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Elige tu camino hacia el Mundo Perdido de JURASSIC PARK Traducción CETI Es increíble, pero has encontrado el camino hacia el mundo perdido, la isla más extraordinaria -y peligrosa- del planeta, donde las bestias de Parque Jurásico nacieron, se criaron y aún sobreviven. Para salvarte, deberás elegir tu propio camino. ¿Serás la rica cena de algún dinosaurio hambriento, o el héroe afortunado que vivirá para contarlo? Hay dieciséis finales diferentes. ¡La elección es tuya! Advertencia: ¡ALGO HA SOBREVIVIDO! No hagas nada antes de leer lo que sigue. ¿Estás preparado para emprender la gran aventura de tu vida? Entonces, comienza a leer por la página 9. Y continúa leyendo en el orden habitual hasta que llegues a una página donde se te ofrezcan opciones. Elige qué quieres hacer y luego dirígete hacia la página indicada. Sigue avanzando de esa manera hasta llegar al FIN. Acaba de finalizar una aventura. Pero te quedan muchas otras para elegir. Regresa al punto de partida y ¡una nueva aventura está esperándote para comenzar! 9 “¡Bienvenidos al Parque Jurásico de San Diego!” De pronto, surge ante tu vista el impresionante y gigantesco cartel. Qué lástima que el parque no esté inaugurado todavía. Entonces sí que las vacaciones familiares en San Diego serían muchísimo más divertidas. ¡Imagínate! ¡Tener la posibilidad de ver y hasta de tocar dinosaurios vivientes, de carne y hueso! Y pensar que tus padres creían que el Zoológico y el Mundo Marino eran interesantes. Por suerte, en este momento están tan entretenidos observando la muestra de crustáceos cerca de los astilleros navales que ni se dieron cuenta de que te habías escapado. Sin duda dispones de horas antes de que entren siquiera en sospechas. Ojalá pudieras colarte en el parque. Tiene que haber por lo menos un dinosaurio adentro. Al fin y al cabo, la ciudad estaba empapelada de afiches que anunciaban: “¡Próxima Inauguración!”. Pero ¡Espera! ¿Qué es eso? ¡Un agujero en el cerco! ¿Puede ser? Sigue en la página 11. 11 Sí, no hay dudas. Y no hay moros en la costa. ¡Esta es la gran oportunidad de tu vida y vas a aprovecharla! Te deslizas por el agujero del cerco de alambre tejido y recorres el predio con la vista. ¡Qué desorden! Hay material y máquinas para la construcción por todas partes. Y ni un alma. Quizá la muestra de crustáceos no era tan mala idea después de todo. En eso, reparas en una enorme edificación de hormigón a tu izquierda. Parece uno de esos antiguos ¿Cómo se llaman... anfiteatros romanos? No está terminado tampoco. Pero a ojos vistas es la atracción principal. Ya que estás, decides ir a inspeccionarlo. De pronto, oyes un ruido espeluznante. Algo así como un aullido prehistórico o un rugido atronador. ¡Es tu mamá que te llama! Si le respondes como un hijito obediente, continúa en la página 19. Si consideras que ya fuiste demasiado lejos para echarte atrás y con actitud temeraria resuelves no hacerle caso, dirígete a la página 31. 13 Tomas una toalla de papel, te la llevas a la nariz y te suenas con fuerza. —Toma —le entregas a Sarah el papel húmedo. —Ah, gracias —dice ella, no muy convencida. Pero funciona. ¡El improvisado yeso queda firme! De repente, llega un sonido ensordecedor desde la selva — o, si prefieres, desde afuera del trailer no más— seguido por un estruendo. Giras sobre los talones y descubres un tiranosaurio adulto que te mira derecho a los ojos a través de la ventanilla con rejas. ¡La madre vino a buscar a la cría! —Vamos, ¡rápido! Dejémosla salir para que vea a su mamá —grita Sarah. Mientras Nick trata de registrar toda la escena en video, tú abres la puerta y Sarah le indica a la cría que salga. Cierras la puerta tras el animal, pero igualmente alcanzas a oír los hociqueos y gemidos de la mamá rex que inspecciona a su pequeña cría y luego el BUMMM de sus pasos que se alejan. “¡Ah! Nos salvamos por un pelo”, piensas con alivio. ¡Pero aún no se acabó la diversión! Un rato después, una mole embiste con violencia el flanco del trailer. La mamá rex regresó para darles una pequeña lección: ¡Nadie se mete con su bebé! Miras por la ventanilla y ves que se apresta a arremeter otra vez. Tienes que hacer algo ¡y rápido! Tus ojos recorren inquietos la cabina del trailer y pronto se posan en el teléfono satelital y en un equipo de comunicación por radio. Solo tienes tiempo de solicitar auxilio mediante uno de esos aparatos. ¿Por cuál optas? Si optas por el teléfono, dirígete a la página 89. Si optas por la radio, ve a la página 99. 16 Haces girar la oxidada llave de contacto y en forma instantánea se enciende el motor de la lancha. ¡Genial! Pones proa a la isla y avanzas a toda máquina. Poco después, surcas una laguna tropical rumbo a la costa. Ante tus ojos se extiende una radiante media luna de arena blanca rodeada por una selva exuberante. Subes la lancha a la playa y, felizmente, pones pie en tierra firme. “¿Y ahora qué? te preguntas. ¿Qué vas a hacer a continuación? Se te ocurre que, ya que estás, podrías recorrer la playa. Seguro que a tu mamá se le aplacaría un poco el enojo si le llevaras una caracola. Mientras bordeas las olas que lamen la arena, te encuentras con una enorme caracola nacarada. ¡Tuviste suerte! Pero cuando te dispones a agacharte para recogerla, oyes un rumor proveniente de la selva. Si te das vuelta para ver de qué se trata, dirígete a la página 85. Si no prestas atención y prefieres recoger el souvenir que tienes a tus pies, continúa en la página 70. 18 ¿Así que te parece que no estás preparado para seguir adelante? ¿O estás bromeando? ¿De verdad vas a achicarte ante la gran oportunidad de tu vida? ¡Ah, bueno! Ya me parecía que no. Respiras hondo, das media vuelta y avanzas a paso lento hacia la jaula. Después de todo, es precisamente eso: una jaula. Algo cuya finalidad es encerrar cosas —dinosaurios, por ejemplo— adentro y dejar otras —a ti, por ejemplo— afuera. ¿De qué tienes miedo, entonces? Estás apenas a un paso de alcanzarla cuando ¡te agarran con fuerza del hombro! Sigue en la página 39. 19 —Ya voy, mami —respondes con una sonrisa sumisa. Y sales por el agujero del cerco casi sintiendo en carne propia la descarga de su mirada fulminante. —¡Cómo te atreves a escaparte así, sin permiso! —rezonga —. ¡Nos tenías muertos de preocupación! —Ajá —la respalda tu papá. —Estamos pensando seriamente en suspender las vacaciones y llevarte a casa esta misma tarde. —Ajá —ratifica papá. “¿A casa?”, piensas, entusiasmado. “¿A jugar con tu video Sega? ¿Tu patineta? ¿Tu mejor amigo? ¡Sí!” —Pero no vamos a volver —continúa tu madre—. Le prometimos a tu tía abuela Gussie que íbamos a pasar el fin de semana en su casa y no podemos fallarle. Ya les contó que ibas a visitarla a todas sus compañeras de bridge y cambiaron las fechas del torneo nada más que para conocerte. ¡La tía Gussie! Te habías olvidado por completo de esa parte de las “vacaciones”. El fenómeno jurásico en todo su esplendor. Según parece, no te queda más alternativa que sentarte derechito, decir “Sí, señora” y sonreír cuando las viejas te pellizquen los cachetes, mientras, desolado, esperas que llegue el... FIN 21 —Y ahora... ¿qué hacemos? —le preguntas a Kelly. —Esperar, no más —dice—. Nos quedamos acá, escondidos, y dejamos que nos lleven. Cuando lleguemos a destino, salimos y los ayudamos. ¡Qué sorpresa se va a llevar mi papá! ¡Eso dalo por descontado! Pero, de pronto, eres tú el que se sorprende al oír voces que se aproximan. —¡Remolquémoslo hasta la barcaza! —grita alguien. ¿La Barcaza? ¿Quiere decir que van a ir a la isla navegando? Se va a hacer muy largo el viaje. —¿Por qué no nos llevan por vía aérea? —preguntas. —Porque alteraría el ecosistema —te explica Kelly—. Viajar por mar es mucho menos perjudicial para el entorno. ¡Y marea mucho más! Pero bueno. Ya estás irremediablemente embarcado en esta larga travesía. Más vale que te pongas cómodo y te las arregles para pasarlo bien. Quizás haya algún juego en esas computadoras. Desafía a Kelly a un combateelectrónico cuerpo a cuerpo, y ve a la página 23. 