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¿POR QUÉ A MÍ?
Una guía para descubrir por qué TE sucede lo que TE
sucede
Elsa Lesser
Derechos de autor © 2020 Elsa Lesser
¿POR QUÉ A MÍ?
Una guía para descubrir por qué TE sucede lo que TE sucede 
México
Título original: ¿POR QUÉ A MÍ?
Corrección de estilo: Ana Luisa Urquiza Pariente
Fotografía: @slavinphotographer
Diseño: @elsalesser
Escrito y editado en 2020
Copyright © Elsa Lesser
Todos los derechos reservados.
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de la autora, bajo las sanciones establecidas
por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía en tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la
misma mediante alquiler o préstamos públicos.
www.elsalesser.com
A mis abuelos, Lourdes y Ernesto,
Estela y Raymundo. De quienes
aprendí mis idiomas, los agradables
y los desagradables. Todos.
A mi bisabuela María Villafaña.
Con profundo amor…
del bueno, del sanador.
Desde aquí te abrazo.
Contenido
 
Página del título
Derechos de autor
Dedicatoria
Introducción
NOTA DE LA AUTORA
CANASTA BÁSICA DE BIENESTAR
LÍMITES: YA BASTA
EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN CONSCIENTE
EL GRAN ARTE DE SABER POR QUÉ: TUS IDIOMAS
¿ENTONCES POR QUÉ A MÍ?
Acerca del autor
Más sobre Elsa Lesser
Introducción
¿Cuántas veces te has preguntado por qué siempre te lastiman? ¿Cuántas
veces te ha dolido de nuevo eso que creías haber dejado atrás? Llevo muchos
años reuniendo grupos y atendiendo pacientes interesados en sentirse mejor y
descubrir cómo pueden hacerlo. El taller El Permiso Más Importante de Tu
Vida que por tanto tiempo estuve dando de forma presencial, lo transformé en
una serie de cursos online para que, más y más gente alrededor del mundo,
pudiera tener acceso y así responder el gran POR QUÉ. Todos los días recibo
en mi consultorio pacientes que me preguntan “¿por qué me duele?”, “¿por
qué me lastimó?”, “¿por qué fue tan cruel conmigo?”, “¿por qué mi papá
nunca nos hizo caso?”, “¿por qué mi mamá no nos quería?”, “¿por qué yo
solamente acepto patanes en mi vida?”, “¿por qué todas las mujeres
lastiman?”, “¿POR QUÉ A MÍ?”. Todos los días quieren comprender muchos
porqués suponiendo que, después de comprenderlo, ya no les va a doler.
Comencemos pues a entenderlos para después poder sanarlos. Claro que te
daré las respuestas, de eso de trata este libro, pero mejor aún, te daré la
fórmula para que las encuentres por ti mismo. Encontrarás aquí conceptos e
ideas repetitivas por dos motivos: porque la repetición provoca que el
conocimiento realmente permanezca y porque esto tan sencillo que leerás es
difícil de absorber con sólo una exposición. Ya verás a lo que me refiero.
Aprendamos por qué pasa lo que pasa y por qué TE sucede lo que TE
sucede. Disfruta esta lectura, de la misma forma que yo he disfrutado por
tantos años compartir estas enseñanzas con cientos de pacientes con los que
he trabajado. Lo que encontrarás en este libro, es la clave inicial para que el
crecimiento de una persona sea rápido, eficaz y definitivo. Incluso las
personas resistentes al cambio podrán comprender por qué se resisten.
Gracias por compartir mis palabras, deseo que cada una de ellas penetre a
tu historia y a tu presente, sanando las preguntas que tienes desde cada herida
con las respuestas que aquí encontrarás.
NOTA DE LA AUTORA
Los nombres y casos aquí mencionados son simulados, creados o
modificados para respetar la privacidad de los pacientes y la ética de la
práctica profesional.
CANASTA BÁSICA DE BIENESTAR
“Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo.”
Don Miguel Ruiz
TU TRANQUILIDAD
Mariana se levantó a las cinco de la mañana, aunque estaba despierta desde
las tres. Despertar en las madrugadas era ya una desesperante costumbre. Se
puso su ropa de deporte, sus tenis, tomó su celular, inició su playlist llamado
“Rocky” y salió a correr con todas sus fuerzas. Correr la cansaba. No le
quitaba la ansiedad, pero mientras corría, sentía que le bajaba un poco el
nivel a las sensaciones desagradables que tenía día y noche.
Casi una hora después regresó a su casa, prendió la cafetera y se metió a la
regadera. Lloró bajo el chorro de agua, como todas las mañanas. Sabía que le
esperaba un día de opresión en el pecho, sudoración sin motivo, cosquillas en
manos y brazos, deseos desesperantes de estar en otro lado que no fuera ahí
adentro de su cuerpo. Lloró sin preocuparse de que la escucharan porque
tenía casi un año de haber cumplido su meta de vivir sola, independiente de
sus papás. Estaba logrando objetivos que al parecer no le significaban ningún
bienestar ni motivación.
Salió de la regadera con el ligero cansancio que provoca un desahogo, pero
con la sensación de seguir ahogada. Mientras se vestía, repasaba una y otra
vez lo que debía hacer ese martes, no quería que se le escapara nada, a ver si
recordando cada actividad la ansiedad bajaba un poco. Hacía una lista mental,
mientras de vez en cuando veía su agenda en su teléfono para verificar que no
estuviera olvidando algo. Nada. Parecía que todo estaba en orden, pero la
ansiedad seguía y por momentos se incrementaba.
¿Qué puede faltarme? ¿Por qué no se quita esto? ¿Cómo me lo arranco? Ya
tengo un mejor trabajo, ya vivo sola, ya corro todos los días, ya me alimento
mejor, ya no extraño a mi ex, ya hice lo que mis papás esperaban que
hiciera… Una y otra vez repetía sus logros. No encontraba explicación a su
ansiedad.
Como todos los martes, llegó a comer a casa de sus papás. “Hola papá,
¿cómo estás?”. La mirada tranquila de su papá siempre venía acompañada de
un par de preguntas, las mismas casi siempre. “Hola hija. ¿Cómo va el
trabajo? ¿Ya te subieron el sueldo?”. Preguntas automáticas que, si las
respondía Mariana, estaba bien para su papá, si no las respondía, tampoco
pasaba nada. Así son las preguntas automáticas. Sin embargo, esas dos
inocentes preguntas, sobre todo la segunda, caían como ancla dentro del
estómago de Mariana, cimbrándole un puño de ansiedad.
Escuchó los pasos apresurados de su mamá entrar a la cocina. “Ah, ya
llegaste, hola hija. A ver, muévete y ayúdame. Si ya habías llegado me
hubieras ayudado poniendo la mesa, cuando menos. ¿Cómo va el trabajo?
¿Ya te cansaron? ¿Ya estás buscando otro? ¿Y qué pasó con aquel jefe que
les gritaba a todos? ¿Sigue ahí o ya lo corrieron? Pásame ese mantel por
favor. Llévate esto a la mesa. ¿Y cuándo vas a hacer algo que se relacione
con tu carrera? ¿Ya te contó tu hermano que lo van a mandar de viaje de
trabajo a Polonia? ¿Donde trabajas, hay esos viajes? Tal vez deberías pedir
que te manden a otro lado a capacitarte, sirve que viajas. Ya vamos a
sentarnos que se va a enfriar. ¿Qué tienes? Te ves preocupada. ¿Estás bien?
¿Ya pasó algo en el trabajo, verdad?”.
Mariana salió de casa de sus papás 50 minutos después de la balacera de
preguntas. Muchas veces, salía de las comidas de los martes enojada porque
sus papás “la hacían sentir mal”. No eran enojos pequeños, se reclamaba a sí
misma “a qué voy, si nunca les parece lo que hago”. Sus papás, satisfechos
con la visita, disfrutaron el resto del martes, mientras ella manejó las
siguientes cuadras con la ansiedad al tope, crecida también con el enojo.
Tenía, además, un miedo diario: cada que se terminaba la tarde le tenía terror
a que se acercaba la noche porque sabía que aparecería otra vez el insomnio,
pensando en las preguntas de sus papás, más las que se acumulaban en el
transcurso de la noche. Si tan solo Mariana supiera lo sencillo que es
desbloquear los síntomas de ansiedad, dejar de lado la intranquilidad y volver
a instalar dentro de ella SU tranquilidad.
Hace muchos años, sin que Mariana se diera cuenta, le había cedido SU
TRANQUILIDAD a sus papás. Ellos no lo solicitaron, ellos no le pidieron
“por favor deja tu tranquilidad en la entrada de la casa o guardada en un
cajón”. Ella, en cambio, la dejó olvidada en otro lugar, afuera de ella.
¿Te resulta sencillo recordar algún momento en que le dejaste TU
TRANQUILIDAD aalguien más para que te la cuidara? ¿Hace cuánto que no
la tienes contigo, disponible para ti las 24 horas del día?
TU SEGURIDAD
Rosalba se estacionó en la plaza comercial revisando bien dónde dejaba su
auto porque solía perder la orientación y después ya no encontrarlo. Caminó
con pasos cortos y rápidos a la cafetería de moda donde ya se encontraba su
amiga, esperándola. Se abrazaron y Rosalba dejó su bolsa de mano y su
pashmina en la silla vacía al mismo tiempo que le pidió al mesero un café
cappuccino con leche de soya. Se acomodó en la silla tomando aire suficiente
para poder hablar sin parar las siguientes dos horas.
“No sé ya ni por dónde comenzar a platicarte amiga”, empezó Rosalba la
historia, mientras sacaba su teléfono celular y buscaba unas fotos. “Ahora me
encontré estos tickets de compra y estas conversaciones, mira, tiene puras
caritas… no sé quién es ella, pero claro que ya me metí a su perfil y parece
que está casada y tiene hijos, por qué le pone caritas, no entiendo, no le dice
nada grave la verdad, ya leí toda la conversación y no hay nada, pero ¿y si
sí?”.
Así comenzó una historia que Rosalba contó a detalle de arriba para abajo.
Después la volvió a platicar de abajo hacia arriba. Terminando la segunda
vuelta, la compartió una tercera desde un ángulo y un análisis diferente.
Después entre Rosalba y Ana, comenzaron a hacer conjeturas de lo que
seguramente estaba pasando en la vida de su marido. Con tanto análisis de
por medio, Ana, con toda firmeza le comenta “ya déjalo amiga, no te merece,
tú no mereces estar con un hombre que no te valora y que te hace sufrir”.
Rosalba la miraba fijamente, casi como si después de ese comentario su
mente se perdiera a través de su amiga y se fuera a otro planeta, como
dormida despierta. Ana la devolvió a planeta Tierra. “Amiga, qué haces con
él, es obvio que hay algo que tu marido esconde”.
