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“Como bautista evangélico que comparte con Charles Spurgeon la misma comprensión de la salvación, naturalmente recibí gustoso este excelente estudio sobre la célebre teología del predicador y cómo esta se aplica a la vida cristiana. Pero también concuerdo con el profundo interés de Michael Reeves por que Spurgeon sea leído por un público mucho más amplio que sus correligionarios. Responsable de un auténtico torrente de palabras, la mayoría de las cuales permanecen impresas una docena de décadas después de su muerte, él es uno de los grandes autores cristianos del siglo XIX. Y es justo, por lo tanto, que sea conocido y leído por esa amplia audiencia de evangélicos que aman a su Salvador. Este libro es un magnífico lugar para comenzar: un refrigerio preliminar extraído de los profundos pozos de Spurgeon—justo lo que se necesita en nuestro día”. Michael A. G. Haykin, Profesor de Historia de la Iglesia y Espiritualidad Bíblica, The Southern Baptist Theological Seminary “Pregunta a las personas qué es lo primero que se les viene a la mente cuando escuchan el nombre de Charles Spurgeon, e invariablemente responderán con algo acerca de la predicación. En efecto, Spurgeon es ampliamente considerado ‘El Príncipe de los Predicadores’, y se lo merece. Pero es tan estrechamente asociado con la predicación poderosa que muchos no se dan cuenta de lo eminentemente piadoso que era. Sí, Spurgeon pastoreó la iglesia evangélica más grande en el mundo del siglo XIX. Sí, sus sermones recopilados se extienden a más de sesenta y tres volúmenes gruesos, sermones que continúan vendiéndose bien hoy. Sí, su fama como predicador hizo de Spurgeon el nombre más famoso en la cristiandad durante su vida. Pero debería ser igualmente conocido como un hombre de una piedad profunda y una vida cristiana dinámica. Afortunadamente, Michael Reeves ayuda a rectificar el desequilibrio con respecto a la reputación de Spurgeon con su libro Spurgeon y la vida cristiana. Con una excelente investigación y una escritura sensacional, demuestra cómo Spurgeon—en la salud y en la enfermedad, en el éxito y en la tragedia, en el ojo público y en el hogar— buscó vivir una vida centrada en Cristo de acuerdo con la Biblia. Sin importar si esta es tu introducción a Spurgeon o si ha sido tu héroe durante décadas, serás alentado por este libro”. Donald S. Whitney , Decano Asociado y Profesor de Espiritualidad Bíblica, Escuela de Teología, The Southern Baptist Theological Seminary; autor, Disciplinas Espirituales para la Vida Cristiana y Orando la Biblia “Con pinceladas cuidadosas y precisas, Michael Reeves nos pinta un retrato tridimensional del predicador y nos deja cantando con Helmut Thielicke, ‘Vende todo lo que tienes y compra Spurgeon’”. Christian T. George , Curador, La Biblioteca de Spurgeon; Profesor Asistente de Teología Histórica, Midwestern Baptist Theological Seminary; editor, Los Sermones Perdidos de C. H. Spurgeon MICHAEL REEVES Publicado Por: Publicaciones Faro de Gracia P.O. Box 1043 Graham, NC 1043 www.farodegracia.org ISBN 978-1-629462-20-2 Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Crossway para traducir e imprimir este libro, Spurgeon on Christian Life, Alive in Christ al español. Copyright © 2014 by Michael Reeves Published by Crossway a publishing ministry of Good News Publishers Wheaton, Illinois 60187, U.S.A. This edition published by arrangement with Crossway. All Rights reserved. ©2019 Publicaciones Faro de Gracia. Traducción al español realizada por Giancarlo Montemayor; redacción por Paula Bautista Rodriguez; diseño de la portada y las páginas por Benjamin Hernandez, Enjoy Media. Todos los Derechos Reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio— electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor. ©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso. Para John y Joan, con el más profundo amor y gratitud por el mejor regalo que tengo en la tierra. Contenido PREFACIO DE LA SERIE ABREVIATURAS INTRODUCCIÓN PARTE I CHARLES SPURGEON CAPÍTULO 1 UN HOMBRE LLENO DE VIDA PARTE 2 CRISTO EN EL CENTRO CAPÍTULO 2 CRISTO Y LA BIBLIA CAPÍTULO 3 PURITANISMO, CALVINISMO Y CRISTO CAPÍTULO 4 CRISTO Y LA PREDICACIÓN PARTE 3 EL NUEVO NACIMIENTO CAPÍTULO 5 NUEVO NACIMIENTO Y BAUTISMO CAPÍTULO 6 EL PECADO HUMANO Y LA GRACIA DE DIOS CAPÍTULO 7 LA CRUZ Y EL NUEVO NACIMIENTO PARTE 4 LA VIDA NUEVA CAPÍTULO 8 EL ESPÍRITU SANTO Y LA SANTIFICACIÓN CAPÍTULO 9 ORACIÓN CAPÍTULO 10 EL EJÉRCITO PEREGRINO CAPÍTULO 11 SUFRIMIENTO Y DEPRESIÓN CAPÍTULO 12 GLORIA FINAL PREFACIO DE LA SERIE Algunos podrán pensar que somos unos malcriados. Vivimos en una época en que los cristianos contamos con una gran cantidad de recursos significativos para la vida cristiana. Tenemos fácil acceso a libros, series en DVD, material de Internet y seminarios, todos dirigidos a animarnos en nuestro caminar diario con Cristo. Los laicos, la gente que se sienta en los bancos de nuestras iglesias, tienen a su disposición más información de lo que los estudiosos del pasado hubieran podido imaginar. Sin embargo, a pesar de esa abundancia, nos falta algo. En general, nos faltan las perspectivas del pasado, de un tiempo y un lugar que no sea el nuestro. Dicho de otra manera, tenemos tanta riqueza en nuestro horizonte actual que tendemos a no mirar a los horizontes del pasado. Y eso es triste, especialmente cuando se trata de aprender sobre el discipulado y de ponerlo en práctica. Es como vivir en una mansión y elegir vivir solamente en una habitación. Esta serie te invita a explorar las demás habitaciones. Conforme vayamos explorando, visitaremos lugares y épocas diferentes de las nuestras. Veremos distintos modelos, perspectivas y puntos de interés. Esta serie no pretende que estos modelos se copien sin criterio, ni que estas figuras del pasado sean subidas a un pedestal como una raza de súper-cristianos. Lo que sí pretende es ayudarnos en el presente a escuchar el pasado. Creemos que hay sabiduría en los últimos veinte siglos de la iglesia, sabiduría para vivir la vida cristiana. Stephen J. Nichols y Justin Taylor ABREVIATURAS ARM C. H. Spurgeon, Un Ministerio Completo: Dirigido a Ministros y Alumnos (Londres: Passmore & Alabaster, 1900) Autobiografía, 1 Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado de su Diario, Cartas y Registros, por su Esposa y su Secretario Privado, 1834–1854, vol. 1 (Chicago: Curts & Jennings, 1898) Autobiografía, 2 Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado de su Diario, Cartas y Registros, por su Esposa y su Secretario Privado, 1854–1860, vol. 2 (Nueva York: Fleming H. Revell, 1899) Autobiografía, 3 Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado de su Diario, Cartas y Registros, por su Esposa y su Secretario Privado, 1856–1878, vol. 3 (Chicago: Curts & Jennings, 1899) Autobiografía, 4 Autobiografía de C. H. Spurgeon, Compilado de su Diario, Cartas y Registros, por su Esposa y su Secretario Privado, 1878–1892, vol. 4 (Nueva York: Fleming H. Revell, 1900) Discursos, 1 C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Alumnos, vol. 1, Una Selección de Conferencias dadas a los Estudiantes del Colegio para Pastores, Tabernáculo Metropolitano (Londres: Passmore & Alabaster, 1875) Discursos, 2 C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Alumnos, vol. 2, Conferencias dadas a los Estudiantes del Colegio para Pastores, Tabernáculo Metropolitano (Nueva York: Robert Carter and Brothers, 1889) Discursos, 3 C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Estudiantes, vol. 3, El Arte de la Ilustración; Conferencias Dadas a los Estudiantesdel Colegio para Pastores, Tabernáculo Metropolitano (Londres: Passmore & Alabaster, 1905) Discursos, 4 C. H. Spurgeon, Discursos a Mis Estudiantes, vol. 4, Comentando y Comentarios; Conferencias Dadas a los Estudiantes del Colegio para Pastores, Tabernáculo Metropolitano (Nueva York: Sheldon & Co., 1876) MTP C. H. Spurgeon, Sermones del Pulpito Tabernáculo Metropolitano, 63 volúmenes. (Londres: Passmore & Alabaster, 1855–1917) NPSP C. H. Spurgeon, Los Sermones del Pulpito de New Park Street, 6 volúmenes. (Londres: Passmore & Alabaster, 1855–1860) S&T [año] C. H. Spurgeon, The Sword and Trowel [La Espada y el Palustre] (Londres: Passmore & Alabaster, 1865–1891) INTRODUCCIÓN Las multitudes se alineaban en las calles, con la esperanza de echar un vistazo al ataúd de madera de olivo mientras atravesaba las calles del sur de Londres. Sobre el ataúd había una gran Biblia para púlpito abierta en Isaías 45:22: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. Era el jueves 11 de febrero de 1892, y el cuerpo de Charles Haddon Spurgeon estaba siendo llevado para el entierro. Dieciocho años antes, Spurgeon había imaginado la escena desde su púlpito: Dentro de poco, habrá una muchedumbre de personas en las calles. Me parece escuchar a alguien preguntar, “¿Qué están esperando todas estas personas?” “¿No lo sabes? Él será enterrado hoy”. “¿Y quién es él?” “Es Spurgeon”. “¿Qué? ¿El hombre que predicaba en el Tabernáculo?” “Sí; él será enterrado hoy”. Eso sucederá muy pronto; y cuando vean que mi ataúd es llevado a la tumba silenciosa, me gustaría que cada uno de ustedes, ya sea que se hayan convertido o no, sean constreñidos a decir, “Nos instó fervientemente, en un lenguaje simple y llano, a no dejar de lado la consideración de las cosas eternas. Él nos suplicó que miráramos a Cristo”.1 “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”: En enero de 1850, esas habían sido las palabras que mostraron a Spurgeon el camino de la salvación por primera vez. Había estado pensando que tendría que hacer cincuenta cosas, pero cuando escuché esa palabra, “¡Mirad!”, ¡Qué palabra más encantadora me pareció! ¡Oh! Miré hasta casi desgastar mis ojos. Inmediatamente