Logo Studenta

Michael Reeves - SPURGEON Y LA VIDA CRISTIANA

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

“Como bautista evangélico que comparte con Charles
Spurgeon la misma comprensión de la salvación,
naturalmente recibí gustoso este excelente estudio sobre la
célebre teología del predicador y cómo esta se aplica a la
vida cristiana. Pero también concuerdo con el profundo
interés de Michael Reeves por que Spurgeon sea leído por
un público mucho más amplio que sus correligionarios.
Responsable de un auténtico torrente de palabras, la
mayoría de las cuales permanecen impresas una docena de
décadas después de su muerte, él es uno de los grandes
autores cristianos del siglo XIX. Y es justo, por lo tanto, que
sea conocido y leído por esa amplia audiencia de
evangélicos que aman a su Salvador. Este libro es un
magnífico lugar para comenzar: un refrigerio preliminar
extraído de los profundos pozos de Spurgeon—justo lo que
se necesita en nuestro día”.
Michael A. G. Haykin, Profesor de Historia de la
Iglesia y Espiritualidad Bíblica, The Southern Baptist
Theological Seminary
“Pregunta a las personas qué es lo primero que se les viene
a la mente cuando escuchan el nombre de Charles
Spurgeon, e invariablemente responderán con algo acerca
de la predicación. En efecto, Spurgeon es ampliamente
considerado ‘El Príncipe de los Predicadores’, y se lo
merece. Pero es tan estrechamente asociado con la
predicación poderosa que muchos no se dan cuenta de lo
eminentemente piadoso que era. Sí, Spurgeon pastoreó la
iglesia evangélica más grande en el mundo del siglo XIX. Sí,
sus sermones recopilados se extienden a más de sesenta y
tres volúmenes gruesos, sermones que continúan
vendiéndose bien hoy. Sí, su fama como predicador hizo de
Spurgeon el nombre más famoso en la cristiandad durante
su vida. Pero debería ser igualmente conocido como un
hombre de una piedad profunda y una vida cristiana
dinámica. Afortunadamente, Michael Reeves ayuda a
rectificar el desequilibrio con respecto a la reputación de
Spurgeon con su libro Spurgeon y la vida cristiana. Con una
excelente investigación y una escritura sensacional,
demuestra cómo Spurgeon—en la salud y en la enfermedad,
en el éxito y en la tragedia, en el ojo público y en el hogar—
buscó vivir una vida centrada en Cristo de acuerdo con la
Biblia. Sin importar si esta es tu introducción a Spurgeon o
si ha sido tu héroe durante décadas, serás alentado por este
libro”.
Donald S. Whitney , Decano Asociado y Profesor de
Espiritualidad Bíblica, Escuela de Teología, The
Southern Baptist Theological Seminary; autor,
Disciplinas Espirituales para la Vida Cristiana y Orando
la Biblia
“Con pinceladas cuidadosas y precisas, Michael Reeves nos
pinta un retrato tridimensional del predicador y nos deja
cantando con Helmut Thielicke, ‘Vende todo lo que tienes y
compra Spurgeon’”.
Christian T. George , Curador, La Biblioteca de
Spurgeon; Profesor Asistente de Teología Histórica,
Midwestern Baptist Theological Seminary; editor, Los
Sermones Perdidos de C. H. Spurgeon
 
 
 
MICHAEL REEVES
 
Publicado Por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 1043
www.farodegracia.org
ISBN 978-1-629462-20-2
Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Crossway
para traducir e imprimir este libro, Spurgeon on Christian
Life, Alive in Christ al español.
Copyright © 2014 by Michael Reeves
Published by Crossway
a publishing ministry of Good News Publishers
Wheaton, Illinois 60187, U.S.A.
This edition published by arrangement with Crossway.
All Rights reserved.
©2019 Publicaciones Faro de Gracia.
Traducción al español realizada por Giancarlo Montemayor;
redacción por Paula Bautista Rodriguez; diseño de la
portada y las páginas por Benjamin Hernandez, Enjoy
Media. Todos los Derechos Reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada en un sistema de recuperación de datos o
transmitida en cualquier forma o por cualquier medio—
electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier
otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin
permiso previo del editor.
©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera
©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada
1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado
como otra versión.
Utilizado con permiso.
 
Para John y Joan, 
con el más profundo amor y gratitud
por el mejor regalo que tengo en la tierra.
 
Contenido
PREFACIO DE LA SERIE
ABREVIATURAS
INTRODUCCIÓN
PARTE I CHARLES SPURGEON
CAPÍTULO 1 UN HOMBRE LLENO DE VIDA
PARTE 2 CRISTO EN EL CENTRO
CAPÍTULO 2 CRISTO Y LA BIBLIA
CAPÍTULO 3 PURITANISMO, CALVINISMO Y CRISTO
CAPÍTULO 4 CRISTO Y LA PREDICACIÓN
PARTE 3 EL NUEVO NACIMIENTO
CAPÍTULO 5 NUEVO NACIMIENTO Y BAUTISMO
CAPÍTULO 6 EL PECADO HUMANO Y LA GRACIA DE DIOS
CAPÍTULO 7 LA CRUZ Y EL NUEVO NACIMIENTO
PARTE 4 LA VIDA NUEVA
CAPÍTULO 8 EL ESPÍRITU SANTO Y LA SANTIFICACIÓN
CAPÍTULO 9 ORACIÓN
CAPÍTULO 10 EL EJÉRCITO PEREGRINO
CAPÍTULO 11 SUFRIMIENTO Y DEPRESIÓN
CAPÍTULO 12 GLORIA FINAL
 
PREFACIO DE LA SERIE
Algunos podrán pensar que somos unos malcriados. Vivimos
en una época en que los cristianos contamos con una gran
cantidad de recursos significativos para la vida cristiana.
Tenemos fácil acceso a libros, series en DVD, material de
Internet y seminarios, todos dirigidos a animarnos en
nuestro caminar diario con Cristo. Los laicos, la gente que se
sienta en los bancos de nuestras iglesias, tienen a su
disposición más información de lo que los estudiosos del
pasado hubieran podido imaginar.
Sin embargo, a pesar de esa abundancia, nos falta algo. En
general, nos faltan las perspectivas del pasado, de un
tiempo y un lugar que no sea el nuestro. Dicho de otra
manera, tenemos tanta riqueza en nuestro horizonte actual
que tendemos a no mirar a los horizontes del pasado.
Y eso es triste, especialmente cuando se trata de aprender
sobre el discipulado y de ponerlo en práctica. Es como vivir
en una mansión y elegir vivir solamente en una habitación.
Esta serie te invita a explorar las demás habitaciones.
Conforme vayamos explorando, visitaremos lugares y
épocas diferentes de las nuestras. Veremos distintos
modelos, perspectivas y puntos de interés. Esta serie no
pretende que estos modelos se copien sin criterio, ni que
estas figuras del pasado sean subidas a un pedestal como
una raza de súper-cristianos. Lo que sí pretende es
ayudarnos en el presente a escuchar el pasado. Creemos
que hay sabiduría en los últimos veinte siglos de la iglesia,
sabiduría para vivir la vida cristiana.
Stephen J. Nichols y Justin Taylor
 
ABREVIATURAS
ARM
C. H. Spurgeon, Un Ministerio Completo:
Dirigido a Ministros y Alumnos (Londres:
Passmore & Alabaster, 1900)
Autobiografía,
1
Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado
de su Diario, Cartas y Registros, por su
Esposa y su Secretario Privado, 1834–1854,
vol. 1 (Chicago: Curts & Jennings, 1898)
Autobiografía,
2
Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado
de su Diario, Cartas y Registros, por su
Esposa y su Secretario Privado, 1854–1860,
vol. 2 (Nueva York: Fleming H. Revell, 1899)
Autobiografía,
3
Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado
de su Diario, Cartas y Registros, por su
Esposa y su Secretario Privado, 1856–1878,
vol. 3 (Chicago: Curts & Jennings, 1899)
Autobiografía,
4
Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado
de su Diario, Cartas y Registros, por su
Esposa y su Secretario Privado, 1878–1892,
vol. 4 (Nueva York: Fleming H. Revell, 1900)
Discursos, 1 C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Alumnos, vol.
1, Una Selección de Conferencias dadas a los
Estudiantes del Colegio para Pastores,
Tabernáculo Metropolitano (Londres:
Passmore & Alabaster, 1875)
Discursos, 2
C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Alumnos, vol.
2, Conferencias dadas a los Estudiantes del
Colegio para Pastores, Tabernáculo
Metropolitano (Nueva York: Robert Carter and
Brothers, 1889)
Discursos, 3
C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Estudiantes,
vol. 3, El Arte de la Ilustración; Conferencias
Dadas a los Estudiantesdel Colegio para
Pastores, Tabernáculo Metropolitano (Londres:
Passmore & Alabaster, 1905)
Discursos, 4
C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Estudiantes,
vol. 4, Comentando y Comentarios;
Conferencias Dadas a los Estudiantes del
Colegio para Pastores, Tabernáculo
Metropolitano (Nueva York: Sheldon & Co.,
1876)
MTP
C. H. Spurgeon, Sermones del Pulpito
Tabernáculo Metropolitano, 63 volúmenes.
(Londres: Passmore & Alabaster, 1855–1917)
NPSP
C. H. Spurgeon, Los Sermones del Pulpito de
New Park Street, 6 volúmenes. (Londres:
Passmore & Alabaster, 1855–1860)
S&T [año] C. H. Spurgeon, The Sword and Trowel [La
Espada y el Palustre] (Londres: Passmore &
Alabaster, 1865–1891)
 
INTRODUCCIÓN
Las multitudes se alineaban en las calles, con la esperanza
de echar un vistazo al ataúd de madera de olivo mientras
atravesaba las calles del sur de Londres. Sobre el ataúd
había una gran Biblia para púlpito abierta en Isaías 45:22:
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”.
Era el jueves 11 de febrero de 1892, y el cuerpo de Charles
Haddon Spurgeon estaba siendo llevado para el entierro.
