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Reporte de lectura Hobsbawm, Eric Naciones y nacionalismo desde 1780

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REPORTE DE LA LECTURA: Hobsbawm, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780.
REPORTE DE LA LECTURA: Hobsbawm, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona, Crítica, 1997. 212 págs. 
Este libro cuenta con una introducción y seis capítulos. En la Introducción, Hobsbawm aclara algunos de sus puntos de partida y premisas de arranque, entre las que destaca el hecho de que “el sentido moderno de la palabra [nación] no se remonta más allá del S. XVIII” (p. 11); también que “al abordar la cuestión nacional es más provechoso empezar con el concepto de la nación (es decir, con el nacionalismo) que con la realidad que representa” (p. 17). Así mismo, aclara por tanto, que el nacionalismo antecede a las naciones, lo que lo lleva a afirmar que “las naciones y los fenómenos asociados con ellas deben analizarse en términos de las condiciones y los requisitos políticos, técnicos, administrativos, económicos y de otro tipo” (p. 18).
En el primer capítulo, titulado La nación como novedad: de la Revolución al Liberalismo, pueden verse dos grandes partes. La primera, como el mismo autor la llama, consiste en una Begriffsgeschichte (HISTORIA DE LOS CONCEPTOS) de los términos nación, tierra, patria, entre otros, para lo cual se vale de una serie  de diccionarios y enciclopedias mediante cuyas definiciones logra brindar al lector una idea de la evolución del término y de sus significados. Una segunda parte está compuesta por su intento de definir la teoría burguesa liberal de la “nación”. Para ello vincula este concepto de nación con el relativo a la economía nacional, cuyo fomento sistemático por el estado –en el marco del siglo XIX europeo- quería decir proteccionismo.
Citando a List (1827) y a otros, caracteriza el concepto liberal de nación diciendo que ésta (la nación) “tenía que ser del tamaño suficiente para formar una unidad de desarrollo que fuese viable” (p. 39), lo que conlleva a una subsecuente jerarquización por tamaños y a una relevancia cada vez mayor del proceso (o, por lo menos su capacidad potencial) de expansión que la nación lleve a cabo.
De esta caracterización, Hobsbawm presenta lo que se podría denominar como los criterios que permitían que un pueblo fuera clasificado firmemente como nación (pp. 46 y ss.); estos son, a saber, la asociación histórica con un estado, la existencia de una antigua élite cultural y la probada capacidad de conquista.
El autor concluye el capítulo exponiendo las justificaciones de la burguesía liberal en lo referente al nuevo concepto de nación. Dos pequeñas citas para ilustrar estos argumentos: “debido a que la nación misma era una novedad desde el punto de vista histórico, era blanco de la oposición de los conservadores y los tradicionalistas y, por consiguiente, atraía a sus adversarios” (p. 49); y “Los argumentos favorables a la nación decían que representaban una etapa en el devenir histórico de la sociedad humana, y los argumentos a favor de la fundación de un estado-nación determinado […] dependían de que pudiera demostrarse que encajaba en el evolución y el progreso históricos o los fomentaba”.
El segundo capítulo, Protonacionalismo popular, se encarga de analizar sistemáticamente algunas de las características de este fenómeno, entre las que se encuentran la cuestión de la lengua nacional, la etnicidad, la religión y la “conciencia de pertenecer o haber pertenecido a una entidad política duradera” (nación histórica). Sobre la primera, Hobsbawm anota que ésta surge tras una construcción de un idioma estandarizado, diferente a la lengua materna, cuyo concepto es literario, mas no existencial. Sobre lo segundo –la etnicidad-, plantea sus tres características: (1) división más horizontal que vertical, (2) la etnicidad visible tiende a ser negativa y (3) la etnicidad negativa no puede entenderse como protonacionalismo. Sobre la religión, más que centrarse en su importancia como marco metafísico de comunión colectiva, recalca la importancia de las imágenes y los rituales vinculados a ella, como un puente entre la población y el estado. Sobre lo último –nación histórica- Hobsbawm sugiere que esta conciencia surge más en un ámbito de elite, que permite a los grupos socioeconómicos dominantes desarrollar su propia identidad en oposición a otros grupos semejantes.
Así, concluye el autor este capítulo afirmando que el protonacionalismo no lleva mecánicamente al desarrollo de un nacionalismo pero que, no obstante, funciona en tanto alista el terreno para su ulterior aparición.