la nube desapareció, la oscuridad se disipó, y en ese momento vi el sol; y podría haberme levantado en ese instante, y cantado con el más entusiasta de ellos, de la preciosa sangre de Cristo, y de la fe simple que le mira solo a Él.2 Por cuarenta y dos años, desde su conversión hasta su muerte, el mirar a Cristo crucificado en favor de la vida fue el referente para la propia vida y ministerio de Spurgeon. Al haber encontrado él mismo vida nueva en Cristo, dedicó su tiempo a suplicar a todos los demás: “miren a Cristo”. Una teología centrada en Cristo Este es un libro acerca de la teología de Spurgeon sobre la vida cristiana, y esas eran las preocupaciones que estaban en el corazón de la misma. La teología de Spurgeon estaba completamente centrada en Cristo y conformada a Cristo; y él insistía igualmente en la necesidad vital del nuevo nacimiento. La vida cristiana es una nueva vida en Cristo, dada por el Espíritu y ganada por la sangre de Jesús derramada en la cruz. La de Spurgeon era, por lo tanto, una teología centrada en la cruz y conformada a la cruz, ya que la cruz era “la hora” de la glorificación de Cristo (Juan 12:23- 24), el lugar donde Cristo fue y es exaltado, el único mensaje capaz de volcar los corazones de hombres y mujeres que, de lo contrario, están esclavizados al pecado. Junto con Isaías 45:22, uno de los versículos bíblicos favoritos de Spurgeon era Juan 12:32: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Algunas veces Spurgeon habló de la gloria de Dios como su “principal” o “gran” objetivo, pero eso de ninguna manera atenuaba su enfoque en Cristo o su insistencia en la importancia del nuevo nacimiento. “La gloria de Dios es nuestro objetivo principal y tratamos de conseguirlo al buscar la edificación de los santos y la salvación de los pecadores”, explicó.3 “Nuestro gran objetivo de glorificar a Dios... será principalmente alcanzado al ganar almas”.4 En otras palabras, como él lo veía, la gloria de Dios se muestra y se ve más claramente cuando Dios se entrega a Sí mismo por medio de Cristo. Dios se glorifica a Sí mismo al dar misericordiosamente a los pecadores Su propia vida abundante en Cristo a través del Espíritu. Lo que he intentado aquí es permitir que la teología de la vida cristiana de Spurgeon dé forma a la estructura misma —así como el contenido—de este libro. Este no es un análisis exhaustivo de toda la teología de Spurgeon, ni es una biografía, aunque debería ayudar a los lectores a conocer tanto al hombre como los rasgos generales de su teología. Comenzaremos con una mirada al hombre mismo, para ver cómo vivió y encarnó su propia teología. No es algo tan grande como un intento de mini biografía—esta es más una introducción personal. Porque en el hombre mismo, tan lleno de vida, vemos no solo una personalidad única sino un ejemplo y personificación de la vida que se puede encontrar y disfrutar en Cristo. Spurgeon vivió concretamente su creencia de que la vida cristiana no es una existencia aburrida y etérea en un plano superior e invisible. Es ser más completo, más humano—más brillante, más involucrado y más vivo. Por eso animaría a sus estudiantes: Trabajen para estar vivos en todos sus deberes... Hermanos, debemos tener vida en abundancia, cada uno de nosotros, y esta debe fluir hacia todos los deberes de nuestro oficio: la vida espiritual cálida debe manifestarse en la oración, en el canto, en la predicación e incluso al estrechar la mano y saludar después del servicio... Sean llenos de vida en todo momento, y permitan que esa vida se vea en su conversación ordinaria.5 Luego, después de observar al hombre mismo, consideraremos el incesante Cristo-centrismo de su teología y predicación. Después de eso, pasaremos a su énfasis en (y entendimiento de) el nuevo nacimiento antes de que nos dirijamos finalmente a cómo veía él la vida cristiana. Y en el mismo centro de todo esto habrá un capítulo dedicado a su teología de la cruz, ese trono de Cristo empapado en sangre y el medio para darnos vida. Hay algo más que he querido que este libro haga: permitir que Spurgeon hable y ministre a los lectores directamente. En mi propia experiencia, generalmente encuentro que leer a Spurgeon es como respirar grandes bocanadas de aire puro: es vigorizante, refrescante y estimulante. Quiero, por lo tanto, tratar de hacerme escaso y permitir que Spurgeon mismo salte a los lectores. Y tengo una esperanza para este libro: que a través de él los sermones y escritos de Spurgeon puedan ser leídos por muchos. Spurgeon es, de manera comprensible y con toda razón, un héroe bautista. Sin embargo, ciento veinticinco años después de su muerte, su verdadera influencia aún permanece en gran medida limitada a los círculos bautistas. En otros lugares, tiende a ser tratado como poco más que una reserva de proverbios deliciosos pero desconectados. Esto, me parece, no debería ser así. Aunque comparto la mayor parte de la teología de Spurgeon y muchos de sus intereses, y me crié a pocos pasos de la casa de infancia de Spurgeon, soy anglicano. Spurgeon dijo de hombres como yo, “No puedo explicar... cómo es que estos hombres de la Iglesia de Inglaterra están tan apegados a mí. He dicho algunas cosas muy severas sobre su Iglesia y, sin embargo, tengo muchos amigos devotos entre ellos”.6 Sí, muchos de nosotros que no somos bautistas somos sus amigos. Pero no los suficientes. Y así como Lutero no debería encerrarse solo entre los luteranos, ni Owen entre los congregacionalistas, Spurgeon debería ser disfrutado por todos. Él ofrece una teología firmemente bíblica y completamente integral de la vida cristiana que merece ser leída por todos—y todavía más por el puroentusiasmo con que lo dice. ¿Spurgeon el teólogo? Y, sin embargo, ¿Fue Spurgeon realmente un teólogo? Sin duda, fue un predicador grande e influyente. En persona, él predicaba hasta trece veces por semana, reunió a la iglesia más grande de su época y podía hacerse oír en una multitud de veintitrés mil personas (sin amplificación). En forma impresa, publicó unos dieciocho millones de palabras, vendiendo más de cincuenta y seis millones de copias de sus sermones en casi cuarenta idiomas durante su vida. Pero nada de eso es lo mismo que decir que era un teólogo. De hecho, algunos antagonistas insistieron categóricamente en que no lo era. Según el Decano de Ripon, quien se enfrentó con Spurgeon por la cuestión del bautismo, Spurgeon “es digno de lástima, porque su total falta de conocimiento de la literatura teológica lo deja completamente incapacitado para la resolución de una pregunta así, que es una pregunta, no de mera doctrina, sino de lo que puede llamarse teología histórica”.7 Con tales afirmaciones hechas acerca de Spurgeon, muchos se sorprendieron silenciosamente en 1964 cuando el eminente teólogo luterano Helmut Thielicke escribió su Encuentro con Spurgeon, una obra en la que elogió a Spurgeon en los términos más cálidos. Se preguntaban si en realidad un predicador victoriano autodidacta era digno de la atención del rector de la Universidad de Hamburgo. Fue el comienzo de un cambio que Spurgeon parece haber previsto: “Por mi parte”, había escrito, “estoy dispuesto a ser comido por los perros durante los próximos cincuenta años; pero el futuro más distante me ha de reivindicar”.8 Más que nada, lo que ha empujado a la gente aquí es la pura lucidez de su estilo. Escribió y habló con una prosa tan clara que podría confundirse fácilmente con una simplicidad superficial. Pero Spurgeon sabía que pensar en la dificultad de estilo como un indicador real de la profundidad de la sustancia es solo el error de los intelectualmente orgullosos. Hermanos, deberíamos cultivar un estilo claro. Cuando un hombre no me hace entender a qué se refiere, es porque él mismo no sabe a qué se refiere... Si miras hacia un pozo, si está vacío, parecerá ser muy profundo; pero si hay agua en él, verás su brillo. Creo que muchos predicadores “profundos” son así simplemente porque son como pozos secos sin nada en ellos, excepto hojas en descomposición, unas pocas piedras y tal vez un gato muerto o dos. Si hay agua viva en tu predicación, puede que sea muy profunda, pero la luz de la verdad le dará claridad.9 En efecto, él creía que tal claridad de expresión es parte de la humildad semejante a la de Cristo a la que todos los teólogos y ministros de la Palabra son llamados. Algunos nos impresionarían por su profundidad de pensamiento, cuando es simplemente un amor por las palabras grandes. Ocultar cosas claras en oraciones oscuras, es deporte en lugar de servicio a Dios. Si amas a los hombres más, amarás las frases menos. ¿Cómo solía hablarte tu madre cuando eras un niño? ¡Eso! no me digas. No lo imprimas. Nunca serán aptas para el oído público. Las cosas que ella solía decirte eran infantiles, y aún antes, para bebés. ¿Por qué hablaba ella así, porque era una mujer muy razonable? Porque ella te amaba. Hay una especie de tutoyage, como lo llaman los franceses, en el que el amor se deleita.10 Casi igual de fulminante para su reputación como teólogo fue su negativa a entretenerse en especulaciones o pasar tiempo en asuntos periféricos. “La especulación”, declaró, “es un índice de la pobreza espiritual del hombre que se rinde a ella”.11 Ahora bien, él era ciertamente un hombre de amplios intereses, pero vivía con tal sentido de urgencia y con tal convicción de la suficiencia de Cristo que la necesidad de predicar a Cristo crucificado tendía a prevalecer sobre las Escrituras oscuras o doctrinas inusuales. Ciertamente, hay suficiente en el evangelio para cualquier hombre, suficiente para llenar cualquier vida, para absorber todo nuestro pensamiento, emoción, deseo y energía, sí, infinitamente más que lo que el cristiano más experimentado y el maestro más inteligente será capaz de extraer. Si nuestro Maestro