Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Título del original: When God Isn’t Answering Your Prayer (Psalm 77) ISBN: 978-1-68043-511-5 Foto de portada: iStockphoto SPANISH Las citas de las Escrituras provienen de La Biblia de las Américas © 1986,1995,1997 por The Lockman Foundation. © 2012 Ministerios RBC. Todos los derechos reservados. La producción de libros electrónicos: S2 Books CONTENIDO Capa En tiempos de duda (Salmo 77:1-13) A través de aguas profundas (Salmo 77:13-20) CUANDO DIOS NO CONTESTA TUS ORACIONES (Salmo 77) ¿Es posible que nos hayan confundido haciéndonos creer que podemos resolver nuestros problemas orando? ¿Qué podría ser más importante que llamar con más fuerza a las puertas del cielo cuando Dios parece guardar silencio ante nuestras peticiones? En este extracto de Salmos: Canciones populares de la fe, Ray Stedman sugiere que orar quizá no sea lo que primero debemos hacer en las dificultades. Este pastor experimentado admite que clamar más tal vez no nos dé la paz mental ni las respuestas que buscamos. Entonces, ¿qué debemos hacer cuando no sabemos a quién más recurrir? Las siguientes páginas nos mostrarán cómo renovar nuestra fuerza cuando sentimos debilidad y miedo. Mart De Haan EN TIEMPOS DE DUDA (Salmo 77:1-13) Una vez, alguien dijo: «Sabes que tienes problemas de dudas cuando tu oración es más o menos así: “¡Oh Dios! (si hay un Dios), salva mi alma (si es que tengo alma), para que pueda ir al cielo cuando muera (en caso de que el cielo exista)”». Esta plegaria nos hace reír; pero, cuando son las tres de la mañana y no podemos dormir, la duda no es algo que cause gracia. Dudar provoca dolor e intranquilidad. Nos quita el gozo y la paz, y abre una brecha en nuestra relación con Dios. A veces, la duda proviene de nuestras emociones. Cuando el doctor dice: «Es cáncer», cuando perdemos a un ser amado o cuando nos rompen el corazón, solemos preguntarle a Dios: «¿Por qué? ¡Podrías haber evitado que sucediera, pero no lo has hecho! Si eres todopoderoso y todo amor, ¿cómo permitiste que esto pasara?». En esos momentos, podemos sentirnos decepcionados por nuestro Creador. Las dolorosas emociones desencadenarán un ataque de dudas. En otras ocasiones, la duda es causada por el cuestionamiento intelectual. El maestro bíblico G. Campbell Morgan (1863-1945) dio su primer sermón a los trece años. Aunque no tenía capacitación formal, era sumamente devoto del estudio de la Palabra. Aun de adolescente, era muy buscado como maestro bíblico. Pero a los 19 años, experimentó una crisis de fe que casi lo sacó del ministerio. A veces, la duda proviene de nuestras emociones. Morgan había empezado a leer los trabajos de varios científicos y agnósticos, como Thomas Huxley y Herbert Spencer, y algunos de sus argumentos contra la existencia de Dios comenzaron a cobrar sentido para él. Cuando se profundizaron sus dudas, canceló todos sus compromisos para predicar y se encerró en una habitación con su Biblia. Durante varios días, lo único que hizo fue leer la Escritura de principio a fin. Pensó: «Si la Biblia es la Palabra de Dios y si me acerco a ella con una mente abierta, será todo lo que necesite para darle seguridad a mi alma». Días más tarde, salió de su encierro y anunció: «¡La Biblia me encontró!». Recuperó su ministerio como predicador, convencido de que Dios era una realidad en su vida y de que podía confiar en su Palabra. Quienes lo escucharon predicar dijeron que hablaba con una nueva autoridad y convicción. El Salmo 77 se escribió para personas que luchan contra las dudas. Es la historia de un hombre que casi termina desesperado porque Dios parecía negarse a responderle. Este salmo muestra cómo nosotros, los creyentes (y, a veces, también los incrédulos), podemos pasar de la desesperación a una fe permanente en el Señor. PROBLEMAS QUE ANGUSTIAN; DUDAS QUE CONFUNDEN El salmo 77 comienza con un clamor de dolor. El salmista Asaf escribe: Mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré; mi voz se eleva a Dios, y Él me oirá. En el día de mi angustia busqué al Señor; en la noche mi mano se extendía sin cansarse; mi alma rehusaba ser consolada. Me acuerdo de Dios, y me siento turbado; me lamento, y mi espíritu desmaya (vv. 1-3). Asaf no cuenta en qué consiste su aflicción. Tal vez era una pérdida terrible en su vida, una enfermedad terminal, la rebeldía de un hijo o la traición de un amigo. Desconocemos la fuente de su angustia, pero sabemos que sus emociones están hechas trizas. Clamó a Dios y su espíritu se marchitó. Se siente vencido por la tristeza y la desilusión. Aunque trata de poner la mira en la bondad del Señor, su alma se rehúsa a recibir consuelo. No puede apartar su mente del dolor. El escritor continúa diciendo: «Has mantenido abiertos mis párpados; estoy tan turbado que no puedo hablar» (v. 4). Trata de dormir, pero no consigue cerrar los ojos. Sus emociones están tan perturbadas que ni siquiera puede describirles su problema a otros. El salmista Asaf está hablando de la aflicción humana en toda su esencia. No se guarda nada, sino que describe con precisión cómo se siente. A veces, a los creyentes no nos gusta admitir que las aflicciones y las dudas tan profundas son un componente más de la experiencia cristiana, ¡pero es así! Las dudas forman parte de la vida del cristiano común. Parte de nuestro crecimiento y de nuestra madurez como creyentes consiste en aprender a perseverar a pesar de las dudas, para que Dios pueda producir una fe inquebrantable. Muchos cristianos piensan: «Ahora que soy creyente, mi fe enfrentará cualquier problema, cualquier duda». Pero el libro de Salmos prueba lo contrario. La vida está llena de problemas y de dudas, y nadie lo comprendió mejor que Jesús mismo. Pensemos en su agonía en el huerto de Getsemaní. Allí lo vemos perplejo y atribulado por lo que le aguarda. Clama al Padre, diciendo en realidad: «No comprendo lo que sucede. Si es posible, pasa de mi este espanto, esta horrible copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (ver Lc. 22:42). Más tarde, en la cruz, queda solo preguntándose: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27:46). Si el Salvador enfrentó esa intensa lucha interior en relación a la voluntad del Padre para su vida, es capaz de comprender cuán desconcertados podemos sentirnos a menudo. En 2 Corintios 4:8, el apóstol Pablo dice que uno puede estar afligido y perplejo; por lo tanto, no deberíamos sentirnos inmaduros espiritualmente si enfrentamos luchas similares en nuestra vida. En realidad, es superficial y poco realista imaginar que se puede vivir la vida cristiana sin pruebas de dolor ni dudas. La historia de los hijos de Dios es un extenso registro de tragedias, catástrofes, problemas, dolores