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LA ESENCIA
DE LA 
PERSONA
SEGÚN
MAURICE NÉDONCELLE
 
 
 
 
JOSÉ LUIS VÁZQUEZ BORAU
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
2
“Este es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto y hacer
por ellos sólo lo honesto”
Cicerón
 
Para los jesuitas Ferran Manresa y Josep Mª. Coll,
estímulos en el camino de la Vida.
 
 
 
 
© José Luis Vázquez Borau
ISBN: 9781717905857
Sello: Independently published
 
 
 
 
 
 
3
ÍNDICE
 
INTRODUCCIÓN ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pág. 5
PRIMERA PARTE:
VIDA Y OBRA DE MAURICE NÉDONCELLE ... ... ... ... ... Pág. 9
I. BIOGRAFÍA INTELECTUAL … … … … … … … .. ... Pág. 11
1. Docencia e investigación ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pág. 14
2. Principales influencias ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...Pág. 21
3. Producción bibliográfica por orden cronológico ... ... ... Pág. 22
4. Principales libros donde trata de la persona ... ... ... ... Pág. 23
II. CARACTERÍSTICAS DE SU PENSAMIENTO … … … … Pág. 25
1. No hay pensamiento sin reflexión ... ... ... ... ... ... Pág. 26
2. Pensar es tener gusto por la verdad, la belleza y la bondad Pág. 27
3. El pensamiento es una tarea impersonal … … … … Pág. 28
4. Conocer es tener fe y confianza en las personas … … Pág. 30 
III. LA PERSONA COMO CENTRO DE SU
 INVESTIGACIÓN INTELECTUAL … … … … … … … Pág. 33
1. Centrado en el estudio de la persona … … … … … Pág. 36
2. Finalidad de su estudio … … … … … … … … Pág. 38
3. La reciprocidad de las conciencias es la base y fundamento
de su pensamiento … … … … … … … … … Pág. 43
SEGUNDA PARTE:
SU CONCEPCIÓN DE LA PERSONA ... ... ... ... ... ... ... ... Pág. 49
4
I. LA PERSONA COMO INTERPRETACIÓN DEL MUNDO REAL Pág. 55
1.
1. La persona supone una revolución en la teoría del ser,
 del conocimiento y del comportamiento … … … … … Pág. 57
2. La persona en su relación con la trascendencia … … Pág. 60
3. La persona en su relación con la ética … … … … Pág. 70
II. LA PERSONA Y EL ARTE … … … … … … … … … Pág. 75
III. LA PERSONA Y LA POLÍTICA … … … … … … … Pág. 83
CONCLUSIÓN … … … … … … … … … … … … … Pág. 91
BIBLIOGRAFÍA … … … … … … … … … … … … Pág. 97
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
5
 
INTRODUCCIÓN
 
Cada vez resulta más patente que la exaltación de la razón humana en su soledad, aunque
pueda estar justificada por motivos históricos comprensibles, está influyendo en su propio
abatimiento por una dinámica de descomposición interna[1]. La justificación para este
argumento es que la razón no se puede aislar del corazón de los hombres en la dignidad de
su vocación humana. Maurice Nédoncelle, siguiendo la tradición platónica, agustiniana y
pascaliana se expresa siguiendo la “inteligencia del corazón”, lo que el denomina Filosofía
del espíritu, y que también podríamos llamar “sabiduría cristiana”. ¿A qué nos estamos
refiriendo cuando decimos “inteligencia del corazón”? Estamos pensando claramente en la
frase célebre de Blaise Pascal y su juego de palabras: "Le coeur a ses raisons, que la raison
ne connait point: on le sait en mille choses" El corazón tiene sus razones que la razón no
conoce: se ve en mil cosas[2]. Aquí Pascal lo que busca es el auténtico “conocer humano”,
tal como nos dice H. Küng: "Descartes había identificado el alma con la conciencia y
reducido todas sus funciones al pensamiento. Pascal, fino observador tanto de la
naturaleza como de la psique humana, no acaba de decidirse, a pesar del gran énfasis que
pone en el pensamiento, a verificar semejante reducción. Pascal no es racionalista. Nada
que oponer a la razón discursiva. Pero ¿acaso no hay también un conocimiento intuitivo?.
Nada que oponer a la lógica. Pero ¿no existe también el instinto?"[3]. La palabra
“corazón”, coeur, resume mucho mejor que "sentimiento" lo que según Pascal se
contrapone a la "razón", raison. Y "corazón" tampoco significa lo irracional o emocional
en oposición a lo racional o lógico, no es "alma" en oposición a "espíritu". El corazón es el
centro espiritual de la persona humana, expresado simbólicamente en el órgano corporal,
6
su más íntimo centro de actividad, el punto de arranque de sus relaciones dinámico-
personales con el "otro", el órgano adecuado por el que la persona tiene sentido de la
totalidad. El corazón es el espíritu humano, pero no en cuanto piensa y razona de manera
puramente teórica, sino en cuanto espíritu que está presente de forma espontánea, que
percibe intuitivamente, que conoce existencialmente, valora integralmente y ama u odia de
mil maneras.
También el psicoanálisis inauguró una nueva dimensión de la verdad. Como nos
dice E. Fromm: "el psicoanálisis de los procesos del pensamiento no sólo se ocupa de los
pensamientos racionalizadores que tienden a deformar o a ocultar la verdadera
motivación, sino también de los pensamientos que no son verdaderos en otro sentido, el de
no tener el peso y la significación que les atribuyen los que los profesan. Un pensamiento
puede ser una concha vacía, sólo una opinión mantenida porque es la expresión de la
cultura en que se vive, y que cambia cuando cambia la opinión pública. Por el contrario,
un pensamiento puede ser la expresión de los sentimientos de la persona y sus genuinas
convicciones. En el último caso, está arraigado en su personalidad total, tiene ‘matriz
emocional’. Sólo los pensamientos arraigados así determinan eficazmente la acción de la
persona"[4]. Por esto el mismo Fromm defiende al psicoanálisis como "médico del alma" al
reconocer que hay leyes inmutables inherentes a la naturaleza humana, y, si estas se violan,
se produce un grave daño para la personalidad. Si alguien viola su integridad moral e
intelectual, debilita o paraliza su personalidad total. "Si su forma de vivir, continua diciendo
Fromm, esta aprobada por su cultura, el sufrimiento puede no ser consciente, o ser
experimentado como cosas enteramente separadas de su problema real. Pero a pesar de lo
que él piensa, el problema de la salud mental no puede estar separado del problema
humano básico, el de lograr los fines de la vida humana: la independencia, la integridad y
7
la capacidad de amar"[5]. Así, "la persona tiene que luchar para reconocer la verdad, y
sólo puede ser totalmente humana en la proporción que logre esto. Tiene que ser
independiente y libre, un fin en sí mismo, y no el instrumento de otra persona. Tiene que
unirse a los demás por medio del amor. Si carece de amor es una concha vacía, aun
cuando fuera todo poder, riqueza e inteligencia. La persona tiene que conocer la diferencia
entre el bien y el mal, tiene que aprender a escuchar la voz de su conciencia, y a ser capaz
de seguirla"[6].
Todo lo dicho hasta aquí, conecta perfectamente con la antropología de la Biblia, en
la que el corazón de la persona es la fuente misma de su personalidad consciente,
inteligente y libre, la sede de sus elecciones decisivas, la ley no escrita[7] y de la acción
misteriosa de Dios. En toda la Biblia encontramos el corazón como el lugar donde la
persona se encuentra con Dios, donde el Silencio se vuelve Palabra y la persona humana
encuentra su vocación. La persona, a diferencia del ángel que en el momento de ser creado
adquiere su plena naturaleza y realiza perfectamente todas sus propias potencialidades, ésta
no es toda la humanidad ni puede llegar a serlo. La perfección del individuo humano no
consiste en ser la totalidad de la naturaleza humana, sino en ser persona. Cada persona
tiene su particular manera de realizar esta perfección de la humanidad. La humanidad es
una y cada persona realizasu propia humanidad o “personalidad”.
Cada vez que una persona intenta unificar su vida en torno a su centro vital, ésta ya
está a la búsqueda de la dimensión sagrada de su ser. Este centro es inmanente a la
persona, pero por el hecho mismo de no estar realizado, es trascendente a la persona. Este
centro está en el corazón de nuestro ser. Se encuentra en medio, equidistando de cada uno
de los factores de nuestra existencia. Por esta razón, el ser humano es el único animal capaz
de decir no, de tener personalidad, que es la capacidad de ser inconformista. Es nadar
8
contracorriente hacia el Absoluto, que es la suma simplicidad: Verdad absoluta, Belleza
absoluta y Bondad absoluta.
En el presente libro, La esencia de la persona según Maurice Nédoncelle,
pretendemos, querido lector, dar a conocer a este autor que tanto ha influido en el
pensamiento contemporáneo, pero desconocido en el mundo hispano[8], para después
señalar, según nuestro entender, lo que nos parece la esencia de la persona según este autor,
que ha fundamentado el pensamiento personalista de nuestro tiempo. Y nos place, de una
manera especial, poder presentar este texto en el año del centenario de su nacimiento,
intentando mantener viva así la llama de su testimonio y santidad de un intelectual
cristiano.
 
