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30 consejos prácticos para educar hoy - Santiago Galve Moreno

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Guía útil y divertida para Maestros, Profesores y Padres
 
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Últimos títulos publicados:
25.Educar para la participación en la escuela. Víctor J.Ventosa.
26.El consumo de medios en los jóvenes de Secundaria. AA.W.
27.La mediación escolar. José Antonio San Martín.
28.Evaluación externa del Centro y calidad educativa. J.L.Estefanía / J.López.
29.Educar en la no-violencia. J.González / Ma J.Criado.
30.Evaluación sin exámenes. Jesús Ma Nieto.
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33.Claves de la orientación profesional. Ma Ángeles Caballero.
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36.Adolescentes en riesgo. Manuel Tarín / José Javier Navarro.
37.Cómo evitar o superar el estrés docente. Jesús Ma Nieto.
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39.El lenguaje musical en las enseñanzas artísticas. Luis Francisco Ponce de León.
40.Adolescentes en conflicto. Juan Bautista de las Heras.
41. Aprendizajes y diversidad educativa. Eugenio González.
42.El grito de los adolescentes. Pedro Ortega.
43.30 consejos prácticos para educar hoy. Santiago Galve.
44.Eduquemos mejor. José Ma Quintana.
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45.Comunicar en la educación. Antonio Arto / María Piccinno / Elisabetta Serra.
46.Las personas introvertidas. José Ma Quintana.
47.Buenas ideas para educar a los hijos. Isabel Agüera.
48.Preadolescentes de hoy buscando su identidad. Manuel Pintor.
49.La práctica de la educación personal. Sebastián Cerro.
50.La escuela del futuro. Ma Amparo Calatayud.
51.Adolescentes. 50 casos problemáticos. Eliseo Nuevo / Diana Sánchez.
52.Padres-educadores. Gloria Martí.
53.Construir personalidades sólidas. Sebastián Cerro / José Manuel Mañú.
54.La escuela vista con humor. Quique.
55.Vosotros, padres, podéis conseguirlo. Bruno Ferrero.
56.Adolescentes de hoy buscando sus valores. Manuel Pintor / Isidro Pecharromán.
57.Aprendizaje Cooperativo. Paloma Gavilán / Ramón Alario.
58.Motivar enseñando. AA.W.
59.Relación profesor-alumno. José Antonio San Martín.
60.Del sentimiento de inferioridad a la autoestima. José Ma Quintana.
61.Las personas emotivas-impulsivas. José Ma Quintana.
62.¡Ayuda, soy profesora Ma José Molina.
63.El estrés, ¿descargarlo o prevenirlo? José Ma Quintana.
64.Emergencia y urgencia educativa. Eugenio Alburquerque.
65.Educar desde el corazón. Ma José Molina.
Colección EDUCAR
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SANTIAGO GALVE
 
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Guía útil y divertida para Maestros, Profesores y Padres
 
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Prólogo
1. En la educación, pocas palabras y muchos hechos
2. Mírales a la cara
3. Cumple siempre lo que digas
4. Se cazan más moscas con una gota de miel, que con un barril de vinagre
5. El primer año, Sancho el Bravo. El segundo, Sancho el Fuerte. Y el tercero, Sancho
Panza
6. Cuanto más grites, más gritan
7. No entres al trapo
8. Equivocándose, se aprende
9. Di siempre los porqués
10. No tengas inconveniente en reconocer un error
11. Si te preguntan algo que no sabes, propón una investigación para la siguiente clase
12. Si observas una conducta rara en un alumno, háblale al finalizar la clase
13. Quien no quiere trabajar, no tiene derecho a comer
14. Premio o castigo es lo que se hace pasar por tal
15. Si quieres ganártelo, háblale a solas
16. Antes de explicar un tema nuevo, sondea por escrito qué saben sobre él
17. No tengas miedo en exigir lo que es justo
18. Diles que lean muy bien las preguntas antes de contestar
19. Si no quieres que te copien en los exámenes, ponte en un lugar en el que todos se
sientan observados
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20. En la mesa y en el juego, se conoce al caballero
21. No hagas nunca lo que pueda hacer él
22. A los jóvenes, si les exiges mucho, dan mucho. Si les exiges poco, no dan nada
23. Dilo sólo una vez
24. No basta con quererles. Ellos han de darse cuenta de que se les quiere
25. Sigue el método heurístico
26. Hay que oír las dos campanas
27. Dime con quién andas y te diré quién eres
28. Procura conocer a los padres de tus alumnos
29. Diles a los padres que no se empeñen en decidir la vocación de sus hijos
30. Cuanta menos TV vean los niños y los adolescentes, más libres serán
 
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Un buen día me insinuó un amigo que escribiera algo sobre mis experiencias
pedagógicas. Me apasiona mi trabajo, y siempre me ha sido muy grato poder compartir
algunas de mis vivencias con quienes sienten esta misma vocación.
Cuando comencé mi tarea, hace más de cuarenta años, tuve la suerte de contar con el
apoyo y la tutela de un excelente Maestro. Él me mostraba su saber y me exigía unas
actitudes pedagógicas. Cuántas veces pensaba - que no decía - aquello de: Pero qué se
habrá creído este pobre viejo... Las cosas han cambiado mucho y ya no son como antes...
Pero el tiempo le fue dando la razón.
Y le llamo Maestro porque, aunque él era Doctor en Filosofía, es la palabra que más
me gusta. Maestro en el auténtico sentido del término. Del latín magister - magis ter -
que significa tres veces más: más sabio, más justo y más bondadoso. Y siento mucho que
mi palabra favorita esté en vías de extinción. Ahora se usan más otros términos que ni
siquiera o apenas tienen un significado. Yo la utilizaré con mucha frecuencia pues creo
que es adecuada para identificar a toda persona que pretenda transmitir su saber, su
justicia y su bondad.
Como homenaje a mi viejo Maestro, encabezaré cada experiencia con un título que
reproduzca textualmente algunos de sus sabios consejos.
Y como he aprendido que, muchas veces, las cosas más sublimes se expresan con
cuentos, considero que esta será una buena forma de comunicarlas.
Concluiré cada Consejo con unos Principios educativos que, en su mayoría, son
aplicables tanto en el ámbito escolar como en el familiar.
Antes de presentar al Editor mis 30 Consejos, los he pasado a muchos amigos:
Directores de centros educativos, especialistas en lenguaje, viejos compañeros, padres y
madres sin ningún título académico rimbombante pero preocupados por la educación de
sus hijos, estudiantes de Pedagogía, algún eminente psicólogo, opositores al oficio de la
educación, jóvenes maestros de los centros donde desempeño mi actual tarea de
educación sexual...
Les he pedido que me indiquen las correcciones que consideraran oportunas. Para
todos ellos mi agradecimiento.
Destaco las que luego reflejaré en los Consejos 1, 6 y 25. Una de estas protagonistas,
Mónica, me dijo: En un primer momento me leí todos tus Consejos y me gustaron
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mucho. Pero no percibí un cambio sustancial en mis clases. Finalmente se me ocurrió
estudiármelos, como yo pretendo exigir a mis alumnos, y ahora sí que estoy recogiendo
los frutos. Al haberlos memorizado, cuando me surge un problema en clase, me viene
automáticamente a la mente lo que debo hacer y eso me funciona a las mil maravillas.
Otra amiga, Begoña, que comienza este curso su andadura en la enseñanza y a la
que, después de la experiencia anterior, le recomendé el mismo sistema de
memorización, siempre que me ve me dice: Esta semana me he acordado de ti un
montón de veces. Es que suceden las mismas cosas que tú cuentas.
Y lo que más gracia me ha hecho ha sido el comentario de Vicente, un antiguo
alumno mío de los primeros tiempos, buen arquitecto y celoso educador de sus hijos:
¿Te digo una cosa? Estaba deseando que se terminara un Consejo para leer el «cuento»
del siguiente. Cómo me lo he pasado...
Mi antigua Compañera Marta, lingüista, que ya corrigió mis libros de sexualidad, ha
hecho de nuevo un excelente trabajo. Me indica que, en puridad de lenguaje, muchas
palabras que las pongo con mayúscula deben escribirse con minúscula, pero que pueden
quedar así por razón de estilo. Me alegra mucho tal licencia, pues lo que pretendo es
destacar nombres como el de Padre, Educador, Maestro, Colegio, etc.
Un gracias especial a Ester y Marco, los niños de la Portada.
Me alegraría mucho que mis 30 Consejos aportaran algunas cosas buenas a sus
lectores.
Santiago Galve10
Rocío es una joven con quien mantengo una grata relación. En sus tiempos de juventud
acostumbraba a consultarme cualquier duda que tenía o vivía. Ella se siente muy feliz de
considerarse mi discípula.
Terminó sus estudios y ahora tiene un contrato de trabajo, sustituyendo a la
profesora de Francés en un Colegio privado. A la semana de su primera experiencia
como educadora, estuvimos charlando y me contó su primer problema en el oficio. Le
propuse este principio educativo.
Vivencia
Me contaba Rocío que en un curso de 1° de Bachillerato - 17 años - hay una alumna de
esas que ningún profesor desea tener en su clase. Se coloca siempre en la última fila; va
de diva; sus padres tienen muchísimo dinero; y se hace presente en todo lo que
signifique llamar la atención.
La primera clase que impartió al grupo de esta joya fue un auténtico suplicio. A cada
explicación, lectura o regla gramatical que enunciaba mi amiga, replicaba ella con frases
un tanto estúpidas como no he oído bien; lo puedes repetir por favor; eso ¿no podría
decirse de otra manera?; pues no lo entiendo...
En el colmo de la desfachatez, preparó una pretendida encerrona a la joven
profesora:
-Por favor, por favor, estoy leyendo un libro y me han salido tres palabras que no
entiendo. ¿Me las podrías traducir?
Al hacer esta pregunta se armó un notable guirigay, pues el círculo de amiguitas de
tan singular alumna ya estaba al tanto de la estrategia y las tales palabras eran de lo más
rebuscado.
Rocío tuvo mucha serenidad, recordó algo que yo le había explicado tiempo atrás, y
les dijo:
-Mirad, pretendo que aprendáis Francés. El Francés es una lengua que, como es
lógico, tiene un amplio vocabulario. La mejor forma de aprender vocabulario es
utilizando el diccionario y, por tanto, cuando no conozcáis un vocablo, lo tenéis que
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buscar. Así aprenderéis.
¿Te llamas?
-Patricia. Paty para los amigos.
-Bien, Patricia, coge el diccionario y busca esas palabras.
Patricia señaló a la pequeña librería del aula y dijo:
-Es que el diccionario no está...
Evidentemente, ella y sus amiguitas lo habían escondido.
-Pues búscalo en el mío.
La joven profesora sacó de su cartera el diccionario.
-O mejor... Tomad nota. Deberes para el próximo día: además de las palabras que
nos ha propuesto vuestra querida compañera, anotad estas otras que os voy a dictar y las
traéis traducidas y aprendidas para la próxima clase.
Patricia sal a la pizarra y las vas escribiendo.
Les endosó una larga lista de vocabulario. Al concluirla, cogió la tiza y fue
corrigiendo los múltiples errores de la alumna listilla - impropios de quien dice estar
leyendo un libro en francés-, con las risitas de bastantes alumnos de fondo.
Sin decir nada.
Por supuesto que en la siguiente clase casi todos trajeron los deberes hechos,
exceptuándose Patricia y su círculo. Rocío les dijo que pusiesen el nombre y los recogió.
Sin más comentarios.
La alumna díscola, evidentemente, se dedicó toda la hora a cotorrear con sus
vecinas. Pero Rocío, no sabe si por auténtico miedo o porque recordaba lo que le había
enseñado de no entrar al trapo, ni le dirigió la palabra en toda la hora. La ignoró y se
centró en los alumnos que tenían interés.
Al contármelo le dije:
Lo has hecho muy bien. Has cumplido a la perfección lo que antaño te enseñé;
aquello de pocas palabras y muchos hechos. Pero le vas a poner la guinda al pastel:
En la próxima clase colocas a la tal Patricia en la primera fila. En el caso, que puede
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darse, de que no quiera obedecerte, estás en silencio el tiempo que sea preciso hasta que
cumpla tu orden. No repitas de ninguna manera que se cambie de sitio. Simplemente te
cruzas de brazos, la miras a la cara, y esperas. Si comienza a decirte una retahíla de cosas
para justificar lo injusto de tu decisión, no contestes.
Mantén la actitud de silencio. Mira ostensiblemente el reloj nada más comenzar el
reto. Cuando finalmente haya obedecido, miras de nuevo el reloj y continúas la clase
como si nada hubiese pasado. Pero cuando queden diez minutos para que toque el timbre
les dices:
-Vamos a hacer un pequeño control. Sacad una hoja. Contestad a estas cuestiones.
Pones dos preguntas que hayas explicado y una, bien difícil, de algo que no has
explicado aún.
Cuando alguno proteste por esta tercera pregunta, les dices, señalando el reloj:
-Eso es lo que tenía previsto explicar en el tiempo que vuestra compañera nos ha
hecho perder. Ya sabéis a quién tenéis que dirigir la protesta...
Al concluir la clase, llamas aparte a Patricia e intentas razonarle que tú no tienes
nada contra ella. Que algún profesor te ha prevenido sobre cómo las gasta, pero que tú le
vas a dar un voto de confianza. Le haces ver que en la clase mandas tú y que no tienes
inconveniente alguno en parar la explicación cuantas veces sea necesario, pero que vas a
repetir la jugada de hoy.
Si lo ves oportuno, puedes entrar en el tema personal. La llamas Paty y le dices que
un viejo educador, amigo tuyo, te ha repetido muchas veces que siempre que un alumno
llama la atención en clase es porque tiene un problema personal y que las más de las
veces la causa, aunque subconsciente, suele ser la falta de cariño del entorno más
cercano.
Se pueden tener muchas cosas, pero lo que más necesitamos todos es la atención
personal y si no se tiene, se intenta buscar llamando la atención.
Finalmente, concluyes que reflexione sobre todo eso y que si necesita ayuda la
busque, pero, como bien ella puede comprender, tu deber de profesora es procurar que la
mayoría de los alumnos aprovechen el tiempo y no puedes permitir que se pierda, ni por
su culpa ni por la de ningún otro alumno.
Principios educativos
•Sigue siendo válido el viejo dicho de se le va la fuerza por la boca. El buen
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educador no precisa repetir constantemente las cosas a sus alumnos, a sus hijos.
Esto suele generar un hábito negativo en los niños, que saben perfectamente
que luego no va a pasar nada si no obedecen.
•La mucha palabrería puede en un primer momento cautivar a los menores, pero
siempre acaban percibiendo que debajo no hay nada. El buen educador ha de
procurar convencer con su atención, con su trabajo serio, dejando bien claro a
los alumnos que siempre que le necesiten, para asuntos escolares, e incluso para
cuestiones personales, le van a tener.
•Una de las estrategias más utilizadas por los alumnos y por los hijos - las más de
las veces de manera totalmente inconsciente-, para conseguir sus pretensiones,
es la de sacar de quicio al profesor, a los padres. Debemos conocer este recurso
y, por supuesto, no caer en la trampa. En el momento en que vean que el truco
no funciona, desistirán.
 
