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FUNDAMENTOS DE LA FE CRISTIANA El objeto de este currículo, una vez estudiada la doctrina de Dios, es llevar al estudiante a la Doctrina del Hombre y sus relaciones con Dios. Los aspectos propiamente antropológicos, desde una perspectiva que combina ciencia y teología, se verán en la materia de antropología en el plan de estudios de Facter. Por eso en general nos limitaremos más bien a dar los rudimentos de la Doctrina del Hombre en una perspectiva teológica integral. 1. Doctrina del hombre Del relato bíblico se desprende que el hombre, término aquí no restringido únicamente al varón, sino utilizado como designación del ser humano en general sin distinción de género, es el punto culminante de la creación de Dios. El pronunciamiento de Dios en cuanto al resultado de su obra de creación se encuentra inserto en el relato del Génesis sobre los orígenes en dos oportunidades el tercer día (Gén. 1:9, 12), una vez en el cuarto (Gén. 1:18), una vez en el quinto (Gén. 1:21), y una vez en el sexto (Gén. 1:25), y es siempre el mismo: “Y Dios consideró que esto era bueno”. Pero únicamente al final del sexto día, cuando ha concluido su obra de creación y ésta se encuentra ya completa, coronada magistralmente con la creación del ser humano (Gén. 1:26-30), éste pronunciamiento se intensifica para indicar que lo hecho, visto en su conjunto, no es solamente bueno, sino: “… muy bueno” (Gén. 1:31). ¿Qué sucedió, entonces, para llegar a lo que vemos hoy y a través de toda la historia humana, que no podría de ningún modo catalogarse ni siquiera en el mejor de los casos como muy bueno? Para responder a ello la tradición reformada distingue tres motivos que subyacen siempre en la revelación bíblica y que moldean toda la teología cristiana. Estos tres motivos son: Creación, Caída y Redención. En relación con el ser humano estos tres motivos podrían traducirse, siguiendo el comentario del Dr, Campbell Morgan al Génesis, con tres palabras claves y equivalentes, en su orden: Generación, Degeneración y Regeneración. 1.1. Generación La creación o generación del ser humano es de tal singularidad en el relato bíblico al contrastarla con la creación de los demás seres de la tierra y del universo en general, que le confiere al hombre una superior y especial dignidad al poseer características únicas o exclusivas no compartidas de ningún modo por el resto de seres relacionados en el relato de la creación. Esta dignidad especial procede del hecho de que el ser humano es el único ser de quien se dice que fue creado a la “imagen y semejanza” del mismo Dios (Gén. 1:26-27), y también el único de quien se afirma que Dios “sopló en su nariz hálito de vida” (Gén. 2:7). No entraremos aquí en la discusión del significado exacto de la expresión “imagen y semejanza”, pues algunos comentaristas distinguen entre ambos términos haciendo precisiones algo especulativas y forzadas sobre cuál sería la imagen y cuál la semejanza de Dios en el ser humano. Los católicos, con base en estas distinciones sostienen, por ejemplo, que cuando el hombre pecó perdió la semejanza, que sería la justicia y santidad original como reflejo de la justicia y santidad divinas, pero retuvo la imagen, que consistiría entonces en las facultades humanas naturales incluidas en la noción de “persona” con las que el ser humano nace y que lo distinguen drásticamente de los demás seres vivos que no poseen personalidad, a diferencia de Dios, del ser humano y de los ángeles (que ameritan tratamiento aparte en la teología). Otros comentaristas, a los cuales optamos por seguir, no hilan tan delgado y prefieren ver la imagen y la semejanza como simples términos intercambiables que reiteran la misma idea, a pesar de que, con posterioridad a la caída, el término “imagen” parece preferirse en el relato bíblico a su complemento “semejanza” (ver Gén. 9:6; 1 Cor. 11:7; St. 3:9, exceptuando únicamente Gén. 5:1), pero no parece que deba interpretarse como si después de la caída la semejanza se hubiera perdido mientras se conservaba la imagen, sino que debe verse como una simple alusión sintética a la expresión “imagen y semejanza” revelada en el Génesis, de donde la imagen incluiría también la semejanza, como es evidente en Génesis 1:27. Antes de enumerar y considerar grosso modo las facultades exclusivas del ser humano, producto de la imagen y semejanza divinas, que lo distinguen de los demás seres vivos, hay que decir que, sin perjuicio de todo lo que el ser humano comparte con ellos, las diferencias entre aquel y estos no son diferencias simplemente cuantitativas o de grado, sino que son cualitativas, es decir de diferente