 
 
 
 
 
 
 
PRIMERA PARTE:
VIDA Y OBRA DE MAURICE
NÉDONCELLE
9
 
 
 
 
 
 
10
I. BIOGRAFÍA INTELECTUAL
 
Maurice-Gustave Nédoncelle nació en Roubaix el 30 de octubre de 1905. Es un
protagonista de la evolución del espíritu francés desde el comienzo de siglo hasta el
momento de su muerte en 1976. Hay que señalar que Emmanuel Mounier nació el
mismo año, pero murió mucho más joven, en 1950. El gran pensador francés de esta
época es Henri Bergson (1859-1941), que reivindica la metafísica frente a los ataques del
positivismo. Distingue entre ciencia natural y filosofía. Aquélla tiene por objeto el
mundo de la naturaleza, la rigidez inorgánica, la discontinuidad, y por método el
pensamiento intelectual, que trabaja con conceptos. Esta, la filosofía, tiene por objeto la
esencia de la realidad, la vida siempre fluyente, y por método la intuición. Bergson
piensa que la filosofía o metafísica se basa en la intuición, a la que contrasta con el
análisis, que lo concibe como la reducción de lo complejo a sus constitutivos simples,
como cuando un objeto físico es reducido a moléculas, a átomos y finalmente a
partículas subatómicas, o cuando una idea nueva es explicada a base de ordenar de otro
modo ideas que ya se tenían. Por intuición entiende "la conciencia inmediata"[9] o
percepción directa de la realidad. ¿Cuál es el objeto de esa intuición? Se puede decir que
es el movimiento, el devenir, la duración, aquello que sólo puede conocerse por
aprehensión inmediata o intuitiva y no a través de un análisis reductivo que lo
distorsione o que destruya su continuidad. Así, el objeto de la intuición es la realidad.
Mientras que la ciencia positiva se ocupa del mundo material, la metafísica se reserva
para sí el ‘espíritu'. De Bergson le viene a Nédoncelle el sentido dialéctico que tiene toda
reflexión, la unidad de acción entre persona y mundo, conciencia y realidad. Este
11
movimiento se contrapone al materialismo y al determinismo de algunos pensadores de
la Ilustración y un retorno a las genuinas tradiciones de la filosofía francesa.
El padre de Nédoncelle era profesor, y éste creció en un ambiente de cultura y de
universidad. Su formación la realizó en el Seminario de San Sulpicio y La Sorbona. De
esta formación universitaria arranca su espíritu ordenado, metódico y disciplinado, pero
acogedor y humano a la vez. Su formación humanista y clásica culmina con la
ordenación sacerdotal en 1930.
Entre las primeras lecturas como estudiante del joven Nédoncelle en 1918, están
las del autor Lucien Laberthoniere (1860-1932) cuyas obras fueron condenadas por el
Santo Oficio e incluidas en el Index librorum prohibitorum, al que se prohibió seguir
publicando. Influido por la tradición agustiniana del Oratorio Laberthoniere se opuso al
intelectualismo neotomista por estimar que se fundaba principalmente en abstracciones.
Con el fin de hacer revivir el pensamiento cristiano intentó fundarlo en un sentido
concreto y viviente de la existencia y del ser. El ser no puede ser aprehendido desde
fuera, pues entonces es una abstracción; sólo aprehendido desde dentro se convierte en
realidad. La fe no es algo simplemente dado, como sostiene en el fondo el
tradicionalismo y el fideísmo. No es tampoco algo que está, por decirlo, “ahí”, dispuesto
a ser dilucidado por la pura inteligencia. La fe es algo viviente, esto es, algo que “se
hace”; lo primero que hay que hacer con la fe es “interiorizarla”. Por eso Laberthonnière
defendía un “realismo cristiano” opuesto al “idealismo griego”, el cual constituía, a su
entender, un intelectualismo extraño al cuerpo real y viviente de la fe. La filosofía era
para él la ciencia de la vida, de la vida humana, y su punto de partida estaba en "nosotros
mismos como realidades interiores y espirituales, con conciencia de nosotros mismos"
[10]. Laberthonnière juzgaba indebidas las concesiones de Blondel al tomismo, ya que
12
consideraba que el aristotelismo tenía más de física que de metafísica, aunque a una
parte de él se le haya puesto la etiqueta de “metafísica”. Y el Dios de Aristóteles,
replegado en sí mismo, se parece muy poco al Dios viviente y activo de la religión. La
tesis de Laberthonnière afirma que es más bien el cristianismo el que proporciona la
solución más adecuada y beneficiosa al ser humano. O, mejor dicho, el cristianismo es
para él la sabiduría salvadora, la verdadera “ciencia de la vida”, por la que la persona
puede vivir. Toma la palabra ciencia en el sentido de que esclarece la naturaleza y la
meta de la vida de la persona considerada en ella misma Según reconoce él
explícitamente, Laberthonnière vuelve así a adoptar el punto de vista de San Agustín y
otros escritores cristianos de los primeros siglos que consideraron que el cristianismo
era, de suyo, la verdadera y genuina filosofía que completaba las filosofías del mundo
antiguo y venía a superarlas. La separación y el subsiguiente conflicto entre la filosofía y
la teología fue un desastre. Santo Tomás de Aquino no bautizó a Aristóteles, sino que
aristotelizó el cristianismo. Desde este punto de vista resulta evidente que adopte el
pensamiento agustiniano y que subraye la estrecha conexión entre verdad y vida. Este es
su razonamiento: "Como ninguna existencia se demuestra, tampoco se demuestra que
Dios existe. Ya en el mismo buscarle se le halla. Es más, se le busca porque ya se le ha
hallado, sólo porque está presente y activo en la conciencia que de nosotros mismos
tenemos"[11]
En estos años de su primera formación es cuando Nédoncelle descubre el
trasfondo metafísico de toda reflexión filosófica y valora la utilidad del método
reflexivo. Nédoncelle conoce y domina todos los movimientos, evoluciones y
oscilaciones de la filosofía y de la cultura greco-romana, disponiendo también del
patrimonio de datos y experiencia histórica que supone la filosofía cristiano-
13
occidental[12].
 