Dieciocho años antes, Spurgeon había imaginado la escena
desde su púlpito:
Dentro de poco, habrá una muchedumbre de personas
en las calles. Me parece escuchar a alguien preguntar,
“¿Qué están esperando todas estas personas?” “¿No lo
sabes? Él será enterrado hoy”. “¿Y quién es él?” “Es
Spurgeon”. “¿Qué? ¿El hombre que predicaba en el
Tabernáculo?” “Sí; él será enterrado hoy”. Eso sucederá
muy pronto; y cuando vean que mi ataúd es llevado a
la tumba silenciosa, me gustaría que cada uno de
ustedes, ya sea que se hayan convertido o no, sean
constreñidos a decir, “Nos instó fervientemente, en un
lenguaje simple y llano, a no dejar de lado la
consideración de las cosas eternas. Él nos suplicó que
miráramos a Cristo”.1
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”:
En enero de 1850, esas habían sido las palabras que
mostraron a Spurgeon el camino de la salvación por primera
vez.
Había estado pensando que tendría que hacer
cincuenta cosas, pero cuando escuché esa palabra,
“¡Mirad!”, ¡Qué palabra más encantadora me pareció!
¡Oh! Miré hasta casi desgastar mis ojos.
Inmediatamente la nube desapareció, la oscuridad se
disipó, y en ese momento vi el sol; y podría haberme
levantado en ese instante, y cantado con el más
entusiasta de ellos, de la preciosa sangre de Cristo, y
de la fe simple que le mira solo a Él.2
Por cuarenta y dos años, desde su conversión hasta su
muerte, el mirar a Cristo crucificado en favor de la vida fue
el referente para la propia vida y ministerio de Spurgeon. Al
haber encontrado él mismo vida nueva en Cristo, dedicó su
tiempo a suplicar a todos los demás: “miren a Cristo”.
Una teología centrada en Cristo 
Este es un libro acerca de la teología de Spurgeon sobre la
vida cristiana, y esas eran las preocupaciones que estaban
en el corazón de la misma. La teología de Spurgeon estaba
completamente centrada en Cristo y conformada a Cristo; y
él insistía igualmente en la necesidad vital del nuevo
nacimiento. La vida cristiana es una nueva vida en Cristo,
dada por el Espíritu y ganada por la sangre de Jesús
derramada en la cruz. La de Spurgeon era, por lo tanto, una
teología centrada en la cruz y conformada a la cruz, ya que
la cruz era “la hora” de la glorificación de Cristo (Juan 12:23-
24), el lugar donde Cristo fue y es exaltado, el único
mensaje capaz de volcar los corazones de hombres y
mujeres que, de lo contrario, están esclavizados al pecado.
Junto con Isaías 45:22, uno de los versículos bíblicos
favoritos de Spurgeon era Juan 12:32: “Y yo, si fuere
levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”.
Algunas veces Spurgeon habló de la gloria de Dios como su
“principal” o “gran” objetivo, pero eso de ninguna manera
atenuaba su enfoque en Cristo o su insistencia en la
importancia del nuevo nacimiento. “La gloria de Dios es
nuestro objetivo principal y tratamos de conseguirlo al
buscar la edificación de los santos y la salvación de los
pecadores”, explicó.3 “Nuestro gran objetivo de glorificar a
Dios... será principalmente alcanzado al ganar almas”.4 En
otras palabras, como él lo veía, la gloria de Dios se muestra
y se ve más claramente cuando Dios se entrega a Sí mismo
por medio de Cristo. Dios se glorifica a Sí mismo al dar
misericordiosamente a los pecadores Su propia vida
abundante en Cristo a través del Espíritu.
Lo que he intentado aquí es permitir que la teología de la
vida cristiana de Spurgeon dé forma a la estructura misma
—así como el contenido—de este libro. Este no es un
análisis exhaustivo de toda la teología de Spurgeon, ni es
una biografía, aunque debería ayudar a los lectores a
conocer tanto al hombre como los rasgos generales de su
teología. Comenzaremos con una mirada al hombre mismo,
para ver cómo vivió y encarnó su propia teología. No es algo
tan grande como un intento de mini biografía—esta es más
una introducción personal. Porque en el hombre mismo, tan
lleno de vida, vemos no solo una personalidad única sino un
ejemplo y personificación de la vida que se puede encontrar
y disfrutar en Cristo. Spurgeon vivió concretamente su
creencia de que la vida cristiana no es una existencia
aburrida y etérea en un plano superior e invisible. Es ser
más completo, más humano—más brillante, más
involucrado y más vivo. Por eso animaría a sus estudiantes:
Trabajen para estar vivos en todos sus deberes...
Hermanos, debemos tener vida en abundancia, cada
uno de nosotros, y esta debe fluir hacia todos los
deberes de nuestro oficio: la vida espiritual cálida debe
manifestarse en la oración, en el canto, en la
predicación e incluso al estrechar la mano y saludar
después del servicio...
Sean llenos de vida en todo momento, y permitan que
esa vida se vea en su conversación ordinaria.5
Luego, después de observar al hombre mismo,
consideraremos el incesante Cristo-centrismo de su teología
y predicación. Después de eso, pasaremos a su énfasis en (y
entendimiento de) el nuevo nacimiento antes de que nos
dirijamos finalmente a cómo veía él la vida cristiana. Y en el
mismo centro de todo esto habrá un capítulo dedicado a su
teología de la cruz, ese trono de Cristo empapado en sangre
y el medio para darnos vida.
Hay algo más que he querido que este libro haga: permitir
que Spurgeon hable y ministre a los lectores directamente.
En mi propia experiencia, generalmente encuentro que leer
a Spurgeon es como respirar grandes bocanadas de aire
puro: es vigorizante, refrescante y estimulante. Quiero, por
lo tanto, tratar de hacerme escaso y permitir que Spurgeon
mismo salte a los lectores.
Y tengo una esperanza para este libro: que a través de él los
sermones y escritos de Spurgeon puedan ser leídos por
muchos. Spurgeon es, de manera comprensible y con toda
razón, un héroe bautista. Sin embargo, ciento veinticinco
años después de su muerte, su verdadera influencia aún
permanece en gran medida limitada a los círculos bautistas.
En otros lugares, tiende a ser tratado como poco más que
una reserva de proverbios deliciosos pero desconectados.
Esto, me parece, no debería ser así. Aunque comparto la
mayor parte de la teología de Spurgeon y muchos de sus
intereses, y me crié a pocos pasos de la casa de infancia de
Spurgeon, soy anglicano. Spurgeon dijo de hombres como
yo, “No puedo explicar... cómo es que estos hombres de la
Iglesia de Inglaterra están tan apegados a mí. He dicho
algunas cosas muy severas sobre su Iglesia y, sin embargo,
tengo muchos amigos devotos entre ellos”.6 Sí, muchos de
nosotros que no somos bautistas somos sus amigos. Pero no
los suficientes. Y así como Lutero no debería encerrarse solo
entre los luteranos, ni Owen entre los congregacionalistas,
Spurgeon debería ser disfrutado por todos. Él ofrece una
teología firmemente bíblica y completamente integral de la
vida cristiana que merece ser leída por todos—y todavía
más por el puroentusiasmo con que lo dice.
¿Spurgeon el teólogo?
Y, sin embargo, ¿Fue Spurgeon realmente un teólogo? Sin
duda, fue un predicador grande e influyente. En persona, él
predicaba hasta trece veces por semana, reunió a la iglesia
más grande de su época y podía hacerse oír en una
multitud de veintitrés mil personas (sin amplificación). En
forma impresa, publicó unos dieciocho millones de palabras,
vendiendo más de cincuenta y seis millones de copias de
sus sermones en casi cuarenta idiomas durante su vida.
Pero nada de eso es lo mismo que decir que era un teólogo.
De hecho, algunos antagonistas insistieron categóricamente
en que no lo era. Según el Decano de Ripon, quien se
enfrentó con Spurgeon por la cuestión del bautismo,
Spurgeon “es digno de lástima, porque su total falta de
conocimiento de la literatura teológica lo deja
completamente incapacitado para la resolución de una
pregunta así, que es una pregunta, no de mera doctrina,
sino de lo que puede llamarse teología histórica”.7
Con tales afirmaciones hechas acerca de Spurgeon, muchos
se sorprendieron silenciosamente en 1964 cuando el
eminente teólogo luterano Helmut Thielicke escribió su
Encuentro con Spurgeon, una obra en la que elogió a
Spurgeon en los términos más cálidos. Se preguntaban si en
realidad un predicador victoriano autodidacta era digno de
la atención del rector de la Universidad de Hamburgo. Fue el
comienzo de un cambio que Spurgeon parece haber
previsto: “Por mi parte”, había escrito, “estoy dispuesto a
ser comido por los perros durante los próximos cincuenta
años; pero el futuro más distante me ha de reivindicar”.8
Más que nada, lo que ha empujado a la gente aquí es la
pura lucidez de su estilo. Escribió y habló con una prosa tan
clara que podría confundirse fácilmente con una simplicidad
superficial. Pero Spurgeon sabía que pensar en la dificultad
de estilo como un indicador real de la profundidad de la
sustancia es solo el error de los intelectualmente orgullosos.
Hermanos, deberíamos cultivar un estilo claro. Cuando
un hombre no me hace entender a qué se refiere, es
porque él mismo no sabe a qué se refiere... Si miras
hacia un pozo, si está vacío, parecerá ser muy
profundo; pero si hay agua en él, verás su brillo. Creo
que muchos predicadores “profundos” son así
simplemente porque son como pozos secos sin nada en
ellos, excepto hojas en descomposición, unas pocas
piedras y tal vez un gato muerto o dos. Si hay agua
viva en tu predicación, puede que sea muy profunda,
pero la luz de la verdad le dará claridad.9
En efecto, él creía que tal claridad de expresión es parte de
la humildad semejante a la de Cristo a la que todos los
teólogos y ministros de la Palabra son llamados.
Algunos nos impresionarían por su profundidad de
pensamiento, cuando es simplemente un amor por las
palabras grandes. Ocultar cosas claras en oraciones
oscuras, es deporte en lugar de servicio a Dios. Si amas
a los hombres más, amarás las frases menos. ¿Cómo
solía hablarte tu madre cuando eras un niño? ¡Eso! no
me digas. No lo imprimas. Nunca serán aptas para el
oído público. Las cosas que ella solía decirte eran
infantiles, y aún antes, para bebés. ¿Por qué hablaba
ella así, porque era una mujer muy razonable? Porque
ella te amaba. Hay una especie de tutoyage, como lo
llaman los franceses, en el que el amor se deleita.10
Casi igual de fulminante para su reputación como teólogo
fue su negativa a entretenerse en especulaciones o pasar
tiempo en asuntos periféricos. “La especulación”, declaró,
“es un índice de la pobreza espiritual del hombre que se
rinde a ella”.11 Ahora bien, él era ciertamente un hombre de
amplios intereses, pero vivía con tal sentido de urgencia y
con tal convicción de la suficiencia de Cristo que la
necesidad de predicar a Cristo crucificado tendía a
prevalecer sobre las Escrituras oscuras o doctrinas
inusuales.
