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CRITICÓN, 92, 2004, pp. 123-140.
Reyes y privados.
Discurso satírico y filosofía política
en un texto quevediano
Miguel Marañón Ripoll
Instituto Cervantes, Madrid
Quevedo fue sin duda uno de los artífices fundamentales del género satírico en
España en el xvn. Bien a través de adaptaciones de la satura romana en forma de
sermón, siempre en la producción satírica y moral en verso, bien mediante la práctica de
la sátira menipea en sus obras en prosa mayores de esta índole, como los Sueños, el
Discurso de todos los diablos o la Fortuna con seso, se aprecia en sus creaciones del
género una creciente trasposición de las reflexiones morales que le son propias al
ámbito de la política, considerada como una proyección al plano social de las cuestiones
éticas individuales. En este trabajo me centraré en uno de los pasajes del Discurso de
todos los diablos que contiene este tipo de reflexión, del mismo modo que lo he hecho
anteriormente con otro fragmento de la misma obra. Si en el trabajo precedente me
centraba en el pasaje de la obra dedicado a los senadores y César, aquí trataré del que
escenifica la aparición de reyes y privados1.
Recogeré aquí, pues, algunos de los temas y metáforas fundamentales del poder
político presentes en el Discurso, en relación con las corrientes de pensamiento
1 Como ya comentaba en mi anterior trabajo de 2004, p. 214, son tres las partes dedicadas a los asuntos
políticos en la obra; la primera (César, Bruto, Casio y los senadores romanos) ha sido objeto de aquel
trabajo. La tercera (que escenifica apariciones de reyes —Niño, Jugurta, Pirro, Darío, Nicocreonte, Dionisio
el Siciliano, Fálaris, Juliano el Apóstata, Galba, Domiciano, Calígula, Pisístrato— privados maquiavélicos
—Potino— y teóricos de la política e historiadores —Solón, Anaxarco, Sócrates, Epicteto, Aristóteles, Platón,
Crisipo, Suetonio) será tratada en otro artículo que está en preparación. Aquí trataremos del segundo pasaje,
en el que aparecen Alejandro y Clito, Séneca y Nerón; Sejano, varios privados, Belisario y las palabras del
profeta Habacuc dichas por boca de un espíritu.
124 MIGUEL MARAÑÓN RIPOLL Criticón, 92,2004
existentes en la primera mitad del siglo x v n en los territorios de la monarquía hispánica
y en el resto de Europa , de las que se hacen eco varias sátiras menipeas de esta
centuria2 . Estos elementos los transmiten diversas voces enunciantes t ras las que se
oculta el pensamiento del autor , por lo que resulta difícil desentrañar lo desde este
registro sin el auxilio de otros textos graves de Quevedo3 . El pasaje —que , como en los
otros dos pasajes políticos, escenifica un momento de la acción en el que la visita de
Lucifer a sus dominios, acompañado por la voz satírica y su séquito, se ve interrumpida
por una pelea— es el siguiente4:
Grande rumor y vocería se oyó algo apartada. Parecía que se porfiaba entre muchos, sin
orden y con enojo. Estaban en diferentes corrillos: en algunos eran modestas las réplicas; en
otros se mezclaban injurias y afrentas. Había quien, encendiendo la pasión, acompañaba con
armas sus razones. Víanse golpes, heridas y, cuanto más se llegaba la visita, más de cerca se
conocían los movimientos precipitados del enojo. Esto puso más cuidado en los pasos; mas no
fue tan apresurado que, cuando llegamos, ya la ira lo había mezclado todo y, sin orden, se
despedazaban unos a otros. Las personas eran diferentes en estado; mas todos gente
preeminente y grande: emperadores y magistrados y capitanes generales.
Suspendiólos la voz del Príncipe de las Tinieblas. Volvieron todos a él, padeciendo
tormento en no ejecutar unos el odio y otros la venganza. El primero que allí habló fue un
hombre señalado con grandes heridas y, alzando la voz, dijo:
—Yo soy Clito.
—Más honrado soy —dijo otro que estaba a su lado— y he de hablar primero. Oye al
emperador Alejandro, hijo de Dios, señor de los mundos, miedo de las gentes, Magno y
Máximo...
Y no acabara de ensartar epítetos y blasones de su locura si no le dijera el fiscal que
callase, que ya aquel papel le había representado en la vida y que, acabada la comedia del
mundo, era ya reo acusado.
—Hable Clito.
Y él, que tenía gana, despejando mal la risa de su sentimiento, dijo:
—Yo, señor, fui gran privado deste emperador; ¡que para ver cuan poco caso hacen los
dioses de las monarquías de la tierra basta ver a quién se las dan! Hicieron a este maldito
insensato, de quien la soberbia aprendió furores, señor de todo con título de rey de los reyes.
Persuadióse que era hijo de Dios; a Júpiter Amón llamaba «padre» y, por autorizarse con el
2 Hay diferencias con el pensamiento político del siglo xvi, relacionadas en buena medida con un
contexto histórico protagonizado por el declive de la Monarquía Hispánica en los reinados de Felipe III y
Felipe IV, harto distintos a los de los primeros Austrias; este peso de la historia, así como las nuevas
corrientes de pensamiento neoestoicas que, principalmente por la enorme influencia de Lipsio, condicionaron
en gran medida las reflexiones sobre el poder. Véanse, para todo ello en relación con Quevedo, Maravall,
1982, pp. 100-103 y Schwartz, 2000, pp. 35-37.
3 Es arriesgado contar con una interpretación cerrada del pensamiento de Quevedo por cuanto las
opiniones expresadas, a menudo contrapuestas —y que por eso mismo han contribuido a la forja de una serie
de lugares comunes no siempre justificados sobre la personalidad contradictoria del autor—, son puestas en
escena en un texto satírico. Ya advertí sobre las erróneas conclusiones a las que puede hacer llegar un texto
como el presente en investigadores tan minuciosos como José Antonio Maravall (véase Marañón Ripoll,
2004, p. 227).
4 Me baso para el texto aquí reproducido, así como para otras citas del mismo en este trabajo, en mi
propia edición del Discurso, inédita (si bien he adaptado ciertos criterios de transcripción a los sugeridos por
Criticón). El pasaje, con alguna lectura divergente, puede también leerse en la excelente edición de Alfonso
Rey en el segundo tomo del primer volumen de las Obras completas en prosa.
REYES Y PRIVADOS 1 2 5
sello de Júpiter, se introdujo en testa de carnero y se rizó de cuernos. ¡Y no falta sino torearle
en las monedas y llamarse Alejandro Morueco! En balde porfiaban en él las pasiones
naturales, tan doctas en desengañar la presunción humana. Diole lo que tuvo la fiereza, hízole
grande de la temeridad; creció del robo; no era capaz de advertencia. Presento por testigo al
filósofo envasado, vecino de una tinaja, que le tuvo por bufón y se rió de verlo; y para la
vuelta le dijo, estorbándole el sol que le calentaba: «No me quites lo que no me puedes dar».
Yo le serví en lo que me mandaba y no me dio la privanza mi obediencia diligente, sino el
entender él que yo sería partícipe de sus insultos, séquito de sus locuras y aumento de sus
adulaciones. Yo —desdichado de mí— quise tener lástima del: atrevime a ser leal al tirano
—eso que no es nada— y, viéndole desacreditar las cosas de su padre Filipo y desnacerse con
la lengua y las obras de tan gran príncipe que le dio el ser, desengañábale de la divinidad.
Traté de que descornase su decencia. Referíale los esclarecidos hechos y virtudes de su padre,
entre muchos que, adorándole con incienso, le decían que era hijo de Dios; ¡y había adulador
que le aseguraba de vista la generación divina, y consejero que, por línea recta de varón, le
hallaba mayorazgo del cielo y heredero forzoso del rayo y el trueno! Yo le hacía tales
recuerdos de las cosas de su gran padre que le decía: «poco le falta a esta descendencia para
divina». Pues para ver quién fue este desatinado tirano y cuál su violencia, por testigo de su
grandeza, por voz de las alabanzas de su padre, con sus propias manos me mató a puñaladas.
