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Nadie puede hablar mejor de un pastor que otro pastor, y más aún, alguien que además de pastor es hijo de pastor. Esto le confiere, no solo las credenciales, la autoridad moral y la experiencia, sino también el conocimiento para poder enfocar el tema desde otro ángulo. Alfonso Guevara es un cubanoamericano que no es pastor porque tiene un diploma de pastor, sino porque tiene el corazón de un pastor. El libro que usted tiene en sus manos revela ese corazón de pastor que es una obra sobrenatural que Dios hace en ciertos mortales a quienes escoge y capacita para un ministerio que los ángeles quisieran hacer, pero que es a nosotros a quien se ha dado el privilegio. El libro La vida del pastor aborda nueve aspectos que gravitan alrededor de la vida de todo pastor. El autor nos ilustra cada uno de estos aspectos desde su propia experiencia, a través de un relato salpicado de historias personales que hace que la lectura sea amena e interesante, logrando que nos identifiquemos con sus palabras. Honra la figura de su padre en cada momento, lo cual no solo enaltece a su padre, sino también a él, mostrándonos cómo un hombre puede erigirse como modelo y fuente de inspiración, y como alguien que supo transferir la antorcha y dejar un legado. Igualmente, honra la figura de su esposa, ya que al final de cuentas, se trata de dos y no de uno. El ser marido de una sola mujer, haber honrado el pacto matrimonial y modelar al mundo el plan de Dios con la familia, le confiere toda la autoridad moral que se necesita para hablar temas como la vida conyugal y la vida familiar. También nos habla de sus dos hijos, y de cómo les transfirió el legado que él mismo recibió de su padre y que de seguro ellos transmitirán a sus nietos, cumpliendo la palabra de Jehová de que Él bendecirá nuestras generaciones. Alfonso Guevara es un hombre ya maduro —un matador, como se diría en España, no un novillero—, que se mete al intrincado mundo del pastorado y llega hasta sus cámaras más íntimas. Nos habla de las frustraciones, depresiones, situaciones injustas que los ministros tienen que enfrentar en el ejercicio de sus funciones; las cuales lo pueden llevar incluso al punto del suicidio, como él muy bien relata. También nos habla de los desafíos del pastor en el ejercicio de su ministerio, desde la perspectiva de sus dos experiencias pastorales tanto en California como en Florida. En este recorrido, nos cuenta anécdotas personales y honra a muchos que fueron sus colaboradores en el ministerio. La parte final del libro se enfoca en aspectos como la vida social e intelectual del pastor, fundamentales para el desarrollo saludable del hombre de Dios; para luego tocar el tema del ocaso del ejercicio ministerial. Este último es un tema difícil, ya que en muchos casos el ser humano muere en estado de negación sin haber realizado la transición necesaria en el momento adecuado. Al final, el ministerio es una carrera de relevos y, como señala el autor, la antorcha se transfiere encendida. Se trata de un libro muy completo, que abarca todo aquello que gira alrededor de un pastor desde la plataforma de su experiencia, desnudándolo como persona y mostrándonos su lado humano. Su historia personal nos hace identificarnos con él de entrada, para luego revelar que el gran mérito del ministerio de Alfonso lo tienen su padre y su esposa, reforzando el modelo ministerial de la familia. Después de haber leído La vida del pastor, tengo el gusto de recomendarlo a todos los pastores, no solo de Iberoamérica sino de todas las culturas y sociedades donde este libro sea leído, porque sin duda será traducido a otros idiomas para inspiración de aquellos hombres y mujeres que han sido llamados a ejercer el más grande de los oficios que un mortal puede desempeñar: el de servir a Dios. —DR. RAÚL ZALDÍVAR PRESIDENTE DE UNIVERSIDAD PARA LÍDERES CHICAGO, EE. UU. Alfonso Guevara nos confronta con una serie de preguntas muy pertinentes que deben originar una legítima reflexión entre los pastores. Aunque el desafío pareciera ser más intenso para los pastores mayores, a los jóvenes también les ha de servir de guía para el desarrollo de una vida fructífera y cuidadosamente planificada. El autor se fundamenta en una teología pastoral que propone un equilibrio en la formación espiritual, física y emocional, dentro de un contexto ético ministerial de alto rendimiento, en el siglo XXI. Se trata de un excelente libro de texto para aquellos que enseñan o estudian teología pastoral. —DR. MIGUEL ÁLVAREZ PRESIDENTE DEL SEMINARIO ASIÁTICO DE MINISTERIOS CRISTIANOS MANILA, FILIPINAS Los nueve componentes esenciales que el pastor Guevara plasma en La vida del pastor son una invitación a reflexionar en una temática muy pertinente y necesaria en la iglesia. Aunque se han escrito diversos tratados de teología pastoral, nunca serán suficientes y siempre nuevas ideas y perspectivas frescas serán necesarias. Debido a su amplia experiencia pastoral y las vivencias que le han compartido decenas de pastores, el pastor Guevara es una voz autorizada para plantear el tema. Todo pastor necesita dominar esta temática para desarrollar un ministerio fructífero y feliz. Estoy seguro de que la lectura de este libro será muy útil a los pastores establecidos para reflexionar en su praxis pastoral, y espero que su contenido sea muy informativo e ilustrativo para los nuevos candidatos al ministerio. Obviamente, el estudio formal es insustituible para entender las implicaciones y contexto del trabajo pastoral, pero es igualmente imprescindible que los pastores entiendan que no solo se trata de capacitarse intelectualmente para hacer la obra, sino que también es necesario analizar otros componentes para alcanzar el éxito en su labor. Es mi deseo que la lectura de este material contribuya en mucho a los lectores. Enhorabuena, pastor Guevara, gracias por tomarse el tiempo para bendecir a la iglesia con este libro. —REV. HUGO MELVIN ALDANA JR. DECANO ACADÉMICO UNIVERSIDAD PARA LÍDERES CHICAGO, ILLINOIS, EE. UU. Hace unos años, Dios me dio el privilegio de conocer a este maravilloso hombre y siervo de Dios, al cual como familia e iglesia amamos, respetamos y honramos; y en el que reconocemos la gracia paternal y pastoral que Dios ha puesto sobre su vida. No me sorprende recibir un material de esta calidad de parte suya, ya que quien lo escribe no es un neófito en el tema. Por el contrario, él plasma en esta obra lo que es su esencia, su vida y su llamado; lo que hay en su corazón y lo que desea dejar como legado a la nueva generación de pastores que nos estamos levantando, y que muchas veces no sabemos qué hacer frente a los desafíos y demandas de esta ardua, preciosa y delicada tarea que es el ministerio pastoral. Se trata de un verdadero manual que todo pastor debe leer. Hay una generación de pastores nuevos que aún no hemos cruzado la barrera del tiempo en esta magna tarea que Dios nos ha confiado, y que precisamos de ser orientados, asesorados, guiados y alentados. Creo firmemente que Dios ha escogido a Alfonso Guevara para que, no solo desde su experiencia pastoral y ministerial, sino también bajo la guía del Señor, nos nutra con un libro como este. Creo que Alfonso Guevara representa la clase de mentor, maestro y amigo que esta nueva generación de pastores necesitamos a nuestro lado para que nos hable, oriente, guíe y aliente, de manera de culminar con la frente en alto esta maravillosa obra, como lo expresó el apóstol Pablo en 2 Timoteo 4:78. Recomiendo con todo mi corazón este material a todos mis colegas pastores alrededor del mundo, porque sé que será de gran provecho y aliciente para refrescar su vida y ministerio. —REV. JHONY MONTAÑO SOLÍS PASTOR, IGLESIA PRESBITERIANA CUMBERLAND POPAYÁN, CAUCA, COLOMBIA En el libro Pastor as Person [El pastor como persona], el Dr. Gary L. Harbaugh, dice que «los pastores son personas», y añade que «la mayoría de los problemas que los pastores experimentan en su iglesia no son causados porque el pastor se olvida de que él es un pastor»,sino «cuando el pastor olvida que es una persona». En este nuevo libro, Alfonso nos dirige en un recorrido que abarca aspectos importantes de la vida del pastor, desde su llamamiento hasta su muerte. El autor nos habla como un pastor que ha experimentado y vivido lo que está hablando, sacando a la luz muchos de los problemas que experimentamos los pastores y de los que usualmente evitamos hablar para proyectar una imagen de que todo va “viento en popa”, y así guardar las apariencias, aunque no estemos bien. Alfonso comparte aspectos de su vida familiar que nos muestran que es un pastor de carne y hueso y que ilustran el camino recorrido. Este libro es un necesario recurso para los pastores actuales y para aquellos que están respondiendo al llamado de Jesús a “apacentar sus ovejas”. —DR. ELÍAS RODRÍGUEZ INSTRUCTOR DEL CENTRO DE LIDERAZGO BÍBLICO IGLESIA DE DIOS DE LA PROFECÍA En la cosmovisión cristiana moderna, los pastores son presentados como estrellas de rock, triunfantes en todo lo que hacen, y como modelos de éxitos y grandeza. Esto, descontextualiza la enseñanza sobre el Reino de Dios y declaraciones bíblicas como: “Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola”. En La vida del pastor, Alfonso Guevara vuelve a tocar el tema pastoral de una manera honesta y real mediante las diversas situaciones tanto positivas como negativas que tiene que enfrentar el ministro con su grey, la familia y la sociedad. El pastor Guevara trata diversos aspectos de la cotidianidad pastoral que muy pocos libros en español han tocado. Es refrescante y esperanzador saber