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Vivencia
Impartía el Curso de Educación Sexual a los alumnos del antiguo COU de un Colegio de
Madrid que tiene un nivel académico y social bastante alto. Eran cuatro clases - unos 140
alumnos - y estábamos en el salón de actos. No había ningún profesor en la charla, pues
preferían que los alumnos se sintiesen, de esta forma, más libres.
Analizábamos la influencia de la publicidad en la ideología y la conducta sexuales.
Es sabido que la mayoría de los anuncios publicitarios utilizan como reclamo - bien de
forma directa, bien usando técnicas de comunicación subliminal - la atracción erótica,
por ser éste uno de los impulsos más primarios de la persona.
Como les afirmo, desde la primera charla, que no les diré nada que no vaya
acompañado de razones que lo justifiquen, les proyecto una serie de ciento veinte
anuncios, de los que ellos ven cotidianamente en los diversos soportes publicitarios, para
que los analicen.
Tocó el turno de un anuncio de cierto pub de Calahorra, en el que se muestra una
señora, con apariencias de cabaretera, en una posición algo extraña. El truco, ingenioso
por cierto, consiste en que al girar la imagen, se puede ver la figura de otra mujer, pero
que está en una actitud masturbatoria.
Habitualmente, al mostrar esta imagen suelo decir: paf Menta (este es el nombre del
club anunciante), pero en esta ocasión dije pufMenta... La respuesta unísona de aquel
grupo de alumnos, cuya mayoría domina el inglés y tienen a gala muchos de ellos ir los
veranos a Inglaterra, fue una sonora y estruendosa carcajada, seguida de un notorio
alboroto.
¿Qué hacer? Como he dicho, estaba yo solo con aquellos ciento cuarenta listillos y
no había luz en el salón, pues estábamos proyectando.
Con mucho cuidado y despacito, sin que ellos lo notaran, me coloqué de tal manera
que la luz del proyector me enfocara de pleno en la cara. Evidentemente yo no podía ver
absolutamente nada, pero ellos sí veían perfectamente un rostro adusto que les miraba de
una manera muy seria. Tras unos instantes, sin pronunciar una sola palabra, sólo
mirándoles fijamente, fueron callándose todos. Cuando ya no se oía absolutamente nada
- entonces y no cuando estaban alborotando - dije:
-¿Qué pasa?... Si queréis continúo la charla en inglés...
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Una pausa.
-Como sois tan listos podemos seguir la clase en inglés...
Todos callaron y pude concluir mi exposición, en castellano, claro, porque yo no sé
inglés.
Principios educativos
•Ningún alumno fue capaz de darse cuenta de que yo no veía absolutamente nada.
Tal vez el sentirnos observados hace funcionar un sentimiento de culpa que no
nos deja ver lo más obvio.
•En los casos más difíciles lo mejor es colocarse en un lugar predominante,
mirarles a la cara y no hablar hasta que estén en absoluto silencio.
•Esta actitud es decisiva al comienzo del curso. Sentado el precedente y reiterando
esta postura cada vez que sea preciso, ya no habrá ningún problema.
 
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El proceso educativo es muy largo y, por tanto, muy pesado. Hemos de estar siempre
repitiendo las mismas cosas. El educador está él solo frente a sus muchos educandos.
En el proceso de crecimiento, muchas veces es necesario apartar a unos para que
pasen otros, y los niños y adolescentes, que ancestralmente quieren conquistar la tan
ansiada libertad, siempre están echándonos un pulso a los mayores, como signo de
autoafirmación.
Ante esta situación es importante no perder la calma y mostrar siempre una misma
postura, aunque en ocasiones es una auténtica heroicidad. No podemos dar pie, con
nuestra errónea actitud, a la justificación de sus torpezas y sus acciones incorrectas.
Son muy comunes, tanto en los padres como en los educadores, expresiones como
estas:
Para conseguir una actitud de buen educador ante estas grandes dificultades, será
muy útil aplicar este consejo de mi querido Maestro.
Vivencia
En este orden de despropósitos, lo más tremendo que yo he conocido me lo contó una
alumna, en un cursillo de sexualidad.
Estábamos explicando la fase de la evolución de la persona que Freud denomina
fálica. Tiene lugar en el período en el que los niños - en torno a los cinco años -
centralizan toda la atención en su pene. Como se les está desarrollando con intensidad,
les pica y, como les pica, se rascan. Al rascarse lo excitan eróticamente y hete aquí que
acaban de descubrir las sopas de ajo: les tenemos todo el día rasca que te rascarás.
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Ante esta obsesiva situación, los padres suelen decir a los niños toda suerte de
lindezas para que no se rasquen, de manera especial cuando hay visita.
Este fue el caso que la alumna nos narró:
Mi vecina tenía un niño de esa edad. Como estaba continuamente rascándose, le
solía repetir un montón de frases como las que nos acabas de contar. Pero una de sus
preferidas era:
-Como no dejes de rascarte la colita, voy a coger unas tijeras y te la voy a cortar.
Un día que tenía que bajar a comprar algo, le dijo a la hermana del niño, tres años
mayor:
-Tengo que ir a la frutería, que se me han olvidado los puerros. Cuida de tu
hermanito un momento que enseguida vuelvo.
Nada más bajar su madre, el niño la emprendió con el «rasque». Su hermana le
repitió las frases que tantas veces había oído a su madre. Pero el niño, no sólo no cejó en
su empeño, sino que le hacía burla a su hermana rascándose con mayor ahínco y
chulería. Finalmente la niña le dijo la célebre frase:
-Como no dejes de rascarte la colita, voy a coger unas tijeras y te la voy a cortar...
Y, ante la aún más intensa burla de su hermano, aquella obediente niña cogió las
tijeras y le cortó el pene.
Cuando les repito esta narración a los adolescentes en los cursillos, siempre he de
llamarles la atención, pues su actitud es la de lanzar una carcajada general:
-No entiendo cómo puede causaros tanta gracia un hecho tan tremendo. El niño no
murió desangrado porque en aquel momento llegó la madre, pero las secuelas que le
quedarán imaginaos cuáles pueden ser. Pensad en el trauma de aquella niña cuando
conciencie lo que hizo, y el aún peor trauma para su madre. No creo que sea para reírse.
Me parece tremenda esta actitud de los adolescentes. Tal vez llegue hasta ese
extremo la influencia de la continua exaltación de la violencia en los medios de
comunicación.
Principios educativos
•El mantener la palabra dada es el más elemental signo de autoridad - en el
auténtico significado del término-. Cuando anunciamos una actuación, hemos
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de cumplirla; de lo contrario los hijos, los alumnos, van a hacernos poco o
ningún caso.
•Con muy pocas veces que anunciemos una amenaza y no la cumplamos, ya
hemos perdido toda la credibilidad.
•Si tenemos bien claro que vamos a cumplir lo que decimos, seguramente
mediremos más nuestras palabras y no cometeremos los errores arriba
descritos.
•Considero que es preferible hacer cumplir el castigo desproporcionado - siempre
y cuando no sea una barbaridad - una vez anunciado, que no dejarlo pasar al ver
que nos habíamos equivocado. Seguro que esto nos servirá para mensurar
nuestras advertencias en próximas ocasiones.
 
