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CENTRO EDUCATIVO SALESIANOS ALAMEDA 
«Desde 1891 formando Buenos Cristianos y honestos ciudadanos» 
Año Educativo Pastoral 2020 
Departamento de Religión y Filosofía 
 
 
(SE SOLICITA HACER LECTURA DEL TEXTO COMO PREPARACIÓN PARA TRABAJO EVALUADO). 
 
 
UNIDAD 1. TERCERO MEDIO 
LA IDENTIDAD DE LOS CRISTIANOS 
RELIGIÓN 
¿Quién soy? 
La identidad personal es un tema que puede ser estudiado desde diversos ángulos, es decir, desde las perspectivas 
biológica, sicológica, antropológica, sociológica, religiosa, etc. 
Todas estas miradas nos pueden aportar a la conceptualización de aspectos de la identidad de los individuos. 
Sin embargo, cada persona es un ser integral, que posee una riqueza inagotable e imposible de describir por ninguna 
ciencia. A través de las siguientes actividades te invitamos a acercarte a la rica dimensión interior de la persona. 
¡Cuánto tiempo lleva conocer a una persona! Incluso matrimonios que han celebrado sus Bodas de Oro, es decir 50 
años juntos, siguen descubriendo en el otro u otros aspectos desconocidos de su personalidad. El ser humano no 
termina nunca de construirse y desarrollarse en las distintas dimensiones de la vida. 
 
La persona es única 
Suele llamar la atención, al leer los Evangelios, el modo irresistible con que la persona de Jesús cautivaba a quienes 
se encontraban con Él. Esa fascinación y ese entusiasmo por Él y su mensaje llevaron a muchos discípulos a dejarlo 
todo y seguirlo. 
¿Qué era lo que los cautivaba? Fascinaban su forma de enseñar (Mt. 4,23; Mt. 13,36), su capacidad de acoger (Mc. 
5,23-24), la firmeza de su carácter (Mt. 16,23), la bondad de sus acciones (Lc.6,34; Mt. 19,15), la profundidad de su 
mirada (Mc. 10,21). 
En su dimensión humana, Jesús fue un hombre coherente. 
Es fácil construir el retrato de una persona. Bastan las pinceladas de un artista sobre la tela para plasmar los 
rasgos físicos de un varón y una mujer, o alguna de sus características sicológicas. Pero, ¿basta la imagen para 
conocer la identidad de una persona? Por supuesto que no. Es necesario acceder, además, a otras de sus 
dimensiones que constituyen su integridad esencial y profunda. ¿Cuáles son? 
• La persona es única. Toda persona es “alguien”, tiene una historia “propia”, es “única” e “irrepetible”. Eso nos 
hace a todos “distintos”, “diferentes” y, por tanto, “especiales”. Los seres humanos no somos producidos en serie, 
como las máquinas o instrumentos tecnológicos; somos personas dotadas de inteligencia, libertad y capacidad de 
amar. 
• La persona es imagen y semejanza de Dios. La dignidad de la persona se fundamenta en el origen de su 
existencia, es decir, en que es creación divina: “La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a 
imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y voluntad libre, la persona 
humana está orientada y llamada a estar con Dios” (CIC 358). 
• La persona ejerce su libertad y su voluntad. Una de las cualidades fundamentales de toda persona es su 
capacidad para elegir y escoger su propio camino y construirlo, a diferencia del animal, que fue gobernado por el 
instinto. La persona es responsable de sus actos y de las decisiones que es capaz de tomar para proponerse un 
proyecto de vida que le permita ser feliz. Para ello debe hacerse responsable de sus decisiones, que la afectan a sí 
misma y también repercuten en los demás. 
• La persona es un ser social. La persona no es un ser solitario. Desde el principio de su existencia está llamada a 
vivir y convivir con los demás. “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2, 18), dijo Dios al crear el mundo. Este 
elemento es central en la maduración del varón y la mujer. Nadie se construye como persona con sus propios 
“medios”, en forma individual; todos necesitamos la ayuda de los demás. La familia es un elemento muy importante 
para la construcción de un ser social y sociable. 
La persona no es un ser solitario. Desde el principio de su “No es bueno que el hombre (Gn. 2, 18), dijo Dios al crear 
el mundo. Este elemento es central en la maduración del varón y la mujer. Nadie se construye como persona con sus 
propios, en forma individual; todos necesitamos la ayuda de los demás. La familia es un elemento muy importante 
para la construcción de un ser social y sociable. 
 
