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Título del original: When God Isn’t Answering Your Prayer
(Psalm 77)
ISBN: 978-1-68043-511-5
Foto de portada: iStockphoto
SPANISH
Las citas de las Escrituras provienen de La Biblia de las
Américas © 1986,1995,1997 por The Lockman Foundation.
© 2012 Ministerios RBC. Todos los derechos reservados.
La producción de libros electrónicos: S2 Books
CONTENIDO
Capa
En tiempos de duda (Salmo 77:1-13)
A través de aguas profundas (Salmo 77:13-20)
CUANDO DIOS NO CONTESTA TUS ORACIONES
(Salmo 77)
¿Es posible que nos hayan confundido haciéndonos creer
que podemos resolver nuestros problemas orando? ¿Qué
podría ser más importante que llamar con más fuerza a las
puertas del cielo cuando Dios parece guardar silencio ante
nuestras peticiones?
En este extracto de Salmos: Canciones populares de la fe,
Ray Stedman sugiere que orar quizá no sea lo que primero
debemos hacer en las dificultades. Este pastor
experimentado admite que clamar más tal vez no nos dé la
paz mental ni las respuestas que buscamos.
Entonces, ¿qué debemos hacer cuando no sabemos a quién
más recurrir? Las siguientes páginas nos mostrarán cómo
renovar nuestra fuerza cuando sentimos debilidad y miedo.
Mart De Haan
EN TIEMPOS DE DUDA
(Salmo 77:1-13)
Una vez, alguien dijo: «Sabes que tienes problemas de
dudas cuando tu oración es más o menos así: “¡Oh Dios! (si
hay un Dios), salva mi alma (si es que tengo alma), para
que pueda ir al cielo cuando muera (en caso de que el cielo
exista)”». Esta plegaria nos hace reír; pero, cuando son las
tres de la mañana y no podemos dormir, la duda no es algo
que cause gracia. Dudar provoca dolor e intranquilidad. Nos
quita el gozo y la paz, y abre una brecha en nuestra relación
con Dios.
A veces, la duda proviene de nuestras emociones. Cuando
el doctor dice: «Es cáncer», cuando perdemos a un ser
amado o cuando nos rompen el corazón, solemos
preguntarle a Dios: «¿Por qué? ¡Podrías haber evitado que
sucediera, pero no lo has hecho! Si eres todopoderoso y
todo amor, ¿cómo permitiste que esto pasara?». En esos
momentos, podemos sentirnos decepcionados por nuestro
Creador. Las dolorosas emociones desencadenarán un
ataque de dudas.
En otras ocasiones, la duda es causada por el
cuestionamiento intelectual. El maestro bíblico G. Campbell
Morgan (1863-1945) dio su primer sermón a los trece años.
Aunque no tenía capacitación formal, era sumamente
devoto del estudio de la Palabra. Aun de adolescente, era
muy buscado como maestro bíblico. Pero a los 19 años,
experimentó una crisis de fe que casi lo sacó del ministerio.
A veces, la duda proviene de nuestras
emociones.
Morgan había empezado a leer los trabajos de varios
científicos y agnósticos, como Thomas Huxley y Herbert
Spencer, y algunos de sus argumentos contra la existencia
de Dios comenzaron a cobrar sentido para él. Cuando se
profundizaron sus dudas, canceló todos sus compromisos
para predicar y se encerró en una habitación con su Biblia.
Durante varios días, lo único que hizo fue leer la Escritura
de principio a fin. Pensó: «Si la Biblia es la Palabra de Dios y
si me acerco a ella con una mente abierta, será todo lo que
necesite para darle seguridad a mi alma».
Días más tarde, salió de su encierro y anunció: «¡La Biblia
me encontró!». Recuperó su ministerio como predicador,
convencido de que Dios era una realidad en su vida y de
que podía confiar en su Palabra. Quienes lo escucharon
predicar dijeron que hablaba con una nueva autoridad y
convicción.
El Salmo 77 se escribió para personas que luchan contra las
dudas. Es la historia de un hombre que casi termina
desesperado porque Dios parecía negarse a responderle.
Este salmo muestra cómo nosotros, los creyentes (y, a
veces, también los incrédulos), podemos pasar de la
desesperación a una fe permanente en el Señor.
PROBLEMAS QUE ANGUSTIAN; DUDAS QUE
CONFUNDEN
El salmo 77 comienza con un clamor de dolor. El salmista
Asaf escribe:
Mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré; mi voz se eleva a
Dios, y Él me oirá. En el día de mi angustia busqué al Señor;
en la noche mi mano se extendía sin cansarse; mi alma
rehusaba ser consolada. Me acuerdo de Dios, y me siento
turbado; me lamento, y mi espíritu desmaya (vv. 1-3).
Asaf no cuenta en qué consiste su aflicción. Tal vez era una
pérdida terrible en su vida, una enfermedad terminal, la
rebeldía de un hijo o la traición de un amigo. Desconocemos
la fuente de su angustia, pero sabemos que sus emociones
están hechas trizas. Clamó a Dios y su espíritu se marchitó.
Se siente vencido por la tristeza y la desilusión. Aunque
trata de poner la mira en la bondad del Señor, su alma se
rehúsa a recibir consuelo. No puede apartar su mente del
dolor.
El escritor continúa diciendo: «Has mantenido abiertos mis
párpados; estoy tan turbado que no puedo hablar» (v. 4).
Trata de dormir, pero no consigue cerrar los ojos. Sus
emociones están tan perturbadas que ni siquiera puede
describirles su problema a otros. El salmista Asaf está
hablando de la aflicción humana en toda su esencia. No se
guarda nada, sino que describe con precisión cómo se
siente.
A veces, a los creyentes no nos gusta admitir que las
aflicciones y las dudas tan profundas son un componente
más de la experiencia cristiana, ¡pero es así! Las dudas
forman parte de la vida del cristiano común. Parte de
nuestro crecimiento y de nuestra madurez como creyentes
consiste en aprender a perseverar a pesar de las dudas,
para que Dios pueda producir una fe inquebrantable.
Muchos cristianos piensan: «Ahora que soy creyente, mi fe
enfrentará cualquier problema, cualquier duda». Pero el
libro de Salmos prueba lo contrario. La vida está llena de
problemas y de dudas, y nadie lo comprendió mejor que
Jesús mismo.
Pensemos en su agonía en el huerto de Getsemaní. Allí lo
vemos perplejo y atribulado por lo que le aguarda. Clama al
Padre, diciendo en realidad: «No comprendo lo que sucede.
Si es posible, pasa de mi este espanto, esta horrible copa.
Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (ver Lc. 22:42).
Más tarde, en la cruz, queda solo preguntándose: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27:46). Si el
Salvador enfrentó esa intensa lucha interior en relación a la
voluntad del Padre para su vida, es capaz de comprender
cuán desconcertados podemos sentirnos a menudo.
En 2 Corintios 4:8, el apóstol Pablo dice que uno puede
estar afligido y perplejo; por lo tanto, no deberíamos
sentirnos inmaduros espiritualmente si enfrentamos luchas
similares en nuestra vida. En realidad, es superficial y poco
realista imaginar que se puede vivir la vida cristiana sin
pruebas de dolor ni dudas. La historia de los hijos de Dios es
un extenso registro de tragedias, catástrofes, problemas,
dolores y, efectivamente, dudas.
