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Este documento es una traducción oficial del foro Eyes Of Angels, por y para fans. Ninguna otra traducción de este libro es considerada oficial salvo esta. Agradecemos la distribución de dicho documento a aquellas regiones en las que no es posible su publicación ya sea por motivos relacionados con alguna editorial u otros ajenos. Esperamos que este trabajo realizado con gran esfuerzo por parte de los staffs tanto de traducción como de corrección, y de revisión y diseño, sea de vuestro agrado y que impulse a aquellos lectores que están adentrándose y que ya están dentro del mundo de la lectura. Recuerda apoyar al autor/a de este libro comprando el libro en cuanto llegue a tu localidad. Índice Agradecimientos Staff Sinopsis Prólogo: Caen Como la Lluvia Parte I: Llevar a Cabo un Fuego 1. El Destino de su Copa 2. Aguantar o Caer 3. Pajaros a la Montaña 4. Más que Dorado 5. Medida de Venganza 6. Hermana de Plomo y Hermana de Acero 7. Enffrentamiento Nocturno 8. Fuerza en lo que Queda 9. Las armas que Portas 10. Estos Placeres Violentos 11. Lo Mejor Se Pierde 12. La Pesadilla Formal 13. Lleno de Buenas Intenciones Parte II: Ese Mundo Al Reves 14. El Sueño de la Razón 15. Azufre y Sal 16. Los Terrores de la Tierra 17. Holocausto 18. Por las Aguas de Babilonia 19. En la Tierra Silenciosa 20. Las Serpientes del Polvo 21. Las Llaves de la Muerte y el Infierno 22. Las Cenizas de Nuestros Padres 23. El Beso de Judas 24. Llamalo Paz Epilogo: La Belleza de Miles de Estrellas Pasaje de Lady Midnight: Carta Adelantos Lady Midnight Shadowhunter’s Codex: Capítulo 1 Shadowhunter’s Codex Academy (Simon Lewis Secret Project #1) Lady Midnight (The Dark Artifices #1) Sobre la Autora Agradecimientos Antes de nada, me gustaría agradecer a las chicas de Dark Guardians por cedernos el proyecto. También a @onceshewasgood por la aportación del libro en ingles. Ha sido un gran detalle y gesto por parte de todas las participantes el uniros a colaborar en el proyecto. Muchas no pertenecíais a los staffs y apreciamos que vinieseis de otros foros, e incluso probaseis a hacer las pruebas, para ayudar. Gracias a las moderadoras, traductoras, correctoras, revisoras finales y a la diseñadora del proyecto por la implicación. Todo a sido por, según lo veo, una buena causa. Gracias a los lectores y lectoras que seguisteis la lectura en el foro y a aquellos y aquellas que esperasteis nuestra traducción. Es cierto que han circulado otras traducciones y ha sido frustrante. Si la próxima vez se ofrece colaborar en un proyecto creo que deberiaís uniros y colaborar en lugar de hacerlo de forma individual ya que se puede ahorrar esfuerzo y el libro puede terminarse de manera más rápida. Esto lo digo por este libro, sí, pero también por otros libros de distintos foros. Las traducciones no son trabajos por los que se reciba ganancias monetarias, al contrario. Traducimos y corregimos para llevar las lecturas a lugares donde no han llegado, pero a mi parecer el máximo pago que deberíamos recibir es la consideración de los lectores y su disfrute por las lecturas. Ciudad de Fuego Celestial se llevó la mayor parte de nuestra atención y debido a eso descuidamos un poco el Codex. Sin embargo, en este libro está incluido un nuevo adelanto con un nuevo formato, en el cual podréis ver los distintos comentarios de los personajes y la nueva apariencia. En próximos días estará disponible la descarga de este libro, tanto en versión pdf como epub. Sí, es cierto que con Ciudad de Fuego Celestial terminamos Los Instrumentos Mortales, pero eso no significa que se termine Cazadores de Sombras. Cómo bien sabréis algunos y algunas hay otras cuatro series más, las cuales haremos en Eyes of Angels. Sin más que comentar, esperamos veros en Lady Midnight (The Dark Artifices #1), Las Crónicas de Simon y el resto de proyectos que tenemos. Att: Katiliz94 Staff Moderadora de traducción: Katiliz94 Traducción: Agoss Aldara Alilamere Alisson* AngelineHerondale Apolineah17 Auroo_J BarrazaFanny Danii Drys Edward Park Emi Rose Gabbi Garazi Isellie Jane Katiliz94 Kensha Key Kmi25 Lizz_Herondale Lore Tucholke Meghan Fray Nanami27 Nessied Sandra289 Sarah5 Tami Puig VicHerondale Whenshewasgood Xiime~ Moderadora de Corrección: Pily Corrección: Emi Rose Kalibume Katiliz94 Key Lucero Martha_rg Meghan Fray Nanami27 Pily YaninaPA Revisión Final: Katiliz94 Meghan Fray Nanami27 Pily VicHerondale Diseño: Nanami27 Sinopsis ERCHOMAI, HABÍA DICHO SEBASTIAN. Estoy de camino. La oscuridad vuelve al mundo de los Cazadores de Sombras. Mientras su sociedad se está derrumbando a su alrededor, Clary, Jace, Simon y sus amigos deben unirse para luchar con el mayor mal que los Nefilim nunca han enfrentado: El hermano de Clary. Nada en el mundo puede derrotarle - ¿deben viajar a otro mundo para encontrar la oportunidad? Vidas van a perderse, sacrificios de amor, y el mundo entero cambiará en el sexto y último libro de la saga Cazadores de Sombras. Sinopsis Alternativa En la tan esperada conclusión de la aclamada saga de Cazadores de Sombras, Clary y sus amigos luchan contra el mayor mal que nunca han enfrentado: el propio hermano de Clary. Sebastian Morgenstern está en movimiento, sistemáticamente volviendo a Nefilim contra Nefilim. Usando la Copa Oscura, transforma a los Cazadores de Sombras en criaturas de pesadilla, rompiendo familias y amantes al mismo tiempo que su ejército oscuro crece. Los asesiados Cazadores de Sombras se trasladan a Idris -pero ni siquiera las famosas torres de demonios de Alicante pueden mantener a Sebastian acorralado. Y con los Nefilim atrapados en Idris, ¿quién protegerá al mundo de los demonios? Cuando una de las mayores traiciones que los Nefilim nunca han conocido se revela, Clary, Jace, Isabelle, Simon y Alec deben huir -incluso su viaje les conduce a las profundidas del mundo demoníaco, en dónde ningún Cazador de Sombras ha puesto un pie antes, y de dónde ningún humano ha vuelto nunca... El amor será sacrificado y habrá vidas perdidas en la terrible batalla para el destino del mundo. Prólogo Caen Como la Lluvia Traducido por katiliz94 Corregido por YaninaPA Instituto de Los Ángeles, Diciembre de 2007 El día en que los padres de Emma Carstairs fueron asesinados, el tiempo era perfecto. Por otro lado el tiempo normalmente era perfecto en Los Ángeles. La madre y el padre de Emma la llevaron una clara mañana de invierno al Instituto en el acantilado detrás de la Carretera de la Costa del Pacífico, mirando por encima el océano azul. El cielo era una despejada extensión azul sin nubes que se estiraba desde los acantilados de las Cercas del Pacífico hasta las playas en Point Dume. Un informe había llegado la noche anterior sobre la actividad demoniaca cerca de la playa de las cuevas de Leo Carrillo. Los Carstairs habían sido asignados a investigarlo. Más tarde Emma recordaría a su madre metiendo una hebra de pelo llevada por el viento en su oreja mientras se ofrecía a dibujar runa Intrépida sobre el padre de Emma, y a John Carstairs riendo y diciendo que no estaba seguro sobre cómo se sentía sobre las modernas runas. Estaba bien con lo que estaba escrito en el Libro Gris, muchas gracias. En ese momento, sin embargo, Emma estaba impaciente con sus padres, abrazándolos rápidamente antes de apartarse para correr arriba por los escalones del Instituto, su mochila rebotando entre sus hombros mientras ellos se despedían desde el patio. A Emma le encantaba eso de ir a entrenar al Instituto. No solo lo hacía su mejor amigo, Julian, que vivía ahí, sino que siempre se sentía como si estuviera volando en el océano cuando iba dentro.Era una estructura masiva de madera y piedras en el extremo de un largo camino de guijarros que serpenteaba a través de las colinas. Cada habitación, cada piso, miraba hacia el océano, las montañas y el cielo, ondeando extensiones de azul, verde y dorado. El sueño de Emma era escalar el tejado con Jules —aunque, hasta el momento habían sido frustrado por sus padres— para ver si la vista se estiraba todo el camino hacia el desierto en el sur. Las puertas delanteras la conocían y le dieron un fácil acceso bajo su toque familiar. La entrada y las plantas bajas del Instituto estaban llenas de Cazadores de Sombras adultos, caminando de atrás a adelante. Algún tipo de reunión, imaginó Emma. Captó la visión del padre de Julian, Andrew Blackthorn, el líder del Instituto, en medio de la multitud. Sin querer ser frenada por los saludos, corrió por el vestuario en el segundo piso, donde se cambió de pantalones y camiseta por ropa de entrenamiento —camiseta demasiado grande, pantalones sueltos de algodón, y el artículo más importante: el cuchillo colgado sobre sus hombros. Cortana: El nombre simplemente significaba “espada corta,” pero no significaba corta para Emma. Era de la longitud de su antebrazo, metal centelleante, la hoja inscrita con las palabras que nunca fallaban para provocar que un temblor bajase por su espina dorsal: Soy Cortana1, del mismo acero y temperamento que Joyeuse2 y Durandal3. Su padre le había explicado lo que significaba cuando puso la espada por primera vez en sus manos a los diez años. —Puedes usar esto para entrenar hasta que tengas dieciocho años, cuando se convierte en tuya —había dicho John Carstairs, sonriéndole mientras los dedos de ella trazaban las palabras—. ¿Entiendes lo que significa? 1 Cortana: Espada hecha por el primer creador de armas para Cazador de Sombras, Wayland the Smith, que contiene una pluma del ala del Ángel. Su primer portador notable fue Jonah Carstairs, quien la heredó de generación en generación. 2 Joyeuse: La tradición atribuye que fue la espada personal de Carlomagno. 