En busca de sentido 
La dimensión de la persona que más contribuye a forjar su identidad, y que comprende a las anteriormente 
descritas, es la del sentido, que orienta y guía toda su vida en busca de una felicidad plena. 
El sentido (la “dirección”, la “orientación” de la vida sobre principios o fundamentos trascendentes) permite que una 
persona se vaya construyendo día a día, en cada una de sus actuaciones. Por eso decimos que para conocer a una 
persona no basta con la imagen física, sino que necesitamos ir más a fondo: saber qué piensa, qué motivaciones tiene, 
qué proyecto la encamina y orienta hacia su futuro y cómo actúa y vive en relación con él. 
Dos elementos son centrales para la construcción de una persona: la autoestima y la pertenencia. 
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• La autoestima es la mirada positiva de sí mismo que se fortalece en la medida que los demás van reconociendo y 
reforzando los elementos positivos de la propia personalidad. 
 
• La pertenencia está vinculada con la autoestima, pues nos incorpora a experiencias tan importantes como la 
amistad, el grupo y la comunidad. 
 
Autoestima y pertenencia ayudan a nuestro proceso de crecimiento integral y reafirman nuestra identidad, 
permitiéndonos pensar, valorar, crear y creer en lo trascendente. Desde que nacemos, vamos adquiriendo una 
identidad, en la familia, en la escuela, con nuestros amigos y en todas las experiencias de mundo que vivimos. Una de 
ellas, muy importante, es la experiencia cultural que nos toca vivir. 
 
Identidad en medio del cambio 
Aunque el sentido de la vida, orientado a la construcción de la identidad, es un proceso que cruza toda la vida de una 
persona, la etapa de la juventud es especialmente significativa y desafiante. El joven se abre al mundo cultural que 
lo rodea, el cual le plantea desafíos y opciones que pueden fortalecer su identidad religiosa o debilitarla. 
La historia no vuelve atrás, las transformaciones políticas, económicas y científicas que hemos experimentado en el 
último tiempo continúan y continuarán acentuándose en este momento histórico que se ha dado en llamar 
posmodernidad o época de globalización, cuyos avances son notables, pero que, como todo proceso de gran 
envergadura transformadora, tiene un lado menos amable, referido al perfil del ser humano que configura. 
Ser cristiano o cristiana no es proponer una identidad de fe fuera de la historia, de la cultura, de la sociedad; la 
presencia del Hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios encarnado en la Palestina del siglo I, es una prueba 
palpable de que la historia de la salvación comienza en este mundo, y eso supone desafíos para los cristianos y 
cristianas. 
 
El desafío de los jóvenes 
La identidad espiritual de un cristiano o una cristiana se pone a prueba cada día, en cada situación, como hijo/a, 
amigo/a, estudiante; en su comportamiento y actitud frente a los demás; en las responsabilidad y compromisos 
asumidos; en la celebración, el carrete y el amor. Sin embargo, en un clima cultural de pluralismo, en el que recibimos 
tantos y a veces tan contradictorios mensajes valóricos —especialmente a través de los medios de comunicación 
masivos, o mass media—, es necesario tener conciencia acercad de: ¿qué significa ser cristiano o cristiana? 
Antes de responder esta pregunta, es necesario conocer nuestro ambiente, pues no se sigue a Jesús en abstracto o 
así “en el aire”, sino situados en el tiempo. 
 