y, efectivamente, dudas. Pero gracias a Dios, ¡este no es el final de la historia! El salmista describe dos cosas que hace en respuesta a las pruebas de dolor y dudas: ora al Señor y medita en Él. Resulta claro que Asaf no es un novato en la fe. Sabe cómo acercarse al Creador en momentos de aflicción y usa esos acercamientos de oración y meditación. Sin embargo, su dolor no disminuye. En realidad, la pena de su aflicción se acrecienta porque Dios aparentemente no responde sus oraciones. Ya es muy difícil soportar la angustia, pero lo que realmente nos inquieta es la posibilidad de que nuestra fe sea devastada por la presión. Si eso sucede, no solo perderemos esta batalla, sino que las perderemos todas, porque la fe en Dios es lo que hace que valga la pena vivir. Cuando sufrimos, somos tentados a dejar de creer. Esa es la tentación que enfrenta el salmista. Lo intentó con la oración, pero parece que eso no funcionó. Probó meditando en la Palabra de Dios, pero eso también lo dejó vacío. ¿Por qué? Porque lo que hizo fue confiar en las técnicas de la oración y la meditación; y sus problemas no podían solucionarse con meras técnicas. UNA CONCLUSIÓN INQUIETANTE Este salmo desenmascara los consejos simplistasy superficiales que a veces los creyentes nos damos en tiempos de pruebas y desánimo. Vemos a alguien con el corazón destruido y, ¿qué le decimos?: «Ora por eso y medita en la Palabra». No digo que este consejo esté mal, sino que es inútil por sí solo. La oración (como veremos más adelante en el salmo) no es lo primero que tienes que hacer cuando enfrentas problemas. ¿Te sorprende? ¿Incluso te parece una blasfemia? Sin embargo, el Salmo 77 nos asegura que es así. Cuando tenemos aflicciones, debemos hacer algo antes de orar; pero ¿qué? El problema que expresa el salmista es común: pensaba que la oración resolvería sus problemas. Usaba la oración como técnica de resolución de conflictos, pero esta nunca tuvo ese objetivo. El propósito de Dios es que la oración sea un instrumento de intimidad entre Él y nosotros. Cometemos un serio error cuando la reducimos a una técnica. Si le aconsejamos a un amigo cristiano afligido que «ore por eso», y la persona ya oró y Dios no le respondió, no lo ayudamos de ninguna manera. Esa persona terminará más desanimada y abatida, e incluso más tentada a abandonar la fe cristiana, porque pensará: «La fe no funciona; Dios no me responde». No basta simplemente con «lograr salir del paso» cuando tenemos dudas. Son situaciones que el Señor puede usar para ayudar a fortalecernos en Él. Permite esas experiencias dolorosas en nuestra vida porque procura enseñarnos algo. Si no encontramos la solución de Dios para esa prueba de duda, nuestra fe tal vez no sobreviva. El autor del Salmo 77 se acerca peligrosamente a ese punto de derrumbe de su propia fe. Con la esperanza desesperada de apuntalar su confianza, intenta un método que probablemente le había sugerido un amigo o un consejero bien intencionado. Reflexiona en el pasado: He pensado en los días pasados, en los años antiguos. De noche me acordaré de mi canción; en mi corazón meditaré; y mi espíritu inquiere (vv. 5-6). En otras palabras: «Busco respuestas; por eso, medito en el pasado. Recuerdo cuando tenía problemas en la noche y no podía dormir, pero Dios ponía una canción en mi corazón. Medito, y mi espíritu hace preguntas y considera tiempos anteriores». El salmista recuerda las bendiciones pasadas y la bondad de Dios. Recuerda las canciones y los salmos que el Padre le dio para cantar anteriormente, en noches de dolor y aflicción. ¿Le ayuda retrotraerse al pasado? No. Aun al recordar los días de antaño y las canciones nocturnas, su espíritu insiste en indagar, cuestionar y dudar. En realidad, las dudas siguen atacándolo desde todas las direcciones. De una forma u otra, todas giran en torno a la misma pregunta: «¿Por qué Dios no me responde?». Este interrogante lo arrastra a las profundidades de la desesperación en los próximos versículos: ¿Rechazará el Señor para siempre, y no mostrará más su favor? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Ha terminado para siempre su promesa? ¿Ha olvidado Dios tener piedad, o ha retirado con su ira su compasión? (Selah) (vv. 7-9). Son preguntas lógicas: «Si Dios me bendijo en el pasado, ¿por qué no me bendice hoy? ¿Por qué parece que fui olvidado y abandonado? ¿Su misericordia terminó? ¿Está enojado conmigo?». Finalmente, el salmista manifiesta la terrible conclusión a la que llegó. Es una conclusión honesta y, a la vez, dolorosa. La Biblia de las Américas brinda una interpretación del v. 10 más clara que la versión Reina-Valera: «Entonces dije: Este es mi dolor: que la diestra del Altísimo ha cambiado». En otras palabras; «Analicé mi situación. Oré toda la noche. Antes, Dios me respondía, pero esta vez, no me ofreció ninguna ayuda. Examiné mi corazón y no puedo responder estas preguntas. Hay una sola conclusión a la que puedo llegar: en el pasado estaba equivocado sobre Dios. Pensaba que era inmutable, que siempre respondería cuando acudiera a Él, pero no lo ha hecho. Me veo obligado a concluir que el Señor ha cambiado. No se puede confiar en Él, y esta es la peor conclusión de todas». Este hombre se enfrenta a la pérdida de su fe. Ve esta posibilidad como la tragedia que realmente es. Todo aquello en lo que alguna vez descansó, todo lo que lo consoló, ahora se desmorona. ¿Qué puede hacer? ¿Cómo puede librarse de esta crisis de fe? EL PENSAMIENTO IMPENSABLE El Salmo 77 toma un giro inesperado en el v. 11. Asaf escribe: Me acordaré de las obras del SEÑOR; ciertamente me acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu obra, y reflexionaré en tus hechos (vv. 11-12). El salmista se replanteó seriamente su crisis de fe. Expresa una nueva sensación de confianza y paz, y se la manifiesta a Dios en oración. ¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha sucedido entre el v. 10 y el 11, que llevó al salmista de la duda a la fe? Solo esto: ¡De pronto, se dio cuenta de adónde estaban llevándolo sus pensamientos! El salmista estaba al borde de la incredulidad. Había llegado a la conclusión de que el Señor puede cambiar; y el paso siguiente de su argumentación sería creer algo horrible, algo impensable: Dios no es realmente Dios. Después de todo, si Dios puede cambiar, no es más que un ser igual a un hombre con poderes divinos. La firmeza y el carácter inmutables del Señor son esenciales para que el salmista comprenda quién es el Creador. Si Dios puede cambiar, si puede dejar de amar y de ser justo, no es verdaderamente Dios. Este es el umbral en el que Asaf se detiene en el v. 10. Un paso más, y traspasará el límite para caer en un abismo