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La_vida_del_pastor_the_pastors_life_nueve_componentes_esenciales

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Nadie	puede	hablar	mejor	de	un	pastor	que	otro	pastor,	y	más	aún,	alguien	que
además	de	pastor	es	hijo	de	pastor.	Esto	le	confiere,	no	solo	las	credenciales,	la
autoridad	moral	y	la	experiencia,	sino	también	el	conocimiento	para	poder
enfocar	el	tema	desde	otro	ángulo.
Alfonso	Guevara	es	un	cubanoamericano	que	no	es	pastor	porque	tiene	un
diploma	de	pastor,	sino	porque	tiene	el	corazón	de	un	pastor.	El	libro	que	usted
tiene	en	sus	manos	revela	ese	corazón	de	pastor	que	es	una	obra	sobrenatural	que
Dios	hace	en	ciertos	mortales	a	quienes	escoge	y	capacita	para	un	ministerio	que
los	ángeles	quisieran	hacer,	pero	que	es	a	nosotros	a	quien	se	ha	dado	el
privilegio.	El	libro	La	vida	del	pastor	aborda	nueve	aspectos	que	gravitan
alrededor	de	la	vida	de	todo	pastor.	El	autor	nos	ilustra	cada	uno	de	estos
aspectos	desde	su	propia	experiencia,	a	través	de	un	relato	salpicado	de	historias
personales	que	hace	que	la	lectura	sea	amena	e	interesante,	logrando	que	nos
identifiquemos	con	sus	palabras.
Honra	la	figura	de	su	padre	en	cada	momento,	lo	cual	no	solo	enaltece	a	su
padre,	sino	también	a	él,	mostrándonos	cómo	un	hombre	puede	erigirse	como
modelo	y	fuente	de	inspiración,	y	como	alguien	que	supo	transferir	la	antorcha	y
dejar	un	legado.	Igualmente,	honra	la	figura	de	su	esposa,	ya	que	al	final	de
cuentas,	se	trata	de	dos	y	no	de	uno.	El	ser	marido	de	una	sola	mujer,	haber
honrado	el	pacto	matrimonial	y	modelar	al	mundo	el	plan	de	Dios	con	la	familia,
le	confiere	toda	la	autoridad	moral	que	se	necesita	para	hablar	temas	como	la
vida	conyugal	y	la	vida	familiar.	También	nos	habla	de	sus	dos	hijos,	y	de	cómo
les	transfirió	el	legado	que	él	mismo	recibió	de	su	padre	y	que	de	seguro	ellos
transmitirán	a	sus	nietos,	cumpliendo	la	palabra	de	Jehová	de	que	Él	bendecirá
nuestras	generaciones.
Alfonso	Guevara	es	un	hombre	ya	maduro	—un	matador,	como	se	diría	en
España,	no	un	novillero—,	que	se	mete	al	intrincado	mundo	del	pastorado	y
llega	hasta	sus	cámaras	más	íntimas.	Nos	habla	de	las	frustraciones,	depresiones,
situaciones	injustas	que	los	ministros	tienen	que	enfrentar	en	el	ejercicio	de	sus
funciones;	las	cuales	lo	pueden	llevar	incluso	al	punto	del	suicidio,	como	él	muy
bien	relata.	También	nos	habla	de	los	desafíos	del	pastor	en	el	ejercicio	de	su
ministerio,	desde	la	perspectiva	de	sus	dos	experiencias	pastorales	tanto	en
California	como	en	Florida.	En	este	recorrido,	nos	cuenta	anécdotas	personales	y
honra	a	muchos	que	fueron	sus	colaboradores	en	el	ministerio.
La	parte	final	del	libro	se	enfoca	en	aspectos	como	la	vida	social	e	intelectual	del
pastor,	fundamentales	para	el	desarrollo	saludable	del	hombre	de	Dios;	para
luego	tocar	el	tema	del	ocaso	del	ejercicio	ministerial.	Este	último	es	un	tema
difícil,	ya	que	en	muchos	casos	el	ser	humano	muere	en	estado	de	negación	sin
haber	realizado	la	transición	necesaria	en	el	momento	adecuado.	Al	final,	el
ministerio	es	una	carrera	de	relevos	y,	como	señala	el	autor,	la	antorcha	se
transfiere	encendida.
Se	trata	de	un	libro	muy	completo,	que	abarca	todo	aquello	que	gira	alrededor	de
un	pastor	desde	la	plataforma	de	su	experiencia,	desnudándolo	como	persona	y
mostrándonos	su	lado	humano.	Su	historia	personal	nos	hace	identificarnos	con
él	de	entrada,	para	luego	revelar	que	el	gran	mérito	del	ministerio	de	Alfonso	lo
tienen	su	padre	y	su	esposa,	reforzando	el	modelo	ministerial	de	la	familia.
Después	de	haber	leído	La	vida	del	pastor,	tengo	el	gusto	de	recomendarlo	a
todos	los	pastores,	no	solo	de	Iberoamérica	sino	de	todas	las	culturas	y
sociedades	donde	este	libro	sea	leído,	porque	sin	duda	será	traducido	a	otros
idiomas	para	inspiración	de	aquellos	hombres	y	mujeres	que	han	sido	llamados	a
ejercer	el	más	grande	de	los	oficios	que	un	mortal	puede	desempeñar:	el	de
servir	a	Dios.
—DR.	RAÚL	ZALDÍVAR
PRESIDENTE	DE	UNIVERSIDAD	PARA	LÍDERES
CHICAGO,	EE.	UU.
Alfonso	Guevara	nos	confronta	con	una	serie	de	preguntas	muy	pertinentes	que
deben	originar	una	legítima	reflexión	entre	los	pastores.	Aunque	el	desafío
pareciera	ser	más	intenso	para	los	pastores	mayores,	a	los	jóvenes	también	les	ha
de	servir	de	guía	para	el	desarrollo	de	una	vida	fructífera	y	cuidadosamente
planificada.	El	autor	se	fundamenta	en	una	teología	pastoral	que	propone	un
equilibrio	en	la	formación	espiritual,	física	y	emocional,	dentro	de	un	contexto
ético	ministerial	de	alto	rendimiento,	en	el	siglo	XXI.	Se	trata	de	un	excelente
libro	de	texto	para	aquellos	que	enseñan	o	estudian	teología	pastoral.
—DR.	MIGUEL	ÁLVAREZ
PRESIDENTE	DEL	SEMINARIO	ASIÁTICO
DE	MINISTERIOS	CRISTIANOS
MANILA,	FILIPINAS
Los	nueve	componentes	esenciales	que	el	pastor	Guevara	plasma	en	La	vida	del
pastor	son	una	invitación	a	reflexionar	en	una	temática	muy	pertinente	y
necesaria	en	la	iglesia.	Aunque	se	han	escrito	diversos	tratados	de	teología
pastoral,	nunca	serán	suficientes	y	siempre	nuevas	ideas	y	perspectivas	frescas
serán	necesarias.	Debido	a	su	amplia	experiencia	pastoral	y	las	vivencias	que	le
han	compartido	decenas	de	pastores,	el	pastor	Guevara	es	una	voz	autorizada
para	plantear	el	tema.	Todo	pastor	necesita	dominar	esta	temática	para
desarrollar	un	ministerio	fructífero	y	feliz.	Estoy	seguro	de	que	la	lectura	de	este
libro	será	muy	útil	a	los	pastores	establecidos	para	reflexionar	en	su	praxis
pastoral,	y	espero	que	su	contenido	sea	muy	informativo	e	ilustrativo	para	los
nuevos	candidatos	al	ministerio.	Obviamente,	el	estudio	formal	es	insustituible
para	entender	las	implicaciones	y	contexto	del	trabajo	pastoral,	pero	es
igualmente	imprescindible	que	los	pastores	entiendan	que	no	solo	se	trata	de
capacitarse	intelectualmente	para	hacer	la	obra,	sino	que	también	es	necesario
analizar	otros	componentes	para	alcanzar	el	éxito	en	su	labor.	Es	mi	deseo	que	la
lectura	de	este	material	contribuya	en	mucho	a	los	lectores.	Enhorabuena,	pastor
Guevara,	gracias	por	tomarse	el	tiempo	para	bendecir	a	la	iglesia	con	este	libro.
—REV.	HUGO	MELVIN	ALDANA	JR.
DECANO	ACADÉMICO
UNIVERSIDAD	PARA	LÍDERES
CHICAGO,	ILLINOIS,	EE.	UU.
Hace	unos	años,	Dios	me	dio	el	privilegio	de	conocer	a	este	maravilloso	hombre
y	siervo	de	Dios,	al	cual	como	familia	e	iglesia	amamos,	respetamos	y
honramos;	y	en	el	que	reconocemos	la	gracia	paternal	y	pastoral	que	Dios	ha
puesto	sobre	su	vida.
No	me	sorprende	recibir	un	material	de	esta	calidad	de	parte	suya,	ya	que	quien
lo	escribe	no	es	un	neófito	en	el	tema.	Por	el	contrario,	él	plasma	en	esta	obra	lo
que	es	su	esencia,	su	vida	y	su	llamado;	lo	que	hay	en	su	corazón	y	lo	que	desea
dejar	como	legado	a	la	nueva	generación	de	pastores	que	nos	estamos
levantando,	y	que	muchas	veces	no	sabemos	qué	hacer	frente	a	los	desafíos	y
demandas	de	esta	ardua,	preciosa	y	delicada	tarea	que	es	el	ministerio	pastoral.
Se	trata	de	un	verdadero	manual	que	todo	pastor	debe	leer.
Hay	una	generación	de	pastores	nuevos	que	aún	no	hemos	cruzado	la	barrera	del
tiempo	en	esta	magna	tarea	que	Dios	nos	ha	confiado,	y	que	precisamos	de	ser
orientados,	asesorados,	guiados	y	alentados.	Creo	firmemente	que	Dios	ha
escogido	a	Alfonso	Guevara	para	que,	no	solo	desde	su	experiencia	pastoral	y
ministerial,	sino	también	bajo	la	guía	del	Señor,	nos	nutra	con	un	libro	como
este.	Creo	que	Alfonso	Guevara	representa	la	clase	de	mentor,	maestro	y	amigo
que	esta	nueva	generación	de	pastores	necesitamos	a	nuestro	lado	para	que	nos
hable,	oriente,	guíe	y	aliente,	de	manera	de	culminar	con	la	frente	en	alto	esta
maravillosa	obra,	como	lo	expresó	el	apóstol	Pablo	en	2	Timoteo	4:78.
Recomiendo	con	todo	mi	corazón	este	material	a	todos	mis	colegas	pastores
alrededor	del	mundo,	porque	sé	que	será	de	gran	provecho	y	aliciente	para
refrescar	su	vida	y	ministerio.
—REV.	JHONY	MONTAÑO	SOLÍS
PASTOR,	IGLESIA	PRESBITERIANA	CUMBERLAND
POPAYÁN,	CAUCA,	COLOMBIA
En	el	libro	Pastor	as	Person	[El	pastor	como	persona],	el	Dr.	Gary	L.	Harbaugh,
dice	que	«los	pastores	son	personas»,	y	añade	que	«la	mayoría	de	los	problemas
que	los	pastores	experimentan	en	su	iglesia	no	son	causados	porque	el	pastor	se
olvida	de	que	él	es	un	pastor»,sino	«cuando	el	pastor	olvida	que	es	una
persona».	En	este	nuevo	libro,	Alfonso	nos	dirige	en	un	recorrido	que	abarca
aspectos	importantes	de	la	vida	del	pastor,	desde	su	llamamiento	hasta	su	muerte.
El	autor	nos	habla	como	un	pastor	que	ha	experimentado	y	vivido	lo	que	está
hablando,	sacando	a	la	luz	muchos	de	los	problemas	que	experimentamos	los
pastores	y	de	los	que	usualmente	evitamos	hablar	para	proyectar	una	imagen	de
que	todo	va	“viento	en	popa”,	y	así	guardar	las	apariencias,	aunque	no	estemos
bien.	Alfonso	comparte	aspectos	de	su	vida	familiar	que	nos	muestran	que	es	un
pastor	de	carne	y	hueso	y	que	ilustran	el	camino	recorrido.	Este	libro	es	un
necesario	recurso	para	los	pastores	actuales	y	para	aquellos	que	están
respondiendo	al	llamado	de	Jesús	a	“apacentar	sus	ovejas”.
—DR.	ELÍAS	RODRÍGUEZ
INSTRUCTOR	DEL	CENTRO	DE	LIDERAZGO	BÍBLICO
IGLESIA	DE	DIOS	DE	LA	PROFECÍA
En	la	cosmovisión	cristiana	moderna,	los	pastores	son	presentados	como
estrellas	de	rock,	triunfantes	en	todo	lo	que	hacen,	y	como	modelos	de	éxitos	y
grandeza.	Esto,	descontextualiza	la	enseñanza	sobre	el	Reino	de	Dios	y
declaraciones	bíblicas	como:	“Te	pondrá	Jehová	por	cabeza,	y	no	por	cola”.	En
La	vida	del	pastor,	Alfonso	Guevara	vuelve	a	tocar	el	tema	pastoral	de	una
manera	honesta	y	real	mediante	las	diversas	situaciones	tanto	positivas	como
negativas	que	tiene	que	enfrentar	el	ministro	con	su	grey,	la	familia	y	la
sociedad.	El	pastor	Guevara	trata	diversos	aspectos	de	la	cotidianidad	pastoral
que	muy	pocos	libros	en	español	han	tocado.
Es	refrescante	y	esperanzador	saber	que	alguien	se	ha	detenido	a	escrutar	la
humanidad	y	espiritualidad	de	los	pastores	en	este	mundo	posmoderno	en	que
vivimos.	Hoy,	los	retos	son	mayores,	las	caídas	están	a	la	orden	del	día	y	las
presiones	abundan	por	doquier.
Al	tratar	los	componentes	esenciales	de	la	vida	pastoral,	el	pastor	Guevara	hace
de	este	libro	una	guía	que	todo	pastor	debe	leer.	Recomiendo	este	libro,	con	gran
entusiasmo,	no	solo	a	los	pastores	en	función,	sino	también	a	aquellos	pastores
en	potencia	a	quienes	el	Señor	está	llamando	a	su	santo	ministerio.