1. Docencia e investigación
 
Después de su formación humanista vendrá la etapa docente de Maurice Nédoncelle, que
durará, alternando con la investigación, toda su vida. Primero es profesor en el Colegio
de San Alberto-de-Mun. En 1935 hace en la Universidad de París el Doctorado en
Filosofía con su estudio sobre La pensé religieuse de F. von Hügel, en cuyo tribunal de
calificación estaba Brunschvieg. De este autor Nédoncelle recibe el equilibrio constante
entre realismo y conciencia iluminada por el espíritu. Brunschvicg tiene una
posición idealista. Concibe a la filosofía como la actividad de la mente que se hace
conciencia reflexiva de sí. Esto recuerda a la filosofía trascendental de Kant, pero para
éste autor la filosofíano consiste en una deducción a priori de categorías supuestamente
inmutables. El espíritu llega a conocerse a sí mismo mediante la reflexión sobre su
actividad tal como históricamente se manifiesta, por ejemplo, en el desarrollo de la
ciencia. Y a través de esta reflexión comprende la mente o el espíritu que sus categorías
cambian; ve su propia inventiva y creatividad y se abre a nuevas categorías y a nuevos
modos de pensamiento. La actitud kantiana lleva a un idealismo estéril. El genuino
idealismo es una "doctrina del espíritu viviente... Todo progreso en el conocimiento y en
la determinación de la mente va vinculado al progreso de la ciencia"[13]. Sin embargo, no
es simplemente una cuestión de ciencia. También en la esfera de la moral el auténtico
idealismo permanece abierto a una nueva comprensión de los principios morales a la luz
del progreso social. La mente o el espíritu llega a conocerse en su actividad; ahora bien,
su actividad no ha cesado en ningún punto determinado de su reflexión sobre sí. La
14
ciencia es capaz de cambio y de progreso; también lo es la sociedad; y también la vida
moral de la persona puede cambiar y progresar. La mente puede aspirar a una síntesis
comprensiva y última, pero no puede detenerse ahí. Porque la mente o el espíritu sigue
siendo algo inventivo y creador: crea nuevas formas y llega a conocerse a sí misma en
sus propias creaciones y mediante ellas. Para Brunschvicg, la metafísica es reducible a la
teoría del conocimiento; el acto constitutivo del conocimiento es el juicio, y este se
caracteriza por la afirmación del ser[14]. Cuando Brunschvicg trata el ámbito moral, que
es el del juicio práctico, recalca el movimiento del espíritu humano hacia la unificación.
Este autor piensa que los seres humanos se van asimilando cada vez más entre sí
mediante la participación en la actividad de la conciencia, por cuanto ésta crea valores
que trascienden el egoísmo individualista.
En la Sorbona conoce a Louis Lavalle, a quien presenta el manuscrito de su Tesis
de Doctorado en Letras, que defendió bajo el título de La reciprocité des conciencies.
Essai sur la nature de la personne[15], que el maestro acepta y alaba y que fue publicado
en la Colección de “Philosophie de l’Esprit”, que dirigía Lavalle. Comienza a colaborar
en Cahiers de la Nouvelle Journée, en donde, bajo seudónimo de M. Desbiens, escribe
sobre el movimiento filosófico de Inglaterra[16]. Nédoncelle estudia, divulga y estima a
los hegelianos ingleses por su gran sentido religioso y por la interpretación espiritual del
idealismo. Esto supone una nueva forma de entender al mismo Hegel, distinta de como
se hacía en Francia en aquel momento.
Un año después aparece en Francia el Manifiesto al servicio del personalismo
(1936)[17] de Mounier. El personalismo es un recorrido por el ser humano, que partiendo
de la experiencia concreta del espíritu, nos conduce, por procesos fenomenológicos, al
descubrimiento y constitución de la metafísica de la persona.
15
Marcel influyó en M. Nédoncelle mucho menos de lo que se cree. Si bien hay
coincidencia en afirmaciones y puntos de vista entre el personalismo y el existencialismo
en temas concretos, pues ambas son filosofías de lo concreto, sin embargo, la persona es
algo más que su existencia. Hay ciertas afinidades entre las reflexiones de Newman
sobre la conciencia y el análisis fenomenológico de Marcel. Pero los antecedentes
intelectuales y la formación de ambos eran distintos. Newman pretendía demostrar que
la fe cristiana es razonable, en cambio en Marcel el motivo apologético es menos obvio.
Para Marcel sus reflexiones filosóficas le ayudan a llegar al cristianismo, en tanto que las
reflexiones filosóficas de Newman presuponen la fe cristiana, en el sentido de que se
trata de una fe que reflexiona sobre sí misma. No obstante, se da entre ellos un cierto
número de afinidades.
De Blondel aprende Nédoncelle a integrar los órdenes del ser y de la percepción,
de la ontología y del valor en la unidad suprema de la religión, del absoluto, de la moral,
teniendo al alma como categoría unificadora y al amor como principio de la acción
dialéctica, como puede verse por los siguientes trabajos: Blondel et les équivoques du
personnalisme[18]; Histoire et dogme de Blondel ou l'exigence de la tradition active[19]; La
philosophie religieuse de M. Blondel[20].
Mientras que Nédoncelle se está doctorando en París (1936) se viven los tiempos
precedentes a la IIª Guerra mundial, los tiempos del conflicto filosófico profundo entre el
idealismo crítico y el sociologismo dogmático de Durkheim y Mauss. Del idealismo
crítico nacerá la “filosofía del espíritu” que servirá de puente al personalismo. La
filosofía francesa de los años treinta a los cincuenta del siglo XX desea integrar en un
mismo acto del espíritu a la metafísica, la psicología, la objetividad, el idealismo, la
fenomenología, el espiritualismo, la moral, la religión, el ser, el valor, sin inclinarse por
16
ello a ningún subjetivismo absoluto pero tampoco a un materialismo objetivo. Todo ello
teniendo al ser humano, al espíritu frente al mundo, como espacio filosófico. La filosofía
del espíritu tiene sus principales animadores en Lavalle y Le Senne, de quienes
Nédoncelle es amigo, estudioso y admirador. Como superación dialéctica, nace el
positivismo que amenazaba con hundir y desprestigiar a la filosofía como el mismo
Nédoncelle lo describe: "La influencia de estos dos hombres (Bergson y Hamelin) ha
marcado profundamente el nacimiento de una colección titulada 'Filosofía del espíritu'
fundada por L. Lavalle y R. Le Senne en 1934 dentro de la editorial Aubier. Fieles a una
doble ascendencia, pero resueltos a superar las oposiciciones, combatieron las
estrecheces del positivismo, explorando con simpatía el mundo de la subjetividad"[21].
En su etapa de docencia, que va de 1930 a 1945 en el Collège Albert-de-Mun, se
revela ya como un fecundo escritor.
Comienza a colaborar en Cahiers de la Nouvelle Journe. De esta etapa son sus
contactos con la obra de Max Scheler, quien dejó una gran influencia en su espíritu; y la
lectura y estudio de los espiritualistas ingleses del siglo XIX. Nédoncelle se compenetra
con el pensamiento de Scheler, sobre todo a partir de la lectura de Esencia y formas de la
simpatía[22], que le supone una gran revelación. Con esta obra despierta de su sueño
idealista, y, después de una etapa de voluntarismo, llega a la fenomenología como
situación metodológica para su personalismo, es decir, una filosofía trascendental que ya
no es pura fenomenología ni pura experiencia psicológica, sino algo adscrito a la
persona.
Las contribuciones más importantes de Scheler se cifran en su “teoría de los
valores”, en la filosofía de los sentimientos basada en una fenomenología general de los
afectos, en la teoría del espíritu incluida de lleno en la antropología filosófica, en la
17
sociología del saber como parte integrante de una sociología de la cultura y, finalmente,
en la filosofía religiosa, enlazada con una metafísica en donde se soluciona el problema
de lo real por medio de un realismo volitivo.
Hacia la mitad del siglo XX en Francia se desarrolla la “Filosofía de la
Comunidad”, del nosotros, del sujeto colectivo, del coexistir, que podemos llamar
filosofía sociológica. Es una concepción de la persona en sus horizontes comunitarios,
comunicativos, y en su ritmo de masa y actuación colectiva. La filosofía de lo
impersonal influirá en el nacimiento del estructuralismo como la máxima objetivación de
las formas colectivas y amorfas del conocimiento y de los datos de conciencia. El
personalismo puede considerarse como una reacción crítica al estructuralismo social en
cuanto abandono de las instancias de la conciencia personal, individual, racional, frente a
la especie. El marxismo estará también incluido en estos sistemas despersonalizadotes
que diluyen lo singular del espíritu en las fuerzas de la masa, desapareciendo laconciencia y la subjetividad como asiento de valores y de dignidad de la persona
humana.
Nédoncelle era un decidido defensor de la colaboración social desde la
reciprocidad de las conciencias, mediante la filosofía de la intersubjetividad, que es la
verdadera filosofía social. Todo ello fundado en una metafísica de la comunidad. El
personalismo de Nédoncelle está vinculado a la filosofía de la persona y de la comunidad
realizada por Max Scheler, a quien algunos quieren identificar, por su teoría de los
valores, en un ambiente de fenomenología y de trascendencia del espíritu, como el
fundador del personalismo.
A partir de 1945 se sitúa en la Universidad de Ciencias Humanas de Estrasburgo
y enseña en la Facultad de Teología donde hace todavía su Doctorado en Teología en
18
1946 con una tesis sobre La philosophie religieuse de Newman[23] en cuyo tribunal está
su predecesor en la Cátedra, Rivière. Nédoncelle se convierte así en uno de los mejores
conocedores de Newman y de los espiritualistas ingleses. Fruto de estas inquietudes
fundó la revista Revue des Sciences Religieuses.
Durante treinta años enseña en la Universidad de Estrasburgo, donde desde 1956
hasta 1966 es Decano de la Facultad de Teología, fundando allí el ‘Centre de Pedagogie
Religieuse’ en 1962.
Los coloquios sobre “Problemas actuales de Filosofía” en Gallarate (Italia) le
tienen como colaborador asiduo y animador permanente. Fue nombrado prelado del
Papa, Doctor honoris causa de la Universidad de Lovaina y Presidente de la Asociación
de profesores de filosofía de las Facultades Católicas de Francia. Retirado de su cátedra
seguía escribiendo y colaborando en todo lo que se le pedía. Tras una breve enfermedad
muere en Estrasburgo el 27 de noviembre de 1976, a los setenta y un años de edad. Su
obra es la consignación externa del panorama interior de un espíritu transparente, sincero
y comunicativo.
 
2. Principales influencias
 
Cuando se le preguntó por vía epistolar a Maurice Nédoncelle sobre sus influencias
filosóficas, éste dio la siguiente respuesta, que orienta toda nuestra exposición: "Los
maestros que se me atribuyen sin razón son: Newman. Ha influido en la formación de
mis ideas filosóficas menos que los 'poetas filósofos' ingleses o alemanes. Me interesé
por él debido a las circunstancias (a instancias de los editores), al comienzo con poca
simpatía, y sin tenerlo nunca por un filósofo propiamente dicho. Después de algunos
19
años me pareció cada vez más rico, particularmente su ensayo titulado ‘Essay on
Development’, pero esto sólo tardíamente. Marcel. Antes de 1943 había leído poquísimo
de él: el artículo Aproximaciones al misterio ontológico. No le he estudiado nunca de
cerca, ni siquiera su ‘Journal métaphysique’. Lavalle. Antes de la guerra había dado
una lectura a ‘De l'Acte’, del que tomé la disposición tipográfica de ‘La reciprocité des
consciences’. Hacia 1941 leí atentamente ‘L'erreur de Narcisse’ para hacer una
recensión en La vie intellectuelle. Le Senne. Me serví de ‘Le Devoir’ para mis alumnos
de filosofía antes de la guerra, a propósito del método de las ciencias: descubrimiento
de los gases raros de la atmósfera. Pero estas lecturas, todas ellas, fueron ocasionales y
superficiales.
Las influencias precisas y dominantes sobre mí fueron: Las influencias recibidas
antes de toda reflexión adulta, y por ello tal vez muy profundas. Las influencias en parte
habidas por un cierto atractivo intelectual, las tres 'B': Bergson, Blondel, Brunschvig.
Bergson más que Blondel, y Brunschvig por oposición a él, luego de numerosas
conversaciones. Los anglo-hegelianos, más en la búsqueda de los problemas que en las
soluciones. Max Scheler: ‘Nature et formes de la sympathie’"[24].
 