Pero gracias a Dios, ¡este no es el final de la historia! El
salmista describe dos cosas que hace en respuesta a las
pruebas de dolor y dudas: ora al Señor y medita en Él.
Resulta claro que Asaf no es un novato en la fe. Sabe cómo
acercarse al Creador en momentos de aflicción y usa esos
acercamientos de oración y meditación. Sin embargo, su
dolor no disminuye. En realidad, la pena de su aflicción se
acrecienta porque Dios aparentemente no responde sus
oraciones.
Ya es muy difícil soportar la angustia, pero lo que realmente
nos inquieta es la posibilidad de que nuestra fe sea
devastada por la presión. Si eso sucede, no solo perderemos
esta batalla, sino que las perderemos todas, porque la fe en
Dios es lo que hace que valga la pena vivir. Cuando
sufrimos, somos tentados a dejar de creer.
Esa es la tentación que enfrenta el salmista. Lo intentó con
la oración, pero parece que eso no funcionó. Probó
meditando en la Palabra de Dios, pero eso también lo dejó
vacío. ¿Por qué? Porque lo que hizo fue confiar en las
técnicas de la oración y la meditación; y sus problemas no
podían solucionarse con meras técnicas.
UNA CONCLUSIÓN INQUIETANTE
Este salmo desenmascara los consejos simplistasy
superficiales que a veces los creyentes nos damos en
tiempos de pruebas y desánimo. Vemos a alguien con el
corazón destruido y, ¿qué le decimos?: «Ora por eso y
medita en la Palabra».
No digo que este consejo esté mal, sino que es inútil por sí
solo. La oración (como veremos más adelante en el salmo)
no es lo primero que tienes que hacer cuando enfrentas
problemas. ¿Te sorprende? ¿Incluso te parece una
blasfemia? Sin embargo, el Salmo 77 nos asegura que es
así. Cuando tenemos aflicciones, debemos hacer algo antes
de orar; pero ¿qué?
El problema que expresa el salmista es común: pensaba que
la oración resolvería sus problemas. Usaba la oración como
técnica de resolución de conflictos, pero esta nunca tuvo
ese objetivo. El propósito de Dios es que la oración sea un
instrumento de intimidad entre Él y nosotros. Cometemos
un serio error cuando la reducimos a una técnica.
Si le aconsejamos a un amigo cristiano afligido que «ore por
eso», y la persona ya oró y Dios no le respondió, no lo
ayudamos de ninguna manera. Esa persona terminará más
desanimada y abatida, e incluso más tentada a abandonar
la fe cristiana, porque pensará: «La fe no funciona; Dios no
me responde».
No basta simplemente con «lograr salir del paso» cuando
tenemos dudas. Son situaciones que el Señor puede usar
para ayudar a fortalecernos en Él. Permite esas experiencias
dolorosas en nuestra vida porque procura enseñarnos algo.
Si no encontramos la solución de Dios para esa prueba de
duda, nuestra fe tal vez no sobreviva.
El autor del Salmo 77 se acerca peligrosamente a ese punto
de derrumbe de su propia fe. Con la esperanza desesperada
de apuntalar su confianza, intenta un método que
probablemente le había sugerido un amigo o un consejero
bien intencionado. Reflexiona en el pasado:
He pensado en los días pasados, en los años antiguos. De
noche me acordaré de mi canción; en mi corazón meditaré;
y mi espíritu inquiere (vv. 5-6).
En otras palabras: «Busco respuestas; por eso, medito en el
pasado. Recuerdo cuando tenía problemas en la noche y no
podía dormir, pero Dios ponía una canción en mi corazón.
Medito, y mi espíritu hace preguntas y considera tiempos
anteriores». El salmista recuerda las bendiciones pasadas y
la bondad de Dios. Recuerda las canciones y los salmos que
el Padre le dio para cantar anteriormente, en noches de
dolor y aflicción.
¿Le ayuda retrotraerse al pasado? No. Aun al recordar los
días de antaño y las canciones nocturnas, su espíritu insiste
en indagar, cuestionar y dudar. En realidad, las dudas
siguen atacándolo desde todas las direcciones. De una
forma u otra, todas giran en torno a la misma pregunta:
«¿Por qué Dios no me responde?». Este interrogante lo
arrastra a las profundidades de la desesperación en los
próximos versículos:
¿Rechazará el Señor para siempre, y no mostrará más su
favor? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Ha
terminado para siempre su promesa? ¿Ha olvidado Dios
tener piedad, o ha retirado con su ira su compasión? (Selah)
(vv. 7-9).
Son preguntas lógicas: «Si Dios me bendijo en el pasado,
¿por qué no me bendice hoy? ¿Por qué parece que fui
olvidado y abandonado? ¿Su misericordia terminó? ¿Está
enojado conmigo?».
Finalmente, el salmista manifiesta la terrible conclusión a la
que llegó. Es una conclusión honesta y, a la vez, dolorosa.
La Biblia de las Américas brinda una interpretación del v. 10
más clara que la versión Reina-Valera: «Entonces dije: Este
es mi dolor: que la diestra del Altísimo ha cambiado».
En otras palabras; «Analicé mi situación. Oré toda la noche.
Antes, Dios me respondía, pero esta vez, no me ofreció
ninguna ayuda. Examiné mi corazón y no puedo responder
estas preguntas. Hay una sola conclusión a la que puedo
llegar: en el pasado estaba equivocado sobre Dios. Pensaba
que era inmutable, que siempre respondería cuando
acudiera a Él, pero no lo ha hecho. Me veo obligado a
concluir que el Señor ha cambiado. No se puede confiar en
Él, y esta es la peor conclusión de todas».
Este hombre se enfrenta a la pérdida de su fe. Ve esta
posibilidad como la tragedia que realmente es. Todo aquello
en lo que alguna vez descansó, todo lo que lo consoló,
ahora se desmorona. ¿Qué puede hacer? ¿Cómo puede
librarse de esta crisis de fe?
EL PENSAMIENTO IMPENSABLE
El Salmo 77 toma un giro inesperado en el v. 11. Asaf
escribe:
Me acordaré de las obras del SEÑOR; ciertamente me
acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu
obra, y reflexionaré en tus hechos (vv. 11-12).
El salmista se replanteó seriamente su crisis de fe. Expresa
una nueva sensación de confianza y paz, y se la manifiesta
a Dios en oración. ¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha sucedido
entre el v. 10 y el 11, que llevó al salmista de la duda a la
fe? Solo esto: ¡De pronto, se dio cuenta de adónde estaban
llevándolo sus pensamientos!
El salmista estaba al borde de la incredulidad. Había llegado
a la conclusión de que el Señor puede cambiar; y el paso
siguiente de su argumentación sería creer algo horrible,
algo impensable: Dios no es realmente Dios.
Después de todo, si Dios puede cambiar, no es más que un
ser igual a un hombre con poderes divinos. La firmeza y el
carácter inmutables del Señor son esenciales para que el
salmista comprenda quién es el Creador. Si Dios puede
cambiar, si puede dejar de amar y de ser justo, no es
verdaderamente Dios. Este es el umbral en el que Asaf se
detiene en el v. 10. Un paso más, y traspasará el límite para
caer en un abismo de incredulidad. Al ver dónde lo lleva su
argumentación, retrocede del borde. En el v. 11, lo vemos
caminando en una dirección completamente diferente.