—OBISPO	GABRIEL	ELÍAS	VIDAL
PRESBÍTERO	GENERAL	PARA	LOS	MINISTERIOS
SUDAMERICANOS	DE
LA	IGLESIA	DE	DIOS	DE	LA	PROFECÍA
Una	vez	más	el	pastor	Guevara	ha	logrado	escribir	un	libro	que	no	solo	es
relevante	para	el	pastor	que	lucha	a	diario	con	las	peripecias	de	su	complicada
vida,	sino	que	provee	al	lector	herramientas	y	respuestas	bíblicas	indispensables
para	una	actividad	tan	sensitiva	como	la	carrera	pastoral.	Más	que	una	colección
de	información	o	estadísticas	sueltas,	La	vida	del	pastor	es	el	resultado	de
muchos	años	de	vida	pastoral	invertidos	en	varios	contextos	socioculturales	por
su	autor.
Los	casos	comentados	en	el	libro	no	son	abstractos,	sino	que	vienen	de	donde
estamos	todos:	de	la	cruda	realidad	de	la	vida.	Han	sido	incluidos	sin	maquillaje,
para	ayudarnos	a	ver	que	no	estamos	solos	en	esta	carrera,	pero	que	con	la	ayuda
de	Dios	y	de	personas	idóneas	a	nuestro	lado,	podemos	continuar	nuestro
ministerio,	llevando	tan	grande	tesoro,	aunque	depositado	siempre	en	simples
vasos	de	barro.	Recomiendo	con	entusiasmo	La	vida	del	pastor	y	espero	que
bendiga	la	vida,	la	familia	y	el	ministerio	del	lector	como	lo	hizo	conmigo.
—OBISPO	BENJAMÍN	FELIZ
PRESBÍTERO	GENERAL
IGLESIA	DE	DIOS	DE	LA	PROFECÍA
MÉXICO,	CENTROAMÉRICA	Y	EL	CARIBE
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La	vida	del	pastor	por	Alfonso	Guevara
Publicado	por	Casa	Creación
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A	menos	que	se	indique	lo	contrario,	el	texto	bíblico	ha	sido	tomado	de	la
versión	Reina-Valera	©	1960	Sociedades	Bíblicas	en	América	Latina;	©
renovado	1988	Sociedades	Bíblicas	Unidas.	Utilizado	con	permiso.	Reina-Valera
1960®	es	una	marca	registrada	de	la	American	Bible	Society,	y	puede	ser	usada
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La	Palabra,	(versión	española)	©	2010	Texto	y	Edición,	Sociedad	Bíblica	de
España.	Usada	con	permiso.
Ciertas	escrituras	fueron	tomadas	y	traducidas	de	la	Biblia	The	Message.
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Copyright	©	2018	por	Alfonso	Guevara
Todos	los	derechos	reservados
Edición	por:	Ernesto	Giménez	(www.thecreativeme.net)
Diseño	de	portada	por:	Vincent	Pirozzi
Director	de	Diseño:	Justin	Evans
Library	of	Congress	Control	Number:	2018910079
ISBN:	978-1-62999-425-3
E-Book	ISBN:	978-1-62999-426-0
CONTENIDO
Prólogo
Introducción
1	Su	llamado
2	Su	vida	espiritual
3	Su	vida	conyugal
4	Su	vida	paternal
5	Su	vida	familiar
6	Su	vida	eclesial
7	Su	vida	intelectual
8	Su	vida	social
9	Su	vida	final
Notas
Biografía
PRÓLOGO
“Lee	no	para	contradecir	o	confundir;	no	para	creer	o	tomar	por	sentado;	no
para	buscar	conversación	y	discurso,	sino	para	pensar	y	considerar.	Algunos
libros	son	para	ser	probados,	otros	para	ser	tragados	y	unos	pocos	para	ser
masticados	y	digeridos”.
—FRANCIS	BACON	(1561–1626)
LAS	PALABRAS	DEL	filósofo	y	orador	británico	Francis	Bacon	son	muy
apropiadas	para	ayudar	a	describir	el	libro	La	vida	del	pastor,	de	Alfonso
Guevara.	Si	como	lectores	buscamos	una	lectura	que	nos	dé	una	fórmula	mágica
que	podamos	preparar	con	unos	pocos	ingredientes,	o	que	ofrezca	soluciones
instantáneas	como	muchos	libros	en	nuestro	entorno	evangélico	prometen,
entonces	no	lo	leamos.	Sin	embargo,	si	deseamos	asumir	un	desafío	y	crecer	en
nuestra	relación	con	Dios,	con	nuestro	entorno	social	y	nuestro	ministerio,
hemos	llegado	al	lugar	adecuado.	Invertiremos	el	tiempo	en	una	buena	lectura.
Hay	tres	palabras	que	describen	perfectamente	mis	impresiones	sobre	La	vida
del	pastor:	transparente,	profundo	y	práctico.	¿Por	qué	transparente?	Lo
transparente	deja	ver	algo	con	nitidez,	claridad	y	sin	ambigüedad.	Hay	autores
que	comunican	muchos	conocimientos	e	información;	sin	embargo,	al	leer	su
obra,	no	descubrimos	al	autor	detrás	de	ella.	No	ocurre	así	con	La	vida	del
pastor.	Alfonso	Guevara	nos	invita	a	conocerlo	tal	como	ha	sido	y	es,	incluyendo
a	su	amada	esposa	Alina,	su	familia,	y	su	trayectoria	ministerial.	Al	terminar	la
lectura	del	libro,	conocemos	bien	al	pastor	Alfonso	Guevara.
¿Por	qué	profundo?	Porque	el	autor	ha	alcanzado	profundidad	y	al	mismo
tiempo,	sencillez.	Los	conceptos	y	ejemplos	que	presenta	ayudan	al	lector	a
reflexionar	sobre	varios	temas	personales	como	ministeriales,	que	son	fáciles	de
captar	y	entender.	Cuanto	más	uno	lee,	más	verdades	salen	a	relucir	y	más	deseo
tiene	el	lector	de	continuar	y	desarrollarse.	Obtener	el	triunfo	no	es	fácil,	pero	el
autor	lo	ha	conseguido.
¿Por	qué	práctico?	Porque	se	puede	poner	en	práctica	en	la	vida	cotidiana	tanto
del	pastor	como	del	creyente.	No	deja	al	lector	en	las	nubes,	sino	que	nos	trae	al
mundo	real	de	la	vida.	Sus	conceptos	y	consejos	son	verosímiles	y	se	pueden
poner	en	práctica	en	la	vida	y	ministerio	de	todo	siervo	y	sierva	de	Dios.	Son
actuales,	y	el	pastor	Guevara	da	opciones	asequibles	para	todo	aquel	que	desea
progresar	en	su	vida	integral	con	Dios	y	con	sus	semejantes.	Cada	pastor
enfrenta	desafíos	en	su	llamado,	vida	espiritual,	vida	conyugal,	vida	paternal,
vida	familiar,	vida	eclesial,	vida	intelectual,vida	social	y	vida	final.
Es	un	honor	y	placer	conocer	al	pastor	Guevara	desde	hace	más	de	dos	décadas,
en	las	que	hemos	caminado	juntos	por	valles	y	montañas.	En	un	mundo	en	el	que
tantos	amigos	y	consiervos	están	desanimados	y	buscando	soluciones	para	su
vida	con	Dios	y	el	ministerio	vocacional,	es	refrescante	tener	una	herramienta
que	nos	ayuda	a	navegar	con	éxito	contra	las	aguas	desafiantes	y	turbulentas	de
la	vida.	Este	libro	es	para	ser	“masticado	y	digerido”	como	bien	nos	ha	dicho
nuestro	amigo	Francis	Bacon.	¡A	Dios	sea	la	gloria!
Dr.	Nicolás	A.	Venditti,	PhD
Cofundador	de	INSTE	Global	Bible	College
INTRODUCCIÓN
POCO	SE	HA	habla	de	la	vida	cotidiana	de	los	pastores,	quizás	en	parte	porque
la	mayoría	de	los	pastores	tratan	de	mantener	su	vida	privada,	pues,	privada.
En	nuestra	cultura	hispana	evangélica,	el	pastor	es	visto	como	el	siervo	visible	y
a	disposición	en	todo	momento	y,	aunque	aún	sigue	siendo	así	en	muchos
círculos,	en	otros	esto	ha	ido	cambiando.	Lamentablemente,	en	general	no	se
respeta	lo	suficiente	esa	parte	sagrada	de	la	vida	del	pastor	en	familia,	en
solitario	(y	no	me	refiero	a	soledad),	en	donde	si	se	trata	de	un	pastor	sincero,	su
vida	estará	en	sintonía	con	su	ministerio	público.	Será	la	misma	persona	en
privado	que	en	público,	pero	con	el	derecho	de	disfrutar	de	sus	hobbies,	sus
gustos,	su	música,	su	deporte	favorito,	su	tiempo	libre	y	sus	aficiones,	sin	que
nadie	se	entrometa.
Este	libro	puede	considerarse	la	continuación	de	mi	primer	libro,	Pastores	de
carne	y	hueso,¹	en	el	que	dejé	algunos	temas	en	el	tintero	que	ahora	puedo
plasmar	en	este	“nuevo	tratado”.
Pablo	dice	que	somos	“cartas	abiertas”	para	ser	leídas	por	todos.	La	vida	del
pastor	es	precisamente	eso,	una	carta,	o	más	bien	una	puerta	abierta	a	la	vida	de
un	pastor,	la	mía,	y	a	aquello	alrededor	de	mi	vida	que	define,	afina	y	forma
parte	del	engranaje	que	hace	posible	que	mi	vida	sea	funcional.	Sobre	todo,
revela	aquello	que	me	ayuda	a	manejarme	en	medio	de	un	mundo	cada	vez	más
complejo	y	que	cada	vez	dificulta	más	el	oficio	de	pastor.
Entiendo	que,	como	pastores,	lo	nuestro	es	más	que	un	oficio:	trasciende
horarios,	paredes	e	incluso	estructuras.	Nuestro	trabajo	es	tridimensional,	ya	que
es	un	ministerio	que	se	mueve	y	funciona	(cuando	realmente	funciona)	en	el
ámbito	espiritual;	sobre	todo,	porque	nos	movemos	en	esa	dimensión	cuando
lidiamos	con	el	mundo	espiritual,	aquel	que	no	se	ve,	pero	que	tiene
consecuencias	muy	visibles	y	tangibles	en	el	campo	humano.
Las	batallas,	las	conquistas,	los	logros,	el	discernimiento,	etcétera;	forman	parte
de	la	dimensión	espiritual,	ya	que	no	luchamos	contra	cosas	que	son	tangibles
sino	espirituales,	en	“lugares”	espirituales	y	celestiales.	De	ahí	que	echemos
mano	constantemente	del	Paracleto,	que	con	su	presencia	nos	ayuda	a	navegar
esos	frentes	y	nos	protege.	Y	es	que,	en	la	armadura	de	la	fe,	según	Pablo	en
Efesios,	no	hay	pieza	para	la	espalda	porque	Dios	está	cubriendo	nuestras
espaldas.
También	forman	parte	de	la	dimensión	mental,	pues	todo	lo	que	tiene	que	ver
con	el	alma,	a	saber:	los	pensamientos,	el	intelecto,	la	comunicación,	el
conocimiento,	etcétera,	también	forma	parte	del	campo	de	batalla.	Debemos
estar	al	día	con	las	tendencias	doctrinales	y	teológicas,	los	cambios	sociales	y
políticos,	las	diferentes	y	enormes	influencias	en	el	campo	de	las
comunicaciones	y	medios	en	este	mundo	cambiante.
Y	por	supuesto,	también	de	la	dimensión	física	en	sus	diferentes	expresiones.	No
solo	se	trata	de	estar	físicamente	con	el	que	llora	y	con	el	que	ríe	en	un	momento
determinado,	sino	también	presentes	con	el	pueblo	al	que	servimos,	así	como
con	aquellos	que	aún	no	forman	parte	del	pueblo	de	Dios,	pero	con	quienes
tenemos	una	responsabilidad	social,	cívica,	y	humana.	Nótese	que	no	incluí
política	porque,	en	mi	opinión,	el	oficio	del	pastor	no	incluye	la	política.	Nuestro
ministerio	tiene	y	tendrá	siempre	efectos	políticos	por	lo	que	enseñamos,
capacitamos,	predicamos	y	discipulamos	como	expositores	de	la	Palabra,	ya	que
esta	produce	cambios	radicales	en	el	ser	humano	que	se	traducen	en	cambios	en
la	polis,	en	el	colectivo	sociohumano.	Pero	el	pastor	no	debe	inmiscuirse	en	la
política	ni	usar	su	plataforma	de	liderazgo	para	cabildear	tendencia	política	ni
político	alguno.	En	cambio,	sí	debe	inculcar	e	impulsar	a	sus	feligreses	a	que	se
involucren	como	ciudadanos	en	la	política	local	y	nacional	votando
responsablemente	y,	¿por	qué	no?,	participando	activamente,	e	incluso
postulándose	a	cargos	políticos,	sin	quedarse	de	brazos	cruzados	resignados
esperando	la	segunda	venida	del	Señor.
Billy	Graham	dijo	y	reconoció	algo	muy	interesante	en	una	ocasión:	“Si	pudiera
hacerlo	todo	de	nuevo,	también	evitaría	cualquier	apariencia	de	participación	en
la	política	partidista.	En	general	[	.	.	.	]	mi	interés	principal	en	mis	contactos	con
líderes	ha	sido	como	pastor	y	consejero	espiritual,	no	como	asesor	político.	Sin
embargo,	ha	habido	momentos	en	los	que	sin	duda	salí	de	mi	llamamiento	como
evangelista	y	me	metí	en	la	política.	Un	evangelista	está	llamado	a	hacer	una
cosa	y	solo	una:	proclamar	el	evangelio.	El	meterse	en	cuestiones	estrictamente
políticas,	o	en	la	política	partidista	inevitablemente	diluye	el	efecto	del
evangelista	y	transige	su	mensaje.	Es	una	lección	que	quisiera	haber	aprendido
más	pronto”.²	Las	canas	de	Billy	Graham	quien	pasó	a	la	presencia	del	Señor	a
sus	99	años,	no	fueron	por	gusto.	En	estos	consejos	hay	mucho	camino	trillado.
