo que no marcha. Si cuenta sólo todo lo que anda de maravillas, us- tedes se dicen que algo realmente no marcha. Hay que observar el re- lieve del relato de lo que no marcha. ya que ése es el hablanteser mis- mo del síntoma. El problema es que en un sentido hay una armonia psicoanalitica, el problema es que ustedes no pueden dejar de pensar que en el propio relato del infortunio hay en realidad un arreglo, y que el sintoma satisface ahi mismo donde se lo presenta como doloroso. Esta es la paradoja que I-acan sitúa al definir la demanda como la 'de uno que sufre", en Teleuisión" y que él describe también en Teleuisión, asÍ: 'El sujeto es fellz. Esta es incluso su definición, puesto que no pue- de deber nada sino a la suerte, a la fortuna, dicho de otra manera, y que toda suerte le es buena para aquello que lo mantiene, o sea para que él se repita". Esto implica que en el nivel al que se refiere lacan, donde el sujeto es feliz, el sintoma no es una dlscordancia sino que se t5l4 JACOUES-ALAI N MI f ,LDII clisuelve, puesto que satisface, y satisface especialnrente a la repetición. ¿Y qué es lo que caracteriza a este nivel, a esa cierta par- te clonde el sintoma satislace? [-o caracter?a, por lo menos, el tratar- se cle un nivel distinto clel que corresponcle al hablanteser del sinto- ma, distinto de aquel cloncle el sintoma es hablado. En este sentido, el sinto¡na, tal como se articula y vehiculiza en la palabra qtre se dirige al analista. lbrmaliz¿rdo en el campo clel Otro, es una mentira. Es, si pueclo expresarne asi, trna alegoria cle sintoma; el término "alegoria'me resulta irreststible clescle qtre hace ¡nucho, en laSección Clinica, looi ulilizarcle la maneramás inoportunaclel mun- do a propósito de la angustia. El sintoma es una mentira, pero ¿qué qttiere clecir esto? No que tan pronto como uno entra en análisis se convierte en un enfermo inlaginario, aunque el analizante se incline a creerlo, puesto que puecle creer cle buena gana que mientras esté en análisis no le puede ocurrir nacla. Decir qtre el sintoma es una men- tira no es un insulto aI dolor, al contrario, es decir <¡ue el hablanteser del sintoma pertenece a la dirnensión de laverclad. puesto que sólo ahi se plantean lo vercladero y lo lalso. Y por eso Lacan formula que el sin- toma es verclad, "hecho de la misma madera cle la c¡ue está hecha ella, si planteamos en sentido matertalista que la verclad es lo que se ins- taura por la cadena significante'. Hay que entender lo que implica es- ta afirmación sobre el fonclo de que 'la verdad tiene estructura de ficción": basta con superponer estos dos asertos cle l:lcan para que uno inliera, para su gobierno, que el sintoma tiene estructura de ficción. No nos precipitemos. No hay ahi tarnpoco insulto al clolor. y ni si- quiera a la queja; equivale sólo a plantear que no el dolor, no Ia queja, sino cabalnrente el sinto¡na co¡no analitico, en ct¡anto formalizaclo en el campo del Otro, constituido como lo que se instaura por la caclena signilicante, tiene estructura de ficción. Esto es lo que hace de la his- teria la condición propia del sintoma como analitico, hasta el punto de que se habla usualmente, después de lacan, de la hlsterlzaclón clel suJeto como condlción previa para su instalactón en el <llscurso ana- litico. Pero también es lo que hace cle la histerla el sintoma lncurable como tal, ya que ella es la licción misma como sintoma -la e¡rl'er¡ne- dad del semblante, poclrÍanros clecir-,que uno degrada abuslvalnente en mitomania, o que uno descalilica erróneamente con el argttmento de que sus sintomas serian llcclones. Por el contrarlo, sólo por la hls- terla el sintoma revela su estructrrra profunda cle flcclón, cleblclo a que ésta se lnstaura por la cadena slsntflcante ¿respecto cle qué? De ese nivel clonde el sujeto es t'eliz, cle ese nivel que podenros llarnar cle la pul- sión, clel nivel, ciigamos, clel objeto a La histeria desaloja al sintoma corno ser cle ver¿id <lel sujeto, ella lo desaloja de las profundiclacles y lo pone en eviclencia, mientras que al ob.¡eto acomo real lo trae al lu§ar de la verclad, cosa que no sucecle sin un vaciamiento y además obli- ga especialmente a sumar la nacla a la nomenclatura cle los objetos cu V "qúi se abre el problema ¿e saber si el sujeto como tal no seria una ficción. Asi, al plantearlo como respuesta cle lo real cobra tocla su con- tundencia. observen que si el sintoma tiene estructura de ficción, la posición inicial cle Lacan cle que hay "un li¡nite donde la envoltura formal clel sintoma se inüerte en efectos de creación' ya nos..restllta meno§ opaca. Pero se.trata cle saber cómo se articulan y clistingtren ticción y cieación, que elespués cle todo son clos modos de fabricaciÓn. Diré brevemente que no es lo mismo ser poeta que ser poema' En el nivel clel sinto¡na el sujeto es poenla, aun si se persuade gustoso' si es his- tbrico, de que es poeta. Pero serpoeta es otra cosa; e§, diria don Pero- grullo, producir poemas' Ser creadores producir formas, y formas que no están Ya en el Otro. Hay en nuestra lengua una ambigüedad fecunda cle la palabra'[or- *.-, é". palabra qu" L""t acopla cle buena gana a la de sintoma' lo que sólo puede sorprender si confundimos la for¡nay la figura' ya que el sintoma alterarÍá la bt¡ena forma que la lengua alemana distingue ümo Gestalt. Ahora bien, aqui hay que enlender lbrma co¡no esta otrq traducción que nos ofrece la lengua alemana, Porm, que encontramos en lógica formal. Porque si el sintoma tiene formas, son formas que es- tán piegaclas a la lógica ¿e su vaciamiento. Y aqui el ténnino de envol- tura foímal plantei la cuestión de lo envuelto: el sintoma no es toclo signilicante, y lo negativo evocado por esa envoltura formal del sinto- *á "" q.r. él Lnvuelve goce, materia gozante. [o que en consecuencia se efectúa en el análisis, en cierto modo natllralmente, es clecir lógicarnente, es un trabajo sobre la envoltura formal' trabajo r¡ue colnsiste en llevar el sinto¡na al lilnite donde se vuelve agudeza' que es cálculo. Aqui sólo puedo ser alusivo, pero ese punto en el que se vuelve al inicio no es otro que el punto clave de la lógica del fanlasma' aquel donde la operaciÓn transferencia retorna al punto inicial como subli- mación por la eliminaciÓn del sujeto supuesto al saber' Es decir que sólo hay creación, retorno clel sintoma a su punto inicial donde devie- IA ENVOL.I.URA I.OITMAI, DI'I, SIN'IOI!,[A to JACOUES-AI.¿\I N I\,I ILLI'R ne sublirnación, en la meclicla en que hay atravesamiento clel fantas- ¡na o cle lo que ha«:e sus veces, asi fuera sólo un pasa.ie al acto, en la medicla en que abre la via para que lo formal se disocie clel material de goce que él envuelve p¿rra que este lbrmal juegue su particla por su la- do y se apreste a gozar. Esto supone que el sujeto se clesprencla de la creencia de que el Otro gozaya cle su sintoma. ¿Basta clecir que el strjeto es vectc¡r cle lo nuevo, de lo inéclito, de lo que en el Otro no está, que el suieto se enfrenta con la falta en el Otro? I-a. castración entonces seria la cc¡nclición de la creación, pero enfren- tarse con lafaltaen el Otro no seria menosválido en ct¡anto.al sintoma. La condición de la creación es que el suieto sepa en alguna parte que el Otro no existg. ¿Pero por qué no aclmitir que el sintoma lambién es un hecho de creación, cle creación de sentido? Y esto es lo que supo- ne homologarlo con la nretáfora. El sintoma opera en Ia creación: cle ahi que siempre tiente a los analistas hacerel psicoanálisis cle los crea- clores. Pero clebe aclvertirse que, en la creación, lo que opera es el sin- IeIEa en cuanto separado clel goce que él envolvia for¡nalmente. I-a obra de arte ¿es un sÍntoma? ¿Por qué no? A ¡nenuclo se la llama pre- sagio, signo precursor. Pero si ella es sintoma, es un síntoma pronto a transportar, pronto a captar nuestro goce a través de los siglos. El sintoma es goce como sentido gozaclo del sujeto. mientras que la obra ofrece senticlo a gozar a quien quiera hacerlo, segi¡n el encuentro. Por eso el vaciamiento cle la envoltura formal del sinto¡na es larr eso el vaciamiento cle la envoltura formal del sinto¡na es lá ición de la creación, en ct¡anto ella procecle exnihilo, como se ex- EL SINTOMA Y LA PULSION I\4 aríe - H éléne Brous se El sintoma es un concepto que remite a la clínica. I;r clinica analitica, la que se elabora en el dispositivo freudiano, dispositivo de palabra, ha hecho sin embargo necesar¡a su redelinición. No como