continuó en Su único tema, podemos hacer lo mismo sabiamente, y si alguno dice que somos estrechos, disfrutemos de esa bendita estrechez que lleva a los hombres al camino angosto. Si alguno nos denuncia como reducidos en nuestras ideas, y encerrados en un conjunto de verdades, regocijémonos de estar encerrados con Cristo, y considerémoslo el verdadero engrandecimiento de nuestras mentes.12 Él es tan glorioso, que únicamente el Dios infinito tiene pleno conocimiento de Él, por lo tanto, no habrá límite para nuestro estudio, o estrechez en nuestra línea de pensamiento, si hacemos de nuestro Señor el gran objeto de todos nuestros pensamientos e investigaciones.13 Con todo, Spurgeon era, de forma bastante consciente, un teólogo. Ávido en su estudio bíblico, teológico y lingüístico, creía que cada predicador debería ser un teólogo, porque solo la teología robusta y carnosa tiene el valor nutricional para alimentar y hacer crecer cristianos robustos e iglesias robustas.14 Algunos predicadores parecen tener miedo de que sus sermones sean demasiado ricos en doctrina, y dañen así las digestiones espirituales de sus oyentes. El miedo es superfluo...Esta no es una época teológica, y por lo tanto se queja ante la enseñanza doctrinal sana, sobre el principio de que la ignorancia desprecia la sabiduría. Los gloriosos gigantes de la era puritana se alimentaron de algo mejor que las cremas batidas y pasteles que ahora están tan de moda.15 Por eso, aunque no era un innovador teológico, trató de evitar la superficialidad en teología justamente con el mismo entusiasmo con que evitó la oscuridad en la comunicación. La idea de que solo tenemos que clamar, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, y repetir para siempre las mismas simplicidades, será fatal para un ministerio continuo sobre un pueblo si intentamos llevarla a cabo. El grupo de evangélicos en la Iglesia de Inglaterra fue una vez supremo; pero perdió mucho poder debido a la debilidad de su pensamiento, y su evidente creencia en que las trivialidades piadosas podrían captar la atención de Inglaterra.16 Esa combinación de inquietudes, por la profundidad teológica con sencillez de expresión, hizo de Spurgeon un teólogo de mentalidad pastoral preeminente. Él quería ser tanto fiel a Dios como entendido por las personas. Eso, seguramente, es una perspectiva semejante a la de Cristo y saludable para cualquier teólogo. Y es por esa razón que él es un pensador tan gratificante y refrescante. PARTE I CHARLES SPURGEON CAPÍTULO 1 UN HOMBRE LLENO DE VIDA En persona, el Sr. Spurgeon era de estatura mediana y complexión robusta. Tenía una cabeza enorme y grandes rasgos del tipo inglés serio. En reposo, su rostro, aunque fuerte, podría haber sido llamado flemático, o incluso de expresión aburrida. Pero cuando hablaba brillaba con vivacidad de pensamiento, rápidos destellos de humor, benignidad, y sinceridad y cada fase de emoción que se agitaba dentro de él. Tenía muchos elementos de poder como predicador. Su voz era de sonoridad y dulzura maravillosas. Su lenguaje, con toda su simplicidad, estaba marcado por una precisión impecable y una inagotable riqueza de dicción. Estaba lo más lejos posible de ser un orador rudo o áspero, aunque tenía a su disposición un vasto vocabulario de palabras sajonas ordinarias. Nadie que solo lea sus sermones, puede formarse una idea de su efecto cuando eran pronunciados... Al escuchar al Sr. Spurgeon, uno reconocía que el elemento principal de su fuerza de mando en el púlpito era su profunda y ardiente convicción. El mensaje que daba tenía para él una importancia suprema. Toda su alma iba con su declaración. El fuego de su celo era consumidor, intenso, e irresistible.17 Antes de adentrarnos en la teologíade Spurgeon sobre la vida cristiana, debemos conocer un poco al hombre mismo. Para hacer eso, quiero ponerme detrás de la figura pública para ver algo de la personalidad y el carácter del hombre. Ya que hay un tema unánime y a menudo repetido que se encuentra en el testimonio de aquellos que tuvieron tratos personales con él: Spurgeon fue un hombre que vivió todo en la vida con la mayor intensidad. Él no era simplemente una gran presencia en el púlpito. En la vida, se reía y lloraba mucho; leía ávidamente y sentía profundamente; era un trabajador celosamente diligente y un amante del juego y la belleza. Era, en otras palabras, un hombre que encarnaba la verdad de que estar en Cristo significa ser cada vez más humano, más plenamente vivo. En efecto, necesitamos dejar en claro que su vivacidad de carácter, aunque expresada en maneras particulares de él, no era una simple cuestión de personalidad única o heredada: era una expresión natural pero enteramente consciente de su teología. Como él lo dijo, Cada uno de nosotros debería ser como ese reformador que se describe como “Vividus vultus, vividi occuli, vividæ manus, denique omnia vivida”, que prefiero traducir libremente—”un semblante radiante de vida, ojos y manos llenos de vida, en resumen, un predicador vivo, totalmente vivo”.18 Deberíamos estar completamente vivos, y siempre vivos. Un pilar de luz y fuego debería ser el emblema apropiado para el predicador.19 Sr. Gran-corazón No hace falta gran perspicacia para ver que Spurgeon era un hombre de gran corazón y profundo afecto. Sus sermones y conferencias impresos aún palpitan con pasión. A veces, la carga emocional de su sermón incluso lo vencería, especialmente cuando se trataba de la crucifixión de Cristo. Una vez, al tratar de relatar cómo Cristo fue “golpeado, pisoteado, aplastado, destruido...afligido, aún hasta la muerte” tuvo que interrumpir, diciendo, “Debo hacer una pausa, no puedo describirlo. Puedo llorar por ello, y también ustedes pueden hacerlo”.20 Sin embargo, no era una mera táctica de predicador: sus cartas personales y privadas a familiares y amigos revelan exactamente la misma intensidad de emoción, y casi sobre el mismo tipo de asuntos que él trataría en público. Tal vez la mejor percepción sobre el carácter de Spurgeon se encuentra en la introducción que una vez le dio a su amigo igualmente corpulento, John Bost. Al llamar a Bost “un hombre de los nuestros”, presentó lo que equivale a una notable y reveladora auto-descripción: John Bost es grandioso al igual que grande... Este es un hombre de los nuestros, con mucha naturaleza humana en él, con un gran corazón, un mortal sacudido por la tempestad, que ha hecho negocio en las muchas aguas, y que habría sido destruido hace tiempo si no hubiera sido por su confianza simple en Dios. La suya es un alma como la de Martín Lutero, llena de emoción y de cambios mentales; llevado arriba al cielo en un momento y pronto hundido en las profundidades. Desgastado por el trabajo, necesita descansar, pero no lo hará, quizás no pueda... He descubierto que está lleno de celo y devoción, y rebosante de experiencia piadosa, y al mismo tiempo abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio natural.21 Esta descripción es reveladora en su honesto reconocimiento de la depresión y lucha de Bost (y la suya propia). Para él, ser “de gran corazón”, con “mucha naturaleza humana” en este mundo caído no significa ser un triunfalista, alegremente fanfarroneando en todas las dificultades. Spurgeon nunca podría haber hecho eso, como veremos en el capítulo 11. Experimentar la vida en Cristo, Varón de Dolores, debe implicar sufrimiento. Sin embargo, la vida en Cristo también debe implicar alegría verdadera, “abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio natural”. Había peligros para alguien con un corazón tan bondadoso. Spurgeon admitió públicamente que su sensibilidad temperamental lo inclinaba a ser temeroso.22 Combina esto con su marcada generosidad al tratar con las personas, y él podía—y lo hizo—fallar algunas veces en su discernimiento de carácter, convirtiéndose en víctima de aquellos que abusarían de su longanimidad financiera. Sin embargo, la bondad no debe confundirse con debilidad: al tiempo que expresaba su amor por Cristo y las personas, Spurgeon podía demostrar un verdadero odio por la iniquidad y la injusticia. Una y otra vez, habló de cómo explotaba de ira ante el abuso pastoral, la politiquería eclesiástica y la enseñanza falsa (especialmente cualquier forma de catolicismo romano). Y si bien seguramente tuvo problemas, sería una gran equivocación pensar en Spurgeon como frágil y manipulable. Sería mucho mejor decir que la bondad lo salvó: evitó que su carácter firme aplastara a los más débiles que él, y lo canalizó para el beneficio de ellos. Su mezcla de vigor y bondad lo hizo fascinantemente resuelto a mostrar compasión, como lo atestigua esta carta de queja a su editor llena de humor: Querido Sr. Passmore, Cuando ese pequeño muchachito vino aquí el lunes con el sermón, tarde en la noche, era necesario. Pero por favor explote a alguien por enviar a la pobre criatura pequeña aquí, a altas horas de la noche, en medio de toda esta nieve, con un paquete mucho más pesado que lo que debería llevar. Me temo que no pudo llegar a casa antes de las once; y me siento como una bestia cruel por ser la causa inocente de tener a un pobre muchacho afuera a esa hora en una noche así. No había necesidad de eso. Patee a alguien por mí, para que no vuelva a suceder. Suyo siempre de corazón, C. H. Spurgeon.23 Aquí, tanto en su cuidado por un menor socialmente insignificante como en el carácter jocoso de su reprimenda, se revela el gran corazón benévolo y cordial del hombre. Era un aspecto de la semejanza a Cristo que quería ver en todos los creyentes, y uno que él creía esencial para los pastores: “Los grandes corazones son los requisitos principales para los grandes predicadores”.24 Era algo de lo que hablaba extensamente con sus alumnos, y vale la pena escucharlo por un rato (¡tanto por su sustancia