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CURSO DE FILOSOFIA TOMISTA FILOSOFÍA DEL HOMBRE Por ROGER VERNEAUX BARCELONA EDITORIAL HERDER 1970 Versión castellana de L. M e d r a n o , de la obra de R o g e r V e r n e a u x , Philosophie de l'homme, Toda petición concerniente a los derechos de traducción o adaptación, sea cual sea la lengua o la manera en que se haga, deberá dirigirse obligatoriamente a «Beauchesne et ses fils, 177‘ rué de Rennes, París VIo», editores de la edición original francesa Primera edición J967 Segunda edición 1970 N ihil obstat: El censor, J uan Roig C ironella, S.I. Imprímase: Barcelona, 13 de mayo de 1965 t G regorio, Arzobispo de Barcelona Por mandato de su Exda. Rvdma, A lejandro Pech, pbro., Canciller Secretario (c) Beauchesne et ses fils. París 1956 (£) Editorial Herder S>A. Provenza 388, Barcelona (Español 1967 Es PROPIEDAD D epósito legal: B. 2810-1967 PRINTED IN SPAIN G rafesa — Ñapóles, 249 — Barcelona ÍNDICE Pae Introducción 7 I. El objeto de la psicología 7 II. Los tipos de psicología 9 Bibliografía 15 Capitulo I: La vida 17 I. Definición de la vida 17 II. Naturaleza del ser vivo 20 III. Origen de la vida 24 IV. La vida vegetativa 27 Capítulo II: Clasificación de los fenómenos psíquicos 31 I. Necesidad de una clasificación 32 II. La clasificación corriente 33 III. La clasificación aristotélica 35 Capítulo ¡II: Los fenómenos fundamentales de la vida consciente . 37 I. El conocimiento 37 II. El apetito 43 Capitulo IV: El conocimiento sensible externo . 53 I. El objeto de los sentidos 54 II. Los sentidos 56 III. La sensación 58 Capítulo V: Los sentidos internos 65 I. El sentido común 65 II. La imaginación 68 III. La estimativa 71 IV. La memoria 73 Capitulo VI: El apetito sensible 77 I. Clasificación de los apetitos 78 II. Las pasiones 79 III. Clasificación de las pasiones 81 Capítulo VII: El alma de las bestias 85 Capítulo VIII: El conocimiento intelectual 89 I. Punto de vista experimental 89 II. Punto de vista biológico 91 5 .Filosofía del hombre Págs. Capitulo IX: El objeto de la inteligencia 95 I. El objeto común de la inteligencia 96 II El objeto propio de la inteligencia humana 99 III. El objeto indirecto de la inteligencia humana 105 Capítulo X: Naturaleza de la inteligencia . 113 Capítulo XI: La simple aprehensión 119 I. Descripción 119 II. Existencia del concepto 121 III. Formación del concepto 123 IV. Explicación metafísica de la abstracción 128 Capítulo XII: El juicio 133 I. Descripción del juicio 133 II. Juicio y concepto 135 III. Naturaleza del juicio 137 IV. Las causas del juicio 138 V. El acto de fe 141 Capítulo XIII: El razonamiento 145 I. Descripción de la inferencia 145 II. El sentido del término «razón» . 147 III. Naturaleza de la razón 149 Capitulo XIV: La voluntad 151 I. Descripción del acto voluntario 151 II. Naturaleza de la voluntad 156 III. El problema del amor puro 162 IV. La voluntad y las demás facultades . 169 Capítulo XV: La libertad 174 I. Las formas de libertad 174 II. Pruebas del libre arbitrio 178 III. Límites de la libertad 184 IV. Naturaleza de la libertad 186 V. La libertad y los determinismos 191 VI. Naturaleza y libertad 200 Capítulo XVI: Facultades y hábitos 205 I. Las facultades 205 II. Los hábitos 210 Capítulo XVII: El alma humana 215 I. Naturaleza del alma 215 II. La unión del alma y el cuerpo 222 III. La persona humana 232 6 INTRODUCCIÓN El nombre que convendría a este estudio sería el de antropo logía metafísica. Ya que es el hombre su centro y el punto de vista adoptado es deliberadamente metafísico. Pero ei nombre de psico logía se ha hecho ya tan clásico, desde el siglo xvn. en el que lo inventó un tal Goclenius, que resulta difícil prescindir de él. Admi tamos, pues, que vamos a elaborar una ciencia del alma. Hay que precisar estos dos términos: circunscribir ante todo el objeto a es tudiar y, después, determinar hr naturaleza de la disciplina que lo estudia. I EL OBJETO DE LA PSICOLOGÍA Para los antiguos, el objeto de la psicología es el alma. No de cimos que con ello son fieles a la etimología, pues, en realidad, se ha producido lo contrario: crearon la palabra para expresar lo que hacían. En todo caso, el tratado en el que Aristóteles expone los rasgos principales de su psicología tiene por título: rapl Tuy-Tjc;. ¿Qué entendía él por alma? El principio vital dé un cuerpo or ganizado. La psicología era, pues, para él, el estudio de los seres vivos como tales, es decir, no como cuerpos, parecidos a los demás cuerpos de la naturaleza, sino como vivientes y distintos de los cuerpos brutos. En esta perspectiva, la psicología engloba los tres reinos de la vida: las plantas, los animales y el hombre. 7 Filosofía del hombre Los modernos tienen una concepción más estricta de la psico logía. Aportan dos restricciones a la concepción antigua. Ante todo, no consideran al ser viviente en toda su amplitud, sino al hombre. Esto no tiene gran importancia, ya que en el hombre se encuentran las formas inferiores de la vida: posee una vida vegetativa como las plantas y una vida sensitiva como los animales. Por ello se ha re conocido la necesidad de crear una «psicología comparada», es decir, estudiar el animal para ver actuar en él los instintos en su estado puro, e igualmente las plantas para estudiar los tropismos. No hay apenas inconveniente, como a veces se hace, en encargar el estudio de la vida vegetativa a la cosmología, ya que la reparti ción de las materias en tratados distintos carece de importancia. El punto delicado es el siguiente. La psicología moderna, hasta estos últimos tiempos, ha tomado como objeto, no al hombre entero, con sus diversas vidas, sino solamente la vida interior o consciente. El origen de esta orientación se halla en Descartes, que separa el cuerpo y el espíritu considerándolos dos substancias completas y heterogéneas. El cuerpo humano tiene por esencia la extensión y depende de la física, que es una «geometría». El espíritu tiene por esencia el pensamiento, que se define así: Cogitationis nomine intelligo illa omnia quae nobis consciis in nobis jiunt, quatenus eorum in nobis consciencia est. «Con el nombre de pensamiento entiendo todo lo que se produce en nosotros, de tal suerte que nosotros seamos in mediatamente conscientes de ello» (Principes, i, 9). De ello se sigue que no puede haber vida psíquica inconsciente y que el objeto pro pio de la psicología es el conjunto de los «hechos de conciencia» *. • Pero no parece que sea posible reducir la psicología al estudio de los hechos de conciencia. El carácter de conciencia es insufi ciente, en efecto, para definir los hechos psíquicos. Por una parte, existen actos y estados inconscientes que son, no obstante, de natu raleza psíquica, como se advirtió en el curso del siglo xix. E, inver samente, un buen número de hechos conscientes interesan al cuerpo 1. Cf. la obra, ya antigua pero siempre interesante, de Mehcieh, Les origines de la psychologie contemporaine. 8 Introducción como si no fuesen conscientes: los movimientos, por ejemplo, o las emociones. La estrechez manifiesta de la psicología de introspección ha pro ducido en nuestros días, por reacción, la «psicología de comporta miento», que es también manifiestamente estrecha. Es sin duda ne cesario estudiar al hombre sin tener en cuenta su conciencia, desde fuera, como un objeto. Pero el hombre es algo más que un manojo de «reflejos condicionados» y de «conductas». Es una persona cuya subjetividad no puede despreciarse porque le es esencial. Digamos, pues, que el objeto de la psicología forma como una serie de círculos concéntricos: es. en general, el ser vivo, pero más especialmente el hombre, y a su vez el hombre entero, pero más especialmente su vida subjetiva, sensible e intelectual. II LOS TIPOS DE PSICOLOGIA Lo que precede era una delimitación del objeto material de la psicología. Hay que determinar ahora su objeto formal, es decir, el punto de vista bajo el que enfocamos al hombre.Una palabra puede bastar: este punto de vista es metafísico. Pero debemos pre cisar su naturaleza comparándolo con otros puntos de vista posibles. Existen, en efecto, psicologías muy diversas que pueden clasificarse del modo siguiente: 1 1. Existe ante todo una psicología infracientífica. El grado más bajo es la psicología empírica, que consiste en el conocimiento que cada cual puede tener de sí mismo y de los de más por medios ordinarios. Nos conocemos por simple conciencia y por un «examen de conciencia»; conocemos a los demás por la observación de su comportamiento, de sus acciones y reacciones, entre las que ocupa el primer lugar la palabra. El fin de esta psico logía es, ante todo, práctico: tiene como fin conducirse y reformarse, o bien actuar sobre los demás. Es evidente que en este nivel todos 9 Filosofía del hombre somos psicólogos, más o menos. La simple preocupación de per feccionamiento espiritual, por ejemplo, o la frecuentación del mun do, dan una finura y una delicadeza de intuición que nada puede substituir, ningún libro, ningún laboratorio. Pero, como todo em pirismo, éste permanece limitado a lo individual. 2. Por encima de la psicología empírica, pero aun por debajo de la ciencia, está situada la psicología literaria. Ésta es la que cultivan los «moralistas», como Montaigne, Pascal, Labruyére, La Rochefoucault; los novelistas, como Stendhal, Bourget, Proust, Mau- riac, y el teatro de todos los tiempos. Esta psicología analiza los caracteres, los sentimientos, las pasiones y, por encima de todo, las pasiones del amor; en resumen, el corazón humano. Su fin es principalmente estético, ya que la literatura pertenece a las bellas artes, es decir, tiene como fin producir una obra bella. Puede llegar a verdades generales, creando «tipos», como el Avaro, el Celoso, el Misántropo. No obstante, se queda en lo concreto, ya que los tipos están encarnados por unos personajes en situación; no deduce leyes, no aporta ninguna explicación. 