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Neurocoaching_ Entre la ciencia y la vida - Silvia Escribano Cuerva

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Índice
Portada
Dedicatoria
Prólogo
Bienvenida
I. Historias con alma
II. Diálogos con la ciencia
III. Reflexiones desde la conciencia
IV. Ciencia y espiritualidad
Epílogo
Sugerencias bibliográficas de Silvia Escribano
Sugerencias bibliográficas de Fernando de Castro
Sugerencias bibliográficas de Guglielmo Foffani
Agradecimientos
Notas
Créditos
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Este libro se ha escrito para ti. Para todos aquellos que quieren vivir una vida mucho
más auténtica.
Estás a punto de empezar a leer. Relájate. Concéntrate en tu interior. Permite que un
nuevo mundo se descubra ante ti.
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PRÓLOGO
La física mecanicista de Isaac Newton nos hablaba de un mundo formado por partes
independientes y que, interactuando unas con otras, daban lugar a esa realidad que
nosotros los seres humanos, al menos y aunque sea parcialmente, podíamos llegar a
captar. Después de la física mecanicista, aparece la física cuántica que se adentra con
curiosidad en el mundo subatómico. A partir de aquí los físicos teóricos cambian nuestro
paradigma, nuestra forma de ver las cosas. Son ellos los que nos explican que en el
mundo real, por más que nuestros sentidos sólo capten la separación, todo está sutil y
profundamente conectado. Fue Albert Einstein, uno de estos físicos que estudiaron la
«realidad velada», quien sostenía que la clave de todo avance no estaba en encontrar
respuestas para nuestras viejas preguntas, sino en hacernos preguntas que no nos
habíamos hecho antes.
Como si la naturaleza de la realidad no tuviera ya desde el punto de vista de la física
suficiente complejidad, aparecen neurofilósofos de la talla de David Chalmers que
sostienen que nuestro universo es un universo consciente. El debate de si la consciencia
surge exclusivamente del funcionamiento del cerebro o si hay más elementos
involucrados no suele dejarnos indiferentes. ¿Es posible que todo lo que experimentamos
los seres humanos pueda surgir sólo de la materia? ¿Puede por el contrario existir un
universo más allá de la materia y que sea pura consciencia? Los dogmatismos son
peligrosos porque no invitan a la búsqueda, sino a asumir ciertas posturas como la única
verdad incuestionable. Por eso libros como el de Silvia Escribano son tan bien recibidos,
porque lejos de intentar convencer, sólo quieren compartir y ayudar a reflexionar. Al final
de su lectura, van a quedar en nuestra mente muchas fascinantes preguntas y sin duda
también algunas valiosas respuestas. Como bien señala la autora, ciertas preguntas
pueden tener mucho más alcance en nuestra vida que muchas respuestas. Se trata de
preguntas que, cuando dejamos que nos interpelen, nos abren el camino a nuevos
mundos de posibilidad.
Conectar el coaching con el cerebro y con la consciencia es un ejercicio que por no
ser fácil, lo encuentro valiente además de profundamente necesario.
Neurocoaching es la propuesta que Silvia, una mujer enamorada del coaching y de
las personas, nos hace con la ilusión de que ampliemos la manera en la que nos vemos a
nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea. Animo pues al posible lector a
embarcarse en su lectura y que lo haga como si fuera un audaz explorador que se adentra
en una tierra nueva. Tengo la ilusión de que con ello entrará en su propio viaje de
autodescubrimiento y crecimiento personal.
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Dr. MARIO ALONSO PUIG
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BIENVENIDA
A lo largo de mi vida me he hecho muchas preguntas. Preguntas distintas o similares,
según el momento. Preguntas que me han hecho avanzar. Otras que es probable que me
hayan hecho retroceder. Unas que me han ayudado a construir relaciones y avanzar en
comunidad y otras que me han acercado a mi silencio. Ahora sé que las preguntas son
uno de los fundamentos de mi vida. De lo que hoy he decidido ser. Creo que me han
educado así, desde y para las preguntas. Hoy creo que saber preguntar es una de
nuestras funciones más importantes como seres humanos. De ahí que me decidiera a
integrar el coaching en mi vida.
Siento la necesidad de compartir con vosotros mis cuestionamientos. Mis aprendizajes.
Lo que me ha traído hasta aquí. Vosotros elegiréis aquello que os sirve en este momento
y lo que no.
Siempre que nos hacemos una pregunta, o se la hacemos a otro, estamos dejando que se
abra un espacio distinto. Un espacio que influye en la reflexión, en la emoción y, por qué
no, en el actuar. Quiero invitar al lector a que piense sobre sus preguntas, igual que lo
hago yo cada día. Sobre las que se hace a sí mismo. Las que no se hace, pero le generan
cierta curiosidad cuando las escucha en otros. Sobre las que no se ha hecho nunca, pero
le gustaría hacerse. Sobre aquellas que conoce sobradamente la respuesta, pero busca
sorprenderse con ellas una y otra vez. Sobre aquellas que se quedan sin respuesta,
esperando que la vida ayude a responder. Empecemos por aquí.
¿Recuerdas cuándo fue la última vez que te hiciste una «buena pregunta»? Quizá en este
momento la cuestión que te invade es ¿y cómo saber que estoy ante una gran pregunta?
Quizá porque todavía hoy la recuerdas. Quizá porque haya una sensación corporal muy
concreta que la acompañó. Porque tu estado de ánimo cambió. Porque tomaste una
decisión importante para ti o para otros. Porque te ayudó a identificar una fortaleza o un
punto ciego. Te ayudó a comprender. O quizá por algo totalmente diferente. Lo cierto es
que sigue presente en tu vida.
Quiero compartir mis aprendizajes con todos aquellos que se hacen preguntas. También
con los que no se las hacen o se hacen siempre las mismas. Quiero invitaros a disfrutar
de la magia de las preguntas sin respuesta. Quiero acercarme a los que buscan respuestas
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y no se conforman con las ya conocidas. Pretendo invitaros a que miréis vuestra vida
cada día y sigáis eligiendo avanzar a pesar de los obstáculos.
Este libro pretende dar alguna respuesta a todas esas preguntas. Respuestas desde la
ciencia. También pretende animarte a que sigas cuestionándote muchas cosas. No hace
falta que te lo cuestiones todo. Decide por dónde quieres empezar. Yo compartiré algunas
cuestiones que a mí me acompañan y tú decidirás si son o no interesantes para ti. Quizá
te inspiren. O quizá no. Sea cual sea la respuesta, estará bien.
Como intuyes, este libro es mucho más que un proyecto profesional. Nace de la
inquietud por demostrar empíricamente sucesos que he ido observando a lo largo de mi
vida. Como persona y también como coach. También para evidenciar que la ciencia no
tiene todas las respuestas. Y lo que es mejor, no tiene por qué tenerlas. He aprendido a
utilizar la ciencia como un apoyo para la vida. Confío en lo empírico. Y estoy abierta a lo
no empírico. Ahora sé que la ciencia tiene aportaciones muy relevantes, tanto para
ayudarnos a entender el comportamiento humano como para desarrollar nuevas formas
de ser y hacer. La ciencia da sustento a la vida. A la consciente y también a la
inconsciente.
Hace poco tenía en mis manos el libro En busca de Spinoza, de Antonio Damasio —
conocido neurólogo e investigador, además de excelente escritor—. Lleva muchos años
investigando la relación entre sentimientos, emociones y decisiones, y sus planteamientos
son rigurosos y documentados. Me quedé atrapada con la primera frase: «Los
sentimientos de dolor o placer, o de alguna cualidad intermedia son los cimientos de
nuestra mente». Me atrajo tal afirmación y me animé a seguir leyendo:
La emoción y las reacciones relacionadas están alineadas con el cuerpo;los sentimientos, con la mente. La
investigación de la manera en que los pensamientos desencadenan emociones, y en que las emociones
corporales se transforman en el tipo de pensamiento que denominamos sentimientos o sensaciones,
proporciona un panorama privilegiado de la mente y el cuerpo, las manifestaciones evidentemente dispares de
un organismo humano, único y entrelazado de forma inconsútil.
Según avanzaba en la lectura, se me ocurrió que quizá a muchos de vosotros, al igual que
a mí, os gustaría saber cómo influyen las emociones en la toma de decisiones. O si el
verdadero origen de nuestras respuestas emocionales está en nuestro interior y no en lo
que ocurre en el exterior. Y qué papel desempeña el cuerpo en todo esto.
Entonces..., ¿cuál podría ser el aprendizaje? Saber que no hay separación entre mente,
sentimientos, emociones y cuerpo. Por eso comúnmente decimos que sentimos con el
corazón. Mi corazón, y en general mi cuerpo, no me va a recordar permanentemente
experiencias pasadas, sino que va a guiarme hacia una percepción más exacta de la
realidad. Más objetiva quizá. En las decisiones que tomo cada día pesa más el corazón
que la razón. O, dicho de otra manera, son las emociones las que intervienen en primer
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lugar cuando tomo una decisión. Cuanto más utilice mi inteligencia emocional, todo mi
interior funcionará de una forma más armónica. Entonces, ¿cómo puedo activar esta
inteligencia que parece superior? A través de pensamientos y emociones positivas. Y
prestando conciencia a lo que me dice el cuerpo. Cultivarlo, depende de mí.
Éstos y otros muchos aprendizajes son los que iré compartiendo a lo largo de esta obra.
Ojalá sean de tu interés. Siento que detrás de la ciencia hay muchas explicaciones para la
vida. También sé que el lenguaje científico es complejo y está alejado de cualquier
ciudadano medio. Como yo. Esta enorme distancia nos hace perder una información
poderosísima que muchos necesitamos para seguir avanzando en la vida. Por eso me he
propuesto acercar la ciencia a la vida cotidiana. Y la vida cotidiana a la ciencia. No sé si
suena muy humilde o no, lo cierto es que voy a intentarlo.
Voy a esforzarme en combinar el rigor científico con un lenguaje accesible para todos.
Uno de mis grandes objetivos es que el conocimiento y la sabiduría de mis compañeros
de viaje lleguen a cualquier rincón del mundo. Insisto, que sea un libro de todos y para
todos. Fácil y claro.
Hoy mi propósito no es escribir como lo haría una mujer de ciencia. No lo soy.