Lee con atención el siguiente texto. 
Juventud posmoderna 
Según el sociólogo Josep Lozano, los jóvenes de hoy pertenecen a una generación que nació y creció en el pluralismo 
y en elestallido de las cosmovisiones o sistemas de creencias que proponían 
modelos de sociedad y pautas morales; es decir, en un momento que afectó a todo lo que había servido como 
referente para construir la propia identidad. Hoy la identidad ya no se configura conscientemente, sino que está en 
suspenso y se deja en manos de las inercias y tanteos de la vida. Los jóvenes saben moverse, nadie lo duda, pero no 
con brújula, sino con radar. Van emitiendo mensajes y signos y, a partir de ellos, van modificando su posición. No se 
guían en relación con un norte, sino con relación a la posición de los demás. La moral del radar deja un amplio margen 
a la provisionalidad y al azar de las cosas tal como van viniendo. No puede decirse que los jóvenes no tengan 
criterios, valores ni referencias, pero sí que ya no construyen su identidad en relación con sistemas ideológicos o 
creencias claros: han caído los grandes ideales y se ha cuestionado la autoridad moral de todas las instituciones: 
familia, escuela, estado, etc. 
Es posible observar en los jóvenes muchas ganas de crecer acompañados, pero en un mundo adulto que sientan como 
real, que se manifieste con coherencia en sus discursos y en sus acciones, que no intente competir con ellos, sino 
más bien ser referente legítimo de autoridad, de compromiso, de trabajo y, sobre todo, de una honestidad 
sustentada en cada palabra y en cada acción. Si los adultos podemos ofrecerles estas garantías, contemplarán otros 
modelos —diferentes a los que les ofrecen los medios de comunicación— y tratarán de asemejarse a ellos; podrá 
despertarse en ellos la crítica a los “valores” del consumo y muchos se cuestionarán internamente algunas cosas para 
construir sus proyectos de vida con más autonomía, respeto y participación comunitaria. Los diferentes caminos que 
tomen dependerán, por un lado, de lo que cada uno ha forjado en su experiencia espiritual, es decir, lo que es como 
persona y se evidencia en sus gustos, sus errores, sus virtudes; y, por otro lado, de aquello que han adquirido en su 
historia familiar y social: su educación en familia, su sistema de valores, de creencias, su responsabilidad o 
compromiso social, su cultura, su entorno. De los jóvenes dependerá, ahora, construir una vida plena, que vitalice el 
alma y la proyecte a una plenitud trascendente. 
(http://www.sev.org.ar/csema181.htm) 
Identidad cristiana: seguimiento de Jesús 
¿Con quién se identifica el cristiano y la cristiana? 
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Los cristianos afirman que no se puede ser cristiano o cristiana al margen de la figura histórica de Jesús de 
Nazaret, que murió y resucitó por la humanidad, y a quien Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch. 2,36). Se puede 
ser bueno, humanitario, generoso, solidario y entregarse a causas de servicio por los demás, pero esto no basta para 
ser cristiano. 
El cristianismo no es simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa: es una fe que se expresa 
en el seguimiento de la persona de Jesús. Sin fe y seguimiento de Él, no hay cristianismo. Sin la lectura de los 
