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4 - Argutorio 40 - II semestre 2018
Assi como dixo Tholomeu en el Almageste, non 
morró el qui abiuó la sciencia et el saber, 
ny fue pobre el qui fue dado a entendimiento 
(Alfonso X, Libro de las cruzes)
El presente artículo está formado por una serie de 
respuestas a otras tantas preguntas formuladas por un 
lector de mi libro El humanismo medieval y Alfonso 
X el Sabio. Ensayo sobre los orígenes del humanismo 
vernáculo, Madrid, Ediciones Polifemo, 2016, el cual 
deseaba profundizar en los aspectos científicos del 
humanismo alfonsí. Me complace ofrecérselas ahora 
a los lectores de Argutorio en el mismo formato origi-
nal, pero de forma más elaborada y completa, aña-
diendo algunas notas críticas. 
Sirva de pequeño homenaje al VIII Centenario 
(1118-2018) de dos extraordinarios acontecimientos 
culturales castellano-leoneses, el de las Constitucio-
nes de Alfonso IX de León, que dieron origen a la 
vida parlamentaria europea, y el de la fundación de 
la Universidad de Salamanca por el mismo rey, trans-
firiendo el viejo Studium palentino a la ciudad del 
Tormes, que sucesivamente su nieto Alfonso X, gran 
patrocinador de instituciones leonesas, convertirá 
en la primera Universidad de la Península Ibérica 
(1254), poniéndola con su prestigio a la par con las 
grandes universidades europeas.
P. - ¿Cuáles son, grosso modo, esas ideas contenidas 
en su libro que los humanistas tradicionales no acep-
tarían? 
[Esta pregunta preliminar, ajena al tema central del 
presente artículo, pero que calza igualmente con lo 
que voy a decir en él, me fue hecha a raíz de un co-
mentario verbal durante la presentación de mi libro 
en la Universidad de Salamanca cuya respuesta dejó 
sorprendido a mi interlocutor].
R. - 1) Que existió un humanismo medieval; y 2) que 
ese humanismo se sirvió de una lengua vernácula: el 
castellano. Esto, para los “humanistas tradicionales”, 
o clasicistas, del siglo XV y sus partidarios del siglo 
XXI, es anatema. En la Europa latino-cristiana del 
siglo XIII, se pensaba que solo a un rey loco, o que 
vivía entre magos toledanos e intelectuales musul-
manes, podía ocurrírsele la descabellada idea de es-
cribir obras jurídicas, filosóficas, científicas o históri-
cas en una lengua vulgar. ¡Absurdo!
P. - Alfonso X fue sabio, poeta, rey, erudito, mece-
nas, reformador, repoblador e incluso conquistador. 
¿Cómo le definiría usted, en pocas palabras?
R. - En una: Educador. Alfonso fue, ante todo y so-
bre todo, un rey educador de su pueblo. Toda su obra 
estuvo encaminada a elevar el nivel cultural de sus 
súbditos por eso la escribió en castellano “drecho” 
[correcto].
P. - ¿Se puede decir en algún caso que Alfonso X fue 
un científico? ¿O “tan solo” que fue un mecenas y 
el impulsor de un grupo especializado en traducir, 
compilar y crear obras científicas (aparte de los otros 
tipos)?. Creo que en su honor, la Luna luce un cráter 
llamado “Alphonsus”...
R. – Para el siglo XIII Alfonso X fue un gran cientí-
fico, en el sentido que cabe hablar de ciencia en 
aquella época. No lo fue en el sentido moderno como 
lo fueron, por ejemplo, los nobeles Albert Einstein 
(1878-1955) o Max Planck (1858-1918). No se puede 
ALFONSO X EL SABIO,
HUMANISTA Y CIENTÍFICO
H. Salvador Martínez
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 5
hablar, sin embargo, de Alfonso X como científico, si 
no se tiene presente lo que significaba ser hombre de 
ciencia en la Edad Media. Para hacernos una idea en 
materia, respondo con las palabras de un científico 
que trabajaba a su lado y lo conocía íntimamente:
Loores e gracias a Dios ... qui en nuestro tiempo 
nos deñó dar señor en tierra...conocedor de dere-
churía e de todo bien, amador de la verdat, esco-
drinnador de sciencias, requiridor de doctrinas 
e de ensennamientos, qui ama e allega a sí los 
sabios e los que se entremeten de saberes e les 
face algo e merced... qui siempre desque fue en 
este mundo amó e allegó a sí las sciencias e los 
sabidores en ellas e alumbró e cumplió la grant 
mengua que era en los ladinos [los que hablaban 
la lengua vulgar] por desfallecimiento de los li-
bros de los buenos philosophos e provados1.
Los términos quasi mesiánicos con que este sabio 
describe a su patrocinador merecen ser ponderados, 
pues en ellos se halla la esencia de toda investigación 
científica: “escodrinnador de sciencias”, es decir, es-
crutador cuidadoso de las ciencias; y “requiridor de 
doctrinas e de ensennamientos”, es decir, examinador 
y verificador de los resultados obtenidos, y con auto-
ridad y capacidad para exigir a sus colaboradores la 
perfección en sus investigaciones. 
Simón Mago en la Catedral de León. 
La ciencia de punta en la época alfonsí fue la As-
tronomía y sus aplicaciones prácticas, como fue la 
fabricación de instrumentos para la observación y 
medición de los astros; en este campo, según testimo-
nios fehacientes, Alfonso y su corte “sobrepujaron” a 
cualquier otro rey o grupo investigador, de tal manera 
que “se falla que del rrey Tolomeo acá ningún rrey 
nin otro omne tanto fiziesse por ello [el saber] commo 
él”. Los textos que ilustran la pasión de Alfonso por 
las ciencias y los científicos son incontables; pero por 
su valor testimonial quiero citar solo uno de su so-
brino y gran admirador, Don Juan Manuel, el mejor 
prosista castellano de la Edad Media, al cual pertene-
cen también las palabras que preceden:
… avía muy grant espacio para estudiar en las 
materias de que quería conponer algunos libros, 
ca morava en algunos logares un año e dos e más, 
e aun, segunt dizen los que vivían a la su merced, 
que fablavan con él los que querían e quando él 
quería, e ansí avía espacio de estudiar en lo que 
él quería fazer para sí mismo e aun para veer [su-
pervisar] e esterminar [evaluar] las cosas de los 
saberes qu’él mandava ordenar a los maestros e a 
los sabios que traía para esto en su corte2.
Alfonso, pues, no fue solo un mecenas o un im-
pulsor de la investigación científica, sino que fue 
participante activo en las investigaciones junto con 
sus colaboradores, apartándose a lugares remotos en 
compañía de ellos para consultar manuscritos, co-
piarlos y discurrir con ellos sobre las materias de las 
obras en elaboración. Es bien sabido y probado que 
el Rey Sabio vigilaba los trabajos de sus astrónomos, 
presidía a veces sus juntas en Toledo, y después en 
Sevilla, ponía personalmente los prólogos a las obras 
traducidas y corregía personalmente los textos con el 
fin de presentarlos en “castellano drecho” [correcto]. 
Esto es lo más próximo que tenemos a lo que hoy día 
sería el jefe de un equipo de investigación: 
… en tal manera, escribe D. Juan Manuel, que 
todo omne que la lea [la Estoria de España que 
está resumiendo] puede entender, en esta obra e 
en las otras que él compuso e mandó componer, 
que avia muy grant entendimiento, e avia muy 
grant talante de acrecentar el saber, e cobdiciava 
mucho la onra de sus regnos, e que era alum-
brado de la gracia de Dios para entender e fazer 
mucho bien (Crónica abreviada, Prólogo -las 
cursivas son nuestras-).
Dicho esto, podemos pasar a ilustrar algunos deta-
lles concretos de su actividad científica. Su grado de 
interés en todas las fases del proceso de producción, 
como podía ser el trazado de las iluminaciones y la 
selección de los colores de las tintas para hacer resal-
tar determinadas figuras e imágenes, fue asombroso. 
Esto es lo que se desprende claramente del siguien-
te pasaje del Libro de la Açafeha, obra que ocupa el 
segundo lugar de los tres títulos que componen los 
Libros del saber de astronomía, o Astrología, como 
sostienen algunos estudiosos, siendo los otros dos: el 
Libro de la espera y el Libro del quadrant (Bibliote-
ca de la Univ. Complutense, Ms.156). Alfonso, cons-
 6 - Argutorio 40 - II semestre 2018
ciente de la dificultad de entender el texto si no se 
tenía delante el instrumento, instruye al copista en un 
prólogo minuciosísimo cómo debe dibujar aquel raro 
instrumento:
Nós, rey don Alfonso el sobredicho, veyendola bondat d’esta açafeha que es generalmientre 
pora todas las ladezas, e de como es estrumen-
te muy complido e mucho acabado, e de como 
es caro de señalar, e que muchos ombres non 
podrién entender complidamientre la manera de 
como se faz por las parablas que dixo este sa-
bio que la compuso, mandamos figurar la figura 
d’ella en este libro. Et mandamos señalar con 
tinta prieta todos los cercos que son llamados 
almadarat, e son los que están en par del cer-
co del eguador del día, et enderecho d’él. Et a 
estos cercos que son llamados en arabigo alma-
darat, dizen en castellano cérculos cerculares. 
Et otrossí por que sean estos cérculos más co-
ñoçudos e más departidos de los otros, fiziemos 
tiñir lo que á entre ell uno e ell otro d’ellos con 
açafrán. Et mandamos fazer otrossí los cercos 
que son llamados en arabigo almamarrat, que 
van de un polo del mundo al otro, con vermejón, 
e los cercos de las longuezas que son en par del 
zodiago e en so derecho. [...] Et por que se fazen 
muchos e se semejan los unos a los otros, fizié-
moslos señalar con colores departidas segund es 
dicho. (Astrología, Açafeha, f. 109r)3.
 
La misma preocupación por el diseño del códice, 
con instrucciones precisas sobre su estructura e icono-
grafía, se manifiesta ya en el prólogo general de los 
Libros del saber de astrología de los que forma parte 
la Açafeha. 
En general se puede decir que la iconografía que 
aparece en las obras científicas, y en las demás ob-
ras, incluyendo las Cantigas, revela una ciencia de 
vanguardia, en gran parte astrológica, que tendrá una 
enorme influencia, por sus textos y por sus novedosas 
ilustraciones, en Europa, teniendo como objetivo pri-
mario la transmisión de los saberes de la Antigüedad 
a través de las traducciones del árabe. Este influjo, 
como veremos más adelante, se manifestó sobre todo 
en la copia de los manuscritos alfonsíes, especial-
mente los astrológicos, en ambientes cortesanos de 
ideología gibelina, interesados en la astrología y la 
magia y con problemas en sus relaciones con la Igle-
sia4.