23 Al día siguiente, el buque y, por lo tanto, ustedes llegan a destino: la isla Sorna. —¡Viva! —festeja Kelly. Sin embargo, siguen escondidos en el trailer cuando lo descienden del buque y lo llevan a un paraje tierra adentro. No se atreven a abandonar el minúsculo baño hasta estar seguro de que todos partieron hacia la selva en su primera expedición. —Ya podemos salir —dice Kelly—. Y ahora, a trabajar. Seguro que papá va a volver muerto de hambre. Voy a hacer una pequeña fogata para cocinarle algo. ¿Me ayudas? Le recuerdas que el trailer está equipado con una cocina, pero parece que se ha encaprichado con la idea de cocinar a la intemperie. Si tienes ganas de darle una mano a Kelly, continúa en la página 25. Si prefieres seguir concentrándote en el difícil juego de Double Doom que encontraste en la computadora, ve a la página 80. 25 Salen del trailer y se dirigen a la orilla de un terreno llano cubierto de hierbas situado en lo alto de una colina, desde donde observan de un lado el panorama de la selva que domina el interior de la isla y al otro, la laguna tropical. Es un paraje tan bello que involuntariamente te pones a cantar mientras ayudas a Kelly a hacer la fogata. —“Bajo el cielo tropical...” —¡Shhh! —te chista Kelly de pronto. —Bueno, ¡discúlpame! —dices, ofendido. Ya sabes que no eres un eximio cantante, pero eso no justifica que ella sea tan maleducada. Sin embargo, enseguida te das cuenta de cuál es el verdadero motivo por el que te hizo callar. ¡La selva se mueve! Los pájaros chillan y abandonan desbandados las copas de los árboles pues un vasto sector de la selva parece desplazarse. —¡Aaalgo se acer se acerca! —grita Kelly. ¡Vamos! ¡decídete rápido! Elige un número del 1 al 10. Si elegiste un número impar, corre a la página 97. Si elegiste un número par; huye a la página 37. 27 ¿Eliges la cueva B? Procuras mantener la calma y contener la respiración al mismo tiempo y, sorteando la carne podrida, escoltas a Stark hasta la boca de la cueva. Desde el interior llega un chirrido de lo más extraño. —Pero ¿qué? —comienza a decir Stark. Sin embargo, no puede terminar la oración debido a que recibe en la frente el impacto de un hueso volador no identificado. “¡Aaayyy!” y cae desmayado. Casi, casi emprendes la retirada. Pero, como de costumbre, la curiosidad te vence y te arrastra, con mucha cautela, hacia la enigmática bestia. No es un tiranosaurio ni un raptor ni tampoco un triceratops esquizofrénico. ¡No! ¡Tú, estimado amigo, acabas de descubrir al último hombre de las cavernas viviente! Y hablando de atracciones de parques temáticos, ¡qué van a decir los chicos cuando vean a este tipo! Te llevas a tu nuevo amigo barbudo a San Diego y te conviertes en su representante. Pronto comienzan a llover contratos por apariciones televisivas, promoción de productos y derechos para argumentos de libros y películas. En poco tiempo, abandonas la escuela, te vas a vivir solo, te vuelves increíblemente rico y vives hasta los cien años, cuando tu larga y feliz vida arriba a su... FIN 29 —¡Ay, qué lindo! —dice Kelly, y va corriendo a observar de cerca a la extraña criatura. Tiene un tamaño aproximado al de uno de esos osos de peluches gigantes que dan de premio en los parques de diversiones, una inmensa cabeza, ojos enormes y el cuerpo totalmente cubierto de pelusa rojiza. —“¡Ay, qué lindo!” —la imita Malcolm—. Siempre dice lo mismo. Y después huye a grito pelado. —¿Qué es? —pregunta Kelly, sin prestarle atención. —Es una cría de tiranosaurio, Kelly —responde la mujer. Es evidente que ya se conocen—. La encontramos en la selva. Estoy prácticamente segura de que tiene la pata quebrada, y si no se la inmovilizamos, no va a tener posibilidades de sobrevivir en libertad. La cría continúa aullando de dolor cuando la trasladan al interior del trailer. Y, de pronto, a Kelly la invade el terror. —La van a oír los demás animales, ¿no? —dice, aferrándose al brazo de su papá—. ¡Quiero irme de acá! —Pero si acabas de llegar —dice Malcolm. —¡Pero quiero irme! A algún lugar seguro. ¡Quiero estar lejos de acá! —¿Ven? Lo que dije —suspira Malcolm—. Más temprano que tarde, siempre termina gritando y queriendo escapar. Toma a Kelly de la mano. —Vamos. Te voy a llevar al refugio alto. Ahí vas a estar segura. Si respaldas a Kelly y quieres alejarte de allí cuanto antes, enfila hacia la página 45. Si prefieres colaborar para que el pobre animalito carnívoro pueda llevar una vida larga y próspera y no arriesgar la tuya huyendo a campo raso, sigue en la página 63. 31 Consideras que ya fuiste demasiado lejos para echarte atrás y, con audacia, resuelves no hacer caso y dejar que tus padres esperen un rato más. ¡Como si ellos nunca te hubieran hecho esperar a ti! ¡Cuántas veces te dejaron colgado durante horas a la salida de la práctica de fútbol! —Así que no detienes tu marcha hacia el anfiteatro. La parte central es exactamente igual a una moderna arena para lucha de gladiadores. Hasta tiene gradas alrededor y una hilera de jaulas inmensas abajo. “¡Acá seguramente es donde van a dar los espectáculos con los dinosaurios!”, imaginas. Y entonces vuelves a oír algo. Otro rugido. Al principio, te sorprende el alcance que tiene la voz de tu mamá. Pero enseguida adviertes que, en realidad, el sonido proviene de una de las jaulas ubicadas debajo de las gradas. ¡Ay! ¡Hay algo ahí adentro! No puedes creer la suerte que tienes. Al final si había dinosaurios. Vas a ser uno de los primeros espectadores —si no el primero— en verlos. ¡Y ni siquiera tuviste que pagar entrada! Sin embargo, de pronto comienzas a asustarte. Una cosa es leer libros sobre dinosaurios o incluso ver en el cine imágenes simuladas por computación. Pero ¡encontrártelos en persona! ¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer? ¿Crees que, después de todo, no fue tan buena la idea de meterte en esto? Si te parece que no estás preparado para seguir adelante, retrocede a la página 18. Si por nada del mundo piensas perderte esta oportunidad, avanza a la página 36. 