signo cle una realidad a la que remitiría, en relación con la ctral permitiria elaborar un diagnóstico, sino como formación de ese inconsciente freudiano del que el psicoanálisis forma parte por constituir el destin¿rtario. El sinto- ma es entonces, en el discurso analitico, complementado por el ana- lista. Es una de las vÍas de acceso al inconsciente del su.ieto, en tanto maniliestaen lamaterialidad de la cadena signilicante unaverclad que se repite e insiste, de la que el sujeto está separado, pero en la que en- cuentra, sin embargo, alguna consistencia. "Represión y sintomas son homogéneos y reductibles a funciones de signilicante".r El los sitira en un extremo de la experiencia analitica. En el otro ex- tremo ubica la interpretación, señalanclo "el cleseo al que <lice- en cierto senticlo, es icléntica". Si, como lo pensaron algunos posfreudia- nos, las pulsiones estuvieran organizaclas en estadios clel clesarrollo del individuo, según una génesis instintiva orientada por una madu- ración que no excluye eventuales fijaciones, el psicoanálisis seria una hermenéutica. Ahora bien, en el intervalo entre el sintoma y el deseo, están las pul- siones en tanto son parciales, planteando la sexualiclacl como abe- rrante. Esta situación de intervalo caracteriza la pulsión. De esta situación deriva una paradoja: contrariamente al sintoma, clesplega- do fenomenalmente en los relatos de cura, asi como analDado en cuanto a su estructura metafórica, la pulsión, mucho menos presente en la experiencia analiüca, constituye sin embargo para Freud prime- Lo que quiere decir: ¡para escribir tu libro, sabe comerte tu I)oseÍn! IT] MARII]-TIIILEND I]ROUSSE ro, y lltego para Lacan, uno de los conceptos funclamentales: ¿por c¡tté, en ese caso, ft¡nclamental? Funda¡nental, dice Lacan, a titulo cle Jiccíón. Comparilble en su función con el míto (l.acan se reliere a éste en stt articulo "Del T¡'icb de Freud y del deseo del psicoanalista"z como 'mitos de Freucl"), el con- cepto de pulsión es introduciclo para responcler a una contr¿rclicción fundamental en el psicoanáIisis, contradicción que señala la ocur:ren- cia de lo real. Pone por Io tanto orclen en la aparición cle una l¿¡lta en la estructtrra, verdad horrible, que él señala y cubre al ¡nis¡no tiernpo. Esta contraclicción central se Ie manifestó prirnero a Freud en cierto número de fenómenos que representaron, después cle 1920, ptrntos cle referencia de la historia del psicoanalisis: reaeción terapétrtica negati- va, problema clel masoqtrismo originario, cuestión clel linal o intenni- nabiliclad clel análisis. La pulsión es entonces la licción que trata, en el núcleo de la experiencia analitica, sobre la paracloja de la satisfac- ción en el sujeto: estar satisfecho no es tener aquello que su corazón o su cuerpo necesita, pide y hasla desea. 'Ibclas las tentativas que I-acan estigmatiza ya en "Función y campo de la palabra y del lengu a.le en psicoanálisis"3 de entremezclar el desciframiento del inconsciente y la teoria delos instintos sólo son formas de en¡nascarar la divislón entre el ser hablante y su goce. ta pulsión manifiesta las consecuen- cias, sobre el goce, de la inscripción en el orden sitnbólico. Es la res- puesta lieucliana a esta subversión de la satislacción en el tsien, respuesta ctryo origen Lacan ubica en Kant. Cuando la satislhcción de la necesiclad implica el retomo cle un objeto. su consumo y la repeti- ción clel mismo, la satisfacción pulsional exige la ausencia clel objeto, como causade una §palltrngen el sttjeto, ylarepetición de lodiferente: es por lo tanto despliegue cle un trayecto circular. De éste, Lacan mos- trará que se efectúa por montaje. ya que la sexualiclacl no eslá cle acuerdo con el inconsciente. Ese montaje trata de enunciar la disyun- ción entre la sexualidad fálicayel goce del otro lado: si bien la pulsión sexualiza una parte de ese real haciéndolo pasar por los desfilacleros signilicantes de Ia demanda del Otro, deja un resto: en eso, es parci:ll: Io funclamental del sexo es inte§rable, no por la pulsión genital, es de- cir por una libiclo bisext¡al, sino por la pars. La pulsi(rn es entonces, en la articulación clel sujeto con la dernanda clel Otro, la concllctón del surgimiento de la lalta del Otro: S {d ). Aquello que justilica en consecuencia articular el sinto¡na con la pulsión, sin pasar por el fantasma, es en realidad la relación prtvlle- giada que el neurótico mantiene con esta demanda, por la que se con- EL S¡NroMA Y I^A' PTjI,SIoN 19 sagra a rellenar la falta en el otro, preservando así la posibiliclacl de un clominio del cleseo. De esta manera hace homogéneos lántasma y pulsión. En un caso que los posfreudianos no hubieran teniclo clilicultad en lnterpretar a partir cle la fijación en un estaclio instintivo, me gusta- ría sacarlas consecuencias cle esta indicación cle Lacan, yclelimiiar las relaciones entre el sintoma y la demancla del Otro. El analizante aI que voy a referirme es músico. Su activiclacl profe- sional y sentimental se ve acosada por las cludas, por una parte, y las obligaciones, porla otra. sea que se trate cle su esposa o de su c.ri..a, mezcla una indeterminación que hace alternar las proposiciones con- traclictorias ("me quedo con ella, la clejo.; .ser concertista, no, ser pro- fesor") con una programación muy estricta de toclas sus activiclailes, que lo agota: programa de trabajo preüsto hora por hora, programa de clistracción, programa de comiclas. Ducla cle tener vocación cle ¡núsico, cluda de su pareja, cluda cle haber elegido los fragmentos musicales convenientes, etcétera. Estos pensamientos clevoran su tiempo y las alternativas que suscitan le impiclen tocla elección. si bien a[ princi- pio de su análisis se quejaba de su impotencia, se reveló bastante pronto que se trataba en realidad de la instalación de una estrategla del rechazo, cuya consecuencia era rechazar cle su propio laclo el iie- seo y transformarlo en demanda, dirigicla a é1. Iruecle, por lo tanto, ju- gar con ese rechazo como con un simulacro de deseo que, sin embar_ go, no llega nunca totalmente a terminar en un clesagraclo profunclo, arraigándose, no en un lantasma, en el senticlo cle u¡ra construcción, sino ¡nás bien enfashes que provocan en él t¡n horror ante un goce por él mismo ignoraclo; para repetir las célebres palabras: carne viva de nrtrjer bajo el escalpelo, boca y sexo 'co¡no imagen cle una rata cli- secada en el liceo". Pero su actiüdad de pensamiento compulsivo va a recaer cacla vez más sobre su carrera musical, y su vocación musical, en la medicla en que en ésta encuentra más fracasos. La ducla sobre esto va a tomar la siguiente formal ¿estuvo acertaclo al elegir la música y, por otra parte, realrnente Ia eligló? Elección que remite a otras eleiciones, cle frag- mentos, por eJemplo. La música, efectivamente, mantiene para él su misterio, no en la técnlca. sino en cuanto al destinatarto: ¿para quién tocar? La reorientación a la que se entreglaba lo volvió a llevar al comienzo de su actividad como instrumentista, luego al momento cru- cial de la elección de la música como profesión. Alliincontró el mismo 20 I\,IAIiIE.Iil'I-ENE BIIOUSSE tlpo cle sinto¡na por el que está dominaclo hoy. Su vocación pareció surgir de la nada clurante la aciolescencia y no ser nrils clue clociliclacl ante una proposición materna. Cuando algunos años ¡nás tarcle, en el momento cle una elección cle carrera, se irnpuso el olicio cle ¡ni¡sico, lo h?o a partir de una confrontación agitada entre su rnaclre y su prol'e- sor. De ese conllicto, que recorclaba haber organizado él mismc, sur- gió una clernancla cle su profesor, que provocó la decisión. 