He	visto	recientemente	a	líderes	evangélicos	con	el	título	de	“figura	pública”
(título	que	se	puede	recibir	de	Facebook	cuando	se	rebasa	la	cantidad	de	5000
seguidores)	que	luego	de	alinearse	con	un	partido	político	o	un	candidato
específico,	son	víctimas	del	zarpazo	de	la	opinión	pública	y	de	sus	miles	de
seguidores	que	no	aprueban	su	postura	o	al	menos	no	la	esperaban.	Hermano
consiervo,	si	tienes	pensado	echar	mano	de	esa	baraja	en	algún	momento,	puedes
estar	seguro	y	avisado	desde	ya	que	eso	tendrá	repercusiones	nefastas	en	tu
ministerio.	No	juegues	con	la	memoria	histórica	de	aquellos	que	te	siguen	y	te
respetan	por	tu	liderazgo	y	cordura	espiritual.
Hay	creyentes	en	lugares	estratégicos	en	la	política	(legisladores,	abogados,
senadores,	jueces,	etc.)	que	Dios	ha	colocado	en	esas	posiciones	para	avanzar	la
causa	de	Cristo,	pero	cuando	se	les	pregunta	a	estos	hermanos	sobre	su	posición,
en	la	mayoría	de	los	casos	cuentan	que	se	sienten	como	Daniel	en	el	foso	de	los
leones,	ya	que	el	ambiente	político	es	hostil	y	complicado	para	los	evangélicos
en	cualquier	parte	del	mundo	occidental	democrático.	Hago	esta	salvedad,
porque	hay	otros	países	y	partes	del	mundo	donde	imperan	dictaduras	políticas	y
religiosas	extremistas,	en	los	que	estos	siervos	tienen	que	funcionar	como
“agentes	secretos”	del	Señor.
La	vida	del	pastor,	en	principio,	no	debería	ser	complicada.	De	hecho,	cuando
vemos	el	patrón	bíblico,	histórico	y	social,	un	pastor	común	de	ovejas	vivía	una
vida	simple,	sin	complicaciones	aparentes	concentrándose	específicamente	en
sus	ovejas,	su	cuidado,	su	alimentación,	su	protección,	su	multiplicación,	su
producción,	etcétera.
En	nuestra	época,	no	hay	duda	de	que	la	vida	del	pastor	de	ovejas	es	bastante
más	complicada	y	difícil.	En	pleno	siglo	XXI,	es	más	cuesta	arriba	que	en
décadas	pasadas.	Los	cambios	sociales,	religiosos,	morales,	etcétera,	han	sido
tan	bruscos,	enormes	y	repentinos	que	la	tarea	se	ha	vuelto	realmente	agotadora
y	nos	desgasta	en	extremo.	Pero	este	complicado	escenario	no	elimina	la
necesidad	de	más	obreros	para	la	mies,	que	sigue	siendo	mucha.
A	través	de	estas	páginas,	busco	exponer	lo	que	Dios	ha	puesto	en	mi	corazón
sobre	la	vida	pastoral	en	el	contexto	de	un	mundo	posmoderno	y	todo	lo	que	eso
conlleva,	de	manera	que	se	pueda	tener	un	ministerio	y	pastorado	transcendente,
transparente	y	eficaz.
Afortunadamente,	ha	habido	mejorías	en	cuanto	a	las	estadísticas	ministeriales:³
•	El	73	por	ciento	de	las	iglesias	están	tratando	y	cuidando	mejor	a	sus	pastores.
Se	ha	comenzado	a	apreciarmás	a	los	pastores,	gracias	a	que	hay	mejores
conocimientos	y	estudios	de	lo	que	es	el	pastor,	lo	que	ha	creado	conciencia	en
las	denominaciones.
•	El	77	por	ciento	de	los	pastores	en	edad	del	grupo	de	los	mileniales	están
pasando	veinte	horas	o	más	a	la	semana	con	su	familia.
•	El	90	por	ciento	de	los	pastores	sienten	que	han	sido	verdaderamente	llamados
por	Dios	y	que	están	en	el	lugar	donde	Él	los	ha	puesto.
•	En	mi	libro	Pastores	de	carne	y	hueso,	comparto	algunas	estadísticas
relacionadas	con	el	universo	de	los	pastores.	Una	de	ellas,	es	que	un	promedio	de
mil	quinientos	a	mil	ochocientos	pastores	abandona	el	ministerio
voluntariamente	por	varias	razones.	Esta	estadística	ya	tiene	algunos	años.	Sin
embargo,	el	ministerio	Pastoral	Care	Inc.,	afirma	que	recientemente	el	número
ha	bajado	drásticamente,	aunque	es	difícil	definirlo	con	exactitud.	Esta	es	una
excelente	noticia,	ya	que	ver	números	reducidos	es	precisamente	lo	que
buscamos	y	por	lo	cual	tenemos	este	ministerio	de	apoyo	pastoral.	Aclara	este
ministerio	que	hay	otro	número	donde	pastores	son	despedidos	de
congregaciones	o	denominaciones	por	un	número	combinado	de	conflictos.
Antes	de	entrar	de	lleno	en	los	capítulos,	pregunto:	¿Cómo	es	un	pastor?	¿Cómo
es	la	vida	“normal”	de	un	pastor?
Hay	pastores	que	no	llevan	vidas	normales.	Jesús,	siendo	Dios,	no	vivió	entre
nosotros	como	Dios,	sino	como	hombre.	Siendo	el	gran	Pastor,	llevó	una	vida
normal.	Él	no	salía	a	caminar	sobre	las	aguas	en	las	mañanas,	ni	volaba	como
Superman	surcando	los	aires;	se	transportaba	como	todo	el	mundo	para	ir	de	un
lugar	a	otro.	Comía,	dormía,	reía	y	sudaba	como	cualquier	humano.	Sus	doce
discípulos	no	eran	sus	guardaespaldas.	En	una	ocasión,	les	lavó	los	pies.	Alguien
dijo:	“La	gente	está	hambrienta	de	expresiones	genuinas	de	la	verdad,	no	de
predicadores	con	pantalones	vaqueros/jeans	apretados	sentados	en	taburetes
intentando	desesperadamente	formar	parte	de	una	tendencia”.	Seamos	y
hagamos	lo	que	Dios	nos	ha	llamado	ser	y	hacer.
No	escribo	esto	pensando	que	estoy	diciendo	una	novedad.	No	lo	es.	De	hecho,
el	año	pasado	se	publicaron	unos	cuatro	mil	libros	de	liderazgo	de	tipo	secular
(la	mayoría,	me	imagino)	y	algunos	cristianos.	En	Amazon	hay	ochenta	mil
títulos	relacionados	con	el	tema	del	liderazgo.⁴	Escribo	esto	porque	creo	que
constituye	un	puente	entre	el	lector	de	este	tratado	y	este	servidor	que	lo
propone.	Ambos	somos	humanos	y	de	eso	tenemos	todo	en	común.	Algunos	de
los	temas	son	muy	personales,	pero	creo	que	tienen	esa	particularidad	o
característica	universal	que	nos	atañe	a	todos	los	que	hemos	obedecido	el
llamado	a	servir	a	Dios.
En	estos	capítulos	espero	poder	plasmar,	por	ejemplo,	la	vida	normal	que	un
pastor	desea	y	anhela	vivir	con	su	familia,	como	todo	el	mundo.
Como	pastores,	debemos	contender	por	poder	llevar	un	estilo	de	vida	normal,
saludable,	familiar,	divertido,	moral,	ético,	desafiante;	por	nuestra	propia	salud
integral,	por	nuestra	familia,	por	la	congregación	a	la	que	servimos	y	por	la
sociedad	donde	vivimos.	¿Será	posible?	¿Será	una	utopía	pensar	así?
Luego	de	publicar	Pastores	de	carne	y	hueso,	he	viajado	y	conocido	a	muchos
pastores	que	anhelan	y	ansían	una	vida	normal	para	ellos	y	sus	familias.	Al	ver
esta	necesidad	en	mis	conferencias	y	encuentros	con	pastores,	e	interactuar	con
ellos	de	cerca,	así	nació	este	manuscrito.	Mi	anhelo	más	profundo	es	ver	a
muchos	pastores	felices	y	realizados.	Conocer	a	muchos	hijos	de	pastores
satisfechos	con	sus	padres.
Mi	padre	me	dijo	en	cierta	oportunidad:	“No	te	dejes	llevar	por	la	gente”.	El
mensaje	es	que	debemos	tener	cierto	“repelente”	o	“coraza”	que	nos	proteja	de	la
opinión	pública	si	es	que	deseamos	llevar	una	vida	de	pastor	lo	más	normal
posible.
Yo	lo	veo	posible,	primero	porque	Jesucristo,	nuestro	principal	pastor,	ya	hizo	la
parte	más	difícil	y	solo	nos	toca	volver	al	modelo	original.	¿Podremos
proponernos	esto	como	una	meta	inmediata,	a	pesar	de	lo	que	está	sucediendo
con	el	ministerio?	Por	supuesto	que	no	será	fácil,	pero	Aquel	que	nos	llamó	y
que	es	fiel	no	ha	cambiado	su	palabra.	El	modelo	de	Jesús,	nuestro	buen	pastor,
no	cambia.	Somos	nosotros	los	que	cambiamos	todo	el	tiempo	y	ese	es	nuestro
problema	principal.	Por	esos	cambios	que	estamos	viviendo,	es	mi	deseo	que
este	honroso	oficio	sea	fortalecido,	sea	confirmado	y	sea	anhelado	por	muchos
más	para	vivir	“la	vida	del	pastor”.
Capítulo	1
SU	LLAMADO
TODO	COMIENZA	CON	un	llamado	claro,	específico	y	audible	en	nuestro
espíritu,	que	se	va	haciendo	cada	vez	más	audible	con	el	tiempo.	Al	principio,	es
ese	susurro	suave	del	Espíritu,	que	por	ser	suave	a	veces	lo	ignoramos	porque
sabemos	lo	que	conlleva.	Es	como	una	neblina	que	poco	a	poco	se	va	disipando
hasta	que	vemos	todo	el	panorama	mejor.
Debo	confesar	que	luego	de	ver	lo	que	mis	padres	pasaron	durante	su	ministerio
en	Cuba	y	luego	como	misioneros	en	España,	lo	menos	que	yo	quería	ser	era
pastor,	pero	Dios	me	señaló	un	día	con	el	dedo	índice	y	me	dijo:	“Ven	para	acá”.
Desde	ese	día,	Él	me	ha	indicado	con	ese	dedo	qué	hacer	y	a	dónde	ir.	El	dedo	de
Dios	que	apunta	el	camino	te	señala	dónde	debes	ir.
“Porque	irrevocables	son	los	dones	y	el	llamamiento	de	Dios”.
—ROMANOS	11:29
El	llamamiento	no	es	canjeable	ni	viene	con	derecho	a	devolución.	Tampoco	se
puede	pasar	a	otra	persona;	o	sea,	no	es	transferible.	Es	personal	e	intransferible.
No	se	puede	anular.	No	tiene	marcha	atrás.	No	se	puede	pintar	de	otro	color	para
que	luzca	como	algo	que	no	es.
El	llamamiento	ocurre	una	vez,	y	la	respuesta	al	llamamiento	también	se	da	una
vez	y	es	firme.	Dios	no	llama	dos,	tres	o	cuatro	veces.	Nos	llama	una	sola	vez.
Nosotros	podemos	evadir	el	llamado,	o	negarlo	muchas	veces	hasta	que
tomemos	la	decisión	sensata.	Dios	no	se	equivoca,	jamás.
“HEME	AQUÍ”:	EL	LLAMADO	DE	DIOS
“Después	oí	la	voz	del	Señor,	que	decía:	¿A	quién	enviaré,	y	quién	irá	por
nosotros?	Entonces	respondí	yo:	Heme	aquí,	envíame	a	mí”.
—ISAÍAS	6:8
En	cuanto	al	llamado	a	servir	a	Dios,	la	Trinidad	pregunta:	“¿Quién	irá	por
nosotros?”.	Y	ese:	“Heme	aquí	Señor,	envíame	a	mí”	aún	es	necesario,
requerido,	probado,	y	tiene	que	ser	aprobado.	El	siervo,	el	enviado,	tiene	que	ser
aprobado,	cualificado	y	preparado.	Tengamos	esto	claro:	sin	Dios	nosotros	no
podemos	hacerlo,	y	sin	nosotros	Él	tampoco	lo	hará.
Podemos	extraer	doce	enseñanzas	principales	de	este	versículo:
1.	Aprobación.	Primeramente,	nuestro	corazón	tiene	que	estar	bien	con	Dios,	a
tono	con	Él.	El	versículo	7	contiene	el	contexto:	“Y	tocando	con	él	sobre	mi
boca,	dijo:	He	aquí	que	esto	tocó	tus	labios,	y	es	quitada	tu	culpa,	y	limpio	tu
pecado”.	Es	necesario	recibir	el	“toque”	de	Dios	en	nosotros,	de	tal	forma	que
resuelva	primero	el	problema	del	pecado	y	de	la	culpa.	Estar	limpios	de	pecado,
libres	de	culpa.	Sin	este	requisito,	no	podemos	servir	a	Dios.	La	culpa	es	un	peso
que	nos	impide	progresar,	avanzar,	subir,	escalar.	Nos	tira	para	abajo,	nos
detiene,	nos	hace	más	lentos.	Dios	quiere	que	“corramos	con	los	caballos”,	con
los	rápidos,	con	los	fuertes.	Cuando	arreglamos	el	problema	del	pecado	y	nos
quitamos	el	peso	de	la	culpa,	tomamos	velocidad	ministerial.	Nos	espera	un
mundo	necesitado	porque	está	herido,	enfermo	y	desorientado.	En	Hebreos	12	se
nos	invita	a	despojarnos	de	las	cosas	que	pesan	en	nuestra	vida,	de	aquellos
pecados	que	nos	impiden	correr	e	ir	más	rápido.
