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La amistad entre niños o adolescentes Una fuerza que ayuda a crecer Pascal Mallet NARCEA, S.A. DE EDICIONES MADRID 2 Para Gaspard y Suzanne 3 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Índice INTRODUCCIÓN De los ciudadanos de la Antigüedad a los niños y adolescentes de hoy. La amistad como valor superior La idealización de la amistad en la Antigüedad clásica. Cristianismo y amistad. Reidealización de la amistad y desencanto. Aparición de una psicología de la amistad en niños y adolescentes. Aparición de la vida social en la primera infancia Las interacciones entre niños y niñas durante los dos primeros años de vida. La imitación diferida: imitar a sus iguales para aprender. Imitarse recíprocamente y a la vez. ¡Sorprendente! Más allá de la interacción en pareja. Aprendiendo a vivir en grupo Saber leer los estados mentales de sus iguales. Diferentes maneras de estar en el grupo grande. Cuando niños y niñas parece que viven en mundos separados. Las relaciones afectivas con los padres condición para las interacciones entre los niños Los padres en primer lugar, ¡faltaría más! El apego a los padres. El apego al padre y a la madre. Apego a los padres y relaciones entre iguales. ¿Es la amistad expresión de una necesidad primaria de apego? ¿Se sienten los niños necesariamente seguros entre sus iguales? El caso de los primates no humanos. El caso de los niños y adolescentes humanos. La notable resistencia a considerar la amistad como apego. Amistad y apego: más allá de la teoría del apego. Cómo funciona la amistad y qué valor tiene ¿Pueden darse preferencias interpersonales estables entre niños pequeños? ¿Se entienden mejor los niños pequeños entre amigos que entre simples conocidos? El amigo como apoyo en el paso de una institución a otra. Al crecer, ¿se sigue necesitando el apoyo de la amistad? Conclusión: tener al menos un amigo, es un valor en sí mismo. Concepciones y percepción de la amistad Lo que significa para la amistad la comprensión de la idea de verdad. La 4 8. 9. 10. pretensión de la psicología de medir la calidad de una amistad. ¿La simple percepción positiva de las amistades es suficiente para dar fuerza? Tener amigos y ser popular está relacionado pero no es lo mismo. Efectos positivos de la amistad. La intimidad en la relación de amistad El amigo imaginario, un curioso amigo íntimo. ¿Desdoblamiento patológico, compensación de una carencia de amigos, producto de una inteligencia superdotada? La intimidad entre amigos reales. ¿Hay diferencia de intimidad en la amistad entre niñas y la amistad entre niños? El papel de los medios digitales en la amistad Bloguear con amigos. Las interacciones entre amigos en las redes sociales. Estar conectado para no verse excluido y para cultivar la amistad. Despreocupados o reflexivos, introvertidos o extravertidos: mensajes que contribuyen a la intimidad y al apoyo entre amigos. ¿Simple prolongación en línea de la vida en persona, entre iguales? Algunas conclusiones sobre los medios digitales. La similitud entre amigos. ¿Se trata realmente de “mi otro yo”? La atracción y la mutua influencia hace que los amigos se parezcan. En la infancia el parecido entre amigos no es muy marcado. En la adolescencia, los parecidos entre amigos se dan en bastantes ámbitos. Utilización de las amistades entre adolescentes con fines comerciales, terroristas o de prevención. ¿Por qué los parecidos entre amigos son más fuertes en la adolescencia? Selección, socialización y des-selección. La calidad de la amistad, para lo peor… ¡o para lo mejor! No proscribir las amistades argumentando que son malas compañías. CONCLUSIÓN. La amistad es una fuerza que ayuda a crecer REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 5 «No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domésticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mi único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…» ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1946) «En todo momento debemos recordar lo que para los romanos, el primer pueblo que se tomó la cultura en serio como nosotros, debía ser una persona cultivada: alguien que sabe elegir a sus compañeros entre las personas, las cosas, los pensamientos, tanto en el presente como en el pasado» HANNA ARENDT (1972) 6 Introducción Sin amigos no hay vida. Ya lo decía Aristóteles: «la amistad es lo más necesario para vivir. Porque sin amigos nadie elegiría vivir, aun estando en posesión de todos los otros bienes» (Follon & McEvoy:12, 1997). Es cierto que en esa época el concepto de amistad no tenía el mismo sentido que actualmente tiene para nosotros, es decir, entendida, esquemáticamente, como una relación afectiva privilegiada y duradera, extrafamiliar, desprovista de actividad sexual y entretenida, con benevolencia recíproca. Pero incluso considerando la amistad bajo esta acepción corriente, y aunque las demás relaciones nos aportaran todo lo que se puede esperar de ellas (placeres amorosos, alegrías y apoyo familiares, reconocimiento social…), todo esto no compensaría ni justificaría la ausencia de amistades. Es más, las satisfacciones que nos procuran cada una de nuestras otras relaciones se ven ampliadas por el eco que encuentran en nuestros amigos. Y si entendiéramos la amistad en un sentido más amplio, en el sentido de la philia de la Antigüedad, incluso podríamos decir que la sal de todas las relaciones humanas radica en los sentimientos de amistad con los que estas se tejen. Respecto a los niños y niñas de hoy en día, que presumen de tener centenares de amigos1 virtuales en las redes, ¿qué valor tiene para ellos la amistad, esta antigua virtud? El tipo de amistad que mantienen entre ellos no pasa desapercibida ante los padres ni los profesionales de la infancia. Desde la guardería, los educadores y educadoras de educación infantil son testigos diarios de ello y los padres difícilmente pueden no oír hablar del tema. En la escuela, los maestros no pueden obviar las complicidades que se tejen entre alumnos, las influencias que se ejercen en grupos o parejas inseparables, el apoyo que se dan para ayudarse mutuamente, perturbar la clase o levantarse la moral. Las amistades de la adolescencia constituyen una evidencia absoluta y clásicamente reconocida. Sin embargo, independientemente de la edad, aunque de alguna manera la amistad forme parte del paisaje, no por ello los adultos la consideran como lo que es: un componente social y emocional primordial en la vida de niños y adolescentes. Al comienzo de su vida afectiva, el niño encuentra a sus padres, a su familia. Sin embargo, la philia, aunque aparezca más tarde, ocupa un lugar privilegiado. Vale por sí misma, por los momentos de alegría y las penas que proporciona, por el sentido que ayuda a dar a las actividades del día a día. También vale por los efectos que tiene en la formación de la persona del niño o adolescente, por la huella que deja en la idea que se hace de él mismo, en sus valores y en sus proyectos. ¿Qué sabemos hoy de la amistad entre iguales? ¿Cuándo aparece y cómo evoluciona? ¿Cuáles son sus condiciones para producirse y cuál es su motor? ¿En qué 7 cosas varía de un niño o adolescente a otro, y según el sexo? ¿Cuáles son sus consecuencias? En los estudios universitarios, en las formaciones de trabajo social, en los medios de comunicación se insiste mucho –y con razón– en el papel que tienen las relaciones con los padres en el desarrollo psicológico del niño y el adolescente. De manera más general, cuando se quiere explicar alguna característica psicológica, la atención se centra «naturalmente» en lo que se vive en familia. Como consecuencia de esta atención, normalmente se pasan por alto las relaciones con los demás niños o adolescentes. Es una lástima, porque un amplio conjunto de investigaciones acumuladas desde hace un siglo demuestra que estas relaciones tienen un impacto considerable en el desarrollo psicológico. Las ocasiones en las que las relaciones entre niños o adolescentes no se soslayan suele ser para tratarlas de manera sensacionalista y como un elemento de la violenciaentre niños desde primaria, o incluso desde el preescolar o la guardería. Si bien es cierto que estas relaciones no son angelicales, tampoco se reducen a estos clichés. Conseguir hacerse un lugar entre los individuos de la misma edad, como tarde a partir de los tres años, es una exigencia primordial en las sociedades contemporáneas. Según lo que constituye el hilo conductor del libro, la vida entre iguales es un factor poderoso en el desarrollo psicológico, y la amistad es ante todo una riqueza para niños y adolescentes con la que toda educación mejora, si la valora y la toma en cuenta. Organización del libro El primer capítulo perfila una genealogía de la idea que tenemos actualmente de la amistad. Con este telón de fondo expuesto se pretende considerar mejor la especificidad de esta relación tan familiar que fácilmente olvidamos que tiene una historia. ¿Por qué razón la amistad, valor supremo en la Antigüedad grecolatina, pasó a un segundo plano durante la Edad Media? ¿Por qué a lo largo de los siglos XIX y XX ha pasado a ser, especialmente entre los adolescentes y los niños, objeto de curiosidad y finalmente una actividad de investigación científica sin precedentes? Puesto que hacerse amigos supone un mínimo de interacción social, el segundo capítulo expone cómo aparecen y evolucionan los intercambios entre criaturas a lo largo de los primeros años de vida, dando especial importancia al papel fundamental que tiene la imitación. La amistad es preferentemente electiva, mayoritariamente formada y mantenida en un grupo; por ello el tercer capítulo se dedica a la organización grupal y especialmente al hecho de que puede parecer que niños y niñas viven en dos mundos distintos. La vida entre iguales a esta edad no se sustenta por sí misma, sino que depende de los adultos y especialmente de los padres, con quienes interactúan mucho antes que con sus iguales. ¿Por qué tal precocidad con los padres? El apego