34 Bueno, no tienes que probar nada y, en cambio, si tienes (si Dios quiere) una vida larga y próspera por delante. Con la cola entre las patas, emprendes la retirada mientras aún hay tiempo. Abandonas el anfiteatro y regresas al lugar por dónde te colaste. Pero aquel ruido pavoroso te persigue. ¿O no es el mismo? Ay, ¡no! ¡Es tu mamá! Con tanta emoción, te habías olvidado por completo de que ella también estaba furiosa. Quizá terminar en las fauces de un dinosaurio feroz y voraz no era un destino tan terrible, al fin y al cabo. Pero es demasiado tarde. Tu mamá ya te vio. Y te está dirigiendo esa elocuente mirada suya que parece decir: “Si no vienes para acá en el acto, ¡te mato!”. Sabes muy bien que no tienes alternativa. Con tu mejor sonrisa de niño bueno, dirígete a la página 19. 35 Supones, no sin lógica, que al apretar un botón el motor va a ponerse en marcha así que lo aprietas. Acto seguido, oyes el rugido de un motor. ¡Muy bien! Pero entonces reparas en el rótulo de grandes letras rojas que hay junto al botón que oprimiste: “Inmersión de emergencia”, dice. Acabas de abrir por comando electrónico una inmensa compuerta en el fondo de la lancha y te estás yendo a pique. “¿Qué clase de lancha es esta?”, te preguntas, indignado. Pero, por otra parte, ¿qué clase de idiota aprieta un botón sin leer antes que función tiene? ¡Brrr! El agua está fría. ¿Se dirigen hacia ti esas enormes aletas grises? Por desgracia, sí. Y a menos que tengas ropa interior inflable y repelente de tiburones, lamento anunciar que este es tú... FIN 36 ¡Claro que por nada del mundo vas a desaprovechar semejante oportunidad! Enfilas hacia la jaula de la que proviene el sonido, que se vuelve cada vez más potente. Y más furioso. ¡Y más voraz! Cuando te acercas, el ruido es tan fuerte que casi no te deja oír ni tus propios pensamientos. Pero en el interior de la jaula reina una oscuridad tan profunda que lo único que distingues es un inmensoagujero negro. Si quieres ver lo que hay adentro, vas a tener que acercarte aún más. Claro que todavía estás a tiempo de pegar la vuelta. Si optas por emprender la retirada mientras aún estás a tiempo, retrocede con la cola entre las patas a la página 34. Si con intrepidez decides olvidar tus temores y echar un vistazo al interior, marcha resueltamente a la página 54. 37 —¿Quién encendió una fogata? —grita una voz furiosa. —¡Papá! —exclama Kelly, contenta—. Estaba a punto de prepararte la comida. Un hombre alto vestido totalmente de negro acaba de emerger rengueando de la selva. —¡Kelly! —dice, sorprendido. Lo reconoces al instante de la televisión: es el doctor Ian Malcolm, aquel científico loco que hace algunos años trató de convencer a la gente de que existía una isla habitada por dinosaurios antropófagos. Con semejante padre, era de esperar que Kelly saliera tan chiflada —. ¿Qué haces acá? —truena. —Prácticamente me ordenaste que viniera —responde Kelly —. ¿No te acuerdas? Me dijiste: “No me hagas caso”. Así que no te hice caso. Y acá estoy. Con un amigo. —Bien, tú y tu amigo se van a volver por dónde vinieron — dice Malcolm. Se pierde en el interior del trailer y reaparece con un teléfono satelital de color verde brillante. —Entonces, ¿me vas a prohibir salir, por lo menos? — pregunta Kelly. —Voy a pensarlo —dice Malcolm. —¡Viva! —celebra Kelly. Tú, en cambio, te quedas sentado en silencio a la espera de que su padre se comunique con alguien para que los lleven de regreso a San Diego. Con un poco de suerte, tus padres te van a prohibir las salidas nada más que por ¡diez años! Quién sabe si vas a sobrevivir para ver él... FIN 39 Te hacen girar y te encuentras cara a cara con un hombre cuyo rostro delata su mal carácter, vestido con un traje caqui de apariencia costosa. Lo reconoces de inmediato por haberlo visto en la tapa de la revista Time. Es Peter Ludlow, el responsable general de este parque temático. —¿Se puede saber que estás haciendo acá? —pregunta encolerizado. —Eh... yo... eh... Pero el señor Ludlow aún no terminó de hablar. —Esta es una zona de acceso estrictamente prohibida hasta el día de la inauguración —te informa. (Como si no lo supieras)—. Dime, ¿qué has visto? —Na nada —tartamudeas. Y Peter Ludlow parece aliviado. Pero, como un gran infeliz, agregas—: únicamente oí... —¡¿Oíste?! —exclama—. ¡Oíste algo! ¡Uy! Parece que acabas de meter la pata. —Eh ¡No, no! No oí algo —replicas en forma atropellada—. Oí nada. Es cierto no oí nada. Pero ya es demasiado tarde. El señor Ludlow no nació ayer. Y tú, amigo mío, estás con el pipí de dinosaurio al cuello. — Y ahora te vienes conmigo —vocifera Peter Ludlow, te aprieta más fuerte el hombro y te lleva hacia el otro lado del anfiteatro—. Lo lamento mucho, pero hasta que el Parque Jurásico no esté en plenas condiciones operativas y abierto al público, no podemos permitir que anden jovencitos entrando y saliendo para contarles a todo el mundo lo que oyeron. —Pero si yo no le voy a contar a nadie. ¡Se lo juro! — imploras. Peter Ludlow hace un gesto de negación. —Ojalá pudiera darme el lujo de creerte. En serio —dice—. Pero tengo demasiadas cosas en juego. Creo que puedo arriesgarme a revelarte que lo que oíste era un dinosaurio famélico. Un velocirraptor, para ser preciso, cuyo guardián se le acercó demasiado, lamentablemente. Como podrás imaginarte, si las autoridades se enteraran de que nuestras atracciones están devorándose al personal, nos clausurarían antes de que inauguráramos siquiera. ¡Y eso le costaría a este buen señor que te habla toda una fortuna! Pero, bueno, a no preocuparse. Vamos a ocuparnos de que el velocirraptor sea retirado de la actividad. Al fin y al cabo, quedan muchas otra especies para traer del Enclave B. —¿Del Enclave B? —preguntas. — ¡Sí, del Enclave B! —ahora que Peter Ludlow está engranado, resulta imposible interrumpir su monólogo del malo de la película—. Hace quince años, John Hammond, mi tío, concibió un sueño: inaugurar el parque temático más grande del mundo, una verdadera isla habitada por dinosaurios vivientes. Claro que, como el mismo tío John, aquel sueño era absolutamente imposible y en poco tiempo la situación se volvió ingobernable. Pero eso le ocurrió porque no estaba trabajando con un entorno controlado, como el que tenemos aquí, en el Parque Jurásico de San Diego. “Por suerte, el tío John también acondicionó otra isla exclusivamente destinada a la cría de dinosaurios: el Enclave B, en la isla “Sorna”. Cuando un Huracán arrasó todas las instalaciones, los animales quedaron librados a su suerte y hoy en día existe allí un verdadero Mundo Perdido. ¡Un ecosistema jurásico integro que vale millones! De hecho, ahora mismo parto para allá a buscar nuestras atracciones principales. Y como no puedo correr el riesgo de dejarte acá para que arruines mi gran inauguración, ¡tú, amigo mío, vas a acompañarme! ¿Te atreves a intentar fugarte antes de que sea tarde? Si te atreves, patéale la canilla al villano y échate a correr a toda marcha rumbo a la página 101. Si no estás en condiciones de luchar con un adulto el doble de grande que tú, pórtate como un buen cautivo y acompáñalo a la página 74. 