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Cazadores de sombras-6

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Este documento es una traducción oficial del foro Eyes Of Angels, por y para 
fans. Ninguna otra traducción de este libro es considerada oficial salvo esta. 
 
Agradecemos la distribución de dicho documento a aquellas regiones en las que 
no es posible su publicación ya sea por motivos relacionados con alguna 
editorial u otros ajenos. 
 
Esperamos que este trabajo realizado con gran esfuerzo por parte de los staffs 
tanto de traducción como de corrección, y de revisión y diseño, sea de vuestro 
agrado y que impulse a aquellos lectores que están adentrándose y que ya están 
dentro del mundo de la lectura. Recuerda apoyar al autor/a de este libro 
comprando el libro en cuanto llegue a tu localidad. 
 
Índice 
 
 
Agradecimientos 
Staff 
Sinopsis 
Prólogo: Caen Como la Lluvia 
Parte I: Llevar a Cabo un Fuego 
1. El Destino de su Copa 
2. Aguantar o Caer 
3. Pajaros a la Montaña 
4. Más que Dorado 
5. Medida de Venganza 
6. Hermana de Plomo y Hermana de 
Acero 
7. Enffrentamiento Nocturno 
8. Fuerza en lo que Queda 
9. Las armas que Portas 
10. Estos Placeres Violentos 
11. Lo Mejor Se Pierde 
12. La Pesadilla Formal 
13. Lleno de Buenas Intenciones 
Parte II: Ese Mundo Al Reves 
14. El Sueño de la Razón 
15. Azufre y Sal 
16. Los Terrores de la Tierra 
17. Holocausto 
18. Por las Aguas de Babilonia 
19. En la Tierra Silenciosa 
20. Las Serpientes del Polvo 
21. Las Llaves de la Muerte y el 
Infierno 
22. Las Cenizas de Nuestros Padres 
23. El Beso de Judas 
24. Llamalo Paz 
Epilogo: La Belleza de Miles de 
Estrellas 
Pasaje de Lady Midnight: Carta 
Adelantos Lady Midnight 
Shadowhunter’s Codex: Capítulo 1 
Shadowhunter’s Codex 
Academy (Simon Lewis Secret 
Project #1) 
Lady Midnight (The Dark Artifices 
#1) 
Sobre la Autora 
 
Agradecimientos 
 
Antes de nada, me gustaría agradecer a las chicas de Dark Guardians por 
cedernos el proyecto. También a @onceshewasgood por la aportación del libro 
en ingles. 
Ha sido un gran detalle y gesto por parte de todas las participantes el uniros a 
colaborar en el proyecto. Muchas no pertenecíais a los staffs y apreciamos que 
vinieseis de otros foros, e incluso probaseis a hacer las pruebas, para ayudar. 
Gracias a las moderadoras, traductoras, correctoras, revisoras finales y a la 
diseñadora del proyecto por la implicación. Todo a sido por, según lo veo, una 
buena causa. 
Gracias a los lectores y lectoras que seguisteis la lectura en el foro y a aquellos y 
aquellas que esperasteis nuestra traducción. Es cierto que han circulado otras 
traducciones y ha sido frustrante. Si la próxima vez se ofrece colaborar en un 
proyecto creo que deberiaís uniros y colaborar en lugar de hacerlo de forma 
individual ya que se puede ahorrar esfuerzo y el libro puede terminarse de 
manera más rápida. Esto lo digo por este libro, sí, pero también por otros libros 
de distintos foros. Las traducciones no son trabajos por los que se reciba 
ganancias monetarias, al contrario. Traducimos y corregimos para llevar las 
lecturas a lugares donde no han llegado, pero a mi parecer el máximo pago que 
deberíamos recibir es la consideración de los lectores y su disfrute por las 
lecturas. 
Ciudad de Fuego Celestial se llevó la mayor parte de nuestra atención y debido 
a eso descuidamos un poco el Codex. Sin embargo, en este libro está incluido 
un nuevo adelanto con un nuevo formato, en el cual podréis ver los distintos 
comentarios de los personajes y la nueva apariencia. En próximos días estará 
disponible la descarga de este libro, tanto en versión pdf como epub. 
Sí, es cierto que con Ciudad de Fuego Celestial terminamos Los Instrumentos 
Mortales, pero eso no significa que se termine Cazadores de Sombras. Cómo 
bien sabréis algunos y algunas hay otras cuatro series más, las cuales haremos 
en Eyes of Angels. 
Sin más que comentar, esperamos veros en Lady Midnight (The Dark Artifices 
#1), Las Crónicas de Simon y el resto de proyectos que tenemos. 
Att: 
Katiliz94 
 
 
Staff 
 
Moderadora de traducción: 
Katiliz94 
 
Traducción: 
Agoss 
Aldara 
Alilamere 
Alisson* 
AngelineHerondale 
Apolineah17 
Auroo_J 
BarrazaFanny 
Danii 
Drys 
Edward Park 
Emi Rose 
Gabbi 
Garazi 
Isellie 
Jane 
Katiliz94 
Kensha 
Key 
Kmi25 
Lizz_Herondale 
Lore Tucholke 
Meghan Fray 
Nanami27 
Nessied 
Sandra289 
Sarah5 
Tami Puig 
VicHerondale 
Whenshewasgood 
Xiime~ 
 
Moderadora de Corrección: 
Pily 
 
Corrección: 
Emi Rose 
Kalibume 
Katiliz94 
Key 
Lucero 
Martha_rg 
Meghan Fray 
Nanami27 
Pily 
YaninaPA
 
Revisión Final: 
Katiliz94 
Meghan Fray 
Nanami27 
Pily 
VicHerondale 
Diseño: 
Nanami27 
 
Sinopsis 
 
ERCHOMAI, HABÍA DICHO SEBASTIAN. 
Estoy de camino. 
La oscuridad vuelve al mundo de los Cazadores de Sombras. Mientras su 
sociedad se está derrumbando a su alrededor, Clary, Jace, Simon y sus amigos 
deben unirse para luchar con el mayor mal que los Nefilim nunca han 
enfrentado: El hermano de Clary. Nada en el mundo puede derrotarle - ¿deben 
viajar a otro mundo para encontrar la oportunidad? Vidas van a perderse, 
sacrificios de amor, y el mundo entero cambiará en el sexto y último libro de la 
saga Cazadores de Sombras. 
 
Sinopsis Alternativa 
En la tan esperada conclusión de la aclamada saga de Cazadores de Sombras, 
Clary y sus amigos luchan contra el mayor mal que nunca han enfrentado: el 
propio hermano de Clary. 
Sebastian Morgenstern está en movimiento, sistemáticamente volviendo a 
Nefilim contra Nefilim. Usando la Copa Oscura, transforma a los Cazadores de 
Sombras en criaturas de pesadilla, rompiendo familias y amantes al mismo 
tiempo que su ejército oscuro crece. 
Los asesiados Cazadores de Sombras se trasladan a Idris -pero ni siquiera las 
famosas torres de demonios de Alicante pueden mantener a Sebastian 
acorralado. Y con los Nefilim atrapados en Idris, ¿quién protegerá al mundo de 
los demonios? 
Cuando una de las mayores traiciones que los Nefilim nunca han conocido se 
revela, Clary, Jace, Isabelle, Simon y Alec deben huir -incluso su viaje les 
conduce a las profundidas del mundo demoníaco, en dónde ningún Cazador de 
Sombras ha puesto un pie antes, y de dónde ningún humano ha vuelto nunca... 
El amor será sacrificado y habrá vidas perdidas en la terrible batalla para el 
destino del mundo. 
 
Prólogo 
Caen Como la Lluvia 
 
Traducido por katiliz94 
Corregido por YaninaPA 
 
Instituto de Los Ángeles, Diciembre de 2007 
El día en que los padres de Emma Carstairs fueron asesinados, el tiempo 
era perfecto. 
Por otro lado el tiempo normalmente era perfecto en Los Ángeles. La 
madre y el padre de Emma la llevaron una clara mañana de invierno al Instituto 
en el acantilado detrás de la Carretera de la Costa del Pacífico, mirando por 
encima el océano azul. El cielo era una despejada extensión azul sin nubes que 
se estiraba desde los acantilados de las Cercas del Pacífico hasta las playas en 
Point Dume. 
Un informe había llegado la noche anterior sobre la actividad demoniaca 
cerca de la playa de las cuevas de Leo Carrillo. Los Carstairs habían sido 
asignados a investigarlo. Más tarde Emma recordaría a su madre metiendo una 
hebra de pelo llevada por el viento en su oreja mientras se ofrecía a dibujar runa 
Intrépida sobre el padre de Emma, y a John Carstairs riendo y diciendo que no 
estaba seguro sobre cómo se sentía sobre las modernas runas. Estaba bien con lo 
que estaba escrito en el Libro Gris, muchas gracias. 
En ese momento, sin embargo, Emma estaba impaciente con sus padres, 
abrazándolos rápidamente antes de apartarse para correr arriba por los 
escalones del Instituto, su mochila rebotando entre sus hombros mientras ellos 
se despedían desde el patio. 
 
A Emma le encantaba eso de ir a entrenar al Instituto. No solo lo hacía su 
mejor amigo, Julian, que vivía ahí, sino que siempre se sentía como si estuviera 
volando en el océano cuando iba dentro.Era una estructura masiva de madera 
y piedras en el extremo de un largo camino de guijarros que serpenteaba a 
través de las colinas. Cada habitación, cada piso, miraba hacia el océano, las 
montañas y el cielo, ondeando extensiones de azul, verde y dorado. El sueño de 
Emma era escalar el tejado con Jules —aunque, hasta el momento habían sido 
frustrado por sus padres— para ver si la vista se estiraba todo el camino hacia 
el desierto en el sur. 
Las puertas delanteras la conocían y le dieron un fácil acceso bajo su 
toque familiar. La entrada y las plantas bajas del Instituto estaban llenas de 
Cazadores de Sombras adultos, caminando de atrás a adelante. Algún tipo de 
reunión, imaginó Emma. Captó la visión del padre de Julian, Andrew 
Blackthorn, el líder del Instituto, en medio de la multitud. Sin querer ser 
frenada por los saludos, corrió por el vestuario en el segundo piso, donde se 
cambió de pantalones y camiseta por ropa de entrenamiento —camiseta 
demasiado grande, pantalones sueltos de algodón, y el artículo más importante: 
el cuchillo colgado sobre sus hombros. 
Cortana: El nombre simplemente significaba “espada corta,” pero no 
significaba corta para Emma. Era de la longitud de su antebrazo, metal 
centelleante, la hoja inscrita con las palabras que nunca fallaban para provocar 
que un temblor bajase por su espina dorsal: Soy Cortana1, del mismo acero y 
temperamento que Joyeuse2 y Durandal3. Su padre le había explicado lo que 
significaba cuando puso la espada por primera vez en sus manos a los diez 
años. 
—Puedes usar esto para entrenar hasta que tengas dieciocho años, 
cuando se convierte en tuya —había dicho John Carstairs, sonriéndole mientras 
los dedos de ella trazaban las palabras—. ¿Entiendes lo que significa? 
 