a los padres es reconocido desde hace medio siglo como determinante en la individuación y el desarrollo de la autonomía. ¿En qué las diferencias individuales de amistad reflejan diferencias de apego a los padres? Estas cuestiones se tratan en el cuarto capítulo. ¿Pero la amistad entre niños o adolescentes no constituye ella misma un apego 8 entendido en su sentido más fuerte, es decir, como una necesidad impuesta por la selección natural de nuestra especie? En el quinto capítulo analizo los argumentos a favor de esta hipótesis, pero también sus límites. Más allá del modelo que ofrece el apego entre padres e hijos, la psicología comparada revela, efectivamente, la existencia en otros tipos de relaciones entre congéneres que confieren una base biológica a la amistad entre nuestros críos, niños y adolescentes. ¿Entre críos? ¿De verdad tan pronto? La amistad no es, en efecto, un privilegio de la adolescencia. El sexto capítulo informa sobre investigaciones que demuestran a partir de qué edad puede aparecer la amistad. También analizo en lo que se diferencian, a la misma edad, las conductas entre amigos de las que se dan entre simples conocidos. La amistad podría favorecer la adaptación aportando ciertas formas de apoyo al individuo, especialmente cuando la situación le exige recursos poco habituales. Muchos hechos permiten precisar qué hay de estos efectos de apoyo de la amistad en niños y adolescentes, a corto o largo plazo, por ejemplo como protección contra el acoso, otras formas de agresión o el rechazo de otros iguales y de la aparición de psicopatologías, especialmente depresivas. Uno mismo orienta sus comportamientos en función de la idea que se hace de ellos, de lo que espera de ellos y de lo que entiende de ellos. El séptimo capítulo expone cómo cambian con la edad las concepciones de la amistad y qué progresos cognitivos permiten dar un salto cualitativo en la idea de la amistad y así comprender su valor esencial de sinceridad. La percepción de la relación con el mejor amigo2 es por supuesto subjetiva, pero esto no significa que sea fantasiosa. Veremos también que esta percepción subjetiva refleja los efectos de la relación en diferentes aspectos de la adaptación. La intimidad interpersonal nace de la conjunción de intimidades individuales, hecha realidad al mantener a distancia a los demás individuos. La exclusión de terceros hace de la intimidad interpersonal un refugio mutuamente elegido. Sin embargo, algunos niños establecen una forma precursora de la intimidad interpersonal con su «amigo imaginario». En el octavo capítulo se verá si hay razones para preocuparse por algo que puede parecer una evasión del mundo real o una incompetencia relacional. En cuanto a las amistades reales, intento precisar cómo funciona la intimidad interpersonal, constitutiva y garante de una interioridad compartida. Las amistades ente niños se perciben a menudo como menos íntimas que las que se dan entre niñas, cosa que no es totalmente falsa pero que, evidentemente, tampoco es tan simple. Para comunicar entre iguales y por tanto entre amigos, los niños y los adolescentes usan los medios de los que disponen, especialmente, como todo el mundo, los servicios que explotan las tecnologías digitales. El noveno capítulo trata de los usos para comunicar entre iguales que se dan a los blogs, a las mensajerías instantáneas y a las redes sociales. ¿Qué cosas tan importantes tienen que decirse para provocar esta oleada de mensajes verbales? ¿Cabe ver en ello un resurgir de las correspondencias íntimas con la intención de conocerse mejor, escapando a las presiones normativas de los grupos de iguales? El carácter público de la mayoría de intercambios deja suponer que no es exactamente así. ¿En qué estos servicios representan una ventaja? Aparte de las facturas, 9 ¿no tienen ningún otro coste? El último capítulo empieza examinando el parecido entre amigos: cuanto más se parecen, más se juntan, se influencian y entonces se parecen todavía más y tienden más a permanecer juntos. ¿Ocurre realmente así? Según los conocimientos actuales, se puede afirmar que es más habitual en adolescentes que en niños. Pero los amigos no se parecen en todo. ¿Por qué en unos aspectos sí y en otros no? ¿Y por qué ocurre más en la adolescencia? ¿Estos efectos de difusión por contagio entre iguales, que son una ventaja para algunas operaciones comerciales, no podrían utilizarse con fines preventivos? Tratándose de los efectos producidos por los amigos en el desarrollo de las conductas, se constata que el apoyo de la amistad no promueve necesariamente la adaptación esperada socialmente. Las relaciones de amistad, y todavía más si son estrechas, pueden favorecer un acercamiento a la sensatez, pero también pueden, de manera menos conforme al punto de vista de Platón, Aristóteles y Cicerón, conducir a la formación de un grupo de malhechores. Con estos diez capítulos, las posibles preguntas acerca de la amistad entre niños o adolescentes no están agotadas, pero en ellos se tratan los temas principales. Es una elección consciente en este libro el no intentar abordar, por fuerza superficialmente, todos los temas que han sido investigados. He preferido examinar de manera al menos un poco profunda los seleccionados, detallando los argumentos y los hechos sobre los que se apoyan las respuestas expuestas. Tratándose de los hechos (de las «demostraciones empíricas»), las posibilidades de generalización dependen de las condiciones en las que se han obtenido. Para sacar provecho de una investigación, sin entrar en detalles, es conveniente saber al menos mínimamente cómo han procedido sus autores. 1 A lo largo del texto se usa el masculino como genérico con el fin de no entorpecer la lectura con variantes todavía poco fijas en lengua castellana (N. de la T.). 2 Para que la lectura sea más ligera, usaré «amigo» en un sentido genérico, se trate de una niña o un niño, con tal de no entorpecer el texto con fórmulas como «amigos/as» o «amigos y amigas». A menos que las amigas y los amigos se distingan explícitamente, «amigo» se referirá tanto a laamiga como al amigo. 10 1 De los ciudadanos de la Antigüedad a los niños y adolescentes de hoy. La amistad como valor superior ¿Qué es la amistad? ¿Qué significa esta noción, en la que El Murr (2001:12), filósofo contemporáneo, aprecia una paradoja según él esencial: «por una parte, todo el mundo parece saber más o menos lo que significa; pero por otra rehúye constantemente el intento taxonómico y de definición que intenta especificar la amistad en el conjunto complejo de las relaciones humanas». Una vía para comprender más claramente esta especificidad consiste en buscar de dónde viene la idea de amistad y a través de qué camino nos ha llegado. Sin tener que reconstruir toda su historia, se pueden detectar algunos rasgos de su génesis. La Antigüedad es la época en la que la amistad fue objeto de las reflexiones y los debates más profundos, que constituyeron referencias históricas imprescindibles para los que, a lo largo de las épocas siguientes, se interesaron por esta noción (Fraisse, 1974; Smith & Yeao, 2009). Maisonneuve (2005), pues, analizando la amistad en obras de diferentes épocas siguiendo el método de la «psicología histórica» de Meyerson (1947), empieza por la Antigüedad grecorromana. La filosofía clásica ofrece un punto de partida a quien desea identificar la genealogía de la idea de amistad como la pensamos hoy en día los niños, los adolescentes y nosotros mismos. IDEALIZACIÓN DE LA AMISTAD EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA Los principios de la idea de amistad: la philia Los especialistas de la Antigüedad grecolatina coinciden al reconocer con Follon y McEvoy (1997:2) que «los filósofos de la Antigüedad, independientemente de su diversidad y sus conflictos escolares, siempre situaron los ideales de amistad y de justicia en el centro de sus especulaciones éticas y sociales». Pero ¿qué querían decir con «amistad»? El término «amistad» viene del latín amicitia, traducción del griego philia. Los términos griegos philia, philein (amar) y philos (amigo) tenían un significado muy amplio. Philos es usado por Homero como adjetivo posesivo tanto para objetos materiales como para personas. «Homero dice que los dioses crean los amigos acercando el semejante al semejante, una teoría que también comparten los sabios que estudiaron la naturaleza y el universo». (Follon & McEvoy:66). De ahí la máxima pitagórica «la amistad es una igualdad» (philotes isotes) (El Murr: 88). La visión de Homero es como 11 la de muchos pensadores de la Antigüedad griega, que veían en la philia una fuerza de atracción cósmica no solo entre humanos o dioses, sino también entre todo tipo de elementos físicos del universo. Lo mismo ocurría con los pitagóricos, a través de quienes aparecieron las primeras reflexiones filosóficas sobre la amistad. Como prolongación de las ideas pitagóricas, Empédocles veía la philia y el odio como los dos grandes principios motores de su cosmología. Al nivel de las relaciones humanas, volvemos a encontrar esta bipolaridad dialéctica en los pioneros de la psicología moderna, por ejemplo, con Freud (1920) en Más allá del principio de placer o Janet (1932) en El amor y el odio. Este uso extensivo de la noción de philia, mucho más amplia que la mera idea de afinidad interpersonal, no impidió a los pensadores del período presocrático, entre los cuales se encuentra Sófocles, identificar una de las principales características de la amistad: su carácter libre y gratuito. Así mismo, especialmente Protágoras, otro pensador presocrático, destacó la gran importancia de la amistad para la vida de la ciudad. Para este pensador agnóstico, a quien se atribuye la frase «el hombre es la medida de todas las cosas», la organización social de la ciudad, a diferencia de la organización de los planetas, no podía responder únicamente a las leyes de la naturaleza. La organización de la ciudad dependía necesariamente de decisiones humanas y especialmente de la concepción que se tenía de la