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Fundamentos en la atención al enfermo crítico EL ENFERMO CRÍTICO Y LA UNIDAD DE CUIDADOS INTENSIVOS FUNDAMENTOS EN LA ATENCIÓN AL ENFERMO CRÍTICO tras el uso del balón); y todo ello gracias a la tan famosa como loable colaboración de estudiantes de medicina que se turnaban para insuflar el balón manual de ventilación a los enfermos. Dos años después, C. El inicio de la atención del enfermo crítico puede situarse en la gue- rra de Crimea (1854-1856), gracias a la iniciativa de la enfermera F. Nightingale. Con la finalidad de atender mejor a los enfermos críticos quirúrgicos por causa bélica, agrupó a estos enfermos en determinadas salas, que se caracterizaban por concentrar más recursos que el resto de las salas del hospital y estar atendidas por un grupo de profesionales especialmente preparados. La creación de la primera unidad de cuidados intensivos (UCI) data de 1923, en el Hospital Johns Hopkins (Baltimore, Maryland, EE. UU.), donde se puso en marcha la primera sala de recuperación de enfermos neuroquirúrgicos. También es de resaltar que el incendio acaecido en 1942 en la sala de fiestas Coconut Grove, en las afueras de Boston (Massachusetts, EE. UU.), promovió la habilitación de una sala hospitalaria del Massachusetts General Hospital para atender a 39 víctimas por quemaduras; se creó un banco de sangre y un protocolo para atender a enfermos críticos quemados, y además se diseñó un plan para emergencias extrahospitalarias. Bajo esta influencia, en dicha década se crearon otras unidades en hospitales de referencia americanos. En 1958, P. Safar acuñó el término unidad de cuidados intensivos (UCI). En ese año, el 25% de los hospitales de EE. UU. con más de 300 camas disponían ya de una UCI. La primera UCI en España se creó en 1966, en la Clínica de la Concepción de Madrid, gracias a la iniciativa de C. Jiménez Díaz. El desarrollo de las UCI va paralelo a diversos avances tecnológicos y su aplicación clínica. A finales del siglo xix, H. Dräger (1899) diseñó el primer manorreductor de presión de oxígeno, y el mismo autor, en 1911, desarrolló el primer dispositivo de ventilación a presión positiva intermitente, el Pulmotor, que incorporaba un cilindro de oxígeno o aire comprimido, aplicado al enfermo mediante una mas- carilla nasobucal. En 1950, V. R. Bennett diseñó la primera válvula de demanda de oxígeno capaz de elevar la presión durante la inspiración y caer a cero durante la espiración. En otras palabras, se inventó la ventilación a presión positiva intermitente (VPPI). En los años pos- teriores acaeció la epidemia de poliomielitis, y precisamente el reciente invento de Bennett inspiró a B. Ibsen, quien demostró la efectividad de la VPPI, aplicando la ventilación mediante un balón manual a través de una traqueostomía a enfermos con parálisis bulbar, con un descenso de la mortalidad (el 84% al inicio de la epidemia; el 44% G. Engström (1954) diseñó el primer ventilador mecánico tal como lo conocemos hoy en día. Entre otros hitos técnicos acaecidos en la misma década destacan la aportación del desarrollo de la cirugía extracorpórea, la hipotermia en la cirugía cardíaca y la desfibrilación eléctrica en un paro cardiorrespiratorio. Por otro lado, se realizaron avances históricos tecnológicos relacionados con el desarrollo del cate- terismo venoso central. S. I. Seldinger (1953) desarrolló la técnica de Seldinger, ampliamente usada en la actualidad, en que la colocación de un catéter se realiza a través de un fiador. En 1966, J. Swan y W. Ganz desarrollaron un catéter para ser insertado en la arteria pulmonar, con un globo en su extremo distal que permitía conocer la presión de enclavamiento. Es de resaltar que en 1966, la Academia Nacional de Ciencias y el Consejo Nacional de Investigación de EE. UU. realizaron la primera conferencia sobre reanimación cardiopulmonar (RCP), y 2 años después, P. Safar estableció y protocolizó las bases de la RCP, de posterior aceptación internacional. Un estado crítico es una condición caracterizada por la pérdida aguda de la reserva fisiológica, en la cual la vida no puede sostenerse sin intervenciones