Muchos minutos de inseguridad después y con tres cafés en su sistema,
Rosalba se despidió de Ana subiéndose al auto aún más insegura de lo que
llegó. Estaba segura de que, platicando con Ana, sus dudas desaparecerían y
se sentiría mejor, pero sólo logró confundirla más.
Regresó a su casa, dejó la bolsa y revisó los tickets que había guardado, los
analizó nuevamente. Los volvió a guardar sabiendo que cada día se sentía
más insegura y con una débil certeza de que su marido la estaba engañando.
En la noche, él llegó a casa. Rosalba lo esperó habiendo dado un millón de
vueltas a la sala sin saber resolver lo que estaba pasando, los celos la estaban
volviendo loca y cada día se incrementaban. “¿Qué es esto?” preguntó ella en
cuanto él entró atravesando la sala. “Buenas noches, amor”, dijo él
pausadamente, con la intención de que Rosalba se diera cuenta de que lo
recibió con un reclamo y no con un saludo. Ella, al borde del colapso, repitió
más fuerte “¿qué es esto?”. Él se acercó, tomó el ticket, la vio a los ojos
molesto por repetir la misma escena cada noche, abrió el cajón del trinchador
y sacó un paquete. “Es el regalo que me pediste que comprara para tu hija”, y
dejando el paquete en la mesa del comedor, se fue incómodo al cuarto.
Rosalba, apenada, tomó el regalo mientras lloraba la inseguridad que había
arrastrado todo el día. Pero faltaban los mensajes, las caritas, esas no podría
justificarlas. Quiso dejar el paquete y entrar al cuarto a reclamar, a pedir una
explicación, pero sabía que todos los días había un reclamo nuevo, una
explicación nueva. Sabía que su marido tendría un límite y que lo estaba
cansando. Todos los días había un descubrimiento que incrementaba sus
celos, así como todos los días su marido se cansaba de justificar lo que ella
encontraba. Estaba atada de manos entre ir a reclamar los mensajes que
encontró o dejarlo pasar. Sus celos la volvían loca. No quería hartarlo, pero
tampoco quería ignorar lo que iba descubriendo. Sentía inseguridad diaria y
creciente, así como sentía desesperación de no poder estar tranquila desde
hace ya tanto tiempo. Sabía que tenía que sanar el tema de los celos que la
estaban dejando en pedazos.
Toda la seguridad que alguna vez tuvo, la envolvió en un paquete y sin que
su marido se enterara, lo escondió en alguna parte de las pertenencias de él.
Eso es lo que sucede cuando TU SEGURIDAD, que claramente te
corresponde guardarla a ti, se la dejas a alguien más para que se haga cargo
de ella.
No tiene importancia lo que sucede allá afuera, de tu piel hacia afuera no te
corresponde. TU SEGURIDAD vive dentro de ti, y si por algún motivo la
dejas en manos del alguien más, ya no podrás sentirte más que insegura, hasta
que la recuperes nuevamente. ¿A quién sueles dejarle TU SEGURIDAD?
¿Desde hace cuánto tiempo?
TU FORTALEZA
Daniela, mamá de cuatro, tuvo una vida sin mayores contratiempos. Hasta
ahora. Sus deseos de ser madre, su generosidad y su pasión por dar gusto a
otras personas con una gran velocidad secuestraron su fortaleza.
Ramón, su hijo mayor, responsable y autoritario, todos los días está al
pendiente de ella. Le pregunta si está bien, si necesita algo, si se siente bien.
Para Ramón es una costumbre hacerse cargo de sus hermanos y de sí mismo,
no es algo que le cueste trabajo, le resulta bastante natural. Estudioso,
controlador, rígido en su pensamiento, es muy sencillo para él emitir juicios
de lo que está bien y de lo que está mal. Nadie le discute porque desde
siempre actúa como si tuviera la razón. No hay duda de que ayuda mucho a
su mamá tanto en la casa y con sus hermanos, es una evidente figura de
apoyo en la familia.
María, la segunda, despreocupada y relajada, suele traer frescura al
convivio familiar. Tiene buenas ocurrencias, comentarios y actitudes que
alegran los momentos familiares. En muchas ocasiones es irresponsable, pero
nada que no pueda solucionar ella misma en cuanto lo necesite. La
responsabilidad y el actuar maduro no le son necesarios, esos roles ya están
cubiertos a la perfección por Ramón. María también ayuda en casa, sólo que
con menos frecuencia y con algo de molestia por las responsabilidades, ella
prefiere pasar su tiempo a solas en redes sociales o con amigos hablando de -
seguramente- nada importante.
Josué, el tercero, parece pertenecer al Woodstock de los setentas. Vive en
un planeta alterno donde todo está bien y la vida no contiene per se ningún
elemento de preocupación real. Tiene otra dimensión en su mente que lo aleja
de la realidad preocupante en la que viven los adultos. Está convencido de
que la vida es un paso evolutivo que uno decide vivirla a prisa y estresado o
tranquilamente disfrutando. Él ha elegido siempre la segunda opción. Por su
misma naturaleza, el enojo y la molestia no suelen visitarlo, pero cuando lo
hacen, se le acaba su personalidad Woodstock y saca todos sus demonios que
por tanto tiempo ha cultivado y guardado. Es la perfecta representación de los
extremos.
Julieta, la cuarta, es la viva imagen de Daniela, su mamá, pero con muy
mal genio. Mismas caras, mismos gestos, mismo buen corazón, misma
generosidad, pero no vacila en poner límites a lo que no le parece y no se
queda callada cuando algo lo cree injusto. Suele vivir enojada sin darse
cuenta de que vive enojada, porque ya lo ha convertido en su modus vivendi.
Con esta variedad de personalidades, la casa es un caos. Julio, el papá,
hace muchos años que decidió que cuatro hijos eran “demasiado para él” y se
fue para Estados Unidos. Manda cartas cada dos o tres años con “buenos
deseos”.
Hasta aquí todo parece funcional, tranquilo. Daniela salió hoy por la
mañana al doctor por un dolor a veces en la espalda baja y a veces en el
abdomen bajo. No encontraba posición que le hiciera sentirse mejor. La
revisó un gastroenterólogo y la mandó sin diagnóstico a su casa, sólo con una
receta para poder comprar unas pastillas para el dolor.
Josué y Julieta fueron a casa de su mamá a comer. Daniela les platicó del
dolor y Josué le dijo que necesitaba dejar la carne porque los animales eran
nefastos para la salud. Julieta, molesta, le dijo que a su edad necesitaba
proteína animal yque dejara de decir tonterías. Daniela los estaba escuchando
atentamente hasta que la frase “a su edad” la desconectó de la plática. “A mi
edad, qué tiene mi edad, a qué se refiere con a tu edad, yo no tengo ninguna
edad para que me digan una frase que comience con a tu edad”. Josué la
regresó de su queja mental, “mamá, qué te dijo el doctor, qué se supone que
tienes…”, le preguntó con algo de ironía. “Nada, al parecer no tengo nada, no
se preocupen”.
Daniela cuidaba de no preocupar a sus hijos, prefería dejarlos tranquilos,
eso la tranquilizaba a ella. Al acercarse la noche, sintió un dolor más agudo e
intentó acercarse al baño, tenía constantemente ganas de orinar y todas
resultaban ser falsas alarmas. No comprendía qué era. Al querer ponerse de
pie, un dolor terrible, agudo, le acuchilló por la espalda baja provocando que
cayera al suelo. Como pudo se incorporó y dio unos pasos para después dar
unas arcadas por el vómito que le provocó el dolor. Pasando esta pequeña y
grave crisis, le llamó a Ramón.
Ramón, quien vivía cerca, fue por su mamá y la llevó a urgencias. El
protocolo inicial del hospital, como siempre tardado considerando que urge,
pasó con Ramón haciéndose cargo de los papeles mientras se llevaban a
Daniela a un espacio donde la pudieran atender. “¿Dónde le duele señora
Daniela?”. Le hubiera gustado responder pero el dolor no la dejaba articular
palabra, sólo se retorcía, así que con su mano señaló el abdomen bajo y pudo
al mismo tiempo exhalar con muchos trabajos un “¡… y atrás…!”, mientras
sudaba y volvía a inhalar profundo para contener la respiración. Llegó
finalmente el urólogo, le recetó un poderoso calmante para hacerle un estudio
después de preguntarle “¿duele al orinar? ¿Siente ganas de ir al baño y es
falsa alarma? ¿Los dolores vienen y van? ¿Le duele aquí? ¿Y aquí? ¿Y
aquí?”. Y al golpear suavecito la espalda baja del lado izquierdo, un grito
fuerte y sorpresivo salió del alma de Daniela.
Después de varios análisis comentó el doctor “es una piedra de 5
milímetros en el último tramo del tracto urinario, tienen dos opciones,
aguantarse el dolor y damos medicamento para calmar un poco y abrir los
ductos, o bien, cirugía para removerla”. El doctor hablaba en plural, como si
la decisión no fuera exclusivamente del cuerpo de Daniela. Ya habían llegado
también María, Josué y Julieta, molesta claro, porque no le avisaron con más
tiempo.
Ramón le dijo a su mamá que creía que lo más importante era que
estuviera saludable y que la cirugía era lo adecuado. Daniela no estaba de
acuerdo, pero no dijo nada, sólo asintió. María le dijo que lo más adecuado
era tomar la opinión de otro especialista, para que confirmara el diagnóstico.
Daniela no estaba de acuerdo, pero también asintió. Josué dijo que eso le
daba por comer alimentos con químicos y que no eran naturales, que lo que
necesitaba era desintoxicarse y que la iba a llevar con un especialista en
alimentación vegana. Daniela no estaba de acuerdo, pero le dijo que
estaba bien. María dijo que por qué no la dejaban decidir sola, que era lo
suficientemente madura como para tomar su propia decisión. Daniela estaba a
punto de dar las gracias por ese comentario, pero Ramón la interrumpió
diciendo que con la salud de su mamá no se jugaba, que la iban a operar y
punto. Daniela sólo asintió.
La realidad es que nadie le preguntó a ella que quería. Daniela tampoco
levantó la mano para opinar, porque lo que había hecho por años es darles
gusto a sus hijos, de uno por uno, los cuidó y los fortaleció a todos. Pudo
haber dicho “yo prefiero tomar los medicamentos y que salga de forma
natural”, en cambio, decidió quedarse callada para darles gusto a cada uno,
según fueran opinando. Eso, tenía cuando menos 30 años haciéndolo. La
mitad de su vida la había dedicado ciegamente a complacer a cuatro
personalidades totalmente diferentes, tanto, que se había olvidado de lo que
ella quería, pensando que complaciéndolos iba a encontrar felicidad.
