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_Crees que estás loco_ Psicopatología Y Psicoterapia de la Psicosis - A Morrison Julia C Renton Paul French Richard Bentall

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Anthony P. Morrison, Julia C. Renton,
Paul French y Richard P. Bentall
¿CREES QUE ESTÁS LOCO?
PIÉNSALO DOS VECES
RECURSOS PARA LA TERAPIA COGNITIVA
DE LA PSICOSIS
Traducción de
Miquel Codony Bodas
Herder
www.herdereditorial.com
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http://www.herdereditorial.com
Título original: Think You’re Crazy? Think Again.
 A Resource Book for Cognitive Therapy for Psychosis
Traducción: Miquel Codony Bodas
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez
 
© 2008, Psychology Press, miembro de Taylor & Francis Group
© 2010, Herder Editorial, S.L., Barcelona
1ª edición digital, 2014
 
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3039-8
 
Depósito legal: B-13774-2014
 
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está
prohibida al amparo de la legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
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http://www.herdereditorial.com
A Soph y Lula,
por su contribución masiva a mi propio bienestar.
Anthony Morrison
 
A Lawrie, Thomas y Oliver,
con amor y agradecimiento.
Julia C. Renton
 
A Delia, Chloe, Nadia y Ben,
con mucho amor.
Paul French
 
A Aisling, Keeva y Flintan.
Richard P. Bentall
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Índice
Editores
Prólogo a la edición española
¿Es posible la autoayuda en las psicosis? Jorge L. Tizón
Agradecimientos y una nota de introducción
1. ¿Qué es la psicosis?
¿Qué es la psicosis?
¿Importa el diagnóstico?
2. ¿Son anormales mis experiencias?
¿Cuál es la frecuencia de los diagnósticos psiquiátricos como el de esquizofrenia?
¿Con qué frecuencia se oyen voces?
¿De dónde vienen las voces?
¿Por qué algunas personas se sienten perturbadas por sus voces?
¿Es frecuente sentirse paranoico?
¿Con qué frecuencia se tiene otro tipo de creencias inusuales?
¿De dónde vienen las creencias delirantes?
¿Por qué algunas personas se sienten perturbadas por sus creencias inusuales?
¿Son anormales mis propias experiencias?
¿Debería buscar ayuda?
3. ¿Seré siempre así?
4. ¿Qué me está pasando?
Descomponer los problemas para entenderlos: el método de la terapia cognitiva
Las experiencias de Calvin
¿Cómo me siento?
Entonces, ¿qué papel desempeña el pensamiento?
Ideas (o cómo interpretamos los acontecimientos)
¿Cómo podemos identificar los pensamientos automáticos?
Comportamientos
5. Evaluando sus pensamientos
Evaluando la preocupación por los acontecimientos que han sucedido
6
Preocupación por las voces
Evaluando la preocupación por el contenido de las voces
Evaluando su preocupación por lo que las voces le ordenan
Evaluando los efectos sobre los sentimientos
Formando su propia opinión alternativa o equilibrada
La opinión alternativa equilibrada de Calvin
6. Evaluando sus pensamientos mediante la modificación de su conducta
¿Qué quiere descubrir?
Experimentos
Experimentos conductuales
7. Estrategias de afrontamiento útiles y perjudiciales
Afrontar la psicosis
Afrontar el estigma asociado con los problemas de salud mental
Afrontar la vida cotidiana
Estrategias de afrontamiento alternativas
8. Sintiéndose bien con uno mismo
¿Por qué persisten las creencias?
Identificando las creencias básicas
Evaluando creencias básicas
Ficha de creencias básicas
9. Manteniéndose bien
Aplicación práctica
Firma de recaída
Formulación
La formulación de Cath
Su formulación
10. Uso de medicamentos
Algunos antecedentes
Fármacos antipsicóticos: los hechos
Algunos mitos sobre el tratamiento antipsicótico
Comprendiendo los efectos de su medicación: obtener información
Averiguando si sus medicamentos están ayudándole
Manteniendo su tratamiento farmacológico
Decidiendo abandonar los medicamentos
11. La recuperación
7
El camino de Calvin hacia la recuperación
El camino de Cath hacia la recuperación
Su camino hacia la recuperación
12. ¿Quién puede ayudarme?
Otras páginas de interés
Referencias bibliográficas
Formularios
Índice temático
8
Editores
Anthony P. Morrison es profesor en la Clínica Psicológica de la universidad de
Manchester y director asociado de los Servicios de Intervención Precoz de Bolton,
Salford y Trafford Mental Health Trust.
 
Julia C. Renton es psicóloga clínica consultora en Bedfordshire and Luton Mental Health
and Social Care Partnership Trust.
 
Paul French es investigador en terapias cognitivas en la universidad de Manchester y
director asociado de los Servicios de Intervención Precoz de Bolton, Salfort y Trafford
Mental Health Trust.
 