amistad, concepción, pues, que no dependía de las leyes de la naturaleza. El sentido y el lugar de la amistad en la organización de una sociedad constituían su núcleo ético y político. Platón: la amistad como educación para la templanza, virtud necesaria para la vida de la ciudad La philia ocupa un lugar primordial en la filosofía de Platón y Aristóteles. Para Platón (428-348 a. C.) la amistad tiene un papel imprescindible en la vida en colectividad e incluso en la formación y el mantenimiento de los Estados. La justicia no constituye un principio necesario en un grupo humano hasta que este alcanza cierta dimensión y complejidad; de hecho, a partir del momento en el que se trata de una sociedad. Para los grupos más limitados, la amistad es suficiente. Pero según Platón, la importancia de la amistad en la vida de la ciudad viene dada ante todo por su función pedagógica. La educación, entendida como preparación al ejercicio de las responsabilidades de ciudadano, debe apoyarse en la amistad entre el maestro y el discípulo. La amistad pedagógica tiene como fin promover una sociedad regida según un orden justo y racional. Es la razón, de esencia divina, la que eleva el ser humano permitiéndole controlar sus sentimientos. Así pues, aunque el Lisis sea el diálogo de Platón específicamente sobre la philia, sus textos políticos tratan con la misma intensidad su concepción de la amistad. En el texto de juventud que constituye el Lisis, Sócrates, conversando con sus dos jóvenes interlocutores, busca la esencia de las atracciones interpersonales, sin estar claramente diferenciados en este diálogo philia (amistad) y eros (amor sexualizado). ¿Cuáles son las motivaciones? ¿La búsqueda del igual o la búsqueda de una complementariedad? Sócrates y sus interlocutores no llegan a ninguna explicación satisfactoria. Este diálogo manifiesta, pues, las aporías que se dan en la cuestión del 12 principio que gobierna las atracciones interpersonales: su carácter insoluble. La pregunta que merece ser formulada acerca de la philia es la de la regulación, del control de las pasiones. Este es el análisis de El Murr (2001:84), para quien es, ante todo, en el texto Leyes donde Platón expone su concepción de la amistad, siendo el objeto del diálogo «de orden educativo: ¿cómo ajustar el desorden de las pasiones?». En este texto y en El banquete es donde Platón desarrolla la idea del eros socrático, es decir, «el amor platónico», la renuncia progresiva a las satisfacciones sensuales de la belleza física para dirigirse, maestro y discípulo juntos, hacia la virtud y las verdades superiores de inspiración eterna.1 A diferencia de la mayoría de concepciones de la amistad, y especialmente como se verá en la concepción de Aristóteles, la amistad para Platón no implica una relación «entre iguales», entre individuos de igual sabiduría, del mismo estatus social o de la misma edad. La paridad de los compañeros no es necesaria para la amistad, lo cual rompe con isotes-philotes, puesto que sus diferencias indican precisamente la vía hacia la sabiduría que el alumno alcanzará gracias al maestro de verdad (Foucault, 1984). La igualdad esperada entre los compañeros se encuentra en su deseo por dirigirse hacia la verdad. Esta concepción de la philia no distingue la amistad del amor sexualizado. Como indica Rômer (2013), lo mismo ocurre en el hebreo de la Biblia que, como otras lenguas semíticas, no distingue entre amistad y amor (sexualidad). En ambos casos la raíz es ahab, amar, ser amigo. Entonces, no se puede decir que Platón idealizara la amistad en relación con el amor sexual. El eros socrático o amor platónico no consiste en negar la belleza física ni tampoco en ignorar los deseos carnales que puede suscitar. Exaltar de manera ascética, como lo hace Platón en las Leyes, el «desdén por el deseo del cuerpo» a favor del «alma que desea otra alma» (Follon & McEvoy, 1997:94) no tiene por objetivo establecer leyes que impidan a los ciudadanos exponerse al «apetito carnal». Esta exaltación pretende adoptar leyes en un primer momento sociales, pero in fine destinadasa ser interiorizadas psicológicamente, que hagan del «amor instintivo de la belleza física (…) la primera etapa de una ascensión hacia un amor superior, inalcanzable a través de otra vía». (Follon & McEvoy:11). Lo que se ve en Platón no es tanto una idealización de la amistad casta en detrimento del amor carnal, sino una idealización de esta forma de relación –la philia– que inicialmente puede comportar cierta atracción física erótica pero que ante todo está compuesta de templanza, y destinada a durar eternamente. Aristóteles: la benevolencia recíproca y desinteresada entre iguales como necesidad en una ciudad de hombres libres Benevolencia mutua y desinterés Entre los filósofos de la Antigüedad grecorromana es Aristóteles (384-322 a. C.), discípulo de Platón entre los años 367 y 347 a. C., el que constituye la referencia 13 preeminente a propósito de la reflexión sobre la amistad. Desarrolla su filosofía de la amistad fundamentalmente en Ética a Nicómaco, en los libros VIII y IX, que forman un todo. La benevolencia, la búsqueda del bien del otro, es el centro de la definición aristotélica de la amistad. La amistad implica una benevolencia recíproca. La amistad puede tener diversos motivos: los amigos pueden intentar ser útiles el uno al otro; también pueden intentar ser agradables el uno con el otro, disfrutar juntos; o, finalmente, pueden buscar el bien del otro, esforzarse por hacerle cada vez más virtuoso, hacerle avanzar hacia la sabiduría. A partir de estos tres motivos, Aristóteles define tres tipos de amistad: utilitaria, por el placer y por el bien. Esta distinción parece poco realista si consideramos que dos amigos en teoría buscan alcanzar los tres objetivos que distingue Aristóteles, pero él precisa que cuando una amistad tiende hacia el bien del otro, cuando es virtuosa, también es útil y agradable. Más de dos mil años después de que Aristóteles elaborara esta distinción de la amistad en tres categorías, dos psicólogos, Reisman y Shorr (1978), le aportaron un apoyo empírico evidenciando que la mayoría de las amistades entre niños, adolescentes o adultos fácilmente podían clasificarse en una sola de las tres que define el filósofo (para una síntesis de las pocas investigaciones que retoman específicamente estas tres categorías, véase Bukowski y Sippola, 1996). Amar el amigo por él mismo Independientemente de la realidad de estas tres categorías, estas no tienen el mismo valor para Aristóteles. Según él, solo la amistad con la que los amigos intentan hacerse mutuamente más virtuosos es realmente desinteresada, a diferencia de las dos primeras, en las que se busca ser útil para el amigo o hacerle disfrutar (nociones de las que de hecho se puede pensar que se superponen). Por muy recíprocos que sean estos dos tipos de amistad, el amigo en estos dos últimos casos no es amado por él mismo, sino por otra cosa; por ejemplo, por el gusto que nos da ser agradable o útil para con él o por el retorno que la reciprocidad de la amistad nos permite esperar de ella. Para Aristóteles, solo el tercer tipo de amistad es una auténtica amistad, una amistad perfecta, porque el otro es amado por él mismo, por su esencia. Los compañeros se eligen por sus características personales intrínsecas, su único objetivo es cultivar su amistad, esta benevolencia mutua que es un fin en sí mismo y un progreso hacia la sabiduría. En continuidad con la concepción platónica, la amistad no excluye la satisfacción erótica, pero sin embargo no puede reducirse a ello. Por otra parte, para Aristóteles es importante que los intercambios de servicios entre amigos, cuando se dan, sean mutuos y equilibrados. Igualdad, parecido e identidad entre amigos En la época de Aristóteles, esta concepción teórica y moral de la amistad como relación de confianza leal y desinteresada, con un equilibrio de los servicios facilitados, tenía su traducción práctica en la vida social cotidiana. Follon y McEvoy apuntan que, 14 efectivamente, en la Antigüedad, se disponía poco de lo que hoy en día llamamos «servicios». Por ello, estos servicios se ofrecían entre amigos, como hoy los ofrecen los bancos, los hoteles, los seguros… Pero para que la amistad siguiera siendo desinteresada, era importante devolver las buenas acciones al amigo bienhechor. Los historiadores han podido demostrar que una gran parte de los préstamos en Atenas eran concedidos por padres o amigos que no exigían interés. El filósofo incluso sostiene que esta preocupación de igualdad lleva no solo a un parecido entre amigos, sino también a compartir una misma identidad. El amigo es otro yo, la amistad produce una identidad común. En una amistad según Aristóteles, resumen Follon y McEvoy (1997:15), «en primer lugar, la consciencia que cada uno tiene de sí mismo se desdobla en el otro; luego, el placer que cada uno siente siendo consciente de su propia existencia es compartido por la consciencia del otro; y finalmente, la consciencia de que el placer de uno mismo por existir sea compartido por el amigo, y viceversa, constituye esta reciprocidad que caracteriza la philia». Para Platón, la philia, por su valor de educación para la templanza y el progreso de la razón, es necesaria en la vida de la ciudad. Según Aristóteles, la philia, expresión pública de preferencias interpersonales gratuitas, solo es posible bajo un régimen político que reconozca a los ciudadanos la condición de hombres libres y cierta igualdad entre ellos. Prosperidad romana de la philia aristotélica y su asimilación por parte de la doctrina cristiana La reflexión aristotélica sobre la amistad se transmitió al mundo latino. Es testigo de ello especialmente el texto De amicitia (o Laelius) de Cicerón (106-43 a. C.), uno de los más célebres elogios a la amistad. Esta posterioridad persistió a lo largo de la era cristiana hasta nuestros días, pero asimilándose a la nueva doctrina religiosa. La filosofía aristotélica ha sido muy utilizada en este cuadro teológico para argumentar una reflexión sobre la virtud, es decir, la vía para alcanzar la felicidad. Según Sère (2007), que ha estudiado el impacto de la recepción de los libros VIII y IX de Ética a Nicómaco entre los siglos XII y XVI, la doctrina aristotélica de la amistad constituyó inicialmente, entre 1350 y 1450, una auctoritas, es decir, no lo que limita el pensamiento por su valor de verdad, sino lo que permite intelectualmente su renovación. En este sentido, considerando la cantidad de comentarios de los que fue objeto, Sère ve en la Ética, en referencia a Foucault (1969), un «instaurador de discursividad». Pero más tarde, desde finales del siglo XV y a lo largo del XVI, la philia aristotélica, idealización de las afinidades electivas, se ve transfigurada por la doctrina cristiana: idealización del amor al prójimo, sea quien sea. Se trata, pues, de una versión profundamente transformada y después definitivamente fija de la filosofía aristotélica de la amistad, prosigue Sère, que más tarde fue difundida en diferentes resúmenes y manuales en Europa y en Oriente; como si, en la última etapa del Renacimiento, la autoridad –esta vez entendida como un prestigio lejano– de las Éticas, tan solo sirviera para aportar el lustre de la filosofía antigua a la doctrina cristiana. 