Encontraba en cambio que, si le daba gusto a uno, se molestaba el otro y
entonces cambiaba de opinión a diario, según se iban molestando sus hijos.
No encontraba la fuerza para detener tanta opinión y defender la suya, por
amor a ellos. Antes de sus cuatro hijos, ella sabía quién era, qué quería de la
vida, hasta dónde quería llegar, se sabía fuerte y decidida. Después, comenzó
a provocarle placer cuidar, proteger y amar a estos cuatro pequeños. Con los
años, se convirtió en costumbre ver por ellos y abandonarse a tal grado que
nunca podía decidir por ella misma. La fortaleza de su infancia y
adolescencia, la dejó guardada en las mochilas de sus hijos. Sentía una
profunda tristeza porque nadie la consideraba mientras decidían por ella.
“Están preocupados por mí -pensaba- lo menos que puedo hacer es quedarme
callada”, mientras su debilidad afloraba y opinaban por ella, su fortaleza la
esperaba intacta, abandonada desde muchos años antes, como si hubiera sido
ayer que la acababa de usar.
¿Cuántas veces has sentido que por amar a alguien más te dejas de amar?
¿Qué por cuidar a alguien más te dejas de cuidar? No es una competencia de
relevos, la vida sí tiene la opción de ser fuerte y seguir amando a quienes nos
importan. ¿Desde cuándo crees que dejaste TU FORTALEZA en manos del
alguien más?
TU FELICIDAD
Alejandro tenía como costumbre decir “no puedo salir, tengo mucho
trabajo”, para responder a cualquier invitación a cenar, al cine o una escapada
de fin de semana con los amigos. Era maestro docente y vivía para calificar
exámenes y trabajos.
Su papá, quien vivía solo, enfermó grave y Alejandro estaba al pendiente
todos los días de que su papá mejorara. No sucedió así. Durante un largo año
la salud de su papá mermaba y se iba consumiendo poco a poco y, junto con
él, también se iban haciendo pequeños los momentos de vida de Alejandro,
ya que como sabemos, si no vives con pasión, mueres poco a poco.
En un momento de lucidez de Don Roberto, papá de Alejandro, uno de sus
hijos lo invitó a conocer Yucatán. Don Roberto, aprovechando que se sentía
un poco mejor, accedió, hizo una pequeña maleta y partió tranquilo al paraíso
de la península mexicana.
Alejandro, unos días antes de despedir a su papá en la puerta de su casa,
había platicado con un par de amigos acerca de que, por primera vez en
meses, iba a descansar de la preocupación de cuidar todos los días de su papá.
“No sé qué haré con tanto tiempo libre -les comentó- siento que podré hacer
de todo en estas dos semanas, por fin”.
El mismo día que Don Roberto llegó a las playas de Yucatán, Alejandro
recibió una llamada de uno de sus amigos. “Ahorita no puedo salir, tengo
mucho trabajo, pero me apuro para terminar de calificar y les aviso para
poder organizar algo”. Dos días después lo volvieron a llamar para invitarlo
al cine. Dos días más y lo volvieron a buscar para invitarlo a cenar.
Invariablemente, su respuesta era la misma.
Durante dos semanas, Alejandro se quedó encerrado, provocando una
enorme diferencia al encierro que llevaba haciendo casi por un año mientras
cuidaba a su papá. ¿Por qué “enorme diferencia”? Porque con Don Roberto
lejos, de vacaciones, cuidado a la perfección por otro de sus hijos, encerrarse
voluntariamente en vez de tomar la decisión de vivir momentos agradables
con buena compañía, habla mucho de la gran depresión que había ya
desarrollado y que uno no se da cuenta que se instala para no moverse.
Tenía muchos meses que SU FELICIDAD la había guardado en algún
cajón de Don Roberto, siendo que sólo le pertenece a Alejandro, dejando
como resultado a una persona que ya se acostumbró a vivir sin ser feliz. El
resultado es la tristeza, el desánimo, la depresión, incluso la nostalgia de lo
que fue o de lo que podría ser y hacer y no se está haciendo.
Los planes con los que Alejandro se emocionó eran reales, su misma
emoción también era real. No contaba con que había dejado SU FELICIDAD
olvidada en otro lugar fuera de él. Cuando Don Roberto regresó, tranquilo,
descansado, volvió a su normalidad y Alejandro, robotizado y autómata,regresó a su rutina que realmente nunca dejó, aunque parecía que sí. Esperaba
ansioso esas dos semanas para -por fin- ser feliz. No pudo llegar la emoción y
eso lo dejó igual, pero diferente. Igual, en el mismo lugar, con las mismas
tareas, pero diferente, pensando que tal vez SU FELICIDAD no era ya tan
fácil de recuperar, donde quiera que estuviera escondida.
¿Crees que terminando este proyecto serás feliz? ¿Bajando de peso por fin
encontrarás la felicidad? ¿Piensas que en cuanto ganes un poco más de dinero
ya podrás descansar en TU FELICIDAD? Es muy posible que hayas
conseguido muchas metas en tu vida, pero si lo que has puesto en el extremo
de la meta es TU FELICIDAD, muy probablemente no la hayas encontrado
aún. No está allá del otro lado de la meta, ese no es su lugar. Está adentro de
ti, siempre, invariablemente, pase lo que pase, es contigo donde debe estar,
no en manos de alguien más, ni se la robó el destino, ni está escondida en
casa de otra persona. ¿A quién sueles dejarle TU FELICIDAD? ¿Desde hace
cuánto tiempo?
TU PAZ
Ulises llegó a su trabajo estacionando la camioneta corporativa en el lugar
que le correspondía y, como siempre, a tiempo. Cerró la puerta de un golpe
sonoro y caminó hacia su oficina. El guardia de la entrada del edificio le dio
los buenos días y Ulises no respondió. Muy probablemente ni siquiera lo
escuchó. Llegó hasta la sala de juntas donde debía ver a dos supervisores de
obra. Entró, escogió una silla y se sentó a esperarlos con un hartazgo gigante.
Los dos supervisores ya estaban ahí, parados junto a la máquina de café
preparando sus bebidas. “Quieres un café o mejor…”, Ulises interrumpió.
“Mejor a lo que venimos, no les pagan para perder tiempo. Ésta es la bitácora
de obra y como ven, esta cuadrilla no sirve para nada, todos son unos
estúpidos, esta otra cuadrilla trabaja más o menos, solamente se rescatan uno
o dos. Les advierto, mientras sigan trabajando con estos de aquí, les seguirán
robando”. El jefe y socio minoritario entró a la oficina justamente cuando
Ulises terminaba su frase. “¿A quién le seguirán robando, Ulises?”, preguntó
mientras se servía un café. Los dos supervisores dieron un paso hacia atrás,
discretamente.
“La gente se hace muy pendeja, vienen a trabajar y no cumplen, para qué
vienen entonces, para qué les pagan entonces. Si yo fuera usted los correría a
todos y contrataría a gente que sí trabaja y que sí es honesta. Puro desperdicio
de dinero a lo pendejo”, dijo Ulises más molesto que antes. Parecía que la
presencia del jefe no lo intimidaba en lo absoluto. Éste se acercó un paso
hacia Ulises, lo miró tranquilamente mientras asentía. “¿Y tú -preguntó el
jefe- haces bien tu trabajo?”. Con toda confianza Ulises no se tardó en
responder “yo no me hago pendejo, si eso es lo que me está preguntando, no
sé si lo hago bien o mal, pero vengo aquí a cumplir lo que me pidieron y lo
que me toca. Y si no tiene preguntas más interesantes qué hacer, ya me voy”.
Ulises salió de la sala de juntas y aventando la puerta hacia enfrente dejó a
sus tres compañeros de trabajo en un incómodo momento.
Todos los días eran iguales para Ulises. Cuando menos de un tiempo para
acá. Años antes era diferente. Cuando comenzó a trabajar ahí, era atento,
educado, se comportaba con un alto nivel de compañerismo. Fue hasta que
uno de sus supervisores -quien por cierto ya no trabajaba ahí- le jugó una
mala pasada. Mintió en unas bitácoras e hizo quedar muy mal a Ulises, con el
único objetivo de quedar bien. La traición laboral es tristemente común, se
piensa que, si hago quedar mal a mi compañero en automático yo quedo bien,
cuando en realidad todos terminan quedando mal. En las organizaciones y
empresas, es común el ataque indirecto para avanzar en las jerarquías. No es
funcional, pero es muy utilizado. Esto hizo que Ulises tuviera muchos
confrontamientos con las líneas superiores, desconfianzas y malentendidos
que le costaron mucho trabajo limpiar. Fue un parteaguas en su vida, no
solamente laboral.
Todos los días llegaba enojado al trabajo y también regresaba molesto a su
casa. Se convirtió en un iracundo automático. Así despertaba y así se dormía.
Hasta que tocó fondo. Un viernes, ya cansado de la larga y tediosa semana, al
terminar su jornada y entregar las bitácoras, tres compañeros estaban ya
despidiéndose y vieron pasar a Ulises a unos pasos de ellos. Le dijeron
amistosamente “hasta el lunes, y descansa, que te hace mucha falta”. Ulises
volteó convertido en una fiera, lo agarró de la camisa levantándolo un poco y
le gritó “de mí no te vas a burlar”, mientras con el puño derecho bien cerrado
le atizó un golpe que dejó a su compañero en el suelo por varios minutos.
Sus compañeros y otros más que se acercaron de inmediato, lo detuvieron.
Le pidieron que se calmara y lo alejaron de ahí. Ulises se subió a su
camioneta y se fue a su casa todavía temblando de coraje.
El lunes por la mañana se dirigió en automático a la sala de juntas donde lo
esperaban tres jefes más. Le pidieron que explicara lo que había pasado.
Ulises comentó que ya no iba a permitir que nadie se burlara de él. “Pedí tu
expediente -dijo el jefe que mejor lo conocía-. Sabemos que trabajas bien y
trabajas duro. También sabemos lo que ocurrió hace unos años y cómo
cambió tu actitud a raíz de ello. No podemos tolerar la violencia y eres muy
violento. Te vas a quedar suspendido una semana, y únicamente puedes
regresar a trabajar cuando nos traigas comprobantes de que ya iniciaste un
trabajo profesional para manejo de la ira. Te queremos en la empresa, pero si
no valoras el respeto, no nos servirás de mucho”.
Ulises aceptó el trato y salió ese día de la empresa, ligando en su mente por
primera vez, cómo el evento inicial fue consecuencia de su actitud actual. No
se había dado cuenta que una persona de su pasado le había robado SU PAZ
y en vez de ella, dejó ira, violencia, inconformidad. No podemos echar mano
de otra reacción si ya no tenemos paz dentro de nosotros. No es afuera donde
debe estar nuestra paz, es adentro de cada uno. ¿A quién sueles dejarle TU
PAZ? ¿Desde hace cuánto tiempo?
