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ADULTO MAYOR

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ADULTO MAYOR
	La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2009) sostiene que el envejecimiento a escala mundial es notable: más del 10 por ciento de la población actual del mundo supera los 60 años y pertenece al grupo poblacional del adulto mayor. La misma organización establece que el grupo etario del adulto mayor comprende al segmento poblacional con edad comprendida entre los 60 y 74 años de edad. El enmarque social que se asigna a las personas con edades superiores a 60 años es variable. Por ejemplo, la OMS define a las personas con edades entre 60 y 74 años como en edad avanzada o adultez mayor; de 75 a 90 viejas o ancianas, y las que exceden de 90 se les califica de viejos o grandes longevos. En líneas generales se agrupa a los segmentos de edad referidos como de la tercera edad como término entrópico-social.
	En términos sociales y culturales la etapa de la tercera edad, específicamente en el segmento tipificado de adultez mayor (60-74 años) se corresponde con un periodo de vida especialmente difícil respecto a las condiciones y expectativa de vida. Se pierden rápidamente oportunidades de trabajo, actividad social y capacidad de socialización, y en muchos casos se sienten relegadas. De hecho este fenómeno de orden mundial viene siendo monitoreado por la OMS desde la II Asamblea Mundial del Envejecimiento de
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las Naciones Unidas desde el año 2002 luego que los resultados de la misma evidenciaran que el envejecimiento de la población carece de precedentes y no tiene comparación en la historia de la humanidad.
	El panorama expuesto por la OMS indica que los incrementos en los porcentajes de personas en edad de 60 años y superiores van acompañados de descensos en los porcentajes de jóvenes con edades inferiores a 15 años. Se estima que para el año 2050, por primera vez las personas de edad en el mundo habrán de superar a los jóvenes. Las conclusiones de la organización permitieron determinar que el envejecimiento de la población traerá consecuencias para todos los ámbitos de la vida humana. En lo económico se estima que el envejecimiento influirá en la continuidad del crecimiento, los mercados de trabajo y las transferencias intergeneracionales. En el plano social, el envejecimiento incidirá en la atención de los servicios de salud, estructura de la familia y condiciones de vida.
	Otra manifestación del fenómeno del envejecimiento mundial evidencia que el ritmo del mismo es más acelerado en los países en desarrollo que en los países desarrollados. En la perspectiva del presente estudio, el envejecimiento será abordado en sus aspectos sociales, tal como exponen variadas teorías sociales del envejecimiento que en la mayoría de los casos han sido adaptaciones de teorías previas y acomodadas a la temática. En todo caso el envejecimiento es la consecuencia de modificaciones morfológicas y fisiológicas producto de la acción inminente de la acción del tiempo sobre los seres vivos, sostienen las teorías que abordan el envejecimiento desde una perspectiva biológica.
	Así pues, estableciendo como principal causa del envejecimiento atribuible a factores biológicos, las de tipo demográfico inciden en las altas proyecciones del envejecimiento en el orden global, como afirma García (2002) es ante todo, consecuencia del descenso de la tasa de natalidad en los últimos siglos; a la par se mantiene el descenso de la mortalidad como factor acelerador del envejecimiento. El descenso de la mortalidad constituye un factor determinante para el panorama demográfico de la sociedad en proporción con el aumento de vida se reducen las tasas de mortalidad, afirma el autor. En la misma perspectiva Díaz (1998) expone:
Que el envejecimiento demográfico “consiste en un cambio en la estructura por edades o, en otras palabras, en el mayor o menor peso de unas edades respecto a otras en el conjunto de la población. Generalmente se traduce en un aumento del porcentaje de personas de edad avanzada, aunque resulta más correcto utilizar el aumento del promedio de edad como indicador. Traducido en términos gráficos, significa que la pirámide de población va perdiendo anchura por su base mientras la gana por la cúspide. (p. 2).
La postura del autor permite vincular que el descenso de la mortalidad no siempre implica envejecimiento demográfico, puesto que puede incidir en el rejuvenecimiento de la estructura por edades, teniendo como referente la mortalidad infantil en elevados porcentajes. De este modo, el descenso de las muertes entre los recién nacidos, sobre todo las que se producen durante las primeras horas de vida, exalta considerablemente la esperanza de vida del conjunto de la población, igualmente tiene el efecto de aumentar la proporción de niños y jóvenes y, en consecuencia, disminuir el peso de las edades avanzadas. Sólo en las poblaciones en que se han logrado niveles de mortalidad infantil muy bajos y en que el incremento de la esperanza de vida se produce por la disminución de la mortalidad en el resto de edades, la consecuencia, es el envejecimiento demográfico.
Otros factores también determinantes del envejecimiento demográfico a criterio de Ibáñez (1979) lo conforman los nacimientos y las migraciones. Para el autor las migraciones no se generan al igual para todas las edades. Regularmente se concentran entre las edades jóvenes, en su mayoría, movilizados en la búsqueda de trabajo o por factores económicos. Así pues, las poblaciones emisoras netas de emigración han visto reducida la pirámide por su base, mientras las receptoras de migración alta rejuvenecían su estructura por edades.
El efecto es en cadena, porque, además, tales jóvenes se encuentran en las edades de máxima capacidad reproductiva, con lo que sus hijos contribuyen a ampliar el grupo infantil de la población receptora. Por el contrario, el éxodo de los jóvenes puede dejar literalmente sin niños a las poblaciones de salida. Este hecho genera en consecuencia otro factor clave, la natalidad, tanto o más importante que la mortalidad aunque con efectos no parezcan tan inmediatos. El descenso de la natalidad implica automáticamente una disminución por la base de las pirámides de población, constituyendo la causa principal y más relevante de la rapidez con que este fenómeno se produce actualmente en los países desarrollados. 
Como efecto del envejecimiento demográfico la manifestación latente del fenómeno se expresa en consecuencias sociales. Para Sánchez (1993) estas consecuencias “es el resultado de dos evoluciones convergentes: la disminución de la natalidad (envejecimiento por la base) y el aumento de la esperanza de vida (envejecimiento por la cúspide)”. (p. 161). Entre las consecuencias del envejecimiento poblacional se pueden mencionar el gasto en prestaciones sociales derivadas de la protección social a cargo del Estado; inversión en gasto sanitario destinado al sistema de salud; gasto farmacéutico de atención al adulto mayor; atención a la discapacidad que pueda aquejar la condición de la edad; exclusión social; y gasto por pensiones de jubilación.
Circunscribiendo la temática al contexto de América Latina, la situación antes descrita es de características demográficas similares. El aumento de la esperanza de vida, la reducción progresiva de la mortalidad, junto a la disminución de las tasas de fecundidad, están provocando la inversión de las pirámides poblacionales con los consiguientes problemas sociales y económicos, manifiesta en la alteración en la pirámide demográfica y en la estructura del sistema sanitario. 
Estima la organización Mundial de la Salud (OMS, 2010), por intermedio de las Estadísticas Sanitarias Mundiales que en América Latina, que el segmento del grupo clasificado como personas de edad aumentará del 8% al 15% entre 1998 y 2025. Se interpreta que el envejecimiento como transformación demográfica mundial de este tipo tiene profundas consecuencias para cada uno de los aspectos de la vida individual, comunitaria, nacional e internacional. Todas las facetas de la humanidad (sociales, económicas, políticas, culturales,psicológicas y espirituales) experimentarán una transformación.
Un aspecto significativo vinculado como variable del envejecimiento demográfico lo constituye el ámbito de los países en desarrollo como segmento poblacional de específica vulnerabilidad respecto a las condiciones sociales propias del sistema social imperante. Los indicadores sociales expuestos por la OMS describen que en los países en vías de desarrollo el envejecimiento poblacional se ve disminuido por unos índices mayores de natalidad y una mayor mortalidad de la población anciana.
	
Fundamentación Teórica
	La siguiente sección del Capítulo ofrece la recopilación de sustentos teóricos, los cuales a juicio de Hernández y Otros (2009), “permiten al investigador `ir más allá del evento local´, al relacionarlo con eventos similares. La literatura colabora a mejorar el entendimiento de los datos recolectados y analizados” (p. 532). La perspectiva de los autores permite establecer que el papel que desempeña el marco teórico en los estudios cualitativos, es de tipo referencial, pues la revisión de la literatura tiene como función vincular la problemática objeto de estudio con referentes teóricos que permitan su vinculación con el contexto en estudio. En tal sentido, se presentan a continuación diferentes enfoques e interpretaciones teóricas de diferentes autores como fuente de información respecto al objeto de estudio.
