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Por un feminismo sin mujeres_

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Por un feminismo… ¿sin mujeres? 
Por Andrea Franulic 
“Por un feminismo sin mujeres” es el título de un coloquio que se lleva a cabo ahora durante 
la primera semana de junio en la Universidad de Chile y en la Universidad Arcis. Lo 
organiza la Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual (CUDS) y el Diplomado de 
Estudios Feministas del Arcis. Exponen, entre otros y otras, Nelly Richard, Olga Grau, 
Alejandra Castillo y Diamela Eltit: “mozas moderadas”, como diría Kirkwood; ¿o “feministas 
vergonzantes”, como diría Caffarena? 
 
Con el título me basta por ahora. Sabemos que los títulos son importantes, sintetizan los 
sentidos de los discursos e instalan en el imaginario público dicha síntesis. Para el análisis 
crítico del discurso, los títulos sintetizan ideologías. Entonces este título connota cosas. Por 
ejemplo, a primera vista, el problema somos las mujeres y no el feminismo. Pero este, 
pensé, es un pensamiento filosófico-ético, un proyecto político-civilizatorio, una praxis y un 
movimiento libertarios, una historia y un corpus de conocimientos, que ha sido inventado, 
pensado y llevado a la realidad por las mujeres, con costos de vida, de persecuciones e 
invisibilizaciones. Nuestra historia es nuestra genealogía de mujeres pensantes e 
insolentes. La hoguera y la guillotina no se negocian. 
 
El feminismo surge de ese intercambio con una igual, de la complicidad profunda entre 
mujeres reconociéndose como tales y encontrando en el pensamiento de la Woolf, de la 
Lonzi, de la Rich, de la Beauvoir, de la Pisano, de las Cómplices, de las Autónomas 
Cómplices y también de la Milagros Rivera y de la Sendón de León, incluso de la Celia 
Amorós o de la Hannah Arendt, las palabras inteligentes para dibujar de manera inteligente 
cómo esta cultura que habitamos, y que nos habita, se nombra y se perpetúa. La Woolf, en 
su libro Tres Guineas, nos conmina a que “jamás dejemos de pensar” y luego se pregunta 
“¿qué es esta ‘civilización’ en la que nos hallamos?”, proyectando a la civilización 
masculinista vigente como un objeto delimitado de estudio. Allí está la fuerza creadora de 
las mujeres, en poner en cuestión radicalmente la misoginia cuando la que me anima con 
sus ideas, sus acciones y sus palabras es otra mujer insolente. 
 
Rich dice que la fuerza creadora de las mujeres no está en la “obediente hija del padre”, al 
contrario, esta solo es una “yegua de tiro”. Las italianas de la Librería de Mujeres de Milán, 
en 1988, dicen que las mujeres que no se leen en una genealogía de mujeres pensantes, 
sino que en la historia de los hombres y sus ideologías, pierden su fuerza creadora y se 
transforman, con palabras de George Eliot, en “las Santas Teresas fundadoras de nada”. La 
misoginia enciende en estos casos con la intensidad de la enajenación de no tener palabras 
propias para decir-nos. La misoginia insiste en crecer y asentarse cuando seguimos 
admirando la filosofía de los hombres. Las italianas también cuentan que Emily Dickinson 
solo leía a las mujeres literatas de su tiempo y a sus antecesoras, pero nunca leyó siquiera 
al consagrado Poe. El feminismo nace de la relación entre las mujeres y, en un mismo 
movimiento, de la relación con nosotras mismas. Es la búsqueda inquietante, el 
descubrimiento y la creación de una adscripción simbólica para existir en el mundo y crear 
con total libertad. 
 
Es una relación política y simbólicamente lésbica. Para algunas -para muchas- abre además 
el erotismo. Sheila Jeffreys dice que “toda mujer puede llegar a ser lesbiana”. Es decir, toda 
mujer puede llegar a leerse e interpretarse en una filosofía e historia de mujeres pensantes. 
Toda mujer puede llegar a dejar de buscarse en la obra de los hombres… y respirar; puede 
llegar a abandonarlos como amantes… y respirar. El lesbianismo, así entendido, 
desmantela la misoginia, leitmotiv de la feminidad, desenhebrando el hilo más fino y firme 
del tejido ideológico masculinista. Es esta historia el más ignoto y mal-intencionado vacío 
que mantiene la civilización patriarcal para perpetuar su poder de dominio y que 
consecutivamente ha intentado borrar. Esto es el feminismo, no es una historia de 
persecución de “derechos humanos” para estar dentro de la cultura vigente. 
 
Entonces, borrar a las mujeres arrastra el control patriarcal sobre las relaciones lésbicas. 
Sin embargo, muchas lesbianas integran la diversidad sexual que propugna la tendencia 
ideológica del “feminismo sin mujeres” y otras cuantas mujeres son sus teóricas. Siempre ha 
sucedido así. La masculinidad con su institucionalidad a cuestas, su tradición 
político-filosófica y su extensa y visible historia de pensadores e intelectuales, apela a la 
larga y duramente reforzada misoginia interna de las mujeres, acompañada de la 
sistemática ignorancia oscurantista que existe sobre nuestra historia de pensadoras 
insolentes y su continum. Así, las mujeres, sin adscripción simbólica, efectivamente no son. 
Y, permaneciendo fieles a la feminidad como destino político, vuelven -una y otra vez- “a ser 
la parte en sombra de una historia iluminada por los proyectos de los hombres” (en Non 
credere di avere dei diritti). 
 
Santiago, 2010

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