Ciertamente, hay suficiente en el evangelio para
cualquier hombre, suficiente para llenar cualquier vida,
para absorber todo nuestro pensamiento, emoción,
deseo y energía, sí, infinitamente más que lo que el
cristiano más experimentado y el maestro más
inteligente será capaz de extraer. Si nuestro Maestro
continuó en Su único tema, podemos hacer lo mismo
sabiamente, y si alguno dice que somos estrechos,
disfrutemos de esa bendita estrechez que lleva a los
hombres al camino angosto. Si alguno nos denuncia
como reducidos en nuestras ideas, y encerrados en un
conjunto de verdades, regocijémonos de estar
encerrados con Cristo, y considerémoslo el verdadero
engrandecimiento de nuestras mentes.12
Él es tan glorioso, que únicamente el Dios infinito tiene
pleno conocimiento de Él, por lo tanto, no habrá límite
para nuestro estudio, o estrechez en nuestra línea de
pensamiento, si hacemos de nuestro Señor el gran
objeto de todos nuestros pensamientos e
investigaciones.13
Con todo, Spurgeon era, de forma bastante consciente, un
teólogo. Ávido en su estudio bíblico, teológico y lingüístico,
creía que cada predicador debería ser un teólogo, porque
solo la teología robusta y carnosa tiene el valor nutricional
para alimentar y hacer crecer cristianos robustos e iglesias
robustas.14
Algunos predicadores parecen tener miedo de que sus
sermones sean demasiado ricos en doctrina, y dañen
así las digestiones espirituales de sus oyentes. El miedo
es superfluo...Esta no es una época teológica, y por lo
tanto se queja ante la enseñanza doctrinal sana, sobre
el principio de que la ignorancia desprecia la sabiduría.
Los gloriosos gigantes de la era puritana se alimentaron
de algo mejor que las cremas batidas y pasteles que
ahora están tan de moda.15
Por eso, aunque no era un innovador teológico, trató de
evitar la superficialidad en teología justamente con el
mismo entusiasmo con que evitó la oscuridad en la
comunicación.
La idea de que solo tenemos que clamar, “Cree en el
Señor Jesucristo, y serás salvo”, y repetir para siempre
las mismas simplicidades, será fatal para un ministerio
continuo sobre un pueblo si intentamos llevarla a cabo.
El grupo de evangélicos en la Iglesia de Inglaterra fue
una vez supremo; pero perdió mucho poder debido a la
debilidad de su pensamiento, y su evidente creencia en
que las trivialidades piadosas podrían captar la
atención de Inglaterra.16
Esa combinación de inquietudes, por la profundidad
teológica con sencillez de expresión, hizo de Spurgeon un
teólogo de mentalidad pastoral preeminente. Él quería ser
tanto fiel a Dios como entendido por las personas. Eso,
seguramente, es una perspectiva semejante a la de Cristo y
saludable para cualquier teólogo. Y es por esa razón que él
es un pensador tan gratificante y refrescante.
PARTE I
CHARLES SPURGEON
CAPÍTULO 1
UN HOMBRE LLENO DE VIDA
En persona, el Sr. Spurgeon era de estatura mediana y
complexión robusta. Tenía una cabeza enorme y
grandes rasgos del tipo inglés serio. En reposo, su
rostro, aunque fuerte, podría haber sido llamado
flemático, o incluso de expresión aburrida. Pero cuando
hablaba brillaba con vivacidad de pensamiento, rápidos
destellos de humor, benignidad, y sinceridad y cada
fase de emoción que se agitaba dentro de él. Tenía
muchos elementos de poder como predicador. Su voz
era de sonoridad y dulzura maravillosas. Su lenguaje,
con toda su simplicidad, estaba marcado por una
precisión impecable y una inagotable riqueza de
dicción. Estaba lo más lejos posible de ser un orador
rudo o áspero, aunque tenía a su disposición un vasto
vocabulario de palabras sajonas ordinarias. Nadie que
solo lea sus sermones, puede formarse una idea de su
efecto cuando eran pronunciados... Al escuchar al Sr.
Spurgeon, uno reconocía que el elemento principal de
su fuerza de mando en el púlpito era su profunda y
ardiente convicción. El mensaje que daba tenía para él
una importancia suprema. Toda su alma iba con su
declaración. El fuego de su celo era consumidor,
intenso, e irresistible.17
Antes de adentrarnos en la teologíade Spurgeon sobre la
vida cristiana, debemos conocer un poco al hombre mismo.
Para hacer eso, quiero ponerme detrás de la figura pública
para ver algo de la personalidad y el carácter del hombre.
Ya que hay un tema unánime y a menudo repetido que se
encuentra en el testimonio de aquellos que tuvieron tratos
personales con él: Spurgeon fue un hombre que vivió todo
en la vida con la mayor intensidad. Él no era simplemente
una gran presencia en el púlpito. En la vida, se reía y lloraba
mucho; leía ávidamente y sentía profundamente; era un
trabajador celosamente diligente y un amante del juego y la
belleza. Era, en otras palabras, un hombre que encarnaba la
verdad de que estar en Cristo significa ser cada vez más
humano, más plenamente vivo. En efecto, necesitamos
dejar en claro que su vivacidad de carácter, aunque
expresada en maneras particulares de él, no era una simple
cuestión de personalidad única o heredada: era una
expresión natural pero enteramente consciente de su
teología. Como él lo dijo,
Cada uno de nosotros debería ser como ese reformador
que se describe como “Vividus vultus, vividi occuli,
vividæ manus, denique omnia vivida”, que prefiero
traducir libremente—”un semblante radiante de vida,
ojos y manos llenos de vida, en resumen, un predicador
vivo, totalmente vivo”.18
Deberíamos estar completamente vivos, y siempre
vivos. Un pilar de luz y fuego debería ser el emblema
apropiado para el predicador.19
Sr. Gran-corazón
No hace falta gran perspicacia para ver que Spurgeon era
un hombre de gran corazón y profundo afecto. Sus
sermones y conferencias impresos aún palpitan con pasión.
A veces, la carga emocional de su sermón incluso lo
vencería, especialmente cuando se trataba de la crucifixión
de Cristo. Una vez, al tratar de relatar cómo Cristo fue
“golpeado, pisoteado, aplastado, destruido...afligido, aún
hasta la muerte” tuvo que interrumpir, diciendo, “Debo
hacer una pausa, no puedo describirlo. Puedo llorar por ello,
y también ustedes pueden hacerlo”.20 Sin embargo, no era
una mera táctica de predicador: sus cartas personales y
privadas a familiares y amigos revelan exactamente la
misma intensidad de emoción, y casi sobre el mismo tipo de
asuntos que él trataría en público.
Tal vez la mejor percepción sobre el carácter de Spurgeon
se encuentra en la introducción que una vez le dio a su
amigo igualmente corpulento, John Bost. Al llamar a Bost
“un hombre de los nuestros”, presentó lo que equivale a
una notable y reveladora auto-descripción:
John Bost es grandioso al igual que grande... Este es un
hombre de los nuestros, con mucha naturaleza humana
en él, con un gran corazón, un mortal sacudido por la
tempestad, que ha hecho negocio en las muchas
aguas, y que habría sido destruido hace tiempo si no
hubiera sido por su confianza simple en Dios. La suya
es un alma como la de Martín Lutero, llena de emoción
y de cambios mentales; llevado arriba al cielo en un
momento y pronto hundido en las profundidades.
Desgastado por el trabajo, necesita descansar, pero no
lo hará, quizás no pueda... He descubierto que está
lleno de celo y devoción, y rebosante de experiencia
piadosa, y al mismo tiempo abundante en regocijo,
comentarios enérgicos, e ingenio natural.21
Esta descripción es reveladora en su honesto
reconocimiento de la depresión y lucha de Bost (y la suya
propia). Para él, ser “de gran corazón”, con “mucha
naturaleza humana” en este mundo caído no significa ser
un triunfalista, alegremente fanfarroneando en todas las
dificultades. Spurgeon nunca podría haber hecho eso, como
veremos en el capítulo 11. Experimentar la vida en Cristo,
Varón de Dolores, debe implicar sufrimiento. Sin embargo, la
vida en Cristo también debe implicar alegría verdadera,
“abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio
natural”.
Había peligros para alguien con un corazón tan bondadoso.
Spurgeon admitió públicamente que su sensibilidad
temperamental lo inclinaba a ser temeroso.22 Combina esto
con su marcada generosidad al tratar con las personas, y él
podía—y lo hizo—fallar algunas veces en su discernimiento
de carácter, convirtiéndose en víctima de aquellos que
abusarían de su longanimidad financiera. Sin embargo, la
bondad no debe confundirse con debilidad: al tiempo que
expresaba su amor por Cristo y las personas, Spurgeon
podía demostrar un verdadero odio por la iniquidad y la
injusticia. Una y otra vez, habló de cómo explotaba de ira
ante el abuso pastoral, la politiquería eclesiástica y la
enseñanza falsa (especialmente cualquier forma de
catolicismo romano). Y si bien seguramente tuvo problemas,
sería una gran equivocación pensar en Spurgeon como
frágil y manipulable. Sería mucho mejor decir que la bondad
lo salvó: evitó que su carácter firme aplastara a los más
débiles que él, y lo canalizó para el beneficio de ellos. Su
mezcla de vigor y bondad lo hizo fascinantemente resuelto
a mostrar compasión, como lo atestigua esta carta de queja
a su editor llena de humor:
Querido Sr. Passmore,
Cuando ese pequeño muchachito vino aquí el lunes con
el sermón, tarde en la noche, era necesario. Pero por
favor explote a alguien por enviar a la pobre criatura
pequeña aquí, a altas horas de la noche, en medio de
toda esta nieve, con un paquete mucho más pesado
que lo que debería llevar. Me temo que no pudo llegar a
casa antes de las once; y me siento como una bestia
cruel por ser la causa inocente de tener a un pobre
muchacho afuera a esa hora en una noche así. No
había necesidad de eso. Patee a alguien por mí, para
que no vuelva a suceder.
