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1 CENTRO EDUCATIVO SALESIANOS ALAMEDA «Desde 1891 formando Buenos Cristianos y honestos ciudadanos» Año Educativo Pastoral 2020 Departamento de Religión y Filosofía (SE SOLICITA HACER LECTURA DEL TEXTO COMO PREPARACIÓN PARA TRABAJO EVALUADO). UNIDAD 1. TERCERO MEDIO LA IDENTIDAD DE LOS CRISTIANOS RELIGIÓN ¿Quién soy? La identidad personal es un tema que puede ser estudiado desde diversos ángulos, es decir, desde las perspectivas biológica, sicológica, antropológica, sociológica, religiosa, etc. Todas estas miradas nos pueden aportar a la conceptualización de aspectos de la identidad de los individuos. Sin embargo, cada persona es un ser integral, que posee una riqueza inagotable e imposible de describir por ninguna ciencia. A través de las siguientes actividades te invitamos a acercarte a la rica dimensión interior de la persona. ¡Cuánto tiempo lleva conocer a una persona! Incluso matrimonios que han celebrado sus Bodas de Oro, es decir 50 años juntos, siguen descubriendo en el otro u otros aspectos desconocidos de su personalidad. El ser humano no termina nunca de construirse y desarrollarse en las distintas dimensiones de la vida. La persona es única Suele llamar la atención, al leer los Evangelios, el modo irresistible con que la persona de Jesús cautivaba a quienes se encontraban con Él. Esa fascinación y ese entusiasmo por Él y su mensaje llevaron a muchos discípulos a dejarlo todo y seguirlo. ¿Qué era lo que los cautivaba? Fascinaban su forma de enseñar (Mt. 4,23; Mt. 13,36), su capacidad de acoger (Mc. 5,23-24), la firmeza de su carácter (Mt. 16,23), la bondad de sus acciones (Lc.6,34; Mt. 19,15), la profundidad de su mirada (Mc. 10,21). En su dimensión humana, Jesús fue un hombre coherente. Es fácil construir el retrato de una persona. Bastan las pinceladas de un artista sobre la tela para plasmar los rasgos físicos de un varón y una mujer, o alguna de sus características sicológicas. Pero, ¿basta la imagen para conocer la identidad de una persona? Por supuesto que no. Es necesario acceder, además, a otras de sus dimensiones que constituyen su integridad esencial y profunda. ¿Cuáles son? • La persona es única. Toda persona es “alguien”, tiene una historia “propia”, es “única” e “irrepetible”. Eso nos hace a todos “distintos”, “diferentes” y, por tanto, “especiales”. Los seres humanos no somos producidos en serie, como las máquinas o instrumentos tecnológicos; somos personas dotadas de inteligencia, libertad y capacidad de amar. • La persona es imagen y semejanza de Dios. La dignidad de la persona se fundamenta en el origen de su existencia, es decir, en que es creación divina: “La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y voluntad libre, la persona humana está orientada y llamada a estar con Dios” (CIC 358). • La persona ejerce su libertad y su voluntad. Una de las cualidades fundamentales de toda persona es su capacidad para elegir y escoger su propio camino y construirlo, a diferencia del animal, que fue gobernado por el instinto. La persona es responsable de sus actos y de las decisiones que es capaz de tomar para proponerse un proyecto de vida que le permita ser feliz. Para ello debe hacerse responsable de sus decisiones, que la afectan a sí misma y también repercuten en los demás. • La persona es un ser social. La persona no es un ser solitario. Desde el principio de su existencia está llamada a vivir y convivir con los demás. “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2, 18), dijo Dios al crear el mundo. Este elemento es central en la maduración del varón y la mujer. Nadie se construye como persona con sus propios “medios”, en forma individual; todos necesitamos la ayuda de los demás. La familia es un elemento muy importante para la construcción de un ser social y sociable. La persona no es un ser solitario. Desde el principio de su “No es bueno que el hombre (Gn. 2, 18), dijo Dios al crear el mundo. Este elemento es central en la maduración del varón y la mujer. Nadie se construye como persona con sus propios, en forma individual; todos necesitamos la ayuda de los demás. La familia es un elemento muy importante para la construcción de un ser social y sociable. En busca de sentido La dimensión de la persona que más contribuye a forjar su identidad, y