Mas él murió en la mesa y vivió en la guerra: jconcertadme estas medidas! Su maestro, de
quien no quiso aprender a vivir, enseñó con qué le matasen, y una uña de asno disimuló el
veneno. Y él se quedó cornudo, sin Dios, sin reino y sin vida. A mí me dio el fin quehe dicho,
por lo que habéis oído; y a Abdolómino, mondapozos, estándolos mondando le hizo rey de
Sidonia; no por ensalzar la virtud, sino por mortificar con afrenta la soberbia de los nobles de
Persia después de la muerte de Darío. Tópeme aquí con él —porque los privados que ha
habido en el mundo nos juntamos a tomar satisfación de nuestros príncipes— y díjele que
dónde había dejádolo Dios, que si estaba desengañado. Y en razón desto nos asimos cuando
llegaste. Matóme porque alabé a su padre. ¡Mira lo que es delicto digno de muerte en un
tirano, siéndolo solo en el padre haberle engendrado! A Parmenón y Filota, sus privados,
también los mandó matar aunque le adoraban y tenían por hijo de Júpiter. A Aminta, su
primo, y a su madrastra y hermano y a Calístene, su privado, mandó matar. De suerte, ¡oh
Lucifer!, que el delicto es ser privado; no ser malo ni bueno. Y es como lo que pasa en la vida
humana: que todos mueren de hombres, y no de enfermos; que ese es achaque.
—¿Ahora sabes, oh —dijo Satanás—, que la privanza es tropezón y todo príncipe
zancadilla; que los tiranos lo aborrecen todo: a lo bueno porque no es malo y a lo malo
porque no es peor? ¿Qué privado han hecho que no le hayan precipitado? ¿Qué digo?
Acuérdeseos de la emblema de la esponja: todos sois esponjas de los príncipes. Déjanos
chupar hasta que estáis hinchados y luego os esprimen y sacan el zumo para sí.
A estas razones se oyó grande alarido y, llegándose a Lucifer un hombre blanquecino,
desangrado, viejo y venerable y digno de respecto, dijo:
—Parece que hablan conmigo esas razones de la esponja, por los muchos tesoros y
riquezas que tuve: yo soy Séneca, español, maestro y privado de Nerón. Los desperdicios de
su grandeza cargaron mi ánimo; no le llenaron. En recibir lo que me dio sin pretenderlo no fui
codicioso, sino obediente. Quiere el príncipe, en honras y haciendas, mostrarse magnánimo,
generoso y agradecido con un privado; contradecir al príncipe tales demostraciones es
desamor y atención a la utilidad propia, pues rehusarlas es querer que el acto de virtud sea el
suyo y preferir la admiración de la modestia y templanza del criado a la esclarecida
generosidad del príncipe. Recibir el valido lo que el príncipe le da es querer que se vea su
grandeza antes que la virtud y humildad propia, y dar luz a la virtud del príncipe es el más
reconocido vasallaje que puede darle un vasallo. Diome Nerón cuanto es decente a tal
1 2 6 MIGUEL MARAÑÓN R1POLL Criticón, 92, 2004
príncipe: el precio y mérito de esto fue la enseñanza. Permití a tantos bienes la demostración
de premio; no la presunción de hacienda ni el desvanecimiento de patrimonio. No emperezó
el tesoro darme conocimiento del séquito que tiene forzoso en la envidia que, ejecutiva, me
procesaba por las calles afirmando que persuadía a otros el desprecio de los tesoros por
desembarazar de competidores la sed mía de riquezas. Yo vi adolecer mi opinión y enfermar
mi buena dicha; no mi culpa, sino mi crecimiento: porque el escándalo no está en el que priva,
sino en todos los que no privan; y nunca puede ser bienquisto de todos quien tiene puesto que
los que son como él desean para sí, y los que no para otro en quien tengan más afianzada la
medra. Determiné, adestrado con estas consideraciones, desembarazar mi ánimo y descansar
de todos estos odios. Fuime al príncipe y volvile cuanto me había dado; y porque la
restitución fuese cortés, y no grosera, la acompañé con palabras que Tácito refiere, y mejora,
persuadiéndole a que en darme tanto caudal se mostró espléndido y en recibirlo prudente,
pues mostraba que lo había dado al benemérito, pues lo había de despreciar. Yo tuve tan
grande amor al príncipe que no acobardaron mi buen celo las amenazas de su condición.
Batalla, no comunicación, era conmigo la suya según las grandes contradiciones con que
siempre le disgustaba. No acallaron mi verdad su locura ni su fuerza, ni menos derramó
sangre que a mi reprehensión se adelantase el desvelo de la conciencia. Mató a su madre,
quemó a Roma este que despobló todo el imperio de beneméritos con el cuchillo; y estas
cosas, que pudieron persuadir a Pisón la conjuración que se llamó de su mismo nombre,
pisoniana —muy bien propuesto, pero mal callada —, donde murieron los mismos que
habían de matar. Son pasos de la providencia el guardar al tirano del peligro de la vida, por
no venir colmado de las muchas afrentas y desesperación que merecía. Aseguróse el príncipe
de estos, pero no de sus vicios; y luego, al punto, mandó matar a Lucano porque era mejor
poeta que él. Y a mí también me dio a escoger muerte; mas eso no lo hizo por piedad: antes
bien fue fuerza mañosa, pareciéndole a él que la padecería muchas veces repetida en la
elección della y que padecería la que escogiese con el efecto y, las que dejase, con el miedo que
las rehusaba. Yo, metido en un baño, cortadas las venas, me despaché para este puesto que
hoy tengo, donde este maldito aún no se harta de crueldades y lee cátedra de martirios a los
diablos. En el Senado, cuando mató a su madre, hicieron votos y sacrificios públicos y osaron
adularle con las aras y los templos ; y cuando se difirió de la conjura de Pisón hicieron lo
mismo por la salud del príncipe y mandaron que al mes de abril, en honra suya, le llamasen
«Nerón». ¡Mirad qué senadores, que luego le sentenciaron a muerte ellos propios, siendo su
príncipe, y le hicieron morir como merecía porque los creyó! Mas los senadores malos
muchas veces aconsejan al príncipe lo que le pueden acusar: Carus erit Verri qui Verrem
tempore quo vult acensare potest. Y hay alguno que, en viendo propuesta alguna gran
maldad, desea que todos sus compañeros sean justos y santos solo porque su bellaquería sea
única y su iniquidad sea el apoyo de la perdición.
Levantáronse Quinto Haterio y Marco Escauro, diciendo:
—¡Y esos que tú acusas bastan a profanar tantos grandes senadores cuyo ánimo nunca
temió los peligros de la verdad ni las amenazas de los príncipes! Los malos ministros se
escriben y se cuentan y se maldicen, todo para imitarlos; de los buenos nadie hace memoria
porque el bien no se aprende y el mal se pega, de la manera que un enfermo pega el mal a
veinte sanos y mil sanos no pegaron jamás salud a un doliente.
Nerón, ceñudo y con los ojos en el suelo, la voz delgada y temerosa, dijo:
—Saber más que el príncipe el privado y maestro es necesario, y conviniente disimularlo
con el respeto; presumir con el príncipe esta ventaja es delicto. Pues ¿qué será porfiar a
convencer el criado a su señor a que sabe más que él? En tanto que me enseñaste a mí con lo
más que sabías, te preferí en todo y fue estimación de tu prudencia mi imperio, y llegó a
escándalo del mundo; luego pasaste a enseñar a todos que sabías más que yo, cosa que debiste
REYES Y PRIVADOS 127
escusar, y aquí fue mi enojo: y quiero antes sufrir lo que padezco que privado que hace caudal
de mi descrédito. Y si no, díganlo todos esos príncipes.
Y dio voces:
—¡Ah, reyes! ¿Ha pasado algún privado vuestro más adelante en llegando a presumir en sí
suficiencia y discurso superior al vuestro? En tanto que los pueblos creen que el príncipe tiene
talento y que obra por sí, se sustenta el privado que lo persuade; mas en desarrebozándose la
verdad y en desmayando el engaño, muere súpito todo valimiento. ¡Decid si esto es así!
