Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
ANALISIS DEL SISTEMA INTERNACIONAL Material de cátedra: El surgimiento de la hegemonía iliberal. La sorprendente gran estrategia de Trump. Barry R. Posen Traducido por: Lic. María Eugenia Garfi Junio de 2018 1 El surgimiento de la hegemonía iliberal. La sorprendente gran estrategia de Trump. Barry R. Posen En la campaña electoral, Donald Trump prometió poner fin a la “construcción de nación” en el exterior y se burló de los aliados de EE.UU. tildándolos de oportunistas. "'América primero' será el tema principal y primordial de mi administración", declaró en un discurso de política exterior en abril de 2016, haciéndose eco del lenguaje de los aislacionistas anteriores a la Segunda Guerra Mundial. "Los países que defendemos deben pagar el costo de esta defensa, y si no, Estados Unidos debe estar preparado para dejar que ellos mismos se defiendan", dijo, haciendo una aparente referencia a su sugerencia anterior de que se permita adquirir armas nucleares a los aliados de EE.UU. que no las poseen. Tales declaraciones, junto con su desconfianza en el libre comercio y los tratados e instituciones que lo facilitan, provocaron temores en todo el espectro político de que, conforme a Trump, EE.UU. se volvería hacia adentro y abandonaría el papel de liderazgo que ha desempeñado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. "Estados Unidos está, por ahora, fuera de los asuntos del orden mundial", escribió el columnista Robert Kagan días después de las elecciones. Desde que Trump asumió el cargo, sus críticos parecen sentirse justificados. Se han aprovechado de sus continuas quejas sobre los aliados y del escepticismo en el comercio sin restricciones, para afirmar que la administración se ha retirado efectivamente del mundo e incluso ha adoptado una gran estrategia de moderación. Algunos han ido tan lejos como para aplicar a Trump el epíteto más temido en el establishment de política exterior de los Estados Unidos: "aislacionista". De hecho, Trump es todo lo contrario. Aunque ha ensalzado sus discursos con escepticismo acerca del papel global de Washington, las preocupaciones de que Trump sea un aislacionista están fuera de lugar frente al trasfondo de los tambores de guerra de la administración con Corea del Norte, su creciente confrontación con Irán y su repunte en las operaciones de combate en todo el mundo. De hecho, a través del repertorio de hard power, las políticas de la administración Trump parecen, en todo caso, más ambiciosas que las de Barack Obama. Sin embargo, Trump se ha desviado de la gran estrategia tradicional de los EE.UU. en un aspecto importante. Desde al menos el final de la Guerra Fría, las administraciones demócratas y republicanas han seguido una gran estrategia que los estudiosos han llamado "hegemonía liberal". Era hegemónica porque EE.UU. pretendía ser el Estado más poderoso del mundo por amplio margen, y era liberal en el sentido de que dicho país buscó convertir el sistema internacional en un orden basado en reglas, controlado por instituciones multilaterales y transformar a otros estados en democracias orientadas al mercado que comercien libremente entre sí. Rompiendo con sus predecesores, Trump ha quitado gran parte de lo "liberal" de la "hegemonía liberal". Todavía busca mantener la superioridad económica y militar de EE.UU. y su rol como árbitro de seguridad para la mayoría de las regiones del mundo, pero él ha optado por renunciar a la exportación de la democracia y abstenerse de muchos acuerdos comerciales multilaterales. En otras palabras, Trump ha introducido una estrategia totalmente nueva en los EE.UU.: la hegemonía antiliberal. SIN PALOMA La gran estrategia es un concepto escurridizo, y para aquellos que intentan descubrir a la administración Trump, su Estrategia de Seguridad Nacional –un galimatías hecho documento- arroja poca información. La mejor manera de entender la manera de abordar el mundo de Trump es mirar un año de sus políticas concretas. A pesar de todo lo que se habla de evitar el aventurerismo y los enredos extranjeros, en la práctica, su administración ha mantenido la competencia geopolítica con las mayores potencias militares del mundo y con las alianzas