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Vivencia
Comencé mi tarea educativa en un Colegio de alumnos internos. Había unos quinientos
adolescentes y jóvenes con edades entre los catorce y los diecinueve años. Muchos eran
huérfanos de padre y madre. La mayoría sólo tenía madre.
Los internados de aquella época eran muy cerrados en todos los sentidos:
evidentemente, eran sólo chicos. Estaba ubicado en un lugar apartado, por lo que no
tenían relación con otras personas. Los fines de semana no podían salir del Colegio.
Únicamente una minoría recibía visita los domingos por la tarde.
Un gran número de ellos se orinaba en la cama. José, de 16 años, lo hacía todas las
noches. Se habían practicado con aquellos muchachos toda suerte de métodos curativos:
duchas de agua fría en pleno invierno; no cambiarles las sábanas para que, acostándose
sobre sus orines, escarmentaran; atarles el pene con una cuerda; ridiculizarles
públicamente...
Estos alumnos ocupaban un dormitorio especial, y esa era la peor de las
humillaciones, pues los escolares suelen aprove char los defectos personales o familiares
para zaherir con auténtico sadismo al compañero. Para mayor ludibrio, el nombre con el
que se apodaba aquel dormitorio era el de dormitorio de bomberos.
Como mantenía con José una relación cordial, un buen día se me ocurrió decirle:
-Desde mañana me vas a decir si te has meado o no; sólo eso. Cuando salgas del
dormitorio en fila y me veas, sólo tienes que mover la cabeza en sentido afirmativo o
negativo. Yo no te voy a dar ningún premio si no te has orinado ni te voy tampoco a
castigar si lo has hecho. Sólo quiero que me digas la verdad.
No volvió a orinarse nunca más en la cama.
Recuerdo la expresión de su rostro cuando me dijo ¡que no! Y sobre todo la cara de
felicidad del día que abandonó el dormitorio de bomberos para incorporarse al de los
compañeros normales.
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Tenía yo 20 años y aquella experiencia me dio ánimos en la difícil tarea de educar a
los jóvenes.
En aquella época no tenía los suficientes conocimientos de Psicología como para
saber que la mayoría de las disfunciones en el aparato urinario no suelen tener una causa
de tipo puramente somático, sino que suelen ser consecuencia de una incorrecta
educación en el proceso evolutivo, bien por desatención, por celos, o por falta de cariño.
Es una manera de llamar la atención paraque te quieran, o un modo de castigar a
quien consideras que no te quiere. Aunque todo esto yo lo desconocía.
Simplemente adopté aquella decisión como tantas veces hacemos los que nos
dedicamos a esta tarea de la educación: por pura intuición.
Posteriormente he ratificado esta teoría en múltiples ocasiones y con diversa
categoría de personas.
Pero en este cuento de hoy no pretendo hacer una teoría sobre la enuresis y su
terapia, sino que propongo una conclusión aplicable a la actitud del educador, ante
cualquier problema de un adolescente.
Principios educativos
•Repito el título de mi relato de hoy, una frase atribuida a san Francisco de Sales:
se cazan más moscas con una gota de miel, que con un barril de vinagre.
•Aunque parezca más ejemplarizante, es un error realizar una reprensión o castigo
delante de los compañeros. Es más educativo hacerlo a solas.
•Cuando un adolescente comete una falta, no es inteligente reprenderle o
castigarle en ese preciso momento, pues se encuentra en una situación de
violencia y no escuchará. Debe esperarse al día siguiente, o cuando se haya
calmado, para hacerle - siempre con cariño - la reflexión.
 