Richard P. Bentall es profesor de Psicología Clínica en la universidad de Bangor.
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Prólogo a la edición española
¿Es posible la autoayuda en las psicosis?
Jorge L. Tizón
Expresada así, la pregunta puede parecer una mera cuestión retórica o incluso una
perogrullada. Rápidamente, podrá aducirse que por supuesto que en las psicosis eso es
posible, como en cualquier otra situación humana. Desde la perspectiva psicodinámica-
psicoanalítica se recordará que, siguiendo la tradición de Bion y Rosenfeld, es
fundamental considerar que en cada paciente con psicosis existen aspectos o partes tanto
«sanos» como «enfermos». Sin embargo, ese reconocimiento teórico generalizado no
suele plasmarse en las prácticas técnicas ni en el día a día del tratamiento de los pacientes
con psicosis: ambos campos siguen estando dominados por actitudes muy asimétricas y
distantes, cuando no directamente «profesorales», controladoras, antidemocráticas y
sectarias: es como si –teniendo en cuenta las indudables limitaciones cognitivas y
relacionales que poco a poco van invadiendo a estos pacientes si no median activos e
intensos tratamientos– se diera por supuesto que ellos no pueden hacerse cargo ni de sus
vidas ni, mucho menos, de su trastorno. Y evidentemente, la psicosis supone una
afectación de esas capacidades, pero ¿la experiencia clínica cuidadosa o los estudios
realizados apoyan esa falta de consideración de los pacientes, esa no inclusión de sus
opciones, de sus opiniones y de ellos mismos como sujetos en los planes y técnicas
terapéuticas?
Otra cosa diferente es que, cuando hablamos de «autoayuda en los trastornos
mentales» lo hagamos pensando que eso evita el contacto y la ayuda con otras personas,
con otros sujetos y, entre ellos, con los profesionales. Esa deformación de lo que es
«autoayuda», que a menudo se confunde con «auto-curación» o con «rechazo narcisista
de la ayuda de los otros» o «de los profesionales» ha llevado a los autores de este
volumen a recordarnos que prefieren no enfocarlo como un libro de «autoayuda».
Rechazan su uso en ese sentido deformado que la «autoayuda» ha ido recibiendo entre
nosotros, y postulan este volumen como una herramienta que ayude a los afectados que
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están haciendo una terapia con un profesional de la salud mental con una formación
adecuada.
El tema posee una profundidad sociológica y clínica en la cual no podemos entrar
aquí. En efecto, puede que parte de las reacciones de rechazo de la psiquiatría y la
psicoterapia oficiales, habituales o dominantes, provenga de una reacción especular ante
las actitudes aún tan sumamente asimétricas, cuando no dogmáticas y altaneras, por parte
de esas disciplinas para los pacientes con psicosis. Por ende, porque se trata de actitudes
aún mucho menos sostenibles y defendibles en un mundo dominado por Internet y los
medios de comunicación (e incomunicación) de masas. ¿O es que aún nos creemos que
los pacientes y sus familias no acuden a Internet en busca de las explicaciones que
nuestros dispositivos de salud mental no quieren, no pueden o no saben darles? En ese
sentido, si bien en Internet existen algunos «sitios» muy adecuados para tales consultas –
varios de ellos citados en este libro–, la red de comunicaciones mundial se halla asimismo
infestada de artículos, informaciones y explicaciones carentes de la mínima seriedad,
rigor y cuidado para estos pacientes y sus familias. De ahí que concentrar en un libro
aportaciones concretas para los enfermos de psicosis de cuatro profesionales y terapeutas
con amplio reconocimiento en estos ámbitos posee un más que indudable valor.Porque, a otro nivel, todavía muchos psiquiatras, libros de psiquiatría e informaciones
psiquiátricas se muestran de forma auténtica transidos por una visión de esos pacientes
que procede de otros tiempos y ámbitos: de las experiencias con las instituciones para
pacientes con psicosis más descompensadas. Aún hoy estos pacientes deben ingresar en
instituciones enormemente medicalizadas y basadas en la más radical asimetría asistencial
que conocemos en el campo de los cuidados de la salud: los servicios de psiquiatría de
hospital general y los de psiquiatría de hospitales monográficos. La asimetría es tan
patente como que algunos de los pacientes, para ingresar, tienen que ser desprovistos
incluso de algunos de sus derechos básicos como ciudadanos. Se trata de una realidad
que sigue siendo indispensable en algunos ingresos, que han de hacerse en contra de la
voluntad del paciente, por supuesto. El problema mayor es que luego buena parte de la
pragmática de la institución y de sus profesionales mantenga en muchos otros ámbitos del
cuidado de estos pacientes esas tendencias a la asimetría relacional y al control, más que
al intercambio relacional o a la ayuda psicoterapéutica, como muy bien explicaban las
narraciones incluidas en el libro de Hardcastle y colaboradores y en algún otro,
publicados en esta misma colección. Otra consecuencia es que cada vez haya más voces
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psiquiátricas exigiendo el «tratamiento ambulatorio involuntario»… sin aclarar, por
ejemplo, que están hablando, en pura metonimia, del «tratamiento farmacológico», como
si todos aquellos no hospitalarios de las psicosis, o al menos los principales, fueran los
farmacológicos (cuestión más que dudosa). Y, además, como si la aceptación
mínimamente estable de un tratamiento con neurolépticos actualmente pudiera hacerse
sin la colaboración de técnicas psicoterapéuticas.
Esas actitudes técnicas y profesionales, tan partidarias de la asimetría
paciente/terapeuta y de los tratamientos involuntarios o poco psicológicamente
motivados, han de ser discutidas hoy desde numerosos puntos de vista: político-
democráticos, técnicos, teóricos, humanos… Los técnicos deberíamos mejorar nuestra
sensibilidad y nuestras técnicas de trabajo para conseguir que los tratamientos que
juzgamos necesarios para un paciente y su familia puedan ser aceptados por ellos como
sujetos y como personas. La realidad es que en tal aceptación debería hallarse implícita la
consideración del paciente completo. Y la única forma en que podemos lograrlo es
apoyándonos en las partes sanas de la personalidad de los pacientes y en los elementos
resilientes bien patentes de ellos mismos y de sus familias y grupos sociales, a menudo
desbordados ante el impacto psicosocial desestructurante que supone la psicosis. No
olvidemos que, como antes decíamos, muchos de los pacientes que actualmente
muestran los síntomas de una psicosis aguda, consultan Internet y navegan por la red
comunicacional, a veces, más horas al día de lo que sería recomendable. No olvidemos
tampoco que muchos de esos pacientes han pasado los últimos meses o años anteriores a
que su trastorno sea diagnosticado, incluso viajando por el mundo real (no digital) y
realizando proyectos para empresas transnacionales, o yendo en migraciones de meses y
años, atravesando países, culturas y situaciones totalmente extrañas para ellos. En
ocasiones, han podido hacerlo así durante años, a pesar de su psicosis; y me estoy
refiriendo a personas concretas, conocidas y tratadas por sus psicosis en algunos de
nuestros dispositivos. Debería resultar evidente para nosotros la existencia de esas partes
sanas, de esas capacidades de afrontamiento y resiliencia, para que hayan conseguido
mantener esa vida autónoma incluso en situaciones tan estresantes durante meses y años.
Es decir: que incluso en la situación de psicosis aguda y subaguda persisten capacidades y
posibilidades resilientes bien patentes.
A esa parte de la personalidad de los pacientes o posibles pacientes va dirigido este
libro. No a la persona que aún protagoniza los libros de la psiquiatría más oficialista, los
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manuales de las técnicas e instituciones de la psiquiatría clásica y/o incluso la imaginería
popular, sino a los pacientes que, antes o después del primer episodio de psicosis aguda,
han vivido años y seguirán viviendo decenios con esas tendencias ambivalentes dentro de
ellos: a la integración y a la desintegración, al contacto y al aislamiento, a la mentalización
y a la desmentalización... Hemos de considerar que la única forma de atender esas
tendencias patológicas son las que les proporcionamos desde fuera, ¿les damos unas
técnicas supuestamente preparadas para hacerlo? Evidentemente no, y ése es el punto de
partida de este libro.
Si abandonamos la seudoseguridad de las teorías y técnicas hasta ahora
frecuentemente desplegadas para «tratar» las psicosis y tratar acerca de ellas, tenemos
mucho que aprender de los métodos de contención y resiliencia que esos pacientes y sus
familias se aplican durante años. Pero para ello, deberíamos forzarnos a un cambio de
perspectiva teórico-técnica que no todos podemos o deseamos realizar: abandonar el
pesimismo terapéutico que ha regido en nuestra aproximación a esos trastornos
(posiblemente influido por el modo de nuestras instituciones para tratarlos, así como por
el hecho de que comenzamos a tratarlos años o decenios después de que el trastorno
haya comenzado); abandonar las actitudes antidemocráticas, excesivamente asimétricas o
autoritarias en las aproximaciones profesional-consultante, salvo en contadas situaciones
de urgencia y puntuales; replantearnos el tipo y organización de nuestras instituciones
actuales para atenderlos, tanto hospitalarias como extrahospitalarias, a menudo
estereotipos de acartonamiento, inmovilismo y totalitarismo donde los haya… Por
ejemplo, ya es hora de que esas instituciones tan medicalizadas y jerarquizadas que
hemos creado durante el siglo xx dejen de seguir llamándose y construyéndose como
hospitales y en hospitales: «servicios de internamiento hospitalarios», «hospitales
psiquiátricos» (cuando son residencias biológicamente asistidas), «hospitales de día»
(cuando son o deberían ser instituciones para tratamientos psicosociales intensivos),
etcétera. Porque seguimos llamándolas así incluso cuando los tratamientos que aplican
son fundamentalmente psicológicos y psicosociales, como en muchos de los mejores
«hospitales de día»… Parece evidente que, salvo en el caso de unidades
superespecializadas para un número seleccionado de sujetos con gran componente
biológico en su situación patológica, las instituciones psiquiátricas hospitalarias que hoy
siguen dominando la asistencia deberían ser sustituidas paso a paso por servicios
comunitarios psicosocialmente integrados (proactivos y orientados a la detección y
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atención precoces, a la ayuda a las familias y a los grupos sociales con riesgo de
psicosis), por residencias para crisis, por residencias «a medio camino» y alojamientos