1 Cortana: Espada hecha por el primer creador de armas para Cazador de Sombras, Wayland 
the Smith, que contiene una pluma del ala del Ángel. Su primer portador notable fue Jonah 
Carstairs, quien la heredó de generación en generación. 
2 Joyeuse: La tradición atribuye que fue la espada personal de Carlomagno. 
3 Durandal: Es la espada de Roland, el paladín de Carlomagno en la serie literaria conocida 
como Materia de Francia. 
 
Ella había sacudido la cabeza. Había entendido “Acero,” pero no 
“temperamento.” “Temperamento” significaba “furia,” algo sobre lo que su 
padre siempre estaba advirtiéndole que debería controlar. ¿Qué tenía que ver 
con un cuchillo? 
—Sabes sobre la familia Wayland —había dicho él—. Fueron creadores 
de armas famosas antes de que las Hermanas de Hierro comenzasen a forjar 
todas las espadas de los Cazadores de Sombras. Wayland el Smith hizo a 
Excalibur y Joyeuse, las espadas de Arthur y Lancelot, y Durendal, la espada 
del héroe Roland. Y también hicieron esta espada, del mismo acero. Todo el 
acero debe ser templado, sujeto por el gran calor, casi lo bastante para derretir o 
destruir el metal, para hacerlo más fuerte. —Él había besado la parte superior 
de su cabeza—. Los Carstairs han llevado esta espada durante generaciones. La 
inscripción nos recuerda que los Cazadores de Sombras somos las armas del 
Ángel. Nos templan en el fuego, y nos hacemos más fuertes. Cuando nosotros 
sufrimos, sobrevivimos. 
Emma difícilmente podría esperar los seis años hasta que tuviera 
dieciocho, cuando podría viajar al mundo para enfrentar a demonios, cuando 
podría ser templada en el fuego. Ahora sujetó la espada a la izquierda del 
vestuario, imaginando como sería. En su imaginación estaba de pie en lo alto de 
los peñascos sobre el mar en Point Dume, ahuyentando a un cuadro de 
demonios Raum con Cortana. Julian estaba con ella, por supuesto, blandiendo 
su arma favorita, la ballesta. 
En la mente de Emma, Jules siempre estaba ahí. Emma le había conocido 
tanto tiempo como podía recordar. Los Blackthorn y los Carstairs siempre 
habían sido cercanos, y Jules era solo unos pocos meses mayor; ella literalmente 
nunca vivió en un mundo sin él en él. Había aprendido a nadar en el océano 
con él cuando ambos habían sido bebés. Habían aprendido a caminar y después 
a correr juntos. Ella había sido llevada en los brazos de los padres de él y 
acorralada por su hermano y hermana mayor cuando se comportaba mal. 
Y solían portarse mal. Pintar al hinchado gato blanco de la familia 
Blackthorn —Oscar— de azul brillante había sido idea de Emma cuando ambos 
tenían siete años. De cualquier forma, Julian había asumido la culpa; solía 
 
hacerlo. Después de todo, había señalado, ella era solo una niña y él el que tenía 
siete años; sus padres olvidarían que estuvieron enfadados con él mucho más 
rápido que los de ella. 
Recordó cuando la madre de él había muerto, justo después del 
nacimiento de Tavvy, y cómo Emma había estado de pie sosteniendo la mano 
de Jules mientras el cuerpo había ardido en el barranco y el humo elevado hasta 
el cielo. Recordó que él había llorado, y recordó pensar que los chicos lloraban 
muy diferente que las chicas, con extraños e irregulares sollozos que sonaban 
como si estuvieran siendo abiertos con ganchos. Tal vez era peor para ellos 
porque se suponía que no lloraban… 
—¡Oof! —Emma se tambaleó hacia atrás; había estado tan perdida en la 
idea que había chocado justo con el padre de Julian, un hombre alto con el 
mismo pelo castaño enmarañado como muchos de sus hijos—. ¡Lo siento, Señor 
Blackthorn! 
Él sonrió. 
—Nunca antes vi a nadie con tanto entusiasmo por ir a dar las lecciones 
—dijo mientras ella corría abajo hacia el salón. 
La sala de entrenamiento era una de las habitaciones favoritas de Emma 
en todo el edificio. Ocupaba casi todo un nivel, y tanto las paredes del Este 
como del Oeste eran de cristal claro. Podías ver el mar azul casi desde cualquier 
lugar desde el que mirases. La curva de la costa era visible de Norte a Sur, la 
infinita agua del Pacífico extendiéndose hacia Hawái. 
En el centro del sumamente pulido suelo de madera permanecía de pie el 
tutor de la familia Blackthorn, una imponente mujer llamada Katerina, 
actualmente comprometida en enseñar a arrojar cuchillos a los gemelos. Livvy 
estaba siguiendo las instrucciones atentamente como siempre hacía, pero Ty 
estaba frunciendo el ceño y reticente. 
Julian, en sus leves ropas sueltas de entrenamiento, estaba yaciendo 
sobre la espalda cerca de la ventana Oeste, hablando a Mark, quien tenía la 
cabeza metida en un libro y estaba haciendo su mejor esfuerzo por ignorar a su 
más joven medio hermano. 
 
—¿No crees que “Mark4” es un tipo de nombre extraño para un Cazador 
de Sombras? —estaba diciendo Julian mientras Emma se aproximaba—. Quiero 
decir, si realmente piensas en ello. Es confuso. “Pon una Marca en mí, Mark.” 
Mark levantó su cabeza rubia del libro que estaba leyendo y miró a su 
hermano pequeño. Julian estaba perezosamente dando vueltas a una estela en 
su mano. La sostenía como un pincel, algo por lo que Emma siempre estaba 
regañándole. Se supone que tienes que sostener una estela como una estela, 
como si fuera una extensión de tu mano, no una herramienta de un artista. 
Mark suspiró dramáticamente. A los dieciséis años era bastante mayor 
que ellos para encontrar todo lo que Emma y Julian hacían tanto irritante como 
ridículo. 
—Si te importa, puedes llamarme por mi nombre completo —dijo él. 
—¿Mark Antony Blackthorn? —Julian arrugó la nariz—. Lleva mucho 
tiempo decirlo. ¿Qué pasa si fuéramos atacados por un demonio? Para el 
momento que estuviese a mitad de camino de decir tu nombre, estarías muerto. 
—¿En esta situación vas a salvarme la vida? —Preguntó Mark—. Sigue 
adelante, ¿no crees, mocoso? 
—Podría ocurrir. —Julian, no complacido al ser llamado mocoso, se 
sentó. Su pelo destacaba en el viento sobre su cabeza. Su hermana mayor, 
Helen, siempre estaba atacándole con cepillos para el pelo, pero eso nunca hacía 
nada bueno. Él tenía el pelo Blackthorn, comosu padre y muchos de sus 
hermanos y hermanas, ondas salvajes, del color del chocolate oscuro. La 
familiar similitud siempre fascinaba a Emma, quien se parecía muy poco a 
alguno de sus padres, a menos que contases el hecho de que su padre era rubio. 
Helen había estado en Idris durante meses hasta ahora con su novia, 
Aline; habían intercambiado anillos de familia y eran “muy serias” sobre la una 
con la otra, de acuerdo con los padres de Emma, lo cual mayormente significaba 
que se miraban entre sí de forma muy sentimental. Emma estaba determinada a 
que si alguna vez se enamoraba, no sería enamoradiza de esa manera. Entendía 
 
4
 Mark en castellano es marca. Julian está usando un juego de palabras para molestar a Mark. 
 
que había cantidad de escándalos sobre el hecho de que tanto Helen como Aline 
fuesen chicas, pero no entendía porque, y a los Blackthorn parecía gustarles 
mucho Aline. Ella era una presencia tranquilizante, y evitaba que Helen se 
preocupara. 
La actual ausencia de Helen no significaba que nadie estuviese para 
cortar el pelo de Jules, y la luz del sol en la habitación volvió las rizadas puntas 
en doradas. Las ventanas a lo largo de la pared del este mostraban el pesado 
movimiento circular de las montañas que separaban el mar del Valle San 
Fernando —secas y polvorientas colinas atestadas con desfiladeros, cactus y 
zarzas. A veces los Cazadores de Sombras iban al exterior a entrenar, y a Emma 
le encantaban esos momentos, le encantaba encontrar los caminos escondidos, 
las cascadas secretas y las lagartijas durmientes que descansaban sobre las rocas 
cercanas a ellas. Julian era experto en la persuasión de lagartijas para atraerlas a 
su palma y dormir ahí mientras les frotaba la cabeza con el pulgar. 
—¡Cuidado! 
Emma se agachó mientras el apuntado cuchillo de madera volaba sobre 
su cabeza y rebotaba contra la ventana, golpeando a Mark en la pierna al 
rebotar. Él echo abajo el libro y se levantó, gruñendo. Mark técnicamente estaba 
en supervisión secundaria, respaldando a Katerina, aunque prefería leer que 
enseñar. 
—Tiberius —dijo Mark—. No me arrojes cuchillos. 
—Fue un accidente. —Livvy se movió para ponerse entre su gemelo y 
Mark. Tiberius era tan oscuro como tan claro lo era Mark, el único de los 
Blackthorn además de Mark y Helen, quienes no contaban mucho, debido a su 
sangre de Subterráneos al no tener el pelo marrón y los ojos verde-azulados que 
eran las características de la familia. Ty tenía el pelo rizado corto, y ojos grises 
del color del metal. 
—No, no lo fue —dijo Ty—. Estaba apuntándote. 
Mark dio una exagerada respiración profunda y deslizó las manos a 
través de su pelo, el cual se quedó levantado en picos. Mark tenía los ojos 
Blackthorn, el color verdín, pero su pelo, como el de Helen, era rubio 
 
blanquecino, como lo había sido el de su madre. El rumor era que la madre de 
Mark había sido una princesa de la Corte Seelie; había tenido una aventura con 
Andrew Blackthorn la cual había producido dos niños, a los cuales ella había 
abandonado en la entrada del Instituto de Los Ángeles una noche antes de 
desaparecer para siempre. 
El padre de Julian había aceptado a sus hijos medio Hadas y los crió 
como Cazadores de Sombras. La sangre de Cazadores de Sombras era 
dominante, y a pesar de que al Concejo no le gustaba, aceptarían a los niños con 
parte de Subterráneos en la Clave tanto como su piel pudiese tolerar las runas. 
Tanto Helen como Mark habían sido runados primero a los diez años, y sus 
pieles soportaron las runas con seguridad, aunque Emma podía decir que ser 
runado hería a Mark más que a cualquier Cazador de Sombras ordinario. Le vió 
doblarse de dolor, a pesar de que intentaba esconderlo, cuando la estela fue 
situada en su piel. Últimamente había estado notando muchas cosas sobre Mark 
—la manera en que la extraña forma de Hada influenciada de su rostro era 
atrayente, y la anchura de sus hombros debajo de las camisetas. No sabía 
porque estaba notando esas cosas, y con exactitud no le gustaba. La hacía 
querer hablar bruscamente a Mark, o esconderse, a menudo al mismo tiempo. 
—Estás mirando —dijo Julian, mirando a Emma sobre las rodillas de sus 
pantalones rociados de las herramientas de entrenamiento. 
Ella recuperó de inmediato la atención. 
—¿A qué? 
—A Mark… de nuevo. —Sonó molesto. 
—¡Cállate! —siseó Emma en voz baja y agarró su estela. Él la tomo de 
regreso, y un forcejeo se produjo. Emma se rió con nerviosismo mientras se 
apartaba de Julian. Había estado entrenando con él mucho tiempo, sabía cada 
movimiento que él haría antes de que lo hiciese. El único problema era que 
estaba inclinada a ser paciente con él. La idea de alguien hiriendo a Julian la 
ponía furiosa, y a veces eso la incluía a sí misma. 
 