que alguien se ha detenido a escrutar la humanidad y espiritualidad de los pastores en este mundo posmoderno en que vivimos. Hoy, los retos son mayores, las caídas están a la orden del día y las presiones abundan por doquier. Al tratar los componentes esenciales de la vida pastoral, el pastor Guevara hace de este libro una guía que todo pastor debe leer. Recomiendo este libro, con gran entusiasmo, no solo a los pastores en función, sino también a aquellos pastores en potencia a quienes el Señor está llamando a su santo ministerio. —OBISPO GABRIEL ELÍAS VIDAL PRESBÍTERO GENERAL PARA LOS MINISTERIOS SUDAMERICANOS DE LA IGLESIA DE DIOS DE LA PROFECÍA Una vez más el pastor Guevara ha logrado escribir un libro que no solo es relevante para el pastor que lucha a diario con las peripecias de su complicada vida, sino que provee al lector herramientas y respuestas bíblicas indispensables para una actividad tan sensitiva como la carrera pastoral. Más que una colección de información o estadísticas sueltas, La vida del pastor es el resultado de muchos años de vida pastoral invertidos en varios contextos socioculturales por su autor. Los casos comentados en el libro no son abstractos, sino que vienen de donde estamos todos: de la cruda realidad de la vida. Han sido incluidos sin maquillaje, para ayudarnos a ver que no estamos solos en esta carrera, pero que con la ayuda de Dios y de personas idóneas a nuestro lado, podemos continuar nuestro ministerio, llevando tan grande tesoro, aunque depositado siempre en simples vasos de barro. Recomiendo con entusiasmo La vida del pastor y espero que bendiga la vida, la familia y el ministerio del lector como lo hizo conmigo. —OBISPO BENJAMÍN FELIZ PRESBÍTERO GENERAL IGLESIA DE DIOS DE LA PROFECÍA MÉXICO, CENTROAMÉRICA Y EL CARIBE La mayoría de los productos de Casa Creación están disponibles a un precio con descuento en cantidades de mayoreo para promociones de ventas, ofertas especiales, levantar fondos y atender necesidades educativas. Para más información, escriba a Casa Creación, 600 Rinehart Road, Lake Mary, Florida, 32746; o llame al teléfono (407) 333-7117 en Estados Unidos. La vida del pastor por Alfonso Guevara Publicado por Casa Creación Una compañía de Charisma Media 600 Rinehart Road Lake Mary, Florida 32746 www.casacreacion.com No se autoriza la reproducción de este libro ni de partes del mismo en forma alguna, ni tampoco que sea archivado en un sistema o transmitido de manera alguna ni por ningún medio—electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otro —sin permiso previo escrito de la casa editora, con excepción de lo previsto por las leyes de derechos de autor en los Estados Unidos de América. A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. Las citas de la Escritura marcadas (La Palabra) corresponden a la Santa Biblia http://www.casacreacion.com La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España. Usada con permiso. Ciertas escrituras fueron tomadas y traducidas de la Biblia The Message. Copyright © 1993, 1994, 1995, 1996, 2000, 2001, 2002. Usadas con permiso de NavPress Publishing Group. Copyright © 2018 por Alfonso Guevara Todos los derechos reservados Edición por: Ernesto Giménez (www.thecreativeme.net) Diseño de portada por: Vincent Pirozzi Director de Diseño: Justin Evans Library of Congress Control Number: 2018910079 ISBN: 978-1-62999-425-3 E-Book ISBN: 978-1-62999-426-0 CONTENIDO Prólogo Introducción 1 Su llamado 2 Su vida espiritual 3 Su vida conyugal 4 Su vida paternal 5 Su vida familiar 6 Su vida eclesial 7 Su vida intelectual 8 Su vida social 9 Su vida final Notas Biografía PRÓLOGO “Lee no para contradecir o confundir; no para creer o tomar por sentado; no para buscar conversación y discurso, sino para pensar y considerar. Algunos libros son para ser probados, otros para ser tragados y unos pocos para ser masticados y digeridos”. —FRANCIS BACON (1561–1626) LAS PALABRAS DEL filósofo y orador británico Francis Bacon son muy apropiadas para ayudar a describir el libro La vida del pastor, de Alfonso Guevara. Si como lectores buscamos una lectura que nos dé una fórmula mágica que podamos preparar con unos pocos ingredientes, o que ofrezca soluciones instantáneas como muchos libros en nuestro entorno evangélico prometen, entonces no lo leamos. Sin embargo, si deseamos asumir un desafío y crecer en nuestra relación con Dios, con nuestro entorno social y nuestro ministerio, hemos llegado al lugar adecuado. Invertiremos el tiempo en una buena lectura. Hay tres palabras que describen perfectamente mis impresiones sobre La vida del pastor: transparente, profundo y práctico. ¿Por qué transparente? Lo transparente deja ver algo con nitidez, claridad y sin ambigüedad. Hay autores que comunican muchos conocimientos e información; sin embargo, al leer su obra, no descubrimos al autor detrás de ella. No ocurre así con La vida del pastor. Alfonso Guevara nos invita a conocerlo tal como ha sido y es, incluyendo a su amada esposa Alina, su familia, y su trayectoria ministerial. Al terminar la lectura del libro, conocemos bien al pastor Alfonso Guevara. ¿Por qué profundo? Porque el autor ha alcanzado profundidad y al mismo tiempo, sencillez. Los conceptos y ejemplos que presenta ayudan al lector a reflexionar sobre varios temas personales como ministeriales, que son fáciles de captar y entender. Cuanto más uno lee, más verdades salen a relucir y más deseo tiene el lector de continuar y desarrollarse. Obtener el triunfo no es fácil, pero el autor lo ha conseguido. ¿Por qué práctico? Porque se puede poner en práctica en la vida cotidiana tanto del pastor como del creyente. No deja al lector en las nubes, sino que nos trae al mundo real de la vida. Sus conceptos y consejos son verosímiles y se pueden poner en práctica en la vida y ministerio de todo siervo y sierva de Dios. Son actuales, y el pastor Guevara da opciones asequibles para todo aquel que desea progresar en su vida integral con Dios y con sus semejantes. Cada pastor enfrenta desafíos en su llamado, vida espiritual, vida conyugal, vida paternal, vida familiar, vida eclesial, vida intelectual,vida social y vida final. Es un honor y placer conocer al pastor Guevara desde hace más de dos décadas, en las que hemos caminado juntos por valles y montañas. En un mundo en el que tantos amigos y consiervos están desanimados y buscando soluciones para su vida con Dios y el ministerio vocacional, es refrescante tener una herramienta que nos ayuda a navegar con éxito contra las aguas desafiantes y turbulentas de la vida. Este libro es para ser “masticado y digerido” como bien nos ha dicho nuestro amigo Francis Bacon. ¡A Dios sea la gloria! Dr. Nicolás A. Venditti, PhD Cofundador de INSTE Global Bible College INTRODUCCIÓN POCO SE HA habla de la vida cotidiana de los pastores, quizás en parte porque la mayoría de los pastores tratan de mantener su vida privada, pues, privada. En nuestra cultura hispana evangélica, el pastor es visto como el siervo visible y a disposición en todo momento y, aunque aún sigue siendo así en muchos círculos, en otros esto ha ido cambiando. Lamentablemente, en general no se respeta lo suficiente esa parte sagrada de la vida del pastor en familia, en solitario (y no me refiero a soledad), en donde si se trata de un pastor sincero, su vida estará en sintonía con su ministerio público. Será la misma persona en privado que en público, pero con el derecho de disfrutar de sus hobbies, sus gustos, su música, su deporte favorito, su tiempo libre y sus aficiones, sin que nadie se entrometa. Este libro puede considerarse la continuación de mi primer libro, Pastores de carne y hueso,¹ en el que dejé algunos temas en el tintero que ahora puedo plasmar en este “nuevo tratado”. Pablo dice que somos “cartas abiertas” para ser leídas por todos. La vida del pastor es precisamente eso, una carta, o más bien una puerta abierta a la vida de un pastor, la mía, y a aquello alrededor de mi vida que define, afina y forma parte del engranaje que hace posible que mi vida sea funcional. Sobre todo, revela aquello que me ayuda a manejarme en medio de un mundo cada vez más complejo y que cada vez dificulta más el oficio de pastor. Entiendo que, como pastores, lo nuestro es más que un oficio: trasciende horarios, paredes e incluso estructuras. Nuestro trabajo es tridimensional, ya que es un ministerio que se mueve y funciona (cuando realmente funciona) en el ámbito espiritual; sobre todo, porque nos movemos en esa dimensión cuando lidiamos con el mundo espiritual, aquel que no se ve, pero que tiene consecuencias muy visibles y tangibles en el campo humano. Las batallas, las conquistas, los logros, el discernimiento, etcétera; forman parte de la dimensión espiritual, ya que no luchamos contra cosas que son tangibles sino espirituales, en “lugares” espirituales y celestiales. De ahí que echemos mano constantemente del Paracleto, que con su presencia nos ayuda a navegar esos frentes y nos protege. Y es que, en la armadura de la fe, según Pablo en Efesios, no hay pieza para la espalda porque Dios está cubriendo nuestras espaldas. También forman parte de la dimensión mental, pues todo lo que tiene que ver con el alma, a saber: los pensamientos, el intelecto, la comunicación, el conocimiento, etcétera, también forma parte del campo de batalla. Debemos estar al día con las tendencias doctrinales y teológicas, los cambios sociales y políticos, las diferentes y enormes influencias en el campo de las comunicaciones y medios en este mundo cambiante. Y por supuesto, también de la dimensión física en sus diferentes expresiones. No solo se trata de estar físicamente con el que