asistidos, etcétera. Ésa es la «cuarta reforma de la atención psiquiátrica», que hoy
considero cada vez más urgente poner en marcha y en la cual, posiblemente, los sistemas
biológicos de tratamiento han de cumplir una función, pero mucho menos dominante y
excluyente de la que poseen en la actualidad. Por supuesto que, en esa alternativa, la
perspectiva biológica de la psiquiatría –y las empresas que la fabrican– deberán aceptar
estar integradas en el conjunto de actividades y equipos comunitarios, integradores de lo
biológico, lo psicológico y lo social, para la atención a este tipo de pacientes (y a sus
familias).
Desde esa perspectiva alternativa, han escrito Morrison, Renton, French y Bentall el
libro que el lector tiene entre sus manos: para dar herramientas, medios de comprensión,
afrontamiento y resiliencia al propio paciente y a su familia. Un trabajo que creo que es
cada vez más útil. Un trabajo que no es nuevo, puesto que allá por los años setenta del
siglo xx intenté contribuir al mismo cuandome atreví a escribir un libro con esos
objetivos.1 Pero el volumen que el lector tiene entre sus manos posee un enfoque
diferente, desde luego: mucho más práctico al tiempo que más actualizado y orientado,
además, por una de las perspectivas de la psicología actual más avanzada en la defensa
de otra consideración para las psicosis: la perspectiva o paradigma cognitivo-conductual.
Más de un clínico o autor, tanto de orientación psicoanalítica o psicodinámica como
incluso del mismo modo de pensar teórico de los autores, podría tachar esta obra de
«superficial, en exceso optimista, hipomaníaco o (incluso) peligroso»… Cierto que
algunos pacientes con psicosis tal vez tomen alguna de sus páginas e indicaciones de
forma que pueda favorecer el trastorno o hasta de manera que dificulte la relación con
sus terapeutas. Es un peligro real, como en muchos otros libros de divulgación y
manuales de autoayuda o como el mismo Internet.
Pero, nuevamente, tal vez parte de esos temores se hallan aún demasiado lastrados
por una perspectiva muy asimétrica con respecto a las capacidades mentales y de juicio
de la realidad de los pacientes con psicosis y, sobre todo, por una perspectiva
individualista de su tratamiento, no basada en auténticos equipos integrados que usen los
medios comunitarios para ayudar a estos pacientes. Algunas de esas críticas parten quizás
de una perspectiva científica que considera las psicosis tan sólo como «enfermedades
genéticas del cerebro» y no como trastornos profundos de la vivencia y de las relaciones
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del sujeto.
A menudo, los libros y trabajos que proporcionan técnicas y herramientas para que el
sujeto pueda hacerse cargo al menos de una parte de sus enfermedades o trastornos, y
más en el ámbito del trastorno mental, son criticados desde diversas perspectivas, con la
idea de que pueden facilitar que la información o las recomendaciones contenidas en los
mismos alimenten la delusión,2 el autoengaño y los mecanismos de defensa psicóticos.
Pero si contamos con equipos integrales, interprofesionales e interparadigmáticos, bien en
contacto con la comunidad, tal vez esos profesionales y equipos pueden contrarrestar (o
ayudar a hacerlo) incluso el englobamiento o la utilización de estas propuestas por la
parte psicótica de la personalidad de los lectores –suponiendo que, previamente, antes, tal
dinámica haya desbordado sus partes sanas, sus capacidades de juicio y resiliencia.
Por otra parte, para los profesionales y técnicos potencialmente lectores, si parten de
esa otra perspectiva o de esas posibilidades, un libro como el aquí se presenta puede
cobrar incluso nuevos sentidos: por ejemplo, podría ser utilizado por otros miembros de
los equipos comunitarios o de la propia comunidad para ayudar a las personas
afectadas… Aunque de entrada, esta posibilidad resulte extraña o poco probable, y más
en algunos países como el nuestro, cuyos servicios se hallan en exceso centrados en los
fármacos y en perspectivas biológicas…
Pero otras perspectivas son posibles, otros mundos son posibles. Máxime por el
optimismo y la frescura con que escriben Morrison, Renton, French y Bentall,
haciéndonos acompañar a Calvin y Cath en sus experiencias, sentimientos, pensamientos,
delusiones y alucinaciones, y formas de afrontar y contenerlas…
Optimismo, frescura y utopía no son sinónimos de ingenuidad y peligro, como a
menudo tenemos tendencia a sentir (o incluso a creer). Ciertamente, un paciente que
haya leído este libro puede negar o denegar más la «enfermedad» y, posiblemente,
preguntará y dudará de más afirmaciones y prescripciones de algunos de sus cuidadores,
lo cual puede resultar negativo para su tratamiento, desde luego. Pero tal vez, sobre todo,
se opondrá más fundamentadamente a una psiquiatría anencefálica, a una psiquiatría sin
consideración del sujeto, y eso significará más problemas para las descripciones y
sentencias dogmáticas que hoy dominan la psiquiatría «oficial».
La capacidad de autonomía, pensamiento y actitudes autónomas es uno de los
componentes de la definición de salud integral, casi desde cualquier perspectiva
actualizada. ¿En virtud de qué «apriorismos» teóricos y pragmáticos hemos de pensar
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que ese aspecto de la salud no es aplicable a la capacidad que el propio paciente con
psicosis posee (o no) para comprender partes de su propio trastorno e incluso para
afrontarlas?
Una perspectiva biologista o incluso sociologista tal vez pueda descuidar ese elemento
de la salud y esa necesidad de que el paciente se haga cargo, en la medida de lo posible,
de su trastorno. Una perspectiva psicoterapéutica y una perspectiva integradora, nunca.
Jorge L. Tizón
Neuropsiquiatra, psicólogo, psicoanalista, director del equipo de Prevención en Salud
Mental EAPPP (Equip d’Atenció Precoç als Pacients en risc de Psicosi). Institut Català de
la Salut
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Agradecimientos y una nota de introducción
Gran parte de este libro tiene una deuda con el trabajo realizado por muchos clínicos e
investigadores. Especialmente, nos gustaría expresar nuestro agradecimiento a Tim Beck
por desarrollar la terapia cognitiva en primer lugar, y a Dennis Greenberger y Christine
Padesky por escribir El control de tu estado de ánimo, que supone una herramienta
especialmente útil tanto para terapeutas cognitivos como para pacientes y que, en verdad,
ha servido de inspiración para este libro. También nos gustaría expresar nuestro
agradecimiento a nuestros colegas en los campos de la terapia cognitiva y la psicosis,
cuyo número es demasiado grande para mencionarlos individualmente. Para acabar,
agradecemos a los usuarios de nuestros servicios y a sus familias la gran cantidad de
información que nos han proporcionado a lo largo de los años respecto a los mejores
métodos para conseguir que nuestro enfoque sea alcanzable. Esperamos que este texto
esté a la altura de la ayuda que nos prestaron y haga que la terapia cognitiva sea más
accesible para las personas que sufren angustiosas experiencias psicóticas. Su propósito
no es ser un libro de autoayuda, sino una herramienta que ayude a los afectados cuando
reciben terapia cognitiva de un profesional de la salud mental con una formación
adecuada. Eso no quiere decir que esta publicación no deba ser leída por aquellas
personas que no estén recibiendo terapia, pero es más probable que resulte de utilidad si
hay alguien que las aconseje y que las guíe a través de los capítulos.
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1. ¿Qué es la psicosis?
Calvin es un joven de veintiséis años. Desde los dieciocho, a menudo cuando no hay
nadie a su alrededor, oye voces que sólo él puede escuchar. La mayoría de las veces,
esas voces parecen proceder de algún lugar cercano situado a su izquierda, pero en
otras ocasiones parece que el origen esté justo detrás de su frente. Pueden aparecer
en cualquier momento del día, aunque lo más frecuente es a última hora de la tarde o
al anochecer. A veces pasan hasta diez días sin que las oiga, pero en otras ocasiones
le atormentan durante horas. Su volumen y su claridad también varían, oscilan desde
un leve balbuceo de difícil comprensión hasta una voz tan clara como la de alguien
que estuviera sentado justo a su lado. Ha intentado buscar diversas explicaciones al
porqué de esas voces. En algunas ocasiones culpa a Dios o al diablo, en otras
(normalmente después de una de sus reuniones habituales con su psiquiatra o con el
profesional comunitario de enfermería psiquiátrica) intenta aceptar que algo funciona
mal en su cerebro, aunque esa explicación nunca le convence por completo.
Siguiendo el consejo de su médico, ha tratado de no hacer caso a las voces, pero con
frecuencia le resulta imposible. Cuando éstas son muy angustiantes procura
enfrentarse a ellas volviendo a su piso, tumbándose en la cama, poniéndose los
auriculares y escuchando música con el volumen elevado.
Las voces no siempre le han alterado tanto. De hecho, cuando aparecieron por
primera vez eran bastante reconfortantes. Le hablaban de la terrible época de su
infancia durante la cual sufrió abusos sexuales, le decíanque no había sido culpa
suya y que no tenía nada de lo que avergonzarse. Siendo vagamente consciente de lo
poco corriente de su experiencia, guardó silencio acerca de esto. Las voces hacían su
aparición siempre que se sentía especialmente infeliz y le levantaban el ánimo. Sin
embargo, todo cambió cuando, a los veintidós años, Calvin se peleó con un
empleador que se había metido con él utilizando insultos racistas. Después de meses
de tormento, cedió al final a la provocación, arremetió contra el hombre y lo golpeó.
En consecuencia, éste llamó a la policía. Al ser interrogado, Calvin habló
abiertamente de las voces por primera vez y sin pensarlo bien con el médico de la
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policía, que había sido llamado a la comisaría para examinarlo. Debido a ello, fue
«detenido en contra de su voluntad» según el artículo 22 de la Mental Health Act
(Ley de Salud Mental), y se le obligó a recibir medicación antipsicótica. Fue una
experiencia horrible. Tras rechazar el tratamiento, el personal de enfermería lo
inmovilizó y le administró una dolorosa inyección en la nalga. El incidente fue muy
traumático y le recordó algunas de sus experiencias anteriores, especialmente la
violencia y los abusos a que se había visto sometido durante su vida en un hogar de
acogida.
Después de su estancia en el hospital, las voces de Calvin se volvieron cada vez
más críticas. Hablaban de él de forma negativa o le criticaban directamente. Durante
los últimos años ha tomado la medicación de forma intermitente. No obstante, hace