de incredulidad. Al ver dónde lo lleva su argumentación, retrocede del borde. En el v. 11, lo vemos caminando en una dirección completamente diferente. El salmista comprendió que una de las verdades más fundamentales de la Escritura es que Dios no puede cambiar. En su carta del Nuevo Testamento, el apóstol Santiago expone que Dios es el «… Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación» (1:17). Es absolutamente confiable; alguien con quien se puede contar. Su amor por nosotros nunca cambia, como así tampoco su misericordia. Estas verdades son esenciales en el concepto bíblico de Dios. Es importante comprender que las dudas del salmista no tienen una respuesta inmediata. Su decisión de creer en el Padre no fue emocional ni intelectual, sino una determinación que surgió puramente de su voluntad. Optó voluntariamente por alejarse del umbral de la incredulidad, y esa decisión lo salvó. Es muy bueno que hagas esto cuando luches contra las dudas. Mira el final del camino que estás recorriendo. Observa adónde están llevándote tus pasos. Probablemente, te horrorice ver el rumbo del camino, pero esta cruda mirada te obligará a proceder con cuidado. Lo que está en juego aquí no es nada más ni nada menos que tu filosofía fundamental sobre Dios y su significado. La conclusión a la que llegues afectará cada aspecto de tu vida. Entonces, considéralo bien, con honestidad y crudamente. No temas enfrentar tus dudas de lleno. La Biblia es verdad, Dios está vivo y la fe cristiana es lo suficientemente fuerte como para soportar tu honesta indagación. Si examinas la Escritura, creo que llegarás a la misma conclusión del apóstol Pedro. En Juan 6, Jesús estableció algunos requisitos para sus discípulos. En ese momento, muchos dieron la vuelta y lo abandonaron. Cuando vio las multitudes que lo dejaban, se volvió a los Doce y les dijo: «… ¿Acaso queréis vosotros iros también? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn. 6:67-68). En cierto sentido, estaba diciendo: «Señor, lo que dijiste perturba, y nos resulta difícil comprenderlo todo. Justo cuando creemos que llegamos a entenderte, haces una declaración que nos conmociona y desconcierta. Pero examinamos las alternativas y nos preguntamos: “¿Quién más dice la verdad como tú? ¿A qué otro lugar podemos ir?”. Decidimos seguirte porque tienes las palabras que nos llevan a la vida eterna». Lo mismo sucedió con el salmista.Sus dudas despertaron pensamientos inimaginables. Se detuvo en el umbral de la incredulidad y observó el abismo; luego, con su mente y voluntad, decidió continuar creyendo que Dios es Dios. DÓNDE EMPEZAR ¿Qué pasó con las dudas no resueltas de Asaf? No podemos vivir la vida en un estado de tensión entre la fe y la duda. A fin de cuentas, tenemos que inclinarnos hacia un lado u otro. Cuando dudamos, tenemos que actuar para solucionar esas incógnitas. Si no logramos resolver los cuestionamientos sobre nuestra fe, si tratamos de vivir en un estado de duda sin respuesta, esos cuestionamientos nos arrastrarán hasta arrojarnos finalmente al abismo de la incredulidad y convertirnos en enemigos de la fe. ¿Cómo evitó esto el salmista? Comenzó pensando en Dios. Volvamos a leer estos dos versículos: Me acordaré de las obras del SEÑOR; ciertamente me acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu obra, y reflexionaré en tus hechos (vv. 11-12). Notemos que Asaf empieza diciendo: «Me acordaré». Estas palabras nos muestran que tomó la decisión de actuar. Eligió dejar de ser la víctima de sus sentimientos. Ahora entran en escena la mente y la voluntad. El corazón le entrega el control de la vida a la mente. Cuando toma esta decisión, el salmista deja de centrarse en sí mismo y en sus circunstancias, y comienza a enfocarse en el Todopoderoso. Enfócate en el Creador antes de centrar la oración en tus peticiones, tus heridas, tus necesidades y tus sentimientos. Recordarás que, antes (en la pág. 6), dije que la oración no es lo primero que debemos hacer al enfrentar un problema. ¿Te sorprendió? Estoy seguro de que te preguntarás qué debes hacer antes de orar. Ahora te respondo: antes de orar, medita en Dios. Antes de clamar, asegúrate de comprender quién es el Padre. Enfócate en el Creador antes de centrar la oración en tus peticiones, tus heridas, tus necesidades y tus sentimientos. Tenemos la tendencia a suplicar primero y, luego, meditar (si es que meditamos). Cuando no meditamos primero, oramos por nuestros problemas, nuestros sufrimientos, nuestra ansiedad y nuestras preocupaciones. Si pedimos antes de meditar, nos situamos en el centro de la oración: «¡Tengo problemas! ¡Estoy angustiado! ¡Estoy deprimido! ¡Oh, Dios! Te necesito para que me rescates». Tenemos que aprender a poner a Dios en el centro de la oración. Necesitamos meditar en las Escrituras que nos hablan del Padre. Debemos meditar en la naturaleza del Creador, su persona, su prodigio, su actividad en la historia humana y en nuestra propia vida. Después, al orar, podemos centrarnos en Él en lugar de hacerlo en nosotros mismos. «Dios, eres el Señor de mi vida y de mis problemas. Eres santo, misericordioso e inmutable, y puedo confiar en ti. Eres todo lo que quiero y todo lo que necesito en la vida». ¿Te das cuenta de que meditar en Dios cambia completamente la forma de orar? ¿Ves cómo aleja nuestro centro de atención de nosotros mismos, de nuestros problemas y de nuestros sentimientos? ¿Notas cómo hace que nos centremos en lo que Dios es, en cómo es y en lo que puede hacer? ¿Percibes que meditar en el Todopoderoso nos saca de nuestras argumentaciones naturales y nos eleva a un pensamiento espiritual? Quizá ahora comiences a entender de qué se trata el Salmo 77. El salmista mpieza describiendo el punto de vista natural de sus problemas. Ora con una mente natural y centrada en sí misma. Comienza pensando: «¡Mira lo afligido que estoy! ¡Mira cómo me lamento y no pasa nada!». Cuando el yo ocupa el centro, el corazón asume el control y los sentimientos gobiernan la mente. Pero en el v. 11, cuando cambia la perspectiva del salmista, también cambia su oración. En lugar de centrarse en su propio dolor y en la autocompasión, se enfoca completamente en Dios. Esta explicación contiene una percepción psicológica nueva y profunda. El Salmo 77 comienza con un hombre esclavo de sus emociones. Su ansiedad y desesperación distorsionan la forma de ver los problemas y a Dios. Sus emociones prácticamente lo llevaron al umbral de la aniquilación total de la fe. Cuando se corre del centro de los ruegos y en su lugar coloca al Señor, cambia su perspectiva. Tú y yo somos seres limitados. Si empezamos orando por nosotros, por nuestros problemas y por nuestros sentimientos, estamos arrancando con