3 Durandal: Es la espada de Roland, el paladín de Carlomagno en la serie literaria conocida como Materia de Francia. Ella había sacudido la cabeza. Había entendido “Acero,” pero no “temperamento.” “Temperamento” significaba “furia,” algo sobre lo que su padre siempre estaba advirtiéndole que debería controlar. ¿Qué tenía que ver con un cuchillo? —Sabes sobre la familia Wayland —había dicho él—. Fueron creadores de armas famosas antes de que las Hermanas de Hierro comenzasen a forjar todas las espadas de los Cazadores de Sombras. Wayland el Smith hizo a Excalibur y Joyeuse, las espadas de Arthur y Lancelot, y Durendal, la espada del héroe Roland. Y también hicieron esta espada, del mismo acero. Todo el acero debe ser templado, sujeto por el gran calor, casi lo bastante para derretir o destruir el metal, para hacerlo más fuerte. —Él había besado la parte superior de su cabeza—. Los Carstairs han llevado esta espada durante generaciones. La inscripción nos recuerda que los Cazadores de Sombras somos las armas del Ángel. Nos templan en el fuego, y nos hacemos más fuertes. Cuando nosotros sufrimos, sobrevivimos. Emma difícilmente podría esperar los seis años hasta que tuviera dieciocho, cuando podría viajar al mundo para enfrentar a demonios, cuando podría ser templada en el fuego. Ahora sujetó la espada a la izquierda del vestuario, imaginando como sería. En su imaginación estaba de pie en lo alto de los peñascos sobre el mar en Point Dume, ahuyentando a un cuadro de demonios Raum con Cortana. Julian estaba con ella, por supuesto, blandiendo su arma favorita, la ballesta. En la mente de Emma, Jules siempre estaba ahí. Emma le había conocido tanto tiempo como podía recordar. Los Blackthorn y los Carstairs siempre habían sido cercanos, y Jules era solo unos pocos meses mayor; ella literalmente nunca vivió en un mundo sin él en él. Había aprendido a nadar en el océano con él cuando ambos habían sido bebés. Habían aprendido a caminar y después a correr juntos. Ella había sido llevada en los brazos de los padres de él y acorralada por su hermano y hermana mayor cuando se comportaba mal. Y solían portarse mal. Pintar al hinchado gato blanco de la familia Blackthorn —Oscar— de azul brillante había sido idea de Emma cuando ambos tenían siete años. De cualquier forma, Julian había asumido la culpa; solía hacerlo. Después de todo, había señalado, ella era solo una niña y él el que tenía siete años; sus padres olvidarían que estuvieron enfadados con él mucho más rápido que los de ella. Recordó cuando la madre de él había muerto, justo después del nacimiento de Tavvy, y cómo Emma había estado de pie sosteniendo la mano de Jules mientras el cuerpo había ardido en el barranco y el humo elevado hasta el cielo. Recordó que él había llorado, y recordó pensar que los chicos lloraban muy diferente que las chicas, con extraños e irregulares sollozos que sonaban como si estuvieran siendo abiertos con ganchos. Tal vez era peor para ellos porque se suponía que no lloraban… —¡Oof! —Emma se tambaleó hacia atrás; había estado tan perdida en la idea que había chocado justo con el padre de Julian, un hombre alto con el mismo pelo castaño enmarañado como muchos de sus hijos—. ¡Lo siento, Señor Blackthorn! Él sonrió. —Nunca antes vi a nadie con tanto entusiasmo por ir a dar las lecciones —dijo mientras ella corría abajo hacia el salón. La sala de entrenamiento era una de las habitaciones favoritas de Emma en todo el edificio. Ocupaba casi todo un nivel, y tanto las paredes del Este como del Oeste eran de cristal claro. Podías ver el mar azul casi desde cualquier lugar desde el que mirases. La curva de la costa era visible de Norte a Sur, la infinita agua del Pacífico extendiéndose hacia Hawái. En el centro del sumamente pulido suelo de madera permanecía de pie el tutor de la familia Blackthorn, una imponente mujer llamada Katerina, actualmente comprometida en enseñar a arrojar cuchillos a los gemelos. Livvy estaba siguiendo las instrucciones atentamente como siempre hacía, pero Ty estaba frunciendo el ceño y reticente. Julian, en sus leves ropas sueltas de entrenamiento, estaba yaciendo sobre la espalda cerca de la ventana Oeste, hablando a Mark, quien tenía la cabeza metida en un libro y estaba haciendo su mejor esfuerzo por ignorar a su más joven medio hermano. —¿No crees que “Mark4” es un tipo de nombre extraño para un Cazador de Sombras? —estaba diciendo Julian mientras Emma se aproximaba—. Quiero decir, si realmente piensas en ello. Es confuso. “Pon una Marca en mí, Mark.” Mark levantó su cabeza rubia del libro que estaba leyendo y miró a su hermano pequeño. Julian estaba perezosamente dando vueltas a una estela en su mano. La sostenía como un pincel, algo por lo que Emma siempre estaba regañándole. Se supone que tienes que sostener una estela como una estela, como si fuera una extensión de tu mano, no una herramienta de un artista. Mark suspiró dramáticamente. A los dieciséis años era bastante mayor que ellos para encontrar todo lo que Emma y Julian hacían tanto irritante como ridículo. —Si te importa, puedes llamarme por mi nombre completo —dijo él. —¿Mark Antony Blackthorn? —Julian arrugó la nariz—. Lleva mucho tiempo decirlo. ¿Qué pasa si fuéramos atacados por un demonio? Para el momento que estuviese a mitad de camino de decir tu nombre, estarías muerto. —¿En esta situación vas a salvarme la vida? —Preguntó Mark—. Sigue adelante, ¿no crees, mocoso? —Podría ocurrir. —Julian, no complacido al ser llamado mocoso, se sentó. Su pelo destacaba en el viento sobre su cabeza. Su hermana mayor, Helen, siempre estaba atacándole con cepillos para el pelo, pero eso nunca hacía nada bueno. Él tenía el pelo Blackthorn, comosu padre y muchos de sus hermanos y hermanas, ondas salvajes, del color del chocolate oscuro. La familiar similitud siempre fascinaba a Emma, quien se parecía muy poco a alguno de sus padres, a menos que contases el hecho de que su padre era rubio. Helen había estado en Idris durante meses hasta ahora con su novia, Aline; habían intercambiado anillos de familia y eran “muy serias” sobre la una con la otra, de acuerdo con los padres de Emma, lo cual mayormente significaba que se miraban entre sí de forma muy sentimental. Emma estaba determinada a que si alguna vez se enamoraba, no sería enamoradiza de esa manera. Entendía 4 Mark en castellano es marca. Julian está usando un juego de palabras para molestar a Mark. que había cantidad de escándalos sobre el hecho de que tanto Helen como Aline fuesen chicas, pero no entendía porque, y a los Blackthorn parecía gustarles mucho Aline. Ella era una presencia tranquilizante, y evitaba que Helen se preocupara. La actual ausencia de Helen no significaba que nadie estuviese para cortar el pelo de Jules, y la luz del sol en la habitación volvió las rizadas puntas en doradas. Las ventanas a lo largo de la pared del este mostraban el pesado movimiento circular de las montañas que separaban el mar del Valle San Fernando —secas y polvorientas colinas atestadas con desfiladeros, cactus y zarzas. A veces los Cazadores de Sombras iban al exterior a entrenar, y a Emma le encantaban esos momentos, le encantaba encontrar los caminos escondidos, las cascadas secretas y las lagartijas durmientes que descansaban sobre las rocas cercanas a ellas. Julian era experto en la persuasión de lagartijas para atraerlas a su palma y dormir ahí mientras les frotaba la cabeza con el pulgar. —¡Cuidado! Emma se agachó mientras el apuntado cuchillo de madera volaba sobre su cabeza y rebotaba contra la ventana, golpeando a Mark en la pierna al rebotar. Él echo abajo el libro y se levantó, gruñendo. Mark técnicamente estaba en supervisión secundaria, respaldando a Katerina, aunque prefería leer que enseñar. —Tiberius —dijo Mark—. No me arrojes cuchillos. —Fue un accidente. —Livvy se movió para ponerse entre su gemelo y Mark. Tiberius era tan oscuro como tan claro lo era Mark, el único de los Blackthorn además de Mark y Helen, quienes no contaban mucho, debido a su sangre de Subterráneos al no tener el pelo marrón y los ojos verde-azulados que eran las características de la familia. Ty tenía el pelo rizado corto, y ojos grises del color del metal. —No, no lo fue —dijo Ty—. Estaba apuntándote. Mark dio una exagerada respiración profunda y deslizó las manos a través de su pelo, el cual se quedó levantado en picos. Mark tenía los ojos Blackthorn, el color verdín, pero su pelo, como el de Helen, era rubio blanquecino, como lo había sido el de su madre. El rumor era que la madre de Mark había sido una princesa de la Corte Seelie; había tenido una aventura con Andrew Blackthorn la cual había producido dos niños, a los cuales ella había abandonado en la entrada del Instituto de Los Ángeles una noche antes de desaparecer para siempre. El padre de Julian había aceptado a sus hijos medio Hadas y los crió como Cazadores de Sombras. La sangre de Cazadores de Sombras era dominante, y a pesar de que al Concejo no le gustaba, aceptarían a los niños con parte de Subterráneos en la Clave tanto como su piel pudiese tolerar las runas. Tanto Helen como Mark habían sido runados primero a los diez años, y sus pieles soportaron las runas con seguridad, aunque Emma podía decir que ser runado hería a Mark más que a cualquier Cazador de Sombras ordinario. Le vió doblarse de dolor, a pesar de que intentaba esconderlo, cuando la estela fue situada en su piel. Últimamente había estado notando muchas cosas sobre Mark —la manera en que la extraña forma de Hada influenciada de su rostro era atrayente, y la anchura de sus hombros debajo de las camisetas. No sabía porque estaba notando esas cosas, y con exactitud no le gustaba. La hacía