Evangelios y el conocimiento de la vida, obra y sentido de la muerte y resurrección de Jesús, no hay 
cristianismo. Y, sobre todo, no hay identidad cristiana. 
Anteriormente observamos que vivimos en una sociedad en la que, a veces, predominan las apariencias, el tener 
sobre el ser, en la que muchos “valores” se han vaciado de significado; en la que se habla mucho sin importar si se 
dice algo; en fin, en la que se vive en un presentismo (y el carpe diem) que cierra los ojos al futuro como proyecto, 
como realización plena en vistas de una vida orientada a la trascendencia. 
Estos son los desafíos que deben asumir los cristianos y cristianas para consolidar su identidad religiosa en un 
contexto en que la experiencia del creyente tiende a vivirse “a mi manera”. Como seguidores de Jesús, ellos son sus 
discípulos, lo que significa que la vida es un camino (Hch. 9,2) al que es llamado todo bautizado en la Iglesia, camino 
que debe imitar el que emprendieron los apóstoles, hace más de dos mil años, cuando constataron la validez del 
mensaje de Jesús, su condición divina de Hijo de Dios y las razones de una muerte en la cruz causada por el miedo 
que produjo su mensaje de amor, sus bienaventuranzas, su anuncio de un Reino de Dios al final de los tiempos que 
empieza a construirse aquí en la Tierra, en la historia, en la realidad de cada día. 
Una sociedad cerrada, injusta y desigual, como la judía, temió aquel mensaje de amor que revolucionaba los 
corazones y prometía un mundo fraterno. 
Los Apóstoles fueron los discípulos fieles del Maestro que aprendieron, practicaron y difundieron sus enseñanzas. 
Tras su muerte y resurrección, e impulsados por el Espíritu de Dios, formaron su comunidad, participaron en su 
misión y de su mismo destino (Mc. 3,13-14; 10, 38-39). Ellos son el modelo de un seguimiento de Jesús cuya meta es 
el Padre. 
Seguir a Jesús hoy no significa imitar mecánicamente sus gestos, sino continuar su camino, pro-seguir su obra, per-
seguir su causa, con-seguir su plenitud. Cristiano o cristiana es quien ha escuchado, como los discípulos de Jesús, 
una voz que dice: “Sígueme” (Jn. 1,39-44; 21,22) y se pone en camino. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al 
Padre, sino por mí”. Jn. 14, 6 
En nuestro contexto cultural, ya podemos deducir algunos de los desafíos que supone ser cristiano o cristiana, 
incluso aunque vayan a contracorriente, aunque sean “políticamente incorrectos”, o bien, se estimen inútiles: 
• Dotar a nuestras palabras de significado para promover el bien, el entendimiento, la comunicación entre todas las 
personas, a imagen de Jesús. 
• Difundir valores que no sean meros eslóganes publicitarios, retóricos, sino que se encarnen en nuestras vidas y que 
podamos transmitir con coherencia a quienes nos rodean, para hacer más cristiana a nuestra comunidad. 
• Esforzarse por “ser”, más que por tener o aparentar. La sencillez y profundidad de la identidad espiritual del 
cristiano y la cristiana es compatible con el consumo, pero no con el consumismo y la falta de austeridad. 
• Vivir conscientes de que, aunque somos seres históricamente finitos, estamos proyectados al porvenir y que cada 
acto de nuestro presente compromete nuestra trascendencia futura en el Reino, junto al Padre. 
¿Qué análisis puedes hacer de ti mismo a partir de estas características? 
 