una visión limitada. Cuando comenzamos con Dios, la idea inicial es que Él no conoce límites. Es el Creador del universo, el Autor de la vida. Todo el conocimiento y toda la verdad son suyos. Al centrarnos en Él y no en nosotros, nos deshacemos de toda limitación en la forma de pensar y de orar. Todo es posible si empiezas con Dios. ¿QUÉ SIGNIFICA EL SILENCIO DE DIOS? Antes de terminar con esta sección del Salmo 77, tenemos que responder otra pregunta: «¿Por qué Dios fue tan insensible a los lamentos del salmista? ¿Por qué guardó silencio?». Es una pregunta que solemos hacernos. En cierto sentido, la respuesta es evidente y quizá ofensiva: Dios guarda silencio porque prefiere hacerlo. Ese silencio es intencional. No nos gusta pensar que Dios deliberadamente ignora nuestras súplicas de ayuda; en especial, en tiempos de sufrimiento físico, emocional o espiritual. Sabemos que el Señor es amoroso y misericordioso, y parece una violación de su naturaleza que nos trate con el silencio, justo cuando más lo necesitamos. Entonces, ¿por qué intencionalmente permite que el salmista atraviese semejante tiempo de prueba, duda y desesperación? Hay una sola respuesta: Dios quiere que Asaf profundice su fe. Este tiempo de prueba y de duda es parte del proceso que desarrolla nuestra fortaleza y sabiduría espiritual. Aquí reside un principio espiritual innegable: si Dios respondiera al instante todos nuestros pedidos de auxilio, seguiríamos siendo inmaduros. Invariablemente, nos dominarían los sentimientos y los estados de ánimo. Nuestras oraciones siempre serían egocéntricas en vez de cristocéntricas. Nuestras perspectivas serían constantemente naturales y no espirituales. … tiempo de prueba y de duda es parte del proceso que desarrolla nuestra fortaleza y sabiduría espiritual. Una característica definitiva de madurez en la vida cristiana es que la persona ya no está controlada por las circunstancias, las emociones ni los estados de ánimo. Es verdad, los creyentes todavía tienen sentimientos, pero estos ya no dirigen sus vidas ni gobiernan su relación con Dios. Sus experiencias ya no son una vuelta en la montaña rusa de los vaivenes emocionales, de subidas vertiginosas y descensos agobiantes. Son estables y fuertes en su fe, independientemente de las circunstancias, como lo fue nuestro Señor Jesús. Nunca alcanzaríamos ese nivel de madurez espiritual si Dios siempre nos respondiera en el instante en que lo llamamos. Nunca desarrollaremos la fe y el carácter cristianos si nuestra confianza en el Señor depende de los estados de ánimo, de las emociones y de las circunstancias. Entonces, a veces, Dios deliberadamente se esconde para que sigamos transformándonos a la imagen de Cristo. Si estás atravesando una prueba y el Señor guarda silencio, quiero que sepas que está allí contigo, sufriendo y llorando a tu lado. Pero también está ayudándote a formar tu carácter y tu fe. A través de esta dolorosa experiencia, estás aprendiendo lecciones que nunca podrías aprender de otra forma. Quizá parezca que Dios está mudo en este preciso momento, pero se encuentra junto a ti de una manera más profunda de lo que hayas conocido jamás. Está llevándote a una experiencia de fe más rica, más gratificante y más emocionante de lo que podrías imaginar. La prueba pasajera que estás pasando tiene como propósito desarrollar en ti un carácter cristiano, un alma inconmovible y un espíritu creyente. Pronto podrás regocijarte con el salmista y decir: «Me acordaré de las obras del Señor». Dios te da su Palabra. A TRAVÉS DE AGUAS PROFUNDAS (Salmo 77:13-20) Si existeun momento que definió a Israel como una nación bendecida por Dios, es cuando el Señor liberó a su pueblo del cautiverio de Egipto. Este evento del Antiguo Testamento estableció la identidad nacional de Israel para siempre. El libro de los Salmos se refiere continuamente al momento cuando Dios castigó a Egipto con plagas y, luego, milagrosamente, abrió el Mar Rojo y puso a sus hijos a salvo del ejército egipcio. Dios los alimentó en el desierto y marchó delante de ellos en una columna de fuego durante la noche y en una nube durante el día. Miles de personas fueron testigos de estos milagros; entre ellos, los habitantes de otras naciones. Todo el mundo antiguo conocía bien los detalles de estos hechos. Cuando el pueblo escogido llegó a la ribera del Jordán y estaba a punto de entrar en la tierra prometida, descubrió que esa información se había difundido antes de que llegaran. Sus enemigos ya les temían, y eso había preparado el camino para que Israel conquistara la tierra. Los gentiles habían escuchado las historias de las plagas de Egipto y de la división del Mar Rojo, y esos pueblos no podían negar que Israel servía a un poderoso Dios. Estos son los eventos que Asaf tenía en mente cuando escribió: Me acordaré de las obras del Señor; ciertamente me acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu obra, y reflexionaré en tus hechos (vv. 11-12). Como cristianos, la historia del Nuevo Testamento nos proporciona una herencia similar donde reflejarnos. Podemos recordar los hechos poderosos del Señor Jesús y sus milagros de antaño. Podemos meditar en sus obras de enseñanza, sanidad y resurrección de muertos como así también en su obra al morir en la cruz y levantarse de la tumba. Estos eventos son hechos históricos. El apóstol Pablo testificó de esta misma herencia histórica ante el rey Agripa, cuando relató la muerte y la resurrección de Jesús: «… Porque estoy persuadido de que él [el rey] no ignora nada de esto; pues esto no se ha hecho en secreto» (Hch. 26:26). En otras palabras, el hecho histórico de la muerte y la resurrección de Jesús fue un evento claramente confirmado, ya que sucedió frente a muchos testigos. El Señor que se levantó de los muertos no se apareció a una o a dos personas, sino a docenas, y a más de 500 en una ocasión. Cuando leemos las palabras del salmista: «Me acordaré de las obras del Señor», podemos decir: «¡Sí! ¡Amén! ¡Dios hizo grandes cosas! ¡Sacó a Israel de Egipto, lo guió a través de las profundidades del Mar Rojo, y condujo al Señor Jesús por la oscuridad de la muerte misma y lo levantó para vivir y reinar para siempre!». Dios obró en la historia; esto es un hecho. Los relatos de Cristo no son un mito. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, fue crucificado y resucitó. La Biblia se basa en la historia. La Iglesia nunca podría haber sobrevivido a esos primeros años de persecución si no fuera porque muchos presenciaron la resurrección de Jesús. Los primeros cristianos nunca habrían soportado una persecución tan encarnizada y sangrienta por una mentira. La resurrección es un hecho central de la historia humana. Por eso, podemos decir junto con Asaf: «Me acordaré de las obras del Señor». LA GRANDEZA DE DIOS El salmista ilustró el valor de recordar en el presente lo que Dios hizo en el pasado. Continúa diciéndonos lo que ocurrirá si meditamos en quién es nuestro Padre y en lo que hizo: Santo es, oh Dios, tu camino; ¿qué dios hay grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas, has hecho conocer tu poder entre los pueblos. Con tu brazo has redimido a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José (vv. 13- 15). Como vimos en la primera parte del salmo, el autor había atravesado un período de dudas que lo llevó al umbral de la incredulidad. Sin embargo, después, llegó a una conclusión sobre Dios que estos versículos expresan de una manera maravillosa. Esa conclusión es que el Señor es santo y grandioso. Nuestra fe permanecerá firme mientras estemos convencidos de dos verdades importantísimas que el salmista expresa aquí: Dios es santo y Dios es grandioso. A Asaf lo invade cierto temor por la perfección moral y la majestuosidad absoluta del Creador. A los seres humanos nos gusta aplaudir nuestra propia grandeza. Pensamos que somos seres poderosos debido a horrores tecnológicos como la bomba de hidrógeno. Este dispositivo, que libera energía por la fusión de los núcleos de átomos de hidrógeno, es capaz de destruir una ciudad de varios millones de personas con un solo chispazo. Pero ¿puede compararse la fuerza de todo un arsenal de estas bombas con el poder de Dios? Nuestro Sol funciona con el mismo principio que la bomba de hidrógeno: genera energía por la fusión de los núcleos de átomos de hidrógeno. Sin embargo, ¿sabías que el astro libera el equivalente a 100 mil millones de bombas de hidrógeno por segundo? Es más, el Sol, que supera unas 300.000 veces el tamaño de la Tierra, ¡es solo una de las 100 mil millones de estrellas de la Vía Láctea, que también es solo una de las 100 mil millones de galaxias del universo conocido! En otras palabras, ¡en una pequeñísima fracción de segundo, el universo de Dios libera múltiples billones de veces la cantidad de energía del invento más poderoso de los seres humanos! La próxima vez que oigas que alguien alardea de la grandeza humana, ¡recuérdale la grandeza del Dios que pudo crear un universo como el nuestro! Eso nos ayuda a mantener las cosas en la perspectiva correcta. LA REALIDAD DE LOS MILAGROS El salmista escribe: «Tú eres el Dios que hace maravillas, has hecho conocer tu poder entre los pueblos» (v. 14). Fue una declaración difícil de comprender cuando se escribió, miles de años antes del nacimiento de Jesús, y todavía lo sigue siendo. Los milagros divinos revelan un poder que sobrepasa la comprensión humana. Sé que muchas personas en la actualidad considerarían que es superstición creer en milagros. Pero estos eventos a los que llamamos milagros convencieron a hombres y a mujeres de fe durante todo el tiempo que Dios ha obrado. Precisamente porque son sobrenaturales, la gente los considera una prueba convincente de la realidad de Dios. Tomemos, por ejemplo, el cruce del Mar Rojo. Es un acontecimiento sorprendente que determinó el curso de la historia. Muchas naciones existen en la actualidad como resultado de aquel hecho sobrenatural. Las aguas se retiraron para que los israelitas pudieran cruzar el fondo del mar en seco; pero, cuando los egipcios los siguieron, las aguas les cayeron encima y se ahogaron. Los seres humanos nunca han podido hacer nada semejante. Es humanamente imposible. Las personas no pueden igualar esa hazaña; solo pueden menospreciarla. Como dijo un agnóstico: «Los milagros no pueden suceder, por lo tanto, los milagros no han sucedido». Algunos escépticos se las arreglan para argumentar en un círculo cerrado: «Dios no existe; por lo tanto, tampoco pueden existir los milagros. Como no hay milagros, no hay Dios». Esos argumentos no prueban nada. Los especialistas en lógica dicen que esa manera de pensar es «un razonamiento circular». Consiste en la falacia de basar una conclusión en una hipótesis sin comprobación. No puede decirse con lógica: «Los milagros no pueden suceder; por lo tanto, los milagros no han sucedido». Primero hay que probar que es imposible que los milagros sucedan. Si no puede comprobarse el supuesto, cualquier deducción que parta de ello tampoco está comprobada. Es sorprendente ver que personas que en otras áreas son inteligentes simplemente desprecian con un simple gesto que los milagros sucedan. Si consideramos que los eventos bíblicos son un registro de relatos de testigos oculares realizados por hombres y mujeres honestos y sinceros, la Biblia se convierte en una compilación de pruebas poderosas y convincentes de los milagros. Otra tontería de personas que por otro lado son inteligentes es que reservan todo suescepticismo y cinismo solo para la Biblia. Aceptan como confiables los informes de Suetonio, Filón, Justino Mártir, Tertuliano, Tácito, Eusebio, Herodoto, Xenofón, Polibio, Livio y Flavio Josefo, pero consideran los relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento muy sospechosos o totalmente falsos. ¿En qué basan esta distinción? Sencillamente, en que la Biblia registra milagros y en que «todos saben que los milagros no pueden suceder». Solo por prejuicio, muchos historiadores y estudiosos simplemente desestiman los milagros del Éxodo, los de los profetas y los de Jesús. Sin embargo, cuando estos eventos ocurrieron, hasta los testigos hostiles debieron admitir que fueron reales. Encontramos un ejemplo en Mateo 28. Después de la resurrección de Jesús, los guardias de la tumba corrieron a decirles a los jefes de los sacerdotes que la piedra había sido quitada de la entrada y que el cuerpo del Maestro no estaba. Los sacerdotes sobornaron a los guardias y les ordenaron que dijeran: «… Sus discípulos vinieron de noche y robaron el cuerpo mientras nosotros dormíamos» (v. 13). Entonces, los guardias se fueron e hicieron circular esta historia falsa. ¿Por qué los sacerdotes y los guardias tuvieron que inventar ese relato? ¡Porque la tumba vacía exigía una explicación! La ubicación del sepulcro no era ningún secreto. Cualquiera podía ir allí, mirar adentro y comprobar que Jesús no estaba. Cientos, quizá miles de personas, hicieron exactamente eso. No había dudas de que la tumba de Cristo estaba vacía. La única duda era por qué estaba así y qué significaba ese sepulcro sin un cuerpo. Para una mente imparcial, la explicación más razonable era que Jesús realmente estaba vivo de nuevo. El Señor del salmista es un Dios que crea un universo de la nada, que libera a una nación de la esclavitud llevándola a través de las profundidades de un mar dividido. Este mismo Dios abrió una tumba sellada y volvió