como por su estilo!): No es con todos los predicadores con quienes nos gustaría hablar; pero hay algunos por quienes uno daría una fortuna para conversar durante una hora. Amo a un ministro cuya cara me invita a hacerle mi amigo —un hombre en cuya puerta lees: “Salve”, “Bienvenido”, y sientes que no hay necesidad de esa advertencia pompeyana, “Cave Canem”, “Cuidado con el perro”. Dame al hombre alrededor del cual vienen los niños, como moscas alrededor de un tarro de miel: ellos son los mejores jueces de un buen hombre... Un hombre que ha de hacer mucho con los hombres debe amarlos y sentirse cómodo con ellos. Un individuo que carece de afabilidad es mejor que sea un director de funerales, y entierre a los muertos, porque nunca tendrá éxito en influenciar a los vivos. Me he encontrado en alguna parte con la observación de que para ser un predicador popular uno debe tener entrañas.25 Me temo que la observación fue considerada como una leve crítica sobre el volumen al que ciertos hermanos han llegado: pero hay verdad en ello. Un hombre debe tener un gran corazón si ha de tener una gran congregación. Su corazón debe ser tan espacioso como aquellos nobles puertos a lo largo de nuestra costa, que contienen el espacio marino para una flota. Cuando un hombre tiene un corazón grande y amoroso, los hombres acuden a él como barcos a un refugio, y se sienten en paz cuando se han anclado al amparo de su amistad. Tal hombre es sincero en privado al igual que en público; su sangre no es fría y sospechosa, sino que él es cálido como tu propia chimenea. Ningún orgullo y egoísmo te enfría cuando te acercas a él; él tiene sus puertas totalmente abiertas para recibirte, y te sientes cómodo con él de inmediato. Los persuadiría de que sean tales hombres, cada uno de ustedes.26 Una vida de gozo Spurgeon eraun hombre deliberada e incuestionablemente serio. Con una profunda preocupación por la gloria de Cristo y el destino de los perdidos, él creía que los cristianos deberíamos ser capaces de decir con nuestro maestro: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17, ver Sal. 69:9). Sin embargo, para Spurgeon, la seriedad y el celo nunca debían confundirse con tristeza y melancolía. Es revelador y completamente apropiado que un capítulo entero de su “autobiografía” (realmente una biografía compilada a partir de su diario, cartas y registros) se titule “Diversión Pura”. Pues, nos dicen, “se sintió que el registro de su vida feliz no estaría completo a menos que por lo menos un capítulo estuviera lleno de muestras de esa diversión pura que era tan característica de él como lo era su ‘preciosa fe’”.27 Es otra razón por la que él fue y se ha mantenido tan atractivo: Charles Spurgeon era divertido. Trastornando por completo el estereotipo de que la época victoriana fue un período largo y sin encanto de polvorienta formalidad, los escritos de Spurgeon están llenos de alegría. Y evidentemente, ni siquiera estos hacen justicia a lo que él era en persona.28 El editor de sus Discursos a mis estudiantes se veía motivado a insertar intentos de explicar sus diversas imitaciones y “voces”, cuando se hacía pasar por pomposos teólogos y tontos.29 Usualmente, sin embargo, uno todavía puede sentir el humor que no se puede atrapar enteramente sobre una página: Diría con respecto a sus gargantas—cuídenlas. Tengan cuidado siempre de aclararlas bien cuando estén a punto de hablar, pero no las estén aclarando constantemente mientras predican. Un hermano muy estimado que conozco siempre habla de esta manera —“Mis queridos amigos—ejem— ejem—este es un muy — ejem —importante tema que tengo ahora— ejem — ejem —para traer ante ustedes, y— ejem — ejem — tengo que llamar ante ustedes para que me den— ejem — ejem —su más seria— ejem —atención”.30 “¡Qué burbujeante fuente de humor tenía el Sr. Spurgeon!”, escribió su amigo William Williams. “Me he reído más, creo ciertamente, cuando estoy en su compañía que durante todo el resto de mi vida”.31 Parece que pocos esperaban reír tanto en presencia del ferviente pastor; pero Spurgeon lo sabía y parecía deleitarse de forma traviesa en distribuir comedia entre aquellos que le rodeaban. La grandiosidad, la religiosidad y la charlatanería podían todas esperar ser quebradas por su ingenio. Algunas veces, muchas más cosas se rompían. Spurgeon disfrutaba contar la historia de cómo, siendo un joven pastor en Park Street, se había quejado con sus diáconos sobre lo sofocante y asfixiante que podía ser el edificio, sugiriendo que quitaran los paneles superiores de vidrio de algunas de las ventanas para dejar pasar más aire. No se hizo nada al respecto; pero un día se descubrió que alguien había destrozado esos paneles de las ventanas. Spurgeon ofreció una recompensa de cinco libras por el descubrimiento del delincuente, a quien se le daría el dinero en agradecimiento. Luego el pastor se embolsó ese dinero, siendo él mismo el culpable.32 Pero tal vez sea el cigarro de Spurgeon lo que mejor revela su alegre jovialidad al igual que su vivaz disposición a disfrutar las cosas creadas. Personalmente, Spurgeon encontraba un gran placer en los cigarros; argumentaba que la Biblia le daba la libertad de fumarlos, y creía que le ayudaban con su garganta como predicador. Sin embargo, era muy consciente de que muchos cristianos pensaban lo contrario y no deseaba ni ofender ni dejar que tropezaran debido al tema. Cuando su declaración de que fumaba “para la gloria de Dios” se imprimió en los periódicos como si se tratara de una broma irreverente, se lamentó que se le hubiera dado importancia a lo que a él le parecía un asunto pequeño, y rápidamente escribió para explicar: La expresión “fumando para la gloria de Dios” por sí sola tiene un mal sonido, y no la justifico; pero en el sentido en que yo la empleé, aún la sostengo. Ningún cristiano debe hacer algo en lo que no pueda glorificar a Dios; y esto se puede hacer, de acuerdo con las Escrituras, al comer y beber y en las acciones comunes de la vida. Cuando he tenido un dolor intenso aliviado, un cansado cerebro calmado y un sueño tranquilo y refrescante obtenido por un cigarro, me he sentido agradecido con Dios y he bendecido Su nombre; esto es lo que quise decir, y de ninguna manera usé palabras sagradas trivialmente.33 Dicho esto, en el contexto apropiado él usaría felizmente su cigarro para reemplazar la religiosidad por el alegre disfrute de la libertad cristiana. William Williams registra un día que tomó para salir con sus alumnos: Era una mañana hermosa, y al llegar, todos estaban de excelente ánimo—pipas y cigarros encendidos, y ansiosos por un día de gozo sin restricciones. Él estaba listo esperando en la puerta, saltó al asiento privado reservado para él y, mirando alrededor con asombro, exclamó: “¿Qué, caballeros? ¿No les da vergüenza estar fumando tan temprano?” ¡Aquí estaba un aguafiestas! La consternación era evidente en sus rostros. Las pipas y cigarros uno por uno fueron apagados y guardados. Cuando todo aquello desapareció, Spurgeon sacó su cigarrera, encendió uno y fumó serenamente. Los estudiantes quedaron asombrados. Uno de los que estaban más cerca le dijo: “Creí que había dicho que se oponía a fumar, señor Spurgeon” “Oh, no”, respondió; “No dije que me opusiera. Les pregunté si no estaban avergonzados, y parece que sí, porque los apagaron todos”, y exhaló el humo con bastante serenidad.34 El humor fluía de Spurgeon de forma natural y libre, pero era sumamente consciente tanto del poder como del peligro que implicaba. Sostenía que en el púlpito “es menor crimen provocar una risa momentánea que el sueño profundo de media hora”;35 sin embargo, sus sermones estaban muy lejos de ser una corriente de humor. Esto a veces podía ser un reto para él, como una vez confesó a un oyente que se oponía a sus ocurrencias en el púlpito: “Si hubieras conocido cuántas otras he guardado, no habrías encontrado fallas en esa, pero me habrías elogiado por la moderación que he ejercido”.36 “Si no fuera vigilante, me volvería demasiado divertido”.37 Sin embargo, explicó, “los siervos de Dios no tienen derecho a convertirse en simples animadores del público derramando un número de chistes rancios y cuentos ociosos sin un punto práctico...Hacer que la enseñanza religiosa sea interesante es una cosa, pero hacer bromas tontas, sin objetivo o propósito, es otra muy distinta”.38 Por todo eso, sería enteramente inadecuado y superficial simplemente pensar en Spurgeon como chistoso. El humor, creía, es normalmente el fruto de algo más profundo. A veces puede provenir solo de un ánimo excelente—y esto, admitió, era un desafío de carácter para él. Debemos—especialmente algunos de nosotros debemos— conquistar nuestra tendencia a la ligereza. Existe una gran distinción entre la alegría santa, que es una virtud, y esa ligereza general, que es un vicio. Hay una ligereza que no tiene suficiente corazón para reírse, pero juega con todo; es frívola, hueca, irreal.39 En otras ocasiones, el humor puede ser el mecanismo de defensa de los tristes, una luz arrojada a la oscuridad. A veces es el arma cruel de los orgullosos o inseguros, ostentado como una mueca o un desprecio sarcástico.40 A veces es el arma brillante de la justicia, cortando tanto la tristeza como el pecado. Creo de corazón que puede haber tanta santidad en una risa como en un llanto; y que, algunas veces, reírse es el mejor de los dos, porque puedo llorar, y estar murmurando, y quejándome, y pensando toda clase de amargos pensamientos en contra de Dios; mientras que, en otro momento, puedo reírme con la risa del sarcasmo contra el pecado, y así evidenciar una santa seriedad en la defensa de la verdad. No sé por qué la mofa debe ser entregada a Satanás como un arma para usarcontra nosotros, y no puede ser empleada por nosotros como un arma contra él. Me arriesgaré a