45 Abandonas el campamento junto con Malcolm y Kelly y se dirigen hacia una compleja estructura que Eddie, el muchacho de los aparatos electrónicos, acaba de armar. —¿Qué es esto? —pregunta Kelly cuando entran en la jaula de metal. —Es un refugio en lo alto —contesta Malcolm. En eso, percibes un suave zumbido y un guinche los iza a cinco metros del suelo—. No hay lugar más seguro que este —afirma —. ¿Ven esos árboles que lo rodean? Son venenosos y los animales lo saben. Las plantas desprenden un olor muy fuerte que los mantiene a raya. ¿Se sienten más tranquilos ahora? —La verdad que no —dice Kelly—. ¡No puedo dejar de pensar en esos terribles cuentos de dinosaurios que tú me contaste! —Ah, los cuentos... Bueno... —Y en esa cabeza enorme que nos está mirando. “¡¿Qué?!” Te das vuelta y te encuentras cara a cara con una versión adulta de aquel bicho que continúa aullando en el trailer. Parece que una de esas aberraciones de la naturaleza nació sin sentido del olfato. ¡Quién lo hubiera pensado! Sin embargo, es evidente que sí tiene sentido del gusto y se agacha con lentitud para lamerte con su lengua caliente y babosa. ¿Está sonriendo o es tu imaginación? En fin. Ante la mirada de horrorizada impotencia de Kelly y Malcolm, te aferras al último consuelo de comprobar que tienes buen gusto, y te enfrentas al... FIN 47 —¿No tiene ganas de dar un paseo por aquel matorral, señor Stark? —preguntas. —¿Qué? ¿Entre la maleza? ¿Estás loco? Vaya uno a saber con qué se puede encontrar ahí adentro. “¡Ay, mire como tiemblo!”, replicas en tu interior. ¡Ni que tuvieras miedo! Con paso resuelto enfilas solo hacia el matorral y te internas pisoteando la maleza, mientras Stark se queda tratando de reconstruir el palo con el lazo que le servía para cazar animales. Cuando llevas recorrido apenas un leve trecho, notas una ondulación en la superficie de la hierba. Qué extraño. No parece haber tanto viento. ¿Y que serán esas cosas largas parecidas a colas de lagarto que sobresalen de entre la maleza por todas partes? No ¡raptores! ¡AHH! Te lanzas a correr rumbo al único resquicio que divisas en el círculo de colas huesudas. Detrás de ti oyes los gruñidos y los chasquidos de los raptores que te persiguen como torpedos con escamas. Los pastos te golpean el rostro y te obstruyen la visión, pero sabes muy bien que no puedes detenerte. Corres más y más rápido, hasta que sientes el corazón y los pulmones a punto de estallar. ¡Y, de repente, el suelo desaparece bajo tus pies! Corre a la página 66. 49 Una vez a bordo, Ludlow te conduce a tu camarote privado —en el que hasta te espera una cesta con frutas— y te dice que no se te ocurra abandonarlo antes de que él te lo ordene. No es precisamente un tipo simpático, ¿no? Sin embargo, apenas tienes tiempo de pensar en eso porque, de pronto,el piso comienza a balancearse y el buque zarpa. Poco después, la habitación entera parece mecerse y bambolearse como si se estuviera bailando un rock and roll con el imponente Océano Pacífico. “Ay, no ¡Puaj!” Ahí va la salchicha que almorzaste. Tras pasar lo que te parece una eternidad vomitando hasta las entrañas, te recuestas en la litera, dispuesto a descansar. Por el ojo de buey observas que está cayendo la noche y, con seguridad, mañana te espera un día grandioso. Que sueñes con los angelitos, y que te lleven a la página 50. 50 ¡BRRUMMM! ¿Qué es ese ruido? ¿Truenos? Te incorporas y miras por el ojo de buey. El cielo está totalmente despejado. Y el mar que rodea la isla se encuentra más bien calmo. “¡El barco se detuvo!”, reaccionas al fin. ¡Ya arribaste a la isla Sorna! Cuando te despiertas del todo, adviertes que el ruido que retumba en tus oídos proviene de arriba. De la cubierta, con toda probabilidad. Te levantas y mueves el picaporte. ¡Bien! La puerta está abierta. Tomas un racimo de uvas y una banana de la cesta, te los guardas en los bolsillos para más tarde y te asomas con cuidado por la puerta. No ves a nadie. Siguiendo las luces rojas que van señalando la salida, subes a cubierta. Allí descubres el origen de tanto estrépito: tres enormes helicópteros de tipo militar. En la cola llevan escrita la palabra “InGen”. Y según parece están aprestándose para despegar. Todo el mundo se halla tan ocupado yendo y viniendo para cargar material en los helicópteros que jamás se darían cuenta si te acercaras a uno y te colaras en el compartimiento de carga. Pero entonces reparas en la lancha salvavidas que se encuentra junto a unos cajones de alimento para dinosaurios. En última instancia, puedes subirte a la lancha y remar por tu cuenta hasta la isla, explorarla y regresar al carguero cuando tú quieras. —¿Qué prefieres? Si prefieres viajar por vía aérea, vuela a la página 59. Si prefieres viajar por mar, pon proa a la página 93. 52 —Sí, como no. Me encantaría ser su explorador — respondes. Al fin y al cabo, no es precisamente un ofrecimiento que puedas rechazar. —Qué bien —dice el hombre—. De paso, creo que no me presenté formalmente. Soy Roland Tembo, el cazador de renombre mundial. Y este es mi viejo amigo y compañero, Ajay Sidhu —señala arqueando las cejas al hombre que está a su lado y vuelve a posar su glacial mirada en ti—. Y ahora, ¡se acabó el recreo! En algún lugar de esta isla vive el mayor depredador que jamás haya pisado la faz de la Tierra. Y el segundo gran depredador, es decir, yo, debe destronarlo. ¡En marcha! “Este sí que es un tipo pesado”, piensas. ¡Igual que sus pertrechos! Pues enseguida te enteras de que “explorador” es un eufemismo para bestia de carga y te encuentras agobiado por mochilas que parecen llenas de plomo. Te adentras en la tupida selva detrás de los cazadores. En eso, sientes que el suelo se estremece ¡BUMMM! Roland y Ajay detienen la marcha. —¿Oíste? —Ajá. ¡Vamos! a la página 75. 54 ¡Qué otra cosa podría esperarse de ti! Como siempre, la necia curiosidad vence al pobre sentido común. Con intrepidez, te acercas a los barrotes de la jaula y miras hacia el interior. El ruido que oías se interrumpe de manera abrupta. Con los ojos entrecerrados, a duras penas distingues en la oscuridad una figura erguida de aproximadamente un metro y medio de alto, con largos miembros y un par de ojos pequeños y brillantes como los de las muñecas ¡que te están mirando a ti! Qué curioso, no te imaginabas que tenían una mirada tan humana. —¡Hola! Retrocedes de un salto. ¡Lo último que esperabas encontrar era un dinosaurio parlante! —Ay, discúlpame. No quería asustarte —te dice. Y, acto seguido, el ruido de sus pasos te anuncia que se aproxima. Das otro paso atrás, contienes el aliento y te preparas para descubrir qué es en realidad lo que se te acerca. Imagínate la sorpresa al ver de que no se trata ni por asomo de un dinosaurio parlante sino de una niña. —¿Qué estás haciendo acá? —le preguntas. —Estaba jugando con esas grabaciones de dinosaurios — te explica tras abrir la puerta de la jaula y asomarse a la luz—. Cómo te darás cuenta, soy muy precoz. Y entonces adviertes que el lugar ni siquiera es una jaula sino una sala de control audiovisual de tecnología avanzada o algo por el estilo. —Me llamo Kelly Malcolm —prosigue—, y en realidad estoy de viaje con mi papá. Voy a ayudarlo en una misión extremadamente importante. —¿Qué tipo de misión? —preguntas. —Bueno, no sé muy bien —reconoce—. La verdad es que papá no sabe que lo acompaño. Pero estoy cansada de que nunca jamás me pongan en penitencia, ¿me entiendes? Supongo que si viajo de polizón, puede ser que por fin se vuelva más estricto conmigo y hasta me prohíba las salidas o algo así. Lo único que sé es que llevan una casa rodante espectacular, un trailer lleno de aparatos impresionantes, yo viajo escondida ahí, y que veníamos desde Nueva York y pararon acá a recoger más equipos. ¿No quieres venir con nosotros? ¡Puede ser divertido! Si te resulta imposible rechazar la emocionante invitación de Kelly, ve con ella a la página 64. Si no puedes evitar pensar que una niña que quiere que la pongan en penitencia tiene que estar loca de atar, dirígete a la página 73. 