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¿POR QUÉ A MÍ? Una guía para descubrir por qué TE sucede lo que TE sucede Elsa Lesser Derechos de autor © 2020 Elsa Lesser ¿POR QUÉ A MÍ? Una guía para descubrir por qué TE sucede lo que TE sucede México Título original: ¿POR QUÉ A MÍ? Corrección de estilo: Ana Luisa Urquiza Pariente Fotografía: @slavinphotographer Diseño: @elsalesser Escrito y editado en 2020 Copyright © Elsa Lesser Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de la autora, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía en tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamos públicos. www.elsalesser.com A mis abuelos, Lourdes y Ernesto, Estela y Raymundo. De quienes aprendí mis idiomas, los agradables y los desagradables. Todos. A mi bisabuela María Villafaña. Con profundo amor… del bueno, del sanador. Desde aquí te abrazo. Contenido Página del título Derechos de autor Dedicatoria Introducción NOTA DE LA AUTORA CANASTA BÁSICA DE BIENESTAR LÍMITES: YA BASTA EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN CONSCIENTE EL GRAN ARTE DE SABER POR QUÉ: TUS IDIOMAS ¿ENTONCES POR QUÉ A MÍ? Acerca del autor Más sobre Elsa Lesser Introducción ¿Cuántas veces te has preguntado por qué siempre te lastiman? ¿Cuántas veces te ha dolido de nuevo eso que creías haber dejado atrás? Llevo muchos años reuniendo grupos y atendiendo pacientes interesados en sentirse mejor y descubrir cómo pueden hacerlo. El taller El Permiso Más Importante de Tu Vida que por tanto tiempo estuve dando de forma presencial, lo transformé en una serie de cursos online para que, más y más gente alrededor del mundo, pudiera tener acceso y así responder el gran POR QUÉ. Todos los días recibo en mi consultorio pacientes que me preguntan “¿por qué me duele?”, “¿por qué me lastimó?”, “¿por qué fue tan cruel conmigo?”, “¿por qué mi papá nunca nos hizo caso?”, “¿por qué mi mamá no nos quería?”, “¿por qué yo solamente acepto patanes en mi vida?”, “¿por qué todas las mujeres lastiman?”, “¿POR QUÉ A MÍ?”. Todos los días quieren comprender muchos porqués suponiendo que, después de comprenderlo, ya no les va a doler. Comencemos pues a entenderlos para después poder sanarlos. Claro que te daré las respuestas, de eso de trata este libro, pero mejor aún, te daré la fórmula para que las encuentres por ti mismo. Encontrarás aquí conceptos e ideas repetitivas por dos motivos: porque la repetición provoca que el conocimiento realmente permanezca y porque esto tan sencillo que leerás es difícil de absorber con sólo una exposición. Ya verás a lo que me refiero. Aprendamos por qué pasa lo que pasa y por qué TE sucede lo que TE sucede. Disfruta esta lectura, de la misma forma que yo he disfrutado por tantos años compartir estas enseñanzas con cientos de pacientes con los que he trabajado. Lo que encontrarás en este libro, es la clave inicial para que el crecimiento de una persona sea rápido, eficaz y definitivo. Incluso las personas resistentes al cambio podrán comprender por qué se resisten. Gracias por compartir mis palabras, deseo que cada una de ellas penetre a tu historia y a tu presente, sanando las preguntas que tienes desde cada herida con las respuestas que aquí encontrarás. NOTA DE LA AUTORA Los nombres y casos aquí mencionados son simulados, creados o modificados para respetar la privacidad de los pacientes y la ética de la práctica profesional. CANASTA BÁSICA DE BIENESTAR “Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo.” Don Miguel Ruiz TU TRANQUILIDAD Mariana se levantó a las cinco de la mañana, aunque estaba despierta desde las tres. Despertar en las madrugadas era ya una desesperante costumbre. Se puso su ropa de deporte, sus tenis, tomó su celular, inició su playlist llamado “Rocky” y salió a correr con todas sus fuerzas. Correr la cansaba. No le quitaba la ansiedad, pero mientras corría, sentía que le bajaba un poco el nivel a las sensaciones desagradables que tenía día y noche. Casi una hora después regresó a su casa, prendió la cafetera y se metió a la regadera. Lloró bajo el chorro de agua, como todas las mañanas. Sabía que le esperaba un día de opresión en el pecho, sudoración sin motivo, cosquillas en manos y brazos, deseos desesperantes de estar en otro lado que no fuera ahí adentro de su cuerpo. Lloró sin preocuparse de que la escucharan porque tenía casi un año de haber cumplido su meta de vivir sola, independiente de sus papás. Estaba logrando objetivos que al parecer no le significaban ningún bienestar ni motivación. Salió de la regadera con el ligero cansancio que provoca un desahogo, pero con la sensación de seguir ahogada. Mientras se vestía, repasaba una y otra vez lo que debía hacer ese martes, no quería que se le escapara nada, a ver si recordando cada actividad la ansiedad bajaba un poco. Hacía una lista mental, mientras de vez en cuando veía su agenda en su teléfono para verificar que no estuviera olvidando algo. Nada. Parecía que todo estaba en orden, pero la ansiedad seguía y por momentos se incrementaba. ¿Qué puede faltarme? ¿Por qué no se quita esto? ¿Cómo me lo arranco? Ya tengo un mejor trabajo, ya vivo sola, ya corro todos los días, ya me alimento mejor, ya no extraño a mi ex, ya hice lo que mis papás esperaban que hiciera… Una y otra vez repetía sus logros. No encontraba explicación a su ansiedad. Como todos los martes, llegó a comer a casa de sus papás. “Hola papá, ¿cómo estás?”. La mirada tranquila de su papá siempre venía acompañada de un par de preguntas, las mismas casi siempre. “Hola hija. ¿Cómo va el trabajo? ¿Ya te subieron el sueldo?”. Preguntas automáticas que, si las respondía Mariana, estaba bien para su papá, si no las respondía, tampoco pasaba nada. Así son las preguntas automáticas. Sin embargo, esas dos inocentes preguntas, sobre todo la segunda, caían como ancla dentro del estómago de Mariana, cimbrándole un puño de ansiedad. Escuchó los pasos apresurados de su mamá entrar a la cocina. “Ah, ya llegaste, hola hija. A ver, muévete y ayúdame. Si ya habías llegado me hubieras ayudado poniendo la mesa, cuando menos. ¿Cómo va el trabajo? ¿Ya te cansaron? ¿Ya estás buscando otro? ¿Y qué pasó con aquel jefe que les gritaba a todos? ¿Sigue ahí o ya lo corrieron? Pásame ese mantel por favor. Llévate esto a la mesa. ¿Y cuándo vas a hacer algo que se relacione con tu carrera? ¿Ya te contó tu hermano que lo van a mandar de viaje de trabajo a Polonia? ¿Donde trabajas, hay esos viajes? Tal vez deberías pedir que te manden a otro lado a capacitarte, sirve que viajas. Ya vamos a sentarnos que se va a enfriar. ¿Qué tienes? Te ves preocupada. ¿Estás bien? ¿Ya pasó algo en el trabajo, verdad?”. Mariana salió de casa de sus papás 50 minutos después de la balacera de preguntas. Muchas veces, salía de las comidas de los martes enojada porque sus papás “la hacían sentir mal”. No eran enojos pequeños, se reclamaba a sí misma “a qué voy, si nunca les parece lo que hago”. Sus papás, satisfechos con la visita, disfrutaron el resto del martes, mientras ella manejó las siguientes cuadras con la ansiedad al tope, crecida también con el enojo. Tenía, además, un miedo diario: cada que se terminaba la tarde le tenía terror a que se acercaba la noche porque sabía que aparecería otra vez el insomnio, pensando en las preguntas de sus papás, más las que se acumulaban en el transcurso de la noche. Si tan solo Mariana supiera lo sencillo que es desbloquear los síntomas de ansiedad, dejar de lado la intranquilidad y volver a instalar dentro de ella SU tranquilidad. Hace muchos años, sin que Mariana se diera cuenta, le había cedido SU TRANQUILIDAD a sus papás. Ellos no lo solicitaron, ellos no le pidieron “por favor deja tu tranquilidad en la entrada de la casa o guardada en un cajón”. Ella, en cambio, la dejó olvidada en otro lugar, afuera de ella. ¿Te resulta sencillo recordar algún momento en que le dejaste TU TRANQUILIDAD aalguien más para que te la cuidara? ¿Hace cuánto que no la tienes contigo, disponible para ti las 24 horas del día? TU SEGURIDAD Rosalba se estacionó en la plaza comercial revisando bien dónde dejaba su auto porque solía perder la orientación y después ya no encontrarlo. Caminó con pasos cortos y rápidos a la cafetería de moda donde ya se encontraba su amiga, esperándola. Se abrazaron y Rosalba dejó su bolsa de mano y su pashmina en la silla vacía al mismo tiempo que le pidió al mesero un café cappuccino con leche de soya. Se acomodó en la silla tomando aire suficiente para poder hablar sin parar las siguientes dos horas. “No sé ya ni por dónde comenzar a platicarte amiga”, empezó Rosalba la historia, mientras sacaba su teléfono celular y buscaba unas fotos. “Ahora me encontré estos tickets de compra y estas conversaciones, mira, tiene puras caritas… no sé quién es ella, pero claro que ya me metí a su perfil y parece que está casada y tiene hijos, por qué le pone caritas, no entiendo, no le dice nada grave la verdad, ya leí toda la conversación y no hay nada, pero ¿y si sí?”. Así comenzó una historia que Rosalba contó a detalle de arriba para abajo. Después la volvió a platicar de abajo hacia arriba. Terminando la segunda vuelta, la compartió una tercera desde un ángulo y un análisis diferente. Después entre Rosalba y Ana, comenzaron a hacer conjeturas de lo que seguramente estaba pasando en la vida de su marido. Con tanto análisis de por medio, Ana, con toda firmeza le comenta “ya déjalo amiga, no te merece, tú no mereces estar con un hombre que no te valora y que te hace sufrir”. Rosalba la miraba fijamente, casi como si después de ese comentario su mente se perdiera a través de su amiga y se fuera a otro planeta, como dormida despierta. Ana la devolvió a planeta Tierra. “Amiga, qué haces con él, es obvio que hay algo que tu marido esconde”. Muchos minutos de inseguridad después y con tres cafés en su sistema, Rosalba se despidió de Ana subiéndose al auto aún más insegura de lo que llegó. Estaba segura de que, platicando con Ana, sus dudas desaparecerían y se sentiría mejor, pero sólo logró confundirla más. Regresó a su casa, dejó la bolsa y revisó los tickets que había guardado, los analizó nuevamente. Los volvió a guardar sabiendo que cada día se sentía más insegura y con una débil certeza de que su marido la estaba engañando. En la noche, él llegó a casa. Rosalba lo esperó habiendo dado un millón de vueltas a la sala sin saber resolver lo que estaba pasando, los celos la estaban volviendo loca y cada día se incrementaban. “¿Qué es esto?” preguntó ella en cuanto él entró atravesando la sala. “Buenas noches, amor”, dijo él pausadamente, con la intención de que Rosalba se diera cuenta de que lo recibió con un reclamo y no con un saludo. Ella, al borde del colapso, repitió más fuerte “¿qué es esto?”