afirmar que la Reforma le debió casi tanto al sentido de lo ridículo en la naturaleza humana como a cualquier otra cosa, y que esas sátiras y caricaturas chistosas, que fueron emitidas por los amigos de Lutero, hicieron más para abrir los ojos de Alemania a las abominaciones del sacerdocio que los argumentos más sólidos y pesados contra el Romanismo.41 Más esencialmente, sin embargo, la actitud alegre de Spurgeon era una manifestación de esa felicidad y gozo que se encuentra en Cristo, la luz del mundo. La “ligereza” que encontraba en sí mismo, y cuestionaba, estaba estrechamente relacionada con su claro rechazo a tomarse a él mismo —o a cualquier otro pecador—demasiado en serio. Spurgeon sostenía que estar vivo en Cristo significa luchar no solo contra los hábitos y los actos del pecado, sino también contra la melancolía temperamental del pecado, la ingratitud, la amargura y la desesperación del pecado. Entrar en la vida de Cristo implica entrar en el gozo de ser completamente humano, en paz con el “bendito” o “feliz” Dios de gloria (1 Timoteo 1:11): El hombre no fue hecho originalmente para lamentar; fue hecho para regocijarse. El jardín del Edén era su lugar de feliz morada; y, mientras continuara obedeciendo a Dios, nada crecía en ese jardín que pudiera causarle tristeza. Para su deleite, las flores exhalaban su perfume. Para su deleite, los paisajes estaban llenos de belleza, y los ríos ondulaban sobre arenas doradas. Dios creo a los seres humanos, así como hizo a Sus otras criaturas, para ser felices. Son capaces de tener felicidad, están en su ambiente apropiado cuando son felices; y ahora que Cristo Jesús ha venido a restaurar las ruinas de la Caída, Él ha venido a devolvernos el antiguo gozo, —solo que será aún más dulce y más profundo de lo que podría haber sido si nunca lo hubiéramos perdido. Un cristiano nunca se ha dado cuenta completamente de lo que Cristo vino a hacer de él hasta que haya comprendido el gozo del Señor. Cristo desea que Su pueblo sea feliz. Cuando sean perfectos, como Él los hará en el tiempo indicado, también serán perfectamente felices. Así como el cielo es el lugar de la santidad pura, también es el lugar de la felicidad pura; y en la medida en que nos preparemos para el cielo, tendremos algo de la alegría que le pertenece al cielo, y es la voluntad de nuestro Salvador que incluso ahora Su gozo permanezca en nosotros, y que nuestro gozo sea cumplido.42 Ya que veía que Cristo desea que Su pueblo sea feliz, la felicidad era un componente esencial de la vida cristiana para él, y uno que buscaba poseer y mostrar. De hecho, él sentía, que solo cuando el gozo de Cristo está en nosotros puede decirse que somos verdaderamente semejantes a Cristo (Juan 15:11), y solo entonces reflejaremos Su propio aspecto atrayente. Es un error muy vulgar suponer que un semblante melancólico es el índice de un corazón lleno de gracia. Recomiendo alegría a todos los que han de ganar almas; no ligereza y frivolidad, sino un espíritu genial y feliz. Hay más moscas atrapadas con miel que con vinagre, y habrá más almas llevadas al cielo por un hombre que viste el cielo en su rostro que por alguien que porta el Tártaro en su aspecto.43 Viviendo como un hijo del Creador Había una forma en la que Spurgeon no estaba tan lleno de vida: naturalmente poco atlético, era propenso desde la infancia a ser físicamente tímido y poco aventurero. Dicho eso, su visión de la vida cristiana le daba una audacia bastante antinatural a su constitución. Él veía que en Cristo fue adoptado y amado por un Padre omnipotente que reina soberano sobre todas las cosas. Eso significaba que todo temor— toda oposición y peligro—tendía a encogerse ante su vista. Cuando se mira correctamente, nada puede causar desesperación, ya que todo existe bajo la mano todopoderosa de Dios el Padre, soberano en lo alto. Mientras, por ejemplo, otros (como el joven Martin Luther no regenerado) podían estar aterrorizados por los relámpagos, Spurgeon declaró: “Amo los relámpagos, el trueno de Dios es mi delicia”: Los hombres son por naturaleza temerosos de los cielos; los supersticiosos temen los signos en el cielo, e incluso el espíritu más valiente a veces tiembla cuando el firmamento arde con un relámpago, y el estallido del trueno parece hacer que el vasto cóncavo del cielo tiemble y resuene; pero siempre me avergüenza quedarme adentro cuando el trueno sacude la tierra sólida, y los relámpagos destellan como flechas desde el cielo. Entonces Dios está en el exterior, y me encanta caminar en un espacio amplio, y mirar hacia arriba y advertir las puertas de apertura del cielo, a medida que el rayo revela mucho más allá, y me permite mirar hacia lo oculto. Me gusta escuchar la voz de mi Padre Celestial en el trueno.44 ¿Qué tenía él que temer en todas las impresionantes fuerzas de una tormenta? Todas eran simplemente las herramientas y expresiones de su perfecto y amoroso Padre celestial. Y ver que todas las cosas son del Padre y tienen su existencia por Él también dio a Spurgeon un amplio interés en la creación de su Padre. Habiendo sido criado en el campo, bajo los amplios cielos de Anglia Oriental, le encantaba pasar el tiempo afuera, a menudo en su jardín, disfrutando los árboles, flores, pájaros, arco iris y toda la rica variedad de la creación. También le llamaba la atención y leía mucho sobre horticultura y biología, cuyo conocimiento y disfrute se filtraban en gran parte de sus enseñanzas. Y a menudo, incluso sus breves comentarios revelan lo mucho que estaba interesado en la botánica: Ustedes saben que con el hábito de abrir y cerrar, las flores son tan variadas que seguramente se abrirá una u otra de ellas cada cuarto de hora del día. La estrella de Jerusalén se levanta a las tres, y la achicoria a las cuatro: el botón de oro se abre a las seis, el lirio de agua a las siete, el rosado a las ocho, y así sucesivamente hasta que llega la noche. Linnæus hizo un reloj de flores. Si estás familiarizado con la ciencia de la botánica, también tú puedes saber la hora sin un reloj.45 Al igual que Jonathan Edwards, Spurgeon creía que es correcto “leer” la creación como un libro lleno de testimonio del Creador y Sus caminos. En un artículo de la revista de su iglesia, The Sword and Trowel [La espada y el Palustre], escribió sobre la iglesia como “el jardín de Dios”, en el que diferentes tipos de creyentes son como diferentes flores. Algunos cristianos brillantes y alegres parecen vivir sus vidas “en un cálido borde donde ningún viento penetrante se abre paso”. Son como el azafrán de la primavera, bañándose, floreciendo y regocijándose a la luz del sol. Ve el azafrán cerrado firmemente mientras “las nubes regresan después de la lluvia”, pero abierto y lleno de gloria cuando el sol vierte sus rayos en su copa de oro puro como en un cristal transparente. En esos momentos, ¿alguna vez notaste la suave llama dorada que parece arder en el fondo de la copa,—una especie de ardiente brillo de luz líquida? ¡Cuán parecido al júbilo y éxtasis que disfrutan algunos miembros de la casa de nuestro Señor! Un sol claro, cálido y constante es el ambiente del azafrán; bajo tal influencia arroja una llamarada de color.46 Otros parecen inclinados al lado sombrío de la vida, y se pueden comparar con la prímula nocturna. Esta paciente flor se ve bastante descolorida y monótona al lado del azafrán a plena luz del sol, pero espera hasta el ocaso, y la verás abrir gradualmente sus fragantes flores, y mostrar sus colores amarillo pálido. Es la alegría de la tarde y de la noche: el estridente sol la corteja en vano, ella ama el bello rostro de la luna. Todos conocemos mujeres piadosas que nunca se verían de la manera más favorable entre las actividades públicas de nuestras iglesias, y sin embargo, en la habitación de losenfermos y en la hora de la aflicción, están llenas de belleza, y arrojan una fragancia encantadora por todas partes.47 La lección que presenta Spurgeon es que Dios ha ordenado Su creación y Su iglesia de tal modo que todo fuera hermoso en su tiempo. No debe haber conflicto entre los santos o las flores sobre cuál es mejor: el Creador los ha dispuesto deliberadamente para diferentes épocas, estaciones y suelos. Hay una flor, sin embargo, que todo cristiano debería tratar de emular: la margarita, que se cierra a la oscuridad y solo despliega sus pétalos para recibir el sol. ¿No deberíamos actuar de esa manera hacia el Amado, cuya presencia nos alegra el día? Cuando nuestro Señor Cristo esconde Su rostro, cerremos nuestros corazones en tristeza, incluso “como los capullos que se cierran en la víspera lloran por los rayos del sol que se fueron”. Cuando Jesús nos ilumina con brillo de belleza y calidez de gracia, entonces, que nuestros corazones vuelvan a abrir sus hojas dobladas, y dejemos que beban en una plenitud de luz y amor.48 No solo la botánica atraía a Spurgeon; su curiosidad intelectual era deliberadamente integral. Él sostenía que es insensato, deshumanizador y, por lo tanto, no-cristiano que los cristianos se limiten a pensar solo en asuntos evidentemente “espirituales”. Vivimos en este mundo caído en “pie de guerra”, sin duda, dedicándonos a difundir el evangelio de Cristo entre las naciones. Sin embargo, el Padre ha hecho—y por lo tanto está interesado por—todas las cosas; además, Él ha hecho el mundo para que la humanidad lo domine. Sería tanto impío como un simple abandono del deber que cerráramos nuestras mentes a aquellas cosas en la tierra que ocupan la Suya.49 Por lo tanto, no debemos descuidar ningún campo de conocimiento. La presencia de Jesús en la tierra ha santificado todo el reino de la naturaleza; y lo que Él ha limpiado, no lo llames común. Todo lo que tu Padre ha hecho es tuyo, y deberías aprender de eso. Puedes leer el diario de un naturalista, o el relato de un viajero