Aunque sí presumo de rodearme de personas y profesionales maravillosos que me
complementan. Y me ayudan a completarme. Tampoco estoy aquí como una coach en
busca de respuestas. Hoy la que escribe es una mujer que se ha cuestionado múltiples
cosas en su vida. Y sigue cuestionándoselas. Que necesita saber. Que busca respuestas.
Que necesita saber algunos «porqué» y «para qué». Que necesita aceptar que hay cosas
que «ya son», y eso está bien. Como tú.
También es interesante escuchar las respuestas que la ciencia ya tiene y ver cómo
encajan en nuestra vida. Respuestas contrastadas por especialistas en los aspectos
científicos. Os propongo mantener un diálogo con la ciencia sobre cuestiones básicas del
ser humano. Cuestionamientos de nuestro dominio mental, emocional, corporal y, por
qué no, espiritual.
El lenguaje no es inocente. Como dice el título, no hablamos de coaching, sino de la vida.
Seguiré por aquí el resto del camino. Quizá para ti algunas palabras pueden significar una
cosa y para un científico otra. Hay palabras con connotaciones muy marcadas que
pueden influir en el lector («esotéricas», «técnicas», «científicas»). Somos conscientes
del peso y la importancia de estos sutiles matices y lo tendremos en cuenta para
mencionarlo. Hablaremos de la importancia de estar presente. ¿Cómo influye si estoy
presente o no? ¿Cómo sé cuándo estoy? ¿Cuándo no estoy? ¿Por qué el subconsciente
nos juega malas pasadas? De la escucha activa. Se escucha desde todo nuestro ser,
desde el ámbito mental, emocional y corporal. Hablaremos de las neuronas espejo. De
hábitos y/o conductas aprendidas. De los circuitos del placer o del dolor.
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De creencias que nos permitan avanzar. Algunas de las creencias más frecuentes, al
menos en las personas que he conocido hasta el momento son:
• La resistencia a soñar
• A partir de los cuarenta no se puede cambiar
• Soy así
• Tengo que ser perfecto
• Tengo que agradar a todos
• Ser superwoman
• No puedo decir no
• Me comparo constantemente con otros (inferioridad, superioridad)
• Yo soy mi puesto
• Me falta tiempo
Entre muchas otras...
Este libro está dirigido a padres, madres, docentes, directivos, profesionales, jóvenes,
adultos, emprendedores. A cualquier persona, de cualquier edad, raza, sexo, que quiera
saber más y vivir una vida mucho más auténtica. La suya. No he querido escribir un libro
para coaches, aunque sea la comunidad que más partido podría sacar. Sólo quizá. Somos
nosotros los que más preguntas hacemos a otros. Estaría bien empezar por respondernos
a las preguntas que hacemos a las personas que acompañamos.
He invitado a hacer conmigo este camino a dos magníficos profesionales y mejores
personas. Sólidos hombres de ciencia. Fernando de Castro Soubriet y Guglielmo Foffani.
Fernando es médico cirujano y doctor en neurociencia. Hoy es jefe del Grupo de
Neurobiología del Desarrollo del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo y CSIC
Staff Scientist. Guglielmo es ingeniero biomédico y doctor en bioingeniería. Su perfil es el
de un joven investigador con más de diez años de trayectoria internacional en el ámbito
de las neurociencias.
Dos perfiles muy distintos. Dos visiones muy complementarias de la ciencia. Dos
enfoques. El más tradicional y conservador frente a uno más rompedor y provocador.
Estoy segura de que estarás deseando «escucharlos».
En mi experiencia como coach (doce años) he podido constatar muchas situaciones
recurrentes que acontecen en la vida de las personas. Muchas sensaciones corporales
similares que no encuentran respuesta. ¿Por qué pasan las cosas que pasan? ¿Por qué
ocurre esto? ¿Cuál es su base biológica?
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Mi inquietud y curiosidad por saber cómo funciona el ser humano me han llevado a
explorar los diferentes dominios que nos configuran: mental, emocional, corporal y
espiritual. Me gustaría que el resultado de este trabajo fuera una guía de consulta para ti.
Para cualquier persona. Un libro de cabecera que te anime a explorar otros ámbitos con
un sólido soporte científico. Un libro que te ayude a encontrar esas respuestas que te
gustaría tener. Fácil y accesible. ¿Qué ocurre en nuestro interior cuando hablamos de
conciencia, presencia, escucha activa? ¿Cómo afecta la respiración a nuestro estado
emocional? ¿Realmente nuestras creencias son tan inamovibles como creemos? ¿Qué se
necesita para cambiar de forma duradera un hábito?
En general, en Occidente estamos muy marcados por la cultura del conocimiento y nos
gusta entender lo que nos pasa. Y ahí es cuando tiene sentido el neurocoaching. Dar un
soporte científico a este aspecto más mental que nos acompaña a todos. Nutrir lo
cognitivo. Saber que hay cosas que son y seguirán siendo de una determinada manera.
Por otro lado, todas las personas tenemos unos ámbitos en los que nos encontramos
más cómodos y otros menos explorados, y así será también nuestra vida. Por lo tanto,
este libro pretende ser una invitación a explorar otros ámbitos con un sólido soporte
científico.
¿QUÉ ES EL NEUROCOACHING?
Se trata de la aplicación de la neurociencia al coaching. Está relacionado con el
funcionamiento de las neuronas. Nos ayuda a tomar conciencia de las cosas y decidir si
queremos o no cambiarlas. Está dirigido a todo tipo de personas y circunstancias. Se
intenta que la persona sepa qué significan y qué efectos tienen las palabras, pensamientos
y acciones en su conducta y su salud. Dicho de otra manera, si conseguimos tener
conciencia de nuestros pensamientos y hábitos, podremos cambiarlos. Si no, no. El
coachingno es sino un camino de aprendizaje. Extrae lo mejor de cada uno de nosotros
y promueve el descubrimiento a partir de la reflexión. «No es la respuesta la que te
ilumina, sino la pregunta.»
Por eso, trataré de hacer buenas preguntas o, al menos, preguntas que me acerquen
a ti.
He estructurado el libro en cuatro apartados que coinciden con los cuatro capítulos del
libro. Cada uno será conducido de forma distinta. Actores con estilos diferentes. Ésta es
parte de su magia. Nada es igual que lo anterior. Aunque suma. En cada capítulo
encontrarás lugares en los que pararte. Tú decides.
Haremos cuatro paradas:
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• I. Historias con alma. Relatos breves basados en distintas experiencias
personales. Situaciones que permiten ilustrar las diferentes creencias limitantes
que operan en la vida de las personas. Creencias relativas al ser, al campo
emocional, a la corporalidad, a la posibilidad. Experiencias que pueden ser de
utilidad a otros que os encontréis en situaciones similares.
• II. Diálogos con la ciencia. Un científico dará respuesta a unas veinte
preguntas que le iré formulando sobre distintas cuestiones acerca de la vida.
Preguntas sobre la ubicación física del optimismo y el pesimismo en nuestro
cerebro. Beneficios de la respiración consciente. Sobre el cambio de hábitos o
la instauración de hábitos nuevos. Cuestiones que sin duda nos dejarán con
ganas de más.
• III. Reflexiones desde la conciencia. Gran parte de la vida se basa en prestar
atención y tomar conciencia. Es la premisa básica para poder realizar cualquier
cambio. Será una reflexión fresca y sin duda provocadora de un hombre de
ciencia. ¿Crees que la conciencia se refleja en nuestra biología? Trataremos
temas como la intuición, la presencia, el aquí y el ahora, el movimiento activo,
pasivo y la visualización.
• IV. Ciencia y espiritualidad. El hombre es un ser de la naturaleza, pero al
mismo tiempo la trasciende. Su dimensión espiritual es lo que le distingue del
resto de los seres naturales. La espiritualidad implica aceptar la vida y su
complejidad. Va mucho más allá de desear un mundo en paz y sin problemas.
Implica Amor con mayúsculas. Visión global. Plenitud. No hay un camino
único para acceder a esta dimensión. Los tres coautores aportaremos matices
distintos acerca de esta dimensión. ¿Qué relación tiene la ciencia con la
espiritualidad? ¿Qué distingue lo religioso de lo espiritual? ¿Cuál es su relación
con el silencio?
No hace falta que sigas un orden. Lo único indispensable es que te apasiones con su
lectura. Trata de identificarte con las preguntas y respuestas. Hazlas tuyas. Tú eliges por
dónde empiezas hoy y dónde terminas. Qué te interesa y qué no. Permíteme que te
sugiera algo. No lo leas de corrido. Antes de cerrar el libro cada día, hazte una pregunta:
¿cómo añade esto sentido a mi vida?
Comencemos.
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I. HISTORIAS CON ALMA
He descubierto que soy un alma viajera en busca de sentido. La unión de corazón, mente
y cuerpo hacia algo mucho más grande. Dicho así, no sé si es o no un buen comienzo.
Sólo sé que durante mucho tiempo he tenido la sensación de que mi vida era algo así
como una yincana en la que cada uno de estos dominios caminaba hacia lugares distintos.
Algo así.
Un día decidí comenzar a indagar en un territorio todavía poco explorado por mí: mi
interior. Elegí pararme, escucharme, preguntarme; y desde entonces, hace ya bastantes
años, no he dejado de viajar a ese lugar.
En más de una ocasión me habréis escuchado hablar de lo que para mí supone el
coaching. Es mi forma de vida. Mi filosofía. Una actitud. Es tomar conciencia y
responsabilidad de mí misma para seguir creciendo cada día. Como persona y como
profesional. He observado cómo cada día crece la necesidad de coaching, el número de
personas con necesidad de coaching. Y cómo cada vez se necesita un coaching con
mayor profundidad, pero también con mayor amplitud.
Creo que el coaching llegará hasta donde llegue el crecimiento personal de cada uno
de los coaches que cada día acompañamos a otros. Y creo que hay valores
fundamentales como la ética, la honestidad, la humildad, la confianza y la generosidad
que siempre deben formar parte del baúl de un coach. Eso no se aprende en los libros.
Ahora sé que he nacido para viajar y para acompañar a otros en su viaje. Ahora sé
que no puedo dejar de mirar hacia mi interior y centrar la atención en lo que quiero crear.
Durante todos estos años, he acompañado a varios cientos de personas. He vivido
momentos inolvidables. Tras cada proceso de coaching, las personas se vuelven aún más
brillantes, más conocedoras de sí mismas, más conectadas con sus valores y con su
misión en la vida.