terapéuticas invasivas. Así, se considera enfermo crítico aquel que se halla en riesgo vital inmediato o potencial, cuya situa- ción clínica es reversible, y que requiere una asistencia especializada y continuada en un área tecnificada. La población de pacientes críticos puede mostrar una gran variedad de patologías, tanto médicas como quirúrgicas, que requieran ser admitidos en la UCI para su diagnós- tico y monitorización, y/o el soporte orgánico. Por el contrario, los pacientes en etapas finales de enfermedades incurables no suelen ser admitidos en la UCI, excepto que por la necesidad de cuidados paliativos se requieran medidas de cuidados intensivos, o que se prevea su evolución a muerte cerebral y puedan ser considerados potenciales donantes de órganos. Más de 5 millones de pacientes son admitidos anualmente en las UCI de EE. UU. Los cinco motivos de ingreso más frecuentes son, en orden decreciente: insuficiencia respiratoria, atención de la patología quirúrgica compleja postoperatoria, síndrome séptico, trastorno de ENFOQUE HISTÓRICO DE LOS CUIDADOS INTENSIVOS Y SUS AVANCES TECNOLÓGICOS COMPETENCIAS DEL MÉDICO EN LA ATENCIÓN A UN ENFERMO CRÍTICO LA HISTORIA CLÍNICA EN UN ENFERMO CRÍTICO Fundamentos de la práctica médica la cardiopatía isquémica e insuficiencia cardíaca. De los pacientes diagnosticados con sepsis grave o shock séptico, el 51% van a desarrollar insuficiencia renal aguda, el 18% tendrán insuficiencia respiratoria aguda y el 80% desarrollarán una miopatía o una polineuropatía, lo que suele motivar la atención del paciente en la UCI. Aunque los pacientes en la UCI reciben atención para una gran variedad de estados de enfermedad, las principales causas de muerte en la UCI son la disfunción orgánica múltiple, la insuficiencia cardiovascular y la sepsis (segunda causa principal de muerte en la UCI no coronaria). Las tasas de mortalidad general en los pacientes ingresados en la UCI de adultos se sitúan entre el 10% y el 29%, particularmente elevadas en casos de shock séptico con fracaso multiorgánico. En España, la ocupación por enfermos críticos representa el 4,3% de las camas en funcionamiento en los hospitales de agudos, mien- tras que en los países anglosajones alcanza el 10% en los hospitales de alta complejidad. De ese total, el 77% se corresponde con camas ubicadas en UCI, distribuyéndose el resto entre camas en unidades de cuidados coronarios (10%), cuidados intensivos neonatales (11%) y quemados (2%). Se proponen diversos niveles de atención y cuidado a un enfermo crítico: • Nivel III (el más alto), que representa a los pacientes con disfunción de dos o más órganos, que dependen de fármacos y/o dispositivos para soporte hemodinámico, asistencia respiratoria o terapia de reemplazo renal. • Nivel II, que representa a los pacientes que requieren observación frecuente o intervención, incluido el soporte a un órgano, cuidados postoperatorios o los que provienen de niveles más altos de cuida- dos. • Nivel I (el más bajo), que incluye a los pacientes en riesgo de que su condición se deteriore, o que provienen de un nivel más alto de cuidados, o cuyas necesidades de cuidados pueden ser satisfechas en hospitalización convencional con asesoramiento y apoyo del equipo de cuidados críticos. Así entonces, la UCI es una unidad o departamento independiente en el hospital que funciona generalmente como una unidad intermedia (no da altas salvo exitus letalis), que presta servicios a pacientes que proceden de y/o son dados de alta a los servicios clínicos finales, médicos o quirúrgicos, y para cuyo correcto funcionamiento precisa la integración y coordinación con prácticamente la totalidad de las res- tantes unidades del hospital. El abordaje clínico a los enfermos críticos es multidisciplinar,pero suele estar bajo la responsabilidad del espe- cialista en medicina intensiva. La UCI tiene una ubicación geográfica delimitada que concentra al personal asistencial y los recursos técnicos, con una conexión espacial y funcional directa con otros servicios del hospital, como el bloque quirúrgico, urgencias, radiodiagnóstico o gabinetes de exploraciones funcionales centrales (hemodinámica, elec- trofisiología, etc.). Además, la movilización oportuna del equipo de la UCI juega un papel importante para el reconocimiento preciso del deterioro de la condición clínica y la atención a los enfermos agudos en el resto del hospital (extensión del servicio de medicina intensiva con equipos de respuesta rápida). Se ha demostrado que cuando se adoptan protocolos compartidos entre la UCI y otros departamentos del hospital (p. ej., el servicio de urgencias) mejora el rendimien- to y disminuye la mortalidad global hospitalaria de pacientes en estado crítico. Uno de los aspectos inherentes a la medicina intensiva es la utilización de herramientas de gestión clínica, y particularmente indicadores de pronóstico (mortalidad hospitalaria), disfunción orgánica y escalas de intensidad de tratamiento. Tales medidas son útiles para la toma de decisiones clínicas, la estandarización de la investigación y la compara- ción de la calidad de la atención al paciente a través de UCI. Los cuatro sistemas predictivos comúnmente utilizados, en una enfermedad grave sobrevenida, son el Acute Physiologic and Chronic Health Evaluation (APACHE), el Simplified Acute Physiologic Score (SAPS), el Mortality Prediction Model (MPM) y el Sequential Organ Failure Assessment (SOFA). Asimismo, numerosos aspectos de calidad asistencial son evaluados de forma continuada, y en particular diversas medidas des- tinadas a la prevención y control de las infecciones, tromboprofilaxis, control glucémico, nutrición adecuada y tratamientos básicos de las enfermedades. Durante las últimas décadas, numerosos estudios han documentado los beneficios para el cuidado y la evolución de los pacientes críticos cuando los especialistas en cuidados intensivos están dedicados de manera integral a la atención de dichos pacientes. Además del beneficio clínico, la presencia de un médico intensivista dedicado en la UCI ayuda a reducir la estancia del paciente y obtener un uso eficiente de los recursos. Conviene señalar que los costes monetarios de la atención de un enfermo crítico se ha estimado como tres veces los costes de la atención de un paciente de sala general, por lo que la supervisión del rendimiento de la UCI es importante para controlar los costes de hospitalización. La atención a un enfermo crítico requiere conocimientos, habilidades, comportamientos y actitudes. En este ámbito, con el fin de armonizar la formación en medicina intensiva, la European Society of Intensive Care Medicine ha elaborado el documento Competence Based Training programme in Intensive Care medicine for Europe (CoBaTrICE), que agrupa en 12 dominios las 102 competencias relacionadas con la medi- cina intensiva, que abarcan, particularmente, aspectos relacionados con la reanimación y el manejo inicial del enfermo grave, la evaluación y el manejo de la enfermedad, intervenciones terapéuticas y de soporte orgánico, procedimientos prácticos, la atención perioperatoria del enfermo crítico, la atención pediátrica, la atención a pacientes termi- nales, el transporte del enfermo crítico y aspectos relacionados con el profesionalismo. Así, el médico que atienda a un enfermo crítico debería ser compe- tente en el abordaje de las enfermedades que puedan conducir a una situación de amenaza vital, así como diagnosticar y tratar enferme- dades críticas médicas, postoperatorias y traumáticas específicamente referidas: cardiovasculares, respiratorias, neurológicas, renales, gas- trointestinales, hematológicas y oncológicas, endocrinas y obstétri- cas, las cuales se detallan en el resto de secciones de este tratado. Es de particular importancia el manejo del soporte vital avanzado en pacientes adultos, pediatría y traumatología, así como los cuidados posreanimación, sedación y analgesia del paciente; igualmente, el reconocimiento, la evaluación y el tratamiento de las causas, el tipo y la gravedad de la disfunción o el fallo múltiple de órganos, así como el diagnóstico, el control y el tratamiento de las alteraciones agudas del medio interno. Debe conocerse el abordaje diagnóstico y terapéutico del shock (en todos sus tipos, cardiogénico y no cardiogénico), sín- drome