3. La psicología científica, llamada «positiva» o «experimen tal», está aún constituyéndose. Malas lenguas han dicho que se en cuentra actualmente en el estado en que se encontraba la química antes de Lavoisier, y no deja de ser en cierto modo verdad. No obs tante, podemos definirla muy exactamente por su fin y por su mé todo general. Su fin es teórico: consiste en comprender y explicar los fenómenos sin preocupación directa de sus aplicaciones prácti cas. Su método, en conjunto, es experimental: observación interna y objetiva, experimentación en todas las formas posibles, medición de los que se presta a ello, razonamiento inductivo que conduce a leyes y teorías. No hace falta insistir más 2. Lo que aquí nos interesa, porque precisa muy bien el punto de vista propio de esta psicología, es que es una «psicología sin alma». La frase es de Ribot. Produjo escándalo, y a primera vista es intrín secamente contradictoria. No obstante, es muy justa. Porque el alma 2. Cf. Guillaume, lntroduction á ¡a psychologie. 10 Introducción es un principio de explicación metafísica, no es un dato de la ex periencia. Ahora bien, la psicología experimental, por principio, por constitución, se limita al plano de los fenómenos. Sin duda, pretende explicar los hechos por sus causas, pero las causas que considera son aún y siempre fenómenos observables, ya físicos, ya fisiológicos o psicológicos. No llega a ninguna incursión más allá de lo obser vable. De ahí que no dé plena satisfacción al espíritu y deje lugar a una psicología filosófica. 4. Ésta puede también desarrollarse en dos niveles distintos. Puede adoptar, ante todo, una forma fenomenológica. La psicología fenomenológica, fundada por Husserl, está también en proceso de constitución. Tiene como único fin llegar a conocer la significación y la esencia de los fenómenos humanos. Por una parte, es una ciencia puramente descriptiva. Descar tando por principio toda idea preconcebida, toda «presuposición», y absteniéndose también de toda explicación causal, intenta descri bir los fenómenos tal como se presentan, es decir, tal como son. Pero, a pesar de ello, no es una psicología de introspección: es eidé- tica, y ello constituye su verdadera originalidad. Esto significa dos cosas. Primero, en lugar de referirse a los hechos psíquicos como puros hechos y datos brutos de la experiencia interna, los estudia como diversas relaciones del hombre con el mundo, como diversas actitudes que el hombre toma ante el mundo; es lo que se llama el sentido o la significación de los fenómenos. Después intenta definir cada una de estas actitudes obteniendo la esencia común a todos los casos de una misma especie, reduciendo la multiplicidad de los casos particulares a la unidad de un concepto. ¿Qué es percibir, por ejemplo, qué es imaginar, querer, emocionarse? Éstas son las pre guntas que se plantea 3. Precisar su significado y obtener la esencia de un hecho, es seguramente una manera de entenderlo. Pero no es la única. Para que el espíritu esté satisfecho, debe poder explicárselo, es decir, 3. Cf. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception; Sartre, L'imagi- naíion, L'imaginaire, Esquisse d'une théorie des émotions; R icoeur, Philosophie de la volonté. 11 Filosofía del hombre conocer sus causas, principios o razones. Esto pretende, en su orden, la psicología metafísica. 5. Corrientemente, se la llama «psicología racional». La ex presión tenía un sentido muy preciso en Wolf, que la popularizó. Designaba una teoría desarrollada de un modo completamente a priori, racional, en el pleno sentido de la palabra, radicalmente dis tinta de la «psicología empírica», basada en la experiencia. Pero expresa muy mal la intención de la psicología aristotélica y tomista, y debería desterrarse de su vocabulario. Ya que, sin duda, la meta física en general, y la metafísica del hombre en particular, son obra de la razón. Pero no de una «razón pura», que vuele por encima de la experiencia y sin contacto con ella. Pues sólo la experiencia nos pone en contacto con lo real. Una metafísica que no se contente con ser una construcción de conceptos, sino que quiera proponer una explicación de lo real, se funda en todo momento en la expe riencia. No se queda limitada a la experiencia, la razona y la rebasa, pero toma sus raíces en ella. ¿Cuál es pues el punto de vista de la antropología metafísica? Este punto de vista es ontológico. Ello significa que la psico logía considera al hombre en cuanto ser e intenta conocer la na turaleza y los principios constitutivos de este ser. ¿Qué ser es, pues, el hombre? Ésta es la cuestión fundamental. Así, pues, su fin es teórico, consiste en comprender los hechos humanos, con el doble sentido del verbo comprender: determinar su esencia y explicarlos por sus causas. Y así se relaciona, por una parte, con la psicología fenomenológica y, por otra, con la psicología científica. Pero no se identifica ni con la una ni con la otra. Incluye a la primera como una parte de su trabajo, y trasciende a la segunda en que se re monta por medio de la razón a unos principios que en sí no son observables. El hecho de que se fundamente en la experiencia no lleva con sigo que deba informarse de todos los hechos que los métodos cien tíficos permiten o permitirán descubrir. Así como hay «hechos científicos» que el sabio no crea, pero que elige en el conjunto de fenómenos del universo porque le parecen susceptibles de hacer pro 12 Introducción gresar la ciencia que cultiva, así también hay «hechos filosóficos» que el filósofo elige antes de toda elaboración científica para elabo rarlos desde su punto de vista, porque le parece que pueden ilumi nar sobre el ser humano y su estructura ontológica. La psicología metafísica plantea a la vez dos cuestiones parale las: la de su legitimidad y la de su necesidad. En cuanto a la primera, huelga decir que es un caso particular de un problema más vasto que concierne a la posibilidaddel cono cimiento metafísico en general, que constituye uno de los problemas fundamentales de la crítica. Niegan la posibilidad de toda metafí sica las filosofías empiristas, positivistas e idealistas, que pretenden que no puede conocerse nada más que los fenómenos. Y la afirman las filosofías realistas que admiten que en el fenómeno, y por medio de él, la inteligencia puede captar el ser. y que la razón, apoyán dose en los principios primeros, puede determinar las causas y los principios del ser. Nosotros aquí daremos por concedida la solución realista del problema del conocimiento. Es un «postulado» de la psicología, que ella misma justificará desde luego sobre la marcha cuando llegue a estudiar, entre las demás funciones humanas, las funciones del conocimiento. Pues es sólo la escolástica moderna, desde Kant, que ha separado la crítica de la psicología y ha cons tituido un tratado especial, por razones pedagógicas y polémicas muy secundarias. La necesidad de la psicología metafísica es condicional. Es ne cesaria a la filosofía, es decir, si se tiene intención de constituir una Weltanschauung, una concepción del mundo. Entonces constituye el centro, o como punto de partida, o como punto de concurrencia de las diferentes líneas, ya que el ser humano es un universo abre viado, y el centro de su universo. Además, la psicología constituye uno de los pilares de la moral. No es el único, pues la teología na tural es otro muy importante también. Pero es evidente que, según la concepción que nos hagamos del hombre, la moral cambia radi calmente. Si, por ejemplo, el hombre es solamente cuerpo, el epicu reismo tiene las de ganar: el bien del hombre es el placer. Los úni cos perfeccionamientos que pueden aportarse al hedonismo son, por una parte, una «aritmética de los placeres», es decir, un cálculo 13 Filosofía del hombre que tienda a hacer de la vida la mayor suma de placer con el mí nimo de dolor, o bien una extensión del placer a la humanidad en tera y especialmente a la humanidad futura. Por el contrario, si el hombre es espíritu puro, si el cuerpo es la «prisión del alma», como decía Platón, o menos aún, una simple apariencia, una ilusión, en tonces toda la moral se concentra en un esfuerzo de ascesis y de purificación, que tiende a devolver al espíritu su pureza, o a libe rarlo de sus ilusiones. En resumen, la psicología es indispensable para situar al hom bre en su lugar en el universo y responder a las cuestiones esenciales que conciernen a su naturaleza y a su bien. 14 BIBLIOGRAFÍA Para aligerar las referencias, se han adoptado las abreviaturas siguientes: Dz designa la obra de D enzinger-Schonmetzer, Enchiridion Symbolorum et Definilionum, Herder, Barcelona 1965. Anteponiendo al número citado el signo t nos referimos a las ediciones anteriores de esta misma obra, de la que hay versión castellana con esta numeración y que lleva por título El ma gisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona 1963. En cuanto a las obras de santo Tomás: S.Th. designa la Suma teológica; se indican después la parte, la cuestión y el artículo. Por ejemplo: S.Th. i, 87, 3. C.G. designa la Suma contra gentiles; se indican la parte y el capítulo: C.G. II, 90. De Anima designa el Comentario sobre el tratado del Alma de Aristóteles; se indican la parte y la lección; después, el número del párrafo según la edición Cathala: De Anima n, 6; n.° 304. Meta, designa el Comentario de la Metafísica de Aristóteles; se dan las mismas indicaciones que para De Anima. No solemos dar otras referencias que las de los textos que utilizamos, ya que todas las ediciones de la Suma teológica indican al principio de cada ar tículo la lista de los pasajes paralelos. Como obras generales, puede siempre acudirse con provecho a las gran des obras de la escuela tomista contemporánea: A. D. Sertillanges, O. P., Santo Tomás de Aquino, 2 vols., Dedebec, Buenos Aires 1946, libros v y vi. É. G ilson. El tomismo. Introducción a la filosofía de santo Tomás de Aquino, Dedebec, Buenos Aires 1951; 2.a parte, cap. iv-vm; L’esprit de la philosophie mediévale, 1.a parte, cap. IX y x; 2.a parte, cap. i-iv, París 1944. J. M aritain, La philosophie bergsonienne, Téqui, París 1914; Les degrés du savoir, Desclée de Brouwer, París s 1948; De Bergson á St. Thomas, Hartman, París 1944. 