Expectativas de Vida
	La esperanza de vida desde una perspectiva demográfica, es sinónimo de expectativa de vida, tal como expone la Organización Mundial de la Salud (2010) “es el número medio de años que una persona puede prever que vivirá si se mantienen en el futuro las tasas de mortalidad por edad del momento en la población (¶ 1). Se interpreta del contenido, que la expectativa de vida se puede cuantificar en el promedio de años que puede vivir un individuo de una población nacida en la misma fecha, sea desde su nacimiento, o a partir de una edad determinada. Es una estimación del número equivalente de años de buena salud que en una persona se puede prever que vivirá considerando las tasas de mortalidad y existencia de los problemas de salud predominantes en la población en ese momento.
	En la perspectiva de las expectativas de vida, Foschiatti y Ramírez (2000), refieren que la expectativa de vida “representa el promedio de años que viviría una persona en un lugar determinado, o expresado de otro modo “el promedio de años que vivirá cada componente de una generación de recién nacidos, que estuviera toda su vida expuesta al nivel de mortalidad representado por una tabla de vida” (p. 2). El planteamiento previo se sustenta en que la expectativa de vida constituye un indicador de los resultados logrados producto del descenso de la tasa de mortalidad general y el descenso de la mortalidad infantil, puesto que cuando la tendencia a disminuir de los dos fenómenos demográficos, se incrementa la expectativa de vida al nacer, generando en consecuencia que la reducción de la mortalidad, tiene como efecto el incremento cuantitativo de la población anciana y el número de años que una persona puede vivir.
	Circunscribiendo los planteamientos en relación a las expectativas de vida, a la población objeto de estudio, como es el caso de los adultos mayores, es conveniente asociar el envejecimiento demográfico como fenómeno universal, inevitable e irreversible. Tal planteamiento se sustenta en la proyección de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2009), en virtud de las visibles estadísticas a escala mundial que describen el envejecimiento de la población mundial, con las consecuentes incidencias en el orden social y económico de las diferentes sociedades. A tal efecto, la OMS expone la siguiente información: 
La población anciana ha crecido en los últimos años y se prevé un crecimiento mayor, pues según la OMS, en el año 2000 había 600 millones de personas mayores de 60 años, lo que representa el 10% de la población total del planeta. En Europa y América, esta población sobrepasa ya el 20% del total. En el Perú, en el año 2020, esta población será el 11% de la población total, con 3,613 000 y, para el año 2025, será de 4,470 000 adultos mayores. (¶ 2).
	Los referentes estadísticos previos se pueden vincular con la disminución en el promedio de vida, que también encabeza África, con Zimbawe con la peor expectativa de vida, tan sólo 36 años. En cambio Botswana, Angola, Swazilandia, República Centro-africana, Lesotho, Malawi, Níger, Liberia y Somalía tienen promedios que no superan los 44 años de existencia. En Latinoamérica, la mayor expectativa la tiene Cuba, con 78 años. Le sigue de cerca Chile y Costa Rica, con 77 años. Argentina, Uruguay y Venezuela cuentan con 75 años. El menor promedio permanece a Bolivia, con 65 años. Japón cuenta con la mayor expectativa del mundo, 82 años, España cuenta con 80 años y Estados Unidos, 77 años.
	Para la OMS las cifras develan un inobjetable crecimiento de la edad promedio, debido a los avances de la ciencia y la medicina, la higiene y nutrición y las condiciones y estilos de vida favorables. Sin embargo, la longevidad creciente tiene exigencias propias que no pueden desconocerse y se debe asegurar que el alto costo necesario para llegar a viejo se vea compensado con una vida con calidad, en el adulto mayor. En tal sentido, las expectativas de vida se vinculan a la calidad de vida de la persona, con su bienestar y la satisfacción por la vida que lleva, y cuya evidencia esta personalmente relacionada a su propia experiencia, a su salud y a su grado de interacción social y ambiental y en general a múltiples factores.
	El aspecto de la calidad de vida del adulto mayor, determinante para las expectativas de vida, según Gastrón (2003), “es la resultante de la interacción entre las diferentes características de la existencia humana (vivienda, vestido, alimentación, educación y libertades humanas)…” (p 23). El planteamiento del autor delega importancia a la incidencia de las referidas características, las cuales contribuyen de diferentes maneras en el bienestar o no de la persona, considerando pare ello, el proceso evolutivo del envejecimiento, las adaptaciones del individuo a su entorno social, así como su estado psicológico y biológico de naturaleza cambiante por la edad.
	En todo caso, se reseñan seguidamente, para posterior análisis general, las posturas de diferentes autores que asocian el tipo de vida con las expectativas de vida en general, especialmente, en edad de adulto mayor por considerarse como el inicio de la última fase de vida humana. Al respecto Krzeimen (citado en Vera, 2001) sostiene también que la calidad de vida del adulto mayor se da en la “medida en que él logre reconocimiento a partir de relaciones sociales significativas; esta etapa de su vida será vivida como prolongación y continuación de un proceso vital; de lo contrario, se vivirá como una fase de declinación funcional y aislamiento social del adulto mayor” (p. 285). 
	Por su parte, Martín, citado por Vera (2001), agrega otro elemento característico en la calidad de vida del adulto mayor, es que él siga teniendo una participación social significativa, la misma que para el autor “consiste en tomar parte en forma activa y comprometida en una actividad conjunta, la cual es percibida por el adulto mayor como beneficiosa” (p. 285). En la misma perspectiva O'Shea (Ob. cit. en Vera, 2001), sostiene que “la calidad de vida del adulto mayor es una vida satisfactoria, bienestar subjetivo y psicológico, desarrollo personal y diversas representaciones de lo que constituye una buena vida, y que se debe indagar, preguntando al adulto mayor, sobre cómo da sentido a su propia vida, en el contexto cultural, y de los valores en el que vive, y en relación a sus propios objetivos de vida” (p. 285).
	Los argumentos de los referidos autores describen factores determinantes para las expectativas de vida proyectadas por los adultos y adultas mayores. Entre esos elementos se pueden mencionar las relaciones sociales significativascon su entorno familiar y social, percibido éste como un componente humano altamente beneficioso para las relaciones sociales, especialmente las de orden familiar. La postura de los autores previos permite inferir que en el periodo calificado de vejez, éste no es sólo cuestión deseable el vivir muchos años, sino que el restante de tiempo acontezca con una capacidad funcional y una calidad de vida que incremente sus expectativas de vida. 
	En síntesis, las posturas previas permiten establecer una inferencia cualitativa que trasciende el orden cuantitativo, opuesto a un enfoque matemático que sólo pretende medir las expectativas de vida en función de fórmulas numéricas que proyectan las expectativas de vida de la población humana. Para ello, como destaca Rodríguez (1996), tanto la calidad como las expectativas de vida del adulto mayor “debe ser abordado desde el enfoque cualitativo” (p. 63). Claramente se interpreta de lo expuesto por el autor, que de la realidad concreta y de los datos que esta aporta, sirven para llegar a una teorización posterior, a través del análisis e interpretación de la información y su comprensión.
Calidad de Vida
	Para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la calidad de vida “es un concepto utilizado para evaluar el bienestar social general de individuos y sociedades por si. El término se utiliza en una generalidad de contextos, tales como sociología, ciencia política, estudios médicos, estudios del desarrollo, etc.” (¶ 6). Entre la amplitud de las categorías que se pueden incluir para determinar la calidad de vida se ubican ámbitos muy diversos como son la salud, la educación, la economía, la política y los servicios públicos en general, ampliamente definidos por indicadores sociales estadísticos que han permitido cuantificar datos y hechos vinculados al bienestar social de la población. En este particular, la Organización Mundial de la Salud (2009) indica que:
La calidad de vida es la percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio que está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno. (p. 1).