TU CLARIDAD
Mireya quería terminar con su novio. O cuando menos eso pensaba. No
estaba decidida si estar con él o no. Hoy se decidió, ya por fin sabe lo que
quiere, va a terminar con él, no está en paz cuando está a su lado. Pero ayer
pensaba diferente, ayer se despertó decidida a echarle ganas a la relación. De
lo que sí estaba segura todos los días era de su confusión.
Le llamó a Patricia, su amiga, quien la escuchó atentamente en el teléfono
todos sus pros y sus contras acerca de Saúl. Analizaban por horas qué era lo
que le convenía a Mireya. La fórmula era sencilla, si la opinión era que se
quedara con él, buscaba entonces las razones para irse. Si la opinión era que
terminara con él, buscaba motivos para quedarse. No se daba cuenta de este
juego cruel de indecisión. “Ay amiga no es tan malo, además no es feo, yo
creo que sí mejor quédate con él”. Mireya pensaba unos segundos y
contestaba “pero ya no lo soporto, de verdad ya no puedo con él, verlo ya me
pone de mal humor”… Y comenzaba el análisis nuevamente desde el
principio de la historia. Patricia, después de diseccionar de nuevo los detalles,
concluía “ay amiga, no ya, definitivo, termina con él, así no se puede vivir”.
Mireya se inmovilizaba unos segundos y comentaba “ay pero y si me
equivoco, en realidad no es un monstruo, es buena persona”.
Pasaron unas semanas y Mireya le comentó a Patricia que ya había tomado
una decisión definitiva, que si podían encontrarse en un café para platicar.
Como ambas estarían ocupadas, hicieron cita para tres días después, pero
Patricia le pidió que le adelantara la decisión. “Voy a terminarlo amiga, ya
me decidí, te platico el viernes”. Pasaron esos tres días y llegó el momento en
que discutirían largamente la decisión final de Mireya. Patricia la esperaba ya
sentada con café en mano. Mireya entró por la puerta con una expresión poco
común, la confusión en sus ojos era evidente. Se sentó, vio lentamente a
todos losque las rodeaban y terminó su recorrido en los ojos de Patricia,
quien adivinó de inmediato lo que ocurría. “Ay amiga, no me digas eso por
favor, estás embarazada verdad, ya te lo vi en los ojos, ya vi, qué bárbara, qué
vas a hacer ahora”. Mireya se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.
Dos meses más tarde, Mireya estaba de pie frente al juez, Patricia atrás de
ella esperando su turno para firmar el acta de matrimonio como testigo. Saúl
y Mireya parecían contentos, los papás de ellos no lo estaban tanto. El enojo,
la poca disposición y la decepción que tienen los papás de los chicos que se
tienen que casar con prisa. Saúl, asustado pero valiente, dispuesto a estar
presente, a su estilo y a su forma, con las obligaciones que le tocaban a partir
de ahora. Mireya, resignada, pensando que no sabía lo que iba a hacer los
meses siguientes de su vida. Nada de esto lo había planeado, nada de lo que
seguía, tampoco.
Mireya tuvo un par de gemelos hermosos unos cuantos meses después.
Decidida, platicó con Patricia que en cuanto pudiera, se divorciaría de Saúl,
porque en realidad se casó por compromiso con sus papás -como suele pasar-
y porque no sabía qué hacer en ese momento, pero que ya sabía lo que quería.
No deseaba vivir así el resto de su vida. Con esa misma decisión, tuvieron
esta plática muchas veces más, analizando ahora un nuevo tema: “¿Por qué
no me he ido? ¿Será que sí lo quiero?”.
La primera comunión de los niños transcurrió sin mayor inconveniente,
excepto que cada evento, cada reunión, cada día festivo, Mireya se sentía más
y más confundida. Para cualquier otra persona no habría confusión, habría
una decisión de quedarse donde mejor le parece. Pero para Mireya era muy
difícil decidir. SU CLARIDAD la perdió muchos años antes, incluso de niña,
cuando sus papás decidían todo por ella, fuera o no fuera feliz. Sus papás,
diametralmente opuestos, cambiaban de decisión todos los días, pero en algo
estaban de acuerdo: esto estaba bien y esto estaba mal. También había el
secreto mejor guardado: eran una pareja incongruente. Sin embargo, eso no
es tan fácil de detectar. Decir una cosa y hacer otra. Un papá que dice que te
cuides cuando él no se cuida, una mamá que dice “cállate y contéstame” sin
darse cuenta de la instrucción incongruente. Un papá que se dice justo, pero
es injusto, una mamá que ayuda a todos menos a ella misma. Eran la típica
pareja que juzgaba lo bueno y lo malo y no había término medio, con una
gran carga de incongruencia que genera confusión. Era CLARO que no iban
a aceptar una indecisión, pero cómo puedes esperar que tus hijos no aprendan
de indecisión si hay que escoger un extremo y éste no es congruente. Lo
natural es sentirse mal con las incongruencias.
Lo natural es perder claridad en el camino con una familia así. Mireya
nunca se dio cuenta en qué momento dejó SU CLARIDAD escondida en casa
de sus papás y es transparente que cuando una persona no tiene claridad,
entonces abunda la confusión y la indecisión en sus actos diarios.
Once meses después de la primera comunión, el evento familiar que volvió
a unir a toda la familia era el anuncio del siguiente embarazo gemelar. Un par
de niñas que pocos meses después brillaron entre los brazos de esa familia ya
grande. Mireya abrazaba y besaba a sus hijas con tanto amor, deseando en
silencio que ellas nunca fueran presas de la poca libertad que ella tenía.
Ella en realidad nunca estuvo encerrada, nadie la obligó a nada. Solita, sin
que nadie le indicara el camino ni por dónde ir, se encerraba todos los días en
una jaula de indecisión donde perdía su libertad y dejaba la llave junto a ella,
triste por no poder salir de ahí. Le faltaba SU CLARIDAD para poder ver de
forma transparente que esa jaula era sólo de ella y quien la encerraba era ella
misma.
¿A quién sueles dejarle TU CLARIDAD? ¿Desde hace cuánto tiempo?
ES TUYA
Imagina que tienes una gran canasta frente a ti, del tamaño que tú quieras,
del material que más te guste. La vamos a llamar tu Canasta Básica de
Bienestar. Como su nombre lo dice es un paquete que contiene lo básico, lo
mínimo indispensable. ¿Qué crees que debería existir en ella? Cuando menos,
repito, c u a n d o m e n o s, deberían estar ahí adentro tu tranquilidad, tu
seguridad, tu fortaleza, tu felicidad, tu paz, tu claridad, tal como lo dijimos,
como mínimo indispensable.
Imagina ahora que un día decides dejarle, encargarle, empujarle, regalarle
o prestarle tu Canasta Básica de Bienestar a alguien más. ¿Qué puede pasar
si alguien más la tiene y no tú? La primera y automática pregunta sería ¿por
qué se la dejarías a alguien más, si es TUYA? Ese es el principio fundamental
de este capítulo, te pertenece sólo a ti y no tienes por qué dejársela a nadie ni
un día, ni un momento, ni un ratito. ¿Crees que tú no lo has hecho?
Hay infinidad de motivos por los cuales le dejamos alguno de los
paquetitos de nuestra canasta a otra persona y sin darnos cuenta, pretendemos
que se haga responsable de lo que es nuestro. Si a mí me falta PAZ, entonces
deseo encontrar a alguien que me dé de su paz, para tranquilizarme un poco.
Si me falta FELICIDAD, entonces haré lo necesario para encontrar a alguien
que me dé un poco de felicidad para ya no sentirme triste.
Lo complicado es cuando SÍ encontramos a esa persona que nos hace
sentir mejor. ¿Qué pasa cuando nos dan la FORTALEZA que nos faltaba?
¿Qué hacemos cuando alguien me provoca toda la CLARIDAD que deseaba?
Nos aferramos a esa persona que me está dando lo que yo ya debería tener
conmigo como mínimo indispensable. ¿Y si se va? ¿Y si se lleva la
FELICIDAD que estuve buscando tanto tiempo?
No era tuya, era suya. Pero como consecuencia lógica, si se va y se lleva
SU FELICIDAD te sentirás infeliz por no tener eso que te hacía sentir bien
temporalmente. ¿Cuál es el secreto? Sencillo. Tendrás tu Canasta Básica de
Bienestar contigo, llena, completa y en estado impecable. De esta forma si
alguien llega a querer mover tu PAZ, sabrás ya que es tuya y que puedes
compartir tus emociones saludables, sin estar entregando TUS paquetes.
Ahora, lo que pasa con más frecuencia, es que no queremos hacernos cargo
de nuestra canasta, porque ni siquiera sabemos que es nuestra exclusiva
responsabilidad y de verdad pretendemos que nos cuiden nuestras emociones.
¿Cuántas veces le has dejado tu tranquilidad y tu felicidad a tu pareja, a tus
hijos, a tus papás, a tu jefe o al azar? Bien, esa canasta no es de ellos. Repito
no-es-de-ellos. Es posible que no te guste esto, pero eso no cambia que tu
felicidad depende exclusivamente de ti. No de que tus hijos hagan
exactamente lo que tú quisieras, no de cómo te trate tu marido o tu esposa, no
de cómo te reconozcan en tu trabajo. Mientras sigas empujándole TU
Canasta Básica de Bienestar a alguien más, sigues corriendo el riesgo de que
se caiga, se rompa, se olvide, se pierda, se aleje, la lastimen, la maltraten…
Dejemos entonces de culpar a otras personas por todo lo que nos han
herido. ¿Puedes dejar entonces de culpar a tus papás de que no te quisieron lo
suficiente o no te dieron el tiempo que te hubiera gustado? Si estás leyendo
este libro significa que ya tienes la edad como para que sepas que YA NO es
responsabilidad de tus papás el amor que debes tener adentro de ti. ¿Tu pareja
no te ama y no te respeta? ¿De quién crees que es la decisión diaria de
quedarte a lado de alguien que no te ama y no te respeta como tú deseas?
Preguntas duras y respuestas más duras aún. Pero si estás aquí significa que
tienes toda la disposición de tomar las riendas de tu vida y dejar a la víctima
y el drama en otro lugar, porque ya no los vas a necesitar. Si tienes muchas
quejas y dolores de toda esa gente que te ha lastimado y dejado heridas, te
corresponde sanarlas. Las heridas no le pertenecen a quién las hace, sino a
quien le duele tenerlas.