. Él se acercó, tomó el ticket, la vio a los ojos molesto por repetir la misma escena cada noche, abrió el cajón del trinchador y sacó un paquete. “Es el regalo que me pediste que comprara para tu hija”, y dejando el paquete en la mesa del comedor, se fue incómodo al cuarto. Rosalba, apenada, tomó el regalo mientras lloraba la inseguridad que había arrastrado todo el día. Pero faltaban los mensajes, las caritas, esas no podría justificarlas. Quiso dejar el paquete y entrar al cuarto a reclamar, a pedir una explicación, pero sabía que todos los días había un reclamo nuevo, una explicación nueva. Sabía que su marido tendría un límite y que lo estaba cansando. Todos los días había un descubrimiento que incrementaba sus celos, así como todos los días su marido se cansaba de justificar lo que ella encontraba. Estaba atada de manos entre ir a reclamar los mensajes que encontró o dejarlo pasar. Sus celos la volvían loca. No quería hartarlo, pero tampoco quería ignorar lo que iba descubriendo. Sentía inseguridad diaria y creciente, así como sentía desesperación de no poder estar tranquila desde hace ya tanto tiempo. Sabía que tenía que sanar el tema de los celos que la estaban dejando en pedazos. Toda la seguridad que alguna vez tuvo, la envolvió en un paquete y sin que su marido se enterara, lo escondió en alguna parte de las pertenencias de él. Eso es lo que sucede cuando TU SEGURIDAD, que claramente te corresponde guardarla a ti, se la dejas a alguien más para que se haga cargo de ella. No tiene importancia lo que sucede allá afuera, de tu piel hacia afuera no te corresponde. TU SEGURIDAD vive dentro de ti, y si por algún motivo la dejas en manos del alguien más, ya no podrás sentirte más que insegura, hasta que la recuperes nuevamente. ¿A quién sueles dejarle TU SEGURIDAD? ¿Desde hace cuánto tiempo? TU FORTALEZA Daniela, mamá de cuatro, tuvo una vida sin mayores contratiempos. Hasta ahora. Sus deseos de ser madre, su generosidad y su pasión por dar gusto a otras personas con una gran velocidad secuestraron su fortaleza. Ramón, su hijo mayor, responsable y autoritario, todos los días está al pendiente de ella. Le pregunta si está bien, si necesita algo, si se siente bien. Para Ramón es una costumbre hacerse cargo de sus hermanos y de sí mismo, no es algo que le cueste trabajo, le resulta bastante natural. Estudioso, controlador, rígido en su pensamiento, es muy sencillo para él emitir juicios de lo que está bien y de lo que está mal. Nadie le discute porque desde siempre actúa como si tuviera la razón. No hay duda de que ayuda mucho a su mamá tanto en la casa y con sus hermanos, es una evidente figura de apoyo en la familia. María, la segunda, despreocupada y relajada, suele traer frescura al convivio familiar. Tiene buenas ocurrencias, comentarios y actitudes que alegran los momentos familiares. En muchas ocasiones es irresponsable, pero nada que no pueda solucionar ella misma en cuanto lo necesite. La responsabilidad y el actuar maduro no le son necesarios, esos roles ya están cubiertos a la perfección por Ramón. María también ayuda en casa, sólo que con menos frecuencia y con algo de molestia por las responsabilidades, ella prefiere pasar su tiempo a solas en redes sociales o con amigos hablando de - seguramente- nada importante. Josué, el tercero, parece pertenecer al Woodstock de los setentas. Vive en un planeta alterno donde todo está bien y la vida no contiene per se ningún elemento de preocupación real. Tiene otra dimensión en su mente que lo aleja de la realidad preocupante en la que viven los adultos. Está convencido de que la vida es un paso evolutivo que uno decide vivirla a prisa y estresado o tranquilamente disfrutando. Él ha elegido siempre la segunda opción. Por su misma naturaleza, el enojo y la molestia no suelen visitarlo, pero cuando lo hacen, se le acaba su personalidad Woodstock y saca todos sus demonios que por tanto tiempo ha cultivado y guardado. Es la perfecta representación de los extremos. Julieta, la cuarta, es la viva imagen de Daniela, su mamá, pero con muy mal genio. Mismas caras, mismos gestos, mismo buen corazón, misma generosidad, pero no vacila en poner límites a lo que no le parece y no se queda callada cuando algo lo cree injusto. Suele vivir enojada sin darse cuenta de que vive enojada, porque ya lo ha convertido en su modus vivendi. Con esta variedad de personalidades, la casa es un caos. Julio, el papá, hace muchos años que decidió que cuatro hijos eran “demasiado para él” y se fue para Estados Unidos. Manda cartas cada dos o tres años con “buenos deseos”. Hasta aquí todo parece funcional, tranquilo. Daniela salió hoy por la mañana al doctor por un dolor a veces en la espalda baja y a veces en el abdomen bajo. No encontraba posición que le hiciera sentirse mejor. La revisó un gastroenterólogo y la mandó sin diagnóstico a su casa, sólo con una receta para poder comprar unas pastillas para el dolor. Josué y Julieta fueron a casa de su mamá a comer. Daniela les platicó del dolor y Josué le dijo que necesitaba dejar la carne porque los animales eran nefastos para la salud. Julieta, molesta, le dijo que a su edad necesitaba proteína animal yque dejara de decir tonterías. Daniela los estaba escuchando atentamente hasta que la frase “a su edad” la desconectó de la plática. “A mi edad, qué tiene mi edad, a qué se refiere con a tu edad, yo no tengo ninguna edad para que me digan una frase que comience con a tu edad”. Josué la regresó de su queja mental, “mamá, qué te dijo el doctor, qué se supone que tienes…”, le preguntó con algo de ironía. “Nada, al parecer no tengo nada, no se preocupen”. Daniela cuidaba de no preocupar a sus hijos, prefería dejarlos tranquilos, eso la tranquilizaba a ella. Al acercarse la noche, sintió un dolor más agudo e intentó acercarse al baño, tenía constantemente ganas de orinar y todas resultaban ser falsas alarmas. No comprendía qué era. Al querer ponerse de pie, un dolor terrible, agudo, le acuchilló por la espalda baja provocando que cayera al suelo. Como pudo se incorporó y dio unos pasos para después dar unas arcadas por el vómito que le provocó el dolor. Pasando esta pequeña y grave crisis, le llamó a Ramón. Ramón, quien vivía cerca, fue por su mamá y la llevó a urgencias. El protocolo inicial del hospital, como siempre tardado considerando que urge, pasó con Ramón haciéndose cargo de los papeles mientras se llevaban a Daniela a un espacio donde la pudieran atender. “¿Dónde le duele señora Daniela?”. Le hubiera gustado responder pero el dolor no la dejaba articular palabra, sólo se retorcía, así que con su mano señaló el abdomen bajo y pudo al mismo tiempo exhalar con muchos trabajos un “¡… y atrás…!”, mientras sudaba y volvía a inhalar profundo para contener la respiración. Llegó finalmente el urólogo, le recetó un poderoso calmante para hacerle un estudio después de preguntarle “¿duele al orinar? ¿Siente ganas de ir al baño y es falsa alarma? ¿Los dolores vienen y van? ¿Le duele aquí? ¿Y aquí? ¿Y aquí?”. Y al golpear suavecito la espalda baja del lado izquierdo, un grito fuerte y sorpresivo salió del alma de Daniela. Después de varios análisis comentó el doctor “es una piedra de 5 milímetros en el último tramo del tracto urinario, tienen dos opciones, aguantarse el dolor y damos medicamento para calmar un poco y abrir los ductos, o bien, cirugía para removerla”. El doctor hablaba en plural, como si la decisión no fuera exclusivamente del cuerpo de Daniela. Ya habían llegado también María, Josué y Julieta, molesta claro, porque no le avisaron con más tiempo. Ramón le dijo a su mamá que creía que lo más importante era que estuviera saludable y que la cirugía era lo adecuado. Daniela no estaba de acuerdo, pero no dijo nada, sólo asintió. María le dijo que lo más adecuado era tomar la opinión de otro especialista, para que confirmara el diagnóstico. Daniela no estaba de acuerdo, pero también asintió. Josué dijo que eso le daba por comer alimentos con químicos y que no eran naturales, que lo que necesitaba era desintoxicarse y que la iba a llevar con un especialista en alimentación vegana. Daniela no estaba de acuerdo, pero le dijo que estaba bien. María dijo que por qué no la dejaban decidir sola, que era lo suficientemente madura como para tomar su propia decisión. Daniela estaba a punto de dar las gracias por ese comentario, pero Ramón la interrumpió diciendo que con la salud de su mamá no se jugaba, que la iban a operar y punto. Daniela sólo asintió. La realidad es que nadie le preguntó a ella que quería. Daniela tampoco levantó la mano para opinar, porque lo que había hecho por años es darles gusto a sus hijos, de uno por uno, los cuidó y los fortaleció a todos. Pudo haber dicho “yo prefiero tomar los medicamentos y que salga de forma natural”, en cambio, decidió quedarse callada para darles gusto a cada uno, según fueran opinando. Eso, tenía cuando menos 30 años haciéndolo. La mitad de su vida la había dedicado ciegamente a complacer a cuatro personalidades totalmente diferentes, tanto, que se había olvidado de lo que ella quería, pensando que complaciéndolos iba a encontrar felicidad. Encontraba en cambio que, si le daba gusto a uno, se molestaba el otro y entonces cambiaba de opinión a diario, según se iban molestando sus hijos. No encontraba la fuerza para detener tanta