La Iglesia promueve la identidad cristiana 
Ahora seguiremos profundizando en la identidad cristiana, es decir, en el significado del seguimiento de Jesús como 
modelo de identificación. Observa y comenta las siguientes cifras que arrojó una encuesta a los jóvenes chilenos en 
agosto de 2006 y que comienza con el siguiente diagnóstico según lo presenta un diario capitalino: Los jóvenes “no 
tienen líderes ni se identifican con ideologías. Tienden a no establecer grandes compromisos porque necesitan 
obtener resultados en el corto plazo, en el aquí y el ahora. Pero, sobre todo, se quejan de un Chile que consideran 
injusto, consumista, clasista y poco solidario. Muy distinto a la visión que tienen sobre ellos mismos.” 
 
¿Qué haría Cristo hoy? 
Tenemos ante nosotros la instalación progresiva de una cultura postmoderna (o de modernidad tardía) que aún es 
designada con distintos nombres. La hemos descrito muchas veces en relación al mundo global y, en ese sentido, 
abarca todos los acontecimientos que tenemos por delante. El cambio cultural es tan contundente que requiere del 
máximo esfuerzo de la Iglesia para discernir la cultura emergente, para evangelizar a quienes la comparten y, en 
muchas dimensiones, para gestar una nueva cultura alternativa. Esta cultura emergente, al menos en su envoltorio, 
parece muy ajena a la tradición cristiana. Para nosotros, significa abordar una situación nueva, en la cual las 
costumbres y las leyes inspiradas por el cristianismo han dejado de ser una evidencia.4 
 
 
En esta nueva situación tenemos que atrevernos a dar respuesta a la pregunta ¿qué diría y qué haría Cristo en mi 
lugar?, y llegar a ser, desde nuestra identidad cristiana y católica, personal y comunitariamente, una respuesta viva, 
que nos convierta a Jesucristo y sea energía puesta al servicio de un nuevo orden social. Tenemos que descubrir y 
valorar en las perspectivas y esperanzas su raíz humanista, las “semina Verbi” [semillas del Verbo], que buscan el 
encuentro con el Evangelio, para florecer y ser siembra que madurará como cultura de la vida, la libertad, la 
solidaridad y la felicidad. En este contexto espiritual de sereno y confiado optimismo queremos “anunciar” y “hacer 
discípulos” (Cfr. Mt. 28,19-20). 
Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile (2004). 
¿Qué haría Cristo hoy? 
Esta no es cualquier pregunta. Al igual que el Padre Hurtado se interrogaba incisivamente acerca de si ¿Es Chile un 
país católico?, la Iglesia también llama a los fieles a preguntarse por su identidad cristiana bajo cierta sensibilidad 
cultural que, en ciertas dimensiones, les es adversa. Estos desafíos representan una oportunidad para que los 
creyentes se comprometan en el seguimiento de Cristo para construir una cultura de la vida, colaborar en el servicio 
de un nuevo orden social, hacer germinar valores como los de la libertad, la solidaridad, la felicidad en un mundo más 
justo y fraterno, viviendo menos del exitismo, del “yo mismo”, “yo solo” y del “no me importan los demás”. 
 
Comunidad cristiana 
¿Cómo asumir desafíos de la identidad cristiana? A continuación explicaremos los principales distintivos de la 
persona, el varón o la mujer, que están conscientes de su camino como cristianos. Una de las propuestas que hace 
Jesús a sus seguidores y discípulos es que participen en una comunidad. Si consideramos que algunas de las 
características con que las personas, incluidos muchos jóvenes, asumen estilos de vida individualistas, competitivos, 
exitistas, constatamos que esta propuesta de Jesús se torna muy importante para la vida cristiana en el contexto 
posmoderno, que tiende a fragmentar las relaciones sociales y comunitarias. En el Evangelio leemos que, poco a poco, 
los que lo seguían y los que finalmente siguieron a Jesús, dejándolo todo por Él, formaron una comunidad. La fuerza 
espiritual de la comunidad cristiana es superior a la del creyente individual; recordemos que el propio Jesús dijo: 
Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Mt. 18,20. 
A través de los siglos, cada comunidad cristiana ha sido llamada a crecer en el seguimiento de Jesús, en sus palabras 
y enseñanzas. Hoy, por lo tanto, es necesario que los cristianos y cristianas reafirmen sus lazos espirituales y 
fortalezcan: 
• Una comunidad para compartir la fraternidad; 
• Una comunidad para celebrar el paso salvador de Dios en sus vidas; 
• Una comunidad para profundizar en la Palabra de Dios; 
• Una comunidad para salir al mundo a servir como signos de que conviven con el Resucitado. 
Nadie puede ser cristiano en solitario, esa es justamente la novedad de Cristo cuando fundó la Iglesia y la animó con 
el Espíritu de Dios. Así la persona y la comunidad se encuentran y se enriquecen al compartir un proyecto común, 
que es capaz de generar espacios para la rica diversidad humana de quienes lo llevan adelante. Por eso existen 
cristianos y cristianas con diversos dones y talentos puestos al servicio de una comunidad que acoge y comparte con 
todas las personas. 
Esta comunidad cristiana, por su puesto, parte con un acto de adhesión voluntaria a Cristo, un encuentro con Él que 
cambia la vida: 
Ser cristiano no es un hecho natural, ni puede ser tampoco un hecho cultural obvio. La identidad como cristiano ha de ser 
personalizada, lo que conlleva una decisión lúcida que implica a toda persona: razón, sentimiento, decisiones, opción de vida, 
presencia en la sociedad, relaciones interpersonales, etc. 
Personalizar la vida cristiana supone haber escuchado la invitación a la fe, haberse enfrentado con la llamada a la conversión, 
haberse encontrado con la presencia del Señor en la propia vida, haber sido agraciado personalmente con el descubrimiento del 
tesoro del Reino y haber respondido personalmente con la voz propia e insustituible de la aceptación, la acogida, la conversión, la 
sumisión, el gozo la disponibilidad, el reconocimiento. 
Ramón Urbiera 
Ser cristiano no es simplemente… 
Siempre es necesario aclarar los equívocos de falsas o insuficientes definiciones acerca de la identidad del cristiano 
y la cristiana. 
1. Ser cristiano o cristiana no es simplemente hacer el bien y evitar el mal. Hay muchas personas honestas, que 
trabajan por construir un mundo mejor y luchan contra la corrupción y la injusticia. Las mueven motivos nobles y una 
ética humanística, por lo que pueden ser considerados “líderes 
 