3. Producción bibliográfica por orden cronológico
 
1. La philosophie religieuse en Grande Bretagne de 1850 a nos jours (1934)
2. La pensée religieuse de Dietrich Von Hügel (1936)
3. Les leçons spirituelles du XXe. siècle (1938)
4. La réciprocité des consciences. Essai sur la nature de la personne (1942) 
5. La philosophie religieuse de Newman (1946) 
20
6. Newman, bienfacteur de deux Eglises (1947) 
7. Trois aspects du problème anglo-catholique au XVIIe siècle (1951) 
8. De la fidélité (1953)
9. Introduction à l'esthétique (1953)
10. Newman, sermons universitaires. Introduction et commentaires (1955) 
11. Existe-t-il une philosophie chrétienne? (1956)
11. Vers une philosophie de l'amour et de la personne (1957)
12. Newman (1959) 
13. Conscience et logos. Horizons et méthode d'une philosophie personnaliste
(1961) 
14. Prière hu,maine, prière divine (1962) 
15. Personne humaine et nature. Étude logique et métaphysique (1963) 
16. Le chrétien appartient à deux mondes (1970) 
17. Explorations personnalistes (1970)
18. Groupe et personne. Réflexion philosophique (1971)
19. Intersubjectivité et ontologie. Le defí personnaliste (1974) 
20. Sensation séparatrice et dynamisme temporel des consciences (1977) 
 
4. Principales libros donde trata la persona
 
El año 1937, M. Nédoncelle en Les leçons spirituelles du XIX siècle[25], trata del tema de
la amistad, considerándola la díada más perfecta y el amor más grande que pueden tener
las personas. El año 1942 en La réciprocité des consciences, Essai sur la nature de la
personne[26], trata de la comunión interpersonal como realidad que traspasa el tiempo y se
21
convierte en liberación de la misma naturaleza. En 1953, en De la fidélité [27], afirma que
el único medio que tenemos de conducir nuestra persona es ser fiel a la fidelidad de las
demás personas. En Introduction à l’esthétique[28], del año 1953, constata que no existe
una verdadera obra de arte sin una fuerte personalidad. Cuando en 1957 escribió Vers
une Philosophie de l’amour et de la personne[29],señala como una de las ideas directrices
de su estudio que el amor procede de las personas y se dirige a ellas. El año 1961, en
Conscience et logos, horizons et méthodes d’une Philosophie personnaliste[30], remarca
explícitamente que es únicamente en Dios donde el orden de las personas tiene sentido.
Cuando en 1963 escribió Personne humaine et nature, étude logique y métaphysique[31],
tiene ya claro que su método de investigación se sitúa ente la fenomenología y la
metafísica, a fin de que el personalismo no se convierta en un pensamiento vago y
publicitario. Finalmente el año 1974, en Intersubjectivité et ontologie. Le défi 
personnaliste[32], remarca que la naturaleza está constituida de tal manera que señala por
todas partes la huella de Dios.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
22
 
 
 
 
 
II. CARACTERÍSTICAS DE SU PENSAMIENTO
 
La filosofía de Nédoncelle no rehuye la sistematización ni el uso disciplinado de los
instrumentos conceptuales, pero no es un sistema al estilo hegeliano, pues al ser su
afirmación central la existencia de personas libres y creadoras, introduce en el corazón
de esas estructuras un principio de imprevisibilidad que disloca toda voluntad de
sistematización definitiva, llegando M. Nédoncelle a la siguiente conclusión: "quien
desee conocer el estatuto metafísico de la persona, el camino que tiene más fácil es el de
la reciprocidad humana, por esto, nosotros lo hemos escogido. Y con mayor razón
cuando el yo descubre que su esencia no es separable, sino que esta se encuentra en
Dios y por Dios se despertará al carácter unificador y transhistórico de la persona"[33].
La relación indica tendencia, apertura y trascendencia, fundamentalmente entre
las personas entre sí o entre la persona humana y Dios. La persona tiene, en su entraña
más íntima, la orientación a las demás personas, a Dios mismo e incluso hacia las cosas
físicas; aunque en su referencia hacia estas sólo podemos hablar de relación por analogía
a lo que es la verdadera relación, que es la que se establece entre seres espirituales libres,
sean las personas divinas, sean las humanas. Hasta tal punto esto es así, que incluso la
reflexiónfilosófica implica siempre, de modo constitutivo, la interpersonalidad, en el
paso del logos solitario al diálogo interpersonal. Y esto es así porque el pensador no
puede dejar de ser persona cuando piensa, y llega a ser persona en plenitud sólo en
relación con los demás[34]. Así pues, la palabra es el vehículo privilegiado, si bien no el
único, de la relación humana, y el elemento esencial en la constitución de la persona, ya
que la palabra fundamental no se inicia con el yo solitario, sino que "la palabra básica
es el par Yo-Tú"[35].
23
Este diálogo interior tiene tres dimensiones: el yo consigo mismo; el yo con los
otros y, finalmente, el yo con Dios. Por esto, la reflexión no lo es todo en filosofía, como
la filosofía tampoco lo es todo en la existencia humana. En la filosofía hay algo más que
reflexión e ideas. El espíritu no es sólo reflexión, autosuficiencia racional. El espíritu,
para existir y subsistir, tiene que admitir la presencia y existencia en él de algo distinto o
por lo menos, aceptar, compartir, con otros espíritus la tarea de definir el sentido de la
existencia. No existe ningún espíritu absoluto sino la conciencia interpersonal. Por esto
puede afirmar Nédoncelle que "la comunión transforma el tiempo, porque recoge e
ilumina la conciencia, y la hace cambiar de ritmo. El pasado solitario y quizás
tenebroso del yo antes del encuentro del tú llega a ser inteligible por un efecto
retroactivo. Lo que en él era miseria se ilumina y se explica, lo que era titubeo se
fortalece"[36].
 
1. No hay pensamiento sin reflexión, pero no basta con esto
 
Para Nédoncelle no hay pensamiento sin reflexión, pero no está claro que el pensamiento
sea tan sólo reflexión. El pensamiento está más ligado a la libertad y al amor que a los
sistemas y a las etiquetas. En Nédoncelle no cabe el clásico dualismo del conocimiento
sensible y el conocimiento intelectual. El conocimiento humano es uno y dinámico,
precisamente porque la persona y su conciencia son una unidad.
La reflexión no es una simple presencia de la naturaleza “vista” o encontrada por
la conciencia. Más aún, la conciencia no es sólo el reflejo de las cosas, de la naturaleza.
La reflexión, aún en un grado inicial, es una creación y actividad personal. Es una
experiencia viva de la conciencia. La percepción no es pasividad o recepción solamente,
sino que es una fase de la experiencia estética con una capacidad de apertura al ser de los
seres particulares, donde se saborea la alegría y la sensación de identificar las apariencias
y separarlas de la realidad.
Para Nédoncelle el pensamiento comienza cuando la conciencia contempla a las
cosas y las “interioriza”. El mundo exterior pasa a ser mundo interior de conciencia. Este
mundo interior está dotado de valores que producen las sensaciones y que reclaman una
fidelidad por parte de la conciencia. El pensamiento comienza cuando la conciencia
contempla las cosas y las cualidades de la naturaleza y sus relaciones dejan de ser una
exterioridad y adquieren, mediante la interioridad, una relación personal a través de la
24
conciencia. El mismo Nédoncelle se expresa así: "La ciencia es una estética de las
relaciones que de hecho conduce a técnicas, es decir, a un juego con las cualidades, a
un tablón de conmutaciones. Cuando las cualidades de la naturaleza no son
consideradas ya en sus relaciones mutuas, sino en su relación con las personas, cesan
de ser una exterioridad y se convierten en materia filosófica. La ciencia teórica que
hace abstracción de las maniobras de conmutación física es, pues, una parte de la
filosofía"[37]. La reflexión comporta un retorno crítico sobre lo entrado en la conciencia
por la experiencia. De esta manera, según Nédoncelle, se pasa de las reflexiones a la
reflexión, que es un método de auto-recogimiento. Así, cuando la conciencia entra en el
interior del acto-reflexión ya no entra en ella como algo extraño, ajeno o separado, sino
que entra a analizar el acto de reflexión como formando parte de ella. Luego toda
reflexión es interior a la conciencia.
Así, el pensamiento siempre será personal, porque es la conciencia de la
conciencia, la reflexión de la reflexión. Y es en este nivel de profundización donde se
realiza la comunión y la auténtica comunicación, que es la verdadera sabiduría y la
verdadera promoción de las conciencias. El pensamiento es el esfuerzo y colaboración de
las conciencias y espíritus particulares al descubrimiento y desarrollo de esa gran
conciencia o reflexión espiritual colectiva que afecta a todos los espíritus, a todas las
personas. El pensamiento es uno y único porque el ser humano y la conciencia-espíritu
es uno y único.
 
 
 
2. Pensar es tener gusto por la verdad, la belleza y la bondad
 
No hay realidad inteligible sólo por la reflexión-intuición, sino que el amor es el
principio de interpretación de la realidad. Así, por encima del pensamiento-reflexión,
está el pensamiento-amor. La verdad es una situación previa al bien. Solo el amor hace
que entendamos el sentido interior, el sentido “verdadero” de las cosas. Solo el amor es
capaz de ofrecer la totalidad en la inteligibilidad. El acto de amor es el que mejor refleja
y representa a la conciencia. Nos situamos aquí más en la línea de la sapientia que de la
scientia, "porque, según Nédoncelle, la caridad es la única forma de absolutez que
puede penetrar totalmente a la persona y ser totalmente absorbida por ella. Afirmar que
25
es el principio último del universo es concebir la perfección bajo el único aspecto que
esclarece todas las cosas"[38].
El gusto por la verdad, la belleza de la verdad, lo da el amor de la persona por la
verdad y sobre todo el amor por las demás personas. De ahí que el pensamiento se
convierta en una opción interpersonal. La metafísica estará al servicio de la verdad y del
bien en favor de la persona. La ética necesita una metafísica del bien y del mal, que se
puede equiparar al error. El mal es una desviación del bien que puede ser recuperable
mediante la conversión de las personas relacionándose con instancias trascendentes. El
personalismo es filosofía que abarca la metafísica y la ética. Es decir, la filosofía como
reflexión sobre la persona.
 