Otro tema que se ha debatido apasionadamente en 
el pasado ha sido el concepto de autor y autoría cuan-
do nos referimos a Alfonso X y su relación con las 
obras que nos han llegado con su nombre. Aunque el 
concepto de autor en la Edad Media no fue el mismo 
que tenemos hoy día, Alfonso X lo tenía claro quién 
era autor y por qué, como expuso en un célebre pasaje 
del Libro de la ochaua esfera y en el mucho más sig-
nificativo de la General Estoria:
... el rey faze un libro, non porquel le escriua con 
sus manos, mas porque compone las razones dél, 
e las emienda et yegua [iguala] et enderesça, e 
muestra la manera de como se deuen fazer, e 
desi escriue las qui él manda, pero dezimos por 
esta razón que el rey faze el libro5.
Es digno de ser notado, precisamente a propósito 
del prólogo del Libro de la Açafeha, hasta qué punto 
descendía la meticulosidad del Rey Sabio, no ya en el 
diseño, sino en la disposición de la materia de la obra, 
ordenando que fuese divida en capítulos y que los tí-
tulos de estos se pusiesen al principio, como estaban 
en todas sus obras, para que pudiese ser consultada 
con mayor facilidad; es decir, volvemos al motivo de 
fondo: Alfonso escribe para educar a su pueblo, quie-
re que todos entiendan sus obras, lo cual le lleva a 
mimarlas, dotándolas, especialmente la científicas, de 
una belleza y esplendor incomparable (piénsese, por 
ejemplo, en los preciosos manuscritos de los cuatro 
Lapidarios).
Finalmente, es cierto que existe un cráter en la 
Luna que lleva el nombre del Rey Sabio, Alphon-
sus. El nombre se lo dio Giovanni Riccioli en 1651, 
el creador de la nomenclatura lunar (originalmente lo 
había llamado Alphonsus Rex). Tiene un diámetro de 
118 km y en el centro un pico de 1.500 m de altura6; 
se encuentra en la parte oriental del Mare Nubium, al 
oeste de las altas cimas Imbrian (según el mapa de la 
NASA); se sobrepone, en parte, al cráter Ptolomaeus, 
un poco más al norte. Al noroeste de Alphonsus se 
encuentra otro cráter menor, llamado Alpetragius; y 
a la izquierda de Alphonsus se halla aún otro cráter 
con el nombre de Arzachel. Alphonsus se encuentra, 
pues, en buena compañía: a su derecha, su admirado 
Ptolomeo; de frente, Alpetragio; y a su izquierda, Ar-
zachel. Ptolomeo fue un bien conocido astrónomo y 
matemático egipcio; mientras que Alpetragio fue un 
célebre astrónomo andalusí (Abu Ishâk ibn al-Bitruji), 
que murió en 1204 en Los Pedroches (Córdoba), de 
ahí su nombre latino (Petragius, o Al-Petragius, el de 
Los Pedroches); mientras que Arzachel es la latiniza-latiniza-
ción del nombre del árabe toledano Abū Ishāq Ibrāhīm 
ibn Yahyā al-Naqqāsh al-Zarqālī (1029-1087), que 
fue un célebre matemático y astrólogo al cual se de-
ben las primeras Tablas astronómicas toledanas y la 
construcción de instrumentos y astrolabios para la ob-
servación y medición de las estrellas7.
Los astrónomos saben que Alpetragio fue el pri-
mero que propuso un modelo de sistema planetario 
distinto del de Ptolomeo, en el que los planetas nacen 
por influjo de esferas geocéntricas. Fue precursor en 
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 7
el campo científico de otro insigne cordobés, Averroes 
(1226-1298), cuya cosmología se aparta también del 
sistema astronómico ptolomaico; y su filosofía, como 
intérprete de Aristóteles, contribuyó de forma defini-
tiva en la concepción científica alfonsí del universo. 
P. -¿Era Alfonso X un hombre adelantado a su tiem-
po y de alguna forma un príncipe renacentista? ¿O 
formaba parte de un movimiento común al de otros 
reyes eruditos, como Federico II de Sicilia? Quizás 
la Edad Media no era tan oscura como en general se 
suele percibir...
R. - De paso, y entre paréntesis: (la Edad Media fue, y 
sigue siendo, una época oscura para los que la desco-
nocen, o los que han escogido ignorarla. El prejuicio 
de una “época oscura” se basa sin duda en la visión 
eurocéntrica de la historia, según la cual, puesto que 
la Edad Media fue una época “oscura” en lo relati-
vo al conocimiento científico en Europa, concluyen 
que lo fue también en todo el mundo. A esta posición 
absurda debemos sumar la indiferencia, cuando no 
desprecio, con la que los científicos del Renacimiento 
y sus partidarios del siglo XIX miraban las obras de 
origen islámico, cerrando los ojos a la realidad his-
tórica y negando que éstas habían sido las que en-
señaron la ciencia a los europeos. El Renacimiento, 
que fue un movimiento intelectual arcaizante, recha-
zó todo lo nuevo procedente de influencias árabes o 
hebreas, concentrándose exclusivamente en resucitar 
la herencia latina, como rechazó también la filosofía 
aristotélica solo porque sus textos llegaron a Europa a 
través de los árabes y los judíos españoles, esperando 
que algún día les llegarían los legítimos textos grie-
gos, cosa que no aconteció hasta 1453 con la caída 
de Constantinopla. Los “científicos” del periodo de 
la Ilustración, que retomaron estos prejuicios, son los 
verdaderos responsables de la leyenda negra de una 
Edad Media “oscura” que se perpetúa, precisamente 
porque fue dominada por la cultura musulmana).
Hecha esta aclaración (un poquito larga), respon-
do a la parte central de la pregunta, diciendo que sin 
duda hubo, antes y después de Alfonso X, príncipes y 
reyes ilustrados y sabios, pero ninguno tuvo la fama 
de tal, ya en vida, como él8. Dos ejemplos típicos de 
reyes sabios, uno anterior y otro posterior, serían el 
del emperador Federico II (1194-1250) y el de Carlos 
V el Sabio (1337-1380), rey de Francia durante la se-
gunda mitad del siglo XIV. D. Juan Manuel, sobrino 
y admirador de Alfonso X, escribió de su tío: “puso 
en el su talante de acrescentar el saber quanto pudo, 
e fizo por ello mucho, assí como se falla que del rrey 
Tolomeo acá ningún rrey nin otro omne tanto fiziesse 
por ello commo él” (Libro de la caza). La referencia a 
Ptolomeo, por el que Alfonso profesó una admiración 
sin límites, evidentemente, tieneque ver principal-
mente con el saber científico9.
Alfonso frecuentemente ha sido comparado con 
su tío, el emperador Federico II (1194-1250), apoda-
do stupor mundi, por su labor cultural como legisla-
dor y gobernante. Es posible que en algo se parecie-
ran, especialmente en la visión laica y secular de la 
sociedad que ambos promovieron; pero sus respec-
tivas obras son radicalmente diferentes por el tono 
y el alcance de las mismas. Federico II lo escribió 
todo en latín, salvo una reducida parte de su obra de 
lírica cortesana; Alfonso X lo escribió todo en len-
gua vulgar (usando para la lírica el gallego-portugués 
y para todo lo demás el castellano). La ciencia y la 
legislación de Federico II está concebida para uso de 
la élite cultural de la corte y las escuelas donde es-
tudiaban los futuros difusores de aquella cultura se-
lecta. Alfonso lo escribe todo en “romance paladino” 
[claro], porque quiere que la ciencia llegue a todas 
la gentes de sus reinos. En cuanto al alcance, como 
he expuesto por extenso en mi libro El humanismo 
medieval y Alfonso X el Sabio, la obra cultural al-
fonsí abarca todos las ramas del saber, el científico y 
el literario, porque considera que todos “los saberes” 
son importantes para el desarrollo humano integral y 
para promover el bienestar de sus súbditos.
Para contrastar la obra legisladora de Federico II y 
Alfonso X, campo en el que tienen mucho en común, 
citaré un ejemplo del que se desprende claramente 
la diferencia entre uno y otro. Se ha dicho repetida-
mente por los expertos en la Historia del Derecho que 
la obra jurídica del Rey Sabio es producto de la recep-
ción del Derecho romano (Corpus iuris civilis), cuyos 
componentes más novedosos son: la nueva visión del 
rey y del reino, la idea de corpus o universitas apli-
cada al conjunto social, la concepción de la majestad 
real y de la potestad pública diferenciada del dominio 
privado, así como la prerrogativa real de crear, inter-
pretar y revocar las leyes10. Dentro de estos compo-
nentes, cabe notar, como peculiaridad alfonsí que 
contradistingue su obra jurídica de la de otras compi-
laciones contemporáneas y anteriores, como sería el 
Liber Augustalis Constitutionum (1231) de Federico 
II, su carácter vernáculo y sobre todo la introducción 
de una nueva fuente de naturaleza política y secular 
que no había comparecido en las demás compilacio-
nes a la cual Alfonso recurre constante y sistemáti-
camente, la Política de Aristóteles11. Esta obra, tra-
ducida del árabe en Toledo por Hermann el Alemán, 
como ha puesto de relieve Georges Martin, fue cono-
cida por primera vez entre los intelectuales de la Edad 
Media en el taller de Alfonso X entre 1254 y 125812. 
Del influjo de la obra aristotélica proviene sin duda 
 8 - Argutorio 40 - II semestre 2018
el nivel avanzado de autonomía que Alfonso reclama 
para el rey con respecto al control del emperador y de 
la Iglesia y la secularización del orden político que se 
puede estimar en la legislación y el pensamiento del 
Rey Sabio13. 
El juego de las tablas astronómicas, del Libro de los juegos de aje-
drez, dados y tablas.
Alfonso, como es bien sabido, fue un gibelino de 
convicción; en esto fue un ferviente seguidor de su tío, 
para el cual el poder del rey procede de Dios, que lo 
trasmite directamente al monarca; mientras que para 
los que profesaban la ideología güelfa, o eclesiástica, el 
poder procedía de Dios quien lo transmitía a los sobera-
nos a través del Papado. En esta diferencia radica el 
conflicto entre güelfos y gibelinos, o entre una cultura 
eclesiástica y una cultura secular y laica, que llevó a un 
clero extremista castellano a acusar a Alfonso de haber 
creado una nueva religión (desde luego su osadía en la 
iconografía de las Cantigas parace reflejarlo), gober-
nando con un absolutis-mo extremo, en contra de los 
intereses de la Iglesia. A la heterodoxia de las imágenes 
en que el rey Sabio se representa como rey trovador, en 
el Códice Rico de las Cantigas (Escorial, T.I.1.), donde 
parece preceder y adoctrinar a los mismos obispos, se 
une el renacimiento de la astrología pagana en el Lapi-
dario y en otros manuscritos astrológicos alfonsíes. 