2.	Receptividad	del	llamado.	“Después	oí	la	voz	del	Señor	[	.	.	.	]”.	Una	vez	que
Dios	nos	toca	con	su	fuego	santo	y	quema	todo	aquello	que	impide	servirle,
libera	también	nuestro	“sistema	auditivo	espiritual”	para	volvernos	receptivos	a
su	voz	antes	de	su	llamado.	En	el	versículo	7,	toca	primero	su	boca	y	luego	sus
labios,	ya	que	después	de	confirmar	el	llamado	y	comprobar	su	capacidad	de
usar	su	oído	espiritual,	lo	primero	que	le	pide	al	enviarlo	es:	“Anda,	y	di	a	este
pueblo	[	.	.	.	]”	(v.	9,	itálicas	añadidas).	Es	decir,	ha	de	usar	sus	labios	para
declarar	el	mensaje	de	Dios.	Ahora	puedes	hablar	porque	fuiste	enviado.	Ahora
puedes	hablar,	ser	la	voz,	porqueprimero	pudiste	oír	su	voz.
3.	La	especificación	de	las	preguntas	o	demandas	de	Dios.	“¿A	quién	enviaré,	y
quién	irá	por	nosotros?”.	No	todos	los	“enviados”	terminan	“yendo”.	Por	otra
parte,	también	hay	algunos	que	“van”	sin	ser	enviados.	Hay	que	estar	en	sintonía
con	Dios	y	sus	especificaciones	o	demandas.	“¿A	quién	enviaré?”	es	una
pregunta	para	todos	sus	seguidores,	pero	se	vuelve	personal	cuando	ese	“quién”
eres	tú.	A	veces,	cuando	Dios	nos	pide	algo	específico,	preguntamos:	“¿Quién?
¿Yo?”,	y	eres	el	único	en	la	habitación.	No	hay	nadie	más.	Sabes	bien	que	eres	tú
y	te	está	preguntando:	“¿Te	enviaré	a	ti?	Te	estoy	llamando	porque	te	estoy
invitando	a	ir”.
4.	La	representación	de	Dios.	“¿Quién	irá	por	nosotros?	¿Quién	será	nuestro
sustituto?	¿Quién	nos	representará?	¿Irás	y	harás	lo	que	tienes	que	hacer	en	lugar
de	Dios?”.	Cuando	Él	nos	llama	somos	sus	representantes.	Es	lamentable	que
Dios	esté	hoy	tan	mal	representado	en	muchos	círculos	cristianos.	Ese	ministro
no	representa	al	Padre,	ni	al	Hijo,	ni	al	Espíritu	Santo.
“Así	que,	somos	embajadores	en	nombre	de	Cristo”.
—2	Corintios	5:20
5.	La	respuesta	del	hombre.	“Entonces	respondí	yo	[	.	.	.	]”.	Siempre	hay	un
“entonces”,	un	momento	en	el	que	se	enciende	el	foco,	un:	“¡Eureka!”	o:	“¡Ya	lo
tengo!”.	Ese	momento	de	transición	entre	la	pregunta,	el	inquirir	de	Dios	y	la
verbalización	de	la	acción,	el	“responder”,	representa	la	bisagra,	la	respuesta	al
llamado.	Nadie	responderá	por	ti	porque	es	un	asunto	personal	e	intransferible.
Hay	un	momento	específico	en	el	que	podemos	exclamar:	“Señor,	¡aquí	está	mi
respuesta	al	empujón	que	me	acabas	de	dar	con	tus	preguntas!”.
6.	La	disponibilidad	del	hombre.	“Heme	aquí	[	.	.	.	]”.	La	palabra	aquí	significa
ver	dónde	estás,	partir	de	dónde	te	encuentras.	Entender	tu	entorno	y	tus
alrededores.	Aquí	es	tu	realidad.	¿Qué	es	lo	que	te	rodea?	¿Cómo	está	la
situación?	“Heme	aquí”	es	una	decisión	calculada,	no	emocional	ni	temporal.	Es
hacer	un	balance	de	nuestros	recursos	espirituales,	emocionales	y	físicos	y
traerlos	a	los	pies	de	Cristo.	Cuando	haces	esto,	el	siguiente	paso,	es	decir:
“Señor,	¡vámonos!”.
7.	La	vulnerabilidad	del	hombre.	“Heme	aquí	[	.	.	.	]”	es	una	expresión	de
apertura	y	rendición	total.	No	es	llegar	al	final	del	camino	y	decir:	“Bueno,	no
me	queda	otra”	o:	“Mejor	hago	esto”.	Es	comenzar	el	camino:	ese	largo	viaje	de
servir	a	Dios	hasta	el	final,	pero	que	comienza	con	un:	“Heme	aquí,	aquí	estoy
para	ti”.	No	se	trata	de	lo	que	ya	has	recorrido,	sino	de	lo	que	estás	por	recorrer.
Es	abrirte	de	par	en	par	y	en	un	sentido	decir:	“Este	soy	yo.	Este	es	mi	corazón,
haz	lo	que	tienes	que	hacer.	Te	doy	permiso”.
8.	La	preparación	por	parte	de	Dios.	“Envíame	a	mí”.	No	se	envía	un	soldado	a
la	guerra	sin	prepararlo.	No	se	envía	un	atleta	a	las	olimpiadas	sin	entrenarlo.	No
se	entrega	un	rebaño	a	alguien	que	no	ha	estado	con	ovejas	ni	las	ha	cuidado.
Esto	es	discipulado,	y	requiere	tiempo.	No	es	posible	preparar	a	los	que	dicen:
“Envíame	a	mí”	apretando	botones	en	un	“microondas”	ministerial.	Para	obtener
resultados	a	largo	plazo	se	necesitan	plazos	largos.	Es	muy	cierto	que	hay	cierta
urgencia	de	preparar	y	enviar	a	hombres	y	mujeres	a	servir	al	Señor,	pero	no
podemos	“acelerar”	el	proceso.	Así	como	a	Jesús	le	tomó	años	preparar	y
entrenar	a	sus	discípulos,	igual	nos	toca	a	nosotros.	Cuando	decides
irrevocablemente	ir,	ser	enviado,	declarar	“envíame	a	mí”	estás	respondiendo	a
la	pregunta	de	la	Trinidad:	“¿Quién	irá	por	nosotros?”.	Entonces,	puedes	estar
seguro	de	que	tienes	todo	lo	que	Dios	requiere	respaldando	tu	decisión,	tu
entrega,	tu	primer	paso	de	ir,	de	hacer	y	de	obedecer	al	llamado.
9.	La	dirección	está	relacionada	con	el	“envíame”.	Pablo	dice	que	somos	cartas
abiertas.	Para	ser	enviados,	necesitamos	el	remitente,	el	“aquí”	donde	estamos;
pero	también	necesitamos	la	“dirección”	a	donde	vamos,	hacia	donde	nos
dirigimos.	Por	supuesto,	necesitamos	el	“sello”	de	aprobación	y	de	circulación
del	Espíritu	Santo.
“¿Comenzamos	otra	vez	a	recomendarnos	a	nosotros	mismos?	¿O	tenemos
necesidad,	como	algunos,	de	cartas	de	recomendación	para	vosotros,	o	de
recomendación	de	vosotros?	Nuestras	cartas	sois	vosotros,	escritas	en	nuestros
corazones,	conocidas	y	leídas	por	todos	los	hombres;	siendo	manifiesto	que	sois
carta	de	Cristo	expedida	por	nosotros,	escrita	no	con	tinta,	sino	con	el	Espíritu
del	Dios	vivo;	no	en	tablas	de	piedra,	sino	en	tablas	de	carne	del	corazón”.
—2	Corintios	3:13
10.	Circulación	es	lo	que	ocurre	cuando	te	abres	para	ser	usado.	No	puedes	ser
“enviado”	si	permaneces	en	tu	“aquí”.	El	“aquí”	es	cómodo	y	seguro;	es	lo
conocido	y	familiar.	No	te	“engavetes”.	Ponerse	en	circulación	para	servirle	te
llevará	a	lo	desconocido,	a	lo	poco	familiar	y	quizás	no	tan	amigable.	Es	posible
reconocer	a	los	que	están	en	“circulación”	y	a	los	que	están	pasivos.	Puedes
percibir	su	pasión	por	lo	que	hacen	para	el	Señor.
11.	La	supremacía	de	Dios.	La	palabra	“Señor”	está	en	esta	oración	antes	que	el
“mí”.	El	señorío	de	Cristo	es	vital	y	primordial.	Él	es	el	principio	de	todo.	Él
debe	estar	en	el	principio	de	tu	ministerio.	A	veces	en	el	principio	hay	caos	y
desorden,	pero	cuando	Dios	comienza	a	hablar	en	tu	ministerio	y	sientes	que	la
creatividad	del	Espíritu	se	mueve	sobre	la	faz	de	tus	deseos,	planes	y	proyectos,
entonces	se	crea	todo	un	mundo	a	tu	alrededor	que	no	existía	antes	y	que	no
habías	visto.	No	se	trata	solo	de	la	supremacía	de	Dios;	Él	es	supremo;	sino	de
su	primacía:	Él	es	primero.	Nótese	esta	secuencia	en	crecimiento:
“Por	lo	cual	Dios	también	le	exaltó	hasta	lo	sumo,	y	le	dio	un	nombre	que	es
sobre	todo	nombre,	para	que	en	el	nombre	de	Jesús	se	doble	toda	rodilla	de	los
que	están	en	los	cielos,	y	en	la	tierra,	y	debajo	de	la	tierra;	y	toda	lengua	confiese
que	Jesucristo	es	el	Señor,	para	gloria	de	Dios	Padre”.
—Filipenses	2:9–11
“Él	es	la	imagen	del	Dios	invisible,	el	primogénito	de	toda	creación.	Porque	en
Él	fueron	creadas	todas	las	cosas,	las	que	hay	en	los	cielos	y	las	que	hay	en	la
tierra,	visibles	e	invisibles;	sean	tronos,	sean	dominios,	sean	principados,	sean
potestades;	todo	fue	creado	por	medio	de	Él	y	para	Él.	Y	Él	es	antes	de	todas	las
cosas,	y	todas	las	cosas	en	Él	subsisten;	y	Él	es	la	cabeza	del	cuerpo	que	es	la
iglesia,	el	que	es	el	principio,	el	primogénito	de	entre	los	muertos,	para	que	en
todo	tenga	la	preeminencia;	por	cuanto	agradó	al	Padre	que	en	él	habitase	toda
plenitud,”
—Colosenses	1:15–19
“Dios,	habiendo	hablado	muchas	veces	y	de	muchas	maneras	en	otro	tiempo	a
los	padres	por	los	profetas,	en	estos	postreros	días	nos	ha	hablado	por	el	Hijo,	a
quien	constituyó	heredero	de	todo,	y	por	quien	asimismo	hizo	el	universo;	el
cual,	siendo	el	resplandor	de	su	gloria,	y	la	imagen	misma	de	su	sustancia,	y
quien	sustenta	todas	las	cosas	con	la	palabra	de	su	poder,	habiendo	efectuado	la
purificación	de	nuestros	pecados	por	medio	de	sí	mismo,	se	sentó	a	la	diestra	de
la	Majestad	en	las	alturas,	hecho	tanto	superior	a	los	ángeles,	cuanto	heredó	más
excelente	nombre	que	ellos”.
—Hebreos	1:1–4
12.	El	protagonismo	del	hombre	enviado.	El	“mí”	está	en	segundo	lugar,	no	en
segundo	plano	ni	detrás	de	bastidores	o	del	telón.	Saltaste	al	campo	de	juego:	ya
no	eres	un	espectador	sino	un	protagonista.	No	es:	“Heme	aquí	envía	a	mi
hermano”.	Se	trata	de	ti.	No	mires	para	los	lados:	eres	tú.	Ahora	estás	ahí	para
ponerte	en	la	brecha.	Es	hora	de	actuar.
EL	LLAMAMIENTO	DE	MOISÉS	(ÉXODO	3)
Moisés	era	pastor.	“Lideraba”	ovejas	de	lana.
•	¿Cómo	son	los	candidatos	de	Dios	para	el	liderazgo?	¿Qué	criterio	tiene	Dios
para	escoger	a	sus	hombres	y	pastores?	La	respuesta	está	en	1	Corintios	1:2531
•	No	muchos	son	sabios,	poderosos	o	nobles	(de	abolengo,	de	la	alta	sociedad)
Dios	escoge	a	necios,	débiles	(sin	influencia	ni	fuerza	política,	económica,	etc.),
viles	(bajos),	menospreciados	(subestimados,	discriminados),	“donnadies”,
etcétera.
•	Jesús	le	dijo	a	Pedro	cuando	confirmó	su	llamamiento:	“Apacienta	[pastorea]
mis	ovejas”	(ver	Juan	21:1517).
I	El	llamamiento	primeroes	visible	(ver)	(v.	23).
•	Dios	nos	hace	“ver”	o	tener	una	visión	de	lo	que	conlleva	ser	llamados	a
servirle.
•	No	siempre	será	algo	visiblemente	tangible	a	los	ojos	físicos,	pero	en	el	caso	de
Moisés,	“apareció	el	Ángel	de	Jehová”	(epifanía)	y	una	“llama	de	fuego”.
•	Esto	hizo	que	Moisés	“mirara”	más	que	un	arbusto	quemándose	en	medio	del
desierto:	“Y	veré	esta	grande	visión	[	.	.	.	]”.
II	El	llamamiento	en	segundo	lugar	es	audible	(oír)	(v.	4).
•	Cuando	Dios	ve	que	Moisés	“abre”	los	ojos;	que	quiere	ver	la	visión;	lo	llama
audiblemente:	“Lo	llamó	Dios	de	en	medio	de	la	zarza”.	Y	lo	llamó	por	su
nombre:	¡Moisés!