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En los tiempos en que di comienzo a la tarea pedagógica, imperaba un tipo de educación
excesivamente rigorista. Tal vez en aquella época la disciplina fuese el principal valor en
los Colegios. Una disciplina que se entendía de un modo radical, y que llegaba a
convertirse en un fin en sí misma.
Similar actitud imperaba en las familias.
Pero la historia, según teoría hegeliana - aquello de tesis, antítesis y síntesis-, avanza
cumpliendo la ley del péndulo, y en la actual situación, esta cualidad educativa, la
disciplina, ocupa el lado opuesto del movimiento pendular, y es desdeñada con la misma
intensidad con que en la anterior etapa era ensalzada.
Pienso que lo más acertado es encontrar el punto central del péndulo. Pienso que el
auténtico sentido de la disciplina ha de rescatarse. Pienso que la disciplina ni es castrante
ni frustrante. Pienso que educar en ella es el modo más idóneo para que los adolescentes
no crean, como sucede con demasiada frecuencia, que los perros se atan con longanizas,
que todo es muy fácil y que basta con pedir a papá, o a quien competa, lo que apetece
para conseguirlo, pues esta actitud está llevando a los adolescentes a transformar el
mandato bíblico de comerás el pan con el sudor de tu frente, en otro mucho más actual:
comerás el pan con el sudor de/ de enfrente. Los de enfrente siempre suelen ser papá y
mamá.
Y pienso que el consejo de mi viejo Maestro sigue siendo válido, si bien, buscando
el oportuno equilibrio y en algunos casos, se pueden reducir los años a trimestres.
Vivencia
Actualmente trabajo en bastantes Colegios de diversa geografía y situación académica.
Es curioso cómo en el primer contacto que tengo con ellos, sólo por el modo de
entrar y colocarse los alumnos - suelo impartir mis charlas de educación sexual a todas
las clases del mismo curso juntas, por lo que ha de hacerse en un lugar diferente al aula-,
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ya puedo hacerme una idea del nivel de disciplina que hay en cada Centro.
Mi cuento de hoy tuvo lugar en un Colegio de Madrid:
El cursillo sería impartido a las cuatro clases del curso 2° de BUP - unos ciento
treinta alumnos en torno a los 16 años - y fueron entrando, con sus tutores y algunos
profesores, en el salón-auditorio. Tardaron en estar todos sentados no menos de diez
minutos.
Me presentó el Director del Colegio.
Durante aquella breve presentación percibí que los alumnos no guardaban silencio.
El Director levantó su fornida voz, colocó su discurso, con moralina incluida, y se
marchó de la sala.
Yo pensé: si así escuchan nada más y nada menos que al Director del Colegio, qué
podrán hacer con un desconocido...
Recordé el consejo de mi Maestro. Me coloqué delante de ellos con los brazos
cruzados, sin pronunciar una palabra, mirándoles fijamente y con semblante de pocos
amigos.
Pasó el primer minuto - os aseguro que sesenta segundos en esta actitud se hacen
eternos - y los cuchicheos continua ban. Los alumnos más revoltosos proferían risitas,
escondiendo la cabeza, eso sí, detrás del compañero.
Ninguno de los tutores o profesores tomó la iniciativa de pedir silencio a los alumnos
de su clase. Incluso una profesora, de estas que consideran que deben ser coleguillas de
los alumnos, me indicaba con gestos, señalando el reloj, que comenzara. Es significativo
que, en una actitud muy educativa, estaba sentada sobre la mesa de proyecciones y
apoyando los pies en el respaldo de la butaca de delante.
Todavía transcurrieron otros tres minutos y ya los alumnos más responsables fueron
haciendo callar a los más díscolos. En total, fueron cuatro minutos de reloj los que
aguanté en mi actitud.
Les tuve, ahora sí, un minuto más en absoluto silencio.
Sin abrir la boca, señalé con el dedo, uno a uno, a tres de los alumnos que había
observado que eran los más jaraneros. Les hice una seña para que se pusiesen de pie, y
luego, con otra seña les indiqué la puerta. Cuando ya salieron, tomé la palabra, muy
bajito, y dije:
-Buenos días.
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Como no respondieron, repetí todavía más bajito:
-Buenos días.
-Buenos días - contestaron la mayoría.
-Mirad. Para mí la cualidad más importante de la persona es su palabra. Yo nunca
voy a hablar mientras cualquiera de vosotros esté hablando. Por tanto, exijo el mismo
derecho. Mientras yo sea el responsable de esta actividad, sólo hablará uno. Podéis
hablar cuanto queráis y de lo que queráis, pero sólo uno.
La primera hora de clase la impartí de una manera muy seria, omitiendo ciertos
dichos o anécdotas que en otros Colegios suelo narrar y ante los que los alumnos ríen
con ganas.
Después del recreo, tanteé si ya dominaba la situación. Conté algo que les hizo reír.
Hice luego un gesto como indicando ¡basta!, y se callaron.
En la tercera hora ya les tenía en el bote y me pude permitir el lujo de ejercer de
Sancho Panza.
Principios educativos
•En tantos años de docencia he presenciado los graves problemas que algunos
profesores tienen con sus alumnos, y que suelen salpicar al buen
funcionamiento del Colegio. En muchos casos la causa raíz está en el no
cumplimiento del consejo de mi buen Maestro. Es preciso empezar muy serio,
luego ya te podrás permitir el lujo de ser gracioso.
•Este consejo también ha de aplicarse a los padres. Si los hijos no perciben
seriedad en la exigencia justa, desde muy niños, luego es muy difícil hacerse
escuchar, y más difícil aún hacerse obedecer en cosas esenciales.
•Son dos los principios que rigen el comportamiento de las personas. El principio
del Placer, que se enuncia así: Si me gusta una cosa la hago, si no me gusta no
la hago; y el principio del Deber: Si debo hacer algo, me guste o no me guste,
lo hago; si no debo hacer algo, me guste o no me guste, no lo hago.
Si no se educa igualitariamente en estos dos principios, no se está ayudando a
hacer crecer a la persona. A quienes en las primeras edades no se les exige,
tendrán graves problemas cuando accedan al mundo laboral, a la convivencia en
pareja, a una situación familiar y social.
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25
No olvidaré mi primera experiencia de Maestro. Tenía sólo 20 años. Como ya he
comentado, fue en un Internado. El primer mes la situación resultó muy fácil, dado que
la mayoría de los quinientos alumnos estaban de vacaciones en su casa. Con los pocos
chicos que quedaban, sólo realizábamos actividades lúdicas y algo de lectura y
comentarios.
El día anterior al comienzo de curso aquello se llenó de jóvenes, algunos mayores
que yo, y el miedo se fue apoderando de mí. No sé si por el miedo o por recordar lo que
mi querido Maestro me enseñaba, al enfrentarme yo solito a todos aquellos bigardos, les
hablé bajito y percibí que aquello funcionaba. Desde entonces no me he cansado de
recomendar a mis compañeros noveles y a los padres el axioma pedagógico que hoy
propongo.
Vivencia
Hace unos días Pilar - profesora de Inglés en un Instituto - me contaba, al llegar a casa,
que una compañerasuya, novata en este oficio, andaba desesperada la pobre porque ya
estaba per diendo la voz, debido a los gritos que tenía que dar para que los alumnos se
callaran.
Como Pilar comparte mis sistemas pedagógicos, y los lleva poniendo en práctica
muchos años, le dijo a su compañera:
-No. Justamente lo que debes hacer es hablar muy bajito. No levantes la voz, sino
que cuando tus alumnos están cotorreando, tú cállate, les miras a la cara y, cuando ya
estén todos en silencio - no te preocupes si la primera vez tardan unos minutos-, háblales
en un tono más bajo aún de lo acostumbrado.
En el siguiente recreo vino la joven Profesora eufórica y dando saltos de contenta,
repitiéndome:
-¡Funciona! ¡Funciona...!
-Pues ya sabes; no cambies de estrategia. Siempre se respeta más a la persona
pacífica que a las que van imponiéndose a base de violencia, aunque la violencia sea
puramente verbal.
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-Y tú ¿de dónde has sacado estos saberes?, porque yo esto que acabas de enseñarme
no lo he visto en los muchos profesores que he tenido en tantos años de estudiante.
-Posiblemente no te hayas parado a reflexionar sobre ello, ya que es más difícil
percibir lo que funciona correctamente y sus causas, que lo estridente y negativo. Seguro
que has tenido muchos profesores que se hacían respetar, que eran competentes, que no
tenían problemas notorios. Pero se suele recordar más fácilmente lo negativo. Habrás
oído alguna vez el adagio periodístico: La buena noticia, no es noticia.
Si analizas detenidamente tu experiencia estudiantil, seguro que llegas a la misma
conclusión que tan buen resultado te ha dado hoy.
Pero, contestando a tu pregunta, este principio educativo, así como otras teorías
sobre nuestro oficio, los tengo más presentes ahora, pues Santiago está escribiendo una
serie de artículos para una revista de Pedagogía y solemos comentarlos.
-Me encantaría hablar con él. ¿Puedo?
-Por supuesto. Él disfruta compartiendo sus experiencias de Educador.
Principios educativos
•Los Profesores y los Padres debemos conocer que nuestra actitud es captada por
los niños, por los adolescentes. Si mostramos un quehacer sereno, sosegado,
razonable y razonador, crearemos una situación idónea para la educación de
estas personas que de nosotros dependen.
•Si se grita, se pierde la razón. Al crear una situación de violencia ya no hay forma
de conseguir un comportamiento correcto de los alumnos, de los hijos. Nuestra
incorrección justificará posteriormente su mal comportamiento.
•Si los alumnos perciben, a través de las voces del profesor, su inseguridad o su
complejo, responderán de la misma manera, con voces; y las clases se
convierten en una pequeña guerra.
•Nunca debieran salir de la boca del Maestro estas dos expresiones: ¡Silencio...!
¡Que os calléis...!
Es mucho más efectivo un gesto, o un silencio.
•En algunos casos, con las voces se obtiene una sumisión inmediata - más en el
ámbito familiar, donde el hijo no se siente apoyado por los compañeros-, pero
tarde o temprano saltará esta situación injusta, y la rebeldía, sin causa aparente,
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estallará irremediablemente bajo formas que nos hacen estremecer cada día,
escuchando algunas noticias.
 
28
Vivencia
Sucedió también en el Colegio de alumnos internos del que hablé en vivencias
anteriores. La disciplina era muy rígida, al uso de la época educativa de los años sesenta.
Antes de entrar a las clases, bien a primera hora, bien después del recreo, tenían que
formar en dos filas por curso delante del pabellón de las aulas. Al toque del silbato
hacían silencio absoluto para entrar.
Algún alumno cometió una felonía, calificada como falta grave de disciplina, y el
Jefe de Estudios impuso un castigo ejemplar a toda la clase, pues nadie quiso chivatear al
culpable.
Esta medida soliviantó los ánimos de casi todo el alumnado y, como reacción
reivindicativa, se les ocurrió a unos pocos líderes hacer pitos - chascar el dedo pulgar
con el corazón, produciendo el consabido sonido - justo en el momento en el que estaban
en las filas. La situación de violencia iba en aumento cada día, y el calibre de los
castigos generales sobrepasaba ya lo razonable.
Uno de esos días tenía yo clase de Matemáticas. Estaban los alumnos en silencio,
resolviendo un problema de trigonometría, cuando sonó uno de los célebres pitos. Al
poco rato ya eran dos los alumnos que, escondiendo la mano izquierda bajo el pupitre,
hacían chasquear sus dedos. Luego tres, luego cuatro y, en unos pocos minutos, aquello
era un concierto generalizado.
En esos momentos a un educador se le pasan por la cabeza, de un modo vertiginoso,
miles de cosas. La tensión de todo el cuerpo es inaguantable. La violencia que te
demanda tu ego se hace casi insoportable y hasta se entremezcla con una sensación
extrema de auténtico placer. Pero me vino a la mente, como en un flash, el consejo de mi
querido y admirado Maestro, y seguí corrigiendo los exámenes sin levantar la cabeza.
Como si no oyese nada.
El estruendo de los pitos llegó a su extremo pues mis alumnos, al no sentirse
vigilados, se envalentonaron. Pero al cabo de unos cinco minutos - que a mí me
parecieron horas - alguno se cansó y comenzó a decrecer tanto el número como el
volumen del inaudito concierto.
Unos minutos más tarde, hasta los más pertinaces - que yo bien sabía quiénes eran,
pues ya llevaba con aquellos alumnos tres años - cejaron en su empeño concertístico.
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Dejé que transcurrieran dos o tres minutos más, ya en absoluto silencio, y entonces
levanté la cabeza, les miré detenidamente - especialmente a los promotores - y con un
tono muy quedo, y una sonrisa, les dije:
-Pero, ¿ya os habéis cansado...? Con lo agradable que me estaba resultando el
concierto...
... Bien, ¿Quién ha obtenido este resultado - lo escribí en la pizarra - del problema...?
... Mínguez, sal a resolverlo. Por supuesto el tal Mínguez era el iniciador de los pitos.
Y por supuesto, se equivocó en el planteamiento y también en el desarrollo del
problema.
Yo no le ridiculicé directamente, pero sí le dejé, tranquilamente, que concluyera sus
disparates en la pizarra.
Se prolongó durante un tiempo aquella desagradable situación en los comedores, en
los dormitorios, en las aulas. Pero recuerdo perfectamente que a mí no me volvieron
nunca a hacer bises de aquel tan original concierto.
El axioma pedagógico de mi Maestro había funcionado a la perfección.
Principios educativos
•Las más de las veces, los alumnos se comportan mal simplemente para llamar la
atención. Otras lo hacen para probar al Educador, como en un tanteo inicial de
cualquier deporte. Si no se cae en su juego, será el Educador quien marque las
reglas.
•Si lo que pretenden es provocar, el mejor antídoto es no darse por aludidos.
•Es bueno realizar algún gesto por el que los alumnos entiendan que has percibido
su estrategia, pero que no caes en ella. No obstante, esto ha de hacerse sin
demasiado pábulo, pues si se sienten humillados, sería peor el remedio que la
enfermedad.
 