a soplar vida en el cuerpo muerto de nuestro Señor crucificado. Es un Dios que muestra su magnífico poder entre las naciones. EL DIOS DE LA REDENCIÓN Después, Asaf hace una profunda observación sobre las acciones del Creador. Esos hechos no son meramente grandiosos, sino que también son redentores. Dios hizo obras maravillosas que salvaron a su pueblo y le devolvieron el papel central en su plan eterno. El salmista escribe: «Con tu brazo has redimido a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José» (v. 15). El escritor siempre colocó la palabra Selah en los puntos cruciales del salmo. Este término significa: «Detente a pensar. Haz una pausa y reflexiona en el significado». Entonces, ¿qué quiere decir con: «… Has redimido a tu pueblo»? La palabra «redimir» significa restaurar la utilidad de algo que había quedado obsoleto. Voy a darte un ejemplo práctico. Cuando era seminarista, durante tres años hice prácticas durante el verano en dos iglesias diferentes en Pasadena. Cada primavera, llegaba al lugar con los bolsillos vacíos, sin nada para mantenerme hasta que llegara mi primer salario. ¿Cómo subsistía? Tomaba el objeto más valioso que tenía (mi máquina de escribir) y la entregaba en la casa de empeño. El dinero que me daba el prestamista apenas alcanzaba para pasar las dos semanas siguientes. Cuando llegaba mi salario, me apresuraba para ir a la casa de empeño a redimir mi máquina. Mientras la máquina estaba en ese lugar, no se aprovechaba para nada. Yo no la podía usar y el prestamista tampoco; era inútil para todos hasta que yo volviera y pagara el precio de la redención. Después de redimirla, la ponía en uso nuevamente. Eso hace la redención. Es una obra especial que solo Dios puede hacer. Yo no puedo redimirte de tus pecados; ni siquiera puedo redimirme a mí mismo. La redención es una obra especial del Señor, y todo lo que hace en nuestra vida gira en torno a ella: en volvernos útiles para Él. Los milagros de la Biblia tienen una naturaleza redentora. Los que Dios hizo en Egipto redimieron a los israelitas de la esclavitud y los guiaron a un lugar en el que serían útiles para Él: la tierra de la promesa. Todos los milagros de Jesús en los Evangelios (la transformación del agua en vino, las sanidades y las alimentaciones) tenían el propósito de impresionar a las personas con verdades que transformarían sus corazones y redimirían sus vidas. El milagro de la resurrección fue, evidentemente, el mejor exponente de todos por ser el suceso sobrenatural que hizo posible nuestra salvación del pecado y de la muerte. En la crucifixión y resurrección, Dios pagó el precio de nuestra redención. Volvió a comprarnos de la casa de empeño del pecado y de la muerte, y restauró nuestra utilidad para Él. En el Nuevo Testamento, se nos dice que todo lo relativo a la vida de nuestro Señor Jesús se centraba en nuestra redención. El apóstol Pablo escribió: «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos» (2 Co. 8:9, cursiva agregada). Notemos la frase «por amor a vosotros». Expresa el amor redentor de nuestro Señor. Por nosotros, dejó el cielo y se hizo pobre. Por nosotros, fue golpeado y crucificado. «Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co. 5:21, cursiva agragada). Dios Padre hizo que Jesús, el Hijo sin pecado, se volviera pecado en nuestro lugar para que pudiéramos ser redimidos y vivir para Él. Jesús fue crucificado y resucitó para que nosotros fuéramos libertados del pecado. La Escritura nos dice que, en este preciso instante, el Maestro está intercediendo por nosotros en el cielo, y otra vez, ¡por amor a nosotros! Como leemos en Hebreos, Jesús es «poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos» (7:25). Observa que el salmista escribe: «Con tu brazo has redimido a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José» (v. 15). No dijo que Dios redimió a toda la raza humana. Los hijos de Dios son los redimidos; los que no son hijos de Dios no son redimidos. La redención no alcanza a cualquiera. Nunca habrá nadie que la reciba sin saberlo o contra su voluntad. La redención es para el pueblo de Dios, para los que responden a su invitación y actúan de acuerdo a su Palabra. La proclamación del amor redentor del Padre exige una respuesta. El libro de Hebreos nos dice: «Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que es remunerador de los que le buscan» (11:6). Podríamos decir: «Pero no sé si Dios existe, no puedo encontrarlo. ¿Cómo puedo creer en Él si no sé si es real o no?». La respuesta: «Acércate a Dios y Él se acercará a ti». Es lo que siempre promete la Escritura. Si con sinceridad y empeño lo buscas, lo encontrarás. Quienes realmente desean encontrarlo lo hacen. ¿Estás respondiendo al llamado redentor de Dios para tu vida o sigues sentado en el resentimiento esperando que Él haga algo por ti sin tu colaboración? Con su brazo poderoso redimió a su pueblo y lo sigue haciendo hoy. Te animo a que lo busques, te acerques y respondas a su invitación para que puedas decir con el salmista: «¿Qué dios hay grande como nuestro Dios?» (v. 13). LO QUE TEMES El salmo comenzó con un clamor de duda y desesperación. Pero el salmista encontró el rumbo hacia la fe y el triunfo. Ahora, en las líneas finales, escribe: Las aguas te vieron, oh Dios, te vieron las aguas y temieron, los abismos también se estremecieron. Derramaron aguas las nubes, tronaron los nubarrones, también tus saetas centellearon por doquier. La voz de tu trueno estaba en el torbellino, los relámpagos iluminaron al mundo, la tierra se estremeció y tembló. En el mar estaba tu camino, y tus sendas en las aguas inmensas, y no se conocieron tus huellas. Como rebaño guiaste a tu pueblo por mano de Moisésy de Aarón (vv. 16-20). El salmista vuelve al evento fundamental de la historia de Israel, cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto dividiendo el Mar Rojo. ¿Qué verdades descubre Asaf en ese suceso? En primer lugar, reconoce el control soberano de Dios sobre toda circunstancia humana y sobre la naturaleza misma. Observa que las aguas del mar vieron a Dios y temblaron de miedo ante su poder. Es una poderosa imagen poética de cómo las aguas respondieron a la omnipotencia de Dios. Podemos imaginar el miedo de los israelitas cuando llegaron a la ribera: los egipcios estaban atrás y el mar infranqueable adelante. Parecía un callejón sin salida. Sin embargo, lo que más aterrorizaba al pueblo escogido (el agua del mar), ¡le temía a Dios! En la metáfora del salmista, el agua vio a Dios y se estremeció y tembló de miedo. El Creador le ordenó a Moisés que extendiera su vara. Moisés obedeció y el mar se abrió en dos. Las aguas formaron muros a ambos lados, sostenidas por la mano del Poderoso. Los