•	Dios	tiene	muchas	maneras	de	hablarnos	en	el	llamamiento.	Muchas	veces	lo
hace	por	medio	de	ese	susurro	del	Espíritu	que	nos	habla	en	lo	más	profundo	del
corazón.	En	otras	ocasiones,	lo	hace	a	través	de	su	Palabra	cuando	leemos	algo
en	un	momento	y	lugar	específicos.	De	igual	manera,	cuando	hemos	oído	un
mensaje	traído	por	un	oráculo	de	Dios	(un	mensajero)	y	es	para	nosotros;	no
podemos	evadirlo	ni	negarlo.
III	El	llamamiento	en	tercer	lugar	es	tangible	(sentir/	tocar)	(v.	5).
•	Es	palpable,	no	solo	en	el	sentido	objetivo,	sino	subjetivo.	Sientes	cuando	te
llama,	porque	su	llamado	trasciende	de	lo	espiritual	a	lo	físico.	Dios	llama	a	todo
lo	que	somos	en	espíritu,	alma	y	cuerpo.	No	es	un	llamado	etéreo	ni	místico.
Dios	lo	hace	en	un	lugar	y	entorno	específicos	y	en	un	momento	determinado.
No	es	un	rayo	de	luz	que	cae	del	cielo	sobre	tu	cabeza,	ni	una	voz	de	tono
barítono	con	eco	que	te	habla	desde	el	cielo,	aunque	sí	sientes	que	“se	prendió	el
foco”.	En	ocasiones,	el	llamamiento	puede	llegar	en	una	serie	de	mensajes
subliminales	y	otros	directos.	En	efecto,	vas	a	palparlo	en	la	dimensión	física	en
la	que	tú	y	yo	vivimos	y	funcionamos.
•	Al	igual	que	Moisés,	no	has	de	“apoyarte”	en	lo	que	te	lleva,	por	muy	bien	que
te	quede	(tus	zapatos/calzado),	o	en	la	comodidad	de	lo	familiar.	El	ministerio	es
otro	terreno	en	el	que	te	mueves	en	otra	capacidad.
•	Hay	una	simbología	especial	con	el	Señor	y	sus	siervos	“descalzos”	delante	de
Él.	El	estar	descalzos	conlleva	un	sentido	de	vulnerabilidad,	de	impotencia,	de
entrega.	Lo	mismo	ocurrió	en	la	Última	Cena.	El	Maestro	los	convocó,	no	solo
para	comer	juntos	por	última	vez	antes	de	que	Cristo	conmoviera	al	mundo,	la
historia	y	la	dimensión	espiritual	y	eterna:	sufrir	lo	indecible,	ir	a	la	cruz	por	la
humanidad	y	después	resucitar	al	tercer	día.	Los	convocó	para	lavar	sus	pies
sucios.	Esa	palangana	de	agua	sucia	contenía	mucho	de	lo	que	a	todos	nosotros
se	nos	pega	del	mundo.
•	En	su	breve	obra	Daybreaks,¹	el	teólogo	Nathan	Mitchell	narra	lo	siguiente:	“El
novelista	Luigi	Santucci	escribió	en	su	tiempo:	‘Si	pudiera	tener	una	reliquia	de
la	pasión	de	Cristo,	sería	esa	palangana	o	lebrillo	de	agua	sucia.	La	llevaría	a	las
calles	[	.	.	.	]	de	persona	en	persona,	mirando	solo	sus	pies	y	nunca	sus	rostros,
para	no	distinguir	entre	amigos	o	enemigos.	Desde	traficantes	de	drogas	y	de
armas,	adorables	bebés	y	abuelos	cariñosos,	pasando	por	pillos	comunes	y
estafadores	[	.	.	.	],	a	todos	les	lavaría	los	pies;	y	seguiría	lavando	pies	hasta	que
entendieran.	No	es	nuestra	responsabilidad	decidir	quién	se	salva.	Nuestro
trabajo	es	elegir	servir.	El	ejemplo	de	Jesús	nos	sugiere	que	no	discriminemos	en
lo	absoluto	en	nuestro	juicio.	Miremos	los	pies,	no	los	rostros.	Sirvamos	a	todos
porque	Cristo	murió	para	salvar	a	todos’”.
La	visión	de	la	zarza	ardiendo	y	que	no	se	consumía,	representaba	la	visión	y	el
mensaje	del	ministerio	de	un	líder;	era	un	mensaje	visual	y	directo;	el	Power
Point	de	Dios.	Es	necesario	que	nazca	un	“fuego”,	algo	que	arda	en	ti	para
servirle.	Debes	servir	a	Dios	“encendido”	con	su	fuego	y	su	pasión,	pero
cuidando	que	este	no	te	consuma.
Cuando	no	manejas	ni	administras	bien	el	fuego	y	el	celo	del	servicio	a	Dios,
este	te	puede	consumir	y	fundir.	En	mi	libro	Pastores	de	carne	y	hueso,
menciono	la	triste	realidad	de	que	dos	de	cada	tres	ministros	terminan	mal,	que
un	promedio	de	mil	ochocientos	pastores	al	mes	en	EE.	UU.	tira	la	toalla².
Hablando	con	un	ministro	veterano,	ya	octogenario,	notaba	en	su	voz	la	pérdida
de	esa	pasión	y	ánimo.	No	era	por	su	avanzada	edad,	sino	porque	había	sufrido
de	depresión	durante	meses,	quizá	por	sentirse	ya	inútil	y	no	poder	hacer	lo	que
siempre	estuvo	acostumbrado,	o	por	haber	pasado	a	un	plano	en	el	que	ya	no	era
visto	ni	escuchado.	No	es	extraño	para	un	pastor	pasar	por	momentos	de
depresión	y	angustia.	El	gran	reto	consiste	en	dejar	de	ocultarlo	o	develarlo	a	su
cónyuge	y	consiervos	allegados,	de	manera	de	buscar	ayuda	y	apoyo.	Sin
embargo,	la	mayoría	evita	buscar	esa	ayuda	y	ocurren	cosas	nefastas	como	las
que	estamos	viendo	hoy	en	día.	Oímos	de	casos	de	suicidio	de	pastores	que	no
dieron	señal	alguna	de	estar	viviendo	un	infierno	por	dentro	mientras	que	por
fuera	aparentaban	estar	bien.
Cuando	me	entero	de	consiervos	que	se	han	quitado	la	vida	debido	a	las
presiones	y	un	montón	de	razones	complejas,	se	me	desgarra	el	corazón.	Hace
unos	años,	en	noviembre	del	2013,	me	conmovió	la	terrible	noticia	de	un	pastor
de	una	congregación	numerosa	en	el	estado	de	Georgia,	aquí	en	Estados	Unidos.
Se	quitó	la	vida	de	un	disparo	estando	frente	a	su	casa	mientras	la	congregación
y	su	familia	lo	esperaban	para	comenzar	el	servicio	el	domingo	en	la	mañana.	Al
parecer,	sufría	de	una	profunda	depresión	maníaca.	Supimos	que	unos	meses
antes	él	mismo	había	evitado	que	alguien	más	cometiera	suicidio.	Este	mismo
pastor	estaba	bajo	tratamiento	y	aun	así	se	quitó	la	vida.
Cuando	no	manejas	ni	administras	bien	el	fuego	y	el	celo	del	servicio	a	Dios,	este	te	puede	consumir	y
fundir.
Más	recientemente,	me	llegó	la	triste	noticia	de	un	pastor	en	Brasil	que	había
sido	líder	superintendente	de	una	denominación	prominente	en	ese	país,	y	que
también	se	quitó	la	vida.	Pero	lo	más	horrible	fueron	los	comentarios	en
Facebook	de	la	gente	sobre	este	terrible	suceso:	muchos	lo	enviaban	al	mismo
infierno,	otros	aseveraban	que	nunca	había	sido	cristiano,	otros	lo	demonizaban,
y	muchas	otras	atrocidades.	Luego	de	todo	lo	que	expresó	en	la	carta	de
despedida	que	incluyo	más	abajo,	se	le	culpó	de	algo	que	se	comprobó	que	no
había	cometido.	Todo	un	calvario	para	la	familia	después	que	este	pobre	hombre
hizo	lo	impensable	en	un	ministro	del	evangelio.
Yo	no	quiero	hacer	hincapié	aquí	en	el	tema	teológico	ni	doctrinal	del	suicidio,
sino	en	la	urgente	necesidad	que	hay	en	nuestras	filas	de	buscarnos	más	los	unos
a	los	otros,	esto	es,	los	que	estamos	sirviendo	al	Señor	y	al	frente	de	batalla,	y	ser
medicina	y	ayuda	mutua.	Esta	es	la	carta	que	dejó	el	pastor,	la	cual	vale	la	pena
analizar	para	poder	prevenir	y	detener	la	influencia	que	viene	del	mismo	infierno
contra	los	siervos	de	Dios:
“Hagas	lo	que	hagas	por	ellos,	nunca	te	lo	van	a	agradecer.	Aunque	postergues	a
tu	familia	por	entregarte	a	ellos,	‘es	tu	deber’	dirán,	y	te	criticarán	porque
prefieres	a	tu	familia	o	porque	los	pospones.	Te	criticarán	porque	predicas,
porque	oras,	porque	ayudas	al	necesitado,	porque	no	estuviste	para	sus
cumpleaños.	La	gente	siempre	se	olvida	de	todo	lo	que	haces	por	ella.	Se
enojarán	contigo,	tomarán	su	familia	y	se	irán	de	la	iglesia	sin	decirte	adiós	ni
mucho	menos	gracias.	El	ministerio	duele,	hace	daño.	Vives	en	soledad	y
depresión	constante.	La	gente	no	se	interesa	por	su	pastor,	ni	por	lo	que	le	pueda
suceder	o	lo	que	lo	haga	sufrir.	Si	te	enfermas,	dirán	que	estás	en	pecado;	si	te	va
mal	en	las	finanzas,	dirán	que	administras	mal	el	dinero;	si	tienes	conflictos	en	el
matrimonio,	dirán	que	no	eres	un	buen	sacerdote	de	tu	hogar;	si	se	va	la	gente,
dirán	que	es	tu	culpa;	si	tus	hijos	se	desvían,	dirán	que	tus	hijos	son	demonios	o
qué	clase	de	padre	eres.	Al	final,	nadie	está	para	el	pastor.	A	nadie	le	importa	su
vida	ni	sus	necesidades”	(Pastor	Julio	Cesar	da	Silva).³
Justo	anoche,	un	querido	colega	pastor	de	la	misma	denominación	en	Brasil,	me
informó	de	otro	suicidio	en	el	mismo	concilio	del	pastor	Julio	Cesar	da	Silva.	Al
hablarde	esto	con	unos	amigos,	me	preguntaron	por	qué	estaba	sucediendo	esto.
Es	una	pregunta	cargada	de	complejidad,	al	igual	que	la	respuesta.	En	mi
limitado	conocimiento	de	esta	problemática,	tan	solo	pude	decirles	que	desde
que	comienza	su	ministerio,	todo	pastor	absorbe	un	catálogo	de	problemas
sintomáticos	de	la	decadencia	humana.	Todos	estos	problemas	con	los	que	tiene
que	lidiar,	trabajar,	procesar	y	buscar	soluciones	emocionales,	sociales	y
espirituales	a	lo	largo	de	su	ministerio,	van	calando	y	penetrando	su	alma.	Todas
las	situaciones	con	las	que	lidia	a	diario	se	van	adhiriendo	a	su	propia	psiquis	y
pueden	afectarlo,	a	no	ser	que	tenga	una	buena	válvula	de	escape.
Como	consejero,	el	pastor	no	puede	rechazar	todos	los	problemas	que	se	le
presentan	semana	a	semana,	pero	sí	puede	tener	un	sistema	de	reciclaje
emocional	y	espiritual	para	evitar	que	todas	esas	situaciones,	que	son	como	la
kriptonita	del	pastor,	puedan	debilitarlo	y	neutralizarlo,	eliminando	su	eficacia
ministerial.	Estas	válvulas	de	escape	pueden	y	deben	ser	muchas	cosas	y
personas	que	lo	puedan	ayudar	a	mantenerse	saludable	mental,	emocional	y
espiritualmente,	aparte	de	físicamente,	que	es	vital	en	todo	esto.	Lo	triste,	es	que
muchos	pastores	pretenden	manejar	y	administrar	todo	por	sí	solos,	pero	la
realidad	es	que	no	somos	Superman,	sino	seres	de	carne	y	hueso.	Al	escribir
esto,	me	llega	otra	noticia	de	una	pastora	también	en	Brasil,	de	la	Iglesia
Cuadrangular,	que	usó	el	mismo	método	de	suicidio	de	los	otros	pastores.	Los
que	la	conocían	solo	hablan	de	sus	virtudes	como	una	mujer	de	Dios:	valiente,
amable,	dedicada	a	la	obra	y	apoyando	siempre	a	su	esposo,	el	pastor	de	la
congregación.	Sin	duda,	había	una	tormenta	de	muerte	que	estaba	azotando	por
dentro	a	esta	hermana	consierva	que	nadie	sabía	ni	podía	detectar	y,	con	la	ayuda
de	la	opresión	satánica,	tomó	la	decisión	de	acabar	con	su	vida.	No	puedo
imaginarme	el	dolor	y	el	daño	que	esto	ha	dejado	en	su	esposo,	hijos,
congregación	y	denominación.
En	los	Estados	Unidos,	estamos	comenzando	a	ver	más	ministerios
paraeclesiales	dentro	de	las	denominaciones	que	tratan	de	contrarrestar	todas
estas	crisis	que	atraviesan	los	ministros;	desde	las	menos	peligrosas,	como	el
desánimo	que	todos	podemos	sentir	de	vez	en	cuando;	pasando	por	los
problemas	matrimoniales	y	posibles	divorcios;	la	soledad;	hasta	las	más
profundas,	como	la	adicción	a	la	pornografía	y	otras	formas	de	depresión	con
tendencias	suicidas.	Existe	un	ministerio	de	servicio	en	Estados	Unidos,	provisto
por	la	Junta	Norteamericana	de	Misiones	(Bautistas	del	Sur)	en	conjunto	con
Enfoque	a	la	Familia,	que	provee	atención	y	cuidado	pastoral	a	través	de	un
número	telefónico	gratuito	(18447278671)	de	8	de	la	mañana	a	10	de	la	noche,
hora	del	este.	Se	asegura	confidencialidad	absoluta	al	tratar	cualquier	tipo	de
problema.	Otras	denominaciones	están	comenzando	a	invertir	recursos	en	apoyo
pastoral	para	que	los	líderes	reciban	ayuda	integral:	lugares	de	retiro	y	descanso
donde	pueden	desconectarse	del	ministerio	durante	unos	días	o	semanas	para
“recargar	las	baterías”,	como	es	el	caso	de	la
Iglesia	Cuadrangular	(Foursquare	Church)	y	su	programa	“Soul	Care”	(Cuidado
del	Alma).