	Se puede extraer de ambas definiciones, que la calidad de vida se asocia a las condiciones sociales del individuo, aspecto significativamente vinculado a las expectativas de vida; la calidad de la misma, conforma un conjunto de factores que en gran medida la determinan y caracterizan. En este particular, Strejilevich (2010), considera que las expectativas de vida analógicamente dependen de la calidad de vida en sus diferentes ámbitos: Biológico, psicológico y social. Agrega el autor, que los ámbitos citados, no deben ser confundidos con el concepto de estándar o nivel de vida, que se basa preponderantemente en ingresos. Los Indicadores de calidad de vida incluyen no solo elementos de riqueza y empleo sino también de ambiente físico y arquitectónico, salud física y mental, educación, recreación y pertenencia o cohesión social. 
	Es importante hacer referencia al Índice de Desarrollo Humano (IDH) como indicador establecido por las Naciones Unidas desde 1990, comúnmente empleado para medir la calidad de vida y el desarrollo de los países. En el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el IDH se calcula a partir de variables como: Esperanza de vida, educación y Producto Interno Bruto (PIB). Cabe destacar que la misma Naciones Unidas por intermedio de la Organización Mundial de la Salud, expuso para el año 2010 que los países con el IDH más alto son Islandia, Noruega, Australia, Suecia, Canadá y Japón; mientras que de América Latina se destacan, Chile, Argentina y Uruguay.
De acuerdo a los planteamientos expuestos, la calidad de vida se define como un proceso multifactorial, de carácter primariamente individual y subjetivo, producto del estado de salud del individuo aunado al grado de satisfacción con su vida sin obviar los patrones de conducta de la sociedad en la cual él se desarrolla. Se interpreta como la percepción del individuo sobre su situación en la vida dentro su contexto cultural y el sistema de valores en el que vive, expectativas, normas y preocupaciones. Como sostiene Strejilevich (Ob.cit):
Es un concepto que engloba la salud física, el estado psicológico, el nivel de independencia, las relaciones sociales, creencias personales y la relación con las características sobresalientes del entorno. La calidad de vida se expresa a través de las conductas que el adulto mayor tiene para sí mismo y para con la comunidad. La vejez marca el ingreso al mundo del tiempo libre como ruptura de las obligaciones, donde concurren al mismo tiempo posibilidades como dificultades (¶ 21).
Se interpreta que la calidad de vida del adulto mayor es la resultante de la interacción entre las diferentes características de la existencia humana (vivienda, vestido, alimentación, educación y libertades humanas), cada una de las cuales incide de variadas maneras a la determinante del estado de bienestar, considerando para ello el proceso evolutivo del envejecimiento humano, las armonías del individuo a su naturaleza biológica y psicosocial variable, el cual se da en forma particular y diferente; adaptación que interviene en su salud integral.
	En la misma tendencia, es oportuno citar como referente empírico el Índice de Calidad de Vida (ICV) creado por la Unidad de Inteligencia Económica, (UIE, 2005) organización norteamericana de acción internacional en cuestiones socio-económicas, estableció una metodología única que vincula los resultados de encuestas subjetivas de satisfacción con la vida con los factores objetivos determinantes de calidad de vida entre los países. En esta encuesta se emplearon factores de calidad de vida para determinar la puntuación de un país. 
	Entre otros factores antes referidos se ubican: Salud: La esperanza de vida al nacer (en años); la vida familiar: Tasa de divorcio (por 1.000 habitantes), convertida en índice de 1 (menor tasa de divorcios) a 5 (más alta); la vida comunitaria: Variable que toma el valor 1 si el país tiene ya sea alta tasa de asistencia a la iglesia o pertenencia a sindicatos; cero en caso contrario; bienestar material: el PIB por persona; la estabilidad política y seguridad; la seguridad del empleo: Tasa de desempleo; la libertad política: Promedio de índices de las libertades políticas y civiles; la igualdad de género: Medición efectuada utilizando proporción de la media en los ingresos masculinos y femeninos. 
Adulto Mayor
	Actualmente son variadas las definiciones sobre el envejecimiento, con leves aspectos que las diferencian dependiendo de la rama en que se ubique. En tal sentido, a efectos del presente estudio, se abordan diferentes definiciones del adulto mayor desde un enfoque sociológico sin prescindir de otras acepciones que asignan distintas áreas asociadas al fenómeno del envejecimiento, considerando para ello, diferentes posturas teóricas que definen la edad en referencia. Cabe destacar, la existencia de diferentes terminologías en relación al envejecimiento, las cuales se describen de acuerdo a la acepción propuesta por cada autor.
	Algunos conceptos extraídos del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, 2001), relacionan a la vejez con viejo, senectud y senil; sinónimos que precisan una comprensión universal del adulto mayor. Otros calificativos que asigna el DRAE a la vejez es el de facultad del viejo, edad senil, senectud, achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos. De la misma manera, se dice de la persona de edad, comúnmente como la persona que es vieja y a la que cumplió 70 años. Destaca en dichos conceptos el empleo de términos referentes al adulto mayor, centrados en su aspecto físico y la acumulaciónde los años. 
	La Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2007) describe a la adultez mayor como aquella que se inicia a partir de los 65 años, conjuntamente con la manifestación de deterioro funcional característico de la condición biológica. No obstante, advierte la organización, que dicho envejecimiento puede prolongarse manteniendo una vida física, mental y social activa. Cabe destacar que en el contexto latinoamericano el adulto mayor es considerado a partir de los 60 años, ante la proyección que expone la organización de acuerdo a la esperanza de vida humana en los países en vías de desarrollo, inferior a los países desarrollados. A efectos de la organización, la vejez no es un hecho cronológico, acepta las dimensiones biológica, psicológica y social como primordiales parámetros de la vejez. 
	En el campo de la gerontología como área de conocimiento que estudia al viejo, la vejez y el envejecimiento, tal como refiere Rodríguez (2006), la vejez o ancianidad, “es el resultado del envejecimiento, y es un hecho que afecta a una parte de la población mundial. A las personas que forman parte de la vejez se les considera viejos, y pasan a configurar como una categoría independiente del resto de la sociedad, separados como grupo con características propias…” (p. 7). Considerando esta perspectiva gerontológica social, la misma aborda aspectos sociales y demográficos relacionados con el adulto mayor, sin obviar el aspecto multidisciplinar por su vinculación con otras disciplinas científicas, como es el caso de la biología, la sociología, la psicología, la antropología, la demografía, la educación y otros campos del saber que aportan al estudio de la vejez.
	En la misma orientación, de los planteamientos de Arboleda, Vargas y Galicia (2009), se extraen diferentes criterios sobre el envejecimiento: En el ámbito de la Biología, el envejecimiento del adulto mayor se corresponde con el acumulado de modificaciones ineludibles e irreversibles que se generan en un organismo con el transcurrir del tiempo, y que finalmente conducen a la muerte; en psicología, esta etapa de la vida se manifiesta en el momento en el que la capacidad físico– psicológica despunta su momento más álgido y comienza un paulatino proceso de deterioro, manifiesto de distintas maneras en cada individuo.
Para los autores, el significado fisiológico del envejecimiento se centra en los sistemas orgánicos y sus interacciones, resaltando el momento en donde comienza una pérdida marcada de la capacidad funcional de los diferentes sistemas, los cuales de manera, inevitable a medida que las personas envejecen, se causan alteraciones en su estado de salud, se modifican las estructuras y se reducen las funciones de las células y los tejidos de todos los sistemas del organismo. 
El aspecto previo se asocia al criterio físico producto de lo anterior que se manifiesta en los cambios físicos producidos en la persona, tales como cambios en la postura, forma de caminar, facciones, color del pelo, piel, capacidad visual y auditiva, disminución en la capacidad del almacenamiento de la memoria que afecta a los tres tipos de memoria (a corto, mediano y largo plazo) de forma directa, sueño alterado, entre otros. Esta realidad inocultable marca la edad de la vejez o de adultez mayor, según el calificativo que se le asigne, a diversas incapacidades producto de la pérdida subsiguiente de grados de autonomía e individualidad. 
Respecto al criterio cronológico expuesto por los autores, el mismo se refiere a la edad en años; concerniente con el retiro o jubilación obligatoria y al criterio social, según el papel o rol que desempeñan en la sociedad. Este criterio se asocia con una serie de connotaciones sociales de rasgos míticos y estereotipados, que implican una sustancial reducción del ámbito de acción del adulto mayor, relacionado estrechamente con la situación de jubilación, propio de un sujeto con poca rentabilidad personal, económica y social. Un rol definido como pasivo cuya función principal en la sociedad es la distracción y el entretenimiento, aspectos ajenos al sentimiento de utilidad.