unos meses y debido a las frecuentes visitas de su enfermera psiquiátrica
comunitaria, Calvin ha tomado el medicamento con regularidad. Tiene sentimientos
encontrados respecto al tratamiento, porque, por un lado, no está del todo seguro si
quiere que las voces desaparezcan (curiosamente, a menudo se siente aburrido y solo
después de períodos prolongados sin ellas) y, por otro, porque cuando toma los
fármacos, se siente muy aletargado, desmotivado y emocionalmente aplastado.
A muchos usuarios de los servicios de salud mental, a sus familias y a los profesionales
que se ocupan de ellos, las experiencias de Calvin les resultarán muy familiares. Pese a
esta familiaridad, también pueden parecer las desconcertantes pruebas de una mente que
ha perdido contacto con la realidad. Es bastante frecuente que las personas que oyen
voces se sientan amenazadas por ellas y teman estar deslizándose por una pendiente que
sólo puede acabar en la locura absoluta. De hecho, en ocasiones Calvin se ha preguntado
si está sufriendo un lento deterioro y se ha comparado con un anciano tío suyo al que,
hace algunos años, vio derivar hacia la demencia y, al final, hacia la muerte. Los amigos
y los familiares de Calvin también sienten temor por lo que le deparará el futuro. A su
madre le preocupa, en especial, que pueda volverse violento e incontrolable; con
frecuencia ve en la televisión muchos casos de pacientes psiquiátricos que atacan a otras
personas, e incluso llegan a asesinar a desconocidos.
En este sentido, el personal psiquiátrico que se ha ocupado de Calvin durante estos
años no siempre ha sido de ayuda. Algunos de los psiquiatras a quienes ha visitado le han
dicho que sufre «esquizofrenia», y otros que tiene una «psicosis paranoide», pero
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ninguno le ha explicado el significado de estos términos. El hecho de que diferentes
psiquiatras no parezcan estar completamente de acuerdo entre sí ha alimentado sus dudas
acerca del tratamiento propuesto. Para aumentar más su confusión acerca de este tema,
Calvin es consciente de que otras personas que han recibido estos mismos diagnósticos
parecen tener problemas muy diferentes a los suyos.
Cath es una mujer de cuarenta y un años con dos hijos adultos, que ha estado en
contacto con los servicios de salud mental durante más de la mitad de su vida. Sus
problemas comenzaron hace veintidós años, justo después del nacimiento de Steven,
su primer hijo, cuando empezó a creer que los servicios sociales la estaban espiando.
Se negaba a abandonar su domicilio porque temía que planearan quitarle al niño. Al
final, su pánico remitió y dos años después nació su hija Claire.
Después del segundo nacimiento, todos los temores de Cath reaparecieron y se
volvieron más intensos que nunca. Convencida de que los trabajadores sociales la
espiaban a través de las ventanas de su casa, e incluso a través del televisor, corrió
las cortinas y se negó a salir al exterior para que no le arrebataran a sus hijos. Ni
siquiera cogía el teléfono. Cuando una enfermera del distrito fue a su casa para
comprobar el estado de los niños y ella le prohibió la entrada, se llamó a un
psiquiatra y, finalmente, Cath fue ingresada en un servicio de psiquiatría. No
sorprende que esa experiencia sirviera para reforzar los temores de Cath. Ninguno de
los intentos de su esposo o del personal de enfermería por tranquilizarla pareció
ayudarla.
Los problemas de Cath han persistido a lo largo de los años y actualmente cree
que la policía trabaja en colaboración con los servicios sociales locales para
procesarla. Está convencida de que, en las raras ocasiones en las que abandona el
domicilio, los policías entran en su casa y reordenan objetos –adornos y pequeñas
piezas del mobiliario– como recordatorio de que está siendo vigilada. Durante las
pocas veces que sale, Cath va cabizbaja, mira hacia el suelo y cuenta mentalmente
para evitar que agentes de policía y trabajadores sociales lean sus pensamientos.
Después de más de dos décadas con estos problemas, la relación de Cath y su
marido está peor que nunca. A menudo, él le reprocha que no fuera una buena
madre y que él tuviera que llevar la carga de criar a sus hijos. También le dice que,
ante todo, debería sentirse agradecida de que él se casara con ella (el matrimonio se
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celebró de forma apresurada, tras descubrir que Cath estaba embarazada). Como si
quisieran confirmar la mala opinión sobre ella, Steven y Claire no se esfuerzan por
ocultar cuán difícil les resulta verla, y a pesar de vivir en la misma población, la
visitan, como mucho, una vez al mes.
Al igual que Calvin, Cath ha recibido varios diagnósticos, entre los cuales se incluyen el
de «psicosis puerperal» (el diagnóstico que recibió tras el nacimiento de Steven),
«depresión psicótica» y «esquizofrenia paranoide». Está aún más convencida que Calvin
de que los profesionales psiquiátricos no comprenden realmente lo que le ha sucedido, y
la falta de una explicación convincente a sus problemas ha alentado su creencia de ser
víctima de algún tipo de conspiración.
21
¿Qué es la psicosis?
Se han utilizado muchas etiquetas (por ejemplo «esquizofrenia», «paranoia» y
«psicosis») para describir los tipos de problemas sufridos por Calvin, Cath y los millones
de personas en el mundo que padecen un cuadro parecido al suyo. Un problema que
tienen muchos afectados que reciben atención psiquiátrica es que no existe una fuente de
información fácilmente accesible que les permita obtener una explicación de estos
términos o saber qué pueden esperar de su tratamiento psiquiátrico. A pesar de que en
Internet existen algunos sitios útiles, la mayoría de ellos son difíciles de leer y, en
ocasiones, algunos de ellos parecen contradecirse. Hay muy pocos libros que
proporcionen información sobre la enfermedad mental presentada de una forma clara. Si
tienen suerte, los pacientes pueden dar con un psiquiatra, un psicólogo o un profesional
de enfermería psiquiátrica que dedique algo de tiempo a hablar sobre sus experiencias,
pero los sobrecargados servicios de psiquiatría no siempre proporcionan este tipo de
ayuda. Ésta es una de las razones por las que hemos redactado este libro.
Puede resultar útil que empecemos por destacar que las diferentes etiquetas que
emplean los profesionales de la salud mental al hablar de las dificultades de sus pacientes
han sido objeto de una evolución histórica, a medida que distintos psiquiatras y
psicólogos se han esforzado por hallar la manera de describir los síntomas de sus
pacientes. Consecuentemente,cuando el personal de la salud mental utiliza diferentes
términos (por ejemplo, cuando una enfermera se refiere a un paciente diciendo que sufre
de «psicosis» y otra lo califica como «esquizofrenia»), en general no pretende hacer
referencia a cosas diferentes. Por ello no debería darse una importancia excesiva a los
términos que utilizan psiquiatras, psicólogos y enfermeras respecto a sus pacientes
(aunque diferentes profesionales pueden no estar de acuerdo en cuáles son las causas de
las dificultades de los pacientes, como comentaremos en secciones posteriores del libro).
El término más amplio que se utiliza para describir el tipo de problemas
experimentado por Calvin y Cath es psicosis (o «trastorno psicótico»). Psicosis quiere
decir, simplemente, un tipo de problema en que el paciente parece estar, al menos en
cierta medida, fuera de contacto con la realidad. El motivo por el que se considera que el
afectado se encuentra así puede ser que tenga percepciones inusuales (por ejemplo, que
oiga voces, como le sucede a Calvin) y/o que tenga creencias que a los demás les
parecen extrañas o injustificadas (las más frecuentes son la creencia aterradora en la
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existencia de algún tipo de conspiración malévola, como le ocurre a Cath). Los pacientes
con psicosis también pueden sufrir otras dificultades emocionales (por ejemplo, tener
problemas para enfrentarse con las exigencias de la vida cotidiana, o estar muy
deprimidos). Asimismo, experimentan con frecuencia cambios en la manera en que se
perciben a ellos mismos y al mundo que los rodea, preocupándose muchísimo por ideas
inusuales que pueden provocar su retraimiento. No obstante, normalmente son las
experiencias y las creencias inusuales las que dan lugar a que se describa al paciente
como psicótico.
Llegados a este punto, resultará útil introducir dos términos que los profesionales de
la salud mental emplean para describir los síntomas principales de la psicosis. Calvin oía
voces de personas que no estaban realmente presentes. Este tipo de experiencia, que
(como veremos más adelante) es sorprendentemente habitual, es conocido como
alucinación. El tipo de alucinación más frecuente es la auditiva-verbal, igual que la de
Calvin. Sin embargo, con menor frecuencia, los individuos viven alucinaciones visuales
(ver cosas que no están realmente presentes, como por ejemplo el caso de un hombre
joven que creía que podía ver al diablo), alucinaciones táctiles (por ejemplo, la sensación
de ser tocado cuando no hay nadie más presente) y alucinaciones olfativas (olores que
nadie más puede detectar).
Los psiquiatras y los psicólogos utilizan el término delirio para describir creencias
sostenidas firmemente incluso frente a evidencias significativas en su contra, y que a
prácticamente todos los demás les parecen increíbles o incluso extravagantes y ridículas.
El tipo más habitual de delirio es el paranoide o de persecución. Los individuos con este
tipo de creencias, como, por ejemplo, Cath, temen ser víctimas de algún tipo de
conspiración. Sin embargo, hay otros tipos de convicciones inusuales que también hacen
que los afectados busquen ayuda psiquiátrica; por ejemplo, pueden creer que tienen
poderes sobrenaturales o una riqueza enorme (llevándoles a hacer cosas de las que luego
se arrepienten) o sentir que son culpables de crímenes imposibles. Un aspecto importante
que nos gustaría mencionar es que, en general, las creencias inusuales están vinculadas a
la vida de los afectados. Normalmente, las personas con convicciones que a los demás
les parecen extravagantes o irracionales tienen buenos motivos para mantenerlas. Por lo
visto, eso no quiere decir que dichas creencias sean un reflejo exacto de la realidad.
23
¿Importa el diagnóstico?
Aunque entre los profesionales de la salud mental existe un consenso general sobre el
significado amplio del término «psicosis», la situación se complica un poco cuando se
hace referencia a etiquetas diagnósticas más específicas. A pesar de los intentos de
psiquiatras y psicólogos de definir con precisión los diagnósticos (por ejemplo, en
manuales que tratan de concretar los síntomas asociados con cada cuadro clínico), sigue