Suyo siempre de corazón,
C. H. Spurgeon.23
Aquí, tanto en su cuidado por un menor socialmente
insignificante como en el carácter jocoso de su reprimenda,
se revela el gran corazón benévolo y cordial del hombre. Era
un aspecto de la semejanza a Cristo que quería ver en todos
los creyentes, y uno que él creía esencial para los pastores:
“Los grandes corazones son los requisitos principales para
los grandes predicadores”.24 Era algo de lo que hablaba
extensamente con sus alumnos, y vale la pena escucharlo
por un rato (¡tanto por su sustancia como por su estilo!):
No es con todos los predicadores con quienes nos
gustaría hablar; pero hay algunos por quienes uno
daría una fortuna para conversar durante una hora.
Amo a un ministro cuya cara me invita a hacerle mi
amigo —un hombre en cuya puerta lees: “Salve”,
“Bienvenido”, y sientes que no hay necesidad de esa
advertencia pompeyana, “Cave Canem”, “Cuidado con
el perro”. Dame al hombre alrededor del cual vienen
los niños, como moscas alrededor de un tarro de miel:
ellos son los mejores jueces de un buen hombre... Un
hombre que ha de hacer mucho con los hombres debe
amarlos y sentirse cómodo con ellos. Un individuo que
carece de afabilidad es mejor que sea un director de
funerales, y entierre a los muertos, porque nunca
tendrá éxito en influenciar a los vivos. Me he
encontrado en alguna parte con la observación de que
para ser un predicador popular uno debe tener
entrañas.25 Me temo que la observación fue
considerada como una leve crítica sobre el volumen al
que ciertos hermanos han llegado: pero hay verdad en
ello. Un hombre debe tener un gran corazón si ha de
tener una gran congregación. Su corazón debe ser tan
espacioso como aquellos nobles puertos a lo largo de
nuestra costa, que contienen el espacio marino para
una flota. Cuando un hombre tiene un corazón grande y
amoroso, los hombres acuden a él como barcos a un
refugio, y se sienten en paz cuando se han anclado al
amparo de su amistad. Tal hombre es sincero en
privado al igual que en público; su sangre no es fría y
sospechosa, sino que él es cálido como tu propia
chimenea. Ningún orgullo y egoísmo te enfría cuando
te acercas a él; él tiene sus puertas totalmente abiertas
para recibirte, y te sientes cómodo con él de inmediato.
Los persuadiría de que sean tales hombres, cada uno
de ustedes.26
Una vida de gozo
Spurgeon eraun hombre deliberada e incuestionablemente
serio. Con una profunda preocupación por la gloria de Cristo
y el destino de los perdidos, él creía que los cristianos
deberíamos ser capaces de decir con nuestro maestro: “El
celo de tu casa me consume” (Juan 2:17, ver Sal. 69:9). Sin
embargo, para Spurgeon, la seriedad y el celo nunca debían
confundirse con tristeza y melancolía. Es revelador y
completamente apropiado que un capítulo entero de su
“autobiografía” (realmente una biografía compilada a partir
de su diario, cartas y registros) se titule “Diversión Pura”.
Pues, nos dicen, “se sintió que el registro de su vida feliz no
estaría completo a menos que por lo menos un capítulo
estuviera lleno de muestras de esa diversión pura que era
tan característica de él como lo era su ‘preciosa fe’”.27 Es
otra razón por la que él fue y se ha mantenido tan atractivo:
Charles Spurgeon era divertido.
Trastornando por completo el estereotipo de que la época
victoriana fue un período largo y sin encanto de polvorienta
formalidad, los escritos de Spurgeon están llenos de alegría.
Y evidentemente, ni siquiera estos hacen justicia a lo que él
era en persona.28 El editor de sus Discursos a mis
estudiantes se veía motivado a insertar intentos de explicar
sus diversas imitaciones y “voces”, cuando se hacía pasar
por pomposos teólogos y tontos.29 Usualmente, sin
embargo, uno todavía puede sentir el humor que no se
puede atrapar enteramente sobre una página:
Diría con respecto a sus gargantas—cuídenlas. Tengan
cuidado siempre de aclararlas bien cuando estén a
punto de hablar, pero no las estén aclarando
constantemente mientras predican. Un hermano muy
estimado que conozco siempre habla de esta manera
—“Mis queridos amigos—ejem— ejem—este es un muy
— ejem —importante tema que tengo ahora— ejem —
ejem —para traer ante ustedes, y— ejem — ejem —
tengo que llamar ante ustedes para que me den— ejem
— ejem —su más seria— ejem —atención”.30
“¡Qué burbujeante fuente de humor tenía el Sr. Spurgeon!”,
escribió su amigo William Williams. “Me he reído más, creo
ciertamente, cuando estoy en su compañía que durante
todo el resto de mi vida”.31 Parece que pocos esperaban reír
tanto en presencia del ferviente pastor; pero Spurgeon lo
sabía y parecía deleitarse de forma traviesa en distribuir
comedia entre aquellos que le rodeaban. La grandiosidad, la
religiosidad y la charlatanería podían todas esperar ser
quebradas por su ingenio. Algunas veces, muchas más
cosas se rompían. Spurgeon disfrutaba contar la historia de
cómo, siendo un joven pastor en Park Street, se había
quejado con sus diáconos sobre lo sofocante y asfixiante
que podía ser el edificio, sugiriendo que quitaran los
paneles superiores de vidrio de algunas de las ventanas
para dejar pasar más aire. No se hizo nada al respecto; pero
un día se descubrió que alguien había destrozado esos
paneles de las ventanas. Spurgeon ofreció una recompensa
de cinco libras por el descubrimiento del delincuente, a
quien se le daría el dinero en agradecimiento. Luego el
pastor se embolsó ese dinero, siendo él mismo el
culpable.32
Pero tal vez sea el cigarro de Spurgeon lo que mejor revela
su alegre jovialidad al igual que su vivaz disposición a
disfrutar las cosas creadas. Personalmente, Spurgeon
encontraba un gran placer en los cigarros; argumentaba que
la Biblia le daba la libertad de fumarlos, y creía que le
ayudaban con su garganta como predicador. Sin embargo,
era muy consciente de que muchos cristianos pensaban lo
contrario y no deseaba ni ofender ni dejar que tropezaran
debido al tema. Cuando su declaración de que fumaba
“para la gloria de Dios” se imprimió en los periódicos como
si se tratara de una broma irreverente, se lamentó que se le
hubiera dado importancia a lo que a él le parecía un asunto
pequeño, y rápidamente escribió para explicar:
La expresión “fumando para la gloria de Dios” por sí
sola tiene un mal sonido, y no la justifico; pero en el
sentido en que yo la empleé, aún la sostengo. Ningún
cristiano debe hacer algo en lo que no pueda glorificar
a Dios; y esto se puede hacer, de acuerdo con las
Escrituras, al comer y beber y en las acciones comunes
de la vida. Cuando he tenido un dolor intenso aliviado,
un cansado cerebro calmado y un sueño tranquilo y
refrescante obtenido por un cigarro, me he sentido
agradecido con Dios y he bendecido Su nombre; esto
es lo que quise decir, y de ninguna manera usé
palabras sagradas trivialmente.33
Dicho esto, en el contexto apropiado él usaría felizmente su
cigarro para reemplazar la religiosidad por el alegre disfrute
de la libertad cristiana. William Williams registra un día que
tomó para salir con sus alumnos:
Era una mañana hermosa, y al llegar, todos estaban de
excelente ánimo—pipas y cigarros encendidos, y
ansiosos por un día de gozo sin restricciones. Él estaba
listo esperando en la puerta, saltó al asiento privado
reservado para él y, mirando alrededor con asombro,
exclamó:
“¿Qué, caballeros? ¿No les da vergüenza estar fumando
tan temprano?” ¡Aquí estaba un aguafiestas! La
consternación era evidente en sus rostros. Las pipas y
cigarros uno por uno fueron apagados y guardados.
Cuando todo aquello desapareció, Spurgeon sacó su
cigarrera, encendió uno y fumó serenamente. Los
estudiantes quedaron asombrados. Uno de los que
estaban más cerca le dijo: “Creí que había dicho que se
oponía a fumar, señor Spurgeon” “Oh, no”, respondió;
“No dije que me opusiera. Les pregunté si no estaban
avergonzados, y parece que sí, porque los apagaron
todos”, y exhaló el humo con bastante serenidad.34
El humor fluía de Spurgeon de forma natural y libre, pero
era sumamente consciente tanto del poder como del peligro
que implicaba. Sostenía que en el púlpito “es menor crimen
provocar una risa momentánea que el sueño profundo de
media hora”;35 sin embargo, sus sermones estaban muy
lejos de ser una corriente de humor. Esto a veces podía ser
un reto para él, como una vez confesó a un oyente que se
oponía a sus ocurrencias en el púlpito: “Si hubieras conocido
cuántas otras he guardado, no habrías encontrado fallas en
esa, pero me habrías elogiado por la moderación que he
ejercido”.36 “Si no fuera vigilante, me volvería demasiado
divertido”.37 Sin embargo, explicó, “los siervos de Dios no
tienen derecho a convertirse en simples animadores del
público derramando un número de chistes rancios y cuentos
ociosos sin un punto práctico...Hacer que la enseñanza
religiosa sea interesante es una cosa, pero hacer bromas
tontas, sin objetivo o propósito, es otra muy distinta”.38
Por todo eso, sería enteramente inadecuado y superficial
simplemente pensar en Spurgeon como chistoso. El humor,
creía, es normalmente el fruto de algo más profundo. A
veces puede provenir solo de un ánimo excelente—y esto,
admitió, era un desafío de carácter para él.
Debemos—especialmente algunos de nosotros
debemos— conquistar nuestra tendencia a la ligereza.
Existe una gran distinción entre la alegría santa, que es
una virtud, y esa ligereza general, que es un vicio. Hay
una ligereza que no tiene suficiente corazón para
reírse, pero juega con todo; es frívola, hueca, irreal.39
En otras ocasiones, el humor puede ser el mecanismo de
defensa de los tristes, una luz arrojada a la oscuridad. A
veces es el arma cruel de los orgullosos o inseguros,
ostentado como una mueca o un desprecio sarcástico.40 A
veces es el arma brillante de la justicia, cortando tanto la
tristeza como el pecado.