—¿Esto es por las abejas en tu habitación? —Estaba exigiendo Mark 
mientras avanzaba hacia Tiberius—. ¡Sabes por qué tuvimos que deshacernos 
de ellas! 
—Imagino que lo hiciste para frustrarme —dijo Ty. Ty era pequeño para 
su edad –diez años– pero tenía el vocabulario y el estilo de uno de dieciocho. Ty 
no decía mentiras normalmente, mayormente porque no entendía porque 
podría necesitarlo. No podía entender por qué algunas de las cosas que hacía 
molestaban o enfadaban a las personas, y encontró su ira tanto incomprensible 
como aterradora, dependiendo de su humor. 
—No es sobre frustrarte, Ty. Simplemente no puedes tener abejas en tu 
habitación… 
—¡Estaba estudiándolas! —explicó Ty, su pálido rostro sonrojándose—. 
Era importante, y eran mis amigas, y sabía lo que estaba haciendo. 
—¿Al igual que sabías lo que estabas haciendo con la serpiente de 
cascabel esa vez? —dijo Mark—. A veces te requisamos cosas porque no 
queremos que te hagas daño; sé que es difícil de entender, Ty, pero te 
queremos. 
 Ty lo miró sin comprender. Sabía lo que “te quiero” significaba, y lo 
sabía bien, pero no entendía porque era una explicación para todo. 
Mark se arrodilló, las manos en las rodillas, manteniendo los ojos al nivel 
de los grises de Ty. 
—Está bien, aquí está lo que vamos a hacer… 
—¡Ja! —Emma se las había arreglado para voltear a Julian sobre su 
espalda y forzar la estela a distancia de él. Él se rió, retorciéndose debajo de ella, 
hasta que ella sujetó su brazo en el suelo. 
—Me rindo, —dijo él—. Me ri… 
Estaba riéndose de ella, y ella de repente fue atacada con la comprensión 
de la sensación de que yacer directamente sobre Jules era en realidad un poco 
extraño, y también del entendimiento de que, como Mark, él tenía una bonita 
 
forma para su cara. Redondeada, juvenil y realmente familiar, pero podía ver a 
través de la cara que él tenía ahora a la cara que él tendría, cuando fuera más 
mayor. 
El sonido del timbre del instituto hizo eco por toda la habitación. Era un 
profundo, dulce y repiqueteante sonido, como las campanas de la iglesia. Desde 
el exterior, el Instituto se veía para los ojos mundanos como las ruinas de un 
antiguo objetivo español. A pesar de que había señales de PROPIEDAD 
PRIVADA y NO ENTRAR pegadas por todos lados, algunas veces las personas 
—normalmente mundanos con una leve dosis de la Visión— se las arreglaban 
para deambular por la puerta delantera de cualquier manera. 
Emma se apartó de Julian y se alisó la ropa. Había parado de reír. Julian 
se levantó, apoyándose sobre las manos, sus ojos curiosos. 
—¿Todo bien? —dijo él. 
—Me golpeé el hombro —mintió ella, y miró a los otros. Livvy estaba 
permitiendo a Katrina mostrarle como sostener el cuchillo, y Ty estaba 
sacudiendo la cabeza hacia Mark. Ty. Ella había sido la única en darle a Tiberius 
ese apodo cuando nació, porque a los dieciocho meses no había sido capaz de 
decir “Tiberius” y en su lugar le había llamado “Ty-Ty.” A veces se preguntaba 
si él lo recordaba. Era extraño, las cosas que preocupaban a Ty y las que no lo 
hacían. No podíaspredecirlas. 
—¿Emma? —Julian se inclinó hacia adelante, y todo pareció explotar 
alrededor de ellos. Hubo un repentino destello enorme de luz, y el mundo al 
exterior de la ventana se volvió dorado blanquecino y rojo, como si el Instituto 
se hubiese quedado atrapado en un incendio. Al mismo tiempo el suelo debajo 
de ellos se balanceó como la cubierta de un barco. Emma se deslizó hacia 
adelante justo cuando un terrible grito se elevó del piso de abajo, un horrible 
grito irreconocible. 
Livvy jadeó y fue por Ty, envolvió los brazos alrededor de él como si 
pudiese rodear y proteger su cuerpo con el suyo. Livvy era una de las muy 
pocas personas a las que a Ty no le molestaba que le tocara; él se puso de pie 
con los ojos amplios, una de las manos metida en la manga de la camisa de su 
 
hermana. Mark se había puesto ya de pie; Katerina estaba pálida bajo sus bucles 
de pelo negro. 
—Vosotros os quedáis aquí —dijo ella a Emma y a Julian, sacando la 
espada de la vaina en su cintura—. Cuidad de los gemelos. Mark, ven conmigo. 
—¡No! —dijo Julian, poniéndose de pie—. Mark... 
—Estaré bien, Jules —dijo Mark con una sonrisa tranquilizadora; ya tenía 
una daga en cada mano. Era bastante rápido con los cuchillos y su puntería era 
infalible—. Quédate con Emma —dijo, asintiendo hacia ambos, y luego se 
desvaneció detrás de Katerina, la puerta de la sala de entrenamiento cerrándose 
detrás de ellos. 
Jules se acercó a Emma, deslizó su mano en la de ella y la ayudó a 
ponerse de pie; ella quería señalarle que estaba bien y que podía valerse por sí 
misma, pero lo dejó pasar. Entendió la necesidad de sentirse como si estuviera 
haciendo algo, cualquier cosa para ayudar. De repente otro grito se levantó de 
la planta baja; ahí estaba el sonido del cristal rompiéndose. Emma se apresuró a 
cruzar la habitación hacia los gemelos; aún eran mortales, como pequeñas 
estatuas. Livvy estaba pálida, Ty se aferraba a su camisa con un apretón de 
muerte. 
—Todo va a estar bien —dijo Jules, poniendo la mano entre los delgados 
omoplatos de su hermano—. Sea lo que sea que sea... 
—No tienes ni idea de lo que es —dijo Ty con voz cortante—. No puedes 
decir que va a estar bien. No lo sabes. 
Entonces hubo otro ruido. Fue un sonido peor que el de un grito. Fue un 
aullido terrible, salvaje y cruel. ¿Hombres lobo? Pensó Emma con asombro, pero 
había escuchado los aullidos de los hombres lobo antes; esto era algo mucho 
más oscuro y cruel. 
Livvy se acurrucó contra el hombro de Ty. El levantó su carita blanca, 
sus ojos siguiendo de Emma para descansar en Julian. 
—Si nos escondemos aquí —dijo Ty—, y lo que sea nos encuentra y hace 
daño a nuestra hermana, entonces será su culpa. 
 
El rostro de Livvy estaba oculto contra Ty; él había hablado en voz baja, 
pero Emma no tenía ninguna duda de que hablaba en serio. Por todo el 
intelecto aterrador de Ty, por toda su extrañeza e indiferencia hacia los demás, 
era inseparable de su gemela. Si Livvy estaba enferma, Ty dormía a los pies de 
su cama; si ella tenía un rasguño, él entraba en pánico, y era lo mismo en la otra 
forma. 
Emma vio las emociones conflictivas que los perseguían a todos a través 
del rostro de Julian —sus ojos buscaron los de ella, y ella asintió 
minuciosamente. La idea de estar en la sala de entrenamiento y esperando que 
lo que fuera que hubiera hecho que el sonido se acercara a ellos, hizo que 
sintiera como si su piel se estuviera despegando de sus huesos. 
Julian cruzó la habitación y regresó con una ballesta y dos dagas. 
—Tienes que soltar a Livvy ahora, Ty —dijo, y después de un momento, 
los gemelos se separaron. Jules tendió a Livvy una daga y le ofreció la otra a 
Tiberius, quien la miró como si fuera un artefacto alienígena—. Ty —dijo Jules, 
dejando caer la mano—. ¿Por qué tenías las abejas en tu habitación? ¿Qué es lo 
que te gusta de ellas? 
Ty no dijo nada. 
—Te gusta la forma en que trabajan juntas, ¿verdad? —dijo Julian—. 
Bueno, ahora tenemos que trabajar juntos. Vamos a llegar hasta la oficina y 
hacer una llamada a la Clave, ¿está bien? Una llamada de emergencia. Entonces 
ellos enviarán refuerzos para protegernos. 
Ty extendió la mano para tomar la daga con un gesto brusco. 
—Eso es lo que habría sugerido yo si Mark y Katerina me hubieran 
escuchado. 
—Él lo habría hecho —dijo Livvy. Había tomado la daga con más 
confianza que Ty, y la sostenía como si supiera lo que estaba haciendo con la 
hoja—. Es lo que él estaba pensando. 
—Vamos a tener que ser muy silencios ahora —dijo Jules—. Vosotros dos 
me vais a seguir hasta la oficina. —Levantó los ojos; su mirada se encontró con 
 
la de Emma—. Emma va a ir a buscar a Tavvy y a Dru y nos encontraremos allí. 
¿De acuerdo? 
El corazón de Emma se abatió y se desplomó como un ave marina. 
Octavius—Tavvy, el único bebé de sólo dos años. Y Dru, de ocho, demasiado 
jóvenes para empezar el entrenamiento físico. Por supuesto que alguien iba a 
tener que ir a por ellos. Y los ojos de Jules se lo estaban pidiendo. 
—Sí —dijo ella—. Eso es exactamente lo que voy a hacer. 
 
