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Ensayo del Ensayo Una pregunta nos atraviesa: ¿Qué debemos narrar? La pregunta no aloja, o no pretende alojar en ella, un sentido utilitario de la narración, no busca sentar las bases para una estratagema de siluetas moralizantes; sino que recorre como un río cada oración, cada puntuación que pretendo deslizar en un texto. Por suerte existe la poesía, por suerte resuena “juanele”, para encontrar las palabras que describan esas sensaciones escondidas bajo el polvo que cubre nuestros cuerpos (¿voces?) en esta época de claro color utilitario. Dicen Juan L. Ortiz que el yo poético se encuentra con el río y hablan: FUI AL RÍO... “Fui al río, y lo sentía cerca de mí, enfrente de mí. Las ramas tenían voces que no llegaban hasta mí. La corriente decía cosas que no entendía. Me angustiaba casi. Quería comprenderlo, sentir qué decía el cielo vago y pálido en él con sus primeras sílabas alargadas, pero no podía (…)” ¿Dónde se esconde el habla del Río que el yo poético no puede escuchar? Y me pregunto entonces, siguiendo a Barthes, ¿debemos ir a la pesquisa de la unidad cifrada debajo del habla? ¿Y cuál es la barrera, o mejor aún, la herramienta donde se camufla el significado del habla? Barthes sostiene que el mito no se define por el objeto de su mensaje sino por la forma en la que se lo expresa (Barthes 2010:200).Las formas no son sino los ladrillos con los que construimos nuestras narraciones, de ellas y de su materialidad, se construyen las fachadas de nuestros discursos. Pero hay algo que subyace, algo que el rio nos dice y no escuchamos, un mensaje que se cifra entre las arquitecturas de los discursos que circulan. Si el mito nos habla, y sus códigos son las formas del lenguaje, ¿nuestras narraciones no deben poner sus energías en sacar a la superficie los cimientos del mito? Dicen que el mito, en su genesís grecolatina , funciona en ciertos círculos sociales para camuflar nuestra ignorancia (indiferencia) sobre un tema en particular. De esta forma, uno puede citar el mito de Narciso y la ninfa Eco, sin decir absolutamente nada del eco escandaloso de los vientos individualistas de nuestra época. El escenario está montado. Nosotros, en tanto público, estamos en una encrucijada. ¿O acaso no vivimos en una sociedad de la información? Si a un click de distancia uno puede esparcir letras por toda la pantalla; ¿Por qué entonces esta sensación de qué los mitos siguen allí, charlando entre ellos, sin que a nosotros nos moleste siquiera ese bullicio? A contrapelo de la historia, como solía expresarlo, W. Benjamin en “El narrador”, texto sublime sobre la obra del gran narrador ruso Andrei Leskov, establece el campo de nuestro problema. Benjamin dirá que hay una íntima relación entre la pérdida de experiencias, el vacío del lenguaje y el arte narrativo. En sus palabras: “El arte de narrar- escribe Benjamin- se aproxima a su fin, porque el aspecto épico de la verdad, es decir, la sabiduría, se está extinguiendo (…) “ El problema tiene nombre y apellido: la información. Todos nuestros sucesos se envuelven en una gran nebulosa informativa. Está vorágine no hace más que desplazar la experiencia, volverla instrumental en beneficio de la información; el lugar de la narración, que debería ir a la búsqueda de experiencias, de lo mínimo a lo máximo, de lo cotidiano a lo universal, de los ríos a las voces, de lo absurdo a la comprensión, quedará enjaulado en el tráfico de la información. Dice Benjamin : “La escasez en que ha caído el arte de narrar se explica por el papel decisivo jugado por la difusión de la información. Cada mañana nos instruye sobre las novedades del orbe. A pesar de ello somos pobres en historias memorables. Esto se debe a que ya no nos alcanza acontecimiento alguno que no esté cargado de explicaciones. Con otras palabras: casi nada de lo que acontece beneficia a la narración, y casi todo a la información” Cerremos el círculo volviendo a la pregunta inicial: ¿Qué debemos narrar? Hay allí una potencialidad escondida. Tenemos el poder de que nuestras narraciones vayan allí, a descifrar los enigmas que construyeron los mitos, a derribar los informantes y construir los narradores ; o como diría “Juanele” a que nos atraviese el rio , porque el poema continúa, nuestra experiencia también : Regresaba -¿Era yo el que regresaba?- en la angustia vaga de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas. De pronto sentí el río en mí, corría en mí con sus orillas trémulas de señas, con sus hondos reflejos apenas estrellados. Corría el río en mí con sus ramajes. Era yo un río en el anochecer, y suspiraban en mí los árboles, y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
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