querer hablar bruscamente a Mark, o esconderse, a menudo al mismo tiempo. —Estás mirando —dijo Julian, mirando a Emma sobre las rodillas de sus pantalones rociados de las herramientas de entrenamiento. Ella recuperó de inmediato la atención. —¿A qué? —A Mark… de nuevo. —Sonó molesto. —¡Cállate! —siseó Emma en voz baja y agarró su estela. Él la tomo de regreso, y un forcejeo se produjo. Emma se rió con nerviosismo mientras se apartaba de Julian. Había estado entrenando con él mucho tiempo, sabía cada movimiento que él haría antes de que lo hiciese. El único problema era que estaba inclinada a ser paciente con él. La idea de alguien hiriendo a Julian la ponía furiosa, y a veces eso la incluía a sí misma. —¿Esto es por las abejas en tu habitación? —Estaba exigiendo Mark mientras avanzaba hacia Tiberius—. ¡Sabes por qué tuvimos que deshacernos de ellas! —Imagino que lo hiciste para frustrarme —dijo Ty. Ty era pequeño para su edad –diez años– pero tenía el vocabulario y el estilo de uno de dieciocho. Ty no decía mentiras normalmente, mayormente porque no entendía porque podría necesitarlo. No podía entender por qué algunas de las cosas que hacía molestaban o enfadaban a las personas, y encontró su ira tanto incomprensible como aterradora, dependiendo de su humor. —No es sobre frustrarte, Ty. Simplemente no puedes tener abejas en tu habitación… —¡Estaba estudiándolas! —explicó Ty, su pálido rostro sonrojándose—. Era importante, y eran mis amigas, y sabía lo que estaba haciendo. —¿Al igual que sabías lo que estabas haciendo con la serpiente de cascabel esa vez? —dijo Mark—. A veces te requisamos cosas porque no queremos que te hagas daño; sé que es difícil de entender, Ty, pero te queremos. Ty lo miró sin comprender. Sabía lo que “te quiero” significaba, y lo sabía bien, pero no entendía porque era una explicación para todo. Mark se arrodilló, las manos en las rodillas, manteniendo los ojos al nivel de los grises de Ty. —Está bien, aquí está lo que vamos a hacer… —¡Ja! —Emma se las había arreglado para voltear a Julian sobre su espalda y forzar la estela a distancia de él. Él se rió, retorciéndose debajo de ella, hasta que ella sujetó su brazo en el suelo. —Me rindo, —dijo él—. Me ri… Estaba riéndose de ella, y ella de repente fue atacada con la comprensión de la sensación de que yacer directamente sobre Jules era en realidad un poco extraño, y también del entendimiento de que, como Mark, él tenía una bonita forma para su cara. Redondeada, juvenil y realmente familiar, pero podía ver a través de la cara que él tenía ahora a la cara que él tendría, cuando fuera más mayor. El sonido del timbre del instituto hizo eco por toda la habitación. Era un profundo, dulce y repiqueteante sonido, como las campanas de la iglesia. Desde el exterior, el Instituto se veía para los ojos mundanos como las ruinas de un antiguo objetivo español. A pesar de que había señales de PROPIEDAD PRIVADA y NO ENTRAR pegadas por todos lados, algunas veces las personas —normalmente mundanos con una leve dosis de la Visión— se las arreglaban para deambular por la puerta delantera de cualquier manera. Emma se apartó de Julian y se alisó la ropa. Había parado de reír. Julian se levantó, apoyándose sobre las manos, sus ojos curiosos. —¿Todo bien? —dijo él. —Me golpeé el hombro —mintió ella, y miró a los otros. Livvy estaba permitiendo a Katrina mostrarle como sostener el cuchillo, y Ty estaba sacudiendo la cabeza hacia Mark. Ty. Ella había sido la única en darle a Tiberius ese apodo cuando nació, porque a los dieciocho meses no había sido capaz de decir “Tiberius” y en su lugar le había llamado “Ty-Ty.” A veces se preguntaba si él lo recordaba. Era extraño, las cosas que preocupaban a Ty y las que no lo hacían. No podíaspredecirlas. —¿Emma? —Julian se inclinó hacia adelante, y todo pareció explotar alrededor de ellos. Hubo un repentino destello enorme de luz, y el mundo al exterior de la ventana se volvió dorado blanquecino y rojo, como si el Instituto se hubiese quedado atrapado en un incendio. Al mismo tiempo el suelo debajo de ellos se balanceó como la cubierta de un barco. Emma se deslizó hacia adelante justo cuando un terrible grito se elevó del piso de abajo, un horrible grito irreconocible. Livvy jadeó y fue por Ty, envolvió los brazos alrededor de él como si pudiese rodear y proteger su cuerpo con el suyo. Livvy era una de las muy pocas personas a las que a Ty no le molestaba que le tocara; él se puso de pie con los ojos amplios, una de las manos metida en la manga de la camisa de su hermana. Mark se había puesto ya de pie; Katerina estaba pálida bajo sus bucles de pelo negro. —Vosotros os quedáis aquí —dijo ella a Emma y a Julian, sacando la espada de la vaina en su cintura—. Cuidad de los gemelos. Mark, ven conmigo. —¡No! —dijo Julian, poniéndose de pie—. Mark... —Estaré bien, Jules —dijo Mark con una sonrisa tranquilizadora; ya tenía una daga en cada mano. Era bastante rápido con los cuchillos y su puntería era infalible—. Quédate con Emma —dijo, asintiendo hacia ambos, y luego se desvaneció detrás de Katerina, la puerta de la sala de entrenamiento cerrándose detrás de ellos. Jules se acercó a Emma, deslizó su mano en la de ella y la ayudó a ponerse de pie; ella quería señalarle que estaba bien y que podía valerse por sí misma, pero lo dejó pasar. Entendió la necesidad de sentirse como si estuviera haciendo algo, cualquier cosa para ayudar. De repente otro grito se levantó de la planta baja; ahí estaba el sonido del cristal rompiéndose. Emma se apresuró a cruzar la habitación hacia los gemelos; aún eran mortales, como pequeñas estatuas. Livvy estaba pálida, Ty se aferraba a su camisa con un apretón de muerte. —Todo va a estar bien —dijo Jules, poniendo la mano entre los delgados omoplatos de su hermano—. Sea lo que sea que sea... —No tienes ni idea de lo que es —dijo Ty con voz cortante—. No puedes decir que va a estar bien. No lo sabes. Entonces hubo otro ruido. Fue un sonido peor que el de un grito. Fue un aullido terrible, salvaje y cruel. ¿Hombres lobo? Pensó Emma con asombro, pero había escuchado los aullidos de los hombres lobo antes; esto era algo mucho más oscuro y cruel. Livvy se acurrucó contra el hombro de Ty. El levantó su carita blanca, sus ojos siguiendo de Emma para descansar en Julian. —Si nos escondemos aquí —dijo Ty—, y lo que sea nos encuentra y hace daño a nuestra hermana, entonces será su culpa. El rostro de Livvy estaba oculto contra Ty; él había hablado en voz baja, pero Emma no tenía ninguna duda de que hablaba en serio. Por todo el intelecto aterrador de Ty, por toda su extrañeza e indiferencia hacia los demás, era inseparable de su gemela. Si Livvy estaba enferma, Ty dormía a los pies de su cama; si ella tenía un rasguño, él entraba en pánico, y era lo mismo en la otra forma. Emma vio las emociones conflictivas que los perseguían a todos a través del rostro de Julian —sus ojos buscaron los de ella, y ella asintió minuciosamente. La idea de estar en la sala de entrenamiento y esperando que lo que fuera que hubiera hecho que el sonido se acercara a ellos, hizo que sintiera como si su piel se estuviera despegando de sus huesos. Julian cruzó la habitación y regresó con una ballesta y dos dagas. —Tienes que soltar a Livvy ahora, Ty —dijo, y después de un momento, los gemelos se separaron. Jules tendió a Livvy una daga y le ofreció la otra a Tiberius, quien la miró como si fuera un artefacto alienígena—. Ty —dijo Jules, dejando caer la mano—. ¿Por qué tenías las abejas en tu habitación? ¿Qué es lo que te gusta de ellas? Ty no dijo nada. —Te gusta la forma en que trabajan juntas, ¿verdad? —dijo Julian—. Bueno, ahora tenemos que trabajar juntos. Vamos a llegar hasta la oficina y hacer una llamada a la Clave, ¿está bien? Una llamada de emergencia. Entonces ellos enviarán refuerzos para protegernos. Ty extendió la mano para tomar la daga con un gesto brusco. —Eso es lo que habría sugerido yo si Mark y Katerina me hubieran escuchado. —Él lo habría hecho —dijo Livvy. Había tomado la daga con más confianza que Ty, y la sostenía como si supiera lo que estaba haciendo con la hoja—. Es lo que él estaba pensando. —Vamos a tener que ser muy silencios ahora —dijo Jules—. Vosotros dos me vais a seguir hasta la oficina. —Levantó los ojos; su mirada se encontró con la de Emma—. Emma va a ir a buscar a Tavvy y a Dru y nos encontraremos allí. ¿De acuerdo? El corazón de Emma se abatió y se desplomó como un ave marina. Octavius—Tavvy, el único bebé de sólo dos años. Y Dru, de ocho, demasiado jóvenes para empezar el entrenamiento físico. Por supuesto que alguien iba a tener que ir a por ellos. Y los ojos de Jules se lo estaban pidiendo. —Sí —dijo ella—. Eso es exactamente lo que voy a hacer. Cortana estaba atada a la espalda de Emma, un cuchillo de lanzar en su mano. Ella pensó que podía sentir el latido del metal pulsando en sus venas como un latido del corazón mientras se deslizaba por los pasillos del Instituto, de espaldas a la pared. De cuando en cuando el pasillo se abriría fuera hacia las ventanas, y la vista del mar azul, las verdes montañas y las pacíficas nubes blancas se burlarían de ella. Pensó en sus padres, en algún lugar en la playa, sin tener idea de lo que estaba ocurriendo en el Instituto. Deseó que estuvieran ahí, y al mismo tiempo estaba contenta de que no lo estuvieran. Por lo menos estaban a salvo. Ella ahora se encontraba en la parte del Instituto con la que estaba más familiarizada: las habitaciones de la familia. Pasó junto al dormitorio vacío de Helen, ropa empaquetada y su polvoriento cubrecama. Pasó por la habitación de Julian, familiar por un millón de fiestas de pijama, y la de Mark, la puerta