Creo de corazón que puede haber tanta santidad en
una risa como en un llanto; y que, algunas veces, reírse
es el mejor de los dos, porque puedo llorar, y estar
murmurando, y quejándome, y pensando toda clase de
amargos pensamientos en contra de Dios; mientras
que, en otro momento, puedo reírme con la risa del
sarcasmo contra el pecado, y así evidenciar una santa
seriedad en la defensa de la verdad. No sé por qué la
mofa debe ser entregada a Satanás como un arma para
usarcontra nosotros, y no puede ser empleada por
nosotros como un arma contra él. Me arriesgaré a
afirmar que la Reforma le debió casi tanto al sentido de
lo ridículo en la naturaleza humana como a cualquier
otra cosa, y que esas sátiras y caricaturas chistosas,
que fueron emitidas por los amigos de Lutero, hicieron
más para abrir los ojos de Alemania a las
abominaciones del sacerdocio que los argumentos más
sólidos y pesados contra el Romanismo.41
Más esencialmente, sin embargo, la actitud alegre de
Spurgeon era una manifestación de esa felicidad y gozo que
se encuentra en Cristo, la luz del mundo. La “ligereza” que
encontraba en sí mismo, y cuestionaba, estaba
estrechamente relacionada con su claro rechazo a tomarse
a él mismo —o a cualquier otro pecador—demasiado en
serio. Spurgeon sostenía que estar vivo en Cristo significa
luchar no solo contra los hábitos y los actos del pecado, sino
también contra la melancolía temperamental del pecado, la
ingratitud, la amargura y la desesperación del pecado.
Entrar en la vida de Cristo implica entrar en el gozo de ser
completamente humano, en paz con el “bendito” o “feliz”
Dios de gloria (1 Timoteo 1:11):
El hombre no fue hecho originalmente para lamentar;
fue hecho para regocijarse. El jardín del Edén era su
lugar de feliz morada; y, mientras continuara
obedeciendo a Dios, nada crecía en ese jardín que
pudiera causarle tristeza. Para su deleite, las flores
exhalaban su perfume. Para su deleite, los paisajes
estaban llenos de belleza, y los ríos ondulaban sobre
arenas doradas. Dios creo a los seres humanos, así
como hizo a Sus otras criaturas, para ser felices. Son
capaces de tener felicidad, están en su ambiente
apropiado cuando son felices; y ahora que Cristo Jesús
ha venido a restaurar las ruinas de la Caída, Él ha
venido a devolvernos el antiguo gozo, —solo que será
aún más dulce y más profundo de lo que podría haber
sido si nunca lo hubiéramos perdido. Un cristiano nunca
se ha dado cuenta completamente de lo que Cristo vino
a hacer de él hasta que haya comprendido el gozo del
Señor. Cristo desea que Su pueblo sea feliz. Cuando
sean perfectos, como Él los hará en el tiempo indicado,
también serán perfectamente felices. Así como el cielo
es el lugar de la santidad pura, también es el lugar de
la felicidad pura; y en la medida en que nos
preparemos para el cielo, tendremos algo de la alegría
que le pertenece al cielo, y es la voluntad de nuestro
Salvador que incluso ahora Su gozo permanezca en
nosotros, y que nuestro gozo sea cumplido.42
Ya que veía que Cristo desea que Su pueblo sea feliz, la
felicidad era un componente esencial de la vida cristiana
para él, y uno que buscaba poseer y mostrar. De hecho, él
sentía, que solo cuando el gozo de Cristo está en nosotros
puede decirse que somos verdaderamente semejantes a
Cristo (Juan 15:11), y solo entonces reflejaremos Su propio
aspecto atrayente.
Es un error muy vulgar suponer que un semblante
melancólico es el índice de un corazón lleno de gracia.
Recomiendo alegría a todos los que han de ganar
almas; no ligereza y frivolidad, sino un espíritu genial y
feliz. Hay más moscas atrapadas con miel que con
vinagre, y habrá más almas llevadas al cielo por un
hombre que viste el cielo en su rostro que por alguien
que porta el Tártaro en su aspecto.43
Viviendo como un hijo del Creador 
Había una forma en la que Spurgeon no estaba tan lleno de
vida: naturalmente poco atlético, era propenso desde la
infancia a ser físicamente tímido y poco aventurero. Dicho
eso, su visión de la vida cristiana le daba una audacia
bastante antinatural a su constitución. Él veía que en Cristo
fue adoptado y amado por un Padre omnipotente que reina
soberano sobre todas las cosas. Eso significaba que todo
temor— toda oposición y peligro—tendía a encogerse ante
su vista. Cuando se mira correctamente, nada puede causar
desesperación, ya que todo existe bajo la mano
todopoderosa de Dios el Padre, soberano en lo alto.
Mientras, por ejemplo, otros (como el joven Martin Luther no
regenerado) podían estar aterrorizados por los relámpagos,
Spurgeon declaró: “Amo los relámpagos, el trueno de Dios
es mi delicia”:
Los hombres son por naturaleza temerosos de los
cielos; los supersticiosos temen los signos en el cielo, e
incluso el espíritu más valiente a veces tiembla cuando
el firmamento arde con un relámpago, y el estallido del
trueno parece hacer que el vasto cóncavo del cielo
tiemble y resuene; pero siempre me avergüenza
quedarme adentro cuando el trueno sacude la tierra
sólida, y los relámpagos destellan como flechas desde
el cielo. Entonces Dios está en el exterior, y me
encanta caminar en un espacio amplio, y mirar hacia
arriba y advertir las puertas de apertura del cielo, a
medida que el rayo revela mucho más allá, y me
permite mirar hacia lo oculto. Me gusta escuchar la voz
de mi Padre Celestial en el trueno.44
¿Qué tenía él que temer en todas las impresionantes
fuerzas de una tormenta? Todas eran simplemente las
herramientas y expresiones de su perfecto y amoroso Padre
celestial.
Y ver que todas las cosas son del Padre y tienen su
existencia por Él también dio a Spurgeon un amplio interés
en la creación de su Padre. Habiendo sido criado en el
campo, bajo los amplios cielos de Anglia Oriental, le
encantaba pasar el tiempo afuera, a menudo en su jardín,
disfrutando los árboles, flores, pájaros, arco iris y toda la
rica variedad de la creación. También le llamaba la atención
y leía mucho sobre horticultura y biología, cuyo
conocimiento y disfrute se filtraban en gran parte de sus
enseñanzas. Y a menudo, incluso sus breves comentarios
revelan lo mucho que estaba interesado en la botánica:
Ustedes saben que con el hábito de abrir y cerrar, las
flores son tan variadas que seguramente se abrirá una
u otra de ellas cada cuarto de hora del día. La estrella
de Jerusalén se levanta a las tres, y la achicoria a las
cuatro: el botón de oro se abre a las seis, el lirio de
agua a las siete, el rosado a las ocho, y así
sucesivamente hasta que llega la noche. Linnæus hizo
un reloj de flores. Si estás familiarizado con la ciencia
de la botánica, también tú puedes saber la hora sin un
reloj.45
Al igual que Jonathan Edwards, Spurgeon creía que es
correcto “leer” la creación como un libro lleno de testimonio
del Creador y Sus caminos. En un artículo de la revista de su
iglesia, The Sword and Trowel [La espada y el Palustre],
escribió sobre la iglesia como “el jardín de Dios”, en el que
diferentes tipos de creyentes son como diferentes flores.
Algunos cristianos brillantes y alegres parecen vivir sus
vidas “en un cálido borde donde ningún viento penetrante
se abre paso”. Son como el azafrán de la primavera,
bañándose, floreciendo y regocijándose a la luz del sol.
Ve el azafrán cerrado firmemente mientras “las nubes
regresan después de la lluvia”, pero abierto y lleno de
gloria cuando el sol vierte sus rayos en su copa de oro
puro como en un cristal transparente. En esos
momentos, ¿alguna vez notaste la suave llama dorada
que parece arder en el fondo de la copa,—una especie
de ardiente brillo de luz líquida? ¡Cuán parecido al
júbilo y éxtasis que disfrutan algunos miembros de la
casa de nuestro Señor! Un sol claro, cálido y constante
es el ambiente del azafrán; bajo tal influencia arroja
una llamarada de color.46
Otros parecen inclinados al lado sombrío de la vida, y se
pueden comparar con la prímula nocturna. Esta paciente
flor se ve bastante descolorida y monótona al lado del
azafrán a plena luz del sol, pero espera hasta el ocaso,
y la verás abrir gradualmente sus fragantes flores, y
mostrar sus colores amarillo pálido. Es la alegría de la
tarde y de la noche: el estridente sol la corteja en vano,
ella ama el bello rostro de la luna. Todos conocemos
mujeres piadosas que nunca se verían de la manera
más favorable entre las actividades públicas de
nuestras iglesias, y sin embargo, en la habitación de losenfermos y en la hora de la aflicción, están llenas de
belleza, y arrojan una fragancia encantadora por todas
partes.47
La lección que presenta Spurgeon es que Dios ha ordenado
Su creación y Su iglesia de tal modo que todo fuera
hermoso en su tiempo. No debe haber conflicto entre los
santos o las flores sobre cuál es mejor: el Creador los ha
dispuesto deliberadamente para diferentes épocas,
estaciones y suelos. Hay una flor, sin embargo, que todo
cristiano debería tratar de emular: la margarita, que se
cierra a la oscuridad y solo despliega sus pétalos para
recibir el sol.
¿No deberíamos actuar de esa manera hacia el Amado,
cuya presencia nos alegra el día? Cuando nuestro
Señor Cristo esconde Su rostro, cerremos nuestros
corazones en tristeza, incluso “como los capullos que
se cierran en la víspera lloran por los rayos del sol que
se fueron”. Cuando Jesús nos ilumina con brillo de
belleza y calidez de gracia, entonces, que nuestros
corazones vuelvan a abrir sus hojas dobladas, y
dejemos que beban en una plenitud de luz y amor.48
No solo la botánica atraía a Spurgeon; su curiosidad
intelectual era deliberadamente integral. Él sostenía que es
insensato, deshumanizador y, por lo tanto, no-cristiano que
los cristianos se limiten a pensar solo en asuntos
evidentemente “espirituales”. Vivimos en este mundo caído
en “pie de guerra”, sin duda, dedicándonos a difundir el
evangelio de Cristo entre las naciones. Sin embargo, el
Padre ha hecho—y por lo tanto está interesado por—todas
las cosas; además, Él ha hecho el mundo para que la
humanidad lo domine. Sería tanto impío como un simple
abandono del deber que cerráramos nuestras mentes a
aquellas cosas en la tierra que ocupan la Suya.49 Por lo
tanto, no debemos descuidar ningún campo de
conocimiento.