'lbmbién entonces el rechazo a satislácer la efgencia paterna <le estuclios uni- versitarios puclo jugar como representante clel deseo cle hacer música. Después siguió una identilicación yoica con ese profesor, después con el profesor cle ese profesor, relbrzánclose en el transctrrrir cle los estu- clios, sin aportar nurrca sin ernbargo, la certeza c¡ue laltab¿r: el anligrro con.llicto se repite en el presenle. Se prodtrio un giro en el análisis, en el monrento en que esa uniclad tmaginaria clel yo, fisurándose luego clel trabajo soble esas identifica- ciones, le pennitió hacer surgir un nuevo rnaterial signilicante. Súbitamente, apareció que su interés por la música no se rernon- taba a la adolescencia. I-a ¡núsica estaba ahi, en clesorden, descle hacia mucho tiempo. Recorcló que, cuando tenia alrecledor cle cliez años, su abuela le habÍa regalado su primer instrumento de música. El no lo ha- bia pedido, pero después de que se lo prometieran, lo obtuvo, a pesar de las objeciones económicas de su maclre. Recordaba haber tocado durante horas en ese instrumento improüsaclones técnicas (especies de escalas) monótonas, encerraclo en el baño. sentaclo sobre el inodo- ro, después de haber defecaclo, esperando con angustia, en vano, que su maclre lo obligara a salir. Lo que nunca ocunió. Esto recuercla el laclo sin cola ni cabeza, surrealista, de la pulsión, evocaclo por I;rcan, en la página 154 de Los cuatro conceptos... Sólo el ca¡¡rbio cle instru- mento lo hizo renunciar a esa actividad. Alli se revela la estructura de la satislacción pulsional que, reprl- mida, organiza el sintoma, y que puede también volver a encontrarse en otras pulsiones: la constancia se manifiesta en una repeticlón stg- nificante minima -escalas repetidas lncansablemente-que llama a la prohibición. I-a cle¡nanda del Otro es central: demancla cle la maclre y la abuela, ambas maniáticas del estreñimiento, demancla clel otro que, proponiendo ese instrumento, anuncia un'toca" corno inrperatlvo de goce.'Lo que lleva a distinguir esa satisfacción del puro y slmple auto- erotismo de la zona erógena es ese objeto que confundimos con dema- siada frecuencia con aquello sobre lo cual la pulslón se vuelve a cerrar -ese objeto, que en realidad no es más que la presencla de un ht¡eco, EL SIMIOMA Y I,A PI.JI,SION 2I ocupable por cualquier objeto y del que sólo conocemos la instancia bajo la fornra de objeto perdido", escribió Lacan en Los cu atro concep' tos.,.a No se trata entonces de una actividad autoerótica, y algo fracasa en esa operaeión, sin tomar, sin embargo, el lugar en su fantasrna de la demanda del Otro: si, musicalmente, tiene hoy una única certeza, es la de la bellezadel sonído, belleza inmaterial, cle attsencia, que él pro- cluce. Pero ese sonido perrnanece innterso en Lula búsqueda clolorosa de la perfección técnica, que le impide la invención cle una interpre- tación. En ese punto, el superyó gozador, en acción en la repetición si¡¡nificante de esas escalas, es el artilice que continúa organizando actualmente su síntoma, hacienclo que se eternicen preparaciones sin Iin y programas nunca logrados. El deseo queda allí cletenido, domlna- do por el atractivo de una fórmula de la ptrlsión que manifiesta su rela- ción reversiva con la fuente y con el objeto: 'hacerse jorobar", Iórmula que es su imperativo de goce. ¿Cómo separarla música de esa demanda del Otro quesepara al su- Jeto de su deseo, que él mismo desconoce? Es ta¡nbién plantearse la siguiente pregunta: ¿porqué un sintomayno la sublimación? Paraé1, se trata de que el objeto sea reabsorbido en la repetición significante y asi, satisfacer, por sustitución, lo más cerca posible del autoerotis- mo, aquello que está reprimido, o sea la pulsión. En consecuencia, no hay sublimación por la música, si sublirnación es elevar un ob¡eto a la digniclad de la cosa, más allá de la gravitación signilicante, como Jacques-Alain Miller lo señaló en su curso de 1983. Para que este sur- gimiento resultara posible, talvez haria falta que el objeto perclido se convirtiera en esa ausencia que lo hace objeto de deseo del Otro.n Ia reducción del fantasma a la pulsión se repite en otros lugares de las disposiciones pulsionales: por eso, cuenta que cuanclo empezb amas' turbarse lo hizo de la siguiente manera: habientlo recibido cle regalo un equipo de 'pequeño quimico', metia su espenna en tubos y retortas y los dejaba ahi, dia tras dia, a la vez escondidos y ofrecidos a la lnves- tigación materna. Pero en el momento de elegir estudios de quimlca, renunció a hacerlo. La actividad sexual está sometida, hoy todavia, al igual que la actl- üdad musical, al imperaüvo del deber, pero no articulable con un obJe- to causa del deseo: hacer el arnor, como hacer música, es un trabaJo, un trabajo a la fuerza, un trabaJo de esclavo. En otras palabras, un trabaJo del que el yo fuerte puede mantenerse amo, sostenido como lo ,, MARID.HCI,END I]ITOUSSD está por esa castración irnaginaria de la que Lacan habla en "Subver- sión clel strjeto...".6 Aveces, sin embargo, la ¡nirsica cleviene terrorifica: 'sobrenatural", dice: 'entonces, cuanclo toco, es conto t¡n disco". ¿Cótno aceptarya no mantenerse como a¡no cle ella. ser hecho por ella, cómo apelar al Yo (Je) en el lrrgar del yo (moi)? Su relación con la cas- tración se sitúa en ese punto: trabajar como un esclavo del significante para seguir sienclo amo del mismo, y no ofrecer al Otro la castración c¡tre poclria resultar de esto. Que el Otro poclria clemanclársela, inclu- clable¡r'lente tiene algunas razones particulares para estar convenci(lo de ello, que se despliegan en su relación con su pa(lre. Especialmen- te, tiene con él una deuda inraginaria: le robó en su inÍancia un disco, clisco qtre nunca ptrdo escuchar, hoy inescuchable, rayado; quecla li- mitado a Ia espera laboriosa de una certeza. Pero el linal cle esa espera exige necesaria¡nente la pérclicla clel objeto, por la cuarl la castración es ese único medio que cla acceso al cleseo. No hay más salida que la cons- trucción del fantasma en el an¿ilisis. Es el punto hacia el cual se enca- mina, ya que está aferraclo en el discurso clel análisis. IIEFERENCIAS I]IBLIOGNAFICAS l. rI. lacan, El semdnarío, Libro X, Ios cuotro co¡veptostund.amentales del psicoanálisús,Scuil,Paris, 1972,págs. l6O-161.l'raduccióncspañola:P¿¡idós, Bucnos Aircs, 1986. 2. J. I;rcan, Escri¿os, Scuil, Paris, 1966, pírg. 853. Traducr:ión csperriola: Es- crílos, Slglo ,XXI, Bucnos Alres, 1985. 3. J. I;rcan, ob. cit., pág. 261. 4. J. Lrcan, ob. cit., pág. 164. 5. J. Lrc¿¡rr, ob. cit., pág.825. 6. J. Lac¿rn, ob. cit., pág.826. II EL SiNTOMA, DEL SIGNO AL SIGNIFICANTtr FUENTES YTRADUCTORES ['os textos de A. Di ciaccia, M. strauss y G. clastres fueron publlc:rdos cn rasActes de I'Ecole de la Cause freudienná, No IX, Ls Formes d.u símpt6me, ytraducldos por Irene Agoff. EL SINTOMA, DEL SIGNO AL SIGMFICANTE Antonio Di Claccia La tesis de Lacan: el inconsciente estructuraclo corno un lengtraJe, viene a aclarar, en relación con el sintoma, varios puntos. Primero, que el síntoma no es un signo cle una afección sino una expresión para ser leida, que sólo se interpreta en el orden del signi- ficante, el cual no tiene sentldo más que por su relación con otro sig- nificante y sólo en esta articulación resicle la verdad del sintoma. r En segunclo lugar, que la oposición de los dos sistemas psiquicos que son origen de la formación delsintoma no es laoposición entre lo conscien- te y lo inconsciente ni la oposición entre el yo y el ello, sino la oposi- ción entre la cadena que representa al sujeto y el objeto que presenta al goce. Por último, la tesis de I-acan implica aclemás que en la cura el propio analista es primeramente un elernento signilicantey un trozo de real después, en cuyo derredor sejuega el destino de un análisis. Y por lo tanto que el sintoma y el analista están constituiclos zunbos por el rnismo paño signilicante y por la rnisma capacidad de lo real. Por toclo esto, aunque la metamorfosis del sintoma de signo a sig- nilicante se anuncie mucho antes del encuentro con un analista, sólo pnr el signilicante de la transferencia se constituye el sinto¡na como analitico y se hace demanda dirigida al Otro. Pero aún será preciso que intervenga la función del deseo del analista para que el sintoma se pre- cipite en una escansión que pueda mostrarse operativa. Por otra parte, esta operación no tiene el mismo alcance según que se trate de una neurosis o de una psicosis. En el caso de la neurosls, el sintoma es el sintbma del sujeto, y por la demanda dirigicla al Otro el sinto¡na se encuentra capturado en el engranaje signilicante baJoel báculo del Nombre del Padre. Esta operación tendrá como consecuen- cia la construcción del Iantasma, que ofrecerá al suJeto el ma¡co don- 26 AIYII)NIO DI CIACCIA cle alojar al goce que el análisis ha clesalojaclo clel sinto¡na, goce que figura, en este estadio, como exponente áe la lunción clel ciáseo <rer otro. Por el contrario, en el caso cle la psicosis, el sinto¡na es el sinlo- ma del otro, como lo recuerda Jacques-Alain Miller.2 I)or eso I-ac¿rn pudo decir que el psicótico es normal. porque el otro es quien .rq{o "".Entonces el destino de este síntoma depenclerá intimamente,Áo solo del logro, siempre problemático, cle