En este tiempo he aprendido que las personas somos lo que queremos ser. Tengo la
suerte de poder comprobarlo cada día. Podemos cambiar, crecer, aprender, evolucionar.
Las personas somos nuestras creencias. A veces ni siquiera somos conscientes de que las
tenemos. En algún momento de nuestra vida se quedaron pinzadas en nuestra alma, en
nuestro cuerpo o en nuestra mente. Porque nos las legaron o porque algún suceso —
importante o insignificante— las construyó. Somos nuestras creencias, pero tenemos la
suerte y el poder de pararnos, descubrirlas, borrar de la pizarra las que ya no nos sirven,
las que nos limitan, y crear otras nuevas que hagan posible nuestro crecimiento, nuestra
felicidad. Porque si creemos que algo es posible, así será.
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En este tiempo he podido observar con detalle la expresión de las personas a las que
acompaño. He intuido alguna de esas creencias en sus rostros, sus gestos, sus posturas.
He compartido miradas cómplices, manos temblorosas, y he presenciado pisadas
inciertas. Pero siempre avanzando. He visto la diversidad de pensamientos y de
posibilidades; y he acompañado montañas de emociones.
He sido testigo de conversaciones de todo tipo. Más racionales y más emocionales.
Inteligentes, rigurosas, generosas. Más inquietantes y más tranquilizadoras. Más cerradas
y más abiertas. Conversaciones de todos los colores del arcoíris.
Y todas comenzaron por donde siempre comienza todo: por la escucha. Ésa es la
clave. No mis preguntas, sino la atención y la escucha. Con respeto y admiración. Con
humildad. Con «irreverencia gentil». Ésas son para mí las llaves maestras del coaching,
capaces de abrir la puerta de cualquier alma que desee ser abierta.
Gran parte de mi trabajo, si no todo, consiste en escuchar. Lo que se dice y lo que
no se dice. Quiero presentarte a algunas de las personas a las que he tenido la suerte de
acompañar, y de las que he aprendido tanto. Cada una de ellas ha elegido mirar hacia
dentro para descubrir creencias que les impedían avanzar. Que les generaban emociones
negativas, como el miedo, e incluso les perjudicaban físicamente. Y cada una de ellas
tomó conciencia de manera diferente: a través del diálogo, de la razón, de la respiración,
de la corporalidad, de la apertura emocional, ¡incluso del baile!
Seguro que te sentirás identificado con alguno de ellos. ¿Quién no ha sentido alguna
vez vértigo ante una responsabilidad, inseguridad, miedo a mostrarse o a que le hagan
daño, inercia o falta de dirección?
En las sesiones he podido observar cómo la mente, la emoción y el cuerpo han
trabajado en equipo; y cada uno de los caminos que fuimos tomando nos llevó a la
escucha, a la reconciliación y a la transformación. Algunos de ellos incluso abandonaron
objetivos que creían propios y descubrieron nuevas posibilidades. Se redescubrieron.
Os presento...
LA FOBIA A HABLAR EN PÚBLICO DE CECILIA
Cecilia es médica. Neuróloga. Estatura media y cabello moreno y largo. Siempre con una
sonrisa en los labios. Ha trabajado en varios hospitales y centros privados. Se define
como una «fiel defensora del ser humano». Dice que en la vida se mueve por ilusión. Su
auténtica pasión: los retos y su familia.
Cecilia nunca se imaginó que acabaría trabajando en una gran empresa. Hoy ocupa
el cargo de gerente en un importante laboratorio farmacéutico. Lidera un equipo de 14
personas y viaja con frecuenciaal extranjero. Cecilia es inteligente, comunicativa y muy
extrovertida.
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Su jefe decidió que era la candidata perfecta para asistir como ponente a los
congresos médicos de su especialidad representando al laboratorio. Un lujo reservado a
muy pocos... Pero Cecilia acudió nerviosa, muy nerviosa, a la sesión. Me confesó que
tenía fobia a hablar en público; y cuando me lo contaba notaba su ritmo cardíaco
acelerado, su respiración alterada y su sudor frío. Me miraba fijamente en busca de
alguna respuesta.
«¿A qué temes, Cecilia?», le pregunté. «Silvia, sé que no estoy preparada. No soy
buena hablando en público. Mi tono de voz es bajo y bastante monótono. En estos
congresos todos los ponentes son infinitamente mejores que yo. Tengo miedo a no estar
a la altura.»
Os suena, ¿verdad? ¿Cuántas veces nos hemos visto inmersos en una situación
parecida?
Toda la sesión fue una pura descarga emocional. Cecilia necesitaba soltar todo lo
que tenía dentro y estaba comprimiendo su cuerpo. Decidió que quería intentarlo. Le
propuse revisar algunas cosas antes de seguir avanzando. «Te invito a hacer una lista con
las capacidades y aptitudes que tienes para afrontar este reto. Otra lista con las que
sientes que no tienes. ¿Has descubierto algo acerca de ti misma que te permita avanzar?»
Cecilia aseguraba que su desconfianza era real. «Entonces —le pregunté—, ¿qué te
haría falta para confiar en aquello en lo que ahora mismo no confías? ¿Puedes imaginar
una forma de avanzar que aún no hemos pensado?»
Cecilia se sentía presa del miedo. Imaginaba este terreno cargado de dificultades,
problemas y situaciones difíciles que no estaba segura de poder gestionar.
Le pedí que se situara frente a mí, de pie, y me hablara de las virtudes del fármaco
que vendía. Cecilia habló durante varios minutos. Yo estaba situada a menos de un par
de metros de distancia y me costaba escucharla. Le pedí que lo hiciera de nuevo. Nada
cambió. «¿Qué podrías hacer distinto?», pregunté. Hizo una pausa, respiró y elevó la
voz. Enseguida volvió al tono anterior.
Le pedí que nos sentáramos a compartir sensaciones. «¿Qué crees que te impide
hablar más alto?»
Cecilia reflexionó en silencio durante varios minutos, y a continuación comenzó a
llorar: «Recuerdo que cuando era niña estaba en el patio del colegio jugando con mis
amigas al escondite, cuando tropecé y me hice daño en un tobillo. Así que salí de mi
escondite para pedir ayuda y vi que me había quedado sola. Asustada, comencé a gritar,
confiando en que alguien vendría a ayudarme. Entonces, una profesora del colegio se
acercó a mí y me dijo: “Hasta que no aprendas a quejarte y pedir ayuda sin chillar nadie
acudirá en tu auxilio”. No recuerdo un tono especialmente duro en sus palabras, pero
para mí fue devastador».
En ese momento Cecilia registró que para ser querida y no ser abandonada tenía
que hablar en voz baja. Tomar conciencia de esta creencia, y del momento en que se le
«pinzó» en el subconsciente, le ayudó a ponerle cara. Poco a poco, a su ritmo, pudo
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empezar a sacar su voz del interior, donde había estado oculta durante muchos años. El
primer paso fue hacerlo cuando estaba sola. El siguiente, con su familia y amigos más
cercanos y, poco a poco, en sus relaciones laborales.
Cada día Cecilia se sentía más confiada y no dejaba de preguntar por algunas pautas
de comunicación efectiva. «Ahora sí —pensé—. Que tus ojos miren directamente a los
de tu audiencia. Habla lo suficientemente alto. Respira, no tengas prisa ni miedo a los
silencios. Habla desde el corazón. Conecta con ellos...»
Nuestra mayor fortaleza es descubrir aquello que nos limita en la consecución de
nuestros objetivos. Y como coaches, nuestra mejor recompensa. Para ella, hacer una
presentación en público no era tan importante como recuperar la confianza en sí misma.
Seguro que muchos de vosotros os habéis sentido identificados con la historia de
Cecilia. Vivimos con miedo a muchas cosas. Algunos de nuestros miedos son sensatos y
otros no. Algunos son aprendidos y otros responden a nuestro instinto de protección.
Tenemos miedo cuando nos sentimos amenazados, cuando peligra nuestra seguridad, o la
de los que amamos.
Cuando el miedo es razonable y proporcionado se convierte en una emoción muy
útil. Nos invita a protegernos y proteger lo que amamos. A partir de ahora, cuando el
miedo llame a tu puerta, te animo a que le mires y le hagas preguntas. Sí, ya sé que
suena raro; pero te permitirá conocerle, descubrir qué clase de miedo es, de dónde viene;
y si te ayuda a protegerte o te impide avanzar. Ponerle nombre al miedo nos ayuda a
sentirnos más seguros, a ponernos en acción y, con ello, a ser más libres.
Gracias, Cecilia.
EL RENACER DE PEDRO
Alto directivo de una multinacional. Cuarenta años. Casado y con dos hijos. Amante del
deporte. Amable y sonriente. Atento y cariñoso; valorado por todos... Pedro declara
encontrarse bien en ese momento. Todo está bien en su vida. Un hombre con suerte.
Su organización le ha brindado la oportunidad de realizar un proceso de coaching y,
aunque se siente equilibrado y satisfecho en lo personal y lo profesional, acude. En
realidad, lo único que puede «aportar» para la sesión es que le cuesta conciliar el sueño,
pero «no tiene mayor importancia porque se debe al estrés o al cansancio. Todo
controlado».
Tuvimos nuestra primera conversación. Le costaba marcarse un objetivo concreto.
Políticamente correcto. Dimos varias vueltas en torno al objetivo. Le hice varias veces la
misma pregunta: «¿Qué quieres conseguir en este momento, Pedro?». No hubo
respuestas. Sólo salidas creativas y huidizas hacia adelante.
Decidí seguir avanzando y dejar el objetivo para más adelante. Entonces le
pregunté: «¿Quién eres?». Tras unos segundos de silencio, y con su eterna sonrisa,
empezó a hablar de su padre durante varios minutos. Pero apareció un brillo húmedo en
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sus ojos y la voz se le quebró. Decidí pararme ahí. «De tus palabras deduzco que tu
padre fue un hombre maravilloso —le dije—. Ahora, háblame de ti. Y tú..., ¿quién
eres?» De nuevo el silencio. Los ojos se le cubrieron de lágrimas. Tras una larga pausa
brotó de su boca en un tono bajo: «No lo sé».