15 Filosofía del hombre La Psychologie réflexive del padre M.\rc, 2 vols., Desclée de Brouwer, París, abarca exactamente nuestro tema y lo trata de modo profundo. Los Mélanges thomistes, Vrin, París, contienen seis artículos excelentes referentes a la psicología. Por fin, la edición en tomitos de la Suma teológica (texto y traducción) de la «Revue des Jeunes» contiene notas y apéndices que siempre será inte resante consultar. En el lugar correspondiente, se dan las indicaciones bibliográficas par ticulares. 16 CAPÍTULO PRIMERO LA VIDA Presentaremos algunas visiones rápidas sobre el problema ge neral de la vida y añadiremos algunas indicaciones sobre la vida vegetativa. Conviene empezar con una advertencia muy sencilla, de orden filológico y gramatical, pero que no carece de valor filosófico. Y es que el término vida no designa un ser, una substancia, y menos aún una persona. Es un término abstracto, como la bondad o la velo cidad. Ahora bien, hay que tener mucho cuidado con las abstrac ciones realizadas: la Vida no existe. El término designa primero un carácter de ciertos actos, y como consecuencia una propiedad del ser que realiza estos actos. Para evitar muchos malentendidos, sería mucho mejor hablar del ser vivo y de sus actos vitales, em plear el verbo vivir mejor que el substantivo vida. No obstante, des pués de advertido esto, nos conformaremos con el uso de la palabra sin demasiados escrúpulos. I DEFINICIÓN DE LA VIDA La primera tarea que se impone es formarse una concepción de la vida, es decir, forjar un concepto o una definición. ¿Cómo hacerlo? El único camino consiste en partir de la observación de 17 \ c rn . Hninlírc 2 Filosofía del hombre los seres en los que la vida es manifiesta, ya que sería un mal mé todo empezar por aquellos de los que no se sabe de cierto si viven o no, su caso sólo puede dilucidarse si previamente se tiene una noción precisa de la vida. 1. De la observación somera del animal, podemos deducir pri mero una noción empírica de la vida. Es lo que hace santo Tomás cuando va a hablar de la vida en Dios: Dicimus animal vivere ¿piando incipit ex se mouim haberc, et tamdiu iudicartir animal vi vere qaamdiu taiis moíus in eo apparet. Quando vero iam ex se non habet aliquem motum, sed moveiur tantum ab alio, tune dicitur animal mortiaim per defectum vitae (S.Th. i, 18, 1). Lo viviente se caracteriza, pues, por un movimiento espontáneo. Es lo que quiere expresar la fórmula tradicional: vita in moni; para que sea totalmente clara, habría que añadir una palabra que expresara la espontaneidad: vita in mota spontaneo, o in mota ab intrinseco 2. Desde el punto de vista científico, encontramos algunas de finiciones defectuosas. Por ejemplo: «La vida es el conjunto de los fenómenos comunes a todos los seres vivientes» (Dastre). Es cierto, pero esto no responde de ningún modo a la pregunta: ¿Qué es un ser vivo? O también: «La vida es el conjunto de las funciones que resisten a la muerte» (Bichat). También es cierto, y ésta señala muy bien la relación de lo viviente con su medio, su lucha contra una naturaleza que lo desgasta y acaba por disolverlo. Pero no indica la esencia del fenómeno de la vida. El camino normal es el seguido por Claude Bernard: definir la vida poi sus operaciones características, mostrando que estas ope raciones son propias del ser vivo. Son éstas: la organización, la nu trición, la reproducción, la conservación y la evolución. La primera es sin duda la fundamental, hasta el punto que a menudo se toman como equivalentes las expresiones «cuerpo vivo» y «cuerpo orga nizado». La organización consiste en la diferenciaciónde las partes y la coordinación de las funciones: un cuerpo vivo está constituido por órganos diferentes que concurren al bien del conjunto. La nu- .trición. o asimilación, es la transformación de una substancia inerte 18 La vida en la substancia misma del ser vivo. La reproducción es una división de células que culmina en un nuevo organismo semejante al pri mero. Estos dos últimos caracteres van juntos: no se trata de la evolución de las especies, sino de la evolución del ser vivo mismo entre su nacimiento y su muerte (crecimiento y envejecimiento) con-' servando el mismo tipo (un caballo viejo es aún un caballo). Desde el punto de vista científico, no hay nada más que buscar ya que, por principio, la ciencia se limita al plano de los fenómenos. 3. ¿Cuál es, en fin, la noción metafísica de la vida? Se parte de la experiencia común, tomada como un hecho filo sófico: el ser vivo se caracteriza por la espontaneidad de su movi miento. Pero se precisa después que la actividad esencial del ser vivo no es actuar sobre otra cosa, aunque a menudo lo haga, sino actuar sobre sí mismo (un perro dormido sigue viviendo). Es lo que el lenguaje señala muy bien en los verbos reflexivos: trasladarse, nutrirse, desarrollarse, adaptarse. Llegamos así a la definición si guiente: Nomen vitae sumitur ad significandom substantiam cui con- venit secundum suam naturam movere seipsam (S.Th . I, 18, 2). Esto requiere una explicación. El movimiento de que se trata no es sólo el cambio en el es pacio. Hay que entender el término en el sentido metafísico: un cambio cualquiera, el paso de la potencia al acto. En cuanto a su origen, este movimiento es espontáneo (motus ab intrínseco). Pero no es absolutamente espontáneo, la acción no es un comienzo ab soluto en todos los aspectos; depende, por el contrario,' de gran número de factores, condiciones y causas exteriores. No obstante, estos factores no bastarían para producirla si el ser no estuviese vivo. En cuanto a su término, la acción se llama inmanente (movere seipsum). Esto se entiende por oposición a la acción transitiva, que pasa a un paciente distinto ,del agente. En la acción inmanente, el agente actúa sobre sí mismo, es el término de su acción. Pero de nuevo hay que advertir que esta inmanencia no es absoluta. Desde el momento que hay movimiento, cambio, encontramos un princi pio metafísico muy general: quidquid movetur ab alio movetur. ¿Cómo se mantiene este principio en el caso del ser vivo? Aristó 19 Filosofía del hombre teles se ha extendido largamente sobre ello (Phys. vm). En resu men, la solución es que, en un ser vivo, una parte mueve a la otra, puesto que está organizado y comporta diferentes órganos; pero son partes del mismo ser, de modo que al considerarlo en su conjunto, su acción queda en él. Una actividad así es propia del ser vivo. Los cuerpos brutos son inertes, reciben su movimiento de fuera y lo transmiten a otros. Los cuerpos vivos se mueven y su actividad está orientada hacia su propio bien. Habrá, pues, diversos grados de vida según el grado de inma nencia de la actividad. La verdadera inmanencia solamente se en cuentra en el nivel de la inteligencia, y la inmanencia absoluta sola mente en Dios, en donde hay acto puro, es decir, sin cambio. Respecto de esta noción, encontramos cierto número de casos discutibles. La semilla, por ejemplo, no parece ejercer ninguna ac tividad; y no obstante está viva, con una «vida latente», durante el tiempo en que es capaz de germinar. Igualmente, las fronteras de los órdenes son indecisas; no siempre es fácil saber si un cuerpo está vivo o no. El problema está sin resolver respecto de los virus o, más exactamente, de algunos virus cristalizables, ya que otros son sin ninguna duda vivientes. Pero ello no constituye una razón para poner en discusión el valor de nuestra definición, ya que los casos sujetos a discusión pueden decidirse con relación a ella. II NATURALEZA DEL SER VIVO Tenemos que estudiar ahora de qué principios (metafísicos) está constituido el ser vivo. Es clásico y cómodo presentar la doctrina tomista con relación a dos errores modernos inversos el uno del otro. Pero debemos guardarnos de presentarla como un «justo me dio» o como una síntesis, ya que, históricamente, las doctrinas mo dernas son productos de descomposición de la doctrina tomista. 20 La vida a) El vitalismo de la escuela de Montpellier. Es una doctrina que tuvo su celebridad en el siglo xix y que en esta época era bienhechora porque reaccionaba contra el mate rialismo ambiente, pero que hoy día se ha abandonado y resulta insostenible. No obstante, hay que tenerla en cuenta porque ha en gendrado por reacción el mecanicismo que actualmente reina, y por que existe el peligro de confundir este vitalismo con el vitalismo aristotélico, que es muy distinto. La idea general es ésta: Las actividades de un ser vivo no tienen nada en común con las de los cuerpos brutos, no están sometidas a las leyes comunes de la física y de la química. El ser vivo está, pues, constituido por un «principio vital» que ejerce «fuerzas vi tales», de naturaleza inmaterial. Es una substancia distinta del cuerpo. La materia y la vida están yuxtapuestas. En esto reconocemos fácilmente una demarcación del dualismo cartesiano. La originalidad consiste solamente en atribuir un psi- quismo a todo ser vivo, mientras que Descartes, al definirlo por el pensamiento, lo reservaba al hombre. b) El mecanicismo. El mecanicismo puede ser una hipótesis de trabajo y un mé todo puramente científico: se intenta aplicar a los vivos los métodos que han tenido éxito en el campo de la materia. En este caso, el filósofo no tiene nada que decir; corresponde a los sabios ver por sí mismos el valor de su procedimiento. De hecho, la ciencia meca- nicista ha encontrado unas dificultades que han conducido a la re acción del neovitalismo, muy cercano en el plano científico al vi talismo aristotélico. El mecanicismo puede ser una doctrina filosófica. Fue sostenido en la antigüedad por Demócrito y Epicuro, en los tiempos modernos por Descartes, con su teoría de los animales-máquina, y en el si glo xix por cierto número de semisabios filósofos como Le Dantec, Haeckel, Huxley. Su tesis genera' es que todo, en un ser vivo, es reductible a las 21 Filosofía del hombre leyes fisicoquímicas. Todo se explica «mecánicamente*, es decir, por movimientos y según la causalidad eficiente. En consecuencia, se esfuerzan en demostrar que la organización no es más que un mecanismo complejo, que los fenómenos de irritabilidad, de tro pismo, de cambio de lugar, son solamente fenómenos mecánicos, químicos o eléctricos, que la generación es sólo una consecuencia de la nutrición y que la nutrición es una serie de reacciones quí micas. c) El vitalismo aristotélico. Ha sido rehabilitado por Claude Bernard y el neovitalismo con temporáneo, cuyos principales representantes son, en Alemania, H. Driesch y, en Francia, Cuénot. Sus principales tesis son las si guientes 1: 1. Los cuerpos vivos están sometidos a las leyes comunes de la materia bruta. Ésta es la verdad del mecanicismo, y el vitalismo resulta insostenible si la niega. Así, pues, en cierto sentido, en un ser vivo todo se realiza según las leyes fisicoquímicas. La explica ción de tipo mecanicista es, pues, indispensable en biología, y nada se opone a que progrese indefinidamente. 