opinión y defender la suya, por amor a ellos. Antes de sus cuatro hijos, ella sabía quién era, qué quería de la vida, hasta dónde quería llegar, se sabía fuerte y decidida. Después, comenzó a provocarle placer cuidar, proteger y amar a estos cuatro pequeños. Con los años, se convirtió en costumbre ver por ellos y abandonarse a tal grado que nunca podía decidir por ella misma. La fortaleza de su infancia y adolescencia, la dejó guardada en las mochilas de sus hijos. Sentía una profunda tristeza porque nadie la consideraba mientras decidían por ella. “Están preocupados por mí -pensaba- lo menos que puedo hacer es quedarme callada”, mientras su debilidad afloraba y opinaban por ella, su fortaleza la esperaba intacta, abandonada desde muchos años antes, como si hubiera sido ayer que la acababa de usar. ¿Cuántas veces has sentido que por amar a alguien más te dejas de amar? ¿Qué por cuidar a alguien más te dejas de cuidar? No es una competencia de relevos, la vida sí tiene la opción de ser fuerte y seguir amando a quienes nos importan. ¿Desde cuándo crees que dejaste TU FORTALEZA en manos del alguien más? TU FELICIDAD Alejandro tenía como costumbre decir “no puedo salir, tengo mucho trabajo”, para responder a cualquier invitación a cenar, al cine o una escapada de fin de semana con los amigos. Era maestro docente y vivía para calificar exámenes y trabajos. Su papá, quien vivía solo, enfermó grave y Alejandro estaba al pendiente todos los días de que su papá mejorara. No sucedió así. Durante un largo año la salud de su papá mermaba y se iba consumiendo poco a poco y, junto con él, también se iban haciendo pequeños los momentos de vida de Alejandro, ya que como sabemos, si no vives con pasión, mueres poco a poco. En un momento de lucidez de Don Roberto, papá de Alejandro, uno de sus hijos lo invitó a conocer Yucatán. Don Roberto, aprovechando que se sentía un poco mejor, accedió, hizo una pequeña maleta y partió tranquilo al paraíso de la península mexicana. Alejandro, unos días antes de despedir a su papá en la puerta de su casa, había platicado con un par de amigos acerca de que, por primera vez en meses, iba a descansar de la preocupación de cuidar todos los días de su papá. “No sé qué haré con tanto tiempo libre -les comentó- siento que podré hacer de todo en estas dos semanas, por fin”. El mismo día que Don Roberto llegó a las playas de Yucatán, Alejandro recibió una llamada de uno de sus amigos. “Ahorita no puedo salir, tengo mucho trabajo, pero me apuro para terminar de calificar y les aviso para poder organizar algo”. Dos días después lo volvieron a llamar para invitarlo al cine. Dos días más y lo volvieron a buscar para invitarlo a cenar. Invariablemente, su respuesta era la misma. Durante dos semanas, Alejandro se quedó encerrado, provocando una enorme diferencia al encierro que llevaba haciendo casi por un año mientras cuidaba a su papá. ¿Por qué “enorme diferencia”? Porque con Don Roberto lejos, de vacaciones, cuidado a la perfección por otro de sus hijos, encerrarse voluntariamente en vez de tomar la decisión de vivir momentos agradables con buena compañía, habla mucho de la gran depresión que había ya desarrollado y que uno no se da cuenta que se instala para no moverse. Tenía muchos meses que SU FELICIDAD la había guardado en algún cajón de Don Roberto, siendo que sólo le pertenece a Alejandro, dejando como resultado a una persona que ya se acostumbró a vivir sin ser feliz. El resultado es la tristeza, el desánimo, la depresión, incluso la nostalgia de lo que fue o de lo que podría ser y hacer y no se está haciendo. Los planes con los que Alejandro se emocionó eran reales, su misma emoción también era real. No contaba con que había dejado SU FELICIDAD olvidada en otro lugar fuera de él. Cuando Don Roberto regresó, tranquilo, descansado, volvió a su normalidad y Alejandro, robotizado y autómata,regresó a su rutina que realmente nunca dejó, aunque parecía que sí. Esperaba ansioso esas dos semanas para -por fin- ser feliz. No pudo llegar la emoción y eso lo dejó igual, pero diferente. Igual, en el mismo lugar, con las mismas tareas, pero diferente, pensando que tal vez SU FELICIDAD no era ya tan fácil de recuperar, donde quiera que estuviera escondida. ¿Crees que terminando este proyecto serás feliz? ¿Bajando de peso por fin encontrarás la felicidad? ¿Piensas que en cuanto ganes un poco más de dinero ya podrás descansar en TU FELICIDAD? Es muy posible que hayas conseguido muchas metas en tu vida, pero si lo que has puesto en el extremo de la meta es TU FELICIDAD, muy probablemente no la hayas encontrado aún. No está allá del otro lado de la meta, ese no es su lugar. Está adentro de ti, siempre, invariablemente, pase lo que pase, es contigo donde debe estar, no en manos de alguien más, ni se la robó el destino, ni está escondida en casa de otra persona. ¿A quién sueles dejarle TU FELICIDAD? ¿Desde hace cuánto tiempo? TU PAZ Ulises llegó a su trabajo estacionando la camioneta corporativa en el lugar que le correspondía y, como siempre, a tiempo. Cerró la puerta de un golpe sonoro y caminó hacia su oficina. El guardia de la entrada del edificio le dio los buenos días y Ulises no respondió. Muy probablemente ni siquiera lo escuchó. Llegó hasta la sala de juntas donde debía ver a dos supervisores de obra. Entró, escogió una silla y se sentó a esperarlos con un hartazgo gigante. Los dos supervisores ya estaban ahí, parados junto a la máquina de café preparando sus bebidas. “Quieres un café o mejor…”, Ulises interrumpió. “Mejor a lo que venimos, no les pagan para perder tiempo. Ésta es la bitácora de obra y como ven, esta cuadrilla no sirve para nada, todos son unos estúpidos, esta otra cuadrilla trabaja más o menos, solamente se rescatan uno o dos. Les advierto, mientras sigan trabajando con estos de aquí, les seguirán robando”. El jefe y socio minoritario entró a la oficina justamente cuando Ulises terminaba su frase. “¿A quién le seguirán robando, Ulises?”, preguntó mientras se servía un café. Los dos supervisores dieron un paso hacia atrás, discretamente. “La gente se hace muy pendeja, vienen a trabajar y no cumplen, para qué vienen entonces, para qué les pagan entonces. Si yo fuera usted los correría a todos y contrataría a gente que sí trabaja y que sí es honesta. Puro desperdicio de dinero a lo pendejo”, dijo Ulises más molesto que antes. Parecía que la presencia del jefe no lo intimidaba en lo absoluto. Éste se acercó un paso hacia Ulises, lo miró tranquilamente mientras asentía. “¿Y tú -preguntó el jefe- haces bien tu trabajo?”. Con toda confianza Ulises no se tardó en responder “yo no me hago pendejo, si eso es lo que me está preguntando, no sé si lo hago bien o mal, pero vengo aquí a cumplir lo que me pidieron y lo que me toca. Y si no tiene preguntas más interesantes qué hacer, ya me voy”. Ulises salió de la sala de juntas y aventando la puerta hacia enfrente dejó a sus tres compañeros de trabajo en un incómodo momento. Todos los días eran iguales para Ulises. Cuando menos de un tiempo para acá. Años antes era diferente. Cuando comenzó a trabajar ahí, era atento, educado, se comportaba con un alto nivel de compañerismo. Fue hasta que uno de sus supervisores -quien por cierto ya no trabajaba ahí- le jugó una mala pasada. Mintió en unas bitácoras e hizo quedar muy mal a Ulises, con el único objetivo de quedar bien. La traición laboral es tristemente común, se piensa que, si hago quedar mal a mi compañero en automático yo quedo bien, cuando en realidad todos terminan quedando mal. En las organizaciones y empresas, es común el ataque indirecto para avanzar en las jerarquías. No es funcional, pero es muy utilizado. Esto hizo que Ulises tuviera muchos confrontamientos con las líneas superiores, desconfianzas y malentendidos que le costaron mucho trabajo limpiar. Fue un parteaguas en su vida, no solamente laboral. Todos los días llegaba enojado al trabajo y también regresaba molesto a su casa. Se convirtió en un iracundo automático. Así despertaba y así se dormía. Hasta que tocó fondo. Un viernes, ya cansado de la larga y tediosa semana, al terminar su jornada y entregar las bitácoras, tres compañeros estaban ya despidiéndose y vieron pasar a Ulises a unos pasos de ellos. Le dijeron amistosamente “hasta el lunes, y descansa, que te hace mucha falta”. Ulises volteó convertido en una fiera, lo agarró de la camisa levantándolo un poco y le gritó “de mí no te vas a burlar”, mientras con el puño derecho bien cerrado le atizó un golpe que dejó a su compañero en el suelo por varios minutos. Sus compañeros y otros más que se acercaron de inmediato, lo detuvieron. Le pidieron que se calmara y lo alejaron de ahí. Ulises se subió a su camioneta y se fue a su casa todavía temblando de coraje. El lunes por la mañana se dirigió en automático a la sala de juntas donde lo esperaban tres jefes más. Le pidieron que explicara lo que había pasado. Ulises comentó que ya no iba a permitir que nadie se burlara de él. “Pedí tu expediente -dijo el jefe que mejor lo conocía-. Sabemos que trabajas bien y trabajas duro. También sabemos lo que ocurrió hace unos años y cómo cambió tu actitud a raíz de ello. No podemos tolerar la violencia y eres muy violento. Te vas a quedar suspendido una semana, y únicamente puedes regresar a trabajar cuando nos traigas comprobantes de que ya iniciaste un trabajo profesional para manejo de la ira. Te queremos en la empresa, pero si no valoras el respeto, no nos servirás de mucho”. Ulises aceptó el trato y salió ese día de la empresa, ligando en su mente por primera vez, cómo el evento inicial fue consecuencia de su actitud actual. No se había dado cuenta que una persona de su pasado le había robado SU PAZ y en vez de ella, dejó ira, violencia, inconformidad. No podemos echar mano de otra reacción si ya no tenemos paz dentro de nosotros. No es afuera donde debe estar nuestra paz, es adentro de cada uno. ¿A quién sueles dejarle TU PAZ? ¿Desde hace cuánto tiempo? TU CLARIDAD Mireya quería terminar con su novio. O cuando menos eso