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A mi querido Maestro le encantaban los latinajos. Tenía a gala soltarnos algún que otro
parrafillo en la lengua de Virgilio, y lo hacía siempre con una sonrisa un tanto pícara.
Uno de los adagios que nos espetaba cuando le contábamos nuestros pequeños
fracasos pedagógicos era errando discitur, es decir: equivocándose se aprende.
Vivencia
Recuerdo que en el quinto o sexto año de mi tarea educativa, amén del trabajo lectivo
como profesor, emprendí una actividad extraescolar que ocupaba todos mis ratos libres.
Organicé una especie de Centro Juvenil, en el que participaban todos los alumnos
que lo deseaban, así como las alumnas del Colegio de al lado (en aquella época los
colegios no eran mixtos). Los más jóvenes tenían quince años.
La estructura era muy sencilla: formaba un grupo de unos doce jóvenes. Nos
reuníamos semanalmente para realizar lo que en el aquel momento dio en llamarse
revisión de vida: cada uno ponía en común sus reflexiones sobre los puntos previamente
estipulados respecto a sus comportamientos y actitudes en losámbitos más relevantes de
su vida. Los demás miembros del grupo escuchaban, comentaban y, si era el caso,
exigían.
Cuando posteriormente el número de grupos creció, me ayudaba de una pareja de
monitores - siempre chico y chica - que provenían de grupos que ya llevaban años en el
Centro Juvenil.
Los sábados realizábamos actividades conjuntas, tanto en el orden lúdico como en el
de compromiso social.
Una o dos veces por curso organizábamos una convivencia de todo el fin de semana.
En el verano montábamos un campamento - por niveles- de unos quince días en la
sierra, en Piedralaves, un bonito pueblo de Ávila. Las actividades, las acostumbradas.
Tal vez lo único singular era que todas las tareas debíamos hacerlas nosotros, pues
no había personal de servicio; no estaba permitido el aparato individual de radio o
música; y nadie podía tener dinero. Las necesidades, incluido un regalo final para los
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padres, estaban incluidas en el fondo común, que administraba el que era elegido para el
cargo.
Todas las noches hacíamos revisión del día transcurrido y programábamos la jornada
siguiente.
Sucedió en una convivencia del grupo de 1° de Universidad. En la puesta en común
tras la dinámica de grupo, una de las chicas - una muchacha inteligente, muy bonita, y
agradable - exteriorizó algo así como que ella no valía para nada, que no sabía cómo la
aguantábamos, que lo mejor sería que dejase el grupo...
Los que estamos en el mundo de la educación, de la psicología, tenemos a veces una
especie de intuición inmediata que nos suele ayudar mucho en nuestra tarea. En ese
momento tuve una reacción fuera de lo común. La llamé por su nombre, le dije que se
acercara, que se diese la vuelta, y le propiné un tremendo azote en el culo...
Nunca mejor dicha aquella expresión de mano de santo. El azote causó el mismo
resultado que suele producir un golpe seco en la espalda cuando alguien se atraganta.
Aquella muchacha cambió radicalmente y por completo su autoestima, y cuántas
veces me recordó en años posteriores aquel bendito azote.
Unos meses más tarde, se me presentó una situación similar: otra chica, algo mayor,
repetía obsesivamente que no era digna de que uno de los monitores se hubiese
enamorado de ella.
Recordando la eficaz terapia, la puse en práctica de nuevo.
Pero en este caso no sólo no surtió el efecto deseado, sino que originé con ello un
tremendo problema sobreañadido que tardó mucho en poder solventarse, pues creé una
situación sumamente desagradable.
Principios educativos
•La primera lección básica de un Educador, de un Padre: cada persona, cada hijo,
es diferente.
•La segunda lección básica: en psicología no existen leyes matemáticas. Una
misma causa, incluso aplicada en un mismo individuo, puede producir efectos
no ya sólo diferentes, sino hasta opuestos.
•La tercera lección básica: la intuición es buena y suele solventar muchos
problemas pero, tratándose de algo tan importante como es la vida de una
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persona, es muy importante pensar más de dos veces la puesta en práctica de
esa intuición.
 
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Se constata últimamente un predominio de la imagen sobre lo razonado. Estamos siendo
auténticamente invadidos por imperativos que nos dejan inermes ante nuestras propias
conductas.
Cuando presenciamos toda suerte de desatinos en las películas y demás soportes de
imagen, qué pocas veces tenemos la posibilidad de ni siquiera preguntarnos: ¿pero y eso
será verdad?
A los Educadores nos vendría muy bien cumplir a rajatabla el consejo de mi querido
Maestro.
Vivencia
Al inicio de mi actividad en la educación sexual, de manera especial en los colegios de
Religiosas, percibía que las alumnas se situaban en una postura de discusión y a la
defensiva. Tal vez pensaban: si las monjas nos han traído a este tipo para hablarnos de
sexo, ya ves tú lo que nos va a contar.
Yo me sentía ciertamente incómodo. Me gusta dialogar, pero considero inútiles
todas esas discusiones que parten de posturas e ideas preestablecidas. Posturas que se
identifican claramente porque no se escucha lo que el otro dice, sino que únicamente se
piensa en cómo le voy a convencer.
Así que, me reuní conmigo mismo para ver cómo podía romper esta desagradable
situación y, después de una ardua discusión, decidí comenzar mis charlas de una forma
diferente.
Una vez han concluido la lectura del prólogo de la Carpeta de trabajo, que a tal
efecto he editado, y que cada alumno tiene, les pregunto:
-De todas las ideas que habéis leído, ¿cuál consideráis que para mí es la más
importante?
Suelen apuntar varias de ellas. La más común, la del diálogo.
-Mirad, para mí la idea más importante es la última: pero esto también puede ser
discutible.
Las teorías, sea quien sea el que las proclama, sólo son válidas si van acompañadas
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de las razones pertinentes. Y si yo no os doy razones de todo cuanto os explique, no
debéis creerme.
A mí, la palabra que más me gusta, la que más voy a emplear en este cursillo, la que
dará valor a mis afirmaciones, es la palabra ¿por qué?
Y os digo esto porque, en materia de sexo, estoy plenamente convencido de que os
han comido el coco.
Ante los murmullos de los asistentes continúo:
-Me parece muy bien que os moleste lo que he dicho. Pero, siguiendo lo que os
acabo de explicar, en lugar de enfadaros, ¿qué debéis hacer?
-¿Por qué...?... Demuéstranoslo...... No me lo creo...
-Es muy fuerte decirle a alguien que le han engañado, y vosotros estáis plenamente
convencidos de que sobre sexo lo sabéis casi todo. Pero, ¿aceptaréis deportivamente
vuestro error, si os lo demuestro?
-Contestad, por favor, las cuatro preguntas que tenéis en el Cuaderno. Pensadlas muy
bien antes.
La primera pregunta dice:
Si conoces la campaña publicitaria que - bajo el lema ¡Póntelo! ¡Pónselo! - se emitió
en TV con una doble finalidad: evitar embarazos no deseados en las adolescentes y
evitar contraer enfermedades de transmisión sexual, elige uno de estos dos juicios sobre
ella:
❑ Considero que fue una BUENA campaña publicitaria.
❑ Considero que fue una MALA campaña publicitaria.
-Levantad la mano los que habéis escrito BUENA.
-...... (Levantan la mano casi todos).
-Levantadla los que consideráis que fue una MALA campaña.
-...... (En la mayoría de los grupos ninguno.)
-¿Sabéis en qué año se lanzó esta campaña...?
-En el año 90. Aún no habíais nacido, pero la recordáis...
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-Bien, supongamos que vuestros padres la tuviesen grabada y sí la conocéis. Voy a
contaros un cuento:
Veamos. Tú que tienes cara de bioquímico, ¿cómo te llamas?
-Álvaro.
-Supongamos, Álvaro, que al terminar tus estudios tienes la gran fortuna de inventar
una lejía que es tan buena, tan buena, que se pueden meter las manos en ella y no las
daña; que puedes utilizarla para limpiar la ropa más delicada y no se decolora. Por si
fuera poco, y puesto que estamos contando un cuento, supón que pudieras venderla a la
mitad de precio de las lejías convencionales. Sería un gran descubrimiento, ¿verdad?
Pero dime una cosa: ¿qué tendrías que hacer para comercializar tu lejía y ganar con
ella mucho dinero?
-... Un anuncio.
-En efecto. En la actual situación comercial, por muy buena que fuese tu lejía, si no
montas una buena campaña de publicidad no vendes un bote.
-¿Cómo te llamas?
-Irene.
-Como Irene, al finalizar su carrera, ha abierto una agencia de publicidad, te
presentas en su despacho y le dices:
-Irene, móntame una campaña para vender mi lejía.
Y lanza una campaña tan original y tan bonita que, incluso, concursa en un certamen
internacional de publicidad y gana el primer premio. Recuerdo que estoy contando un
cuento...
A la vuelta de dos o tres años me encuentro contigo, Álvaro, y te pregunto: la
campaña de publicidad que te hizo Irene, ¿resultó buena o mala?
¿Qué me contestarías? Piénsalo bien.
-Pues... Depende.
-Depende, ¿de qué?
-De los botes de lejía que haya vendido.
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-Pero si obtuvo el primer premio en el certamen internacional de publicidad...
-Bueno, sí. Pero si no he vendido muchos botes de lejía, a mí maldita la graciaque
me hace el premio...
-Efectivamente. Todo aquello que tiene una finalidad predeterminada, lo
consideramos bueno si la cumple y malo si no la cumple.
Pues... levantad la mano todos aquellos que sepáis cuántos embarazos de
adolescentes había antes de la campaña del póntelo, pónselo y cuántos ha habido después
de dos años...
(No levanta nadie la mano.)
-¿Pues por qué no se os ha ocurrido, tanto a los que habéis contestado BUENA como
a los que habéis contestado MALA, preguntarme, antes de contestar, el pequeño dato del
número de embarazos? Y recordad lo mucho que os he insistido en que no os dejarais
engañar.
Además, es curioso que la mayoría hayáis juzgado como buena una campaña de
publicidad que ha tenido un fracaso notorio, pues - según datos del curso de sexología en
la Universidad de Verano, El Escorial 92 - en ese año no sólo aumentaron en dos puntos
porcentuales (lo cual, dado el número de los mismos, es una cantidad inmensa), sino que
descendió ostensiblemente la media de edad de las adolescentes embarazadas.
Las tres preguntas siguientes son de un tono parecido.
Principios educativos
•Cuando se dialoga con los hijos, con los alumnos, si bien es válido el principio de
autoridad, es mucho más aceptable razonar nuestras opiniones o mandatos.
Si no tienen capacidad para entender las auténticas razones, siempre habremos
de concluir con: no te preocupes, que aunque ahora no lo puedes entender, yo te
lo explicaré más adelante.
Pero, ojo que esto no sea un truco, pues acaban pillándonos y ya hemos perdido
la autoridad.
•Casi todo tiene un porqué. En el caso de que no sepamos darlo a nuestros hijos, a
nuestros alumnos, hemos de reconocer nuestra ignorancia sobre ese tema,
decirles que lo vamos a investigar - preguntando a algún amigo, por vía
telefónica a los especialistas en esa materia o vía Internet - y en cuanto lo
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sepamos se lo contamos.
También puede ser muy interesante proponerles que ellos hagan un sondeo
paralelo, o hacerlo conjuntamente y así aprenden a investigar.
•La única forma de que los niños y adolescentes, incluso las personas adultas, sean
libres y no se sientan engañados, es conociendo los porqués de todo aquello que
significa una obligación o una conducta.
 