2. Pero el ser vivo presenta ciertos fenómenos irreductibles a ¡as leyes de la materia e inexplicables mecánicamente: la inmanen cia, la finalidad interna de las operaciones. No es éste un acto se parado, aislado, es un aspecto de las actividades vitales. Podemos, por ejemplo, realizar los fenómenos de la digestión en una retorta, pero no sirven para la nutrición de la retorta, mientras que en el estómago terminan con la asimilación de las substancias extrañas por el ser vivo. El punto de discusión es, pues, la existencia de la finalidad en el servivo. Puede muy bien sostenerse que no es éste un hecho 1 1. Cf. Sertillanges, La philosophie de Claude Bernard; Ruyer, Éléments de psychobiologie (París 1946); Grégoire, Note sur la phflosophle de Vorganisme («Revue philosophique de Louvain», 1948). 22 La vida científico, si se empieza por definir la biología como una explicación mecanicista; pues entonces el sabio se pone unas anteojeras y no encontrará en su camino ningún fenómeno de finalidad. En este caso, se dirá que la finalidad es un hecho filosófico, lo que significa que se la percibe si se consiente en apartar, aunque sólo sea un ins tante, las anteojeras del sabio. Por ello Driesch titulaba a su obra: Filosofía del organismo. Pero puede también sostenerse, y con más derecho, que el sabio hace mal en definir su punto de vista de un modo tan estrecho que le impida percibir unos hechos tan patentes y tan característicos del objeto que estudia. En este caso se sos tendrá que la finalidad es un hecho científico. 3. Si se admite que la finalidad es un hecho, debemos necesa riamente admitir, para explicarla, en todo ser vivo, un principio interno de finalización, «idea directriz», «entelequia», «principio vital», o alma, principio superior a la materia bruta y. en este sen tido, inmaterial. 4. Pero el alma no es una substancia que tenga una existencia y una actividad separadas del cuerpo. Este dualismo, de origen car tesiano, es inadmisible, ya que el ser vivo es uno. El alma es un principio constitutivo del ser vivo, que es una substancia dotada de actividad. No hay que decir, pues, que el alma mueve al cuerpo; es el ser vivo quien se mueve a sí mismo; pero es el alma la que hace que el ser vivo sea vivo y capaz de moverse. 5. Llegamos así a las definiciones del alma que son clá sicas en la escuela aristotelicotomista: actus primus corporis vitam habentis in potentia, y forma corporis organici (De Anima II, 1; n.°s 221. 229). a) La primera fórmula define el alma como caso particular de una teoría de ontología general, la doctrina de la potencia y el acto. En todo ser creado hay que distinguir dos principios constitutivos. El acto es la perfección de un ser; la potencia, la capacidad de ad quirir esta perfección. El acto primero se define por oposición al acto segundo: es la perfección que constituye al ser, mientras que 23 Filosofía del hombre el acto segundo es el que sigue al ser, que supone al ser ya cons tituido, como, por ejemplo, la acción. Así el alma es el principio que confiere al cuerpo su perfección de vivo, su ser-vivo. Pero el cuerpo debe ser capaz de vivir, es decir, poseer un cierto grado de organización. Y el alma es el acto pri mero, ya que ella es la que hace que el cuerpo viva; de ahí derivan sus propiedades y sus operaciones (cf. S.Th. I, 76, 4 ad 1). b) La misma idea puede presentarse como caso particular de la teoría cosmológica llamada hilemorfismo. En todo cuerpo debemos distinguir dos principios constitutivos: la materia, que corresponde a la potencia: es el conjunto de ele mentos de los que está constituido el cuerpo, por ejemplo, las subs tancias químicas que entran en la composición del cuerpo humano. La forma corresponde al acto: ella especifica la materia, es decir, hace que el cuerpo sea tal cuerpo, que exista con tal naturaleza. La forma asegura la unidad y la actividad del cuerpo. Así el alma es la forma del cuerpo viviente. Constituye al cuerpo en su ser de viviente, unificando de un modo original los elementos químicos de que está constituido. En conclusión, no diremos que ya esté explicado el misterio de la vida, ni aún aclarado, sino, que está exactamente delimitado. En muchos casos, es todo lo que la filosofía puede hacer, y es mucho. III ORIGEN DE LA VIDA Sobre este problema, hay que considerar tres hipótesis principa les: la generación espontánea, la preexistencia y la creación. 1 1. Teoría de la generación espontánea. Durante mucho tiempo se ha admitido como creencia popular, e incluso ha estado incluida en la física aristotélica como un hecho resultante de una observación superficial. Por ello santo Tomás no 24 La vida ve dificultad alguna en que el sol engendre las moscas calentando el limo de los pantanos (S.Th. i, 71, 1; i, 91, 2 ad 2; I, 115, 3 ad 2). Pero él consideraba al sol como superior a la materia bruta. En el siglo xix, han renovado esta teoría sabios y filósofos de tendencia materialista, y contra ellos se levantó Pasteur con sus célebres ex periencias. La tesis materialista es que la vida es una consecuencia de la organización, y que ésta es realizable por una concurrencia de cau sas y de condiciones puramente físicas. Es lo que ocurrió en un momento dado en el pasado del universo: la vida surgió cuando la evolución proporcionó las condiciones necesarias y suficientes; y es también lo que se producirá en el futuro, cuando la ciencia esté lo bastante adelantada para lograr la síntesis de la vida. La crítica debe situarse sucesivamente en el punto de vista cien tífico y en el punto de vista filosófico. Desde el punto de vista científico, podemos decir lo siguiente: Es un hecho que los cuerpos sintéticos no viven, solamente se ha logrado realizar la materia de un ser vivo. Y todas las anticipacio nes que pueden hacerse sobre el progreso de la ciencia derivan de una mentalidad «dentista» que nada tiene de científica. Inversa mente, las experiencias de Pasteur demuestran solamente que la vida no se desarrolla en un medio estéril. Pero hay que subrayar, para ser honrados, que las experiencias de Pasteur no prueban la imposibilidad absoluta de la generación espontánea; solamente de muestran que no ha tenido lugar en los casos estudiados. Desde el punto de vista metafísico, ¿repugna absolutamente la generación espontánea? Sí, pero a condición de que se la entienda en su sentido estricto, como producción de un ser vivo por la sola intervención de las fuerzas fisicoquímicas. Ya que, si se admite que hayan en la materia gérmenes de vida, una vida en potencia, la situación cambia completamente. Podría incluso extenderse esta idea al caso en el que el sabio realizase la síntesis de la vida, ya que ésta resultaría de una disposición inteligente de los elementos, no de la sola intervención de las fuerzas físicas. La razón de la imposibilidad es que «lo más no puede salir de lo menos», o que «lo superior no puede explicarse por lo infe 25 Filosofía del hombre rior». Esto es evidente, pero hay que precisar más. El primer prin cipio es sólo verdadero si existe una diferencia de orden; dicho de otro modo, si nos colocamos en un punto de vista ontológico y no cuantitativo. En cuanto al segundo, toma el término «explicar» en su sentido intenso de causar, producir, o inversamente, reducir, ya que lo inferior puede muy bien proporcionar cierta explicación de lo superior en la medida en que es condición de su existencia. Puede parecer muy osado por parte del filósofo poner a priori límites al progreso de la ciencia. Pero es cierto que la metafísica proporciona unas certezas que son absolutas y rebasan teda certeza científica. Sus principios son intemporales y conciernen al futuro solamente porque expresan las leyes del ser. 2. T eoría de la preexistencia. Es la que Bergson ha desarrollado en La evolución creadora. La han continuado el padre Teilhard du Chardin y E. Leroy en forma de la hipótesis de la «biosfera». La idea directriz de estas teorías es que la Vida, como realidad indeterminada, es anterior a la aparición de los seres vivos, que son, en cierto modo, sus conden saciones o concreciones. En Bergson, lo que es primitivo, es la Vida. Es un movimiento, un impulso, un brotar espontáneo. La materia es la recaída de este movimiento. Las especies vivas aparecen en el encuentro de estos dos movimientos de sentido contrario. La primera observación que hay que hacer, es que se trata de hipótesis no verificables; no son de orden científico, sino