ponlr en movirniento el frgrana- je signillcante sin descar.ilar, sino que clepende t¿r¡,bién ae/heáno ae que, no estando cnbierto el deseo clel otro por el Nombre clel Paclre, el analista deberá inventar una cobertura clá suplencia. Al revés cle la neurosis, doncle el sintoma seria la crivisión clel sujeto respecto del Otro, en la psicosis el sintorna sella c¡ue el suieto y su ótro están completados, en el senticlc¡ propio y en el ligura,rclo.'En Ía ner¡ro- ¡i1, elQt¡o es el agt¡ero por cloncle escapa el goce clel sintoma y tarn_ bién del fantasma; en la psicosis, el Otro cierrá para el su.ieto toclo es_ cape cle goce. Llegado el caso, está a cargo clel analista eñcontrarahi la lisura. I)rocuraré ilustraresto con el fragrnento cle ese mornento cle un aná- lisis que llamamos sesiones preliminares. se trata de una señora de cierta ecracl que, la primera vez que nos vemos, rne agraclecerá el haberle ofrecido la oportunirl¿rcl de ser oícla y -me clice- el haberla llamaclo. su respuesta a mi pregunta sobre las razones cle su visita no recaerá -con1o es usual en el nJtrrólicn- sobre los problema del amor o del trabajo, sino que será cle entracl¿r url rles- pliegue de historias cle una loctrra corriente. Pero a continuación, «,.n el correr cle las sesiones, el volt¡men cle su voz clis¡ninuir¿i hasla re<lt¡- cirse al sirnple movimiento cle los labios. comprobé entonces r¡ue nunca habia oiclo el ti¡nbre cle su voz. si en alguna ocasión elev¿,rbá el volumen, su voz seguia sienclo absolutamente álbna. I)or el contrario, sus allegados se turnaban en el teléfono para prevenirme, para pre_ guntarrne, para infiormanne a I'i¡r cle qtre ¡ni saber ftrese conrpleto. De este moclo, de esta historia yo sólo conocia lo que se me c«:nrtrnicaba sin haberlo clemanclaclo ni cleseaclo, y qtre en realiclacl se reclucia a t¡na triste cronologia de hechos caprichosos que habian for¿acro a la se- ñora, descle hacia muchisimo tiempo, a frecuentar cle tanto en lanto clinicas especializadas. En loque respecta ala demancla que me habia clirigiclo, yo poclía tan sólo intentar poner en música, por clecirlo asi, srr voz áfoná. Amis pre- §untas deliberadamente ingenuas, su voz responclia perclienclo ei es- EL SIN-|OMA, Dt'I, SIGNO AI, SI(]NIFICANII' 27 caso volumen que le quedaba. Por lo demás, en los raros momentos en que el volumen era sulicientemente más consistente que los rr"¡iclos que pueblan habituahnente el silencio de una habitación, su voz me atribuia interpretaciones cle las que mi rnernoria no conseryaba nin- guna huella. Sin embargo el analista, clesde Freud, traba ja con una es- pecie de memoria que podrÍamos llamar fi¡era de la represión, hasta tal punto no conoce el dessaste del tie¡npo. Mucho clespués cornprencli que un analista, en toclo como yo, le soltaba inlerpretaciones en sesio- nes que -decia ella- tenian lugar en los sueños. pueclo asegurarles que, cuanclo las escuché, esas interpretaciones revelaban a un ana- lista cle profunclo conoci¡niento y excepcional saber, lo que no era ¡ni caso. Esto no impedia que Ia dama confuncliera al analista de los sueños y al cle carne y hueso. Eta como si hubiera engranado con un analista automático. Decicliclamente, la perplejidacly el asombro estaban de ¡ni lado. Me permito hacei algunas observaciones qLre ilustrarán, asi lo espero, nri procecler ulterior. Prímo, en lo tocante alavoz, por lo común la vertiente significante esconde su vertiente objeto. Hay, por ejemplo en el neurótico, una suerte de recubrimiento del valor de objeto de la voz efectuado por su valor significante, que, por el relevo de otro signilicante, surnerge al analizante en la alienación cle la cadena y en la dependencia clel Otro. Por el contrario, en el psicótico, la vertiente objeto de la voz cobra re- lieve alli doncle, en aparienci¿r, la voz se ausenta. El sujeto eslá reclu- cido al silencio y la cosa h¿rbla. Sin embargo,lavoz fbna aunque áfona, esya unavoz que se dirige al Otroy, aLtnque inauclible, esta fun- ción cle lavoz indica que haycadena signilicante articul¿,rcla. De ahí que íuera preciso tratarde tomarlavoz en el orclen clel signilicantemás que cle dejarla caer sobre la vertiente del olrjeto, aunque en lugilr cle un rectrbrimiento apareciera una proximidacl entre la voz co¡no signifi- cante y la voz como objeto. Por lo clem¿is, otros fenómenos, co¡no el hecho cle qtre todo le daba serlales cle una signilicación r¡ue la concer- nia, claban lb cle esa peligrosa proximiclacl. Secttndo, en estas sesiones preliminares yo estaba reclucido a la inr- potencia de poder introducir a la persona en Llna primera localización cle su posición en Io real.3 Esta localización es siempre necesaria para evitar interpretar la causa del deseo antes cle que éste sea localizado con respecto al falo. Ahora bien, a esta local2ación ella rne oponia o bien la vertiente objeto cle la voz, o bien un analista no encarnado. co- rno si intentara tomar la senda de la libre asociación sin que el falo y 21, ANloNIo DI CIACCIA el crerpo clel analista formaran parte clel ft:te, sienclo que, cle toclas ma- neras, no hay análisis posible sin falo cle un laclo y analista cle carne y htreso clel otro. Tertio, porlo común, en el neurótico, paralelamente al recubrimien- to clel objeto por el signilicante, hay clel iaclo del analista recubrimien- to cle la lalta clel otro por el otro clel significante. Del otro tot¿rl al otro banaclo, es el Nombre clel l)aclre el quI funciona corno hilo concluctor y, en senticlo propio y ligtrraclo, como parapeto. y el que permite el pa_ so clel otro del signilicante aI signilicante ialtante clel oiro. Por eso el Nonrbre del I)aclre pertenece al mismo orcren qre el sintoma, conlo re- cttercla J.-A. Miller en su clrrso cle lgg2.a por eso el Nombre del I)aclre es el garante, para el sujeto, cle que la falta clel Otro sea soportable. Paralelamente, el srjeto supuesto al saber, completanclo en el neuró- tico al sintoma, haciénclolo apto para ser clescifraclo, haciénclolo signo para alguien o para un saber, oculta, al mismo tiempo que reveli, el enigma del deseo clel Otro. Este enigma es el que prwocará la met«r_ nirnia deseante del ana-lizante, pero tambié., .Í qrá la cretencrrá sobre la metáfora que equivale a la causa cle ese deseo. Ahora bien, en esta cura los dos aspectos clel Otro, que por lo común se recubren y que el análisis separa, estaban cle entracla clisociaclos. con la conseóuáncia de que por un lado la certezaclelirante habria pocliclo ocupar el lugar de la suposición clel saber, y que por el otro lacio el deseo áel Otro, en vez de mantener su enig¡na, habria poclicro clar consistencia al otro perseguick:r. Quarto, por lo común, a Ia dernancla que se clirige al analisla éste responcle' para poner al sintoma a trabajar, con otri clernanrra q[¡e no es en absohlto simé(rica a la prirnera. En efecto, el analizante, ¡nerlian- te su clemancla, se clirige a t¡n satrer para ser libracro cre su si¡rtoma, nrientras c¡ue la demanda clel analista, qrre se presenta en generarl en for¡na de-rn irnperativo, concer¡riente por ejenrplo a la regla.naliüca, ocultayclisirntrlaeldeseoclel otroe i.rpia. ási "t surgimiJnto<le la an- §ustia qtre venclria a responcler a ella. De esta manera la cle¡nancl:r del analista preservayrnecliatizael ach,enirniento clel enignrir clel cleseo clel otro. Por supuesto, esta cle¡nancla cler analista. para q.e me<lrat rce esa relación con el cleseo clel otro sin obstn¡irl", ná .t.ué en ningúrn caso transfonnarse en enlrnciaclo der cleseo cre un anarista, pero'es preci- so que, al enunciarse, ella derogue al cleseante abriéncloio a ra funcion clel deseo del Otro. En el psieótico, por el contrario, la clernancla del analista n. llega a mediatizar el enigma del creseo der otrc¡. En efecto, o bien esta crenian- I'I- SINIOMA, DI,I. SIGNO AI. SIGNITüCANI]i 29 da no se reenlaza con el Otro del psicótico, y en este caso el analista está excluiclo cle la relación delirante entre el psicótico y su Otro, o bien esta dernanda pasa a ser el enunciado mismo clel deseo del Otro con el riesgo de que el analista resulte idéntico al Olro perseguiclor. Si en psicoanálisis la estrategia es siempre coactiva, en el análisis con psicóticos también y en cuanto a la táctica la capaciclacl cle maniobra es escasa. Se hace rnenester entonces que esa pnrclencia que menciona Lacan y que permite, clescle Aristóteles,5 calcular el impacto en la realización de lo contingente en lo particuiar, inclique la politica a seguir, no p¿1ra rtna técnica clel hacer sino para una ética clel acto. De este rnoclo al final de una sesión, en la ptterta, le pecli que me fuera a busczLr leche y cigarrillos. Ftte preciso c¡t¡e al linal cle varias se- siones le repitieraestaextrañaclemanclayrltre las cajzrs se apilaran sin ser abiertas ni utilizaclas para que li¡rallnente ella me dijera, sin tin- bre en lavoz:'Usted no necesitaleche ni cigarrillos. Ustecl c¡uiere decir- me algo". 