A partir de ese momento, Pedro miró hacia atrás y descubrió que quizá no era quien
había creído ser durante mucho tiempo. Que la vida que tenía no era producto de sus
elecciones, sino de patrones de comportamiento heredados. Que le costaba reconocer e
identificar las emociones más presentes en su vida y en la de los suyos. También aquellas
con las que se relacionaba menos. De niño, su padre le enseñó que era importante poner
a los demás por delante. «Ponles siempre tu mejor cara —decía—. Lo importante, hijo,
es tener buenas relaciones. Debes ser amable y cordial con todo el mundo.» Su padre fue
un hombre de éxito. Un importante hombre de negocios. Hijo de familia numerosa y un
buen cabeza de familia. Pedro nunca cuestionó aquella regla del éxito.
Tuvimos varios encuentros. Cada uno le sirvió para ir descubriéndose a sí mismo un
poco más. Tomó conciencia de que también tenía derecho a sentirse mal y a expresarlo.
Y vio cómo ese «clic» estaba revolucionando su vida. Descubrió que la vida es un viaje
por etapas, en el que a veces el itinerario es fácil y la vida fluye; y otras se complica, se
pone cuesta arriba, y hay que dedicarle mayor esfuerzo para llegar a la cima. Descubrió
la enorme riqueza de los paisajes emocionales de cada etapa y el derecho a vivirlos.
En la última sesión, me confesó: «Mis conversaciones contigo me han cambiado la
vida. Ya no soy el mismo. He descubierto que puedo elegir vivir mi propia vida y no la
de otro. He aprendido que una vida sin conflictos es irreal. Ahora me estoy permitiendo
sentir y expresar lo que siento; enfadarme, y que otros se enfaden conmigo. Y estoy
durmiendo mucho mejor; hasta se me ha quitado ese terrible temblor en el ojo» (esto
último no lo había mencionado jamás).
La historia de Pedro es tan especial como cotidiana. ¿Cuántas veces has decidido
continuar con la inercia de tu vida? ¿Cuántaste has parado a pensar qué es lo que de
verdad sientes y qué es lo que de verdad quieres?
Como coach, con cada experiencia me reenamoro de esta profesión. Hubo un momento
en que establecer un objetivo, tomar algún camino, parecía tarea imposible. Pero nunca
hay que dar nada por supuesto. Reformulé, pregunté con matices diferentes; y cuando
dudé, le pedí que me explicara qué intentaba transmitirme, qué me quería decir
exactamente, a qué se refería con cada frase.
Como coaches, a veces podemos sentir que nuestro acompañamiento, nuestras
preguntas, no sirven de mucho; pero no es cierto. Las preguntas siempre abren puertas a
nuevas posibilidades, y aunque no sean respondidas en el momento, aunque los
resultados no sean inmediatos, invitan al coachee a establecer un diálogo consigo mismo.
17
Pedro necesitó su tiempo para atravesar el umbral de sus emociones. Con él tuve
más presente que nunca que la clave es acompañar y escuchar; respetar el tiempo, la
velocidad, y, sobre todo, a la persona que acompañamos. Estar a su lado, atenta, sin
suposiciones.
Gracias, Pedro.
EL MIEDO DE MARÍA JOSÉ
María José acaba de incorporarse como miembro del comité ejecutivo de una gran
empresa del sector energético. Es joven, brillante y con un gran futuro por delante. María
José ha hecho carrera dentro de la casa. Entró cuando tenía apenas veinticuatro años
cumplidos. Conoce cada rincón de la organización y se le reconoce una gran expertise y
conocimiento técnico del negocio. Inspira total confianza en los demás.
El hecho de su promoción despierta un gran revuelo entre los suyos. Se alegran de
su éxito y ella lo sabe. A la vez que nerviosa, está ilusionada con este nuevo reto. Siente
que es una gran oportunidad, aunque siente vértigo ante su nueva responsabilidad.
En nuestra primera sesión confesó que tenía miedo. Según declaraba, sus miedos
poco tenían que ver con el ejercicio de su función. Habían surgido con relación a su
nuevo jefe.
Su nuevo jefe, Bill, es de origen estadounidense. Hombre inteligente y con una
brillante trayectoria. Práctico y resolutivo. Carismático. Tiene clara su función y lo que
espera de cada miembro del comité ejecutivo.
María José siente que no va a estar a la altura, algo así como «el síndrome del
impostor». Siente que se espera de ella mucho más de lo que puede dar. Hay muchos
temas técnicos que se le escapan. Por si no fuera bastante, su inglés no es demasiado
brillante. Siente miedo.
Le gustaría hablar con su jefe, Bill, pero se siente incapaz.
Le pregunté: «¿Qué te impide hablar con Bill?». Me respondió que él se reiría de
ella y pensaría que no estaba a la altura. Después de pensar en esta respuesta, María José
se dio cuenta de que, en realidad, era ella la que estaba suponiendo que no estaba a la
altura; y esa suposición estaba limitando su vida. En vez de disfrutar de un momento tan
positivo en su vida laboral, se sentía cansada y no dejaba de darle vueltas a la cabeza.
Estaba perdiendo tanta energía que incluso se planteaba que no merecía la pena seguir
adelante.
Durante unos segundos, confieso que pensé decirle algo parecido a: «Ve a hablar
con él. ¿Y qué si piensa que no estás a la altura? ¡Claro que lo estás! Sólo tienes que
creértelo». Es posible que entonces María José me hubiera dicho: «Voy a hacerlo». En el
fondo, sé que no lo hubiera hecho. Habría encontrado mil excusas para no tener esa
conversación con Bill porque ese pensamiento y esa emoción no habían nacido de ella.
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Afortunadamente, con el paso de los años he aprendido que decir a alguien «haz esto»
no funciona. Sólo nosotros podemos recorrer nuestro propio camino; y la mente prefiere
pensar antes que obedecer.
En ese momento decidí hacerle una pregunta que le permitiera explorar qué le hacía
sentirse así. Entonces logró reconocer algunas creencias que operaban en su forma de
ver la vida: «No puedo equivocarme, debo tener todas las respuestas, otros lo harían
mucho mejor que yo; las personas como yo no merecemos un puesto tan elevado, el jefe
siempre piensa más y mejor, tengo que controlarlo todo».
Había encontrado el porqué de su miedo: la exigencia, la perfección, la ausencia de
disfrute y una reverencia desproporcionada hacia la autoridad formal.
Le pregunté: «Si supieras que no va a tener consecuencias, ¿qué le dirías? Si
estuviera permitido equivocarse, ¿cómo hablarías con tu jefe?». Para María José era un
planteamiento que nunca antes había contemplado. Encontró un montón de ideas
interesantes y, desde ahí, la fuerza para actuar.
Durante los meses que duró el proceso, María José no dejó ni un solo día de
hacerse preguntas: «¿Qué es lo que realmente pienso yo de este tema?», o «¿qué es lo
que realmente quiero?». Empezó a darle valor a su propia visión. Comenzó a actuar con
más confianza en sí misma y en las decisiones que tomaba. Después de cada nueva
acción, se preguntaba: «¿Qué ha funcionado bien? ¿Qué podría hacer distinto?».
Aprendió a dejar atrás esa vieja necesidad de ser perfecta y comenzó a ver que,
simplemente, en ocasiones no disponía de los recursos suficientes para enfrentarse a una
amenaza presente y real. Y ese aprendizaje fue terminando con su desgaste emocional y
la puso en acción.
Descubrió una nueva relación con sus miedos. Desde la escucha y el respeto.
Aprendió a observarlos y a reconocerles el derecho a estar. A sentirlos como una parte
más de ella misma. María José logró un cambio mental muy importante: que sus miedos
dejaran de ser una pesada carga, y se convirtieran en una fuente de información clave
para producir la solución deseada.
Estuve tentada de decirle a María José «lo que podía hacer», a dirigirla, puede que a
«empujarla». La escucha no siempre es fácil. Creemos que escuchamos, cuando en
realidad no lo hacemos. ¿Cuántas veces te has sorprendido acabando las frases de los
demás? ¿Interrumpiendo? ¿Dando consejos?
Cuando en los talleres que imparto pregunto qué implica ser un buen profesional, las
respuestas suelen ser: «Ayudar a las personas». «Darles soluciones.» «Aconsejar sobre
qué y cómo hacer las cosas». Es lo que nos han enseñado con la mejor voluntad.
Aunque... suele no funcionar. ¿Por qué? Básicamente porque el reto, o el problema, es
de uno, y nadie como uno mismo para saber qué es lo más apropiado en esa situación.
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Lo más apropiado desde el punto de vista de quien vive la situación, no desde un
observador. Desde su situación, y no la del acompañante. Desde sus emociones, y no las
del coach. Por eso no funciona.
El ser humano es increíble. Estamos llenos de talento y de potencial; y tenemos la
capacidad de llegar a nuestros propios «eurekas», de encontrar soluciones. Y el coaching
construye sus cimientos en esta profunda fe en el ser humano.
No me entiendas mal. No quiero decir que los consejos nunca sean buenos. Es un
recurso que siempre está disponible. Puedes recurrir más tarde a decirles lo que tienen
que hacer. O mejor dicho, lo que tú crees que tienen que hacer.
Sólo te estoy invitando, como madre, jefe, amigo o coach, a que antes de dar un
consejo des una oportunidad a las personas para que busquen dentro de sí. Si de verdad
quieres ayudar, y de eso estoy segura, hay que escuchar. Invitar a que el otro se escuche
a sí mismo. En el trabajo o en la vida.
Por lo tanto, primero escucha, luego escucha y finalmente escucha.
María José tenía las respuestas, tenía los «cómos». Sólo necesitaba escucharse para
encontrarlos.
Hoy declara sentirse feliz en su función en el comité ejecutivo. Reconoce que la
clave del éxito de su proceso ha sido ganar confianza en sí misma y aliarse con sus
miedos.
Hoy, coraje, confianza y disfrute son sus nuevos acompañantes.
Gracias, María José.
LA CORAZA EMOCIONAL DE LUIS
Luis es mánager en el sector asegurador. Su jefe ha diseñado un programa de coaching
en el que él participa. Su estar inicial es distante, racional. Su mirada, seria y su
conversación, carente de emoción. Él mismo presume de ser una persona desapasionada.
El proceso fue un verdadero reto, para ambos. En un par de ocasiones hablamos deinterrumpirlo por falta de motivación y compromiso. Confieso que tras cada sesión me
cuestionaba si podía seguir acompañando a Luis; pero cada vez el instinto, el poder de la
escucha y la confianza en nuestro potencial me hicieron seguir.