El salmista comprendió que una de las verdades más
fundamentales de la Escritura es que Dios no puede
cambiar. En su carta del Nuevo Testamento, el apóstol
Santiago expone que Dios es el «… Padre de las luces, con
el cual no hay cambio ni sombra de variación» (1:17). Es
absolutamente confiable; alguien con quien se puede
contar. Su amor por nosotros nunca cambia, como así
tampoco su misericordia. Estas verdades son esenciales en
el concepto bíblico de Dios.
Es importante comprender que las dudas del salmista no
tienen una respuesta inmediata. Su decisión de creer en el
Padre no fue emocional ni intelectual, sino una
determinación que surgió puramente de su voluntad. Optó
voluntariamente por alejarse del umbral de la incredulidad,
y esa decisión lo salvó.
Es muy bueno que hagas esto cuando luches contra las
dudas. Mira el final del camino que estás recorriendo.
Observa adónde están llevándote tus pasos.
Probablemente, te horrorice ver el rumbo del camino, pero
esta cruda mirada te obligará a proceder con cuidado. Lo
que está en juego aquí no es nada más ni nada menos que
tu filosofía fundamental sobre Dios y su significado. La
conclusión a la que llegues afectará cada aspecto de tu
vida. Entonces, considéralo bien, con honestidad y
crudamente. No temas enfrentar tus dudas de lleno. La
Biblia es verdad, Dios está vivo y la fe cristiana es lo
suficientemente fuerte como para soportar tu honesta
indagación.
Si examinas la Escritura, creo que llegarás a la misma
conclusión del apóstol Pedro. En Juan 6, Jesús estableció
algunos requisitos para sus discípulos. En ese momento,
muchos dieron la vuelta y lo abandonaron. Cuando vio las
multitudes que lo dejaban, se volvió a los Doce y les dijo:
«… ¿Acaso queréis vosotros iros también? Simón Pedro le
respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
vida eterna» (Jn. 6:67-68).
En cierto sentido, estaba diciendo: «Señor, lo que dijiste
perturba, y nos resulta difícil comprenderlo todo. Justo
cuando creemos que llegamos a entenderte, haces una
declaración que nos conmociona y desconcierta. Pero
examinamos las alternativas y nos preguntamos: “¿Quién
más dice la verdad como tú? ¿A qué otro lugar podemos
ir?”. Decidimos seguirte porque tienes las palabras que nos
llevan a la vida eterna».
Lo mismo sucedió con el salmista.Sus dudas despertaron
pensamientos inimaginables. Se detuvo en el umbral de la
incredulidad y observó el abismo; luego, con su mente y
voluntad, decidió continuar creyendo que Dios es Dios.
DÓNDE EMPEZAR
¿Qué pasó con las dudas no resueltas de Asaf? No podemos
vivir la vida en un estado de tensión entre la fe y la duda. A
fin de cuentas, tenemos que inclinarnos hacia un lado u
otro. Cuando dudamos, tenemos que actuar para solucionar
esas incógnitas. Si no logramos resolver los
cuestionamientos sobre nuestra fe, si tratamos de vivir en
un estado de duda sin respuesta, esos cuestionamientos
nos arrastrarán hasta arrojarnos finalmente al abismo de la
incredulidad y convertirnos en enemigos de la fe.
¿Cómo evitó esto el salmista? Comenzó pensando en Dios.
Volvamos a leer estos dos versículos:
Me acordaré de las obras del SEÑOR; ciertamente me
acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu
obra, y reflexionaré en tus hechos (vv. 11-12).
Notemos que Asaf empieza diciendo: «Me acordaré». Estas
palabras nos muestran que tomó la decisión de actuar.
Eligió dejar de ser la víctima de sus sentimientos. Ahora
entran en escena la mente y la voluntad. El corazón le
entrega el control de la vida a la mente. Cuando toma esta
decisión, el salmista deja de centrarse en sí mismo y en sus
circunstancias, y comienza a enfocarse en el Todopoderoso.
Enfócate en el Creador antes de centrar la
oración en tus peticiones, tus heridas, tus
necesidades y tus sentimientos.
Recordarás que, antes (en la pág. 6), dije que la oración no
es lo primero que debemos hacer al enfrentar un problema.
¿Te sorprendió? Estoy seguro de que te preguntarás qué
debes hacer antes de orar. Ahora te respondo: antes de
orar, medita en Dios. Antes de clamar, asegúrate de
comprender quién es el Padre. Enfócate en el Creador antes
de centrar la oración en tus peticiones, tus heridas, tus
necesidades y tus sentimientos.
Tenemos la tendencia a suplicar primero y, luego, meditar
(si es que meditamos). Cuando no meditamos primero,
oramos por nuestros problemas, nuestros sufrimientos,
nuestra ansiedad y nuestras preocupaciones. Si pedimos
antes de meditar, nos situamos en el centro de la oración:
«¡Tengo problemas! ¡Estoy angustiado! ¡Estoy deprimido!
¡Oh, Dios! Te necesito para que me rescates».
Tenemos que aprender a poner a Dios en el centro de la
oración. Necesitamos meditar en las Escrituras que nos
hablan del Padre. Debemos meditar en la naturaleza del
Creador, su persona, su prodigio, su actividad en la historia
humana y en nuestra propia vida. Después, al orar,
podemos centrarnos en Él en lugar de hacerlo en nosotros
mismos. «Dios, eres el Señor de mi vida y de mis
problemas. Eres santo, misericordioso e inmutable, y puedo
confiar en ti. Eres todo lo que quiero y todo lo que necesito
en la vida».
¿Te das cuenta de que meditar en Dios cambia
completamente la forma de orar? ¿Ves cómo aleja nuestro
centro de atención de nosotros mismos, de nuestros
problemas y de nuestros sentimientos? ¿Notas cómo hace
que nos centremos en lo que Dios es, en cómo es y en lo
que puede hacer? ¿Percibes que meditar en el Todopoderoso
nos saca de nuestras argumentaciones naturales y nos
eleva a un pensamiento espiritual?
Quizá ahora comiences a entender de qué se trata el Salmo
77. El salmista mpieza describiendo el punto de vista
natural de sus problemas. Ora con una mente natural y
centrada en sí misma. Comienza pensando: «¡Mira lo
afligido que estoy! ¡Mira cómo me lamento y no pasa
nada!». Cuando el yo ocupa el centro, el corazón asume el
control y los sentimientos gobiernan la mente.
Pero en el v. 11, cuando cambia la perspectiva del salmista,
también cambia su oración. En lugar de centrarse en su
propio dolor y en la autocompasión, se enfoca
completamente en Dios. Esta explicación contiene una
percepción psicológica nueva y profunda. El Salmo 77
comienza con un hombre esclavo de sus emociones. Su
ansiedad y desesperación distorsionan la forma de ver los
problemas y a Dios. Sus emociones prácticamente lo
llevaron al umbral de la aniquilación total de la fe. Cuando
se corre del centro de los ruegos y en su lugar coloca al
Señor, cambia su perspectiva.