Todo esto sobrepasaba los límites de la tolerancia por 
parte de la jerarquía eclesiástica castellana.
Será precisamente la iglesia castellana la que, un-
ida al descontento de nobles y ciudades, por causa de 
haber eliminado el derecho tradicional y consuetudi-
nario de fueros y privilegios, provocará la usurpación 
del trono regio por su hijo Sancho, el cual destronó 
a su padre poniéndose al frente de los conjurados, la 
nobleza y la jerarquía religiosa castellana. Desde esta 
perspectiva político-religiosa, la obra alfonsí, como 
la de Federico II refleja una de las grandes luchas por 
el poder civil que tuvieron lugar en la Europa medie-
val14.
Dadas estas circunstancias históricas, Alfonso, 
antes que mirar hacia la Europa latino-cristiana para 
buscar un modelo cultural que imitar, como pudie-
ra haber sido el de Federico II, prefirió dirigir su 
mirada al suelo patrio. Siendo un Hohenstaufen, el 
joven Alfonso, como su padre y su madre, sobrina 
de Federico II, debieron quedar horrorizados ante 
la sentencia pontificia y del concilio de excomul-
gar y deponer a Federico II, emperador del Sacro 
Romano Imperio, acción que provocó en la cristian-
dad la mayor crisis politico-religiosa del siglo XIII. 
Todos los demás reyes cristianos temblaron ante la 
posibilidad de perder sus coronas. Cuando Alfon-
so sube al trono era ya un hombre maduro y con 
ideas de gobierno propias; era también muy cons-
ciente de que el brillante legado cultural de su tío 
Federico II y de toda la dinastía Hohenstaufen tenía 
muy mala prensa por haber entrado en conflicto con 
los intereses terrenos del romano pontífice. Su sue-
gro, Jaime I, un lince en política, en la famosa en-
trevista de Fitero de Navarra, entre otras recomen-
daciones, le aconsejó: “no te metas con la Iglesia; 
sale siempre ganando”. Efectivamente, años más 
tarde, cuando Alfonso, contra el parecer de Jaime 
I, se presentó ante Gregorio X en Beaucaire (Fran-
cia) para demandar su derecho a la corona imperial, 
tras haber sido elegido Rey de Romanos, recibió la 
contraprueba, el papa, en un encuentro personal con 
Alfonso, rechazó sin contemplaciones todos sus de-
rechos; y también él, como ya Federico II, acabará 
siendo depuesto por su hijo D. Sancho, la nobleza, 
y los obispos castellanos, sin que el papa, que lo ha-
bía llamado “hijo predilecto”, moviese un dedo a su 
favor, como tampoco lo movieron los demás reyes 
cristianos europeos, todos ellos emparentados con 
el Rey Sabio, pero aterrorizados por el poder ponti-
ficio; paradójicamente, solo su enemigo musulmán, 
el emir de Marruecos Ibn Yûsuf, le echó una mano, 
poniéndose de su lado15.
Estos hechos pudieron influir poderosamente en 
la mente de Alfonso, llevándole a desenganchar su 
programa educativo-cultural de la latinidad occiden-
tal y orientarlo hacia una actitud abierta a las cien-
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 9
cias, teniendo como fundamento los libri naturales de 
Aristóteles difundidos en versiones árabes. Porque no 
cabe duda de que era muy consciente de que los mu-
sulmanes estaban usando una información tecnológi-
ca muy superior a la de los cristianos, especialmente 
en el campo de la lengua y en la producción de libros 
y la traducción de textos de la antiguedad16.
En la Península Ibérica, desde luego, halló un pa-
norama desolador por lo que se refería al estado de la 
lengua hablada, o escrita, el latín, que un clero anal-
fabeto había sido incapaz de mejorar (recordemos la 
anécdota: el papa no pudo excomulgar a los clérigos 
concubinarios salmantinos porque no entendían el de-
creto de excomunión). Aquella lengua con la que la 
cristiandad se hallaba unida sentimentalmente desde 
hacía miles de años, según Alfonso, era incapaz de 
seguir siendo la lengua de cultura. En el proceso de 
decidir cuál iba a ser la nueva lengua,Alfonso tuvo 
también presente el estado y la composición étno-
religiosa de sus súbditos. 
No es fácil entender, para el que no esté famil-
iarizado con la cultura peninsular de la Edad Media, 
cómo el saber científico alfonsí está íntimamente 
trabado con la formación de la lengua y su política 
lingüística, y cómo los científicos de la corte fueron 
también los responsables del desarrollo lingüístico y 
los que le ayudaron a superar el dilema. La lengua 
más hablada en aquel momento era el árabe; pero 
adoptar el árabe como lengua oficial del reino hubiese 
comportado alienar la comunidad cristiana. Por otro 
lado, adoptar el latín, lengua de la Iglesia y de la teo-
logía, entre otros inconvenientes, hubiese supuesto 
empezar desde cero en su enseñaza, en un momento 
en que el crecimiento del vernáculo era imparable, 
además hubiese alienado a dos grandes sectores so-
ciales, musulmanes y judíos, lo cual era igualmente 
inaceptable. Los hispanohebreos, como han sostenido 
D. Américo Castro y otros estudiosos, se identificaban 
con la cultura árabe y aparecían como únicos dueños 
de vastas provincias del saber (filosofía y ciencias) 
apenas representadas dentro y fuera de la Península. 
Orgullosos de su incontrastada superioridad, repre-
sentaban el concepto de avance intelectual que un rey 
como Alfonso X no podía dejar de aprovechar para 
articular su programa educativo y cultural. Los he-
breos ofrecerían al monarca un programa de caste-
llanización de la cultura islámica como hegemonía 
peninsular. Fueron ellos quienes hicieron posible un 
proyecto alfonsí centrado sobre “lo que el hombre ha 
sido históricamente, lo que debe ser moral y jurídica-
mente, [y] lo que las estrellas hacen que sea”. Tales 
judíos solo sentían indiferencia o desprecio hacia el 
latín, lengua en la que apenas encontraban nada que 
aprender y que para colmo arrastraba para ellos el 
peso muerto de su identificación con la Iglesia y sus 
actitudes antisemitas17. Sin duda, los judíos peninsu-
lares vieron una oportunidad de incorporarse al nuevo 
poderío de Castilla y su soberano, realizando para él 
un tipo de incorporación de la cultura islámica que 
solo tenía razón de ser en la lengua común a las tres 
comunidades religiosas que convivían en la Penínsu-
la; pero esto no quita mérito alguno a su gran contri-
bución al desarrollo y perfeccionamiento del castella-
no como lengua de cultura. También en este aspecto 
multirelioso-multicultural Alfonso X tenía una gran 
deuda contraída con su padre que había iniciado el 
movimiento y que por multitud de razones fue lla-
mado “Rey de las tres religiones”.
A Alfonso, educador, no le quedaba otra alternati-
va válida más que adoptar el castellano como la nueva 
lengua de cultura, con la ventaja de que era también 
la lengua materna hablada por las tres etnias sin gran 
conflicto religioso o cultural. Esta actitud del Rey 
Sabio hacia el saber y su difusión en castellano fue 
elogiada una y otra vez por sus colaboradores musul-
manes, judíos y cristianos. En el prólogo a la versión 
latina del hermético Liber Razielis Archangeli escribe 
el traductor, el “maestro Juan clérigo” (probablemen-
te se trata de Juan d’Aspa, el único colaborador en las 
tareas científicas que era clérigo):
Tuvo al alcance de la mano los libros de los fi-
lósofos y a su lado hombres sabios que los en-
tendían, haciéndoles gracias y mercedes; ellos 
traducían siempre por su mandato los libros me-
jores y más perfectos de cualquier arte o ciencia 
tratasen y de cualquier lengua en que estuviesen 
compuestos, pasándolos a lengua castellana18.
En este contexto político y social debemos citar 
como referencia obligada y válida, más que influjo, 
el posible origen de la versión alfonsí de una cultura 
cristiana, como calco de posibles modelos lingüísti-
co-culturales musulmanes, el que pudo haber reci-
bido del último gran califa de Córdoba, al-Hakam II 
(961-976). Los estudiosos de la obra alfonsí han hal-
lado múltiples semejanzas entre el mecenazgo alfonsí 
y el practicado por los gobernantes de al-Ándalus. Es, 
pues, hacia estos modelos que debemos dirigir nues-
tra atención cuando se trata de determinar cuáles fue-
ron los determinantes de aquella decisión que cambió 
para siempre el destino de la lengua predominante en 
la Península.
Como Alfonso X, al-Hakam II fue un apasionado 
de la ciencia y se sabe que coleccionó una extraordi-
naria cantidad de textos científicos, filosóficos y li-
terarios de toda índole, algunos de los cuales, por ca-
nales desconocidos, siglos más tarde, fueron a parar 
a las manos de Alfonso y sus colaboradores, como 
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fue el caso del Lapidario. No creo, sin embargo, que 
Alfonso, contrariamente a lo que se ha dicho reciente-
mente, intentase rescatar volúmenes de aquella fabu-
losa biblioteca, para construir la propia. Sabemos por 
el historiador Ibn Khaldún que Almanzor, al morir al-
Hakam II, entregó a los alfaquíes, o teólogos, la ma-
yor y mejor parte de la espléndida biblioteca califal, 
para que expurgasen y destruyeran con el fuego todo 
lo que juzgasen nocivo para la fe. En aquel fuego, de-
safortunadamente, debieron perecer muchas obras de 
ciencias y filosofía griega, junto con volúmenes sobre 
las demás religiones existentes en la Península. Tam-
bién entonces, como ahora, la lucha se libraba entre 
el saber inteligente y el rudo fanatismo. Por otro lado, 
sabemos que Alfonso no fue un bibliófilo, en sentido 
que se interesase en coleccionar obras, sino que fue 
el arquetipo del estudioso activo que necesita cons-
tantemente consultar obras nuevas y diversas para su 
trabajo y que irá en su búsqueda donde quiera que se 
encuentren. No creo, pues, que tuviese un propósito 
deliberado de rescatar la legendaria colección de al-
Hakam II.