Y a una voz dijeron todos:
—No, no; ni pasará adelante de aquí a la fin del mundo, que así dejamos tomada la
palabra a nuestros sucesores y encargada esa acusación a la envidia.
—¿Qué tengo yo que ver con eso —dijo Seyano— que supe y disimulé menos que Tiberio
y, habiéndole obligado con mis servicios, me mandó adorar y me hizo estatuas y las concedió
privilegios sagrados? Fue mi nombre aclamación del pueblo romano, mi felicidad lisonja de
todo el imperio, mi salud voto de las gentes y ruego común. Y, siendo el privado de mayor
dominio en el alma de su señor, este maldito y siempre abominable Tiberio me hizo prender y
despedazar, siendo mérito en el furor de los amotinados traer en los chuzos algún pedazode
mi cuerpo. Con garfios me arrastraron de las quijadas por las calles y la crueldad infanda no
se detuvo en la sepultura; más alia pasó, que a mis hijos hizo morir afrentosamente, y una hija
que, por el privilegio de la virginidad, no podía morir justiciada, mandó que el verdugo la
violase primero y que luego la degollase. Testigos tengo de mi abono: Veleyo Patérculo
encarece mi valor, mi ingenio, mi maña y mi asistencia; y Tácito, que con la malicia se hizo
bienquisto de los lectores a costa de los difuntos, él tampoco me niega las alabanzas. Nadie
me dijo verdad y, con ser tantos los que acababan con mi caída, nadie se dolió de mí ni
tampoco me osó enojar: mi ruina empezó desde que quise prevenir todos los hados; quitar a
la fortuna el poder; burlar sus diligencias a la providencia de Dios. Entonces, más sacrilego
que prudente, me fortalecí contra la maña de los hombres haciendo morir los buenos y los
atentos, desterrando a los ociosos y advertidos, y provoqué por enemigo al cielo, a quien
quise excluir de mi causa. También es verdad que yo me valí y acompañé de gente ruin: del
médico para los venenos, del sedicioso para la venganza, del testigo falso y del mal ministro
ventero de las leyes; mas no fue elección de mi voluntad: fue necesidad de mi puesto. Yo
usaba de los que son siempre trastos del poder; y como sabía que, en cayendo, así me habían
de faltar los malos como los buenos, usaba de los malos como de cómplices, huía de los justos
como de acusación: cada virtuoso, para el que puede, es un dedo a la margen y cada
entendido una espía y un testigo en buen lenguaje —que si habla, persigue, y si calla, culpa—.
No inventé la tiranía ni sus malas costumbres; Tiberio las aprendió de mí, que más las padecí
aprobándolas, lisonjero, que en las cárceles y el cuchillo los sentenciados. Si dicen que yo le
aconsejé crueldades para quitarle el amor del pueblo y disponer mi levantamiento, ¿quién le
aconsejó las que hizo conmigo?
» El caso es, Lucifer, que los príncipes tienen por disculpa de lo que permiten la ruina del
medio que para ello escogieron, y que nuestra culpa es ser solamente la suficiente satisfación
de los odios nuestras muertes. Y al cabo, reyes, la nota cae sobre vosotros y vuestra
inconstancia, y la lástima sobre nuestros castigos. Las historias contando nuestras caídas
dicen siempre: «Este fin tienen los que se llegan al favor de los reyes y príncipes». Y nuestra
desdicha en cada corónica es advertencia de un mal paso. Hacer un privado poderoso rico es
mostrar el poder; conservarle es acreditar el juicio que del hiciste y tu elección; deshacerle es
desdecirte y darte a partido con los malcontentos. ¡Mirad, mirad lo que somos!
Y volviendo, jugaban a la pelota Sabareno, favorecido del emperador León, a quien
mandó sacar los ojos, y Patricio, favorecido de Diocleciano, a quien hizo pedazos. Decía
Sabareno, tomando la pelota:
1 2 8 MIGUEL MARAÑÓN RIPOLL Criticón, 92, 2004
—Este es el poderoso, hinchado de viento: pone el príncipe toda su fuerza en levantarlo de
un voleo, y anda en el aire; mas siempre bamboleando y, mientras le dan, dura en lo alto; en
no le dando, cae y, en descuidándose, se pierde y, si le dan muy recio, revienta; y en lo alto se
sustenta a puros golpes.
Mas Plauciano, favorecido que fue de Severo, a quien despeñó por una ventana para que
fuese espectáculo del pueblo, decía:
—Fui cohete: subí aprisa y, ardiendo y con ruido, en lo alto me calificó por estrella la
vista; duré poco y bajé, desmintiendo mis luces en humo y ceniza.
Fausto, favorecido de Pirro, rey de los epirotas; y Perene y Cleandro, favorecidos de
Cómodo; y Cincinado, favorecido de Britilo emperador; y Rufo, favorecido de Domiciano; y
Amproniaso, de Adriano, estaban oyendo la voz, temerosa y venerable, del grande Belisario,
favorecido de Justiniano que, ciego, habiendo dado con el bordón dos golpes y meneado la
cabeza en torno para prevenir silencio, dijo:
—¿Es posible, príncipes, que todos vuestros validos han sido malos? ¡Peor es en vosotros
ser verdugos de los yerros de vuestra elección que nuestras desgracias! Yo serví a príncipe
cristiano y justo, y que enseñó qué era justicia y hacerla. Y, debiendo a mi valor el imperio
despojos y monarquía y triunfos, me hizo cegar y me dejó pidiendo por las esquinas el
sustento con los miserables. Y el nombre que se oía animando los estandartes y espantando
los enemigos, y que valió por ejército apellidado, andábame por las plazas y calles pidiendo
sin saber a quién. El favor de los príncipes es azogue: cosa que no sabe sosegar; que se va de
entre los dedos; que, en queriendo fijarle, se va en humo. Cuanto más le subliman es más
venenoso y de favor pasa a solimán; manoseándole se mete en los güesos y el que mucho le
comunica y trabaja por sacarle queda siempre temblando, y anda temblando hasta que muere,
y muere del.
Siguieron luego a estas palabras quejas lastimosas y terribles alaridos, señalando todos
con «¡ay!» dónde tenía el azogue del favor, y empezaron todos a temblar que parecía familia
del Almadén. Mas Belisario tornó otra vez a hablar y todos atendieron:
—Ved la infamia de Justiniano que, acobardados sus premios del exceso de mis méritos y
servicios, me cegó y mi virtud tan solamente me negoció la desdicha y, habiendo de dejarme,
temió mi razón y acabó conmigo. ¡Y todos vosotros lo habéis hecho de la misma suerte, y en
vuestras corónicas somos manchas coloradas de vuestra reputación!
Y un afligido, que no se dio a conocer, dijo:
—No estéis ufanos de la miseria de los que os creen y pueden con vosotros, que príncipes
ha habido constantes y privados firmes. Esto es echaros el agraz en el ojo: Josef, en las
sagradas letras; Elcearo, conde y príncipe, fue privado de Roberto, rey de Francia, y ni
tropezó ni resbaló ni cayó; ni otros muchos cuya alabanza vivió igual hasta su fin, cuyo
aplauso no descaeció, cuya dicha nunca la enfermaron los envidiosos. Y vivos y muertos y
escritos, fueron exaltación de sus reyes como nosotros acusación y escándalo y queja.
En esto se oyó una voz de un espíritu que decía estas palabras de Habacuc, profeta,
hablando con los poderosos:
—Quare respicis contemptores et taces conculcante impío iustiorem se, et faciès homines
quasi pisces maris et quasi reptilia non habentia ducem? Et factum est iudicium, et
contradictio potentior, propter hoc ¡acerata est lex, et non peruenit usque ad finem iudicium.