58 ¿Te volviste loco? No vas a ir a ninguna parte sino a esa barcaza. Y ahora ¡sube a esa barcaza! Y dirígete a la página 49. 59 “Ahora o nunca”, resuelves y te lanzas a la carrera hacia uno de los helicópteros. ¡Lo lograste! Subes, llegas a gatas hasta una caja grande que dice “PELIGRO: EXPLOSIVO” y te escondes detrás. Minutos después, te encuentras a quinientos pies de altura con rumbo directo al interior de la isla Sorna. Los helicópteros aterrizan en un pequeño claro y comienza un activo despliegue de hombres y equipos. Nadie nota siquiera cuando desciendes del helicóptero y recorres con la vista los alrededores. —En eso, quedas petrificado al oír que alguien grita: —¡Eh, chico! ¿Te están llamando a ti? Te vuelves lentamente y ves a un hombre de gesto ceñudo con los ojos clavados en tu persona. —No te quedes ahí parado —protesta con un acento extraño—. ¡A trabajar! ¡Seguramente cree que eres un miembro de la tripulación! — Eh... eh... —tartamudeas, sin saber que responder—. Eh... yo... —¡No me digas que no tienes nada que hacer! —grita—. Yo te voy a dar algo para hacer. Mi chofer, Carter, no aparece por ningún lado, así que tú puedes manejar el vehículo enlazador. “¿Manejar?” ¡Si ni siquiera tienes licencia de conductor! Y, además, ¿qué es un vehículo enlazador? Pero no hay tiempo para preguntar, porque el señor Acento Extraño se planta frente a tu cara. —¡A moverse! —ordena—. ¡El señor Ludlow quiere que todo esté listo cuanto antes! Pero primero permíteme presentarme: mi nombre de pila es Dieter pero tú deberás llamarme señor Stark. El señor Stark te conduce hasta un descomunal jeep y te indica el asiento del conductor. “¿Cómo me las voy a arreglar para manejar esto?”, te preguntas. Pero has visto manejar a tus padres infinidad de veces. Se aprieta el acelerador. Se gira el volante. No puede ser más fácil. —¿Qué estás esperando? —pregunta Stark, y sube a un pequeño coche lateral unido al jeep por el lado del acompañante. Levanta un palo largo y delgado con un lazo que cuelga de un extremo (¡Ah el enlazador!) y lo extiende hacia el exterior del jeep—. ¡En marcha! —te ordena. Haces girar la llave colocada en el contacto y sientes que se enciende el motor. ¡Hasta ahora, todo bien! Acto seguido, aprietas suavemente el pedal del acelerador. “¡Qué potencia!”, piensas cuando el vehículo arranca bajo tu control. Y entonces adviertes que el vehículo retrocede. ¡Estaba marcha atrás! En un abrir y cerrar de ojos, tu precioso jeep nuevo se convierte en un bloque de chatarra de color amarillo verdoso al pie de una inmensa palmera. El señor Stark, casi literalmente, echa chispas. —¡Pedazo de idiota! ¿Nunca manejaste un auto? Y ahora ¿qué hacemos? Pierda cuidado, señor Stark. ¡Tienes varias alternativas! Puedesaprovechar tu estadía en esa hermosa isla y tu flamante asueto para dar un paseo ecológico por ese matorral cercano e ir a la página 47. Puedes rastrear esas profundas huellas de unas patas de tres dedos que acabas de descubrir en el suelo e ir a la página 68. O bien puedes quedarte dónde estás, y esperar a que regresen los demás cazadores e ir a la página 83. 63 Observas a Kelly y Malcolm salir corriendo del trailer rumbo a una jaula de metal apoyada sobre una alta estructura que Eddie, el muchacho del equipo, acaba de armar. Te apartas de la ventanilla y te acercas a la mesita de acero en la que Sarah y el fotógrafo tratan de entablillar la pata de la cría de tiranosaurio. —¿Puedo ayudarlos? —preguntas. —Ya casi terminamos —dice Sarah, que se halla envolviendo la pata quebrada de la cría con papel de aluminio —. Lo único que me hace falta es otra clase de pegamento. Algo flexible ¿No te quedan chicles, Nick? —pregunta al fotógrafo. —¡No, qué lástima! —responde Nick—. Le di el último que me quedaba a Malcolm. Desesperada, Sarah recorre el trailer con la vista. —¿Qué vamos a hacer? —gime. Continúa en la página 13. 64 Como era de esperar, te resulta imposible rechazar la emocionante invitación de Kelly. ¿Una misión importante? ¡Cómo vas a perdértela! Abandonan el anfiteatro y la sigues hasta un inmenso hangar próximo a la costa de la ciudad. Adentro hay dos largos trailers comunicados por un fuelle, de manera similar a los vagones de los trenes subterráneos. —¡Llegamos! —anuncia Kelly. Recorre el lugar con la mirada para asegurarse de que nadie los vea y, como el hangar parece está desierto, corre a abrir la puerta ubicada en la parte delantera del trailer y te hace una seña para que subas. Por dentro, el trailer es aún más espectacular que por fuera. ¡Parece el puesto de mando de la nave interestelar Enterprise! —¿Qué es todo eso? —preguntas. —Computadoras, material de laboratorio y cosas por el estilo. Nos dirigimos hacia ese lugar —dice, señalando una isla diminuta en un vasto mapa electrónico que se extiende sobre una de las paredes—. La isla Sorna. Para estudiar la flora y la fauna. ¿Estudiar la flora y la fauna? Te suena más a un trabajo de campo que a una misión importante. Quizás hayas cometido un error. Si piensas que tienes mejores cosas que hacer que emprender una excursión ecológica con una niña que viaja de polizón, márchate a la página 79. Si algo te dice que esos vehículos tienen alguna otra finalidad más que la observación de aves extintas, continúa en la página 21. 66 La suerte te ha deparado una pendiente escarpada y te encuentras cayendo en picada a ochenta dolorosos kilómetros por hora. Cuando por fin llegas a destino, consigues ponerte de pie a duras penas y sientes un profundo alivio al comprobar no solo que saliste ileso sino también que los raptores no te acompañaron en la caída libre por el precipicio. Paseas los ojos por los alrededores y descubres que estás en un terreno llano y arenoso, orillado por grandes rocas, que se prolonga hasta el horizonte. Pero no es eso lo que te deja boquiabierto. Frente a ti hay una fila de pupitres y un enorme pizarrón. Tu maestra se halla de pie delante de él, reprendiéndote con la mirada. —¡Llegas tarde! —exclama con severidad—. ¿Te olvidaste de que hoy había prueba? ¡Más vale que hayas estudiado! ¿Prueba? ¿Qué prueba? ¿En serio que hoy había prueba? Por supuesto que sí pero solo en tus sueños. Claro que no sabes que aún estás durmiendo en la litera del buque carguero. La única preocupación que tienes cuando te diriges a tu pupitre es que seguramente te va a ir mal en la prueba, a menos que este sueño llegue pronto a su... FIN 68 —¿Por qué no rastreamos esas huellas tan profundas de patas de tres dedos, señor Stark? —propones. —Mm, qué interesante —dice Stark, esgrimiendo su palo enlazador—. Vamos. Juntos, se abren paso a través de la selva casi impenetrable y llegan a un pequeño claro, donde descubren que las gigantescas pisadas se interrumpen abruptamente antes dos cuevas abiertas en la ladera de una sierra. En torno a ellas, el suelo está cubierto con despojos de animales a medio comer: patas, cogotes, cabezas, lo que se te ocurra, infestados de gusanos y moscas. El olor es tan apestoso que casi te tumba. —¡Ajá! —exclama Stark. Arranca unas briznas de pasto y las suelta al viento, que las arrastra de regreso por entre sus piernas. —Tenemos suerte —dice, aferrando el palo enlazador con más fuerza—. El viento sopla en dirección a nosotros, así que lo que sea que esté ahí adentro toda vía no nos olió. ¡Contamos con el factor sorpresa a nuestro favor! —Pero hay dos cuevas —dices—. ¿En cuál miramos primero? Si eliges la cueva A, continúa en la página 102. Si eliges la cueva B, dirígete a la página 27. 