llora y con el que ríe en un momento determinado, sino también presentes con el pueblo al que servimos, así como con aquellos que aún no forman parte del pueblo de Dios, pero con quienes tenemos una responsabilidad social, cívica, y humana. Nótese que no incluí política porque, en mi opinión, el oficio del pastor no incluye la política. Nuestro ministerio tiene y tendrá siempre efectos políticos por lo que enseñamos, capacitamos, predicamos y discipulamos como expositores de la Palabra, ya que esta produce cambios radicales en el ser humano que se traducen en cambios en la polis, en el colectivo sociohumano. Pero el pastor no debe inmiscuirse en la política ni usar su plataforma de liderazgo para cabildear tendencia política ni político alguno. En cambio, sí debe inculcar e impulsar a sus feligreses a que se involucren como ciudadanos en la política local y nacional votando responsablemente y, ¿por qué no?, participando activamente, e incluso postulándose a cargos políticos, sin quedarse de brazos cruzados resignados esperando la segunda venida del Señor. Billy Graham dijo y reconoció algo muy interesante en una ocasión: “Si pudiera hacerlo todo de nuevo, también evitaría cualquier apariencia de participación en la política partidista. En general [ . . . ] mi interés principal en mis contactos con líderes ha sido como pastor y consejero espiritual, no como asesor político. Sin embargo, ha habido momentos en los que sin duda salí de mi llamamiento como evangelista y me metí en la política. Un evangelista está llamado a hacer una cosa y solo una: proclamar el evangelio. El meterse en cuestiones estrictamente políticas, o en la política partidista inevitablemente diluye el efecto del evangelista y transige su mensaje. Es una lección que quisiera haber aprendido más pronto”.² Las canas de Billy Graham quien pasó a la presencia del Señor a sus 99 años, no fueron por gusto. En estos consejos hay mucho camino trillado. He visto recientemente a líderes evangélicos con el título de “figura pública” (título que se puede recibir de Facebook cuando se rebasa la cantidad de 5000 seguidores) que luego de alinearse con un partido político o un candidato específico, son víctimas del zarpazo de la opinión pública y de sus miles de seguidores que no aprueban su postura o al menos no la esperaban. Hermano consiervo, si tienes pensado echar mano de esa baraja en algún momento, puedes estar seguro y avisado desde ya que eso tendrá repercusiones nefastas en tu ministerio. No juegues con la memoria histórica de aquellos que te siguen y te respetan por tu liderazgo y cordura espiritual. Hay creyentes en lugares estratégicos en la política (legisladores, abogados, senadores, jueces, etc.) que Dios ha colocado en esas posiciones para avanzar la causa de Cristo, pero cuando se les pregunta a estos hermanos sobre su posición, en la mayoría de los casos cuentan que se sienten como Daniel en el foso de los leones, ya que el ambiente político es hostil y complicado para los evangélicos en cualquier parte del mundo occidental democrático. Hago esta salvedad, porque hay otros países y partes del mundo donde imperan dictaduras políticas y religiosas extremistas, en los que estos siervos tienen que funcionar como “agentes secretos” del Señor. La vida del pastor, en principio, no debería ser complicada. De hecho, cuando vemos el patrón bíblico, histórico y social, un pastor común de ovejas vivía una vida simple, sin complicaciones aparentes concentrándose específicamente en sus ovejas, su cuidado, su alimentación, su protección, su multiplicación, su producción, etcétera. En nuestra época, no hay duda de que la vida del pastor de ovejas es bastante más complicada y difícil. En pleno siglo XXI, es más cuesta arriba que en décadas pasadas. Los cambios sociales, religiosos, morales, etcétera, han sido tan bruscos, enormes y repentinos que la tarea se ha vuelto realmente agotadora y nos desgasta en extremo. Pero este complicado escenario no elimina la necesidad de más obreros para la mies, que sigue siendo mucha. A través de estas páginas, busco exponer lo que Dios ha puesto en mi corazón sobre la vida pastoral en el contexto de un mundo posmoderno y todo lo que eso conlleva, de manera que se pueda tener un ministerio y pastorado transcendente, transparente y eficaz. Afortunadamente, ha habido mejorías en cuanto a las estadísticas ministeriales:³ • El 73 por ciento de las iglesias están tratando y cuidando mejor a sus pastores. Se ha comenzado a apreciarmás a los pastores, gracias a que hay mejores conocimientos y estudios de lo que es el pastor, lo que ha creado conciencia en las denominaciones. • El 77 por ciento de los pastores en edad del grupo de los mileniales están pasando veinte horas o más a la semana con su familia. • El 90 por ciento de los pastores sienten que han sido verdaderamente llamados por Dios y que están en el lugar donde Él los ha puesto. • En mi libro Pastores de carne y hueso, comparto algunas estadísticas relacionadas con el universo de los pastores. Una de ellas, es que un promedio de mil quinientos a mil ochocientos pastores abandona el ministerio voluntariamente por varias razones. Esta estadística ya tiene algunos años. Sin embargo, el ministerio Pastoral Care Inc., afirma que recientemente el número ha bajado drásticamente, aunque es difícil definirlo con exactitud. Esta es una excelente noticia, ya que ver números reducidos es precisamente lo que buscamos y por lo cual tenemos este ministerio de apoyo pastoral. Aclara este ministerio que hay otro número donde pastores son despedidos de congregaciones o denominaciones por un número combinado de conflictos. Antes de entrar de lleno en los capítulos, pregunto: ¿Cómo es un pastor? ¿Cómo es la vida “normal” de un pastor? Hay pastores que no llevan vidas normales. Jesús, siendo Dios, no vivió entre nosotros como Dios, sino como hombre. Siendo el gran Pastor, llevó una vida normal. Él no salía a caminar sobre las aguas en las mañanas, ni volaba como Superman surcando los aires; se transportaba como todo el mundo para ir de un lugar a otro. Comía, dormía, reía y sudaba como cualquier humano. Sus doce discípulos no eran sus guardaespaldas. En una ocasión, les lavó los pies. Alguien dijo: “La gente está hambrienta de expresiones genuinas de la verdad, no de predicadores con pantalones vaqueros/jeans apretados sentados en taburetes intentando desesperadamente formar parte de una tendencia”. Seamos y hagamos lo que Dios nos ha llamado ser y hacer. No escribo esto pensando que estoy diciendo una novedad. No lo es. De hecho, el año pasado se publicaron unos cuatro mil libros de liderazgo de tipo secular (la mayoría, me imagino) y algunos cristianos. En Amazon hay ochenta mil títulos relacionados con el tema del liderazgo.⁴ Escribo esto porque creo que constituye un puente entre el lector de este tratado y este servidor que lo propone. Ambos somos humanos y de eso tenemos todo en común. Algunos de los temas son muy personales, pero creo que tienen esa particularidad o característica universal que nos atañe a todos los que hemos obedecido el llamado a servir a Dios. En estos capítulos espero poder plasmar, por ejemplo, la vida normal que un pastor desea y anhela vivir con su familia, como todo el mundo. Como pastores, debemos contender por poder llevar un estilo de vida normal, saludable, familiar, divertido, moral, ético, desafiante; por nuestra propia salud integral, por nuestra familia, por la congregación a la que servimos y por la sociedad donde vivimos. ¿Será posible? ¿Será una utopía pensar así? Luego de publicar Pastores de carne y hueso, he viajado y conocido a muchos pastores que anhelan y ansían una vida normal para ellos y sus familias. Al ver esta necesidad en mis conferencias y encuentros con pastores, e interactuar con ellos de cerca, así nació este manuscrito. Mi anhelo más profundo es ver a muchos pastores felices y realizados. Conocer a muchos hijos de pastores satisfechos con sus padres. Mi padre me dijo en cierta oportunidad: “No te dejes llevar por la gente”. El mensaje es que debemos tener cierto “repelente” o “coraza” que nos proteja de la opinión pública si es que deseamos llevar una vida de pastor lo más normal posible. Yo lo veo posible, primero porque Jesucristo, nuestro principal pastor, ya hizo la parte más difícil y solo nos toca volver al modelo original. ¿Podremos proponernos esto como una meta inmediata, a pesar de lo que está sucediendo con el ministerio? Por supuesto que no será fácil, pero Aquel que nos llamó y que es fiel no ha cambiado su palabra. El modelo de Jesús, nuestro buen pastor, no cambia. Somos nosotros los que cambiamos todo el tiempo y ese es nuestro problema principal. Por esos cambios que estamos viviendo, es mi deseo que este honroso oficio sea fortalecido, sea confirmado y sea anhelado por muchos más para vivir “la vida del pastor”. Capítulo 1 SU LLAMADO TODO COMIENZA CON un llamado claro, específico y audible en nuestro espíritu, que se va haciendo cada vez más audible con el tiempo. Al principio, es ese susurro suave del Espíritu, que por ser suave a veces lo ignoramos porque sabemos lo que conlleva. Es como una neblina que poco a poco se va disipando hasta que vemos todo el panorama mejor. Debo confesar que luego de ver lo que mis padres pasaron durante su ministerio en Cuba y luego como misioneros en España, lo menos que yo quería ser era pastor, pero Dios me señaló un día con el dedo índice y me dijo: “Ven para acá”. Desde ese día, Él me ha indicado con ese dedo qué hacer y a dónde ir. El dedo de Dios que apunta el camino te señala dónde debes ir. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. —ROMANOS 11:29 El llamamiento no es canjeable ni viene con derecho a devolución. Tampoco se puede pasar a otra persona; o sea, no es transferible. Es personal e intransferible. No se puede anular. No tiene marcha atrás. No se puede pintar de otro color para que luzca como algo que no es. El llamamiento ocurre una vez, y la respuesta al llamamiento también se da una vez y es firme. Dios no llama dos, tres o cuatro veces. Nos llama una sola vez. Nosotros podemos evadir el llamado, o negarlo muchas veces hasta que tomemos la decisión sensata. Dios no se equivoca, jamás. “HEME AQUÍ”: EL LLAMADO DE DIOS “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”. —ISAÍAS 6:8 En cuanto al llamado a servir a Dios, la Trinidad pregunta: “¿Quién irá por nosotros?”. Y ese: “Heme aquí Señor, envíame a mí” aún es necesario, requerido, probado, y tiene que ser aprobado. El siervo, el enviado, tiene que ser aprobado, cualificado y preparado. Tengamos esto claro: sin Dios nosotros no podemos hacerlo, y sin nosotros Él tampoco lo hará. Podemos extraer doce enseñanzas principales de este versículo: 1. Aprobación. Primeramente, nuestro corazón tiene que estar bien con Dios, a tono con Él. El versículo 7 contiene el contexto: “Y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. Es necesario recibir el “toque” de Dios en nosotros, de tal forma que resuelva primero el problema del pecado y de la culpa. Estar limpios de pecado, libres de culpa. Sin este requisito, no podemos servir a Dios. La culpa es un peso que nos impide progresar, avanzar, subir, escalar. Nos tira para abajo, nos detiene, nos hace más lentos. Dios quiere que “corramos con los caballos”, con los rápidos, con los fuertes. Cuando arreglamos el problema del pecado y nos quitamos el peso de la culpa, tomamos velocidad ministerial. Nos espera un mundo necesitado porque está herido, enfermo y desorientado. En Hebreos 12 se nos invita a despojarnos de las cosas que pesan en nuestra vida, de aquellos pecados que nos impiden correr e ir más rápido. 2. Receptividad del llamado. “Después oí la voz del Señor [ . . . ]”. Una vez que Dios nos toca con su fuego santo y quema todo aquello que impide servirle, libera también nuestro “sistema auditivo espiritual” para volvernos receptivos a su voz antes de su llamado. En el versículo 7, toca primero su boca y luego sus labios, ya que después de confirmar el llamado y comprobar su capacidad de usar su oído espiritual, lo primero que le pide al enviarlo es: “Anda, y di a este pueblo [ . . . ]” (v. 9, itálicas añadidas). Es decir, ha de usar sus labios para declarar el mensaje de Dios. Ahora puedes hablar porque fuiste enviado. Ahora puedes hablar, ser la voz, porqueprimero pudiste oír su voz. 3. La especificación de las preguntas o demandas de Dios. “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”. No todos los “enviados” terminan “yendo”. Por otra parte, también hay algunos que “van” sin ser enviados. Hay que estar en sintonía con Dios y sus especificaciones o demandas. “¿A quién enviaré?” es una pregunta para todos sus seguidores, pero se vuelve personal cuando ese “quién” eres tú. A veces, cuando Dios nos pide algo específico, preguntamos: “¿Quién? ¿Yo?”, y eres el único en la habitación. No hay nadie más. Sabes bien que eres tú y te está preguntando: “¿Te enviaré a ti? Te estoy llamando porque te estoy invitando a ir”. 4. La representación de Dios. “¿Quién irá por nosotros? ¿Quién será nuestro sustituto? ¿Quién nos representará? ¿Irás y harás lo que tienes que hacer en lugar de Dios?”. Cuando Él nos llama somos sus representantes. Es lamentable que Dios esté hoy tan mal representado en muchos círculos cristianos. Ese ministro no representa al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo. “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo”. —2 Corintios 5:20 5. La respuesta del hombre. “Entonces respondí yo [ . . . ]”. Siempre hay un “entonces”, un momento en el que se enciende el foco, un: “¡Eureka!” o: “¡Ya lo tengo!”. Ese momento de transición entre la pregunta, el inquirir de Dios y la verbalización de la acción, el “responder”, representa la bisagra, la respuesta al llamado. Nadie responderá por ti porque es un asunto personal e intransferible. Hay un momento específico en el que podemos exclamar: “Señor, ¡aquí está mi respuesta al empujón que me acabas de dar con tus preguntas!”. 6. La disponibilidad del hombre. “Heme aquí [ . . . ]”. La palabra aquí significa ver dónde estás, partir de dónde te encuentras. Entender tu entorno y tus alrededores. Aquí es tu realidad. ¿Qué es lo que te rodea? ¿Cómo está la situación? “Heme aquí” es una decisión calculada, no emocional ni temporal. Es hacer un balance de nuestros recursos espirituales, emocionales y físicos y traerlos a los pies de Cristo. Cuando haces esto, el siguiente paso, es decir: “Señor, ¡vámonos!”. 7. La vulnerabilidad del hombre. “Heme aquí [ . . . ]” es una expresión de apertura y rendición total. No es llegar al final del camino y decir: “Bueno, no me queda otra” o: “Mejor hago esto”. Es comenzar el camino: ese largo viaje de servir a Dios hasta el final, pero que comienza con un: “Heme aquí, aquí estoy para ti”. No se trata de lo que ya has recorrido, sino de lo que estás por recorrer. Es abrirte de par en par y en un sentido decir: “Este soy yo. Este es mi corazón, haz lo que tienes que hacer. Te doy permiso”. 8. La preparación por parte de Dios. “Envíame a mí”. No se envía un soldado a la guerra sin prepararlo. No se envía un atleta a las olimpiadas sin entrenarlo. No se entrega un rebaño a alguien que no ha estado con ovejas ni las ha cuidado. Esto es discipulado, y requiere tiempo. No es posible preparar a los que dicen: “Envíame a mí” apretando botones en un “microondas” ministerial. Para obtener resultados a largo plazo se necesitan plazos largos. Es muy cierto que hay cierta urgencia de preparar y enviar a hombres y mujeres a servir al Señor, pero no podemos “acelerar” el proceso. Así como a Jesús le tomó años preparar y entrenar a sus discípulos, igual nos toca a nosotros. Cuando decides irrevocablemente ir, ser enviado, declarar “envíame a mí” estás respondiendo a la pregunta de la Trinidad: “¿Quién irá por nosotros?”. Entonces, puedes estar seguro de que tienes todo lo que Dios requiere respaldando tu decisión, tu entrega, tu primer paso de ir, de hacer y de obedecer al llamado. 9. La dirección está relacionada con el “envíame”. Pablo dice que somos cartas abiertas. Para ser enviados, necesitamos el remitente, el “aquí” donde estamos; pero también necesitamos la “dirección” a donde vamos, hacia donde nos dirigimos. Por supuesto, necesitamos el “sello” de aprobación y de circulación del Espíritu Santo. “¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros? Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”. —2 Corintios 3:13 10. Circulación es lo que ocurre cuando te abres para ser usado. No puedes ser “enviado” si permaneces en tu “aquí”. El “aquí” es cómodo y seguro; es lo conocido y familiar. No te “engavetes”. Ponerse en circulación para servirle te llevará a lo desconocido, a lo poco familiar y quizás no tan amigable. Es posible reconocer a los que están en “circulación” y a los que están pasivos. Puedes percibir su pasión por lo que hacen para el Señor. 11. La supremacía de Dios. La palabra “Señor” está en esta oración antes que el “mí”. El señorío de Cristo es vital y primordial. Él es el principio de todo. Él debe estar en el principio de tu ministerio. A veces en el principio hay caos y desorden, pero cuando Dios comienza a hablar en tu ministerio y sientes que la creatividad del Espíritu se mueve sobre la faz de tus deseos, planes y proyectos, entonces se crea todo un mundo a tu alrededor que no existía antes y que no habías visto. No se trata solo de la supremacía de Dios; Él es supremo; sino de su primacía: Él es primero. Nótese esta secuencia en crecimiento: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. —Filipenses 2:9–11 “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten; y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, el que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,” —Colosenses 1:15–19 “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos”. —Hebreos 1:1–4 12. El protagonismo del hombre enviado. El “mí” está en segundo lugar, no en segundo plano ni detrás de bastidores o del telón. Saltaste al campo de juego: ya no eres un espectador sino un protagonista. No es: “Heme aquí envía a mi hermano”. Se trata de ti. No mires para los lados: eres tú. Ahora estás ahí para ponerte en la brecha. Es hora de actuar. EL LLAMAMIENTO DE MOISÉS (ÉXODO 3) Moisés era pastor. “Lideraba” ovejas de lana. • ¿Cómo son los candidatos de Dios para el liderazgo? ¿Qué criterio tiene Dios para escoger a sus hombres y pastores? La respuesta está en 1 Corintios 1:2531 • No muchos son sabios, poderosos o nobles (de abolengo, de la alta sociedad) Dios escoge a necios, débiles (sin influencia ni fuerza política, económica, etc.), viles (bajos), menospreciados (subestimados, discriminados), “donnadies”, etcétera. • Jesús le dijo a Pedro cuando confirmó su llamamiento: “Apacienta [pastorea] mis ovejas” (ver Juan 21:1517). I El llamamiento primeroes visible (ver) (v. 23). • Dios nos hace “ver” o tener una visión de lo que conlleva ser llamados a servirle. • No siempre será algo visiblemente tangible a los ojos físicos, pero en el caso de Moisés, “apareció el Ángel de Jehová” (epifanía) y una “llama de fuego”. • Esto hizo que Moisés “mirara” más que un arbusto quemándose en medio del desierto: “Y veré esta grande visión [ . . . ]”. II El llamamiento en segundo