sobre sus travesías, y encontrar beneficios en ello. Sí, e incluso un antiguo herbario o un manual de alquimia pueden, como el león muerto de Sansón, darte miel. Hay perlas en conchas de ostras y frutas dulces en ramas espinosas. Los caminos de la verdadera ciencia, especialmente la historia natural y la botánica, destilan grosura. La geología, en tanto se basa en la realidad, y no en ficción, está llena de tesoros. La historia —maravillosas son las visiones que hace pasar delante de ti— es sumamente instructiva; en efecto, cada porción del dominio de Dios en la naturaleza rebosa de preciosas enseñanzas.50 Más que eso, Cristo es la lógica y la luz del mundo; el evangelio es la suma de toda sabiduría; las Escrituras pueden hacernos sabios —y no solo para la salvación. Los cristianos deberían por tanto ser personas sabias y omnívoras, con un intelecto amplio. Un hombre que es un admirador creyente y amante entusiasta de la verdad, como esta es en Jesús, está en el lugar correcto para seguir con ventaja cualquier otra rama de la ciencia... Hace tiempo cuando leí libros, puse todo mi conocimiento en gloriosa confusión; pero desde que conocí a Cristo, puse a Cristo en el centro como mi sol, y cada ciencia gira alrededor como un planeta, mientras que las ciencias menores son satélites de estos planetas.51 Como todos nosotros, Spurgeon era excepcionalmente él mismo. Sin embargo, su gran corazón y alegría al caminar a través de la creación de su Padre muestra exactamente el tipo de vida que siempre crecerá a partir de la teología que él creía. PARTE 2 CRISTO EN EL CENTRO CAPÍTULO 2 CRISTO Y LA BIBLIA Spurgeon comentó una vez a sus alumnos que el poderoso predicador de los siglos IV y V Juan “Crisóstomo” (“Boca de Oro”) era llamado así porque “había aprendido la Biblia de memoria, para poder repetirla a su placer”.52 Spurgeon sin duda habría atribuido su propio poder como predicador a la misma causa, ya que él mismo era un hombre lleno de la Escritura. Las palabras que famosamente utilizó para describir a su querido John Bunyan se aplican igualmente bien a él: Es una bendición consumir el alma misma de la Biblia hasta que, al final, hables en el lenguaje de las Escrituras, y tu propio estilo sea moldeado según los modelos de la Escritura, y, lo que es aún mejor, tu espíritu se sazoné con las palabras del Señor. Citaré a John Bunyan como ejemplo de lo que quiero decir. Lee cualquier cosa suya, y verás que es casi como leer la Biblia misma. Él... no puede darnos su Progreso del peregrino —el más dulce de todos los poemas en prosa —sin continuamente hacernos sentir y decir: “¡Vaya, este hombre es una Biblia viviente!” Dale un pinchazo en donde sea; y encontrarás que su sangre es Bíblica, la esencia misma de la Biblia fluye de él. No puede hablar sin citar un texto, porque su alma está llena de la Palabra de Dios.53 Puedes elegir casi cualquier sermón—y la mayoría de sus cartas—para demostrar el punto: las imágenes, los modismos y las referencias a las escrituras inundan cada párrafo de Spurgeon y parecen derramarse de él de una manera completamente natural y no forzada. Era realmente la consecuencia natural de tener la opinión máxima y más cálida de la Biblia. “Inerrancia” no era un término en uso en los días de Spurgeon, aunque indudablemente él sostenía lo que hoy se llamaría una visión inerrante de las Escrituras. En repetidas ocasiones enseñó, defendió y dedicó sermones completos a lo que llamaba la “infalibilidad” de las Escrituras.54 Uno de sus primeros sermones en Londres como pastor de la Capilla de New Park Street fue sobre el tema de la Biblia; en este articuló la visión clásica de la infalibilidad (o inerrancia, como se denominaría hoy): Aquí yace mi Biblia—¿quién la escribió? La abro, y encuentro que consiste en una serie de tratados. Los primeros cinco tratados fueron escritos por un hombre llamado Moisés. Sigo adelante y encuentro otros. A veces veo que David es el escribiente, otras veces, Salomón. Aquí leo a Miqueas, luego a Amos, luego a Oseas. Al ir más allá, a las páginas más luminosas del Nuevo Testamento, veo a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Pablo, Pedro, Santiago y otros; pero cuando cierro el libro, me pregunto ¿quién es el autor? ¿Estos hombres reclaman conjuntamente la autoría? ¿Son ellos los compositores de este volumen masivo? ¿Se dividen entre ellos mismos el honor? Nuestra santa religión responde, ¡No! Este volumen es la escritura del Dios viviente: cada letra fue escrita con un dedo Omnipotente; cada palabra en ella cayó de labios eternos, cada oración fue dictada por el Espíritu Santo. Si bien, Moisés fue empleado para escribir sus historias con su pluma de fuego, Dios guió esa pluma.55 Es decir, Dios es el autor divino y confiable de cada letra de la Escritura; Dios utiliza autores humanos para transmitir (en muchos estilos y géneros diferentes) lo que quiere decir. Es necesario decir que cuando Spurgeon hablaba así de la absoluta y total confiabilidad de las Escrituras, se estaba refiriendo a los manuscritos originales y no a ninguna traducción. Él creía que la versión Autorizada o King James tal vez era insuperable como traducción y, sin embargo, podía decir: “A veces me avergüenzo de esta traducción...cuando veo cómo, en algunos puntos importantes, no es fiel a la Palabra de Dios”.56 Además, él veía que, dado que la Biblia es la propia Palabra de Dios, es tanto suprema como fundamental en su autoridad. Todas las demás autoridades deben inclinarse ante ella, y ninguna autoridad —ninguna iglesia, erudito o papa— necesita sentarse detrás o por encima de ella, ofreciendo algún tipo de respaldo que haría falta de no ser así. La Biblia, en otras palabras, es fidedigna en su supremacía. Hay una majestad peculiar, una plenitud notable, una potencia singular, una dulzura divina, en cualquier palabra de Dios, que no se puede descubrir,ni nada como ella, en la palabra del hombre... Es la enseñanza inspirada de Dios, infalible e infinitamente pura. La aceptamos como la palabra misma del Dios viviente, cada jota y cada tilde, no tanto porque existan evidencias externas que demuestren su autenticidad — muchos de nosotros no sabemos nada de esas evidencias, y probablemente nunca lo sabremos— sino porque discernimos una evidencia interna en las palabras mismas. Han venido a nosotros con un poder que ningunas otras palabras han tenido jamás en sí mismas, y no se nos puede aducir a dejar nuestra convicción sobre su excelencia superlativa y autoridad divina.57 Cristo y Su Palabra A pesar de su reverencia por las Escrituras y su consideración supremamente elevada de ellas, Spurgeon no era bibliólatra. Esto es porque él pensaba en la Biblia no como un objeto en sí mismo para ser considerado independientemente sino como “la palabra de Cristo” (Rom.10:17; Col. 3:16). Por lo tanto, su respeto por la Biblia era uno con su respeto por Cristo. Para él, la Biblia no era rival de Cristo, sino la Palabra y la revelación de Cristo a través de la cual Cristo es recibido y Su voluntad es dada a conocer. Sugerir que la Biblia pudiera ser falible sería sugerir que Cristo es un maestro falible. La indiferencia hacia la Biblia sería indiferencia hacia Él. “¿Cómo podemos reverenciar Su persona, si Sus propias palabras y las de Sus apóstoles son tratadas con irrespeto? A menos que recibamos las palabras de Cristo, no podemos recibir a Cristo”.58 Spurgeon amplió este tema en un sermón que predicó en 1888, “La Palabra una Espada”. Su texto era Hebreos 4:12, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”. En su búsqueda por comprender el verso, se encontró dividido entre los campos interpretativos de Juan Calvino y John Owen. Por un lado, Calvino (entre muchos otros) tomó “la palabra de Dios” como refiriéndose allí a la Biblia; por el otro, Owen y otros habían entendido que denotaba a Cristo, la Palabra eterna. Spurgeon pensaba que la propia existencia de la dificultad— con dos exegetas tan eminentes y cuidadosos que no estaban de acuerdo en cuanto a lo que significaba—era en sí misma instructiva. Esto nos muestra una gran verdad, que de otro modo no habríamos notado tan claramente. ¡Hay tanto que puede decirse del Señor Jesús que también puede decirse del volumen inspirado! ¡Cuán cerca están estos dos aliados! ¡Cuán ciertamente los que desprecian a uno rechazan al otro! ¡Cuán íntimamente unidas están la Palabra hecha carne y la Palabra enunciada por hombres inspirados!59 El libro es la revelación de Cristo, que es la Palabra eterna y la revelación de Su Padre; como tal, no se puede considerar separado de Cristo. El libro es vivo y activo porque Cristo es vivo y activo. Y así como Cristo no puede dejarse fuera de la Escritura, tampoco la Escritura puede separarse de Cristo. “Toma este Libro, y destílalo en una sola palabra, y esa sola palabra será Jesús. El Libro en sí no es más que el cuerpo de Cristo, y podemos ver todas sus páginas como los paños de tela del infante Salvador; porque si desenrollamos las Escrituras, nos encontramos con el mismo Cristo Jesús”.60 La inseparabilidad de la Biblia con respecto a Cristo significaba que Spurgeon no tenía una doctrina abstracta de la infalibilidad / inerrancia en aras del racionalismo culturalmente innato de la Ilustración. Atesoraba la Biblia y la consideraba enteramente confiable porque atesoraba a Cristo y lo consideraba a Él completamente confiable. (Y, sellando el vínculo entre los dos, él atesoraba a Cristo porque la Biblia evidentemente lo presenta como evidentemente bueno, bello y verdadero). También significaba que Spurgeon solo podía estar interesado en el Cristo de la Biblia, a diferencia de aquellos que aman a un “Jesús” diferente del que es dado a conocer en la Escritura. Hay algunos hoy en día que niegan toda doctrina de revelación y, sin embargo, ciertamente, alaban