Como he señalado en otros trabajos, la obra cientí-
fica de Alfonso X en el campo de las ciencias de la 
naturaleza y en general todo su programa cultural per-
maneció ajeno a los problemas filosóficos-teológicos 
que durante su reinado se debatieron acaloradamente 
en las universidades europeas, agitados por person-
alidades como Alberto Magno, el padre de la ciencia 
medieval en el ámbito de la Escolástica, y Tomás de 
Aquino, el padre de la teología. Alfonso, de espaldas 
a las controversias parisinas sobre el aristotelismo-
averroísta, no titubeó en fundar en Sevilla unas es-
cuelas generales basadas en las ciencias de la natu-
raleza y el estudio del árabe, y si fracasaron después 
de su muerte, desapareciendo en el siglo XIV tras 
un largo periodo de languidez, debemos atribuirlo a 
la intervención de un clero y de unos sucesores que 
prefirieron inspirarse en las ideas de la Universidad 
de París, centrada en la Metafísica y en la Teología, 
antes que en las ciencias. 
La obra alfonsí nació en la encrucijada de dos cul-
turas, la islámica y la cristiana, y adoptó, como diji-
mos más arriba, un carácter más bien laico, sin ser 
ateo. En las Cantigas de Santa María se refleja una 
religión profundamente humanizada, 
dirigida sobre todo a la sensibilidad e in-
cluso a la sensualidad del lector y des-
cuidando el dogma. Es la religión de los 
franciscanos, que va a impregnar el arte 
bajomedieval, frente a las preocupaciones 
dogmáticas de los dominicos, fundadores 
de la Inquisición en el siglo XIII (Ana 
Domínguez, art. cit.).
La cultura promovida por el Rey Sabio, aunque no 
guarda relación con la parisina, figura en la vanguar-
dia de su tiempo y su modernidad justifica su larga 
repercusión, hasta el siglo XVI, en ambientes cortesa-
nos y no eclesiásticos. Don Alfonso, según la mencio-
nada estudiosa, fue en parte continuador de la tarea 
de Federico II Staufen aunque, como conocedor de la 
astrología, llegó más lejos (remontándose con mayor 
seguridad hasta las fuentes griegas y orientales) por 
haber estado en contacto, tras la conquista de Anda-
lucía (Sevilla en 1248 por su padre Fernando III), 
con lo más avanzado de la ciencia islámica. Su reper-
cusión fue mayorque la de su tío, como lo demuestra 
la existencia de diversas copias de los siglos XIV y 
XVI tanto del Libro de las Figuras de las Estrellas 
Fijas (dentro de los Libros del Saber de Astrología), 
como del Lapidario y del Picatrix. 
 
P. - Y ahora volvamos a la primera parte de la pregun-
ta: ¿Era Alfonso X un hombre adelantado a su tiempo 
y de alguna forma un príncipe renacentista?
R. - De lo dicho hasta aquí, no creo que sea muy 
difícil concluir que Alfonso fue un hombre adelan-
tado a su tiempo, como rey legislador, educador y 
como hombre de ciencia, y sobre todo, de cara a no-
sotros, como creador de una nueva lengua de cultura, 
el castellano. Todo esto era impensable en la Europa 
latino-cristiana del siglo XIII. El comentario de Ave-
rroes a la República de Platón, tenido muy en cuenta 
por Alfonso X en la composición de la Segunda par-
tida, deja en claro que el bienestar de los goberna-
dos requiere un gobernante en posesión de todas las 
virtudes teóricas y prácticas, pero que deberá poseer 
también la capacidad de enseñarlas en uso tanto de su 
capacidad racional como de sus recursos retóricos y 
poéticos, conforme a la naturaleza del perfecto imam. 
Dicho gobernante ideal, continua diciendo Averroes, 
deberá combinar las dotes de rey, legislador y filó-
sofo. Deberá hallarse bien dotado para el estudio de 
las ciencias y gozar de buenos poderes de retención 
intelectual, hallarse interesado en indagaciones teóri-
cas, amar ante todo la verdad, huir de placeres sen-
suales, no ser codicioso, tener nobles sentimientos, 
ser valiente y buscar siempre lo bueno y lo bello. 
Este pasaje del gran comentarista cordobés me lle-
va directamente a la segunda parte de la pregunta: ¿Fue 
Alfonso de alguna forma un príncipe renacentista?
Alfonso, podríamos decir con mayor propiedad, 
fue un príncipe humanista medieval, como acaba de 
describirlo Averroes (no “renacentista”, a la manera 
del Principe de Machiavelli); si se quiere, Alfonso 
fue el sueño y el ideal de los “príncipes renacen-
tistas”. Fue educado en la corte de Castilla, lugar de 
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 11
nacimiento de la cortesía como concepto y práctica 
que reclama una disposición desde dentro, que ema-
na de la misma “puridad” del hombre, de la zona 
interior de su secreta conciencia, y se proyecta en 
su conducta social, poniendo ambos planos en con-
formidad. De este equilibrio entre el interior y lo 
exterior emana la serenidad, la lealtad, la nobleza 
y la mesura de la persona: su adab, su cortesía19. 
Sabemos que Alfonso X modeló su reino y su propia 
personalidad siguiendo meticulosamente los dicta-
dos y el ejemplo de su padre, cuya corte fue mo-
delo viviente de la curialitas y la cortesía; términos 
que, junto con el árabe adab, descrito por Averroes, 
encarnan la valoración humanística de la sociedad 
promovida por Alfonso X.
Dos reyes jugando a los dados. Del Libro de los juegos de ajedrez, 
dados y tablas.
 
Cuando se trata, pues, de establecer la imagen del 
príncipe ilustrado en posesión de todas la cualidades 
más deseadas para gobernar bien y resplandecer en la 
corte y ante la sociedad que gobernaba, Alfonso no 
tiene mejor modelo que proponer que su padre:
 
... fue rey mucho mesurado y cumplido de toda 
cortesía; y de buen entendimiento, muy sabedor; 
y muy bravo y muy sañudo en los lugares donde 
convenía, muy leal y muy verdadero en todas 
las cosas en que la lealtad tuviese que ser guar-
dada... [fue] Rey de todos los hechos granados 
(PCG, II, p. 771).
A todas luces, esta imagen de Fernando III es la 
proyección de la propia (Alfonso fue llamado por los 
trovadores “rey de cortesía”); y por tanto, debemos 
asumir que, cuando el Rey Sabio teje el incomparable 
elogio de su padre, educado en los buenos modales 
de la cortesía que caracterizaron las cortes de Castilla 
y León a partir de Alfonso VIII y Alfonso IX, está 
hablando de sí mismo; y otro tanto debemos pensar 
cuando hace de su padre el modelo de príncipe, culto 
y educado, que propone no solo en la Segunda Par-
tida sino también en el Setenario:
Y además de todo esto, era mañoso en todas las 
buenas maneras que todo buen caballero debía 
usar; pues sabía bofardar bien y lanzar y recibir 
armas muy bien y muy competentemente. Era 
experto cazador de toda caza, así como jugador 
de tablas y de ajedrez y otros muchos buenos 
juegos; le deleitaban los buenos cantores y él 
mismo lo sabía hacer; gozaba de la presencia en 
la corte de hombres que sabían trovar y cantar y 
de los juglares que tocaban bien los instrumen-
tos, cosa que le entusiasmaba mucho y entendía 
quién lo hacía bien y quién no (p. 13).
Baltasar Castiglione (1478-1529) no lo hubiese 
descrito mejor en su Cortesano. 
La deuda contraída y la admiración que sentía por 
su padre se extendía a todos los aspectos de su per-
sona y quehaceres humanos. Al trazar su retrato, nos 
habla del ambiente ilustrado de la corte fernandina 
y en particular de su padre como “omne conplido”, 
encarnación del perfecto caballero cristiano, del cor-
tesano discreto y prudente y del príncipe humanista, 
mecenas de artistas y preocupado por todas las mani-
festaciones de la cultura más refinada de la época, los 
deportes, los juegos de mesa, y la música; no viendo 
en todo esto contradicción alguna entre sus cuali-
dades morales, su interior, y sus actitudes seculares 
de hombre cortés.
En el proceso de convertir a su padre en el mo-
delo perfecto de príncipe cristiano, Alfonso va mucho 
más allá de la alabanza filial, pasando a toda una serie 
de viñetas de carácter biográfico en las que lo dibuja 
comiendo, bebiendo, “seyendo” [sentado], yaziendo, 
estando, andando y cabalgando.
Comía moderadamente, ni mucho ni poco. Lo mismo 
hacía en el beber; porque bebía cuanto es convenien-
te y no de otra forma, ni mucho ni a menudo. Sabía 
presentarse de tal manera en público que todo el que 
le veía se percataba de que era el señor de todos los 
demás que estaban presentes (Setenario, p.12).
 12 - Argutorio 40 - II semestre 2018
Alfonso X, que sin duda conoció a su padre mejor 
que ningún cronista, nos dejó de él un retrato que, 
sin olvidar sus virtudes cristianas, enfatiza las cuali-
dades más humanas y terrenas de su progenitor casi 
a un nivel naturalista, exaltando su hermosura físi-
ca, su apostura, su buen continente, su donosura y 
sobre todo su buen entendimiento, su habilidad con 
las buenas palabras y las buenas maneras (Setena-
rio)20. Es decir, Fernando III había puesto en práctica 
aquel estilo de vida cortesano que los estudiosos de 
hoy día han identificado con la curialitas (o cortesía), 
concepto nacido en la corte de su bisabuelo materno, 
Alfonso VIII (1158-1214), y que él definió magistral-
mente en la Segunda Partida (IX, 30), dejándonos 
una visión de la corte de Castilla que no tiene nada de 
efímero o fugaz, sino de gran estabilidad y serenidad. 
Sin duda alguna, Alfonso X se halla en la trayecto-
ria del “príncipe renacentista”, a medio camino entre 
el orientalismo de Saladino (1137-1193) y la opulen-
cia humanística de Lorenzo de’ Medici (1449-1492), 
Il magnifico, y como él, mecenas de las artes. Las ilus-
traciones que se conservan de Alfonso X, vestido con 
fabulosos tejidos y mantos de manufactura oriental, 
son otras tantas manifestaciones exteriores de su con-
vicción interior de príncipe humanista y no deslucen en 
nada ante las de sus rivales e imitadores del siglo XV. 
P. - Y ya que mencionamos esa idea de “adelantado a 
su tiempo”, ¿era la Escuela de Traductores de Toledo 
un intento de crear algo así como una Enciclopedia de 
la Edad Media?