 
Cortana estaba atada a la espalda de Emma, un cuchillo de lanzar en su 
mano. Ella pensó que podía sentir el latido del metal pulsando en sus venas 
como un latido del corazón mientras se deslizaba por los pasillos del Instituto, 
de espaldas a la pared. De cuando en cuando el pasillo se abriría fuera hacia las 
ventanas, y la vista del mar azul, las verdes montañas y las pacíficas nubes 
blancas se burlarían de ella. Pensó en sus padres, en algún lugar en la playa, sin 
tener idea de lo que estaba ocurriendo en el Instituto. Deseó que estuvieran ahí, 
y al mismo tiempo estaba contenta de que no lo estuvieran. Por lo menos 
estaban a salvo. 
Ella ahora se encontraba en la parte del Instituto con la que estaba más 
familiarizada: las habitaciones de la familia. Pasó junto al dormitorio vacío de 
Helen, ropa empaquetada y su polvoriento cubrecama. Pasó por la habitación 
de Julian, familiar por un millón de fiestas de pijama, y la de Mark, la puerta 
firmemente cerrada. La habitación de al lado era del Señor Blackthorn, y justo al 
lado de ésta estaba la guardería. Emma tomó un profundo respiro y abrió la 
puerta con el hombro. 
Lo visión que encontraron sus ojos en la pequeña habitación pintada de 
azul los hizo ampliarse. Tavvy estaba en su cuna, sus pequeñas manos 
agarrando las barras, las mejillas rojo brillante de tanto gritar. Drusilla de pie 
frente a la cuna, con una espada —el Ángel sabía dónde la había conseguido— 
aferrada en su mano; estaba apuntada directamente hacia Emma. La mano de 
Dru estaba temblando lo suficiente para que la punta de la espada estuviera 
bailando alrededor; sus trenzas pegadas a ambos lados de su cara regordeta, 
 
pero la mirada en sus ojos Blackthorn tenía una de determinación de acero: No 
te atrevas a tocar a mi hermano. 
—Dru —dijo Emma con tanta suavidad como pudo—. Dru, soy yo. Jules 
me ha enviado por vosotros. 
Dru dejó caer la espada con un repiqueteo y se echó a llorar. Emma la 
pasó y tomó al bebé de la cuna con su brazo libre, sosteniéndolo sobre la cadera. 
Tavvy era pequeño para su edad pero aun así pesaba unas buenas veinticinco 
libras; ella hizo una pequeña mueca mientras él le agarraba el pelo. 
—Memma —dijo. 
—Shush. —Besó la parte superior de su cabeza. Olía a talco de bebé y 
lágrimas—. Dru, agarra mi cinturón, ¿sí? Vamos a la oficina. Allí estaremos a 
salvo. 
Dru agarró del cinturón que sostenía las armas de Emma con sus 
pequeñas manos; ya había parado de llorar. Los Cazadores de Sombras no 
lloraban mucho, incluso cuando tenían ocho años. 
Emma condujo la marcha hacia el vestíbulo. Los sonidos de abajo ahora 
eran peores. Los gritos todavía continuaban, el aullido profundo, los sonidos de 
cristales rompiéndose y de madera agrietándose. Emma avanzó hacia adelante, 
agarrando a Tavvy, murmurando una y otra vez que todo estaba bien, queél 
estarían bien. Y había más ventanas, y el sol brillaba a través de ellas con saña, 
casi cegándola. 
Estaba cegada por el pánico y el sol; era la única explicación para haberse 
equivocado en el siguiente giro. Dio la vuelta por un pasillo, y en lugar de 
encontrarse en el pasillo que esperaba, se encontró de pie en lo alto de la amplia 
escalera que conducía al vestíbulo y las grandes puertas dobles que eran la 
entrada del edificio. 
El vestíbulo estaba lleno de Cazadores de Sombras. Algunos, familiares 
como los Nefilim de la Cónclave de Los Ángeles, de negro, otros de traje rojo. 
Había filas de estatuas, ahora volcadas, en trozos y en polvo en el suelo. El 
 
ventanal que daba al mar había sido destrozado, los cristales rotos y la sangre 
estaba por todas partes. 
 Emma sintió una sacudida de enfermedad en el estómago. En medio del 
vestíbulo había una alta figura escarlata. Era rubio pálido, casi de pelo blanco, y 
su rostro parecía el rostro de Raziel tallado en mármol, solo que carecía por 
completo de misericordia. Sus ojos eran de carbón negro, en una mano llevaba 
una espada sellada con un modelo de estrellas y en la otra, una copa hecha de 
reluciente adamas. 
La visión de la copa desencadenó algo en la mente de Emma. A los 
adultos no les gustaba hablar de política alrededor de los Cazadores de 
Sombras más jóvenes, pero ella sabía que el hijo de Valentine Morgenstern 
había tomado un nombre diferente y jurado venganza contra la Clave. Sabía 
que había hecho una copa que era lo contrario a la Copa del Ángel, que 
convertía a los Cazadores de Sombras en malvadas y demoníacas criaturas. 
Había oído al Señor Blackthorn llamarlos Cazadores de Sombras malvados, los 
Cazadores Oscuros; había dicho que prefería morir antes que ser uno. 
Entonces, ahí estaba él. Jonathan Morgenstern, a quien todo el mundo 
llamaba Sebastian—una figura sacada de un cuento de Hadas, una historia 
contada para asustar a los niños, cobraba vida. El hijo de Valentine. 
Emma puso una mano en la parte trasera de la cabeza de Tavvy, 
presionando su cara contra su hombro. No podía moverse. Se sentía como si 
pesas de plomo se unieran a sus pies. Todos alrededor de Sebastian eran 
Cazadores de Sombras en rojo y negro, y figuras en capas oscuras —¿También 
eran Cazadores de Sombras? No podía decirlo— sus rostros estaban 
escondidos, y ahí estaba Mark, sus manos sosteniéndose detrás de la espalda 
por un Cazador de Sombras vestido de rojo. La daga yacía a sus pies, y había 
sangre en sus ropas de entrenamiento. 
Sebastian levantó una mano y dobló un largo dedo blanco. 
—Traedla —dijo él; hubo un susurro en la multitud, y el Señor 
Blackthorn dio un paso adelante, llevando a Katerina con él. Ella estaba 
asustada, golpeándole con las manos, pero él era demasiado fuerte. Emma 
 
observó con creciente horror como el Señor Blackthorn la empujaba sobre las 
rodillas. 
—Ahora —dijo Sebastian en una voz como la seda—, bebe de la Copa 
Infernal, —y forzó el borde de la copa entre los dientes de Katerina. 
Ahí fue cuando Emma averiguó lo que era el ruidoso aullido que había 
escuchado antes. Katerina intentaba liberarse, pero Sebastian era demasiado 
fuerte; atoró la copa para pasar por los labios de ella, y Emma la vio jadear y 
tragar. Se apartó, y esta vez el Señor Blackthorn se lo permitió; él estaba riendo, 
al igual que Sebastian. Katerina cayó al suelo, su cuerpo en espasmos, y de su 
garganta salió un solo grito —peor que un grito, un aullido de dolor como si su 
alma estuviese siéndole arrebatada del cuerpo. 
Una risa fue alrededor de la habitación; Sebastian sonrió, y había algo 
horrible y hermoso en él, de la forma que había algo horrible y hermoso sobre 
las serpientes venenosas y los grandes tiburones blancos. Emma fue consciente 
de que estaba flanqueado por dos acompañantes: una mujer con un canoso pelo 
castaño, un hacha en sus manos, y una alta figura completamente envuelta en 
una gabardina negra. Ninguna parte de él era visible excepto las oscuras botas 
que mostraban el dobladillo debajo de la gabardina. Solo el peso y la 
respiración le hacían pensar que era un hombre. 
—¿Es este el ultimo Cazador de Sombras aquí? —Preguntó Sebastian. 
—Ahí está el chico, Mark Blackthorn —dijo la mujer de pie a su lado, 
levantando un dedo y señalando a Mark—. Debería ser lo suficientemente 
mayor. 
Sebastian miró a Katerina, quien había parado de espasmear y yació 
tranquila, su pelo negro entrelazado por su rostro. 
—Levántate, hermana Katerina —dijo él—. Ve y tráeme a Mark 
Blackthorn. 
Emma observó, arraigada en el lugar, como Katerina se ponía lentamente 
de pie. Katerina había sido la tutora en el Instituto durante tanto tiempo como 
Emma podía recordar; había sido su profesora cuando Tavvy había nacido, 
 
cuando la madre de Jules había muerto, cuando Emma había comenzado su 
primer entrenamiento físico. Le había enseñado lenguajes, limitar los cortes, 
alivió los arañazos y les dio sus primeras armas; había sido como de la familia, 
y ahora ella avanzaba, con los ojos en blanco, a través del caos del suelo y 
extendía el brazo para sujetar a Mark. 
Dru dio un jadeo, trayendo de golpe a Emma de regreso a la conciencia. 
Emma giró, y situó a Tavvy en los brazos de Dru; Dru se tambaleó un poco y 
entonces se recuperó, cogiendo con fuerza a su hermano bebé. 
—Corre —dijo Emma—. Corre a la oficina. Dile a Julian que estaré ahí. 
Algo de la urgencia en la voz de Emma se comunicó; Drusilla no 
discutió, solo apretó a Tavvy con más fuerza y huyó, sus piececitos desnudos 
sin hacer ruido sobre los suelos de los pasillos. Emma volvió a mirar abajo al 
desenvuelto horror. Katerina estaba detrás de Mark, empujándolo adelante, una 
daga presionada en el espacio entre sus amplios hombros. Él se tambaleó y casi 
tropezó adelante frente a Sebastian; Mark ahora estaba cerca de las escaleras, y 
Emma podía ver que había estado luchando. Había heridas defensivas en sus 
muñecas y manos, cortes en su rostro, y sin duda ahí habría sido el momento 
para las runas de curación. Había sangre por toda su mejilla derecha; Sebastian 
lo miró, los labios curvándose en proclamación. 
—Este no es del todo Nefilim —dijo—. Parte Hada, ¿estoy en lo cierto? 
¿Por qué no fui informado? 
Hubo un murmullo. La mujer de pelo castaño dijo: 
—¿Eso significa que la Copa no funcionará en él, Lord Sebastian? 
—Significa que no lo quiero —dijo Sebastian. 
—Podemos llevarlo al valle de la sal —dijo la mujer de pelo castaño—. O 
a los altos lugares de Edom, y sacrificarlo ahí por el placer de Asmodeus y 
Lilith. 
—No —dijo Sebastian lentamente—. No, no sería sensato, creo, hacer eso 
a alguien con la sangre de la Corte de las Hadas. 
 