calidad, clase o categoría. En otras palabras, no es simplemente que el ser humano es, por ejemplo, más inteligente que cualquier otro ser vivo (diferencia de grado), sino que su inteligencia es de tan singulares características que no admite ni siquiera comparación con la inteligencia de los animales superiores (diferencia de clase), pues es una inteligencia de un tipo eminentemente diferente y posee rasgos por completo ausentes en los animales superiores. Se consideran, pues, reflejos de la imagen y semejanza de Dios en el ser humano las siguientes facultades humanas: Capacidad de razonar (la razón es algo exclusivo de la inteligencia humana, ausente por completo de los animales superiores) Capacidad para expresar sus pensamientos y elaborar nuevos pensamientos por medio del lenguaje articulado, hablado en primera instancia, pero también escrito. Una conciencia clara y distinta de sí mismo, de su individualidad y de su distinción del entorno en que se encuentra (conciencia del yo). Conciencia moral o capacidad innata para distinguir el bien del mal Libertad. Dentro de este concepto encontramos la capacidad de deliberar, elegir, decidir y responder por sus actos, lo cual nos lleva a las siguientes facultades humanas. Voluntad autodeterminada Capacidad de amar Responsabilidad Espiritualidad. Conocimiento intuitivo y anhelante por la inmortalidad, o más exactamente, por la trascendencia; es decir, la posibilidad de relacionarse con Dios en términos concientemente personales. Dando ya por sentada la doctrina de la Trinidad que revela una pluralidad de tres personas subsistentes en la indivisible unidad esencial de Dios (tema tratado ya en la materia de Teología Básica), la teología también ha visto tradicionalmente reflejada una pluralidad en unidad en la constitución del ser humano, como parte de esa imagen y semejanza divinas que en mayor o menor grado se proyecta en nosotros. Históricamente han existido al respecto dos posturas: 1.1.1. Dicotomía Esta postura distingue dos elementos constitutivos en el ser humano: uno material: el cuerpo; y otro inmaterial al cual podría llamársele indistintamente alma o espíritu. Si bien es cierto que en numerosos pasajes bíblicos, −sobre todo del Antiguo Testamento en donde las distinciones entre ambos términos hebreos son muy vagas y ambiguas−, el término “alma” puede muy bien intercambiarse con “espíritu” sin que implique una diferencia clara entre ellos, como lo señalan acertadamente los creyentes dicótomos, no siempre es así, pues hay pasajes en donde se da a entender una diferencia sustantiva entre ellos que no se puede obviar y son estos pasajes los que brindan apoyo a la postura tricótoma que veremos enseguida. Por otra parte, las objeciones que los cristianos dicótomos plantean a los cristianos tricótomos pueden ser resueltas sin abandonar la tricotomía. Mientras que la dicotomía plantea problemas de más fondo para la comprensión bíblica de la condición humana en toda su dignidad. Es así como, con todo y que la dicotomía reconoce una pluralidad dual (material e inmaterial) en la unidad constitutiva del ser humano y está, por tanto, muy lejos del materialismounidimensional propio de la ciencia y el pensamiento secular moderno; esta dualidad no es análoga o equivalente a la pluralidad divina que se revela en la Trinidad. Y si Dios plasmó en el ser humano su imagen y semejanza sería lógico esperar que esta pluralidad en unidad propia del ser humano sea análoga a la pluralidad en unidad propia de Dios. Además, la postura dicótoma tiene dificultades para precisar entonces en qué se diferencia el ser humano de los animales desde el punto de vista constitutivo, pues éstos también poseen un aspecto material: el cuerpo, y uno inmaterial, el principio vital conocido como ánima o alma (de donde viene la palabra animal). Y no explica entonces por qué se menciona de manera particular y exclusiva a Dios soplando hálito de vida sobre el ser humano únicamente, hecho que no tendría razón de ser o no significaría nada cualitativamente diferente para el hombre si éste consistiera sólo en cuerpo y alma, como los animales. Paradójicamente, la postura dicótoma niega explícitamente espíritu a los animales, pero al no distinguir claramente entre el espíritu, como algo propio del ser humano y ausente en los animales, y el alma como algo común a ambos; se ve ante la disyuntiva de o tener que negarles también el alma a los animales para atribuirla al ser humano con exclusividad, algo que no pueden hacer sin desvirtuar el uso de este término en la Biblia y sin traicionar la misma etimología, desarrollo, uso y significado actual de la palabra alma y de la palabra animal1, o de asignarles un alma que no se diferenciaría cualitativamente en nada del alma humana, de ser alma y espíritu términos bíblicos que pueden ser sistemáticamente intercambiables. 