Fue así como fuimos desgranando su historia: Luis no tuvo una infancia fácil, por lo
que decidió protegerse a su manera. Hijo de padres separados de forma traumática, cada
día las continuas discusiones y peleas inundaron su infancia. Comenzó a trabajar pronto
para ayudar a su madre a pagar el alquiler y se olvidó de sí mismo. Un día decidió que
debía protegerse. «Mejor solo que mal acompañado.» Creyó que una apariencia fría y
arrogante le harían menos vulnerable a ojos de los demás, incluso a sus propios ojos.
Vive solo con su perro en un pequeño apartamento en el centro de Gijón. Pocas
relaciones y escasa vida social.
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Eligió la falta de pasión como modo de vida. El coste fue elevado. Dejar de vivir
momentos mágicos, relaciones cercanas e íntimas, prohibirse la fragilidad, una soledad
que en el fondo él no había elegido, sino su miedo. Una vida más muerta, más vacía.
El éxito de su despertar fue comenzar a hacerse preguntas como:
• ¿Qué creencias tengo sobre mí mismo?
• ¿Y sobre los demás?
• ¿Qué creencias tengo sobre los recursos de los que dispongo para cambiar mi
vida?
• ¿Qué estoy asumiendo sobre lo que es posible o imposible para mí?
Poco a poco esa coraza disfrazada de racionalidad se vio enriquecida con un viaje por los
sentidos, por el cuerpo y por las emociones. Un viaje por los anhelos y los sueños. Luis
empezó a descubrirse. Decidió que quería recuperar las relaciones con sus colegas de
trabajo y nos pusimos en acción. «¿Qué te gustaría empezar a hacer distinto?», le
pregunté. «Cuando llegue al trabajo, voy a acercarme a los compañeros para saludarles
con cercanía e interesarme por ellos, a preguntarles cómo les va. Sé que lo importante no
es el tiempo que le dedique a ello, sino tener el deseo y hacerles sentir que quiero saber
cómo están, que me preocupo por ellos.»
Luis fue constante en su compromiso. Cada día era una nueva oportunidad para seguir
conquistando los corazones de aquellos que formaban parte de su vida y para permitir
que el suyo propio cobrara mayor protagonismo. Se incorporó a las tertulias del café de
la mañana y a las cervezas de algunos viernes por la tarde. Decidió hacerse algunas
preguntas: «¿Qué está bien? ¿Qué quiero? ¿Qué puedo y quiero seguir aprendiendo? ¿A
qué estoy agradecido?». Luis decidió darse la oportunidad de vivir su propia vida; y
aceptar el riesgo de mostrarse, permitiendo que otros entrasen en el espacio, hasta ahora
impenetrable, de sus emociones.
«Silvia, este viaje contigo ha sido un renacer», me decía sonriendo.
Escuchar las emociones es escucharnos a nosotros mismos, aceptar nuestra complejidad.
Requiere atención, voluntad y, sobre todo, humildad. Luis comenzó a relacionarse con
distintas emociones y descubrió que no son ni buenas ni malas, simplemente son.
Sabemos que las emociones nos aportan información relacionada con nuestro bienestar.
Que tienen un mensaje para nosotros acerca de si estamos satisfaciendo o frustrando
nuestras metas o ilusiones. Que envían información al cerebro y lo preparan para la
acción. Que están íntimamente ligadas a nuestra fisiología. Que nos relacionamos con el
mundo a través de nuestras emociones. Que vivir significa sentir, y que sin ellas no
podemos disfrutar de una vida plena.
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Quizá éste sea un buen momento para poner el foco en nuestras emociones.
Conocerlas, reconocerlas y aprender a gestionarlas para que no sean ellas las que nos
dirijan. Cada día nos creamos a nosotros mismos, elegimos quiénes somos con relación a
lo que sucede a nuestro alrededor y a lo que sentimos y pensamos en nuestro interior.
Nadie está condenado a ser como es durante el resto de la vida. Es una elección. La
elección de cómo quieres sentirte. Como dice Serrat, «hoy puede ser un gran día, date
una oportunidad...».
Cada una de ellas tiene un mensaje para ti. Te invito a escucharlo.
El miedo activa tu organismo para la supervivencia, te moviliza para que puedas
defenderte de una amenaza real o imaginaria. Es la emoción que nos ha hecho sobrevivir
como especie a lo largo de la historia. Pero también es la que nos paraliza si no
aprendemos a gestionarla. ¿Te has preguntado alguna vez qué harías si no tuvieras
miedo?
La rabia busca poner límites, marcar el territorio y expresar lo que uno quiere y
necesita. Sirve para enfrentarnos a aquellas amenazas, reales o imaginarias, contra
nuestra integridad o la de aquellos que nos importan. Nos proporciona fuerzas para
reaccionar y defender nuestro entorno, aunque su expresión puede ser tremendamente
destructiva. La rabia está ligada a nuestra propia supervivencia y a lo largo de nuestra
vida cumple una misión importante.
La tristeza busca recogimiento, reflexión, centrarse en uno mismo. Acompaña
procesos generados por el duelo, el fracaso, la desilusión o una separación.
Experimentarla nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre las circunstancias de la vida
y la forma en que vivimos. La tristeza nos invita a tomar una pausa antes de iniciar
nuevas acciones o de continuar nuestro camino. Escucharla es aprender más de nosotros
y desde ahí recuperar fuerzas para seguir nuestro camino de crecimiento.
La alegría es una emoción intensa y positiva que nos ayuda a vivir la vida con más
ligereza. Se contagia y te abre para que te relaciones con los demás y disfrutes de ellos.
Es gratuita y generosa. Nos permite sentirnos valiosos frente a nosotros mismos y facilita
la relación con los demás. La alegría alarga la vida.
El amor tiene un noble poder que nos hace más seguros, confiados, más libres. El amor
auténtico y real no se puede aprender; proviene de tu crecimiento interior. Está dentro de
ti. El amor hace que no tengas miedo, que te sientas aceptado, que sientas que eres útil.
El amor te fortalece como persona. El amor en su forma más pura consiste en compartir
la alegría. No pide nada a cambio. No espera nada.
También sabemos que desarrollar emociones positivas no es una cuestión de
altruismo, sino de sano egoísmo. Ser más auténtico y sentirse sano, estar en paz, implica
estar más atento a los sentimientos y necesidades internas, y atreverse a vivir con
plenitud todas nuestras emociones.
¿Puedes, a estas alturas, imaginarte una vida sin emociones?
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Luis fue capaz de imaginárselo y se dio cuenta de que no quería eso. Le quedaba un
largo camino para conocer, reconocer y manejar las emociones dormidas que guardó
durante tanto tiempo. Fue también un camino honesto, valiente y generoso. Para él y
para los demás.
Gracias, Luis.
LA CONCIENCIA CORPORAL DE LAURA
Laura trabaja en una gran multinacional. Tiene veintiséis años recién cumplidos. Su jefe
la define como una persona inteligente y polifacética. A pesar de su edad, ha pasado por
varios puestos dentro de la organización. Esto le hace tener conocimiento del negocio,
aunque poca especialización. Algo así como «aprendiz de todo, maestro de nada». Laura
está llamada a ocupar puestos mucho más altos.
Cuando conocí a Laura percibí en ella una mujer ambiciosa, entregada, con
confianza en sí misma; pero también percibí que algo no iba bien. En aquel momento,
ella misma reconocía estar resentida. Sentía que la compañía no le había reconocido el
gran esfuerzo realizado durante tres años. Sí en retos, pero no en promociones y salario.
Su objetivo era muy claro: «Quiero llegar a gerente en menos de un año y estoy
dispuesta a lograrlo a cualquier precio». Su lenguaje no verbal era agresivo y un tanto
amenazador.
Al mismo tiempo que afirmaba con rotundidad su objetivo, me confesaba que no
estaba pasando por su mejor momento y que algunas de sus relaciones empezaban a
resentirse, tanto dentro como fuera del trabajo. Sus expresiones más frecuentes durante
las sesiones eran: «Estoy cansada de pelear y harta de tanto politiqueo. Sé que
últimamente hablo más que escucho. Quizá soy algoinvasiva con los demás. No siguen
mi ritmo...».
Pero lo cierto es que tampoco ella podía seguir su ritmo. Al menos no su cuerpo.
Cuando comenzamos las sesiones me confesó que cada cierto tiempo tenía alguna
dolencia que la «retrasaba» en su objetivo.
Le pedí permiso para introducir elementos no habituales en las sesiones. Incluimos
música y también algo de movimiento. «Todo aquello que pueda llevarnos al aquí y
ahora es bienvenido», pensé.
Laura es una mujer muy inteligente. Su estructura mental me parece inigualable. A
mitad del proceso, el cuerpo le reveló una información importante. «Silvia, he pensado
que quizá voy demasiado rápido por la vida y creo que me estoy perdiendo cosas, ahora
que le estoy prestando atención a mi cuerpo, me está enseñando a mirar de otra manera.
Me gustaría empezar a disfrutar más de cada momento.»
Era la primera vez en mucho tiempo que se daba permiso para escuchar a su
cuerpo, y fue catártico. Tanto que decidió que quizá el objetivo que se había marcado no
era el que quería en realidad. Comenzamos a trabajar en un nuevo proyecto de vida. Fue
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descubriendo poco a poco que lo importante era el viaje en sí, y no tanto el destino final.
Incluso cambió su lenguaje con frases como: «Quiero hacerlo bien, ser útil a la
organización y sentirme bien como persona».
Tras varios meses de proceso, Laura declara ser una persona distinta. «He
aprendido a pararme ante situaciones adversas. A respirar y reflexionar antes de dar el
siguiente paso. He aprendido a mirarme por dentro y buscar las soluciones dentro de mí.
He aprendido a sentirme viva.»
Los que me conocéis, sabéis que soy una gran admiradora del cuerpo y de sus grandes
lecciones. Muchas veces me habréis escuchado decir que constantemente los
sentimientos se expresan en el cuerpo. Que se ven en la piel. Se observan en los gestos y
en el rostro. Que cada emoción o preocupación intensa dejan una huella en el cuerpo.
Laura tenía contracturas casi permanentes en la zona de los omóplatos. Acudía con
frecuencia a un fisioterapeuta para que la ayudara con sus cervicales. Comenzó a tomar
conciencia y aprendió a observarse y escucharse. Eligió continuar su vida apostando por
el equilibrio y la armonía.