Agregan los autores a la situación previa, que otro calificativo que se endosa a la edad adulta mayor, lo conforma el término pensionista, como atributo que caracteriza al sujeto que recibe de la Administración Pública una asignación económica producto de su servicio al Estado en cualquiera de sus diferentes instancias, en función de su edad o de una determinada disfunción, parcial o totalmente invalidante. Al igual que el jubilado, implica cierta práctica de pasividad social, no interviniente en el sistema productivo.
Pont-Geis (2006) caracteriza al adulto mayor cuando “llega un momento en que el organismo comienza una fase de involución y se inicia un envejecimiento. Una etapa más de la vida, para la que se debe preparar con objeto de vivirla de la mejor manera. Se nace, se crece, se madura y se envejece. Socialmente, se considera que es alrededor de los 60-65 años, edad que coincide con la jubilación.” (p. 21). La autora asocia el envejecimiento como la fase concluyente de los primeros estadios de la vida, un individuo en constante evolución hasta convertirse en adulto, hasta que el organismo comienza una fase de involución y se inicia un envejecimiento. 
Por su parte, Patiño (Citado en Ortiz, 2009), afirma que el envejecimiento es “la disminución, esencialmente irreversible con el paso del tiempo, de la capacidad del organismo o de alguna de sus partes, para adaptarse a su entorno, debido a un proceso determinado genéticamente y progresivo que se manifiesta por una disminución de su capacidad de hacer que culmina con la muerte del organismo” (p. 30). Destaca en el contenido, aparte del aspecto fisiológico, la adaptabilidad al entorno del individuo como resultante del deterioro funcional del organismo, aspecto éste que marca significativamente la dinámica del adulto mayor con su entorno familiar y social. 
	Otra definición de adulto mayor la expone García (2006), quien describe que el concepto del adulto mayor trasciende más allá de una “categoría biológica o sociológica…” (p. 236). Para el autor, el término adulto mayor es un constructo imperiosamente político, adquirido de experiencias concretas configuradas en la escena pública donde la población de la denominada 
“tercera edad” ha logrado auto-constituirse políticamente, distanciándose del conformismo pasivo e ingresando a la dinámica social a través de organizaciones, asociaciones o clubes que agrupan al segmento de edad con el propósito de experimentar relaciones de integración social. 
	Claro está que la postura del autor emerge de la práctica social (en alto grado) de aislamiento hacia el adulto mayor, percibido desde la esfera familiar hasta la institucional, siendo éste último un espacio de confinamiento, el cual por intermedio de casas de abuelos, ancianatos o asilos, han conformado un centro de invitación a permanecer en el ocultamiento, en estrecho anonimato con el resto de la sociedad. Así pues, para García (Ob.cit), contra la segregación y el aislamiento, se fueron gestando otras maneras de abordar el fenómeno de la vejez, se trascendió del estudio formal analítico de la ancianidad desde una perspectiva institucional a un modelo sensible a la realidad de la población longeva que demanda de asistencia social.
	En síntesis, producto de los referentes teóricos expuestos en relación a la vejez en sus diferentes acepciones e interpretaciones, desde una perspectiva que involucra factores sociológicos entre otros, el adulto mayor se puede ubicar en la etapa de la vida a partir de los 60 años del ser humano, caracterizada por la manifestación de cambios biológicos, psicológicos y sociales que determinan el poder disfrutar de lo que queda de vida. Regularmente las personas de la tercera edad han dejado de trabajar, o bien jubilan, por lo que su nivel de ingresos disminuye considerablemente, lo que aunado con problemas de salud propios de la edad, pueden generar consecuencias en todos los ámbitosde su vida. 
Teorías Sociales del Envejecimiento
	Los diferentes enfoques que abordan el envejecimiento desde una perspectiva social, conforman un conjunto de enfoques teóricos que explican el proceso de envejecimiento de las sociedades modernas. Entre estas reflexiones epistemológicas, a criterio de Belando (2004), quien refiere las siguientes teorías: Teoría de la desvinculación, desacoplamiento o retraimiento, 	Teoría de la actividad, Teoría de los roles, Teoría de la estratificación por edades, Teoría de la continuidad, Teoría del medio social o socio-ambiental, Los ancianos como subcultura, Los ancianos como grupo minoritario, Teoría del conflicto, Teoría psico-ecológica, Teoría del etiquetaje o de la estigmación, Teoría fenomenológica, Teorías del interaccionismo simbólico. Los referentes teóricos citados se explican brevemente, considerando para ello, los planteamientos de la autora.
Teoría de la Desvinculación, Desacoplamiento o Retraimiento
La teoría de la desvinculación, igualmente llamada del desenganche y la ruptura, fue postulada inicialmente por Cumming y Henry en 1961. Argumenta la teoría de un retraimiento, tanto de la sociedad como del individuo. Dicho retraimiento social se va acentuando en el individuo, el cual reduce sus roles más activos y se centra en su vida interior, al tiempo que la sociedad va cercando al individuo anciano en sus posibilidades de participación, y le libra de sus obligaciones y roles sociales, lo que hace que la persona se sienta feliz y satisfecha. 
Esta desvinculación resulta, así mismo, positiva para la familia y las relaciones más cercanas, ya que ofrece la posibilidad de buscar sustitución a las tareas que el anciano ya no realiza, y de reorganizar los roles con bastante tiempo para reflexionar sobre las decisiones que se han de tomar. Se puede afirmar, consecuentemente, que la desvinculación es funcional para todos los que, de alguna manera, están relacionados con esta situación.
Esta teoría recibió críticas en las dos décadas siguientes a su aparición, y también surgieron revisiones como la de Havighurst, Neugarten y Tobin (citados en Carstensen, 1990), quiénes refieren una reestructuración cualitativa, o sea, más que una disminución cuantitativa de orden cronológico, lo que se produce son cambios en la participación o vinculación. 
Estos autores comentan, igualmente, la importancia de los componentes individuales; así, según la personalidad de cada uno, unas personas serán más felices retirándose de la vida de la comunidad, y otras siendo activas y estando integradas en la misma. Además, denotaron que la desvinculación psicológica no aparecía con la jubilación sino diez años antes. 
Otros autores reseñan la “vinculación por compensación” o “desvinculación-
vinculación selectiva” como la denomina Havighurst, es decir, se reduce la actividad social en unos ámbitos, generalmente, los laborales, pero se incrementa en otros (por ejemplo, los familiares).
Según García Prada (1989), no se puede apoyar la idea de una desvinculación universal, ni la desvinculación es uniforme. Y, cuando se produce, suele ser debido a la falta de posibilidades, o porque se presentan limitaciones físicas, o no se cuentan con suficientes recursos económicos, o se han perdido los amigos, entre otros. Espinosa (1990) cita a Hochschild, quién critica la irrefutabilidad del carácter metafísico de la teoría de Cumming y Henry: Sostiene que si son esas funciones beneficiosas lo que causa la desvinculación, y si ésta es universalmente presente, sin variaciones, intrínseca e inscrita naturalmente, es imposible ponerla a prueba, porque no podemos pretender saber si existe o no desvinculación cuando esas funciones no se dan ni tampoco si hay mayor o menor desvinculación según sea más o menos necesario que se produzcan esas consecuencias. 
Hochschild también critica la falta de atención a las variables culturales, sociales y personales que influyen en el proceso de envejecimiento, su desigual incidencia en el tiempo, y las grandes variaciones del envejecimiento en diferentes sociedades. Por otro lado, Adatto (1989) resume las críticas realizadas a la teoría del desapego agrupándolas en tres áreas: práctica, teórica y empírica. La crítica práctica consiste en que, creyendo en esta teoría, uno se inclina a adoptar una política de segregación o de indiferencia hacia los viejos, y a considerar que la vejez no tiene valor. 