 
 
del humanismo”. Sin embargo, no son propiamente cristianos. Ser cristiano significa valorar a todo ser humano como 
persona digna porque ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Ser cristiano es ver que el rostro del hombre 
es también el rostro mismo de Dios. 
2. Ser cristiano o cristiana no es solamente creer en Dios. Judíos, musulmanes y miembros de otras grandes 
religiones de la humanidad, creen en Dios, origen y fin último de todo, pero no creen en Jesucristo. Por más que sus 
vidas y esfuerzos estén bajo el amor providente de Dios y la fuerza de su Espíritu, no son cristianos. Ser cristiano 
es descubrir el mismo rostro de Dios en la persona de Jesucristo. 
5 
 
3. Ser cristiano o cristiana no es solo cumplir unos ritos determinados. Toda religión posee ceremonias y ritos 
simbólicos. Pero no basta con haber recibido los sacramentos, peregrinar a santuarios marianos o celebrar 
festividades para poder ser identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus 
ritos y, sin embargo, Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt. 23). El rito es necesario, pero no suficiente. Ser 
cristiano es celebrar continuamente la vida de fe que hemos recibido y acrecentado en la comunidad cristiana. 
4. Ser cristiano o cristiana no es solo aceptar unas verdades de fe, unos dogmas, recitar el Credo o memorizar el 
Catecismo de la Iglesia Católica. Numerosas personas que profesan la doctrina cristiana están, en la práctica, muy 
lejos del Evangelio. El cristianismo no es solo una doctrina. Ser cristiano es dar razones de nuestra fe con la 
fuerza de la Palabra y el testimonio de la vida. 
5. Ser cristiano no es solamente seguir una tradición histórica que se prolonga hasta el presente. Toda religión 
reconoce la importancia de la historia, pero el cristianismo no es simplemente una cultura, un folklore, un arte, una 
costumbre inmemorial petrificada que se transmite de generación en generación. Ser cristiano es asumir la 
historia y la cultura como ámbitos en los que Dios se hace presente en la vida de todos los hombres y 
mujeres. 
6. Ser cristiano no puede consistir únicamente en prepararse para la otra vida, esperar en el más allá, 
desinteresándose de las cosas del presente o limitándose a sufrirlas con resignación. La fe cristiana afirma la 
existencia de una vida eterna y la consumación de la Tierra, pero la esperanza de una tierra nueva no debe 
amortiguar la preocupación por transformar y cambiar esta historia. Por eso, no se puede llamar cristiano o cristiana 
a quien se resta de asumir con responsabilidad y compromiso las preocupaciones históricas, con la excusa del cielo 
futuro. Ser cristiano o cristiana es construir el Reino aquí y ahora; es construir la civilización del amor en el 
presente, anunciando el Reino de Dios que vendrá en plenitud al final de los tiempos. 
 