3. El pensamiento es una tarea interpersonal
 
Pensar es para Nédoncelle la obra conjunta de diferentes sujetos. Es el resultado del yo
singular, del tú de los demás y del Tú trascendental o Dios que también concurre con la
inteligencia humana a la búsqueda y fijación de la verdad de las cosas. Nédoncelle se
sitúa dentro de la tradición epistemológica cristiana que reconoce la intención de Dios,
mediante la iluminación.
Para Nédoncelle el cogito de Descartes es una persona. Así, la reflexión y el
conocimiento pertenecen a un sujeto histórico concreto que es personal. El pensamiento
no es una operación objetiva, como es la ciencia y la técnica, sino personal. Mucho más
personal que la reflexión es la intuición, que para Nédoncelle es el conocimiento
recíproco de realidades concretas y singulares. Y lo más singular y concreto es la
persona cuando se conoce a sí misma y a las demás personas en el nosotros. La persona
aparece así como la categoría mediadora en el conocimiento intuitivo de toda realidad.
Por el hecho de ser persona todo el conocimiento de la realidad, de los demás y de Dios,
es, en cierta medida, inmediato a mí mismo, es conocimiento personal.
En el método de Nédoncelle hay una triple dimensión: a) lo psicológico como
dato primario; b) lo lógico como mediación fenomenológica; y c) lo ontológico-personal
como afirmación fundamental del personalismo.
En el acto del conocimiento filosófico, en Nédoncelle, hay los siguientes sujetos:
a) la persona concreta y singular que conoce; y b) un sujeto trascendental, el logos, que
es más sujeto del conocimiento que el mismo yo. Por ello pensar es ser pensado y ser
26
persona es ser pensado por la singularidad de este yo trascendental que "es la fuente
supra-conciencia que nos constituye en nuestra singularidad por nuestra vocación y que
hace nacernuestra libertad"[39].Y en otro lugar afirma: "Es un Tú que hace surgir
nuestro yo espiritual y le obliga a ponerse por sí mismo, de manera que nosotros nos
distingamos del Logos al mismo tiempo que nos identificamos en ciertos aspectos con
aquel del que procedemos. Y en El, no solamente está mi yo naciente, sino aquel yo de
todos otros yo humanos"[40]
El yo trascendental entra a formar parte de mi yo, de mi conciencia para que el
pensamiento sea también una relación interpersonal entre la inmanencia del sujeto
histórico y el yo trascendental. Por esto, todo pensamiento, según Nédoncelle, toda
reflexión de conciencia es pensamiento religioso.
 
 
4. Conocer es tener fe y confianza en las personas
 
Conocer es creer lo que los demás espíritus han visto y han concebido. Hablamos de fe
en un sentido antropológico y no religioso. La fe forma parte de la estructura del
conocer. Por eso el conocer supone una aceptación de la persona, supone una unificación
de situaciones de conciencia. Y esto sólo tiene lugar por la fe y la aceptación del otro. El
conocimiento sólo tiene lugar de mí a mí mismo y en tanto que el otro se hace yo o como
yo. El pensamiento es una gran confianza de los espíritus entre sí a lo largo de la
historia, de tal manera que lo que han dicho otras personas no puede ser negado o
revisado radicalmente por los demás, sino aceptado y creído como si algo perteneciese a
la identidad fundamental de todas las conciencias.
Frente a las filosofías teoréticas y racionales que ponen la razón de la razón en la
evidencia; frente a las filosofías de la praxis y de la acción dialéctica que ponen la
aceptabilidad de una afirmación en su capacidad operativa, en su eficacia revolucionaria,
el personalismo se ocupa de revalorizar el aspecto interpersonal como hermenéutica
filosófica, en el sentido de que una categoría filosófica tiene sentido por sí misma, pero
también porque creo que el que la ha concebido tiene razón.
El personalismo viene a completar, no a suprimir, la metafísica del sentido de la
verdad y de las afirmaciones filosóficas. El sentido que se da a un término filosófico es
27
el resultado de las sucesivas fes o confianzas que las conciencias han dado a la
conciencia inicial que lo puso y propuso a las demás. Para Nédoncelle "la confianza es la
articulación entre la inteligencia y el don... La confianza, sobre todo si ella es
interpersonal, supone siempre ese momento donde se cierran los ojos. No se plantean
más cuestiones, no se vuelve sobre los enunciados porque uno se abandona a la persona
que los enunció"[41]. Esto no significa que no exista un diálogo de los sentidos en sí y de
la fuerza lógica del conocimiento. Pero aquí lo que queremos señalar es que el
personalismo viene a completar no a suprimir la metafísica del sentido de la verdad y de
las afirmaciones filosóficas.
Filosofía es la obra conjunta de diferentes personas. Es el resultado conjunto de
la actividad del yo singular, del tú de los demás y del Tú trascendental o Dios, que
también concurre con la inteligencia humana a la búsqueda y fijación de la verdad de las
cosas. La reflexión y el conocimiento pertenecen a una persona histórica concreta. Por
tanto, filosofar no es una operación objetiva sino personal. Y lo más personal no es la
reflexión sino la ‘intuición’, que para Nédoncelle es "el conocimiento recíproco de
realidades concretas y singulares"[42]. Y lo más singular y concreto es la persona cuando
se conoce a sí misma y a las demás personas en nosotros. La persona aparece así como la
categoría mediadora en el conocimiento intuitivo de toda realidad. Es en mi misma
persona donde conozco a los demás, incluso a Dios. En mi yo histórico y concreto es
donde los demás yo concretos se hacen presentes a mi conciencia y es allí donde les
conozco. Por el hecho de ser persona todo el conocimiento de los demás es, en cierta
medida, inmediato a mí mismo, es conocimiento personal. Salimos así de la ‘inmensa
lógica’ en la que estaba sumergida la filosofía desde Hegel para ir a un inmenso
personalismo, la tarea de construir al sujeto-conciencia-persona.
Así pues, el pensamiento es un encuentro de las conciencias mediante la
inteligibilidad de las ideas, y la filosofía en su historia, más que sistemas lo que hay son
personas, conciencias, personalidades; y la historia de la filosofía o la identidad
filosófica no es más que la elección o preferencia de una u otra conciencia. La filosofía
sigue siendo una opción personal.
 
 
 
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III. LA PERSONA COMO CENTRO DE SU
INVESTIGACIÓN INTELECTUAL
 
Es el mismo Nédoncelle quien se pregunta por el significado de la etiqueta
“personalista”, y da la siguiente respuesta: “Si nuestra conciencia personal no fuese más
que una mentira, si, en otros términos, el fondo de realidad no tuviese nada que ver con
las personas, no cabría hablar de personalismo. Profesar sinceramente el personalismo
es tener ya de entrada a la persona por algo importante en la estructura del mundo. Con
mayor razón se podrá declarar uno personalista si estima que las personas son los
únicos seres reales...No podemos en buena 1ógica reclamar el respeto de la persona
humana en la acci6n moral y en la organización de la sociedad sin estar primero
convencidos de que la persona es un aspecto fundamental de la realidad"[43]. Y como
bajo la etiqueta de personalismo se pueden designar doctrinas muy diferentes,
Nédoncelle nos explica su elección: "En primer lugar, amor y persona me parecen
intrínsecamente unidos. Bajo la forma más completa, el amor no puede no ser personal,
y la persona no puede comprenderse fuera de una red de amor entre sujetos. La
existencia de una relación de amor entre conciencias es el hecho que he estimado
30
privilegiado y que me ha servido de punto de partida. En el amor hay una voluntad de
promoción mutua, un deseo de ayudar al otro a ser una perspectiva universal, a poseer
para darse, a no aislarse, sino a establecer el orden de todos los sujetos y a encontrar
allí mismo su propio desarrollo. Así, la relación fundamental de dos conciencias, a la
que se puede llamar díada, lleva a descubrir y a definir la naturaleza personal en lo que
ella tiene de esencial"[44].
Si lo dicho hasta aquí es justo, Nédoncelle afirma que de este principio se sigue
una cierta continuidad de las personas, pues en el tú se encuentra una fuente y no un
límite del yo ya que la esencia de toda relación del yo al tú es el amor, es decir , la
voluntad de promoción mutua. La razón de esto está en que el amor al adherirse a la
persona, le hace ser lo que ella es y, por tanto, la promociona al hacer patente su valor. 
La reciprocidad es un viaje del yo hacia el tú, un viaje, sin embargo, de ida y vuelta. En
dicho viaje, la categoría trascendental es la de relación que se reviste bajo la forma de
un nosotros de amor.
Pero la persona no está jamás completamente hecha. Tiene ante sí un programa:
buscar llegar a ser, haciendo llegar a ser a otro yo. Por esto, Nédoncelle encuentra la
explicación de la aparición y la consolidaci6n final de nuestras personas en la
trascendencia divina. Reflexionar sobre las implicaciones del amor humano es
disponerse, por analogía, a descubrir algo de la esencia de Dios. El inseguro destino de
las reciprocidades humanas nos lleva mucho más allá de nosotros mismos y nos deja
entrever que todo ser está ya sometido a una Caridad vigilante y eternamente victoriosa.
Así, de una manera inductiva Nédoncelle de la misma caducidad que existe en el
encuentro interpersonal, deduce la existencia de Dios. Solo en un Dios personal que nos
quiera, el orden de las personas encontrará una plenitud de realización. Ese Tú divino
31
es, de este modo, el yo ideal de todos los yos ideales habidos y por haber. Por esto
prosigue Nédoncelle de la siguiente manera: “ Tal es el segundo rasgo del personalismo
como lo concibo. Es solamente en Dios en donde de las personas tiene sentido.La
posibilidad de dirigirnos sin límites hacia una realización total de nosotros mismos que
fuera a la vez la realización total de la red de personas nos encontramos en la
existencia, no puede explicarse ni por los esfuerzos del yo, ni por la colegialidad de
todos los yo. No puede explicarse más que por un Dios, y este Dios debe ser personal en
cierta manera. Nosotros no solamente estamos causados por el ser, sino también
queridos por un Dios, y lo estamos en nuestra integralidad”[45].
Finalmente, Nédoncelle se enfrenta con audacia ante lo impersonal para atravesar
sus formas más diversas: “Un tercer y último aspecto de mis tesis es el personalismo tal
como lo comprendo es un modo de ser que debe dejar un sitio a lo impersonal, como la
materia y los cuerpos. Y esto se podría explicar como una serie de realidades
prepersonales que preceden al despertar de las conciencias... y, en fin, hay en los
mundos de lo impersonal el turbador misterio de lo antipersonal, que se dibuja ya en la
naturaleza exterior y que se instala en la historia humana. Pero una conciencia que no
atraviesa lo impersonal y que no se ha contrastado con sus formas variadas, por muy
atroces que fuesen, es una conciencia intolerable. Yo no quiero un personalismo fácil y
bendecidor, incapaz de arrostar el desafío de lo impersonal"[46].
Nédoncelle, después de su profesión explícita como personalista, construye lo
que él llama su “fenomenología de la persona”, entendiendo por ello, una visi6n amplia
del mundo pensada s6lidamente. El mismo autor nos explica como ha sido su
metodología de trabajo, que oscila entre la fenomenología y la metafísica: “Algunos
dicen que una metafísica general precede a la filosofía de la persona, y que a partir de
32
los resultados obtenidos por una y otra se intenta por fin llegar a la naturaleza del
amor. Pero el orden que yo he seguido es inverso a éste. Es mucho más inductivo que
deductivo. Supone un va y viene e incluso una ósmosis entre la fenomenología y la
metafísica... La misma objeción ha sido hecha al autor de ‘El Ser y la Nada’: ¿No
transforma Jean Paul Sartre su experiencia particular en ontología? ... Dificultad
parecida puede ponerse a todos los fenomenólogos con pretensiones filosóficas, por
cuanto no habría paso de la fenomenología a la metafísica... Siendo parcial, la
experiencia humana es deformante. No hay experiencia metafísica... La fenomenología y
la metafísica pueden en realidad tener una región de inflexión. El punto de vista de
Bradley era más defendible: se contentaba con exigir que los datos no fuesen
contradictorios... Por eso no excluía a priori el enraizamiento del dato en el absoluto,
sino estimaba por el contrario que si hay un absoluto debe ser perceptible en el dato”[47].
 