de orden filosófico.Y deben discutirse desde este punto de vista. La doctrina de Bergson de la Vida se refiere a una metafísica general en la que no hay ser, sino solamente movimiento. Habría, pues, que hacer una crítica de esta metafísica. En pocas palabras, se reduce a lo siguiente: el movimiento supone un ser que cambia, que, aun cambiando, permanece idéntico a través de las diversas fases; de lo contrario, no hay movimiento, sino una serie de apari ciones y desapariciones inconexas. En cuanto a la concepción misma de la Vida, realidad indeter 26 La vida minada, es una abstracción realizada, ya que el término vida designa lo que hay común a todos los seres vivientes, es un género que no existe fuera del espíritu que lo forma. En fin, es difícil concebir la inserción de la vida en la materia, si son dos movimientos de sentido contrario. En efecto, solamente hay tres casos posibles. O bien los dos movimientos se equilibran, pero entonces se anulan, y no tenemos nada, ni vida ni materia; o bien gana el movimiento ascendente, y entonces la materia queda absorbida en la vida y solamente tenemos vida; o bien, por último, prevalece el movimiento descendente, y la vida queda absorbida en la materia, y sólo tenemos materia sin vida. Dicho de otro modo, es imposible dar, a las imágenes de que se sirve Bergson con un arte consumado, una significación real. Son poesía y nada más. 3. Teoría de la creación Queda aún que la vida haya sido creada por Dios cuando el universo ha proporcionado las condiciones de su posibilidad. Nada obliga por lo demás a admitir que Dios haya creado a la vez todas las especies vivientes, ni tampoco que haya creado directamente a cada una en momentos diferentes de la historia del mundo. No existe razón metafísica que prohíba admitir una evolución de las especies partiendo de un germen primitivo, entendiendo siempre que Dios dirige la evolución por medio de su providencia y que el hombre está excluido de ella porque tiene un alma espiritual que puede pro ceder solamente de una creación directa de Dios, no solamente para el primer hombre, sino para cada hombre en particular. IV IV LA VIDA VEGETATIVA Hay pocas cosas que añadir respecto de la vida vegetativa. Bas tarán cuatro afirmaciones. 27 Filosofía del hombre 1. El vegetal es un ser vivo. Aunque su vida sea menos manifiesta que en el animal, no obs tante, puede descubrirse por sus operaciones características: organi zación, nutrición, reproducción, etc. 2. El vegetal tiene un alma. La cuestión ya está decidida. Si el vegetal es un ser vivo, tiene un alma, que es su forma o su principio de vida. Esta alma es in material, está presente en todas las partes del organismo porque las vivifica. 3. El alma vegetal no es espiritual. Llamamos espiritual a un ser cuya existencia no depende de la materia. Ahora bien, el vegetal no presenta ninguna operación a la que no concurra intrínsecamente la materia. Aunque sus operacio nes estén finalizadas, inmanentes en un sentido amplio, son mate riales, las realiza un órgano. 4. El alma vegetal no es subsistente. Ello deriva de que no es espiritual. Desaparece, muere, deja de existir en el momento en que el cuerpo está desorganizado más allá de un cierto punto en el que ya no es apto para vivir. Hay que dividir, pues, las nociones de alma y espíritu, y con cebir un nivel de ser intermedio entre la pura materia y el espíritu; si esto nos resulta difícil, es sólo en razón de la herencia cartesiana. El mismo problema se plantea, además, para el animal. En cuanto a la desaparición del alma, se concibe bastante bien por analogía con la desaparición de las formas sensibles. Cuando se rompe una esfera de cristal, desaparece su forma redonda, porque sólo existía en dependencia de un cierto estado de la materia. Igual mente, cuando se corta un árbol, su principio de vida desaparece, porque sólo existía mediando una cierta organización del árbol. No obstante, algunos hechos plantean un problema filosófico de licado. Parece que el alma vegetal sea divisible. En efecto, una parte separada del todo continúa viviendo, con la misma vida que el todo, y regenera un organismo completo (a condición de que esta 2 8 La vida parte conserve una organización suficiente). Son éstos los fenóme nos de esqueje y acodos, muy conocidos por los jardineros. ¿Cómo lo podemos comprender? ¿Hay que admitir que el alma es extensa, y por ello divisible en sí misma? ¿O bien es inextensa, pero divisible indirectamente en vir tud de su unión al cuerpo? Estas dos hipótesis son difíciles de sos tener. El alma no puede ser extensa si es inmaterial. Y si no es extensa, no se comprende que sea divisible, ni siquiera indirecta mente. Pero los hechos no prueban que sea divisible, ni directa ni in directamente. Prueban sólo que el cuerpo vivo está dividido, y que el alma está entera en cada parte, puesto que cada parte vive y re genera un organismo completo. Así, pues, hay que decir que el alma es multiplicable, en conse cuencia de la división del cuerpo, hasta cierto límite. Ni ha sido di vidida, ni aun afectada por la división del cuerpo, lo que precisa mente se comprende si el alma no es extensa, si es inmaterial. Y que existe un límite por debajo del cual no puede descenderse sin causar la muerte de la parte separada, se comprende porque el alma es la forma de un cuerpo organizado que tiene la vida en potencia. Cuando la división se lleva demasiado lejos, el cuerpo ya no es apto para vivir; por lo tanto, ya el alma no lo vivifica. Hay en ello algo análogo con la división de un cuerpo bruto: las partes de un trozo de hierro siguen siendo hierro; por tanto, la forma ha sido multiplicada. Dicho esto, pasaremos al estudio de la vida consciente del hombre, que constituye el objeto principal de la psicología, con las reservas y matices anteriormente indicados. 29 CLASIFICACIÓN DE LOS FENOMENOS PSÍQUICOS El primer paso de toda ciencia consiste en clasificar los fenó menos que ha de estudiar. Es necesario, porque la experiencia ofre ce una riqueza infinita que el espíritu humano no puede abarcar. Los objetos que la experiencia nos proporciona son ante todo inagotables en cuanto a su número. Incluso en un campo muy limi tado. como en botánica, por ejemplo, el estudio de lá «hoja» o de las «dicotiledóneas» posee una multitud infinita de ejemplares dife rentes. Además, cada ejemplar es en sí mismo inagotable en cuanto a sus caracteres particulares. Un individuo es «inefable», nunca se ha terminado de analizarlo, porque es el punto de reunión de una infinidad de causas. De ello se sigue la necesidad de un esfuerzo de abstracción. Se agrupan en una clase las cosas que parecen de la misma natu raleza, y por este mismo hecho se colocan en otras clases los que no tienen los mismos caracteres. Luego se deja deliberadamente de lado lo que es estrictamente individual en el objeto considerado y sólo se retiene su «esencia». El botánico no estudia las hojas, sino la hoja como esencia distinta de la raíz y de la flor. CAPÍTULO II 31 Filosofía del hombre I NECESIDAD DE UNA CLASIFICACIÓN Es particularmente necesaria, pero también resulta particular mente peligrosa en psicología. La vida psíquica del hombre es, en efecto, personal, variable y compleja. Los fenómenos psicológicos no existen más que en un sujeto individual y vienen marcados por la personalidad entera del su jeto, por su pasado y su herencia, por su situación concreta en el mundo. Mis sensaciones, mis emociones, mis pensamientos no son idénticos a los de mi vecino, porque yo soy yo y él es él. Por otra parte, es un lugar común, desde W. James y Bergson, hacer notar que la vida de la conciencia es una corriente, una duración conti nua. Mis sensaciones de hoy no son iguales a las de ayer porque yo no soy el mismo de ayer; no es posible vivir dos veces el mismo estado de conciencia. En fin, incluso si tomamos la conciencia en un momento dado, cada elemento es solidariode todos los demás. Mis sentimientos están como impregnados por mis recuerdos y mis ideas, mis recuerdos y mis sensaciones están como teñidos por mis sentimientos, etc. Así, pues, no es posible describir los fenómenos psicológicos tal como existen. El diario íntimo más detallado no bastaría para ello, y por extenso que sea, nunca representaría más que la vida de un individuo entre miles de otros. Por ello es necesario que el psicólogo realice un primer trabajo de abstracción y de clasificación, o si se quiere un primer análisis de los datos brutos de la experiencia. No hay que tener ningún escrúpulo. Los psicólogos marxistas que predican una psicología sintética, por oposición a la psicología ana lítica que califican de burguesa, muestran simplemente que los prin cipios de su metafísica les prohíben hacer psicología. Es algo que ya se sospechaba. Así, pues, de la masa de los fenómenos hay que sacar clases o tipos. Estas dos nociones son parecidas, pero se distinguen por un matiz importante. Una clase es un concepto tomado desde el 32 Clasificación de los fenómenos psíquicos punto de vista de la extensión. Un tipo es el mismo concepto to mado desde el punto de vista de la comprensión. Ahora bien, la comprensión es la primera y fundamental, pues la zona de aplica ción de un concepto depende de las notas o caracteres que contenga. La clasificación deriva, pues, de la abstracción, y todo se reduce a definir correctamente cierto número de esencias: la sensación, por ejemplo, la tendencia, el juicio, etc. Pero no hemos de disimular que este procedimiento resulta pe ligroso. En efecto, tiene el peligro de conducir al psicólogo a la creencia de que las esencias que ha obtenido por abstracción existen tal como se las representa, en estado puro, si así puede decirse, aisladas, separadas las unas de las otras y separadas de todo sujeto individual. Y esto sería caer en el «atomismo mental», especie de herejía psicológica que consiste precisamente en tener como reales unos tipos abstractos. Pero Bergson, que ha realizado la Vida, ha combatido vigorosamente el atomismo mental y lo ha desacreditado para mucho tiempo. Gracias a él, el peligro señalado es casi nulo actualmente. Así tendremos que nos atenderemos a estas dos verdades com plementarias: lo que existe es la persona concreta con su corriente de conciencia, su vida psíquica una y múltiple; pero ninguna psico logía es posible, ni en el plano científico ni en el metafísico, sin un trabajo preliminar de abstracción y de clasificación. II II LA CLASIFICACIÓN CORRIENTE La clasificación más corriente, adoptada por gran número de manuales, está fundada en la noción de función mental. Se distin guen las funciones generales de la vida psíquica y las funciones particulares. Las funciones generales son: la personalidad, el carác ter, la conciencia, la atención. Las funciones particulares se dividen en tres grupos. l.