Se	trata	de	un	tema	delicado	que	no	ha	de	tratarse	a	la	ligera.	Además,	es	un
tema	que	compete	a	consejeros	clínicos	y	profesionales,	específicamente	a
psicólogos	cristianos	que	puedan	ayudar	a	salir	del	pozo	de	la	desesperación,
donde	hay	oscuridad,	tinieblas	y	muerte,	a	todos	esos	pastores	que	están	pasando
por	estas	circunstancias.	No	se	trata	únicamente	de	oración,	que	es	necesaria	y
en	grandes	dosis,	tampoco	de	una	ristra	de	versículos	y	pasajes	bíblicos,	ni	tan
solo	de	liberación	en	el	sentido	más	amplio	de	la	palabra.	Se	trata	de	una	serie	de
sesiones	indefinidas	en	las	que	el	profesional	puede	auscultar	el	corazón	y	la
mente	y	sacar	poco	a	poco,	sesión	a	sesión,	esas	cosas	tenebrosas	que	penetran	el
alma	y	se	apoderan	de	ella	de	tal	forma	que	pueden	llevar	a	la	persona	a	cometer
algo	tan	atroz	como	quitarse	la	vida.	Se	trata,	de	cierta	manera,	de	modificar	la
voluntad	de	la	persona	para	que	esta	tome	de	nuevo	el	control	de	su	vida.
Pero	lograrlo	toma	tiempo.	Es	un	camino	largo	que	busca	evitar	el	terrible	final
de	la	autodestrucción	a	través	de	un	nuevo	comienzo.	Todo	el	proceso	puede
llevar	meses	o	años,	y	ha	de	hacerse	con	la	ayuda	de	la	familia	cercana.	El	reto,
es	que	los	que	están	sufriendo	de	estos	males	se	armen	de	valor	para	buscar
ayuda.	Entendiendo	que,	en	el	campo	de	batalla	de	sus	mentes,	el	enemigo	se
ensaña	bombardeándolos	constantemente	con	dardos	de	negativismo,	derrota,
desesperanza	y	un	sinnúmero	de	ataques	constantes	y	reales.	Bien	claro	lo	dejó
el	apóstol	Pablo	en	1	Corintios	12:26:	“Si	un	miembro	padece,	todos	los
miembros	se	duelen	con	él”.	No	solo	nos	identificamos,	sino	que	nos
solidarizamos	con	todos	aquellos	que	en	silencio	y	en	privado	sufren	estos
ataques	infernales,	y	estamos	orando	y	declarando	vida,	salud,	protección	y
sanidad	en	el	incomparable	nombre	de	Jesús.
EL	EQUILIBRIO
¡Hay	que	arder	en	el	ministerio	sin	consumirse	o	quemarse!	Mantener	este
equilibrio	es	todo	un	arte.	A	medida	que	envejeces,	ese	“fuego”,	físicamente
hablando,	va	disminuyendo	por	ley	de	vida.	El	cuerpo	no	responde	con	la	misma
velocidad	y	capacidad.	Debes	ser	consciente	de	ello,	ya	que,	de	no	hacerlo,	el
mismo	cuerpo	y	sistema	te	pasará	factura.	Guarda	tus	fuerzas,	administra	bien	tu
tiempo	y	tus	emociones.	Mantener	ese	equilibrio	otorga	más	años	de	ministerio
fructífero.	Nosotros	mismos	somos	culpables	de	frenarnos	y	disminuir	la	calidad
de	nuestro	ministerio	al	no	cuidar	aspectos	básicos	en	nuestras	vidas.
Recomiendo	leer	el	capítulo	9	de	mi	libro	Pastores	de	carne	y	hueso,	titulado:
“Renovarse,	reciclarse,	refrescarse”.	Este	capítulo	es	un	llamado	a	cuidar	nuestra
“geografía	externa”	para	mantener	el	hombre	interior	con	ese	vigor	de	servicio	a
Dios.	Debo	confesar	que	mantener	esa	disciplina	en	mi	vida	es	un	reto	diario.	No
podemos	ni	debemos	bajar	la	guardia.	Después	de	todo,	queremos	pasar	la
antorcha	encendida	y	no	una	antorcha	extinguida,	a	la	próxima	generación	de
líderes.
Tenemos	que	depositar	en	los	que	nos	preceden	ese	germen	de	vida,	de	esperanza,	de	brío,	de	entrega
total	con	ese	fuego	que	arde	y	no	consume.
Hay	un	momento	en	el	que	tenemos	que	ceder;	es	decir,	pasar	a	otros	lo	que
hemos	cuidado	con	ahínco	y	celo	en	el	ministerio.	Después	de	todo,	alguien	hizo
lo	mismo	con	nosotros	al	confiarnos	el	ministerio	cuando	había	vida,	verdor,
energía	y	pasión;	y	no	cuando	había	muerte,	descontento	y	falta	de	visión.
Tenemos	que	depositar	en	los	que	nos	preceden	ese	germen	de	vida,	de
esperanza,	de	brío,	de	entrega	total	con	ese	fuego	que	arde	y	no	consume.
En	el	versículo	3,	Moisés	responde:	“Iré	yo	ahora	[	.	.	.	]”.	Tenemos	que
acercarnos,	ir	hacia	la	presencia	de	Dios.	Independientemente	del	tiempo	que
lleves	en	tu	ministerio,	no	puedes	dejar	de	ser	curioso,	de	buscar	lo	que	Dios
quiere	hacer	y	está	haciendo	con	y	en	tu	vida.
Al	final	del	versículo	4,	encontramos	un	“Heme	aquí”.	Pero	ese	no	es	el	único
“heme	aquí”	en	las	Escrituras,	ya	que	esa	es	una	de	las	cualidades	que	Dios
quiere	ver	en	nosotros:	disponibilidad.	Él	no	busca	tanto	capacidad,	ni	pedigrí,	ni
popularidad;	sino	que	estemos	dispuestos	a	decirle	al	Señor:	“Aquí	estoy	para	ti,
úsame”.
En	este	mismo	pasaje,	vemos	en	el	versículo	5	que	necesitamos	aprender	a	pisar
firme	sin	“sandalias”;	es	decir,	descalzos.	Y	me	pregunto:	¿Se	puede	pisar	firme
sin	estar	calzados?	Así	lo	requiere	Dios:	para	entrar	en	esta	dimensión	de
servicio	a	Dios,	necesitamos	estar	descalzos	ante	su	presencia.
El	mejor	ejemplo	lo	tenemos	cuando	Jesús	les	lavó	los	pies	a	los	discípulos.	En
ese	momento	eran	vulnerables	a	las	manos	de	Dios	y	su	pureza.	¿Te	imaginas	a
Dios	mismo	lavándote	los	pies?	Esta	escena	representa	dependencia	y
vulnerabilidad,	todo	lo	contrario	al	concepto	de	liderazgo	que	tiene	el	mundo,
donde	el	“pez	gordo	se	come	al	chico”,	donde	“perro	come	perro”.
El	llamamientoes	claro	de	parte	de	Dios:	primero	dice	“Ven	[	.	.	.	]	ahora”	y
luego:	“Y	te	enviaré”	(v.	10).	Antes	de	ir	a	ministrar	y	servir	al	pueblo	de	Dios,
tenemos	que	ir	a	Dios.	No	podemos	dar	de	lo	que	no	tenemos.	No	puedes	dar	de
Dios,	si	no	tienes	de	Dios.
De	acuerdo,	la	tarea	es	dantesca,	enorme,	difícil,	imponente;	no	cabe	en	nuestra
mente	finita	y	limitada.	A	cualquiera	le	tiemblan	las	piernas	y	las	ganas.	De	ahí
la	gran	pregunta	existencial	y	de	capacidad	humana	en	el	versículo	11:	“¿Quién
soy	yo?”.	¡Ojo!	Siempre	el	servicio	a	Dios	nos	confronta	con	nuestra	identidad.
Cuando	Moisés	lanza	esta	pregunta,	está	haciendo	un	inventario	de	sí	mismo:
1.	No	era	elocuente;	es	decir,	no	tenía	facilidad	de	palabra	(v.	10).
2.	Era	apenas	un	pastor	de	ovejas.	En	la	escala	social,	alguien	de	menor
jerarquía,	por	lo	general	personas	muy	sencillas	y	jóvenes.
3.	Experimentaba	mucha	soledad	y	días	largos	en	el	desierto	con	las	ovejas.
4.	No	tenía	posesiones.
5.	Tenía	poca	credibilidad	(v.	1)
En	el	versículo	11,	Dios	menciona	tres	discapacidades	físicas	mucho	más	serias
y	complejas	que	tener	un	impedimento	en	el	habla	o,	en	sus	propias	palabras,	ser
“tardo	en	el	habla	y	torpe	de	lengua”	(v.	10).	No	poder	hablar	(en	público)	con
facilidad	podía	ciertamente	perjudicar	la	misión	que	Dios	le	estaba
encomendando	a	Moisés.	Dios,	sin	embargo,	le	responde:	“No	te	preocupes,
estás	cubierto,	porque	yo	soy	el	Creador	que	le	dio	la	boca	al	hombre	para
hablar”.	Después	de	cuarenta	años	cuidando	ovejas	en	el	desierto,	aislado	de
todo	el	mundo,	el	habla	puede	afectarse.	Recientemente	supe	de	un	reo	que
estuvo	condenado	a	muerte	durante	más	de	veinte	años,	hasta	que	descubrieron
que	era	inocente.	Cuenta	él,	que	perdió	la	facultad	del	habla	por	tres	años	por
haber	estado	incomunicado	por	completo	de	otras	personas	durante	tanto	tiempo.
En	el	caso	de	Moisés,	“corto	de	palabra”	significaba	que	no	dominaba	la	lengua
hebrea,	por	haber	sido	criado	en	Egipto.
Todo	esto	cambió	en	este	encuentro	con	Dios.	Sabemos	esto	muy	bien	porque	el
escritor	del	Pentateuco,	o	sea,	de	la	Torá,	no	podía	ser	“corto	de	palabra”.
Además,	en	Hechos	7:22,	Esteban	dice	categóricamente	que	“fue	enseñado
Moisés	en	toda	la	sabiduría	de	los	egipcios;	y	era	poderoso	en	sus	palabras	y
obras”	(itálicas	añadidas).
Recuerdo	que	las	primeras	veces	que	tuve	que	predicar	en	inglés,	no	siendo	mi
lengua	materna,	me	costó	mucho,	ya	que	las	palabras	no	fluían	y	las	tenía	que
rebuscar	en	mi	mente	y	mi	memoria.	¡Fue	muy	difícil	al	principio!
“Definitivamente,	no	estoy	capacitado	para	este	llamado	de	Dios”,	se
cuestionaría	Moisés	con	la	pregunta.	Pero	ya	sabemos	que	Dios	no	llama	al
capacitado,	sino	que	capacita	al	que	llama.
Cuando	comencé	mi	peregrinaje	de	servicio	a	Dios	en	el	ministerio,	e	incluso	en
muchas	etapas	del	camino,	me	he	hecho	esa	pregunta;	más	aún	ahora	en	esta
jornada	de	mi	ministerio:	¿Quién	soy	yo	para	ir	y	ministrar	a	miles	de	pastores	y
líderes	en	un	tiempo	como	este?
Tenemos	que	estar	seguros	de	quién	nos	llamó.	Algunos	casos	no	son	por
llamamiento,	sino	por	“empujón”:	“A	mí	me	pidieron	que	hiciera	esto,	pero	[	.	.	.
]”.
Moisés	no	estuvo	solo	en	su	llamamiento:	Dios	le	proveyó	a	Aarón.	Y	es	que
todo	Moisés	necesita	un	Aarón	a	su	lado.
Pero	a	pesar	de	todo	lo	que	Aarón	representó	en	su	ministerio,	su	presencia	no
privó	o	desplazó	a	Moisés	de	su	llamado	y	liderazgo.	Aarón	complementaba	a
Moisés	y	llenaba	los	vacíos	que	Moisés	no	podía	llenar,	aunque	también	cometió
errores.	Aarón,	el	hermano	mayor	de	Moisés,	fue	sumo	sacerdote,	ministro	y
portavoz	ante	el	pueblo	de	Israel.	Sostuvo	las	manos	de	Moisés	junto	a	Hur
durante	una	batalla	crucial	(Éxodo	17:12).	Sucumbió	ante	la	presión	del	pueblo,
pues	no	tuvo	un	liderazgo	fuerte	cuando	construyó	el	becerro	de	oro	y	se	hizo
cómplice	de	la	idolatría.	Finalmente,	no	entró	a	la	tierra	prometida.
¿Qué	quiere	decir	esto?	Que	los	Aarones	que	Dios	pone	en	nuestro	camino
durante	nuestro	llamamiento	y	consecuente	ministerio,	nos	complementarán	con
virtudes,	pero	también	con	fallas	y	defectos.	Debemos	ser	conscientes	de	esto
para	que	no	nos	tome	desprevenidos.