lugar es audible (oír) (v. 4). • Cuando Dios ve que Moisés “abre” los ojos; que quiere ver la visión; lo llama audiblemente: “Lo llamó Dios de en medio de la zarza”. Y lo llamó por su nombre: ¡Moisés! • Dios tiene muchas maneras de hablarnos en el llamamiento. Muchas veces lo hace por medio de ese susurro del Espíritu que nos habla en lo más profundo del corazón. En otras ocasiones, lo hace a través de su Palabra cuando leemos algo en un momento y lugar específicos. De igual manera, cuando hemos oído un mensaje traído por un oráculo de Dios (un mensajero) y es para nosotros; no podemos evadirlo ni negarlo. III El llamamiento en tercer lugar es tangible (sentir/ tocar) (v. 5). • Es palpable, no solo en el sentido objetivo, sino subjetivo. Sientes cuando te llama, porque su llamado trasciende de lo espiritual a lo físico. Dios llama a todo lo que somos en espíritu, alma y cuerpo. No es un llamado etéreo ni místico. Dios lo hace en un lugar y entorno específicos y en un momento determinado. No es un rayo de luz que cae del cielo sobre tu cabeza, ni una voz de tono barítono con eco que te habla desde el cielo, aunque sí sientes que “se prendió el foco”. En ocasiones, el llamamiento puede llegar en una serie de mensajes subliminales y otros directos. En efecto, vas a palparlo en la dimensión física en la que tú y yo vivimos y funcionamos. • Al igual que Moisés, no has de “apoyarte” en lo que te lleva, por muy bien que te quede (tus zapatos/calzado), o en la comodidad de lo familiar. El ministerio es otro terreno en el que te mueves en otra capacidad. • Hay una simbología especial con el Señor y sus siervos “descalzos” delante de Él. El estar descalzos conlleva un sentido de vulnerabilidad, de impotencia, de entrega. Lo mismo ocurrió en la Última Cena. El Maestro los convocó, no solo para comer juntos por última vez antes de que Cristo conmoviera al mundo, la historia y la dimensión espiritual y eterna: sufrir lo indecible, ir a la cruz por la humanidad y después resucitar al tercer día. Los convocó para lavar sus pies sucios. Esa palangana de agua sucia contenía mucho de lo que a todos nosotros se nos pega del mundo. • En su breve obra Daybreaks,¹ el teólogo Nathan Mitchell narra lo siguiente: “El novelista Luigi Santucci escribió en su tiempo: ‘Si pudiera tener una reliquia de la pasión de Cristo, sería esa palangana o lebrillo de agua sucia. La llevaría a las calles [ . . . ] de persona en persona, mirando solo sus pies y nunca sus rostros, para no distinguir entre amigos o enemigos. Desde traficantes de drogas y de armas, adorables bebés y abuelos cariñosos, pasando por pillos comunes y estafadores [ . . . ], a todos les lavaría los pies; y seguiría lavando pies hasta que entendieran. No es nuestra responsabilidad decidir quién se salva. Nuestro trabajo es elegir servir. El ejemplo de Jesús nos sugiere que no discriminemos en lo absoluto en nuestro juicio. Miremos los pies, no los rostros. Sirvamos a todos porque Cristo murió para salvar a todos’”. La visión de la zarza ardiendo y que no se consumía, representaba la visión y el mensaje del ministerio de un líder; era un mensaje visual y directo; el Power Point de Dios. Es necesario que nazca un “fuego”, algo que arda en ti para servirle. Debes servir a Dios “encendido” con su fuego y su pasión, pero cuidando que este no te consuma. Cuando no manejas ni administras bien el fuego y el celo del servicio a Dios, este te puede consumir y fundir. En mi libro Pastores de carne y hueso, menciono la triste realidad de que dos de cada tres ministros terminan mal, que un promedio de mil ochocientos pastores al mes en EE. UU. tira la toalla². Hablando con un ministro veterano, ya octogenario, notaba en su voz la pérdida de esa pasión y ánimo. No era por su avanzada edad, sino porque había sufrido de depresión durante meses, quizá por sentirse ya inútil y no poder hacer lo que siempre estuvo acostumbrado, o por haber pasado a un plano en el que ya no era visto ni escuchado. No es extraño para un pastor pasar por momentos de depresión y angustia. El gran reto consiste en dejar de ocultarlo o develarlo a su cónyuge y consiervos allegados, de manera de buscar ayuda y apoyo. Sin embargo, la mayoría evita buscar esa ayuda y ocurren cosas nefastas como las que estamos viendo hoy en día. Oímos de casos de suicidio de pastores que no dieron señal alguna de estar viviendo un infierno por dentro mientras que por fuera aparentaban estar bien. Cuando me entero de consiervos que se han quitado la vida debido a las presiones y un montón de razones complejas, se me desgarra el corazón. Hace unos años, en noviembre del 2013, me conmovió la terrible noticia de un pastor de una congregación numerosa en el estado de Georgia, aquí en Estados Unidos. Se quitó la vida de un disparo estando frente a su casa mientras la congregación y su familia lo esperaban para comenzar el servicio el domingo en la mañana. Al parecer, sufría de una profunda depresión maníaca. Supimos que unos meses antes él mismo había evitado que alguien más cometiera suicidio. Este mismo pastor estaba bajo tratamiento y aun así se quitó la vida. Cuando no manejas ni administras bien el fuego y el celo del servicio a Dios, este te puede consumir y fundir. Más recientemente, me llegó la triste noticia de un pastor en Brasil que había sido líder superintendente de una denominación prominente en ese país, y que también se quitó la vida. Pero lo más horrible fueron los comentarios en Facebook de la gente sobre este terrible suceso: muchos lo enviaban al mismo infierno, otros aseveraban que nunca había sido cristiano, otros lo demonizaban, y muchas otras atrocidades. Luego de todo lo que expresó en la carta de despedida que incluyo más abajo, se le culpó de algo que se comprobó que no había cometido. Todo un calvario para la familia después que este pobre hombre hizo lo impensable en un ministro del evangelio. Yo no quiero hacer hincapié aquí en el tema teológico ni doctrinal del suicidio, sino en la urgente necesidad que hay en nuestras filas de buscarnos más los unos a los otros, esto es, los que estamos sirviendo al Señor y al frente de batalla, y ser medicina y ayuda mutua. Esta es la carta que dejó el pastor, la cual vale la pena analizar para poder prevenir y detener la influencia que viene del mismo infierno contra los siervos de Dios: “Hagas lo que hagas por ellos, nunca te lo van a agradecer. Aunque postergues a tu familia por entregarte a ellos, ‘es tu deber’ dirán, y te criticarán porque prefieres a tu familia o porque los pospones. Te criticarán porque predicas, porque oras, porque ayudas al necesitado, porque no estuviste para sus cumpleaños. La gente siempre se olvida de todo lo que haces por ella. Se enojarán contigo, tomarán su familia y se irán de la iglesia sin decirte adiós ni mucho menos gracias. El ministerio duele, hace daño. Vives en soledad y depresión constante. La gente no se interesa por su pastor, ni por lo que le pueda suceder o lo que lo haga sufrir. Si te enfermas, dirán que estás en pecado; si te va mal en las finanzas, dirán que administras mal el dinero; si tienes conflictos en el matrimonio, dirán que no eres un buen sacerdote de tu hogar; si se va la gente, dirán que es tu culpa; si tus hijos se desvían, dirán que tus hijos son demonios o qué clase de padre eres. Al final, nadie está para el pastor. A nadie le importa su vida ni sus necesidades” (Pastor Julio Cesar da Silva).³ Justo anoche, un querido colega pastor de la misma denominación en Brasil, me informó de otro suicidio en el mismo concilio del pastor Julio Cesar da Silva. Al hablarde esto con unos amigos, me preguntaron por qué estaba sucediendo esto. Es una pregunta cargada de complejidad, al igual que la respuesta. En mi limitado conocimiento de esta problemática, tan solo pude decirles que desde que comienza su ministerio, todo pastor absorbe un catálogo de problemas sintomáticos de la decadencia humana. Todos estos problemas con los que tiene que lidiar, trabajar, procesar y buscar soluciones emocionales, sociales y espirituales a lo largo de su ministerio, van calando y penetrando su alma. Todas las situaciones con las que lidia a diario se van adhiriendo a su propia psiquis y pueden afectarlo, a no ser que tenga una buena válvula de escape. Como consejero, el pastor no puede rechazar todos los problemas que se le presentan semana a semana, pero sí puede tener un sistema de reciclaje emocional y espiritual para evitar que todas esas situaciones, que son como la kriptonita del pastor, puedan debilitarlo y neutralizarlo, eliminando su eficacia ministerial. Estas válvulas de escape pueden y deben ser muchas cosas y personas que lo puedan ayudar a mantenerse saludable mental, emocional y espiritualmente, aparte de físicamente, que es vital en todo esto. Lo triste, es que muchos pastores pretenden manejar y administrar todo por sí solos, pero la realidad es que no somos Superman, sino seres de carne y hueso. Al escribir esto, me llega otra noticia de una pastora también en Brasil, de la Iglesia Cuadrangular, que usó el mismo método de suicidio de los otros pastores. Los que la conocían solo hablan de sus virtudes como una mujer de Dios: valiente, amable, dedicada a la obra y apoyando siempre a su esposo, el pastor de la congregación. Sin duda, había una tormenta de muerte que estaba azotando por dentro a esta hermana consierva que nadie sabía ni podía detectar y, con la ayuda de la opresión satánica, tomó la decisión de acabar con su vida. No puedo imaginarme el dolor y el daño que esto ha dejado en su esposo, hijos, congregación y denominación. En los Estados Unidos, estamos comenzando a ver más