firmemente cerrada. La habitación de al lado era del Señor Blackthorn, y justo al lado de ésta estaba la guardería. Emma tomó un profundo respiro y abrió la puerta con el hombro. Lo visión que encontraron sus ojos en la pequeña habitación pintada de azul los hizo ampliarse. Tavvy estaba en su cuna, sus pequeñas manos agarrando las barras, las mejillas rojo brillante de tanto gritar. Drusilla de pie frente a la cuna, con una espada —el Ángel sabía dónde la había conseguido— aferrada en su mano; estaba apuntada directamente hacia Emma. La mano de Dru estaba temblando lo suficiente para que la punta de la espada estuviera bailando alrededor; sus trenzas pegadas a ambos lados de su cara regordeta, pero la mirada en sus ojos Blackthorn tenía una de determinación de acero: No te atrevas a tocar a mi hermano. —Dru —dijo Emma con tanta suavidad como pudo—. Dru, soy yo. Jules me ha enviado por vosotros. Dru dejó caer la espada con un repiqueteo y se echó a llorar. Emma la pasó y tomó al bebé de la cuna con su brazo libre, sosteniéndolo sobre la cadera. Tavvy era pequeño para su edad pero aun así pesaba unas buenas veinticinco libras; ella hizo una pequeña mueca mientras él le agarraba el pelo. —Memma —dijo. —Shush. —Besó la parte superior de su cabeza. Olía a talco de bebé y lágrimas—. Dru, agarra mi cinturón, ¿sí? Vamos a la oficina. Allí estaremos a salvo. Dru agarró del cinturón que sostenía las armas de Emma con sus pequeñas manos; ya había parado de llorar. Los Cazadores de Sombras no lloraban mucho, incluso cuando tenían ocho años. Emma condujo la marcha hacia el vestíbulo. Los sonidos de abajo ahora eran peores. Los gritos todavía continuaban, el aullido profundo, los sonidos de cristales rompiéndose y de madera agrietándose. Emma avanzó hacia adelante, agarrando a Tavvy, murmurando una y otra vez que todo estaba bien, queél estarían bien. Y había más ventanas, y el sol brillaba a través de ellas con saña, casi cegándola. Estaba cegada por el pánico y el sol; era la única explicación para haberse equivocado en el siguiente giro. Dio la vuelta por un pasillo, y en lugar de encontrarse en el pasillo que esperaba, se encontró de pie en lo alto de la amplia escalera que conducía al vestíbulo y las grandes puertas dobles que eran la entrada del edificio. El vestíbulo estaba lleno de Cazadores de Sombras. Algunos, familiares como los Nefilim de la Cónclave de Los Ángeles, de negro, otros de traje rojo. Había filas de estatuas, ahora volcadas, en trozos y en polvo en el suelo. El ventanal que daba al mar había sido destrozado, los cristales rotos y la sangre estaba por todas partes. Emma sintió una sacudida de enfermedad en el estómago. En medio del vestíbulo había una alta figura escarlata. Era rubio pálido, casi de pelo blanco, y su rostro parecía el rostro de Raziel tallado en mármol, solo que carecía por completo de misericordia. Sus ojos eran de carbón negro, en una mano llevaba una espada sellada con un modelo de estrellas y en la otra, una copa hecha de reluciente adamas. La visión de la copa desencadenó algo en la mente de Emma. A los adultos no les gustaba hablar de política alrededor de los Cazadores de Sombras más jóvenes, pero ella sabía que el hijo de Valentine Morgenstern había tomado un nombre diferente y jurado venganza contra la Clave. Sabía que había hecho una copa que era lo contrario a la Copa del Ángel, que convertía a los Cazadores de Sombras en malvadas y demoníacas criaturas. Había oído al Señor Blackthorn llamarlos Cazadores de Sombras malvados, los Cazadores Oscuros; había dicho que prefería morir antes que ser uno. Entonces, ahí estaba él. Jonathan Morgenstern, a quien todo el mundo llamaba Sebastian—una figura sacada de un cuento de Hadas, una historia contada para asustar a los niños, cobraba vida. El hijo de Valentine. Emma puso una mano en la parte trasera de la cabeza de Tavvy, presionando su cara contra su hombro. No podía moverse. Se sentía como si pesas de plomo se unieran a sus pies. Todos alrededor de Sebastian eran Cazadores de Sombras en rojo y negro, y figuras en capas oscuras —¿También eran Cazadores de Sombras? No podía decirlo— sus rostros estaban escondidos, y ahí estaba Mark, sus manos sosteniéndose detrás de la espalda por un Cazador de Sombras vestido de rojo. La daga yacía a sus pies, y había sangre en sus ropas de entrenamiento. Sebastian levantó una mano y dobló un largo dedo blanco. —Traedla —dijo él; hubo un susurro en la multitud, y el Señor Blackthorn dio un paso adelante, llevando a Katerina con él. Ella estaba asustada, golpeándole con las manos, pero él era demasiado fuerte. Emma observó con creciente horror como el Señor Blackthorn la empujaba sobre las rodillas. —Ahora —dijo Sebastian en una voz como la seda—, bebe de la Copa Infernal, —y forzó el borde de la copa entre los dientes de Katerina. Ahí fue cuando Emma averiguó lo que era el ruidoso aullido que había escuchado antes. Katerina intentaba liberarse, pero Sebastian era demasiado fuerte; atoró la copa para pasar por los labios de ella, y Emma la vio jadear y tragar. Se apartó, y esta vez el Señor Blackthorn se lo permitió; él estaba riendo, al igual que Sebastian. Katerina cayó al suelo, su cuerpo en espasmos, y de su garganta salió un solo grito —peor que un grito, un aullido de dolor como si su alma estuviese siéndole arrebatada del cuerpo. Una risa fue alrededor de la habitación; Sebastian sonrió, y había algo horrible y hermoso en él, de la forma que había algo horrible y hermoso sobre las serpientes venenosas y los grandes tiburones blancos. Emma fue consciente de que estaba flanqueado por dos acompañantes: una mujer con un canoso pelo castaño, un hacha en sus manos, y una alta figura completamente envuelta en una gabardina negra. Ninguna parte de él era visible excepto las oscuras botas que mostraban el dobladillo debajo de la gabardina. Solo el peso y la respiración le hacían pensar que era un hombre. —¿Es este el ultimo Cazador de Sombras aquí? —Preguntó Sebastian. —Ahí está el chico, Mark Blackthorn —dijo la mujer de pie a su lado, levantando un dedo y señalando a Mark—. Debería ser lo suficientemente mayor. Sebastian miró a Katerina, quien había parado de espasmear y yació tranquila, su pelo negro entrelazado por su rostro. —Levántate, hermana Katerina —dijo él—. Ve y tráeme a Mark Blackthorn. Emma observó, arraigada en el lugar, como Katerina se ponía lentamente de pie. Katerina había sido la tutora en el Instituto durante tanto tiempo como Emma podía recordar; había sido su profesora cuando Tavvy había nacido, cuando la madre de Jules había muerto, cuando Emma había comenzado su primer entrenamiento físico. Le había enseñado lenguajes, limitar los cortes, alivió los arañazos y les dio sus primeras armas; había sido como de la familia, y ahora ella avanzaba, con los ojos en blanco, a través del caos del suelo y extendía el brazo para sujetar a Mark. Dru dio un jadeo, trayendo de golpe a Emma de regreso a la conciencia. Emma giró, y situó a Tavvy en los brazos de Dru; Dru se tambaleó un poco y entonces se recuperó, cogiendo con fuerza a su hermano bebé. —Corre —dijo Emma—. Corre a la oficina. Dile a Julian que estaré ahí. Algo de la urgencia en la voz de Emma se comunicó; Drusilla no discutió, solo apretó a Tavvy con más fuerza y huyó, sus piececitos desnudos sin hacer ruido sobre los suelos de los pasillos. Emma volvió a mirar abajo al desenvuelto horror. Katerina estaba detrás de Mark, empujándolo adelante, una daga presionada en el espacio entre sus amplios hombros. Él se tambaleó y casi tropezó adelante frente a Sebastian; Mark ahora estaba cerca de las escaleras, y Emma podía ver que había estado luchando. Había heridas defensivas en sus muñecas y manos, cortes en su rostro, y sin duda ahí habría sido el momento para las runas de curación. Había sangre por toda su mejilla derecha; Sebastian lo miró, los labios curvándose en proclamación. —Este no es del todo Nefilim —dijo—. Parte Hada, ¿estoy en lo cierto? ¿Por qué no fui informado? Hubo un murmullo. La mujer de pelo castaño dijo: —¿Eso significa que la Copa no funcionará en él, Lord Sebastian? —Significa que no lo quiero —dijo Sebastian. —Podemos llevarlo al valle de la sal —dijo la mujer de pelo castaño—. O a los altos lugares de Edom, y sacrificarlo ahí por el placer de Asmodeus y Lilith. —No —dijo Sebastian lentamente—. No, no sería sensato, creo, hacer eso a alguien con la sangre de la Corte de las Hadas. Mark le escupió. Sebastian lo miró sorprendido. Se giró hacia el padre de Julian. —Ven y sujétalo —dijo—. Hiérele si lo deseas. Debería tener solo mucha paciencia con tu hijo de media semilla. El Señor Blackthorn dio un paso adelante, sosteniendo un sable. La hoja estaba ya manchada con sangre. Los ojos de Mark se ampliaron con horror. La espada se levantó… El cuchillo cayendo dejó la mano de Emma. Voló por el aire, y se enterró en el pecho de Sebastian Morgenstern. Sebastian tropezó hacia atrás y la espada en la mano del Señor Blackthorn cayó a un lado. Los otros estaban sollozando; Mark se precipito a ponerse de pie mientras Sebastian miraba la espada en su pecho, el mango saliendo de su corazón. Frunció el ceño. —Ouch —dijo y liberó el cuchillo. La espada estaba resbaladiza con sangre, pero Sebastian parecía sin preocupación por la herida. Lanzó el arma a un lado, mirando arriba. Emma sintió esos oscuros y vacíos ojos en ella, como el toque de dedos fríos. Le sintió tomar medida de ella, sopesarla y conocerla, y descartarla. —Es una pena que no vivirás —le dijo a ella—. Vivir para decir a la Clave que Lilith me ha fortalecido más allá de toda medida. Tal vez Gloriosa terminarácon mi vida. Una misericordia para los