'Eso no irnpicle qlle vaya a buscármelos", le replir¡ué. El enigma estaba por lin de su lado. Esla extraña intenención clio lugar a varios efectos. Pritnero, el de restittrir lavoz al sujeto, aunque la señora siguiera emitiendo t¡na voz á[ona. I)esptrés, que a partir de ahí la señora comenzó a hacenne oir lo que le sucedia desde hacia mu- cho tiernpo. De este moclo el engranaje significante pudo ponerse en rnovimiento para un analistade carneyhueso, yen el aposteriori pucle constatar que el clesfile signilicante habia tenido el pocler cle domes- ticar un cierto goce con la consigLliente separación del objeto respecto cle la c¿rclena. No comentaré ahora ni el trabajo de la libre asociación ni la separación clel objeto. Me lirnitaré a dos observ¿'tciones. La prirnera ser¿lei estatuto cle sin- torna concerniente a la voz. En el «:aso cle la neurosis, la falta cle voz habri¿,r podiclo ser movilizacla sólo a trar'és clel trabajo cle la asociación libre, que habria hecho aparecer el nexo con otro m¿rterial y, en últirna instancia, con el rnaterial reprinticl«r. En este ejemplo, por el contrario, la lálta de vozerael resultaclo cle la relación del sujeto con su Otro, que por su parrte hablaba y la redttcía al silencio. SeSundaobsen'ación. Esa palabra es restituicla pues al sujeto por .la intervención del analista, porque éste viene a clescompletar a la pa- reja delirante. En ese espacio entreabierto, será la presencia del ana- lista lo que funcionará descle entonces como tercero entre el sujeto y su Otro. Era como si de un lado, se trubiese abierto t¡na fisura en el Otro delirante y, cle rel¡ote, clel otro lado, al sujeto psicótico le llegara 30 ANIONIO I)I CI,\CCIA una pregunta. Asi pues. la intervención le habia labricaclo una pre- gunta al suieto, una pregunta qtre recaia, sin clejar de disociarlos, so- bre la relación entre el Otro y el goce. Por supuesto, si bien esta intervención volvia a poner en carrera al analista evitánclole al mismo tiempo prestar su piel al Otro persegui- clor, ella facilitaba no obstante a la señora establecer con su analista una relación cle erotomania, que es -si pueclo exp¡esarrne así- una es- pecie de concreción del fantasma. Esta relación erotomaniaca es lo que permite al psicótico -como decia Michel Silvestre-G tener una cier- ta gestión cle su goce. ITEI¡ERENCIAS f]II]I.IOGRAT.'ICAS l, .J. Lacirn, EscrÍtos, Scuil, I)¿rris, 1966, págs. 234-235. 2. J.-A. Millcr, curso dcl 20 de abril dc 1983. 3. J. l,¿¡c¿rn, Escr[fos, ob. cit., p.rg. 596. 4. J.-A, Mlllcr, clase dcl i3 dc encro dc 1982. 5. Aristótclcs, Etica a Nícómaco, cap.Vl. 6. M. Silvestre, Acfes de l' ECF, lV, pág. 57. EL SINTOMA EN I-\ CURA Morc Strouss Partiré <le la cuestiÓn sig¡uiente: ¿de qué moclo podemos diferen^ciar los sÍntomas neuróticos dil sintoma del neurótico en an¿ilisis? ¿Qué caracteriza a esta operaciÓn cle sin§ularizaciÓn donde pasamos del plural de los sintomas a su singular'? Apuntemos de paso que a me- áiá. q"" avanzala teoria éste ño es el único concepto que sufre esa transformación: Freud pasó de las transferenclas a la transferencia' los fantasmas se convirtieron en el fantasma, fundamental' llegado el caso. En cuanto a los sintomas de los neuróticos, sabemos que resaltan " ñiiá.f enfoque cle las formaciones clel inconsciente, lo cual los t u"" t"t, interpreiables como los sueños, lapsus y chistes' Correspon- á"" u."u fogiá aet signincante que Lacan formalizóbasándose en tres ir.U"1o" fr.i,dianos que le sirvieion cle referencia; Lainterpretací,nde los srjeños, Elchistey Psicop atologiadelauidacotidianoen los que' es- jeciatmente en los sintomaÁ, los e¡emplos prrlulan' A un sintoma le co- iesponde la interpretación que desprende sus sobredeterminacio- ""i'lo" ""aos significantes que los constituyen. se trata del sintoma ., ",-ru.rto se corñplernenta cón el Otro, el Otro pleno del significante' p". m"ái".iOn ¿eisuJeto supuesto al saber, saber la significación. Es- ie tipo de interpretaóion puede practicarse-en beneficio o a expen§as de qlien quieri prestarsé a ela, un Joven latinista llegado el caso' y pu.áe practicarse asimismo en la clinica' Lo que aqui quisiera desarrollar es que estos sintomas' estas for- maciones del inconsciente, ler¡antados por una interpretaciÓn en la transferencia puesto que el sujeto supuesto al saber es moültzado' se distinguen "., ,., prrrio esencial de lo que podemos llamar el sintoma 32 MAIIC STRAUSS en Ia cura. Mi insistencia en la interpretación que levanta el sintoma anuncia sulicientemente que situaré mi exposición clel laclo del sinto- ma como incurable. Pero antes de abordar con un ejemplo este punto, me gustaria evo- car, como contrapunto, uno de esos casos de curación rnaravillosa dig- na de los primerÍsimos tiempos del an¿ilisis, esos primeros tiempos cuya desaparición ciertos analistas lamentan. Se trata de un joven cle unos veinte años que habia pasaclo tres se- manas en un servicio de neurologia por una hemiplejia presentada cuando iba a salir de la prisión clonde lo habian encarcelaclo por una malversación menor. Era una hemiplejia muy seria, que durante esas tres semanas fue minuciosamente exploracla: cuatro arteriograhas, scanner, tomografias, EEG, etc. Como los resultados fueron negatt- vos, los neurólogos deciclieron derivarlo a los psiquiatras planteanclo por descarte la hipótesis de una hemiplejia histérica. Y, en efecto, bas- tó con preguntar a este mt¡chacho cómo estaba para que él mismo ofreciera la clave, la armadtr ra en la que se hallaba p aralizaclo. Se apre - suró a decir que las cosas no podian ir melor para é1. iba a salir de la cárcel, iba a casarse con la mujer que amaba y que lo amaba, cuan- do esa hemiplejia... Claro está que el hecho de que esta pasión'más fuerte que la muerte" se volcara en una persona algo mayor que su ma- dre no tenia en su opinión ninguna importancia, a lo sumo podia irri- tar a algunos espiritus amargados y divertir a los otros, sobre todo a sus amigos. En sintesis, bastó con dejarlo hablar, insistiendo un po- co, para que al fin de cuentas se revelara a si mis¡no que sólo estaba decidido a meclias a unirse para siempre con esa futura tierna mitad. Salió clel despacho caminando con las clos piernas. I-a historia se interrumpe aqui pues aquél fue nuestro único y último encuentro, ya que su futura esposa se aprestrró a sacarlo de las garras del hospital haciéndc¡le lirmar el alta esa misma tarde. Pero aunclue la historia se interrumpa aqui no está desprovista de enseñanzas, sólo que por la negativa. Es dificil discutirle a esta hemiplejia el estatrrto de sinto¡na. Y c¡ué rneJor e.jemplo de su función metafórica, de su inscripción en el lugar clel Otro, del Otro significan- te, que su levantamiento mecliante Ia interpretación significante, tan- to más irrefutable cuanto que fue el propio sujeto el que Ia profirió al hilo de su discurso y que bastó señalarlo para que, sorprendido, se oyera clecir algo distinto de lo qtre creia y el sintoma cayera. lbdo es- te montaJe se apoya desde luego en el sujeto supuesto al saber al que EL SINTOMA EN LI\ CURA apelaba en su demanda de curación, demanda redoblada por el fra- caso de los neurólogos. Precisamente, el haber interpretado a partir del sujeto supuesto al saber permitió tal vez que el paciente dejara de sufrir su hemiplejia, pero no modilicó en nada su posición subjetiva. Podemos tener la se- guridad de que el sintoma fue a alojarse a otra parte. ¿En qué se distingue esta entrevista de una cura? Primeramente, en el plano de la transferencia, podemos decir que si habia cabalmente una llamada al sujeto supuesto al saber, no habia en ningún caso par- ticularidad de este lazo con aquel que lo interrogaba. En segundo lugar, y correlativamente, no fue que el sujeto hubiese iniciado un tra- bajo, trabajo de un pregunta que supone ya una pérdida de soce; en su exigencia, en su reivinclicación de curación, seguia sumido en é1. Por lo tanto sólo lue a medias 'una clinica bajo transferencia', y en absoluto un clínica con ética. Si presenté esta observación, que no se presta particularmente a dejarnos satisfechos, fue para mostrar cómo es posible que una pÉc- tica se apoye en una cierta referencia a Freud y al psicoanálisis, y hasta se prolongue, girando indelinidamente la rueda de sintoma interpre- tado en sintoma interpretado, sin que lo que está en juego. lo que cons- tituye la apuesta del sujeto, sea rozado de manera alguna. Pero linalmente, en la cura freudiana según el narcisismo, no inter- pretamos más sistemáticamente los sintomas de lo que develamos los fantasmas o las transferencias. Un analizante habla de sus sintomas y cle otras cosas. 