¿Fe light? 
Tanto en nuestro país como en Latinoamérica, continente formado por el encuentro y síntesis cultural entre los 
pueblos originarios y el mundo español, existe lo que lossociólogos consideran un fuerte “sustrato católico”, fruto 
de la temprana evangelización iniciada a partir del período de conquista, que confiere identidad al continente, una 
identidad cristiana hasta el día de hoy. 
Sin embargo, el catolicismo debe hacer frente a la fuerza del secularismo y de una sociedad de consumo que cultiva 
un perfil humano cuyas carcterísticas pueden debilitar la identidad cristiana. El seguidor de Jesús debe defenderse 
de las tentaciones de caer en eso que se ha llamado el hombre (varón o mujer) light: 
El hombre light es frío, no cree en casi nada, sus opiniones cambian rápidamente y ha desertado de los valores trascendentales. 
Por eso se ha ido volviendo cada vez más vulnerable; por eso ha ido cayendo en una cierta indefensión. De este modo, resulta más 
fácil manipularlo, llevarlo de acá para allá, pero todo sin demasiada pasión. Se han hecho muchas concesiones sobre cuestiones 
esenciales, y los retos y esfuerzos ya no apuntan hacia la formación de un individuo más humano, culto y espiritual, sino hacia la 
búsqueda del placer y el bienestar a toda costa, además del dinero. 
Enrique Rojas, El hombre light. 
Es imposible negarse a la cultura, a la sociedad en que se vive. Hacerlo en nombre de la fe sería un contrasentido: la 
vida humana es interpersonal y la vida cristiana es esencialmente comunitaria. Los primeros cristianos tuvieron que 
serlo en un contexto cultural tan adverso como el nuestro: en el mundo judío, arraigado tradicionalmente a sus 
creencias, y, especialmente, en el mundo pagano e idolátrico de los “gentiles”. Y consiguieron ser los portadores de 
la Buena Nueva de la Resurrección: su seguimiento de Cristo fue tan vigoroso, que con la ayuda del Espíritu 
evangelizaron y difundieron por el mundo la fe cristiana. 
Hoy, el mundo parece estar ávido de espiritualidades privatizadas, como la new age; de salvaciones a domicilio y a la 
medida del cliente; es decir, se trata de creencias de las más diversas índoles que no demandan compromiso alguno a 
sus seguidores, como lo hace el exigente llamado de Jesús. Muy lejos del perfil del hombre o la mujer light, el 
cristiano y la cristiana basan su identidad como reafirmación del amor, del servicio, del compartir. La opinión del 
cristiano respecto de su fe, es una opinión fuerte, afirmativa. Su compromiso con el aquí y el ahora jamás invalida 
ese anhelo —profundo por lo demás en todo ser humano— de proyectarse a un futuro pleno, que es la trascendencia 
en Cristo, camino hacia el Padre Dios. Esta experiencia vuelve al auténtico cristiano o cristiana una persona fuerte, 
que si bien está expuesta a todas las debilidades y dificultades de la vida humana, es guiada por el Espíritu de Dios 
y mantiene siempre un norte, que es como una mirada, la mirada de la vida: la de Jesús, tal como lo dijo el Papa Juan 
Pablo II a los jóvenes chilenos, hace ya muchos años: ”Jóvenes chilenos, no tengáis miedo de mirarlo a Él“. 
El cristiano auténtico, instruido en su fe, conocedor del mensaje del Señor y los valores del Reino es, por 
consiguiente, más inteligente para hacer uso de su libertad, menos manipulable e 
 