Tú y yo somos seres limitados. Si empezamos orando por
nosotros, por nuestros problemas y por nuestros
sentimientos, estamos arrancando con una visión limitada.
Cuando comenzamos con Dios, la idea inicial es que Él no
conoce límites. Es el Creador del universo, el Autor de la
vida. Todo el conocimiento y toda la verdad son suyos. Al
centrarnos en Él y no en nosotros, nos deshacemos de toda
limitación en la forma de pensar y de orar. Todo es posible si
empiezas con Dios.
¿QUÉ SIGNIFICA EL SILENCIO DE DIOS?
Antes de terminar con esta sección del Salmo 77, tenemos
que responder otra pregunta: «¿Por qué Dios fue tan
insensible a los lamentos del salmista? ¿Por qué guardó
silencio?».
Es una pregunta que solemos hacernos. En cierto sentido, la
respuesta es evidente y quizá ofensiva: Dios guarda silencio
porque prefiere hacerlo. Ese silencio es intencional.
No nos gusta pensar que Dios deliberadamente ignora
nuestras súplicas de ayuda; en especial, en tiempos de
sufrimiento físico, emocional o espiritual. Sabemos que el
Señor es amoroso y misericordioso, y parece una violación
de su naturaleza que nos trate con el silencio, justo cuando
más lo necesitamos.
Entonces, ¿por qué intencionalmente permite que el
salmista atraviese semejante tiempo de prueba, duda y
desesperación? Hay una sola respuesta: Dios quiere que
Asaf profundice su fe. Este tiempo de prueba y de duda es
parte del proceso que desarrolla nuestra fortaleza y
sabiduría espiritual.
Aquí reside un principio espiritual innegable: si Dios
respondiera al instante todos nuestros pedidos de auxilio,
seguiríamos siendo inmaduros. Invariablemente, nos
dominarían los sentimientos y los estados de ánimo.
Nuestras oraciones siempre serían egocéntricas en vez de
cristocéntricas. Nuestras perspectivas serían
constantemente naturales y no espirituales.
… tiempo de prueba y de duda es parte del
proceso que desarrolla nuestra fortaleza y
sabiduría espiritual.
Una característica definitiva de madurez en la vida cristiana
es que la persona ya no está controlada por las
circunstancias, las emociones ni los estados de ánimo. Es
verdad, los creyentes todavía tienen sentimientos, pero
estos ya no dirigen sus vidas ni gobiernan su relación con
Dios. Sus experiencias ya no son una vuelta en la montaña
rusa de los vaivenes emocionales, de subidas vertiginosas y
descensos agobiantes. Son estables y fuertes en su fe,
independientemente de las circunstancias, como lo fue
nuestro Señor Jesús.
Nunca alcanzaríamos ese nivel de madurez espiritual si Dios
siempre nos respondiera en el instante en que lo llamamos.
Nunca desarrollaremos la fe y el carácter cristianos si
nuestra confianza en el Señor depende de los estados de
ánimo, de las emociones y de las circunstancias. Entonces,
a veces, Dios deliberadamente se esconde para que
sigamos transformándonos a la imagen de Cristo.
Si estás atravesando una prueba y el Señor guarda silencio,
quiero que sepas que está allí contigo, sufriendo y llorando
a tu lado. Pero también está ayudándote a formar tu
carácter y tu fe. A través de esta dolorosa experiencia, estás
aprendiendo lecciones que nunca podrías aprender de otra
forma.
Quizá parezca que Dios está mudo en este preciso
momento, pero se encuentra junto a ti de una manera más
profunda de lo que hayas conocido jamás. Está llevándote a
una experiencia de fe más rica, más gratificante y más
emocionante de lo que podrías imaginar. La prueba pasajera
que estás pasando tiene como propósito desarrollar en ti un
carácter cristiano, un alma inconmovible y un espíritu
creyente.
Pronto podrás regocijarte con el salmista y decir: «Me
acordaré de las obras del Señor». Dios te da su Palabra.
A TRAVÉS DE AGUAS PROFUNDAS
(Salmo 77:13-20)
Si existeun momento que definió a Israel como una nación
bendecida por Dios, es cuando el Señor liberó a su pueblo
del cautiverio de Egipto. Este evento del Antiguo Testamento
estableció la identidad nacional de Israel para siempre. El
libro de los Salmos se refiere continuamente al momento
cuando Dios castigó a Egipto con plagas y, luego,
milagrosamente, abrió el Mar Rojo y puso a sus hijos a salvo
del ejército egipcio. Dios los alimentó en el desierto y
marchó delante de ellos en una columna de fuego durante la
noche y en una nube durante el día.
Miles de personas fueron testigos de estos milagros; entre
ellos, los habitantes de otras naciones. Todo el mundo
antiguo conocía bien los detalles de estos hechos. Cuando el
pueblo escogido llegó a la ribera del Jordán y estaba a punto
de entrar en la tierra prometida, descubrió que esa
información se había difundido antes de que llegaran. Sus
enemigos ya les temían, y eso había preparado el camino
para que Israel conquistara la tierra. Los gentiles habían
escuchado las historias de las plagas de Egipto y de la
división del Mar Rojo, y esos pueblos no podían negar que
Israel servía a un poderoso Dios.
Estos son los eventos que Asaf tenía en mente cuando
escribió:
Me acordaré de las obras del Señor; ciertamente me
acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu
obra, y reflexionaré en tus hechos (vv. 11-12).
Como cristianos, la historia del Nuevo Testamento nos
proporciona una herencia similar donde reflejarnos. Podemos
recordar los hechos poderosos del Señor Jesús y sus milagros
de antaño. Podemos meditar en sus obras de enseñanza,
sanidad y resurrección de muertos como así también en su
obra al morir en la cruz y levantarse de la tumba. Estos
eventos son hechos históricos.
El apóstol Pablo testificó de esta misma herencia histórica
ante el rey Agripa, cuando relató la muerte y la resurrección
de Jesús: «… Porque estoy persuadido de que él [el rey] no
ignora nada de esto; pues esto no se ha hecho en secreto»
(Hch. 26:26). En otras palabras, el hecho histórico de la
muerte y la resurrección de Jesús fue un evento claramente
confirmado, ya que sucedió frente a muchos testigos. El
Señor que se levantó de los muertos no se apareció a una o
a dos personas, sino a docenas, y a más de 500 en una
ocasión.
Cuando leemos las palabras del salmista: «Me acordaré de
las obras del Señor», podemos decir: «¡Sí! ¡Amén! ¡Dios hizo
grandes cosas! ¡Sacó a Israel de Egipto, lo guió a través de
las profundidades del Mar Rojo, y condujo al Señor Jesús por
la oscuridad de la muerte misma y lo levantó para vivir y
reinar para siempre!».
Dios obró en la historia; esto es un hecho. Los relatos de
Cristo no son un mito. El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros, fue crucificado y resucitó. La Biblia se basa en la
historia. La Iglesia nunca podría haber sobrevivido a esos
primeros años de persecución si no fuera porque muchos
presenciaron la resurrección de Jesús. Los primeros cristianos
nunca habrían soportado una persecución tan encarnizada y
sangrienta por una mentira. La resurrección es un hecho
central de la historia humana. Por eso, podemos decir junto
con Asaf: «Me acordaré de las obras del Señor».
