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Analisis literario el celoso extremeño

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Contrapuntos en la novela ejemplar de Cervantes 
 
 
Desde su génesis, el título de la obra nos da a entender de los celos extremadamente ridículos del 
protagonista, Filipo Carrizales .El autor escogió como lugar de origen del personaje la ciudad de 
Extremadura para poder darle un doble sentido al título de ésta, usando un gentilicio que se 
parece al adjetivo extremista y así burlarse de una forma más de los celos de Carrizales. El 
celoso extremeño, es una novela corta escrita en prosa y en algunos momentos aparecen versos 
de coplas que algunos de los personajes cantan. Aparecen párrafos muy largos .Algunos 
contienen una o dos oraciones compuestas solamente lo que obliga al lector a terminarlo de leer 
completo para poder interpretar el texto. Existe la narración, el diálogo y también la descripción, 
pero la forma que más abunda es la narración porque aunque Cervantes utiliza el diálogo y 
también la descripción a través de algunas conversaciones y adjetivos como recursos, estos no 
abundan mucho en comparación con los verbos, lo que significa que nos damos cuenta de lo que 
va sucediendo en la obra más por la acción acentuada en la narrativa que por los dos últimos 
recursos tomados en cuenta. El autor utiliza un lenguaje culto en la obra. En ningún momento 
utiliza la violencia ni siquiera cuando Carrizales sorprendió a su esposa en los brazos de otro 
hombre. Los sustantivos empleados son propios para darles nombre a los personajes, gentilicio 
como por ejemplo, extremeño. Los sustantivos concretos son los más usados como llaves, 
almohada, martillo y puerta que son objetos que podemos tocar. Por el contrario, los sustantivos 
abstractos no abundan con mucha frecuencia en la novela, pero aparecen en los diálogos en que 
participa Loaysa para persuadir, ejemplo de estos son intención y honra, usados para referirse a 
los fines con que Loaysa estaba pretendía entrar a la casa. Los adjetivos no aparecen en grado 
comparativo ni superlativo, porque el escritor prefiere utilizar la acción de los personajes más 
que la descripción. 
Edificar es un arte que presupone conocimiento y, además, intencionalidad. El espacio interior no 
sólo es asilo de las agresiones que provienen del exterior, sino también es cifra de su constructor. 
Y Carrizales, como arquitecto, hace su casa como una tumba: 
 