70 Así que llega un rumor desde la selva. ¿Y qué problema hay? Seguro que es el viento. Además, ahora lo único que te interesa es recoger esa caracola genial y no vas a permitir que nada te distraiga. La levantas y la miras entusiasmado bajo la luz del Sol. ¡Sí! A tu mamá le va a encantar. ¿No te convendrá juntar unas cuantas? Después de todo, nunca está de más acumular poder de negociación. En el preciso instante en que te guardas la caracola en uno de los bolsillos (que, a esta altura, ya están como atiborrados), oyes de nuevo el rumor. Sin duda se trata de ramas que se mueven. Y quizá no sea a causa del viento. Te vuelves hacia la densa cortina de vegetación. Hay un espigado arbusto de más de tres metros de altura que está agitándose. Y ahora tienes la certeza de que no es por el viento. Algo viene derecho hacia ti. ¡Y qué mal huele! Estás preparado —y listo— para correr ya y salvar el pellejo, cuando desde la selva emerge bruscamente el origen de ese rumor: dos hombres quejosos. ¡Puaj! ¡Más adultos! —¿Quién eres? —ruge el más grandote. Y clava sobre ti los acerados ojos de un hombre acostumbrado a enfocar la mira en su presa. Resulta evidente por la ropa camuflada y los pesados pertrechos que lleva de que se trata de un tipo para tomar muy en serio. Pero lo que termina por helarte la sangre es el tamaño de su arma. ¡Con esa escopeta podría parar un tanque! No te sientes en condiciones de contestarle. Por fortuna, parece que no le importa. —Por casualidad, ¿no pasó un tiranosaurio por acá? — pregunta—. Estamos tratando de clavarle una banderilla a un toro. Pero cada vez que nos acercamos, esa loción para después de afeitarse barata que usa Ajay termina delatándonos. — Dirige una mirada furiosa a su compañero, un indio de físico nervudo algunos años más joven—. ¡Cuando te la regalé para Navidad, ni se me cruzó por la mente que te ibas a atrever a usarla! —le grita. ¡Así que ese era el olor! —Pareces tener la cabeza bien puesta —continúa diciéndote el hombre—. ¿No te gustaría ser nuestro explorador? Si tienes la cabeza tan bien puesta que sabes muy bien que a ese hombre no se le puede decir que no, acompáñalo a la página 52. Si tienes la cabeza tan bien puesta que ni por todo el oro del mundo te quedarías cerca de esa barata loción para después de afeitarse, aléjate a la página 95. 73 Sin lugar a dudas, una niña que quiere que la pongan en penitencia, tiene que estar loca de atar y no es precisamente la compañía ideal para viajar. Además, sabes muy bien que tus padres no se limitarían a prohibirte las salidas si te fueras de viaje sin su permiso. Rechazas cortésmente la invitación de Kelly y le deseas buen viaje. Por desgracia, los que están locos de atar como Kelly no se toman con mucha filosofía que digamos el que alguien les diga que no. La extraña mirada que te dirige te lleva a pensar que tal vez —aunque no con seguridad— tengas que arrepentirte de tu decisión. Y cuando la ves abalanzarse hacia ti con los brazos extendidos, no sabes si solo se trata de una excéntrica manera de despedirse, o bien del... FIN 74 Peter Ludlow te saca del anfiteatro y te lleva hacia los muelles, donde espera un buque carguero de gran porte. Muy bien, superhéroe. ¿Conque ahora síparece que llegó el momento de emprender la fuga? Si crees que ahora si llegó el momento de emprender la fuga, corre a la página 58. Si ni loco piensas huir frente a la oportunidad de visitar una isla poblada íntegramente por dinosaurios de carne y hueso, rumbea a la página 49. 75 Los cazadores se detienen para escuchar y, durante un rato, no se produce ningún ruido. —Creo que es una falsa alarma —dice Ajay. Y entonces retumba de nuevo. ¡BUMMM! “¡Qué va a ser una falsa alarma!”, replicas para ti. Y tienes razón porque, si no te equivocas, enfrente de ti aparece un ¡Enorme, gigantesco, descomunal tyrannosaurius Rex! No puedes contenerte y empiezas a gritar. —¡AHH! —¡Shhh! —Roland te tapa la boca con la mano—. No creo que haya olido a Ajay todavía. Debemos de estar en contra del viento. No te muevas de dónde estás y deja que yo me encargue de esto. — “Acá estoy”, rex. Rexito —dice con voz suave. Y mientras tú tiemblas como un condenado, Roland se lleva la enorme escopeta al hombro, se prepara para hacer puntería y Clic. “¡¿Qué?!” Boquiabierto, al igual que Ajay, observas a Roland abrir la escopeta y mirar el interior del cañón. —¡Está descargada! —grita. —¿No la cargaste? —pregunta Ajay. —¡Cómo no la voy a cargar! ¡Fue ese inútil del fotógrafo fanático de los derechos de los animales, Nick Van Owen! ¡Sabía que no le podía confiar el arma cuando me iba al baño! Continúa en la página 77. 77 Ahora sí que estás entrando en pánico. Pero tratas de dominarte. Con toda seguridad dos cazadores tan eficaces tienen que llevar más de un arma encima o al menos más municiones guardadas en algún lado. ¿No es así? No, no es así. —¿Y entonces que llevan en esas mochilas? —preguntas. —Bueno, nuestros diversos trofeos de caza: placas, copas y cosas por el estilo —contesta Ajay—. Son un gran aliciente. “¡Genial!”, piensas. Entonces el tiranosaurio va a caer rendido de admiración. ¡Y más vale que lo haga pronto, porque se les viene encima! —¡Huyamos! —gritas—. ¡Tal vez no nos alcance! —No, de ninguna manera —dice Roland, moviendo enfáticamente la cabeza—. Nunca antes huimos de ningún animal y no va a ser esta la primera vez. ¿No es cierto, Ajay? ¿Ajay? Desafortunadamente, Ajay no puede responder porque, pese al apestoso aroma de su loción, el rex tenía hambre y se lo sirvió de primer plato. Ahora está preparándose para saborear un Roland a la provenzal como plato principal. Y podemos aventurarnos a anunciar que a nuestros dos maestros cazadores les ha llegado él... FIN ¡Pero no a ti! ¡Rápido! Corre a la página 94. 79 ¡Demasiado tarde para marcharte! Oyes voces que se aproximan y, antes de que puedas reaccionar, el trailer comienza a moverse. Los están remolcando no sabes hacia dónde a una velocidad considerable. Kelly percibe que estás un poco nervioso. —No te preocupes —te anima—. ¡Nos vamos a divertir mucho! ¿Quieres un Twinkie? —Va a la cocina del trailer y abre un armario atiborrado de tus alimentos favoritos o “porquerías”, como los llama mamá. ¡Qué bueno! Sientes que estás en el paraíso de la “comida basura”. Tomas un Snow Ball, le quitas el envoltorio de celofán y te acomodas en el sofá sujeto al piso del trailer, dispuesto a disfrutar del viaje. Y ahora, a la página 23. 