Nefilim que no tienen más favores que puedan pedir al Cielo, y ninguno de los débiles instrumentos de guerras que forjan en su Ciudadela de Adamante pueden herirme ahora. —Se giró hacia los otros—. Matad a la chica —exigió, golpeando a su ahora sangrienta chaqueta con repugnancia. Emma vió a Mark lanzarse hacia las escaleras, intentando llegar a ella primero, pero la oscura figura al lado de Sebastian ya había sujetado a Mark y estaba atrayéndolo hacia abajo con las manos enguantadas de negro; esos brazos fueron alrededor de Mark, le sostuvieron, casi como si estuvieran protegiéndolo. Mark estaba en puros, y entonces fue perdido de la vista de Emma mientras los Cazadores Oscuros subían por las escaleras. Emma dio la vuelta y corrió. Había aprendido a correr en las playas de California, donde la arena se movía bajo sus pies con cada paso, al continuar en un suelo solido mientras era tan rápida como el viento. Se precipitó por el pasillo, su pelo volando detrás de ella, saltó un pequeño conjunto de escalones, viró a la derecha, y se metió en la oficina. Golpeó la puerta detrás de ella y arrojó la cerradura antes de girarse para mirar. La oficina era una habitación de gran tamaño, las paredes alineadas con libros de referencia. Había otra biblioteca en la planta superior también, pero esta era donde el Señor Blackthorn había llevado el Instituto. Había un escritorio de caoba, y sobre él dos teléfonos: uno blanco y otro negro. El recibidor estaba fuera del gancho del teléfono negro, y Julian estaba sosteniendo el mango, gritando por la línea: —¡Tenéis que mantener el Portal abierto! ¡Aún no estamos a salvo! ¡Por favor…! La puerta detrás de Emma tronó e hizo eco mientras los Cazadores Oscuros se agolpaban contra ella; Julian miró arriba con alarma, y el recibidor cayó de sus dedos mientras vio a Emma. Ella le devolvió la mirada, y la pasó hacia donde toda la pared oriental estaba brillando. En el centro había un Portal, un agujero de forma rectangular en la pared por la cual Emma podía ver formas plateadas girando, un caos de nubes y viento. Se tambaleó hacia Julian, y él la cogió por los hombros. Sus dedos agarraron su piel con fuerza, como si no pudiese creer que ella estuviese ahí, o real. —Emma —exhaló, y entonces su voz retomó la velocidad—. Em, ¿dónde está Mark? ¿Dónde está mi padre? Ella sacudió la cabeza. —No pueden… no pude… —tragó—. Es Sebastian Morgenstern —dijo, y brincó cuando la puerta tembló de nuevo bajo otro asalto— tenemos que regresar por ellos… —dijo, girándose, pero la mano de Julian ya estaba alrededor de su muñeca. —¡El Portal! —Gritó sobre el sonido del viento y el martilleo de la puerta—. ¡Va a Idris! ¡La Clave lo abrió! Emma… ¡va a permanecer abierto durante otros pocos segundos! —¡Pero Mark! —dijo ella, aunque no tenía ni idea de lo que podían hacer, como podían luchar por su camino para pasar a los Cazadores Oscuros amontonándose en el pasillo, como podían luchar contra Sebastian Morgenstern, quien era más poderoso que cualquier Cazador de Sombras normal—. Tenemos… —¡Emma! —gritó Julian, y entonces la puerta se abrió y los Cazadores Oscuros irrumpieron en la habitación. Escuchó a la mujer de pelo castaño gritar detrás de ella, algo sobre que los Nefilim arderían, todos arderían en las llamas de Edom, arderían, morirían y serían destruidos… Julian fue corriendo hacia el Portal, llevando a Emma por una mano; después de otra aterrorizada mirada detrás de sí, ella le permitió tirar de ella. Se agachó cuando una flecha los pasaba y golpeaba contra una ventana a su derecha. Julian la agarró frenéticamente, envolviendo los brazos alrededor de ella; ella sintió sus dedos amarrados a la parte trasera de su camisa mientras caían dentro del Portal y eran tragados por la tempestad. Parte 1 Llevar a Cabo un Fuego Traducido por katiliz94 Corregido por YaninaPA Por lo tanto llevaré a cabo un fuego desde el medio de ti, deberá devorarte, y llevaré tus cenizas sobre la tierra a la vista de todos los que te observan. Todos los que te conocen entre las personas que deberían estar asombrados por ti: deberías estar asustado, y nunca deberías estarlo más. —Ezequiel 28:14 Capítulo 1 El destino de su Copa Traducido por Garazi Corregido por YaninaPA —Imagina algo calmante. La playa de arena de Los Ángeles, arena blanca, agua azul estrellándose contra las rocas, pasear por la línea de la marea… Jace abrió un ojo. —Esto suena muy romántico. El muchacho que se sentaba frente a él suspiró y se pasó las manos por el pelo oscuro. Aunque era un día frío de diciembre, los hombres lobo no sentían tanto el tiempo como los humanos, y Jordan tenía su chaqueta y las mangas de la camisa enrolladas. Estaban sentados uno frente al otro en un parche de hierba en un claro en Central Park, ambos con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y las palmas hacia arriba. Una roca se levantaba cerca de ellos. Se dividía en cantos rodados grandes y pequeños, y sobre una de las rocas más grandes se encaramaban Alec e Isabelle Lightwood. Mientras Jace alzaba la vista, Isabelle le llamó la atención y le hizo un gesto alentador. Alec notando su gesto, le golpeó el hombro. Jace podía verlo hablándole a Izzy, probablemente para no romper la concentración de Jace. Sonrió para sus adentros —ninguno de ellos realmente tenía una razón para estar aquí, pero habían ido de todos modos, "como apoyo moral". Aunque Jace sospechaba que tenía más que ver con el hecho de que Alec odiaba estar libre en estos días, Isabelle odiaba que su hermano estuviera solo y ambos evitaban a sus padres y el Instituto. Jordan hizo chasquear los dedos bajo la nariz de Jace. —¿Estás prestando cualquier atención? Jace frunció el ceño. —Lo estaba hasta que nos preguntábamos en el territorio de los anuncios personales malos. —Bueno, ¿qué tipo de cosas te hacen sentir tranquilo y sosegado? Jace se quitó las manos de las rodillas —la posición de loto le estaba dando calambres en las muñecas— y se apoyó en los brazos. El viento frío hacía temblar las pocas hojas muertas que todavía se aferraban a las ramas de los árboles. Contra el cielo pálido de invierno, las hojas tenían una sobria elegancia, como un boceto de pluma y tinta. —Matar demonios —dijo—. Una buena y limpia muerte es muy relajante. Las sucias son más molestas, porque tienes que limpiar después. —No. —Jordan levantó las manos. Por debajo de las mangas de la camisa, los tatuajes que envolvían sus brazos eran visibles. Shaantih, shaantih, shaantih. Jace sabía que significaba "la paz sobrepasa todo entendimiento," y se suponía que tenías que decir la palabra tres veces cada vez que pronunciaras la mantra para calmarte la mente. Pero nada parecía calmar la suya en estos días. El fuego en sus venas hacía que su mente corriera también, con pensamientos demasiado rápidos, uno tras otro, como la explosión de fuegos artificiales. Los sueños eran tan reales y saturados de color como pinturas al óleo. Había intentado entrenándose, horas y horas dedicadas a practicar en la habitación, sangrando y con moretones y sudor y, una vez, incluso, con dedos rotos. Pero no había logrado hacer mucho más que irritar a Alec con las solicitudes de runas de curación y, en una ocasión memorable, prendiendo accidentalmente fuego a una de las vigas transversales. Fue Simon quien había señalado que su compañero de habitación meditaba todos los días, y quien había dicho que ese hábito era lo que había calmado los ataques incontrolables de ira que a menudo eran parte de la transformación de un hombre lobo. Desde allí había sido un salto corto antes de que Clary sugiriera que Jace "bien podría intentarlo," y allí estaban, en su segunda tanda de sesiones. La primerasesión había terminado con Jace dejando una marca de fuego en el suelo de madera de Simon y Jordan, por lo que Jordan había sugerido que lo llevarán afuera en esta segunda sesión para evitar un mayor daño a la propiedad. —Matar no —dijo Jordan—. Estamos tratando de hacer que te sientas tranquilo. Sangre, muerte, guerra, todas esas no son cosas pacíficas. ¿No hay ninguna otra cosa que desees? —Armas —dijo Jace—. Me gustan las armas. —Estoy empezando a pensar que tenemos una cuestión problemática de filosofía personal aquí. Jace se inclinó hacia delante, con las palmas sobre la hierba. —Soy un guerrero —dijo—. Fui criado como un guerrero. No tenía juguetes, tenía armas. Dormí con una espada de madera hasta que tenía cinco años. Mis primeros libros fueron demonologías medievales con páginas iluminadas. Las primeras canciones que aprendí fueron cantos para desterrar a los demonios. Sé lo que me trae la paz, y no son playas de arena o el canto de los pájaros en bosques tropicales. Quiero un arma en la mano y una estrategia para ganar. Jordan le miró desapasionadamente. —Así que estás diciendo que lo que te trae paz es la guerra. Jace levantó las manos y se puso de pie, quitándose la hierba de sus jeans. —Ahora lo pillas. —Oyó el crujido de la hierba seca y se volvió, a tiempo para ver a Clary pasar a través de un hueco entre dos árboles y emerger en el claro, con Simon sólo unos pasos detrás de ella. Clary tenía las manos en los bolsillos de atrás y se reía. Jace los observó por un momento —había algo en observar a personas que no sabían que estaban siendo observadas. Se acordó de la segunda vez que había visto a Clary, a través de la sala principal del Java Jones. Ella se había estado riendo y hablando con Simon como lo hacía ahora. Recordó el giro poco familiar de los celos en su pecho, quitándole el aliento, la sensación de satisfacción cuando ella había dejado detrás de Simon para venir y hablar con él. Las cosas cambiaron. Había pasado de ser devorado por los celos de