formales e informales que heredó. Ha amenazado con nuevas guerras para impedir la aparición de nuevos Estados con armas nucleares, al igual que sus predecesores; ha proseguido las guerras contra los talibanes en Afganistán y el Estado Islámico (o ISIS) en Irak y Siria con más recursos y más violencia que sus predecesores. También ha anunciado planes para invertir aún más dinero en el Departamento de Defensa, cuyo presupuesto sigue superando al de todos los ejércitos juntos de los competidores de EE.UU. Cuando se trata de alianzas, a primera vista puede parecer que Trump se ha desviado de la tradición. Como candidato, se quejaba regularmente del fracaso de los aliados de los EE.UU., especialmente los de la OTAN, para compartir la carga de la defensa colectiva. Sin embargo, por más mal informadas que estuviesen estas objeciones, eran completamente justas; durante dos décadas, las contribuciones de defensa de los Estados europeos en la OTAN no han cumplido con las directrices de la alianza. Los partidarios de la 2 Alianza en ambos lados del Atlántico encuentran molestas las quejas sobre el reparto de la carga no solo porque suenan ciertas sino también porque, secretamente, las consideran sin importancia. La producción real de poder de combate se desdibuja en comparación con el objetivo político de adherir los Estados Unidos a Europa, pase lo que pase. Por lo tanto, cuando Trump asistió a la cumbre de la OTAN en mayo de 2017 y omitió mencionar el Artículo 5, la disposición de defensa mutua del tratado, dicha omisión sugería que EE.UU. podría no ser el árbitro final de todas las disputas estratégicas en Europa. Pero Trump retrocedió en semanas, y todo ese tiempo, el país mantuvo sus alianzas de seguridad como si nada hubiera cambiado. Pocos estadounidenses han oído hablar de la European Reassurance Initiative. Uno podría pensar que los casi 100,000 soldados estadounidenses que permanecieron desplegados en Europa después del final de la Guerra Fría proporcionaron tranquilidad suficiente, pero después de la invasión rusa de Ucrania en 2014, los aliados clamaron por más seguridad, y así nació esta nueva iniciativa. El ERI no se financia con el presupuesto de defensa regular de los EE.UU., sino con la asignación de operaciones de contingencia en el extranjero: el fondo aprobado originalmente por el Congreso para la guerra global contra el terrorismo "gasta lo que sea necesario sin mucha supervisión". La ERI ha pagado por mayores ejercicios militares estadounidenses en Europa del Este, infraestructura militar mejorada en toda la región, donaciones de equipos a Ucrania y nuevos equipos estadounidenses en Europa adecuados para equipar una división acorazada de EE.UU. en caso de emergencia. A fines de 2017, Washington anunció que, por primera vez, vendería a Ucrania misiles dirigidos antitanque particularmente letales. Hasta ahora, el gobierno de EE.UU. ha gastado o planeado gastar $10 mil millones en la ERI, y en su presupuesto para el año fiscal 2018, la administración Trump aumentó los fondos en casi $1.5 mil millones. Mientras tanto, todos los nuevos ejercicios y despliegues planificados en Europa oriental avanzan a buen ritmo. El compromiso militar de los EE.UU. con la OTAN sigue siendo fuerte, y los aliados están agregando suficiente dinero nuevo a sus propios planes de defensa para aplacar al presidente. En otras palabras, el asunto sigue igual. En Asia, EE.UU. parece estar más activo militarmente de lo que estuvo durante la administración Obama, quien había anunciado un "pivote" para la región. La principal preocupación de Trump es el desarrollo del programa nuclear de Corea del Norte, un enfoque contrario a sus declaraciones de campaña sobre la necesidad de fuerzasnucleares independientes para Japón y Corea del Sur. En un esfuerzo por congelar y, finalmente, revertir el programa de Corea del Norte, ha amenazado con el uso de la fuerza militar, declarando en septiembre pasado, por ejemplo, "Estados Unidos tiene gran fuerza y paciencia, pero si se ve obligado a defenderse a sí mismo o sus aliados, no tendremos más remedio que destruir totalmente a Corea del Norte". Aunque es difícil decir si Pyongyang toma en serio tales amenazas, la élite de la política exterior de