1Aunque hay que reconocer que la etimología castellana de la palabra “alma” hace referencia al latín y no al hebreo que reserva el término hebreo nephesh (traducido como “alma”) no sólo al ser humano, como se afirma también más adelante al abordar el alma en el marco de la tricotomía. Es por eso que, a diferencia de los católico romanos oficialmente dicótomos, los protestantes que suscriben la dicotomía material- inmaterial en el ser humano diferencian a pesar de todo entre alma y espíritu, aunque no afirman que esta diferencia sea sustantiva sino a lo sumo meramente funcional. Es decir que a la parte inmaterial del ser humano sería más adecuado llamarla espíritu cuando se menciona en el contexto de la relación del ser humano con Dios, mientras que se llamaría alma cuando se menciona en el contexto de la relación del ser humano con el mundo en el que se encuentra. Sea como fuere, todos los cristianos (dicótomos o tricótomos) reconocen que el ser humano no es meramente materia o cuerpo físico y que como quiera que se entienda, éste posee un aspecto material (el cuerpo) y uno inmaterial (el alma y/o el espíritu), independiente de que algunos de ellos (dicótomos radicales) no distingan entra alma y espíritu, mientras que otros hagan distinciones apenas funcionales o contextuales entre ambos términos (dicótomos moderados), en contraste con los tricótomos que hacemos distinciones claras y sustantivas entre ambos términos. Por último, los creyentes dicótomos están en mayor peligro que los tricótomos de caer en un dualismo al estilo de la antigüedad griega que veía una oposición irreconciliable entre materia y espíritu, siendo la materia mala y el espíritu bueno, en contravía con la revelación bíblica que considera que toda la creación material de Dios es buena, según lo leíamos repetidamente en el Génesis, ratificado en el libro de Eclesiastés (Ecl. 3:11; 7:29). De hecho, a los señalamientos que los dicótomos dirigen a los tricótomos en el sentido de que la noción de tricotomía es una idea griega introducida artificialmente en el cristianismo por los Padres griegos, −idea si no equivocada, si por lo menos inexacta y que debe ser matizada de una manera menos simplista−, se puede anteponer igualmente la facilidad con la que ideas procedentes del dualismo griego de los gnósticos pueden hallar acogida en contextos dicótomos poco ilustrados. Por eso, ya sea que se suscriba la dicotomía o la tricotomía, siempre debemos recordar que el pensamiento bíblico enfatiza ante todo la unidad del ser humano, de donde la dicotomía o tricotomía pueden a lo sumo distinguir pero nunca separar al ser humano en los elementos constitutivos identificados dentro de cada una de estas posturas. Y en el propósito de expresar la unidad del ser humano hay que decir que la palabra “alma” es la que tal vez posee el sentido más amplio para hacer referencia a esta unidad con mayor frecuencia, siendo así que en muchos casos la mención del alma humana incluye no solo el alma en sí misma en su significado teológico más restringido, sino en un sentido más existencial, abarca también al cuerpo y al espíritu humanos convergiendo juntos en la noción de vida, como puede observarse en multitud de pasajes bíblicos en donde alma es sinónimo de vida humana. 1.1.2. Tricotomía La postura tricótoma que suscribimos distingue tres elementos constitutivos en la unidad del ser humano: uno material: el cuerpo; y otros dos intangibles o inmateriales: el alma y el espíritu. Se apoya para ello, entre otros, en pasajes como Hebreos 4:12: “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón”, pero en especial en 1 Tesalonicenses 5:23: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser espíritu, alma y cuerpo irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Sin perjuicio del hecho de que en otros pasajes el alma y el espíritu humano puedan ser términos intercambiables entre sí, es muy difícil negar que en estos pasajes en particular el alma y el espíritu son realidades distintas que, al decir del apóstol Pablo, convergen ambas, junto con el cuerpo en la constitución unitaria e individual del ser humano. Un principio fundamental de interpretación bíblica es que si dos o más pasajes bíblicos hablan del mismo asunto, pero uno de ellos añade algo adicional y detallado al otro más genérico, vale la añadidura. Por eso es que no se puede argumentar que por el hecho de que en múltiples pasajes bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento el alma y el espíritu