que comprende a las anteriormente descritas, es la del sentido, que orienta y guía toda su vida en busca de una felicidad plena. El sentido (la “dirección”, la “orientación” de la vida sobre principios o fundamentos trascendentes) permite que una persona se vaya construyendo día a día, en cada una de sus actuaciones. Por eso decimos que para conocer a una persona no basta con la imagen física, sino que necesitamos ir más a fondo: saber qué piensa, qué motivaciones tiene, qué proyecto la encamina y orienta hacia su futuro y cómo actúa y vive en relación con él. Dos elementos son centrales para la construcción de una persona: la autoestima y la pertenencia. 2 • La autoestima es la mirada positiva de sí mismo que se fortalece en la medida que los demás van reconociendo y reforzando los elementos positivos de la propia personalidad. • La pertenencia está vinculada con la autoestima, pues nos incorpora a experiencias tan importantes como la amistad, el grupo y la comunidad. Autoestima y pertenencia ayudan a nuestro proceso de crecimiento integral y reafirman nuestra identidad, permitiéndonos pensar, valorar, crear y creer en lo trascendente. Desde que nacemos, vamos adquiriendo una identidad, en la familia, en la escuela, con nuestros amigos y en todas las experiencias de mundo que vivimos. Una de ellas, muy importante, es la experiencia cultural que nos toca vivir. Identidad en medio del cambio Aunque el sentido de la vida, orientado a la construcción de la identidad, es un proceso que cruza toda la vida de una persona, la etapa de la juventud es especialmente significativa y desafiante. El joven se abre al mundo cultural que lo rodea, el cual le plantea desafíos y opciones que pueden fortalecer su identidad religiosa o debilitarla. La historia no vuelve atrás, las transformaciones políticas, económicas y científicas que hemos experimentado en el último tiempo continúan y continuarán acentuándose en este momento histórico que se ha dado en llamar posmodernidad o época de globalización, cuyos avances son notables, pero que, como todo proceso de gran envergadura transformadora, tiene un lado menos amable, referido al perfil del ser humano que configura. Ser cristiano o cristiana no es proponer una identidad de fe fuera de la historia, de la cultura, de la sociedad; la presencia del Hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios encarnado en la Palestina del siglo I, es una prueba palpable de que la historia de la salvación comienza en este mundo, y eso supone desafíos para los cristianos y cristianas. El desafío de los jóvenes La identidad espiritual de un cristiano o una cristiana se pone a prueba cada día, en cada situación, como hijo/a, amigo/a, estudiante; en su comportamiento y actitud frente a los demás; en las responsabilidad y compromisos asumidos; en la celebración, el carrete y el amor. Sin embargo, en un clima cultural de pluralismo, en el que recibimos tantos y a veces tan contradictorios mensajes valóricos —especialmente a través de los medios de comunicación masivos, o mass media—, es necesario tener conciencia acercad de: ¿qué significa ser cristiano o cristiana? Antes de responder esta pregunta, es necesario conocer nuestro ambiente, pues no se sigue a Jesús en abstracto o así “en el aire”, sino situados en el tiempo. Lee con atención el siguiente texto. Juventud posmoderna Según el sociólogo Josep Lozano, los jóvenes de hoy pertenecen a una generación que nació y creció en el pluralismo y en elestallido de las cosmovisiones o sistemas de creencias que proponían modelos de sociedad y pautas morales; es decir, en un momento que afectó a todo lo que había servido como referente para construir la propia identidad. Hoy la identidad ya no se configura conscientemente, sino que está en suspenso y se deja en manos de las inercias y tanteos de la vida. Los jóvenes saben moverse, nadie lo duda, pero no con brújula, sino con radar. Van emitiendo mensajes y signos y, a partir de ellos, van modificando su posición. No se guían en relación con un norte, sino con relación a la posición de los demás. La moral del radar deja un amplio margen a la provisionalidad y al azar de las cosas tal como van viniendo. No puede decirse que los jóvenes no tengan criterios, valores ni referencias, pero sí que ya no construyen su identidad en