La crítica teórica supone que la teoría del desapego no es un sistema axiomático en el sentido científico, sino, en el mejor de los casos, una prototeoría. La crítica empírica, tal vez la más seria, es que la evidencia en la que se apoya no es cierta (Adatto, 1989: p. 329). Salvarezza (1988) hace un repaso por varios estudios en los que se comprueba que las personas mayores prefieren la actividad y los contactos sociales; así, él mismo defiende la teoría del apego. En su opinión, una vejez feliz viene condicionada por el apego de los ancianos a sus objetos y actividades y, en cualquier caso, en los trabajos que no pueda seguir realizando, se buscarán sustitutos. Según Salvarezza, la teoría del desapego produce un fenómeno que se podría llamar "el desapego hacia los viejos".
Teoría de la Actividad
Teoría formulada por Havighurst, también por el alemán Tartler (1961) y de Atchley (1977), como representantes de esta corriente teórica. Carstensen (1990) hace notar que no se trata de una teoría formal, sino que es una perspectiva sobre el envejecimiento que se opone a la teoría de la desvinculación. Se defiende, desde este punto de vista, que una buena vejez tendría que estar acompañada de nuevas actividades o trabajos (hobbies, participación en clubs o asociaciones, entre otros) que sustituyan a los que se tenían antes de la jubilación (ésta supone, desde esta visión, una pérdida que puede llevar a la marginación). Estas actividades deberán ser, de alguna forma, remuneradas, por la necesidad económica que suelen tener los ancianos y porque en nuestra sociedad se valora, ante todo, el trabajo pagado; se señala, asimismo, que la actividad debe producir algún rendimiento y ser útil a otras personas.
Por su parte, (Maddox, 1963,1968) sostiene que la moral alta en la vejez está relacionada con un nivel alto de actividad, lo cual apoya esta teoría; pero no se niega que, con la edad, hay una menor tasa de actividad global, debida a imposiciones externas como el decremento de roles sociales, el fallecimiento de amigos y familiares o el deterioro de la salud. Desde esta teoría se recomienda la formación de grupos con intereses o preocupaciones comunes, lo que puede contribuir a una actitud positiva con respecto al futuro. Por otro lado, sitúa a las personas dependientes, con limitaciones físicas o mentales, en una situación desventajosa y de marginación social.
Sobre los debates desarrollados mayoritariamente en las décadas de 1960 y 1970, sobre la actividad/desvinculación, Carstensen (1990) declara que se han desvanecido, sin llegar a resolver estas divergencias. Pero lo que realmente importa aquí no es tanto que las relaciones sociales disminuyan con la edad, o que las personas más activas sean las más felices, sino que, como defiende Carstensen (1990), lo relevante es el significado de la interacción para la persona de edad. Los métodos utilizados en la teoría del descompromiso sólo valoran a los individuos en un momento concreto, por lo que no permiten explicar los cambios producidos a lo largo de la vida de cada uno.
Esta misma autora propone una visión teórica del cambio de conducta social en función de la edad, es decir, sostiene la idea de que existe un progresivo decremento de interacciones a medida que avanza la vida, y que esta disminución se inicia en la niñez prematura. No obstante, y siguiendo sus mismas palabras, a medida que se reduce la frecuencia de interacción, puede aumentar el valor reforzante de las relaciones que se mantienen. Es decir, se puede ser más selectivo en cuanto a las personas con las que se establecen relaciones, dedicando más tiempoa las relaciones más recompensadoras y menos tiempo a las relaciones aversivas o menos recompensadoras. En cuanto a las emociones, parece ser que con la edad se aprende a conservarlas (dirigirlas) mejor, o sea, hay también una selección. Así, con los años son menos las personas que pueden afectar; ello no quiere decir que la intensidad de la emoción sea menor en la vejez, sino que hay menos estímulos que producen emoción.
Teoría de los Roles
Rodríguez (1994) afirma que la teoría de la actividad se deriva de la teoría de los roles, según la cual los roles que representa el individuo a lo largo de la vida, definen el rol tanto social como personalmente. En la vejez lo característico es una pérdida de roles, por lo que la persona que se encuentra en esta etapa de la vida experimenta un decremento de normas y expectativas, convirtiéndose progresivamente en una persona inútil. Según esto, en la teoría de la actividad se entiende que la autoestima de la persona está condicionada por los roles (actividades, en este caso) que desempeña.
Teoría de la Estratificación por Edades
Propuesta por Riley (1968, 1972), a principios de los setenta, y, posteriormente, por Foner (1975). Esta teoría guarda una estrecha relación con el marco conceptual de la teoría de los roles, ya que se defiende la idea de que a cada grupo de edad se le asignan determinados roles sociales; así, la estimación de cada etapa y, consiguientemente, la autoestima de cada persona que se encuentra en ella, está condicionada por la valoración que a nivel social se le asigne a los roles que desempeña. Pero, además de la pertenencia a una fase de la vida, las diferencias entre los diferentes grupos de edades, y las interindividuales, se presentan, asimismo, marcadas por los acontecimientos experimentados (guerras, catástrofes, modas, innovaciones sociales, u otras) en el período histórico en que se ha vivido.
Teoría de la Continuidad
Para los partidarios de esta teoría (Atchley, Covey y Fox, entre otros), las dos primeras teorías (la de la desvinculación y la de la actividad) están equivocadas porque no cuentan con el proceso biográfico. Desde esta perspectiva se defiende que la vejez es una prolongación de las etapas anteriores de la vida; así, se mantienen los elementos principales de la personalidad del anciano -que adapta a las nuevas situaciones-, sus gustos y sus hábitos. En este contexto teórico podemos situar a autores como Yela (1992)5, Gala (1989) o Ajuriaguerra, del cual es conocida la siguiente afirmación: Se envejece tal y como se ha vivido. Según esta teoría, la mejor manera de saber como el sujeto va a reaccionar ante su jubilación u otros acontecimientos es considerando su conducta a lo largo de su vida. La desventaja de esta teoría es, según Bazo (1990), que no se ha podido comprobar empíricamente, ya que cada persona tendría su propio modelo.
Teoría del Medio Social o Socio-ambiental
En esta teoría, planteada por Gubrium (1972; 1973), se intenta aunar los factores personales con los sociales, o sea, se concibe la vejez como el resultado de la interacción entre la persona y su entorno (físico y social). Por ello, se defiende que en el nivel de actividad de una persona mayor hay tres factores que inciden fundamentalmente, y son: la salud, el dinero y los apoyos sociales. 
Los Ancianos como Subcultura
Esta perspectiva de la ancianidad fue defendida, en primer lugar, por Rose (1965). Esta teoría es explicada indicando las características que son comunes a las personas mayores y las definen, y su aislamiento, lo que hace que formen un grupo social aparte. Como explica Rodríguez (1994), el formar una subcultura facilita una autoestima positiva por parte de los ancianos, a la vez que les ayuda a mantener su identidad, ya que se comparan con otras personas que se encuentran en una situación parecida a la suya, aunque, la comparación con otros grupos de edades podría resultar negativo para su autoestima. Autores, como Koller (1968), que, incluso, hablan de contraculturas de la ancianidad, y otros, en Estados Unidos, hablan del senior power. Aunque esta teoría ha recibido críticas, también hay autores que la defienden aludiendo al creciente asociacionismo entre los ancianos.
Los Ancianos como Grupo Minoritario
Streib (1965) sostiene que las personas mayores se sienten obligadas a formar un grupo minoritario debido a las actitudes negativas que la sociedad mantiene hacia ellas. Y como grupo minoritario, se les suele atribuir las características propias de otros grupos similares, tales como: la pobreza, la segregación, la falta de movilidad, la baja autoestima, y la impotencia.
Teoría del Conflicto
Alude a un conflicto de edades, basado en el elemento económico. Esta teoría está relacionada con el problema del envejecimiento de la población, con la política social, y la crisis del Estado de Bienestar. Los jóvenes y la población activa podrían oponerse a los ancianos, por los gastos que requieren, y se podría llegar a apoyar una especie de eutanasia para apartar a los ancianos del lugar que ocupen en la sociedad, especialmente, si disfrutan de un puesto de trabajo. La crítica que se hace a esta teoría es que da demasiada importancia a las razones económicas, y "presupone un distanciamiento y enfrentamiento entre jóvenes y mayores.