La presencia de Jesús en la tierra ha santificado todo el
reino de la naturaleza; y lo que Él ha limpiado, no lo
llames común. Todo lo que tu Padre ha hecho es tuyo, y
deberías aprender de eso. Puedes leer el diario de un
naturalista, o el relato de un viajero sobre sus travesías,
y encontrar beneficios en ello. Sí, e incluso un antiguo
herbario o un manual de alquimia pueden, como el león
muerto de Sansón, darte miel. Hay perlas en conchas
de ostras y frutas dulces en ramas espinosas. Los
caminos de la verdadera ciencia, especialmente la
historia natural y la botánica, destilan grosura. La
geología, en tanto se basa en la realidad, y no en
ficción, está llena de tesoros. La historia —maravillosas
son las visiones que hace pasar delante de ti— es
sumamente instructiva; en efecto, cada porción del
dominio de Dios en la naturaleza rebosa de preciosas
enseñanzas.50
Más que eso, Cristo es la lógica y la luz del mundo; el
evangelio es la suma de toda sabiduría; las Escrituras
pueden hacernos sabios —y no solo para la salvación. Los
cristianos deberían por tanto ser personas sabias y
omnívoras, con un intelecto amplio.
Un hombre que es un admirador creyente y amante
entusiasta de la verdad, como esta es en Jesús, está en
el lugar correcto para seguir con ventaja cualquier otra
rama de la ciencia... Hace tiempo cuando leí libros,
puse todo mi conocimiento en gloriosa confusión; pero
desde que conocí a Cristo, puse a Cristo en el centro
como mi sol, y cada ciencia gira alrededor como un
planeta, mientras que las ciencias menores son
satélites de estos planetas.51
Como todos nosotros, Spurgeon era excepcionalmente él
mismo. Sin embargo, su gran corazón y alegría al caminar a
través de la creación de su Padre muestra exactamente el
tipo de vida que siempre crecerá a partir de la teología que
él creía.
PARTE 2
CRISTO EN EL CENTRO
CAPÍTULO 2
CRISTO Y LA BIBLIA
Spurgeon comentó una vez a sus alumnos que el poderoso
predicador de los siglos IV y V Juan “Crisóstomo” (“Boca de
Oro”) era llamado así porque “había aprendido la Biblia de
memoria, para poder repetirla a su placer”.52 Spurgeon sin
duda habría atribuido su propio poder como predicador a la
misma causa, ya que él mismo era un hombre lleno de la
Escritura. Las palabras que famosamente utilizó para
describir a su querido John Bunyan se aplican igualmente
bien a él:
Es una bendición consumir el alma misma de la Biblia
hasta que, al final, hables en el lenguaje de las
Escrituras, y tu propio estilo sea moldeado según los
modelos de la Escritura, y, lo que es aún mejor, tu
espíritu se sazoné con las palabras del Señor. Citaré a
John Bunyan como ejemplo de lo que quiero decir. Lee
cualquier cosa suya, y verás que es casi como leer la
Biblia misma. Él... no puede darnos su Progreso del
peregrino —el más dulce de todos los poemas en prosa
—sin continuamente hacernos sentir y decir: “¡Vaya,
este hombre es una Biblia viviente!” Dale un pinchazo
en donde sea; y encontrarás que su sangre es Bíblica,
la esencia misma de la Biblia fluye de él. No puede
hablar sin citar un texto, porque su alma está llena de
la Palabra de Dios.53
Puedes elegir casi cualquier sermón—y la mayoría de sus
cartas—para demostrar el punto: las imágenes, los
modismos y las referencias a las escrituras inundan cada
párrafo de Spurgeon y parecen derramarse de él de una
manera completamente natural y no forzada.
Era realmente la consecuencia natural de tener la opinión
máxima y más cálida de la Biblia. “Inerrancia” no era un
término en uso en los días de Spurgeon, aunque
indudablemente él sostenía lo que hoy se llamaría una
visión inerrante de las Escrituras. En repetidas ocasiones
enseñó, defendió y dedicó sermones completos a lo que
llamaba la “infalibilidad” de las Escrituras.54 Uno de sus
primeros sermones en Londres como pastor de la Capilla de
New Park Street fue sobre el tema de la Biblia; en este
articuló la visión clásica de la infalibilidad (o inerrancia,
como se denominaría hoy):
Aquí yace mi Biblia—¿quién la escribió? La abro, y
encuentro que consiste en una serie de tratados. Los
primeros cinco tratados fueron escritos por un hombre
llamado Moisés. Sigo adelante y encuentro otros. A
veces veo que David es el escribiente, otras veces,
Salomón. Aquí leo a Miqueas, luego a Amos, luego a
Oseas. Al ir más allá, a las páginas más luminosas del
Nuevo Testamento, veo a Mateo, Marcos, Lucas y Juan,
Pablo, Pedro, Santiago y otros; pero cuando cierro el
libro, me pregunto ¿quién es el autor? ¿Estos hombres
reclaman conjuntamente la autoría? ¿Son ellos los
compositores de este volumen masivo? ¿Se dividen
entre ellos mismos el honor? Nuestra santa religión
responde, ¡No! Este volumen es la escritura del Dios
viviente: cada letra fue escrita con un dedo
Omnipotente; cada palabra en ella cayó de labios
eternos, cada oración fue dictada por el Espíritu Santo.
Si bien, Moisés fue empleado para escribir sus historias
con su pluma de fuego, Dios guió esa pluma.55
Es decir, Dios es el autor divino y confiable de cada letra de
la Escritura; Dios utiliza autores humanos para transmitir
(en muchos estilos y géneros diferentes) lo que quiere decir.
Es necesario decir que cuando Spurgeon hablaba así de la
absoluta y total confiabilidad de las Escrituras, se estaba
refiriendo a los manuscritos originales y no a ninguna
traducción. Él creía que la versión Autorizada o King James
tal vez era insuperable como traducción y, sin embargo,
podía decir: “A veces me avergüenzo de esta
traducción...cuando veo cómo, en algunos puntos
importantes, no es fiel a la Palabra de Dios”.56
Además, él veía que, dado que la Biblia es la propia Palabra
de Dios, es tanto suprema como fundamental en su
autoridad. Todas las demás autoridades deben inclinarse
ante ella, y ninguna autoridad —ninguna iglesia, erudito o
papa— necesita sentarse detrás o por encima de ella,
ofreciendo algún tipo de respaldo que haría falta de no ser
así. La Biblia, en otras palabras, es fidedigna en su
supremacía.
Hay una majestad peculiar, una plenitud notable, una
potencia singular, una dulzura divina, en cualquier
palabra de Dios, que no se puede descubrir,ni nada
como ella, en la palabra del hombre... Es la enseñanza
inspirada de Dios, infalible e infinitamente pura. La
aceptamos como la palabra misma del Dios viviente,
cada jota y cada tilde, no tanto porque existan
evidencias externas que demuestren su autenticidad —
muchos de nosotros no sabemos nada de esas
evidencias, y probablemente nunca lo sabremos— sino
porque discernimos una evidencia interna en las
palabras mismas. Han venido a nosotros con un poder
que ningunas otras palabras han tenido jamás en sí
mismas, y no se nos puede aducir a dejar nuestra
convicción sobre su excelencia superlativa y autoridad
divina.57
Cristo y Su Palabra
A pesar de su reverencia por las Escrituras y su
consideración supremamente elevada de ellas, Spurgeon no
era bibliólatra. Esto es porque él pensaba en la Biblia no
como un objeto en sí mismo para ser considerado
independientemente sino como “la palabra de Cristo”
(Rom.10:17; Col. 3:16). Por lo tanto, su respeto por la Biblia
era uno con su respeto por Cristo. Para él, la Biblia no era
rival de Cristo, sino la Palabra y la revelación de Cristo a
través de la cual Cristo es recibido y Su voluntad es dada a
conocer. Sugerir que la Biblia pudiera ser falible sería
sugerir que Cristo es un maestro falible. La indiferencia
hacia la Biblia sería indiferencia hacia Él. “¿Cómo podemos
reverenciar Su persona, si Sus propias palabras y las de Sus
apóstoles son tratadas con irrespeto? A menos que
recibamos las palabras de Cristo, no podemos recibir a
Cristo”.58
Spurgeon amplió este tema en un sermón que predicó en
1888, “La Palabra una Espada”. Su texto era Hebreos 4:12,
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante
que toda espada de dos filos”. En su búsqueda por
comprender el verso, se encontró dividido entre los campos
interpretativos de Juan Calvino y John Owen. Por un lado,
Calvino (entre muchos otros) tomó “la palabra de Dios”
como refiriéndose allí a la Biblia; por el otro, Owen y otros
habían entendido que denotaba a Cristo, la Palabra eterna.
Spurgeon pensaba que la propia existencia de la dificultad—
con dos exegetas tan eminentes y cuidadosos que no
estaban de acuerdo en cuanto a lo que significaba—era en
sí misma instructiva.
Esto nos muestra una gran verdad, que de otro modo
no habríamos notado tan claramente. ¡Hay tanto que
puede decirse del Señor Jesús que también puede
decirse del volumen inspirado! ¡Cuán cerca están estos
dos aliados! ¡Cuán ciertamente los que desprecian a
uno rechazan al otro! ¡Cuán íntimamente unidas están
la Palabra hecha carne y la Palabra enunciada por
hombres inspirados!59
El libro es la revelación de Cristo, que es la Palabra eterna y
la revelación de Su Padre; como tal, no se puede considerar
separado de Cristo. El libro es vivo y activo porque Cristo es
vivo y activo. Y así como Cristo no puede dejarse fuera de la
Escritura, tampoco la Escritura puede separarse de Cristo.
“Toma este Libro, y destílalo en una sola palabra, y esa sola
palabra será Jesús. El Libro en sí no es más que el cuerpo de
Cristo, y podemos ver todas sus páginas como los paños de
tela del infante Salvador; porque si desenrollamos las
Escrituras, nos encontramos con el mismo Cristo Jesús”.60
La inseparabilidad de la Biblia con respecto a Cristo
significaba que Spurgeon no tenía una doctrina abstracta de
la infalibilidad / inerrancia en aras del racionalismo
culturalmente innato de la Ilustración. Atesoraba la Biblia y
la consideraba enteramente confiable porque atesoraba a
Cristo y lo consideraba a Él completamente confiable. (Y,
sellando el vínculo entre los dos, él atesoraba a Cristo
porque la Biblia evidentemente lo presenta como
evidentemente bueno, bello y verdadero).
También significaba que Spurgeon solo podía estar
interesado en el Cristo de la Biblia, a diferencia de aquellos
que aman a un “Jesús” diferente del que es dado a conocer
en la Escritura.