Mark le escupió. 
Sebastian lo miró sorprendido. Se giró hacia el padre de Julian. 
—Ven y sujétalo —dijo—. Hiérele si lo deseas. Debería tener solo mucha 
paciencia con tu hijo de media semilla. 
El Señor Blackthorn dio un paso adelante, sosteniendo un sable. La hoja 
estaba ya manchada con sangre. Los ojos de Mark se ampliaron con horror. La 
espada se levantó… 
El cuchillo cayendo dejó la mano de Emma. Voló por el aire, y se enterró 
en el pecho de Sebastian Morgenstern. 
Sebastian tropezó hacia atrás y la espada en la mano del Señor 
Blackthorn cayó a un lado. Los otros estaban sollozando; Mark se precipito a 
ponerse de pie mientras Sebastian miraba la espada en su pecho, el mango 
saliendo de su corazón. Frunció el ceño. 
—Ouch —dijo y liberó el cuchillo. La espada estaba resbaladiza con 
sangre, pero Sebastian parecía sin preocupación por la herida. Lanzó el arma a 
un lado, mirando arriba. Emma sintió esos oscuros y vacíos ojos en ella, como el 
toque de dedos fríos. Le sintió tomar medida de ella, sopesarla y conocerla, y 
descartarla. 
—Es una pena que no vivirás —le dijo a ella—. Vivir para decir a la 
Clave que Lilith me ha fortalecido más allá de toda medida. Tal vez Gloriosa 
terminarácon mi vida. Una misericordia para los Nefilim que no tienen más 
favores que puedan pedir al Cielo, y ninguno de los débiles instrumentos de 
guerras que forjan en su Ciudadela de Adamante pueden herirme ahora. —Se 
giró hacia los otros—. Matad a la chica —exigió, golpeando a su ahora 
sangrienta chaqueta con repugnancia. 
Emma vió a Mark lanzarse hacia las escaleras, intentando llegar a ella 
primero, pero la oscura figura al lado de Sebastian ya había sujetado a Mark y 
estaba atrayéndolo hacia abajo con las manos enguantadas de negro; esos 
brazos fueron alrededor de Mark, le sostuvieron, casi como si estuvieran 
 
protegiéndolo. Mark estaba en puros, y entonces fue perdido de la vista de 
Emma mientras los Cazadores Oscuros subían por las escaleras. 
Emma dio la vuelta y corrió. Había aprendido a correr en las playas de 
California, donde la arena se movía bajo sus pies con cada paso, al continuar en 
un suelo solido mientras era tan rápida como el viento. Se precipitó por el 
pasillo, su pelo volando detrás de ella, saltó un pequeño conjunto de escalones, 
viró a la derecha, y se metió en la oficina. Golpeó la puerta detrás de ella y 
arrojó la cerradura antes de girarse para mirar. 
La oficina era una habitación de gran tamaño, las paredes alineadas con 
libros de referencia. Había otra biblioteca en la planta superior también, pero 
esta era donde el Señor Blackthorn había llevado el Instituto. Había un 
escritorio de caoba, y sobre él dos teléfonos: uno blanco y otro negro. El 
recibidor estaba fuera del gancho del teléfono negro, y Julian estaba 
sosteniendo el mango, gritando por la línea: 
—¡Tenéis que mantener el Portal abierto! ¡Aún no estamos a salvo! ¡Por 
favor…! 
La puerta detrás de Emma tronó e hizo eco mientras los Cazadores 
Oscuros se agolpaban contra ella; Julian miró arriba con alarma, y el recibidor 
cayó de sus dedos mientras vio a Emma. Ella le devolvió la mirada, y la pasó 
hacia donde toda la pared oriental estaba brillando. En el centro había un 
Portal, un agujero de forma rectangular en la pared por la cual Emma podía ver 
formas plateadas girando, un caos de nubes y viento. 
Se tambaleó hacia Julian, y él la cogió por los hombros. Sus dedos 
agarraron su piel con fuerza, como si no pudiese creer que ella estuviese ahí, o 
real. 
—Emma —exhaló, y entonces su voz retomó la velocidad—. Em, ¿dónde 
está Mark? ¿Dónde está mi padre? 
Ella sacudió la cabeza. 
—No pueden… no pude… —tragó—. Es Sebastian Morgenstern —dijo, y 
brincó cuando la puerta tembló de nuevo bajo otro asalto— tenemos que 
 
regresar por ellos… —dijo, girándose, pero la mano de Julian ya estaba 
alrededor de su muñeca. 
—¡El Portal! —Gritó sobre el sonido del viento y el martilleo de la 
puerta—. ¡Va a Idris! ¡La Clave lo abrió! Emma… ¡va a permanecer abierto 
durante otros pocos segundos! 
—¡Pero Mark! —dijo ella, aunque no tenía ni idea de lo que podían hacer, 
como podían luchar por su camino para pasar a los Cazadores Oscuros 
amontonándose en el pasillo, como podían luchar contra Sebastian 
Morgenstern, quien era más poderoso que cualquier Cazador de Sombras 
normal—. Tenemos… 
—¡Emma! —gritó Julian, y entonces la puerta se abrió y los Cazadores 
Oscuros irrumpieron en la habitación. Escuchó a la mujer de pelo castaño gritar 
detrás de ella, algo sobre que los Nefilim arderían, todos arderían en las llamas 
de Edom, arderían, morirían y serían destruidos… 
Julian fue corriendo hacia el Portal, llevando a Emma por una mano; 
después de otra aterrorizada mirada detrás de sí, ella le permitió tirar de ella. Se 
agachó cuando una flecha los pasaba y golpeaba contra una ventana a su 
derecha. Julian la agarró frenéticamente, envolviendo los brazos alrededor de 
ella; ella sintió sus dedos amarrados a la parte trasera de su camisa mientras 
caían dentro del Portal y eran tragados por la tempestad. 
 
 
 
 
 
 
 
 
Parte 1 
Llevar a Cabo un Fuego 
 
Traducido por katiliz94 
Corregido por YaninaPA 
 
Por lo tanto llevaré a cabo un fuego desde el medio de ti, deberá devorarte, y 
llevaré tus cenizas sobre la tierra a la vista de todos los que te observan. Todos 
los que te conocen entre las personas que deberían estar asombrados por ti: 
deberías estar asustado, y nunca deberías estarlo más. 
 
—Ezequiel 28:14 
 
 
 
 
 
 
Capítulo 1 
El destino de su Copa 
 
Traducido por Garazi 
Corregido por YaninaPA 
 
—Imagina algo calmante. La playa de arena de Los Ángeles, arena 
blanca, agua azul estrellándose contra las rocas, pasear por la línea de la 
marea… 
Jace abrió un ojo. 
—Esto suena muy romántico. 
El muchacho que se sentaba frente a él suspiró y se pasó las manos por el 
pelo oscuro. Aunque era un día frío de diciembre, los hombres lobo no sentían 
tanto el tiempo como los humanos, y Jordan tenía su chaqueta y las mangas de 
la camisa enrolladas. Estaban sentados uno frente al otro en un parche de hierba 
en un claro en Central Park, ambos con las piernas cruzadas, las manos sobre 
las rodillas y las palmas hacia arriba. 
Una roca se levantaba cerca de ellos. Se dividía en cantos rodados 
grandes y pequeños, y sobre una de las rocas más grandes se encaramaban Alec 
e Isabelle Lightwood. Mientras Jace alzaba la vista, Isabelle le llamó la atención 
y le hizo un gesto alentador. Alec notando su gesto, le golpeó el hombro. Jace 
podía verlo hablándole a Izzy, probablemente para no romper la concentración 
de Jace. Sonrió para sus adentros —ninguno de ellos realmente tenía una razón 
para estar aquí, pero habían ido de todos modos, "como apoyo moral". Aunque 
Jace sospechaba que tenía más que ver con el hecho de que Alec odiaba estar 
libre en estos días, Isabelle odiaba que su hermano estuviera solo y ambos 
evitaban a sus padres y el Instituto. 
Jordan hizo chasquear los dedos bajo la nariz de Jace. 
 
—¿Estás prestando cualquier atención? 
Jace frunció el ceño. 
—Lo estaba hasta que nos preguntábamos en el territorio de los anuncios 
personales malos. 
—Bueno, ¿qué tipo de cosas te hacen sentir tranquilo y sosegado? 
Jace se quitó las manos de las rodillas —la posición de loto le estaba 
dando calambres en las muñecas— y se apoyó en los brazos. El viento frío hacía 
temblar las pocas hojas muertas que todavía se aferraban a las ramas de los 
árboles. Contra el cielo pálido de invierno, las hojas tenían una sobria elegancia, 
como un boceto de pluma y tinta. 
—Matar demonios —dijo—. Una buena y limpia muerte es muy 
relajante. Las sucias son más molestas, porque tienes que limpiar después. 
—No. —Jordan levantó las manos. Por debajo de las mangas de la 
camisa, los tatuajes que envolvían sus brazos eran visibles. Shaantih, shaantih, 
shaantih. Jace sabía que significaba "la paz sobrepasa todo entendimiento," y se 
suponía que tenías que decir la palabra tres veces cada vez que pronunciaras la 
mantra para calmarte la mente. Pero nada parecía calmar la suya en estos días. 
El fuego en sus venas hacía que su mente corriera también, con pensamientos 
demasiado rápidos, uno tras otro, como la explosión de fuegos artificiales. Los 
sueños eran tan reales y saturados de color como pinturas al óleo. Había 
intentado entrenándose, horas y horas dedicadas a practicar en la habitación, 
sangrando y con moretones y sudor y, una vez, incluso, con dedos rotos. Pero 
no había logrado hacer mucho más que irritar a Alec con las solicitudes de 
runas de curación y, en una ocasión memorable, prendiendo accidentalmente 
fuego a una de las vigas transversales. 
Fue Simon quien había señalado que su compañero de habitación 
meditaba todos los días, y quien había dicho que ese hábito era lo que había 
calmado los ataques incontrolables de ira que a menudo eran parte de la 
transformación de un hombre lobo. Desde allí había sido un salto corto antes de 
que Clary sugiriera que Jace "bien podría intentarlo," y allí estaban, en su 
segunda tanda de sesiones. La primerasesión había terminado con Jace dejando 
 
una marca de fuego en el suelo de madera de Simon y Jordan, por lo que Jordan 
había sugerido que lo llevarán afuera en esta segunda sesión para evitar un 
mayor daño a la propiedad. 
—Matar no —dijo Jordan—. Estamos tratando de hacer que te sientas 
tranquilo. Sangre, muerte, guerra, todas esas no son cosas pacíficas. ¿No hay 
ninguna otra cosa que desees? 
—Armas —dijo Jace—. Me gustan las armas. 
—Estoy empezando a pensar que tenemos una cuestión problemática de 
filosofía personal aquí. 
Jace se inclinó hacia delante, con las palmas sobre la hierba. 
—Soy un guerrero —dijo—. Fui criado como un guerrero. No tenía 
juguetes, tenía armas. Dormí con una espada de madera hasta que tenía cinco 
años. Mis primeros libros fueron demonologías medievales con páginas 
iluminadas. Las primeras canciones que aprendí fueron cantos para desterrar a 
los demonios. Sé lo que me trae la paz, y no son playas de arena o el canto de 
los pájaros en bosques tropicales. Quiero un arma en la mano y una estrategia 
para ganar. 
Jordan le miró desapasionadamente. 
—Así que estás diciendo que lo que te trae paz es la guerra. 
Jace levantó las manos y se puso de pie, quitándose la hierba de sus 
jeans. 
—Ahora lo pillas. —Oyó el crujido de la hierba seca y se volvió, a tiempo 
para ver a Clary pasar a través de un hueco entre dos árboles y emerger en el 
claro, con Simon sólo unos pasos detrás de ella. Clary tenía las manos en los 
bolsillos de atrás y se reía. 
Jace los observó por un momento —había algo en observar a personas 
que no sabían que estaban siendo observadas. Se acordó de la segunda vez que 
había visto a Clary, a través de la sala principal del Java Jones. Ella se había 
estado riendo y hablando con Simon como lo hacía ahora. Recordó el giro poco 
 