'fodo esto es tomado en Ia ola de la asociación libre y, llegado el caso, nos enteramos de que cierto sintoma del que se que- jaba ha desaparecido, a veces meses atrás. Se da inclusive el caso de que en un primer momento no lo haya notado, de todas maneras no sabe cómo fue y el analista tampoco. Qué queda entonces clel sinto¡na para delimitar en la cura, siendo que, como decia Jacques-Alain Mi- ller en su curso'Del sintoma al fantasmayretorno": "No hay sintoma fundamental en el suJeto'. Sabemos que desde el momento en que Jacques Lacan toma en cuenta el goce y lo real del objeto en la causacióndel sujeto, pone igual- mente el acento en lo que el sintoma tiene de real, con una restricción para los síntomas de Dios, para el cual, como contrapartida, el cono- cimiento es paranoico. Dice esto, entre otras cosas, en la Universtdad de Columbia en I975. Recuerda que si el sintomaes curable, eso resls- te igualmente: el sintoma es lo que muchas personas üenen de más 34 MAITC SIIIAT.ISS real. Propone asi la túada: simbólico, imaginario, sintoma. En efecto, lo simbólico es por definición el ltrgar del Otro, lo itnaginario no es pro- piedad de nadie, por el contrario el sintoma caracteriza a alguien con mucha precisión. Por él se manifiesta aquello por lo cual el sujeto está determinado, aquello que lo toma desprevenido, el fantasma que cierra la identidad del suJeto de manera muchisimo más fiJa que el sig- nificante. Si porlo tanto la cura tiene, desde su instauración, un efecto de precipitación de los sintomas por el establecimiento cle la llamada al Otro, tiene también el efecto cle dirigir al sujeto hacia un sintoma ca- davez más puro, un callejón sin salida clel cual sólo su cerca¡¡riento permite el atravesamiento del fantasma y el desprendimiento del objeto, o sea una mutación del sintoma que no sea mero despla- zamlento. Me gustaria llustrar esto con un caso para examinar clespués su valor de ejemplo. Se trata de una mujer joven, de la que ya hablé en Estrasbur§o con otro enfoque, puesto que se trataba de poner el acen- to en un momento crucial de su análisis que se habia jugado en tor- no de una deuda que habia contraido conm¡go. En esa época no me pregunté por el estatuto de esa deuda, cosa que quisiera hacer hoy. Esta muJer vlno al análisis para tratar una bulimia y acabar con un sentimlento de mentira que minaba su vida, prohibiéndole reconocer- se en el menor compromiso y menos aún en uno cualquiera de los é:<itos que sln embargo, para su desesperación, acumulaba en la Uni- versidad. En sintesis, ella conocia meJor que naclie la inconsistencia del significantey lavanidad del saber, impotente para retener unaver- dad. tsuscaba en la flsura, en la quiebra del saber, una verdad, defi- nlción del sintoma dada por l-acan en la página 234 de los EscrÍtos (ediclón francesa): en el fondo, por qué no decir que ella buscaba un sintoma, un sintoma que aguantaray no la dejase abanclonada co¡no el desecho del mundo. El análisis permitió rápidamente un aplaca- miento de su extrav¡o mientras que la cuestión de Ia mentira persistia en su insistencla. Ella podÍa -yestola agobiaba-mentir, incluso men- tirle a su analista, 'camelearlo" sin consecuencla lnmediatamenle perceptible. En cambio, como además de estudiar trabajaba, se en- contró con que tenÍa que pagar impuestos. Asi contraJo esa deuda, falta de dlnero para pagar lo que ella llamaba las sesiones excepcio- nales, que sin embargo decia necesitar. Las sesiones excepcionales eran las que tenian lusar en la semana además de las tres habituales. Su análisis dio un vuelco cuando esta deuda comerzó a inquietarla. EL SINToMA DN IA CURA 35 Para ser más precisos, Io que la inquietaba era que yo pudiese no sa- ber el importe de su deuda. de la que por su parte ella se jactaba cle llevar una contabilidad exacta. Una frase, en su angustia, expresaba su turbación ante la ausencia de reaseguro por mi parte en cuanto al conocimiento de la cifra de la deuda: -lbngo miedo de que usted no sepa lo que le debo'. Esta frase la detuvo, la soprendió en su equívoco y le mostró brutalmente hasta qué punto consagraba su üda a pagar. Fren- te al otro, cualquiera que fuese, ella tenia la sensación cle tener que saldar algo, y comprobaba no saber ni qué ni por qué. ¿El otro lo sabia? Es clecir, que una gran parte de sus conductas en la existencia, de su manera cle ser, por primera vez se le apareció como sintomática. Aqui se trata de un rasgo de carácter, de una manera de ser conver- ticla en sintoma construido en el análisis; no es qtre no existiera antes, pero para el strjeto pasaba inadvertido. Este fue un momento crucial en la cura, por su causa se vio enfrentada con su montaje consisten- te en operar una escisión que la dejaba fuera de juego: ella expulsaba sobre el Otro un saber cuya impostura le erafácil denunciarsise hacía pretexto para el ejercicio de un dominio, mientras que tomaba a su cargo unaverdad ciertamente lndecible, pero cuán deliciosa, que le ga- rantizaba el goce de estar siempre en otra parte. En cuanto a esa parte de goce en el sintoma, Lacan la formula en el texto de 1967: 'De la psychana\rse dans ses rapports á la realité'. En la página 58 de Scilicet Ne l, en una frase que responde, agregán- dole los conceptos de goce y resistencia, a la de los Escrilos que hace un momento recordé, dice: 'Asi, laverclad halla en el goce cómo resistir al saber. Esto es lo que el psicoanalisis descubre en lo que llama sín- toma, verdad que se hace valeren el descrédito de larazón-, Las consecuencias de este momento de vuelco en el análisis Íueron harto considerables sobre su modo de considerar la existencia, pero la deuda subsistió, siempre imposible de saldar. Esta deuda cuyo importe no varia es lo que tomó un estatuto particular en la cura, un estatuto de sintoma. En efecto, la anal2ante se queja cle ella. se sien- te molesta por ella, quiere librarse de ella, pero inclefectiblemente, y pese a su buena voluntad, acaba utilizando para otra cosa el dinero reseryado a esa cleuda. Finalmente, y sobre todo, habla de ella pero no puede decir nada. Esta deuda está en función, en su lugar de impo- sibilidad. Lo interesante es que no habla de ella en cualquier momen- to; esa deuda es, para retomar la ima§en de Lacan en "Intervenclón MAITC STRAUSS sobre la transferencia', el límite en el cual el carro debe girar para re- vertir una última vez su carrera. En este análisis, el sujeto trabaja con el signilicante alrecleclor de ese limite al que se acerca cadavez más, con un movimiento en espi- ral. La médula de este mojón, del que el sintorna es vestimenta, tiene un nombre que conocemos, el objeto cu La deucla viene a significar su puesta en función. En elbcto, el dinero no es solarnente el equivalente general de toclas las significaciones, clominio en el que la analizante es experta, sino ta¡nbién el que hace las veces, el representante de su ser de objeto, esa iclentidad clue se le escapa, que la presiona. Además, el conocimiento de este objeto escapa también al analista, él puede verilicar simplernente que está en función, sin que nada permita de- signarlo, ni en términos de analiclad con el pretexto de que se tra- ta de dinero, ni en términos de oralidad con el pretexto de que se trata de bulimia. Dije que la paciente no habla de ello en cualquier momento, y es- to es por supuesto cadavez más preciso. Aislaré pues la secuencia que me parece esencial y que anuncia explicitamente la liquidación deli- nitiva de esa deuda. Comienza con una reactivación de la angustia cuando su compañero amoroso parece distanciarse. Inmediatamen- te la embarga su temor de siempre: el otro no tiene nada que hacer con ella, ella no vale nada. Ia vergüenza frente a su deseo, que sigue in- tacto, la invade. Aqui es cuando vuelve a hablar de su deuda y del he- cho de que su padre