UN	LLAMAMIENTO	DE	VERDAD
Conozco	a	Gonzalo	y	a	Lisa	desde	hace	más	de	cuarenta	años.	Ellos	conocieron
al	Señor	gracias	al	ministerio	de	mi	padre	en	la	década	de	los	setenta.	Éramos
parte	del	grupo	de	jóvenes	de	la	iglesia.	Fuimos	a	retiros,	repartimos	literatura	y
testificamos	en	las	calles	del	barrio	de	Aluche	y	en	el	campus	de	la	Universidad
Complutense	en	Madrid.	Atesoro	gratos	recuerdos	con	ellos,	como	cuando
Gonzalo	y	otros	jóvenes	dormimos	en	la	furgoneta	de	la	iglesia	velando	la	carpa
de	campaña	evangelística	que	habíamos	puesto	en	el	barrio	durante	varias
semanas;	cuando	cantábamos	en	el	coro	de	la	iglesia,	o	cuando	jugábamos	al
tenis	en	la	Casa	de	Campo	(un	parque	inmenso	en	Madrid).	En	fin,	fueron	años
formativos	para	esta	pareja,	que	son	como	mi	propia	familia	de	sangre.
A	través	de	todos	estos	años,	y	luego	de	tener	tres	hijos	muy	majos	(como
decimos	allá),	siempre	se	mantuvieron	activos	sirviendo	en	diferentes
capacidades	en	la	iglesia	local	(Iglesia	Evangélica	de	Aluche).	Gonzalo	trabajó	y
aún	lo	hace	en	varios	ministerios	a	nivel	nacional	y	otros	de	alcance	mundial.	En
resumen,	han	sido	y	son	una	bendición,	verdaderos	dones	para	el	Cuerpo	de
Cristo	en	España.
Actualmente,	Gonzalo	y	Lisa	son	los	pastores	de	la	iglesia	en	Aluche.	Son
ejemplo	de	tenacidad,	perseverancia	y	lealtad	a	Dios	y	su	obra.	En	contra	de	todo
pronóstico	y	de	las	opiniones	humanas,	Dios	propuso	que	fueran	los	pastores	de
la	iglesia	que	los	vio	nacer	y	crecer	en	Cristo,	y	andar	los	caminos	del	Señor.	Son
profetas	en	su	propia	tierra	y	sabemos	que	eso	de	por	sí	ya	es	un	reto	tremendo.
Le	pedí	que	escribiera	un	resumen	de	su	llamamiento	para	compartirlo	con	mis
lectores,	y	aquí	lo	presento:
En	el	inicio	de	nuestro	llamamiento,	Dios	usó	la	Conferencia	de	Evangelistas,
para	que,	a	través	del	conferenciante	y	su	predicación	de	la	Palabra,	fuéramos
tocados	por	el	Espíritu	de	Dios	a	dedicar	nuestras	vidas	a	su	servicio	en	la
iglesia.	El	texto	fue	2	Reyes,	pasaje	donde	el	profeta	Eliseo	ayuda	al	rey	a	tener
una	visión	más	amplia	y	lanzar	las	saetas	de	salvación.	El	pastor	Daniel	Altare,
de	Argentina,	puso	un	ejemplo	de	su	ministerio	que	también	cautivó	nuestro
corazón.	En	su	iglesia	tenían	un	punto	misionero	que	iban	a	cerrar	porque	no
había	respuesta	por	parte	del	barrio,	además	de	algunos	problemas	con	los
hermanos.	Así	que	él	pidió	que	le	cedieran	aquel	lugar	durante	un	año	para
trabajar	con	la	gente	y	hacer	crecer	aquella	iglesia	que	estaba	un	poco	en
ruinas.	Ver	cómo	Dios	le	dio	fuerzas	y	visión	para	desarrollar	aquel	lugar	nos
impresionó,	al	punto	de	que	decidimos	que	queríamos	hacer	lo	mismo	con
nuestras	vidas.
Pasaron	los	años	y	nos	dedicamos	a	trabajar	en	distintos	organismos	de	ayuda	a
las	iglesias	con	un	propósito	de	evangelización,	y	así	ha	continuado	hasta	hoy.
En	estos	años,	Dios	me	ha	dado	toques	de	atención	hacia	un	ministerio
concreto,	pero	que	yo	no	había	visto	ni	había	reconocido.	Han	sido	días	de
lucha	por	querer	identificar	dónde	estoy	en	este	sentido.
Dios	ha	usado	a	Lisa	de	nuevo	para	hacerme	ver	con	claridad	a	dónde	Dios	me
está	llamando	a	servirle.	Lo	ha	hecho,	evaluando	los	dones	que	Él	me	ha	dado
para	su	iglesia.	Hemos	visto	que	los	dones	más	fuertes	casi	no	los	estoy
utilizando	y,	sin	embargo,	los	últimos	de	la	lista	son	los	que	he	priorizado	y	los
que	he	desarrollado	más,	porque	son	los	más	vistosos	y	reconocidos	por	los
demás.	Afortunadamente,	lo	poco	que	he	desarrollado	los	más	fuertes	para	la
iglesia	ha	sido	de	bendición,	a	pesar	de	que	no	los	he	tenido	en	cuenta.	Dios	me
pedirá	cuentas	del	uso	de	esos	dones	para	servir	a	la	iglesia.
A	esto,	se	le	añade	el	hecho	de	que	mi	trabajo	ayuda	al	despiste	y	desarrollo	de
esos	dones	más	llamativos	y	reconocidos	con	un	resultado	visible	en	las	iglesias
y	en	los	demás.	Todo	esto	ha	contribuido	a	no	tener	claro	el	lugar	y	el	ministerio
que	Dios	desea	para	mí	y	para	mi	esposa,	mermando	de	formaconsiderable
nuestra	entrega	y	desarrollo	de	dones	para	edificar	la	Iglesia	del	Señor.
Ahora	vemos	y	sentimos	con	toda	claridad	que	nuestro	deseo	profundo	es	servir
a	nuestros	hermanos	en	la	iglesia	a	través	del	ministerio	pastoral,	haciendo	uso
de	todos	los	dones	que	Dios	nos	dio.
—GONZALO
Capítulo	2
SU	VIDA	ESPIRITUAL
PON	ACEITE	EN	MI	LÁMPARA,	SEÑOR
HEMOS	SIDO	LLAMADOS	a	ser	luz	o,	mejor	dicho,	a	reflejar	la	luz	e	iluminar
el	camino	de	otros.	Todo	eso	es	muy	cierto,	pero	el	mismo	ministerio	y	su	peso
en	ocasiones	puede	debilitar	e	incluso	apagar	la	llama	del	pastor.	Haciendo	uso
de	términos	bíblicos,	me	refiero	a	una	lámpara	y	a	un	faro.	La	llama	del
ministerio	necesita	dos	cosas	para	arder:	oxígeno	y	protección.
Sin	oxígeno	la	llama	no	podrá	arder	ni	alumbrar.	Jesús	lo	dejó	claro	en	Mateo
5:1416:
“Vosotros	sois	la	luz	del	mundo;	una	ciudad	asentada	sobre	un	monte	no	se
puede	esconder.	Ni	se	enciende	una	luz	y	se	pone	debajo	de	un	almud,	sino	sobre
el	candelero,	y	alumbra	a	todos	los	que	están	en	casa.	Así	alumbre	vuestra	luz
delante	de	los	hombres,	para	que	vean	vuestras	buenas	obras,	y	glorifiquen	a
vuestro	Padre	que	está	en	los	cielos”.
¿Qué	es	un	almud?	En	los	tiempos	de	Jesús,	todas	las	casas	tenían	un	almud.	Se
trataba	de	una	especie	de	cajón	de	madera	en	forma	piramidal,	con	una
agarradera	o	asa	donde	se	colocaba	grano,	y	tenía	una	capacidad	de	nueve	litros
(unos	2	galones	y	medio,	aproximadamente).
La	lámpara	que	menciona	el	Maestro	normalmente	consistía	en	un	recipiente
pequeño	de	barro	en	el	que	se	ponía	aceite,	y	del	cual	salía	una	mecha,	que	ardía
y	daba	luz.	Jesús	dice	que	sería	absurdo	encender	la	lámpara,	para	luego	darle
vuelta	al	almud	y	cubrirla.	Ocurriría	lo	siguiente:	primero,	dejaría	de	alumbrar	o
brillar,	y,	segundo,	se	apagaría	por	falta	de	oxígeno.
La	llama	del	ministerio	necesita	dos	cosas	para	arder:	oxígeno	y	protección
Debemos	identificar	los	“almudes”	en	nuestra	vida:	el	trabajo,	los	quehaceres	y
las	ocupaciones,	los	compromisos,	el	poco	tiempo	de	estudio	de	la	Palabra,	la
misma	iglesia,	el	ministerio	y	sus	demandas	y	exigencias,	las	amistades,	los
familiares,	etcétera.
CUANDO	LA	LLAMA	“PARPADEA”
Dos	indicios	o	señales	de	agotamiento	ministerial	son	la	fatiga	y	el	desgano.	La
falta	de	interés	en	la	obra	y	en	los	demás,	el	retraerse	y	encerrarse	en	uno	mismo,
la	falta	de	comunicación,	poco	o	nada	de	contacto	con	los	más	allegados,
comentarios	incoherentes,	un	desenfoque	evidente,	descuido	personal	(en	la
apariencia	y	el	atuendo),	dejadez	y	abandono	en	la	vida	de	oración,	lectura	y
meditación	diaria	de	la	Palabra,	desconexión	con	otros	líderes	y	consiervos,
atención	a	otros	asuntos	potencialmente	peligrosos	(la	pornografía,	los	juegos	de
azar,	u	otras	distracciones),	disensión	en	el	matrimonio,	falta	de	atención	e
interacción	con	los	hijos,	mala	alimentación	y	poco	descanso,	necesidad	de
medicarse,	etcétera.	James	Emory	White	cuenta	la	siguiente	anécdota	de	antaño:
Se	sabe	de	una	antigua	historia	del	custodio	de	un	faro	que	hacía	su	trabajo	en
unos	acantilados	rocosos	en	la	costa.	Cada	mes,	recibía	un	suministro	de	aceite
o	petróleo	para	mantener	la	llama	ardiendo,	de	manera	que	los	navíos	pudieran
surcar	seguros	cerca	de	la	costa	rocosa.	Una	noche,	una	vecina	de	un	pueblo
cercano	vino	a	pedirle	un	poco	de	aceite	para	mantener	su	familia	con
calefacción.	En	otra	ocasión,	se	acercó	un	padre	de	familia	pidiendo	lo	mismo
para	su	lámpara	en	casa.	Otro	en	cambio,	le	pidió	aceite	para	lubricar	una
rueda.	Como	todas	las	peticiones	lucían	legítimas,	el	custodio	del	faro	trató	de
complacer	a	todos	haciéndoles	el	favor.
Llegando	a	fin	de	mes,	se	dio	cuenta	de	que	su	suministro	de	aceite	estaba
peligrosamente	bajo.	Pronto,	se	le	agotó,	y	una	noche	la	luz	del	faro	se	apagó.
Como	resultado,	varios	navíos	naufragaron	y	muchas	vidas	se	perdieron.
Cuando	las	autoridades	investigaron,	el	custodio	se	sintió	compungido.	Les
contó	que	el	tan	solo	había	querido	ayudar	dándoles	aceite	a	los	vecinos.	La
respuesta	a	sus	excusas	fue	sencilla	y	al	grano:	A	usted	se	le	dio	aceite	con	un
único	y	exclusivo	propósito:	¡mantener	la	llama	ardiendo!	¹
Como	creyentes	y	pastores,	tenemos	la	misma	comisión.	Siempre	tendremos	un
sinnúmero	de	demandas	que	ponen	sobre	nosotros	las	necesidades	de	los	demás.
Por	lo	tanto,	el	propósito	como	líderes	y	siervos	de	Dios	es	administrar	bien	el
“aceite”	o	el	combustible	que	el	Espíritu	ha	depositado	en	nosotros	para	ser	luz	y
brillar,	dirigir	y	mostrarles	el	norte	a	los	que	nos	siguen	y	nos	ven.	Pero	si	nos
“estiramos”	demasiado,	si	entregamos	nuestro	aceite	en	demasía,	tarde	o
temprano	nuestra	luz	comenzará	a	“parpadear”.	Si	no	hacemos	un	alto	y	pedimos
más	suministro	al	Espíritu	Santo,	nos	fundiremos,	nos	apagaremos	y	dejaremos
de	brillar.
¿Qué	representa	el	“oxígeno”	para	el	fuego	y	la	llama	de	la	presencia	de	Dios	en
nuestra	vida?	Sin	duda	la	Palabra,	la	oración,	la	comunión	y	el	compañerismo,	la
alabanza,	la	adoración	y	el	evangelismo	personal.
Sin	protección,	la	llama	que	está	en	nuestra	lámpara	se	extinguirá,	se	apagará.
Los	faros	tienen	unos	cristales	muy	gruesos	(compuestos	de	lentes	y	espejos)	y
limpios	que	protegen	la	llama	de	las	inclemencias	del	viento	y	la	lluvia.	Es
curioso	que	Jesús	usó	estos	dos	elementos	para	describir	lo	que	arremete	contra
la	“casa”	de	nuestra	vida	y	la	gran	diferencia	que	representa	el	fundamento	sobre
el	cual	está	edificada.	Los	vientos	y	las	lluvias	de	la	vida	pueden	apagar	la	llama
de	nuestros	ministerios	sino	tenemos	una	protección	efectiva	y	gruesa	como	los
faros.
¿Dónde	está	mi	protección	inmediata?	Sin	duda,	en	mi	esposa;	seguido	por	mis
hijos	y	luego	mis	amigos	de	confianza.	Los	tres	grupos	vienen	a	ser	mi
protección	inmediata.	Pidamos	entonces:	¡Señor	pon	aceite	en	mi	lámpara!
ÁREAS,	“ASIGNATURAS”	O	DISCIPLINAS	VITALES
Podría	parecer	obvia	la	afirmación	de	que	todo	pastor	tiene	que	crecer
espiritualmente	como	cualquier	seguidor	de	Cristo,	pero	la	verdad	es	que	no	es
así.	Esto	no	podemos	darlo	por	sentado.	De	hecho,	es	algo	que	tengo	que
recordarme	constantemente.	Aunque	suene	repetitivo	lo	haré,	no	solo	por	mí,
porque	al	escribirlo	me	ayuda,	me	reta	y	me	hace	rendir	cuentas	ante	la	multitud
de	testigos	que	quizás	lean	estas	páginas,	sino	también	por	todos	los	pastores	a
nivel	personal.	El	autor	de	la	epístola	de	Hebreos	lo	tenía	claro,	cuando	dijo:
“Nosotros	también”:
“Por	tanto,	nosotros	también,	teniendo	en	derredor	nuestro	tan	grande	nube	de
testigos,	despojémonos	de	todo	peso	y	del	pecado	que	nos	asedia,	y	corramos
con	paciencia	la	carrera	que	tenemos	por	delante,	puestos	los	ojos	en	Jesús”.
