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Introducción a las infecciones micóticas Ángela Restrepo Hasta hace unas pocas décadas, las enfermedades micóticas eran relativamente infrecuentes, salvo por las afecciones superficiales de la piel (dermatofitosis y dermatomicosis), cuya presencia ha sido constante a través del tiempo si bien con algunas variaciones relacionadas con sus manifestaciones clínicas, cronicidad y extensión de la afección.[1-3] En contraste, la frecuencia de las micosis de tipo sistémico ha aumentado en forma notoria en los últimos años por lo que, actualmente, su incidencia es alta en especial en las poblaciones de individuos inmunocomprometidos que frecuentan los hospitales modernos. Los grupos de pacientes en riesgo comprenden los que conviven con el virus de la inmunodeficiencia humana (HIV), los que tienen enfermedades malignas o están siendo tratados para ellas y los receptores de trasplantes de órganos sólidos o de células madre.[4-7] A éstos se agregan los enfermos sometidos a terapias prolongadas con inmunosupresores tales como los corticosteroides y otros fármacos desarrollados más recientemente, entre ellos el inhibidor del factor de necrosis tumoral-alfa (TNF-α); estos fármacos se emplean para tratar pacientes con una amplia gama de enfermedades.[8] [9] Adicionalmente, las micosis representan un efecto secundario indeseable de las modernas tecnologías médicas de soporte, tales como la implantación de catéteres venosos centrales, que es común en pacientes graves como los politraumatizados y aquellos con quemaduras extensas, quienes reciben atención en unidades de cuidado intensivo (UCI).[4-6] Se destaca, igualmente, el amplio uso de antibióticos de amplio espectro que suele hacerse en todas las unidades médicas hospitalarias.[10] Como si lo anterior fuera poco, el avance de la medicina ha logrado prolongar la vida de pacientes ancianos y de niños nacidos con muy bajo peso, lo cual es una verdadera conquista de la medicina; solo que ellos constituyen poblaciones en alto riesgo de adquirir afecciones micóticas graves.[7-10] En estos grupos de pacientes las micosis tienen una mayor tasa de mortalidad, obligan a una permanencia hospitalaria más prolongada y generan, por consiguiente, costos que superan lo normal. La sepsis por levaduras del género Candida es una de las infecciones micóticas asociadas con mayor regularidad a los factores predisponentes mencionados. Estas levaduras ocupan el cuarto puesto entre los microorganismos aislados del torrente sanguíneo y traen como consecuencia una tasa de mortalidad cercana al 40%. La candidemia y la candidiasis diseminada o sistémica representan las infecciones adquiridas con mayor frecuencia en el hospital; en efecto, son responsables de más del 80% de dichas infecciones. No obstante, su frecuencia ha disminuido en pacientes con cáncer posiblemente en asociación con la profilaxis antifúngica. Se ha observado una disminución en la frecuencia de candidiasis diseminada producida por C. albicans y un aumento paralelo de la debida a otras especies de Candida tales como C. glabrata y C. krusei ambas resistentes al fluconazol, medicamento que es altamente efectivo para C. albicans. Por ello, la determinación por el laboratorio de la especie de levadura y las correspondientes pruebas de susceptibilidad son indispensables cuando se trata de establecer un tratamiento apropiado.[10-12] Por otro lado, están las micosis causadas por mohos oportunistas ambientales que suelen afectar primariamente el pulmón, tales como las especies del género Aspergillus y, con menor frecuencia, las de otros mohos como Fusarium y Scedosporium, además de los mohos aseptados (Zigomicetos), y de algunas levaduras infrecuentes como Trichosporon spp. Estos microorganismos son muy virulentos y pueden llevar a la muerte en corto tiempo al paciente infectado por ellos. En el caso de la aspergilosis, la tasa de mortalidad suele ser del 80%, debido no solo a las dificultades diagnósticas sino también a la poca efectividad que contra ella tienen los antifúngicos disponibles en el mercado. La tasa de mortalidad asociada a las micosis también viene en aumento: en los Estados Unidos ha avanzado hasta ocupar el séptimo puesto entre las 10 enfermedades infecciosas que más frecuentemente causan la muerte de los pacientes.[4] [5] [13-15] Simultáneamente con el aumento de la población de individuos inmunocompetentes que requieren nuevas zonas residenciales y lugares de trabajo, es costumbre intervenir zonas aledañas a las ciudades, lo que causa cambios antrópicos que, a su vez, producen aerosoles potencialmente infecciosos para los individuos expuestos y que pueden, igualmente, generar brotes como sucede en el caso de las micosis endémicas como la coccidioidomicosis y la histoplasmosis.[6] [16] Además, cuando estas micosis se manifiestan en individuos residentes de tales zonas pero que se han trasladado a regiones no endémicas, suele ser difícil el establecimiento del diagnóstico por parte del clínico.[6] La industria farmacéutica ha respondido a la necesidad de disponer de un número mayor de antifúngicos y ha introducido algunas nuevas moléculas, a menudo menos tóxicas que las tradicionales y con un rango de acción más amplio. Entre los nuevos antimicóticos están las equinocandinas (caspofungina, micafungina y anidulafungina), así como un derivado azólico de amplio espectro (posaconazol). Infortunadamente ninguna de las medicaciones antifúngicas disponibles en la actualidad es efectiva contra todos los hongos causantes de enfermedad en el ser humano.[17-19] El progreso en el desarrollo de nuevas técnicas diagnósticas, que incluyen las correspondientes a imágenes radiológicas y a los nuevos métodos para la detección de componentes fúngicos (ejemplos: galactomanán, β-glucán) en fluidos orgánicos, viene en ayuda del clínico ya que le ofrece la posibilidad de mejorar el curso de las micosis. No obstante, el diagnóstico de estas enfermedades todavía se basa en gran medida en la sospecha clínica, así como en el análisis de los factores de riesgo, las manifestaciones de la enfermedad y la historia de exposición previa. Además, muchas de las micosis sistémicas tienen manifestaciones clínicas inespecíficas, lo que ocasiona demoras en el diagnóstico y, subsecuentemente, en el tratamiento, circunstancias que llevan a resultados que no siempre son los mejores. Estar al tanto de elementos como los factores de riesgo, la presentación clínica y otros rasgos diferenciales permitiría establecer el diagnóstico en más corto tiempo.[20-23] Es aparente que, en la actualidad, las afecciones micóticas son parte de las complicaciones esperadas en el ejercicio de la medicina moderna. Es improbable que su frecuencia disminuya en los próximos años. Los clínicos deberían, por consiguiente, ser concientes de estas enfermedades potencialmente devastadoras y tratar de conocerlas mejor de manera que logren sospecharlas, diagnosticarlas y tratarlas a tiempo.[5] [11] [13] [24] [25] BIBLIOGRAFÍA 1. Charles AJ. Superficial cutaneous fungal infections in tropical countries. Dermatol Ther. 2009; 22(6): 550-9. 2. Bonifaz A. 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