R. - La, así llamada, Escuela de Traductores de To-
ledo, hoy es entendida más bien como un grupo de 
traductores y estudiosos que fueron reuniéndose en 
Toledo tras su conquista por Alfonso VI (1085) y 
la llegada de los monjes cluniacenses. La actividad 
traductora e intelectual de estos grupos se protrajo 
durante muchos años, pero no tuvo nunca, que se 
sepa, un proyecto unificador que aunase losvarios 
proyectos de traducción y a sus participantes bajo un 
objetivo común, como pudo ser la creación de una 
“Enciclopedia de la Edad Media”. Los varios proyec-
tos dependieron del patrocinador del momento y de 
sus participantes. Terminado el proyecto, se deshacía 
la colaboración entre los individuos, hasta que un 
nuevo patrocinador promovía un nuevo proyecto con 
los mismos traductores u otros. Por tanto, no creo 
que hubo nunca un tal intento, aunque con los varios 
proyectos llevados a cabo, en solitario o en equipo, 
hoy día, un equipo competente de estudiosos pudiera 
compilar, sobre las bases de la traducciones llevadas 
a cabo en Toledo y otras ciudades, una inmensa “En-
ciclopedia de la Edad Media” peninsular. 
P. - Por lo que he leído, en su libro y en otros, Al-
fonso X estuvo detrás de muchas obras “científicas”: 
Tratado del cuadrante señero, Tablas alfonsíes, Libro 
conplido en los judizios de las estrellas, Lapidario, 
Libro de las cruzes, Quadripartitum, Picatrix, Liber 
Razielis, Libro de las formas e imágenes, Libro de 
astromagia. Creo que también se sospecha que a él se 
deben traducciones de tratados de agricultura árabe. 
En general, ¿se puede decir que apoyó creaciones 
fundamentalmente astrológicas y mágicas en el cam-
po de la ciencia? 
R. - Ese largo listado de obras “científicas” alfon-
síes (y no se incluyen todas), recoge esencialmente 
dos grupos de obras: astronómicas/astrológicas y 
mágicas. Como ya dije más arriba, Alfonso no solo 
apoyó la creación de dichas obras, sino que colaboró 
activamente en todo el proceso de producción de las 
mismas, traduciendo algunas y componiendo de raíz 
otras, y, finalmente, poniéndoles un prólogo de pro-
pio puño. Es posible que en su taller de traducción se 
conservasen también los originales y las traducciones 
de obras de agricultura, minería, medicina, matemáti-
cas, etc., como se conservaban obras de albeitería, de 
caza, de juegos y otros libros de pasatiempo. Algunas 
de estas obras nos son bien conocidas, de otras sabe-
mos poco o nada.
El núcleo central de las obras “científicas” de Al-
fonso X gira en torno a la astronomía/astrología y 
a la magia como ciencia práctica derivada de la as-
trología. Históricamente el apodo de “el Sabio”, no 
siempre en sentido positivo, ha sido asociado más 
bien con lo que Alfonso tenía de astrólogo o mago/
nigromante que con su saber astronómico. Aunque 
son bien conocidas sus inclinaciones astrológicas, 
esto no debería limitar o reducir su ingente labor en 
el campo de la astronomía que desde luego fue ex-
traordinario, teniendo, entre otros colaboradores, a su 
mismo confesor, Fr. Pedro Gallego, primer obispo de 
Cartagena, intelectual de punta de la corte alfonsí al 
cual se deben diversas traducciones de importantes 
textos científicos en el campo de la astronomía y la 
medicina21.
Como ha puesto de relieve recientemente el es-
tudioso de la ciencia alfonsí Javier Espiago, cuando 
escribe que la visión de Alfonso como astrólogo no 
es una valoración parcial y negativa llevada a cabo 
exclusivamente por algunos estudiosos actuales, sino 
que ya existía en la Baja Edad Media una interesa-
da leyenda negra sobre las nuevas actitudes hacia el 
conocimiento en la que lo astronómico participaba de 
las ciencias ocultas que las religiones no cristianas fo-
mentaban. Los enemigos del progreso de las ciencias 
y del saber frecuentemente han asociado al Rey Sabio 
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 13
con estas corrientes más bien heterodoxas. El rechazo 
había comenzado a organizarse antes del nacimiento 
de Alfonso X y tenía raíces de confrontación de cul-
turas, siendo muy difícil el reconocimiento de cual-
quier mérito de los que eran señalados como con-
trarios22. 
Para algunos cristianos europeos, como insinu-
amos al principio, en al-Ándalus anidaban los mis-
terios de un conocimiento hermético, esotérico o 
enigmático, pues empleaba signos matemáticos e 
instrumentos incomprensibles. No obstante, no fal-
taron algunos curiosos centroeuropeos que deseosos 
de penetrar aquellos saberes ocultos se atrevieron a 
acercarse a los varios centros peninsulares donde se 
impartían23. A partir de aquellas visitas y largas estan-
cias en España, las cosas empezaron a cambiar. En-
tre los varios enclaves peninsulares de traducciones 
surgió el grupo de traductores mozárabes de Toledo, 
bajo dominio musulmán, pero con el patrocinio de 
mecenas cristianos, siendo el más conocido el or-
ganizado por el arzobispo de Toledo D. Raimundo. 
En el campo de las ciencias hubo ya durante el siglo 
XII algunas traducciones importantes, como fue la de 
las Tabulae astronomicae de Al-Khwarizmi (s. IX), 
llevada a cabo entre 1116 y 1126 del original árabe 
con nuevos cálculos toledanos. En 1140 se traduce 
el Introductorium in astronomiam de Abu Ma’shar y 
poco antes (h. 1135) había llegado a Toledo el gran 
empresario de las traducciones, Gerardo de Cremona, 
en busca del Almagesto de Ptolomeo, que consigue 
y traduce al latín. En 1141 llega también a España el 
Gran abad de Cluny, Pierre le Venerable, en busca de 
textos para combatir el Islam y se queda escandaliza-
do de la orientación astronómica islámica de algunos 
scriptoria monásticos24.
Cuando a mediados del siglo XIII Alfonso X lanza 
su programa de traducciones, el grupo toledano lle-
vaba ya más de un siglo de andadura, contando con 
grupos bien organizados, aunque, como observa Es-
piago, hacia los años cuarenta los que mantuvieron el 
programa de traducciones fueron principalmente sa-
bios musulmanes y judíos, habiendo sido expulsados 
de la ciudad la mayor parte de los mozárabes a partir 
de 1143, bajo el dominio almohade.
Los científicos a servicio de Alfonso X, tanto mu-
sulmanes como judíos y cristianos, pronto empezaron 
a darse cuenta de que los cálculos matemáticos so-
bre las distancias y las órbitas de los planetas, o la 
extensión del universo, así como los más refinados 
instrumentos, tenían sus limitaciones; no podían dar 
respuestas científicas a la gran incógnita que yacía 
más allá del mundo visible. La última respuesta, se 
pensaba, se hallaba en la Astrología, ciencia en la que 
se buscaba la justificación del asombro provocado por 
las maravillas celestes, pero también se interesaron en 
ella desde la perspectiva de la superstición y lo oculto. 
Alfonso, en su condición de “escudriñador”, dedicó 
varias obras a explorar esta gran incógnita de lo in-
visible. Los “iudicios de las estrellas” se imponían en 
presagios y horóscopos personales y colectivos como 
respuesta a preguntas que no podían ser contestadas 
por la ciencia astronómica o los instrumentos.
P. - Pero las Tablas alfonsinas describían el movimien-
to de los planetas y la posición de las estrellas. ¿Tuvo 
esta obra mucha importancia? Me imagino que bási-
camente fueron impulsadas por los científicos Isaac 
ben Sid y Yehuda ibn Moisés ha-Cohen, ¿no?
R. Sin pretender entrar en el contenido de las Ta-
blas alfonsíes, asunto que dejo para los astrónomos, 
quisiera solo resumir brevemente lo que hoy sabemos 
de la obra científica más importante del scriptorium 
alfonsí y su difusión en toda Europa. Las Tablas 
fueron realizadas en la ciudad de Toledo entre 1263 
y 1270 por sus dos colaboradores más conocidos en 
los trabajos científicos, los judíos Isaac Ibn Sid (cono-
cido también como rabi Çag Aben Çayd de Toledo) y 
Yehuda ben Moshé ha-Kohén. El manuscrito original 
no se ha conservado, pero tenemos una copia fiel de 
principios del siglo XVI (BNE, Ms. 3306) que con-
tiene un magnífico prólogo de los autores en el que 
explican cuándo y cómo se compuso la obra y las 
reglas para usarla correctamente. También nos infor-
man que estas nuevas Tablas corrigen los errores que 
se habían detectado en la Tablas toledanas anteriores, 
se introducen nuevos parámetros de medición, y se 
pone como punto de partida, o raíz, el inicio de la “era 
alfonsí”, es decir, el mediodía anterior al 1 de enero 
de 1252, año en que Alfonso X subió al trono. La idea 
de proclamarel inicio de la “era alfonsí” en el prólo-
go de su obra científica por antonomasia podemos 
decir que ha marcado el reinado del Rey Sabio y a él 
personalmente como el rey que sobrepujó a todos los 
demás reyes en todos los campos del saber, científico 
y humanístico:
Et este es el reinado del Señor rey don Alfonso, 
que sobrepujó en saber, seso et entendimiento, 
ley, bondat, piedat et nobleza a todos los reyes 
sabios. Et por esto tovimos por bien de poner 
por comienzo de era ell año en que comenzó 
a reinar este noble rey, por cabsa que se use 
et manifieste esta era, ansí como se usaron et 
manifestaron las otras eras antes della, porque 
dure et quede la nombradía deste noble rey ý 
para siempre. Et posiemos el comienzo deste 
año sobre dicho 1252 ser comienzo desta era, et 
posiémosle nombre la ‘era alfonsi’25.
 14 - Argutorio 40 - II semestre 2018
Estas palabras, estampadas en un tono tan contun-
dente a la cabecera de la obra más conocida de Alfon-
so X, sin duda debieron cambiar la visión de “mago” 
y “nigromante” que de él tenían muchos europeos. 
Los que las escribieron se sabía que eran científicos 
serios y que con ellas expresaban su profunda convic-
ción acerca del talante científico de su patrocinador. 
Las Tablas, como otras obras astronómicas y as-
trológicas, fueron, por mandato de Alfonso X, tradu-
cidas al latín con el objeto de darles mayor difusión 
fuera de España en un momento en que Alfonso aspi-
raba a la corona imperial. La versión latina se difundió 
rápidamente a varias ciudades europeas, copiándose 
en infinidad de manuscritos muchos de los cuales 
afortunadamente se conservan. En 1327 fueron adap-
tadas en la Universidad de París por Juan de Sajonia, 
cuya versión fue llevada por primera vez a la imprenta 
por Echard Ratdolt en 148326. Esta versión fue la que 
más tarde circuló en todas las universidades europeas 
y la que consultaron científicos y astrónomos, como 
Copérnico y Galileo, cuyos ejemplares se conservan.