la deseó demasiado cuando ella era aclolescente y de que, sobre toclo, no se lo disimuló. Vuelve a pedir entonces una sesion excepcional, la prirnera clesde que habia contraido la deucla. En esta sesión co¡nunica dos recuerdos cle su primera infancia que tienen en co¡nún el que trató de alterar a sus padres enloqueciéndolos, la pri- meravez chillandoy la segitrncla contando una mentira, pero en los clos casos el padre no se dejó embaucary puso firmemente las cosas en su lugar. Esta era la secuencia clinica. Vemos que ante un avatar de Ia ausencia de relación sexual, el sujeto, en un estado de angustia, convoca en el análisis lo que hice la hipótesis de llamar su sÍntoma analítico, la deuda. Unavez más se verifica la frasC-de I-a.can, siempre en la Columbia: "Las relaciones hombres-mujeres cumplen un papeldetenninante en los sintomas cle los seres humanos'. Ella quiere en- contrar en el Otro su ser, su temor de ser indiferente para este otro lo dice suficientemente. El [antasma, en su vertiente de sostén del deseo, que constituye el placer propio del deseo, como dice Lacan en "Kant EL SIN'IOMA EN LA CURA con Sade", la impulsa a sexualizar ese ser significante, a intentar rea- Iizarlo en su malogramiento, en la inconsistencia de su ser signilicante en el Otro y en el objeto al que ella está ligada. La deuda es asirnismo la imposibiliclad de colmar la falta en el Otro, lmposibiliclad que se presenta en forma de impotencia y como una cle- fensa del sujeto, quien no renuncia a cubrir su división en el Otro. Más allá de su buena voluntad y cle su celo, eso resiste a la defensa, a su pesar no puecle salir del paso, mientras que su fijeza sella la presen- cia, ahi, del objeto y del goce que él le asegura. En este punto, enton- ces, esta deuda es una lbnnación de compromiso entre su aspiración a la realización de su lálso ser signilicante y su sujeción a un goce lmposible de decir. Esta deuda no es lo incurable del sexo, lo repre- senta velánclolo. Y esto permite plantear que el levantamiento cle esta deuda sólo puede obtenerse mediante un atravesamiento del Ián- tasma, afectando al goce en él encubierto. ¿Cuál es ese goce? Quizá sus dos recuerdos de infancia nos permi- tan comenzar a deducirlo: ella intenta inscribirse como falo mecliante el gritoy lo que llama camelo, o sea dandovoz. Amenuclo también ma- niliesta su sulrimiento de sentirse obligada a hablar, aunque sea para no decir nada. Verdad o mentira, confesión o camelo, qué importa la vestirnenta con tal de que haya una voz. En algún mornento dice cuán cruelmente le falta la mia aveces, hasta el punto cle haberme llamaclo ya por teléfono sólo para oírme. Producir lo incurable de la falta en el Otr<1, advertir lo incurable del saxo, hacer pasar el goce al decir para aprencler a obrar con él es la ta- rea del análisis, qrre equivale a separar al sujeto de ese goce sin que- dar en paz por ello con lo real. Espero haber clenrostraclo alrecleclor de qué lugar determtnado, que en si no tiene más importancia que la capilla de las ¡netáforas militares de Freud, se jugaba el proceso de la cura. Este lugardel sintoma que novale sino por lo que representa de- ter¡nina no obstante, como la topografia de un lugar las opciones es- tratégicas de los combatientes, lo queyo llamaré el caÉcter de la cura, aquello que le da su estilo propio. Sobre este punto quisiera hacer algunas observaciones, en forma de preguntas y a modo de conclusión. ¿I)or qué este caso rros sirve de ejemplo? Entre nosotros no hablamos de analisis del carácter porque Freud, en la segunda parte de su texto AnálÍsis terminable e interminable, a parür del momento en que insiste sobre la fase creacionista del psico- MARC SIÍIAUSS análisis, y [.acan, hacen del yo una formación del inconsciente; para ellos no es una instancia autónoma. No hay. y Freucl es en este pun- to tajante, yo normal, no hay mils r¡ue un ideal de nor¡naliclad. Por el contrario el sttjeto hace opciones, opta porrnecanisrnos cle delbnsa, al- gunos y no otros, consenanclo la represión originaria su lugar apar- te. Si para nosotros el psicoanálisis clebe ¡nás bien clebilitar al yo y no reforzarlo, es porque lo real del análisis noyace en las identilicaciones simbólicas y en sus efectos irnaginarios. El análisis, rnás allá clel Yo, apunta al punto real del irnposible encuentro y procluce este punto a través del sinto¡na en la cura, en ct¡anto manifestación concreta, el'ec- tiva, de la puesta en función clel objeto c¿como causa. El sintoma, para decirlo con otras palabras. es el lugar, el campo circunscripto clel com- bate entre la defensa del suieto y la resistencia del ob.ieto. Cabe preguntarse si este sÍntoma en su particulariclacl no es lo qtre da su estilo propio a cacla análisis, preligurando lo que ptrecle advenir como el esti.lo del sujeto, o sea la marca de Io real en su discurso, por la transformación de la contingencia en necesidad. 'Estilo" es, eviden- temente, un término un tantovago queexigirÍa un mejoracotamiento. En cualquier caso, no deja de evocar el irnpacto de un cliscurso y su valor de transmisión. Me parece que podúa ser uno cle los medios para calillcar de una manera más particular a trn sujeto. co¡no cleterminan- do los subconjuntos de los grandes conjtrntos -ahi cloncle rntrcha gente se aloja- de las estrategias del sujeto frente a la Ialta en el Otro, en el origen cle nuestras grandes tipologias. En el fondo, esto debe ser lo que hacemos, después cle Fret¡cl, ctrando observamos el celo, la buena vo- luntad cle Dora y el esfuerzo, la coacción, Zwang, del obsesivo. Partir de un rasgo de carácler contingente, pasanclo por el cariíc- ter de una cura hasta el 'obrar con", ¿no nos permite hablar cle 'en- contrar su estilo- como una cle las realizaciones de lo irnposible. uno de los nombres de lo incurable producido por un an¡ilisis?'lbrminaré gustoso reiterando Ia frase de Jacques-Alain Miller que ya he citaclo: "No hay sintoma funclamental', para proponer añaclirle: puede haber un estilo. EL SINTOMA Y EL ANALISTA Gur; Clostres En l9 tO, hallándose Freucl en plenamadurez, en la cúspide cle su pro- ducción, y mientras se preparaban, sin que él lovalorara exactamente, las tormentas que iban a sacudir al movimiento analitico, se (lirigia a Ferenczi en estos términos: 'A pesar cle todo el atractivo de sus traba- Jos (se trata cle los trabajos deJung sobre mitologia), lo inti¡né sin em- bargo a que volviera a tiempo a las neurosis: tenemos aqui a nuestra m"dr. pátria, y en ella debemos fortificar nuestro imperio contra todo y contra toclos". Pues bien, el tema de estas jornaclas nos retrotrae cabalmente a la inquietud de Freucl, y asi es precisamente porque en lo que se da en llamar el mundo de los psicoanalistas, debemos con- tarnos entre los últimos que se preocupan todavia por la senda freudiana. El sinto¡na nos interesa aqui por varias razones: porqtle preten- clernos responder a él co¡no médicos, psiquiatras, psicólogos o psicoa- nalistas, pero lgualnrente porque poclemos padecer cle é1. Elasta con clecir esto para convenir fácilmente en que hay una varieclad cle senti- clos acorclacla a este término, sintonra, variedacl que supone unavaria- ción, fuente de cambio, cle moclificaciÓn y hasta de desüaciones en el valor que se cla al sintomaen nuestro campo. Esta inestabilidad de la delinicion resulta <Ie la relaciÓn funda¡nentalmente inestable del sig- nilicante al significado, inestabiliclad cornplicacla por el desplaza- mlento que implica el nuevo valor confericlo al sinto¡na en el campo freudiano. Ala entracladel psicoanálisis. en el campo clel saber, está el sintoma -con el nuevo valor que Freud le da-y además está para cada cua-l su propia entrada en el análisis: ésta puede tener lugar a causa del sin- 40 GIJY CI.ASI'ITDS toma, que cacla cual somete a ese nllevo l'alor; cada demancla cle aná- lisis, que se hace en nombre del sintoma, üene a verificar la verclacl freudiana, pero también la relación clel analista, al que ella se clirige, con esa verdad. El campo freucliano se estableció, corno sabemos, en el a posteriori del acto de FYeud, que consistió en antrclar el sintoma, como realizado, con la verdad como reprimida. En medicina el sintorna hace de signo: hace de signo para el méclico de una causa supuestamente situable en el ctrerpo, crterpo que establece la medida del campo de exploración del méclico, por la mirada. En psiquiaLría, el síntorna hace de si.gno cle una norma alte- rada; la comparación de los