Washington ciertamente lo hace, y muchos temen que ahora la guerra intencional o por accidente sea mucho más probable. El Pentágono ha respaldado estas amenazas con maniobras militares más frecuentes, incluido el envío de bombarderos estratégicos de largo alcance en misiones aéreas a la península de Corea. Al mismo tiempo, la administración ha tratado de presionar económicamente a Corea del Norte, intentando convencer a China de que corte el flujo de materiales críticos para el país, especialmente el petróleo. Al otro lado del Pacífico, la Marina de EE.UU. continúa manteniendo un ritmo frenético de operaciones: alrededor de 160 ejercicios bilaterales y multilaterales por año. En julio, EE.UU. realizó el ejercicio anual de Malabar con India y Japón, reuniendo a los portaaviones de los tres países por primera vez. En noviembre, armó una inusual flotilla de tres portaaviones en la península coreana durante la visita de Trump a Asia. A partir de mayo de 2017, la Armada aumentó la frecuencia de sus operaciones de libre navegación, o FONOP, en las que sus buques patrullan partes reclamadas por China del Mar del Sur. Tan ocupada está la Armada de los EE.UU. que, de hecho, solo en 2017, su Séptima Flota, con base en Japón, experimentó cuatro colisiones de buques sin precedentes, una a tierra y un accidente aéreo. Durante su viaje a Asia en noviembre, Trump renovó diligentemente los compromisos de seguridad de los EE.UU., y el primer ministro Shinzo Abe de Japón parece haber decidido evitar desacuerdos entre ellos, incluso por Corea del Norte. Dada la sarta de quejas de Trump sobre la injusticia de las relaciones comerciales de EE.UU. en Asia y su llamativa cesión de las reglas económicas básicas a China, uno podría sorprenderse de que los aliados de EE.UU. en la región se estén aferrando tan fuerte a este presidente. Pero la seguridad gratuita proporcionada por una superpotencia militar es algo difícil de reemplazar, y administrar las relaciones con alguien que ve el mundo en términos económicos de suma cero es un pequeño precio a pagar. La administración Trump también ha incrementado sus actividades militares en todo Medio Oriente, de una manera que debería complacer a los que criticaron a Obama por su abordaje de la región. Trump no perdió tiempo demostrando su intención de revertir los errores del pasado. En abril de 2017, en respuesta a la evidencia de que el gobierno sirio había usado armas químicas, la Marina de los EE.UU. lanzó 59 misiles 3 crucero en la base aérea donde se originó el ataque. Irónicamente, Trump estaba castigando a Siria por violar una línea roja que Obama había trazado y un acuerdo de desarme de armas químicas que Obama había alcanzado con Siria, por los cuales Trump había ridiculizado a su predecesor. Sin embargo, mostró su punto: hay un nuevo sheriff en la ciudad. La administración Trump también ha acelerado la guerra contra ISIS. A este Pentágono no le gusta compartir información sobre sus actividades, pero según sus propias cifras, parece que EE.UU. envió más tropas a Iraq y Siria y arrojó más bombas sobre esos países en 2017 que en 2016. En Afganistán, Trump, a pesar de haber reflexionado sobre los errores de la “construcción de nación” durante la campaña, ha consentido el inexplicable impulso de los líderes militares estadounidenses ("mis generales", según sus palabras) no solo de permanecer en el país sino también de intensificar la guerra. Miles de tropas estadounidenses adicionales han sido enviadas al país, y los ataques aéreos de EE.UU. han aumentado a un nivel no visto desde 2012. Finalmente, la administración ha señalado que planea confrontar a Irán de manera más agresiva en todo el Medio Oriente. El propio Trump se opuso al acuerdo nuclear de 2015 con Irán, y sus asesores también parecen ansiosos por hacer retroceder al país. En diciembre, por ejemplo, Nikki Haley, embajadora de EE.UU. ante la ONU, se paró frente a los restos de lo que ella dijo era un misil iraní y alegó que Teherán estaba armando rebeldes en Yemen, donde Irán y Arabia Saudita están involucrados en una lucha de poder. Detrás de escena, la administración Trump parece haber apoyado la intervención saudí en Yemen al menos tanto como su predecesora. El gobierno de