15 CRISTIANISMO Y AMISTAD De la preferencia electiva al amor al prójimo A lo largo del extenso período de asimilación de la philia de la Antigüedad grecorromana por la doctrina cristiana del amor, la reflexión sobre la amistad como tal acabó por verse marginada. Y sin embargo la philia aristotélica no carece de reflexiones teológicas. Especialmente se encuentra en ella la idea de benevolencia desinteresada hacia el otro, ¡pero desde luego no hacia otro preferido! La exigencia moral de igualdad entre amigos, señal del desinterés, desapareció a favor de una concepción de la virtud que tiene el Cristo como modelo y que se centra en el perdón. Pero esto significa que hay que perdonar al prójimo, es decir, tanto a los amigos como a los enemigos. Aparece también esta característicaaristotélica de la intimidad entre amigos en la concepción de la Trinidad del Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, presentada como un ejemplo eterno de intimidad interpersonal, como consecuencia de su naturaleza divina. Pero en esta versión tan transformada, la amistad se convierte en un ejercicio espiritual completamente volcado hacia Dios, «como la antesala del mismísimo paraíso» (Follon & McEvoy, 1997:77). La doctrina cristiana propagó su visión del amor, encarnada por Jesucristo, y expresada mediante la noción de agapé en griego o charitas en latín. Esta noción se refiere tanto al amor entre Dios y los humanos como al amor entre estos últimos. La philia antigua se vio marginada porque, desde una perspectiva cristiana, una amistad lúcida como la concibe Aristóteles no es posible entre humanos durante su vida terrestre, por el hecho de que si bien pueden acceder a su propia verdad íntima en cierta manera, la del amigo les es extraña. Para San Agustín (354-430), «La verdad de la amistad se da solo en Dios porque únicamente a través de él el otro puede ser visto en toda su luz» (citado en El Murr, 2001:169). Dado que el prójimo es una criatura de Dios, el amor al prójimo ya no puede ser una relación interpersonal autosuficiente. A través del otro es a Dios a quien se debe alcanzar. Las relaciones afectivas deben tener como objetivo el amor al prójimo para acercarse a Dios a través de él; mientras que en la amistad en el sentido de la philia, justamente, se ama al otro por él mismo y solo por él mismo. La amistad como relación mantenida por ella misma se vio desvalorizada y relegada a una especie de no man’s land de la vida afectiva. Por el contrario, la relación entre esposos, concebida como necesaria para la vida y resultado de la voluntad de Dios, fue promovida, idealizada y al mismo tiempo encuadrada de cerca por el dispositivo de saberes, prescripciones y prácticas constitutivo de «la tecnología de la ‘carne’ en el cristianismo clásico» (Foucault, 1976:149). Unos siglos después de San Agustín, la ruptura de la doctrina cristiana con la philia de las Éticas de Aristóteles sigue siendo igual de explícita, al escribir Tomás de Aquino (1224-1274): «No puede haber amistad sin reciprocidad, como dicen las Éticas. Sin embargo, la caridad debe existir incluso para los enemigos, según la palabra de san Mateo: “Ama a tus enemigos.” Por lo tanto, la caridad no es una amistad» (Tomás de Aquino, citado en El Murr, 2001:166). 16 Pensar la vida afectiva solo como eros o agapé La promoción del concepto de agapé (o charitas) tiene lugar en detrimento del concepto de philia (o amicitia), que cambia profundamente de significado. En cambio, aunque también fue transfigurado, fue a partir del concepto de eros –Dios temido por las pasiones que inspira– que se forjó la idea de «concupiscencia», precisamente opuesta a la amistad espiritual, la caridad inspirada por Dios: «amar, ser amado, me resultaba mucho más agradable cuando disfrutaba del cuerpo del ser querido. Mancillaba pues la fuente de la amistad con los desechos de la concupiscencia; cubría su serenidad con la nube infernal del libertinaje» (San Agustín, citado en Muglioni, 1955:59). El modelo que se valoraba entonces era el amor para y por Dios, imponiendo incluso su marco espiritual a la vida erótica. En definitiva, con la cristianización y el declive de la filosofía antigua, las relaciones afectivas se pensaron cada vez menos según las cuestiones de la amistad. La primera de estas cuestiones simplemente es la necesidad de tener por lo menos un amigo para vivir, aparte de Dios: según Aristóteles, «la amistad es lo más necesario para vivir. Porque sin amigos nadie elegiría vivir, aun estando en posesión de todos los otros bienes» (Follon & McEvoy, 1997:12). Con el abandono de la amistad también se perdieron otros temas, que habían sido centrales en las reflexiones de la Antigüedad sobre las relaciones afectivas: la necesaria libertad de elección de las amistades; la reciprocidad; la igualdad; el desinterés; el medio que constituye la amistad para conocerse mejor, avanzar hacia la sabiduría; sus virtudes pedagógicas; la posibilidad que ofrece para asimilar la templanza, necesaria para la vida en sociedad, etc. Paulatinamente, las relaciones afectivas son pensadas a partir de la dicotomía agapé (o charitas) versus eros (deseo sexual). Se trata de una transformación radical en la que la charitas consigue eclipsar a la philia y restringir el eros. Entre la cultura del paganismo antiguo y la ética cristiana, resume Macheray (2003), se pasó de una manera de considerar la dimensión afectiva de las conductas humanas a otra incompatible con ella. El término «amar» evoca ideas totalmente diferentes para un pagano y para un cristiano. Mientras que la amistad es el valor absoluto del amor para autores como Aristóteles o Cicerón, en la mentalidad cristiana se concede este valor absoluto al amor. Dugas (1894) describía esta transformación de la siguiente manera: «En la civilización antigua, de la cual la mujer estaba excluida, se encuentran, al mismo nivel que el desconocimiento del amor, la inteligencia y el culto a la amistad. […] En cambio, los modernos que practican y honoran el amor conocen poco la amistad. Para ellos viene después de los afectos domésticos, es una gracia, no una necesidad. Es apreciada solo por las naturalezas delicadas, es un lujo de la vida moral» (Macheray, 2003:78). A finales del siglo XIX Nietzsche también exponía esta transformación con una frase: «La Antigüedad vivió y meditó profundamente sobre la amistad, casi se la lleva a la tumba. Esta es su ventaja sobre nosotros: nosotros podemos oponerle el amor sexual idealizado» (El Murr, 2001:44). 17 El amigo da paso al confesor en la relación íntima consigo mismo La desaparición del paganismo de la Antigüedad grecorromana en beneficio del cristianismo se traduce por cambios en las relaciones interpersonales, pero también en la relación del individuo consigo mismo, en la idea que se hace de él mismo como persona (Meyerson, 1948). Si el principio de caridad le obliga a considerar al prójimo como una criatura de Dios, única y que exige que se le ame y le perdone, esto también vale para él mismo; debe lograr la salvación de su alma, destinada a la vida eterna a condición de que su comportamiento durante la vida terrestrese lo permita. Foucault (2012) analizó el acontecimiento de esta nueva forma de «subjetivación». Los ejercicios espirituales practicados en la Antigüedad grecorromana tenían por objetivo cultivarse, conocerse mejor para perfeccionarse, igual que los ejercicios físicos. Con la cristianización, estos se sustituyen por un examen desconfiado y constante del flujo de los pensamientos íntimos, por la búsqueda de la verdad profunda para manifestarla, confesarla, reconocer los pecados y así no verse excluido de las diferentes ceremonias y ritos o incluso definitivamente expulsado de la Iglesia y la vida celeste. Los individuos se ven obligados «a establecer por ellos mismos un informe de conocimiento permanente, […] a descubrir en su interior secretos que se les escapan, […] a manifestar por fin estas verdades secretas e individuales con actos que tienen resultados, resultados específicos que van mucho más allá que los resultados del conocimiento, resultados liberadores». Foucault (2013:52) resume la transformación: «Las tecnologías de uno mismo en el mundo antiguo no estaban vinculadas a un arte de interpretación, sino a artes como la mnemotecnia y la retórica. La observación, el examen, la interpretación de uno mismo no intervienen en la tecnología de uno mismo antes del cristianismo». Sobre este tema Delumeau (1994:12-13) recuerda que, aunque «la insistencia en el examen de consciencia ha permitido a nuestra civilización un progreso en la interiorización y en el sentido de las responsabilidades, un afinamiento del alma, una aptitud a la introspección que se vieron reflejados en la literatura francesa del siglo XVII», ello ha supuesto «un