Hay algunos hoy en día que niegan toda doctrina de
revelación y, sin embargo, ciertamente, alaban a Cristo.
Se habla del Maestro en el estilo más halagador, y
luego se rechaza Su enseñanza, excepto en la medida
en que pueda coincidir con la filosofía del momento.
Hablan mucho de Jesús, mientras que aquello que es el
verdadero Jesús, es decir, Su evangelio y Su Palabra
inspirada, lo rechazan. Creo que los describo
correctamente cuando digo que, como Judas, traicionan
al Hijo del hombre con un beso.61
El gran tema de la Escritura 
El hecho de que la Escritura es la Palabra de Cristo, que su
propósito y tema principal es Cristo, sirvió como una fuerte
línea melódica a través de todo el pensamiento y ministerio
de Spurgeon. Aquí, debemos tener claro que, con
“Escritura”, Spurgeon se refería tanto al Antiguo como al
Nuevo Testamento: de principio a fin, la Escritura es la
Palabra de y acerca de Cristo. “Podemos comenzar en
Génesis y seguir hasta el Libro de Apocalipsis, y decir de
todas las historias sagradas, ‘Éstas se han escrito para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios’”.62
Esto significaba que cuando su congregación se sentaba
para escucharlo exponer un pasaje del Antiguo Testamento,
podían estar bastante seguros de que escucharían un
sermón explícitamente cristiano. Y no era solo que los
profetas anunciaron la futura venida de Cristo y que las
muchas tipologías que se encuentran en la Ley y las
historias (profetas, sacerdotes, reyes, salvadores, sacrificios,
etc.) describían lo que Él vendría a ser y hacer. Como
Spurgeon lo veía, el Antiguo Testamento sí señalaba hacia
Cristo de esa manera—pero hacía más que eso. Los
creyentes del Antiguo Testamento serían descritos como
hermanos y hermanas de la misma fe, como amigos de
Cristo. Spurgeon podía hablar de esta manera porque era
insistente y claro en que no hay un creador o Señor del
pacto además de Cristo, el Hijo eterno del Padre. Cristo no
solo fue profetizado en el Antiguo Testamento; Él estuvo
activamente presente en el mismo.
Él era la Palabra divina a través de la cual Su Padre trajo
todas las cosas a la existencia; Él fue quien conversó con
Adán y Eva en el Edén. “Era Jesús quien se paseaba en el
jardín del Edén al aire del día, porque Sus delicias eran con
los hijos de los hombres”.63
Pasó el tiempo, y los hombres cayeron, y luego se
multiplicaron sobre la faz de la tierra; pero las delicias
de Cristo todavía eran con los hijos de los hombres, y a
menudo Él, de una forma u otra, visitaba esta tierra,
para conversar con Abraham, o para luchar con Jacob,
o para hablar con Josué, o para caminar en el horno de
fuego ardiente con Sadrac, Mesac y Abed-Nego.
Siempre estaba anticipando el momento en el que
realmente habría de asumir la naturaleza humana y
cumplir con Sus compromisos del pacto.64
Spurgeon enseñaba que fue Jesús quien sacó a Su pueblo
de Egipto (Judas 5), quien se encontró y conversó con
Moisés en la zarza ardiente y con Salomón y Ezequiel en sus
visiones, quien le dijo a Isaac: “No temas, porque yo estoy
contigo”.65 En especial el Hijo divino visitaría a los fieles,
como Abraham: “Los amigos seguramente se visitan unos a
otros”.66
El sol entre las doctrinas
La visión de Spurgeon de la Biblia encontraba su propósito y
lugar a la luz de Cristo. De hecho, en su mente, todas las
doctrinas encontraban su lugar apropiado únicamente en su
órbita alrededor de Cristo. (Por esta razón, una introducción
ejemplar al pensamiento y la predicación de Spurgeon es
Los logros gloriosos de Cristo).67 De esta manera, Spurgeon
veía la teología como la astronomía: así como el sistema
solar tiene sentido únicamente cuando el sol es central, los
sistemas de pensamiento teológico son coherentes solo
cuando Cristo es central. Toda doctrina debe encontrar su
lugar y significado en su relación correcta con Cristo. “Ten la
seguridad de que no podemos tener la razón en el resto, a
menos que pensemos correctamente sobre ÉL... ¿Dónde
está Cristo en tu sistema teológico?”68 Así, por ejemplo,cuando pensamos acerca de la doctrina de la elección,
debemos recordar que somos elegidos en Cristo; cuando
pensamos en la adopción, debemos recordar que somos
adoptados solamente en Él. Y así sucesivamente: somos
justificados en Él, preservados en Él, perfeccionados,
resucitados y glorificados en Él. Toda bendición del
evangelio se encuentra en Él, “porque Él es todas las
mejores cosas en uno”.69
Sin embargo, incluso esa analogía astronómica puede ser
demasiado débil como para captar realmente cuán Cristo-
céntrico era Spurgeon en su pensamiento. Para él, Cristo no
es simplemente un componente—por crucial que sea—en la
maquinaria más grande del evangelio. Cristo no es el
vendedor ambulante de alguna verdad, recompensa o
mensaje que no sea Él mismo, como si por medio de Cristo
obtuviéramos lo auténtico, ya sea el cielo, la gracia, la vida
o lo que sea. “Es Cristo, y no el cielo, la necesidad
agonizante. El que recibe a Cristo recibe el cielo. El que no
tiene a Cristo sería miserable en el paraíso”.70 Cristo mismo
es la verdad que conocemos, el objeto y la recompensa de
nuestra fe, y la luz que ilumina cada parte de un sistema
teológico verdadero. En el prefacio fundamental de su
primer volumen de sermones, escribió:
Jesús es la Verdad. Creemos en Él,—no meramente en
Sus palabras. Él mismo es Doctor y Doctrina, Revelador
y Revelación, el Iluminador y la Luz de los Hombres. Él
es exaltado en cada palabra de verdad, porque Él es su
suma y sustancia. Él se sienta por encima del
evangelio, como un príncipe sobre su propio trono. La
doctrina es más preciosa cuando la vemos destilar de
Sus labios y encarnada en Su persona. Los sermones
son valiosos en la medida en que hablan de Él y
señalan hacía Él. Un evangelio sin Cristo no es
evangelio y un discurso sin Cristo es causa de alegría
para los demonios.71
Cristo siendo la gloria de Dios, ilumina toda doctrina, y es
solo en Su resplandor que las doctrinas cristianas son y se
muestran gloriosas. Es por eso que, escribió Spurgeon, “No
puedes probar la dulzura de ninguna doctrina hasta que
hayas recordado la conexión de Cristo con ella”.72 Esto
también ayuda a explicar la pasión de Spurgeon por la
ortodoxia bíblica, que se ve más claramente en la amarga
lucha de “La Controversia del Declive”.73 No era que tuviera
un apego inflexible a algún sistema abstracto de
pensamiento; él veía el liberalismo y las falsas enseñanzas
como un asalto directo a la naturaleza misma y la gloria del
Cristo que murió por él. Observe, entonces, cuán
inmediatamente se mueve aquí del “evangelio” al Salvador:
“Mi sangre hierve con indignación ante la idea de mejorar el
evangelio. No hay más que un Salvador, y ese único
Salvador es el mismo para siempre”.74
Con una atracción gravitacional tan fuerte hacia Cristo en su
teología, podría pensarse que Spurgeon había sucumbido a
un Cristomonismo distorsionado. Sin embargo, ese nunca
fue el caso: reconociendo a Cristo como el Hijo ungido por el
Espíritu y la gloria de Su Padre, el Cristocentrismo de
Spurgeon fue Trinitario de principio a fin. Por lo tanto, al
predicar o escribir sobre Cristo, a menudo resultaría
envuelto en reflexiones Trinitarias profundas, como
atestigua el material inicial de su primer sermón como
pastor de la capilla de New Park Street:
El estudio más excelente para expandir el alma es la
ciencia de Cristo, y Él crucificado, y el conocimiento de
la Deidad en la gloriosa Trinidad. Nada ampliará así el
intelecto, nada engrandecerá así el alma entera del
hombre, como una investigación devota, seria y
continua del gran tema de la Deidad. Y, aunque
produce humildad y expansión, este tema es
eminentemente consolador. Oh, al contemplar a Cristo,
hay un bálsamo para cada herida; al meditar en el
Padre, hay un alivio para cada dolor; y en la influencia
del Espíritu Santo, hay un bálsamo para cada llaga.
¿Quisieras perder tus penas? ¿Quisieras ahogar tus
preocupaciones? Entonces ve, sumérgete en el más
profundo mar de la Deidad; piérdete en Su inmensidad;
y saldrás como de un lecho de descanso, refrescado y
vigorizado. No conozco nada que pueda consolar al
alma; calmar las crecientes oleadas de dolor y tristeza;
hablar paz al viento de la prueba, tanto como una
meditación devota sobre el tema de la Deidad.75
Cómo leer la Biblia
En 1879, Spurgeon predicó un sermón titulado “Cómo leer la
Biblia”, que resumía su enfoque experiencial y Cristo-
céntrico de las Escrituras.
Su primer punto era que para leer la Biblia correctamente,
el lector debe entender lo que está escrito. “Entender el
significado es la esencia de la verdadera lectura”.76 Desde
el principio, Spurgeon es claro en que, al buscar ser
experiencial, no permitirá el tipo de misticismo que omite el
intelecto. Es la “iluminación del conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) la que nos
transforma “de gloria en gloria en la misma imagen” (2
Corintios 3:18). “Debe haber un conocimiento de Dios antes
de que pueda haber amor a Dios: debe haber un
conocimiento de las cosas divinas, tal como se revelan,
antes de que pueda haber un disfrute de ellas”.77
Entonces, mucho de lo que es considerado lectura de la
Biblia no es realmente lectura de la Biblia en absoluto, como
la entendía Spurgeon. “¿No leen muchos de ustedes la
Biblia de una manera muy apresurada —solo un poco, y
luego se van?”, preguntó. “Cuán pocos de ustedes están
resueltos a llegar a su alma, su jugo, su vida, su esencia, y
deleitarse en su significado”.78 Cuando el ojo pasa
casualmente sobre los versículos sin involucrar la mente,
esa no es una lectura verdadera. Es mucho más probable
que sea evidencia de la cruda superstición de que la religión
demanda una ejecución irreflexiva de un ritual de lectura
regular. Mientras otros hacen peregrinaciones y realizan
penitencias, los evangélicos pasan sus ojos por encima de
los capítulos de la Biblia —y podrían hacerlo igual de bien
con el libro al revés. En efecto, Spurgeon insistiría en este
punto profundamente, argumentando que la mente debe
estar más que involucrada de manera indiferente:
La lectura tiene un núcleo, y el mero caparazón vale
poco. En la oración existe tal cosa como orando en
oración —una oración que es las entrañas de la
oración. También en la alabanza hay una alabanza en el
canto, un fuego interno de intensa devoción que es la
vida del aleluya. Es así con el ayuno: hay un ayuno que
no es ayuno, y hay un ayuno interior, un ayuno del
alma, que es el alma del ayuno. Así es incluso con la
lectura de las Escrituras. Hay una lectura interior, una
lectura del núcleo —una lectura viva y verdadera de la
Palabra. Esta es el alma de la lectura; y, si no está allí,
la lectura es un ejercicio mecánico, y no aprovecha
para nada.79
La verdadera lectura de la Biblia requiere un estudio alerta y
atento y una profunda reflexión sobre lo que está escrito.