—¡Despedazóse la ley, no llegó el juicio al fin! —repetían todas aquellas almas, cuando el
espíritu, para consolarlos desta nulidad que alegaban en el otro mundo contra los que los
atropellaron, dijo con el mismo profeta, capítulo 2:
—Como el vino engaña al que bebe, así sucederá al varón soberbio, y no será ensalzado el
que estendió su alma como el infierno. Y él mismo, como la muerte, no se harta, y
congregó a sí todas las gentes y aunóse con todos los pueblos. ¿Por ventura todos estos no
REYES Y PRIVADOS 129
tomarán parábola contra él y hablilla de sus enigmas? Y se dirá: «desdichado de aquel que
multiplica lo que no es suyo». ¿Hasta cuándo agravará contra sí lodo pegajoso? ¿Por
ventura de repente no se levantarán los que te han de morder, y despertarán los que te han
de hacer pedazos, y serás su despojo? Porque tú despojaste muchas ciudades, te
despojarán todos los demás que quedaren de los pueblos, por la sangre del hombre, y la
maldad de la ciudad de la tierra y de todos los que en ella habitan. Pensaste confusión a tu
casa; acabaste muchos pueblos y pecó tu ánima, por lo cual la piedra de la pared dará
voces, y el madero que está entre las junturas de los edificios responderá, o el escarabajo
de la madera lo parlará.
» Yo —dijo el espíritu—, no os pondero las amenazas del profeta; solo os advierto que no
hace Dios tanto caso de vosotros que remita el castigo de los tiranos a grandes príncipes, ni a
sucesos prodigiosos, ni a mayores fuerzas; el castigo está en las cosas de que no hacéis caso.
Mirad con qué gente hace Dios liga contra vuestras prevenciones, soberbias y vanidades: con
la piedra de la paredy el escarabajo de la madera, y el leño podrido que está entre las
junturas de los edificios. Artillería de Dios es la carcoma y el gusano y la mosca y la rana y
otra infinidad de sabandijas. La palabra de Dios, malditos, es aquí mancuerda de todos
vuestros oídos.
Hondos gemidos daban los monarcas y alaridos bestiales y espantosos. Tornáronse a
mezclar con amenazas y heridas; mas Lucifer mandó que los privados se fuesen al cuartel de
la perlesía, y los príncipes, reyes y monarcas entre las mujeres hermosas, hasta en tanto que se
averigüe quién escoge peor y es más mudable y más desagradecido. Todos apelaban; mas
ejecutóse sin embargo. Los perláticos decían:
—Nosotros tenemos cura: lleven a los privados, por temblones, con la hoja en el árbol.
Las mujeres gritaban que llevasen a los monarcas con la loba, que ellas en el escoger tenían
disculpa, pues en vida huían de los señores hacia los mercaderes. Y en ninguna parte los
querían y unos a otros se despedazaban.
El largo fragmento está articulado por las apariciones como en desfile de los
diferentes personajes. Cuto, privado de Alejandro Magno, trata la soberbia de su amigo
y monarca como introducción a los problemas que sufren los privados. La escena,
claramente inspirada en los Diálogos de los muertos de Luciano5, se nutre de los textos
de Plutarco y Quinto Curcio para amplificar con detalles de la vida del monarca
macedonio la construcción del texto y aportar los elementos que permiten a Clito
realizar una crítica integral, marcada negativamente, de sus defectos. Cuando Lucifer se
sorprende de que Clito descubra en ese momento, ya en el infierno, las miserias de la
vida del privado, entra en escena Séneca. El filósofo estoico, «español, maestro y
privado de Nerón», abunda sobre los problemas que acarrea la cercanía al poder desde
la imagen que Quevedo aprovecha a partir de los Annales de Tácito, y amplifica los
motivos esbozados por Clito. Tras una intervención de dos senadores romanos también
5 De hecho, parece continuación del decimotercero de ellos, que es coloquio entre Diógenes y Alejandro
(Luciano, Obras, IV, p. 184), que termina con la recomendación del cínico de que el rey de Macedonia beba
agua del Leteo para olvidar: «Pero estoy viendo allí a Clito y a Calístenes y a otros muchos que avanzan
hacia ti con intención de despedazarte y de vengarse de las afrentas que de ti recibieron. Así que lárgate a otra
parte y bebe varios tragos, tal y como te he recetado».
1 3 0 M I G U E L M A R A Ñ Ó N R I P O L L Criticón, 92, 2004
sacados de Tácito, aunque de los capítulos que narran la época de Tiberio6, responde
Nerón brevemente a Séneca jaleado por un coro de reyes anónimos. Entonces entra en
escena Sejano, quien, en contraste con Séneca, se presenta como un mal privado de un
tirano y ayuda a completar el aserto que corona el discurso de Clito: «el delito es ser
privado; no ser malo ni bueno». La fuente tacitiana que Quevedo ha manejado con
Séneca y Sejano desaparece y se intensifica el desfile, encabezado por Sa[nta]bareno y
Plauciano, de parejas históricas de reyes y privados en las que los ministros han
quedado malparados; la enumeración, por completo extraída de otro texto en un
deliberado propósito de incrementar la carga erudita del pasaje, se hace vertiginosa7.
Entra entonces en escena Belisario exponiendo su ejemplo de buen privado de «príncipe
cristiano y justo»; y, aunque otra voz anónima intenta contradecir a todos los ministros
caídos esgrimiendo ejemplos de «príncipes constantes y privados firmes», los reproches
a los monarcas se ven coronados por las palabras de Habacuc8, tras los que concluye el
pasaje en una forma jocosa9.
Tres motivos nos parecen resaltables en este largo fragmento, que marcan los ejes
sobre los que gira la argumentación del mismo: dos disquisiciones irónicas sobre la
6 Se trata de Quinto Haterio y Ma[me]rco Escauro, cónsules en el 5 a. C. y 21 d. O, respectivamente,
quienes son los dos senadores romanos citados por Tácito al comienzo de sus Annales, I, 13, en la sesión en
la que Tiberio rechaza una y otra vez ceñir la corona imperial.
7 Ya Fernández-Guerra anotó en su día la fuente directa del autor, quien no se cuestionó siquiera la
existencia de varios de los personajes mencionados: «Quevedo, que sacaba jugo de cuanto leía, se valió para
aumentar en su discurso el número de los favoritos de los príncipes, de lo que halló en el Libro llamado Aviso
de privados y doctrina de cortesanos, obra del palaciano don Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo,
gran inventor de sucesos y personajes» (Obras de don Francisco de Quevedo Villegas, I, p. 367b, n.
" Provienen estas del libro bíblico de Habacuc, en su versión de la Vulgata: el primer párrafo puesto en
boca del espíritu es, así, del primer capítulo de Habacuc: 1,13 («Quare respicis super iniqua agentes, et taces
devorante impio justiorem se?» '¿Por qué te vuelves á mirar sobre los que hacen mal, y te estás callando
cuando traga el impío al mas justo que él?') y 14 («Et faciès homines quasi pisces maris, et quasi reptile non
habens principem» 'Y harás que los hombres sean como los peces de la mar, y como los reptiles, sin
caudillo'), y 1, 3 («et factum est iudicium, et contradictio potentior» 'y fue hecho juicio, y la contradicción
prevaleció') y 4 («Propter hoc lacerata est lex, et non pervenit usque ad finem iudicium» 'Por esto es
quebrantada la ley, y el juicio no llega a su fin'). El segundo es traducción de los siguientes versículos del
capítulo segundo: 2, 5 («Et quomodo vunum potantem decipit: sic erit vir superbus, et non decorabitur: qui
dilatavit quasi infernus animam suam, et ipse quasi mors, et non adimpletur: et congregabit ad se omnes
gentes, et coacervabit ad se omnes populos»); 2, 6: «¿Numquid non omnes isti super eum parabolam sument,
et loquelam aenigmatum eius? et dicetur: ¡Vae ei, qui multiplicat non sua! ¿usquequo et aggravât contra se
densum lutum?»; 2, 7: «¿Numquid non repente consurgent qui mordeant te: et suscitabuntur lacerantes te, et
eris in rapinam eis?»; 2, 8: «Quia tu spoliasti gentes multas, spoliabunt te omnes, qui reliqui fuerint de
populis, propter sanguinem hominis, et iniquitatem terrae civitatis, et omnium habitantium in ea»; 2, 10:
«Cogitasti confusionem domui tuae, concidisti populos multos, et peccavit anima tua»; 2, 11: «Quia lapis de
pariete clamabit: et lignum, quod inter juncturas aedificiorum est, respondebit». El pasaje también se
encuentra traducido en parte en Contra las cuatro fantasmas de la vida, pp. 1436-1437.