verdadero exceso de culpabilidad».El cambio de relación con uno mismo que llegó con el cristianismo sin embargo no fue inmediato. De Libera (2015) recuerda que en la Edad Media persistió el ideal de formación de uno mismo y de vida filosófica, especialmente hasta los siglos XIII y XIV, antes del período de asimilación de la philia aristotélica estudiada por Sère (2007). Con esta nueva forma de relación con uno mismo solo se tiene a Dios para hacer confesiones, mediante el director de conciencia, Dios que todo lo sabe. Para esta búsqueda de malos pensamientos el amigo no sirve de nada. El pastor cristiano tiene como misión gobernar, conducir a los individuos sirviéndose de su relación con ellos mismos, es decir, de su intimidad personal. La única intimidad interpersonal concebida como posible es la que se tiene con Dios o sus representantes eclesiásticos. La amistad, relación entre dos personas que pretenden conocerse y comunicar íntima y libremente, no tiene lugar. Por las mismas razones, la intimidad interpersonal en un matrimonio tampoco tiene lugar, pero a diferencia de la amistad tampoco lo tenía en la Antigüedad precristiana. Para 18 Follon y McEvoy (1997:4), «es indiscutible que la inferioridad social y política de las mujeres antiguas hacía más difíciles sus relaciones entre iguales con los hombres». Como consecuencia de la ausencia de educación de las mujeres, prosiguen los autores, la familia griega, aunque se admita que la vida de pareja no necesariamente estaba desprovista de afecto, no se basaba en una intimidad espiritual o en afinidades intelectuales. Por lo tanto, estas últimas era más probable que se buscaran y cultivaran fuera de la familia, en las relaciones de amistad. REIDEALIZACIÓN DE LA AMISTAD Y DESENCANTO Montaigne: el Renacimiento de la amistad A principios del siglo XVI una versión de la philia totalmente asimilada por el cristianismo es la que está ampliamente extendida. El elogio de Montaigne (2007:190- 195) a la amistad con los mismos valores que celebraban los clásicos griegos y latinos constituye un auténtico renacimiento. A primera vista, parece que Montaigne, con este elogio, no dice mucho más que estos autores acerca de la amistad. En el capítulo «Sobre la amistad», Montaigne distingue la amistad verdadera de las relaciones «que el goce, o el provecho, la necesidad pública o privada, forjan y nutren». La amistad verdadera, «trato libre y voluntario» no debe tener otra meta que ella misma. De esta gratuidad le vienen la belleza y la nobleza. Su origen radica en la simpatía y la correspondencia íntima. Colmo de libertad, no solo resulta de una elección, sino que además, a diferencia del matrimonio, la amistad verdadera «no tiene otra idea que ella misma y ella misma es su única referencia». Al estilo clásico, Montaigne también la compara con el amor, que «tan solo es un deseo apasionado por aquello que se nos escapa», «un fuego temerario y caprichoso, inconstante y cambiante, fuego de fiebre, sujeto a excesos y remisiones, y que nos sostiene solo a medias». En cambio, «La amistad se funda en una calidez general y universal, además suavizada y ecuánime, una calidez constante y tranquila, absolutamente amena y delicada, que no tiene nada de áspero ni doloroso». Con este capítulo, elogio a La Boétie (fallecido a los treinta y tres años) y a su amistad, Montaigne se distingue de los clásicos porque lo dedica fundamentalmente a la dimensión interpersonal íntima de la amistad. Apenas habla sobre su función como formación del ciudadano, contrariamente a La Boétie, quien, en 1548 en su Discurso de la servidumbre voluntaria, se había centrado en las virtudes cívicas y políticas de la amistad. Para La Boétie, «La amistad, el don de uno mismo recíproco, auténtico y desinteresado, es el exacto opuesto a la sumisión interesada del adulador que se lanza a la servidumbre voluntaria», indica Starobinski (1982:72-73), que resalta que La Boétie no opone a la tiranía «ningún modelo concreto de sociedad libre: es evidente que la amistad constituye para él la única posibilidad de resistencia o de salvación, reservada para ‘la gente bien’». 19 Los Ensayos: la amistad, un vínculo privado que permite el libre análisis de uno mismo Además de centrarse en su dimensión íntima, la novedad fundamental de los Ensayos en lo que concierne a la amistad consiste en una tentativa para conocerse lúcidamente, presentarse sinceramente y demuestra que el camino más seguro para tal fin es el diálogo íntimo con la memoria del amigo, a falta de un intercambio verdadero con él: «Montaigne no tenía a nadie entre sus amigos con quien pudiera descubrirse de tal manera. ¿Le hacía falta simular un compañero imaginario?» (Bonnefon, 1893, en Compagnon, 1993:28). Conocerse, disfrutar libremente de la interioridad propia sin más intermediario que el amigo; Magnien y Magnien-Simonin (2007) ven en ello «una sutil dialéctica entre la esfera privada y la esfera pública, entre el libre análisis interior y la sumisión a los usos y costumbres del país donde se vive: “el sabio, interiormente, debe retirar su alma de la presión y mantenerla en libertad y poder juzgar libremente las cosas; pero hacia el exterior, […] debe seguir absolutamente las maneras y las formas recibidas” (I, 22)» (p. XIX). Según estos dos autores, Montaigne «reivindica para cualquiera una vez retirado a sus “aposentos […] con total libertad” (I, 38) el derecho al libre análisis en todos los ámbitos, excepto el de la fe. La esfera en la que Montaigne pretende intervenir es, en efecto, absolutamente humana» (p. XVIII). La amistad, expresión de la libertad individual, no solo es pública, útil para la ciudad, también comporta una dimensión privada, autárquica, que proporciona cierta distancia con las presiones de la vida mundana. ¿Por qué tal amistad? «Porque era él, porque era yo» (p. 195). La autonomía del conocimiento de uno mismo en relación con los poderes políticos y religiosos era todo menos evidente en la época de Montaigne, como indica Foucault (2012:228): «Se podría decir que en el funcionamiento político de las sociedades de finales del siglo XVI y principios del XVII, tanto católicas como protestantes, se dieron combinaciones muy sutiles, muy reflexionadas y muy organizadas, de hecho, entre el desarrollo de un poder político administrativo y toda una serie de instituciones de dirección de consciencia, dirección espiritual, dirección de las almas y los individuos». En épocas aparentemente de menos influencia de los poderes políticos sobre los individuos, la autonomía del conocimiento de uno mismo siempre está por conquistar, siempre se toma prestada de terceros la mirada que se dirige hacia uno mismo (Cooley, 1902). De ahí el valor especial, irremplazable, de la mirada del amigo con quien se ha establecido una relación recíproca. El diálogo con la mente del amigo apoya la iniciativa de Montaigne de retratarse tal como es en su interior, igual que los libros que le legó su amigo habían servido para fundar su biblioteca, para conservar su capacidad de deliberación. La aparición de los Ensayos, renacimiento del ideal antiguo de la amistad, es un acto de fe en la posibilidad de conocerse íntimamente en libertad, independientemente de las prácticas religiosas que analizan los pensamientos, gracias a una amistad verdadera. Montaigne remarca con ímpetu el carácter excepcional de su amistad con La Boétie, y con ello demuestra que una amistad verdadera, con un conocimiento mutuo profundo, 20 sin engañarse y sin esperar la vida celeste, es posible. La imposibilidad de una amistad verdadera Ni el elogio de la amistad al estilo antiguo que Montaigne incluyó en un capítulo de los Ensayos, ni el hecho de que todos los capítulos consideren la amistad íntima como condición favorable a la libertad de pensamiento, fueron suficientes para hacer revivir la amistad como ideal filosófico, ya fuera en el siglo de las Luces o en las épocas moderna o contemporánea. Como escribe Fraisse (1974:20), «el problema de la amistad, tan familiar para los antiguos, es un problema que seperdió y cuando fue redescubierto solo lo fue por los hombres cultivados para quienes su formulación antigua era anecdótica». Si bien es cierto que la amistad recobró interés por parte de los pensadores de los siglos XVII y XVIII, la amistad verdadera fue objeto de dudas no tanto teológicas sino racionales. En el siglo XVII, La Rochefoucauld ve en ella una trampa; Molière, un dilema insoluble entre el misántropo y la complacencia mundana; y Pascal, una hipocresía. Según La Rochefoucauld, en sus Reflexiones o sentencias y máximas morales, «Solo podemos amar en relación con nosotros mismos y solo seguimos nuestro gusto y nuestro goce cuando preferimos a nuestros amigos a nosotros mismos; sin embargo es solo a través de esta preferencia que la amistad puede ser verdadera y perfecta». En Molière, cuando Alceste, El misántropo, defiende una idea exigente de la amistad: «La estimación se funda en alguna preferencia, y estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Pues que os entregáis a esos vicios de la época, no estáis hecho, ¡pardiez!, para ser de los míos; rechazo la amplia generosidad de un corazón que no establece diferencia alguna para el mérito; yo quiero que se me distinga; y para decirlo claro, el amigo del género humano no es cosa que me convenga». Filinto rápidamente lo retorna a la realidad del siglo: «Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que exige el uso». Pascal, por su parte, escribe en sus Pensamientos: «Así, la vida humana no es sino una perpetua ilusión; no se hace sino entre engañarse y entre adularse. Nadie habla de nosotros en presencia nuestra tal como habla en nuestra ausencia. La unión existente entre los hombres no está fundada sino en este mutuo engaño; y pocas amistades subsistirían si cada uno supiera lo que su amigo dice de él cuando él no está, aunque hable entonces sinceramente y sin pasión. El hombre no es, pues, sino disfraz, mentira e hipocresía, tanto en sí mismo como respecto de los demás. No quiere que se le