Hasta entonces, para Laura el cuerpo era un absoluto desconocido. Como para
muchos. Aprender a escucharse y a sentir sus sensaciones corporales y emociones le
permitió una mayor conciencia de sí misma y avanzar con firmeza hacia sus metas. Hay
un antes y un después desde el día en que le hice esta pregunta por primera vez: «¿Qué
es para ti el cuerpo, Laura?». O mejor, se la hice muchas veces pero no supo qué
responder. Hoy lo tiene claro.
La vida que vivimos es a través del cuerpo y con el cuerpo. Somos un cuerpo. Como
coaches, nuestro campo de observación no puede quedar reducido al pensamiento y a la
emoción. Hemos de ampliar nuestra mirada también al cuerpo, al mío y al de la persona
a la que acompaño, porque es un mapa lleno de claves.
Una vida vivida plenamente no lo es hasta que habitamos el cuerpo. Es el que
guarda todos nuestros tesoros. Nuestras emociones. Nuestros grandes recuerdos. Todo lo
que nos ocurre permanece guardado allí. Custodiado.
Y en mi opinión, hay dos maneras de «vivirlo».
Una es sintiendo que tienes una responsabilidad más. Algo que tienes que cuidar,
alimentar, mantener o llevar a reparar cuando no funciona. Algo que, en ocasiones, se
convierte en un gran enemigo al que vencer. Otras, en un amigo caro al que mantener. Al
que exhibir. Creemos que lo conocemos y lo cuidamos porque hacemos ejercicio y
atendemos su aspecto físico. Pero lo cierto es que el cuerpo nos habla mientras nosotros
decidimos habitarlo desde la cabeza.
La segunda forma de vivirlo es sintiéndote un cuerpo. Explorando su belleza.
Estando presente en su fragilidad, en su fortaleza. Percibiendo sus sensaciones.
Conectando con su energía, con su ritmo, con su movimiento.
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Tu cuerpo es la historia de tu vida. Tu manifiesto de existencia. Tu bien más
preciado. Y es importante estar cerca para escucharlo cuando habla. Lo hace con un
lenguaje complejo de descifrar para el resto. Salvo para ti. Tú sí sabes lo que dice. A
veces dice cosas muy duras que no nos gusta escuchar. Hazlo antes de que sea tarde.
Párate. Cierra los ojos y deja que te entregue su mensaje.
Imagina que estás en tu habitación mirándote al espejo. ¿Qué ves? ¿Te gusta? ¿O te
gustaría que fuera distinto? Puede que al principio te fijes en cuán algo eres, cuán
delgado, corpulento..., o en el color de tus ojos, si tus piernas son estilizadas, los pies
pequeños... Si es así, bienvenido al mundo real de lo imperfectamente perfecto. Pero si
te quedas mirándote a los ojos, si los ves brillar, quizá entonces comprendas que todo lo
anterior va perdiendo importancia. El cuerpo es el inicio y el final del camino. En él
comienza la vida y también termina. Es la esencia del viaje. Del gran viaje de la vida.
Cuida tu cuerpo. Si no lo haces, ¿adónde vas a vivir el resto de tu vida?
Gracias, Laura.
EL RETO DE CARLA
Carla, de dieciocho años, es disciplinada y sensible. Su gran pasión siempre ha sido el
tenis. Cuando ella apenas contaba con seis años, sus padres solicitaron su ingreso en una
de las mejores escuelas de tenis de Madrid. Su padre, al que adora, es un hombre de
negocios y amante del deporte, que viajaba con frecuencia. En su ausencia, Carla
descubrió en la raqueta a una fiel compañera. Hoy es una joven deportista de mucho
talento, con una gran capacidad física y técnica. «Nunca ha perdido la ilusión por jugar
—comentaba su padre cuando acudió a verme—. Ha nacido para jugar al tenis.»
Carla juega en segunda división. Ha llegado donde está gracias a su esfuerzo, a sus
hábitos positivos. Gracias a que durante años ha entrenado a diario. Ha cuidado su
alimentación y descanso. Ha trabajado duro en cada entrenamiento y competición. Se ha
tomado muy en serio cuidar su salud y su cuerpo.
Sabe que la vida es el «tejido de nuestros hábitos». Desde pequeña, sus padres,
entrenadores, profesores y hermanos mayores se encargaron de alimentar en Carla la
semilla de la disciplina y del respeto a los mayores, entre otros. Y durante un tiempo
funcionó bien.
Pero, en plena adolescencia, cayó en una «racha» de lesiones que la apartaron largo
tiempo de las pistas. Lesiones en codos y muñecas, inflamaciones de tendones, rotura
fibrilar y un largo etcétera. De nuevo, el cuerpo le daba la alarma. Carla cayó en una
profunda desmotivación y desgana. Éste fue el motivo por el que su padre vino a verme.
Quería despertar de nuevo en ella la ilusión por la vida.
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Las sesiones con Carla siempre fueron apasionantes. Vivía entre dos mundos. Por un
lado, su principal ocupación era asistir a las clases de la universidad a estudiar una
carrera, empresariales, que había sido la carrera «familiar» y que le importaba poco. Sus
notas dejaban mucho que desear. Por otro lado, cada tarde agarraba a su gran amiga, la
raqueta, y entrenaba cerca de tres horas. El tenis la mantenía viva. El deporte es una
mezcla de varios ingredientes: talento, habilidad y precisión, entre otros. Y Carla los tenía
todos; a pesar de eso, parecía no ser suficiente.
Ambos mundos, universidad y deporte, ya no eran compatibles para Carla. Sentía que
tenía que elegir entre lo que para ella era el cielo y el infierno. Y a la vez, también sentía
que no había elegido ninguno. Como si su vida no le perteneciera. Mientras tanto, el reloj
y la desgana seguían avanzando.
En una de nuestras conversaciones le pregunté: «¿Cuál crees que es la diferencia entre
los que llegan alto y los que no, la competencia técnica, la forma física, la suerte, los
genes, la ilusión?».
Tras un largo silencio, balbuceó: «Quizá sea una cuestión de confianza en sí mismos y en
sus propias habilidades, de estar seguros de que están donde de verdad quieren estar.
Silvia —continuó—, quiero que me ayudes a ser yo misma, a confiar en mi intuición. A
cultivar la confianza en mí misma y tomar las decisiones que necesite para estar más feliz
conmigo.A estar segura de que realmente estoy donde deseo estar. Cada día.
Independientemente de lo que ocurra después».
A continuación, de nuevo un silencio. Se acababa de producir la ruptura en la desidia de
Carla. Se había dado cuenta de que podía elegir, de que podía vivir exactamente lo
mismo que hasta ese momento, pero desde la libertad y la convicción, y no desde la
exigencia. Decidimos empezar por aquí. Trabajamos en cómo alcanzar el éxito —su éxito
personal— a pesar de las circunstancias.
Las preguntas y respuestas eran un baile continuo. «Carla, ¿qué es lo mejor de ti? ¿Cuál
es esa fortaleza irrepetible que te define? ¿Qué estás queriendo cambiar en tu vida? ¿Qué
deseas que permanezca? ¿Hay algo que puedas hacer aquí y ahora para estar mejor?»
Saberse valiosa, saberse dueña de su vida, saber que podía elegirla, que incluso podía
volver a elegir lo que ya estaba haciendo, lo que quizá en su niñez otros habían elegido
por ella, le daba un enorme poder. La sonrisa apareció en su cara y ya no volvió a
desdibujarse.
Cada encuentro con ella era distinto. Trabajamos la relación mente-cuerpo. Cómo influía
su diálogo interno en sus creencias y en su rendimiento. El cuerpo fue nuestro gran
maestro y estuvo presente en todos nuestros encuentros a través del entrenamiento de la
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respiración y de técnicas de relajación y visualización.
Fueron inolvidables los meses que viví con ella. Sus declaraciones eran poderosas:
«Silvia —decía—, he descubierto que cuando agarro la raqueta y me meto en la pista
conecto con lo que yo soy de verdad. Cuando juego me libero, disfruto, como si no
existiera nada más. Me siento viva».
Y era cierto. Tuve la ocasión de verla jugar y era delicioso. Colocaba su empuñadura con
cuidado, con mimo. Cogía la raqueta con firmeza pero con la mínima tensión hasta un
poco antes de recibir la bola, agarrándola con fuerza en el momento del impacto. Su
muñeca era potente y flexible. Su postura reflejaba confianza. Pies separados y a la
misma altura. Peso del cuerpo repartido sobre los pies. Piernas ligeramente flexionadas y
el tronco inclinado hacia adelante. Raqueta a la altura de los hombros. Siempre en el
centro del terreno. El movimiento del brazo que golpea impecable, de atrás hacia
adelante en un movimiento continuo, fluido y armónico. Cada uno de sus movimientos
en la pista era pura presencia. Era un fiel reflejo del aquí y ahora. Aprendió a estar
presente en el momento presente.
Su capacidad de atención me admiraba. Una gran fortaleza mental necesita de una plena
conciencia. No siempre es fácil conectar la mente y el cuerpo con el momento presente.
Viajar al futuro o al pasado es una tentación constante. Pero cuando entrenamos la
atención, cuando contemplamos y regulamos dónde está la mente, sin hacer juicios,
cuando observamos nuestras sensaciones corporales, la respiración, los olores, las
emociones, los sonidos... estamos aceptando de forma plena todo lo que
experimentamos. Estamos eligiendo experimentarlo y podemos sentir la fortaleza y la
armonía que emana de nuestro ser.
Tres grandes maestros en la vida de Carla: conciencia, presencia y equilibrio.
Gracias, Carla.
EL VÉRTIGO DE YOLANDA
Era nuestra tercera sesión; Yolanda estaba bloqueada. Su respiración era corta, desigual y
algo descoordinada. Su mirada temblorosa. Se quejaba de opresión en la parte central del
pecho. En la primera y segunda sesión no había parado de hablar ni un solo minuto.
Nacida en México, casada y con dos hijas de ocho y catorce años; Yolanda habla cuatro
idiomas y su vida ha sido puro nomadismo. De padres diplomáticos, había aprendido a
ser «ciudadana del mundo». Primero África; luego Asia, Latinoamérica y, por último,
Europa. Yolanda decidió seguir sus pasos. Europa le enamoró. En los últimos nueve años
ha vivido en Alemania, Francia y, finalmente, en España. Me contaba que España fue
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como «llegar a casa»; la etapa más feliz de su vida. Hablaba de su marido, del colegio de
sus hijas, de sus amistades aquí; de su trayectoria profesional, casi inmejorable. Pero
tenía esos vértigos...