1. Centrado en el estudio de la persona
 
El núcleo central de toda la tarea filosófica de Maurice Nédoncelle ha sido la “persona”.
Para este autor ser persona, existir, es “estar relacionado”, estar intercomunicado
recíprocamente. La persona es relación y correlación. La existencia es una relación
múltiple en estas tres direcciones: consigo mismo, con los demás y con el Ser. La
existencia es relación en diálogo recíproco de los seres y de las conciencias. Todo esto le
lleva a la metafísica integral y de equilibrio donde no se confunden pero tampoco se
33
separan el ser y los entes. Nédoncelle considera "al ente como el individuo concreto que
existe, y el ser como la relación primordial de cada ente consigo mismo y con los otros
entes"[48]. La reflexión sobre el ser particular (fenomenología) conduce a una reflexión
sobre su comunión y relación universal a través del ser como relación (metafísica).
Por ente Nédoncelle entiende todo ser determinado, es decir, la individualidad
concreta y concretizada, desde la que accedemos, sin embargo, a la universalidad. La
persona es la existencia más plena de esta forma individual de existir el ser, por llevar la
racionalidad consigo. Los entes no racionales, también son individualizados, por tanto,
también personas en grado inferior. La ontología personalista de Nédoncelle va del ente
concreto, en primer lugar la persona, al ser. Es decir de lo particular de la experiencia a
lo universal de la metafísica. En definitiva el ser subordinado al ente. Esto significa
prácticamente, una revolución en la forma de entender la sucesión de los datos en
metafísica, pues siempre se partía del ser en prioridad como previo a toda experiencia y
realidad, pretendiendo explicar desde ahí las participaciones del ser y en el ser. El ser
era el primer espacio o marco ontológico en el que todo tenía cabida, todo lo existente se
justificaba por participación. El ser era un “banquete” desde Platón.
Siguiendo a Nédoncelle, lo primero en la experiencia es el pluralismo ontológico,
si bien es cierto que no percibiríamos el pluralismo del ser si no tuviéramos una idea de
su unidad en el ser. Una y otra se condicionan. En la experiencia lo primero es el ente, en
la ontología o metafísica lo primero es el ser, o lo uno.
El ser es relación y comunicación, pero no es identidad lineal con lo particular.
Su condición, su relación sigue siendo dialéctica: igualdad y diferenciación. La filosofía
34
clásica ha hablado de analogía. El personalismo, sin rechazar o temer esa terminología,
tiene otra más intersubjetiva. Entre lo particular de los seres y el ser que está en todos
ellos hay una distancia, una ruptura y una identidad o continuidad. Esta ruptura es
radical, esencial, en el sentido de que los entes son creados por el ser, o por el ente por
excelencia. Hay una gran diferencia entre los dos órdenes; el ser es causa de los seres.
Existir es entrar a formar parte, con la propia identidad, de una sociedad y
comunidad de vida cuya más alta expresión está en la conciencia y en la libertad donde
se acepta esta identidad para la colaboración y para la personificación. En esta esfera de
lo existente la persona es la cumbre de conciencia de ser, por tanto, de conciencia de
identidad y ruptura pero también de colaboración y de comunicación entre los seres. La
persona es donde esta estructura ontológica llega a su plenitud. Por eso el personalismo
es una metafísica y con su ontologismo y con su ética, contribuye a la formación de una
conciencia de colaboración y de diálogo.
 
2. Finalidad de su estudio
 
Su “sistema” de pensamiento es una personificación de los conceptos filosóficos
tradicionales. Su filosofía es la persona, la comunión, el nosotros. La filosofía es una
actividad intersubjetiva, interpersonal. Es una comunión de los espíritus, es una función
de alteridad.
La filosofía se realiza por la presencia de mi mismo en mí mismo, de los otros en
mí y del Logos en todos. Así si la filosofía es una relación de varios sujetos, se
comprende que sea una comunión entre esos sujetos, que se realiza en el interior de la
persona individual. A los otros y a Dios los percibo en mí y por mí. Esa es la percepción
35
que tengo que dar consistencia lógica, fenomenológica y metafísica. Por eso la lógica
será una antropología del conocimiento y la metafísica una ontología personalista.
Según Nédoncelle Descartes y Kant habían reducido la filosofía a pura crítica del
espíritu por el espíritu. Para Nédoncelle el espíritu no es crítica sino comunicación,
interpelación y diálogo consigo mismo y con los demás espíritus. Para Nédoncelle la
verdad es el resultado de esa comunicación y reciprocidad de todos los espíritus en el
tiempo y en el espacio. La dialéctica tiene que ser sustituida por la integración, que nos
ayuda para comprender la historia e la filosofía. El yo necesita del no-yo y del otro para
llegar a la verdad.
La filosofía no agota la totalidad de la experiencia de la persona. Y por esto
necesita de la ayuda de otras instancias, como puede ser la religión, la ciencia, la
antropología, el lenguaje, la moral, etc. Sólo la filosofía moderna se ha sentido
autosuficiente para poder hacer una filosofíaabsoluta, una dictadura de la idea, un
totalitarismo de las estructuras ideológicas.
La interrogación como situación base y límite donde comienza la filosofía se
dirige en primer lugar hacia mí y en mí. La duda es ya una forma de interrogarse, de
cuestionar unos juicios y afirmaciones sobre el valor de las cosas. La interrogación
supone una dualidad de sujetos, es decir, yo me desdoblo y me constituyo en interlocutor
de mí mismo. Pero yo no preguntaría a mí mismo si no existiese en mí algo distinto a mí
que me trascendiese y me interrogara. Yo me pregunto a mí mismo, pero yo no soy la
pregunta: alguien interpela en mí a mí mismo. El Logos es una interrogación en mí
dirigida a mí espíritu.
La presencia de este principio trascendente en el espíritu es el que posibilita el
diálogo de las conciencias personales entre sí, pues el Logos no pertenece a una en
36
concreto sino que las une a todas en la universalidad. Y las conciencias no dialogan entre
sí sino a través de Él. Por eso, toda filosofía, toda duda, toda interrogación, toda
reflexión es intersubjetiva, es decir, de los espíritus entre sí y de estos con el Logos como
conciencia unificadora. La conciencia singular y personal es el escenario de este diálogo
mismo[49].
La persona no es una parte del mundo real ni es un mundo real a parte, sino que
la persona es la interpretación total del mundo real. La persona supone una revolución en
la teoría del ser, del conocimiento, del comportamiento. El personalismo de Nédoncelle
supone una conmoción metafísica en todas las nociones cómodamente instaladas en un
universo objetivizado. Esto obliga a revisar toda la valoración de la realidad hecha desde
posiciones idealistas, realistas y ontológicas. Nédoncelle se expresa así: "Profesar
sinceramente el personalismo es considerar a las personas como algo importante en la
estructura del mundo. Con mucha más razón tendrá derecho a declararse personalista
el que estime que las personas son los únicos seres reales que existen... Es necesario
comenzar por insistir en esto: no podemos, en buena lógica, reclamar y exigir el respeto
a la persona humana en la acción moral y en la organización de la sociedad sin estar
profundamente convencidos que la persona es un aspecto fundamental de la realidad"
[50]. 
El personalismo metafísico es una derivación de concebir al ser como relación.
Es decir, el ser es un sistema de relaciones. Los entes no son fijaciones histórico-
temporales, sino que están dentro de un sistema siempre en movimiento, es decir, en
comunicación, en relación, en renovación. Esta es la ontología dialéctica de Nédoncelle:
"El ser es un sistema eternizado, una historia estructural que se petrifica a medida que
ésta se cumple y parece que determine los viajes futuros de los entes"[51]. Es decir, la
37
dialéctica consiste en que los entes no agotan ni reflejan nunca totalmente la amplitud y
perfección del ser, que necesita siempre de nuevas expresiones de su perfección y
riqueza.
Existir conlleva estar situado en una distancia, en un plano diferente al del ser de
nuestro origen. Esta idea de creación-ruptura-descenso en el ser es un impulso de la
cultura judeo-cristiana, frente a los griegos que sólo habían descubierto la idea de
emanación como continuidad en el ser. Para ellos no existía la dialéctica. Para
Nédoncelle la ontología es la ciencia de las relaciones entre dichos seres y el ser, y no el
discurso sobre un ser estático. De ahí que la antropología sea el estudio de las relaciones
de la persona con su exterioridad y su interioridad en el ser, es decir, relación consigo
mismo (interioridad) y relación con los demás (exterioridad). Interioridad y exterioridad
son dos conceptos metafísicos y no psicológicos o epistemológicos.
Existir significa para Nédoncelle tener un ser, es decir, una triple relación:
Relación interior con el ser, consigo mismo y relación exterior con los demás. Los demás
son mi exterior, o sea, lo exterior de mí relación, de mi ser. A esta existencia-relación
ontológica le es innata una conciencia unida al ser de los demás. Entramos en la
metafísica de la cooperación: Ser persona significa “vivir y ser para los demás en
reciprocidad y correlación”. La correlación indica que todos los seres se causan y se
personalizan unos a otros. Que la violencia y la exclusión no es la vía el ser. Ni siquiera
la yuxtaposición ordenada y pacífica. Es necesaria la actuación recíproca y la tolerancia
igualmente recíproca a la acción del otro sobre cada uno y viceversa.
Una conciencia, una persona no existe sola y por sí sola, sino que existe porque
existe otra. El yo existe porque existe el tú. Existir es relacionarse pero también
correlacionarse. El yo recibe su existencia del tú y a su vez el tú la recibe y la da al yo.
38
Esta correlación forma parte del ser de las personas no sólo de sus 'posiciones' en la
existencia, sino de la existencia misma como posición en el ser-sistema. Así, “la creación
es una correlación”. Nédoncelle se expresa así: "Yo soy en la medida en que yo perciba
una parte del mundo. Porque la condición común a los objetos es ser partes exteriores
los unos de los otros, y de ser las partes con relación a un todo. Si yo soy parte de un
todo, este todo me contiene, pero yo no soy el todo"[52].
Nédoncelle llega a la conclusión de que toda afirmación metafísica es una
afirmación comparativa. El ser concreto es siempre algo que no se puede entender sino
en relación con..., en comparación con... Por consiguiente, es un ser que no se entiende
por sí ni en sí sino en relación con los demás y sobre todo en relación con el Ser que está
en el origen de su misma relación y derivación, crecimiento o comparación. Así, toda
afirmación metafísica sobre el ser lo es sobre sus relaciones interontológicas. Por esto,
toda ontología es una interontología y todo discurso sobre el ser tiene que ser tiene que
ser también un discurso sobre la intersubjectividad, sobre las distintas relaciones o
direcciones de la relación que supone la existencia concreta. Y, sobretodo, en cada juicio
sobre los seres es alcanzado el Ser como tal, la Persona, el Sujeto, la Conciencia por
excelencia y no la derivada, la que está presente en toda conciencia histórica, la que
incluye pasado, presente y futuro.
 