Cuando practicamos hacernos responsables de nuestra canasta significa
disfrutar de todo su contenido así, en bienestar. Soy la dueña de mi felicidad,
claridad, paz, confianza… con toda tranquilidad me podré moverpor mi vida
sin necesidad de estar dependiendo de algo o de alguien para ser feliz. No se
trata de olvidarme de todos, se trata de convivir mejor con los que están y
procurarme mejores compañías en mi presente y mi futuro. Se trata de que
vivas con tu Canasta Básica de Bienestar bien llena y posicionada en su
lugar: contigo.
LÍMITES: YA BASTA
“Estás 100% al cargo de tu vida, carajo. Deja ya de estarte quejando.”
Gary Vaynerchuck
Podríamos hacer una lista interminable de situaciones a las cuales les
pondríamos como título “límites de…”. Los límites de tu empresa, los límites
de tu persona, los límites del amor, los límites de tu integridad, los límites del
mundo… Creo que no acabaríamos.
Los ojos están hechos para ver hacia afuera, no hacia adentro. El reto del
crecimiento personal es lograr ver para adentro lo suficientemente profundo y
enriquecedor, que puedas potenciar tu capacidad de evolución.
Todo lo que existe en este universo tiene un límite. La atmósfera tiene un
límite, la corteza del árbol marca un límite, el vaso es el límite del líquido, la
frontera es el límite de un país, la puerta es el límite de tu recámara y, la piel,
con toda seguridad el más complejo y hermoso que existe, es el límite de ti
con todo lo demás. Como suele decir Tere Robles de forma recurrente, “de tu
piel hacia adentro solamente eres tú” y no hay nada que puedas hacer para
que eso no sea cierto. Aunque estés pegada a tus hijos, pegado a tu esposa, de
todos modos hay un límite entre un ser humano y otro. Cada quién tiene sus
límites físicos visibles ante los ojos de todos.
“Quiero ser más yo” me dicen en el consultorio con mucha frecuencia. Tú
ya eres tú desde antes de que llegaras a consulta. Pero llegan heridos y
adoloridos, recordando lo que antes del dolor vivían y haciendo referencia a
ese tiempo donde se sentían bien. En otro de mis entrenamientos, me avoco
en específico a las heridas y a su sanación. Para llegar a ello es requisito
aprender de límites saludables. ¿Por qué? Porque si sanamos una herida y
volvemos al lugar donde nos las hacen, vamos a tener heridas frescas una y
otra vez y esto es un cuento de nunca acabar. Ojo, no quiero decir que jamás
nos volverán a herir, sino que lleguemos a ser mejores Observadores y con
esa claridad, podemos entonces vivir sin el constante miedo a sufrir heridas.
“Quiero ser más yo” es un ejemplo de cientos y cientos de pacientes heridos
que ya dejaron su claridad en manos de alguien más, que no distinguen entre
su dolor y su relación con el mundo que parece que lastima. Pero ojo, no es el
mundo el que lastima, es la herida que tienes por no saber aún trabajar con
límites saludables. Antes de tratar esas heridas, es necesario protegernos
saludablemente, por ello es importante hablar de límites y volvernos expertos
practicantes.
LIMITÓMETRO
Todo en la vida tiene un límite y cuando hablo de la corteza de un árbol, de
un vaso, de una frontera o de una puerta, es muy sencillo estar de acuerdo.
¿Dónde comienza la complicación?
Mucha gente me pregunta si lo que están haciendo es bueno o malo.
Definir una situación o una decisión como buena o mala, implica un juicio. El
juicio, un juez y un juzgado, no es lo mismo que una terapia, un terapeuta y
un consultorio. En un juicio, basados en algo de información, van a tomar la
decisión de si esa situación es inocente o culpable, buena o mala. En un
consultorio jamás debe pasar eso, un lugar de sanación nunca se juzga por
bueno o malo. Si ustedes supieran la cantidad de veces que he escuchado “es
que la psicóloga anterior me dijo que yo estaba mal y que mi marido estaba
bien”, “es que la psicóloga anterior nos dijo que mis decisiones son malas
decisiones”. Con todo respeto, un terapeuta que se precie de ser profesional
no debe tener juicios en su mente. No hablo de que deba guardarse su opinión
para sí mismo, hablo de que la práctica genuina de un psicoterapeuta es de
profunda sanación. Si realmente nacieron para sanar, no debe haber juicios en
sus ojos, sino una Observación profunda donde se puede ver con claridad
cuáles son las partes heridas de todos los participantes y dónde se requiere
una sanación adecuada. Ahí está la clave: “adecuada”. No se trata de si lo que
estás haciendo es bueno o malo, se trata de si es adecuado o no es adecuado
para ti. Sin juicios. 
En esta diferencia, si nos volvemos expertos en poder detectarla y
manejarla, podremos encontrar nuestra paz más rápidamente. Les platico un
ejemplo que he compartido por muchos años.
“Vengo a que le quite lo borracho a mi marido”. Me dijo una joven de
unos 30 años aproximadamente. El marido, callado y cabizbajo, no se movió.
Ella continuó “está mal, no entiende que está mal, es un borracho, no está
bien lo que hace, no se da cuenta todo lo que nos lastima, ya no lo soporto, se
está comportando igualito que su mamá, que también es alcohólica, aquí se lo
dejo, por favor quítele lo borracho”. Se salió del consultorio y el señor se
quedó de pie sin moverse, parecía que ni respiraba. Le hice una seña para que
pudiera tomar asiento y abrí conversación, “bien, ya escuché lo que ella
quiere, ahora dígame por favor qué es lo que usted quiere”. Su respuesta fue
de lo más enriquecedora que me ha tocado escuchar. El ejemplo vivo de que
no hay bueno y no hay malo, es el enfoque y nuestra Observación Consciente
lo que cambia todo. “Verá, fui un niño golpeado, violentado, abandonado y
lleno de miedo. Me daba miedo que mi mamá llegara a la casa porque me iba
a golpear nuevamente, sin motivos. Todo lo que recuerdo de mi mamá es
alcohol y golpes. Siempre quise una mamá, siempre soñaba con que un día
mi mamá estuviera normal, usted me entiende, sin estar borracha, y que me
diera un abrazo. Nunca pasó. Hace un año, en una fiesta donde estaba ella
tomada como siempre, ya no aguanté y para soportarla, decidí tomar también
por primera vez. ¿Qué cree que pasó? Yo, borracho, descubrí por primera vez
que mi mamá era cariñosa conmigo y me abrazaba y me decía cosas que
siempre quise escuchar. Como si en la borrachera nos pudiéramos conectar
en ese amor y en esa comunicación que cuando estoy sobrio nunca tuve.
Hace un año que descubrí en el alcohol lo que se siente que una mamá lo
abrace a uno y ya no quiero perderlo. Sé que no debería tomar tanto, pero no
tengo otra forma de tener una mamá, porque nunca la tuve. Sé que estoy
perdiendo a mi esposa, pero ¿cómo puedo volver a perder a mi mamá ahora
que por primera vez me la encuentro con todo su amor?”.
Vaya historia. Comencemos con los juicios. ¿Está mal que sea un
borracho? ¿Está mal que su mamá sea violenta? ¿Está mal que ambos tengan
problemas con el alcohol? ¿Está mal que la esposa lleve a su marido a terapia
contra su voluntad? ¿Está mal que el marido no desee dejar el alcohol? Es
bien sencillo el juicio, ¿cierto? Con una facilidad inaudita enjuiciamos
historias ajenas calificándolas de buenas o malas. Cuando hay un juicio se
termina el crecimiento. Pum, está mal, punto, siguiente tema. ¿Dónde queda
entonces el inicio del crecimiento? ¿Los motivos por los cuales una persona
es como es? ¿La razón por la cual su mamá es así y sólo puede ser afectuosa
a través de un mismo nivel de alcohol? Más allá de los juicios, este señor
tomó una decisión: aceptar el amor de su mamá en el momento y forma en
que lo encontró. ¿Está bien o está mal?
Juicios. Tan fácil de fabricarlos y tan complicado de comprender que
enjuiciar no tiene sentido y mucho menos utilidad práctica. La pregunta es si
para él era adecuado tomar alcohol o no. Otra pregunta es si para ella era
adecuado continuar con su marido decidido a seguir tomando alcohol o no.
Comienza a transformar los buenos y malos en adecuados o no adecuados
para ti, verás que es un muy buen inicio.
Bien, avancemos en nuestro aprendizaje. Debemos comenzar Observando
la diferencia entre límites saludables y adecuados para mí y los límites
tóxicos y no adecuados para mí. Porque, así como hay personas en el mundo
con diferentes culturas, educaciones y gustos, así hay límites diferentes deunas personas a otras, por tanto, una herramienta muy útil para ti, a partir de
ahora, pudiera ser un Limitómetro que te indique lo que es adecuado o no,
para ti.
Tu Limitómetro tiene un rango amplísimo. Tenemos desde límites
maravillosamente saludables, hasta peligrosamente tóxicos. La diferencia está
en qué porción de ese rango usas más frecuentemente, qué porción dejas en
manos de alguien más y cómo te afecta ello.
LIMITÓMETRO RANGO SALUDABLE
Un Límite Saludable significa tener tres conceptos bien sanos, completos y
posicionados: La Entereza, tu Canasta Básica de Bienestar y el Amor Propio,
de forma que no permites que te perturben, te lastimen o te tumben (en otros
de mis entrenamientos abundo de manera profunda en estos tres conceptos).
Es una congruencia entre tu real y tu ideal, hacia donde todo camino de
crecimiento debe conducir. Este rango es el resultado de haber trabajado
profundamente en los siguientes dos, el rango incómodo y el rango tóxico,
como consecuencia llega el rango saludable.
Si imaginamos un lugar de Entereza entonces no nos falta nada, si
imaginamos Amor Propio entonces no esperamos piezas de nadie y si
tenemos nuestra Canasta Básica de Bienestar llena y en su lugar entonces la
sensación es de justamente estar completos. Es el rango del Limitómetro
deseable por la mayoría y lo que casi todos mis pacientes me piden y carecen
en la primera sesión, de una u otra forma. La buena noticia es lo sencillo que
es lograr este rango saludable. Hacia allá vamos todos los que estamos listos
para el cambio de rumbo y de aceleración en nuestro crecimiento.
LIMITÓMETRO RANGO INCÓMODO
Todos tenemos frecuentemente momentos de Limitómetro Rango
Incómodo, donde estamos inestables, donde es sencillo que el afuera nos
afecte o lastime. Sería imposible encontrar a alguien que no se haya sentido
mal o vulnerable. Sin embargo, pasar por este rango nos recuerda lo
incómodo que es y ya que conocemos lo saludable, querremos volver de
inmediato a donde nos sentíamos bien. La incomodidad es una ventaja que
pocos saben apreciar al inicio. Estar incómodo implica estar no-cómodo. Eso
habla de que sí hay un punto de comodidad que alguna vez tuve, pero la
perdí. No hay otra forma de sentirse incómodo, más que sintiéndose cómodo
previamente.