a Cristo. Se habla del Maestro en el estilo más halagador, y luego se rechaza Su enseñanza, excepto en la medida en que pueda coincidir con la filosofía del momento. Hablan mucho de Jesús, mientras que aquello que es el verdadero Jesús, es decir, Su evangelio y Su Palabra inspirada, lo rechazan. Creo que los describo correctamente cuando digo que, como Judas, traicionan al Hijo del hombre con un beso.61 El gran tema de la Escritura El hecho de que la Escritura es la Palabra de Cristo, que su propósito y tema principal es Cristo, sirvió como una fuerte línea melódica a través de todo el pensamiento y ministerio de Spurgeon. Aquí, debemos tener claro que, con “Escritura”, Spurgeon se refería tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento: de principio a fin, la Escritura es la Palabra de y acerca de Cristo. “Podemos comenzar en Génesis y seguir hasta el Libro de Apocalipsis, y decir de todas las historias sagradas, ‘Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios’”.62 Esto significaba que cuando su congregación se sentaba para escucharlo exponer un pasaje del Antiguo Testamento, podían estar bastante seguros de que escucharían un sermón explícitamente cristiano. Y no era solo que los profetas anunciaron la futura venida de Cristo y que las muchas tipologías que se encuentran en la Ley y las historias (profetas, sacerdotes, reyes, salvadores, sacrificios, etc.) describían lo que Él vendría a ser y hacer. Como Spurgeon lo veía, el Antiguo Testamento sí señalaba hacia Cristo de esa manera—pero hacía más que eso. Los creyentes del Antiguo Testamento serían descritos como hermanos y hermanas de la misma fe, como amigos de Cristo. Spurgeon podía hablar de esta manera porque era insistente y claro en que no hay un creador o Señor del pacto además de Cristo, el Hijo eterno del Padre. Cristo no solo fue profetizado en el Antiguo Testamento; Él estuvo activamente presente en el mismo. Él era la Palabra divina a través de la cual Su Padre trajo todas las cosas a la existencia; Él fue quien conversó con Adán y Eva en el Edén. “Era Jesús quien se paseaba en el jardín del Edén al aire del día, porque Sus delicias eran con los hijos de los hombres”.63 Pasó el tiempo, y los hombres cayeron, y luego se multiplicaron sobre la faz de la tierra; pero las delicias de Cristo todavía eran con los hijos de los hombres, y a menudo Él, de una forma u otra, visitaba esta tierra, para conversar con Abraham, o para luchar con Jacob, o para hablar con Josué, o para caminar en el horno de fuego ardiente con Sadrac, Mesac y Abed-Nego. Siempre estaba anticipando el momento en el que realmente habría de asumir la naturaleza humana y cumplir con Sus compromisos del pacto.64 Spurgeon enseñaba que fue Jesús quien sacó a Su pueblo de Egipto (Judas 5), quien se encontró y conversó con Moisés en la zarza ardiente y con Salomón y Ezequiel en sus visiones, quien le dijo a Isaac: “No temas, porque yo estoy contigo”.65 En especial el Hijo divino visitaría a los fieles, como Abraham: “Los amigos seguramente se visitan unos a otros”.66 El sol entre las doctrinas La visión de Spurgeon de la Biblia encontraba su propósito y lugar a la luz de Cristo. De hecho, en su mente, todas las doctrinas encontraban su lugar apropiado únicamente en su órbita alrededor de Cristo. (Por esta razón, una introducción ejemplar al pensamiento y la predicación de Spurgeon es Los logros gloriosos de Cristo).67 De esta manera, Spurgeon veía la teología como la astronomía: así como el sistema solar tiene sentido únicamente cuando el sol es central, los sistemas de pensamiento teológico son coherentes solo cuando Cristo es central. Toda doctrina debe encontrar su lugar y significado en su relación correcta con Cristo. “Ten la seguridad de que no podemos tener la razón en el resto, a menos que pensemos correctamente sobre ÉL... ¿Dónde está Cristo en tu sistema teológico?”68 Así, por ejemplo,cuando pensamos acerca de la doctrina de la elección, debemos recordar que somos elegidos en Cristo; cuando pensamos en la adopción, debemos recordar que somos adoptados solamente en Él. Y así sucesivamente: somos justificados en Él, preservados en Él, perfeccionados, resucitados y glorificados en Él. Toda bendición del evangelio se encuentra en Él, “porque Él es todas las mejores cosas en uno”.69 Sin embargo, incluso esa analogía astronómica puede ser demasiado débil como para captar realmente cuán Cristo- céntrico era Spurgeon en su pensamiento. Para él, Cristo no es simplemente un componente—por crucial que sea—en la maquinaria más grande del evangelio. Cristo no es el vendedor ambulante de alguna verdad, recompensa o mensaje que no sea Él mismo, como si por medio de Cristo obtuviéramos lo auténtico, ya sea el cielo, la gracia, la vida o lo que sea. “Es Cristo, y no el cielo, la necesidad agonizante. El que recibe a Cristo recibe el cielo. El que no tiene a Cristo sería miserable en el paraíso”.70 Cristo mismo es la verdad que conocemos, el objeto y la recompensa de nuestra fe, y la luz que ilumina cada parte de un sistema teológico verdadero. En el prefacio fundamental de su primer volumen de sermones, escribió: Jesús es la Verdad. Creemos en Él,—no meramente en Sus palabras. Él mismo es Doctor y Doctrina, Revelador y Revelación, el Iluminador y la Luz de los Hombres. Él es exaltado en cada palabra de verdad, porque Él es su suma y sustancia. Él se sienta por encima del evangelio, como un príncipe sobre su propio trono. La doctrina es más preciosa cuando la vemos destilar de Sus labios y encarnada en Su persona. Los sermones son valiosos en la medida en que hablan de Él y señalan hacía Él. Un evangelio sin Cristo no es evangelio y un discurso sin Cristo es causa de alegría para los demonios.71 Cristo siendo la gloria de Dios, ilumina toda doctrina, y es solo en Su resplandor que las doctrinas cristianas son y se muestran gloriosas. Es por eso que, escribió Spurgeon, “No puedes probar la dulzura de ninguna doctrina hasta que hayas recordado la conexión de Cristo con ella”.72 Esto también ayuda a explicar la pasión de Spurgeon por la ortodoxia bíblica, que se ve más claramente en la amarga lucha de “La Controversia del Declive”.73 No era que tuviera un apego inflexible a algún sistema abstracto de pensamiento; él veía el liberalismo y las falsas enseñanzas como un asalto directo a la naturaleza misma y la gloria del Cristo que murió por él. Observe, entonces, cuán inmediatamente se mueve aquí del “evangelio” al Salvador: “Mi sangre hierve con indignación ante la idea de mejorar el evangelio. No hay más que un Salvador, y ese único Salvador es el mismo para siempre”.74 Con una atracción gravitacional tan fuerte hacia Cristo en su teología, podría pensarse que Spurgeon había sucumbido a un Cristomonismo distorsionado. Sin embargo, ese nunca fue el caso: reconociendo a Cristo como el Hijo ungido por el Espíritu y la gloria de Su Padre, el Cristocentrismo de Spurgeon fue Trinitario de principio a fin. Por lo tanto, al predicar o escribir sobre Cristo, a menudo resultaría envuelto en reflexiones Trinitarias profundas, como atestigua el material inicial de su primer sermón como pastor de la capilla de New Park Street: El estudio más excelente para expandir el alma es la ciencia de Cristo, y Él crucificado, y el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad. Nada ampliará así el intelecto, nada engrandecerá así el alma entera del hombre, como una investigación devota, seria y continua del gran tema de la Deidad. Y, aunque produce humildad y expansión, este tema es eminentemente consolador. Oh, al contemplar a Cristo, hay un bálsamo para cada herida; al meditar en el Padre, hay un alivio para cada dolor; y en la influencia del Espíritu Santo, hay un bálsamo para cada llaga. ¿Quisieras perder tus penas? ¿Quisieras ahogar tus preocupaciones? Entonces ve, sumérgete en el más profundo mar de la Deidad; piérdete en Su inmensidad; y saldrás como de un lecho de descanso, refrescado y vigorizado. No conozco nada que pueda consolar al alma; calmar las crecientes oleadas de dolor y tristeza; hablar paz al viento de la prueba, tanto como una meditación devota sobre el tema de la Deidad.75 Cómo leer la Biblia En 1879, Spurgeon predicó un sermón titulado “Cómo leer la Biblia”, que resumía su enfoque experiencial y Cristo- céntrico de las Escrituras. Su primer punto era que para leer la Biblia correctamente, el lector debe entender lo que está escrito. “Entender el significado es la esencia de la verdadera lectura”.76 Desde el principio, Spurgeon es claro en que, al buscar ser experiencial, no permitirá el tipo de misticismo que omite el intelecto. Es la “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) la que nos transforma “de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18). “Debe haber un conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, tal como se revelan, antes de que pueda haber un disfrute de ellas”.77 Entonces, mucho de lo que es considerado lectura de la Biblia no es realmente lectura de la Biblia en absoluto, como la entendía Spurgeon. “¿No leen muchos de ustedes la Biblia de una manera muy apresurada —solo un poco, y luego se van?”, preguntó. “Cuán pocos de ustedes están resueltos a llegar a su alma, su jugo, su vida, su esencia, y deleitarse en su significado”.78 Cuando el ojo pasa casualmente sobre los versículos sin involucrar la mente, esa no es una lectura verdadera. Es mucho más probable que sea evidencia de la cruda superstición de que la religión demanda una ejecución irreflexiva de un ritual de lectura regular. Mientras otros hacen peregrinaciones y realizan penitencias, los evangélicos pasan sus ojos por encima de los capítulos de la Biblia —y podrían hacerlo igual de bien con el libro al revés. En efecto, Spurgeon insistiría en este punto profundamente, argumentando