° La in teligencia, que comprende, yendo de las funciones elementales a las 33 Vern. Hombre 3 Filosofía del hombre funciones superiores: la sensación, la percepción, la imaginación, "la memoria, la idea, el juicio y el razonamiento. 2.° La sensibilidad, que comprende, en el mismo orden: el placer y el dolor, la emoción, la inclinación y la pasión. 3.° La actividad, que comprende el re flejo, el automatismo psicológico, el instinto, el hábito y la voluntad. ¿Qué valor tiene esta clasificación? Consideremos ante todo su principio. La noción de función ha sido adoptada para substituir en la psicología experimental la de facultad, que, por ser de orden metafísico, se considera incompatible con el punto de vista cientí fico. La intención es buena, pero la noción adoptada tiene dos in convenientes: es vaga y es puramente subjetiva. La noción de función mental está como a medio camino, o como en equilibrio inestable, entre la de clase y la de facultad. El término función dice más que el de clase, ya que es dinámico, mientras que el otro es estático; designa no sólo un grupo de fenómenos, sino la actividad que los suscita (una función, por esencia, tiene que fun cionar). Y así es, pues los fenómenos psíquicos no son estados, sino actos. Pero, si pensamos en un acto, no podemos evitar pensar, al menos confusamente, en la fuente de donde deriva, el principio que lo realiza o, lo que es lo mismo, el poder de realizarlo (una función no funciona tal vez continuamente, pero debe poder funcionar). Lle gamos entonces a la noción de facultad, que no expresa otra cosa. Por otra parte, la noción de función mental es puramente sub jetiva. Agrupa los fenómenos como estados o hechos de conciencia, es decir, definidos únicamente por caracteres internos: la sensa ción es la impresión producida en la conciencia por la excitación de un nervio sensitivo, la imagen es la reproducción de una sensa ción, etc. Pero las funciones solamente son conocidas por sus actos, y los actos a su vez están especificados por su objeto. Si se define una función sin tener en cuenta su objeto, dejamos escapar algo que le es completamente esencial, dicho de otro modo, no la definimos, o lo que definimos no existe. Por ello creemos que Merleau-Ponty y Sartre tienen razón en negar la existencia de la sensación y de la imagen tal como las define la psicología clásica. De ahí se sigue la insuficiencia de esta clasificación. Considere mos algunos puntos principales. 34 Clasificación de los fenómenos psíquicos La conciencia y la atención son funciones del conocimiento; es tarían pues mejor colocadas en la inteligencia. Pero el término de «inteligencia» está mal elegido, es demasiado amplio, es equívoco, porque se aplica indistintamente a fenómenos tan distintos como la sensación y el juicio. Más valdría llamar a esta función «co nocimiento», haciendo un corte-entre la memoria y la idea, lo que constituiría dos subgrupos distintos, el primero sensible (sensación, percepción, imaginación, memoria), y el segundo intelectual (idea, juicio, razonamiento). El término «sensibilidad» está también mal elegido, pues puede aplicarse a la sensación como conocimiento, mientras que aquí se emplea para designar estados afectivos. Ade más el fenómeno fundamental de este grupo no es el placer y el dolor, sino la tendencia, y la tendencia es también el principio de toda actividad. El término de «actividad» es demasiado ressringido, porque todas las demás funciones son también actividades. Y en la clase así designada hay que introducir dos divisiones: una entre el reflejo y el automatismo, porque el primero es fisiológico mientras que el segundo es psicológico; y otra entre el instinto y la voluntad, pues el primero es espontáneo, mientras que el segundo es reflexivo. En cuanto al hábito, no es una función especial, sino una manera de actuar de toda función que se ejerce. Es necesario, pues, buscar una clasificación más precisa. No pu ramente objetiva, ya que se trata de fenómenos interiores, sino te niendo en cuenta el carácter intencional de la conciencia, según el principio aristotélico, renovado por la fenomenología contemporá nea, de que «toda conciencia es conciencia de algo». III III LA CLASIFICACIÓN ARISTOTÉLICA No hay razón ninguna para abandonarla. Considerada desde un punto de vista histórico, es decir, en Aristóteles y sus discípulos, es una clasificación de las facultades, porque no tenían aún idea de una psicología positiva o científica, ni escrúpulo alguno que hacer a la 35 Filosofía del hombre metafísica. Pero no es una razón suficiente para que sea falsa o mala, pues la metafísica aristotélica siempre parte de la experiencia. Y existen razones para preferirla. Primero, porque está funda da en los hechos, rigurosa, aceptable en la simple psicología ex perimental. Después, porque une los dos puntos de vista subjetivo y objetivo. Por último, porque ofrece un buen punto de partida para un estudio metafísico del hombre tal como el que nosotros emprendemos. Vamos a describirlaa grandes rasgos. Hay que distinguir ante todo dos reacciones fundamentales de un ser consciente con respecto del mundo: el conocimiento y la apetición. El conocimiento consiste en dejarse invadir por el objeto y captarlo en sí de un cierto modo. La apetición, o tendencia, con siste en ir hacia un objeto que se presenta como bueno de un modo u otro. Por otra parte, cada una de estas reacciones puede efectuarse en dos planos que llamaremos sensible e intelectual según que el ob jeto sea concreto e individual o abstracto y general. Habrá pues cuatro funciones psicológicas principales: l.° El co nocimiento sensible, que comprende todos los actos de conocimiento de un objeto concreto: sensación, imaginación, memoria, al que se une la conciencia sensible. 2.° El conocimiento intelectual, que com prende todos los actos que versen sobre un objeto abstracto: la idea, el juicio y el razonamiento, al que se une la conciencia inte lectual que es reflexiva. 3.° El apetito sensible, que es la tendencia hacia un bien concreto, de donde derivan el placer y el dolor, así como las emociones. 4.° El apetito intelectual, que es la tendencia hacia un objeto concebido por la inteligencia y que se llama vo luntad. De la tendencia resulta la actividad. Por la actividad física se forman costumbres; por la actividad espiritual, hábitos. Dicho esto, tenemos ya definido el programa de nuestro estudio. Daremos primero una ojeada a los fenómenos fundamentales de la vida psíquica: el conocimiento y el apetito en general. Después hare mos por planos sucesivos un estudio más detallado de las funciones humanas: el conocimiento sensible y el apetito sensible, después el conocimiento intelectual y el apetito intelectual. Por último nos re montaremos de los actos a las facultades y al alma. 36 CAPITULO III LOS FENÓMENOS FUNDAMENTALES DE LA VIDA CONSCIENTE Hemos visto que se dan dos reacciones fundamentales de un ser consciente en relación con su medio: el conocimiento y la apeti ción. Considerémoslos de un modo general (S.Th. i, 14, 1; i, 80, 1). I EL CONOCIMIENTO Frecuentemente se dice que es una noción primaria, indefinible, porque no podemos referirla a una noción más clara, pero que no necesita ser definida porque responde a una experiencia perfecta mente clara. Si un ser no está dotado de conocimiento, no se plantea la cuestión; y si un ser se plantea la cuestión, es que está dotado de conocimiento, y entonces sabe lo que es. Es verdad que la experiencia es clara y primitiva. Pero ello no dispensa de intentar definir conceptualmente el fenómeno, pues una de las tareas de la filosofía consiste en pensar los hechos. Y esto es posible porque hay muchas nociones más generales; ahora bien, una definición se hace por el género próximo y la diferencia específica. Nosotros intentaremos primero describir simplemente el fenó meno, después comprenderlo. Lo que corresponde a un doble mo vimiento: fenomenología y metafísica L 1 1. Cf. S imón, Introduction á l'ontologie du connaítre; Sertillanges, L’étre et 37 Filosofía del hombre a) Fenomenología del conocimiento. En principio, esta descripción está por encima de toda discusión; permanece en el nivel de los hechos que cada cual puede verificar por su propia experiencia. 1. El conocimiento es una actividad vital. Es una actividad. Incluso si el ser es al principio pasivo, sola mente conoce si reacciona, y el conocimiento es esta reacción. Debe mos pues excluir totalmente la idea que encontramos en Descartes y en Kant, de que algunos conocimientos son puramente pasivos. En Descartes el entendimiento es pasivo en el conocimiento de las ideas, y toda la actividad espiritual se atribuye a la voluntad. En Kant la sensibilidad es definida como la «receptividad de las impresiones», y la actividad queda reservada al entendimiento. Este modo de distinguir las facultades es defectuoso, es falso pura y sim plemente, pues todo conocimiento es una actividad. Esta actividad es espontánea. No es absolutamente espontánea, pero lo es en el sentido de que la causa exterior, por necesaria que sea, no bastaría para provocarla si el ser no fuese vivo y no reaccio nase de un modo estrictamente original. Es distinta de la acción física, que es transitiva y modifica a un paciente distinto del agente. Conocer un objeto no lo modifica en nada, es el sujeto quien se enriquece. Lo que nos lleva a decir que el conocimiento es una actividad inmanente. Este hecho constituirá una seria dificultad cuando se trate de explicar cómo es posible el conocimiento de un objeto exterior, pero es un hecho y hay que registrarlo. 