humanos no se distingan entre sí de manera clara, entonces cuando esta distinción se hace explícita y clara deban subordinarse los pasajes específicos y claros sobre el tema a los pasajes más generales y ambiguos. La tricotomía es, además, una expresión más fiel y concreta de la “imagen y semejanza” divinas en el ser humano, pues así como Dios es trino, el ser humano es tripartito de manera análoga. Y justifica de paso el que Dios haya soplado sobre el ser humano hálito de vida para otorgarle una vida cualitativamente diferente a la de los demás seres vivos, una vida que no se limita a lo anímico, sino que incluye la espiritualidad procedente del soplo divino traducido en el espíritu humano que perdura más allá de la muerte para volver a Dios en su momento (Ecl. 12:7). Veamos, pues, estos tres componentes del ser humano a vuelo de pájaro: 1.1.2.1. Cuerpo. Llamado en griego soma (de donde vienen palabras como somático) fue formado del polvo de la tierra (Gén. 2:7). Es la parte propiamente material, visible y palpable del ser humano. La extensión física de su ser inmaterial, vehículo de todo lo que el hombre hace hacia fuera en el mundo natural. Se expresa a través de los sentidos. 1.1.2.2. Alma. En griego psiqué (de donde vienen palabras como psicológico, psíquico, etc.). Con ella se alude a la vida natural propiamente,es decir, aquella que es el objeto de estudio de la biología y que abarca tanto al ser humano como a los animales, ambos designados en la Biblia con el término “alma”, como puede deducirse del uso que el Antiguo Testamento hace de la palabra hebrea nephesh (traducida también de manera habitual como “alma”), referida indistintamente a seres humanos y animales. Y sin perjuicio de las diferencias cualitativas entre el alma (vida) humana y el alma de los animales, en cualquier caso es el alma la fuente de donde surgen, y en donde residen y se manifiestan las tres facultades conocidas como mente, emociones y voluntad. 1.1.2.3. Espíritu. El soplo divino en el hombre, que se conoce en el hebreo como ruash y en el griego como pneuma. En ambos casos significa, según el contexto, espíritu o viento, soplo. En el Nuevo Testamento es evidente que la comunión consciente y personal con Dios sólo es posible a través del espíritu, aunque a la postre y en virtud de su unidad, todo el ser del hombre, espíritu, alma y cuerpo, pueda participar de ella. Es el espíritu el que confiere al ser humano sus facultades especiales exclusivas superiores y cualitativamente diferentes a las de los animales, debido a ello englobadas comúnmente con el término “espiritualidad”. Ahora bien, los dicótomos argumentan en contra de la tricotomía planteando dos objeciones básicas a la misma. En primer lugar la Biblia se refiere a aspectos humanos evidentemente inmateriales con términos como “corazón”, “mente”, “voluntad” y “conciencia”, pero el pasaje de Pablo en Tesalonicenses no los incluye, de donde, o el pasaje no es realmente tan exhaustivo o incluyente como se pretende cuando Pablo se refiere a “todo su ser”, o estos términos son hasta cierto punto intercambiables con “alma” y “espíritu”, por lo cual estos últimos también podrían ser igualmente intercambiables y no reflejar una distinción sustantiva entre sí, sino únicamente expresar diferentes matices o facultades de la misma y única realidad inmaterial del ser humano. En segundo lugar, la analogía entre la tricotomía humana y la Trinidad divina en la cual el espíritu humano correspondería al Padre, el alma al Hijo y el cuerpo al Espíritu Santo (en un evidente contrasentido), trasladaría a Dios equivocadas relaciones jerárquicas y de subordinación entre las tres personas de la divinidad al hacer al Padre superior al Hijo por cuanto en la tricotomía popular el espíritu sería superior al alma; a la vez que el Padre y el Hijo serían superiores al Espíritu Santo, por cuanto en la tricotomía popular el espíritu y el alma serían superiores al cuerpo. Como respuesta a la primera objeción debe sostenerse que el apóstol Pablo manifiesta expresamente que su descripción tripartita del ser humano es exhaustiva y completa, pues al mencionar el espíritu, el alma y el cuerpo, previamente ha dicho que estos tres elementos constituyen todo nuestro ser. El pasaje no está transmitiendo la idea de reiteración, a la manera del paralelismo típico del pensamiento y la literatura judía en donde se enfatiza una idea previa repitiéndola enseguida de formas diferentes; sino que transmite la idea de descripción o relación de los elementos o aspectos sustantivos que constituyen el ser del hombre. Por lo tanto, el hecho de que “mente”, “corazón”, “voluntad” y “conciencia” no se mencionen