diga la verdad». De la misma época se encuentran también, otras reflexiones sobre la amistad como el Tratado de amistad de Madame de Lambert, escrito a finales del gran siglo. Un poco más tarde, la amistad aparece en la pluma de los filósofos, especialmente Diderot o Rousseau, pero ya no como un ideal, como había sido en la Antigüedad y en menor medida en el Renacimiento, sino considerada como una experiencia afectiva típica de un período de la vida: la adolescencia. La amistad en la adolescencia, una experiencia básica para la personalidad 21 Vincent-Buffault (1995:140-142) estudió cómo del siglo XVIII al XX se ve aparecer primero una concepción romántica de la amistad y de la adolescencia, que da lugar luego a una psicología de la adolescencia. Desde esta perspectiva, la experiencia de la amistad en la adolescencia es determinante en la formación de la personalidad. «El hacer de la adolescencia el momento preferible para la amistad no es tan obvio: esta concepción emerge cuando la educación interviene en la transmisión de los saberes, pero también en la formación del individuo», escribe Vincent-Buffault, que precisa la importancia de Rousseau, en especial con el Emilio (1762), en sus innovaciones. Según Rousseau, prosigue, el sentimiento de humanidad: «Para sentirlo, pasa por apegos específicos: la ética es experimental. A partir de una situación singular es cuándo se determinan la apertura de Emilio al otro y la posibilidad de su educación moral. Porque para Rousseau, que en esto se aleja de los teóricos del derecho natural, el carácter, los futuros apegos y la aptitud moral dependen de la contingencia de nuestros afectos, los placeres inocentes y las tiernas relaciones de nuestras edades jóvenes. […] La amistad se convierte, pues, en esta experiencia privilegiada, un movimiento del corazón que permite recordar el sentimiento de humanidad antes de entrar en un mundo de amor propio y alienación que todo lo oscurecerá. […] Rousseau construye claramente el modelo de la amistad adolescente como la etapa fundamental de la personalidad, de la constitución de la persona, precedente al descubrimiento del amor». Volvemos a topar con esa importancia de la amistad en los pioneros de la psicología de la adolescencia a principios de siglo XX. Vincent-Buffault (1906:181) menciona a Mendousse, autor de la primera obra francesa dedicada a la psicología de la adolescencia: «Mendousse, citando mucho a Rousseau, hace de la adolescencia la edad de las amistades por excelencia: las afinidades electivas de los colegios son las más sólidas porque a ellas se asocian la intensidad, la indeterminación, la plasticidad del carácter y la comunidad de vida». Anticipándose a numerosas investigaciones, el psicólogo destaca la importancia de estas experiencias afectivas en el desarrollo del altruismo y la consciencia moral. Contemporáneamente, Hall (1906), fundador estadounidense de la psicología de la adolescencia, también advierte de los riesgos de desorientación en la sexualidad y de implicación en bandas de jóvenes que viran hacia la delincuencia. Este último riesgo sigue siendo uno de los principales temas de las investigaciones sobre la amistad en la adolescencia. APARICIÓN DE UNA PSICOLOGÍA DE LA AMISTAD EN NIÑOS Y ADOLESCENTES Si se atiende a las que están recogidas en una base de datos internacional como PsychInfo, hay más de 4.000 publicaciones científicas, principalmente artículos, dedicadas a la amistad entre niños o adolescentes desde finales del siglo XIX2. Es mucho, pero todo es relativo: para la relación madre-hijo hay más de 14.000 publicaciones3. Sin embargo, una auténtica corriente de investigación sobre la amistad entre niños o adolescentes no se constituyó hasta los años 1970. El estudio psicológico de las relaciones entre iguales empezó con anterioridad, cuando 22 se crearon los primeros laboratorios de investigación destinados a mejorar la protección de la infancia. Fue principalmente en Norteamérica donde se estudiaron grupos de niños, con la intención de identificar a los individuos a quienes les costaba integrarse – apartados, rechazados, agresivos, etc. Rubin y Coplan (1992:520) escriba: «En estos nuevos laboratorios de investigación, los investigadores desarrollaron metodologías nuevas para examinar las diferencias individuales y de desarrollo sobre de la sociabilidad y la participación social de los niños (Parten, 1932), la afirmación de uno mismo (Dawe, 1934), los comportamientos simpáticos y los altruistas (Murphy, 1937), la agresión (Goodenough, 1931), la dinámica de grupo (Lewin, Lippit y White, 1938), la aceptación de los iguales y la composición de los grupos (Moreno, 1934), así como los correlatos de las diferencias individuales en términos de competencias y habilidades sociales (Jack, 1934; Koch, 1935)». Durante un segundo período, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 1970, el estudio de las relaciones entre iguales retrocede sin llegar a desaparecer. Las investigaciones sobre el desarrollo psicológico en la infancia se concentran en las relaciones entre padres e hijos y especialmente entre la madre y el bebé, sin duda a causa del baby boom tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Norteamérica y Europa. A partir de los años 1970 y sobre todo 1980, tiene lugar una aceleración de las investigaciones sobre las relaciones entre iguales y especialmente sobre la amistad. ¿Por qué este tercer período, contemporáneo, de auge? En las relaciones con la madre, se confirmó y fue reconocida por la comunidad científica solo a partir de las décadas 1950 y 1960 la idea de Spitz (1946) de la necesidad vital para la criatura de mantener al menos una relación estable y cálida (véase en particular Bowlby, 1958, 1978). Al igual que se descubrió la importancia de relaciones de cierta calidad con los padres en el desarrollo de la criatura, en segundo lugar se cuestionó la función de la relación de amistad en la vida de los niños y adolescentes. El desarrollo de los tipos de guarderíacolectiva, el incremento de la preescolarización y la prolongación de la escolaridad para una parte creciente de la población propició que los niños cada vez más pronto y los adolescentes durante cada vez más tiempo pasaran la mayor parte del día entre iguales. ¿Cómo no intentar saber lo que valen las relaciones de amistad que tejen en estas condiciones de vida colectiva? Por otra parte, a lo largo de las últimas décadas del siglo XX, cada vez ha sido más difícil para los padres dedicar tiempo a sus hijos porque los dos tienen un empleo o porque la familia es monoparental, y también por las presiones mundiales por una competitividad generalizada. Aunque es sabido que los amigos no pueden sustituir a los padres para supervisar las tareas escolares, se coincide en que por lo menos permiten a los niños y adolescentes pasar un buen rato. Así pues, para quien deseara conocer mejor su desarrollo afectivo y en general psicológico, era conveniente no ignorar esta experiencia a la que los filósofos y los primeros psicólogos atribuyeron una importancia capital, especialmente en la adolescencia. 23 En vísperas de la psicología científica, la amistad como empobrecimiento de la personalidad Cuando apareció la «psicología genética» (luego llamada «evolutiva») a finales del siglo XIX, la amistad no gozaba de popularidad. Autor importante de esta joven disciplina, el estadounidense Baldwin reconocía bien el valor de las experiencias entre niños para desarrollar la competencia social y la inteligencia, pero precisaba que lo más importante es el número de otros individuos de su edad con quien se relaciona la criatura. Las amistades no debían evitarse únicamente en la adolescencia ante los riesgos de los que avisa Vincent-Buffault, sino también en la infancia. Escribe Baldwin (1897:329-330): «Las relaciones estrechas y anormales que se dan entre los niños pequeños, como el favoritismo infantil, las amistades platónicas, los compañerismos íntimos de escuela o de internado, etc., presentan una exageración de la tendencia social imitadora, una reducción de la sensibilidad personal por el establecimiento de relaciones exclusivas». La amistad encierra al niño o adolescente en una relación en la que el amigo es el único modelo, lo que provoca que la personalidad se marchite. Baldwin toma como ejemplo a una chica de casi veinte años que tiene una amiga de internado. Esta amiga, escribe el autor, «tiene tan poca experiencia como ella misma o, aunque no fuera el caso, no deja de ser un modelo único, que se convierte en una personalidad arrolladora y absorbente». En lugar de esto, los niños y adolescentes deben tener muchos compañeros: «La variedad es el espíritu de la originalidad, e incluso su única riqueza… las amistades estrechas y exclusivas deben ser desaconsejadas y prohibidas». Después de la Primera Guerra Mundial, la esperanza de Piaget sobre la cooperación entre iguales Hubo que esperar a un continuador más explícito de Rousseau, el joven suizo Piaget, para que, justo después de la Primera Guerra Mundial, un científico otorgara una importancia sin precedentes a la amistad entre niños, por su función única en el desarrollo individual y en el progreso de la humanidad. Para Piaget (1995), como para Rousseau, la sociedad adulta es corruptora, pero no por ello preconiza educar a los niños, como a Emilio, fuera del mundo confiándolos a un tutor. Será en sus juegos, sus conversaciones y otras actividades entre iguales que los niños desarrollarán mejor su inteligencia y un juicio moral personal, al margen de los modelos y explicaciones preconcebidas que les ofrecen los adultos, porque tienen autoridad sobre ellos. Los niños entre ellos, con igual poder, en una relación simétrica, pueden ejercer su juicio, su inteligencia, con total libertad para equivocarse, intercambiando y coordinando sus puntos de vista. Piaget no habla de amistad, pero las virtudes que atribuye a las relaciones entre niños en el paso de la heteronomía a la autonomía del juicio moral, con la posibilidad de desprenderse de las influencias