relación con sistemas ideológicos o creencias claros: han caído los grandes ideales y se ha cuestionado la autoridad moral de todas las instituciones: familia, escuela, estado, etc. Es posible observar en los jóvenes muchas ganas de crecer acompañados, pero en un mundo adulto que sientan como real, que se manifieste con coherencia en sus discursos y en sus acciones, que no intente competir con ellos, sino más bien ser referente legítimo de autoridad, de compromiso, de trabajo y, sobre todo, de una honestidad sustentada en cada palabra y en cada acción. Si los adultos podemos ofrecerles estas garantías, contemplarán otros modelos —diferentes a los que les ofrecen los medios de comunicación— y tratarán de asemejarse a ellos; podrá despertarse en ellos la crítica a los “valores” del consumo y muchos se cuestionarán internamente algunas cosas para construir sus proyectos de vida con más autonomía, respeto y participación comunitaria. Los diferentes caminos que tomen dependerán, por un lado, de lo que cada uno ha forjado en su experiencia espiritual, es decir, lo que es como persona y se evidencia en sus gustos, sus errores, sus virtudes; y, por otro lado, de aquello que han adquirido en su historia familiar y social: su educación en familia, su sistema de valores, de creencias, su responsabilidad o compromiso social, su cultura, su entorno. De los jóvenes dependerá, ahora, construir una vida plena, que vitalice el alma y la proyecte a una plenitud trascendente. (http://www.sev.org.ar/csema181.htm) Identidad cristiana: seguimiento de Jesús ¿Con quién se identifica el cristiano y la cristiana? 3 Los cristianos afirman que no se puede ser cristiano o cristiana al margen de la figura histórica de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por la humanidad, y a quien Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch. 2,36). Se puede ser bueno, humanitario, generoso, solidario y entregarse a causas de servicio por los demás, pero esto no basta para ser cristiano. El cristianismo no es simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa: es una fe que se expresa en el seguimiento de la persona de Jesús. Sin fe y seguimiento de Él, no hay cristianismo. Sin la lectura de los Evangelios y el conocimiento de la vida, obra y sentido de la muerte y resurrección de Jesús, no hay cristianismo. Y, sobre todo, no hay identidad cristiana. Anteriormente observamos que vivimos en una sociedad en la que, a veces, predominan las apariencias, el tener sobre el ser, en la que muchos “valores” se han vaciado de significado; en la que se habla mucho sin importar si se dice algo; en fin, en la que se vive en un presentismo (y el carpe diem) que cierra los ojos al futuro como proyecto, como realización plena en vistas de una vida orientada a la trascendencia. Estos son los desafíos que deben asumir los cristianos y cristianas para consolidar su identidad religiosa en un contexto en que la experiencia del creyente tiende a vivirse “a mi manera”. Como seguidores de Jesús, ellos son sus discípulos, lo que significa que la vida es un camino (Hch. 9,2) al que es llamado todo bautizado en la Iglesia, camino que debe imitar el que emprendieron los apóstoles, hace más de dos mil años, cuando constataron la validez del mensaje de Jesús, su condición divina de Hijo de Dios y las razones de una muerte en la cruz causada por el miedo que produjo su mensaje de amor, sus bienaventuranzas, su anuncio de un Reino de Dios al final de los tiempos que empieza a construirse aquí en la Tierra, en la historia, en la realidad de cada día. Una sociedad cerrada, injusta y desigual, como la judía, temió aquel mensaje de amor que revolucionaba los corazones y prometía un mundo fraterno. Los Apóstoles fueron los discípulos fieles del Maestro que aprendieron, practicaron y difundieron sus enseñanzas. Tras su muerte y resurrección, e impulsados por el Espíritu de Dios, formaron su comunidad, participaron en su misión y de su mismo destino (Mc. 3,13-14; 10, 38-39). Ellos son el modelo de un seguimiento de Jesús cuya meta es el Padre. Seguir a Jesús hoy no significa imitar mecánicamente sus gestos, sino continuar su camino, pro-seguir su obra, per- seguir su causa, con-seguir su plenitud. Cristiano o cristiana es quien ha escuchado, como los discípulos de Jesús, una voz que dice: “Sígueme” (Jn. 1,39-44; 21,22) y se pone en camino. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Jn. 14, 6 En nuestro contexto cultural, ya podemos deducir algunos de los desafíos que supone ser cristiano o cristiana, incluso aunque vayan a contracorriente, aunque sean “políticamente incorrectos”, o bien, se estimen inútiles: • Dotar a nuestras palabras de significado para promover el bien, el entendimiento, la comunicación entre todas las personas, a imagen de Jesús. • Difundir valores que no sean meros eslóganes publicitarios, retóricos, sino que se encarnen en nuestras vidas y que podamos transmitir con coherencia a quienes nos rodean, para hacer más cristiana a nuestra comunidad. • Esforzarse por “ser”, más que por tener o aparentar. La sencillez y profundidad de la identidad espiritual del cristiano y la cristiana es compatible con el consumo, pero no con el consumismo y la falta de austeridad. • Vivir conscientes de que, aunque somos seres históricamente finitos, estamos proyectados al porvenir y que cada acto de nuestro presente compromete nuestra trascendencia futura en el Reino, junto al Padre. ¿Qué análisis puedes hacer de ti mismo a partir de estas características? La Iglesia promueve la identidad cristiana Ahora seguiremos profundizando en la identidad cristiana, es decir, en el significado del seguimiento de Jesús como modelo de identificación. Observa y comenta las siguientes cifras que arrojó una encuesta a los jóvenes chilenos en agosto de 2006 y que comienza con el siguiente diagnóstico según lo presenta un diario capitalino: Los jóvenes “no tienen líderes ni se identifican con ideologías. Tienden a no establecer grandes compromisos porque necesitan obtener resultados en el corto plazo, en el aquí y el ahora. Pero, sobre todo, se quejan de un Chile que consideran injusto, consumista, clasista y poco solidario. Muy distinto a la visión que tienen sobre ellos mismos.” ¿Qué haría Cristo hoy? Tenemos ante nosotros la instalación progresiva de una cultura postmoderna (o de modernidad tardía) que aún es designada con distintos nombres. La hemos descrito muchas veces en relación al mundo global y, en ese sentido, abarca todos los acontecimientos que tenemos por delante. El cambio cultural es tan contundente que requiere del máximo esfuerzo de la Iglesia para discernir la cultura emergente, para evangelizar a quienes la comparten y, en muchas dimensiones, para gestar una nueva cultura alternativa. Esta cultura emergente, al menos en su envoltorio, parece muy ajena a la tradición cristiana. Para nosotros, significa abordar una situación nueva, en la cual las costumbres y las leyes inspiradas por el cristianismo han dejado de ser una evidencia.4 En esta nueva situación tenemos que atrevernos a dar respuesta a la pregunta ¿qué diría y qué haría Cristo en mi lugar?, y llegar a ser, desde nuestra identidad cristiana y católica, personal y comunitariamente, una respuesta viva, que nos convierta a Jesucristo y sea energía puesta al servicio de un nuevo orden social. Tenemos que descubrir y valorar en las perspectivas y esperanzas su raíz humanista, las “semina Verbi” [semillas del Verbo], que buscan el encuentro con el Evangelio, para florecer y ser siembra que madurará como cultura de la vida, la libertad, la solidaridad y la felicidad. En este contexto espiritual de sereno y confiado optimismo queremos “anunciar” y “hacer discípulos” (Cfr. Mt. 28,19-20). Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile (2004). ¿Qué haría Cristo hoy? Esta no es cualquier pregunta. Al igual que el Padre Hurtado se interrogaba incisivamente acerca de si ¿Es Chile un país católico?, la Iglesia también llama a los fieles a preguntarse por su identidad cristiana bajo cierta sensibilidad cultural que, en ciertas dimensiones, les es adversa. Estos desafíos representan una oportunidad para que los creyentes se comprometan en el seguimiento de Cristo para construir una cultura de la vida, colaborar en el servicio de un nuevo orden social, hacer germinar valores como los de la libertad, la solidaridad, la felicidad en un mundo más justo y fraterno, viviendo menos del exitismo, del “yo mismo”, “yo solo” y del “no me importan los demás”. Comunidad cristiana ¿Cómo asumir desafíos de la identidad cristiana? A continuación explicaremos los principales