Díaz (1989) presenta una hipótesis, según la cual la población anciana está formada por subgrupos con diferentes significaciones en relación con la teoría conflictivista. Así, se encuentra un grupo intermedio (en el que se incluye a la mayor parte de esta población) referido a la situación económica y nivel de vida, éstos son inferiores a los que tenían en el período laboral, pero no se encuentran en una situación de pobreza. Por otro lado, se sitúa a las personas en situación de pobreza, y los que no tienen ningún problema económico. Según esto, y en relación con la teoría conflictiva, el subgrupo intermedio presenta "las condiciones para que exista una protesta tendente a conseguir una mejora de su situación" (Díaz, 1989: p. 112), de ahí la formación de grupos de personas mayores que reivindican mejoras sociales para la vejez. 
Pero los otros dos grupos no están en condiciones de generar ningún tipo de conflicto: los que no tienen problemas económicos porque no están en desacuerdo con su situación, y los que no tienen recursos económicos no presentan una toma de conciencia por la que conecten su situación con los elementos estructurales que la conforman, así como la conexión con las élites más activas. Díaz (ob. cit.) sostiene que la situación social de la vejez no está influida solamente por los elementos económicos, también hay que considerar la idea de la participación, ya que este grupo de población sufre una serie de exclusiones, como la del proceso productivo, a la vez que su participación en el reparto de los recursos sociales genera problemas.
Teoría Psicoecológica
Esta teoría, defendida por Lawton (1980), parte de la idea de que cada persona intenta lograr en cada etapa de su vida el equilibrio entre sus propias competencias y las presiones del medio ambiente. Se apoya en la dialéctica "yo-medio" y, a juicio de García (1989), se les podría denominar post-positivistas. 
Teoría del Etiquetaje o de la Estigmación
Esta teoría es, en opinión de Bazo (1990), propia de los estudiosos de la desviación social y la enfermedad mental, y de los criminólogos, y cita como representante de ella a Bengston (1973). Desde aquí se afirma que al etiquetar a una persona, por ejemplo, como senil o dependiente, conllevará que socialmente sea percibida y tratada así, modificando sus roles, su estatus y su identidad. O sea, la forma en que se percibe a una persona, acaba siendo el modo en que esa persona se percibe a sí misma, y su conducta se orientará en base a ello. Bazo (ob. cit.) cree que esta teoría, -a pesar de ser relevante-, no tiene muchas probabilidades debido al origen general de sus expresiones.
Teoría Fenomenológica
Esta teoría fue iniciada en Alemania por Hurssel, al que siguieron Schutz,Scheller, Hartman, Stein y Heidegger. Esta perspectiva se basa en la necesidad de comprender el mundo perceptivo de la persona, -desarrollado a lo largo de su vida-, para poder comprender su conducta. Esta teoría, según Bazo (ob. cit.), es una de las más completas y comprensivas, pero está poco desarrollada e investigada. Probablemente ello es debido a que su alto nivel de abstracción plantea grandes problemas para su desarrollo empírico; a pesar de ello, dicha autora la califica como prometedora.
Teorías del Interaccionismo Simbólico
Son las desarrolladas por Mead, Cooley y Thomas, y en ellas se le asigna una gran importancia al lenguaje, ya que defienden que las personas, a través de la comunicación por medio de símbolos, es como aprenden la forma de actuar de los que viven en su mismo entorno, así como sus valores y significados, por lo que mediante esta comunicación extendida desde el nacimiento, es como se aprende la mayor parte del comportamiento adulto. Bazo (ob. cit.) resume esta perspectiva explicando que, las personas mayores, al igual que las personas de otras edades, presentan diferentes conductas dependiendo de las diferentes definiciones de la situación realizadas, las diferentes interpretaciones y respuestas al yo-espejo y las diversas presentaciones de sí mismo que consideren convenientes en las circunstancias que se presenten. 
Teoría de la Reconstrucción Social
La teoría de la reconstrucción social se apoya en el interaccionismo simbólico de Mead expuesta en 1934), en la fenomenología de Berger y Luckmann, en 1966 y en la etnometodología formulada por Garfinkel en 1967), las cuales proponen reconsiderar las ideas y los esquemas mentales, es decir, la concepción predominante que se tiene en Occidente sobre la vejez, como una etapa de decadencia, sustituyéndola por una visión más constructiva y de respeto a la dignidad humana. Los principales conceptos planteados por esta teoría incluyen las cuestiones del significado social, sus realidades y relaciones sociales del envejecimiento, las actitudes ante la edad y el envejecimiento, los eventos de la vida y su temporalidad.
Bajo estas perspectivas la teoría propone: a) enfatizar la explicación y comprensión sobre las formas en que los procesos individuales de envejecimiento se ven influenciados por definiciones sociales y por la estructura social; b) estudiar los aspectos situacionales, constitutivos y emergentes del envejecimiento, examinando cómo sus significados sociales y los relacionados al auto concepto emergen de la negociación y el discurso; c) Estudiar cómo las realidades sociales del envejecimiento cambian con el tiempo, reflejando las diferentes situaciones de la vida y los papeles sociales que brotan de la madurez.
Además de estas propuestas, Gubrium y Holstein (1999) afirman que las principales tendencias en el área son: a) construccionistas, con tendencias románticas, que focalizan la manera en la cual sentimientos y valores se interponen en la construcción social del envejecimiento; b) etnometodologistas en los que a través de la observación participativa documentan los métodos usados por adultos mayores de varias condiciones sociales para establecer un orden en la vida cotidiana; c) análisis de historias personales, buscando comprender cómo el proceso de narrar la historia de la propia vida contribuye a la construcción de las experiencias; d) contribuciones feministas, también focalizando las perspectivas étnicas que acompañan la construcción social e influencian la realidad del proceso de envejecimiento.
Las tendencias de estas diversas perspectivas continúan prioritariamente focalizadas en cómo las categorías y estructuras de vida de las personas son agrupadas, manejadas, sustentadas y cómo moldean el proceso del envejecimiento. Las principales contribuciones de esta teoría para el análisis del envejecimiento son: a) la observación de cómo los individuos participan en la creación y manutención de significados para sus vidas. Ese proceso de interacción es considerado dialéctico, dado que el comportamiento individual produce una realidad que, a su vez, influye en la vida de los individuos; b) la teoría es adecuada al escenario multidisciplinar de la gerontología, posibilitando investigaciones y estudios de una amplia gama de cuestiones; c) la teoría ha influenciado otras perspectivas actuales en el área del envejecimiento, especialmente las teorías feministas y críticas. Las críticas a esta teoría pueden ser resumidas al mencionar que en el nivel individual no se da la debida consideración a factores macro estructurales, tales como cohorte, contexto histórico y estratificación por edad.
Teoría Perspectiva del Curso de Vida
Según la bibliografía encontrada, el modelo del curso de vida gana fuerza en los años setenta en los campos de la sociología y la psicología, incorporando contribuciones de diversos expertos en el área del envejecimiento. Conforme a esta perspectiva teórica, los estudios e investigaciones se clasifican en los niveles macro y micro social, teniendo las siguientes proposiciones fundamentales:
a) El envejecimiento es enfocado desde el nacimiento hacia la muerte; b) El envejecimiento es considerado como un proceso social, psicológico y biológico, c) Los factores históricos forjan las experiencias del envejecimiento. Las contribuciones de esta teoría pueden ser descritas como: a) la incorporación a un único modelo analítico de los efectos históricos y de la estructura social, ligados a los significados sociales del envejecimiento; b) La utilización de principios y métodos multidisciplinares, resaltando puntos comunes y complementarios entre ellos, en el estudio del curso de vida y c) La adopción de una visión dinámica que focaliza este estudio en su totalidad.
Las críticas respecto a esa teoría pueden ser resumidas del siguiente modo: a) Es una teoría o paradigma de difícil caracterización; b) encuentra dificultades para incorporar las variables identificadas en un único análisis y c) Los datos recogidos no son capaces de probar los efectos de variables como la edad, período y cohorte sobre el comportamiento de los individuos y grupos a lo largo del tiempo. En resumen, la edad no es el único criterio utilizado por la sociedad para organizar el curso de la vida, ya que la clase social, etnia, educación, profesión, se entrecruzan para determinar la posición de individuos y grupos en una sociedad.