familiar de los celos en su pecho, quitándole el aliento, la sensación de 
satisfacción cuando ella había dejado detrás de Simon para venir y hablar con 
él. 
Las cosas cambiaron. Había pasado de ser devorado por los celos de 
Simon a respetarle a regañadientes por su tenacidad y valentía a considerarlo 
realmente un amigo, aunque dudaba que alguna vez lo dijera en voz alta. Jace 
observó mientras Clary lo miraba y le lanzaba un beso, con su pelo rojo 
rebotando en su cola de caballo. Era tan pequeña, delicada, como una muñeca 
había pensado una vez, antes de que haber aprendido lo fuerte que era. 
Ella se dirigió hacia Jace y Jordan, dejando a Simon correteando por el 
suelo rocoso donde estaban sentados Alec e Isabelle y desplomándose al lado 
de Isabelle, quien inmediatamente se inclinó para decirle algo, con la cortina de 
pelo negro ocultándole la cara. 
Clary se detuvo frente a Jace, balanceándose sobre sus talones con una 
sonrisa. 
—¿Cómo va? 
—Jordan quiere que piense en la playa —dijo Jace con tristeza. 
—Es terco —le dijo Clary a Jordan—. Lo que quiere decir es que lo 
aprecia. 
—En realidad, no —dijo Jace. 
Jordan soltó un bufido. 
—Sin mí estaría rebotando por Madison Avenue, disparando chispas por 
todos sus orificios. —Se puso de pie, encogiéndose de hombros en su chaqueta 
verde—. Tu novio está loco —le dijo a Clary. 
—Sí, pero está bueno —dijo Clary—. Así que eso es todo. 
Jordan hizo una mueca, pero tenía buen carácter. 
—Voy a salir —dijo—. He quedado con Maia en el centro. —Le dio un 
saludo burlón y se fue, deslizándose entre los árboles y desapareciendo con la 
 
suavidad silenciosa del lobo que tenía bajo de la piel. Jace lo miró irse. 
Salvadores inverosímiles, pensó. Hacía seis meses no habría creído a nadie que le 
dijera que iba a terminar tomando lecciones de comportamiento con un hombre 
lobo. 
Jordan, Simon y Jace habían entablado una especie de amistad en los 
últimos meses. Jace no podía evitar usar su apartamento como un refugio, lejos 
de las presiones diarias del Instituto, lejos de los recordatorios de que la Clave 
todavía se preparaba para la guerra con Sebastian. 
Erchomai. La palabra pasó por la mente de Jace como el roce de una 
pluma, haciéndole temblar. Vio las alas de un ángel, arrancadas de su cuerpo, 
tendidas en un charco de sangre dorada. 
Estoy en camino. 
 
 
—¿Qué está mal? —dijo Clary; Jace de pronto lucía a un millón de millas 
de distancia. Desde que el fuego celestial había entrado en su cuerpo, tendía a 
ensimismarse más. Tenía la sensación de que era un efecto secundario de 
reprimir sus emociones. Sintió una punzada, Jace, cuando ella lo había 
conocido, había estado tan controlado, con sólo un poco de su verdadero yo 
escapándose a través de las grietas en su armadura personal, como la luz a 
través de las grietas en la pared. Le había costado mucho tiempo romper esas 
defensas. Ahora, sin embargo, el fuego en sus venas le obligaba a volver a 
levantarlas, a morder sus emociones por razones de seguridad. Pero cuando el 
fuego se hubiera ido, ¿sería capaz de desmantelarlas nuevo? 
Él parpadeó, de vuelta por su voz. El sol de invierno estaba alto y frío; le 
agudizaba los huesos de la cara y ponía en relieve las sombras bajo sus ojos. Él 
le tomó la mano con una respiración profunda. 
—Tienes razón —dijo silenciosamente con una voz grave reservada sólo 
para ella—. Eso está ayudando, las lecciones con Jordan. Están ayudando, y lo 
aprecio. 
—Lo sé. —Clary curvó su mano alrededor de su muñeca. Su piel estaba 
caliente bajo sus dedos; parecía estar varios grados más caliente de lo normal 
 
desde su encuentro con Gloriosa. Su corazón aún latía con su familiar ritmo 
constante, pero la sangre que iba a través de sus venas parecía retumbar bajo 
sus dedos, con la energía cinética de un fuego a punto de prender. 
Se puso de puntillas para besarle en la mejilla, pero él se giró y sus labios 
se rozaron. No habían hecho nada más que besarse desde que el incendio había 
comenzado a cantar en su sangre, e incluso eso había sido con cuidado. Jace 
tuvo cuidado ahora, con la boca deslizándose suavemente contra la de ella, con 
su mano agarrándole el hombro. Por un momento estuvieron cuerpo a cuerpo, 
y sintió el repiqueteo y el pulso de su sangre. Se movió para acercarla más, y 
una chispa fuerte y seca pasó entre ellos, como la chispa de electricidad estática. 
Jace interrumpió el beso y dio un paso atrás con una exhalación, antes de 
que Clary pudiera decir nada, un coro de aplausos sarcásticos estalló desde la 
colina cercana. Simon, Isabelle y Alec los saludaron. Jace se inclinó mientras 
Clary retrocedía ligeramente avergonzada, enganchándose los pulgares en el 
cinturón de sus pantalones vaqueros. 
Jace suspiró. 
—¿Nos unimos a nuestros amigos, los molestos mirones? 
—Por desgracia, esa es la única clase de amigos que tenemos. —Clary 
chocó su hombro contra su brazo y se dirigieron hacia las rocas. Simon e 
Isabelle se sentaron uno junto al otro, hablando en voz baja. Alec lo hacía un 
poco aparte, mirando la pantalla de su teléfono con una expresión de intensa 
concentración. 
Jace se tiró al suelo al lado de su parabatai. 
—He oído que si te quedas mirando eso lo suficiente, suena. 
—Le ha estado enviando mensajes de texto a Magnus —dijo Isabelle, 
mirándole con una mirada de desaprobación. 
—No lo he hecho —dijo Alec automáticamente. 
—Sí, lo has hecho —dijo Jace, estirando el cuello para mirar por encima 
del hombro de Alec—. Y le has llamado. Puedo ver las llamadas salientes. 
 
—Es su cumpleaños —dijo Alec, cerrando de un tirón el teléfono. Él 
parecía más pequeño en estos días, casi flaco en su desgastado suéter azul con 
agujeros en los codos y los labios mordidos y agrietados. El corazón de Clary se 
rompía por él. Se había pasado la primera semana después de que Magnus 
había roto con él en una especie de aturdimiento de tristeza e incredulidad. 
Ninguno de ellos realmente lo podía creer. Siempre había pensado que Magnus 
amaba a Alec, de verdad lo amaba, claramente Alec había pensado lo mismo—. 
No quiero quepiense que lo he hecho, que piense que lo he olvidado. 
—Estás suspirando —dijo Jace. 
Alec se encogió de hombros. 
—Mira quien habla. “Oh, la amo. Oh, ella es mi hermana. Oh, por qué, por 
qué, por qué.” 
Jace le tiró un puñado de hojas secas a Alec, haciéndole farfullar. 
Isabelle se reía. 
—Sabes que tiene razón, Jace. 
—Dame tu teléfono —dijo Jace, haciendo caso omiso de Isabelle—. 
Vamos, Alexander. 
—No es asunto tuyo —dijo Alec, sosteniendo el teléfono lejos—. 
Olvídalo, ¿de acuerdo? 
—No comes, no duermes, miras fijamente el teléfono, ¿y se supone que 
debo olvidarlo? —dijo Jace. Había una sorprendente cantidad de agitación en 
su voz; Clary sabía lo mal que había estado porque Alec fuera infeliz, pero no 
estaba segura de que Alec lo supiera. En circunstancias normales Jace habría 
matado, o al menos amenazado, a cualquier persona que lastimara a Alec; pero 
esto era diferente. A Jace le gustaba ganar, pero no podías ganar con un corazón 
roto, ni siquiera con el de otro. Ni siquiera con el de alguien a quien amabas. 
Jace se inclinó y cogió el teléfono de la mano de su parabatai. Alec 
protestó y trató de cogerlo, pero Jace le mantuvo a raya con una mano experta 
 
mientras se desplazaba por los mensajes en el teléfono con la otra—.Magnus, 
solo devuélveme la llamada. Necesito saber que estás bien. —Negó con la cabeza 
—Está bien, no. Simplemente no. —Con un movimiento decisivo, partió 
el teléfono por la mitad. La pantalla se quedó en blanco mientras Jace dejaba 
caer los pedazos al suelo—. No. 
Alec miró los fragmentos dispersos con incredulidad. 
—Me has ROTO el TELÉFONO. 
Jace se encogió de hombros. 
—Los chicos no dejan que otros chicos sigan llamando a otros chicos. 
Bueno, eso sonó mal. Los amigos no dejan que sus amigos sigan llamando y 
colgando a sus ex novios. En serio. Tienes que parar. 
Alec lucía furioso. 
—¿Así que rompiste mi teléfono nuevo? Muchas gracias. 
Jace sonrió serenamente y se recostó en la roca. 
—De nada. 
—Mira el lado bueno —dijo Isabelle—. No vas a poder recibir más textos 
de mamá. Ella me envió un mensaje seis veces hoy. Apagué el teléfono. —Ella 
se palmeó el bolsillo con una mirada significativa. 
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Simon. 
—Reuniones constantes —dijo Isabelle—. Testimonios. La Clave sigue 
queriendo escuchar lo que pasó cuando luchamos contra Sebastian en el Burren. 
Todos hemos tenido que rendir cuentas, como, cincuenta veces. Cómo Jace 
absorbió el fuego celestial de Gloriosa. Descripciones de los Cazadores Oscuros, 
la Copa Infernal, el armamento que utilizaban, las runas que llevaban. Lo que 
llevamos, lo que llevaba Sebastian, lo que todo el mundo llevaba... como sexo 
telefónico pero aburrido. 
Simon hizo un sonido ahogado. 
 
—Lo que creemos que Sebastian quiere —añadió Alec—. Cuando va a 
volver. Lo que va a hacer cuando lo haga. 
Clary apoyó los codos en las rodillas. 
—Siempre es bueno saber que la Clave tiene un plan confiable y bien 
pensado. 
—No quieren creerlo —dijo Jace, mirando al cielo—. Ese es el problema. 
No importa cuántas veces les digamos lo que vimos en el Burren. No importa 
cuántas veces les digamos lo peligrosos que son los Cazadores Oscuros. No 
quieren creer que los Nefilim podrían estar realmente dañados. Esos Cazadores 
de Sombras podrían matar Cazadores de Sombras. 
Clary había estado allí cuando Sebastian había creado los primeros 
Cazadores Oscuros. Había visto el vacío en sus ojos, la furia con la que habían 
luchado. Le aterrorizaba. 
—Ya no son Cazadores de Sombras —añadió en voz baja—. No son 
personas. 
—Es difícil creerlo si no lo has visto —dijo Alec—. Y Sebastian sólo tiene 
algunos. Una pequeña fuerza dispersa, no quieren creer que sean realmente una 
amenaza. O, si es una amenaza, prefieren creer que era más una amenaza para 
nosotros, Nueva York, que para los Cazadores de Sombras en general 
—No están equivocados sobre que si Sebastian se preocupa por algo es 
por Clary —dijo Jace, y Clary sintió un escalofrío en la espalda, una mezcla de 
repugnancia y aprensión—. Él realmente no tiene emociones. No como 
nosotros. Pero, si las tuviera, sería por ella. Y los tiene por Jocelyn. La odia. —
Hizo una pausa, pensativo—. Pero no creo que sea probable que ataque 
directamente aquí. Demasiado... obvio. 
—Espero que le dijeras a la Clave esto —dijo Simon. 
—Alrededor de un millar de veces —dijo Jace—. No creo que tengan en 
particular a mis ideas en una alta estima. 
 