LA GRANDEZA DE DIOS
El salmista ilustró el valor de recordar en el presente lo que
Dios hizo en el pasado. Continúa diciéndonos lo que ocurrirá
si meditamos en quién es nuestro Padre y en lo que hizo:
Santo es, oh Dios, tu camino; ¿qué dios hay grande como
nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas, has hecho
conocer tu poder entre los pueblos. Con tu brazo has
redimido a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José (vv. 13-
15).
Como vimos en la primera parte del salmo, el autor había
atravesado un período de dudas que lo llevó al umbral de la
incredulidad. Sin embargo, después, llegó a una conclusión
sobre Dios que estos versículos expresan de una manera
maravillosa. Esa conclusión es que el Señor es santo y
grandioso.
Nuestra fe permanecerá firme mientras estemos
convencidos de dos verdades importantísimas que el
salmista expresa aquí: Dios es santo y Dios es grandioso. A
Asaf lo invade cierto temor por la perfección moral y la
majestuosidad absoluta del Creador.
A los seres humanos nos gusta aplaudir nuestra propia
grandeza. Pensamos que somos seres poderosos debido a
horrores tecnológicos como la bomba de hidrógeno. Este
dispositivo, que libera energía por la fusión de los núcleos de
átomos de hidrógeno, es capaz de destruir una ciudad de
varios millones de personas con un solo chispazo. Pero
¿puede compararse la fuerza de todo un arsenal de estas
bombas con el poder de Dios?
Nuestro Sol funciona con el mismo principio que la bomba de
hidrógeno: genera energía por la fusión de los núcleos de
átomos de hidrógeno. Sin embargo, ¿sabías que el astro
libera el equivalente a 100 mil millones de bombas de
hidrógeno por segundo? Es más, el Sol, que supera unas
300.000 veces el tamaño de la Tierra, ¡es solo una de las
100 mil millones de estrellas de la Vía Láctea, que también
es solo una de las 100 mil millones de galaxias del universo
conocido! En otras palabras, ¡en una pequeñísima fracción
de segundo, el universo de Dios libera múltiples billones de
veces la cantidad de energía del invento más poderoso de
los seres humanos!
La próxima vez que oigas que alguien alardea de la grandeza
humana, ¡recuérdale la grandeza del Dios que pudo crear un
universo como el nuestro! Eso nos ayuda a mantener las
cosas en la perspectiva correcta.
LA REALIDAD DE LOS MILAGROS
El salmista escribe: «Tú eres el Dios que hace maravillas, has
hecho conocer tu poder entre los pueblos» (v. 14). Fue una
declaración difícil de comprender cuando se escribió, miles
de años antes del nacimiento de Jesús, y todavía lo sigue
siendo.
Los milagros divinos revelan un poder que sobrepasa la
comprensión humana. Sé que muchas personas en la
actualidad considerarían que es superstición creer en
milagros. Pero estos eventos a los que llamamos milagros
convencieron a hombres y a mujeres de fe durante todo el
tiempo que Dios ha obrado. Precisamente porque son
sobrenaturales, la gente los considera una prueba
convincente de la realidad de Dios.
Tomemos, por ejemplo, el cruce del Mar Rojo. Es un
acontecimiento sorprendente que determinó el curso de la
historia. Muchas naciones existen en la actualidad como
resultado de aquel hecho sobrenatural. Las aguas se
retiraron para que los israelitas pudieran cruzar el fondo del
mar en seco; pero, cuando los egipcios los siguieron, las
aguas les cayeron encima y se ahogaron.
Los seres humanos nunca han podido hacer nada semejante.
Es humanamente imposible. Las personas no pueden igualar
esa hazaña; solo pueden menospreciarla. Como dijo un
agnóstico: «Los milagros no pueden suceder, por lo tanto, los
milagros no han sucedido». Algunos escépticos se las
arreglan para argumentar en un círculo cerrado: «Dios no
existe; por lo tanto, tampoco pueden existir los milagros.
Como no hay milagros, no hay Dios».
Esos argumentos no prueban nada. Los especialistas en
lógica dicen que esa manera de pensar es «un razonamiento
circular». Consiste en la falacia de basar una conclusión en
una hipótesis sin comprobación. No puede decirse con
lógica: «Los milagros no pueden suceder; por lo tanto, los
milagros no han sucedido». Primero hay que probar que es
imposible que los milagros sucedan. Si no puede
comprobarse el supuesto, cualquier deducción que parta de
ello tampoco está comprobada.
Es sorprendente ver que personas que en otras áreas son
inteligentes simplemente desprecian con un simple gesto
que los milagros sucedan. Si consideramos que los eventos
bíblicos son un registro de relatos de testigos oculares
realizados por hombres y mujeres honestos y sinceros, la
Biblia se convierte en una compilación de pruebas poderosas
y convincentes de los milagros.
Otra tontería de personas que por otro lado son inteligentes
es que reservan todo suescepticismo y cinismo solo para la
Biblia. Aceptan como confiables los informes de Suetonio,
Filón, Justino Mártir, Tertuliano, Tácito, Eusebio, Herodoto,
Xenofón, Polibio, Livio y Flavio Josefo, pero consideran los
relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento muy
sospechosos o totalmente falsos. ¿En qué basan esta
distinción? Sencillamente, en que la Biblia registra milagros y
en que «todos saben que los milagros no pueden suceder».
Solo por prejuicio, muchos historiadores y estudiosos
simplemente desestiman los milagros del Éxodo, los de los
profetas y los de Jesús. Sin embargo, cuando estos eventos
ocurrieron, hasta los testigos hostiles debieron admitir que
fueron reales.
Encontramos un ejemplo en Mateo 28. Después de la
resurrección de Jesús, los guardias de la tumba corrieron a
decirles a los jefes de los sacerdotes que la piedra había sido
quitada de la entrada y que el cuerpo del Maestro no estaba.
Los sacerdotes sobornaron a los guardias y les ordenaron
que dijeran: «… Sus discípulos vinieron de noche y robaron
el cuerpo mientras nosotros dormíamos» (v. 13). Entonces,
los guardias se fueron e hicieron circular esta historia falsa.
¿Por qué los sacerdotes y los guardias tuvieron que inventar
ese relato? ¡Porque la tumba vacía exigía una explicación! La
ubicación del sepulcro no era ningún secreto. Cualquiera
podía ir allí, mirar adentro y comprobar que Jesús no estaba.
Cientos, quizá miles de personas, hicieron exactamente eso.
No había dudas de que la tumba de Cristo estaba vacía. La
única duda era por qué estaba así y qué significaba ese
sepulcro sin un cuerpo. Para una mente imparcial, la
explicación más razonable era que Jesús realmente estaba
vivo de nuevo.
El Señor del salmista es un Dios que crea un universo de la
nada, que libera a una nación de la esclavitud llevándola a
través de las profundidades de un mar dividido. Este mismo
Dios abrió una tumba sellada y volvió a soplar vida en el
cuerpo muerto de nuestro Señor crucificado. Es un Dios que
muestra su magnífico poder entre las naciones.