ministerios paraeclesiales dentro de las denominaciones que tratan de contrarrestar todas estas crisis que atraviesan los ministros; desde las menos peligrosas, como el desánimo que todos podemos sentir de vez en cuando; pasando por los problemas matrimoniales y posibles divorcios; la soledad; hasta las más profundas, como la adicción a la pornografía y otras formas de depresión con tendencias suicidas. Existe un ministerio de servicio en Estados Unidos, provisto por la Junta Norteamericana de Misiones (Bautistas del Sur) en conjunto con Enfoque a la Familia, que provee atención y cuidado pastoral a través de un número telefónico gratuito (18447278671) de 8 de la mañana a 10 de la noche, hora del este. Se asegura confidencialidad absoluta al tratar cualquier tipo de problema. Otras denominaciones están comenzando a invertir recursos en apoyo pastoral para que los líderes reciban ayuda integral: lugares de retiro y descanso donde pueden desconectarse del ministerio durante unos días o semanas para “recargar las baterías”, como es el caso de la Iglesia Cuadrangular (Foursquare Church) y su programa “Soul Care” (Cuidado del Alma). Se trata de un tema delicado que no ha de tratarse a la ligera. Además, es un tema que compete a consejeros clínicos y profesionales, específicamente a psicólogos cristianos que puedan ayudar a salir del pozo de la desesperación, donde hay oscuridad, tinieblas y muerte, a todos esos pastores que están pasando por estas circunstancias. No se trata únicamente de oración, que es necesaria y en grandes dosis, tampoco de una ristra de versículos y pasajes bíblicos, ni tan solo de liberación en el sentido más amplio de la palabra. Se trata de una serie de sesiones indefinidas en las que el profesional puede auscultar el corazón y la mente y sacar poco a poco, sesión a sesión, esas cosas tenebrosas que penetran el alma y se apoderan de ella de tal forma que pueden llevar a la persona a cometer algo tan atroz como quitarse la vida. Se trata, de cierta manera, de modificar la voluntad de la persona para que esta tome de nuevo el control de su vida. Pero lograrlo toma tiempo. Es un camino largo que busca evitar el terrible final de la autodestrucción a través de un nuevo comienzo. Todo el proceso puede llevar meses o años, y ha de hacerse con la ayuda de la familia cercana. El reto, es que los que están sufriendo de estos males se armen de valor para buscar ayuda. Entendiendo que, en el campo de batalla de sus mentes, el enemigo se ensaña bombardeándolos constantemente con dardos de negativismo, derrota, desesperanza y un sinnúmero de ataques constantes y reales. Bien claro lo dejó el apóstol Pablo en 1 Corintios 12:26: “Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él”. No solo nos identificamos, sino que nos solidarizamos con todos aquellos que en silencio y en privado sufren estos ataques infernales, y estamos orando y declarando vida, salud, protección y sanidad en el incomparable nombre de Jesús. EL EQUILIBRIO ¡Hay que arder en el ministerio sin consumirse o quemarse! Mantener este equilibrio es todo un arte. A medida que envejeces, ese “fuego”, físicamente hablando, va disminuyendo por ley de vida. El cuerpo no responde con la misma velocidad y capacidad. Debes ser consciente de ello, ya que, de no hacerlo, el mismo cuerpo y sistema te pasará factura. Guarda tus fuerzas, administra bien tu tiempo y tus emociones. Mantener ese equilibrio otorga más años de ministerio fructífero. Nosotros mismos somos culpables de frenarnos y disminuir la calidad de nuestro ministerio al no cuidar aspectos básicos en nuestras vidas. Recomiendo leer el capítulo 9 de mi libro Pastores de carne y hueso, titulado: “Renovarse, reciclarse, refrescarse”. Este capítulo es un llamado a cuidar nuestra “geografía externa” para mantener el hombre interior con ese vigor de servicio a Dios. Debo confesar que mantener esa disciplina en mi vida es un reto diario. No podemos ni debemos bajar la guardia. Después de todo, queremos pasar la antorcha encendida y no una antorcha extinguida, a la próxima generación de líderes. Tenemos que depositar en los que nos preceden ese germen de vida, de esperanza, de brío, de entrega total con ese fuego que arde y no consume. Hay un momento en el que tenemos que ceder; es decir, pasar a otros lo que hemos cuidado con ahínco y celo en el ministerio. Después de todo, alguien hizo lo mismo con nosotros al confiarnos el ministerio cuando había vida, verdor, energía y pasión; y no cuando había muerte, descontento y falta de visión. Tenemos que depositar en los que nos preceden ese germen de vida, de esperanza, de brío, de entrega total con ese fuego que arde y no consume. En el versículo 3, Moisés responde: “Iré yo ahora [ . . . ]”. Tenemos que acercarnos, ir hacia la presencia de Dios. Independientemente del tiempo que lleves en tu ministerio, no puedes dejar de ser curioso, de buscar lo que Dios quiere hacer y está haciendo con y en tu vida. Al final del versículo 4, encontramos un “Heme aquí”. Pero ese no es el único “heme aquí” en las Escrituras, ya que esa es una de las cualidades que Dios quiere ver en nosotros: disponibilidad. Él no busca tanto capacidad, ni pedigrí, ni popularidad; sino que estemos dispuestos a decirle al Señor: “Aquí estoy para ti, úsame”. En este mismo pasaje, vemos en el versículo 5 que necesitamos aprender a pisar firme sin “sandalias”; es decir, descalzos. Y me pregunto: ¿Se puede pisar firme sin estar calzados? Así lo requiere Dios: para entrar en esta dimensión de servicio a Dios, necesitamos estar descalzos ante su presencia. El mejor ejemplo lo tenemos cuando Jesús les lavó los pies a los discípulos. En ese momento eran vulnerables a las manos de Dios y su pureza. ¿Te imaginas a Dios mismo lavándote los pies? Esta escena representa dependencia y vulnerabilidad, todo lo contrario al concepto de liderazgo que tiene el mundo, donde el “pez gordo se come al chico”, donde “perro come perro”. El llamamientoes claro de parte de Dios: primero dice “Ven [ . . . ] ahora” y luego: “Y te enviaré” (v. 10). Antes de ir a ministrar y servir al pueblo de Dios, tenemos que ir a Dios. No podemos dar de lo que no tenemos. No puedes dar de Dios, si no tienes de Dios. De acuerdo, la tarea es dantesca, enorme, difícil, imponente; no cabe en nuestra mente finita y limitada. A cualquiera le tiemblan las piernas y las ganas. De ahí la gran pregunta existencial y de capacidad humana en el versículo 11: “¿Quién soy yo?”. ¡Ojo! Siempre el servicio a Dios nos confronta con nuestra identidad. Cuando Moisés lanza esta pregunta, está haciendo un inventario de sí mismo: 1. No era elocuente; es decir, no tenía facilidad de palabra (v. 10). 2. Era apenas un pastor de ovejas. En la escala social, alguien de menor jerarquía, por lo general personas muy sencillas y jóvenes. 3. Experimentaba mucha soledad y días largos en el desierto con las ovejas. 4. No tenía posesiones. 5. Tenía poca credibilidad (v. 1) En el versículo 11, Dios menciona tres discapacidades físicas mucho más serias y complejas que tener un impedimento en el habla o, en sus propias palabras, ser “tardo en el habla y torpe de lengua” (v. 10). No poder hablar (en público) con facilidad podía ciertamente perjudicar la misión que Dios le estaba encomendando a Moisés. Dios, sin embargo, le responde: “No te preocupes, estás cubierto, porque yo soy el Creador que le dio la boca al hombre para hablar”. Después de cuarenta años cuidando ovejas en el desierto, aislado de todo el mundo, el habla puede afectarse. Recientemente supe de un reo que estuvo condenado a muerte durante más de veinte años, hasta que descubrieron que era inocente. Cuenta él, que perdió la facultad del habla por tres años por haber estado incomunicado por completo de otras personas durante tanto tiempo. En el caso de Moisés, “corto de palabra” significaba que no dominaba la lengua hebrea, por haber sido criado en Egipto. Todo esto cambió en este encuentro con Dios. Sabemos esto muy bien porque el escritor del Pentateuco, o sea, de la Torá, no podía ser “corto de palabra”. Además, en Hechos 7:22, Esteban dice categóricamente que “fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras” (itálicas añadidas). Recuerdo que las primeras veces que tuve que predicar en inglés, no siendo mi lengua materna, me costó mucho, ya que las palabras no fluían y las tenía que rebuscar en mi mente y mi memoria. ¡Fue muy difícil al principio! “Definitivamente, no estoy capacitado para este llamado de Dios”, se cuestionaría Moisés con la pregunta. Pero ya sabemos que Dios no llama al capacitado, sino que capacita al que llama. Cuando comencé mi peregrinaje de servicio a Dios en el ministerio, e incluso en muchas etapas del camino, me he hecho esa pregunta; más aún ahora en esta jornada de mi ministerio: ¿Quién soy yo para ir y ministrar a miles de pastores y líderes en un tiempo como este? Tenemos que estar seguros de quién nos llamó. Algunos casos no son por llamamiento, sino por “empujón”: “A mí me pidieron que hiciera esto, pero [ . . . ]”. Moisés no estuvo solo en su llamamiento: Dios le proveyó a Aarón. Y es que todo Moisés necesita un Aarón a su lado. Pero a pesar de todo lo que Aarón representó en su ministerio, su presencia no privó o desplazó a Moisés de su llamado y liderazgo. Aarón complementaba a Moisés y llenaba los vacíos que Moisés no podía llenar, aunque también cometió errores. Aarón, el hermano mayor de Moisés, fue sumo sacerdote, ministro y portavoz ante el pueblo de Israel. Sostuvo las manos de Moisés junto a Hur durante una batalla crucial (Éxodo 17:12). Sucumbió ante la presión del pueblo, pues no tuvo un liderazgo