Observar discusiones ajenas, injusticias lejanas, faltas de respeto que no
son hacia mí, generan incomodidad. La gente que grita de carro a carro sin
verse la cara, la ex de mi pareja que me ataca sin conocerme, el dolor ajeno.
No duele, pero incomoda. Nos está encendiendo un foco.
Si yo hubiera nacido con un dolor en el dedo pulgar y hubiera crecido toda
mi vida con ese dolor, sabría que Así Es. Pensaría que ese dolor es natural y
más allá de enjuiciarlo o enojarme, ya habría aprendido a vivir con él como
parte de mí. No hay en este ejemplo ni comodidad ni incomodidad. La
comodidad es un placer que se gana, es un momento que se disfruta. Si estoy
cansado y descanso, se siente placer. Si estoy sediento y me hidrato, se siente
placer. Si estoy incómodo y me devuelvo a la comodidad, es placentero.
Nada más revelador que la incomodidad para saber que necesitamos
movernos de lugar. ¿No es tan mala la incomodidad después de todo, cierto?
Sin juicios, sería: ¿Esa incomodidad que sentías, terminó siendo adecuada
para ti y tu crecimiento? Casi podría adivinar la respuesta.
LIMITÓMETRO RANGO TÓXICO
Es tan amplio este rango que para que pueda comprenderse mejor, lo dividí
en tres tóxicas categorías:
Los límites tóxicos-obvios
Dentro del Limitómetro Rango Tóxico, los límites tóxicos-obvios son
aquellos que podemos observar claramente, el jefe que grita, el vecino que
falta al respeto, el compañero que se dedica a opinar negativo, el colega que
critica o destruye (o intenta destruir). Compañeros de trabajo, jefes,
empleados, conocidos, supuestos amigos, gente que tiene un mal comentario,
hiriente o agresivo, de forma directa o indirecta que no son tan cercanos a ti
ni están dentro de tu círculo íntimo. Son los más fáciles de identificar y, por
lo mismo, no se necesita mucha búsqueda ni demasiado análisis para ubicar
que están traspasando tus límites de forma obvia para lograr hacerte daño. Se
están brincando un Límite Obvio. Por lógica, si ya te afectó, entonces entra
en esta categoría de Limitómetro Rango Tóxico.
Los límites tóxicos-difíciles
Son aquellos provenientes de gente cercana y que se interesa por ti y te
quiere, con lo cual tienen la puerta abierta para darte su opinión real y
dolorosa, o negativa e incómoda. Es esa persona en tu círculo íntimo que te
habla abiertamente de las críticas, opiniones, desacuerdos, que te harán
sentirte mal, triste, enojado e incluso provocarán que dudes de lo que hiciste
o estás por hacer. Puede ser un consejo que te moleste porque no va con tu
forma de pensar, puede ser una opinión muy agresiva, tal vez una crítica
directa que no coincide con sus puntos de vista o formas de pensar. Puede ser
incluso la típica broma o bullying familiar tan usados en la cultura
latinoamericana, donde unos molestan a otros en las reuniones familiares a la
menor provocación. Cuando el dolor por alguna herida proviene de gente que
amamos, es difícil cruzar ese puente de entereza al sentirnos con nuestro
círculo íntimo en contra, molesto o triste. Es trabajando en esta categoría y
entrenándonos convenientemente, que podemos lograr como consecuencia
los tres conceptos del Limitómetro Rango Saludable. ¿Los recuerdas?
Los límites tóxicos-peligrosos
Los más dolorosos en realidad, pero no te preocupes, siempre se pueden
sanar saludablemente. Son aquellas transgresiones provenientes de la gente
más cercana a ti, la que más te ama, pero que aún no han aprendido a sanar
sus heridas o a comunicarse de una forma saludable y, por ello, te dirán su
opinión de forma indirecta y dolorosa, no te hablan derecho, directo ni con la
verdad. Es el famoso ruidito, la mala cara, el gesto, las incongruencias al
decirte “allá tú”, “pues como tú veas”, “¿estás bien seguro de lo que vas a
hacer?”, “piénsalo bien”, “tú sabrás”, “pues haz lo que quieras” con cara de
enojo o desaprobación y que en realidad lo que quieren que hagas es lo que
ellos quieren y no lo que tú quieras. Son profesionales del chantaje y la
manipulación. Quieren con una frase aparentemente inocente, una mirada
penetrante, con un movimiento de cabeza o manos, con un tono diferente de
voz, controlar a su conveniencia las decisiones de cada persona a su
alrededor. Lo peligroso de estos límites es que secuestran tu paz, dan justo en
el punto central de la autoestima y de la tranquilidad, te desarman y por lo
general no supimos por dónde llegó el asalto. Si hubiera una futura discusión,
se defenderán diciendo inocentemente “yo te dije que como tú quisieras”.
¿Ya ubicaste de inmediato quiénes de tus personas cercanas transgreden los
límites tóxicos-peligrosos?
En todos los núcleos familiares hay cuando menos un personaje -suelen ser
varios- que transgrede estos límites. Son quienes detonan las ansiedades,
angustias, incongruencias, depresiones, frustraciones, enojos, reacciones,
shocks y hasta psicosis, incluso sin quererlo ni darse cuenta. Ojo: tu
tranquilidad de hoy ya no depende de lo que sí te dieron o no te dieron ayer,
sino de ti. Explicarte los límites tóxicos-peligrosos, cuáles son y cómo
funcionan, es para que los puedas ubicar de frente y al momento, no para
quejarte de lo que hay alrededor de ti. Te sorprenderás al desarrollar la
consciencia de que sí existen y sí lastiman las personas que ejercen el rol de
traspasar los límites tóxicos-peligrosos, porque no quieren dañarnos sino
ayudarnos. Estas personas cercanas no son gente que conscientemente quiera
herirnos o hacernos daño. En lo absoluto, por el contrario, quieren ayudarnos
a su forma y a su estilo. Sólo que su forma no es la tuya, su estilo no es tu
estilo. Sus heridas no son las tuyas y su camino no es el mismo que el tuyo.
Observarlos y agradecer es un buen inicio. Para ello es importante
simplemente que ubiques en qué momentode tu presente está alguien
intentando (o logrando) traspasar tus límites saludables convirtiéndolos en
incómodos o tóxicos. Una vez ubicados y como único responsable de tu
bienestar, te corresponde trabajar en ellos. Es común la sensación de que los
límites tóxicos-peligrosos son los más difíciles de sanar. Cuando uno está
listo, la dificultad desaparece, el reto llega y el crecimiento nos alimenta.
TÉCNICA: DEJA DE AGARRAR LO QUE NO ES TUYO
Esta técnica es muy sencilla de explicar y muy complicada de ejecutar,
pero debe ser nuestra próxima tarea diaria. ¿Crees que puedes pasar un día
entero sin tomar lo que no es tuyo? ¿Y las opiniones de los demás? ¿Y sus
comentarios? ¿Y sus estados de ánimo? ¿El que te hayan dejado en visto?
¿Una mala mirada? ¿Medio día? ¿Tres horas?
Las emociones de los otros, eso son: de otros. No tenemos por qué estar
inventando cuentos (“es que seguramente no me saludó porque…”),
asegurando certezas (“es que estoy segura de que no quiere hablar conmigo
porque…”), ni tomar la emoción negativa del otro haciéndola propia (“es que
me molestó que se haya enojado…”). Yo lo llamo: Deja de estar agarrando
lo que no es tuyo.
Si el otro se enoja, ¿a quién le pertenece ese enojo? Si alguien opina, ¿de la
boca de quién salió esa opinión? Si alguien grita ¿de qué garganta provino
ese grito? Si te voltean a ver y cuchichean ¿a quién le pertenece ese chisme?
Si entras a un lugar y todos te tiran “mala vibra”, ¿esa vibra es tuya o de
alguien más? Deja de agarrar lo que no es tuyo es un entrenamiento diario
permanente. Si comenzamos por Observar Conscientemente, es decir, con
claridad e intención, de dónde viene la emoción de esa persona, podemos
no-tomarla más fácilmente.
El afuera nos afecta y agrede nuestro Limitómetro llevándolo a niveles
tóxicos, porque pasan sucesos que no planeamos y nos lastiman. No podemos
culpar a una tormenta por nuestros desastres de tal forma que nos ofendamos
con ella y decidamos no volverle a hablar. Es una tormenta. No podemos
suponer “está lloviendo para darme en la torre”, porque sabemos que no es
así. Pero sí puede esa tormenta afectar mi estado de ánimo, aunque no sea su
intención. Sí puede esa tormenta causar otra tormenta de mi piel hacia
adentro afectando mi temple y tomándome personal lo que las personas de mi
alrededor hacen, sólo porque algo allá afuera me afectó.
Si el Limitómetro no está en un rango saludable, me siento mal, ya está en
un rango incómodo o tóxico. ¿Cómo es que permito que el regaño de mi
mamá me afecte tanto? Sólo es mi mamá y un ruido, un comentario, un tono,
puede afectarme mi día o mi semana. La amo y me ama, lo sé, entonces cómo
es que me afecta tanto. ¿Cómo es que la presencia de mi papá denso o de mi
hermano intenso puede dañarme tanto? ¿Cómo puedo llegar a mi trabajo e
inmediatamente sentir que todos me critican? ¿Cómo puedo ir de trabajo en
trabajo sintiéndome mal en cada uno pensando que están mal, cuando la
persona sensible soy yo? ¿Y si es alcohólico? ¿Y si son violentos? ¿Y si
murió alguien y perdí mi paz? ¿Y si no les importo? ¿Y si los problemas allá
afuera son tan grandes que no logro estar bien aquí adentro? Es totalmente
cierto. Explicar este tema de límites conlleva la enorme responsabilidad de
devolverme mi espacio vital, crearle armonía y, ahí adentro, sanar mis
heridas.
¿Puedo reconocer que quien tiene el poder de mis emociones soy yo?
¿Hasta qué momento le voy a dejar el poder de mi bienestar a alguien más?
¿A quién le voy a prestar, empujar o regalar mi Canasta Básica de emociones
saludables para que la pueda cuidar… o perder, o maltratar, o lastimar? ¿El
gobierno tiene la culpa? ¿Mis papás? ¿Mis maestros? ¿Mis compañeros? ¿Mi
ex? ¿Su ex? ¿En manos de quién estoy dejando mis emociones para que
después pueda yo decir que me lastimaron, tomándome personal lo que yo
permití?