9 Este final, que tanto contrasta con el tono grave de los parlamentos de los personajes es muestra de la
mezcla jocoseria propia del género que Quevedo está cultivando: la sátira menipea. Sin embargo, por motivos
probablemente causados por circunstancias concretas del momento, desde «Hondos gemidos daban los
monarcas» hasta «unos a otros se despedazaban» el texto se sustituyó por otro en un segundo estadio del
texto que se encuentra en las ediciones que titulan la obra El peor escondrijo de la muerte. El nuevo párrafo
guarda un tono completamente diferente y contrasta de modo importante con el reemplazado. Para las
circunstancias de estos cambios y la autoría quevediana de los mismos, véase mi trabajo de 1996, pp. 333-
337 y, especialmente, Alfonso Rey, 2001, pp. 554-555.
REYES Y PRIVADOS 1 3 1
divinidad de la monarquía al comienzo y al final del texto, que flanquean una más larga
reflexión sobre la relación entre los reyes y los privados y el carácter inestable de la
privanza. En esos tres motivos me centraré para analizar algunas posibles claves de
lectura del texto.
L A D I V I N I Z A C I Ó N D E L O S R E Y E S
En este fragmento, es motivo reconocible la burla sarcástica —de obvia tradición
lucianesca— de los reyes divinizados por línea directa. Aparece tanto en la parte de
Clito como en la de Séneca, cuando este habla a Nerón («En el Senado, cuando mató a
su madre, hicieron votos y sacrificios públicos y osaron adularle con las aras y los
templos»). Pero es tema presente tambiénen otros puntos del Discurso, como en el
tercer pasaje político, donde se encuentra la idea de la suplantación de Dios insinuada
por Juliano el Apóstata en una de las preguntas retóricas de su parlamento («¿podrá
ser todopoderoso y no vengar su enojo, no llenar su codicia, no satisfacer su lujuria?»),
idea atenuada a su vez en El Entremetido y la Dueña y el Soplón, versión expurgada del
texto publicada en 1631 en la antología Juguetes de la niñez (que sustituye
«todopoderoso» por «poderoso»)10. Asimismo la noción de falsa divinidad encabeza la
respuesta de Suetonio a los reproches de Domiciano:
Si eso fue bueno, también lo dije; mas ¿qué replicas tú, que dictando una carta para dar una
orden dijiste de ti proprio «vuestro señor y dios lo manda así»?1!
En todos estos pasajes se percibe una transparente descripción de esa «tiranía de
Satanás»12 que intitulaba la Política de Dios; la suplantación del Creador, anhelo
diabólico, será un rasgo distintivo del tirano13, que sustentará otros valores morales
defendidos por Lucifer en este texto.
L A P R I V A N Z A , O « E L D E L I T O E S S E R P R I V A D O ;
N O S E R M A L O N I B U E N O »
En relación con todo lo expuesto en mi trabajo anterior acerca de las
consideraciones sobre buenos y malos consejeros en el pasaje del Discurso sobre
letrados, consejeros y senadores, es notable el desarrollo que alcanza el tratamiento del
tema de la privanza en este segundo de los pasajes políticos de nuestro texto14. Clito,
enfrentado a Alejandro, concluye así sus razones:
10 Ya hice alusión a este aspecto mi estudio de 2004, pp. 226-227.
11 En la cita de Séneca y Nerón aludida anteriormente Quevedo se vale de Tácito, Annales (XIV, 12); en
esta, perteneciente al tercer apartado político del Discurso, maneja Suetonio, Los doce cesares (Domitianus,
XIII, 2).
n Véase Política de Dios, I, 24.
13 Cfr., v. gr., la descripción de los reyes que están en el infierno en otra sátira más temprana como el
Alguacil endemoniado, pp. 158-159: «... viéndose en la suma reverencia de sus vasallos y con la grandeza
opuestos a dioses, quieren valer punto menos y parecerlo...». En Providencia de Dios, p. 1559, se expresa de
modo más claro: «¿Quién inventó los ladrones sino la cobdicia de lo ajeno? ¿Quién los traidores, sino querer
el vasallo ser rey? ¿Quién los tiranos, sino el querer ser Dios, y que él no lo sea}».
14 Sobre Quevedo y la institución del valimiento desde otro plano, véase Peraita, 1997, pp. 23-30.
132 MIGUEL MARAÑÓN RlPOLL Criticón, 92, 2004
De suerte, ¡oh Lucifer!, que el delicto es ser privado; no ser malo ni bueno. Y es como lo que
pasa en la vida humana: que todos mueren de hombres, y no de enfermos; que ese es achaque.
Estas frases, que asimilan la condición de privado, por el mero hecho de serlo, a la
de enfermo que ha de morir constituyen el reflejo de uno de los tópicos que Quevedo
explotará en alguna otra de sus obras (como, v. gr., la Virtud militante15). El motivo se
reproduce con variaciones en las distintas escenas y subescenas del Discurso en las que
se desarrollan una serie de lugares comunes en torno a los riesgos de gozar de la
confianza del príncipe; todas pertenecen a este fragmento que, introducido por
Alejandro y Clito, se centra en el inestable papel de la privanza. Clito reprocha a
Alejandro su divinización y expone una serie de anécdotas (con fuente en Quinto
Curcio y Plutarco) que se encaminan a demostrar una serie de rasgos propios del tirano.
Así, dentro de un marco en el que se ha afirmado que «los dioses hacen poco caso de las
monarquías terrenales», en todo el pasaje se confronta a tiranos (nunca, por cierto, a
reyes) con sus privados, y se destacan los aspectos siguientes: el uso que los monarcas
hacen de los privados y su desagradecimiento, la preferencia de los tiranos por los
malos privados y la naturaleza de la maldad como característica marcada y perdurable
ante la historia; la envidia y la adulación como despeñaderos de validos y las diferentes
vinculaciones metafóricas de la naturaleza inestable de la privanza.
Lucifer, respondiendo a Clito, establece una serie de principios generales sobre la
tiranía y su comportamiento hacia los privados: «¿Ahora sabes, oh —dijo Satanás—,
que la privanza es tropezón, y todo príncipe zancadilla; que los tiranos lo aborrecen
todo: a lo bueno porque no es malo y a lo malo porque no es peor? ¿Qué privado han
hecho que no le hayan precipitado?». Los tiranos lo aborrecen todo y prefieren a los
malos. Son manipuladores que utilizan a sus privados con diferentes usos hasta que ya
no les son útiles. «La emblema de la esponja» —una imagen presente en los emblemas
de Andrea Alciato y perfectamente familiar a todo lector culto de la época16—, sirve
para explicar que los privados malos se enriquecen con el consentimiento de los tiranos,
hasta que estos les arrebatan sus riquezas cuando ya no los necesitan y les hacen caer en
desgracia:
Acuérdeseos de la emblema de la esponja: todos sois esponjas de los príncipes. Déjanos
chupar hasta que estáis hinchados y luego os esprimen y sacan el zumo para sí.
15 Virtud militante contra las quatro pestes del mundo..., «Ingratitud», p. 120: «el priuado padeze
solamente, porque lo es».
16 La referencia concreta es aquí a uno de los emblemas de Andrea Alciato, al que ya aludía Gendreau,
1977, p. 326n, y que puede verse en Henkel y Schóne, 1967, col. 1355). Proviene de la edición de 1531 de
sus Emblemata, el cual muestra una pictura con un rey exprimiendo una esponja, cuyo lema reza: «Quod non
capit Christus / rapit fiscus» (Emblemas, p. 118: 'Lo que no cabe en Christo [la Iglesia] / lleva el Fisco [el
poder civil]'), y que en su epigrama da ei texto: «Exprimit humentes quas iam madefecerat ante, / Spongiolas
nostri principis arcta manus. / Prouehit ad summum fures quos deinde cohercet, / Vertat ut in fiscum quae
male parta suum» ('Exprime las esponjas remojadas / La estrecha mano del Rey cobdicioso, / Y ansí dexa
hazer mal al injurioso / Por usurpar haziendas mal ganadas').