existiendo una falta de consenso sobre la cantidad de trastornos psiquiátricos diferentes
que existen y sobre cuál es la mejor manera de etiquetarlos.
Un término utilizado frecuentemente para describir las condiciones psicóticas es
esquizofrenia. Normalmente, la persona que recibe un diagnóstico de esquizofrenia tiene
alucinaciones y/o delirios, pero también otros problemas. Por ejemplo, puede sufrir una
falta de motivación, sentirse emocionalmente aplastado y tratar de evitar al máximo el
contacto con los demás. También puede tener problemas para hablar con claridad,
especialmente en situaciones de alteración emocional. A pesar de que las personas con un
diagnóstico de esquizofrenia tienden a ser muy infelices, no suelen darse estos
diagnósticos cuando el problema principal experimentado por el individuo tiene que ver
con el estado de ánimo (sentimientos).
Si predominan los problemas de estado de ánimo suelen utilizarse los conceptos
depresión maníaca o trastorno bipolar (ambos poseen el mismo significado). Las
personas que reciben estos diagnósticos pueden atravesar períodos de depresión extrema
y fases en que se sienten maníacos (excesivamente eufóricos, además de irritados y
asustadizos). No obstante, los individuos que reciben un diagnóstico de depresión
maníaca/trastorno bipolar también pueden tener experiencias psicóticas (alucinaciones y
delirios), especialmente cuando están maníacas.
Dado que muchas personas experimentan una combinación de dificultades que no
parecen ser claramente esquizofrénicas ni tampoco maníaco-depresivas, y dado que
algunos psiquiatras y psicólogos tienen dudas sobre la naturaleza de ambas condiciones
como entidades distintas, a menudo se utiliza el diagnóstico de trastorno esquizoafectivo
para hacer referencia a pacientes que tienen tanto síntomas psicóticos constantes como
problemas persistentes del estado de ánimo.
Por lo general, se utiliza el término paranoia para referirse a personas con creencias
paranoides o de persecución y sin ningún otro tipo de experiencia psicótica. Ante estas
24
circunstancias, muchos psiquiatras contemporáneos prefieren emplear el término
trastorno delirante. Para aumentar la confusión, a veces se usa el diagnóstico
esquizofrenia paranoide si las personas presentan muchos síntomas y los más intensos
son los temores paranoides.
Lo que deben comprender los pacientes y sus amigos y familiares es que, en
psiquiatría, los diagnósticos tienen una importancia mucho menor que en medicina
general. Diagnósticos psiquiátricos como «esquizofrenia» o «paranoia» no describen
enfermedades completamente diferentes entre sí como sucede con diagnósticos como
«insuficiencia cardíaca» o «diabetes». Por la falta de consenso que existe en relación con
los límites diagnósticos, y dado que las dificultades que tienen los pacientes pueden
cambiar a lo largo del tiempo, es muy habitual que los individuos reciban un primer
diagnóstico y un segundo e incluso un tercero, cuando, meses o años después, aparece
otro médico.
Por este motivo, los psiquiatras, psicólogos y enfermeras que ayudan a personas con
psicosis deberían tratar de evaluar y comprender la combinación única de problemas que
experimenta cada paciente. Mediante este enfoque resulta más sencillo comprender el
origen de los problemas de los pacientes y, es de esperar, diseñar intervenciones que
cubran sus necesidades.3
25
2. ¿Son anormales mis experiencias?
En este capítulo explicaremos cómo las experiencias psicóticas se plantean dentro de un
rango en que también se sitúa la actividad normal y sana.4 Mostraremos que no existe
una línea divisoria clara entre «cordura» y enfermedad psiquiátrica. Esta observación es
importante porque establece que las personas con problemas psiquiátricos no son muy
diferentes del resto. De hecho, como comprobaremos en capítulos posteriores, muchas
de las dificultadesque experimentan las personas con perturbaciones psiquiátricas pueden
ser consideradas variantes extremas de características a las que todos somos propensos.
Como vimos en el capítulo anterior, Calvin es un joven de veintiséis años que oye
voces desde los dieciocho años. Al principio esas voces le proporcionaban una
experiencia positiva, le ofrecían apoyo y consejo, pero comenzaron a volverse
negativas después de que Calvin, en contra de su voluntad, fuera ingresado en un
hospital cuando tenía veintidós años. Lo medicaron sin su consentimiento y
actualmente explica que después de ese incidente, las voces se volvieron críticas y
negativas. Fue en aquella ocasión cuando los médicos le dijeron por primera vez que
sufría de esquizofrenia.
26
¿Cuál es la frecuencia de los diagnósticos psiquiátricos como el de
esquizofrenia?
Como ya comentamos, tanto Calvin como Cath fueron diagnosticados de esquizofrenia.
Muchas personas con experiencias similares han recibido este diagnóstico u otros
parecidos de sus doctores. Según la opinión médica convencional, la esquizofrenia es uno
de los trastornos psiquiátricos más comunes y llega a afectar aproximadamente al 1% de
la población en algún momento de su vida. Eso significa que, sólo en el Reino Unido, en
torno a 600.000 personas recibirán un diagnóstico de esquizofrenia (la cifra
correspondiente en Estados Unidos se sitúa justo por debajo de los tres millones). Las
tasas correspondientes a otros trastornos psicóticos son similares, el trastorno bipolar (o
la depresión maníaca) afecta hasta al 2% de la población (es decir, a más de un millón de
personas en el Reino Unido y a unos seis millones en Estados Unidos) y el trastorno
esquizoafectivo afecta a alrededor del 0,5% (es decir, a unas 300.000 personas en el
Reino Unido y a 1,5 millones en Estados Unidos). Esto significa que, si se suman otros
trastornos psicóticos como la depresión psicótica o el trastorno delirante, más de dos
millones de personas en el Reino Unido sufrirán una enfermedad psicótica que los llevará
a buscar ayuda en los servicios de salud mental.
27
¿Con qué frecuencia se oyen voces?
La semana pasada Calvin caminaba por la calle y oyó una voz que decía «No
debería permitírsele salir. Alguien debería ir a buscarle». Cuando miró alrededor no
había nadie. Ayer, cuando veía la televisión, oyó una voz que le decía que el
presentador de las noticias estaba hablando de él. Cambió de canal para ver Top of
the Pops y la voz dijo «La canción que suena trata de ti».
De hecho, la experiencia de Calvin de oír voces cuando no hay nadie a su alrededor (o,
al menos, cuando nadie parece estar diciendo las palabras que oye) es bastante frecuente.
A veces las voces parecen provenir de los vecinos, de la televisión o de la radio, de
personas que pasan por la calle o incluso de fantasmas. En otras ocasiones, puede
parecer que surgen del aire, que vienen de detrás, que atraviesan paredes o provienen
hasta de altavoces. A menudo, parecen muy reales y, en ocasiones, su volumen puede
ser muy elevado. Pueden gritar o, al contrario, susurrar.
Las voces pueden decir todo tipo de cosas. A veces, su mensaje no resulta molesto e
incluso puede ser positivo o comprensivo, pero a algunas personas estas voces les
provocan ansiedad o les resultan amenazadoras o abusivas. Si usted oye voces que no le
resultan molestas, no existe ningún motivo para considerarlas problemáticas. Sin
embargo, la sola experiencia de oírlas hace que algunos se sientan preocupados. Otras
veces, puede parecer que las voces hablan del oyente, llegando a describir lo que está
haciendo o pensando. Este tipo de experiencia puede resultar muy confusa porque cuesta
comprender cómo es posible que las voces sepan detalles tan personales. Si son groseras
o abusivas pueden causar molestias especiales. En ocasiones pronuncian obscenidades o
piden a quien las escucha que haga cosas terribles.
Existe cierto grado de evidencia de que las voces son un fenómeno psicológico
normal que casi todos podemos experimentar en determinadas circunstancias. Las
alucinaciones pueden ser inducidas por drogas (como el cannabis, el LSD o la cocaína) o
por la abstinencia alcohólica después de un período prolongado de consumo intenso.
Existen algunos acontecimientos vitales estresantes concretos como, por ejemplo, el
duelo, que parecen causar la experimentación de alucinaciones (ver personas u oír
voces). Un estudio, por ejemplo, detectó que más del 80% de las personas mayores que
habían perdido a su pareja habían experimentado una alucinación visual o auditiva
28
(creyeron que veían u oían a su pareja) durante el mes posterior a la muerte.5 Los
estudios sugieren que entre el 10% y el 25% de la población general ha tenido una
experiencia alucinatoria al menos en una ocasión. Un estudio reciente sobre una
población de 1.000 individuos sin antecedentes psiquiátricos observó que el 16% había
oído voces, cifra que implica que en torno a diez millones de personas en el Reino Unido
y 47 millones en Estados Unidos han oído voces. Un importante estudio norteamericano
basado en entrevistas a 17.000 personas6 observó que entre el 4% y el 5% de la
población general había experimentado alucinaciones durante un período de un año, lo
que significa que son unos tres millones de personas en el Reino Unido (y casi 15
millones en Estados Unidos) que oyen voces cada año.
Los investigadores que han analizado la aparición de voces en estudiantes
universitarios han observado que una minoría significativa (37% a 39%) declara haber
tenido este tipo de experiencia, y que están relacionadas con problemas de salud mental.
Un estudio observó que el 71% de los 375 estudiantes entrevistados declararon haber
tenido alucinaciones verbales breves en estado despierto.7
El trabajo de Marius Romme, un psiquiatra social danés, respalda estos hallazgos.
Observó que el 39% de las 173 personas con alucinaciones auditivas que respondió a un
llamado a través de la televisión no recibía atención psiquiátrica.8 Tomados en conjunto,
estos resultados sugieren que el hecho de oír voces es una experiencia mucho más
habitual de lo que los médicos suelen suponer y que no conduce forzosamente a
necesitar atención psiquiátrica.
29
¿De dónde vienen las voces?
Calvin empezó a oír voces a los dieciocho años. Precisamente en aquella época
había comenzado a recordar un episodio de abusos sexuales sufrido durante su
infancia. Esos recuerdos le resultaban muy perturbadores y tenía problemas para
dormir. Al intentar conciliar el sueño y con la esperanza de sentirse más tranquilo
durante el día, empezó a fumar grandes cantidades de cannabis. Cuando las voces
hicieron su aparición descubrió que éstas querían apoyarlo diciéndole cosas como
«estarás bien» y «no fue culpa tuya». Pensó que las voces podían pertenecer a
amigos sobrenaturales que trataban de protegerlo.
Ciertos factores parecen asociarse con el inicio de la experiencia de oír voces,9 y algunos
estaban presentes en el caso de Calvin:
 
