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Analisis literario del cuento circe

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Leland “Leandro” Wright
Prof. Daniel Del Percio
Literatura Argentina – Final
27 octubre 2015
En su cuento corto “Circe,” Julio Cortázar narra la historia del joven Mario, novio de Delia, 
quien tiene que atravesar una prueba peligrosa y salir con vida y más sabiduría: su relación con Delia, 
quien ha matado a sus dos novios anteriores. En este cuento, la mitología griega (el encuentro entre 
Odiseo y Circe) y la simbología de los animales son influencias muy fuertes. Los animales siguen a 
Delia, como los animales seguían a Circe: los amantes que ella había transfigurado en bestias, 
ofreciéndoles pociones. Delia, a su vez, hace bombones y licores para sus novios. Mario sabe de la 
historia de los novios muertos, e incluso tiene una visión de él muerto también, dejando una nota para 
su mamá en el borde de Crítica. Sin embargo, cree que él puede romper el patrón de muerte y salvar a 
Delia de su luto: cree que su amor puede prolongarse “hasta que ella no viese más una tercera muerte 
andando a su lado.” Sabiendo que a ella le gusta hacer bombones y licores, le trae todos los 
ingredientes que ella necesita. Pero sus intentos de hacer feliz a Delia sólo profundizan el juego de la 
muerte en que se encuentra.
Delia jugaba con arañas como niña, y borda; como Circe haciendo su gran telar, ella teje una red
en lo cual mueren sus novios. Mario puede ver la red – el tapiz – pero él tiene poco miedo a las arañas. 
En su juventud – sólo tiene diecinueve años mientras Delia tiene veintidós – cree que él es diferente 
que los otros. Mario es el único que entra en la casa de los Mañara, que está aislada de los vecinos, 
como la isla de Circe. Como Odiseo que tiene que abandonar a su familia para hacer su gran viaje, 
Mario se rompe con su familia cuando empieza a salir con Delia.
La red de Delia en que se encuentra Mario se caracteriza por varios aspectos como la oscuridad,
la presencia de los animales, y las advertencias de peligro. Delia pide que Mario pruebe los bombones 
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con los ojos cerrados y las luces apagadas, para que no sepa lo que está dentro. En la sala tocando el 
piano, Delia huye a la luz como un insecto. En la oscuridad, Mario no puede ver claramente: no sabe su
rumbo, como los aviones perdidos en el mar Atlántico. En la telaraña de Delia, cada cosa está oculta 
detrás de otra: el pececillo que ella dice va a morir mañana es una advertencia de lo que puede pasar a 
Mario, y la visión súbita de la laucha entre las manos de Delia es una advertencia de su obsesión 
perversa de controlar y lastimar. Cuando a Mario los padres de Delia “hubieran querido decirle algo y 
no se animaban,” uno se acuerda de los animales mudos de la isla de Circe, quienes tienen consciencia 
y saben lo que va a pasar a Odiseo y sus hombres, pero no pueden hablar. El hábito de los Mañara de 
abrir los bombones antes de comerlos muestra también que saben, aunque no hablan.
En este ambiente, Mario también tiene miedo de hablar. Él “esperaba vagamente” que Delia 
diera algo sobre el asunto de los rumores, y no le hablaba de los anónimos. En varias formas él pierde 
sus propias fronteras y se absorbe dentro del mundo peculiar de los Mañara: “cuando Mario se agregó, 
discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con una sombra fina y constante.” Mario y los padres de 
Delia tienen un acuerdo implícito de protegerla mientras ella se repliega en su tristeza. Es tan fascinado
con Delia, y quiere saber todo de ella, que a Mario no le molesta cuando los Mañara hacen referencia a 
Héctor y Rolo en su presencia.