Esa es precisamente la razón por la cual, en Su clara y
luminosa Palabra, Dios ha puesto tantos pasajes desafiantes
y oscuros, para que nuestro apetito por las cosas divinas
pueda ser despertado y nuestras mentes obligadas a estar
activas. “La meditación y el pensamiento cuidadoso
ejercitan y fortalecen el alma para la recepción de las
verdades aún más excelsas... Debemos meditar, hermanos.
Estas uvas no darán vino hasta que las pisemos”.80
Tal lectura de las Escrituras completamente comprometida
debe involucrar la oración. “Es algo grandioso el sentirse
motivado a pensar, es algo aún más grandioso ser llevado a
orar por haber sido llevado a pensar”.81 Después de todo, la
Escritura es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu: la
leemos para conocerlo y necesitamos Su ayuda. Tal lectura
también debe estar lista para buscar ayuda para una
comprensión más profunda.
Algunos, bajo el pretexto de ser enseñados por Espíritu
de Dios, se rehúsan a ser instruidos por libros o por
hombres vivos. Esto no es honrar al Espíritu de Dios; es
una faltade respeto hacia Él, porque si les da a algunos
de Sus siervos más luz que a otros —y está claro que lo
hace—entonces ellos están obligados a dar esa luz a
los demás, y usarla para el bien de la iglesia.82
El segundo punto principal de Spurgeon era que al leer
debemos buscar el significado y la intención de la Escritura.
Más allá de la simple comprensión, esto implica encontrar
instrucción espiritual. Al leer un pasaje histórico, por
ejemplo sobre la serpiente de bronce de Moisés (Números
21), aprendemos más que historia: aprendemos sobre la
naturaleza de la fe viva. Al leer un pasaje de la Ley, por
ejemplo sobre el tabernáculo (Éxodo 25-31), aprendemos
sobre la naturaleza de la santidad y la expiación de Dios. Al
leer un pasaje lleno de doctrina explícita, buscamos no solo
comprenderlo sino ser afectados y alterados por él. Más que
entender, tal lectura implica transformación.
He observado con tristeza a algunas personas que son
muy ortodoxas, y que pueden repetir su credo muy
fácilmente, y sin embargo, el uso principal que hacen
de su ortodoxia es sentarse y observar al predicador
con el fin de elaborar una acusación contra él... [Ellos]
no saben nada sobre las cosas de Dios en su significado
real. Nunca las han bebido en sus almas, sino que solo
se las llevan a la boca para escupirlas a los demás...
Por lo tanto, amado, nunca te sientas satisfecho con un
credo correcto, sino desea que se grabe en las tablas
de tu corazón.83
Fundamentalmente, la transformación que Spurgeon
deseaba para los lectores de la Biblia era que se alejaran
del pecado que mata y fueran hacia el Cristo que da vida.
Las Escrituras nos atraen para disfrutar de una comunión
viva con Jesús, y eso es lo que él llamaba “el alma de la
Escritura”. “Si no encuentras a Jesús en las Escrituras, te
serán de poca utilidad, ¿porque qué fue lo que nuestro
Señor mismo dijo? ‘Escudriñad las Escrituras; porque a
vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y no
queréis venir a mí para que tengáis vida’”84. Por tanto,
animaba a aquellos que leían la Biblia con esta oración
experiencial, Trinitaria y centrada en Cristo:
Oh, Cristo vivo, haz de esto una palabra viva para mí.
Tu palabra es vida, pero no sin el Espíritu Santo. Puedo
conocer este Tu libro de principio a fin, y repetirlo todo
desde Génesis hasta Apocalipsis, y sin embargo puede
ser un libro muerto, y yo puedo ser un alma muerta.
Pero, Señor, hazte presente aquí; entonces miraré
hacia arriba desde el libro hasta el Señor; del precepto
hasta aquel que lo cumplió; de la ley a aquel que la
honró; de la amenaza al que la llevo por mí, y de la
promesa a Él en quien es “Sí y Amén”.85
Su tercer y último punto era realmente una exhortación
simple: la lectura de las Escrituras es provechosa. Vale la
pena toda la inversión de tiempo y de energía mental y
emocional. Esto es así porque es el medio del Espíritu para
impartir vida nueva. “Somos engendrados por la palabra de
Dios: es el medio instrumental de la regeneración. Por lo
tanto, amen sus Biblias. Manténganse cerca de sus
Biblias”.86 Somos inicialmente regenerados y somos
continuamente vivificados a la luz del conocimiento de la
gloria de Dios en el rostro de Cristo Jesús quien nos es
mostrado en las Escrituras. Así que, “aférrate a la Escritura.
La Escritura no es Cristo, pero es la pista de seda que te
llevará a Él”.87
“Te llevará a Él”. Ese era el objetivo de la Biblia, como lo
veía Spurgeon. En efecto, era el objetivo de toda su
teología.
CAPÍTULO 3 
PURITANISMO,
CALVINISMO Y CRISTO
A Charles Spurgeon a menudo se le ha otorgado el título de
Ultimus Puritanorum (“el último de los puritanos”). Él mismo
lo rechazó por la simple razón de que invirtió gran parte de
su energía educando y entrenando a pastores que pudieran
continuar la tradición puritana. “La doctrina que predico es
la de los puritanos”.88 De hecho, una vez se jactó diciendo
“he sido acusado de ser un mero eco de los puritanos”.89 Él
era, en otras palabras, un puritano intencional y acreditado,
pero se negó a ser el último de esa línea. Como la mayoría
de los puritanos de los siglos XVI y XVII, también fue
calvinista sin ambigüedades ni vergüenza.
El que Spurgeon haya sostenido tal teología en la Bretaña
del siglo XIX es francamente admirable. El auge del
liberalismo teológico y el anglo-catolicismo en su época
tendió a hacer que el puritanismo calvinista fuera percibido
como algo curiosamente antiguo y bastante ingenuo. Aun
más admirable fue la manera ecuánime en la que sostuvo
esta teología. Estar tan fuera de sintonía con el clima
teológico de su época podría haberlo convertido fácilmente
en alguien quisquilloso y exclusivista, pero a pesar de su
inflexible determinación teológica, Spurgeon era
sorprendentemente tolerante. Y no es difícil ver por qué:
Spurgeon fue un puritano y un calvinista no por adherencia
a ningún sistema teológico o tradición como tal, sino porque
creía que tal teología glorifica a Cristo.
Nacido y criado puritano
El pueblo de Stambourne, Essex, donde Spurgeon pasó los
años formativos de su infancia, está en el corazón de lo que
una vez fue la región puritana de Inglaterra. La
congregación independiente fue fundada allí cuando el
rector puritano Henry Havers fue expulsado de la Iglesia de
Inglaterra en 1662. Allí, en lo que había sido la casa pastoral
de Havers, Spurgeon fue criado por su abuelo, un
predicador dotado que mantuvo firmemente el legado
calvinista y puritano de la capilla. La influencia de los
puritanos podía sentirse claramente en los devocionales de
la familia reunida, y era bastante normal que los adultos
leyeran pasajes de escritos puritanos a los niños. Spurgeon
una vez mencionó explícitamente en un sermón cómo los
domingos por la noche su madre les leía de Alarma a los
inconversos de Joseph Alleine y El llamado a los inconversos
de Richard Baxter90
Quizás tan influyente como cualquiera de estas cosas fue la
presencia del viejo estudio de Havers, en la parte de arriba
de la casa pastoral. Las ventanas se habían rellenado desde
los días del rector, convirtiéndolo en un lugar oscuro pero
privado. Allí, el joven Spurgeon se retiraba y podía rebuscar
entre una biblioteca de obras puritanas.
Algunas de estas eran folios enormes, que un niño
difícilmente podía levantar. Aquí primero entablé
amistad con los mártires, y especialmente con “el viejo
Bonner”, quien los quemó; luego, con Bunyan y su
“Peregrino”; y más adelante, con los grandes maestros
de la teología Escritural, con quienes ningún moderno
merece ser nombrado en el mismo día. Incluso las
antiguas ediciones de sus obras, con sus márgenes y
sus notas anticuadas, son preciosas para mí. Es fácil
distinguir un verdadero libro puritano, incluso por su
forma y por la apariencia de la letra. Confieso que
albergo un prejuicio contra casi todas las ediciones
nuevas, y cultivo una preferencia por los originales, a
pesar de que deambulan en pieles de oveja y de cabra,
o están encerrados en las tablas más duras. Me hizo
aguar los ojos, hace poco tiempo, ver varios de estos
libros antiguos en la nueva Casa Pastoral: me pregunto
si algún otro chico los amará, y vivirá para revivir esa
gran teología antigua que aún ha de ser para Inglaterra
su bálsamo y bendición.91
Figura 1
Por el resto de su vida, Spurgeon fue un lector ávido y
bastante omnívoro, y amasaría una biblioteca personal que
consistía en más de doce mil volúmenes, incluyendo lo que
probablemente fue en su época la biblioteca privada más
extensa de literatura puritana en el mundo. Llegaría a estar
íntimamente familiarizado con los principales autores
puritanos, capaz de detectar sus diferentes características y
estilos y citar a muchos de ellos de memoria.
Sin lugar a duda, su puritano favorito fue aquel a quien
llamó “mi viejo amigo John Bunyan”,92 y su libro favorito, El
progreso del peregrino de Bunyan. “Después de la Biblia, el
libro que más valoro es ‘El progreso

Continuar navegando