3. La reciprocidad de las conciencias es la base y fundamento de su
pensamiento
 
No hay conocimiento en la persona si no existe una voluntad de apertura y de donación.
Esto lleva consigo un mínimo de amor también recíproco. De ahí se sigue la unidad y la
39
continuidad de las conciencias. No hay persona si a la vez no existe otra persona frente a
ésta. No hay un yo sin un tú, que es algo más que el simple no-yo, como afirmaba Louis
Lavelle, para quien la conciencia es un acto por el que uno da el ser: "La metafísica se
basa en una experiencia privilegiada: el acto que me hace a mí ser"[53]. No se trata de
que por la conciencia llegue a contemplar un yo que está ahí. Se trata más bien de
alumbrar un yo en la conciencia y por la conciencia, en oposición al no-yo. De ahí se
sigue, para Lavelle, que el enfoque apropiado de la metafísica es el que se hace a través
de la subjetividad, es decir reflexionando sobre el yo como actividad más bien que
mediante la reflexión sobre la multiplicidad de los fenómenos que el yo se opone a sí
mismo bajo la forma de exterioridad. Hemos de recogernos, de volvernos hacia dentro,
más bien que hacia afuera. Para Lavelle no hay ni puede haber realidad alguna, ni Dios,
ni objetos externos fuera del Ser. En la autoconciencia capto el ser como acto, que es la
"interioridad del ser". Así que el Ser con mayúscula, el Todo del que yo derivo mi
existencia y en el que yo participo, tiene que ser Acto puro e infinito: "El Ser no existe
frente a mí como un cogito inmóvil que yo trate de alcanzar. Está en mí por la operación
que me hace a mí darme el ser"[54].
Privilegiar la relacionalidad personal en detrimento de la suidades el mismo
error que primar ésta sobre aquella. Si no se quiere caer en el riesgo de un actualismo
contradictorio y absurdo, hay que afirmar que en el mismo encuentro, si bien la persona
se descubre a sí misma como tal, esto no podría darse si previo a éste, de alguna forma
ésta no fuera ya persona y sujeto.
La persona es el espíritu como unidad esencial, como centro de los actos
superiores. Para Max Scheler la persona no puede ser pensada como una cosa o una
sustancia que posea determinadas cualidades y que se encuentre al lado de sus actos o
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simplemente junto a ellos. Para este autor la persona es "la unidad inmediatamente
convivida del vivir, no una cosa simplemente pensada fuera de lo inmediatamente
vivido"[55]. Así, la persona es una realidad dinámica, como la unidad de sus actos y, en
consecuencia, como irreductible a lo puramente material o psíquico. Para Maritain, "una
persona es un centro de libertad puesto frente a las cosas, al universo, al mismo Dios;
dialoga con otra persona, comunica con ella entendiendo y amando"[56]. Por eso si
eliminamos al individuo desaparece también la persona. Así, el individuo, en el
encuentro interpersonal, deja paso a la persona, pero ésta no se crea de la nada. Y
Nédoncelle resaltará, además, que "la esencia de toda relación entre el yo y el tú es el
amor, es decir la voluntad de promoción mutua"[57].
Entonces el espíritu ya no es crítica sino comunicación, interpelación y diálogo
consigo mismo y con los demás espíritus. La crítica era la dialéctica del espíritu. Para
Nédoncelle la verdad es el resultado de esa comunicación y reciprocidad de todos los
espíritus en el tiempo y en el espacio. La dialéctica se sustituye por la integración. La
objetividad solamente se consigue mediante la comunión de las conciencias. Solo será
posible si el espíritu no se contradice sino que se completa y totaliza. Una conciencia
interior y reflexiva no equivale a una conciencia aislada. La experiencia filosófica de la
verdad no se agota en la conciencia particular sino en la conciencia personal o sea
interpersonal. El yo necesita del no-yo y del otro para llegar a la verdad, pues para
Nédoncelle, "otro no quiere decir no yo, sino voluntad de promoción mutua de los yos, y
por ello mismo trasparencia del uno para el otro. La percepción de los objetos de la
naturaleza exterior comporta un no-yo, pero en la percepción transsubjetiva o
interpersonal no se piensa ya en sí ni en el otro como objetos. Es una coincidencia de
los sujetos, una doble inmanencia, en la que, sin ser absorbido el yo en el tú, se puede
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advertir siempre que aprehendemos al tú en su alteridad, desde el momento en que
dejamos de referirnos a nosotros en nuestra particularidad"[58].
Nédoncelle emprende el proyecto metafísico de tratar de la comunicación entre
las personas desde la reciprocidad, y no desde el cogito aislado como venía siendo
habitual. Comienza Nédoncelle reconociendo la gran vocación personalista de la
conciencia humana, incluso en un sentido histórico. La referencia personal del espíritu y
las coordenadas personalistas y recíprocas de nuestra existencia físico-ontológica y de la
existencia psíquica o en este caso fenomenológica. Hay multitud de formas personales
en el ser. La biografía del ser es personalista. También el estatuto del conocer, del amar y
del actuar será un proceso de valoración interpersonal.
Esta relación interpersonal entre los seres se concentra en el ser humano en la
conciencia y su mejor descripción y desarrollo tiene lugar en el amor. A su vez esto lleva
consigo unas consecuencias metafísicas. O si se prefiere, de la descripción del amor
como relación interpersonal se pasa a una fundamentación metafísica de los elementos
que concurren en dicho proceso. Y el hecho central se realiza en la 'comunión de
conciencias' a todos los niveles, ya que en la díada humana se encuentra la forma de
reciprocidad más completa de comunión.
La noción de reciprocidad no se puede entender sin el correspondiente concepto
de personalidad, en su génesis y en su composición dinámica. Aquí es donde actúa ya de
lleno la ontología personalista: el desarrollo, los caracteres, las etapas de la conciencia
como esencia de la persona, pero una conciencia colegial: el yo, el tu, el nosotros. Un
momento decisivo de esta ontología de la persona basada en la reciprocidad es el
descubrimiento de lo divino, de lo absoluto personal con nombre propio: Dios.
Pero la persona y la comunicación no es algo abstracto sino real y físico en la que
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interviene la naturaleza. Se es persona frente a la naturaleza y trascendiendo a una
antropología dialéctica que, a diferencia de los humanismos contemporáneos e
intramundanos, intenta no separar sino superar la persona, señalando el espíritu de su
inserción en el mundo. La forma de entender Nédoncelle esta naturaleza y su
trascendencia por la persona la explica de dos maneras. La primera es describiendo a la
naturaleza como espectáculo sin referencia interpersonal, incluyendo el tema del tiempo
y del espacio en una cosmología personalista. Pero hay una segunda visión más viva de
la naturaleza: la naturaleza no es sólo espectáculo ante la persona, espacio o tiempo, sino
que es tendencia hacia la persona y ello en un sentido óntico. No sólo la persona está en
la naturaleza y ésta en la persona, sino que la naturaleza tiende a ser personalizada, a
convertirse en persona mediante la acción del ser humano dentro de ella y la de ella
dentro del ser humano. Por tanto, la relación persona-naturaleza no es solamente de
orden sustancial, sino de orden dialéctico y además una dialéctica recíproca.
Pero la comunión y reciprocidad de conciencias encuentran unos obstáculos para
su realización. La conciencia colegial y el nosotros no es fácil. La antropología dialéctica
es una tensión existencial entre lo individual y lo comunitario. El espíritu, por otra parte,
tiene sus hendiduras y lesiones, tiene sus fisuras y debilidades. Por otra parte, la libertad
siempre será capacidad para la rebelión, para decir no a la comunicación, al diálogo.
Aquí sitúa Nédoncelle la “filosofía de los valores” a la que tiene que llevarnos el
personalismo. Pues si la conciencia se constituye como tal no es solamente frente a los
contenidos del conocer, sino también frente al amar y al valorar. Si hubiese que
establecer una identidad o una homologación del personalismo con otras filosofías
habría que referirse a la teoría de los valores. El personalismo es una axiología
fenomenológica que desemboca en una ética. Desde los valores se asciende al problema
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del absoluto como Valor personal. Nédoncelle profundiza en estas tres cuestiones: la
contemplación de los valores, su estructura y eficacia. Y en un plano más programático y
moral habla de su realización en la siguiente trilogía: ciencia, arte y moral. Son los tres
espacios axiológicos clásicos que han sido tratados, desde Kant y Hegel, como puntos de
inserción de toda filosofía que quiere dar cuenta de ellos.
El discurso dialéctico de la persona llega así hasta la tesis más relevante de
Nédoncelle: La persona, la comunión-comunicación, la reciprocidad, la conciencia
colegial, el “nosotros” es el constitutivo metafísico de la persona mediante la actividad
del amor. El amor es el destino esencial de la persona.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
SEGUNDA PARTE:
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SU CONCEPCIÓN DE LA PERSONA
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Cuando Maurice Nédoncelle publicó, en 1942, La reciprocidad de las conciencias, y un
año más tarde La persona humana y la naturaleza[59], que es un texto complemento del
anteriorpara presentar una concepción global de la realidad, nos está ya indicando el
tema que será el punto central de sus búsquedas filosóficas. Se trata del intento de
fundamentar metafísicamente al personalismo, cosa que captó de una manera
clarividente Mounier, como podemos apreciar en sus propias palabras dirigidas en una
carta a su amigo Jacques Lefrancq: “Un joven sacerdote, que se llama Nédoncelle y que
había producido poca cosa antes de la guerra, ha publicado esta primavera el libro de
filosofía personalista que nos faltaba; sin genio, pero profundamente honesto y profundo:
La reciprocidad de las conciencias (Aubier), donde, con gran modestia y lucidez, dice:
”Cada uno de nosotros puede entrar en la composición de un cierto número de díadas
simultáneas o sucesivas; no obstante, si la reciprocidad de dos conciencias ya es tan
frágil en sus mejores momentos, sería utópico creer en unidades de índice superior a la
díada”. Ya ves que nosotros los comunitarios somos enormemente vigilantes ante el
comunitarismo.
 