de la sociedad tal y como es para que las nuevas generaciones no se contenten con reproducirla, coincide con diferentes características de la amistad (relación equilibrada, dotada de respeto mutuo y cooperación, etc.). Los autores, principalmente estadounidenses, partiendo de la renovación del estudio de las relaciones entre iguales, y especialmente de la amistad, permitieron en los años 1970 redescubrir a la comunidad científica una concepción del desarrollo psicológico sobre la cual Piaget había insistido sobre todo en los años 1920-1930. Thomas Berndt, uno de los 24 principales artífices de esta renovación, entrevistado en mayo de 2013 por Sara Fitzpatrick, estudiante de la Universidad de Nanterre, identifica la causa de su interés científico por la amistad en una obra de Piaget: «Empecé a estudiar las amistades porque Piaget, en su libro sobre el juicio moral, describe las relaciones entre iguales basadas en el respeto mutuo como cruciales para el desarrollo de una moralidad autónoma y madura. Aunque no use la palabra ‘amistad’, por lo que yo sé, se refiere sin duda a lo que llamamos las relaciones entre mejores amigos. Decidí que necesitábamos saber más sobre estas relaciones, en parte porque había (y sigue habiendo) una visión opuesta que se centra en los efectos negativos de la influencia o de las presiones por parte de los iguales, especialmente en el comportamiento de los adolescentes». En efecto, la visión piagetiana de las relaciones entre iguales, aunque sea idílica, pues no todas están siempre constituidas de respeto mutuo y de cooperación, rompía con la que reinaba en los dos lados del Atlántico. Todavía a principios del siglo XX la teoría de la recapitulación era considerada fiable. De acuerdo con esta teoría, todo organismo a lo largo de su desarrollo individual, su ontogenia pasa por etapas análogas a las que sigue la evolución de su especie, su filogenia. En Francia, según Cousinet (1908:287-300), a la vez maestro y pionero de la psicología, «La sociedad escolar corresponde más o menos a la horda». La solidaridad entre niños «es la misma que unía los pueblos primitivos». Hay que «alejar a los niños de esta imitación servil, esta solidaridad ciega […] El primer deber de los profesores de moral será combatir esta solidaridad infantil». El papel de los adultos es «proporcionarles el sentido social o corregir el que tienen». En resumen, toda solidaridad entre niños era sospechosa; eran vistos como conspiradores, salvajes que solo la educación podía y debía llevar a la vida social. En la misma línea, según Hall (1904), las bandas de niños manifestaban comportamientos salvajes y antisociales, como expresión del gang instinct, al cual se le suponía haber tenido un valor adaptativo. Convenía explotar esta energía para inculcar a los niños y a los adolescentes los principios de respeto mutuo que necesitarían los futuros ciudadanos. Estas son las concepciones de las relaciones entre niños como una fuerza bruta por socializar con las que rompe la visión de Piaget, y su fe rusoniana en la naturaleza humana se traduce por una oposición firme a la concepción de la educación defendida por Durkheim (1934). La educación no puede reducirse a inculcar desde el exterior una moral totalmente convencional y saberes entregados como verdades eternas; debe dejar a las criaturas una parte de invención y de juego. La intuición de Sullivan sobre la función de la amistad en el desarrollo de los niños Piaget no usa la palabra «amistad» y es cierto que, por muy positiva que sea su visión de las relaciones entre niños, la idea de preferencia interpersonal no se explicita. La amistad como expresión de una preferencia interpersonal recíproca y duradera, que propicia una intimidad compartida, con secretos, fuera del alcance no solo de los adultos sino también de otros niños, fue valorada e incluso considerada necesaria para un desarrollo psicológico completo, por primera vez, por un psiquiatra y psicoanalista estadounidense.Como en el caso de los primeros trabajos de Piaget, el único texto de Sullivan (1953) 25 en el que nos hemos apoyado para estudiar la amistad fue un descubrimiento tardío. Solo a partir de los años 1970 se empezaron a citar las páginas de Sullivan sobre la importancia capital de las amistades entre preadolescentes en la formación de su personalidad. En el capítulo titulado «Preadolescencia» (p. 245-262) se encuentra el subcapítulo llamado «Necesidad de intimidad interpersonal», citado como referencia obligada. Cada uno de los diferentes períodos que distingue Sullivan a lo largo de la infancia y la adolescencia se caracterizan por tipos de necesidades que empujan a buscar las formas de relaciones interpersonales que puedan satisfacer esas necesidades. En principio, entre los 8 años y medio y los 10 años aparecería la necesidad de intimidad interpersonal, que solo puede satisfacerse con un amigo de la misma edad y del mismo sexo. Ya no se trata de «qué tengo que hacer para conseguir lo que quiero, [sino de] qué podría hacer yo para satisfacer a mi amigo o reforzar su prestigio y su sensación de tener un valor» (Sullivan 1953:245). La primera función de esta necesidad relacional sería fortalecer la sensación de tener valor personalmente. La intimidad de su relación permitiría pues que las criaturas accedieran mutuamente a sus preocupaciones personales y el objetivo de este intercambio consistiría en darles seguridad en sí mismos. No lograr establecer este tipo de relación a esta edad les expondría al aislamiento social. Estas relaciones les prepararían para la formación de relaciones íntimas heterosexuales, en este caso íntimas también físicamente. Según Sullivan (1953:253), la amistad daría la posibilidad de vivir una relación íntima y que procura seguridad independientemente de las posibles perturbaciones pasadas en las relaciones entre padres e hijos. Tendría efectos protectores e incluso reparadores. Cuando una persona en la primera parte de su infancia ha sufrido dificultades que le han dejado heridas psicológicas, avanza el autor, la amistad entre preadolescentes «constituye una experiencia que irrefutablemente devuelve la posibilidad de ser tratado con ternura y como consecuencia la transformación que se sufre puede verse anulada, literalmente como si se tratara de una cura». A primera vista es sorprendente que las pocas páginas rescatadas de conferencias dadas por Sullivan en el invierno de 1946-1947 tuvieran tanto éxito de citación a partir de los años 1980. Es cierto que anteriormente ningún autor con cierta audiencia había hecho énfasis tan explícitamente –de hecho tan audazmente– en la importancia que podía tener la amistad entre niños. El éxito de las reflexiones de Sullivan sobre la amistad puede atribuirse a su originalidad. ¡Con qué entusiasmo presenta Youniss (1980) las tesis de Piaget y Sullivan! Según su criterio estos dos autores tienen el mérito de romper con lo que llama el «modelo convencional» para el cual las únicas experiencias afectivas importantes para el desarrollo psicológico de los niños y adolescentes son las relaciones con sus padres y en general con los adultos. Un objeto de estudio omnipresente desde siempre en las obras de ficción infantiles Si a la psicología le hizo falta tanto tiempo para interesarse por la amistad, la literatura se le había adelantado mucho antes. René Zazzo (1981:7), en el prefacio de la primera 26 tesis sobre la amistad entre niños defendida en Francia por Tous Saint-Marc, indicaba que el autor se aventuraba «en un universo muy conocido por las novelas, pero muy poco, o nada, por la psicología de vocación científica». La amistad, una relación poco codificada en el caso de los adultos, sin grandes aspavientos, tiene en efecto un terreno privilegiado en los libros, dibujos animados y películas infantiles. La amistad está en el candelero y las criaturas, gracias a estas narraciones, fácilmente pueden enriquecer el sentido de sus experiencias entre iguales (Bruner, 2005). Sin abandonar a los príncipes y princesas que se casan tras superar numerosos obstáculos, las obras infantiles hablan de la amistad con frecuencia. Los protagonistas, a menudo niños, adolescentes o animales, demuestran una lealtad inquebrantable, se apoyan y se ayudan mutuamente frente a las dificultades. En El mejor amigo del mundo (Norac y Dubois, 2005), un ratoncillo y una ratoncilla, Simon y Lola, están encantados de verse cada mañana en el colegio y de sumergirse juntos durante el recreo en juegos de imaginación, con tesoros de piratas, el capitán Garfio… Cuando Thomas, un ratoncillo bromista con la gorra para atrás, llama a Lola «bebé», Simon le defiende: «¡Cuidado, pequeñajo! ¡Somos dos, somos más fuertes que tú!» Y entonces Lola exclama: «¡Simon eres mi mejor amigo!» En definitiva, se han elegido y se quieren igual el uno al otro. La relación es equilibrada, estable en el tiempo y se mantiene con una benevolencia desinteresada y recíproca. Da lugar a momentos de alegría compartida al encontrarse todos los días y al compartir los juegos. Se ponen de acuerdo para repartirse los papeles e intercambiar las réplicas compartiendo un mismo imaginario. Su solidaridad, su fidelidad y su lealtad les aseguran una protección mutua. Pero resulta que la familia de Simon cambia de domicilio. Él entiende que esto entristecerá a Lola, que, como a él, se le encogerá el corazón, y no sabe cómo darle la noticia. Tristes, necesitan consuelo y se sienten solos en el colegio después de la mudanza. ¡Se acabaron los juegos de imaginación y el buen humor para ir al cole! Incluso los caramelos de los compañeros no saben igual. Solos, somos más vulnerables frente a los burlones. Afortunadamente, llega el domingo y se ven en casa de Lola. La impaciencia de la espera, la alegría del reencuentro, la reanudación de los juegos de imaginación compartidos y del buen humor. En resumen, los amigos no son intercambiables y no es un cambio de domicilio lo que acabará con su amistad. En este pequeño libro inteligible para muchos niños a partir de 3 o 4 años, se encuentran los principales valores de la amistad. Es el caso también de muchos otros libros para niños pequeños, por ejemplo, Los amigos de Elmer (McKee, 1994), Mi amigo Juan (Crowther, 1996), Le meilleur ami de Tom (Bawin & Hellings, 2001), o para los mayores Pipi Calzaslargas con sus amigos Tommy y Annika (Lindgren, 2007), Ariol y su superamigo Ramono (Guibert & Boutavant, 2008), sin olvidar a Tintín, dispuesto a arriesgar su vida para salvar a su amigo Tchang (Hergé, 1960). La amistad también está presente en los dibujos animados, como Samsam, el «pequeño superhéroe cósmico» y su amigo Petipoa (Bloch, 2010). Con todo, la amistad que descubren los niños en las obras que se les destinan presenta las propiedades principales que le reconocían los antiguos hace más de dos mil 27 años. Queda por comprobar si en su vida real ocurre igual que en las historias que se les explica. La amistad, relación afectiva central en nuestras vidas, pero discreta en la esfera pública, concuerda bien con la idea que se tiene de las relaciones entre niños o adolescentes, realidad inevitable pero preocupación secundaria para los adultos. ¿Puede que nos parezca un ideal menor al alcance de los niños? 