aquí no puede utilizarse como argumento en contra del carácter exhaustivo y completamente incluyente de esta descripción. Entre otras, porque los tricótomos creemos que el alma consta a su vez de mente, emociones y voluntad, así que estas tres facultades inmateriales del ser humano están abarcadas por el término “alma”. Pero el punto es que los dicótomos no pueden hacer inferencias fundadas en presunciones tácitas e implícitas para negar lo que el pasaje afirma de manera expresa y explícita. Por otra parte, es igualmente factible que cuando encontramos pasajes bíblicos que utilizan alma y espíritu como términos intercambiables, la intención del autor sagrado no es hacer descripciones exhaustivas del ser humano como la que hace Pablo, sino reiterar y hacer alusión con indistintos términos afines a la constitución inmaterial del ser humano. Como respuesta a la segunda objeción basta decir que las analogías pueden tener cierta utilidad gráfica para ilustrar, ordenar y comprender algunas ideas difíciles, abstractas y complejas; pero una analogía no hace nunca completa justicia a la realidad que pretende explicar. Por tanto los tricótomos somos conscientes de que no se pueden trasponer arbitrariamente detalles de la analogía utilizada (el ser humano) a la realidad que aquella pretende reflejar (Dios), más allá de la declarada intención que persigue la analogía, que es simplemente señalar en el hombre una característica de su ser que refleja y se asemeja a un aspecto característico del ser de Dios como lo es la Trinidad y no encontrar equivalentes precisos en los elementos de la analogía entre Dios y el hombre. Además, el hecho de concebir al ser humano como una tricotomía no obliga a subordinar o a ver al cuerpo como inferior al alma y/o al espíritu, a no ser que se identifique sistemáticamente al cuerpo con lo que la Biblia llama la carne, identificación que no encuentra sustento bíblico, pues la carne (llamada naturaleza pecaminosa en la NVI) es una tendencia o inclinación al pecado con la que nace el ser humano en su unidad integral (ver el pecado original en el siguiente capítulo) y nada en la Biblia permite afirmar que la carne opere exclusivamente en el cuerpo al punto de poderse identificar con él. Por el contrario, la carne o naturaleza pecaminosa influye negativamente en la totalidad del ser humano, es decir, tanto en su cuerpo como en su alma, e incluso en su espíritu (con minúscula, en alusión directa al espíritu humano individual); siempre en oposición a la influencia positiva del Espíritu (con mayúscula, en alusión directa al Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. Ver Gal. 6:7-8), y no está, por tanto, circunscrita a ninguno de estos tres componentes del ser humano en particular. Quien asocia la carne con el cuerpo exclusivamente está evidentemente influido por el dualismo griego ya mencionado y no entiende que el ser humano es una totalidad o un microcosmos que por conflictivo, dividido y desgarrado internamente que se encuentre (St. 4:1-3), siempre converge en últimas en la unidad centrada del individuo que la Biblia llama corazón2, que es el que tipifica el carácter personal del individuo. En otras palabras cuando un ser humano peca, peca todo él y no sólo su cuerpo, su alma o su espíritu. Y cuando un hombre acierta en la práctica de la virtud, acierta también todo él y no su espíritu únicamente. Por eso útiles y comprensivas analogías como aquella de Justino Mártir que dice: “Como el cuerpo es la casa del alma, así el alma es la casa del espíritu”, deben, de cualquier modo, verse de manera crítica y con beneficio de inventario una vez se han sometido de manera metódica a la revelación bíblica. De igual modo hay que hacerlo con ilustraciones antiguas como la que comparaba el cuerpo a una carroza, el alma a los caballos que tiran de ella y al espíritu con el conductor de la misma, pues si la carroza se desboca puede deberse por igual tanto a su propio impulso, al ímpetu de los caballos, y/o a la impericia o insensatez del conductor indistintamente. La postura tricótoma está recibiendo apoyo incluso de la ciencia, pues la llamada “logoterapia” o “terapia existencial” del psiquiatra judío Víctor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis y considerado el padre de la tercera escuela de psicoanálisis de Viena, después de Freud y Adler brinda sólido soporte a la tricotomía, como se verá en su momento con más detalle en la materiade psicología incluida dentro del programa de estudio. 