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Análisis EL CAMINO DE SIDDHARTA Siddharta es el protagonista de la novela del mismo nombre escrita por Hermann Hesse, que se desarrolla en la India y alrededor de su religión oficial, el hinduismo. El tema principal tratado es el de la búsqueda de la perfección a lo largo de la vida, cómo el ser humano va cambiando y aprendiendo, con la finalidad de llegar al Atmán. El Atmán, que literalmente significa “si mismo” o “espíritu supremo”, es el fin de todas las cosas. Para los hinduistas, no hay universo, ni mente, ni forma, ni tiempo, ni espacio, sólo Atmán; y conseguir llegar hasta él significa alcanzar la realización propia y, por lo tanto, la felicidad. Siddharta consigue llegar hasta esta realización, pero no sin haber pasado antes por cientos de sufrimientos, aunque también alegrías. El Siddharta feliz al final del libro es el fruto de todas las enseñanzas aprendidas a lo largo de su vida, gracias a los diversos maestros que tuvo. Sus primeros mentores fueron los Brahmanes del pueblo en el que vivía, en los que se incluye a su padre. Los Brahmanes son los sacerdotes pertenecientes a la casta sacerdotal más elevada de las cuatro en las que se divide la población hindú. Se encargan de los ritos y sacrificios propios de esta religión, así como de enseñar a los futuros Brahmanes. De ellos, Siddharta aprendió a recitar versos sagrados, el arte de la meditación y el ensimismamiento, y la palabra sagrada Om, que representa la Unidad, el fin de todas las cosas. En este primer período de su vida Siddharta se presenta como un muchacho inteligente y ambicioso, siempre tenía ganas de aprender más, y demostraba estar por encima de los demás. Esto producía alegría y satisfacción a sus padres, que veían en su hijo a un gran futuro Brahmán. Además todas las personas del pueblo le adoraban. Pero todo este anhelo de conocimiento creó un descontento en su interior, ya que se da cuenta de que todo lo que ha aprendido hasta el momento no le es suficiente. Mira a los viejos Brahmanes, que supuestamente lo saben todo pero aún así no han llegado al Atmán, y decide marcharse del pueblo para seguir su búsqueda de la felicidad. Sus siguientes maestros fueron los samanas, un grupo de peregrinos que seguían su propia doctrina. Para ellos lo único puro y verdadero es el alma, mientras que el cuerpo y todos sus deseos son algo despreciable. El mundo es un engaño, una mera ilusión, ya que lo real está dentro de nosotros mismos. La meta de esta doctrina es suprimir todo aquello que percibimos por los sentidos, quedarse vacío, despojarse de la sed, del hambre, los deseos, sueños, penas y alegrías, para así poder despertar al Yo y alcanzar la paz y la tranquilidad. Siddharta aprende a evadirse del mundo, a ahorrar aliento viviendo con poco aire, conteniendo la respiración; a ayunar, ser paciente y meditar. Aprende a calmar sus pulsaciones hasta reducir los latidos de su corazón al mínimo, así como el arte de la despersonalización: mediante la meditación, Siddharta es capaz de introducir su propia alma en el cuerpo de otros animales y objetos, y ser lo que ellos son. Pero finalmente Siddharta se da cuenta de que escapar de su propio Yo no le va a ayudar a encontrar la felicidad, ya que la Verdad de la Vida no podría descubrirla anulando el cuerpo, que es una parte de ella. Por eso, sigue su camino. En su siguiente parada se encuentra con Gotama, un sabio que se ha hecho famoso por haber llegado al Nirvana (estado de iluminación y liberación final), y que ha creado su propia doctrina basada en la contemplación del mundo como algo perfecto, una cadena continua, la cual es seguida por muchos fieles. Siddharta escucha cómo Gotama predica su sabiduría, y rápidamente adquiere su admiración y respeto. Pero Siddharta reflexiona, y advierte que este Buda llegó al Atmán por méritos propios, no siguiendo ninguna doctrina. Las doctrinas son apoyos que pueden ayudar a llevarnos al conocimiento, pero sólo el esfuerzo individual puede llevarnos a la perfección anhelada. Después de esta revelación, Siddharta decide seguir con su búsqueda, evitando tener maestros. Al abandonar a Gotama, Siddharta llega a las puertas de una ciudad donde conoce a una bella cortesana, y le pide que le enseñe el arte del amor. Pero ésta, que se llama Kamala (que en sánscrito, el idioma de la India, significa “la que es deseada”), le dice que para poder ser su amante tiene que tener dinero y buena ropa. Por eso, Siddharta decide quedarse en la ciudad y dejarse llevar por los placeres. De Kamala aprende la importancia que “los hombres niños” (los hombres normales, aquellos que no son sabios) dan al aspecto exterior, al cuerpo, a la imagen, algo que él desprecia después de haber pasado tanto tiempo con los samanas. Kamala le enseña cómo hacer el amor, cómo dejarse llevar por el deseo, pero a la vez le explica que es un arte delicado: siempre hay que dar algo para recibir algo a cambio. Cada caricia, cada mirada, por pequeña que