1 El valor cívico y el significado ético de la philia platónica provienen también de la conducta misma de Sócrates, siempre dispuesto a conversar con sus conciudadanos y los extranjeros, simplemente para llevarles a conocerse mejor con el fin de mejorar. Este es el análisis de Conche (1999:60): «Amar con amor socrático, que no es más que el auténtico ‘amor por el prójimo’, es querer hacer del otro alguien mejor». 2 Cruzando las palabras friendship y child/or adolescent/or infant/or child, preschool. 3 Con los términos mother child relationship. 28 2 Aparición de la vida social en la primera infancia LAS INTERACCIONES ENTRE NIÑOS Y NIÑAS DURANTE LOS DOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA ¿Bebés «socialmente ciegos» para los demás bebés? Los primeros hechos explicadoscon detalle sobre los comportamientos entre niños pequeños, en este caso de seis meses de edad, fueron publicados por Bühler (1927). Observó a niños de entornos desfavorecidos que sus madres dejaban en guarderías benéficas durante unas horas para darles de comer. Los niños en cuestión no se conocían especialmente, no formaban grupos estables temporalmente. Bridges (1933), por su parte, observó a niños internados que formaban grupos estables. Como analizan retrospectivamente Mueller y Lucas (1975), en los niños que estaban en grupos de iguales no familiarizados y cambiantes con el tiempo, no se observaba interacción entre ellos hasta el final del segundo año de vida, y se describían como actividades dominantes peleas y disputas por juguetes (Bühler). En cambio, cuando los observados se encontraban en grupos de pares familiarizados y estables, se manifestaban muchas interacciones, unas conflictivas y otras cooperativas (Bridges). Independientemente de las condiciones de observación, estas investigadoras pioneras advirtieron que los niños en situaciones que implican a otros niños manifiestan a partir del segundo mes de vida comportamientos emocionales como gritos, llantos y diversas actividades motrices, pero su reactividad acerca de los demás sigue muy imprevisible. Así, Bühler calificaba a las criaturas más jóvenes como «socialmente ciegas» en relación con otros niños durante los primeros meses. Hartup (1983) dio por sobradamente confirmada esta concepción con los trabajos realizados desde entonces: los hechos de mirarse, agarrarse o tocarse entre niños de manera más o menos intencionada no se producen hasta los tres o cuatro meses cuando las condiciones son favorables; las sonrisas y las vocalizaciones hacia los seis meses. Al escuchar a los bebés menores de un año se observa una simpatía entre ellos Este análisis de los primeros contactos entre niños se centra en las actividades motrices, pero si se da más importancia a las actividades perceptivas, cognitivas o vocales de los niños, se descubren otras modalidades de interacción precoces. En su síntesis sobre los comienzos de las relaciones entre iguales, Hay, Caplan y Nash (2009) 29 defienden que las primeras formas de interacción entre iguales pueden darse en los primeros días de vida. Los autores se basan sobre todo en las observaciones de Sagi y Hoffman (1976), que exponen que el llanto de un bebé, en colectividad, responde con una frecuencia y una contigüidad temporal no aleatoria al llanto de otro bebé. Según Hay y sus compañeros, esta simpatía emocional no puede atribuirse a una inverosímil incapacidad del bebé para distinguir su propio llanto del de otro bebé, como pudo avanzar Guillaume (1925:127), pionero en las investigaciones sobre la imitación en la infancia. Se debería supuestamente a «una sensibilidad innata por las expresiones emocionales de los demás [y] una atracción general por los otros seres humanos». Sin embargo, esta reacción con gritos de un bebé ante los gritos de otro bebé no es inmediata: Hay, Nash y Pedersen (1981), con un dispositivo experimental para observar la reacción en díadas de niños de seis meses estando sus madres presentes, en un primer análisis no lo observaron, a pesar de que las criaturas se mostraran especialmente atentas al llanto de los otros bebés. Un análisis más profundo les permitió descubrir que el inicio del llanto de un niño a causa del llanto de otro no es inmediato, pero se hace cada vez más probable a medida que dura ese llanto, como si unir con empatía su llanto al del otro bebé fuera necesario solo si persiste su llamada de socorro, lo que revelaría una inquietante ausencia de cuidados. Cada vez más conductas sociales entre iguales en el segundo semestre de vida A partir del momento en el que pueden gatear fácilmente una cierta distancia, a lo largo del segundo semestre de vida, se observa con frecuencia que los bebés se siguen los unos a los otros. Se exploran tocándose: las orejas, la boca… Se establecen ciertas coordinaciones elementales. Por ejemplo, mirar a la cara a otro niño se acompaña de una sonrisa, una vocalización o un gesto para agarrarlo. También se siguen, incluso se persiguen, no solo con la mirada sino también por locomoción y juegan a camuflar objetos. Estos comportamientos son calificables como «sociales» en la medida en que no hay duda de que el bebé diferencia su compañero del entorno físico y que su orientación hacia este es, al menos en parte, intencionada. Entre los seis y doce meses, la frecuencia y la complejidad de los comportamientos entre criaturas aumentan. Se dan más vocalizaciones, llantos, sonrisas, actos aparentemente ofensivos, sobre todo actos sociales mediante objetos. Becker (1975) observó que los niños de nueve meses dirigían sus comportamientos hacia sus iguales más que hacia los objetos, los adultos presentes o cualquier otro elemento de su entorno, representando estos comportamientos orientados hacia sus iguales un 33% del total durante la sesión de observación. Aun así, las interacciones son breves, de tan solo unos segundos y las solicitaciones dirigidas al compañero pocas veces obtienen una respuesta. Entre los niños de seis a doce meses observados por Vandell, Wilson y Buchanan (1980) el 47% de las tentativas de establecer una coordinación de comportamiento con otro niño tienen éxito, pero la coordinación en cuestión normalmente se limita a la obtención de una respuesta aislada por parte del compañero. También durante el segundo semestre aparecen las primeras 30 imitaciones. Eckerman, Whatley y Kutz (1975) lo constataron observando a díadas de niños de diez a doce meses que se encontraban el uno con el otro por primera vez. En la sala del laboratorio los niños se miran, se sonríen, intercambian vocalizaciones, se ofrecen juguetes, los aceptan y se imitan mutuamente. La imitación estudiada aquí consiste en duplicar la acción simultáneamente o inmediatamente después de mirar lo que el otro bebé estaba haciendo. Lo más frecuente es una actividad con un juguete, pero también puede tratarse de una actividad motriz como dar un salto. Los intercambios a distancia (sonrisas, vocalizaciones…) son mucho más frecuentes que los contactos físicos directos. Raramente lloran y protestan, se disputan poco. Bridges (1933) ya había observado que en general no aparecen antes del primer año, y con poca frecuencia, conflictos entre iguales, una nueva forma de vida social. Sin juguetes, más gestos, más comunicación A partir del primer año, las criaturas se comunican y manipulan juguetes juntas. Sin embargo, el hecho de que haya juguetes no es una necesidad, como demostraron Eckerman y Whatley (1977), observando en laboratorio a díadas de niños de entre diez y doce o veintidós y veinticuatro meses que no se conocían. En los dos grupos de edad, los niños se tocan, se sonríen, vocalizan y gesticulan hacia el compañero, más en ausencia de juguetes que cuando los hay. Así pues, a partir del fin del primer año, los niños no necesitan juguetes para comunicar entre ellos. Lo que aportan los juguetes, cuando hay dos ejemplares, es la posibilidad de llevar a cabo la misma actividad en paralelo, lo que, como se verá, constituye una forma de comunicación más rica de lo que parece. Unos años más tarde, Hay, Nash y Pedersen (1983) precisaron que a partir de los seis meses hay más contactos en ausencia de juguetes. El análisis de los comportamientos revela que se debe al hecho de que en ausencia de juguetes los niños gesticulan más y son ellos mismos los que inducen los contactos. Habilidades sociales que se desarrollan fácilmente si se practican Los niños adquieren auténticas habilidades sociales en las situaciones entre iguales. Becker (1977) constató que los bebés de nueve meses que hacían diez sesiones de experimento con otros bebés progresaban en sus comportamientos sociales entre pares, contrariamente a los que tuvieron solo dos sesiones entre iguales durante el mismo período. Constató sobre todo que los del primer grupo eran capaces, en una onceava
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