Si en el capítulo anterior se centró más que todo en una visión desde debajo de la “nación”, en el tercer capítulo, La perspectiva gubernamental, su punto de vista es el de los gobernantes. Así pues, plantea una de las cuestiones que aparece en el escenario político y cuya solución debe ser encontrada por los gobernantes. Esta cuestión es la relativa al objetivo de abarcar o tratar de llegar a toda la población desde el centro de poder. En este sentido aparecen dos problemas: (1) Cómo cubrir toda la población y (2) (a) cómo lograr la lealtad al estado y al sistema gobernante y (b) cómo lograr una identificación con ellos.
De esta manera, se desemboca en la problemática que alude a la participación (activa o pasiva) del ciudadano, es decir, del individuo que se hace partícipe de esa nación en construcción. Se plantean varias respuestas en el marco de esa relación ciudadanía-nacionalidad, que se enmarcan también en la relación conciencia de clase (derechos civiles y lucha de clases) y patriotismo (potencial, de estado).
No puede verse este patriotismo de estado como antecedente o causa de la xenofobia popular. Lo que se buscaba con éste era, básicamente, construir y desarrollar patrones de identificación dentro de la población. Así pues, Hobsbawm encara el punto referente al nacionalismo lingüístico, el cual se refería esencialmente “a la lengua de la educación pública y el uso oficial”  (p. 105). Desde esta perspectiva, concluye, puede verse que la lengua nacional surge de una elección política, de un intento por crear medios adecuados que lograran sostener una idea de nación.
El cuarto capítulo, La transformación del nacionalismo, 1870-1918, lo usa Hobsbawm para caracterizar este fenómeno durante ese periodo histórico europeo. Así, menciona sus principales características: (1) Abandono delprincipio del umbral (referente al tamaño del territorio y la población); (2) la etnicidad y la lengua se convierten en criterios centrales y (3) presenta un marcado desplazamiento hacia la derecha política. Al mismo tiempo, en esta fase puede verse el descubrimiento (e invención) de la tradición popular, aunque aún no totalmente vinculada con intenciones nacionalistas. De igual forma, este periodo experimenta la introducción del concepto de raza, como criterio para definir una nación.
Dos fenómenos caracterizan también a este periodo: (1) el aumento en las tasas de migración y (2) la progresiva democratización de la política, que llevó a “la creación del moderno estado administrativo, movilizador de ciudadanos y capaz de influir en ellos” (p. 119). Así pues se desarrolla una doble corriente: por un lado de defensa ante una amenaza externa y, por el otro, una combinación –en el marco interno- de las exigencias sociales y nacionales. Esto conllevaría a una articulación de una conciencia social, una conciencia nacional y una conciencia política, que influiría en el ulterior desarrollo y apogeo del nacionalismo.
Es tras la Primera Guerra Mundial, que se da un fortalecimiento de la economía nacional autárquica. En este marco se desarrolla el capítulo quinto, El apogeo del nacionalismo, 1918-1950. Es precisamente en este periodo en el que aumenta y se fortalece la propaganda nacionalista (a través, por ejemplo, de las competencias deportivas internacionales). Surge el fascismo; pero con éste, su par antagónico, el nacionalismo antifascista. Cada uno de ellos determinado por el desarrollo de la articulación entre conciencia política, conciencia nacional y conciencia social.
El sexto y último capítulo,El nacionalismo en las postrimerías del siglo XX, se desarrolla bajo la premisa de que “hoy día todos los estados son oficialmente nacionales”. En ese sentido, ya desde los primeros párrafos puede advertirse que el problema o la cuestión nacional ha perdido mucha de su fuerza como motor de la historia en estas postrimerías del siglo XX. Para demostrar esto, expone varios ejemplos. Uno de ellos es el desmembramiento de la URSS, cuyas causas se debieron más a dificultades económicas que nacionales.
Al mismo tiempo, pero desde otro enfoque, plantea que el nacionalismo es más un pretexto que una causa profunda; es decir, para el caso del nuevo despertar de la xenofobia y de los fundamentalismos, el nacionalismo juega allí un papel de fachada que esconde tras de sí una “protesta contra el statu quo”, que intenta culpar a “los otros” de las dificultades económicas y políticas por las que atraviesan.
Refiriéndose a la economía nacional, Hobsbawm observa que ésta cada vez es menos nacional (en tanto menos autárquica) y cada vez más internacional (en tanto dependiente de alguna entidad económica mayor). Esto influye también en el carácter de los movimientos separatistas, cuyo fundamento y justificación dependen ahora mucho más de causas internacionales (aceptación, apoyo, etc.) que de causas estrictamente internas. En ese sentido, ya no puede verse el nacionalismo como un plan político mundial ni, reitero, como la fuerza motor de la historia.

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