80 ¡Eh, ve tú y en un ratito salgo y te ayudo! —le dices a Kelly. —Como quieras —dice. Por la ventanilla del trailer, observas que se encamina hacia la selva a juntar leña para el fuego. Te apartas de la ventanilla, sacas una botella de jugo de la pequeña heladera y te sientas frente a uno de los enormes monitores. Te encuentras dándole una lección a la computadora cuando, de repente, oyes un alarido espeluznante. ¡Qué bueno! Nunca habías oído ese sonido de la computadora. Pero en eso notas que el jugo se agita. ¡BUMMM! ¡BUMMM! ¿Por qué vibrará tanto el piso? Te diriges corriendo hacia la puerta para haber qué está haciendo Kelly allá afuera. Pero cuando te asomas, no la ves por ninguna parte. —¡Kelly! —llamas. Pero por toda respuesta oyes un profundo y atronador eructo: “¡BERP!”. Te vuelves hacia el ruido y quedas petrificado frente a lo que ves. Un gigantesco tyrannosaurus rex —¡lo hubieras reconocido en cualquier parte!— con lo que parece un jirón de jean colgando de sus fauces voraces. ¡No te quedes ahí parado! Huye a la página 82. 82 Cierras la puerta del trailer y te escondes hecho un ovillo en un rincón. Pero el tiranosaurio alcanza a advertir tu huida. A través de la ventanilla, observas que agacha la cabeza, con la tela de jean aún enganchada en los dientes, y mira hacia el interior. Cuando su descomunal ojo te localiza, lanza un rugido tan grave y potente que hace vibrar todos los objetos del trailer que no se hallan sujetos a la estructura ¡contigo incluido! Te pellizcas el brazo y te dices en voz alta que te despiertes de eso que no puede ser otra cosa que una pesadilla. Pero, desafortunadamente, nunca estuviste más despierto ni volverás a estarlo. Porque el tiranosaurio comenzó a destrozar el trailer, y si ese abrelatas prehistórico logra su cometido —lo que suele ocurrir la mayoría de las veces—, será tu infortunado... FIN 83 ¿Por qué mejor no te quedas dónde estás y esperas a que regresen los demás cazadores? No pueden tardar mucho. Y, mientras aguardas, tal vez hasta logres atravesar la fachada de hombre recio de tu compañero Dieter y averiguar algo más sobre este viaje. —¿Quiere una uva? —preguntas, y sacas del bolsillo el racimo que trajiste de contrabando desde el buque. —¡Mmm! No estaría mal —acepta el con una sonrisa. Lejos están de sospechar que el lugar que eligieron para el picnic es parte de uno de los cotos de caza más concurridos de la isla, que pertenece a uno de los carnívoros más reputados de la isla: el tyrannosaurus Rex. ¿Sabías que sus dientes miden veinte centímetros de largo? No importa, ya vas a enterarte porque para los dinosaurios ya es hora de comer. ¿Qué fue ese rugido? ¿Y esos arbustos que se mueven? Lamento decir que parece ser el principio del... FIN 85 Te vuelves para ver de qué se trata y diriges la vista hacia donde la densa vegetación de la selva cede paso a la arena blanca. Hay un espigado arbusto de más de tres metros de altura que está agitándose ¡y no por la brisa! La curiosidad te lleva a acercarte. De repente, la planta deja de moverse y un animalito se asoma desde atrás. Es de color verde oscuro, con rayas marrones en el lomo. Parece un lagarto exótico, aunque camina erguido sobre las patas posteriores, balanceando la cabeza de arriba abajo como si fuera un pollo. Decididamente nunca antes viste nada igual y, sin embargo, el bichito te resulta extrañamente familiar. —¡Hola! —dices. El animal se queda mirándote—. ¿Tienes hambre? —Sacas del bolsillo el racimo de uvas que te llevaste del barco. Adviertes, complacido, que no se aplastaron mucho —. ¿Quieres una uvita? Arrancas una y se la tiendes. Tentado, el lagarto acerca la cabeza, huele y, luego, prueba. “¡Aaagh!” Escupe casi automáticamente la uva, que pasa rodando a tu lado. —¡Ah, qué bonito! —exclamas con fastidio—. Consíguete tú la comida y no me molestes más. Y te alejas a buscar la caracola. Sigue en la página 87. 87 Al ratito nomás, un suave chirrido seguido por un rumor más fuerte de ramas que se mueven hacen que te des vuelta otra vez. —¿Y ahora qué? ¡Allí, exactamente en el mismo lugar donde momentos antes estaba el solitario lagarto, ahora hay treinta o más! Balanceando la cabeza, comienzan a aproximarse más y más y por fin caes en la cuenta de por qué el bicho te resultaba tan familiar. Sí que lo habías visto antes. ¡En tu Enciclopedia de lujo sobre dinosaurios! En realidad, no se trata de lagartos ni de pollos desplumados. Son compsognátidos —o compis, para abreviar—, una de las especies de dinosaurios antropófagos más pequeñas —y voraces— que se han descubierto. Ya casi los tienes encima, brincando y chirriando alborotadamente. Te sientes como un camión de heladero rodeado de chicos en un caluroso día de verano. O, mejor ¡como el mismísimo helado!Retrocedes un paso y otro y otro más. Si lograras llegar hasta la lancha, podrías escapar sano y salvo. Sin embargo, los compis acompañan avanzando tu marcha atrás. Pero ¡qué tanto hacerte el valiente! Giras sobre los talones y huyes despavorido para salvarte. ¡Y casi lo logras! Pero, por desgracia, subestimaste la determinación de los voraces compis. Y cuando sientes la primera garrita afilada sobre la espalda, te invade la certeza casi absoluta de que ha llegado tú... FIN 89 Sacas el teléfono satelital de la mochila de Sarah y marcas el único número que conoces para los casos de gran emergencia: el de la policía. —¿Hola? —dice la operadora—. ¿En qué puedo ayudarlo? —Bueno, mire, estamos en un trailer estrambótico en una isla cerca de Costa Rica —explicas rápidamente—, y nos está atacando un tyrannosaurus rex sumamente furioso. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos? —Cálmate —te exhorta la operadora— y cuéntame exactamente que está haciendo el tiranosaurio. Bueno, está rugiendo y babeando y embistiendo nuestro trailer con toda su fuerza —cuentas. —Ya veo. ¿Y hay algún indicio de que se esté cansando? ¡BOMM! —En absoluto, gritas. —Muy bien. Parece que van a tener que aplacarlo ustedes. Yo voy a ir dándote las instrucciones. Y cúmplelas estrictamente. ¿Te parece que vas a poder? —Creo que sí —dices. Ahora, respira hondo y pasa a la página 91. 