fuerte cuando construyó el becerro de oro y se hizo cómplice de la idolatría. Finalmente, no entró a la tierra prometida. ¿Qué quiere decir esto? Que los Aarones que Dios pone en nuestro camino durante nuestro llamamiento y consecuente ministerio, nos complementarán con virtudes, pero también con fallas y defectos. Debemos ser conscientes de esto para que no nos tome desprevenidos. UN LLAMAMIENTO DE VERDAD Conozco a Gonzalo y a Lisa desde hace más de cuarenta años. Ellos conocieron al Señor gracias al ministerio de mi padre en la década de los setenta. Éramos parte del grupo de jóvenes de la iglesia. Fuimos a retiros, repartimos literatura y testificamos en las calles del barrio de Aluche y en el campus de la Universidad Complutense en Madrid. Atesoro gratos recuerdos con ellos, como cuando Gonzalo y otros jóvenes dormimos en la furgoneta de la iglesia velando la carpa de campaña evangelística que habíamos puesto en el barrio durante varias semanas; cuando cantábamos en el coro de la iglesia, o cuando jugábamos al tenis en la Casa de Campo (un parque inmenso en Madrid). En fin, fueron años formativos para esta pareja, que son como mi propia familia de sangre. A través de todos estos años, y luego de tener tres hijos muy majos (como decimos allá), siempre se mantuvieron activos sirviendo en diferentes capacidades en la iglesia local (Iglesia Evangélica de Aluche). Gonzalo trabajó y aún lo hace en varios ministerios a nivel nacional y otros de alcance mundial. En resumen, han sido y son una bendición, verdaderos dones para el Cuerpo de Cristo en España. Actualmente, Gonzalo y Lisa son los pastores de la iglesia en Aluche. Son ejemplo de tenacidad, perseverancia y lealtad a Dios y su obra. En contra de todo pronóstico y de las opiniones humanas, Dios propuso que fueran los pastores de la iglesia que los vio nacer y crecer en Cristo, y andar los caminos del Señor. Son profetas en su propia tierra y sabemos que eso de por sí ya es un reto tremendo. Le pedí que escribiera un resumen de su llamamiento para compartirlo con mis lectores, y aquí lo presento: En el inicio de nuestro llamamiento, Dios usó la Conferencia de Evangelistas, para que, a través del conferenciante y su predicación de la Palabra, fuéramos tocados por el Espíritu de Dios a dedicar nuestras vidas a su servicio en la iglesia. El texto fue 2 Reyes, pasaje donde el profeta Eliseo ayuda al rey a tener una visión más amplia y lanzar las saetas de salvación. El pastor Daniel Altare, de Argentina, puso un ejemplo de su ministerio que también cautivó nuestro corazón. En su iglesia tenían un punto misionero que iban a cerrar porque no había respuesta por parte del barrio, además de algunos problemas con los hermanos. Así que él pidió que le cedieran aquel lugar durante un año para trabajar con la gente y hacer crecer aquella iglesia que estaba un poco en ruinas. Ver cómo Dios le dio fuerzas y visión para desarrollar aquel lugar nos impresionó, al punto de que decidimos que queríamos hacer lo mismo con nuestras vidas. Pasaron los años y nos dedicamos a trabajar en distintos organismos de ayuda a las iglesias con un propósito de evangelización, y así ha continuado hasta hoy. En estos años, Dios me ha dado toques de atención hacia un ministerio concreto, pero que yo no había visto ni había reconocido. Han sido días de lucha por querer identificar dónde estoy en este sentido. Dios ha usado a Lisa de nuevo para hacerme ver con claridad a dónde Dios me está llamando a servirle. Lo ha hecho, evaluando los dones que Él me ha dado para su iglesia. Hemos visto que los dones más fuertes casi no los estoy utilizando y, sin embargo, los últimos de la lista son los que he priorizado y los que he desarrollado más, porque son los más vistosos y reconocidos por los demás. Afortunadamente, lo poco que he desarrollado los más fuertes para la iglesia ha sido de bendición, a pesar de que no los he tenido en cuenta. Dios me pedirá cuentas del uso de esos dones para servir a la iglesia. A esto, se le añade el hecho de que mi trabajo ayuda al despiste y desarrollo de esos dones más llamativos y reconocidos con un resultado visible en las iglesias y en los demás. Todo esto ha contribuido a no tener claro el lugar y el ministerio que Dios desea para mí y para mi esposa, mermando de formaconsiderable nuestra entrega y desarrollo de dones para edificar la Iglesia del Señor. Ahora vemos y sentimos con toda claridad que nuestro deseo profundo es servir a nuestros hermanos en la iglesia a través del ministerio pastoral, haciendo uso de todos los dones que Dios nos dio. —GONZALO Capítulo 2 SU VIDA ESPIRITUAL PON ACEITE EN MI LÁMPARA, SEÑOR HEMOS SIDO LLAMADOS a ser luz o, mejor dicho, a reflejar la luz e iluminar el camino de otros. Todo eso es muy cierto, pero el mismo ministerio y su peso en ocasiones puede debilitar e incluso apagar la llama del pastor. Haciendo uso de términos bíblicos, me refiero a una lámpara y a un faro. La llama del ministerio necesita dos cosas para arder: oxígeno y protección. Sin oxígeno la llama no podrá arder ni alumbrar. Jesús lo dejó claro en Mateo 5:1416: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. ¿Qué es un almud? En los tiempos de Jesús, todas las casas tenían un almud. Se trataba de una especie de cajón de madera en forma piramidal, con una agarradera o asa donde se colocaba grano, y tenía una capacidad de nueve litros (unos 2 galones y medio, aproximadamente). La lámpara que menciona el Maestro normalmente consistía en un recipiente pequeño de barro en el que se ponía aceite, y del cual salía una mecha, que ardía y daba luz. Jesús dice que sería absurdo encender la lámpara, para luego darle vuelta al almud y cubrirla. Ocurriría lo siguiente: primero, dejaría de alumbrar o brillar, y, segundo, se apagaría por falta de oxígeno. La llama del ministerio necesita dos cosas para arder: oxígeno y protección Debemos identificar los “almudes” en nuestra vida: el trabajo, los quehaceres y las ocupaciones, los compromisos, el poco tiempo de estudio de la Palabra, la misma iglesia, el ministerio y sus demandas y exigencias, las amistades, los familiares, etcétera. CUANDO LA LLAMA “PARPADEA” Dos indicios o señales de agotamiento ministerial son la fatiga y el desgano. La falta de interés en la obra y en los demás, el retraerse y encerrarse en uno mismo, la falta de comunicación, poco o nada de contacto con los más allegados, comentarios incoherentes, un desenfoque evidente, descuido personal (en la apariencia y el atuendo), dejadez y abandono en la vida de oración, lectura y meditación diaria de la Palabra, desconexión con otros líderes y consiervos, atención a otros asuntos potencialmente peligrosos (la pornografía, los juegos de azar, u otras distracciones), disensión en el matrimonio, falta de atención e interacción con los hijos, mala alimentación y poco descanso, necesidad de medicarse, etcétera. James Emory White cuenta la siguiente anécdota de antaño: Se sabe de una antigua historia del custodio de un faro que hacía su trabajo en unos acantilados rocosos en la costa. Cada mes, recibía un suministro de aceite o petróleo para mantener la llama ardiendo, de manera que los navíos pudieran surcar seguros cerca de la costa rocosa. Una noche, una vecina de un pueblo cercano vino a pedirle un poco de aceite para mantener su familia con calefacción. En otra ocasión, se acercó un padre de familia pidiendo lo mismo para su lámpara en casa. Otro en cambio, le pidió aceite para lubricar una rueda. Como todas las peticiones lucían legítimas, el custodio del faro trató de complacer a todos haciéndoles el favor. Llegando a fin de mes, se dio cuenta de que su suministro de aceite estaba peligrosamente bajo. Pronto, se le agotó, y una noche la luz del faro se apagó. Como resultado, varios navíos naufragaron y muchas vidas se perdieron. Cuando las autoridades investigaron, el custodio se sintió compungido. Les contó que el tan solo había querido ayudar dándoles aceite a los vecinos. La respuesta a sus excusas fue sencilla y al grano: A usted se le dio aceite con un único y exclusivo propósito: ¡mantener la llama ardiendo! ¹ Como creyentes y pastores, tenemos la misma comisión. Siempre tendremos un sinnúmero de demandas que ponen sobre nosotros las necesidades de los demás. Por lo tanto, el propósito como líderes y siervos de Dios es administrar bien el “aceite” o el combustible que el Espíritu ha depositado en nosotros para ser luz y brillar, dirigir y mostrarles el norte a los que nos siguen y nos ven. Pero si nos “estiramos” demasiado, si entregamos nuestro aceite en demasía, tarde o temprano nuestra luz comenzará a “parpadear”. Si no hacemos un alto y pedimos más suministro al Espíritu Santo, nos fundiremos, nos apagaremos y dejaremos de brillar. ¿Qué representa el “oxígeno” para el fuego y la llama de la presencia de Dios en nuestra vida? Sin duda la Palabra, la oración, la comunión y el compañerismo, la alabanza, la adoración y el evangelismo personal. Sin protección, la llama que está en nuestra lámpara se extinguirá, se apagará. Los faros tienen unos cristales muy gruesos (compuestos de lentes y espejos) y limpios que protegen la llama de las inclemencias del viento y la lluvia. Es curioso que Jesús usó estos dos elementos para describir lo que arremete contra la “casa” de nuestra vida y la gran diferencia que representa el fundamento sobre el cual está edificada. Los vientos y las lluvias de la vida pueden apagar la llama de nuestros ministerios sino tenemos una protección efectiva y gruesa como los faros. ¿Dónde está mi protección inmediata? Sin duda, en mi esposa; seguido por mis hijos y luego mis amigos de confianza. Los