En este contexto, nada salvo ayuda de afuera puede sacar Mario de su peligro. Los anónimos 
son esta ayuda, como el ajo dorado que da Hermes a Odiseo para vencer a la mágica de Circe. Aunque 
él rehuye los consejeros desconocidos y quema las cartas, los anónimos dan agua a la semilla de su 
duda para que cuando venga el momento clave, pueda ver a través de la disimulación de Delia. 
También los padres, aunque no pueden hablar, son aliados de él. Prenden las luces que ahuyentan a 
Delia, muestran que los bombones no son dignos de confianza, y marcan su presencia con el ruido de 
los periódicos (lo cual se menciona por lo menos tres veces a través del cuento, aunque no está claro 
que tengan simbología griega). Las señales ocultas, la ayuda de afuera, y plena suerte (él es el tercer 
novio, y no el primero) lo salvan a Mario.
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Al fin del cuento, Mario divide el bombón en la penumbra de la sala y ve por primera vez la 
cucaracha que demuestra la perversión de Delia. Así expuesta a la luz, los sollozos ansiosos de Delia 
crecen y crecen hasta el punto cuando Mario no puede soportar el ruido e intenta de sofocarla. Oye los 
jadeos de los Mañara y se da cuenta que ellos esperaban también que el pudiera poner fin al sufrimiento
de Delia. La suelta al entender finalmente de que no puede parar el llanto de Delia, ni curar su tristeza.
Cortázar eligió basar su narrativa en los barrios de Almagro y Palermo en el tiempo del 
yrigoyenismo, durante lo cual la clase media tuvo más influencia en la política del país. La pelea Firpo-
Dempsey ubica el cuento en el año 1923. Mario y Delia pasan tiempo en la Plaza Once y las confiterías
de la calle Rivadavia, en el momento cuando se estaba construyendo el actual edificio de Las Violetas 
en la esquina de Rivadavia y Medrano. Mario toma frecuentemente el subterráneo construido en la 
década anterior por la avenida Rivadavia. Para él, la “esquina de Rivadavia y Castro Barros era el 
puente necesario y eficaz” entre las dos vidas de su familia y la familia de Delia: la esquina donde la 
calle Medrano, cruzando la avenida Rivadavia, se convierte en Castro Barros. Tal vez los símbolos de 
la clase media naciente en ese período, y la época de casi-democracia antes del golpe militar de 1930, 
reflejan el sueño poco realista de Mario de estar con Delia, su relación frágil terminando súbitamente 
con la cucaracha en el bombón.
El siniestro manifiesta en el cuento a través de varias formas. Lo familiar se vuelve espantoso 
en el momento cuando Mario ve una laucha entre las manos de Delia y en la imagen de la cara de Delia
en la penumbra de la sala como un pierrot repugnante. Después de que deciden Delia y Mario de 
casarse, a Mario los padres de Delia le tratan de modo “íntimo y a la vez más lejano.” Esta paradoja 
siniestra entre lo lejano y lo cercano aplica también a la relación entre Mario y Delia: aunque quieren 
casarse, no hay confianza verdadera en la relación, y nunca hablan de los chismes.
Cuando Mario le pide a Delia una lista de los ingredientes necesarios para sus bombones y 
licores, pretendiendo de comprarlos para ella, ella le da el único beso del cuento. La intimidad física 
generalmente falta en su relación, y Delia muestra placer e intimidad física sólo en el contexto de la 
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satisfacción de sus obsesiones. Para ella, el placer ha sido vinculado en su mente con la habilidad de 
controlar el otro y hacerle daño: por eso la vacilación de Mario antes de comer el bombón final le causa
una frustración tan fuera de lo común. Para Mario, el siniestro manifiesta en el sentimiento de conocer 
su destino mientras estar incapaz de evitarlo, como el hombre impotente frente al poder de la 
naturaleza. Al final, él sí sobrevive, pero gracias en mayor parte a la suerte de ser el tercer novio y no 
Héctor ni Rolo, con la ayuda de los anónimos y el ejemplo de los padres, quienes abren, antes de 
comer, los bombones de Delia.

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