REYES Y PRIVADOS 133
En este sentido, los privados se presentarán también como pararrayos de las iras
contra los príncipes: atraerán el odio del pueblo y así permitirán al monarca mantener
una imagen inmaculada17. Y este, invariablemente, los sacrificará para satisfacer esos
odios. Quevedo, como se ha visto, reelaborará más abajo un párrafo procedente de un
manual de privados escrito por Antonio de Guevara; en este pasaje, que quiere llenar
con ejemplos, menciona fugazmente a diversos personajes históricos, pero el núcleo del
mismo se encuentra en la lectura de Tácito, que ha inspirado las dos escenas anteriores,
dedicadas a Séneca y a Sejano. Ambos, ejemplos, respectivamente, de buen privado y de
mal privado18, ilustran las paradojas morales del poder y amplifican las palabras de
Lucifer: el tirano se aprovecha de los malos porque protege al que puede acusarlo de sus
crímenes (y por ello cita Séneca una frase de Juvenal: 'Caro es a Verres quien puede
acusar a Verres en el momento que quiera)19. Es afirmación muy realista que también
trae a discusión dos aspectos que se han contemplado como perniciosos para la
privanza: la adulación y la envidia, lacras morales, individuales, aplicadas al plano
político. Nerón contestará a Séneca con un argumento prefigurador de ciertas
conclusiones que podrán establecerse sobre el papel del privado: que saber más que el
rey y disimularlo es lo que lo mantiene y que el pueblo necesita creer que es el rey el que
sabe; si no es así, la ira popular acaba con el privado.
Sejano es ejemplo del oficio: atrae las iras y deja indemne a su señor, Tiberio. Según
él, el privado es el que obliga con sus servicios al príncipe que lo ensalza; pero el
desagradecimiento, característica propia de los monarcas20, es lo que termina con él. Lo
que, en el texto, otorga a Sejano el rasgo definitivo de privado maquiavélico es su
impiedad:
... mi ruina empezó desde que quise prevenir todos los hados; quitar a la fortuna el poder;
burlar sus diligencias a la providenciade Dios. Entonces, más sacrilego que prudente, me
fortalecí contra la maña de los hombres haciendo morir los buenos y los atentos, desterrando
a los ociosos y advertidos, y provoqué por enemigo al cielo, a quien quise excluir de mi causa.
17 Es motivo presente también en la comedia Cómo ha de ser el privado, I, p. 595a: «... me das, con
merced tal, / todo el Reino por fiscal, / y con fiscal, enemigo. / Por un escudo me pones / (sin que haya
excepción) en quien / rigurosos golpes den / comunes murmuraciones. / No es otra cosa el privado / que un
sujeto, en quien la gente / culpe cualquier accidente / o suceso no acertado».
18 Los ejemplos responden a la noción de similitudo temporum, que facilitó la recepción del tacitismo
europeo en España, como argumenta convincentemente Antón 2000. La percepción de la historia como
magistra uitae se vuelve, con la lectura de la obra de Tácito, más realista y adecuada para guiar la actuación
política en un plano teórico (véase López Poza, 1999, pp. 70-72). Los retratos de Séneca y Sejano que se leen
en los Annales se convierten en paradigmas que no resulta extraño ver acogidos y presentados como dos
polos distintos del ejercicio de la privanza en el Discurso. Ya nos ocuparemos con más detalle del tacitismo
en otro trabajo en el que comentaremos el tercer pasaje político del texto.
19 La traducción que presento es del pasaje latino citado en el texto «Caras erit Verri...», que son los
versos 53-54 de la sátira III de Juvenal. Están presentes también, por cierto, en la Política de Dios I, 21 , p.
117: «... solo vale contigo si eres tirano, el que tu hiziste participe de mayor delito; assi lo escriuio Iuuenal:
"Quien te fia secreto honesto, no te teme, y por esso no te estima; solo es acariciado quien como complice y
sabidor, quando quiere puede acusar a su señor". Esso tiene lo mal hecho peor; que no se puede fiar su
execucion, sino de malhechores».
2 0 Cfr. Virtud militante, p. 120: «Los priuados de los reyes, pasan sin saber qué es agradezimiento».
1 3 4 M I G U E L M A R A Ñ Ó N R I P O L L Criticón, 92,2004
El privado que es «político» —en el sentido peyorativo que se le atribuía a la
palabra entonces21— y «sacrilego» —excluye al cielo y la providencia— acaba mal. El
pragmatismo político de Sejano es el que le hace «usar de los ruines»:
... me valí y acompañé de gente ruin: del médico para los venenos, del sedicioso para la
venganza, del testigo falso y del mal ministro ventero de las leyes; mas no fue elección de mi
voluntad: fue necesidad de mi puesto. Yo usaba de los que son siempre trastos del poder; y
como sabía que, en cayendo, así me habían de faltar los malos como los buenos, usaba de los
malos como de cómplices.
Y por ello parece responder a la cita de Juvenal que Séneca ha traído a colación
sobre la utilidad de los malos, con una afirmación sobre los buenos que corrobora lo
que Lucifer y Séneca han dicho acerca del apoyo que el príncipe tiene en aquellos: «...
cada virtuoso, para el que puede, es un dedo a la margen y cada entendido una espía y
un testigo en buen lenguaje —que si habla, persigue y si calla, culpa—».
Sejano, como se ha visto, cataliza los odios para dejar al príncipe limpio de ellos.
Dice a Lucifer que «nuestra culpa es ser solamente la suficiente satisfación de los odios
nuestras muertes». Sin embargo, deja muy claro que será el protagonismo de los
príncipes ante el peso del porvenir, su responsabilidad histórica, lo que los caracterice
como tiranos y como modelos del mal gobierno22. Son sus palabras finales, que
introducen el desfile de privados desgraciados inspirado en Guevara:
Las historias contando nuestras caídas dicen siempre: «Este fin tienen los que se llegan al
favor de los reyes y príncipes». Y nuestra desdicha en cada coránica es advertencia de un mal
paso. Hacer un privado poderoso rico es mostrar el poder; conservarle es acreditar el juicio
que del hiciste y tu elección; deshacerle es desdecirte y darte a partido con los malcontentos.
La caída de los privados se achaca a la perniciosa acción de los aduladores, como se
ha visto; pero Séneca también ha mencionado la envidia cuando ha explicado las causas
de su caída en desgracia con Nerón: «... el escándalo no está en el que priva, sino en
todos los que no privan; y nunca puede ser bienquisto de todos quien tiene puesto que
los que son como él desean para sí, y los que no para otro en quien tengan más
afianzada la medra».
Así, los privados son, casi siempre, «víctimas» del favor del poderoso que necesitan
«afianzarse» en su ascenso si no quieren resignarse al destino general de sus semejantes:
subir para caer. La doctrina del «justo medio», suscrita entre otros autores clásicos por
el propio Séneca y muy estimable desde un punto de vista neoestoico cristiano
preconizador también del cultivo de virtudes individuales que hagan resistir los vaivenes
de la existencia23 —y la acción perversora para aquellas causada por la inmoderación
21 Véase Fernández-Santamaría, 1986, pp. 47-77.
2 2 Ahí el papel de los historiadores sólo se deja apuntado, y poco más abajo vuelve a surgir; será en el
tercero de los pasajes en el que se tratará del asunto con mayor profundidad, cuando aparece en escena
Suetonio discutiendo con Calígula y Domíciano.