— La experiencia reciente de un duelo.
— La experiencia de abusos sexuales durante la infancia o durante la vida adulta.
— La experiencia de otros tipos de trauma grave (como, por ejemplo, ser víctima de
agresiones físicas, combates o secuestros).
— El confinamiento solitario.
— La privación de sueño.
— El consumo de determinadas drogas (como el speed, la cocaína, el cannabis o el
LSD).
— Una temperatura muy elevada u otra enfermedad física.
— Encontrarse en la frontera entre el sueño y la vigilia.
Marius Romme describió que la mayoría de los pacientes que había visitado habían
empezado a oír voces después de experimentar un acontecimiento traumático, y sugiere
que el hecho de oír voces puede formar parte de un proceso de afrontamiento. Sin duda,
ésta es una manera de entender el desarrollo de las voces que oía Calvin.
Aunque resulte difícil de creer, a veces las voces que nadie más puede oír pueden ser
interpretaciones erróneas de otros sonidos. También pueden ser la interpretación falsa de
los propios pensamientos, y parececomo si una persona estuviera hablando en voz alta.
Eso no significa que el sonido de la voz tenga que ser similar al de la propia voz. Podrían
parecerse al recuerdo de la voz de alguna otra persona. Ser una voz masculina, femenina
30
o incluso infantil. La manera más sencilla de entender esto es pensar en los sueños. En
nuestros sueños podemos oír las voces de otras personas mientras hablan. También
existen otros ejemplos de sonidos que podemos recordar o experimentar vívidamente: el
recuerdo de otras personas mientras hablan, cuando imaginamos deliberadamente una
conversación con alguien a quien conocemos bien o cuando somos incapaces de apartar
de nuestras mentes una canción que hemos escuchado en la radio. Estos ejemplos
demuestran que, en determinadas situaciones, podemos ser capaces de experimentar
nuestros propios pensamientos como si fueran la voz de otra persona. Al parecer, la
probabilidad de que esto suceda es mayor en determinadas circunstancias, como después
de episodios de insomnio, la exposición a fuentes de estrés o por efecto de las drogas.
Existen muchos hallazgos científicos que respaldan esta explicación. Por ejemplo, los
escáneres cerebrales han mostrado que cuando las personas están oyendo voces existe
actividad en las regiones cerebrales que normalmente controlan el habla.10 Otros estudios
han mostrado que los músculos del habla se mueven cuando las personas oyen voces, de
una manera muy similar a la que tiene lugar cuando hablamos con nosotros mismos o
pensamos en palabras (este fenómeno se denomina subvocalización y es similar al que se
produce cuando leemos o rezamos en silencio). Finalmente, algunos estudios científicos
sugieren que la subvocalización deliberada (cuando, por ejemplo, uno cuenta para sí
mismo, recita una poesía, resuelve crucigramas, etcétera) interfiere con las voces,
frecuentemente hasta las impide. Por lo tanto, parece que a menudo las voces consisten
en un «discurso interno» (o en nuestros propios pensamientos) y que se vivencian como
si procedieran de alguien o algo diferente.
31
¿Por qué algunas personas se sienten perturbadas por sus voces?
Calvin sólo comenzó a sentirse perturbado por sus voces cuando lo ingresaron en un
hospital y lo obligaron a tomar medicamentos. En ese momento, las voces pasaron
de ser comprensivas a ser abusivas y críticas, decían cosas como «está loco»,
«nunca saldrá del hospital» y «alguien debería darle una buena paliza». Empezó a
preocuparle que, en realidad, las voces fueran las de vecinos suyos o de otros
pacientes del centro y que tuvieran la intención de hacerle daño debido a su origen
racial.
A pesar de que muchas personas oyen voces y no se sienten inquietas en absoluto por
ellas, llegando incluso a valorar esta experiencia, otras se sienten totalmente trastornadas.
Es posible que sea el resultado de un cambio en las circunstancias vitales o de un
aumento del estrés. El caso de Calvin puede haber sido éste, ya que ser ingresado en un
hospital psiquiátrico puede resultar una experiencia muy atemorizante. Es fácil entender
que si se oyen voces que parecen proceder de alguien poderoso o de alguien que
pretende hacernos daño, la experiencia puede resultar muy perturbadora (no sorprende
que Calvin se sintiera intranquilizado al creer que sus vecinos tenían la intención de
causarle algún daño).
Algunas personas se sienten preocupadas por el contenido del mensaje de las voces
(las voces que Calvin oía eran claramente amenazadoras), mientras que otras personas se
inquietan porque las voces les distraen mucho y les impiden hacer cosas como
concentrarse, mantener una conversación o conciliar el sueño. El motivo por el que
experiencias como la de oír voces puedan resultar perturbadoras se analizará más
detalladamente en capítulos posteriores.
32
¿Es frecuente sentirse paranoico?
Hemos visto que Cath es una mujer de cuarenta y un años con dos hijos adultos que
ha estado en contacto con los servicios psiquiátricos durante los veintidós años
trascurridos desde el nacimiento de su primer hijo. En aquel momento creía que los
servicios sociales se dedicaban a espiarla para obtener información y quitarle la
custodia de su hijo. Aunque afrontó y superó ese episodio, con el nacimiento de su
hija Claire dos años más tarde sus creencias reaparecieron. Los problemas de Cath
se han mantenido a lo largo de los años y actualmente cree que la policía colabora
con los servicios sociales planeando someterla a un proceso judicial. Piensa que
entran en su casa cuando ella sale y que cambian las cosas de lugar para recordarle
que la vigilan. Como resultado de ello raramente sale de su casa.
Las ideas o creencias que un médico denominaría «delirios» también son un síntoma
muy frecuente de la esquizofrenia; el tipo más habitual es el delirio de persecución o las
creencias paranoides –que tienen lugar cuando las personas creen que alguien está
tratando de hacerles daño de modo deliberado–. Alrededor del 60% de las personas con
un diagnóstico de esquizofrenia tienen este tipo de convicciones.
Esta clase de creencias también es notablemente frecuente en la población general.11
Por ejemplo, las investigaciones han mostrado que en torno al 25% de los individuos sin
antecedentes de utilización de los servicios de salud mental piensa que alguien les
persigue (esto representaría aproximadamente 15 millones de personas en el Reino Unido
y 74 millones en Estados Unidos) y alrededor del 10% tienen pensamientos acerca de la
existencia de una conspiración en su contra (en torno a seis millones de personas en el
Reino Unido y a 30 millones en Estados Unidos). Evidentemente, la mayoría de las
personas experimenta de vez en cuando, sin motivo, sentimientos moderados de no
gustar a otros; por ejemplo, al entrar en una habitación llena de desconocidos.
33
¿Con qué frecuencia se tiene otro tipo de creencias inusuales?
En ocasiones a Calvin le preocupa que la gente en la televisión o en la radio esté
hablando de él.
Existen muchos otros tipos de creencias inusuales. Entre las personas diagnosticadas de
esquizofrenia los más frecuentes son los delirios de referencia, en los que las personas
sienten que otra gente, la televisión o la radio, las revistas o los periódicos están hablando
de ellas (observado en torno al 70% de los pacientes). Los delirios de control, en los que
las personas creen que sus acciones son controladas por alguien o algo (como por
ejemplo Dios, el diablo, extraterrestres u otros individuos), también son frecuentes y se
observan en alrededor del 50% de los pacientes. Otras creencias inusuales comunes
incluyen el pensar que los propios pensamientos son emitidos, que los pensamientos son
introducidos en el propio cerebro desde el exterior, o la convicción de que uno ha sido
elegido para realizar una misión, o que es especial por algún motivo concreto.
En un estudio realizado en 60.000 adultos británicos, se observó que las creencias en
fenómenos no científicos o parapsicológicos eran frecuentes.12 Por ejemplo, el 50% de
las personas objetos de ensayo expresó su creencia en la transferencia de pensamientos
entre dos personas (telepatía) y el 25% creía en los fantasmas. Otras investigaciones han
demostrado que entre el 30% y el 80% de las personas creen, hasta cierto punto, en
algunas ideas que los médicos suelen etiquetar de delirantes. Así, en un estudio13 se
observó que el 42% de las personas cree que otros están haciendo insinuaciones acerca
de ellas (unos 25 millones en el Reino Unido y 136 millones en Estados Unidos) y que el
5% piensa que la televisión o las revistas contienen mensajes especiales dirigidos
personalmente a ellos (alrededor de tres millones de personas en el Reino Unido y 15
millones en Estados Unidos).
34
¿De dónde vienen las creencias delirantes?
Probablemente, tanto el estrés como la cultura y el sistema general de creencias de una
persona desempeñen un papel en el desarrollo de las creencias inusuales. Por ejemplo, es
improbable que alguien que no ha recibido una educación religiosa llegue a preocuparsepor la posibilidad de que el diablo le controle, o que alguien que nunca ha creído en la
vida extraterrestre se preocupe por la posibilidad de que haya seres desconocidos
enviando pensamientos a su cerebro.
Los psicólogos han demostrado que, en contra de la convicción popular, los delirios
no son mantenidos con una certidumbre absoluta y que éstos varían en términos de la
perturbación que provocan, del tiempo que las personas dedican a pensar en ellos y del
esfuerzo realizado para enfrentarse con estos pensamientos.14 También se ha investigado
que los pacientes que experimentan creencias delirantes tienden a precipitarse en sus
conclusiones y tienen un estilo de razonamiento que se caracteriza por la rapidez y el
exceso de confianza; 15 dicho de otra manera, las personas con creencias inusuales toman
las decisiones relacionadas con las causas de los acontecimientos de manera muy rápida
y a menudo se aferran a la primera explicación que se les ocurre de un asunto. Se ha
observado que las creencias paranoides, especialmente, pueden producirse cuando la
gente culpa a otras personas de las experiencias vitales negativas,16 y se cree que este
estilo de razonamiento puede contribuir a protegerles de una baja autoestima (si culpas a
otra persona cuando algo te sale mal, no tienes que culparte a ti mismo).
En el caso de Cath, es posible que sus temores acerca de sus hijos puedan haberla
llevado a sentir que merecía ser castigada de alguna manera. Tal vez el culpar a la
policía y a los servicios sociales por todo lo malo que le sucede actualmente evite, de
alguna manera, la necesidad de culparse a ella misma (protegiendo así su
autoestima). También puede ser que estuviera atribuyéndole significado a una
coincidencia, como por ejemplo al hecho de haber recibido una carta de los servicios
sociales en el momento que un helicóptero sobrevolaba su casa, asumiendo que
existía una conspiración que involucraba a la policía y a los servicios sociales sólo
porque esto fue lo primero que se le ocurrió. Mientras otras personas podrían haber
descartado esta idea por poco realista, su estilo de pensamiento podría hacer que se
aferrara a esta explicación.
35
¿Por qué algunas personas se sienten perturbadas por sus creencias
inusuales?
En un estudio sobre ideas inusuales,17 se observó que no era el contenido de las creencias
el que permitía distinguir entre los pacientes ingresados en un servicio de psiquiatría y los
miembros de la población general, sino el grado de certidumbre (hasta qué punto creían
que sus convicciones eran ciertas), malestar y preocupación (hasta qué punto no podían
evitar pensar en ello). Este dato sugiere que es el modo como estos pensamientos son
interpretados, más que los pensamientos propiamente dichos, lo que distingue a los
pacientes psicóticos de la población general. Dicho de otra manera, cuanto mayor sea la
atención que las personas presten a los pensamientos inusuales, mayor será su seguridad
de que éstos deben ser ciertos, y cuanto mayor sea la significación que les atribuyan,
mayor será la probabilidad de que se sientan angustiados y busquen ayuda psiquiátrica.
En el caso de Cath, ella creía, con una certeza próxima del 90%, que los servicios
sociales y la policía trataban de procesarla judicialmente y dedicaba gran cantidad de
tiempo a darle vueltas a estas ideas; como resultado, se sentía angustiada casi
siempre. Probablemente, si pudiera pensar en estas fantasías considerándolas
improbables y consiguiera expulsarlas de su mente, su sufrimiento sería mucho
menor. En capítulos posteriores examinaremos de qué manera podría terminar
desarrollando habilidades que la ayudaran a alcanzar este objetivo.
36
¿Son anormales mis propias experiencias?
En este y posteriores capítulos del libro le pediremos que realice algunos ejercicios que
pueden ayudarle con cualquier problema psicótico que haya estado experimentando.
¿Tiene alguna experiencia similar a las que se han descrito en este capítulo? En caso afirmativo, ¿cuáles son?
¿Cree que son comunes? Base su decisión en la información que se ha presentado en este capítulo.
Sus
experiencias o
creencias
Porcentaje de la población
con experiencias similares
Cantidad de personas con esta experiencia en el Reino Unido (con
una población total cercana a los 60 millones de personas)
 