En la sesión anterior habíamos dedicado un tiempo a hablar de su actual equipo. Un
equipo de 1.400 personas con 10 reportes directos. Los definía como un equipo
excelente, muy profesional y con buenos resultados. Le pregunté cómo creía que la
percibían. «Exigente, dura, orientada a resultados, que dice las cosas como las siente.»
«¿Cómo te gustaría que te percibieran?», quise saber. «Como alguien muy humana,
buena profesional y buena persona. Ligada a la visión empresarial y también honesta y
franca.» Decidió que hasta que nos viéramos en la siguiente sesión iba a trabajar en ello
y compartiríamos sus siguientes pasos.
Pasaron quince días y allí estaba, en la tercera sesión. Sentada frente a mí, en silencio.
Con expectación. También yo decidí esperar. La miré a los ojos y le ofrecí toda mi
atención. Le dije: «¿Quieres hablarme de cómo estás?». Me miró durante unos
momentos y susurró: «Me han dicho que ya es hora de volver a casa».
Yolanda había cumplido sus años de expatriación en España con la organización. Hacía
un par de meses había tenido una excelente evaluación de desempeño, y al saber que el
director general se jubilaría el año siguiente y que esa posición quedaría vacante, creyó
ser la candidata perfecta. Y sus colegas del comité así se lo habían hecho saber. Pero,
sobre todo, a Yolanda le hacía feliz quedarse en España unos años más. Estaba cansada,
por fin había encontrado un lugar donde echar raíces, aunque en el fondo sabía que su
tiempo como expatriada era limitado.
Le pregunté si tenía claro qué quería realmente y qué estaba dispuesta a hacer. Yolanda
quería luchar para quedarse en España. Quería luchar por ese puesto, y diseñó una
conversación con el consejero delegado: primero la lista de hechos, después la relación de
emociones y sentimientos que le generaba la decisión de quedarse a costa de lo que
fuera. Habló con el consejero delegado; y antes de abandonar el despacho, le preguntó:
«¿Qué espera la organización de mí?». La respuesta fue algo así como «más capacidad
estratégica, mayor exposición personal y asunción de riesgos y agilidad en la toma de
decisiones estratégicas de la compañía».
Era demasiado. Así que, de nuevo, había que tomar una decisión. Una diferente: Yolanda
volvería en unos meses a México diciéndose a sí misma que no había pasado nada.
¿Aceptación? ¿Rendición? En realidad, no podía pensar en nada más. En esas dos
semanas los vértigos habían aumentado. No veía claro su porvenir, y mucho menos sabía
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cómo iba a contárselo a su marido y a sus hijas. Por primera vez se sentía sola,
abandonada y con miedo ante un futuro incierto en el que había que tomar decisiones
demasiado rápido sin saber cómo seguiría adelante. Vértigo.
En ese momento le pregunté si le gustaría que yo hiciera algo: «Nada», contestó
apenada. Insistí: «¿Qué te gustaría alcanzar en lo que queda de esta sesión?». «No sé.»
«¿Hay alguna pregunta que te gustaría que te hiciera ahora?» Silencio. «Sí, pregúntame a
qué temo enfrentarme en este momento. ¿Sabes a qué? A mi familia, a mi equipo y a mí
misma.» Yolanda llevaba tanto tiempo apagando fuegos, tanto tiempo siendo flexible,
tanto tiempo teniendo en cuenta a todos los demás en cada una de sus decisiones que
nunca se había preguntado qué quería ella. Volvió a preguntárselo. Lo que de verdad
quería era quedarse en el primer lugar en el que por fin se sentía en casa. Yolanda habló
sin parar durante treinta minutos. En el resto de aquella sesión y de las que vinieron a
continuación Yolanda llegó a muchos más insights de los que nunca había visto llegar a
nadie en tan poco tiempo.
Yolanda no volvió a México; y no continuó en la organización. Buscó una alternativa
para preservar lo que de verdad amaba y se incorporó a sí misma en el grupo de
personas a las que tener en cuenta a la hora de decidir. Nunca más volvieron a aparecer
los vértigos ni los mareos.
Este proceso me dejó un aprendizaje que jamás olvidaré y que hoy quiero compartir
contigo. Cuandosientas que el suelo se mueve bajo tus pies, no dejes que se dispersen
tus pensamientos, no dejes que los miedos te hagan perder tu guía. Permítete ser tú el
norte. Márcate un rumbo y síguelo.
Gracias, Yolanda.
EL ALMA DE ÁNGEL
Como diría mi gran amiga Techu Arranz: «Darse cuenta de que todo está vinculado con
todo supone un cambio de percepción. Considerar el aspecto energético antes, durante y
después de una sesión de coaching presupone que el coach conciba la existencia de una
energía vital que fluye y recrea todas las cosas».
Hace ya mucho tiempo descubrí lo importante que es para mí comenzar cada sesión
con un «centramiento». Es el punto de partida. El aquí y ahora. Una puesta a punto. Al
inicio de cada sesión, suelo invitar a mis coachees a que dediquen algo de tiempo a entrar
en contacto consigo mismos. A conectar con su respiración y su estado emocional más
presente. En definitiva, a elegir la actitud inicial más adecuada para afrontar la
conversación.
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Es fundamental que yo dedique unos minutos a conectarme. El objetivo es estar
abierta y plena de recursos. Supongo que te estarás preguntando a qué viene todo esto.
Pues bien..., ¡no sabes cómo recordaré aquel «centramiento»!
Me habían hablado de Ángel en varias ocasiones. Hacía una semana me había llamado
su jefe, Javier, para decirme que ya no podía más. En el pasado, Javier y Ángel fueron
grandes amigos. Sus trayectorias transcurrieron en paralelo, y su amistad siempre estuvo
por encima de sus diferencias. Hacía tres años a Javier lo habían nombrado jefe de
Ángel. Y ahí empezó todo.
Pedí a Javier que me hablara de Ángel: «Es un sabelotodo, pero conoce el negocio
como pocos. Lleva en la compañía más de treinta y cinco años y ha pasado por distintas
posiciones claves. Dirige un equipo de más de 1.800 personas en todo el mundo. Ángel
es un hombre clave, pero no a cualquier precio. Debería mejorar su escucha y reflexionar
más antes de actuar».
Javier sentía que cada vez con mayor frecuencia tenía que inmiscuirse en más
decisiones propias del área de Ángel. Lo definió como un hombre directo y poco político.
Amigo de sus amigos. Ambicioso. Solía tener conflictos continuos con sus colaboradores
y pares. Desde hacía aproximadamente un año la relación con él era demasiado tensa.
«Creo que siente que le he quitado poder.» Javier declaró que este proceso de coaching
era su última oportunidad para entrar en «vereda».
Era el 20 de septiembre. Yo estaba en la sala esperando a Ángel. Llegó con 15 minutos
de retraso y con aire altanero. Venía enfadado. Irónico. Traía un discurso muy bien
argumentado. No era nuevo en esto. Tras presentarnos, y todavía de pie, me dijo que no
era él quien debía empezar un proceso de coaching, sino su jefe. Me aseguró que no
tenía ninguna intención de compartir conmigo, ni con nadie, sus desgracias. Que no tenía
tiempo para dedicarlo a «chorradas». Que no creía en el coaching. Que estaba harto de
que todo el mundo estuviera contra él. Su tono de voz era cada vez más alto.
Diez minutos más tarde hizo su primer silencio. Le pregunté si había terminado o
quería compartir algo más. Me miró extrañado. «He terminado», dijo. «Yo también —le
respondí, con buen tono y una sonrisa en los labios—. Ha sido un placer conocerte
Ángel. Te deseo una buena tarde.»
Me levanté y me dirigí a la puerta para salir. Ángel me miró extrañado: «¡No se te
ocurrirá irte!». «¿Hay alguna razón por la que deba quedarme?», pregunté. Tardó unos
segundos en responder. Finalmente me dijo: «Por favor, quédate».
Creo que nunca había compartido con nadie esta sensación. Ambivalente. Sentía
unas ganas irreprimibles de marcharme de allí. Su modo de respirar, moverse y
expresarse hacía que me sintiera incómoda. Fueron a la vez esos mismos gestos los que
me hicieron quedarme. Supe que tenía que acompañarle en este proceso.
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Es fácil decir que tenemos que estar abiertos a otros valores y creencias cuando sólo
nos relacionamos con seres humanos afines a nuestro modo de ver la vida. Con Ángel
me posicioné en el mismo lugar en que creía estar él. Hice de espejo, y funcionó.
Comenzamos de nuevo. Con un centramiento. Los dos. Y entonces Ángel
reconoció que necesitaba «volver a encontrarse». Desde hacía tiempo se sentía perdido,
fuera de lugar. No confiaba en los demás porque no confiaba en sí mismo. Trabajamos
duro durante varias sesiones. Le pregunté sobre todos los elementos que podían ayudarle
a reforzar su confianza y que le permitirían observar la imagen que proyectaba: ¿Cuáles
son tus fortalezas y patrones más positivos? ¿Cuáles son tus barreras? ¿Y los valores que
hoy presiden tu vida? ¿Cuáles de éstos sientes que son propios y cuáles heredados? ¿Qué
te dice todo esto sobre ti? ¿Qué imagen pública crees que tienes? ¿Cuál te gustaría tener?
¿Qué vas a hacer?
Era maravilloso verle responder y sorprenderse a sí mismo con cada respuesta.
Dedicamos tiempo a trabajar algunas de sus creencias: «No sé decir que no. Soy mejor
profesional que mi jefe. Soy una persona incómoda. Hay que dejar claro quién manda
aquí. Tengo que ocuparme personalmente de casi todo. No tengo a nadie capaz de
hacerlo. Van a por mí. Tengo que gustar a todos...».
Tomó conciencia de su deteriorada imagen pública. Me decía: «He vivido con Javier
momentos inolvidables. Cuando mi relación con él no está bien, me siento flaquear.
Quiero hablar con él y decirle lo que siento. También con mi equipo».
El proceso con Ángel no fue fácil. Él mismo aceptaba que hasta entonces el
resentimiento lo había invadido todo. Había puesto tanta ilusión en su organización,
había dado tanto, que le había frustrado enormemente no conseguir sus objetivos, no
encontrar reconocimiento. Encontró su propio «eureka» cuando separó sus razones de
los resultados, cuando abandonó las expectativas y él mismo se reconoció su valor.
Había encontrado su paz.