Obama prestó su apoyo a los saudíes para comprar su cooperación en el acuerdo con Irán, y dado que Trump desprecia ese acuerdo, su respaldo a los saudíes solo puede entenderse como un esfuerzo anti-Irán. Salvo una guerra con Corea del Norte -y el torbellino de atención política y de recursos militares que el conflicto crearía- parece probable que haya más confrontaciones con Irán en el futuro de los Estados Unidos. El presupuesto de defensa de la administración Trump también sugiere un compromiso continuo con la idea de EE.UU. como policía mundial. Trump se postuló para el cargo con la propuesta de que, tal como lo expresó en Twitter, "Haré que nuestro Ejército sea tan grande, poderoso y fuerte que nadie se meta con nosotros". Una vez en el cargo, presentó un presupuesto de defensa que llega aproximadamente a un 20 por ciento más que el de 2017; casi la mitad del aumento fue solicitado por la administración, y la otra mitad fue agregada por el Congreso. (El destino de este presupuesto no está claro: según la Ley de Control Presupuestario, estos aumentos requieren el apoyo de los Demócratas, que los Republicanos deberán comprar con un mayor gasto en programas nacionales.) Para tomar un pequeño ejemplo de su apetito por nuevos gastos, la administración ha acelerado la adquisición de municiones guiadas por precisión en más del 40 por ciento desde 2016, una medida que es consistente con la intención del presidente de realizar campañas militares de manera más intensiva (y con la expectativa de guerras futuras inminentes). Trump también sigue comprometido con el programa de modernización nuclear de mil millones de dólares iniciado por la administración Obama. Este programa renueva cada tramo de la tríada nuclear: misiles, bombarderos y submarinos. Se basa en la suposición de la era de la Guerra Fría de que para poder frenar de forma creíble los ataques contra los aliados, las fuerzas nucleares estadounidenses deben tener la capacidad de limitar el daño de un ataque nuclear a gran escala, lo que significa que EE.UU. necesita poder disparar primero y destruir el arsenal nuclear completo de un adversario antes de que se lancen sus misiles. Aunque los esfuerzos para limitar los daños son seductores, en contra de las potencias nucleares pares, son inútiles, ya que solo unas pocas armas nucleares del enemigo necesitan sobrevivir para causar un daño atroz a los Estados Unidos en represalia. En el mejor de los casos, el programa de modernización es simplemente una pérdida de dinero, ya que todo lo que hace es obligar a los competidores estadounidenses a modernizar sus propias fuerzas para garantizar su capacidad de tomar represalias; en el peor de los casos, hace que los adversarios se vean tentados a apretar el gatillo más fácilmente, aumentando el riesgo de que una crisis se convierta en una guerra nuclear. Si Trump estuviera realmente comprometido con “Estados Unidos primero”, pensaría un poco más acerca de los costos y riesgos de esta estrategia. PRIMACIA SIN UN PROPÓSITO La hegemonía siempre es difícil de lograr, porque la mayoría de los Estados resguardan celosamente su soberanía y se resisten a que se les diga qué hacer. Pero desde el final de la GuerraFría, la élite de la política exterior de EE.UU. ha llegado a la conclusión de que la hegemonía liberal es diferente. Este tipo de dominio, argumentan, es alcanzable y sostenible, con la combinación correcta de poder duro y blando. La lógica dice que la seguridad internacional y las instituciones económicas, el libre comercio, los derechos humanos y la expansión de la democracia no son solo valores en sí mismos; también sirven para atraer a 4 otros a la causa. De realizarse, estas metas harían más que legitimar el proyecto de un orden mundial liberal liderado por los Estados Unidos; producirían un mundo tan acorde con sus valores e intereses que ni siquiera necesitaría trabajar demasiado para garantizar su seguridad. Trump ha abandonado este camino desgastado. Ha denigrado a las instituciones económicas internacionales, como la Organización Mundial del Comercio, que son buenos chivos expiatorios de los cambios económicos perturbadores que han animado a su base política. Ha dejado el Acuerdo Climático de París, en parte