91 —Necesito que le cantes al dinosaurio una canción de cuna —dice la operadora con calma—. ¿Sabes el arrorró? —¡¿El arrorró?! —exclamas. —Sí, es la favorita de ellos —responde la operadora. “¿Me estará haciendo una broma?”, te preguntas. Pero la verdad es que no tienes muchas elecciones porque la señora Rex está acometiendo otra vez. Prácticamente puedes sentir su aliento caliente flotando en el aire. —“Arrorró, mi nena” De pronto, la rex se detiene. Yergue la cabeza y cierra suavemente sus poderosas mandíbulas y, en un abrir y cerrar los ojos, empieza a roncar como un aserradero. —“Y el pícaro sueño no quiere venir”. —Dejas de cantar —. ¡Se quedó dormida! —le dices a la operadora. —Buen trabajo —te felicita—. Me alegra haber sido útil. Mientras tanto, Nick y Sarah no pueden creer lo que están viendo. Tú solito (con la ayuda de la operadora de la policía) domaste a la fiera salvaje. Ya nadie tendrá que temer a esas bestiales criaturas, pues lo único que se necesita para aplacarlas es cantar unos versos del arrorró al compás del tres por cuatro. Regresas al Parque Jurásico de San Diego, te conviertes en un domador de dinosaurios de fama mundial, y mandas a tus padres a unas vacaciones perpetuas ¡solos! Felicitaciones por haber tenido éxito al... FIN 93 Qué importa que acabes de comprobar que navegar te provoca náuseas. Ya soportaste a demasiados adultos mandones para una sola aventura. (Mejor ni pensar que haría ese loco de Ludlow si te descubriera). Prefieres mil veces arriesgarte por tú propia cuenta. Y, además, ya no te queda nada de almuerzo que perder. Mientras la tripulación del buque termina de cargar los helicópteros, te marchas en dirección contraria hacia la lancha. Es muy linda. Tiene motor y todo. Te subes de un salto y, al oprimir un botón, el guinche comienza a bajarte hacia el agua. ¡Qué fácil! Pero ¿Cómo se pone esto en marcha? Si supones que con una llave, ve a la página 16. Si supones que con otro botón, ve a la página 35. 94 ¡Qué manera de correr! Pero ¿no sabías que nadie puede aventajar en una carrera a un tiranosaurio famélico? ¡Y a este aún le quedan ganas de comerse un postre! Para él, este es el fin de un banquete más. Y para ti bueno, sencillamente este es él... FIN 95 —Lo lamento mucho, pero mi mamá me enseñó que nunca salga de caza mayor con extraños —le respondes. —Bueno, no importa —dice el hombre, encogiéndose de hombros—. Después de todo, tal vez sea mejor que la patrulla de caza siga siendo reducida. ¿Seguimos adelante, Ajay? —Después de ti, Roland. —No, por favor. Tú primero. Y mientras los observas internarse en la selva, una parte de ti se lamenta por perderse semejante oportunidad. Imagina la emoción de derribar un tiranosaurio ¡un tiranosaurio! Pensándolo bien, tal vez sea mejor que estés solo. Partes enseguida en la dirección contraria. A los pocos metros, descubres unas huellas extremadamente grandes en la arena. Se parecen mucho a las pisadas de un ave gigante. De hecho, en otras circunstancias pensarías que son falsas. —¡Eh, muchachos! —llamas. Y entonces lo sientes. ¡BUMMM! ¡BUMMM! El suelo se estremece. Parece un terremoto ¡un terremoto que se aproxima! Pegas la vuelta pero, antes de que puedas echarte a correr, una cabezota emerge con brusquedad de la vegetación, mostrándote sus dientes feroces. Tratas de gritas: “¡Acá está el tiranosaurio!”. Pero no encontrarás la ocasión porque, lo creas o no, ha llegado tú... FIN 97 De pronto, un Mercedes Benz todo terreno de color verde oscuro aparece de entre los árboles, se detiene y un hombre alto vestido totalmente de negro desciende. Lo reconoces al instante de la televisión: es el doctor Ian Malcolm, aquel científico loco que hace algunos años trató de convencer a la gente de que existía una isla habitada por dinosaurios antropófagos. —¡Papá! —exclama Kelly, contenta. —¿Qué haces acá? —truena Malcolm. —Estoy preparándote la comida —responde—. Prácticamente me ordenaste que viniera. ¿No te acuerdas? Me dijiste: “No me hagas caso”. Así que no te hice caso. Y acá estoy. Con un amigo. Antes de que Malcolm pueda replicarle, se acerca otro vehículo todo terreno, del cual descienden tres personas más: un hombre joven con un centenar de cámaras colgando del cuello; otro hombre cargado de aparatos electrónicos que parecen salidos de una película de ciencia ficción, y una mujer joven y bonita con una mochila vieja y fea en la espalda y un animal herido gimiendo en los brazos. —Por favor, Ian, nada de sermones —dice. Continúa en la página 29. 99 Te abalanzas sobre la compleja consola de radio que se encuentra sujeta a la pared del trailer y aprietas varios botones. Con un destello, la consola se enciende. ¡Hurra! Tomas el micrófono y subes el volumen de transmisión: “¡Para bailar la bamba!” ¿Quién estuvo escuchando salsa y se olvidó de poner el equipo en la sintonía original? ¡Lo vas a matar! Pero en realidad no dispones de tiempo para ese tipo de cosas, porque ¡PUMM! La hembra de tiranosaurio acaba de arremeter por segunda vez. ¡Y de qué modo! El trailer se tambalea. Se produce una seguidilla de chispazos ensordecedores y el trailer queda repentinamente a oscuras y comienza a avanzar a los tumbos. —¡Dios, no! —grita Sarah—. ¡Nos está empujando hacia el precipicio! “¿Precipicio? ¿Qué precipicio?” El que está a tus espaldas, tonto. El precipicio por el que estás a punto de desbarrancarte. Quizá si hubieras optado por el teléfono, habrías podido llamar a alguien para que los rescatara. Pero ya es demasiado tarde. Ahora lo único que puedes hacer es sentarte a disfrutar del viaje y aguardar a que llegue él... FIN 101 —¡Aaayyy! —aúlla Ludlow, y te suelta el hombro para abrazarse la pierna, muerto de dolor. Tu pie tampoco salió demasiado intacto que digamos, pero claro que eso no te impide sacar tu pellejo de ese anfiteatro ¡y rápido! Lástima que no recuerdes exactamente por dónde entraste. ¿Fue por la izquierda? ¿O por la derecha? ¿O quizá por ahí adelante? No pierdes nada con probar, supones... ...hasta que, cuando estás acercándote, caes en la cuenta de que te diriges derechito a la jaula del raptor, la jaula del raptor famélico. Y, ya que estamos en tren de adjetivar, ¡la jaula abierta del raptor famélico! “¿Cómo pudo pasarme esto?”, te preguntas. Pero, lamentablemente, nunca hallarás la respuesta, porque para ti, querido lector, ha llegado definitivamente él... FIN 102 ¿Eliges la cueva A? Procuras mantener la calma y contener la respiración al mismo tiempo y, sorteando la carne podrida, escoltas a Stark hasta la boca de la cueva. Desde el interior llega un chirrido de lo más extraño. —Por favor, tu primero—te invita Stark, y te manda al frente empujándote con su palo enlazador. ¡Justo ahora se vuelve amable! Penetras en la cueva y avanzas con el mayor de los sigilos hasta que te topas con un muro de barro. Lo trepas, espías que hay del otro lado y casi se te para el corazón. Es una especie de nido de unos tres metros de diámetro, rodeado por huesos de toda forma y tamaño. ¿Y qué hay en él? Bueno, puede ser el extraterrestre más grande y feo del universo, o bien ¡una cría de Tyrannosaurus rex! Quedas tan pasmado por lo que ven tus ojos que no oyes el grito de advertencia de Stark y, de pronto, te empujan desde atrás y caes al nido. Alzas la vista y te encuentras con la madre del tiranosaurio contemplándote. Te vuelves hacia la cría y observas que avanza ávida y tambaleante hacia ti. En cierto modo, parece un bebé dando sus primeros pasitos para alcanzar el caramelo que le ofrecen. De hecho, si fueras más ingenuo, creerías que la cría te confunde con un caramelo, un caramelo grandote, jugoso, carnoso y no verías que, en realidad, lo que se te aproxima es él... FIN Portada Advertencia 9 11 13 16 18 19 21 23 25 27 29 31 34 35 36 37 39 45 47 49 50 52 54 58 59 63 64 66 68 70 73 74 75 77 79 80 82 83 85 87 89 91 93 94 95 97 99 101 102
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