Antes de cerrar este apartado sobre la obra cientí-
fica más importante entre las astronómicas, quisiera 
volver la atención sobre las astrológicas, igualmente 
muy numerosas, así como sobre las que se ocupan de 
magia y nigromancia, teniendo siempre presente que 
la línea divisoria entre astronomía y astrología era tan 
tenue que a veces no existía; asimismo, la línea divi-
soria entre magia positiva y nigromancia era tan sutil 
que prácticamente se intersectaban.
También en la manifestación del saber cientí-
fico astrológico alfonsí debemos tener en cuenta el 
trasfondo cultural y los fundamentos filosóficos en 
los que se apoyaba si queremos entender y formular 
una valoración de su vocación de astrólogo. 
La obra cultural promovida por el rey Sabio nos 
ha llegado en infinidad de códices repletos de minia-
turas de los que se desprende claramente un mensaje: 
la obra se halla anclada en un contexto sapiencial y 
astrológico, y para entenderla necesitamos hacer un 
esfuerzo que comporta la comprensión del lugar emi-
nente que ocupaba la astrología en la ciencia medieval. 
La astrología alfonsí descansa sobre un razonamiento 
que nos lleva a apreciar el impacto y la penetración 
que el naturalismo aristotélico-averroísta alcanzó en 
todas las capas de la sociedad, aun entre las más altas, 
como era la corte y el scriptorium real.
Los orígenes remotos de la visión alfonsí del mun-
do se encuentran en la filosofía griega de la naturaleza 
tal como había sido trasmitida por los musulmanes, 
en la que el hombre no era más que uno de los compo-
nentes de la cadena de los seres (minerales, vegetales 
y animales), aunque, dada su naturaleza racional, se 
hallase en la cima de la pirámide natural. Según esta 
concepción del mundo, todos los seres reciben sus 
cualidades de los cielos, es decir, de los astros que 
forman las constelaciones y planetas. Alfonso expuso 
claramente esta concepción del mundo en el prólo-
go que escribió para la traducción del Lapidario, al 
formular los fundamentos filosóficos de la astrología 
como ciencia:
Aritóteles, que fue más complido que los otros 
filósofos y el que más naturalmente mostró 
todas las cosas por razón verdadera y las hizo 
entender cumplidamente según son, dijo que to-
das las cosas que están bajo los velos [cielos] se 
mueven y se enderezan por el movimiento de 
los cuerpos celestiales, por la virtud que tienen 
de ellos, según lo ordenó Dios, que es la primera 
virtud y de donde la tienen todas las otras; mos-
tró que todas las cosas del mundo están trabadas 
y reciben virtud unas de otras, las más viles de 
las más nobles, y que esta virtud aparece en unas 
más manifiesta, así como en los animales y en 
las plantas, y en otras más escondida, así como 
en las piedras y en los metales27.
Esta visión aristotélico-averroísta del macrocos-
mos tiene su reflejo en el microcosmos; entre ambos 
hay una constante interrelación; una especie de ley de 
simpatía universal que regula todas estas relaciones 
en las que el influjo de los seres celestiales es con-
tinuo y necesario para el funcionamiento y la super-
vivencia de las criaturas terrenales. De ahí que la fun-
ción del sabio astrólogo/mago sea adquirir el máximo 
conocimiento de los astros, de tal manera que dicho 
conocimiento le permita modificar la influencia de los 
seres celestiales sobre los terrenales. Esta es la magia 
que, como veremos más adelante, profesaba el Rey 
Sabio.
Alfonso se puede decir que estaba obsesionado 
con esta cosmología aristotélica aprendida en los 
científicos árabes. Por eso cuando descubrió el Libro 
de la escala de Mahoma le debió parecer que había 
descubierto el ejemplo perfecto de esta doctrina, en 
el que físicamente podía ver la puesta en práctica de 
aquella doctrina filosófica. En el prólogo de la traduc-
ción francesa (la castellana no se conserva), llevada 
a cabo por uno de sus traductores favoritos, se dice:
 
Este es el libro que llaman en árabe Halmaereig, 
que significa en castellano tanto como ascender 
a las alturas. Y este libro lo hizo Mahometo y 
le puso este nombre y por eso lo llaman así las 
gentes. Y este libro muestra la subida de Maho-
ma, cómo él subió por la escalera del cielo, tal y 
como oiréis más adelante, y vio todas las mara-
villas que Dios le mostró, como él mismo dice y 
el libro indica. Y este libro lo tradujo Habraym, 
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 15
judío y físico del ilustre varón el señor Don Al-
fonso, por la gracia de Dios, rey de los Romanos 
siempre augusto, y Rey también de Castilla, de 
Toledo, de León, de Galicia, Sevilla, Córdoba, 
Murcia, Jaén y el Algarbe. Y dividió el libro en 
85 capítulos, para que se pudiera leer más lige-
ramente. Y tal y como fue traducido dicho libro 
por Habraym [en la versión latina pone Abra-
ham], del árabe al español, yo, Buenaventura de 
Siena, notario y escribano de mi Señor el Rey 
antes nombrado, por su mandato lo traduje del 
español al francés...”28. 
La historia de la sorpresa y suspensión del Rey 
Sabio ante el descubrimiento de una nueva obra se re-
pite en muchos otros prólogos, como en el del Primer 
Lapidario (Escorial Ms.h.I.15), en el que habla tam-
bién de una traducción, y no de un texto del Rey, y en 
el Libro de las Formas e Imágenes que están en los 
Cielos (Escorial, Ms.h.I.16, fol.1), en el que acontece 
lo mismo; así como en obras de ficción, como Ka-
lila e Dimna, que mandó traducir cuando todavía era 
príncipe.
Entre las obras astrológicas, tal vez la más popular 
haya sido el Libro conplido en los judizios de las es-
trellas, traducción del tratado respectivo de Aly Aben 
Ragel, compuesto hacia 103729. El traductor fue su 
fiel colaborador Yehuda ben Moshé ha-Kohén (que 
dio principio a su traducción “el 12 de marzo de 1254, 
a las seis y media de la mañana”), el cual había termi-
nado la traducción del Lapidario cuatro años antes. 
Me interesa señalar esta obra por ser un manual 
de astrología en el que se hallan reunidos los cono-
cimientos esenciales de esta ciencia, empezando por 
el principio,y exponiéndolos de una forma didáctica 
clara y precisa para que todos los entiendan. El mo-
tivo central de la obra es la correcta adivinación, que 
se funda en la mencionada teoría aristotélica del in-
flujo de los astros sobre el mundo sublunar que son 
los que determinan todo lo que acontece (“según lo 
ordenó Dios”). Recorriendo, pues, la topografía as-
tral, la obra va discutiendo los más variados aspectos 
y preocupaciones de la vida humana, en relación con 
la vida íntima, amores y desamores, casamientos y 
descasamientos, así como la social, los negocios, la 
guerra y otros acontecimientos colectivos. El libro 
tuvo un gran éxito: fue traducido al latín por lo menos 
dos veces, una de ellas, por mandato del Rey, por los 
dos notarios de la curia real, los italianos Egidio de 
Tebaldis y Pietro de Reggio; de esta versión latina se 
hicieron versiones completas al hebreo, al portugués 
y al alemán, y versiones parciales al inglés, al ho-
landés, francés y catalán (estas dos últimas perdidas). 
La totalidad de los Libros del saber de astrología, de 
los cuales forma parte el Libro conplido, fueron tra-
ducidos del latín al toscano e iluminados en Sevilla 
en 1348.
La singular imagen de la Aritmética en una vidriera de la catedral 
de León (se encuentra en la parte alta del lateral izquierdo).
Debemos también mencionar, aunque sea breve-
mente, aquellas obras “científicas” por las que ha sido 
más denigrado y ridiculizado el Rey Sabio, las que 
se ocupan de magia y nigromancia. Como es sabido, 
Alfonso X fue un apasionado de las ciencias ocultas 
y esotéricas, como la nigromancia, ciencia a la que 
dedicó varios tratados. Uno de los más conocidos y 
usados en toda Europa fue el llamado Picatrix sobre 
el que también diré algo más adelante. 
Antes de presentar estas obras que, por un malen-
tendido, han desprestigiado al Rey Sabio, haciéndolo 
pasar por “mago” o “nigromante”, que, en realidad, en 
la teminología medieval, eran sinónimos de “sabio”, 
es decir, “escudriñador de ciencias”, conviene tener 
presente el siguente texto de las Siete Partidas en el 
que expone qué debe entenderse por nigromancia:
Adevinanza tanto quiere decir como querer to-
mar poder de Dios para saber las cosas que son 
 16 - Argutorio 40 - II semestre 2018
por venir. Et son dos maneras de adevinanza: la 
primera es la que se face por arte de astronomía, 
que es una de las siete artes liberales; et esta se-
gunt el fuero de las leyes non es defendida [pro-
hibida] de usar a los que son ende maestros et 
la entienden verdaderamente, porque los juicios 
y los asmamientos [resultados probados] que se 
dan por esta arte son catados [observados] por el 
curso natural de los planetas et de las estrellas 
et tomados de los libros de Tolomeo et de los 
otros sabidores que se trabajaron [esforzaron] de 
esta esciencia; mas los otros que non son ende 
sabidores non deben obrar por ella, como quier 
que se puedan trabajar [esforzar] de aprenderla 
estudiando en los libros de los sabios […] pero 
los que ficiesen encantamientos u otras cosas 
con buena entención, así como para sacar demo-
nios de los cuerpos de los homes, o para deslegar 
[separar] a los que fuesen marido et muger que 
non pudiesen convenir en uno, o para desatar 
[desencadenar] nube que echase granizo o niebla 
porque non corrompiese los frutos de la tierra, o 
para matar langosta o pulgón que daña el pan o 
las viñas, o por alguna otra cosa provechosa se-
mejante destas, non debe haber pena, ante deci-
mos que deben rescebir gualardón por ello30.