Clary se miró las manos. Había sido destituida por la Clave, al igual que 
el resto de ellos; les había dado respuestas a todas sus preguntas. Aún había 
cosas sobre Sebastian que no les había dicho, que no había contado a nadie. Las 
cosas que le había dicho que quería de ella. 
No había soñado mucho desde que volvieron desde el Burren con las 
venas de Jace llenas de fuego, pero, cuando tenía pesadillas, eran sobre su 
hermano. 
—Es como tratar de luchar contra un fantasma —dijo Jace—. No pueden 
rastrear a Sebastian, no le pueden encontrar, no encuentran los Cazadores de 
Sombras que ha cambiado. 
—Están haciendo lo que pueden —dijo Alec—. Están apuntalando las 
protecciones alrededor de Idris y Alicante. Todas las salas, de hecho. Han 
enviado a decenas de expertos a la isla de Wrangel. 
La isla de Wrangel era la sede de todas las salas del mundo, los conjuros 
que protegían el mundo, e Idris en particular, de los demonios y la invasión 
demoníaca. La red de salas no eran perfectas, y los demonios se deslizaba a 
través a veces de ellas de todos modos, pero Clary sólo podía imaginar lo mal 
que la situación sería si no existieran las salas. 
—Oí a mamá decir que los brujos del Laberinto en Espiral han estado 
buscando una manera de revertir los efectos de la Copa Infernal —dijo 
Isabelle—. Sería más fácil si tuvieran cuerpos para estudiar por supuesto... 
Se interrumpió, y Clary sabía por qué. Los cuerpos de los Cazadores 
Oscuros que murieron en el Burren habían sido traídos de vuelta a Ciudad de 
Hueso para que los Hermanos Silenciosos los examinaran. Los Hermanos 
nunca habían tenido la oportunidad. Durante la noche los cuerpos se habían 
podrido hasta ser el equivalente a cadáveres de hace una década. No había 
habido nada que hacer sino quemar los restos. 
Isabelle encontró su voz de nuevo: 
—Y las Hermanas de Hierro están produciendo armas. Estamos 
recibiendo miles de cuchillos serafines, espadas, chakhrams, todo... forjado con 
 
fuego celestial. —Miró a Jace. En los días inmediatamente posteriores a la 
batalla en el Burren, cuando el fuego se había desatado a través de las venas de 
Jace con violencia suficiente para hacer gritarle por el dolor a veces, los 
Hermanos Silenciosos le había examinado una y otra vez, habían probado con 
hielo y fuego, con metal bendito y hierro frío, tratando de ver si había alguna 
manera de sacarle el fuego, de contenerlo. 
No habían encontrado ninguna. El fuego de Gloriosa, después de haber 
sido capturado una vez en una hoja, no parecía tener prisa para habitar otra, o 
incluso para abandonar el cuerpo de Jace hacia cualquier tipo de objeto. El 
Hermano Zachariah le había dicho a Clary que en los primeros días de los 
Cazadores de Sombras, los Nefilim habían tratado de capturar el fuego celestial 
en un arma, algo que pudiera ser empuñado contra los demonios. Nunca lo 
había conseguido y, finalmente, los cuchillos serafín se habían vuelto sus armas 
preferidas. Al final, otra vez, los Hermanos Silenciosos se habían rendido. El 
fuego de Gloriosa se acurrucó en las venas de Jace como una serpiente, y lo 
mejor que podían esperar era controlarlo para que no lo destruyera. 
El fuerte pitido de un mensaje de texto sonó; Isabelle había encendió su 
teléfono otra vez. 
—Mamá dice que volvamos al Instituto ahora —dijo—. Hay alguna 
reunión. Tenemos que estar en ella. —Se levantó, sacudiéndose la suciedad del 
vestido—. Te invitaría —le dijo a Simon—,pero, ya sabes, prohibido por ser un 
no-muerto y todo. 
—Ya recordaba eso —dijo Simon, poniéndose de pie. Clary gateó y 
tendió una mano hacia Jace. Él la tomó y se puso de pie. 
—Simon y yo nos vamos de compras navideñas —dijo—. Y ninguno de 
vosotros puede venir, porque tenemos que conseguir vuestros regalos. 
Alec lucía horrorizado. 
—Oh, Dios. ¿Eso significa que tengo que conseguirles regalos? 
Clary negó con la cabeza. 
 
—¿No celebran los Cazadores de Sombras… ya sabes, la Navidad? —
Recordó de pronto la angustiante cena de Acción de Gracias en casa de Luke 
donde Jace, al pedirle que cortara el pavo, había cortado el ave con una espada 
hasta que no había quedado nada más que pequeños copos de pavo. ¿Tal vez 
no? 
—Intercambiamos regalos, honramos el cambio de las estaciones —dijo 
Isabelle—. Solía haber una fiesta de invierno del Ángel. Se celebraba el día en 
que los Instrumentos Mortales fueron entregados a Jonathan Shadowhunter. 
Sin embargo, creo que los Cazadores de Sombras se enfadaron con quedar fuera 
de todas las fiestas mundanas, por lo que una gran cantidad de Institutos tienen 
fiestas de Navidad. El de Londres es famoso. —Se encogió de hombros—. 
Simplemente no creo que vayamos a hacerlo… este año. 
—Oh. —Clary sentía horrible. Por supuesto que no querían celebrar la 
Navidad después de perder a Max—. Bueno, dejadnos compraros regalos, por 
lo menos. No tiene porqué ser una fiesta, ni nada de eso. 
—Exactamente. —Simon alzó los brazos—. Tengo que comprar regalos 
de Hanukkah. Es el mandato de la ley judía. El Dios de los Judíos es un Dios 
enfadado. Y muy orientado a los regalos. 
Clary le sonrió. Le resultaba más fácil y más fácil de decir la palabra 
"Dios" en estos días. 
Jace suspiró y besó a Clary —un rápido roce de despedida de sus labios 
contra su sien, pero la hizo temblar. No ser capaz de tocar o besar a Jace 
correctamente comenzaba a hacerla saltar. Le había prometido que nunca 
tendría importancia, que lo amaría aunque nunca pudieran tocarse de nuevo, 
pero lo odiaba de todos modos, odiaba perder la tranquilidad de la forma en 
que siempre habían encajado físicamente. 
—Hasta luego —dijo Jace—. Voy a volver con Alec e Izzy. 
—No, no lo harás —dijo Isabelle inesperadamente—. Has roto el teléfono 
de Alec. Por supuesto, todos hemos estado queriendo hacer esto desde hace 
semanas. 
 
—ISABELLE —dijo Alec. 
—Pero el hecho es que eres su parabatai, y eres el único que no ha ido a 
ver a Magnus. Ve a hablar con él. 
—¿Y decirle qué? —dijo Jace—. No puedes hablar con alguien para que 
no rompa contigo… O tal vez puedes —se apresuró a añadir, al ver la expresión 
de Alec—. ¿Quién puede decirlo? Voy a darle una oportunidad. 
—Gracias. —Alec dio una palmada en el hombro a Jace—. He oído que 
puedes ser encantador cuando quieras. 
—He escuchado lo mismo —dijo Jace, rompiendo a correr hacia atrás. 
Era gracioso incluso haciendo eso, pensó Clary pensó sombríamente. Y sexy. 
Definitivamente sexy. Levantó la mano en un adiós a medias. 
—Hasta luego —gritó. Si no estoy muerta de la frustración para entonces. 
 
 
Los Fray nunca habían sido una familia especialmente religiosa, pero 
Clary amaba la Quinta Avenida en época navideña. El aire olía a castañas 
asadas dulces y los escaparates brillaban en color plata y azul, verde y rojo. Este 
año había copos de nieve cristalinos, redondos y gordos unidos a cada farola, 
devolviendo la luz del sol de invierno con rayos de oro. Por no mencionar el 
enorme árbol en el edificio Rockefeller Center. Arrojaba su sombra sobre ellos 
cuando ella y Simon pasaron por la puerta al lado de la pista de patinaje, 
viendo a los turistas caerse cuando trataban de patinar por el hielo. 
Clary tenía un chocolate caliente en sus manos, con la calidez 
extendiéndose por su cuerpo. Se sentía casi normal —esto, ir a la Quinta para 
ver los escaparates y el árbol, había sido una tradición de invierno para ella y 
Simon desde que podía recordar. 
—Como en los viejos tiempos, ¿no? —dijo él, haciéndose eco de sus 
pensamientos mientras apoyaba la barbilla sobre sus brazos cruzados. 
Ella se arriesgó a echarle una mirada de reojo. Llevaba un abrigo negro y 
una bufanda que hacía hincapié en la palidez de su piel. Sus ojos estaban 
 
ensombrecidos, lo que indicaba que no se había alimentado recientemente. Se 
veía como lo que era: un hambriento vampiro cansado. 
Bueno, pensó. Casi como en los viejos tiempos. 
—Más gente para la que comprar regalos —dijo ella—. Además de la 
siempre traumática pregunta de “¿qué comprarle a alguien para la primera 
Navidad desde que han comenzado a salir?” 
—¿Qué comprar al Cazador de Sombras que lo tiene todo? —dijo Simon 
con una sonrisa. 
 —A Jace le gustan sobre todo las armas —dijo Clary—. Le gustan los 
libros, pero tienen una enorme biblioteca en el Instituto. Le gusta la música 
clásica… —Ella se iluminó. Simon era músico; a pesar de que su banda fuera 
terrible y siempre estuviera cambiando de nombre, ahora eran Suflé Letal, él 
tenía práctica—. ¿Qué le darías a alguien al que le gusta tocar el piano? 
—Un piano. 
—Simon. 
—¿Un metrónomo realmente enorme que también funcione como arma? 
Clary suspiró, exasperada. 
—Partituras. Rachmaninoff es algo difícil, pero le gustan los desafíos. 
—Buena idea. Voy a ver si hay una tienda de música por aquí. —Clary, 
con su chocolate caliente terminado, arrojó la taza en un bote de basura cercano 
y sacó su teléfono—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué le vas a comprar a Isabelle? 
—No tengo la menor idea —dijo Simon. Habían comenzado a ir 
dirección a la avenida, donde un flujo constante de peatones sorprendidos 
frente a las ventanas obstruía las calles. 
—Oh, vamos. Isabelle es fácil. 
—Es de mi novia de quien estás hablando. —Las cejas de Simon se 
juntaron—. Creo. No estoy seguro. No hemos hablado de ello. La relación, 
quiero decir. 
 