Simon a respetarle a regañadientes por su tenacidad y valentía a considerarlo realmente un amigo, aunque dudaba que alguna vez lo dijera en voz alta. Jace observó mientras Clary lo miraba y le lanzaba un beso, con su pelo rojo rebotando en su cola de caballo. Era tan pequeña, delicada, como una muñeca había pensado una vez, antes de que haber aprendido lo fuerte que era. Ella se dirigió hacia Jace y Jordan, dejando a Simon correteando por el suelo rocoso donde estaban sentados Alec e Isabelle y desplomándose al lado de Isabelle, quien inmediatamente se inclinó para decirle algo, con la cortina de pelo negro ocultándole la cara. Clary se detuvo frente a Jace, balanceándose sobre sus talones con una sonrisa. —¿Cómo va? —Jordan quiere que piense en la playa —dijo Jace con tristeza. —Es terco —le dijo Clary a Jordan—. Lo que quiere decir es que lo aprecia. —En realidad, no —dijo Jace. Jordan soltó un bufido. —Sin mí estaría rebotando por Madison Avenue, disparando chispas por todos sus orificios. —Se puso de pie, encogiéndose de hombros en su chaqueta verde—. Tu novio está loco —le dijo a Clary. —Sí, pero está bueno —dijo Clary—. Así que eso es todo. Jordan hizo una mueca, pero tenía buen carácter. —Voy a salir —dijo—. He quedado con Maia en el centro. —Le dio un saludo burlón y se fue, deslizándose entre los árboles y desapareciendo con la suavidad silenciosa del lobo que tenía bajo de la piel. Jace lo miró irse. Salvadores inverosímiles, pensó. Hacía seis meses no habría creído a nadie que le dijera que iba a terminar tomando lecciones de comportamiento con un hombre lobo. Jordan, Simon y Jace habían entablado una especie de amistad en los últimos meses. Jace no podía evitar usar su apartamento como un refugio, lejos de las presiones diarias del Instituto, lejos de los recordatorios de que la Clave todavía se preparaba para la guerra con Sebastian. Erchomai. La palabra pasó por la mente de Jace como el roce de una pluma, haciéndole temblar. Vio las alas de un ángel, arrancadas de su cuerpo, tendidas en un charco de sangre dorada. Estoy en camino. —¿Qué está mal? —dijo Clary; Jace de pronto lucía a un millón de millas de distancia. Desde que el fuego celestial había entrado en su cuerpo, tendía a ensimismarse más. Tenía la sensación de que era un efecto secundario de reprimir sus emociones. Sintió una punzada, Jace, cuando ella lo había conocido, había estado tan controlado, con sólo un poco de su verdadero yo escapándose a través de las grietas en su armadura personal, como la luz a través de las grietas en la pared. Le había costado mucho tiempo romper esas defensas. Ahora, sin embargo, el fuego en sus venas le obligaba a volver a levantarlas, a morder sus emociones por razones de seguridad. Pero cuando el fuego se hubiera ido, ¿sería capaz de desmantelarlas nuevo? Él parpadeó, de vuelta por su voz. El sol de invierno estaba alto y frío; le agudizaba los huesos de la cara y ponía en relieve las sombras bajo sus ojos. Él le tomó la mano con una respiración profunda. —Tienes razón —dijo silenciosamente con una voz grave reservada sólo para ella—. Eso está ayudando, las lecciones con Jordan. Están ayudando, y lo aprecio. —Lo sé. —Clary curvó su mano alrededor de su muñeca. Su piel estaba caliente bajo sus dedos; parecía estar varios grados más caliente de lo normal desde su encuentro con Gloriosa. Su corazón aún latía con su familiar ritmo constante, pero la sangre que iba a través de sus venas parecía retumbar bajo sus dedos, con la energía cinética de un fuego a punto de prender. Se puso de puntillas para besarle en la mejilla, pero él se giró y sus labios se rozaron. No habían hecho nada más que besarse desde que el incendio había comenzado a cantar en su sangre, e incluso eso había sido con cuidado. Jace tuvo cuidado ahora, con la boca deslizándose suavemente contra la de ella, con su mano agarrándole el hombro. Por un momento estuvieron cuerpo a cuerpo, y sintió el repiqueteo y el pulso de su sangre. Se movió para acercarla más, y una chispa fuerte y seca pasó entre ellos, como la chispa de electricidad estática. Jace interrumpió el beso y dio un paso atrás con una exhalación, antes de que Clary pudiera decir nada, un coro de aplausos sarcásticos estalló desde la colina cercana. Simon, Isabelle y Alec los saludaron. Jace se inclinó mientras Clary retrocedía ligeramente avergonzada, enganchándose los pulgares en el cinturón de sus pantalones vaqueros. Jace suspiró. —¿Nos unimos a nuestros amigos, los molestos mirones? —Por desgracia, esa es la única clase de amigos que tenemos. —Clary chocó su hombro contra su brazo y se dirigieron hacia las rocas. Simon e Isabelle se sentaron uno junto al otro, hablando en voz baja. Alec lo hacía un poco aparte, mirando la pantalla de su teléfono con una expresión de intensa concentración. Jace se tiró al suelo al lado de su parabatai. —He oído que si te quedas mirando eso lo suficiente, suena. —Le ha estado enviando mensajes de texto a Magnus —dijo Isabelle, mirándole con una mirada de desaprobación. —No lo he hecho —dijo Alec automáticamente. —Sí, lo has hecho —dijo Jace, estirando el cuello para mirar por encima del hombro de Alec—. Y le has llamado. Puedo ver las llamadas salientes. —Es su cumpleaños —dijo Alec, cerrando de un tirón el teléfono. Él parecía más pequeño en estos días, casi flaco en su desgastado suéter azul con agujeros en los codos y los labios mordidos y agrietados. El corazón de Clary se rompía por él. Se había pasado la primera semana después de que Magnus había roto con él en una especie de aturdimiento de tristeza e incredulidad. Ninguno de ellos realmente lo podía creer. Siempre había pensado que Magnus amaba a Alec, de verdad lo amaba, claramente Alec había pensado lo mismo—. No quiero quepiense que lo he hecho, que piense que lo he olvidado. —Estás suspirando —dijo Jace. Alec se encogió de hombros. —Mira quien habla. “Oh, la amo. Oh, ella es mi hermana. Oh, por qué, por qué, por qué.” Jace le tiró un puñado de hojas secas a Alec, haciéndole farfullar. Isabelle se reía. —Sabes que tiene razón, Jace. —Dame tu teléfono —dijo Jace, haciendo caso omiso de Isabelle—. Vamos, Alexander. —No es asunto tuyo —dijo Alec, sosteniendo el teléfono lejos—. Olvídalo, ¿de acuerdo? —No comes, no duermes, miras fijamente el teléfono, ¿y se supone que debo olvidarlo? —dijo Jace. Había una sorprendente cantidad de agitación en su voz; Clary sabía lo mal que había estado porque Alec fuera infeliz, pero no estaba segura de que Alec lo supiera. En circunstancias normales Jace habría matado, o al menos amenazado, a cualquier persona que lastimara a Alec; pero esto era diferente. A Jace le gustaba ganar, pero no podías ganar con un corazón roto, ni siquiera con el de otro. Ni siquiera con el de alguien a quien amabas. Jace se inclinó y cogió el teléfono de la mano de su parabatai. Alec protestó y trató de cogerlo, pero Jace le mantuvo a raya con una mano experta mientras se desplazaba por los mensajes en el teléfono con la otra—.Magnus, solo devuélveme la llamada. Necesito saber que estás bien. —Negó con la cabeza —Está bien, no. Simplemente no. —Con un movimiento decisivo, partió el teléfono por la mitad. La pantalla se quedó en blanco mientras Jace dejaba caer los pedazos al suelo—. No. Alec miró los fragmentos dispersos con incredulidad. —Me has ROTO el TELÉFONO. Jace se encogió de hombros. —Los chicos no dejan que otros chicos sigan llamando a otros chicos. Bueno, eso sonó mal. Los amigos no dejan que sus amigos sigan llamando y colgando a sus ex novios. En serio. Tienes que parar. Alec lucía furioso. —¿Así que rompiste mi teléfono nuevo? Muchas gracias. Jace sonrió serenamente y se recostó en la roca. —De nada. —Mira el lado bueno —dijo Isabelle—. No vas a poder recibir más textos de mamá. Ella me envió un mensaje seis veces hoy. Apagué el teléfono. —Ella se palmeó el bolsillo con una mirada significativa. —¿Qué es lo que quiere? —preguntó Simon. —Reuniones constantes —dijo Isabelle—. Testimonios. La Clave sigue queriendo escuchar lo que pasó cuando luchamos contra Sebastian en el Burren. Todos hemos tenido que rendir cuentas, como, cincuenta veces. Cómo Jace absorbió el fuego celestial de Gloriosa. Descripciones de los Cazadores Oscuros, la Copa Infernal, el armamento que utilizaban, las runas que llevaban. Lo que llevamos, lo que llevaba Sebastian, lo que todo el mundo llevaba... como sexo telefónico pero aburrido. Simon hizo un sonido ahogado. —Lo que creemos que Sebastian quiere —añadió Alec—. Cuando va a volver. Lo que va a hacer cuando lo haga. Clary apoyó los codos en las rodillas. —Siempre es bueno saber que la Clave tiene un plan confiable y bien pensado. —No quieren creerlo —dijo Jace, mirando al cielo—. Ese es el problema. No importa cuántas veces les digamos lo que vimos en el Burren. No importa cuántas veces les digamos lo peligrosos que son los Cazadores Oscuros. No quieren creer que los Nefilim podrían estar realmente dañados. Esos Cazadores de Sombras podrían matar Cazadores de Sombras. Clary había estado allí cuando Sebastian había creado los primeros Cazadores Oscuros. Había visto el vacío en sus ojos, la furia con la que habían luchado. Le aterrorizaba. —Ya no son Cazadores de Sombras —añadió en voz baja—. No son personas. —Es difícil creerlo si no lo has visto —dijo Alec—. Y Sebastian sólo tiene algunos. Una pequeña fuerza dispersa, no quieren creer que sean realmente una amenaza. O, si es una amenaza, prefieren creer que era más una amenaza para nosotros, Nueva York, que para los Cazadores de Sombras en general —No están equivocados sobre que si Sebastian se preocupa por algo es por Clary —dijo Jace, y Clary sintió un escalofrío en