coronario agudo, insuficiencia respiratoria aguda, fallo renal agudo, fallo hepático grave, alteraciones graves de la coagulación y toxicología clínica. En la UCI es relevante, asimismo, el conocimiento de los mecanismos de acción de la sepsis, sus efectos sobre los sistemas orgánicos, el uso de antimicrobianos, las resistencias bacterianas y la política antibiótica. Por otro lado, el médico intensivista ha de poseer habilidades técnicas en el manejo de la vía aérea, fibrobroncoscopia, ventilación mecánica, monitorización, cateterización arterial y venosa, desfibrilación y cardio- versión, estimulación cardíaca con marcapasos, asistencias circulatorias y cardiorrespiratorias, ecografía, centesis, drenajes y sondajes, técnicas de reemplazo renal, etc. Finalmente, ha de desempeñar habilidades relacionales que le permitan afrontar situaciones de crisis, comunicar y saber trabajar en equipo. Como norma, se considera que la historia clínica debe ser única y compartida entre los profesionales, centros y niveles asistenciales. En lo relativo al diseño, al contenido mínimo, a las garantías y a los usos de la historia clínica, se atenderá a la autonomía del paciente y a los derechos y obligaciones legales en materia de información y de documentación clínica. Fundamentos en la atención al enfermo crítico Cuando se realiza una historia clínica a un enfermo crítico en la UCI, aparte de los aspectos convencionales, la anamnesis hará hincapié en los siguientes aspectos: • ¿Cuál es la tipología del paciente admitido? Los pacientes quirúr- gicos electivos son generalmente admitidos para su monitorización (vigilancia de aparición de complicaciones) o en espera de reversión de la fisiología perioperatoria anormal. Por contra, los pacientes médicos suelen tener problemas crónicos multisistémicos, que precisan de soporte orgánico. Asimismo, los pacientes intervenidos de urgencia suelen mostrar disfunción orgánica rápidamente pro- gresiva e insuficiencia hemodinámica que requieren esfuerzos de reanimación agresivos. • ¿Cuál es el motivo de consulta (diagnóstico principal)? ¿Qué comorbilidades padece? ¿Qué complicaciones presenta (diagnós- ticos secundarios)? Hay que tener en cuenta que la disfunción crónica de órganos vitales (como la EPOC, fibrosis pulmonar, insuficiencia cardíaca con fracción de eyección disminuida) confiere una menor reserva fisiológica que condiciona un peor pronóstico del enfermo. Además, una estancia prolongada en la UCI es un factor de riesgo de presentar complicaciones rela- cionadas con la asistencia sanitaria que generan más disfunción orgánica. • ¿Qué mantiene al paciente en la UCI? El paciente puede perma- necer por un problema no relacionado con el motivo de consulta original, como dificultad de destete y miopatía. • ¿Qué objetivos fisiológicos y clínicos se han fijado? La evaluación diaria de cada paciente y la comunicación entre los miembros del equipo (p. ej., estableciendo objetivos comunes) permiten la evaluación de los riesgos del paciente y centran la atención en los cambios que pueden ser preocupantes. Respecto al examen físico, además de la evaluación del paciente, debe abarcar el entorno y la tecnología que se le aplica. Así, deberemos también observar: • ¿Se han establecido precauciones de aislamiento de contacto o respiratorio? ¿Qué tipo de monitores o dispositivosestán en la habitación (p. ej., ventilador mecánico, máquina para hemodiá- lisis, balón de contrapulsación intraaórtico)? • ¿El paciente se mueve, está agitado o está en estado de coma? ¿Tiene el paciente dolor? Hay que determinar el nivel de con- ciencia (apertura de ojos, respuesta verbal, respuesta a estímulos dolorosos). • Examinar la cabeza del paciente: ¿están los ojos edematosos, lo que impide su cierre (riesgo de ulceración de la córnea)? ¿Son las pupilas isocóricas y reaccionan a la luz? ¿El paciente tiene un tubo de alimentación? ¿Está el paciente intubado (intubación oral, nasal o traqueal)? Hay que dar un vistazo rápido a la boca para asegurarse de que el tubo endotraqueal no está causando úlcera por presión. • Examinar el cuello: ¿el paciente tiene una traqueostomía o un collar