pensaba. No estaba decidida si estar con él o no. Hoy se decidió, ya por fin sabe lo que quiere, va a terminar con él, no está en paz cuando está a su lado. Pero ayer pensaba diferente, ayer se despertó decidida a echarle ganas a la relación. De lo que sí estaba segura todos los días era de su confusión. Le llamó a Patricia, su amiga, quien la escuchó atentamente en el teléfono todos sus pros y sus contras acerca de Saúl. Analizaban por horas qué era lo que le convenía a Mireya. La fórmula era sencilla, si la opinión era que se quedara con él, buscaba entonces las razones para irse. Si la opinión era que terminara con él, buscaba motivos para quedarse. No se daba cuenta de este juego cruel de indecisión. “Ay amiga no es tan malo, además no es feo, yo creo que sí mejor quédate con él”. Mireya pensaba unos segundos y contestaba “pero ya no lo soporto, de verdad ya no puedo con él, verlo ya me pone de mal humor”… Y comenzaba el análisis nuevamente desde el principio de la historia. Patricia, después de diseccionar de nuevo los detalles, concluía “ay amiga, no ya, definitivo, termina con él, así no se puede vivir”. Mireya se inmovilizaba unos segundos y comentaba “ay pero y si me equivoco, en realidad no es un monstruo, es buena persona”. Pasaron unas semanas y Mireya le comentó a Patricia que ya había tomado una decisión definitiva, que si podían encontrarse en un café para platicar. Como ambas estarían ocupadas, hicieron cita para tres días después, pero Patricia le pidió que le adelantara la decisión. “Voy a terminarlo amiga, ya me decidí, te platico el viernes”. Pasaron esos tres días y llegó el momento en que discutirían largamente la decisión final de Mireya. Patricia la esperaba ya sentada con café en mano. Mireya entró por la puerta con una expresión poco común, la confusión en sus ojos era evidente. Se sentó, vio lentamente a todos losque las rodeaban y terminó su recorrido en los ojos de Patricia, quien adivinó de inmediato lo que ocurría. “Ay amiga, no me digas eso por favor, estás embarazada verdad, ya te lo vi en los ojos, ya vi, qué bárbara, qué vas a hacer ahora”. Mireya se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar. Dos meses más tarde, Mireya estaba de pie frente al juez, Patricia atrás de ella esperando su turno para firmar el acta de matrimonio como testigo. Saúl y Mireya parecían contentos, los papás de ellos no lo estaban tanto. El enojo, la poca disposición y la decepción que tienen los papás de los chicos que se tienen que casar con prisa. Saúl, asustado pero valiente, dispuesto a estar presente, a su estilo y a su forma, con las obligaciones que le tocaban a partir de ahora. Mireya, resignada, pensando que no sabía lo que iba a hacer los meses siguientes de su vida. Nada de esto lo había planeado, nada de lo que seguía, tampoco. Mireya tuvo un par de gemelos hermosos unos cuantos meses después. Decidida, platicó con Patricia que en cuanto pudiera, se divorciaría de Saúl, porque en realidad se casó por compromiso con sus papás -como suele pasar- y porque no sabía qué hacer en ese momento, pero que ya sabía lo que quería. No deseaba vivir así el resto de su vida. Con esa misma decisión, tuvieron esta plática muchas veces más, analizando ahora un nuevo tema: “¿Por qué no me he ido? ¿Será que sí lo quiero?”. La primera comunión de los niños transcurrió sin mayor inconveniente, excepto que cada evento, cada reunión, cada día festivo, Mireya se sentía más y más confundida. Para cualquier otra persona no habría confusión, habría una decisión de quedarse donde mejor le parece. Pero para Mireya era muy difícil decidir. SU CLARIDAD la perdió muchos años antes, incluso de niña, cuando sus papás decidían todo por ella, fuera o no fuera feliz. Sus papás, diametralmente opuestos, cambiaban de decisión todos los días, pero en algo estaban de acuerdo: esto estaba bien y esto estaba mal. También había el secreto mejor guardado: eran una pareja incongruente. Sin embargo, eso no es tan fácil de detectar. Decir una cosa y hacer otra. Un papá que dice que te cuides cuando él no se cuida, una mamá que dice “cállate y contéstame” sin darse cuenta de la instrucción incongruente. Un papá que se dice justo, pero es injusto, una mamá que ayuda a todos menos a ella misma. Eran la típica pareja que juzgaba lo bueno y lo malo y no había término medio, con una gran carga de incongruencia que genera confusión. Era CLARO que no iban a aceptar una indecisión, pero cómo puedes esperar que tus hijos no aprendan de indecisión si hay que escoger un extremo y éste no es congruente. Lo natural es sentirse mal con las incongruencias. Lo natural es perder claridad en el camino con una familia así. Mireya nunca se dio cuenta en qué momento dejó SU CLARIDAD escondida en casa de sus papás y es transparente que cuando una persona no tiene claridad, entonces abunda la confusión y la indecisión en sus actos diarios. Once meses después de la primera comunión, el evento familiar que volvió a unir a toda la familia era el anuncio del siguiente embarazo gemelar. Un par de niñas que pocos meses después brillaron entre los brazos de esa familia ya grande. Mireya abrazaba y besaba a sus hijas con tanto amor, deseando en silencio que ellas nunca fueran presas de la poca libertad que ella tenía. Ella en realidad nunca estuvo encerrada, nadie la obligó a nada. Solita, sin que nadie le indicara el camino ni por dónde ir, se encerraba todos los días en una jaula de indecisión donde perdía su libertad y dejaba la llave junto a ella, triste por no poder salir de ahí. Le faltaba SU CLARIDAD para poder ver de forma transparente que esa jaula era sólo de ella y quien la encerraba era ella misma. ¿A quién sueles dejarle TU CLARIDAD? ¿Desde hace cuánto tiempo? ES TUYA Imagina que tienes una gran canasta frente a ti, del tamaño que tú quieras, del material que más te guste. La vamos a llamar tu Canasta Básica de Bienestar. Como su nombre lo dice es un paquete que contiene lo básico, lo mínimo indispensable. ¿Qué crees que debería existir en ella? Cuando menos, repito, c u a n d o m e n o s, deberían estar ahí adentro tu tranquilidad, tu seguridad, tu fortaleza, tu felicidad, tu paz, tu claridad, tal como lo dijimos, como mínimo indispensable. Imagina ahora que un día decides dejarle, encargarle, empujarle, regalarle o prestarle tu Canasta Básica de Bienestar a alguien más. ¿Qué puede pasar si alguien más la tiene y no tú? La primera y automática pregunta sería ¿por qué se la dejarías a alguien más, si es TUYA? Ese es el principio fundamental de este capítulo, te pertenece sólo a ti y no tienes por qué dejársela a nadie ni un día, ni un momento, ni un ratito. ¿Crees que tú no lo has hecho? Hay infinidad de motivos por los cuales le dejamos alguno de los paquetitos de nuestra canasta a otra persona y sin darnos cuenta, pretendemos que se haga responsable de lo que es nuestro. Si a mí me falta PAZ, entonces deseo encontrar a alguien que me dé de su paz, para tranquilizarme un poco. Si me falta FELICIDAD, entonces haré lo necesario para encontrar a alguien que me dé un poco de felicidad para ya no sentirme triste. Lo complicado es cuando SÍ encontramos a esa persona que nos hace sentir mejor. ¿Qué pasa cuando nos dan la FORTALEZA que nos faltaba? ¿Qué hacemos cuando alguien me provoca toda la CLARIDAD que deseaba? Nos aferramos a esa persona que me está dando lo que yo ya debería tener conmigo como mínimo indispensable. ¿Y si se va? ¿Y si se lleva la FELICIDAD que estuve buscando tanto tiempo? No era tuya, era suya. Pero como consecuencia lógica, si se va y se lleva SU FELICIDAD te sentirás infeliz por no tener eso que te hacía sentir bien temporalmente. ¿Cuál es el secreto? Sencillo. Tendrás tu Canasta Básica de Bienestar contigo, llena, completa y en estado impecable. De esta forma si alguien llega a querer mover tu PAZ, sabrás ya que es tuya y que puedes compartir tus emociones saludables, sin estar entregando TUS paquetes. Ahora, lo que pasa con más frecuencia, es que no queremos hacernos cargo de nuestra canasta, porque ni siquiera sabemos que es nuestra exclusiva responsabilidad y de verdad pretendemos que nos cuiden nuestras emociones. ¿Cuántas veces le has dejado tu tranquilidad y tu felicidad a tu pareja, a tus hijos, a tus papás, a tu jefe o al azar? Bien, esa canasta no es de ellos. Repito no-es-de-ellos. Es posible que no te guste esto, pero eso no cambia que tu felicidad depende exclusivamente de ti. No de que tus hijos hagan exactamente lo que tú quisieras, no de cómo te trate tu marido o tu esposa, no de cómo te reconozcan en tu trabajo. Mientras sigas empujándole TU Canasta Básica de Bienestar a alguien más, sigues corriendo el riesgo de que se caiga, se rompa, se olvide, se pierda, se aleje, la lastimen, la maltraten… Dejemos entonces de culpar a otras personas por todo lo que nos han herido. ¿Puedes dejar entonces de culpar a tus papás de que no te quisieron lo suficiente o no te dieron el tiempo que te hubiera gustado? Si estás leyendo este libro significa que ya tienes la edad como para que sepas que YA NO es responsabilidad de tus papás el amor que debes tener adentro de ti. ¿Tu pareja no te ama y no te respeta? ¿De quién crees que es la decisión diaria de quedarte a lado de alguien que no te ama y no te respeta como tú deseas? Preguntas duras y respuestas más duras aún. Pero si estás aquí significa que tienes toda la disposición de tomar las riendas de tu vida y dejar a la víctima y el drama en otro lugar, porque ya no los vas a necesitar. Si tienes muchas quejas y dolores de toda esa gente que te ha lastimado y dejado heridas, te corresponde sanarlas. Las heridas no le pertenecen a quién las hace, sino a quien le duele tenerlas. Cuando practicamos hacernos responsables de nuestra canasta significa disfrutar de todo su contenido así, en bienestar. Soy la dueña de mi felicidad, claridad, paz, confianza… con toda tranquilidad me podré moverpor mi vida sin necesidad de estar dependiendo de algo o de alguien para ser feliz. No se trata de olvidarme de todos, se