2 3 Cfr., v. gr., Séneca, Ad Lucilium epistulae: IV, 39. Estaría, en cierta medida, en consonancia con la
posición que se atribuye en nuestro texto a Séneca frente a Nerón: hay que aceptar hasta lo que los tiranos
dan (véase Blüher, 1983, pp. 493-495). Es la clásica postura estoica cercana a la ratio—buen juicio de origen
REYES Y PRIVADOS 135
en el ejercicio del poder24—, parecería ser la única defensa contra o los peligros
implicados por el favor del príncipe y que compendian dos metáforas traductoras del
ascenso y del descenso: la pelota y el cohete. Ambas están relacionadas en el plano
moral con la soberbia y con la ambición; son imágenes emblemáticas, fácilmente
asociadas al «resbaladero», que es otro término con el que se designa la inestabilidad de
estas posiciones políticas25. >
Estas relaciones metafóricas culminan con la intervención de Belisario, quien trae
otra ya utilizada por Quevedo en el Sueño de la Muerte y que compara la privanza con
la volatilidad y el carácter venenoso del mercurio:
El favor de los príncipes es azogue: cosa que no sabe sosegar; que se va de entre los dedos;
que, en queriendo fijarle, se va en humo. Cuanto más le subliman es más venenoso y de favor
pasa a solimán; manoseándole se mete en los güesos y el que mucho le comunica y trabaja por
sacarle queda siempre temblando, y anda temblando hasta que muere, y muere del.
La dependencia del favor del príncipe es inestabilidad, y en la elaboración de este
ejemplo probablemente se halla, como en todo este segundo pasaje, la fuente tacitiana:
«Nihil rerum mortalium tam instabile et fluxum est quam potentia non sua vi nixa»26.
Será la frase que Justo Lipsio recogerá en sus Politicorum libri sex bajo el epígrafe
«Potentia ea lubrica». Bernardino de Mendoza la traducirá así: «Ninguna cosa ay de los
mortales mas mudable ni de menos firmeza que el poder que no esta fundado en la peña
de sus proprias fuerças». En ella parece haberse inspirado Quevedo27. Las propias
fuerzas podrían encontrarse en esa diferencia, ya tratada, de ámbitos: el moral,
individual, de la constancia, y el político. El privado «firme» ha de mantenerse en ese
divino— frente a la opinio —sentimiento de origen terreno y madre de las enfermedades públicas y
privadas— que recoge Lipsio en su Constancia, I, 4-5, pp. 12-17 (véase Oestreich, 1982, pp. 40 passim).
24C/r. el Alguacil endemoniado, pp. 157-158: «... y hay muchos [reyes en el infierno] porque el poder,
libertad y mando les hace sacar las virtudes de su medio y llegan los vicios a su extremo...».
25 Cfr. un texto posterior como la Providencia de Dios, p. 1605a: «... desvélase en no tropezar en los
pasos de la subida para llegar a la altura, donde es forzoso el resbaladero colmado de precipicios»; en los
Grandes anales de quincedías, p. 841b, la doctrina del justo medio será puesta en boca de don Rodrigo
Calderón en trance de ser ajusticiado: «Padre, yo muero, y con una vida pago muchas deudas; pago muchas
más que con la suya los inocentes. Dos cosas pido a Dios: que yo me sepa aprovechar de mis trabajos, y que
los que me sucedieren en las veredas de la privanza me sean deudores del recato y acertamiento; que yo vi la
sangre de otros y, en lugar de apartarme, resbalé en ella».
^Tácito, Annales, XIII, 19.
27 Justo Lipsio, Politicorum ... libri sex, p. 113; Los seys libros de las Políticas, p. 71. Lía Schwartz
(2000b, pp. 40-41, y 2000a, p. 256) identificó esta relación con el epígrafe sentencioso «potentia ea lubrica»
anotado por Lipsio al margen de la cita de Tácito que se lee en la edición latina de Politicorum. Quevedo
había usado la imagen del azogue concretamente en el pasaje del Marqués de Villena en el Sueño de la
Muerte, p. 360. El aprovechamiento de todo este tipo de ejemplos, máximas, relaciones metafóricas e
imágenes simbólicas y emblemáticas es característica conocida de la escritura barroca y se encuentra con
facilidad en escritos políticos de autores influidos por Justo Lipsio como, v. gr., en las Empresas políticas de
Saavedra Fajardo. Asimismo, en poemas más o menos coetáneos al Discurso como los quevedianos que
comparan las privanzas de Richelieu y Olivares —los numerados por Blecua (ed. Obra poética) como 227,
228 y 230— o la Sátira de Valles Ronces (ibid., III, pp. 455); en este sentido comenta esas composiciones el
esclarecedor trabajo de López Poza, 2000.
1 3 6 M I G U E L M A R A Ñ Ó N R I P O L L Criticón, 92,2004
justo medio, preservar su conciencia moral individual, transmitir a su monarca lo que
pueda sin suplantarlo, al margen de que aquel a quien sirva sea un tirano o no.
Se habla de los malos ministros, pero no de los buenos senadores (esto es, siguiendo
el pasaje de César, también consejeros o ministros); el ejemplo tacitiano que sigue al de
Sejano, el de Quinto Haterio y Mamerco Escauro, convenientemente manipulado por
Quevedo, es el de «grandes senadores cuyo ánimo nunca temió los peligros de la verdad
ni las amenazas de los príncipes» y que replican a Séneca cuando acusa a los tiranos de
vincularse con quienes pueden acusarlos de crímenes. Se anticipan, así, algunas de las
reflexiones que en el tercero de los pasajes políticos del Discurso se formularán sobre el
papel de las figuras políticas ante la historia y la imagen que esta —personificada en
Suetonio— deja de ellos a la posteridad, basada en el carácter marcado de la maldad:
Los malos ministros se escriben y se cuentan y se maldicen, todo para imitarlos; de los buenos
nadie hace memoria porque el bien no se aprende y el mal se pega, de la manera que un
enfermo pega el mal a veinte sanos y mil sanos no pegaron jamás salud a un doliente.
Parece que, tras la lectura de las escenas referidas, debería concluirse que el mejor
privado será, pues, el privado anónimo que practica la invisibilidad y no se aparta del
mencionado «justo medio». El ejemplo de San Juan28, que se ha insinuado en el pasaje
de Séneca (mediante la alusión a los deberes de «dar luz a la virtud del príncipe»),
presente también en el Discurso de las privanzas, en la comedia Cómo ha de ser el
privado o la Política de Dios19, consistirá precisamente en eso: en que los privados
deben pasar sin ser notados. Porque hasta los más virtuosos, como se expone en el
párrafo siguiente, destacan.
L O S P R I V A D O S V I R T U O S O S T A M B I É N S O N D E S D I C H A D O S
H A S T A P O R L O S P R Í N C I P E S M Á S J U S T O S
La afirmación está expresada por boca de un cegado Belisario, privado de
Justiniano, esto es, un «príncipe cristiano y justo, y que enseñó qué era justicia y
hacerla». Puede leerse con facilidad como confirmación de lo aseverado sobre que «es
achaque ser privado, no ser malo ni bueno».
Cabe pensar que la naturaleza del buen privado debe estar dispuesta a esos
sacrificios y nunca reemplazar al príncipe, sea este tirano o no. Parecen ser las virtudes
atribuidas por «un afligido que no se dio a conocer» a buenos privados que sí han
pasado a la historia. Por supuesto, están aparejados a monarcas virtuosos («príncipes
ha habido constantes, y privados firmes»). Los dos ejemplos que se invocan —José y
2 8 San Juan Bautista es presentado en diversos textos como modelo de privado de Cristo; véase el
Evangelio del apóstol de su mismo nombre, 1, 7-8: «Hic venit in testimonium ut testimonium perhiberet de
lumine ut omnes crederent per illum non erat Ule lux sed ut testimonium perhiberet de lumine» ('Este vino en
testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen por él. No era él la luz, sino el testigo de la
luz').
2 9 Discurso de las privanzas, III, p. 205: «El privado ha de esconderse delante del príncipe. No ha de
competir con él en luz»; Política de Dios, I, 17, p. 103 y II, 11, p. 158; Cómo ha de ser el privado, I, p. 596a:
«Sí, Señor, porque un privado, / que es un átomo pequeño / junto al rey, no ha de ser dueño I de la luz que el
sol le ha dado ».