Es decir, toda la razón de ser de la nigromancia 
es querer saber las cosas antes de que acontezcan, 
pretendiendo así hacerse con conocimientos que son 
exclusivos de Dios. Esto, Alfonso, como responsable 
de la integridad moral de sus súbditos, no lo podía 
aprobar, puesto que era perfectamente consciente de 
las secuelas nefastas que acarreaba la profesión de 
mago y nigromante en la población sencilla cuando 
era practicada por ignorantes de esta ciencia; por eso 
marca claramente distancias entre la nigromancia 
como ciencia y su versión degradada entre charlata-
nes y falsos adivinos; de ahí la proscripción tajante 
de practicarla en sus reinos. La prohibición alfonsí 
merece ser mencionada aquí porque capta de manera 
sorprendente realidades y circunstancias que descri-
ben los aspectos más impensados de la obra de un 
mago y nigromante toledano contemporáneo, cono-
cido como Virgilio de Córdoba31; lo cual nos lleva a 
pensar que su legislación recoge noticias, no solo de 
fuentes jurídicas y filosóficas, sino también de acon-
tecimientos cotidianos y de obras de tono más popu-
lar, que probablemente circulaban en Toledo, cuando 
prohíbe sin cortapisas la profesión a que se dedicaba 
el pseudo Virgilio:
Nigromancia dicen en latín a un saber extraño 
que es para encantar los espíritus malos. Y por-
que de los hombres que se esfuerzan por hacer 
esto viene muy gran daño a la tierra y señala-
damente a los que los creen y les demandan al-
guna cosa en esta razón, acaeciéndoles muchas 
ocasiones por el espanto que reciben andando de 
noche buscando estas cosas tales en los lugares 
extraños, de manera que algunos de ellos mue-
ren, o quedan locos endemoniados; por ello pro-
hibimos que ninguno sea osado de querer usar 
tal enemiga [maldad] como ésta, porque es cosa 
que pesa a Dios y viene de ellos muy gran daño 
a los hombres32.
La nigromancia, o magia negra, reprobada por Al-
fonso no es la que él profesó. Para Alfonso la magia 
como ciencia es claramente uno de los siete saberes 
liberales que pertenece a las ciencias de la natura-
leza derivadas de la Astronomía: “Ca [los sabios e 
las sabias de la mágica] departen assí sobrello que 
la mágica vna manera e vna parte es del arte del es-
tronomía” (GE, II, 2, 340b); y “es mago el qui sabe 
ell arte mágica, et la sciencia mágica es aquel saber 
con que los quel saben obran por los mouimientos de 
los cuerpos celestiales sobre las cosas terrenales...” 
(GE, II, 1, 86a); pero no puede dejarse en manos de 
incompetentes y charlatanes.
Más allá de esta explicación del estudioso, 
podemos decir que la razón profunda, esencialmente 
filosófica y científica de su interés por la magia, nos 
la dieron sus colaboradores en el prólogo del Libro de 
las cruzes, considerado el primer tratado astrológico 
en lengua castellana:
Et por que él leyera, et cada un sabio lo affirma, 
el dicho de Aristotil que dize que los corpos de 
yuso [abajo], que son los terrenales, se man-
tienen et se gouiernan por los mouemientos de 
los corpos de suso [arriba], que son los celestia-
les, por uoluntad de Dyos entendió et connoció 
que la sciencia et el saber en connocer las signi-
ficationes destos corpos celestiales sobredichos 
sobre los corpos terrenales era muy necessaria a 
los homnes33.
Entre los tres beneficios que los hombres derivan 
de la “mágica”, Alfonso pone los remedios médicos, 
tanto si se trata de farmacopea como de cirujía:
E de las obras de la mágica de las mexclas 
nació otrosí al mundo en los omnes el cuy-
dado de la guarda de los cuerpos. Onde en 
las mezclas de las yeruas, e de las semien-
tes [semillas], e de las otras cosas asacaron 
[dedujeron] commo se començó la física 
[medicina], e se ficieron los axaropes [ja-
rabes] e otros beurajos [bebidas] e letuarios 
[ungüentos] contra las enfermedades de los 
cuerpos e contra los dolores. E fallaron otrosí 
de aquí los sabidores las melezinas de las lla-
gas e de las exidas [heridas], e el saber de los 
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 17
celurgianos [cirujanos], e de los albeytares 
[veterinarios], e de los sangradores (GE, II, 
2, 341b).
La astrología y las demás ciencias derivadas o an-
cilares de ella cautivaron de tal manera la mente del 
Rey Sabio que se puede decir que las huellas de es-
tas ciencias se hallan en todas sus obras escritas y en 
las más variadas manifestaciones artísticas, desde las 
miniaturas en los códices de las obras mismas hasta 
las extraordinarias representaciones enlas Cantigas 
de Santa María, donde se mezcla con extraordinaria 
facilidad lo sagrado con lo mágico y lo profano. 
Estas huellas las hallamos también en sus obras 
arquitectónicas, como la catedral de León, iniciada 
durante su reinado, donde se conserva en una espec-
tacular vidriera la única imagen conocida de Alfonso 
X en la que aparece vestido con todas las insignias 
de Emperador (corona, cetro y poma), dignidad que 
en aquel momento estaba esperando fuese confirmada 
por el papa, tras su elección a Rey de Romanos. En la 
vidriera conocida como “La cacería”, otra pasión del 
Rey Sabio, de tema completamente profano, vemos, 
junto con jinetes y hombres armados dispuestos para 
la caza, representaciones del trivium y el quadrivium 
medieval; entre las artes liberales representadas se 
puede contemplar la Aritmética, que los medievales, 
por razones obvias, asociaban con la magia de los nú-
meros en la construcción de las catedrales. Es digno 
de ser notado que la representación de la Aritmética 
en la Catedral de León, a diferencia de la consabida 
alegoría de las siete arte liberales como siete don-
cellas (como fueron representadas, por ejemplo, en 
una vidriera de la catedral de Toledo), aquí vemos a 
unos monjes haciendo cálculos matemáticos, tal vez 
relacionados con la construcción de la catedral34. En 
la catedral de León se halla también la singular ima-
gen de Simón Mago, el rival de Jesús, en un templo 
cristiano (!), prototipo del sabio alquimista medieval 
rodeado de sus alumnos.
La Alquimia fue otra de las ciencias que gozó de 
gran prestigio durante la Edad Media y, como la Arit-
mética, se relacionaba también con la construcción 
de catedrales; de hecho, aparece también en una de 
las vidrieras de la fachada sur de la catedral leonesa 
un alquimista con su matraz, personaje que, como el 
matemático y el mago, sin duda tuvo mucho que ver, 
según el restaurador de las vidrieras J. M. Rodríguez 
Montañés, con la creación de los colores, como el 
amarillo de plata, que fue el resultado fallido de in-
tentar convertir el nitrato de plata en oro; es decir, el 
arte secreto de la Alquimia practicado en la composi-
ción de las vidrieras, que la ciencia moderna todavía 
no ha conseguido reproducir35.
Si de la nigromancia pasamos a la astromagia, 
la última manifestación de la astrología alfonsí, nos 
encontramos con las dos últimas obras que vamos a 
considerar: Picatrix y el Liber Razielis Archangeli, 
ambas se hallan en el mismo manuscrito astrológico 
vaticano (Reg. lat. 1283) publicado recientemente 
con el título Libro de Astromagia36. 
Es en estas obras donde se manifiesta el aspecto 
más incomprensible, y hasta un cierto punto contra-
dictorio, de la cultura alfonsí, al presentarse clara-
mente teñida de hermetismo y, como tal, debemos 
pensar que se concibió para pequeños círculos de sa-
bios y no para el pueblo llano, como él mismo reparó 
en un pasaje del Libro de Astromagia, donde se mues-
tra muy consciente del riesgo que corría de ser mal 
entendido o de que su saber fuese, por incompetencia 
o ignorancia, mal usado, advirtiendo del peligro que 
esta ciencia representaba para los que no estaban pre-
parados para recibirla37. 
Conviene, sin embargo, tener presente que, tras la 
lectura de estas últimas obras uno se percata de que el 
pensamiento hermético alfonsí se manifiesta no solo 
en los aspectos filosóficos-científicos expresados en 
dichas obras, sino también en sus obras religiosas y 
morales, así como en las miniaturas del Codice Rico 
de las Cantigas (Ms. Escorial, 1.1.1), donde aparece 
Alfonso, rodeado de un círculo de cortesanos y aleja-
do del pueblo; de donde se desprende, como dijimos 
más arriba, el carácter restrictivo que quería mantener 
en este aspecto de su cultura. La heterodoxia de las 
imágenes en que el Rey Sabio se representa como 
rey trovador, se conecta así con el renacimiento de la 
astrología pagana en las espectaculares ilustraciones 
de los Lapidarios y en otros manuscritos astrológicos 
alfonsíes. 
Se trata, efectivamente, en el primer caso, Pica-
trix, de una obra de nigromancia astrológica que, por 
mandato de Alfonso X, se tradujo del árabe al caste-
llano. En el prólogo se nos dice que fue compilada 
por Norbar el Árabe en el siglo XII sobre la base de 
un texto atribuido a un sabio indio llamado Kancaf 
que habría vivido en Bagdad en torno al 800 d. C. 
Este sabio hindú reveló sus conocimientos “de arte 
mágica y cómo obran las cosas que hay bajo el cielo 
de la luna” a su discípulo Sirez de Babilonia. Como 
sucede frecuentemente en estas obras, en los prólo-
gos se finge una larga historia acerca de la trasmisión 
del texto para legitimar su autenticidad y sobre todo 
la validez científica. En realidad, la crítica moderna 
cree que se trata de una traducción del árabe de una 
obra compuesta en la Península Ibérica a mediados 
del siglo XI por el famoso astrónomo andalusí Abu-l 
Qasim Maslama ibn Ahmad de Madrid, o pseudo al-
Magrití, conocida como La meta del sabio (Ghayat 
 18 - Argutorio 40 - II semestre 2018
al-hakim). La traducción castellana probablemente 
fue llevada a cabo por el favorito traductor de Alfonso 
X, Yehudá ben Moshé ha-Kohén, a mediados de los 
cincuenta. Esta versión castellana y el original árabe 
se han perdido, pero se han conservado los índices 
en un manuscrito de la Biblioteca Vaticana estudia-
dos por Raquel Díaz38. Estos Índices fueron reusados 
sucesivamente en la traducción del Lapidario, obra 
del mismo traductor39; lo cual pudiera significar que 
la primera versión de Picatrix se hizo al castellano, y 
no al latín, entre 1243 y 1250. 
De todas formas, en 1256 se hizo en el scriptorium 
alfonsí una versión completa del árabe al latín, quizá 
por Egidio de Tebaldis, el cual ya había traducido para 
Alfonso, también al latín, entre otras obras, el Tetra-
biblos, o Quatripartitum, de Ptolomeo. El autor de 
la traducción latina afirma en el prólogo que la obra 
fue compilada por un tal “Picatrix”, reuniendo más de 
doscientos libros de filosofía, y la llamó con su propio 
nombre40. La versión latina tuvo tal difusión en Eu-
ropa (sabemos que fue conocida, entre otros muchos, 
por los humanistas Giovanni Pico della Mirandola 
y Marsilio Ficino) que ha prevalecido el título de su 
compilador “Picatrix”, aunque nadie sepa de dónde 
lo sacó el traductor latino o quién sea este personaje. 