que la mente debe estar más que involucrada de manera indiferente: La lectura tiene un núcleo, y el mero caparazón vale poco. En la oración existe tal cosa como orando en oración —una oración que es las entrañas de la oración. También en la alabanza hay una alabanza en el canto, un fuego interno de intensa devoción que es la vida del aleluya. Es así con el ayuno: hay un ayuno que no es ayuno, y hay un ayuno interior, un ayuno del alma, que es el alma del ayuno. Así es incluso con la lectura de las Escrituras. Hay una lectura interior, una lectura del núcleo —una lectura viva y verdadera de la Palabra. Esta es el alma de la lectura; y, si no está allí, la lectura es un ejercicio mecánico, y no aprovecha para nada.79 La verdadera lectura de la Biblia requiere un estudio alerta y atento y una profunda reflexión sobre lo que está escrito. Esa es precisamente la razón por la cual, en Su clara y luminosa Palabra, Dios ha puesto tantos pasajes desafiantes y oscuros, para que nuestro apetito por las cosas divinas pueda ser despertado y nuestras mentes obligadas a estar activas. “La meditación y el pensamiento cuidadoso ejercitan y fortalecen el alma para la recepción de las verdades aún más excelsas... Debemos meditar, hermanos. Estas uvas no darán vino hasta que las pisemos”.80 Tal lectura de las Escrituras completamente comprometida debe involucrar la oración. “Es algo grandioso el sentirse motivado a pensar, es algo aún más grandioso ser llevado a orar por haber sido llevado a pensar”.81 Después de todo, la Escritura es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu: la leemos para conocerlo y necesitamos Su ayuda. Tal lectura también debe estar lista para buscar ayuda para una comprensión más profunda. Algunos, bajo el pretexto de ser enseñados por Espíritu de Dios, se rehúsan a ser instruidos por libros o por hombres vivos. Esto no es honrar al Espíritu de Dios; es una faltade respeto hacia Él, porque si les da a algunos de Sus siervos más luz que a otros —y está claro que lo hace—entonces ellos están obligados a dar esa luz a los demás, y usarla para el bien de la iglesia.82 El segundo punto principal de Spurgeon era que al leer debemos buscar el significado y la intención de la Escritura. Más allá de la simple comprensión, esto implica encontrar instrucción espiritual. Al leer un pasaje histórico, por ejemplo sobre la serpiente de bronce de Moisés (Números 21), aprendemos más que historia: aprendemos sobre la naturaleza de la fe viva. Al leer un pasaje de la Ley, por ejemplo sobre el tabernáculo (Éxodo 25-31), aprendemos sobre la naturaleza de la santidad y la expiación de Dios. Al leer un pasaje lleno de doctrina explícita, buscamos no solo comprenderlo sino ser afectados y alterados por él. Más que entender, tal lectura implica transformación. He observado con tristeza a algunas personas que son muy ortodoxas, y que pueden repetir su credo muy fácilmente, y sin embargo, el uso principal que hacen de su ortodoxia es sentarse y observar al predicador con el fin de elaborar una acusación contra él... [Ellos] no saben nada sobre las cosas de Dios en su significado real. Nunca las han bebido en sus almas, sino que solo se las llevan a la boca para escupirlas a los demás... Por lo tanto, amado, nunca te sientas satisfecho con un credo correcto, sino desea que se grabe en las tablas de tu corazón.83 Fundamentalmente, la transformación que Spurgeon deseaba para los lectores de la Biblia era que se alejaran del pecado que mata y fueran hacia el Cristo que da vida. Las Escrituras nos atraen para disfrutar de una comunión viva con Jesús, y eso es lo que él llamaba “el alma de la Escritura”. “Si no encuentras a Jesús en las Escrituras, te serán de poca utilidad, ¿porque qué fue lo que nuestro Señor mismo dijo? ‘Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y no queréis venir a mí para que tengáis vida’”84. Por tanto, animaba a aquellos que leían la Biblia con esta oración experiencial, Trinitaria y centrada en Cristo: Oh, Cristo vivo, haz de esto una palabra viva para mí. Tu palabra es vida, pero no sin el Espíritu Santo. Puedo conocer este Tu libro de principio a fin, y repetirlo todo desde Génesis hasta Apocalipsis, y sin embargo puede ser un libro muerto, y yo puedo ser un alma muerta. Pero, Señor, hazte presente aquí; entonces miraré hacia arriba desde el libro hasta el Señor; del precepto hasta aquel que lo cumplió; de la ley a aquel que la honró; de la amenaza al que la llevo por mí, y de la promesa a Él en quien es “Sí y Amén”.85 Su tercer y último punto era realmente una exhortación simple: la lectura de las Escrituras es provechosa. Vale la pena toda la inversión de tiempo y de energía mental y emocional. Esto es así porque es el medio del Espíritu para impartir vida nueva. “Somos engendrados por la palabra de Dios: es el medio instrumental de la regeneración. Por lo tanto, amen sus Biblias. Manténganse cerca de sus Biblias”.86 Somos inicialmente regenerados y somos continuamente vivificados a la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo Jesús quien nos es mostrado en las Escrituras. Así que, “aférrate a la Escritura. La Escritura no es Cristo, pero es la pista de seda que te llevará a Él”.87 “Te llevará a Él”. Ese era el objetivo de la Biblia, como lo veía Spurgeon. En efecto, era el objetivo de toda su teología. CAPÍTULO 3 PURITANISMO, CALVINISMO Y CRISTO A Charles Spurgeon a menudo se le ha otorgado el título de Ultimus Puritanorum (“el último de los puritanos”). Él mismo lo rechazó por la simple razón de que invirtió gran parte de su energía educando y entrenando a pastores que pudieran continuar la tradición puritana. “La doctrina que predico es la de los puritanos”.88 De hecho, una vez se jactó diciendo “he sido acusado de ser un mero eco de los puritanos”.89 Él era, en otras palabras, un puritano intencional y acreditado, pero se negó a ser el último de esa línea. Como la mayoría de los puritanos de los siglos XVI y XVII, también fue calvinista sin ambigüedades ni vergüenza. El que Spurgeon haya sostenido tal teología en la Bretaña del siglo XIX es francamente admirable. El auge del liberalismo teológico y el anglo-catolicismo en su época tendió a hacer que el puritanismo calvinista fuera percibido como algo curiosamente antiguo y bastante ingenuo. Aun más admirable fue la manera ecuánime en la que sostuvo esta teología. Estar tan fuera de sintonía con el clima teológico de su época podría haberlo convertido fácilmente en alguien quisquilloso y exclusivista, pero a pesar de su inflexible determinación teológica, Spurgeon era sorprendentemente tolerante. Y no es difícil ver por qué: Spurgeon fue un puritano y un calvinista no por adherencia a ningún sistema teológico o tradición como tal, sino porque creía que tal teología glorifica a Cristo. Nacido y criado puritano El pueblo de Stambourne, Essex, donde Spurgeon pasó los años formativos de su infancia, está en el corazón de lo que una vez fue la región puritana de Inglaterra. La congregación independiente fue fundada allí cuando el rector puritano Henry Havers fue expulsado de la Iglesia de Inglaterra en 1662. Allí, en lo que había sido la casa pastoral de Havers, Spurgeon fue criado por su abuelo, un predicador dotado que mantuvo firmemente el legado calvinista y puritano de la capilla. La influencia de los puritanos podía sentirse claramente en los devocionales de la familia reunida, y era bastante normal que los adultos leyeran pasajes de escritos puritanos a los niños. Spurgeon una vez mencionó explícitamente en un sermón cómo los domingos por la noche su madre les leía de Alarma a los inconversos de Joseph Alleine y El llamado a los inconversos de Richard Baxter90 Quizás tan influyente como cualquiera de estas cosas fue la presencia del viejo estudio de Havers, en la parte de arriba de la casa pastoral. Las ventanas se habían rellenado desde los días del rector, convirtiéndolo en un lugar oscuro pero privado. Allí, el joven Spurgeon se retiraba y podía rebuscar entre una biblioteca de obras puritanas. Algunas de estas eran folios enormes, que un niño difícilmente podía levantar. Aquí primero entablé amistad con los mártires, y especialmente con “el viejo Bonner”, quien los quemó; luego, con Bunyan y su “Peregrino”; y más adelante, con los grandes maestros de la teología Escritural, con quienes ningún moderno merece ser nombrado en el mismo día. Incluso las antiguas ediciones de sus obras, con sus márgenes y sus notas anticuadas, son preciosas para mí. Es fácil distinguir un verdadero libro puritano, incluso por su forma y por la apariencia de la letra. Confieso que albergo un prejuicio contra casi todas las ediciones nuevas, y cultivo una preferencia por los originales, a pesar de que deambulan en pieles de oveja y de cabra, o están encerrados en las tablas más duras. Me hizo aguar los ojos, hace poco tiempo, ver varios de estos libros antiguos en la nueva Casa Pastoral: me pregunto si algún otro chico los amará, y vivirá para revivir esa gran teología antigua que aún ha de ser para Inglaterra su bálsamo y bendición.91 Figura 1 Por el resto de su vida, Spurgeon fue un lector ávido y bastante omnívoro, y amasaría una biblioteca personal que consistía en más de doce mil volúmenes, incluyendo lo que probablemente fue en su época la biblioteca privada más extensa de literatura puritana en el mundo. Llegaría a estar íntimamente familiarizado con los principales autores puritanos, capaz de detectar sus diferentes características y estilos y citar a muchos de ellos de memoria. Sin lugar a duda, su puritano favorito fue aquel a quien llamó “mi viejo amigo John Bunyan”,92 y su libro favorito, El progreso del peregrino de Bunyan. “Después de la Biblia, el libro que más valoro es ‘El progreso
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