REYES Y PRIVADOS 137
San Eleázaro— son claros exponentes de las virtudes opuestas a la impiedad de Sejano,
pues se acercan a los preceptos del gobernante ideal —el imitador de Cristo— que se
leen en la Política de Dios:
Esto es echaros el agraz en el ojo: Josef, en las sagradas letras; Elcearo, conde y príncipe, fue
privado de Roberto, rey de Francia, y ni tropezó ni resbaló ni cayó; ni otros muchos cuya
alabanza vivió igual hasta su fin, cuyo aplauso no descaeció, cuya dicha nunca la enfermaron
los envidiosos. Y vivos y muertos y escritos, fueron exaltación de sus reyes como nosotros
acusación y escándalo y queja.
Compárese con las afirmaciones del Letrado bermejo en La Fortuna con seso, quien
en su monólogo usará una expresión que se ha podido leer —aunque aplicada a los
privados del privado— en Sejano:
La pretensión que todos tenemos es [...] que seamos cuidado de los príncipes, no mercancía y
en las repúblicas, compañeros, y no esclavos; miembros y no trastos30.
Un representante de cierto pensamiento maquiavélico como el atribuible al personaje
de la Fortuna nos proporciona pistas interpretativas del papel asignable a los privados
en nuestro texto; reafirma, en definitiva, lo expuesto por Séneca sobre la virtud e
integridad moral del gobernante, pero que en el valido debe incidir en la discreción
generosa:
Quiere el príncipe, en honras y haciendas, mostrarse magnánimo, generoso y agradecido con
un privado; contradecir al príncipe tales demostraciones es desamor y atención a la utilidad
propia, pues rehusarlas es querer que el acto de virtud sea el suyo y preferir la admiración de
la modestia y templanza del criado a la esclarecida generosidad del príncipe. Recibir el valido
lo que el príncipe le da es querer que se vea su grandeza antes que la virtud y humildad
propia, y dar luz a la virtud del príncipe es el más reconocido vasallaje que puede darle un
vasallo.
La naturaleza inmutable («delictiva», en sentido irónico) del privado, sus deberes
como tal y su sujeción a los vaivenes del príncipe desde una posición de justo medio es,
por otra parte, motivo muy presente en toda la obra de Quevedo.
L A V A N I D A D D E L O S P R Í N C I P E S
N O E S T A N I M P O R T A N T E P A R A D L O S
En clave judeocristiana se retoma, por voz de Habacuc, la argumentación epicúrea
que se ha puesto antes en boca de Clito de que los dioses no se preocupan de las
monarquías del mundo31. El espíritu que cita el texto bíblico lo parafrasea de este
modo:
30 La Fortuna con seso, XL, p. 796. Sejano dice, por su parte, que «Yo usaba de los que son siempre
trastos del poder».
3 1 Y que está en conexión con lo expuesto más arriba sobre la tiranía, los deberes del monarca y el
regicidio-tiranicidio desde la doctrina estoica. Compárese con la idea de que hay que soportar —virtud
individual— a los malos reyes, conectada con la del soldado en la tierra a las órdenes de un mal general, v.
13 8 MIGUEL MARAÑÓN RIPOLL Criticón, 92,2004
Solo os advierto que no hace Dios tanto caso de vosotros que remita el castigo de los tiranos a
grandes príncipes, ni a succesos prodigiosos, ni a mayores fuerzas; el castigo está en las cosas
de que no hacéis caso.
El escepticismo cínico asoma, una vez más, revestido de cita bíblica, y adopta la
máscara de la crítica moral a la soberbia terrena, dirigiéndola a su proyección política
en los tiranos; pero se lleva más allá el tópico del contemptus mundi en un cierre
circular que vuelve al pasaje de Clito y Alejandro —comienzo de este segundo de los
fragmentos dedicados a pensamiento político en el Discurso—, mediante el retorno a las
afirmaciones ya expuestas en el plano pagano por Clito, elemento que no es difícil
—como se ha visto, la propia escena está inspirada en uno de ellos— asociar con el
espíritu de Luciano y sus Diálogos de los muertos.
En conclusión, este segundo pasaje político del Discurso de todos los diablos es una
confrontación de diversos puntos de vista a través de voces contrapuestas entre las que
ocultar una ideología desprovista de alusiones circunstanciales. Es tónica generalizada,
por otra parte, en la obra, acorde con el tono neocínico que tan bien describió Mercedes
Blanco32 y que hemos podido percibir con ciertos matices también en el primer
apartado político de esta sátira menipea, el dedicado a César y los senadores.
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gr., en Las cuatro fantasmas de la vida, p. 1451b: «¿Cómo si para la venganza de Dios en su castigo se
perdieran los ejércitos, se acabaran las monarquías, si no permitiera Dios la ceguedad en las determinaciones
de los que gobiernan?». La afirmación recoge, en efecto, un pensamiento propio del epicureismo (cfr., v. gr.,
del propio Quevedo, Defensa de Epicuro contra la común opinión, pp. 52-53, en cita del senequiano De
beneficiis, IV, 4) y tiene obvios ecos de Lucrecio, De Rerum Natura, II, vv. 644-651: «Quae bene et eximie
quamuis disposta ferantur, / longe sunt tamen a uera ratione repulsa. / Omnis enim per se dioum natura
necessest / inmortali aeuo summa cum pace fruatur / semota ab nostris rébus seiunctaque longe. / Nam
priuata dolore omni, priuata periclis, / ipsa suis pollens opibus, nil indiga nostri, nec bene promeritis capitur
ñeque tangitur ira» (en la traducción del Abate Marchena, De la naturaleza de las cosas, p. 163: 'Esta ficción
tan bella y tan galana / la razón verdadera la reprueba; / pues la naturaleza de los dioses / debe gozar por sí
con paz profunda / de la inmortalidad: de los sucesos / humanos apartados y distantes; sin dolor, sin peligro,
enriquecidos / por sí mismos, en nada dependientes / de nosotros: ni acciones virtuosas / ni el enojo y la cólera
los mueven').
32 Blanco, 1998, pp. 168-169.
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Resumen. El cultivo de la sátira por Quevedo tiene en sus manifestaciones en prosa más tardías un
componente de reflexión sobre el poder y la política. Se comentan en el trabajo aspectos de la relación entre
reyes y privados a partir de la lectura de un fragmento perteneciente al Discurso de todos los diablos
(publicado en 1628) en el que dialogan voces contrapuestas de personajes históricos. Las peculiaridades del
género satírico menipeo y las circunstancias de la composición de la obra condicionan un tratamiento crítico
de las cuestiones de teoría política en el siglo xvn claramente diferenciado del que se debe aplicar a la lectura
de los textos graves de Quevedo dedicados a esta materia.
Résumé. Il entre dans les dernières manifestations de la satire en prose de Quevedo une part de réflexion sur
le pouvoir et la politique. À travers un fragment du Discurso sobre todos los diablos, où se répondent les voix
contrastées de plusieurs personnages historiques, sont évoquées les relations entre rois et favoris. Elles y font
l'objet d'un traitement spécifique qui tient au genre —celui de la satire ménippée— et aux circonstances de la
composition de l'œuvre, et qui est bien différent de celui que l'on trouve dans les textes sérieux que Quevedo
consacre à ce thème.
Summary. Quevedo's late prose satiric works show références and reflections on politics. In this article
différent aspects of the relationship between kings and ministers are treated after the reading of an excerpt
from the Discurso de todos los diablos (published in 1628) in which différent voices belonging to historie
characters are presented by the author. Particularities of a genre such as menippean satire, as well as
circumstances of composition of this work, force a quite différent critical focus on political science issues in
the seventeenth century than those applied to Quevedo's essays on this matter.
Palabras clave. Discurso de todos los diablos. QUEVEDO, Francisco de. Reyes. Sátira menipea. Sátira política.
Validos.
	CampoTexto: CRITICÓN. Núm. 92 (2004). Miguel MARAÑÓN RIPOLL. Reyes y privados. Discurso satírico ...

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