 
influenciable por la sociedad de consumo, por los medios de comunicación, por la publicidad y las numerosas ofertas 
de felicidad que circulan en los mundos reales y virtuales de los tiempos posmodernos. No se margina de la sociedad, 
de los avances en todos los campos del saber, del arte, la tecnología, el pensamiento incluso no cristiano, pero es 
dueño de sí mismo. Es un ser, no una apariencia de ser. 
 
Y para ser no necesita tener, sino servir, como su Maestro, con respeto, pero sin concesiones que distorsionen el 
valor de su fe. Siempre es bueno tener presente que es muy fácil afirmar: ”Jesucristo es el Salvador del mundo“, pero 
que resulta mucho más difícil expresar con seguridad y profunda convicción: ”Jesucristo es mi Salvador“, y proclamarlo ante los 
demás con una alegría dinamizadora de la sociedad, con la acción solidaria, con creatividad y entusiasmo, manifestando 
6 
 
inconformismo ante la injusticia, sensibilidad por los derechos de todas las personas y el anhelo de paz para todos los seres 
humanos, empezando por los más cercanos que son nuestros ”prójimos“. 
 
El desafío de seguirlo a Él 
El joven rico 
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué debo 
hacer para heredar la Vida eterna? 
Jesús le dijo: 
—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás 
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. El hombre 
le respondió: 
—Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia. 
Jesús lo miró con amor y le dijo: 
—Solo te falta una cosa: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, 
ven y sígueme. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. 
Mc. 10, 17, 22 
 
A diferencia de otros momentos del Evangelio, donde vemos a Jesús seguido no solo por los doce apóstoles, sino por 
una multitud de discípulos que lo dejan todo para partir tras sus pasos y enseñanzas, este pasaje es muy 
interesante, pues muestra el verdadero desafío de los cristianos y cristianas para asumir su llamada y encontrarse 
con Él. 
El joven se va triste porque disponía de muchos bienes y no estuvo dispuesto a desprenderse de ellos. En una 
primera interpretación entendemos que hay una referencia a los bienes materiales, que es una forma de enseñanza 
mediante la cual Jesús nos advierte de la vanidad y esterilidad del apego humano a las cosas. 
En realidad, el joven rico manifiesta un entusiasmo y un apresuramiento por “seguirlo” antes de haberlo 
“comprendido”; se ha quedado en las normas del Decálogo, sin entender ese agregado de exigencia que Jesús 
reclama de sus auténticos discípulos. 
Pero las palabras del evangelista sugieren otra visión del problema: se trata del hecho de que la juventud, por sí 
misma, es una riqueza singular y compleja del ser humano. Así lo dijo Juan Pablo II, comentando este pasaje del 
Evangelio: 
Efectivamente, el período de la juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso 
del “yo” humano y de las propiedades y capacidades que esta encierra. A la vista interior de la personalidad en 
desarrollo de un joven o de una joven, se abre gradual y sucesivamente aquella específica —y en cierto sentido única 
e irrepetible— potencialidad de una humanidad concreta, en la que está como inscrito el proyecto completo de la 
vida futura. La vida se delinea como la realización de tal proyecto, como “autorrealización” … Es la riqueza de 
descubrir y, a la vez, de programar, de elegir, de prever y de asumir como algo propio las primeras decisiones, que 
tendrán importancia para el futuro en la dimensión estrictamente personal de la existencia humana; pero al mismo 
tiempo, tales decisiones tienen no poca importancia social. 
Así, el mensaje, la llamada de Cristo a los jóvenes es una llamada radical a su seguimiento y compromiso, con sus 
talentos y su generosidad y para el despliegue de sus valores en el mundo concreto que les toca vivir.

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