cliversos signos permitió establecer una clÍnica que comprobarnos sirve cada vez menos como punto cle referencia, para dejar lr¡gar a su en¡{anche aI efecto procluciclo por los principios activos de las subslancias ingericlas, revelanclo la sensibili- dad del cuerpo a sus principios. La psic¡uiatria moclema. que se califi- ca a si rnisma cle médica, strstituye la Jahct persislentecle la car-rsali- dad en el campode loüsible porla realizacióncle unaquirnicaquehace susveces: inversión en laque puecle leerse, asimismo, el lin cle una cli- nica. En estos dos casos (psiquiatúaymedicina), el sintonra represen- ta algo para alguien que está ahi y que responcle con una demanda de salter, Cuanclo la histeria cesó de poblar los conventos y de provocar a los exorcistas, cuando los médicos la instalaron en la escena hospitala- ria, produjo una demanda que, como sabemos, puclo tomar fonnas dl- versas: surnisión necesaria a la voluntacl méclica por la intervención cle métoclos educativos, coacciones cliversas, sugestiones, otras tan- tas manifestaciones en las c¡tre puecle leerse la relación cle la histeria con el amo (cf. tesis cle Gérarcl trVajeman, Le Mqitre ett,HAsbrtqtrc).1,o (lue me parece importante subrayaraql¡i es que en este encuentro en- tre l¿l histeria y el médico la clernancla aparece clesplazacla clel lado del méclico. Con Freud se produce el vr¡elco del que hoy somos testigos. pues no es tanto de su demanda de lo que va a tratarse en su encuentro con la histeria, ya que renuncianclo a ella dejara clesplegarse I a talking cu- re a parlir de su cleseo de saber más de ella: la demancla qtrecla resitua- da entonces ahi donde clebe estar, y el sintoma sukirá el clesplaza- miento en el que se revela su estmctura signilicante. Si bien continúa haciendo de signo, ya no representa ese algo para un alguien con el cual este alguien puede cegarse. Hace de signo del Otro, corno lugar, doncle ese alguien se borra para dejar su lugar a otra cosa muy dife- I'L SINTOMA Y I'f, ANAI,ISTA 4I rente que es, justamente, aquello en lo que consiste el campo freudia- no, campo que hay que encontrar y reencontrar. Entre el psicoanalizante y el psicoanalista el sintoma plantea al Otro como cuarto, como ese lugar doncle cada uno de ellos tiene que ubicarse a partir de lo particular de su relación con la verdad. Pues el acto de Freud hace entrar la verdad en el sintoma co¡no la causa que sólo se alcanza por el rodeo de la palabra por el Otro: en este pasaje que va del signo al significante, doncle ca¡nbia el valor del sintoma, Freud hace surgir al padre como garante de la verdacl. El paso de Freud, en su encuentro con la histeria, establece, por el cliscurso que él produce, la relación signilicante entre el padre y el sintoma, en nom- bre de la verdad. Lo que Freud inaugura es un nuevo discurso que va acompañaclo de un signo: el nuevo a¡nor, aquel que surge en este des- plazamiento en el orden del discurso. Este nuevo amor es lo que no- sotros Ilamamos transferencia. Hay desde ese momento clos vertientes para el sintoma. Del lado del analizante, la demanda, con el engaño inevitable que implica; del la- do del analista, el deseo que se maniliesta por esa demanda en lo que la separa del goce. Para el analista, el sintorna pasará a ser ese cuarto que anuda, para separarlos, los campos doncle vienen a jugar la de- manda, el deseo y el goce; los anuda porque marchan juntos, pero los separa porque traza el limite de cada uno de los campos en el que par- ticipa. El analista es aquel a quien se inüta -digamos más bien a quien se ordena- a orientarse en estos campos a partir del hilo que constl- tuye el encadenamiento signilicante del sintoma: esto es lo que lirnita su libertad, tanto en la dirección de la ctrra como en el uso de la inter- pretación. Intentaré evocarcle qué modo él se aplica a reencontrar una libertad donde no puede sino extraviarse, como lo clemostró Lacan. La libertad que el analista puede aplicarse a obtener, a pesar de lo que puede tener el sÍntoma de estructurado, reside en que, en el campo freudiano, él hace de signo del Otro: todo clepencle, en lo sucesivo, de la concepción que el analista va a hacerse del Otro y, con ella, del inconsciente. A esta altura de mi exppsÍción es conveniente tomar apoyo en el §rafo, justamente elaborado por Lacan para precaverse del riesgo de extravio que implica ese lugar del Otro; grafo que sigue siendo para no- sotros el referente esencial donde se demuestra la estructuración de la experiencia analiüca. Ese lugar de cuarto, que ya mencioné a pro- pósito del síntoma, está inscripto en el grafo en el lugar del s (A), oca- sión que tengo de recordar, de acuerdo con Jacques-Alain Miller, Ia Gl]Y CII\STRES EL SINTOMA Y EL ANALISTA acabamos pues nuevamente en la cuestión, ya ampliamente debatida, del atravesamiento del fantasma. El sintoma, tal como está colocado en s (A), es el indicio de un atra- vesamiento del fantasma ya efectuado. En cuanto se define como el signiffcado del Otro, el sintoma es el resultado producto de un atra- vesamiento del fantasma, del que el sujeto nada puede decir porque nada sabe de é1. Aquí está incluso su dificultad, pero también su re- sistencia en la cura, pues el fantasma asi sacudido se ve restablecido en lo imaginario para sostener al neurótico en el valor que va a dar a su sintoma, como soporte de su ser. Si ahora me sitúo del lado del analista el problema se complica, pues por un lado tenemos la posición del anallsta con respecto al fan- tasma del neurótico, y por el otro su posición con respecto a su pro- pio fantasma, que él puede desconocer (donde lo uno, además, no está desyinculado de lo otro). Por un lado está el lugar que cla al fantasma en la cura, y por otro su concepción acerca del lazo del sintoma al fan- tasma; llegado el caso, el fantasma es lo que le va a servir para interpretar el sintoma: es decir que el analista puede interpretar se- gún su fantasma, contra Ia verdad del sintoma, como lo atestigua en abundancla la literatura analítica y la necesldad en que se encontró Lacan de estructurar la ecperiencia respectiva. Precisamente es la estructura la que da Ia razón de la posición to- mada por el analista en relación con el fantasma. En resumidas cuen- tas diÉ esto: según el grafo, el analista, frente al sintoma, tendrÍa la alternativa de, o bien el fantasma, o bien el yo; posiciones que ilustra el moümiento analiüco, desde las teorias de Melanie Klein hasta las de la qgopsgcholqg. Lo que aqui debemos subrayar es que Lacan, como el sintoma, no nos deJa esa alternativa: l.acan la fuerza partiendo del valor de verdad que otorga al síntoma como fornación del inconsciente, es decir como realización de un sujeto puesto en cuestlón como $. ¿Cómo conJugar, en efecto, la parte que ocupa el sintoma en la demanda y esa funclón suJeto? ¿De dónde saca el analtsta la certeza en la que basa su acto, st el Otro no puede responder de ella: '. S (/()? Esto me conduce, Justamente, a la pulslón. Tambtén la pulslón es uno de los cuatro de la estructura y ella mlsma, en el pensamlento de Fteud, no marcha sln el cuatro; en suma, la pulstón reconslderada por [acan impllca el cuaternarlo de la estructura, pero de la estructura en cuanto lncorporada: la pulsión no marcha sin el cuerpo, cosa que Fteud diJo siempre y lacan tras é1. 43 constancia mantenida por Lacan hasta el final de su enseñanza, del 4 de la estructura. Estos cuatro, evidentemente, marchan juntos' no havmaneradeaislarunoparadarleprimacia;porestomismoellos i"Jtii"y." para el analista el imperativo de un orden donde la nece- "ia"a á."á" a partir de lo imposible. I-a libertad del analista pa§a en- tr"tot.""""¡oyloimposible,toquenoleprocuracomodidad'Para nosotfos la "u."iión ."iaber de qué modo puede imaginar que la con- seguirá.--"volr"rno" pues, al grafo. Este nos muestra el lugar que figura como eI cruce donde eliintoma se manifiesta s (A), lugar donde con- vergen las relaciones vectoriales orientadas' con el yo (m)' el fantas- *á? o o y el otro. Estas tres conexiones nos permitirán captar lava- i["a ¿"i"U.rdaje del síntoma por los psicoanalistas, quiero decir los que nos precedieron y nosotros mi§mos' Quisiera comenzar por el lazo-del fantasma al síntoma' Jacques- Alain Miller le consagrb un año de curso' que para buen número de nosotros resultÓ muy esclarecedor: voy a aportarle mi pequeña con- tribución. Entrar en análisis por un síntoma
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