EL DIOS DE LA REDENCIÓN
Después, Asaf hace una profunda observación sobre las
acciones del Creador. Esos hechos no son meramente
grandiosos, sino que también son redentores. Dios hizo
obras maravillosas que salvaron a su pueblo y le devolvieron
el papel central en su plan eterno. El salmista escribe: «Con
tu brazo has redimido a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de
José» (v. 15).
El escritor siempre colocó la palabra Selah en los puntos
cruciales del salmo. Este término significa: «Detente a
pensar. Haz una pausa y reflexiona en el significado».
Entonces, ¿qué quiere decir con: «… Has redimido a tu
pueblo»? La palabra «redimir» significa restaurar la utilidad
de algo que había quedado obsoleto. Voy a darte un ejemplo
práctico.
Cuando era seminarista, durante tres años hice prácticas
durante el verano en dos iglesias diferentes en Pasadena.
Cada primavera, llegaba al lugar con los bolsillos vacíos, sin
nada para mantenerme hasta que llegara mi primer salario.
¿Cómo subsistía? Tomaba el objeto más valioso que tenía (mi
máquina de escribir) y la entregaba en la casa de empeño. El
dinero que me daba el prestamista apenas alcanzaba para
pasar las dos semanas siguientes. Cuando llegaba mi salario,
me apresuraba para ir a la casa de empeño a redimir mi
máquina.
Mientras la máquina estaba en ese lugar, no se aprovechaba
para nada. Yo no la podía usar y el prestamista tampoco; era
inútil para todos hasta que yo volviera y pagara el precio de
la redención. Después de redimirla, la ponía en uso
nuevamente.
Eso hace la redención. Es una obra especial que solo Dios
puede hacer. Yo no puedo redimirte de tus pecados; ni
siquiera puedo redimirme a mí mismo. La redención es una
obra especial del Señor, y todo lo que hace en nuestra vida
gira en torno a ella: en volvernos útiles para Él.
Los milagros de la Biblia tienen una naturaleza redentora.
Los que Dios hizo en Egipto redimieron a los israelitas de la
esclavitud y los guiaron a un lugar en el que serían útiles
para Él: la tierra de la promesa. Todos los milagros de Jesús
en los Evangelios (la transformación del agua en vino, las
sanidades y las alimentaciones) tenían el propósito de
impresionar a las personas con verdades que transformarían
sus corazones y redimirían sus vidas.
El milagro de la resurrección fue, evidentemente, el mejor
exponente de todos por ser el suceso sobrenatural que hizo
posible nuestra salvación del pecado y de la muerte. En la
crucifixión y resurrección, Dios pagó el precio de nuestra
redención. Volvió a comprarnos de la casa de empeño del
pecado y de la muerte, y restauró nuestra utilidad para Él.
En el Nuevo Testamento, se nos dice que todo lo relativo a la
vida de nuestro Señor Jesús se centraba en nuestra
redención. El apóstol Pablo escribió: «Porque conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin
embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que
vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos» (2
Co. 8:9, cursiva agregada). Notemos la frase «por amor a
vosotros». Expresa el amor redentor de nuestro Señor. Por
nosotros, dejó el cielo y se hizo pobre. Por nosotros, fue
golpeado y crucificado.
«Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para
que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co. 5:21,
cursiva agragada). Dios Padre hizo que Jesús, el Hijo sin
pecado, se volviera pecado en nuestro lugar para que
pudiéramos ser redimidos y vivir para Él. Jesús fue
crucificado y resucitó para que nosotros fuéramos libertados
del pecado. La Escritura nos dice que, en este preciso
instante, el Maestro está intercediendo por nosotros en el
cielo, y otra vez, ¡por amor a nosotros! Como leemos en
Hebreos, Jesús es «poderoso para salvar para siempre a los
que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive
perpetuamente para interceder por ellos» (7:25).
Observa que el salmista escribe: «Con tu brazo has redimido
a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José» (v. 15). No dijo
que Dios redimió a toda la raza humana. Los hijos de Dios
son los redimidos; los que no son hijos de Dios no son
redimidos. La redención no alcanza a cualquiera. Nunca
habrá nadie que la reciba sin saberlo o contra su voluntad.
La redención es para el pueblo de Dios, para los que
responden a su invitación y actúan de acuerdo a su Palabra.
La proclamación del amor redentor del Padre exige una
respuesta. El libro de Hebreos nos dice: «Y sin fe es
imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se
acerca a Dios crea que Él existe, y que es remunerador de
los que le buscan» (11:6). Podríamos decir: «Pero no sé si
Dios existe, no puedo encontrarlo. ¿Cómo puedo creer en Él
si no sé si es real o no?». La respuesta: «Acércate a Dios y Él
se acercará a ti». Es lo que siempre promete la Escritura. Si
con sinceridad y empeño lo buscas, lo encontrarás. Quienes
realmente desean encontrarlo lo hacen.
¿Estás respondiendo al llamado redentor de Dios para tu
vida o sigues sentado en el resentimiento esperando que Él
haga algo por ti sin tu colaboración? Con su brazo poderoso
redimió a su pueblo y lo sigue haciendo hoy. Te animo a que
lo busques, te acerques y respondas a su invitación para que
puedas decir con el salmista: «¿Qué dios hay grande como
nuestro Dios?» (v. 13).
LO QUE TEMES
El salmo comenzó con un clamor de duda y desesperación.
Pero el salmista encontró el rumbo hacia la fe y el triunfo.
Ahora, en las líneas finales, escribe:
Las aguas te vieron, oh Dios, te vieron las aguas y temieron,
los abismos también se estremecieron. Derramaron aguas
las nubes, tronaron los nubarrones, también tus saetas
centellearon por doquier. La voz de tu trueno estaba en el
torbellino, los relámpagos iluminaron al mundo, la tierra se
estremeció y tembló. En el mar estaba tu camino, y tus
sendas en las aguas inmensas, y no se conocieron tus
huellas. Como rebaño guiaste a tu pueblo por mano de
Moisésy de Aarón (vv. 16-20).
El salmista vuelve al evento fundamental de la historia de
Israel, cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto dividiendo el
Mar Rojo. ¿Qué verdades descubre Asaf en ese suceso?
En primer lugar, reconoce el control soberano de Dios sobre
toda circunstancia humana y sobre la naturaleza misma.
Observa que las aguas del mar vieron a Dios y temblaron de
miedo ante su poder. Es una poderosa imagen poética de
cómo las aguas respondieron a la omnipotencia de Dios.
Podemos imaginar el miedo de los israelitas cuando llegaron
a la ribera: los egipcios estaban atrás y el mar infranqueable
adelante. Parecía un callejón sin salida. Sin embargo, lo que
más aterrorizaba al pueblo escogido (el agua del mar), ¡le
temía a Dios! En la metáfora del salmista, el agua vio a Dios
y se estremeció y tembló de miedo.
El Creador le ordenó a Moisés que extendiera su vara. Moisés
obedeció y el mar se abrió en dos. Las aguas formaron
muros a ambos lados, sostenidas por la mano del Poderoso.
Los israelitas pasaron por el canal seco que se formó entre
las aguas. Tenían miedo del mar, pero este le temía a Dios.
Las aguas no se atrevieron a tocar a aquellos que Dios
protegía con su mano.