distintivos de la persona, el varón o la mujer, que están conscientes de su camino como cristianos. Una de las propuestas que hace Jesús a sus seguidores y discípulos es que participen en una comunidad. Si consideramos que algunas de las características con que las personas, incluidos muchos jóvenes, asumen estilos de vida individualistas, competitivos, exitistas, constatamos que esta propuesta de Jesús se torna muy importante para la vida cristiana en el contexto posmoderno, que tiende a fragmentar las relaciones sociales y comunitarias. En el Evangelio leemos que, poco a poco, los que lo seguían y los que finalmente siguieron a Jesús, dejándolo todo por Él, formaron una comunidad. La fuerza espiritual de la comunidad cristiana es superior a la del creyente individual; recordemos que el propio Jesús dijo: Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Mt. 18,20. A través de los siglos, cada comunidad cristiana ha sido llamada a crecer en el seguimiento de Jesús, en sus palabras y enseñanzas. Hoy, por lo tanto, es necesario que los cristianos y cristianas reafirmen sus lazos espirituales y fortalezcan: • Una comunidad para compartir la fraternidad; • Una comunidad para celebrar el paso salvador de Dios en sus vidas; • Una comunidad para profundizar en la Palabra de Dios; • Una comunidad para salir al mundo a servir como signos de que conviven con el Resucitado. Nadie puede ser cristiano en solitario, esa es justamente la novedad de Cristo cuando fundó la Iglesia y la animó con el Espíritu de Dios. Así la persona y la comunidad se encuentran y se enriquecen al compartir un proyecto común, que es capaz de generar espacios para la rica diversidad humana de quienes lo llevan adelante. Por eso existen cristianos y cristianas con diversos dones y talentos puestos al servicio de una comunidad que acoge y comparte con todas las personas. Esta comunidad cristiana, por su puesto, parte con un acto de adhesión voluntaria a Cristo, un encuentro con Él que cambia la vida: Ser cristiano no es un hecho natural, ni puede ser tampoco un hecho cultural obvio. La identidad como cristiano ha de ser personalizada, lo que conlleva una decisión lúcida que implica a toda persona: razón, sentimiento, decisiones, opción de vida, presencia en la sociedad, relaciones interpersonales, etc. Personalizar la vida cristiana supone haber escuchado la invitación a la fe, haberse enfrentado con la llamada a la conversión, haberse encontrado con la presencia del Señor en la propia vida, haber sido agraciado personalmente con el descubrimiento del tesoro del Reino y haber respondido personalmente con la voz propia e insustituible de la aceptación, la acogida, la conversión, la sumisión, el gozo la disponibilidad, el reconocimiento. Ramón Urbiera Ser cristiano no es simplemente… Siempre es necesario aclarar los equívocos de falsas o insuficientes definiciones acerca de la identidad del cristiano y la cristiana. 1. Ser cristiano o cristiana no es simplemente hacer el bien y evitar el mal. Hay muchas personas honestas, que trabajan por construir un mundo mejor y luchan contra la corrupción y la injusticia. Las mueven motivos nobles y una ética humanística, por lo que pueden ser considerados “líderes del humanismo”. Sin embargo, no son propiamente cristianos. Ser cristiano significa valorar a todo ser humano como persona digna porque ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Ser cristiano es ver que el rostro del hombre es también el rostro mismo de Dios. 2. Ser cristiano o cristiana no es solamente creer en Dios. Judíos, musulmanes y miembros de otras grandes religiones de la humanidad, creen en Dios, origen y fin último de todo, pero no creen en Jesucristo. Por más que sus vidas y esfuerzos estén bajo el amor providente de Dios y la fuerza de su Espíritu, no son cristianos. Ser cristiano es descubrir el mismo rostro de Dios en la persona de Jesucristo. 5 3. Ser cristiano o cristiana no es solo cumplir unos ritos determinados. Toda religión posee ceremonias y ritos simbólicos. Pero no basta con haber recibido los sacramentos, peregrinar a santuarios marianos o celebrar festividades para poder ser identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus ritos y, sin embargo, Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt. 23). El rito es necesario, pero no suficiente. Ser cristiano es celebrar continuamente la vida de fe que hemos recibido y acrecentado en la comunidad cristiana. 