la espalda, una mezcla de repugnancia y aprensión—. Él realmente no tiene emociones. No como nosotros. Pero, si las tuviera, sería por ella. Y los tiene por Jocelyn. La odia. — Hizo una pausa, pensativo—. Pero no creo que sea probable que ataque directamente aquí. Demasiado... obvio. —Espero que le dijeras a la Clave esto —dijo Simon. —Alrededor de un millar de veces —dijo Jace—. No creo que tengan en particular a mis ideas en una alta estima. Clary se miró las manos. Había sido destituida por la Clave, al igual que el resto de ellos; les había dado respuestas a todas sus preguntas. Aún había cosas sobre Sebastian que no les había dicho, que no había contado a nadie. Las cosas que le había dicho que quería de ella. No había soñado mucho desde que volvieron desde el Burren con las venas de Jace llenas de fuego, pero, cuando tenía pesadillas, eran sobre su hermano. —Es como tratar de luchar contra un fantasma —dijo Jace—. No pueden rastrear a Sebastian, no le pueden encontrar, no encuentran los Cazadores de Sombras que ha cambiado. —Están haciendo lo que pueden —dijo Alec—. Están apuntalando las protecciones alrededor de Idris y Alicante. Todas las salas, de hecho. Han enviado a decenas de expertos a la isla de Wrangel. La isla de Wrangel era la sede de todas las salas del mundo, los conjuros que protegían el mundo, e Idris en particular, de los demonios y la invasión demoníaca. La red de salas no eran perfectas, y los demonios se deslizaba a través a veces de ellas de todos modos, pero Clary sólo podía imaginar lo mal que la situación sería si no existieran las salas. —Oí a mamá decir que los brujos del Laberinto en Espiral han estado buscando una manera de revertir los efectos de la Copa Infernal —dijo Isabelle—. Sería más fácil si tuvieran cuerpos para estudiar por supuesto... Se interrumpió, y Clary sabía por qué. Los cuerpos de los Cazadores Oscuros que murieron en el Burren habían sido traídos de vuelta a Ciudad de Hueso para que los Hermanos Silenciosos los examinaran. Los Hermanos nunca habían tenido la oportunidad. Durante la noche los cuerpos se habían podrido hasta ser el equivalente a cadáveres de hace una década. No había habido nada que hacer sino quemar los restos. Isabelle encontró su voz de nuevo: —Y las Hermanas de Hierro están produciendo armas. Estamos recibiendo miles de cuchillos serafines, espadas, chakhrams, todo... forjado con fuego celestial. —Miró a Jace. En los días inmediatamente posteriores a la batalla en el Burren, cuando el fuego se había desatado a través de las venas de Jace con violencia suficiente para hacer gritarle por el dolor a veces, los Hermanos Silenciosos le había examinado una y otra vez, habían probado con hielo y fuego, con metal bendito y hierro frío, tratando de ver si había alguna manera de sacarle el fuego, de contenerlo. No habían encontrado ninguna. El fuego de Gloriosa, después de haber sido capturado una vez en una hoja, no parecía tener prisa para habitar otra, o incluso para abandonar el cuerpo de Jace hacia cualquier tipo de objeto. El Hermano Zachariah le había dicho a Clary que en los primeros días de los Cazadores de Sombras, los Nefilim habían tratado de capturar el fuego celestial en un arma, algo que pudiera ser empuñado contra los demonios. Nunca lo había conseguido y, finalmente, los cuchillos serafín se habían vuelto sus armas preferidas. Al final, otra vez, los Hermanos Silenciosos se habían rendido. El fuego de Gloriosa se acurrucó en las venas de Jace como una serpiente, y lo mejor que podían esperar era controlarlo para que no lo destruyera. El fuerte pitido de un mensaje de texto sonó; Isabelle había encendió su teléfono otra vez. —Mamá dice que volvamos al Instituto ahora —dijo—. Hay alguna reunión. Tenemos que estar en ella. —Se levantó, sacudiéndose la suciedad del vestido—. Te invitaría —le dijo a Simon—,pero, ya sabes, prohibido por ser un no-muerto y todo. —Ya recordaba eso —dijo Simon, poniéndose de pie. Clary gateó y tendió una mano hacia Jace. Él la tomó y se puso de pie. —Simon y yo nos vamos de compras navideñas —dijo—. Y ninguno de vosotros puede venir, porque tenemos que conseguir vuestros regalos. Alec lucía horrorizado. —Oh, Dios. ¿Eso significa que tengo que conseguirles regalos? Clary negó con la cabeza. —¿No celebran los Cazadores de Sombras… ya sabes, la Navidad? — Recordó de pronto la angustiante cena de Acción de Gracias en casa de Luke donde Jace, al pedirle que cortara el pavo, había cortado el ave con una espada hasta que no había quedado nada más que pequeños copos de pavo. ¿Tal vez no? —Intercambiamos regalos, honramos el cambio de las estaciones —dijo Isabelle—. Solía haber una fiesta de invierno del Ángel. Se celebraba el día en que los Instrumentos Mortales fueron entregados a Jonathan Shadowhunter. Sin embargo, creo que los Cazadores de Sombras se enfadaron con quedar fuera de todas las fiestas mundanas, por lo que una gran cantidad de Institutos tienen fiestas de Navidad. El de Londres es famoso. —Se encogió de hombros—. Simplemente no creo que vayamos a hacerlo… este año. —Oh. —Clary sentía horrible. Por supuesto que no querían celebrar la Navidad después de perder a Max—. Bueno, dejadnos compraros regalos, por lo menos. No tiene porqué ser una fiesta, ni nada de eso. —Exactamente. —Simon alzó los brazos—. Tengo que comprar regalos de Hanukkah. Es el mandato de la ley judía. El Dios de los Judíos es un Dios enfadado. Y muy orientado a los regalos. Clary le sonrió. Le resultaba más fácil y más fácil de decir la palabra "Dios" en estos días. Jace suspiró y besó a Clary —un rápido roce de despedida de sus labios contra su sien, pero la hizo temblar. No ser capaz de tocar o besar a Jace correctamente comenzaba a hacerla saltar. Le había prometido que nunca tendría importancia, que lo amaría aunque nunca pudieran tocarse de nuevo, pero lo odiaba de todos modos, odiaba perder la tranquilidad de la forma en que siempre habían encajado físicamente. —Hasta luego —dijo Jace—. Voy a volver con Alec e Izzy. —No, no lo harás —dijo Isabelle inesperadamente—. Has roto el teléfono de Alec. Por supuesto, todos hemos estado queriendo hacer esto desde hace semanas. —ISABELLE —dijo Alec. —Pero el hecho es que eres su parabatai, y eres el único que no ha ido a ver a Magnus. Ve a hablar con él. —¿Y decirle qué? —dijo Jace—. No puedes hablar con alguien para que no rompa contigo… O tal vez puedes —se apresuró a añadir, al ver la expresión de Alec—. ¿Quién puede decirlo? Voy a darle una oportunidad. —Gracias. —Alec dio una palmada en el hombro a Jace—. He oído que puedes ser encantador cuando quieras. —He escuchado lo mismo —dijo Jace, rompiendo a correr hacia atrás. Era gracioso incluso haciendo eso, pensó Clary pensó sombríamente. Y sexy. Definitivamente sexy. Levantó la mano en un adiós a medias. —Hasta luego —gritó. Si no estoy muerta de la frustración para entonces. Los Fray nunca habían sido una familia especialmente religiosa, pero Clary amaba la Quinta Avenida en época navideña. El aire olía a castañas asadas dulces y los escaparates brillaban en color plata y azul, verde y rojo. Este año había copos de nieve cristalinos, redondos y gordos unidos a cada farola, devolviendo la luz del sol de invierno con rayos de oro. Por no mencionar el enorme árbol en el edificio Rockefeller Center. Arrojaba su sombra sobre ellos cuando ella y Simon pasaron por la puerta al lado de la pista de patinaje, viendo a los turistas caerse cuando trataban de patinar por el hielo. Clary tenía un chocolate caliente en sus manos, con la calidez extendiéndose por su cuerpo. Se sentía casi normal —esto, ir a la Quinta para ver los escaparates y el árbol, había sido una tradición de invierno para ella y Simon desde que podía recordar. —Como en los viejos tiempos, ¿no? —dijo él, haciéndose eco de sus pensamientos mientras apoyaba la barbilla sobre sus brazos cruzados. Ella se arriesgó a echarle una mirada de reojo. Llevaba un abrigo negro y una bufanda que hacía hincapié en la palidez de su piel. Sus ojos estaban ensombrecidos, lo que indicaba que no se había alimentado recientemente. Se veía como lo que era: un hambriento vampiro cansado. Bueno, pensó. Casi como en los viejos tiempos. —Más gente para la que comprar regalos —dijo ella—. Además de la siempre traumática pregunta de “¿qué comprarle a alguien para la primera Navidad desde que han comenzado a salir?” —¿Qué comprar al Cazador de Sombras que lo tiene todo? —dijo Simon con una sonrisa. —A Jace le gustan sobre todo las armas —dijo Clary—. Le gustan los libros, pero tienen una enorme biblioteca en el Instituto. Le gusta la música clásica… —Ella se iluminó. Simon era músico; a pesar de que su banda fuera terrible y siempre estuviera cambiando de nombre, ahora eran Suflé Letal, él tenía práctica—. ¿Qué le darías a alguien al que le gusta tocar el piano? —Un piano. —Simon. —¿Un metrónomo realmente enorme que también funcione como arma? Clary suspiró, exasperada. —Partituras. Rachmaninoff es algo difícil, pero le gustan los desafíos. —Buena idea. Voy a ver si hay una tienda de música por aquí. —Clary, con su chocolate caliente terminado, arrojó la taza en un bote de basura cercano y sacó su teléfono—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué le vas a comprar a Isabelle? —No tengo la menor idea —dijo Simon. Habían comenzado a ir dirección a la avenida, donde un flujo constante de peatones sorprendidos frente a las ventanas obstruía las calles. —Oh, vamos. Isabelle es fácil. —Es de mi novia de quien estás hablando. —Las cejas de Simon se juntaron—. Creo. No estoy seguro. No hemos hablado de ello. La relación, quiero decir. —Realmente tienes que DLR5, Simon. —¿Qué? —Definir la