trata de convivir mejor con los que están y procurarme mejores compañías en mi presente y mi futuro. Se trata de que vivas con tu Canasta Básica de Bienestar bien llena y posicionada en su lugar: contigo. LÍMITES: YA BASTA “Estás 100% al cargo de tu vida, carajo. Deja ya de estarte quejando.” Gary Vaynerchuck Podríamos hacer una lista interminable de situaciones a las cuales les pondríamos como título “límites de…”. Los límites de tu empresa, los límites de tu persona, los límites del amor, los límites de tu integridad, los límites del mundo… Creo que no acabaríamos. Los ojos están hechos para ver hacia afuera, no hacia adentro. El reto del crecimiento personal es lograr ver para adentro lo suficientemente profundo y enriquecedor, que puedas potenciar tu capacidad de evolución. Todo lo que existe en este universo tiene un límite. La atmósfera tiene un límite, la corteza del árbol marca un límite, el vaso es el límite del líquido, la frontera es el límite de un país, la puerta es el límite de tu recámara y, la piel, con toda seguridad el más complejo y hermoso que existe, es el límite de ti con todo lo demás. Como suele decir Tere Robles de forma recurrente, “de tu piel hacia adentro solamente eres tú” y no hay nada que puedas hacer para que eso no sea cierto. Aunque estés pegada a tus hijos, pegado a tu esposa, de todos modos hay un límite entre un ser humano y otro. Cada quién tiene sus límites físicos visibles ante los ojos de todos. “Quiero ser más yo” me dicen en el consultorio con mucha frecuencia. Tú ya eres tú desde antes de que llegaras a consulta. Pero llegan heridos y adoloridos, recordando lo que antes del dolor vivían y haciendo referencia a ese tiempo donde se sentían bien. En otro de mis entrenamientos, me avoco en específico a las heridas y a su sanación. Para llegar a ello es requisito aprender de límites saludables. ¿Por qué? Porque si sanamos una herida y volvemos al lugar donde nos las hacen, vamos a tener heridas frescas una y otra vez y esto es un cuento de nunca acabar. Ojo, no quiero decir que jamás nos volverán a herir, sino que lleguemos a ser mejores Observadores y con esa claridad, podemos entonces vivir sin el constante miedo a sufrir heridas. “Quiero ser más yo” es un ejemplo de cientos y cientos de pacientes heridos que ya dejaron su claridad en manos de alguien más, que no distinguen entre su dolor y su relación con el mundo que parece que lastima. Pero ojo, no es el mundo el que lastima, es la herida que tienes por no saber aún trabajar con límites saludables. Antes de tratar esas heridas, es necesario protegernos saludablemente, por ello es importante hablar de límites y volvernos expertos practicantes. LIMITÓMETRO Todo en la vida tiene un límite y cuando hablo de la corteza de un árbol, de un vaso, de una frontera o de una puerta, es muy sencillo estar de acuerdo. ¿Dónde comienza la complicación? Mucha gente me pregunta si lo que están haciendo es bueno o malo. Definir una situación o una decisión como buena o mala, implica un juicio. El juicio, un juez y un juzgado, no es lo mismo que una terapia, un terapeuta y un consultorio. En un juicio, basados en algo de información, van a tomar la decisión de si esa situación es inocente o culpable, buena o mala. En un consultorio jamás debe pasar eso, un lugar de sanación nunca se juzga por bueno o malo. Si ustedes supieran la cantidad de veces que he escuchado “es que la psicóloga anterior me dijo que yo estaba mal y que mi marido estaba bien”, “es que la psicóloga anterior nos dijo que mis decisiones son malas decisiones”. Con todo respeto, un terapeuta que se precie de ser profesional no debe tener juicios en su mente. No hablo de que deba guardarse su opinión para sí mismo, hablo de que la práctica genuina de un psicoterapeuta es de profunda sanación. Si realmente nacieron para sanar, no debe haber juicios en sus ojos, sino una Observación profunda donde se puede ver con claridad cuáles son las partes heridas de todos los participantes y dónde se requiere una sanación adecuada. Ahí está la clave: “adecuada”. No se trata de si lo que estás haciendo es bueno o malo, se trata de si es adecuado o no es adecuado para ti. Sin juicios. En esta diferencia, si nos volvemos expertos en poder detectarla y manejarla, podremos encontrar nuestra paz más rápidamente. Les platico un ejemplo que he compartido por muchos años. “Vengo a que le quite lo borracho a mi marido”. Me dijo una joven de unos 30 años aproximadamente. El marido, callado y cabizbajo, no se movió. Ella continuó “está mal, no entiende que está mal, es un borracho, no está bien lo que hace, no se da cuenta todo lo que nos lastima, ya no lo soporto, se está comportando igualito que su mamá, que también es alcohólica, aquí se lo dejo, por favor quítele lo borracho”. Se salió del consultorio y el señor se quedó de pie sin moverse, parecía que ni respiraba. Le hice una seña para que pudiera tomar asiento y abrí conversación, “bien, ya escuché lo que ella quiere, ahora dígame por favor qué es lo que usted quiere”. Su respuesta fue de lo más enriquecedora que me ha tocado escuchar. El ejemplo vivo de que no hay bueno y no hay malo, es el enfoque y nuestra Observación Consciente lo que cambia todo. “Verá, fui un niño golpeado, violentado, abandonado y lleno de miedo. Me daba miedo que mi mamá llegara a la casa porque me iba a golpear nuevamente, sin motivos. Todo lo que recuerdo de mi mamá es alcohol y golpes. Siempre quise una mamá, siempre soñaba con que un día mi mamá estuviera normal, usted me entiende, sin estar borracha, y que me diera un abrazo. Nunca pasó. Hace un año, en una fiesta donde estaba ella tomada como siempre, ya no aguanté y para soportarla, decidí tomar también por primera vez. ¿Qué cree que pasó? Yo, borracho, descubrí por primera vez que mi mamá era cariñosa conmigo y me abrazaba y me decía cosas que siempre quise escuchar. Como si en la borrachera nos pudiéramos conectar en ese amor y en esa comunicación que cuando estoy sobrio nunca tuve. Hace un año que descubrí en el alcohol lo que se siente que una mamá lo abrace a uno y ya no quiero perderlo. Sé que no debería tomar tanto, pero no tengo otra forma de tener una mamá, porque nunca la tuve. Sé que estoy perdiendo a mi esposa, pero ¿cómo puedo volver a perder a mi mamá ahora que por primera vez me la encuentro con todo su amor?”. Vaya historia. Comencemos con los juicios. ¿Está mal que sea un borracho? ¿Está mal que su mamá sea violenta? ¿Está mal que ambos tengan problemas con el alcohol? ¿Está mal que la esposa lleve a su marido a terapia contra su voluntad? ¿Está mal que el marido no desee dejar el alcohol? Es bien sencillo el juicio, ¿cierto? Con una facilidad inaudita enjuiciamos historias ajenas calificándolas de buenas o malas. Cuando hay un juicio se termina el crecimiento. Pum, está mal, punto, siguiente tema. ¿Dónde queda entonces el inicio del crecimiento? ¿Los motivos por los cuales una persona es como es? ¿La razón por la cual su mamá es así y sólo puede ser afectuosa a través de un mismo nivel de alcohol? Más allá de los juicios, este señor tomó una decisión: aceptar el amor de su mamá en el momento y forma en que lo encontró. ¿Está bien o está mal? Juicios. Tan fácil de fabricarlos y tan complicado de comprender que enjuiciar no tiene sentido y mucho menos utilidad práctica. La pregunta es si para él era adecuado tomar alcohol o no. Otra pregunta es si para ella era adecuado continuar con su marido decidido a seguir tomando alcohol o no. Comienza a transformar los buenos y malos en adecuados o no adecuados para ti, verás que es un muy buen inicio. Bien, avancemos en nuestro aprendizaje. Debemos comenzar Observando la diferencia entre límites saludables y adecuados para mí y los límites tóxicos y no adecuados para mí. Porque, así como hay personas en el mundo con diferentes culturas, educaciones y gustos, así hay límites diferentes deunas personas a otras, por tanto, una herramienta muy útil para ti, a partir de ahora, pudiera ser un Limitómetro que te indique lo que es adecuado o no, para ti. Tu Limitómetro tiene un rango amplísimo. Tenemos desde límites maravillosamente saludables, hasta peligrosamente tóxicos. La diferencia está en qué porción de ese rango usas más frecuentemente, qué porción dejas en manos de alguien más y cómo te afecta ello. LIMITÓMETRO RANGO SALUDABLE Un Límite Saludable significa tener tres conceptos bien sanos, completos y posicionados: La Entereza, tu Canasta Básica de Bienestar y el Amor Propio, de forma que no permites que te perturben, te lastimen o te tumben (en otros de mis entrenamientos abundo de manera profunda en estos tres conceptos). Es una congruencia entre tu real y tu ideal, hacia donde todo camino de crecimiento debe conducir. Este rango es el resultado de haber trabajado profundamente en los siguientes dos, el rango incómodo y el rango tóxico, como consecuencia llega el rango saludable. Si imaginamos un lugar de Entereza entonces no nos falta nada, si imaginamos Amor Propio entonces no esperamos piezas de nadie y si tenemos nuestra Canasta Básica de Bienestar llena y en su lugar entonces la sensación es de justamente estar completos. Es el rango del Limitómetro deseable por la mayoría y lo que casi todos mis pacientes me piden y carecen en la primera sesión, de una u otra forma. La buena noticia es lo sencillo que es lograr este rango saludable. Hacia allá vamos todos los que estamos listos para el cambio de rumbo y de aceleración en nuestro crecimiento. LIMITÓMETRO RANGO INCÓMODO Todos tenemos frecuentemente momentos de Limitómetro Rango Incómodo, donde estamos inestables, donde es sencillo que el afuera nos afecte o lastime. Sería imposible encontrar a alguien que no se haya sentido mal o vulnerable. Sin embargo, pasar por este rango nos recuerda lo incómodo que es y ya que conocemos lo saludable, querremos volver de inmediato a donde nos sentíamos bien. La incomodidad es una ventaja que pocos saben apreciar al inicio. Estar incómodo implica estar no-cómodo. Eso habla de que