porque dice que perjudica económicamente a EE.UU. Sin confianza en que Washington pueda dominar suficientemente las instituciones internacionales para garantizar sus intereses, el presidente se retiró de la Asociación Transpacífica, lanzó una renegociación combativa del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y dejó que la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión se marchitara. En lugar de tales acuerdos, Trump ha declarado una preferencia por los arreglos comerciales bilaterales, que según él son más fáciles de auditar y hacer cumplir. Señalando que los esfuerzos recientes de EE.UU. para construir la democracia en el exterior han sido costosos y fallidos, Trump también ha descartado la promoción de la democracia como un objetivo de política exterior, aparte de algunos tweets perdidos en apoyo a los manifestantes en Irán. Por lo que uno puede ver, a él no le importa ni un ápice la transformación liberal de otras sociedades. En Afganistán, por ejemplo, su estrategia no consiste en perfeccionar al gobierno afgano, sino en empujar a los talibanes a la negociación (dejando sin precisar qué negociarían exactamente los talibanes). De manera más general, Trump a menudo ha elogiado a los dictadores extranjeros, desde Vladimir Putin de Rusia hasta Rodrigo Duterte de Filipinas. Sus planes para políticas de inmigración y refugiados más restrictivas, motivados en parte por los temores sobre el terrorismo, han rozado incómodamente una abierta intolerancia. Su gran estrategia es la primacía sin un propósito. Tal falta de preocupación por la parte más amable y benévola del proyecto hegemónico estadounidense enfurece a sus defensores de los últimos tiempos. Al comentar sobre la ausencia de elementos liberales en la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump, Susan Rice, quien fue Asesora de Seguridad Nacional en la administración Obama, escribió en diciembre: "Estas omisiones socavan las percepciones globales del liderazgo estadounidense; peor aún, obstaculizan nuestra capacidad de unir al mundo a nuestra causa cuando despreciamos alegremente las aspiraciones de los demás". Pero si ese punto de vista es correcto o no, debería ser un tema de debate, no una cuestión de fe. Los Estados han buscado durante mucho tiempo legitimar sus políticas exteriores, porque incluso la cooperación a regañadientes de otros es menos costosa que la resistencia leve. Pero en el caso de EE.UU., el barniz liberal no parece haber hecho que la hegemonía sea tan fácil de alcanzar o sostener. Durante casi 30 años, los Estados Unidos pusieron a prueba la hipótesis de que el carácter liberal de su proyecto hegemónico lo hacía único. Los resultados sugieren que el experimento falló. Ni China ni Rusia se han convertido en una democracia, ni muestran ningún signo de moverse en esa dirección. Ambos están construyendo el poder militar necesario para competir con los Estados Unidos, y ambos han olvidado suscribirse al orden mundial liberal liderado por ese país. A un gran costo, Washington no ha logrado construir gobiernos democráticos estables en Afganistán e Irak. Dentro de la OTAN, supuesta guardiana de la democracia, Hungría, Polonia y Turquía se están volviendo cada vez más autoritarios. La Unión Europea, principal descendiente institucional liberal de la victoria de EE.UU. en la Guerra Fría, ha sufrido la pérdida del Reino Unido, y otros de sus Estados miembros hacen alarde de sus leyes, como lo ha hecho Polonia con respecto a su criterio sobre la independencia del poder judicial. Una nueva ola de políticas de identidad -nacionalista, sectaria, racista o de otro tipo- ha afectado no solo al mundo en desarrollo, sino también al mundo desarrollado, incluido EE.UU. A nivel internacional y nacional, la hegemonía liberal no ha podido cumplir. ¿QUÉ SIGNIFICA RESTRICCIÓN? Nada de esto debe tomarse como la aprobación de la política de seguridad nacional de Trump. La administración está excesivamente comprometida militarmente; es arrogante sobre la amenaza de la fuerza; no tiene prioridades estratégicas de ningún tipo; no tiene un plan real para garantizar una distribución de la carga más equitativa entre los aliados de EE.UU.; bajo la apariencia de antiterrorismo, tiene