—Realmente tienes que DLR5, Simon. 
—¿Qué? 
—Definir la relación. Lo que es, a dónde va. ¿Sois novio y novia, estais 
divirtiéndoos, "es complicado", o qué? ¿Cuándo vais a decírselo a sus padres? 
¿Puedes ver a otras personas? 
Simon se puso pálido. 
—¿Qué? ¿En serio? 
—En serio. Mientras tanto ¡perfume! —Clary agarró a Simon por la parte 
trasera de su chaqueta y lo arrastró a una tienda de cosméticos. Era enorme, con 
hileras de relucientes botellas por todas partes—. Y algo inusual —dijo, 
dirigiéndose a la zona de las fragancias—. Isabelle no va a querer oler como 
todos los demás. Va a querer oler como higos, o lavanda… 
—¿Higos? ¿Los higos tienen olor? —Simon lucía horrorizado; Clary 
estaba a punto de reírse de él cuando su teléfono sonó. Era su madre. 
¿DÓNDE ESTÁS? 
Clary puso los ojos y envió un mensaje de vuelta. Jocelyn todavía se 
ponía nervioso cuando pensaba que Clary había salido con Jace. A pesar de 
que, como había señalado Clary, Jace era probablemente el novio más seguro 
del mundo desde que tenían prácticamente prohibido: (1) enfadarse, (2) hacer 
avances sexuales y (3) hacer cualquier cosa que pudiera producir una descarga 
de adrenalina. 
Por otra parte, había sido poseído; ella y su madre se habían visto 
mientras se quedaba de pie y dejaba que Sebastian amenazara a Luke. Clary 
todavía no había hablado de todo lo que había visto en el apartamento que 
había compartido con Jace y Sebastian por ese breve tiempo fuera del tiempo, 
una mezcla de sueño y pesadilla. Nunca le había dicho a su madre que Jace 
había matado a alguien; había cosas que Jocelyn no necesitaba saber, cosas a las 
que Clary misma no quería enfrentarse. 
 
5
 DLR: Siglas para Definir La Relación. 
 
—Hay tantas cosas en esta tienda que me imagino que Magnus quiere —
dijo Simon, cogiendo una botella de cristal que hacía brillar el cuerpo con algún 
tipo de aceite—. ¿Va en contra de algún tipo de regla comprarle regalos para 
alguien que rompió con tu amigo? 
—Supongoque depende. ¿Es Magnus tu amigo más cercano, o Alec? 
—Alec se acuerda de mi nombre —dijo Simon, y bajó la botella—. Y me 
siento mal por él. Entiendo por qué lo hizo Magnus, pero Alec está destrozado. 
Siento que si alguien te ama debe perdonarte si estás realmente arrepentido. 
—Creo que depende de lo que hicieras —dijo Clary—. No me refiero a 
Alec, solo quiero decir en general. Estoy segura de que Isabelle te perdonaría 
cualquier cosa —se apresuró a añadir. 
Simon lucía dudoso. 
—No te muevas —anunció ella, blandiendo una botella cerca de su 
cabeza—. En tres minutos voy a olerte el cuello. 
—Bueno, nunca lo haría —dijo Simon—. Voy a decirte que has esperado 
mucho tiempo para hacer tu movimiento, Fray. 
Clary no se molestó con una réplica inteligente; todavía estaba pensando 
en lo que Simon había dicho acerca del perdón, y recordando a alguien más, la 
voz, cara y ojos de otra persona. Sebastian sentado frente a ella en una mesa en 
París. ¿Crees que puedas perdonarme? Quiero decir si crees que el perdón es posible 
para alguien como yo. 
—Hay cosas que nunca se pueden perdonar —dijo—. Nunca podré 
perdonar a Sebastian 
—No lo amas. 
—No, pero es mi hermano. Si las cosas fueran diferentes… —Pero no lo 
son. Clary abandonó el pensamiento, y se inclinó para inhalar—. Hueles como a 
higos y albaricoques. 
—¿De verdad crees que Isabelle quiere oler como un plato de frutas 
secas? 
 
—Puede que no. —Clary cogió otra botella—. Entonces, ¿qué vas a 
hacer? 
—¿Cuándo? 
Clary alzó la vista para hacer la pregunta de cómo un nardo era diferente 
de una rosa regular, para vio a Simon mirándola con asombro en sus ojos 
marrones. Ella dijo: 
—Bueno, no puedes vivir con Jordan para siempre, ¿no? Hay 
universidad... 
—Tú no vas a ir a la universidad —dijo él. 
—No, pero soy una Cazadora de Sombras. Seguimos estudiando después 
de los dieciocho, somos destinados a otros Institutos, esa es nuestra 
universidad. 
—No me gusta la idea de que desaparezcas. —Él se metió las manos en 
los bolsillos de su abrigo—. No puedo ir a la universidad —dijo—. Mi madre no 
va a pagar por ello, y no puedo sacar préstamos estudiantiles. Estoy legalmente 
muerto. Y, además, ¿cuánto tiempo tardarán todos en notar que envejecen pero 
yo no? Los adultos de la universidad no lucen de dieciséis, no sé si lo has 
notado. 
Clary dejó la botella. 
—Simon... 
—Tal vez debería comprarle algo a mi mamá —dijo él con amargura—. 
¿Qué diga “Gracias por echarme de casa y fingir que morí”? 
—¿Orquídeas? 
Pero el estado de ánimo de broma de Simon se había ido. 
—Tal vez no es como en los viejos tiempos —dijo—. Yo te habría 
comprado lápices, generalmente, materiales de arte, pero ya no dibujas, 
¿verdad? ¿Excepto con tu estela? Tú no dibujas y yo no respiro. No como el año 
pasado. 
 
—Tal vez deberías hablar con Raphael —dijo Clary. 
—¿Raphael? 
—Él sabe cómo viven los vampiros —dijo Clary—. Cómo se hacen vidas, 
cómo hacen dinero, cómo consiguen apartamentos, él sabe esas cosas. Podría 
ayudar. 
—Podría, pero no lo hará —dijo Simon, con el ceño fruncido—. No he 
oído nada del Dumort desde que Maureen tomó el relevo de Camille. Sé que 
Raphael es su segundo al mando. Estoy bastante seguro de que todavía cree que 
tengo la marca de Caín; de lo contrario, ya habría enviado a alguien detrás de 
mí. Cuestión de tiempo. 
—No. Saben que no deben molestarte. Sería una guerra con la Clave. El 
Instituto ha sido muy claro —dijo Clary—. Estás protegido. 
—Clary —dijo Simon—. Ninguno de nosotros está protegido. 
Antes de que Clary pudiera contestar, oyó que alguien la llamaba por su 
nombre, completamente desconcertada, miró y vio a su madre empujando a 
través de una multitud de compradores. A través de la ventana podía ver a 
Luke, esperando afuera, en la acera. Parecía fuera de lugar con su camisa de 
franela entre los elegantes neoyorquinos. 
Saliendo de la multitud, Jocelyn llegó para ellos y echó los brazos 
alrededor de Clary. Clary miró por encima del hombro de su madre, 
desconcertada, a Simon. Él se encogió de hombros. Jocelyn finalmente la soltó y 
dio un paso atrás. 
—Estaba tan preocupado de que te hubiera sucedido algo… 
—¿En Sephora? —dijo Clary. 
Jocelyn frunció el ceño. 
—¿No has oído? Creía que Jace ya te habría enviado un mensaje de texto. 
Clary sintió un frío repentino pasarle por las venas, como si se hubiera 
tragado agua helada. 
 
—No. ¿Qué está pasando? 
—Lo siento, Simon —dijo Jocelyn—. Pero Clary y yo tenemos que ir al 
Instituto de inmediato. 
 
 
La casa de Magnus no había cambiado mucho desde la primera vez que 
Jace había estado allí. La misma pequeña entrada y una sola bombilla amarilla. 
Jace utilizó una runa de abrir para entrar por la puerta principal, subió las 
escaleras de dos en dos y tocó la campana del apartamento de Magnus. Más 
seguro que usar otra runa, pensó. Después de todo, Magnus podría estar jugando 
a videojuegos desnudo o, realmente, hacer prácticamente cualquier cosa. 
¿Quién sabía lo que los brujos hacían en su tiempo libre? 
Jace tocó de nuevo, esta vez apoyándose firmemente en el timbre de la 
puerta. Otros dos zumbidos largos y Magnus finalmente abrió la puerta, 
luciendo furioso. Llevaba una bata de seda negra sobre una camisa blanca y 
pantalones de tweed. Sus pies estaban desnudos, su pelo oscuro enredado y allí 
había una sombra de barba en su mandíbula. 
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió. 
—Vaya, vaya —dijo Jace—. Qué poco acogedor. 
—Eso es porque no eres bienvenido. 
Jace enarcó una ceja. 
—Pensé que éramos amigos. 
—No. Eres amigo de Alec. Alec era mi novio, así que tenía que 
aguantarte. Pero ahora él no es mi novio, así que no tengo que hacerlo. No es 
que alguno de vosotros no parezca darse cuenta de ello. Debes ser, qué ¿el 
cuarto?, de vosotros que me molesta. —Magnus contó con los dedos largos—. 
Clary. Isabelle. Simon… 
—¿Simon vino? 
—Pareces sorprendido. 
 
—No creo que él invirtiera en tu relación con Alec. 
—No tengo una relación con Alec —dijo Magnus rotundamente, pero 
Jace ya había pasado más allá de él y estaba en su sala de estar, mirando a su 
alrededor con curiosidad. 
Una de las cosas que siempre le habían gustado en secreto del 
apartamento de Magnus era que rara vez lucía de la misma forma dos veces. A 
veces era un gran y moderno loft. A veces parecía un burdel francés o un 
fumadero de opio victoriano, o el interior de una nave espacial. Sin embargo, 
ahora era desordenado y oscuro. Las pilas de viejas cajas de comida china 
cubrían la mesa de café. Presidente Miau yacía sobre la alfombra de trapo, con 
las cuatro patas delante de sí como si fuera un ciervo muerto. 
—Huele como a desamor aquí —dijo Jace. 
—Eso es la comida china. —Magnus se arrojó sobre el sofá y estiró sus 
largas piernas—. Vamos, terminemos con esto. Di lo que has venido a decir. 
—Creo que deberías volver con Alec —dijo Jace. 
Magnus puso los ojos en blanco. 
—¿Y por qué es eso? 
—Porque él es miserable —dijo Jace—. Y lo siente. Siente lo que hizo. No 
va a hacerlo de nuevo. 
—Oh, ¿no va a planear a escondidas con una de mis ex acortar mi vida de 
nuevo? Muy noble por su parte. 
—Magnus… 
—Además, Camille ha muerto. No puede hacerlo de nuevo. 
—Sabes lo que quiero decir —dijo Jace—. No va a mentirte ni engañarte 
ni ocultarte cosas ni lo que sea por lo que estás realmente molesto. —Se dejó 
caer en una silla de cuero y levantó una ceja—. ¿Y? 
Magnus rodó sobre su costado. 
 
—¿Qué te importa si Alec es miserable? 
—¿Qué me importa? —dijo Jace, tan fuerte que Presidente Meow se sentó 
de golpe con maullido, como si hubiera sido sorprendido—. Por supuesto que 
me importa Alec, es mi mejor amigo, mi parabatai. Y es infeliz. Y tú también, por 
el aspecto de las cosas. Quitando los envases de comida por todas partes, no has 
hecho nada para arreglar el lugar, y tu gato parece muerto. 
—No está muerto. 
—Me preocupo por Alec —dijo Jace,

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