Teorías Feministas del Envejecimiento
Según la opinión de Bengston, Burgess y Parrot (1997) las Teorías feministas son bastante difusas y por eso no es posible clasificarlas en el área del envejecimiento como una tradición teórica única. Emergidas en la década de los setenta, se diferencian de las demás teorías sociales del envejecimiento, según sus autores, al relacionar género y envejecimiento y al incorporar a esa relación la cuestión de la diversidad. En el núcleo de las teorías feministas las conexiones entre individuo y estructura social así como las relaciones de poder involucradas en el proceso de senescencia asumen una posición importante. 
En ese sentido, en la perspectiva feminista, se analizan los aspectos macro y micro sociales del proceso senil. En el nivel micro social destaca la red social, los cuidadores y las familias de mayores, los significados sociales y las identidades en el proceso de envejecimiento. Por otro lado, el nivel macro social estudia la estratificación por género y la estructura de poder de las instituciones sociales. Adicionalmente, las corrientes y modelos teóricos del envejecimiento feminista llamaron la atención sobre los prejuicios de género dentro de las ciencias sociales.
Para este modelo teórico las principales proposiciones destacadas son: a) el género debería ser el principal enfoque en las tentativas de comprensión del envejecimiento y del individuo viejo; b) el género se erige en un principio organizador para la vida social, durante todo el curso de vida y c) las principales corrientes y modelos teóricos del envejecimiento fallan por no incluir las relacionesde género y las experiencias de las mujeres en el contexto del envejecimiento.
Con base en sus conceptos, el modelo feminista presenta algunas limitaciones, ya que al poner el énfasis en la feminización del envejecimiento, ignora la faceta masculina del proceso. Sin embargo, se muestra fuerte cuando focaliza las necesidades de la mayoría de la población anciana femenina; enfatiza la importancia de explorar otras fuentes de diferencias en el envejecimiento, como la etnicidad y la clase social; provee modelos en los niveles micro y macro social, ligando las cuestiones individuales, y estructurales, criticando las principales teorías feministas que ignoran las cuestiones de edad y desafiando además los prejuicios de género de los principales modelos teóricos sociales del envejecimiento. 
Según Quadagno y Reid (1999), las teorías feministas muestran cómo las mujeres pueden sufrir desventajas en la vejez, debido a que los programas de bienestar social están basados en el modelo masculino de participación en la fuerza de trabajo formal, desconsiderando el trabajo doméstico e informal de las mujeres.
Teoría Social Crítica
La Teoría Social Crítica subraya dos dimensiones: la estructural y la humanista, y utiliza los conceptos de poder, de acción social y de significados sociales, como sustento para la investigación gerontológica. Influenciada por la tradición teórica europea, representada por pensadores de la Escuela de Frankfurt como Adorno, Horkheimer, Habermas, Husserl y Schultz, por el abordaje político-económico de Marx y por el post-estructuralismo de Foucault.
Para Siqueira (2002), destacan los siguientes aspectos: a) la subjetividad y la dimensión interpretativa del envejecimiento; b) la praxis, entendida como propuesta de políticas públicas para la población anciana; c) la praxis, entre académicos y profesionales para la producción de conocimientos que destaquen el envejecimiento como proceso emancipatorio; d) la necesidad crítica del conocimiento ya existente, la cultura y la economía vigente para la creación de modelos positivos de envejecimiento que resalten la fuerza y la diversidad del proceso. El modelo crítico considera que la gerontología social fundamentada en la corriente positivista produjo un modelo de envejecimiento que considera como problema social aspectos que se desvían de los patrones considerados normativos.
En la misma secuencia, Siqueira (ob. cit), estima que las principales dificultades en la aplicación de esta teoría se deben al alto grado de abstracción y la dificultad de uso de los investigadores en la perspectiva positivista. A pesar de esas limitaciones, los puntos fuertes están en la apertura de un espacio importante para la discusión de las principales corrientes teóricas en el campo del envejecimiento y la propuesta para que la gerontología establezca proposiciones en la perspectiva humanista para profundizar y enriquecer el debate sobre las cuestiones asociadas al envejecimiento.
Sociología del Envejecimiento
	La perspectiva social del tema de la vejez abordado desde diferentes tendencias puede asumir un concepto relativo. Así pues, para Bandeira (2009), desde una perspectiva demográfica el envejecimiento está asociado a la proporción de personas mayores sobre el total de la población; por su parte el criterio biológico, se relaciona al desarrollo somático gradual de cada individuo; en el ámbito psicológico hace mención a la sensación subjetiva de sentirse viejo y, por último, en la perspectiva social, la edad se refiere a las costumbres y funciones de los individuos en relación con sus grupos respectivos o la sociedad a la que pertenezcan. 
	Desde el punto de vista de Jacoby y Oppenheimer (2005), a la sociología “le concierne explicar e interpretar el impacto de los cambios científicos, tecnológicos, ambientales y demográficos sobre la vida social y las maneras en que las relaciones sociales responden a esos cambios” (p. 23). Para los autores, el envejecimiento como fenómeno social y biológico se construye a través de las relaciones sociales, partiendo de eventos históricos construidos socialmente en consideración del hecho de que la clase social y los roles de la gente mayor, no han sido iguales en todos los lugares, los mismos.
Perspectiva Demográfica
	Jacoby y Oppenheimer (Ob. Cit) sostienen que “la proporción de personas mayores sobre el total de la población alcanza actualmente niveles superiores a cualquier otra época histórica” (p. 36). Como se ha referido en líneas precedentes, la perspectiva demográfica del envejecimiento atiende a disminuciones significativas de los coeficientes de mortalidad y de las tasas de fecundidad y natalidad. Esto ha ocasionado el aumento de la proporción de adultos mayores. Sostienen los autores que ese panorama de la sociedad actual debe causar preocupación en todos los países, particularmente por la incidencia social y económica que pueda generar, constituyéndose en un referente demográfico del envejecimiento de la población, inherente a aspectos de seguridad social, salud, educación, vivienda, empleo y servicios sociales.
	Los autores asocian los factores cronológicos a partir de 65 años, definida por la edad social de jubilación, en virtud de la desvinculación de la obligación productiva laboral de acuerdo a la cultura, región y grupos de profesión. Esta noción de la dimensión cronológica de la vejez es medida puramente en términos de años que se corresponde con el paso del tiempo desde el nacimiento. Este referente se puede sustentar en los estadios tradicionalmente reconocidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2010), la cual admite cuatro períodos en la metamorfosis humana: infancia (entre los 0 y los 9 años); adolescencia (entre los 10 y los 19); adultez (de los 20 a los 69), y ancianidad (cuando se rebasan los 70 años). 
	En Venezuela, el Instituto Nacional de Estadística (INE, 2009) proyecta que para el año 2015 contará con una población de 3.056.021 con edad mayor a 60 años. Esta característica demográfica del país evidencia el ascenso del porcentaje de envejecimiento. Según el INE, la tasa para el año 2000 reflejaba la existencia de 1.593.585 personas con edad igual o superior a 60 años, lo que representaba el 6,6 % de la población total; para el año 2005 la cifra ascendió a 7,34 % (1.943.523 personas de 60 años y más); y para el año 2025 estima un alza del 11 % de la población con edad superior a 60 años.
	Sin embargo, las citadas estadísticas permiten establecer que Venezuela todavía es un país de relativa juventud, aunque es previsible la proyección del aumento gradual de la población adulta mayor que demanda de recursos necesarios para desarrollar programas viables y coherentes orientados a satisfacer las demandas del grupo social en cuestión. Esta apreciación permite establecer que la perspectiva demográfica del envejecimiento en el país se proyecta en atención a un grupo considerado vulnerable, en situación de indefensión o inseguridad, que son propensos al déficit social, económico, político, cultural u otros.
	En este particular, Graterol y De Lima (2011), explican que en materia demográfica, “la estimación de riesgo es una característica asociada a una variable o indicador demográfico que perfila un grupo vulnerable. El comportamiento estructural de la estimación de riesgo variará según el manejo que desde afuera se haga de la misma” (p. 3). Para las autoras, la esperanza de vida tiene un comportamiento estructural tendente al aumento, incluso en países muy pobres; pero su evolución depende de características culturales, económicas y otras que inciden desde el exterior sobre el indicador.