1.2. Degeneración 2 La concepción del “corazón” propia del romanticismo moderno se ha terminado imponiendo artificialmente a la Biblia, de donde muchos piensan que el corazón hace referencia en la Biblia, en oposición a la razón, a la parte afectiva, emocional o pasional del ser humano, tradicionalmente asociada de manera simbólica (y a veces nefastamente literal) al órgano del corazón. Pero en la Biblia el corazón designa mucho más que los afectos, sentimientos o emociones, incluyéndolos de cualquier modo. En la Biblia el corazón es lo que el psicoanálisis llama el ego de la persona. La caída en pecado de nuestros primeros padres, representantes legítimos de todo el género humano en el Edén, trae como consecuencia la degeneración de la imagen y semejanza de Dios plasmadas en el ser humano. No entraremos aquí a detallar las consecuencias inmediatas de la caída según se lee en el capítulo 3 del Génesis. Baste decir que todas las relaciones del ser humano se vieron negativa y drásticamente afectadas: su relación con Dios, su relación con su prójimo, su relación consigo mismo y su relación con la naturaleza. El deterioro, el antagonismo, el conflicto, el temor, la animosidad, el ansia desbordada de dominio y de poder y el engaño comienzan a marcar y a manchar todas estas relaciones buenas en principio. Sin hablar de la muerte y la condenación eterna a la que el hombre se hace merecedor. Sin embargo, la imagen y semejanza divinas en el hombre no se ha perdido. Sigue presente en todo ser humano al margen de su condición. Aunque esté encubierta, manchada, distorsionada, deformada, malograda, degradada sigue de todos modos presente. El pecado puede, y de hecho lo hace, desfigurar la imagen divina y empañar severamente su brillo, pero no puede destruirla definitivamente. La imagen podrá estropearse gravemente, pero nunca borrarse del todo. El ser humano caído sigue, a pesar de ello, ostentando una dignidad especial. Toda vida humana, aún la más envilecida, es por tanto valiosa y sagrada y no se puede disponer de ella arbitrariamente (Gén. 9:6). No sólo por ser un don divino, sino porque de algún modo ella es en sí misma un reflejo de la vida divina. El valor de los seres humanos, aunque se encuentren caídos en pecado, degenerados; sigue descansando en la gloria misma de Dios. Por eso R. C. Sproul dice: “Si no hay gloria divina, no hay dignidad humana”. Ya se ampliará este punto al abordar la doctrina del pecado. 1.3. Regeneración Dios no desecha al pecador. Podría hacerlo y estaría obrando en plena justicia y en pleno derecho, pero no lo hace así. No lo deja a su propia suerte para que termine con mucha probabilidad envilecido por completo. Por amor, considera que el ser humano no es un caso perdido y se toma el trabajo de regenerar lo degenerado. De hecho “regeneración” es el nombre de una doctrina central del cristianismo asociada a la salvación llevada a cabo por el Señor Jesucristo. Por eso sólo señalamos aquí que esa regeneración únicamente pudo llevarla a cabo Dios mismo, pues ningún ser humano caído está en condiciones de sobreponerse por sí mismo a la influencia perniciosa del pecado fomentado dentro de sí mismo por la carne y exteriormente por Satanás, ni de revertir las consecuencias nefastas que el pecado acarrea sobre el género humano y el universo en general, ni de reparar la grave ofensa que el pecado representa para Dios y su justicia. Sólo Dios pudo hacerlo en la persona de Jesucristo. Por eso este tema será ampliado al abordar la doctrina de la redención que, de manera inevitable y hasta necesaria, se superpone a la doctrina de Cristo ya abordada de manera rápida en la materia Teología Básica y que será ampliada en su momento con mayor detalle y profundidad en la materia de Cristología incluida en el plan de estudios. Cuestionario de repaso 1. Ser que representa el punto culminante de la creación de Dios 2. Motivos que subyacen a lo largo y ancho de la revelación bíblica y moldean toda la teología cristiana 3. Facultades exclusivas del ser humano que lo distinguen cualitativamente de los demás seres vivos 4. Diferentes posturas teológicas que han coexistido a través de la historia acerca de los distintos elementos que constituyen al ser humano 5. Aquello en que están de acuerdo los cristianos dicótomos y tricótomos, sin perjuicio de sus diferencias 6. ¿Cuáles son los términos griegos y/o hebreos para designar el cuerpo, el alma y el espíritu? 7. Elementos que conforman el alma según la postura tricótoma 8. Útiles y comprensivas analogías o comparaciones utilizadas desde la antigüedad cristiana para explicar cómo se relacionan el cuerpo, el alma y el espíritu humanos en el marco de la postura tricótoma. 9. Corriente psicológica actual que brinda apoyo a la postura tricótoma desde el campo de la ciencia.
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