Cuando empezó a tener estas experiencias, ¿había algún factor (quizás señalado por otras personas) asociado con
su inicio? Marque todas las casillas que correspondan.
☐ Fallecimiento de una persona querida
☐ Abusos sexuales durante la infancia
☐ Abusos sexuales durante la vida adulta
☐ Agresiones físicas durante la infancia
☐ Agresiones físicas durante la vida adulta
☐ Abuso emocional o bullying intensos
☐ Situaciones de combate o secuestro
☐ Confinamiento solitario o aislamiento social
☐ Privación de sueño
☐ Consumo de drogas (como por ejemplo speed, cocaína, cannabis, éxtasis)
☐ Consumo de sustancias alucinógenas (como por ejemplo setas mágicas o LSD)
☐ Una temperatura muy elevada u otras enfermedades físicas
37
¿Debería buscar ayuda?
Parece lógico pensar que, si las experiencias inusuales son tan comunes como parece
sugerir la evidencia comentada, muchas personas con este tipo de experiencias se las
arreglan perfectamente sin necesidad de buscar ayuda. Las siguientes preguntas pueden
ayudarle a decidir si quiere buscar ayuda para sus experiencias.
 
1. ¿Cómo me siento? Si las experiencias provocan que se sienta ansioso, enfadado, triste o angustiado, puede
merecer la pena reflexionar acerca de lo que le ha estado sucediendo y valorar si desea buscar algún tipo de
ayuda para sus problemas. Por otro lado, puede decidir tomar medidas para solucionar sus problemas usted
mismo.
2. ¿Soy capaz de hacer las cosas que deseo hacer? Si existe algo que le gustaría realizar, como por ejemplo visitar
a sus amigos, salir, ir a comprar o buscar trabajo, y la preocupación por sus experiencias está impidiendo que
las lleve a cabo; en ese caso merece la pena valorar la posibilidad de adoptar algún tipo de iniciativa.
3. ¿Mis relaciones cercanas están siendo afectadas? Si sus experiencias inusuales y su sufrimiento provocan
problemas en sus relaciones interpersonales importantes, enfrentarse con esas vivencias puede tener efectos
positivos.
4. ¿Se ve mi sueño afectado? Al tratar de conciliar el sueño por la noche, ¿determinadas preocupaciones no cesan
de dar vueltas en su cabeza haciendo que se sienta inquieto e incapaz de calmarse? ¿Se despierta temprano y le
resulta imposible conciliar el sueño de nuevo debido a las inquietudes que le rondan?
5. Respecto a mi estado físico, ¿me siento anormal o me gustaría sentirme de manera diferente? ¿Se siente más
cansado que normalmente? ¿Experimenta palpitaciones, dolores de cabeza, náuseas, «mariposas» en el
estómago, incapacidad para concentrarse, se siente tembloroso, etcétera, pero no se le ocurre ninguna causa
física? Este tipo de experiencias puede indicar que tiene preocupaciones, incluso si no es consciente de ellas.
6. ¿Han comenzado otras personas a señalar que me comporto de manera distinta a la habitual? Si otras personas
de su confianza han empezado a señalar que su comportamiento, reacciones o estado de ánimo parecen
diferentes a los habituales, puede merecer la pena comprobar si tiene alguna preocupación que pueda explicar
estas diferencias.
38
3. ¿Seré siempre así?
En ocasiones, Cath piensa en su vida y tiene la sensación de haber sufrido sus
problemas desde siempre. Después de veintidós años de sentirse atemorizada casi
constantemente, le resulta difícil recordar la época anterior al nacimiento de Steven y
Claire, cuando era capaz de disfrutar de las cosas sencillas de la vida, como visitar a
sus amigos o ir al pub con su marido. Cuando piensa en el futuro muy pocas cosas la
ilusionan y sólo imagina los próximos años en los que su protección y su seguridad
dependerán de un hombre al que hace tiempo ha dejado de amar y que, a su vez,
parece haber dejado de quererla. Su pesimismo acercadel futuro está vinculado a
sus creencias sobre lo que le ha sucedido. Después de todo, piensa, si sus
torturadores la han perseguido durante más de veinte años es probable que no dejen
de hacerlo nunca.
Calvin también se siente pesimista acerca del futuro, aunque por motivos muy
diferentes. A pesar de que sólo ha recibido atención psiquiátrica durante cuatro años,
igual que le sucede a Cath le cuesta recordar la época anterior a su enfermedad. A
diferencia de Cath, ha comenzado a aceptar progresivamente la explicación sobre sus
dificultades que le dan médicos y enfermeras. Ellos han tratado de convencerle,
insistentemente, de que sufre una enfermedad del cerebro.
El problema de Calvin es que tanto médicos como enfermeras parecen ser muy
pesimistas en lo que respecta a su enfermedad. De hecho, en una ocasión su
psiquiatra le explicó (con un tono amable: era evidente que opinaba que lo mejor era
que Calvin tuviera expectativas poco realistas) que debería aceptar la naturaleza de la
esquizofrenia como enfermedad para toda la vida, que nadie se recuperaba de ella
por completo y que debería asumir sus limitaciones y hacerse a la idea de que
necesitaría tomar su medicación durante el resto de su existencia. Este hecho no
sería tan negativo si la medicación sólo tuviera efectos positivos. No obstante, como
vimos en el capítulo anterior, cuando tomaba la medicación Calvin solía sentirse
desmotivado y falto de emociones.
39
La idea de que la psicosis es una enfermedad para toda la vida tiene su origen en los
inicios de la psiquiatría y sigue siendo aceptada por muchos profesionales de la salud
mental contemporáneos. De hecho, Emil Kraepelin, el primer psiquiatra del siglo xix que
introdujo el concepto de esquizofrenia, opinaba que la enfermedad era degenerativa;
dicho de otro modo, que casi todos los pacientes empeorarían a lo largo del tiempo.18
Un motivo por el que algunos profesionales de la salud mental siguen manteniendo
esta visión pesimista es que se les enseñó a pensar así durante sus años de formación.
Otro motivo es que tienden a recordar a aquellos pacientes con dificultades más
persistentes que, por lo tanto, necesitaron un tratamiento continuado. Los afectados que
experimentaron episodios breves y desaparecieron de la consulta, sin necesidad de ayuda
adicional, pueden ser olvidados rápidamente. Para entender el curso probable que seguirá
una persona aquejada de síntomas psicóticos, lo mejor es echar un vistazo a algunos
estudios.
De hecho, existen muy pocos estudios que hayan explorado lo que le sucede a los
individuos con psicosis a lo largo de períodos muy prolongados, sobre todo por la
enorme dificultad que conlleva la realización de estas investigaciones. No obstante, todos
los que se han efectuado han llegado a las mismas conclusiones generales:
1. El desenlace (cómo conviven los individuos con la enfermedad a lo largo del tiempo) resulta ser un concepto
muy difícil de definir. Esto es así porque algunas personas lo llevan bien, otras, en cambio, mal. Por ejemplo,
los síntomas de algunas personas desaparecen paulatinamente, mientras que los de otras siguen (desenlace
sintomático); hay afectados capaces de afrontar un empleo mientras que otros no (desenlace laboral); y algunas
personas consiguen conservar redes de amistades mientras que otras se van quedando socialmente aisladas de
manera progresiva (desenlace social). Un aspecto muy importante es que estos tipos de desenlaces diferentes
no parecen tener demasiada relación entre ellos. Es decir, una mujer puede recuperarse por completo de sus
síntomas pero sentirse incapaz de ir a trabajar, mientras que otra puede ser capaz de conservar una vida social
y una carrera profesional y, por ejemplo, seguir oyendo voces.
2. El desenlace es tremendamente variable, no importa cuál sea el diagnóstico. Por ejemplo, determinadas
personas se recuperan por completo de sus síntomas, mientras que otras siguen estando afectadas durante
largos lapsos de tiempo. Una regla general es que alrededor de una tercera parte de los pacientes de Europa y
Norteamérica parecen sanar enteramente, mientras que uno de cada cuatro sigue estando enfermo. El resto de
pacientes (en torno a una tercera parte) tiene desenlaces intermedios, ya sea porque experimentan síntomas
leves durante mucho tiempo o porque viven episodios sintomáticos graves ocasionales, pero están libres de
síntomas priotariamente. Dado que muchas de las personas que pertenecen a este último grupo son capaces de
afrontar eficazmente las exigencias de la vida cotidiana, es razonable afirmar que más de la mitad de los
pacientes que buscan ayuda psiquiátrica para su psicosis se sienten razonablemente felices durante largos
períodos de sus vidas.
3. Una recuperación completa puede producirse muchos años después del inicio de los problemas. Un estudio
reciente de la Organización Mundial de la Salud que examinó a pacientes 15 y 25 años después del inicio de su
enfermedad observó que muchos de ellos que seguían estando enfermos 15 años después del comienzo de su
trastorno se habían recuperado al final del período de 25 años.
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4. Sorprendentemente, cuando se han realizado comparaciones entre pacientes que viven en países no
industrializados (por ejemplo, Nigeria o la China rural) y pacientes procedentes de países industrializados (por
ejemplo, el Reino Unido o Estados Unidos), en general se ha observado que se recupera una cantidad mayor de
pacientes en los países no industrializados. La explicación de este hecho ha sido objeto de una discusión
acalorada, pero muchos psicólogos y psiquiatras creen que el motivo es que los pacientes que viven en países
no industrializados experimentan una menor intensidad de estrés, están menos discriminados (por lo que luego
están en mejor situación para volver a sus vidas) o tienen sociedades y familias que les proporcionan un grado
de apoyo mayor.
Al final, Calvin tuvo la suerte de encontrar a un nuevo psiquiatra, el doctor Skinner,
que parecía estar informado de los últimos avances científicos y que se tomó el
tiempo debido para explicarlos en un lenguaje que Calvin pudiera comprender. En el
fondo, este intercambio fue suscitado por el propio paciente, que se dio cuenta de
que el hecho de visitar a un nuevo médico por primera vez representaba una