Pero nadie nos enseñó que uno sí tiene la opción de no dejar la
responsabilidad afuera. Al contrario, nos enseñaron que necesitamos de la
aprobación de los demás para sentirnos bien aquí adentro. Como si eso se
pudiera lograr. ¿Crees que puedes lograr la aprobación de TODOS? ¿Crees
que tienes el poder sobrenatural de hacer felices a todos y darles gusto a
todos allá afuera? ¿Vas a acabar? Son muchos. ¿Tienes la capacidad de
solucionarles los problemas a todos? Nadie lo tiene. En cambio, nos
enseñaron que para que el Limitómetro se sienta saludable, lo necesitamos
intoxicar. “Sólo te quiero si haces lo que yo digo”. ¿Qué clase de chantaje es
ese? O algo mucho más disimulado “yo pensé que eras diferente, pensé que
me querías”. ¿No le gusta cómo le amas? Adelante, puede irse. ¿No te gusta
cómo te aman? Perfecto, trabajemos esos límites saludables y a otra cosa-
mariposa. ¿Cuándo vamos a terminar entonces con esto? Mientras sigas
dejando tu bienestar en manos del afuera, nunca. Eso te lo aseguro.
Bueno y a todo esto, de qué lado del Limitómetro te encuentras. ¿Eres de
las personas que tiene su Limitómetro incómodo o tóxico porque hay gente
alrededor que siempre traspasa tus límites lastimando? O bien, eres esa
persona que siempre está faltándole al respeto a los demás, diciéndoles lo que
tienen que hacer, cómo deben vivir, opinando de si están haciendo las cosas
bien o mal, juzgando con una medida de supuesta perfección lo que está
correcto para esta sociedad, molesta con cómo hacen las cosas todos… es
decir, alterando el Limitómetro de todos a tu alrededor? Porque no hay
muchas opciones, estamos permitiendo que nos lastimen desde la sumisión o
estamos ejecutando heridas desde la agresión, en el rango incómodo o en el
rango tóxico. También puede haber una combinación de ambos niveles,
puedes sufrir la agresión de los demás con un Limitómetro incómodo o
tóxico en ciertos lugares y con ciertas personas, y también, puedes ejecutar la
agresión con otros escenarios y diferentes personas. Es común que así suceda.
Cuando una persona está lastimada, claramente ha permitido que sus
límites estén heridos. ¿Pero sería normal que llegue una persona a tocar a la
puerta de mi casa y amablemente me pida permiso para insultarme? No
funciona así. Sencillamente no sabemos que nos van a lastimar y resultamos
heridos. ¿Qué hace falta para no herirnos? ¿Salir a cada puerta a pedirle a
cada persona de este mundo que por favor no me vaya a lastimar? ¿A todos?
No vamos a acabar nunca, son muchísimos y cada quién hace lo que puede y
sabe hacer. Sería una labor interminable ir de puerta en puerta con cada
persona a pedirles que por favor no nos vayan a lastimar. No sólo es
imposible, no vamos a terminar, ni siquiera con una sola persona, de
explicarle todos los puntos sensibles en donde puede lastimarme. ¿Por qué
mejor no lo hacemos al revés? ¿Por qué mejor no nos olvidamos de estar de
puerta en puerta con el afuera y comenzamos entonces a cuidarnos a nosotros
mismos de nuestra piel hacia adentro? ¿No te parece mejor idea que tú cuides
tu propia fortaleza? ¿No es mucho más sencillo que tú tengas el control total
de tu Canasta Básica de Bienestar? Porque en realidad así es. Tú eres el
dueño de tu vida, de tus situaciones, tus acciones y tus reacciones. No podrás
controlar lo que sucede allá afuera, pero con toda seguridad puedes controlar
lo que tú haces con lo que sucede allá afuera. No podrás evitar tener un
problema, pero eres el dueño de lo que tú haces con ese problema. No podrás
evitar algún dolor, pero eres el dueño de lo que harás con ese dolor.
¿Y si me gusta darle gusto a los demás? La fórmula es muy sencilla, te
explico. Si estás preocupándote mucho porque no le das gusto a los demás, te
provoca ansiedad la opinión de otras personas, te preocupa lo que vayan a
pensar en tu trabajo, te da miedo la reacción de tu esposo, de tu jefe, de tus
papás, no importa a cuántas personas mencione, todas ellas no son tú y eres
tú quien define qué significa para ti ese bienestar y qué es lo que te provoca
felicidad. En cambio, si darle gusto a tu pareja te provoca felicidad, estás en
un buen lugar dentro de tus propios límites saludables. Pero si hacertodo el
tiempo lo que tu pareja quiere te provoca frustración, significa que ya se
brincaron tus propios límites saludables y se volvieron tóxicos. ¿Hasta qué
punto debo darle gusto a los demás? Hasta que ese punto deje de darte gusto
también a ti.
Siempre habrá personas que no estén de acuerdo y, entre más personas
conozcas, más desacuerdos vas a encontrar. Te prometo que mientras quieras
seguir modificando tus formas para agradar a otros, vas a seguir siendo
infeliz, es la fórmula perfecta para sentirte mal. La mayoría de mis pacientes
me dicen que no quieren que las demás personas sientan su rechazo, incluso
se preocupan porque piensan que poner límites saludables es pelearse con sus
seres queridos, dejarles de hablar, retirarles su presencia o que les comience a
“valer”. “Pero es que no me vale la opinión de mi mamá”, “pero es que no
me valen mis hermanos”. Me agrada escuchar esta preocupación, indica que
estamos en el camino correcto. No estamos aquí para abandonar a nadie, sino
para aprender cómo acompañarte a ti mismo de mejor forma. No estamos
aquí para terminar con nadie, sino para que puedas comenzar contigo. Es
muy diferente.
Los Límites Rango Saludable no son un rechazo a los demás, por el
contrario, estamos aprendiendo a convivir con el mundo de una forma mucho
más sana. Estamos aprendiendo que las opiniones de los demás son
sumamente importantes al igual que las tuyas, simplemente no te pertenecen.
Y vamos a aprender a dejar las opiniones de los demás en su lugar, con amor
y respeto. Si tú crees que la opinión que te están dando te duele, no la tomes,
déjala en su lugar y no la sostengas ni un segundo. Si crees que esa opinión
puede serte de utilidad, de la misma forma déjala afuera para cuando tú
necesites ocupar esa información para tu bienestar y crecimiento. ¿Ya
comienza a leerse más sencillo, cierto?
Si trabajamos constantemente en mantener el Limitómetro en un Rango
Saludable, podemos identificar casi al momento cuando cambia de rango al
incómodo o al tóxico y tomar cartas en el asunto para poner el Limitómetro
en un Rango Saludable, nuevamente. ¿Cómo? Entrenamiento. Si has tomado
terapia conmigo o estudiado alguno de mis cursos, sabrás ya lo sencillo que
resulta. Recuerda, si te sientes bien, es agradable para ti, entonces es
adecuado. Te sientes mal, no es agradable para ti, entonces no es adecuado.
Esto que aprendimos es información que sirve para el movimiento de tu
Limitómetro. Recuperas cuando tú quieras el Rango Saludable, porque de tu
piel hacia adentro tú decides, tú mandas, manejas tu Canasta, recuperas
bienestar, cambias tu rango en tu Limitómetro, decides hacerte totalmente
cargo de cambiar tu historia. Ya es tiempo de recuperarte, de decidir por ti.
Ya basta de que decidan otros. Ya Basta.
EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN CONSCIENTE
“En medio del movimiento y el caos, mantén la calma adentro de ti.”
Deepak Chopra
La película Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, es un
abanico de ejemplos de límites tanto saludables como tóxicos. Se puede
Observar en esta historia cómo los personajes le insisten continuamente a
Alicia que ella debe ser alguien diferente cuando ellos lo necesitan. Cuando
finalmente Alicia decide lograr estos nuevos retos y modificar su
pensamiento para lograr la victoria, los límites saludables trabajaron en
equipo con El Arte de la Observación Consciente. ¿Es posible entonces
cambiar? Claro que es posible, todos lo hacemos de forma permanente y sin
darnos cuenta. Aunque intentaras permanecer igual, no se podría. ¿Es
positivo entonces permitir que las opiniones de los demás nos afecten como
le sucedió a Alicia? Al personaje de Alicia las opiniones de los demás le
estorbaron al inicio. Fue hasta que ella pudo tomar la decisión de hacer un
cambio de su piel hacia adentro y tener una transformación evolutiva. No se
trata de pasarse la vida dándole gusto a los demás, se trata de disfrutar cada
decisión que tomo sabiendo siempre de forma consciente y sintiendo de
forma inconsciente que Yo Soy el protagonista de mi propia película, el
personaje principal de mi vida y por lo tanto mi gusto va primero. Para darles
gusto a los demás primero debo estar consciente de que a mí me da gusto
darles gusto, de lo contrario yo estoy violentando mis propios límites
saludables convirtiéndolos en tóxicos. Si intentas cambiar para darles gusto a
los demás, lo que estás fabricando es un futuro reclamo digno del título de
manipulación: “hice todo por ti”, “dejé todo por ti”, “cambié mi vida por ti”.
No, no. Mueve todo lo que quieras, por ti, no por alguien más. Te dolerá
hacer tanto cambio por alguien y que al final no haya funcionado a ti, para tu
crecimiento o, a veces, duele que no te lo agradezcan. Si vas a hacer cambios
en ti, son para que puedas sentir orgullo de tu crecimiento y la certeza de tu
camino de evolución. ¿Por qué debo trabajar yo si los que violentan son
ellos? En primer lugar, porque es a ti a quien le duele esa violencia; en
segundo lugar, porque no puedes cambiarlos. Si tú tuvieras el poder mágico
de cambiarlos, ya lo hubieras logrado, recuerda que no puedes cambiar a los
demás y tienes años de experiencia en intentarlos cambiar y no ha resultado,
¿cierto? Afortunadamente, porque este mundo sería un caos si todos
pudiéramos cambiar a todos.
He estado hablando de Observación desde el inicio de este libro. Observar
es la clave de toda evolución y es a través de ella que hay descubrimientos en
el mundo, en los centros de investigación, en las novedades científicas, en la
naturaleza, en nosotros mismos. En el capítulo anterior mencioné que es a
través de la Observación Consciente que podemos Dejar de agarrar lo que
no es nuestro, con los elementos clave: claridad e intención.