2. El conocimiento es una relación entre un sujeto y un objeto. Lo que distingue al conocimiento de las demás actividades in manentes que hallamos en los seres vivientes, es que establece una relación sui generis entre dos términos correlativos que pueden lla marse en lenguaje moderno el sujeto y el objeto. ¡a c o n n a is s a n c e , en «M élanges th o m iste s» ; Rousselot, L ’é tre e t l ’e sp r it , en «R evue de P h ilo .» , 1910. 38 Fenómenos fundamentales Los dos términos son igualmente necesarios. No hay conoci miento sin sujeto que conozca, y tampoco sin un objeto que le pro voque y dé un contenido a su acto (no sentir nada es no sentir, y no pensar en nada es no pensar). En cuanto a la naturaleza de los términos, el sujeto es un ser vivo, del grado superior en el que hay conciencia. Pero esta con ciencia no es obligatoriamente reflexiva. Podemos, pues, decir que el sujeto es un yo, incluso si no es capaz de decir: «yo», lo que supondría que reflexionase sobre sí mismo. Por oposición, el objeto puede definirse como no-yo, algo distinto que mi propia subjetividad (la mesa que veo, el triángulo que pienso, no son yo). ¿Cuál es la función de los dos términos? El sujeto objetiva, es decir, constituye el objeto, apunta hacia él, se lo hace presente. El término «objetivación» no implica en modo alguno el idealismo, pues la cosa puede existir «en sí», independientemente del acto de conocimiento; pero sólo se convierte en objeto (de conocimiento) en el momento en que un sujeto apunta hacia ella. Por su parte, el ob jeto especifica el conocimiento, es decir, hace que sea uno u otro, dándole un contenido. 3. El conocimiento es una unión intencional2. Es una síntesis, cierta unión del objeto y el sujeto. Pero esta unión es radicalmente distinta de la síntesis física o química, en la que cada elemento pierde su naturaleza propia y se funde en un todo que tiene una naturaleza, unas propiedades y unas acciones nuevas, diferentes de las que tenían cada uno de los elementos. En el conocimiento, el sujeto, aun permaneciendo él, capta el ob jeto como tal, como distinto, como diferente de él. Y esta captación es una asimilación, el sujeto se hace presente, el objeto se convierte en él. Es lo que expresa la fórmula: cognoscere est fieri aliud in quantum aliud. El sujeto no se hace otro, pero se convierte en el otro. Esta fórmula no es de santo Tomás; es de uno de sus comenta ristas, Juan de Santo Tomás (Cursus Philo. De Anima iv, 1). Se ha 2. C f. Simonin, L a N o t io n d ’in te n t io n d a n s V o e u v re d e S t . T h o m a s , «R evue des Sciences p h ilo . e t theo.= 1930; H ayen, L ’in te n t io n n e l s e lo n S t . T h o m a s . 39 Filosofía del hombre hecho clásica en la escuela tomista 3. Pero hay que advertir que solamente es verdadera para el conocimiento directo que el hombre tiene del mundo. Cuando estudiemos el conocimiento reflejo que el espíritu tiene de sí mismo, habrá que modificar muchos puntos en la descripción precedente. Y con mayor razón cuando, en teología natural, se intenta definir la ciencia divina, hay que modificar pro fundamente las fórmulas. b) Metafísica del conocimiento. La presencia, la inmanencia del objeto al sujeto, es el misterio mismo del conocimiento. La cuestión que se plantea respecto de ella es la siguiente: ¿Cómoes posible? Es la misma cuestión que plan teaba Kant respecto al conocimiento matemático y del conocimiento físico. Es 'normal e inevitable, pero debe ser generalizada y versar sobre el conocimiento como tal. ¿Cómo el conocimiento, en general, es posible? Se buscan, pues, los principios o las condiciones de po sibilidad del hecho. 1. Hay ante todo una condición lejana. Se requiere entre los dos términos una cierta proporción, cierto «parentesco», como decía Platón, o una comunidad. Requiritur aliqua proporíio obiecti ad po- tentiam, dice santo Tomás (S.Th. i, 88, 1 ad 3). Pues, si no hubie se nada común entre el objeto y la facultad, todo contacto, toda asimilación serían imposibles. Desde este punto de vista, el caso más sencillo de comprender es cuando el objeto y el sujeto son idénticos en cuanto al ser. Es lo que ocurre en la conciencia refleja. Hay entonces una presencia real del objeto en el sujeto que preexiste al conocimiento. Es el conoci miento por identidad o per praesentiam (S.Th. I, 56, 3). 2. Pero hablamos aquí del conocimiento del mundo y admiti mos que el objeto existe «en sí», «fuera» del sujeto, es decir, inde pendientemente de él. Ahora bien, en el conocimiento, el objeto no 3. C f. Makitain, R é f le x io n s s u r i in íe l l ig a n c e . 40 Fenómenos fundamentales va realmente, físicamente dentro del sujeto: la piedra no entra en el ojo que la ve; y, si entrase, lo destrozaría y ya no podría verla. Así, pues, el conocimiento sólo es posible gracias a una imagen impresa en el sujeto por acción del objeto. Es el conocimiento por semejanza o per speciem. Santo Tomás escribe- Requiritur ad cog- noscendum ut sit similitudo reí cognitae in re cognoscente (S.Th . i, 88, 1 ad 2); o también: Ornnis cognitio fit per hoc quod cogniíum est aliquo modo in cognoscente, scilicet secundum similitudinem {De Anima n , 12; n.° 377). 3. Sobre esta imagen o semejanza, llamada species impressa, se concentra la cuestión. ¿Cómo hace posible el conocimiento? Depende de dos factores. Por una parte, procede de la acción del objeto. Es lo que hace que sea objetiva, pues la acción depende del ser y lo expresa: operare sequitur esse, omne agens agit simile sibi. Por otra parte, depende también de la naturaleza del sujeto que la recibe y de sus disposiciones, en virtud del principio: quid- quid recipitur, ad modum recipientis recipitur, lo que aquí da: cog- niturn est in cognoscente ad modum cognoscentis. El conocimiento implica, pues, una doble relatividad, y el «prin cipio de relatividad» sólo engendra una teoría «relativista» del co nocimiento cuando se aplica a medias. Pues no puede negarse que el conocimiento sea relativo al sujeto, lo que, para el conocimiento humano entraña una buena dosis de «relatividad». Pero el relati vismo no tiene en cuenta la relatividad del conocimiento respecto del objeto, que también le es esencial. Hay, pues, una diferencia constante entre las dos relatividades, y son posibles todos los grados entre la subjetividad absoluta y la objetividad absoluta, que son límites inaccesibles. Expresaríamos mejor la situación, según creemos, diciendo que el conocimiento humano capta algún aspecto de las cosas. Partien do de ahí puede señalarse a voluntad el límite del conocimiento: solamente alcanza a un aspecto de la realidad, o su valor objetivo y realista: alcanza la realidad bajo alguno de sus aspectos. 4. Es importante subrayar que el acto directo del conocimiento no versa sobre la imagen, sino sobre el objeto. En términos técni- 41 Filosofía del hombre eos, se dirá: la species no es id quod cognoscitur, sino id quo obiectum cognoscitur. Y en efecto, lo que conocemos es el objeto; la species solamente la conocemos por reflexión. Su misión no es detener la mirada, sino dirigir la mirada hacia el objeto. Dicho de otro modo, no son nuestras representaciones las que conocemos pri mero, nuestras impresiones sensibles o nuestros conceptos, sino las cosas, por medio de impresiones y de conceptos. Este punto es im portante, pues si la species inmanente fuese el objeto conocido, no tendríamos ningún medio de llegar a las cosas ni de estar seguros de la verdad de nuestras ideas, pues no podríamos nunca comparar las con el original del que se considera que son copia, sino sola mente unas con otras. 5. En fin, el conocimiento supone la inmaterialidad. Esta idea nos lleva de nuevo a nuestro punto de partida, pero esta vez desde un punto de vista metafísico. Pues si el conocimiento es un acto in manente, es inmaterial. Supone, pues, la inmaterialidad de sus dos términos. Una cosa sólo es cognoscible en razón de su forma, prin cipio distinto de la materia. Conociendo su forma, se conoce su na turaleza, porque es su forma la que la especifica y le confiere su naturaleza y sus actividades. Y por otra parte, un ser solamente es capaz de conocer en la medida en que es inmaterial, por lo tanto también en razón de su forma. Pero ha de haber una condición su plementaria: que su forma no esté completamente «metida» en la materia, es decir, que no esté enteramente absorbida por su función de animación, sino que quede «abierta», capaz de recibir en ella otras formas sin resultar alterada. Es esta apertura lo que distingue a los seres dotados de conocimiento de los que no lo están: Cog- noscentia a non cognoscentibus in hoc distinguuntur, quia non cognoscentia nihil habent nisi formam suam propriam, sed cognos- cens natum est habere formam etiam alterius rei (S.Th. i, 14, 1; I, 80, 1). Habrá, pues, tantos grados de conocimiento como grados de in materialidad, tanto en el objeto como en el sujeto. Un ser es tanto más cognoscible cuanto más puro e inmaterial es, y un ser es tanto más cognoscente cuanto más inmaterial es también. No obs 42 Fenómenos fundamentales tante, los dos planos no se corresponden, pues lo que es más cognos cible en sí puede no ser lo más cognoscible para nosotros. De hecho, la experiencia solamente nos presenta dos grados de conocimiento: el conocimiento