sea, tiene su propio misterio, y el desciframiento de éste produce felicidad. Le enseñó asimismo que, tras la celebración de un ritual amoroso los amantes no deben separarse sin antes haberse admirado mutuamente, sin sentirse al mismo tiempo vencedores y vencidos. Para Kamala, Siddharta era un amante excelente, pero éste tenía que presentarse con regalos cada vez que iba a visitarla. ¿Cómo consiguió hacerse rico? Gracias al otro maestro que tuvo en su estancia en la ciudad: Kamaswami (que significa “el maestro de los deseos”). Kamaswami era el mercader más rico de la ciudad, y pronto acogió a Siddharta en su casa al ver su potencial. Siddharta comenzó a ayudarle en los negocios, en los que era muy bueno ya que, a pesar de que le dejaban totalmente indiferente, tenía buena mano con las personas, actuaba con sangre fría y dominaba el arte de escuchar y penetrar en el alma de personas desconocidas. No se desesperaba cuando tenían alguna pérdida, sino que se las arreglaba para ganar dinero con otros nuevos negocios. Pero fue pasando el tiempo, y poco a poco Siddharta comenzó a adoptar las costumbres y sentimientos de los hombres niños. Se volvió tan avaro como los demás, nunca tenía suficiente; se dio al juego y apostando sentía una emoción que nunca antes había experimentado. Lo perdía todo y luego lo volvía a ganar, y todo este juego, al igual que la pasión con la que lo practicaba, pasaron a ocupar sus pensamientos como antes lo hicieran los dioses y Brahma. Aprendió a usar su poder sobre los hombres, a divertirse con las mujeres, a llevar ropa elegante y a dar órdenes. Despertó nuevamente los sentidos que había suprimido antes, y se dejó llevar por ellos. Adoptó la puerilidad y los temores de los hombres niños a los que tanto había despreciado, se volvió una persona insatisfecha, malhumorada, envidiosa, cansada, desilusionada… Todo este cúmulo de sentimientos le hicieron envejecer poco a poco, hasta llegar a un punto en el que se dió cuenta de que se estaba perdiendo a sí mismo. Ni la total austeridad ni el dejarse llevar por los placeres materiales le han llevado al Atmán, y por eso decide seguir su camino. El siguiente maestro al que conoce es Vasudeva, un humilde barquero cuyo único trabajo era el de transportar personas de un lado del río al otro. Es un hombre bondadoso, paciente, piadoso, y todas estas cualidades las aprendió Siddharta de él. Pero la virtud más importante que aprende es la de escuchar. Vasudeva le enseña a escuchar al río, que es lo que más ama en el mundo, ya que éste tiene las respuestas a todas las preguntas, es el mejor de los maestros. Siddharta aprende el mayor secreto del río: que el tiempo no existe. El río, que en realidad es una metáfora de la vida, está a la vez en todas partes: en su origen, en su desembocadura, en el mar y en la montaña, el agua fluye pero siempre es el mismo agua. No existe la menor sombra de pasado o futuro, sólo presente. Como dice Siddharta: “Nada ha sido ni será. Todo es. Todo tiene una esenciay un presente. El tiempo es la sustancia de todo sufrimiento, la causa misma de todo temor y de toda tortura. Se suprimiría todo el mal, toda la hostilidad del mundo en cuanto el tiempo fuera superado y se aboliera esta idea irreal.” Al seguir escuchando al río, Siddharta consigue distinguir que su murmullo está compuesto por miles de voces, las voces de reyes y de sirvientes, de animales y de objetos, y todas ellas, al escucharlas simultáneamente provenientes del río, pronuncian una sola palabra: Om, la palabra sagrada. Tales descubrimientos producen una felicidad infinita en Siddharta, que de este modo alcanza la Iluminación. Aprende que todo en el mundo es ya de por sí perfecto en cada instante: cada pecado lleva en sí la gracia, todo recién nacido contiene en sí la muerte. La meditación profunda ofrece la posibilidad de abolir el tiempo, de ver simultáneamente la vida pasada, presente y futura, y entonces todo es bueno, todo es perfecto. Y por eso, hay que aprender a amar al mundo y a no compararlo con otro mundo imaginario, porque el amor es lo más importante que existe. Dejó atrás su orgullo, ya no creía estar por encima de nadie. Todas las vanidades, deseos y absurdos caprichos de los hombres niños habían dejado de parecerle ridículos, y ahora los comprendía y se sentía uno de ellos. Esta aceptación del mundo tal y como es le lleva a dar con la idea de lo que realmente era la sabiduría, el objetivo final de su larga búsqueda. Y no era otra cosa que “una disponibilidad del alma, una capacidad, un arte secreto que le permitía concebir en cualquier momento, en medio de la vida, la idea de la Unidad, la armonía”. Al final del libro, Siddharta, que en sánscrito significa “aquel que alcanzó sus objetivos”, sigue trabajando como barquero. Un final humilde para alguien del que se esperaba que llegara a ser alguien importante, pero a pesar de esto alcanzó lo que muchos buscan durante toda su vida: la verdadera felicidad.
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