israelitas pasaron por el canal seco que se formó entre las aguas. Tenían miedo del mar, pero este le temía a Dios. Las aguas no se atrevieron a tocar a aquellos que Dios protegía con su mano. El Nuevo Testamento relata un hecho similar. En una ocasión, Jesús estaba en el bote con sus discípulos en el Mar de Galilea. Se formó una tormenta y las olas golpeaban el bote con tal intensidad que empezó a llenarse de agua. Sin embargo, Jesús estaba tan tranquilo en medio de la tormenta que dormía en el fondo de la embarcación. Los discípulos, temiendo morir en la tormenta, lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mr. 4:38). Jesús se levantó y habló al viento y al mar, diciendo: «¡Cálmate, sosiégate!» (v. 39). Al instante, el viento cesó y el mar se calmó. Aunque los discípulos le temían al viento y al mar, estos temían a Jesús aun más. Es una lección que tú y yo tenemos que aprender para los momentos de peligro y de miedo en nuestra vida: los mismos poderes y fuerzas que nos atemorizan obedecen la autoridad del Señor. Lo que temes le teme a Él. POR LAS PROFUNDIDADES DEL MAR Después, el salmista nos dice que las fuerzas de la naturaleza son solo instrumentos en las manos del Padre. Escribe: Derramaron aguas las nubes, tronaron los nubarrones, también tus saetas centellearon por doquier. La voz de tu trueno estaba en el torbellino, los relámpagos iluminaron al mundo, la tierra se estremeció y tembló (vv. 17-18). Si alguna vez estuviste en medio de una tormenta eléctrica, sabes qué está describiendo el salmista: el estruendo pavoroso del trueno, los relámpagos que iluminan el cielo como dardos en llamas y la tierra que responde temblando. Todas estas fuerzas están bajo el dominio de Dios. Ningún poder, ni natural ni humano, puede desatarse sin el permiso del Todopoderoso. Es la gran verdad que refleja el salmista cuando se retrotrae al cruce del Mar Rojo. Vemos esta verdad ilustrada en las últimas horas antes de que Jesús fuera a la cruz. Abandonado por sus amigos, traicionado por Judas y negado por Pedro, el Maestro se quedó solo y aparentemente indefenso ante Poncio Pilato, el gobernador romano. Cuando este trató de interrogarlo, no obtuvo respuesta alguna. Exasperado, Pilato le preguntó: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte, y que tengo autoridad para crucificarte? Jesús respondió: Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no te hubiera sido dada de arriba; por eso el que me entregó a ti tiene mayor pecado» (Jn. 19:10-11). Cómo cambiaría nuestra vida si viviéramos esta gran verdad con fe: Todas las fuerzas, los sistemas y las autoridades del mundo están bajo el control del Señor. Todo el poder le pertenece. Nada puede tocarnos sin el expreso consentimiento del Creador mismo. El salmista sigue diciendo: En el mar estaba tu camino, y tus sendas en las aguas inmensas, y no se conocieron tus huellas (v. 19). Dios guió los pasos de los israelitas por las profundidades del mar. El pueblo no sabía dónde estaba llevándolo el Señor, pero Él había preparado el camino. Sabía lo que hacía. Cuando el salmista medita en este milagro, descubre una segunda verdad grandiosa: no poder comprender lo que Dios está haciendo no significa que no esté obrando en nuestra vida. Es un concepto que a nuestra mente le cuesta mucho aceptar. Somos seres impacientes y queremos que Dios nos explique inmediatamente todos sus planes y propósitos. A menos que el Padre nos conforte permanentemente, nos preocupamos y entramos en pánico, tal como les sucedió a los israelitas cuando llegaron a la ribera del Mar Rojo. En Éxodo 14, leemos que los israelitas estaban acampando en el desierto cerca del mar cuando vieron una nube de polvo y escucharon el bramido de cascos de caballos y de ruedas de carros. El ejército de Faraón los perseguía. El pueblo clamó a Dios, y luego se aterrorizó y culpó a Moisés del peligro. «¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que nos sacaras a morir en el desierto? ¿Por qué nos has tratado de esta manera, sacándonos de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: “Déjanos, para que sirvamos a los egipcios”? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto» (vv. 11-12). Los israelitas perdieron la fe en Moisés y en Dios. Su líder tuvo que animarlos: «No temáis; estad firmes y ved la salvación que el Señor hará hoy por vosotros; porque los egipcios a quienes habéis visto hoy, no los volveréis a ver jamás» (v. 13). Me resulta difícil criticar muy severamente a los israelitas. Si hubiéramos estado en su lugar, ¿habríamos reaccionado de otro modo? Cuando las cosas salen mal y no podemos ver la solución a nuestros problemas, ¿no apretamos igual de rápido el botón del pánico? En situaciones desesperadas, ¿no sueles orar de esta manera?: «Señor, ¡no hay salida! ¡Estoy atrapado! ¿Por qué no haces algo?». Confieso que he clamado así muchas veces; y esa no es una oración de fe, sino de pánico. No podemos imaginar lo que Dios hará, pero sí confiar en que, sea lo que sea, será lo mejor para nosotros… ¡y que será asombroso! Lo que el pueblo de Israel no comprendía ni podía imaginar es que Dios había planeado desde el principio guiarlos por el Mar Rojo. Su trayecto los llevaba a través del mar; era su propósito conducirlos por las aguas poderosas. ¡El plan de salvación divina ni siquiera se les ocurrió! Pero, aunque sus huellas pasaran inadvertidas y su pueblo no pudiera comprender el plan, el Señor sabía exactamente lo que hacía. Ese plan, aunque inescrutable, era perfecto. Todos debemos descansar en este principio cuando estamos arrinconados contra la pared, cuando nuestros enemigos se acercan o cuando los obstáculos en nuestra vida parecen infranqueables; cuando la esperanza se desvanece rápido y no hay salida del desastre total. Necesitamos poner nuestra confianza en Él, creyendo que tiene un plan que, aunque sea inescrutable, es perfecto. No podemos imaginar lo que Dios hará, pero sí confiar en que, sea lo que sea, será lo mejor para nosotros… ¡y que será asombroso! UNA EXPERIENCIA EN EL MAR ROJO El Salmo 77 comenzó con una nota desconsolada de crisis y desesperación. Al principio, Asaf escribió: Me acuerdo de Dios, y me siento turbado; me lamento, y mi espíritu desmaya. Has mantenido abiertos mis párpados; estoy tan turbado que no puedo hablar (vv. 3-4). Gemía, su espíritu estaba abatido y se sentía demasiado deprimido y ansioso como para dormir, y aun hasta para hablar. Lo obsesionaban preguntas sobre Dios que no podía contestar: ¿Rechazará el Señor para siempre, y no mostrará más su favor? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Ha terminado para siempre su promesa? ¿Ha olvidado Dios tener piedad, o ha retirado con su ira su compasión? (vv. 7- 9). El salmista vio sus circunstancias desesperadas, hizo un balance de su ansiedad y depresión, y llegó a la conclusión de que Dios no estaba haciendonada. Se dijo a sí mismo: «Estoy en serios problemas y el Señor está callado y ausente. No hará nada por mí». Pero, en los versículos finales, el autor llega a una conclusión diferente. ¿Por qué? Porque recuerda una experiencia paralela en la historia de Israel, una oportunidad en que, por un instante, parecía que Dios no hacía nada. El pueblo escogido se encontraba atrapado entre el ejército de Faraón y las aguas del Mar Rojo. No había salida de esa situación mortal y el Señor parecía estar ausente. No se percibían sus huellas. Sin embargo, el Padre tenía un plan que los guiaba por el mar, un sendero invisible a través de aguas poderosas. Los rescató de una muerte certera y los llevó hasta la seguridad de la otra orilla. ¿Puedes identificarte con el salmista y los antiguos israelitas? ¿Alguna vez te encontraste en una situación tan desesperada que no podías ver la salida, y orabas y orabas, pero Dios parecía ausente, hasta que te dio una respuesta donde menos la esperabas? Creo que la mayoría de los cristianos, en alguna oportunidad u otra, han vivido esta experiencia. Annie Johnson Flint nació en 1866. Ella y su hermana quedaron huérfanas de muy pequeñas y fueron criadas por padres adoptivos cristianos que las guiaron a aceptar a Jesucristo como Salvador y Señor. Cuando Annie era adolescente, ambos padres adoptivos murieron, y ella y su hermana quedaron solas de nuevo. Solo dos años después de terminar la escuela secundaria, le diagnosticaron una artritis dolorosa y deformante. Poco después de cumplir 20, la enfermedad estaba tan avanzada que ya casi no podía caminar. Annie se sostenía escribiendo poesías edificantes. Sus magros ingresos casi no alcanzaban para cubrir sus necesidades básicas; mucho menos para los medicamentos. Algunos amigos le dijeron que sufría por falta de fe o por pecados ocultos en su vida. Ella se preguntaba si esos amigos tendrían razón. Después de semanas de oración y de búsqueda en las Escrituras, llegó a la conclusión de que sus problemas y aflicciones eran parte normal de la vida, aun para los creyentes. A veces oramos y Dios nos saca de las tribulaciones, pero otras veces, nos guía a través de ellas. Una de las historias bíblicas que la consolaba mientras sufría fue la de Dios cuando liberó a Israel de Egipto. Entendió que la forma en que el Padre guió a su pueblo por las aguas profundas del Mar Rojo era una metáfora de su propia vida. El camino de Dios pasa por el mar; atraviesa el problema y la prueba. Su plan no nos hace rodear la dificultad, sino que nos introduce en sus profundidades. Quizá no puedas ver su respuesta antes de que llegue; pero, cuando te responda, te regocijarás y lo alabarás por la forma maravillosa en que te libró. EL PASTOR DE SU PUEBLO La última verdad que descubrió el salmista es esta: El Señor es el Pastor de su pueblo. Escribió: «Como rebaño guiaste a tu pueblo por mano de Moisés y de Aarón» (v. 20). No creo que exista una figura del lenguaje tan bella para describir la relación de Dios con su pueblo como la del pastor con su rebaño. El versículo final nos recuerda el comienzo del Salmo 23: «El Señor es mi pastor, nada me faltará». Como el Señor es nuestro Pastor, no nos falta nada. Nos guía como su propio rebaño y nos provee de todo lo que carecemos. ¿Qué le provee el Señor a sus ovejas? En primer lugar, le da significado y propósito a nuestra vida. Un pastor siempre tiene un objetivo en mente para el rebaño. Si guía las ovejas a los pastos de la montaña, es porque quiere lograr algo en ese lugar. Si las conduce a aguas tranquilas, tiene una razón para hacerlo. Si las lleva en medio de los lobos, es porque las quiere allí. Es el pastor el que determina el propósito. … el Señor es nuestro Pastor, no nos falta nada. Nos guía como su propio rebaño y nos provee de todo lo que carecemos. El sentimiento de valoración es un ingrediente esencial de la vida. ¿Por qué hay actualmente muchas personas deprimidas o que se suicidan? Sus vidas carecen de significado y propósito. ¿Por qué los índices de abuso de alcohol y de drogas crecen desmesuradamente, hasta entre individuos adinerados y exitosos? No tienen razón para vivir. Usan sustancias químicas para adormecer el dolor de su existencia sin sentido. Una vez, un hombre me pidió consejo. Dijo: «Tengo todo lo que quiero, pero no quiero nada de lo que tengo». Padecía lo que podría denominarse obsesión por los objetivos; es decir, la obsesión de haber logrado todos los objetivos en la vida solo para descubrir que ninguno de ellos le proporcionó paz ni satisfacción. Dios, nuestro Buen Pastor, le da sentido, propósito y razón a nuestra vida; hace que valga la pena vivir. En segundo lugar, el Pastor brinda amor; otra necesidad desesperada de nuestra existencia. El Señor ama a sus ovejas. Nos da todo lo que implica ese amor: cuidado, protección y provisión. Como escribe el apóstol Pedro: «Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros» (1 P. 5:7). Le importamos; Él se ocupa de nuestras necesidades. Así es el corazón de un pastor. Jesús dijo que era el Buen Pastor, y que lo que lo definía en ese papel era su amor, que lo llevó a sacrificarse por las ovejas: Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Él huye porque sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen, de igual manera que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas (Jn. 10:11-15). Nuestro Señor se describió como un Pastor amoroso que reúne sus corderos en su regazo y guía las ovejas desviadas y vacilantes de vuelta al camino correcto, siempre con delicadeza y ternura, porque las ama. Esta es la esencia de la relación de Dios con su pueblo. Cuando sentimos que Dios nos ha abandonado o descuidado, debemos recordar que Él es nuestro Pastor. Siempre estamos bajo su cuidado protector, aun cuando no lo percibamos. El Señor siempre pastorea a los suyos. A esta conclusión llega el salmista. ¿Has llegado tú a la misma conclusión? ¿Puedes confiar en Dios, hasta en tiempos difíciles de duda y presión, de prueba y tentación? ¡Ten fe en Dios! Te guiará por aguas profundas y te llevará a salvo a la otra orilla. Cuando estés allí, podrás decir con el salmista: «Santo es, oh Dios, tu camino; ¿qué dios hay grande como nuestro Dios?» (v. 13). Ray Stedman (1917-1992), graduado del Seminario Teológico de Dallas, fue pastor de la iglesia Peninsula Bible Church, en Palo Alto, California, durante 40 años. Escribió más de 20 libros. Cover Page Capa Créditos Contenido En tiempos de duda (Salmo 77:1-13) A través de aguas profundas (Salmo 77:13-20)
Compartir