A través de El Arte de la Observación Consciente podemos darnos cuenta
de cuáles son esos lugares, situaciones y personas que nos provocan dolor,
miedo, incomodidad o desagrado. Podrás tener la claridad, sin que explotes
ni entres en crisis, de dónde está la línea que cruza los límites saludables y se
vuelven tóxicos. También es la herramienta con la que comienzas a recuperar
tu paz para devolverla a tu canasta básica. Es el anti-juicio. Recuerda que
cuando emitimos un juicio “está bien”, o “está mal”, entonces se acaba el
análisis. Este señor es un monstruo. Esta señora es una histérica. Este niño es
un malcriado. Juicio, juicio, juicio. Tan tán, se acabó la plática, no hay más
que decir después de un juicio, a menos que sea otro juicio. ¿Dónde está la
historia del por qué se convirtió en monstruo? ¿Qué sucedió para que esta
señora utilizara la histeria como mecanismo para comunicarse? ¿Ese niño
nació malcriado? Siempre hay una historia detrás de esa persona. La mayoría
de las veces son historias que ni los propios protagonistas se han detenido a
Observar.
Sólo aprendiendo a Observar con Consciencia, es decir, con la intención
de realmente ver a nivel profundo, puedes darte cuenta de que esa persona
que grita no sólo es gritona, sino que está explotando lo que por tanto tiempo
acumuló, llenó y reventó. Si aprendes a Observar puedes darte cuenta de que
esa persona que te hizo tanto daño no sólo te lastimó, sino que lleva mucho
tiempo lastimada y no sabe cómo relacionarse con los demás sin lastimar.
Observar Conscientemente es la clave de todo crecimiento. Comenzamos
aquí, comenzamos ahora. Es momento de hacernos cargo de lo que nos
molesta o lastima y empezar a avanzar. Ya basta de estarnos lastimando. Ya
basta de que nos duela y de seguir recibiendo golpes y heridas. Ya basta.
Empecemos a poner en práctica lo que llevamos hasta aquí. Como te
mencioné antes, la técnica Deja de Agarrar lo que No es Tuyo, nos libera en
una gran parte de las cargas que solemos traer. La vida sería tan sencilla si
todos hiciéramos lo mismo. ¿Te gritó tu papá, tu vecino o tu jefe? No es tu
grito, no te pertenece, no salió de tu boca, no lo agarres. Si lo tomas, lo que
vas a lograr es victimizarte… “me gritaron”. Entra la pregunta mágica ¿Y?
Alguien que no eres tú hizo una grosería:¿Y? Es que me gritaron… es que
me dijeron… es que me vieron feo… es que le pegaron a mi carro… es que
me insultaron… es que no me dejan salir… es que, es que, es que… ¿Y? ¿Es
tuyo? Deja que el mundo diga y opine y grite y se mueva como quiera y
pueda. Tu Canasta Básica de Bienestar en su lugar y completa es tu
responsabilidad, para que puedas practicar El Arte de la Observación
Consciente y veas ese grito cómo sale de una garganta que no es la tuya, de
un cerebro que no es el tuyo, de una persona que no eres tú. Y entonces
puedes con toda tranquilidad decidir qué harás en esa situación donde No
Agarraste Nada que No es Tuyo. ¿Sabes cuánto evolucionas sólo con aplicar
estos tres conceptos?
Lo recomendable de Deja de Agarrar lo que No es Tuyo, es practicarlo sin
llevarlo a un extremo donde parezca que nada nos importa. Justamente
porque sí nos importa esa persona y su comentario y porque yo sí practico el
respeto, voy a dejar esa actitud que no es mía en su lugar y a conducirme
como a mí me da la gana conducirme, no como la otra persona espera que yo
haga o diga, porque esa persona está acostumbrada a poner su paz en alguien
más y que se la resuelvan. Entre más te esfuerzas por complacer sólo a los
otros, menos lo logras y más te piden. ¿Y si es alguien que me ama?... ¿Y?
¿Porque me ama debo permitir que me lastimen? Ellos no saben dónde están
mis heridas y por tanto pueden lastimarme. Mi Observación Consciente me
hará ver de forma transparente que esa persona que falta al respeto
continuamente, es tal vez su única forma de comunicarse y yo ya me estoy
tomando personal su grito, cuando nadie le ha enseñado a hablar
respetuosamente. Es-su-única-forma, y me repiten mis pacientes “entiendo
que es su única forma pero debería ser más amable”. Por eso soy repetitiva en
este libro, porque no es sencillo comprender estos conceptos a la primera. No
estoy diciendo que esté bien ser irrespetuoso, estoy diciendo que, si esa es su
única forma de hablar, cómo pretendemos que hable diferente, con respeto o
con tranquilidad. Si tú sabes ya cómo practicar la Observación, detente a ver
a detalle, con claridad, con la intención de realmente comprender con esa
Observación, cómo esa persona que está gritando no tiene las herramientas
que tú tienes. ¿Está mal que no las tenga? No, recuerda, no está ni bien ni
mal, todos pasamos por niveles de aprendizaje en distintos tiempos de nuestra
vida y no todos tenemos por qué ir al mismo ritmo. La fórmula es sencilla,
recuerda, si esa persona o situación es adecuada para ti, te quedas, si no es
adecuada para ti, te mueves de ahí, sin tomártelo personal. Sin andar
agarrando lo que no es tuyo.
El maestro Miguel Ruiz suele recordarnos constantemente uno de los
Cuatro Acuerdos Toltecas que es No te tomes nada personalmente. También
hay otro acuerdo igual de complicado y que es el casi imposible No
supongas. Es una labor titánica, sobre todo para las mujeres que, como
tenemos un tipo de pensamiento más detallista que el tipo de pensamiento
práctico de los hombres, tendemos a crear historias donde no las hay, a
buscar detalles donde no se necesitan y a suponer con base en otras
suposiciones creadas al momento. “Es que seguramente no quiso dormir en
nuestra cama, porque seguramente está enojado, porque seguramente piensa
que lo que platicamos en la mañana no es verdad, porque seguramente me
quiere aplicar silencio para que me duela, porque seguramente quiere que
reaccione a su conveniencia, porque seguramente…”. Uff, cómo no cansarse,
cómo no explotar. A diario escucho (insisto, sobre todo a mujeres) que
suponen sobre la suposición de la suposición. Y encima de todo se creen
tanta historia y viven y sufren sobre ella. Labor titánica de verdad. Te invito a
que pases tus siguientes 4 horas sin suponer. ¿Puedes? ¿Dos horas? ¿Tus
siguientes cuatro pensamientos?
Nos llenamos la cabeza de ideas que no son ciertas y, si lo fueran,
posiblemente no son de nuestra incumbencia o nos estamos tomando personal
algo que no es de nosotros. Y encima de todo sufrimos horas, días, semanas
por ello. Hombres que le dan vueltas al mismo miedo hasta generar ansiedad,
mujeres que suponen mil versiones de por qué pasó lo que pasó hasta
enfermar. Tanta energía gastada en lo que no existe, para generar síntomas
que sí existen, tantas historias creadas sin un para qué productivo. Cuando
quieres saber por qué pasó algo, te remites al pasado y le das una explicación.
Cuando quieres saber para qué pasará algo, creas una historia en el futuro
que le da sentido a tu actual emoción. Sin embargo, cuando mezclamos el
futuro y el pasado, hacemos un revoltijo que no tiene ni pies ni cabeza.
Repasamos millones de veces el pasado queriendo entender un porqué con la
pregunta incorrecta. Por qué me engañó (pasado) si nuestros planes eran
casarnos el año que viene (futuro) y me dijo que me amaba (pasado) justo
antes de que pagáramos la luna de miel (futuro)… En mi libro Creando,
Sanando, Disfrutando, te explico las diferencias entre la razón del hemisferio
izquierdo y la emoción del hemisferio derecho y te comento que no podemos
dar solución a frases como “explícame (hemisferio izquierdo) por qué me
duele (hemisferio derecho)”. No vamos a terminar de armar una pregunta
congruente si seguimos insistiendo en mezclar hemisferios, análisis,
sanación, explicación, emoción y meter una pregunta que sane nuestro dolor,
a un lugar lleno de suposiciones, muchas irreales, donde la mayoría del
argumento de esa historia sirve para tomarme personal lo que ME hicieron.
ME dijo, ME engañó, ME amaba, ME mintió. No, él no te lo hizo a ti. Él hizo
lo que sabe hacer y ustedes dos decidieron compartir momentos y él habló un
lenguaje que sabe hablar y que a ti no te acomoda ni te favorece más. Y nos
tomamos personal lo que él hace o dejó de hacer, cuando podemos soltar lo
que él hace o dejó de hacer, simplemente para no torturarnos tanto tiempo,
tan fuerte, que lleve a trabajar en terapia “quiero saber qué tengo de malo
porque me dejó”. De nuevo, lo bueno y lo malo. Sucede que no siempre nos
quedaremos en esa relación, que es de dos personas no de una y, que si una
persona no quiere o no puede seguir, lo más saludable es que se vaya. Te lo
tomes personal o no, lo saludable es terminar o seguirás cargando el peso de
dos personas donde sólo cabe una. Supongas millones de historias o no, si ya
no son dos involucrados en una pareja, aunque haya heridas que duelan, lo
adecuado es terminar, sanar y aprender. Hay pacientes que llegan conmigo
después de 30 años ininterrumpidos de haberse tomado personalmente el
término de una relación, de suponer miles de argumentos por los cuales
terminaron… 10, 20, 30 años atrás. Claramente no desean avanzar o nadie les
ha enseñado cómo hacerlo. Pero el cómo se inicia al practicar todos los días
El Arte de la Observación Consciente, ubicar con tranquilidad y sin prisas en
dónde lo estoy tomando personal, en qué lugares y con qué personas estoy
suponiendo. Yo les digo a mis pacientes “cáchate suponiendo”, “cáchate
tomándotelo personal”. Porque es el inicio. Primero hay que darnos cuenta de
cuándo lo hacemos, cómo y con quién. No intentes evitarlo si no quieres,
pero sorpréndete tomándotelo personal o suponiendo las veces que puedas.
Entre más te caches, más maestro te volverás en dejarlo de hacer sin que te
des cuenta. No hay prisa, tienes una vida entera para practicarlo.
ASÍ ES
Muchos pacientes llegan a mi consultorio compartiéndome cómo es que tal
persona las lastimó o bien, me cuentan a detalle lo que su esposo hace para
hacerlas enojar o lo que su esposa ha hecho para desquiciarlos, me platican
cómo su pareja los ha hecho profundamente infelices por años. La decisión
de quedarse a lado de una persona que los hace infelices es un trabajo diario
donde uno, sin darse cuenta, permanece un día más sufriendo junto su pareja,
su jefe, sus compañeros... Sin embargo, hay algo muy característico en estas
historias: todos saben “cómo solucionarlo”. Claro, no desde uno mismo, sino
desde la persona que los está lastimando.

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