Los motivos estructurales se fundamentan en la necesidad de batir los muros en la situación 
claustrofóbica en que nos ha sumido Filipo de Carrizales, tanto a los personajes encerrados en la 
casa, como a los lectores. 
El artífice de esta ardua labor será el contrapunto de Carrizales: el joven mozo Loaysa. 
Loaysa supone la antítesis de Carrizales desde un punto de vista físico, psicológico y moral. 
Así debe ser presentado pues representa la amenaza que tanto teme Carrizales, como posible 
amante de Leonora. 
De manera que Loaysa como joven mozo se contrapone al viejo Carrizales. Como burlador de la 
virtud se opone a Carrizales, obsesionado por la hipotética o inexistente infidelidad, y como 
fingidor de músico tullido y mendicante a la formalidad y laboriosidad del trabajador Carrizales. 
En esta oposición conceptual Carrizales cierra puertas, Loaysa las quiere abrir, derrumbar, 
romper, burlar. Carrizales las refuerza con otras contrapuertas, Loaysa las tira por tierra. 
Carrizales clava tachuelas, Loaysa las arranca. 
¿Cuál es el motivo simbólico del encierro, de las puertas, de las llaves bajo el colchón? 
Bien, toda esta situación argumental se estructura en un motivo obsesionante, repetitivo, cuyo 
simbolismo no escapa a la psique del lector: un agujero. 
Carrizales conoce a su futura mujer en el marco de una ventana, asomada por ese amplio hueco, 
aún lejano en su primera aparición. 
La boda, la vida matrimonial y el consiguiente encierro suponen la idea omnipresente 
del agujero: el agujero de las cerraduras, cuyas llaves oculta el viejo marido bajo la almohada y 
después bajo los colchones del lecho en el que yace con su joven esposa. 
Señala cada vez más claramente a la feminidad de Leonora. 
El agujero de todas las puertas que levanta Carrizales, el agujero por que Loaysa quiere entrar. 
El agujero por donde todas las mujeres de la casa conocen al apuesto y burlador mozo. 
El motivo simbólico de la Novela viene a ser el de poder introducir la llave en la cerradura. 
Tanto más descarnado se vislumbra el motivo cuanto más obsesivos son los celos. 
Al igual que encontramos una contraposición en los dos hombres, es motivo fundamental de la 
obra el enfrentamiento entre el encierro claustrofóbico y las argucias por derribar éste, 
penetrarlo: música, diversión, juventud, belleza, adulación, el engaño a una de las guardas, 
ungüentos... todo ello para vencer el muro tendido por los celos enfermizos. 
La mujer en esta presentación estructural se erige en portadora de una vagina-cerradura y 
deviene prisionera del hombre que echa la llave. El hombre es el candado, el muro, el que porta 
el cinturón de castidad, las argollas en las que debe ser encerrada la mujer, según un concepto 
unido a la sociedad humana desde el principio de los tiempos hasta recientes movimientos de 
liberación femenina. 
El motivo castrador se refleja explícitamente en el personaje masculino negro, Luis, que es un 
eunuco y en la obsesión de Carrizales, porque, ni siquiera, éste se podrá acercar a Leonora. 
Parece inminente la llegada a la cerradura por parte de Loaysa cuando el torno de la segunda 
puerta es derribado y el agujero se agranda. 
Es tal la ironía del Maestro Cervantes, que hace caer todos los muros del miedo, la prudencia, el 
recato, el respeto de Leonora para que acudiendo a los brazos de Loaysa y durmiéndose allí 
abrazada, se niegue a aceptar el ayuntamiento carnal. 
La modernidad de la resolución y la independencia de pensamiento que muestra la mujer son 
dignas del autor al que nos referimos, y difícilmente repetibles en los Siglos de Oro y en otros 
posteriores. 
La resolución puede mover a hilaridad a la par que a la compasión hacia Carrizales (la tragedia 
grotesca está servida, otra muestra de modernidad en Cervantes), Carrizales descubre a su mujer 
durmiendo con Loaysa y deduce, como no puede ser de otra manera que ha habido un encuentro 
carnal entre ellos, sin que en realidad lo haya habido, pero muere sin saberlo, yéndose hacia el 
otro mundo con la convicción absoluta de que ha sido deshonrado por su mujer. 
¿Revela ello una crueldad consciente por parte del autor? ¿Quiere suscitar compasión en el 
lector? 
Parece ello que este final es la lección moral que Cervantes aplica a Carrizales, el celoso 
obsesivo, aplicando sobre él una crueldad terrible: su peor pesadilla hecha realidad. Recordemos 
el desenlace igualmente tremendo en El curioso impertinente, el relato insertado en El 
Quijote, aplicado a otro de sus personajes enfermizos, otro marido celoso: Anselmo. 
Parece que Cervantes se haya convertido en un escritor justiciero castigando las injusticias 
cometidas contra las mujeres, mostrándose nuevamente como un adelantado a su tiempo. 
Digamos que moralmente ofrece una lección a Calderón de la Barca, un siglo antes. Y sigue 
siendo moderno Cervantes en el siglo XX si lo comparamos con Ramón Pérez de Ayala en Tigre 
Juan: El curandero de su honra. 
La modernidad de Cervantes en su ironía y en el desenlace paradójico la encontramos asimismo 
en el encierro voluntario de la joven en un convento. Paréceme que ahora debiera aparecer don 
Quijote exclamando: "¡Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho!", y dejara con tal afirmación 
la condena a la castidad de la joven bien sentada. Si el encierro del marido llegó a vencerse, el 
del convento como cierre de la obra parece que añada, y valga la redundancia, otro cierre más en 
este caso inexpugnable, pues la mujer decide por propia voluntad quién echa o no la llave de su 
cerradura. 
La lectura final de la obra se ofrece como una lección de modernidaden la libre elección de la 
mujer y en su decisión de permitir que su marido muriera sin querer aclararle lo que había 
sucedido en realidad, pues las inquietudes de éste, sus desvelos y desconfianzas anidaban sólo en 
él, y no en se basaban en el conocimiento que tenía de la personalidad de ella, pues tal análisis se 
desdeña de todo punto. La mujer que había sido cosificada por un personaje, representante de la 
sociedad de su tiempo y de muchos siglos venideros, es liberada de este modo por Cervantes, en 
el proceso propio de rehumanización en el personaje femenino.

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