Trabajó con tesón, y en la última sesión me habló con una sonrisa en los labios y
brillo en los ojos. Se sentía una persona nueva. Había aprendido a respirar, había
reconocido el valor del centramiento para enfrentar mejor las situaciones. Pero, sobre
todo, había aprendido que podía ser la persona que quería ser y mostrárselo al mundo.
Le sobraba corazón para ello.
Ángel me entregó uno de los mayores regalos de mi profesión. Sus últimas palabras
fueron: «Silvia, gracias a ti hoy soy mejor persona. Conozco a muchos profesionales del
mundo del coaching, pero nunca había conocido a ninguno que hiciera un coaching para
el alma».
Gracias, Ángel.
* * *
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Como muchos de vosotros, trabajo con un abanico variado de clientes de entornos
profesionales muy diferentes. En general, las declaraciones iniciales en los procesos que
acompaño tienen que ver con el desarrollo de las habilidades de liderazgo y de gestión de
personas, el diseño de la visión estratégica, potenciar las habilidades de comunicación,
gestionar el estrés, la toma de decisiones, las relaciones con los colaboradores...
Además, me atrevo a decir que la gran mayoría consiguen aprender más de sí
mismos, de sus capacidades, de sus fortalezas, de sus sentimientos, de sus tensiones y
dolores corporales, de su movimiento en la vida. Mejoran su capacidad de relacionarse y
de entender a los demás.
Quiero agradecer a todos mis maestros que me regalaron ese enfoque integrador del
ser humano. Somos lenguaje, emoción, cuerpo y alma. Y sólo cuando están en equilibrio
emerge dentro de mí la coherencia.
Cada día siento que acompaño a personas con un montón de creencias poderosas
que filtran su manera de ver la vida. He aprendido que mi función no es cuestionar ese
sistema de creencias, sino explorar cómo influye en sus vidas.
El coaching nos invita a cuestionar nuestros principios de vida, nuestras relaciones y
nuestros valores para así poder enfrentarnos a nuevos entornos. La escucha activa, la
observación, la formulación de preguntas precisas y la capacidad de situar al cliente
frente a sus propias resistencias y motivaciones movilizan a la persona para desarrollar al
máximo su potencial y alcanzar susdeseos.
Para mí, uno de los principales retos como coach es mostrar al coachee qué tipo de
observador está siendo del mundo que le rodea, cómo lo ve y lo siente, qué
pensamientos le despierta, cuáles son sus creencias, qué preguntas se hace y qué
respuestas se da. Animarle a hacerse preguntas del tipo: ¿Qué cambios puedo realizar a
nivel personal?, ¿qué acciones distintas voy a emprender?
En definitiva, la percepción de la realidad influye en las expectativas de las personas
y en su capacidad de acción. Sigue haciéndote preguntas, planteándote retos y haciendo
cosas distintas para conseguir resultados distintos. Me encantará acompañarte.
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II. DIÁLOGOS CON LA CIENCIA
Nuestra personalidad y la realidad en que vivimos se han ido construyendo en función de
cómo pensamos, actuamos y sentimos. A veces creemos vivir, en general, dirigidos por
unos pensamientos, emociones y hábitos que funcionan a modo de programas
informáticos instalados en nuestro subconsciente. Pero nuestro cerebro va mucho más
allá, ya que puede responder a muchas cosas que no son sólo funciones a priori, como lo
hacen los programas informáticos.
Hoy me gustaría explorar con un hombre de ciencia un montón de cuestiones que
han surgido en mi vida y que suscitan mucho interés en las personas de mi entorno.
Personal y profesional. Conversaciones del día a día. Seguro que te sientes identificado
con muchas de ellas y es probable que tengas muchas otras para sugerirnos. Te escucho,
no sin antes escuchar a Fernando.
INTRODUCCIÓN: JUEGO CON NEGRAS
Creo que si quiero mantener tu atención durante un buen montón de páginas, y también
es una cuestión de respeto, tengo que presentarme un poco. Soy Fernando de Castro
Soubriet, médico con dedicación exclusiva a la investigación en neurobiología durante
toda mi vida profesional, que se alarga ya por más de veinte años. Pero, como reza la
letra que escribió Alfredo Le Pera para el inmortal tango de Gardel, «veinte años no es
nada», y menos para aspirar a comprender cómo funciona el sistema nervioso, el
cerebro... Así que, de entrada, te pido disculpas porque voy a intentar explicar algunos
aspectos de interés sobre cómo se forma, cómo es y cómo funciona la estructura de
organización más compleja que conocemos en el universo, y todo ello procurando
alejarme lo más posible de tecnicismos (lo incluyo en forma de Text Box), utilizando un
lenguaje que sea accesible a lectores sin especial formación neurobiológica, pero sin caer
en banalizaciones; y, además, intentar apuntar a aquellas cosas que puedan interesarte a ti
(lector, que desde ya eres querido), a tu vida, a tu trabajo... Escribiendo esto, me leo un
tanto arrogante: discúlpame..., pero, de verdad, quiero que sepas que dedicaré toda mi
atención y mi máximo esfuerzo.
Silvia Escribano ha sido quien me ha servido de piedra de toque en esta tarea. De
forma genérica, ella te conoce mejor que cualquier neurobiólogo conoce el cerebro. En
estos meses, Silvia ha ido planteando preguntas, puntos candentes, opiniones: he
procurado no esquivar ninguna, así que en esta parte del texto te encontrarás con algunas
respuestas rotundas (pocas), a veces muy directas, otras veces más largas... Por favor,
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ten paciencia conmigo y permíteme que reconozca abiertamente mi ignorancia, nuestra
ignorancia como corpus neurobiológico, ante algunas cuestiones. Espero que me
condones esas lagunas (océanos, incluso) a cambio de aquellos otros datos e ideas que
puedan resultarte de ayuda. He puesto especial cuidado en desenmascarar algunas
falsedades y leyendas urbanas que circulan sobre cómo funciona el cerebro: las pondré al
desnudo con contundencia e inmisericordia, porque si alguna vez las escuchaste de la
boca de alguien, o las leíste en algún sitio, quiero que las olvides y nos ayudes a ponerlas
en fuga cuando vuelvan a aparecer en tu camino. Me aburren los tópicos y los clichés,
me deprimo cuando veo casos en los que se cumplen; no me gustan las medias verdades
y el fariseísmo y, sobre todo, no soporto la falta de respeto.
Y ahora, Silvia abre la partida. Hoy juego con negras.
* * *
Silvia Escribano: ¿Cómo definirías lo que es un cerebro como el nuestro?
Fernando de Castro Soubriet: El sistema nervioso es el órgano fundamental con el que
nos relacionamos con el entorno. A través de los diferentes órganos de los sentidos,
recibe información del medio externo que nos rodea; procesa toda esa información
constantemente, y con ello elabora respuestas: un movimiento, una secreción glandular o
un pensamiento, por ejemplo, o una respuesta compleja que a la vez englobe varias de
las anteriores. Y el cerebro es la parte del sistema nervioso central (SNC) que se
encuentra más evolucionada, más desarrollada, y que, por lo tanto, nos permite realizar
todas las funciones que conocemos. El SNC se compone de billones de neuronas que
establecen miles de billones de conexiones sinápticas entre ellas, lo que confiere al
cerebro su complejidad característica y le permite funcionar de una forma tan variada,
precisa y muchas veces tan sutil.
S. E.: Háblame de los tres cerebros: reptil, emocional y racional.
F. C.: No sé qué es el cerebro reptil. Esta división del cerebro es muy antropocéntrica y,
desde luego, poco científica. El grado de solapamiento de emociones y racionalidad en el
cerebro es bastante grande: sorprendentemente grande...
S. E.: ¿Dónde se encuentra en el cerebro la representación visual, auditiva o
kinestésica de una experiencia?
F. C.: La representación visual se encuentra en la corteza occipital; la auditiva, en la
corteza temporal; la kinestésica, si es lo que yo entiendo, en la interacción de la corteza
motora y la somatosensitiva (en la parte más posterior del lóbulo frontal y el lóbulo
parietal). Aun así, hay que decir que en determinadas condiciones puede haber
variaciones. Pondré dos ejemplos. El primero es el de la corteza cerebral de un ciego que
lee en braille: ¿pensarías que es la corteza somatosensorial la que se «enciende» cuando
va desgranando el significado de un texto con sus dedos? A fin de cuentas, lo que está
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haciendo ese ciego es «tocar» el texto... Pues bien, el ciego está leyendo con los dedos...,
y lo que funciona es su corteza visual... Otro ejemplo es el caso clínico de un chico joven
que va a hacerse un examen de rutina, y le descubren un tumor benigno en el cerebro: un
tumor muy grande, gigante..., que no le impide llevar su vida casi con completa
normalidad. Pero el clínico que le trata, muy amigo de Guglielmo y también mío, se
extraña, pues tiene el tumor localizado en el área de Broca, que es el área del lenguaje...
Sin embargo, el chico habla y entiende a la perfección. Comienzan a examinar el cerebro
del paciente y ese tumor benigno que ha crecido tanto que físicamente ha desplazado la
corteza cerebral, y resulta que ahora las funciones que normalmente se asientan en
determinadas zonas de la corteza cerebral, él las tiene desplazadas: todas sus funciones
cerebrales son normales, pero... ¡no se asientan donde deberían hacerlo, sino en zonas
más cercanas o más alejadas de las mismas...! Es un caso increíble de plasticidad
cerebral, de cómo el SNC se adapta como mejor puede a las circunstancias, en este caso,
esa invasión-presión tumoral.
S. E.: ¿Nuestra parte inconsciente se encuentra en alguna parte del cerebro?
¿Dónde?
F. C.: Aunque nadie lo sabe a ciencia cierta, me atrevo a decir que no reside en ninguna
parte concreta. Consciente e inconsciente surgen de la interacción de áreas cerebrales en
las que sí percibimos diferentes inputs de la realidad en que estamos. Esas sensaciones,
percepciones, sí «residen» en regiones determinadas, pero la conciencia y el
subconsciente son resultados emergentes a partir de que el cerebro procesa una serie de
informaciones de muy diverso tipo, incluidas memorias.
S. E.: ¿Cómo sé si mi cerebro es más de un tipo que de otro y para qué me sirve?
F. C.: No sé si esta pregunta es muy adecuada, al menos tal como está planteada ahora.
Si uno tiene buena vista, buena capacidad de observación

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