sí hay un punto de comodidad que alguna vez tuve, pero la perdí. No hay otra forma de sentirse incómodo, más que sintiéndose cómodo previamente. Observar discusiones ajenas, injusticias lejanas, faltas de respeto que no son hacia mí, generan incomodidad. La gente que grita de carro a carro sin verse la cara, la ex de mi pareja que me ataca sin conocerme, el dolor ajeno. No duele, pero incomoda. Nos está encendiendo un foco. Si yo hubiera nacido con un dolor en el dedo pulgar y hubiera crecido toda mi vida con ese dolor, sabría que Así Es. Pensaría que ese dolor es natural y más allá de enjuiciarlo o enojarme, ya habría aprendido a vivir con él como parte de mí. No hay en este ejemplo ni comodidad ni incomodidad. La comodidad es un placer que se gana, es un momento que se disfruta. Si estoy cansado y descanso, se siente placer. Si estoy sediento y me hidrato, se siente placer. Si estoy incómodo y me devuelvo a la comodidad, es placentero. Nada más revelador que la incomodidad para saber que necesitamos movernos de lugar. ¿No es tan mala la incomodidad después de todo, cierto? Sin juicios, sería: ¿Esa incomodidad que sentías, terminó siendo adecuada para ti y tu crecimiento? Casi podría adivinar la respuesta. LIMITÓMETRO RANGO TÓXICO Es tan amplio este rango que para que pueda comprenderse mejor, lo dividí en tres tóxicas categorías: Los límites tóxicos-obvios Dentro del Limitómetro Rango Tóxico, los límites tóxicos-obvios son aquellos que podemos observar claramente, el jefe que grita, el vecino que falta al respeto, el compañero que se dedica a opinar negativo, el colega que critica o destruye (o intenta destruir). Compañeros de trabajo, jefes, empleados, conocidos, supuestos amigos, gente que tiene un mal comentario, hiriente o agresivo, de forma directa o indirecta que no son tan cercanos a ti ni están dentro de tu círculo íntimo. Son los más fáciles de identificar y, por lo mismo, no se necesita mucha búsqueda ni demasiado análisis para ubicar que están traspasando tus límites de forma obvia para lograr hacerte daño. Se están brincando un Límite Obvio. Por lógica, si ya te afectó, entonces entra en esta categoría de Limitómetro Rango Tóxico. Los límites tóxicos-difíciles Son aquellos provenientes de gente cercana y que se interesa por ti y te quiere, con lo cual tienen la puerta abierta para darte su opinión real y dolorosa, o negativa e incómoda. Es esa persona en tu círculo íntimo que te habla abiertamente de las críticas, opiniones, desacuerdos, que te harán sentirte mal, triste, enojado e incluso provocarán que dudes de lo que hiciste o estás por hacer. Puede ser un consejo que te moleste porque no va con tu forma de pensar, puede ser una opinión muy agresiva, tal vez una crítica directa que no coincide con sus puntos de vista o formas de pensar. Puede ser incluso la típica broma o bullying familiar tan usados en la cultura latinoamericana, donde unos molestan a otros en las reuniones familiares a la menor provocación. Cuando el dolor por alguna herida proviene de gente que amamos, es difícil cruzar ese puente de entereza al sentirnos con nuestro círculo íntimo en contra, molesto o triste. Es trabajando en esta categoría y entrenándonos convenientemente, que podemos lograr como consecuencia los tres conceptos del Limitómetro Rango Saludable. ¿Los recuerdas? Los límites tóxicos-peligrosos Los más dolorosos en realidad, pero no te preocupes, siempre se pueden sanar saludablemente. Son aquellas transgresiones provenientes de la gente más cercana a ti, la que más te ama, pero que aún no han aprendido a sanar sus heridas o a comunicarse de una forma saludable y, por ello, te dirán su opinión de forma indirecta y dolorosa, no te hablan derecho, directo ni con la verdad. Es el famoso ruidito, la mala cara, el gesto, las incongruencias al decirte “allá tú”, “pues como tú veas”, “¿estás bien seguro de lo que vas a hacer?”, “piénsalo bien”, “tú sabrás”, “pues haz lo que quieras” con cara de enojo o desaprobación y que en realidad lo que quieren que hagas es lo que ellos quieren y no lo que tú quieras. Son profesionales del chantaje y la manipulación. Quieren con una frase aparentemente inocente, una mirada penetrante, con un movimiento de cabeza o manos, con un tono diferente de voz, controlar a su conveniencia las decisiones de cada persona a su alrededor. Lo peligroso de estos límites es que secuestran tu paz, dan justo en el punto central de la autoestima y de la tranquilidad, te desarman y por lo general no supimos por dónde llegó el asalto. Si hubiera una futura discusión, se defenderán diciendo inocentemente “yo te dije que como tú quisieras”. ¿Ya ubicaste de inmediato quiénes de tus personas cercanas transgreden los límites tóxicos-peligrosos? En todos los núcleos familiares hay cuando menos un personaje -suelen ser varios- que transgrede estos límites. Son quienes detonan las ansiedades, angustias, incongruencias, depresiones, frustraciones, enojos, reacciones, shocks y hasta psicosis, incluso sin quererlo ni darse cuenta. Ojo: tu tranquilidad de hoy ya no depende de lo que sí te dieron o no te dieron ayer, sino de ti. Explicarte los límites tóxicos-peligrosos, cuáles son y cómo funcionan, es para que los puedas ubicar de frente y al momento, no para quejarte de lo que hay alrededor de ti. Te sorprenderás al desarrollar la consciencia de que sí existen y sí lastiman las personas que ejercen el rol de traspasar los límites tóxicos-peligrosos, porque no quieren dañarnos sino ayudarnos. Estas personas cercanas no son gente que conscientemente quiera herirnos o hacernos daño. En lo absoluto, por el contrario, quieren ayudarnos a su forma y a su estilo. Sólo que su forma no es la tuya, su estilo no es tu estilo. Sus heridas no son las tuyas y su camino no es el mismo que el tuyo. Observarlos y agradecer es un buen inicio. Para ello es importante simplemente que ubiques en qué momentode tu presente está alguien intentando (o logrando) traspasar tus límites saludables convirtiéndolos en incómodos o tóxicos. Una vez ubicados y como único responsable de tu bienestar, te corresponde trabajar en ellos. Es común la sensación de que los límites tóxicos-peligrosos son los más difíciles de sanar. Cuando uno está listo, la dificultad desaparece, el reto llega y el crecimiento nos alimenta. TÉCNICA: DEJA DE AGARRAR LO QUE NO ES TUYO Esta técnica es muy sencilla de explicar y muy complicada de ejecutar, pero debe ser nuestra próxima tarea diaria. ¿Crees que puedes pasar un día entero sin tomar lo que no es tuyo? ¿Y las opiniones de los demás? ¿Y sus comentarios? ¿Y sus estados de ánimo? ¿El que te hayan dejado en visto? ¿Una mala mirada? ¿Medio día? ¿Tres horas? Las emociones de los otros, eso son: de otros. No tenemos por qué estar inventando cuentos (“es que seguramente no me saludó porque…”), asegurando certezas (“es que estoy segura de que no quiere hablar conmigo porque…”), ni tomar la emoción negativa del otro haciéndola propia (“es que me molestó que se haya enojado…”). Yo lo llamo: Deja de estar agarrando lo que no es tuyo. Si el otro se enoja, ¿a quién le pertenece ese enojo? Si alguien opina, ¿de la boca de quién salió esa opinión? Si alguien grita ¿de qué garganta provino ese grito? Si te voltean a ver y cuchichean ¿a quién le pertenece ese chisme? Si entras a un lugar y todos te tiran “mala vibra”, ¿esa vibra es tuya o de alguien más? Deja de agarrar lo que no es tuyo es un entrenamiento diario permanente. Si comenzamos por Observar Conscientemente, es decir, con claridad e intención, de dónde viene la emoción de esa persona, podemos no-tomarla más fácilmente. El afuera nos afecta y agrede nuestro Limitómetro llevándolo a niveles tóxicos, porque pasan sucesos que no planeamos y nos lastiman. No podemos culpar a una tormenta por nuestros desastres de tal forma que nos ofendamos con ella y decidamos no volverle a hablar. Es una tormenta. No podemos suponer “está lloviendo para darme en la torre”, porque sabemos que no es así. Pero sí puede esa tormenta afectar mi estado de ánimo, aunque no sea su intención. Sí puede esa tormenta causar otra tormenta de mi piel hacia adentro afectando mi temple y tomándome personal lo que las personas de mi alrededor hacen, sólo porque algo allá afuera me afectó. Si el Limitómetro no está en un rango saludable, me siento mal, ya está en un rango incómodo o tóxico. ¿Cómo es que permito que el regaño de mi mamá me afecte tanto? Sólo es mi mamá y un ruido, un comentario, un tono, puede afectarme mi día o mi semana. La amo y me ama, lo sé, entonces cómo es que me afecta tanto. ¿Cómo es que la presencia de mi papá denso o de mi hermano intenso puede dañarme tanto? ¿Cómo puedo llegar a mi trabajo e inmediatamente sentir que todos me critican? ¿Cómo puedo ir de trabajo en trabajo sintiéndome mal en cada uno pensando que están mal, cuando la persona sensible soy yo? ¿Y si es alcohólico? ¿Y si son violentos? ¿Y si murió alguien y perdí mi paz? ¿Y si no les importo? ¿Y si los problemas allá afuera son tan grandes que no logro estar bien aquí adentro? Es totalmente cierto. Explicar este tema de límites conlleva la enorme responsabilidad de devolverme mi espacio vital, crearle armonía y, ahí adentro, sanar mis heridas. ¿Puedo reconocer que quien tiene el poder de mis emociones soy yo? ¿Hasta qué momento le voy a dejar el poder de mi bienestar a alguien más? ¿A quién le voy a prestar, empujar o regalar mi Canasta Básica de emociones saludables para que la pueda cuidar… o perder, o maltratar, o lastimar? ¿El gobierno tiene la culpa? ¿Mis papás? ¿Mis maestros? ¿Mis compañeros? ¿Mi ex? ¿Su ex? ¿En manos de quién estoy dejando mis emociones para que después pueda yo decir que me lastimaron, tomándome personal lo que yo permití? Pero nadie nos enseñó que uno sí tiene la opción de no dejar la responsabilidad afuera. Al contrario, nos enseñaron que necesitamos de la aprobación de los demás para sentirnos bien aquí adentro. Como si eso se pudiera lograr. ¿Crees que puedes lograr la aprobación de TODOS? ¿Crees que tienes el