—HEBREOS	12:12
Lo	que	tenemos	“por	delante”	es	crecimiento	y	superación	en	Cristo,	siempre	y
cuando	mantengamos	los	ojos	puestos	en	Jesús,	aunque	parpadeemos	de	vez	en
cuando.
La	primera	disciplina	tiene	que	ser	la	oración.	Debo	confesar	que	esta	es	mi
lucha	principal	y	que	repruebo	la	asignatura	una	y	otra	vez.	Me	cuesta	orar.	Me
cuesta	apartar	tiempo	para	hacerlo.	Confieso	que	a	veces	prefiero	que	otro
hermano	o	hermana	ore.	Sé	muy	bien	que	la	oración	es	el	oxígeno	del	cristiano,
lo	cual	es	una	manera	muy	buena	de	entenderlo.	Aun	así,	aguanto	la	respiración
espiritual	o	a	veces	uso	la	oración	en	momentos	de	emergencia.	Debemos	orar
cuando	todo	va	bien	y	cuando	todo	va	mal.	La	oración	no	cambia	a	Dios:	la
oración	lo	cambia	a	uno.
La	primera	disciplina	tiene	que	ser	la	oración.
La	oración	levanta	la	fe,	la	edifica	y	la	fortalece.	No	solo	debemos	practicar	la
oración	como	petición,	la	oración	intercesora,	y	en	todas	las	formas	que
involucre	nuestro	intelecto:	con	la	memoria,	la	voz,	las	emociones,	la	actitud	y
las	posturas;	sino	también	la	oración	como	declaración	de	la	Palabra
verbalmente	en	y	con	el	Espíritu.
Todavía	tengo	que	pedirle	al	Señor	que	me	enseñe	a	orar,	como	el	discípulo	que
le	hizo	esa	petición	por	los	demás,	a	pesar	de	que	había	andado	y	estoy	seguro
orado	con	el	Señor:
“Aconteció	que	estaba	Jesús	orando	en	un	lugar,	y	cuando	terminó,	uno	de	sus
discípulos	le	dijo:	Señor,enséñanos	a	orar,	como	también	Juan	enseñó	a	sus
discípulos”.
—LUCAS	11:1
“Señor,	enséñanos	a	orar”,	denota	una	dependencia	en	el	Señor;	es	una	señal	de
no	haber	aprendido	aún	a	hablar	con	Dios	debidamente.	Es	estar	dispuestos	a	ser
enseñados	por	el	Maestro	en	este	aspecto	tan	importante	en	la	vida	de	todo
discípulo.	Seguidamente,	Jesús	les	enseñó	la	oración	modelo	que	conocemos
como	el	padrenuestro.	La	oración	se	enseña,	se	modela,	se	oye	y	se	siente.
En	ocasiones,	no	he	sabido	cómo	orar	o	interceder	por	alguna	circunstancia
específica	compleja	y	me	siento	como	en	un	callejón	sin	salida.	Entonces,	echo
mano	de	Romanos	8:2627:
“Y	de	igual	manera	el	Espíritu	nos	ayuda	en	nuestra	debilidad;	pues	qué	hemos
de	pedir	como	conviene,	no	lo	sabemos,	pero	el	Espíritu	mismo	intercede	por
nosotros	con	gemidos	indecibles.	Mas	el	que	escudriña	los	corazones	sabe	cuál
es	la	intención	del	Espíritu,	porque	conforme	a	la	voluntad	de	Dios	intercede	por
los	santos”.
Es	decir,	no	solo	hacerlo	bajo	la	dirección	y	ayuda	del	Espíritu	Santo,	sino
también	orar	con	el	Espíritu	Santo.	Esto	último,	reconociendo	su	presencia	y
nuestra	limitación,	según	lo	declara	Pablo.	El	Espíritu	ayuda	a	pedir	como
conviene,	con	gemidos,	a	veces	intercediendo	por	nosotros,	porque	Él	sabe	lo
que	Dios	quiere.	Cuando	no	sabemos	cómo	orar,	el	Espíritu	acude	a	ayudarnos.
Ahora,	¿cómo	debemos	orar?:
“Orad	sin	cesar.	Dad	gracias	en	todo,	porque	esta	es	la	voluntad	de	Dios	para	con
vosotros	en	Cristo	Jesús”.
—1	TESALONICENSES	5:1718
Orar	sin	cesar	no	significa	“orar	sin	parar”,	como	si	estuviéramos	desconectados
del	mundo	y	de	la	realidad.	Es	estar	siempre	prontos,	prestos	y	dispuestos	a	orar,
porque	esa	es	la	voluntad	de	Dios.	Es	la	voluntad	de	Dios	que	yo	ore	sin	cesar.
“Edificándoos	sobre	vuestra	santísima	fe,	orando	en	el	Espíritu	Santo”.
—JUDAS	1:20
Mencioné	que	orar	levanta	y	aumenta	la	fe,	ya	que	hacemos	uso	del	intelecto	y
las	facultades,	pero	aquí	se	habla	de	orar	en	el	Espíritu.	Esto	no	quiere	decir	que
siempre	que	oremos	se	supone	que	lo	hagamos	dirigidos	e	inspirados	por	el
Espíritu	Santo,	porque	soy	el	primero	en	confesar	que	a	veces	una	que	otra
oración	me	suena	automática,	mecánica,	insípida.	Aquí	se	refiere	a	otro	tipo	de
oración:	algo	más	amplio	que	va	más	allá	del	intelecto	y	la	razón.
“Porque	si	yo	oro	en	lengua	desconocida,	mi	espíritu	ora,	pero	mi	entendimiento
queda	sin	fruto”.
—1	CORINTIOS	14:14
Uno	de	los	propósitos	principales	del	don	de	lenguas	es	“orar	en	el	Espíritu”.	Así
como	lo	acaba	de	leer.	Cuando	mi	intelecto	no	puede	ni	llega	(porque	de	fábrica
soy	limitado),	puedo	orar	en	el	Espíritu.	Esto	es	algo	que	he	practicado
personalmente	durante	muchos	años.	No	me	jacto	de	los	años	en	que	lo	he
practicado,	sino	de	que	lo	haya	podido	hacer.	Mi	actitud	en	cuanto	a	este	tema	es
la	misma	del	apóstol	Pablo	en	los	versículos	18	y	19:	“Doy	gracias	a	Dios	que
hablo	en	lenguas	más	que	todos	vosotros;	pero	en	la	iglesia	prefiero	hablar	cinco
palabras	con	mi	entendimiento,	para	enseñar	también	a	otros,	que	diez	mil
palabras	en	lengua	desconocida”.
Yo	he	sido	y	sigo	siendo	muy	cuidadoso	con	esto,	pues	tengo	que	ser	un
caballero	como	lo	es	el	Espíritu	Santo.	Orar	en	lenguas	edifica	mi	fe.	Cómo
funciona,	no	lo	sé.	Cómo	explicarlo,	tampoco	lo	sé.	Tan	solo	sé	que	funciona.
Esto	lo	entiendo	como	la	salvación:	antes	era	ciego	y	ahora	veo.	No	lo	puedo
explicar,	pero	ahora	veo;	ahora	soy	salvo,	ahora	oro	en	lenguas.	Es	curioso	que
el	diablo	no	entiende	ese	lenguaje	espiritual.	Hay	una	dinámica	tremenda	cuando
lo	ejercitamos	decentemente	y	con	orden	en	nuestra	vida	de	oración.	Al	final	de
este	capítulo	14,	Pablo	exhorta	inspirado	divinamente:	“Y	no	impidáis	el	hablar
lenguas”.
Es	la	voluntad	de	Dios	que	yo	ore	sin	cesar.
Más	oración,	más	poder.	Menos	oración,	menos	poder.	Durante	años,	en	muchos
círculos	evangélicos	se	ha	apagado	y	limitado	al	Espíritu	Santo	por	miedo	y
quizás	ignorancia.	¿Y	por	qué	no	reconocerlo?	También	por	extremos	y	abusos.
Pero	ya	es	hora	de	abrirle	la	puerta	al	Espíritu	y	pedirle:	Espíritu	Santo,	¡ven	otra
vez	y	llénanos!	El	Espíritu	siempre	exaltará	a	Jesús	y	lo	pondrá	en	alto.
Cuando	la	oración	en	el	Espíritu	es	genuina,	no	copia	o	imita,	no	llama	la
atención,	no	es	alardosa,	es	sensible	a	los	oyentes	y	presentes,	es	dirigida	a	Dios,
fluye	y	se	siente	la	dulce	presencia	del	Espíritu	de	Dios	y	Jesús	ocupa	su	lugar.
Entonces,	cambia	nuestra	percepción	y	derriba	todos	los	prejuicios	que
tengamos.
Puedo	leer	libros	sobre	la	oración,	y	hay	unos	cuantos.	Puedo	leer	pasajes	sobre
la	oración,	y	hay	unos	cuantos.	Puedo	oír	mensajes	sobre	la	oración,	y	hay	unos
cuantos;	pero	nada	de	eso	sustituye	lo	que	verdaderamente	sé	que	tengo	que
hacer:	¡Ponerme	a	orar	con	el	entendimiento	y	en	el	Espíritu!
Cuando	la	oración	en	el	Espíritu	es	genuina,	no	copia	o	imita,	no	llama	la	atención,	no	es	alardosa,	es
sensible	a	los	oyentes	y	presentes,	es	dirigida	a	Dios,	fluye	y	se	siente	la	dulce	presencia	del	Espíritu	de
Dios	y	Jesús	ocupa	su	lugar.
La	segunda	disciplina	tiene	que	ser	la	lectura	y	la	meditación	en	la	Palabra.
Esto	no	se	me	hace	tan	difícil,	porque	me	gusta	leer	y	analizar	lo	que	dice	la
Escritura.	Me	gusta	ir	al	meollo	de	lo	que	leo,	sacarle	el	jugo.	Me	alimento	de
eso,	me	es	placentero;	pero	necesito	tener	cuidado,	porque	se	puede	volver
rutinario	y	aburrido.	Aunque	a	veces	no	tenga	ganas	de	“comer	del	pan”	de	la
Palabra,	sé	que	necesito	hacerlo	para	mi	sustento	espiritual.	Cuanto	más	leo	y
medito	en	la	Palabra,	más	saco	y	descubro	de	la	Palabra.	Es	un	principio
bíblico:	el	que	busca,	halla.
La	mina	de	la	Palabra	es	impresionante.	Cuanto	más	profundo	cavas	más	tesoros
encuentras.	Lo	interesante	es	traer	todo	a	la	superficie	y	hacerlo	visible	y
entendible.	Cuanto	más	como	de	la	Palabra,	más	quiero	de	la	Palabra.	Ese
apetito	lo	crea	el	Espíritu	en	nosotros.
La	tercera	disciplina	que	practico	es	la	de	entrar	en	el	lugar	secreto.	Necesito
tener	un	momento	en	el	que	siento	que	estoy	a	solas	con	el	Señor.	Es	un	tiempo
en	el	que	no	hay	caretas,	en	el	que	no	pretendo	ser	alguien	que	no	soy:
simplemente	me	predispongo	ante	la	inmensidad	de	la	presencia	de	Dios	como
un	ser	vulnerable,	pequeño	y	moldeable.	Siento	que	el	reloj	se	detiene	y	estoy
ante	Él	sacando	todo	lo	que	hay	adentro,	presentándome	tal	y	como	me	siento.
Levanto	mi	mano	en	señal	de	rendición	y	dependencia	del	Dios	Padre,	que	me
ratifica	cosas	íntimas	y	profundas.	Siento	como	un	abrazo	celestial	que	me	da
seguridad	y	me	anima	en	medio	de	mis	inquietudes,	temores	y	limitaciones.
Salgo	fortalecido	a	enfrentar	al	mundo	y	a	los	molinos	quijotescos	que	día	a	día
se	presentan	y	que	muchas	veces	siento	que	no	puedo	superar.
La	cuarta	disciplina	es	rendir	cuentas	a	personas	claves	en	tu	vida.
Recientemente,	le	hablaba	a	un	joven	pastor	sobre	la	importancia	de	esta
disciplina.	No	solo	como	pastores	de	una	congregación	debemos	rendir	cuentas
a	los	líderes	y	feligreses,	o	al	grupo	de	iglesias	o	denominación	a	la	que
pertenezcamos,	sino	también	en	el	plano	personal	debemos	rendir	cuentas	a
personas	clave	en	ese	círculo	íntimo	y	de	confianza	en	nuestra	vida.	Yo	lo
practico	porque	me	ayuda	a	no	sentirme	solo	ni	aislado.	Me	da	seguridad	y
protección	y,	a	la	vez,	la	responsabilidad	de	abrirme	a	otros	hermanos	y	amigos
de	confianza	que	son	mayores	en	madurez	y	experiencia	me	pone	en	una
posición	de	ventaja.
Este	concepto	y	principio	de	rendir	cuentas,	para	un	líder,	para	un	pastor	que
dirige	un	equipo,	será	lo	que	determine	su	éxito	o	fracaso.	La	cultura	de	rendir
cuentas	en	un	equipo	comienza	por	el	líder,	por	nosotros.	No	se	puede	delegar	la
rendición	de	cuentas.	Tú	debes	sentar	las	bases,	ser	el	ejemplo,	tomar	la
iniciativa.	Rendir	cuentas	siempre	nos	mantendrá	en	el	centro	porque	en	el
momento	en	que	nos	desviemos	para	uno	u	otro	lado,	aquellos	a	los	que	les
rendimos	cuentas	nos	llevarán	siempre	al	centro	para	mantenernos	enfocados,
firmes	y	avanzando	rectamente.
La	quinta	disciplina	es	el	ayuno.	Lo	escribo	aquí	como	una	manera	de	rendir
cuentas,

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