cervical bien ajustado? Hay que determinar si hay crepita- ción en la zona supraclavicular (lo que se asocia con neumotórax). ¿Muestra ingurgitación yugular? ¿Tiene colocada una vía central y el aspecto del punto de inserción está infectado? • Examinar el pecho: ¿muestra apósito o cicatriz de esternotomía o toracotomía? ¿Tiene colocado algún drenaje torácico y muestra salida de líquido o fuga de aire? ¿Se expande el pecho de manera uniforme? ¿Cuál es su mecánica pulmonar? ¿Está el paciente adaptado al ventilador? bilioso)? Palpar y percutir el abdomen en busca de masas y hepa- toesplenomegalia y/o presencia de ascitis. • Examinar el área de la ingle: ¿existen catéteres femorales? ¿Hay cualquier material que rezume a lo largo del catéter urinario desde el meato uretral, o evidencia de infección por hongos en la zona genital o en los pliegues inguinales? ¿Cuál es el débito urinario y las características de la orina? • Examinar las extremidades inferiores: ¿tiene el paciente medias de compresión para la tromboprofilaxis? ¿Hay alguna evidencia de trombosis venosa profunda? ¿Muestra edemas en tobillos? ¿Están los dedos moteados o isquémicos? • Girar al paciente: ¿presenta úlceras por presión? ¿Hay alguna evidencia de infección de piel o tejidos profundos? ¿Se ha colocado una sonda rectal? • Observar el monitor: ¿cuál es la frecuencia respiratoria? ¿Tiene una saturación arterial de oxígeno normal? ¿Cuál es la frecuencia cardíaca? ¿Qué ritmo cardíaco presenta? ¿Cuál es la presión arte- rial? ¿Coincide la presión arterial invasiva con la medida de forma no invasiva? ¿Cuál es la presión venosa central? ¿Cuál es el gasto cardíaco? • Observar el ventilador: ¿qué modalidad ventilatoria está aplicada y qué ajustes tiene? ¿Respira el paciente espontáneamente? ¿Hay respiraciones asincrónicas? • Repasar el funcionamiento de los dispositivos de neuromonitori- zación y aquellos que realizan depuración extrarrenal. Mirar todas las bombas de infusión: ¿qué fármacos están pautados? ¿Están funcionando y a qué ritmo? • Revisar los estudios analíticos que se realizan a pie de cama: gases sanguíneos, glucosa, hematocrito, iones. Consultar el resto de estudios analíticos y microbiológicos. Tras lo anterior, se procede a la interpretación sistemática de datos y a establecer una lista de problemas, al igual que una historia clínica convencional. Se recomienda elaborar un informe de traslado del paciente cuando este se derive desde la UCI a la sala de hospitali- zación. SÍNDROME DE CUIDADOS INTENSIVOS Muchos de los pacientes que han sobrevivido a la UCI muestran un cuadro de deterioro cognitivo, de salud mental y de función física, conocido como síndrome de cuidados intensivos. Se estima una preva- lencia de entre una cuarta parte y la mitad de los pacientes dados de alta de la UCI. Entre los factores de riesgo figuran situaciones clínicas preexistentes (p. ej., trastornos neuromusculares, demencia, enfer- medad psiquiátrica, condiciones comórbidas) y factores específicos de la UCI (p. ej., ventilación mecánica, delirium, sepsis, síndrome de distrés respiratorio agudo). No está claro si factores relacionados con la estancia en la UCI desenmascaran una enfermedad preexistente o si se acelera la enfermedad neuropsicológica preexistente. Los síntomas comunes incluyen debilidad muscular, falta de movilidad, falta de concentración, fatiga, ansiedad y estado de ánimo depresivo. Aunque la recuperación es posible, muchos de los signos y síntomas pueden durar meses o años. • Auscultar los ruidos cardíacos: ¿hay murmullos o evidencia de un roce pericárdico? Auscultar los campos pulmonares en busca de la entrada de aire, crepitaciones y respiración bronquial. • Examinar los brazos: ¿son de igual tamaño o muestran edema unilateral (sugestivo de trombosis de la vena axilar)? ¿El paciente tiene insertado un catéter arterial? Debe mirarse cuidadosamen- te la perfusión de los dedos. • Examinar el abdomen: ¿está distendido, muestra alguna herida y qué aspecto tiene (inflamada, pus)? Y los drenajes: ¿cuál es su débito, características del líquido (seroso, hemático, purulento,
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