tres grupos vienen a ser mi protección inmediata. Pidamos entonces: ¡Señor pon aceite en mi lámpara! ÁREAS, “ASIGNATURAS” O DISCIPLINAS VITALES Podría parecer obvia la afirmación de que todo pastor tiene que crecer espiritualmente como cualquier seguidor de Cristo, pero la verdad es que no es así. Esto no podemos darlo por sentado. De hecho, es algo que tengo que recordarme constantemente. Aunque suene repetitivo lo haré, no solo por mí, porque al escribirlo me ayuda, me reta y me hace rendir cuentas ante la multitud de testigos que quizás lean estas páginas, sino también por todos los pastores a nivel personal. El autor de la epístola de Hebreos lo tenía claro, cuando dijo: “Nosotros también”: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús”. —HEBREOS 12:12 Lo que tenemos “por delante” es crecimiento y superación en Cristo, siempre y cuando mantengamos los ojos puestos en Jesús, aunque parpadeemos de vez en cuando. La primera disciplina tiene que ser la oración. Debo confesar que esta es mi lucha principal y que repruebo la asignatura una y otra vez. Me cuesta orar. Me cuesta apartar tiempo para hacerlo. Confieso que a veces prefiero que otro hermano o hermana ore. Sé muy bien que la oración es el oxígeno del cristiano, lo cual es una manera muy buena de entenderlo. Aun así, aguanto la respiración espiritual o a veces uso la oración en momentos de emergencia. Debemos orar cuando todo va bien y cuando todo va mal. La oración no cambia a Dios: la oración lo cambia a uno. La primera disciplina tiene que ser la oración. La oración levanta la fe, la edifica y la fortalece. No solo debemos practicar la oración como petición, la oración intercesora, y en todas las formas que involucre nuestro intelecto: con la memoria, la voz, las emociones, la actitud y las posturas; sino también la oración como declaración de la Palabra verbalmente en y con el Espíritu. Todavía tengo que pedirle al Señor que me enseñe a orar, como el discípulo que le hizo esa petición por los demás, a pesar de que había andado y estoy seguro orado con el Señor: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor,enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. —LUCAS 11:1 “Señor, enséñanos a orar”, denota una dependencia en el Señor; es una señal de no haber aprendido aún a hablar con Dios debidamente. Es estar dispuestos a ser enseñados por el Maestro en este aspecto tan importante en la vida de todo discípulo. Seguidamente, Jesús les enseñó la oración modelo que conocemos como el padrenuestro. La oración se enseña, se modela, se oye y se siente. En ocasiones, no he sabido cómo orar o interceder por alguna circunstancia específica compleja y me siento como en un callejón sin salida. Entonces, echo mano de Romanos 8:2627: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”. Es decir, no solo hacerlo bajo la dirección y ayuda del Espíritu Santo, sino también orar con el Espíritu Santo. Esto último, reconociendo su presencia y nuestra limitación, según lo declara Pablo. El Espíritu ayuda a pedir como conviene, con gemidos, a veces intercediendo por nosotros, porque Él sabe lo que Dios quiere. Cuando no sabemos cómo orar, el Espíritu acude a ayudarnos. Ahora, ¿cómo debemos orar?: “Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. —1 TESALONICENSES 5:1718 Orar sin cesar no significa “orar sin parar”, como si estuviéramos desconectados del mundo y de la realidad. Es estar siempre prontos, prestos y dispuestos a orar, porque esa es la voluntad de Dios. Es la voluntad de Dios que yo ore sin cesar. “Edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo”. —JUDAS 1:20 Mencioné que orar levanta y aumenta la fe, ya que hacemos uso del intelecto y las facultades, pero aquí se habla de orar en el Espíritu. Esto no quiere decir que siempre que oremos se supone que lo hagamos dirigidos e inspirados por el Espíritu Santo, porque soy el primero en confesar que a veces una que otra oración me suena automática, mecánica, insípida. Aquí se refiere a otro tipo de oración: algo más amplio que va más allá del intelecto y la razón. “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto”. —1 CORINTIOS 14:14 Uno de los propósitos principales del don de lenguas es “orar en el Espíritu”. Así como lo acaba de leer. Cuando mi intelecto no puede ni llega (porque de fábrica soy limitado), puedo orar en el Espíritu. Esto es algo que he practicado personalmente durante muchos años. No me jacto de los años en que lo he practicado, sino de que lo haya podido hacer. Mi actitud en cuanto a este tema es la misma del apóstol Pablo en los versículos 18 y 19: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida”. Yo he sido y sigo siendo muy cuidadoso con esto, pues tengo que ser un caballero como lo es el Espíritu Santo. Orar en lenguas edifica mi fe. Cómo funciona, no lo sé. Cómo explicarlo, tampoco lo sé. Tan solo sé que funciona. Esto lo entiendo como la salvación: antes era ciego y ahora veo. No lo puedo explicar, pero ahora veo; ahora soy salvo, ahora oro en lenguas. Es curioso que el diablo no entiende ese lenguaje espiritual. Hay una dinámica tremenda cuando lo ejercitamos decentemente y con orden en nuestra vida de oración. Al final de este capítulo 14, Pablo exhorta inspirado divinamente: “Y no impidáis el hablar lenguas”. Es la voluntad de Dios que yo ore sin cesar. Más oración, más poder. Menos oración, menos poder. Durante años, en muchos círculos evangélicos se ha apagado y limitado al Espíritu Santo por miedo y quizás ignorancia. ¿Y por qué no reconocerlo? También por extremos y abusos. Pero ya es hora de abrirle la puerta al Espíritu y pedirle: Espíritu Santo, ¡ven otra vez y llénanos! El Espíritu siempre exaltará a Jesús y lo pondrá en alto. Cuando la oración en el Espíritu es genuina, no copia o imita, no llama la atención, no es alardosa, es sensible a los oyentes y presentes, es dirigida a Dios, fluye y se siente la dulce presencia del Espíritu de Dios y Jesús ocupa su lugar. Entonces, cambia nuestra percepción y derriba todos los prejuicios que tengamos. Puedo leer libros sobre la oración, y hay unos cuantos. Puedo leer pasajes sobre la oración, y hay unos cuantos. Puedo oír mensajes sobre la oración, y hay unos cuantos; pero nada de eso sustituye lo que verdaderamente sé que tengo que hacer: ¡Ponerme a orar con el entendimiento y en el Espíritu! Cuando la oración en el Espíritu es genuina, no copia o imita, no llama la atención, no es alardosa, es sensible a los oyentes y presentes, es dirigida a Dios, fluye y se siente la dulce presencia del Espíritu de Dios y Jesús ocupa su lugar. La segunda disciplina tiene que ser la lectura y la meditación en la Palabra. Esto no se me hace tan difícil, porque me gusta leer y analizar lo que dice la Escritura. Me gusta ir al meollo de lo que leo, sacarle el jugo. Me alimento de eso, me es placentero; pero necesito tener cuidado, porque se puede volver rutinario y aburrido. Aunque a veces no tenga ganas de “comer del pan” de la Palabra, sé que necesito hacerlo para mi sustento espiritual. Cuanto más leo y medito en la Palabra, más saco y descubro de la Palabra. Es un principio bíblico: el que busca, halla. La mina de la Palabra es impresionante. Cuanto más profundo cavas más tesoros encuentras. Lo interesante es traer todo a la superficie y hacerlo visible y entendible. Cuanto más como de la Palabra, más quiero de la Palabra. Ese apetito lo crea el Espíritu en nosotros. La tercera disciplina que practico es la de entrar en el lugar secreto. Necesito tener un momento en el que siento que estoy a solas con el Señor. Es un tiempo en el que no hay caretas, en el que no pretendo ser alguien que no soy: simplemente me predispongo ante la inmensidad de la presencia de Dios como un ser vulnerable, pequeño y moldeable. Siento que el reloj se detiene y estoy ante Él sacando todo lo que hay adentro, presentándome tal y como me siento. Levanto mi mano en señal de rendición y dependencia del Dios Padre, que me ratifica cosas íntimas y profundas. Siento como un abrazo celestial que me da seguridad y me anima en medio de mis inquietudes, temores y limitaciones. Salgo fortalecido a enfrentar al mundo y a los molinos quijotescos que día a día se presentan y que muchas veces siento que no puedo superar. La cuarta disciplina es rendir cuentas a personas claves en tu vida. Recientemente, le hablaba a un joven pastor sobre la importancia de esta disciplina. No solo como pastores de una congregación debemos rendir cuentas a los líderes y feligreses, o al grupo de iglesias o denominación a la que pertenezcamos, sino también en el plano personal debemos rendir cuentas a personas clave en ese círculo íntimo y de confianza en nuestra vida. Yo lo practico porque me ayuda a no sentirme solo ni aislado. Me da seguridad y protección y, a la vez, la responsabilidad de abrirme a otros hermanos y amigos de confianza que son mayores en madurez y experiencia me pone en una posición de ventaja. Este concepto y principio de rendir cuentas, para un líder, para un pastor que dirige un equipo, será lo que determine su éxito o fracaso. La cultura de rendir cuentas en un equipo comienza por el líder, por nosotros. No se puede delegar la rendición de cuentas. Tú debes sentar las bases, ser el ejemplo, tomar la iniciativa. Rendir cuentas siempre nos mantendrá en el centro porque en el momento en que nos desviemos para uno u otro lado, aquellos a los que les rendimos cuentas nos llevarán siempre al centro para mantenernos enfocados, firmes y avanzando rectamente. La quinta disciplina es el ayuno. Lo escribo aquí como una manera de rendir cuentas,
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