4. Ser cristiano o cristiana no es solo aceptar unas verdades de fe, unos dogmas, recitar el Credo o memorizar el Catecismo de la Iglesia Católica. Numerosas personas que profesan la doctrina cristiana están, en la práctica, muy lejos del Evangelio. El cristianismo no es solo una doctrina. Ser cristiano es dar razones de nuestra fe con la fuerza de la Palabra y el testimonio de la vida. 5. Ser cristiano no es solamente seguir una tradición histórica que se prolonga hasta el presente. Toda religión reconoce la importancia de la historia, pero el cristianismo no es simplemente una cultura, un folklore, un arte, una costumbre inmemorial petrificada que se transmite de generación en generación. Ser cristiano es asumir la historia y la cultura como ámbitos en los que Dios se hace presente en la vida de todos los hombres y mujeres. 6. Ser cristiano no puede consistir únicamente en prepararse para la otra vida, esperar en el más allá, desinteresándose de las cosas del presente o limitándose a sufrirlas con resignación. La fe cristiana afirma la existencia de una vida eterna y la consumación de la Tierra, pero la esperanza de una tierra nueva no debe amortiguar la preocupación por transformar y cambiar esta historia. Por eso, no se puede llamar cristiano o cristiana a quien se resta de asumir con responsabilidad y compromiso las preocupaciones históricas, con la excusa del cielo futuro. Ser cristiano o cristiana es construir el Reino aquí y ahora; es construir la civilización del amor en el presente, anunciando el Reino de Dios que vendrá en plenitud al final de los tiempos. ¿Fe light? Tanto en nuestro país como en Latinoamérica, continente formado por el encuentro y síntesis cultural entre los pueblos originarios y el mundo español, existe lo que lossociólogos consideran un fuerte “sustrato católico”, fruto de la temprana evangelización iniciada a partir del período de conquista, que confiere identidad al continente, una identidad cristiana hasta el día de hoy. Sin embargo, el catolicismo debe hacer frente a la fuerza del secularismo y de una sociedad de consumo que cultiva un perfil humano cuyas carcterísticas pueden debilitar la identidad cristiana. El seguidor de Jesús debe defenderse de las tentaciones de caer en eso que se ha llamado el hombre (varón o mujer) light: El hombre light es frío, no cree en casi nada, sus opiniones cambian rápidamente y ha desertado de los valores trascendentales. Por eso se ha ido volviendo cada vez más vulnerable; por eso ha ido cayendo en una cierta indefensión. De este modo, resulta más fácil manipularlo, llevarlo de acá para allá, pero todo sin demasiada pasión. Se han hecho muchas concesiones sobre cuestiones esenciales, y los retos y esfuerzos ya no apuntan hacia la formación de un individuo más humano, culto y espiritual, sino hacia la búsqueda del placer y el bienestar a toda costa, además del dinero. Enrique Rojas, El hombre light. Es imposible negarse a la cultura, a la sociedad en que se vive. Hacerlo en nombre de la fe sería un contrasentido: la vida humana es interpersonal y la vida cristiana es esencialmente comunitaria. Los primeros cristianos tuvieron que serlo en un contexto cultural tan adverso como el nuestro: en el mundo judío, arraigado tradicionalmente a sus creencias, y, especialmente, en el mundo pagano e idolátrico de los “gentiles”. Y consiguieron ser los portadores de la Buena Nueva de la Resurrección: su seguimiento de Cristo fue tan vigoroso, que con la ayuda del Espíritu evangelizaron y difundieron por el mundo la fe cristiana. Hoy, el mundo parece estar ávido de espiritualidades privatizadas, como la new age; de salvaciones a domicilio y a la medida del cliente; es decir, se trata de creencias de las más diversas índoles que no demandan compromiso alguno a sus seguidores, como lo hace el exigente llamado de Jesús. Muy lejos del perfil del hombre o la mujer light, el cristiano y la cristiana basan su identidad como reafirmación del amor, del servicio, del compartir. La opinión del cristiano respecto de su fe, es una opinión fuerte, afirmativa. Su compromiso con el aquí y el ahora jamás invalida ese anhelo —profundo por lo demás en todo ser humano— de