Al hablar de esta obra debemos, por necesidad, 
referirnos a esta versión latina para conocer el con-
tenido del original árabe y del texto castellano, que 
no se conservan. El núcleo central de Picatrix, como 
obra de carácter mágico por excelencia, está formado 
por una serie de conjuros y fórmulas mágicas com-
puestas en un lenguaje deliberadamente oscuro con 
alusiones frecuentes al padre del hermetismo, Hermes 
Trimegisto. Tal vez lo más significativo de la obra sea 
su finalidad: controlar el influjo de los astros sobre los 
acontecimientos sublunares, que fue el aspecto que 
debió fascinar a Alfonso X; para conseguirlo, el com-
pilador inventa un artilugio originalísimo que consiste 
en tallar piedras adecuadas con imágenes pertinentes, 
justamente en el instante en que la confluencia de los 
astros trasmite a esa piedra el mayor número de sus 
cualidades (la conexión Hermes-piedras no parece 
tan disparatada, si tenemos en cuenta que el nombre 
Hermes tuvo su origen en la palabra griega έρμα, 
έρμαξ, que significa “montecillo de piedras”). Este 
sistema de usar fórmulas mágicas e imágenes talladas 
en piedras de las que se fabrican talismanes, se hacen 
sortijas y otros amuletos, acompañándose al mismo 
tiempo con recitaciones y conjuros, pone en relación 
directa el Picatrix con otras obras mágicas alfonsíes, 
como el Lapidario tercero y el Libro de las formas et 
imágenes, uniendo así las tres con la tradición hermé-
tica que remontaría, a través de textos judíos y árabes 
peninsulares, hasta textos siríacos y griegos del Cor-
pus hermeticum, que, como es sabido, está formado 
por una colección de textosde una religión secreta 
del siglo II o III d. C. Fascinante tema que el espacio 
limitado de este artículo no me permite desarrollar en 
mayor detalle.
Imagen única de Alfonso X el Sabio adornado con todas las insig-
nias de Emperador en una vidriera de la catedral de León.
La segunda obra que deseo señalar, en la misma 
línea de la tradición hermética pero con influjo de la 
Cábala judía, es el Liber Razielis, que es una versión 
latina de un compendio hermético de siete textos a los 
que el traductor añadió, en un apéndice, otros nueve 
libros: Semaphoras y sus Glosas, obra de un judío 
de Fez llamado Zadok de Fez; Verba operis Razielis, 
de Abraham de Alejandría; las Flores, de Mercurio 
de Babilonia; el Capitulum generale sapientium de 
Aegipti pro operibus magicae; las Tabulae et Karac-
teres et Nomina angelorum grandium; el Liber super 
perfectionis operis Razielis, del filósofo griego Toz 
(alias Hermes); y el Liber ymaginum sapientium an-
tiquorum, obra del mismo Hermes Trimegisto.
El traductor de todos estos textos fue el mismo 
clérigo Juan d’Aspa que debió llevar a cabo su tra-
bajo en torno al año 1259 por mandato de Alfonso 
X, como se dice en el prólogo latino41. Este mismo 
Argutorio 40 - II semestre 2018 - 19
clérigo, como se desprende de dicho prólogo, debió 
ser también el traductor de la versión castellana, que, 
como tal, no se conserva, pero se conservan numero-
sas versiones posteriores de la misma42. Sabemos que 
D. Enrique Villena († 1434), muy dado a las ciencias 
ocultas y al hermetismo, poseyó una de estas versio-
nes que tenía por título Raziel, custodio del Paraíso, 
sobre el arte mágica, que al parecer se salvó de la que-
ma de los libros del Marqués por el obispo inquisidor 
D. Lope Barrientos; no tuvo mejor suerte otra versión 
del Libro de Raziel que fue quemada en Barcelona por 
orden del inquisidor Nicolás Eymerich en 1392.
Ambas obras, Picatrix y el Liber Razielis, junto 
con otras, como el Libro de las formas et imágenes 
y la Magna introductio in Astrologia de Abulmasar, 
fueron recicladas a finales de los años setenta en la 
corte alfonsí para componer el último tratado científi-
co titulado Astromagia, “zodiacal y planetaria”, cuyo 
manuscrito, al parecer, fue copiado para la camara 
regia y, como se dijo, se conserva en la Biblioteca 
Apostólica Vaticana (Ms.Reg.lat.1283), que es un 
compositum de varios fragmentos de textos astroló-
gicos, entre otros, como se dijo, se halla una parte 
(los Índices) del famoso manual de magia, llamado 
en Occidente “Picatrix”. Publicado recientemente, 
Astromagia se compone de seis libros, los tres prime-
ros: el Libro de los paranatallonta, el Libro de los de-
canos y el Libro de la luna, son atribuidos al Pseudo-
Pitágoras; y los tres últimos: el Libro de las imágenes 
de los doce signos, el Libro de Marte y el Libro de 
Mercurio, se atribuyen al Pseudo-Aristóteles43. 
El interés de Alfonso X por todas estas obras de 
naturaleza hermética, mágica y cabalística nos lo 
confirmó ya su sobrino D. Juan Manuel, al ofrecer-
nos un panorama completo de la naturaleza de las 
obras traducidas en el taller de su tío, cuando afir-
maba:
Fizo trasladar en este lenguaje de Castilla todas 
las sçiençias, tan bien de theología como la lógi-
ca, et todas las artes liberales, como toda la arte 
que dizen mecánica. Otrosí fizo trasladar toda la 
secta de los moros, porque paresçiesse por ella 
los errores en que Mahomad, el su falso profeta, 
les puso et en que ellos están oy en día. Otrosí 
fizo traladar toda [la] ley de los judíos et aun el 
su Talmud et otra sçiençia que an los judíos muy 
escondida a que llaman Cábala44.
Esta afirmación de D. Juan Manuel, a la que los 
estudiosos no habían prestado gran atención por con-
siderarla poco fiable o espuria, ha sido plenamente 
reivindicada con la publicación de nuevos manuscri-
tos; y constituye la mejor prueba de la validez y pre-
cisión con que debemos tomar las afirmaciones de su 
sobrino45. No cabe duda que el Rey Sabio, en su deseo 
de proveer a sus súbditos con el saber del pasado, se 
ocupó de obras de autores griegos, como el Tetrabi-
blos de Ptolomeo, y de autores árabes, como el Libro 
de los Juicios de las Estrellas de Alí Ben Ragel, o El 
libro de Escala de Mahoma, llegando en sus intereses 
a la cultura hindú, mandando traducir Calila e Dimna 
y el Libro de los Juegos de Ajedrez, Dados y Tablas, 
siempre a través de intermediarios musulmanes por 
el mundo hebreo, ordenando varias traducciones de 
la Biblia, del Talmuz y de los libros cabalísticos. Para 
esta inmensa labor cultural se sirvió de un equipo ex-
traordinario de especialistas, judíos, musulmanes y 
cristianos, castellanos e italianos, lingüístas, científi-
cos y miniaturistas de primera calidad.
P. - Tengo entendido que Alfonso X intentó rescatar 
volúmenes de la biblioteca del califa Al Hakám II, 
otro gran erudito y sabio ávido de libros y volúmenes. 
¿Tuvo mucha importancia Alfonso X en la tarea de 
difundir el saber clásico (recuperado por árabes) a lo 
largo y ancho de Occidente?
R. - A esta pregunta ya he contestado, en parte, al 
hablar de al-Hakám II más arriba. Es bien sabido, 
aunque no siempre ha sido puesto en evidencia, que la 
trasmisión del saber clásico y oriental (filosofía, cien-
cias, letras, etc.) pasa por la Península Ibérica. En la 
empresa de la trasmisión del saber de la antigüedad al 
Occidente cristiano la Antigua Escuela de Traducto-
res de Toledo tuvo un papel decisivo. No debemos 
olvidar que Toledo era en la Edad Media la ciudad 
más cosmopolita de Europa y probablemente la mejor 
preparada para llevar a cabo aquella empresa: en ella 
convivían musulmanes, judíos y cristianos entre los 
que el multilingüísmo era normal, el latín, el árabe y 
el hebreo eran lenguas de uso común, además de las 
distintas modalidades del romance, habladas por los 
mozárabes y los cristianos tradicionales venidos del 
norte. Los grandes estudiosos europeos de los siglos 
XII y XIII que fueron llegando a la Península Ibérica 
en busca de las obras de la antigüedad son el mejor 
testimonio que tenemos para ilustrar el hecho de que 
allí se esperaba encontrar aquellas obras que no se 
encontraban en ninguna otra parte en una lengua que 
pudiesen entender46. 
Del medio oriente y del lejano oriente (India) llegó 
a Córdoba el legado científico y filosófico de la anti-
güedad griega clásica; sucesivamente este saber pasó 
a las ricas bibliotecas de los pequeños reinos taifa, 
donde todo se trasladó al árabe. Posteriormente, en 
Toledo y en otras centros peninsulares, aquellas obras 
con sus comentarios en árabe se tradujeron al latín y 
al castellano. 
 20 - Argutorio 40 - II semestre 2018
Esta fue la ruta de la translatio studii, tópico lit-
erario del cual hablan los estudiosos de la Edad Me-
dia. Pero esta ruta, cuando llegamos al reinado de 
Alfonso X, tuvo una variante fundamental, no siem-
pre reconocida por los estudiosos por contener un 
componente autóctono de difícil acceso a los críticos 
centroeuropeos, una lengua vernácula, el castellano. 
Un ejemplo típico de lo que estoy tratando de decir 
pudiera ser la traducción de la Ética nicomáquea de 
Aristóteles llevada a cabo por Hermann el Alemán en 
Toledo en 1240, según el Comentario de Averroes. El 
texto latino de Hermann fue llevado inmediatamente 
a la Universidad de París y de allí difundido en toda 
Europa; pero de aquel texto averroístico árabe se hizo 
también en el scriptorium alfonsí una versión caste-
llana para ser usada en obras como Las Siete Parti-
das, la cual, por desidia de los especialistas alfonsíes, 
no ha formado parte del canon de la translatio studii; 
de tal manera que esta versión castellana ha sido, y 
sigue siendo, desconocida47. 
Por tanto, para responder a la pregunta, aunque 
la obra de Alfonso X, en el proceso de trasmisión 
del saber de la antigüedad greco-latina a Occidente, 
haya sido fundamental, su alcance ha sido limitado 
por causa de la lengua en que se reescribieron aque-
llas obras, el

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