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En tantos años como llevo ejerciendo de profesor he tenido muchos compañeros de
trabajo. Los ha habido de todos los tipos y caracteres.
Una de las cuestiones a debate ha sido siempre la actitud que se ha de tomar cuando,
estando impartiendo la clase, se comete algún tipo de error, tanto referido a la materia
que se explica como a cuestiones colaterales de la llamada cultura general, de ortografía,
etc.
Tal vez una de las teorías más extendida era la de no mostrar equivocaciones ante los
alumnos, pues esto menoscaba la autoridad del profesor. Para ello, si fuera preciso, se
buscan subterfugios que hagan imposible perder la cara ante ellos.
Mi Maestro, por contra, me dio el consejo que hoy propongo.
Vivencia
No podré olvidarlo. Aquello trajo mucha cola. Un Compañero de mis primeros años de
trabajo fue el hazmerreír de los alumnos durante bastante tiempo. Incluso dio origen al
mote que le propinaron y que, por deferencia, omitiré.
Sucedió en clase de Literatura. Trataban el tema del romanticismo español.
Un alumno preguntó:
-¿Qué significa la palabra romanticismo?
Mi compañero, ante la insólita pregunta, no tuvo otra feliz ocurrencia que la de
afirmar:
-La palabra romanticismo, como todos muy bien sabemos, proviene de «Roma»,
donde se desarrolló el más famoso de los romances, el de Romeo (el nombre de Romeo,
también designa a Roma) y Julieta.
Uno de los alumnos espabilados, levantó la mano, al estilo de la época, y le dijo:
-Yo tengo entendido que la obra de Romeo y Julieta se desarrolla en Verona.
A lo cual el testarudo compañero, por no perder la cara, inventó lo siguiente:
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-Sí, así es en efecto, pero es que ese era el relato original, el de Shakespeare, pero
posteriormente, dado que Verona era poco conocida en Europa, se hicieron arreglos en
las representaciones hasta llegar a situar la acción en Roma.
El alumno espabilado insistió:
-Pero yo creo que Romeo y Julieta es una tragedia.
Y el bueno del compañero acabó rizando el rizo:
-Claro que la obra de Shakespeare es una tragedia, pero ya sabes que también se han
escrito tragicomedias, como La Celestina. Pues, de la misma manera, también hay
tragedias románticas y qué duda cabe que en esta narración prevalecen los amoríos de
los dos protagonistas sobre el aspecto trágico.
El alumno espabilado hubo de desistir, pero los murmullos del aula - no era esta la
primera salida de tono de aquel profesor - fueron creciendo a la par que el enfado de mi
compañero, que no tuvo otra idea más brillante que la de propinarles un castigo
desmedido por alborotar en clase.
Al alumno espabilado le faltó tiempo, en el recreo, para consultar el Diccionario
Enciclopédico, y allí encontró la etimología de la palabra romanticismo: Debe su nombre
a un grupo de es critores alemanes que, en los comienzos del siglo xix, buscaron la
inspiración poética en las novelas (roman en francés e italiano).
Y, claro, también le faltó tiempo para cacarearlo.
Por supuesto, la metedura de pata fue la comidilla de los alumnos de los cursos
mayores, y de aquí le vino a mi compañero el ofensivo mote.
Principios educativos
•No se pierde ningún tipo de autoridad por ser capaz de reconocer un error. Es
famosa la frase del sabio: Sólo sé que no sé nada.
La frase original de Sócrates sería: La única cosa que sé, es saber que nada sé.
•Si los alumnos, o los hijos, perciben que quien les enseña es capaz de admitir que
hay cosas que ignora, será incluso para ellos una motivación para no sentirse
frustrados ante sus errores.
•La mejor actitud consistiría en, tras admitir el error, iniciar juntos la búsqueda de
la verdadera respuesta a la cuestión, bien en el libro de texto, bien en el
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diccionario, bien en una enciclopedia. En un caso más complejo se puede
posponer la investigación para el día siguiente y luego cotejar los resultados.
 
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En el Consejo anterior comentaba que un buen profesor, un buen educador, no debe
tener inconveniente alguno en reconocer un error. Esto no sólo no menoscaba la
autoridad, sino que puede llegar a reafirmarla.
Pero también se puede realizar una estrategia algo pícara, siempre y cuando se
tengan muchas tablas y se descarte la posibilidad de que algún alumno espabilado pueda
sospechar que es un truco.
Vivencia
En los comienzos de mi tarea educativa ejercí de Profesor de Matemáticas. Fue aquella
una época muy satisfactoria, pues en esta asignatura ni caben opiniones ni casi nada es
discutible, con lo que los alumnos ni se sienten interpelados y tienen necesidad de matar
al mensajero, ni pueden repetir las consabidas coletillas que luego he escuchado
impartiendo clases de Filosofía, de Historia y ahora en los cursillos de Sexualidad:
-Bueno, pero eso es una opinión. Hay quien opina otras cosas... Yo no tengo por qué
aceptar lo que no está científicamente probado...
Tampoco hay protestas por las correcciones en los exámenes, y corregirlos es
relativamente fácil.
Pero soy bastante despistado y ello motivó una situación de esas que no le deseo a
ningún profesor novel.
Había mandado como tarea, en la anterior clase, unos problemas de álgebra.
Recuerdo que en aquella época mis alumnos sólo tenían el libro de Problemas. Al no
tener libro de Texto, estaban muy atentos a mis explicaciones y debían tomar notas
continuamente. Esta metodología la aprendí en mis años de Bachiller, pues un buen día
tuve el arranque generoso de decirles a mis padres que no me compraran aquel año los
libros de texto, dado que éramos muchos estudiantes en casa, y así se ahorraban aquel
cuantioso gasto.
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Considero que este es el mejor sistema para aprender. De hecho más del 90% de mis
alumnos solían aprobar las Matemáticas. Y puedo asegurar que yo, como profesor, he
sido siempre muy exigente.
Uno de aquellos problemas se enunciaba así: La suma dedos números es igual a su
producto, e igual a la diferencia de sus cuadrados. ¿Cuáles son esos números?
Este era un problema al que le tenía mucho cariño, pues todavía recuerdo que cuando
yo cursaba 4° de Bachiller - ahora, 3° de ESO-, el profesor de Matemáticas vino a clase
sumamente enfadado porque los alumnos del curso superior al nuestro no habían sido
capaces de solucionar este mismo ejercicio, considerando que hasta nosotros podríamos
resolverlo. Y en efecto yo di con la clave que se precisa para plantear la ecuación
adecuada y lo resolví. (Nota para el aficionado curioso de las Matemáticas: en la última
línea - antes de los Principios Educativos - se dice esta clave. Lo apunto por si el
susodicho no quiere copiarse.)
Pero en el momento en el que debía corregirlo con mis alumnos, se me fue el santo
al cielo y no pude recordar el axioma algebraico que es la clave para su solución.
Fue entones cuando recordé la máxima de mi viejo maestro y les dije:
-No me lo puedo creer. Mirad, este problema lo resolví yo... (y les coloqué el
cuento). Como le tengo mucho cariño a este problema, os voy a dar una segunda
oportunidad. A quien mañana lo traiga resuelto correctamente le subo un punto la nota
del mes. Entonces las evaluaciones eran mensuales.
Lo tremendo fue que también al día siguiente me despisté y tuve que recurrir a otro
truco:
-Hoy no vamos a corregir los ejercicios pendientes porque he de explicar materia
nueva y no nos va a dar tiempo. Lo haremos la semana próxima. Era viernes y ya no se
me olvidó.
Finalmente algunos alumnos lo resolvieron correctamente, al aplicar la fórmula:
suma por diferencia, igual a diferencia de cuadrados.
Principios educativos
•Cuando todavía no se tiene plena autoridad - en el correcto sentido de la palabra,
no en el del autoritarismo - y algunos alumnos, o los hijos, pudieran llegar a
pensar que no somos muy dignos de crédito porque tenemos algunos errores, si
no tenemos la correcta respuesta ante alguna cuestión, se puede recurrir a esta
estratagema y en ese tiempo de espera investigarla.
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•Es muy conveniente tener todos los cabos bien atados en cada una de las clases
que impartimos y procurar adelantarse siempre a las posibles cuestiones de
nuestros alumnos. Tengamos en cuenta que algunos son muy inteligentes y
también los hay con muy mala idea.
•El ser despistado, en este cometido de la educación, puede traer serios problemas.
Los que lo somos, mal que nos pese, hemos de tenerlo presente y guardar
siempre en la recámara alguna estrategia alternativa. Cuando ya gocemos de la
auténtica autoridad, incluso podremos reírnos de nosotros mismos ante los
alumnos.
 