El Nuevo Testamento relata un hecho similar. En una ocasión,
Jesús estaba en el bote con sus discípulos en el Mar de
Galilea. Se formó una tormenta y las olas golpeaban el bote
con tal intensidad que empezó a llenarse de agua. Sin
embargo, Jesús estaba tan tranquilo en medio de la tormenta
que dormía en el fondo de la embarcación. Los discípulos,
temiendo morir en la tormenta, lo despertaron y le dijeron:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mr. 4:38).
Jesús se levantó y habló al viento y al mar, diciendo:
«¡Cálmate, sosiégate!» (v. 39). Al instante, el viento cesó y el
mar se calmó. Aunque los discípulos le temían al viento y al
mar, estos temían a Jesús aun más.
Es una lección que tú y yo tenemos que aprender para los
momentos de peligro y de miedo en nuestra vida: los
mismos poderes y fuerzas que nos atemorizan obedecen la
autoridad del Señor. Lo que temes le teme a Él.
POR LAS PROFUNDIDADES DEL MAR
Después, el salmista nos dice que las fuerzas de la
naturaleza son solo instrumentos en las manos del Padre.
Escribe:
Derramaron aguas las nubes, tronaron los nubarrones,
también tus saetas centellearon por doquier. La voz de tu
trueno estaba en el torbellino, los relámpagos iluminaron al
mundo, la tierra se estremeció y tembló (vv. 17-18).
Si alguna vez estuviste en medio de una tormenta eléctrica,
sabes qué está describiendo el salmista: el estruendo
pavoroso del trueno, los relámpagos que iluminan el cielo
como dardos en llamas y la tierra que responde temblando.
Todas estas fuerzas están bajo el dominio de Dios. Ningún
poder, ni natural ni humano, puede desatarse sin el permiso
del Todopoderoso. Es la gran verdad que refleja el salmista
cuando se retrotrae al cruce del Mar Rojo.
Vemos esta verdad ilustrada en las últimas horas antes de
que Jesús fuera a la cruz. Abandonado por sus amigos,
traicionado por Judas y negado por Pedro, el Maestro se
quedó solo y aparentemente indefenso ante Poncio Pilato, el
gobernador romano. Cuando este trató de interrogarlo, no
obtuvo respuesta alguna. Exasperado, Pilato le preguntó:
«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para
soltarte, y que tengo autoridad para crucificarte? Jesús
respondió: Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no te
hubiera sido dada de arriba; por eso el que me entregó a ti
tiene mayor pecado» (Jn. 19:10-11).
Cómo cambiaría nuestra vida si viviéramos esta gran verdad
con fe: Todas las fuerzas, los sistemas y las autoridades del
mundo están bajo el control del Señor. Todo el poder le
pertenece. Nada puede tocarnos sin el expreso
consentimiento del Creador mismo.
El salmista sigue diciendo:
En el mar estaba tu camino, y tus sendas en las aguas
inmensas, y no se conocieron tus huellas (v. 19).
Dios guió los pasos de los israelitas por las profundidades del
mar. El pueblo no sabía dónde estaba llevándolo el Señor,
pero Él había preparado el camino. Sabía lo que hacía.
Cuando el salmista medita en este milagro, descubre una
segunda verdad grandiosa: no poder comprender lo que Dios
está haciendo no significa que no esté obrando en nuestra
vida.
Es un concepto que a nuestra mente le cuesta mucho
aceptar. Somos seres impacientes y queremos que Dios nos
explique inmediatamente todos sus planes y propósitos. A
menos que el Padre nos conforte permanentemente, nos
preocupamos y entramos en pánico, tal como les sucedió a
los israelitas cuando llegaron a la ribera del Mar Rojo.
En Éxodo 14, leemos que los israelitas estaban acampando
en el desierto cerca del mar cuando vieron una nube de
polvo y escucharon el bramido de cascos de caballos y de
ruedas de carros. El ejército de Faraón los perseguía. El
pueblo clamó a Dios, y luego se aterrorizó y culpó a Moisés
del peligro. «¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que
nos sacaras a morir en el desierto? ¿Por qué nos has tratado
de esta manera, sacándonos de Egipto? ¿No es esto lo que
te hablamos en Egipto, diciendo: “Déjanos, para que
sirvamos a los egipcios”? Porque mejor nos hubiera sido
servir a los egipcios que morir en el desierto» (vv. 11-12).
Los israelitas perdieron la fe en Moisés y en Dios. Su líder
tuvo que animarlos: «No temáis; estad firmes y ved la
salvación que el Señor hará hoy por vosotros; porque los
egipcios a quienes habéis visto hoy, no los volveréis a ver
jamás» (v. 13).
Me resulta difícil criticar muy severamente a los israelitas. Si
hubiéramos estado en su lugar, ¿habríamos reaccionado de
otro modo? Cuando las cosas salen mal y no podemos ver la
solución a nuestros problemas, ¿no apretamos igual de
rápido el botón del pánico? En situaciones desesperadas, ¿no
sueles orar de esta manera?: «Señor, ¡no hay salida! ¡Estoy
atrapado! ¿Por qué no haces algo?». Confieso que he
clamado así muchas veces; y esa no es una oración de fe,
sino de pánico.
No podemos imaginar lo que Dios hará, pero sí
confiar en que, sea lo que sea, será lo mejor
para nosotros… ¡y que será asombroso!
Lo que el pueblo de Israel no comprendía ni podía imaginar
es que Dios había planeado desde el principio guiarlos por el
Mar Rojo. Su trayecto los llevaba a través del mar; era su
propósito conducirlos por las aguas poderosas. ¡El plan de
salvación divina ni siquiera se les ocurrió! Pero, aunque sus
huellas pasaran inadvertidas y su pueblo no pudiera
comprender el plan, el Señor sabía exactamente lo que
hacía. Ese plan, aunque inescrutable, era perfecto.
Todos debemos descansar en este principio cuando estamos
arrinconados contra la pared, cuando nuestros enemigos se
acercan o cuando los obstáculos en nuestra vida parecen
infranqueables; cuando la esperanza se desvanece rápido y
no hay salida del desastre total. Necesitamos poner nuestra
confianza en Él, creyendo que tiene un plan que, aunque sea
inescrutable, es perfecto. No podemos imaginar lo que Dios
hará, pero sí confiar en que, sea lo que sea, será lo mejor
para nosotros… ¡y que será asombroso!
UNA EXPERIENCIA EN EL MAR ROJO
El Salmo 77 comenzó con una nota desconsolada de crisis y
desesperación. Al principio, Asaf escribió:
Me acuerdo de Dios, y me siento turbado; me lamento, y mi
espíritu desmaya. Has mantenido abiertos mis párpados;
estoy tan turbado que no puedo hablar (vv. 3-4).
Gemía, su espíritu estaba abatido y se sentía demasiado
deprimido y ansioso como para dormir, y aun hasta para
hablar. Lo obsesionaban preguntas sobre Dios que no podía
contestar:
¿Rechazará el Señor para siempre, y no mostrará más su
favor? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Ha
terminado para siempre su promesa? ¿Ha olvidado Dios
tener piedad, o ha retirado con su ira su compasión? (vv. 7-
9).