proyectarse a un futuro pleno, que es la trascendencia en Cristo, camino hacia el Padre Dios. Esta experiencia vuelve al auténtico cristiano o cristiana una persona fuerte, que si bien está expuesta a todas las debilidades y dificultades de la vida humana, es guiada por el Espíritu de Dios y mantiene siempre un norte, que es como una mirada, la mirada de la vida: la de Jesús, tal como lo dijo el Papa Juan Pablo II a los jóvenes chilenos, hace ya muchos años: ”Jóvenes chilenos, no tengáis miedo de mirarlo a Él“. El cristiano auténtico, instruido en su fe, conocedor del mensaje del Señor y los valores del Reino es, por consiguiente, más inteligente para hacer uso de su libertad, menos manipulable e influenciable por la sociedad de consumo, por los medios de comunicación, por la publicidad y las numerosas ofertas de felicidad que circulan en los mundos reales y virtuales de los tiempos posmodernos. No se margina de la sociedad, de los avances en todos los campos del saber, del arte, la tecnología, el pensamiento incluso no cristiano, pero es dueño de sí mismo. Es un ser, no una apariencia de ser. Y para ser no necesita tener, sino servir, como su Maestro, con respeto, pero sin concesiones que distorsionen el valor de su fe. Siempre es bueno tener presente que es muy fácil afirmar: ”Jesucristo es el Salvador del mundo“, pero que resulta mucho más difícil expresar con seguridad y profunda convicción: ”Jesucristo es mi Salvador“, y proclamarlo ante los demás con una alegría dinamizadora de la sociedad, con la acción solidaria, con creatividad y entusiasmo, manifestando 6 inconformismo ante la injusticia, sensibilidad por los derechos de todas las personas y el anhelo de paz para todos los seres humanos, empezando por los más cercanos que son nuestros ”prójimos“. El desafío de seguirlo a Él El joven rico Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: —Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia. Jesús lo miró con amor y le dijo: —Solo te falta una cosa: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Mc. 10, 17, 22 A diferencia de otros momentos del Evangelio, donde vemos a Jesús seguido no solo por los doce apóstoles, sino por una multitud de discípulos que lo dejan todo para partir tras sus pasos y enseñanzas, este pasaje es muy interesante, pues muestra el verdadero desafío de los cristianos y cristianas para asumir su llamada y encontrarse con Él. El joven se va triste porque disponía de muchos bienes y no estuvo dispuesto a desprenderse de ellos. En una primera interpretación entendemos que hay una referencia a los bienes materiales, que es una forma de enseñanza mediante la cual Jesús nos advierte de la vanidad y esterilidad del apego humano a las cosas. En realidad, el joven rico manifiesta un entusiasmo y un apresuramiento por “seguirlo” antes de haberlo “comprendido”; se ha quedado en las normas del Decálogo, sin entender ese agregado de exigencia que Jesús reclama de sus auténticos discípulos. Pero las palabras del evangelista sugieren otra visión del problema: se trata del hecho de que la juventud, por sí misma, es una riqueza singular y compleja del ser humano. Así lo dijo Juan Pablo II, comentando este pasaje del Evangelio: Efectivamente, el período de la juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del “yo” humano y de las propiedades y capacidades que esta encierra. A la vista interior de la personalidad en desarrollo de un joven o de una joven, se abre gradual y sucesivamente aquella específica —y en cierto sentido única e irrepetible— potencialidad de una humanidad concreta, en la que está como inscrito el proyecto completo de la vida futura. La vida se delinea como la realización de tal proyecto, como “autorrealización” … Es la riqueza de descubrir y, a la vez, de programar, de elegir, de prever y de asumir como algo propio las primeras decisiones, que tendrán importancia para el futuro en la dimensión estrictamente personal de la existencia humana; pero al mismo tiempo, tales decisiones tienen no poca importancia social. Así, el mensaje, la llamada de Cristo a los jóvenes es una llamada radical a su seguimiento y compromiso, con sus talentos y su generosidad y para el despliegue de sus valores en el mundo concreto que les toca vivir.
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