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Los que llevamos tiempo en la docencia observamos algo que suele ser bastante
frecuente en el transcurso cotidiano de las clases: un alumno tiene un comportamiento
desagradable y muestra una actitud retadora para con el profesor. Está buscando llamar
la atención delante de sus compañeros. Sin duda quiere demostrar algo, aunque él mismo
no sepa exactamente qué.
Cuando la situación es lo suficientemente notoria, puede aplicarse este consejo.
Vivencia
En el último cursillo de Educación Sexual que impartí en un Colegio de Zaragoza,
sucedió lo que he comentado. Observé, cuando estaba explicando las causas y
consecuencias del machismo, que uno de los chicos comenzó a hablar con su compañera
de al lado de un modo notoriamente chulesco. Se escondía, eso sí, detrás de la cabeza del
alumno de delante.
Inicialmente, tan sólo cambié un poco mi posición para que viera que le estaba
observando. Pero no cejó en su actitud, por lo que le hice una seña con el dedo sobre mis
labios, indicándole silencio. Me miró con un gesto que no me gustó nada.
Pero no entré al trapo y continué mi exposición como si nada hubiese observado en
él.
Al poco rato colocó su mano sobre el brazo de la compañera, que había percibido
perfectamente las anteriores maniobras y estaba la pobre en una situación de gran
nerviosismo. Yo inicié unos paseos por entre los pupitres, terminando precisamente en
medio de ellos, de tal manera que tuvo que quitar el brazo. Por supuesto, todo ello sin
interrumpir mi explicación y sin que ningún otro alumno percibiera esta situación.
Después de unos minutos en aquella posición, continué mis paseos por el aula y
finalmente regresé a la pizarra para escribir lo que correspondía en aquel punto de mi
charla. Ahora aproveché para interpelar precisamente a la chica del pupitre de al lado, la
chica nerviosa:
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-¿Qué opinión tienes tú del machismo? ¿Crees que los chicos de ahora os consideran
a las chicas como a iguales, o más bien siguen las pautas de generaciones anteriores?
La pobre muchacha fue incapaz de pronunciar palabra. Yo aproveché para contarles
algo que siempre llama mucho la atención en las charlas:
Al concluir el cursillo que impartía al último curso de un Colegio de Madrid, una de
las chicas - dieciocho años - me pidió hora para consultarme algo que le preocupaba
mucho. En el recreo posterior a fijar la cita, pregunté a su Tutora, con suma discreción,
qué tal andaba esta chica académicamente. Me dijo que era sin duda alguna la mejor de
su curso. Una media de notable alto.
Al acudir a mi despacho, me expuso su consulta. La relato literalmente:
-Que me ha dicho mi novio que por qué no dejo de estudiar y en vez de ir a la
Universidad me pongo a trabajar, que han salido unas plazas en el Corte Inglés, y así
tenemos dinero para gastarnos el finde. Y es que no sé qué hacer.
Me contó otras muchas «delicadezas» de su amado novio, pero entre las muchas
lindezas destaco algo que es absolutamente increíble.
Esta es la respuesta que dio a una de mis preguntas:
-Y ¿qué método anticonceptivo utilizas?
-Ninguno.
- sea que llevas acostándote con tu novio más de un año, no utilizas método
anticonceptivo alguno, y no te has quedado embarazada.
-No. Si no me puedo quedar embarazada.
-¿Y eso?
-No, si me ha dicho mi novio que si no tenemos el orgasmo al mismo tiempo no me
puedo quedar embarazada...
Huelga cualquier comentario, pero insisto en que era una alumna inteligente en sus
estudios.
Acostumbro a mirar a la cara de mis alumnos cuando explico. En este caso exageré
la mirada sobre la vecina del alumno protagonista de esta historia, y rápidamente
entendió mi mensaje.
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El chico intentaba continuar con su mano sobre el brazo de la chica, pero ésta se
apañó para no dejarle. No obstante el pertinaz adolescente mantuvo su brazo sobre el
pupitre de la compañera no menos de una hora; el tiempo que restaba para salir al recreo.
Y, por supuesto, sin cejar ni un momento en la mirada retadora y su actitud chulesca.
Aproveché, dado que sólo había estado con ellos tres horas, para hablar con el Tutor
y preguntarle sobre este muchacho. Me comentó que era un alumno un tanto conflictivo
pues se le había subido a la cabeza el hecho de ser jugador de fútbol juvenil del primer
equipo de su ciudad.
Al concluir la jornada, después de la siguiente sesión, en la que la compañera me
pidió cambiarse de sitio, indiqué al alumno que se quedara un momento en clase.
Cuando ya estábamos solos le dije:
-Mira, te voy a comentar algo que tal vez no te guste, pero lo hago simplemente por
si quieres escucharme. Sólo he estado contigo seis horas, pero he observado que tu
comportamiento tiene algo muy negativo y que, si no lo enmiendas, te va a hacer pasarlo
muy mal.
¿Te gusta el deporte?
-Sí.
-¿Qué deporte te gusta más?
-El fútbol.
-¿Cuál es tu futbolista favorito?
-Ronaldo.
-Imagínate que Ronaldo viniese a daros la charla que yo os estoy explicando y, como
en el fútbol es el mejor, pretendiera estar aquí dándome lecciones de cómo se ha de
explicar, qué cosas hay que decir y me echara fuera para ocupar él mi puesto. Sería tan
ridículo como que cualquier buen educador pretendiera suplirle a él en un partido, ¿no?
Tú, seguramente, destacas en algo y por lo mismo tus amigos te admiran e incluso
algunos te pelotean, pero ahora estamos en clase, estamos intentando aprender cosas que
te serán útiles enun futuro. Es como el entrenamiento en el fútbol. Y el entrenamiento es
duro. Allí no suele haber aplausos ni admiradores.
Pero a ti te sucede, y es lógico pues tienes sólo dieciséis años, que te molesta el que
en clase no te aplaudan y sólo te rían las gracias, pero no los éxitos. Porque aquí el éxito
consiste en sacar muy buenas notas. Por eso, y seguramente de forma inconsciente - ya
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os he explicado el poder del subconsciente - te portas mal y te haces el chulito,
especialmente con las chicas, para llamar la atención, para que el profesor se fije en ti,
aunque sea para reñirte o castigarte.
Considero que si reflexionas sobre esto podrás superarlo. Y te será más fácil si algún
Profesor, o alguien del Departamento de Orientación, te ayuda. Te aseguro que, en mi
larga tarea de educador, he conocido alumnos con tu mismo problema y que, pudiendo
haber hecho una carrera en la Universidad, son unos simples peones en un trabajo un
tanto mediocre, pues se atontaron con las glorias del éxito y éste les duró muy poco.
Además, los que aplauden al triunfador, cuando ya no estás en el candelero, te
desprecian.
Aquel alumno no dijo nada. Pero en la jornada siguiente percibí en él un cambio
notable. ¡Hasta tomaba apuntes...! Por supuesto, al concluir el cursillo y despedirme, le
hice un cariñoso gesto de aprobación, al que me contestó con una gran sonrisa.
Principios educativos
•Es importante esperar un tiempo prudencial antes de llamar la atención a un
alumno, a un hijo. En el momento de la infracción difícilmente van a reconocer
que han obrado mal. Cuando ya estén más calmados seguro que nos escuchan,
sobre todo si les hablamos con afecto, aunque sin excluir la firmeza.
•Si un adolescente percibe que le dedicas un tiempo a él solo, va a recibir con
agrado lo que le digas. Son mendigos de cariño, y éste tiene mucho poder. El
efecto se reforzará si ha advertido tu autoridad, al no haber entrado al trapo.
•Sigue siendo válido el refrán no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Los
adolescentes son todo sentimiento y cuando ven que te preocupas por ellos,
singularmente, cambiarán esa actitud chulesca que tanto nos molesta a los
adultos.
 
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Una de las tareas educativas que he realizado durante largo tiempo, amén de la docencia,
ha sido la atención a grupos juveniles en sus centros de interés: teatro, grupos de
reflexión personal, convivencias, campamentos de verano, etc.
Vivencia
Mi cuento de hoy ocurrió en un campamento. Era un grupo de unos veinte jóvenes que
venían trabajando en sesiones de reflexión durante todo el curso y aquella actividad
constituía la culminación del proyecto. Tenían diecisiete o dieciocho años.
Puesto que en el monte no había personal de servicio, debían realizar los jóvenes las
tareas de limpieza de ropa y del campamento, la compra diaria, la cocina, etc.
Un buen día, uno de los jóvenes - no olvidaré su nombre, por lo peculiar - en lugar
de realizar las tareas que le correspondían, pasó el tiempo del trabajo tocando la guitarra.
Yo le observé en tal menester, pero no le reprendí en ese momento sino que, unos
instantes antes de comer, le llamé aparte y le dije:
-¿Tú aceptas el mensaje del Cristianismo?
-Sí, claro.
Le entrego una Biblia.
-Busca: 2a Carta a los Tesalonicenses 3,10. Lee.
-El que no quiera trabajar, que no coma.
-¿Has cumplido hoy con las tareas que tenías asignadas mientras tus compañeros
hacían las suyas?
-No.
-Bien, pues sé consecuente: hoy no comerás, ¿verdad?
Se quedó sin comer.
En los días que restaron de campamento cumplió a la perfección con todas sus
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tareas; y eso que era bastante perezoso.
Principios educativos
•Muchos padres y educadores, hoy día, tienen miedo a sus hijos. Tal vez
pertenezcan a la que podría llamarse la generación del sopapo: les pegaron sus
padres, y ahora les están «pegando» sus hijos. Si los padres trabajan, tienen
derecho a que sus hijos también se ganen el pan con el sudor de su frente, y no
con el sudor del de enfrente.
•Dice el Quijote que de la panza sale la danza. No es mal recurso dejar sin comer -
y no lo digo de manera metafórica - a quien no se lo gana. Es una buena manera
de educar para un duro futuro que, en el campo laboral, no regala nada.
•Aquel niño, adolescente o joven que tiene todo sin tener que realizar ningún
esfuerzo por conseguirlo, es un buen candidato a la frustración, la depresión o
el sinsentido de su vida cuando haya de comprobar, al ser adulto, que aquella
actitud de tener todo con sólo pedirlo ahora no le sirve.
•Tal vez el mayor error educativo que han cometido los padres que pasaron una
juventud de graves necesidades de todo tipo sea la promesa que, consciente o
inconscientemente, se hicieron a sí mismos: «A mis hijos no les va a faltar nada
de lo que yo he carecido».
 