sensible y el conocimiento intelec tual. El primero tiene un objeto concreto, singular, material; su suje to, el sentido, sin reducirse a un órgano, está no obstante intrínseca mente unido al funcionamiento del organismo. El otro tiene un objeto desmaterializado, abstracto: la esencia. Su sujeto es espiri tual, aunque dependiente extrínsecamente del cuerpo. II EL APETITO 1. Definición. La noción general es muy simple: el término «apetito» expresa inclinación, tendencia, amor. Appetere nihil aliud est quam aliquid petere, quasi tendere ad aliquid ad ipsum ordinatum {De Veritate, 22, 1). Precisemos algo más. Hay que notar ante todo que las nociones de apetito y de bien son correlativas. No se puede definir el bien de otro modo que como el término de un apetito, ni definir el apetito de otro modo que como una tendencia hacia un bien. Esto ya nos permite tomar po sición respecto de la «filosofía de los valores», que actualmente está de moda. En efecto, hay un relativismo esencial al valor, en el sentido de que los bienes y los males no pueden definirse más que con relación a las tendencias, y en definitiva con relación a los seres que tienen las tendencias. Hay una especie de axioma en la filosofía aristotéli ca: talis unusquisque est, talis finís videtur ei, según las disposicio nes de cada cual, la misma cosa podrá ser apreciada de un modo muy distinto, juzgada buena o mala, juzgada más o menos buena o más o menos mala. Pero el principio de relatividad, aquí como en todas partes, no da nacimiento a una doctrina «relativista» más que 43 Filosofía del hombre si solamente se aplica a medias. Pues si el bien es relativo al ape tito, inversamente el apetito es relativo a un objeto, el cual debe poseer una perfección capaz de satisfacer el apetito, una cualidad real que lo haga amable y sobre la que nuestras disposiciones, nues tros deseos, nuestra libertad no tiene influencia. Cualesquiera que seannuestros deseos, por ejemplo, no podemos hacer que un gui jarro sea bueno de comer ni atribuirle un valor nutritivo. Con ello se discierne lo que hay de verdadero y de falso en la tesis de Polin, La créaíiort des valeurs, que no hace más que desarrollar escolásti camente el principio expuesto por Srrtre en L ’Etre et le néant: «La libertad es el fundamento de los valores.» Esto es cierto en deter minada medida, pero no lo es absolutamente. Por otra parte, el apetito es realista e incluso extático: versa sobre el bien «en sí», real, tal como es concretamente. No se satis face con bienes imaginarios o puramente ideales. Santo Tomás opo ne el conocimiento y el apetito del modo siguiente: Actas cognos- citivae virtutis est secundum quod cognitum est in cognoscente. Actus autem virtutis appetitivae est ordinatus ad res secundum quod sunt in seipsis (S.Th . i, 19, 6; cf. i, 16, 1; De Veritate, 2. 1). Esta idea necesitaría desarrollos delicados e importantes. Pues el conocimiento también es realista e incluso extático; sólo que él no versa nunca más que sobre un aspecto de las cosas, las alcanza en la medida en que se hacen presentes e inmanentes al sujeto por medio de una species impressa. Mientras que el apetito se dirige a las cosas mismas, prout sunt extra animam. Existe, pues, una diferencia evidente. Pero no debemos llevarla demasiado lejos. Así, G. Marcel pretende que, en las relaciones humanas, el conoci miento. siendo por naturaleza «objetivo», reduce a otro al estado de objeto, por lo tanto al nivel de las cosas, mientras que el amor establece una comunión intersubjetiva, es decir, capta al otro como sujeto. Pero el apetito, como el conocimiento, tiene necesariamente un objeto: si yo amo a alguien, éste se convierte, por este mismo hecho, en objeto de mi amor, del mismo modo que si lo conozco se convierte en objeto de mi conocimiento. En ambos casos, el sujeto se trasciende y alcanza su objeto tal como es, aunque bajo formali dades diferentes. 44 Fenómenos fundamentales Por otra parte, el apetito puede ser él mismo la fuente de un co nocimiento original que se llama conocimiento por connaturaiidad. En efecto, un objeto puede ser conocido por la simple conciencia de la tendencia que nos lleva hacia él. Así en el plano sensible el ham bre define, de un modo confuso pero muy concreto, los alimentos. En el plano moral sobre todo, una virtud como la justicia o la cas tidad ilumina al hombre sobre lo que es conforme o contrario al bien que ama, y lo ilumina mejor que podría hacerlo la ciencia moral (S.Th. i, 1, 6 ad 3; ii-ii , 45, 2). Y más ampliamente, la pru dencia, que es la aptitud para juzgar bien en el dominio práctico, el juicio recto en lo que concierne a los actos que deben hacerse o que no deben hacerse, la prudencia depende de la rectitud de la volun tad (i-i i , 57, 4; i-i i , 65, 1 y 2). Finalmente, hay que notar que el conocimiento es propio de los vivientes superiores, mientras que el apetito se encuentra en todo ser, incluso en los cuerpos brutos. Toma diversas formas según que se despierte espontáneamente, con independencia de todo conocimien to, porque es innato en la naturaleza del ser, o sea, por el contra rio, despertado por un conocimiento y resulte de él. En el primer caso se llama natural, en el segundo ilícito. Un apetito natural puede hacerse consciente, en el hombre por ejemplo; no deja por ello de ser natural, no se ha convertido en apetito ilícito. En el plano sensible podríamos reservar el nombre de necesidad a un apetito así natural y consciente, por oposición al deseo, apetito ilícito despertado por la percepción de un bien. De hecho, las dos formas a menudo se interfieren; tengo hambre, y ex perimento la necesidad de un alimento cualquiera; después al per cibir un pastel lo deseo. Cuando la libertad entra en juego, las cosas se complican aún más, pues entonces se puede, ya sea ratificar un apetito natural, ya sea mortificarlo, o incluso contradecirlo eligiendo como fin un objeto que es contrario a la naturaleza del hombre. 2 . E l a p e t i t o n a t u r a l . En todo ser, incluso no dotado de conocimiento, existen tenden cias que se dirigen a ciertos bienes o fines; estas tendencias derivan 45 Filosofía del hombre no del conocimiento, sino de la naturaleza del ser. Es ésta una tesis muy firme que puede demostrarse de dos modos, en el fondo muy próximos, invocando el principio de causalidad o el de finalidad. Son unos principios primeros no susceptibles de demostración, pero que no la necesitan porque son «conocidos por sí mismos»; es decir, su verdad aparece con la única condición de que se comprendan sus términos. El principio de causalidad puede expresarse de diversas mane ras. Nosotros lo tomaremos bajo la forma: operari sequitur esse: la acción sigue al ser, todo ser es principio de acción, todo ser tiende a actuar. Tiende a actuar por la acción en sí misma, sin que obten ga de ella ningún beneficio, como es el caso de los cuerpos brutos cuya actividad es transitiva. Tiende también a actuar para adquirir una perfección, y éste es el caso de los cuerpos vivientes cuya acti vidad es inmanente. Pero en ambos casos, el ser tiende hacia un bien, la acción o el objeto, que es definido por su naturaleza misma. Tiene una inclinación natural a la acción. El principio de finalidad nos da una prueba aún más directa. Su fórmula es: omne agens agit propter finem. Si se admite esto, ya está establecida la tesis, pues el principio significa que el ser está orientado hacia un fin, que tiende a él por sí mismo si se le deja a sí mismo, porque actúa siempre de la misma manera. Es su acti vidad natural. Se opone a la acción violenta, o violentada, que se le impone desde fuera por una fuerza superior, contra su naturaleza y su inclinación natural. Esta distinción cobra toda su importancia en el caso de los actos humanos, pues la primera condición para que sean responsables es que emanen de la voluntad y no sean violen tados. 3. Origen de los apetitos naturales. Los apetitos naturales son innatos, inscritos de algún modo en la naturaleza misma del ser. Pero puede buscarse su principio. Ahora bien, hay dos, uno lejano y el otro próximo. El principio lejano de los apetitos naturales es el creador de la naturaleza. La existencia de estos apetitos proporciona una base só 46 Fenómenos fundamentales lida para una prueba de la existencia de Dios: es la quinta vía de santo Tomás. Se apoya sobre el orden del mundo. Pero el orden no debe entenderse en un sentido vago y superficial, el orden aparente del conjunto del universo. Debe entenderse en un sentido metafísico, como orientación de todo ser hacia su bien. Ahora bien, la razón última de esta orientación no puede ser más que una inteligencia creadora de la naturaleza de cada ser. Pues, por una parte, la orien tación no está sobreañadida a una naturaleza amorfa que existiese antes, sino que está inscrita en la naturaleza desde su origen. Y para ello se requiere una inteligencia, porque el fin no existe aún, debe ser concebido para que puedan ser adaptados los medios aptos para realizarlo. La adaptación de medios con vistas a la realización de un fin es característica de la inteligencia. Ahora, si consideramos el ser que está orientado, podemos pre guntarnos de dónde derivan sus apetitos. Lo que constituye al ser en su naturaleza es su forma, porque es ella la que especifica la ma teria de modo que sea un cuerpo y no otro. Podemos, pues, enun ciar el principio: quamlibet formam sequitur inclinatio, un apetito deriva de una forma. 4 4. Valor de los apetitos naturales. El apetito natural, como todo apetito, se dirige hacia el bien en sí. Pero además, siendo ciego, no puede equivocarse ni desviarse; es necesariamente recto; este privilegio deriva de que es natural. Enun ciaremos, pues, el principio: desiderium naturae nequit esse inane, un deseo natural no puede ser vano. Hay aquí un núcleo de ideas de candente
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