poder sobrenatural de hacer felices a todos y darles gusto a todos allá afuera? ¿Vas a acabar? Son muchos. ¿Tienes la capacidad de solucionarles los problemas a todos? Nadie lo tiene. En cambio, nos enseñaron que para que el Limitómetro se sienta saludable, lo necesitamos intoxicar. “Sólo te quiero si haces lo que yo digo”. ¿Qué clase de chantaje es ese? O algo mucho más disimulado “yo pensé que eras diferente, pensé que me querías”. ¿No le gusta cómo le amas? Adelante, puede irse. ¿No te gusta cómo te aman? Perfecto, trabajemos esos límites saludables y a otra cosa- mariposa. ¿Cuándo vamos a terminar entonces con esto? Mientras sigas dejando tu bienestar en manos del afuera, nunca. Eso te lo aseguro. Bueno y a todo esto, de qué lado del Limitómetro te encuentras. ¿Eres de las personas que tiene su Limitómetro incómodo o tóxico porque hay gente alrededor que siempre traspasa tus límites lastimando? O bien, eres esa persona que siempre está faltándole al respeto a los demás, diciéndoles lo que tienen que hacer, cómo deben vivir, opinando de si están haciendo las cosas bien o mal, juzgando con una medida de supuesta perfección lo que está correcto para esta sociedad, molesta con cómo hacen las cosas todos… es decir, alterando el Limitómetro de todos a tu alrededor? Porque no hay muchas opciones, estamos permitiendo que nos lastimen desde la sumisión o estamos ejecutando heridas desde la agresión, en el rango incómodo o en el rango tóxico. También puede haber una combinación de ambos niveles, puedes sufrir la agresión de los demás con un Limitómetro incómodo o tóxico en ciertos lugares y con ciertas personas, y también, puedes ejecutar la agresión con otros escenarios y diferentes personas. Es común que así suceda. Cuando una persona está lastimada, claramente ha permitido que sus límites estén heridos. ¿Pero sería normal que llegue una persona a tocar a la puerta de mi casa y amablemente me pida permiso para insultarme? No funciona así. Sencillamente no sabemos que nos van a lastimar y resultamos heridos. ¿Qué hace falta para no herirnos? ¿Salir a cada puerta a pedirle a cada persona de este mundo que por favor no me vaya a lastimar? ¿A todos? No vamos a acabar nunca, son muchísimos y cada quién hace lo que puede y sabe hacer. Sería una labor interminable ir de puerta en puerta con cada persona a pedirles que por favor no nos vayan a lastimar. No sólo es imposible, no vamos a terminar, ni siquiera con una sola persona, de explicarle todos los puntos sensibles en donde puede lastimarme. ¿Por qué mejor no lo hacemos al revés? ¿Por qué mejor no nos olvidamos de estar de puerta en puerta con el afuera y comenzamos entonces a cuidarnos a nosotros mismos de nuestra piel hacia adentro? ¿No te parece mejor idea que tú cuides tu propia fortaleza? ¿No es mucho más sencillo que tú tengas el control total de tu Canasta Básica de Bienestar? Porque en realidad así es. Tú eres el dueño de tu vida, de tus situaciones, tus acciones y tus reacciones. No podrás controlar lo que sucede allá afuera, pero con toda seguridad puedes controlar lo que tú haces con lo que sucede allá afuera. No podrás evitar tener un problema, pero eres el dueño de lo que tú haces con ese problema. No podrás evitar algún dolor, pero eres el dueño de lo que harás con ese dolor. ¿Y si me gusta darle gusto a los demás? La fórmula es muy sencilla, te explico. Si estás preocupándote mucho porque no le das gusto a los demás, te provoca ansiedad la opinión de otras personas, te preocupa lo que vayan a pensar en tu trabajo, te da miedo la reacción de tu esposo, de tu jefe, de tus papás, no importa a cuántas personas mencione, todas ellas no son tú y eres tú quien define qué significa para ti ese bienestar y qué es lo que te provoca felicidad. En cambio, si darle gusto a tu pareja te provoca felicidad, estás en un buen lugar dentro de tus propios límites saludables. Pero si hacertodo el tiempo lo que tu pareja quiere te provoca frustración, significa que ya se brincaron tus propios límites saludables y se volvieron tóxicos. ¿Hasta qué punto debo darle gusto a los demás? Hasta que ese punto deje de darte gusto también a ti. Siempre habrá personas que no estén de acuerdo y, entre más personas conozcas, más desacuerdos vas a encontrar. Te prometo que mientras quieras seguir modificando tus formas para agradar a otros, vas a seguir siendo infeliz, es la fórmula perfecta para sentirte mal. La mayoría de mis pacientes me dicen que no quieren que las demás personas sientan su rechazo, incluso se preocupan porque piensan que poner límites saludables es pelearse con sus seres queridos, dejarles de hablar, retirarles su presencia o que les comience a “valer”. “Pero es que no me vale la opinión de mi mamá”, “pero es que no me valen mis hermanos”. Me agrada escuchar esta preocupación, indica que estamos en el camino correcto. No estamos aquí para abandonar a nadie, sino para aprender cómo acompañarte a ti mismo de mejor forma. No estamos aquí para terminar con nadie, sino para que puedas comenzar contigo. Es muy diferente. Los Límites Rango Saludable no son un rechazo a los demás, por el contrario, estamos aprendiendo a convivir con el mundo de una forma mucho más sana. Estamos aprendiendo que las opiniones de los demás son sumamente importantes al igual que las tuyas, simplemente no te pertenecen. Y vamos a aprender a dejar las opiniones de los demás en su lugar, con amor y respeto. Si tú crees que la opinión que te están dando te duele, no la tomes, déjala en su lugar y no la sostengas ni un segundo. Si crees que esa opinión puede serte de utilidad, de la misma forma déjala afuera para cuando tú necesites ocupar esa información para tu bienestar y crecimiento. ¿Ya comienza a leerse más sencillo, cierto? Si trabajamos constantemente en mantener el Limitómetro en un Rango Saludable, podemos identificar casi al momento cuando cambia de rango al incómodo o al tóxico y tomar cartas en el asunto para poner el Limitómetro en un Rango Saludable, nuevamente. ¿Cómo? Entrenamiento. Si has tomado terapia conmigo o estudiado alguno de mis cursos, sabrás ya lo sencillo que resulta. Recuerda, si te sientes bien, es agradable para ti, entonces es adecuado. Te sientes mal, no es agradable para ti, entonces no es adecuado. Esto que aprendimos es información que sirve para el movimiento de tu Limitómetro. Recuperas cuando tú quieras el Rango Saludable, porque de tu piel hacia adentro tú decides, tú mandas, manejas tu Canasta, recuperas bienestar, cambias tu rango en tu Limitómetro, decides hacerte totalmente cargo de cambiar tu historia. Ya es tiempo de recuperarte, de decidir por ti. Ya basta de que decidan otros. Ya Basta. EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN CONSCIENTE “En medio del movimiento y el caos, mantén la calma adentro de ti.” Deepak Chopra La película Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, es un abanico de ejemplos de límites tanto saludables como tóxicos. Se puede Observar en esta historia cómo los personajes le insisten continuamente a Alicia que ella debe ser alguien diferente cuando ellos lo necesitan. Cuando finalmente Alicia decide lograr estos nuevos retos y modificar su pensamiento para lograr la victoria, los límites saludables trabajaron en equipo con El Arte de la Observación Consciente. ¿Es posible entonces cambiar? Claro que es posible, todos lo hacemos de forma permanente y sin darnos cuenta. Aunque intentaras permanecer igual, no se podría. ¿Es positivo entonces permitir que las opiniones de los demás nos afecten como le sucedió a Alicia? Al personaje de Alicia las opiniones de los demás le estorbaron al inicio. Fue hasta que ella pudo tomar la decisión de hacer un cambio de su piel hacia adentro y tener una transformación evolutiva. No se trata de pasarse la vida dándole gusto a los demás, se trata de disfrutar cada decisión que tomo sabiendo siempre de forma consciente y sintiendo de forma inconsciente que Yo Soy el protagonista de mi propia película, el personaje principal de mi vida y por lo tanto mi gusto va primero. Para darles gusto a los demás primero debo estar consciente de que a mí me da gusto darles gusto, de lo contrario yo estoy violentando mis propios límites saludables convirtiéndolos en tóxicos. Si intentas cambiar para darles gusto a los demás, lo que estás fabricando es un futuro reclamo digno del título de manipulación: “hice todo por ti”, “dejé todo por ti”, “cambié mi vida por ti”. No, no. Mueve todo lo que quieras, por ti, no por alguien más. Te dolerá hacer tanto cambio por alguien y que al final no haya funcionado a ti, para tu crecimiento o, a veces, duele que no te lo agradezcan. Si vas a hacer cambios en ti, son para que puedas sentir orgullo de tu crecimiento y la certeza de tu camino de evolución. ¿Por qué debo trabajar yo si los que violentan son ellos? En primer lugar, porque es a ti a quien le duele esa violencia; en segundo lugar, porque no puedes cambiarlos. Si tú tuvieras el poder mágico de cambiarlos, ya lo hubieras logrado, recuerda que no puedes cambiar a los demás y tienes años de experiencia en intentarlos cambiar y no ha resultado, ¿cierto? Afortunadamente, porque este mundo sería un caos si todos pudiéramos cambiar a todos. He estado hablando de Observación desde el inicio de este libro. Observar es la clave de toda evolución y es a través de ella que hay descubrimientos en el mundo, en los centros de investigación, en las novedades científicas, en la naturaleza, en nosotros mismos. En el capítulo anterior mencioné que es a través de la Observación Consciente que podemos Dejar de agarrar lo que no es nuestro, con los elementos clave: claridad e intención. A través de El Arte de la Observación Consciente podemos darnos cuenta de cuáles son esos lugares, situaciones y personas que nos provocan dolor, miedo, incomodidad o desagrado. Podrás tener la claridad, sin que explotes ni entres en crisis, de dónde está la línea que cruza los límites saludables y se vuelven tóxicos. También es la herramienta con la que comienzas a