El salmista vio sus circunstancias desesperadas, hizo un
balance de su ansiedad y depresión, y llegó a la conclusión
de que Dios no estaba haciendonada. Se dijo a sí mismo:
«Estoy en serios problemas y el Señor está callado y
ausente. No hará nada por mí».
Pero, en los versículos finales, el autor llega a una conclusión
diferente. ¿Por qué? Porque recuerda una experiencia
paralela en la historia de Israel, una oportunidad en que, por
un instante, parecía que Dios no hacía nada. El pueblo
escogido se encontraba atrapado entre el ejército de Faraón
y las aguas del Mar Rojo. No había salida de esa situación
mortal y el Señor parecía estar ausente. No se percibían sus
huellas. Sin embargo, el Padre tenía un plan que los guiaba
por el mar, un sendero invisible a través de aguas
poderosas. Los rescató de una muerte certera y los llevó
hasta la seguridad de la otra orilla.
¿Puedes identificarte con el salmista y los antiguos
israelitas? ¿Alguna vez te encontraste en una situación tan
desesperada que no podías ver la salida, y orabas y orabas,
pero Dios parecía ausente, hasta que te dio una respuesta
donde menos la esperabas? Creo que la mayoría de los
cristianos, en alguna oportunidad u otra, han vivido esta
experiencia.
Annie Johnson Flint nació en 1866. Ella y su hermana
quedaron huérfanas de muy pequeñas y fueron criadas por
padres adoptivos cristianos que las guiaron a aceptar a
Jesucristo como Salvador y Señor. Cuando Annie era
adolescente, ambos padres adoptivos murieron, y ella y su
hermana quedaron solas de nuevo. Solo dos años después
de terminar la escuela secundaria, le diagnosticaron una
artritis dolorosa y deformante. Poco después de cumplir 20,
la enfermedad estaba tan avanzada que ya casi no podía
caminar.
Annie se sostenía escribiendo poesías edificantes. Sus
magros ingresos casi no alcanzaban para cubrir sus
necesidades básicas; mucho menos para los medicamentos.
Algunos amigos le dijeron que sufría por falta de fe o por
pecados ocultos en su vida. Ella se preguntaba si esos
amigos tendrían razón. Después de semanas de oración y de
búsqueda en las Escrituras, llegó a la conclusión de que sus
problemas y aflicciones eran parte normal de la vida, aun
para los creyentes. A veces oramos y Dios nos saca de las
tribulaciones, pero otras veces, nos guía a través de ellas.
Una de las historias bíblicas que la consolaba mientras sufría
fue la de Dios cuando liberó a Israel de Egipto. Entendió que
la forma en que el Padre guió a su pueblo por las aguas
profundas del Mar Rojo era una metáfora de su propia vida.
El camino de Dios pasa por el mar; atraviesa el problema y la
prueba. Su plan no nos hace rodear la dificultad, sino que
nos introduce en sus profundidades. Quizá no puedas ver su
respuesta antes de que llegue; pero, cuando te responda, te
regocijarás y lo alabarás por la forma maravillosa en que te
libró.
EL PASTOR DE SU PUEBLO
La última verdad que descubrió el salmista es esta: El Señor
es el Pastor de su pueblo. Escribió: «Como rebaño guiaste a
tu pueblo por mano de Moisés y de Aarón» (v. 20).
No creo que exista una figura del lenguaje tan bella para
describir la relación de Dios con su pueblo como la del pastor
con su rebaño. El versículo final nos recuerda el comienzo
del Salmo 23: «El Señor es mi pastor, nada me faltará».
Como el Señor es nuestro Pastor, no nos falta nada. Nos guía
como su propio rebaño y nos provee de todo lo que
carecemos.
¿Qué le provee el Señor a sus ovejas? En primer lugar, le da
significado y propósito a nuestra vida. Un pastor siempre
tiene un objetivo en mente para el rebaño. Si guía las ovejas
a los pastos de la montaña, es porque quiere lograr algo en
ese lugar. Si las conduce a aguas tranquilas, tiene una razón
para hacerlo. Si las lleva en medio de los lobos, es porque las
quiere allí. Es el pastor el que determina el propósito.
… el Señor es nuestro Pastor, no nos falta nada.
Nos guía como su propio rebaño y nos provee
de todo lo que carecemos.
El sentimiento de valoración es un ingrediente esencial de la
vida. ¿Por qué hay actualmente muchas personas
deprimidas o que se suicidan? Sus vidas carecen de
significado y propósito. ¿Por qué los índices de abuso de
alcohol y de drogas crecen desmesuradamente, hasta entre
individuos adinerados y exitosos? No tienen razón para vivir.
Usan sustancias químicas para adormecer el dolor de su
existencia sin sentido.
Una vez, un hombre me pidió consejo. Dijo: «Tengo todo lo
que quiero, pero no quiero nada de lo que tengo». Padecía lo
que podría denominarse obsesión por los objetivos; es decir,
la obsesión de haber logrado todos los objetivos en la vida
solo para descubrir que ninguno de ellos le proporcionó paz
ni satisfacción.
Dios, nuestro Buen Pastor, le da sentido, propósito y razón a
nuestra vida; hace que valga la pena vivir.
En segundo lugar, el Pastor brinda amor; otra necesidad
desesperada de nuestra existencia. El Señor ama a sus
ovejas. Nos da todo lo que implica ese amor: cuidado,
protección y provisión. Como escribe el apóstol Pedro:
«Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene
cuidado de vosotros» (1 P. 5:7). Le importamos; Él se ocupa
de nuestras necesidades. Así es el corazón de un pastor.
Jesús dijo que era el Buen Pastor, y que lo que lo definía en
ese papel era su amor, que lo llevó a sacrificarse por las
ovejas:
Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las
ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no
es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las
ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Él huye
porque sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me
conocen, de igual manera que el Padre me conoce y yo
conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas (Jn. 10:11-15).
Nuestro Señor se describió como un Pastor amoroso que
reúne sus corderos en su regazo y guía las ovejas desviadas
y vacilantes de vuelta al camino correcto, siempre con
delicadeza y ternura, porque las ama. Esta es la esencia de
la relación de Dios con su pueblo.
Cuando sentimos que Dios nos ha abandonado o descuidado,
debemos recordar que Él es nuestro Pastor. Siempre estamos
bajo su cuidado protector, aun cuando no lo percibamos. El
Señor siempre pastorea a los suyos.
A esta conclusión llega el salmista. ¿Has llegado tú a la
misma conclusión? ¿Puedes confiar en Dios, hasta en
tiempos difíciles de duda y presión, de prueba y tentación?
¡Ten fe en Dios! Te guiará por aguas profundas y te llevará a
salvo a la otra orilla. Cuando estés allí, podrás decir con el
salmista: «Santo es, oh Dios, tu camino; ¿qué dios hay
grande como nuestro Dios?» (v. 13).
Ray Stedman (1917-1992), graduado del Seminario Teológico
de Dallas, fue pastor de la iglesia Peninsula Bible Church, en
Palo Alto, California, durante 40 años. Escribió más de 20
libros.
	Cover Page
	Capa
	Créditos
	Contenido
	En tiempos de duda (Salmo 77:1-13)
	A través de aguas profundas (Salmo 77:13-20)

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