la intención de permanecer muy involucrado militarmente en los asuntos internos de otros países; y está arrojando demasiadas bombas, en demasiados lugares, en demasiadas personas. Estos errores probablemente producirán el mismo patrón de mediocres resultados, en el país y en el extranjero, que EE.UU. ha experimentado desde el final de la Guerra Fría. Si Trump realmente quisiera continuar con algunas de sus reflexiones de campaña, buscaría un 5 compromiso mucho más centrado en los problemas de seguridad del mundo. Una gran estrategia de moderación, como yo y otros académicos hemos llamado a este enfoque, parte de la premisa de que EE.UU. es un país muy seguro y pregunta qué pocas cosas podrían poner en peligro esa seguridad. Luego recomienda políticas restringidas para abordar esas amenazas potenciales. En la práctica, la moderación significaría perseguir una prudente estrategia de balance de poder en Asia para garantizar que China no encuentre una manera de dominar la región, manteniendo el dominio del mar para evitar que ese país coaccione a sus vecinos o que impida que Washington los fortalezca, mientras reconoce los temores de China y, en lugar de rodearlo con las fuerzas estadounidenses, logra que los aliados de los EE.UU. hagan más por su propia defensa. Significaría compartir las mejores prácticas con otras potencias nucleares en todo el mundo para evitar que sus armas nucleares caigan en manos de actores no estatales. Y significaría cooperar con otros países, especialmente en el ámbito de la inteligencia, para limitar la capacidad de los terroristas nihilistas para llevar a cabo espectaculares actos de destrucción. EE.UU. aún enfrenta todas estas amenazas, solo con la complicación adicional de hacerlo en un mundo en el que su posición relativa de poder ha disminuido. Por lo tanto, es esencial que los aliados de los EE.UU., especialmente los ricos, como los europeos, compartan la mayor parte de la carga, para que pueda centrar su propio poder en las amenazas principales. Por ejemplo, los europeos deberían sostener la mayor parte del poder militar para disuadir a Rusia, de modo que EE.UU. pueda concentrar mejor sus recursos para mantener el dominio de los bienes comunes globales: el mar, el aire y el espacio. Quienes suscriben a la restricción también creen que el poder militar es costoso de mantener, más costoso de usar y, en general, solo arroja resultados rudimentarios; por lo tanto, debe usarse con moderación. Tienden a favorecer el libre comercio pero rechazan la noción de que el comercio de EE.UU. sufriría enormemente si su ejército fuera menos activo. Toman en serio el problema de la política de identidad, especialmente el nacionalismo,y por lo tanto no esperan que otros pueblos acojan los esfuerzos de EE.UU. para transformar sus sociedades, especialmente a punta de pistola. Por lo tanto, aparte de aquellas actividades que apuntan a preservar el dominio norteamericano del mar, los defensores de la restricción encuentran poco mérito en la política exterior de Trump; que es decididamente desenfrenada. Durante la campaña, Trump embistió contra la gran estrategia pos Guerra Fría de los Estados Unidos. "A medida que pasó el tiempo, nuestra política exterior comenzó a tener cada vez menos sentido", dijo. "La lógica fue reemplazada por tonterías y arrogancia, que condujeron a un desastre de política exterior tras otro". Muchos pensaron que tales críticas podrían anunciar un nuevo período de reducción de personal. Aunque la administración Trump ha reducido o abandonado muchos de los pilares del internacionalismo liberal, su política de seguridad se ha mantenido siempre hegemónica. Si la hegemonía antiliberal resultará más o menos sostenible que su hermano liberal sigue siendo una pregunta abierta. El establecimiento de la política exterior continúa evitando la pregunta principal: ¿es sostenible la hegemonía de los EE.UU. de algún tipo? Y si no, ¿qué política debería reemplazarla? Trump resulta ser tan bueno para evitar esa pregunta como aquellos a los que ha condenado. Posen, Barry R. "The Rise of Illiberal Hegemony." Foreign Affairs. Volume 97, Number 2, March/April 2018. https://www.foreignaffairs.com/articles/2018-02-13/rise-illiberal-hegemony
Compartir