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Una de las cuestiones más controvertidas en la educación es la de los castigos.
Existen teorías de ilustres pensadores de lo más antitético: desde quien los considera
la única forma de conseguir que los niños y adolescentes se desarrollen como personas,
cumpliendo el viejo refrán de la letra con sangre entra, hasta los que opinan que el
castigo es castrante y represor de la libertad, y que cumplirían el otro refrán de el buey
suelto, bien se lame.
Tal vez la buena opción esté en el centro del péndulo y debamos atender a otro
refrán: en el término medio está la virtud, traducción del original latino in medio virtus.
Pero, las más de las veces, el problema no reside en el sí o el no del castigo, sino en
el cómo y el cuándo.
Vivencia
Eran mis primeros años de trabajo. Todavía era preceptiva, para entrar en las aulas, la
formación en filas en el patio, por cursos y en riguroso silencio.
Me estrenaba a la sazón como Jefe de Estudios y, por tanto, era el responsable de la
disciplina en el Colegio. Un colegio de Formación Profesional. El ambiente del centro
era muy bueno.
Como aún estaba en la edad del atrevimiento, tuve una idea brillante:
Al poco tiempo del comienzo de curso, cuando ya creí controlar bien la situación, les
ofrecí a los alumnos del último curso la opción de entrar al aula una hora antes para que
pudieran preparar las asignaturas del día, dado caso que muchos de ellos tenían poca
comodidad en casa al estar ubicado el Colegio en un arrabal de la ciudad y ser la
mayoría hijos de familia numerosa.
Al poco tiempo, prácticamente todos los alumnos de tercero - 17-18 años - llegaban
antes, no hacían fila por consiguiente, y se sentían importantes. Para ellos era un
auténtico premio.
Pero sucedió que el profesor de Física, que mira por donde era el Director del
Colegio, viendo que los alumnos estaban en su aula antes de las nueve, cuando tenía
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clase a esa hora tres veces en semana, daba comienzo a la misma sobre las nueve menos
cuarto.
Como para los alumnos aquello era un auténtico castigo, el Delegado de curso me
presentó la queja.
Hablé con el Director.
Por supuesto no me hizo ni caso.
Ante tal actitud, un poco antes de que llegara el profesor, para no dejarle mal ante
sus alumnos, y dado que en aquella época todavía no había megafonía en el aula, les
dije:
-Bajad al patio que tengo que dar un aviso general. Los libros, dejadlos sobre la
mesa.
Es imaginable el enfado del Director al ir al aula, ver los libros, y no a los alumnos.
Pero, por supuesto, no cejó en su actitud.
Como ya he dicho que estaba en la edad del atrevimiento, a la semana siguiente, y
dado que los alumnos de Electrónica tenían otro profesor diferente en la asignatura de
Física, fui al aula unos minutos antes de que llegara el Director y les dije:
-Los mecánicos y delineantes, bajad al patio. Dejad los libros sobre la mesa. Los
electrónicos os quedáis estudiando.
Ahora el enojo, y la dignidad de todo un Sr. Director, agredida por un novato, fueron
tales que convocó el Consejo Directivo para denunciar la faena que le había hecho.
Pero, mira por donde, los restantes miembros del Consejo escucharon mi explicación
y me dieron plenamente la razón.
Por supuesto, el final de esta auténtica historiaes imaginable:
El curso siguiente tuve que cambiar de Colegio.
Pero la lección de mi maestro se cumplió: una idéntica actividad era un premio o un
castigo para aquellos chicos del último curso de Formación Profesional, según quién se
la planteaba y, sobre todo, atendiendo a las motivaciones de la misma.
Principios educativos
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•Los premios han de tener un sentido de gratuidad, y no de chantaje, trueque o
comercio. Bastante filosofía consumista y de competitividad tenemos ya en la
Sociedad como para incrementarla en Casa, o en el Colegio.
•Las alabanzas por las buenas acciones reafirman la autoestima y estimulan a los
chicos.
•Los castigos han de ser: proporcionales a la falta y razonados.
•Después de un castigo, siempre un beso.
•Ante las actuaciones negativas de los hijos, lo pedagógico es dialogar con ellos
sobre el porqué de tal acción. Este diálogo es preferible retrasarlo un tiempo -
minutos, horas o al día siguiente, según sea la edad del niño - y no realizarlo en
el momento de la falta, pues el propio sentimiento de culpabilidad del niño, y el
disgusto producido en los padres, engendra una situación de tensión y
violencia. La consecuencia del diálogo puede ser un castigo, pero seguro que
éste será justo, adecuado, y asumido por el niño.
 
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Una de las personas para mí más importante, en la historia de la Pedagogía, ha sido el
italiano Juan Bosco. Él desarrolló su actividad en el siglo xix en un período
políticamente muy convulso.
Tuvo el mérito de adelantarse a su tiempo y crear un sistema pedagógico que
considero es hoy de plena actualidad. Él lo llamó Sistema Preventivo, en el librito en que
plasmó sus ideas.
Allí expone, con lenguaje sencillo pero muy preciso, que todo su sistema puede
resumirse en tres valores-clave que son como las columnas que lo sostienen: Razón,
Religión y Amor.
Mi Maestro era Salesiano. Él, parodiando una enseñanza de Juan Bosco, su
Fundador - quien gustaba denominarla como la palabrita al oído-, me dio el consejo que
hoy propongo.
Vivencia
Los últimos años de mi trabajo como profesor de plantilla fija, los desempeñé en un
Instituto de Enseñanza Media. Siempre había trabajado en Colegios privados y aquello
fue una experiencia interesante.
Ciertamente es muy diferente el sistema educativo: en los primeros hay una tradición
centenaria respaldando el proceso educador que predomina incluso sobre los propios
educadores. En los segundos tiene más peso el equipo directivo y la individualidad del
profesorado que, por otra parte, es excesivamente cambiante.
Fue en este Instituto donde aconteció uno de los casos más tremendamente violento
de cuantos yo he conocido.
Estaban los alumnos de 2° de BUP - actual 4° de ESO- haciendo un examen de
Matemáticas. Sin mediar motivación o pretexto alguno, se levantó de su asiento uno de
los alumnos, corrió hacia la profesora, que estaba ostensiblemente embarazada, la cogió
por el cuello e intentó ahogarla. Los compañeros, al percatarse de la agresión, le
sujetaron rápidamente.
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Pero lo más terrible fueron las palabras que aquel alumno vociferaba al forcejear con
sus compañeros:
-¡Ojalá abortes, y que sea por mi culpa!
¡Ojalá abortes!
¡Ojalá abortes!
Analizando el comportamiento de aquel alumno y sus causas, pudimos saber que su
padre, un buen día, bajó por tabaco y no volvió; su madre pasaba días y semanas fuera
de casa en un supuesto trabajo que no sabía el hijo muy bien en qué consistía. El único
referente familiar que aquel pobre chico tenía era su anciana abuela que, como ella
misma decía, no podía con él.
Era tanta la angustia que albergaba, por la falta del cariño más elemental, que no
quería que naciera otro nuevo niño por si le ocurría lo mismo que a él.
Cuando la Profesora me contó el caso, recordé algo que también a mí me había
ocurrido años antes. Estábamos en un examen y un alumno, tapándose la cara me gritó:
-¡Que no me mire!
Recordando el consejo de mi buen Maestro, dejé transcurrir un día y, en el recreo,
me acerqué a él y me interesé por su estado de ánimo. Una vez que se desahogó, cambió
su actitud, al menos en mis clases.
Se lo conté a mi Compañera y le recomendé hiciera lo mismo. Acabó aquel pobre
muchacho siendo casi su nuevo hijo adoptivo.
Principios educativos
•Los adolescentes, a pesar de parecer lo contrario, demandan una atención
individualizada. Muchas veces se portan mal, y hasta suspenden, con el único
objetivo - tal vez subconsciente - de reclamar la atención. Es un grito que se
traduce: ¡Que existo!...
Hemos de percibir esta demanda.
•En determinadas situaciones puede ser pedagógico llamar la atención, incluso
castigar, a un alumno públicamente. Será un acto de auténtica justicia para con
los otros compañeros que tienen un comportamiento correcto y que suelen ser
habitualmente los perjudicados de los desmanes de los de siempre. Pero
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también en este caso es mejor aplicar el consejo de hoy y, posteriormente,
hablar con él a solas.
•Como decía Juan Bosco, con esta actitud se consiguen dos de los pilares de su
Sistema Preventivo: la razón y el cariño.
 
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Existen muchos sistemas pedagógicos y de enseñanza. Todos ellos suelen ser idóneos, y
cada Educador adopta el que mejor concuerda con su propia tipología e ideología.
A mí me ha dado muy buenos resultados, tanto para las clases de Filosofía, de
Matemáticas y de Historia de hace unos años, como para los cursos de Educación Sexual
que ahora imparto a jóvenes y adolescentes o a Profesores y Monitores de tiempo libre,
este consejo que recibí siendo profesor novel.
Vivencia
Desde hace muchos años colaboro en los Cursillos Prematrimoniales de varias
parroquias. El tema que expongo es el de la sexualidad en la pareja.
Como es impensable que a ningún novio se le ocurra la peregrina idea de llevar
bolígrafo y papel, ya me lo tienen preparado los encargados y, antes de comenzar mi
explicación, se lo distribuyo y les digo que contesten a unas preguntas.
Les insisto en que es muy importante que las contesten individualmente, y que lo
hagan con la mayor honradez posible. Les aseguro que al final de las tres horas de charla
entenderán perfectamente el porqué.
El tema fundamental de mi explicación es este: sexualidad significa que hombres y
mujeres somos diferentes. De ahí nace el principal problema sexual: que no nos
conocemos. Y si no nos conocemos es muy difícil que podamos complementarnos y
amarnos.
Las preguntas suelen ser: 1a Define sexualidad. 2a ¿Se puede copular de pie? (Les
explico plásticamente la pregunta para no inducirles a error). 3a ¿Cuáles crees tú que
son, actualmente, los problemas sexuales más importantes para la mayoría de las
parejas? 4a ¿Cuántas veces a la semana hace el amor un matrimonio medio español? 5a
Describe la última discusión - de esas que duelen - que has tenido en tu pareja. 6a
Cuando te cases, ¿cuál va a ser tu actitud ante las tareas domésticas?
Las respuestas teóricas suelen disparatarlas. Les hago observar que es muy difícil
hacer una definición correctamente, y paso a explicarles las nociones preguntadas,
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haciéndoles ver que deben prestar mucha más atención para que nadie les haga comulgar
con ruedas de molino. Para demostrárselo, vamos a la pregunta segunda:
No se puede copular de pie. En primer lugar porque es muy difícil que un hombre
esté suficientemente relajado para tal efecto cuando tiene que soportar a pulso más de
cincuentas kilos que, como mínimo, pesa la mujer. Pero es más difícil todavía si
consideramos lo que en ese momento de la explicación les pregunto a las novias:
-Las que usáis tampones, por favor, contestad fuerte y claro: ¿Entra el tampón si
estáis sólo un poquito nerviosas?
-¡No!..
-Pues ya me diréis cómo está de relajada una mujer, a horcajadas sobre un hombre,
que si se cae, que si no se cae...
Sin embargo es muy posible que, desde que inventó la posturita Marlon Brando en
El último tango en París, y ante el notorio éxito que tuvo, la hayáis visto en montones de
películas y ni siquiera os habéis parado a pensar, ¿pero eso se podrá hacer?

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