relación. Lo que es, a dónde va. ¿Sois novio y novia, estais divirtiéndoos, "es complicado", o qué? ¿Cuándo vais a decírselo a sus padres? ¿Puedes ver a otras personas? Simon se puso pálido. —¿Qué? ¿En serio? —En serio. Mientras tanto ¡perfume! —Clary agarró a Simon por la parte trasera de su chaqueta y lo arrastró a una tienda de cosméticos. Era enorme, con hileras de relucientes botellas por todas partes—. Y algo inusual —dijo, dirigiéndose a la zona de las fragancias—. Isabelle no va a querer oler como todos los demás. Va a querer oler como higos, o lavanda… —¿Higos? ¿Los higos tienen olor? —Simon lucía horrorizado; Clary estaba a punto de reírse de él cuando su teléfono sonó. Era su madre. ¿DÓNDE ESTÁS? Clary puso los ojos y envió un mensaje de vuelta. Jocelyn todavía se ponía nervioso cuando pensaba que Clary había salido con Jace. A pesar de que, como había señalado Clary, Jace era probablemente el novio más seguro del mundo desde que tenían prácticamente prohibido: (1) enfadarse, (2) hacer avances sexuales y (3) hacer cualquier cosa que pudiera producir una descarga de adrenalina. Por otra parte, había sido poseído; ella y su madre se habían visto mientras se quedaba de pie y dejaba que Sebastian amenazara a Luke. Clary todavía no había hablado de todo lo que había visto en el apartamento que había compartido con Jace y Sebastian por ese breve tiempo fuera del tiempo, una mezcla de sueño y pesadilla. Nunca le había dicho a su madre que Jace había matado a alguien; había cosas que Jocelyn no necesitaba saber, cosas a las que Clary misma no quería enfrentarse. 5 DLR: Siglas para Definir La Relación. —Hay tantas cosas en esta tienda que me imagino que Magnus quiere — dijo Simon, cogiendo una botella de cristal que hacía brillar el cuerpo con algún tipo de aceite—. ¿Va en contra de algún tipo de regla comprarle regalos para alguien que rompió con tu amigo? —Supongoque depende. ¿Es Magnus tu amigo más cercano, o Alec? —Alec se acuerda de mi nombre —dijo Simon, y bajó la botella—. Y me siento mal por él. Entiendo por qué lo hizo Magnus, pero Alec está destrozado. Siento que si alguien te ama debe perdonarte si estás realmente arrepentido. —Creo que depende de lo que hicieras —dijo Clary—. No me refiero a Alec, solo quiero decir en general. Estoy segura de que Isabelle te perdonaría cualquier cosa —se apresuró a añadir. Simon lucía dudoso. —No te muevas —anunció ella, blandiendo una botella cerca de su cabeza—. En tres minutos voy a olerte el cuello. —Bueno, nunca lo haría —dijo Simon—. Voy a decirte que has esperado mucho tiempo para hacer tu movimiento, Fray. Clary no se molestó con una réplica inteligente; todavía estaba pensando en lo que Simon había dicho acerca del perdón, y recordando a alguien más, la voz, cara y ojos de otra persona. Sebastian sentado frente a ella en una mesa en París. ¿Crees que puedas perdonarme? Quiero decir si crees que el perdón es posible para alguien como yo. —Hay cosas que nunca se pueden perdonar —dijo—. Nunca podré perdonar a Sebastian —No lo amas. —No, pero es mi hermano. Si las cosas fueran diferentes… —Pero no lo son. Clary abandonó el pensamiento, y se inclinó para inhalar—. Hueles como a higos y albaricoques. —¿De verdad crees que Isabelle quiere oler como un plato de frutas secas? —Puede que no. —Clary cogió otra botella—. Entonces, ¿qué vas a hacer? —¿Cuándo? Clary alzó la vista para hacer la pregunta de cómo un nardo era diferente de una rosa regular, para vio a Simon mirándola con asombro en sus ojos marrones. Ella dijo: —Bueno, no puedes vivir con Jordan para siempre, ¿no? Hay universidad... —Tú no vas a ir a la universidad —dijo él. —No, pero soy una Cazadora de Sombras. Seguimos estudiando después de los dieciocho, somos destinados a otros Institutos, esa es nuestra universidad. —No me gusta la idea de que desaparezcas. —Él se metió las manos en los bolsillos de su abrigo—. No puedo ir a la universidad —dijo—. Mi madre no va a pagar por ello, y no puedo sacar préstamos estudiantiles. Estoy legalmente muerto. Y, además, ¿cuánto tiempo tardarán todos en notar que envejecen pero yo no? Los adultos de la universidad no lucen de dieciséis, no sé si lo has notado. Clary dejó la botella. —Simon... —Tal vez debería comprarle algo a mi mamá —dijo él con amargura—. ¿Qué diga “Gracias por echarme de casa y fingir que morí”? —¿Orquídeas? Pero el estado de ánimo de broma de Simon se había ido. —Tal vez no es como en los viejos tiempos —dijo—. Yo te habría comprado lápices, generalmente, materiales de arte, pero ya no dibujas, ¿verdad? ¿Excepto con tu estela? Tú no dibujas y yo no respiro. No como el año pasado. —Tal vez deberías hablar con Raphael —dijo Clary. —¿Raphael? —Él sabe cómo viven los vampiros —dijo Clary—. Cómo se hacen vidas, cómo hacen dinero, cómo consiguen apartamentos, él sabe esas cosas. Podría ayudar. —Podría, pero no lo hará —dijo Simon, con el ceño fruncido—. No he oído nada del Dumort desde que Maureen tomó el relevo de Camille. Sé que Raphael es su segundo al mando. Estoy bastante seguro de que todavía cree que tengo la marca de Caín; de lo contrario, ya habría enviado a alguien detrás de mí. Cuestión de tiempo. —No. Saben que no deben molestarte. Sería una guerra con la Clave. El Instituto ha sido muy claro —dijo Clary—. Estás protegido. —Clary —dijo Simon—. Ninguno de nosotros está protegido. Antes de que Clary pudiera contestar, oyó que alguien la llamaba por su nombre, completamente desconcertada, miró y vio a su madre empujando a través de una multitud de compradores. A través de la ventana podía ver a Luke, esperando afuera, en la acera. Parecía fuera de lugar con su camisa de franela entre los elegantes neoyorquinos. Saliendo de la multitud, Jocelyn llegó para ellos y echó los brazos alrededor de Clary. Clary miró por encima del hombro de su madre, desconcertada, a Simon. Él se encogió de hombros. Jocelyn finalmente la soltó y dio un paso atrás. —Estaba tan preocupado de que te hubiera sucedido algo… —¿En Sephora? —dijo Clary. Jocelyn frunció el ceño. —¿No has oído? Creía que Jace ya te habría enviado un mensaje de texto. Clary sintió un frío repentino pasarle por las venas, como si se hubiera tragado agua helada. —No. ¿Qué está pasando? —Lo siento, Simon —dijo Jocelyn—. Pero Clary y yo tenemos que ir al Instituto de inmediato. La casa de Magnus no había cambiado mucho desde la primera vez que Jace había estado allí. La misma pequeña entrada y una sola bombilla amarilla. Jace utilizó una runa de abrir para entrar por la puerta principal, subió las escaleras de dos en dos y tocó la campana del apartamento de Magnus. Más seguro que usar otra runa, pensó. Después de todo, Magnus podría estar jugando a videojuegos desnudo o, realmente, hacer prácticamente cualquier cosa. ¿Quién sabía lo que los brujos hacían en su tiempo libre? Jace tocó de nuevo, esta vez apoyándose firmemente en el timbre de la puerta. Otros dos zumbidos largos y Magnus finalmente abrió la puerta, luciendo furioso. Llevaba una bata de seda negra sobre una camisa blanca y pantalones de tweed. Sus pies estaban desnudos, su pelo oscuro enredado y allí había una sombra de barba en su mandíbula. —¿Qué estás haciendo aquí? —exigió. —Vaya, vaya —dijo Jace—. Qué poco acogedor. —Eso es porque no eres bienvenido. Jace enarcó una ceja. —Pensé que éramos amigos. —No. Eres amigo de Alec. Alec era mi novio, así que tenía que aguantarte. Pero ahora él no es mi novio, así que no tengo que hacerlo. No es que alguno de vosotros no parezca darse cuenta de ello. Debes ser, qué ¿el cuarto?, de vosotros que me molesta. —Magnus contó con los dedos largos—. Clary. Isabelle. Simon… —¿Simon vino? —Pareces sorprendido. —No creo que él invirtiera en tu relación con Alec. —No tengo una relación con Alec —dijo Magnus rotundamente, pero Jace ya había pasado más allá de él y estaba en su sala de estar, mirando a su alrededor con curiosidad. Una de las cosas que siempre le habían gustado en secreto del apartamento de Magnus era que rara vez lucía de la misma forma dos veces. A veces era un gran y moderno loft. A veces parecía un burdel francés o un fumadero de opio victoriano, o el interior de una nave espacial. Sin embargo, ahora era desordenado y oscuro. Las pilas de viejas cajas de comida china cubrían la mesa de café. Presidente Miau yacía sobre la alfombra de trapo, con las cuatro patas delante de sí como si fuera un ciervo muerto. —Huele como a desamor aquí —dijo Jace. —Eso es la comida china. —Magnus se arrojó sobre el sofá y estiró sus largas piernas—. Vamos, terminemos con esto. Di lo que has venido a decir. —Creo que deberías volver con Alec —dijo Jace. Magnus puso los ojos en blanco. —¿Y por qué es eso? —Porque él es miserable —dijo Jace—. Y lo siente. Siente lo que hizo. No va a hacerlo de nuevo. —Oh, ¿no va a planear a escondidas con una de mis ex acortar mi vida de nuevo? Muy noble por su parte. —Magnus… —Además, Camille ha muerto. No puede hacerlo de nuevo. —Sabes lo que quiero decir —dijo Jace—. No va a mentirte ni engañarte ni ocultarte cosas ni lo que sea por lo que estás realmente molesto. —Se dejó caer en una silla de cuero y levantó una ceja—. ¿Y? Magnus rodó sobre su costado. —¿Qué te importa si Alec es miserable? —¿Qué me importa? —dijo Jace, tan fuerte que Presidente Meow se sentó de golpe con maullido, como si hubiera sido sorprendido—. Por supuesto que me importa Alec, es mi mejor amigo, mi parabatai. Y es infeliz. Y tú también, por el aspecto de las cosas. Quitando los envases de comida por todas partes, no has hecho nada para arreglar el lugar, y tu gato parece muerto. —No está muerto. —Me preocupo por Alec —dijo Jace,
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