oportunidad ideal para preguntar algunas cuestiones que llevaban preocupándole
algún tiempo. Antes de entrar en la consulta estaba muy nervioso y le preocupaba
que el doctor le riñera por formular preguntas. Sin embargo, estaba tan decidido a
obtener respuestas que hizo apuntes en un papel para estar seguro de no olvidarse de
nada.
Así las cosas, el médico no podría haber sido más amable. Al darse cuenta de la
gran ansiedad de Calvin, trató de tranquilizarlo inmediatamente. Le explicó que
intentaría dar respuesta a todas las preguntas que pudiera en el cuarto de hora de que
disponían, pero que si necesitaba más tiempo le ofrecería una cita especial. El mero
hecho de que el doctor se tomara tantas molestias ya hizo que Calvin se sintiera
valorado.
Cuando Calvin le narró que se sentía atemorizado por lo que pudiera sucederle en
el futuro, el doctor sonrió con complicidad y le habló de los estudios a largo plazo
que se habían realizado. Le explicó que debía ser optimista sobre el futuro y señaló
que, hasta el momento, había conseguido afrontar muy bien algunas experiencias
inquietantes. Calvin accedió a visitar al doctor en una segunda ocasión, como éste
había sugerido, y en la que tratarían de pensar en un modo de aumentar al máximo
las posibilidades de su recuperación completa.
A medida que se alejaba de la consulta, Calvin se sintió mejor de lo que nunca se
había sentido desde la primera vez que enfermara. Se sentía preparado para influir
sobre su propio futuro y optimista sobre lo que probablemente le deparaban los años
por venir.
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4. ¿Qué me está pasando?
Cath recibió una carta del Departamento de la Seguridad Social que trataba sobre su
pensión por discapacidad. En ese escrito, le pedían que acudieraa una cita para
asegurar la continuidad de los pagos y le daban fecha y hora. Cuando salió de casa
para presentarse a la cita se sentía muy ansiosa.
En el camino empezó a intranquilizarse por la posibilidad de que los helicópteros
que oía volar por encima de ella estuvieran intentando leer su mente para obtener
información sobre sus relaciones personales. Le preocupaba que trataran de usar
cualquier información en su contra en un eventual juicio. Debido a ello, su ansiedad
aumentó mucho y empezó a tener palpitaciones, lo que la inquietó aún más porque
creía que podían deberse a las ondas de radio emitidas desde el helicóptero.
Cath fijó la vista en la acera y empezó a contar las baldosas, pensando que eso
bloquearía la vigilancia del helicóptero. Llegó al camino principal al mismo tiempo
que un coche de policía la adelantaba, y en ese momento estaba tan convencida de
que éste formaba parte del mismo plan que dio media vuelta y regresó a su casa,
mirando al suelo y contando baldosas durante todo el camino de vuelta. Debido a lo
sucedido en aquella ocasión no contestó ninguna de las tres cartas siguientes del
Departamiento de la Seguridad Social.
A raíz de su incapacidad para asistir a las citas o responder a las cartas, Cath
recibió un escrito que anunciaba la interrupción de algunos de sus subsidios. Creyó
que la reducción de sus ingresos era el resultado de una conspiración entre la policía
y los servicios sociales, que pretendían castigarla por crímenes cometidos en su
juventud.
Los incidentes del tipo descrito arriba son bastante frecuentes en las vidas de las personas
con psicosis. Si usted ha estado sufriendo el tipo de problemas que hemos expuesto en
los últimos tres capítulos es posible que haya vivido experiencias similares a las de Cath.
Tal vez se haya sentido aterrorizado por alguna combinación de acontecimientos que le
ha hecho sentir amenazado. A lo mejor, al igual que le sucedió a Cath, su experiencia le
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ha llevado a adoptar un curso de acción que sólo ha servido para acrecentar sus
problemas. En este capítulo exploraremos cómo se producen estos incidentes.
Consecuentemente, empecemos considerando qué le estaba sucediendo a Cath siguiendo
el procedimiento que adoptaría un psicoterapeuta:
¿Qué le sucedió realmente a Cath?
El diagrama de la página anterior trata de ilustrar qué sucedió. El incidente comenzó
cuando Cath salió de casa para acudir a la cita en el Departamiento de la Seguridad
Social por la que ya se sentía ansiosa. Víctima de la ansiedad, Cath examinaba su
entorno buscando posibles fuentes de peligro. Al oír el helicóptero interpretó que la
policía y los servicios sociales estaban espiándola. Le preocupaba que pudieran ser
capaces de leer su mente y para evitarlo fijó la vista en el pavimento y se puso a contar
las baldosas. Desgraciadamente, eso comportó que Cath dejara de ver lo que sucedía
alrededor y, por consiguiente, fue incapaz de darse cuenta de cualquier cosa que
estuviera en contradicción con sus temores (como por ejemplo que, de hecho, el
helicóptero estaba sobrevolando el centro de la ciudad, situado a cierta distancia). Debido
a su preocupación la ansiedad de Cath aumentó y, por ello, empezó a experimentar
palpitaciones. No se dio cuenta de que se debían a la ansiedad, sino que asumió que eran
provocadas por el equipo de vigilancia que, según creía, viajaba en el helicóptero. En
consecuencia, sus palpitaciones parecieron confirmar sus temores y aumentaron su
miedo, de manera que regresó a su hogar sin llegar a descubrir si el hecho de haber
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asistido a su cita hubiera comportado que se produjera algún acontecimiento negativo.
Después de este incidente los subsidios de Cath fueron reducidos. En conclusión, ella
interpretó este episodio como una prueba adicional que reforzaba su creencia en una
conspiración en su contra por parte de la policía y de los servicios sociales.
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Descomponer los problemas para entenderlos: el método de la
terapia cognitiva
Todos nuestros problemas están compuestos por una determinada cantidad de factores.
Cuando se produce algún acontecimiento que desencadena un sentimiento negativo suele
dar lugar a la siguiente secuencia.
1. Sucede un acontecimiento y tratamos de entenderlo.
2. Pensamientos. Éstos son los pensamientos que se nos ocurren después de un acontecimiento. Por ejemplo,
pensamos en qué dice sobre nosotros el asunto reciente, en qué estarán pensando los demás o en cuáles son las
posibles consecuencias que imaginamos.
3. Sentimientos. Afectan a la manera en que nos sentimos en nuestro fuero interno: tristes, preocupados,
enfadados o asustados.
4. Comportamientos. Influyen en aquello que hacemos como resultado de nuestros sentimientos, de algo que ha
sucedido o de un pensamiento que hemos tenido. Puede ser algo que hacemos físicamente, como ir cabizbajo y
no mirar a los demás, o algo que realizamos interiormente, como cantar para nosotros mismos o intentar no
pensar en algo inquietante.
Además, nuestras reacciones frente a acontecimientos afectarán a nuestro entorno, como
sucedió en el ejemplo de Cath: no acudió al Departamento de la Seguridad Social y
posteriormente se interrumpió su subsidio. Estos cambios en nuestro entorno pueden
provocar modificaciones en el modo como pensamos el mundo.
Estos factores tienen relación entre sí y se afectan recíprocamente. Al comprender
estos vínculos y cómo se relacionan los factores podemos comenzar a comprender cómo
pequeñas modificaciones de un aspecto repercuten en otras áreas de nuestra experiencia.
Si todo sale bien, deberíamos ser capaces de mejorar todos los aspectos de nuestras
dificultades concentrando nuestros esfuerzos en uno o dos de los factores. Éste suele ser
el enfoque de la terapia cognitiva.
La terapia cognitiva, cuyos principios fueron desarrollados por el doctor Aaron T.
Beck en Estados Unidos, implica la exploración de los vínculos entre acontecimientos,
pensamientos, sentimientos y conductas para comprobar si estas relaciones son
susceptibles de ser modificadas de algún modo que ayude a reducir el sufrimiento y
mejore la calidad de vida. Los estudios científicos han demostrado que nuestra manera
de comprender (pensar) o atribuir significado a nuestros problemas tiene un efecto en
nuestra forma de sentir (emoción), actuar frente a y afrontar, los mismos
(comportamiento).19 Este modelo puede aplicarse al tipo de problemas que describimos
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en los capítulos previos20 y la terapia cognitiva basada en este modelo ha tenido éxito al
ser utilizada para ayudar a personas con experiencias psicóticas angustiosas como oír
voces y tener creencias inusuales.21 Imagine que en un momento problemático de su vida
empezó a tener una experiencia inusual (por ejemplo, oír voces) que no le había pasado
antes. Si, debido a esta vivencia, usted creyó que otras personas estaban tratando de
perjudicarle, pudo haber sentido temor, tensión y otros síntomas de ansiedad como, por
ejemplo, palpitaciones. Podría incluso haber renunciado a salir de casa para intentar
preservar su seguridad.
Si usted pensó, en cambio, que las voces eran una experiencia normal que indicaba
tal vez que había estado sometido a una cantidad elevada de estrés, es probable que su
ansiedad fuera mucho menor. Por ello podría haber experimentado menos tensión y
haber estado más preparado para seguir llevando a cabo todas sus actividades habituales.
El principio general es que nuestra manera de pensar en los acontecimientos o en una
experiencia influye en lo que sentimos (nuestro estado de ánimo) y cómo actuamos
(nuestro comportamiento). A su vez, esto puede afectar a nuestro entorno haciendo, por
ejemplo, que renunciemos a salir de casa y perdamos el contacto con nuestras amistades,
reduciendo así la cantidad de gente a nuestro alrededor que podría ayudarnos a afrontar
nuestras dificultades.
Estas áreas de actividad, a su vez, siguen afectándose entre ellas. Por ejemplo, si
nuestro estado de ánimo es bajo influye en el modo como pensamos. Si un día nos
sentimos muy deprimidos podríamos

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