recuperar tu paz para devolverla a tu canasta básica. Es el anti-juicio. Recuerda que cuando emitimos un juicio “está bien”, o “está mal”, entonces se acaba el análisis. Este señor es un monstruo. Esta señora es una histérica. Este niño es un malcriado. Juicio, juicio, juicio. Tan tán, se acabó la plática, no hay más que decir después de un juicio, a menos que sea otro juicio. ¿Dónde está la historia del por qué se convirtió en monstruo? ¿Qué sucedió para que esta señora utilizara la histeria como mecanismo para comunicarse? ¿Ese niño nació malcriado? Siempre hay una historia detrás de esa persona. La mayoría de las veces son historias que ni los propios protagonistas se han detenido a Observar. Sólo aprendiendo a Observar con Consciencia, es decir, con la intención de realmente ver a nivel profundo, puedes darte cuenta de que esa persona que grita no sólo es gritona, sino que está explotando lo que por tanto tiempo acumuló, llenó y reventó. Si aprendes a Observar puedes darte cuenta de que esa persona que te hizo tanto daño no sólo te lastimó, sino que lleva mucho tiempo lastimada y no sabe cómo relacionarse con los demás sin lastimar. Observar Conscientemente es la clave de todo crecimiento. Comenzamos aquí, comenzamos ahora. Es momento de hacernos cargo de lo que nos molesta o lastima y empezar a avanzar. Ya basta de estarnos lastimando. Ya basta de que nos duela y de seguir recibiendo golpes y heridas. Ya basta. Empecemos a poner en práctica lo que llevamos hasta aquí. Como te mencioné antes, la técnica Deja de Agarrar lo que No es Tuyo, nos libera en una gran parte de las cargas que solemos traer. La vida sería tan sencilla si todos hiciéramos lo mismo. ¿Te gritó tu papá, tu vecino o tu jefe? No es tu grito, no te pertenece, no salió de tu boca, no lo agarres. Si lo tomas, lo que vas a lograr es victimizarte… “me gritaron”. Entra la pregunta mágica ¿Y? Alguien que no eres tú hizo una grosería:¿Y? Es que me gritaron… es que me dijeron… es que me vieron feo… es que le pegaron a mi carro… es que me insultaron… es que no me dejan salir… es que, es que, es que… ¿Y? ¿Es tuyo? Deja que el mundo diga y opine y grite y se mueva como quiera y pueda. Tu Canasta Básica de Bienestar en su lugar y completa es tu responsabilidad, para que puedas practicar El Arte de la Observación Consciente y veas ese grito cómo sale de una garganta que no es la tuya, de un cerebro que no es el tuyo, de una persona que no eres tú. Y entonces puedes con toda tranquilidad decidir qué harás en esa situación donde No Agarraste Nada que No es Tuyo. ¿Sabes cuánto evolucionas sólo con aplicar estos tres conceptos? Lo recomendable de Deja de Agarrar lo que No es Tuyo, es practicarlo sin llevarlo a un extremo donde parezca que nada nos importa. Justamente porque sí nos importa esa persona y su comentario y porque yo sí practico el respeto, voy a dejar esa actitud que no es mía en su lugar y a conducirme como a mí me da la gana conducirme, no como la otra persona espera que yo haga o diga, porque esa persona está acostumbrada a poner su paz en alguien más y que se la resuelvan. Entre más te esfuerzas por complacer sólo a los otros, menos lo logras y más te piden. ¿Y si es alguien que me ama?... ¿Y? ¿Porque me ama debo permitir que me lastimen? Ellos no saben dónde están mis heridas y por tanto pueden lastimarme. Mi Observación Consciente me hará ver de forma transparente que esa persona que falta al respeto continuamente, es tal vez su única forma de comunicarse y yo ya me estoy tomando personal su grito, cuando nadie le ha enseñado a hablar respetuosamente. Es-su-única-forma, y me repiten mis pacientes “entiendo que es su única forma pero debería ser más amable”. Por eso soy repetitiva en este libro, porque no es sencillo comprender estos conceptos a la primera. No estoy diciendo que esté bien ser irrespetuoso, estoy diciendo que, si esa es su única forma de hablar, cómo pretendemos que hable diferente, con respeto o con tranquilidad. Si tú sabes ya cómo practicar la Observación, detente a ver a detalle, con claridad, con la intención de realmente comprender con esa Observación, cómo esa persona que está gritando no tiene las herramientas que tú tienes. ¿Está mal que no las tenga? No, recuerda, no está ni bien ni mal, todos pasamos por niveles de aprendizaje en distintos tiempos de nuestra vida y no todos tenemos por qué ir al mismo ritmo. La fórmula es sencilla, recuerda, si esa persona o situación es adecuada para ti, te quedas, si no es adecuada para ti, te mueves de ahí, sin tomártelo personal. Sin andar agarrando lo que no es tuyo. El maestro Miguel Ruiz suele recordarnos constantemente uno de los Cuatro Acuerdos Toltecas que es No te tomes nada personalmente. También hay otro acuerdo igual de complicado y que es el casi imposible No supongas. Es una labor titánica, sobre todo para las mujeres que, como tenemos un tipo de pensamiento más detallista que el tipo de pensamiento práctico de los hombres, tendemos a crear historias donde no las hay, a buscar detalles donde no se necesitan y a suponer con base en otras suposiciones creadas al momento. “Es que seguramente no quiso dormir en nuestra cama, porque seguramente está enojado, porque seguramente piensa que lo que platicamos en la mañana no es verdad, porque seguramente me quiere aplicar silencio para que me duela, porque seguramente quiere que reaccione a su conveniencia, porque seguramente…”. Uff, cómo no cansarse, cómo no explotar. A diario escucho (insisto, sobre todo a mujeres) que suponen sobre la suposición de la suposición. Y encima de todo se creen tanta historia y viven y sufren sobre ella. Labor titánica de verdad. Te invito a que pases tus siguientes 4 horas sin suponer. ¿Puedes? ¿Dos horas? ¿Tus siguientes cuatro pensamientos? Nos llenamos la cabeza de ideas que no son ciertas y, si lo fueran, posiblemente no son de nuestra incumbencia o nos estamos tomando personal algo que no es de nosotros. Y encima de todo sufrimos horas, días, semanas por ello. Hombres que le dan vueltas al mismo miedo hasta generar ansiedad, mujeres que suponen mil versiones de por qué pasó lo que pasó hasta enfermar. Tanta energía gastada en lo que no existe, para generar síntomas que sí existen, tantas historias creadas sin un para qué productivo. Cuando quieres saber por qué pasó algo, te remites al pasado y le das una explicación. Cuando quieres saber para qué pasará algo, creas una historia en el futuro que le da sentido a tu actual emoción. Sin embargo, cuando mezclamos el futuro y el pasado, hacemos un revoltijo que no tiene ni pies ni cabeza. Repasamos millones de veces el pasado queriendo entender un porqué con la pregunta incorrecta. Por qué me engañó (pasado) si nuestros planes eran casarnos el año que viene (futuro) y me dijo que me amaba (pasado) justo antes de que pagáramos la luna de miel (futuro)… En mi libro Creando, Sanando, Disfrutando, te explico las diferencias entre la razón del hemisferio izquierdo y la emoción del hemisferio derecho y te comento que no podemos dar solución a frases como “explícame (hemisferio izquierdo) por qué me duele (hemisferio derecho)”. No vamos a terminar de armar una pregunta congruente si seguimos insistiendo en mezclar hemisferios, análisis, sanación, explicación, emoción y meter una pregunta que sane nuestro dolor, a un lugar lleno de suposiciones, muchas irreales, donde la mayoría del argumento de esa historia sirve para tomarme personal lo que ME hicieron. ME dijo, ME engañó, ME amaba, ME mintió. No, él no te lo hizo a ti. Él hizo lo que sabe hacer y ustedes dos decidieron compartir momentos y él habló un lenguaje que sabe hablar y que a ti no te acomoda ni te favorece más. Y nos tomamos personal lo que él hace o dejó de hacer, cuando podemos soltar lo que él hace o dejó de hacer, simplemente para no torturarnos tanto tiempo, tan fuerte, que lleve a trabajar en terapia “quiero saber qué tengo de malo porque me dejó”. De nuevo, lo bueno y lo malo. Sucede que no siempre nos quedaremos en esa relación, que es de dos personas no de una y, que si una persona no quiere o no puede seguir, lo más saludable es que se vaya. Te lo tomes personal o no, lo saludable es terminar o seguirás cargando el peso de dos personas donde sólo cabe una. Supongas millones de historias o no, si ya no son dos involucrados en una pareja, aunque haya heridas que duelan, lo adecuado es terminar, sanar y aprender. Hay pacientes que llegan conmigo después de 30 años ininterrumpidos de haberse tomado personalmente el término de una relación, de suponer miles de argumentos por los cuales terminaron… 10, 20, 30 años atrás. Claramente no desean avanzar o nadie les ha enseñado cómo hacerlo. Pero el cómo se inicia al practicar todos los días El Arte de la Observación Consciente, ubicar con tranquilidad y sin prisas en dónde lo estoy tomando personal, en qué lugares y con qué personas estoy suponiendo. Yo les digo a mis pacientes “cáchate suponiendo”, “cáchate tomándotelo personal”. Porque es el inicio. Primero hay que darnos cuenta de cuándo lo hacemos, cómo y con quién. No intentes evitarlo si no quieres, pero sorpréndete tomándotelo personal o suponiendo las veces que puedas. Entre más te caches, más maestro te volverás en dejarlo de hacer sin que te des cuenta. No hay prisa, tienes una vida entera para practicarlo. ASÍ ES Muchos pacientes llegan a mi consultorio compartiéndome cómo es que tal persona las lastimó o bien, me cuentan a detalle lo que su esposo hace para hacerlas enojar o lo que su esposa ha hecho para desquiciarlos, me platican cómo su pareja los ha hecho profundamente infelices por años. La decisión de quedarse a lado de una persona que los hace infelices es un trabajo diario donde uno, sin darse cuenta, permanece un día más sufriendo junto su pareja, su jefe, sus compañeros... Sin embargo, hay algo muy característico en estas historias: todos saben “cómo solucionarlo”. Claro, no desde uno mismo, sino desde la persona que los está lastimando.
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