 El ritmo de
la“ 
conciencia colegial” (o de la reciprocidad), hecho primitivo del mundo personal, a partir
de la su mezcla empírica con las cualidades. Paso del “nosotros fenomenológico” al
“nosotros divino”. La naturaleza como obstáculo, la naturaleza como tendencia. Los
obstáculos del espíritu (la conciencia dividida, la rebelión del yo) – los valores -, la
metafísica de la caridad. Cuando lo haya acabado lo trabajaremos con P.”[60]
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Mounier supo captar bien que el núcleo central de toda la tarea filosófica de
Maurice Nédoncelle ha sido la “persona”. Para este autor ser persona, existir, es ‘estar
relacionado’, estar intercomunicado recíprocamente. La persona es relación y
correlación. La existencia es una relación múltiple en estas tres direcciones: consigo
mismo, con los demás y con el Ser. La existencia es relación en diálogo recíproco de los
seres y de las conciencias. Todo esto le lleva a la metafísica integral y de equilibrio
donde no se confunden pero tampoco se separan el ser y los entes. Nédoncelle considera
"al ente como el individuo concreto que existe, y el ser como la relación primordial de
cada ente consigo mismo y con los otros entes"[61]. La reflexión sobre el ser particular
(fenomenología) conduce a una reflexión sobre su comunión y relación universal a
través del ser como relación (metafísica).
Por ente Nédoncelle entiende todo ser determinado, es decir, la individualidad
concreta y concretizada, desde la que accedemos, sin embargo, a la universalidad. La
persona es la existencia más plena de esta forma individual de existir el ser, por llevar la
racionalidad consigo. Los entes no racionales, también son individualizados, por tanto,
también personas en grado inferior. La ontología personalista de Nédoncelle va del ente
concreto, en primer lugar la persona, al ser. Es decir de lo particular de la experiencia a
lo universal de la metafísica. En definitiva el ser subordinado al ente. Esto significa
prácticamente, una revolución en la forma de entender la sucesión de los datos en
metafísica, pues siempre se partía del ser en prioridad como previo a toda experiencia y
realidad, pretendiendo explicar desde ahí las participaciones del ser y en el ser. El ser
era el primer espacio o marco ontológico en el que todo tenía cabida, todo lo existente se
justificaba por participación. El ser era un “banquete” desde Platón[62].
Siguiendo a Nédoncelle, lo primero en la experiencia es el pluralismo ontológico,
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si bien es cierto que no percibiríamos el pluralismo del ser si no tuviéramos una idea de
su unidad en el ser. Una y otra se condicionan. En la experiencia lo primero es el ente, en
la ontología o metafísica lo primero es el ser, o lo uno.
El ser es relación y comunicación, pero no es identidad lineal con lo particular.
Su condición, su relación sigue siendo dialéctica: igualdad y diferenciación. La filosofía
clásica ha hablado de analogía. El personalismo, sin rechazar o temer esa terminología,
tiene otra más intersubjetiva. Entre lo particular de los seres y el ser que está en todos
ellos hay una distancia, una ruptura y una identidad o continuidad. Esta ruptura es
radical, esencial, en el sentido de que los entes son creados por el ser, o por el ente por
excelencia. Hay una gran diferencia entre los dos órdenes; el ser es causa de los seres.
Existir es entrar a formar parte, con la propia identidad, de una sociedad y
comunidad de vida cuya más alta expresión está en la conciencia y en la libertad donde
se acepta esta identidad para la colaboración y para la personificación. En esta esfera de
lo existente la persona es la cumbre de conciencia de ser, por tanto, de conciencia de
identidad y ruptura pero también de colaboración y de comunicación entre los seres. La
persona es donde esta estructura ontológica llega a su plenitud. Por eso el personalismo
es una metafísica y con su ontologismo y con su ética, contribuye a la formación de una
conciencia de colaboración y de diálogo.
 
 
 
48
I. LA PERSONA COMO INTERPRETACIÓN DEL
MUNDO REAL
 
El pensamiento de Nédoncelle no rehuye la sistematización ni el uso disciplinado de los
instrumentos conceptuales, pero no es un sistema al estilo hegeliano, pues al ser su
afirmación central la existencia de personas libres y creadoras, introduce en el corazón
de esas estructuras un principio de imprevisibilidad que disloca toda voluntad de
sistematización definitiva, llegando M. Nédoncelle a la siguiente conclusión: "quien
desee conocer el estatuto metafísico de la persona, el camino que tiene más fácil es el de
la reciprocidad humana, por esto, nosotros lo hemos escogido. Y con mayor razón
cuando el yo descubre que su esencia no es separable, sino que esta se encuentra en
Dios y por Dios se despertará al carácter unificador y transhistórico de la persona"[63].
La relación indica tendencia, apertura y trascendencia, fundamentalmente entre
las personas entre sí o entre la persona humana y Dios. La persona tiene, en su entraña
más íntima, la orientación a las demás personas, a Dios mismo e incluso hacia las cosas
físicas; aunque en su referencia hacia estas sólo podemos hablar de relación por analogía
a lo que es la verdadera relación, que es la que se establece entre seres espirituales libres,
sean las personas divinas, sean las humanas. Hasta tal punto esto es así, que incluso la
reflexión filosófica implica siempre, de modo constitutivo, la interpersonalidad, en el
paso del logos solitario al diálogo interpersonal. Y esto es así porque el pensador no
puede dejar de ser persona cuando piensa, y llega a ser persona en plenitud sólo en
relación con los demás[64]. Así pues, la palabra es el vehículo privilegiado, si bien no el
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único, de la relación humana, y el elemento

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