Perspectiva Cronológica
	Diferentes autores describen la dimensión cronológica de la vejez en términos de años. Por su parte, Wallace (2000) asocia el envejecimiento con el transcurso cronológico cuantificado en edad desde el nacimiento. En tal sentido, establece una clasificación con base en la edad cronológica: los jóvenes-viejos (de los 55 a los 75 años) y la de viejos-viejos (a partir delos 75 años). Otra clasificación la propone Sánchez y Díaz (2007), al referir que los jóvenes-viejos son aquellos con edades entre 65 y 74 años, los viejos-viejos se corresponden con los individuos entre 75 y 85 años, y los viejos más viejos a las personas mayores de 85 años. Desde la perspectiva institucional, la Organización Mundial de la Salud (2010), la edad en que se empieza a envejecer obedece a la siguiente clasificación: entre los 60 y 74 años las considera personas de edad; a las de 75 a 90, viejas o ancianas, y a las de más de 90, muy viejas. 
	De los planteamientos de Bandeira (2009) se extrae otra visión respecto a la perspectiva cronológica que delimita el envejecimiento: “La vejez no depende exclusivamente de la edad del sujeto sino también de su estado de salud, de su raza, así como de su manera de comprender los términos empleados para designar los estados de la vida” (p. 67). Agrega la autora, que a la edad cronológica como referente importante, más no determinante, se adicionan otras condiciones personales y ambientales que determinan la condición global de la persona. De hecho, la autora sostiene que la definición de la vejez a través de la edad cronológica atiende a una explicación política. 
	Para la autora, las bases legales y económicas para esa definición son consideradas arbitrarias y poco racionales. Según las convenciones socio-demográficas actuales se utiliza, como línea divisoria, la frontera de la jubilación, la edad de sesenta años en los países en desarrollo, y de más de sesenta y cinco, en los países desarrollados. Así, la iniciación propiamente dicha de la vejez, es el fenómeno típico de la industrialización, de una sociedad basada en el rendimiento. Es el cambio de una sociedad agraria a una urbana-industrial que ha permitido que los trabajadores se jubilen y no sigan trabajando mientras son capaces de hacerlo. 
	Para Moragas (1991) “lo que fue política social progresiva de protección a la vejez se ha vuelto hoy en contra de los trabajadores, reconociéndose que los topes cronológicos al derecho al trabajo infringen derechos esenciales de la persona, y que los sesenta y cinco años constituye una edad en la que se puede desempeñar perfectamente un trabajo” (p. 30). Por tanto, las edades de 60 ó 65 años marcan el comienzo de la vejez, porque coinciden frecuentemente con el momento de la jubilación.
 
La apreciación de los citados autores considera que el individuo entra en la fase de ancianidad de acuerdo a la edad cronológica de sesenta o sesenta y cinco años, criterio ampliamente discutido por posturas opuestas, sustentadas en que el envejecimiento tiene un ritmo diferente para cada persona, particularmente desde la dimensión biológica y orgánica. Dichos aspectos varían, en determinados individuos actúa gradualmente, mientras que en otras es rápida y traumática. Esta afirmación es perceptible en personas de edades avanzadas notoriamente íntegras, tanto psíquica como físicamente, como individuos de menos edad luciendo evidentes deterioros que no dependen únicamente de factores biológicos, sino también de su interacción con componentes económicos, sociales y culturales.
Perspectiva Social
	Desde el punto de vista sociológico, Abellán-García (citado en Agüera, Cervilla y Martín, 2006), expresa que el envejecimiento “sólo puede entenderse en el marco de una cultura determinada, y que está muy influido por variables históricas y socioeconómicas. La noción de vejez depende, entre otras cosas, de las costumbres, los mitos y las representaciones sociales, así como de la propia percepción que de ella tiene el individuo” (p. 28). La postura describe que el envejecimiento como representación social conforma un cúmulo de normas, creencias y sentimientos que normalizan las expectativas, actitudes y conductas de los demás grupos hacia el grupo de ancianos como categoría social, y de los ancianos hacia sí mismos como grupos y como individuos.
	Otra perspectiva la ofrece Denoux (1999), quien interpreta que la vejez es condicionada por el sistema de valores de la sociedad actual y por la proyección de la angustia propia de cada persona ante su envejecimiento. De los planteamientos del autor, destaca la crítica a la existencia de una sociedad tecnológica orientada hacia la juventud, a la imagen, el consumo, la rentabilidad, lo superfluo, entre otros, aspectos éstos que rezagan y contribuyen a la marginalidad de las poblaciones de ancianos. Advierte el autor que esta situación puede contribuir a que el anciano se identifique con la imagen que la sociedad tiene de la vejez, cuya valoración negativa pueda ser compartida tanto por los grupos de otras edades como por la del grupo de ancianos.
	En la misma tendencia, Denoux (Ob. Cit), la descripción de la vejez está delimitada por factores cronológicos sociales a partir de los 65 años y definida por la edad social de jubilación como referente de la desvinculación de la obligación productiva laboral. El argumento expuesto enfatiza que la vejez es un hecho social y no sólo un hecho biológico. Para el autor, la vejez en una invención del modo de producción capitalista que ha inventado la jubilación y con ella la división de los adultos en dos grupos distintos, los productivos y los no productivos. 
	La perspectiva de los autores reseñados evidencia el carácter social de la ancianidad como factor catalizador de la vejez, expresada en la edad social que delimita el hecho de interrumpir la vida laboral desarrollada por la persona, la cual a su vez enmarca el periodo de envejecimiento más allá de la dimensión biológica, siendo ésta obviada al considerarse que la persona es anciana cuando concluye su rol de trabajador-productor-activo. Así pues, es la jubilación la instancia que demarca socialmente a la ancianidad, una forma de mediación estrictamente signada por una calificación excluyente del mercado laboral, caso en muchas ocasiones, marca el retiro forzoso de la persona de variadas funciones sociales que desempeñaba en el orden laboral y social.
En la sociedad actual, la práctica obligatoria del “retiro” se convierte en las sociedades avanzadas, inevitablemente, en una pena de muerte social. El hecho de “apartar” al individuo del mundo laboral a partir de una edad, en la cual muchas veces se encuentran con plenas fuerzas vitales, se convierte en una desgracia. Según Fericgla (1992), “A partir de una edad arbitrariamente prefijada, la legislación ordena que los individuos no sigan trabajando, es decir, se margina forzosamente a las personas del mundo del trabajo y, consecuentemente, de todo lo que implica, además de la obligación laboral: relaciones y prestigio social, posibilidad de ascenso y de mejora de la propia auto estima, referente importante de la identidad social, beneficios económicos superiores a los que se reciben como jubilado y de otras derivaciones de la colocación laboral”. 
Los aspectos psicosociales, económicos y providenciales intrínsecos a este proceso son experimentados, a menudo, por los jubilados con resistencia, por ser un proceso brusco y muchas veces sin la debida preparación para quien va a jubilarse. En relación, precisamente, con esta discusión tan actual sobre el ritual de entrada en la vejez social, simbolizada por los años, reviste singular importancia la afirmación de Domínguez (1989), según la cual “se establece convencionalmente por atención a criterios socioeconómicos, de rendimiento de consumo, por cuanto la sociedad actual suele privilegiar los valores de actividad y rendimiento de la población juvenil y adulta provocando la marginación económica y social del hombre jubilado. 
Es la dinámica de la sociedad capitalista, pero para minimizar los traumas de la jubilación es necesario dar a conocer en la práctica los cuidados necesarios para convivir con la edad y todas sus consecuencias. Además, como señala Riley (1976), la sociedad ya no puede mantenerse mucho más tiempo con tantas personas capacitadas sin ningún papel social que interpretar. Así pues, la convicción sociológica de la vejezse ocupa de la situación del anciano desde el fin de la vida laboral activa, con independencia de factores biológicos o psicológicos, pero según los análisis de Barenys (1993) no vuelve a situar al anciano socialmente, es decir, no se ha elaborado en las sociedades industriales un rol coherente del individuo anciano, por más que las teorías de procedencia psico-sociológica lo hayan intentado. De todas maneras y en relación con lo expuesto, indica Rodríguez (1994) que “es necesario que la sociedad envejecida plantee el nuevo significado de la jubilación y defina socialmente los nuevos papeles sociales del jubilado para dar sentido a esta etapa de la vida”.

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