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La amistad entre niños o adolescentes_ Una fuerza que ayuda a crecer - Pascal Mallet

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La amistad entre niños o adolescentes
Una fuerza que ayuda a crecer
Pascal Mallet
NARCEA, S.A. DE EDICIONES
MADRID
2
Para Gaspard y Suzanne
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2.
3.
4.
5.
6.
7.
Índice
INTRODUCCIÓN
De los ciudadanos de la Antigüedad a los niños y adolescentes de hoy. La
amistad como valor superior
La idealización de la amistad en la Antigüedad clásica. Cristianismo y amistad.
Reidealización de la amistad y desencanto. Aparición de una psicología de la
amistad en niños y adolescentes.
Aparición de la vida social en la primera infancia
Las interacciones entre niños y niñas durante los dos primeros años de vida.
La imitación diferida: imitar a sus iguales para aprender. Imitarse
recíprocamente y a la vez. ¡Sorprendente!
Más allá de la interacción en pareja. Aprendiendo a vivir en grupo
Saber leer los estados mentales de sus iguales. Diferentes maneras de estar en
el grupo grande. Cuando niños y niñas parece que viven en mundos separados.
Las relaciones afectivas con los padres condición para las interacciones entre
los niños
Los padres en primer lugar, ¡faltaría más! El apego a los padres. El apego al
padre y a la madre. Apego a los padres y relaciones entre iguales.
¿Es la amistad expresión de una necesidad primaria de apego?
¿Se sienten los niños necesariamente seguros entre sus iguales? El caso de los
primates no humanos. El caso de los niños y adolescentes humanos. La
notable resistencia a considerar la amistad como apego. Amistad y apego: más
allá de la teoría del apego.
Cómo funciona la amistad y qué valor tiene
¿Pueden darse preferencias interpersonales estables entre niños pequeños? ¿Se
entienden mejor los niños pequeños entre amigos que entre simples
conocidos? El amigo como apoyo en el paso de una institución a otra. Al
crecer, ¿se sigue necesitando el apoyo de la amistad? Conclusión: tener al
menos un amigo, es un valor en sí mismo.
Concepciones y percepción de la amistad
Lo que significa para la amistad la comprensión de la idea de verdad. La
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8.
9.
10.
pretensión de la psicología de medir la calidad de una amistad. ¿La simple
percepción positiva de las amistades es suficiente para dar fuerza? Tener
amigos y ser popular está relacionado pero no es lo mismo. Efectos positivos
de la amistad.
La intimidad en la relación de amistad
El amigo imaginario, un curioso amigo íntimo. ¿Desdoblamiento patológico,
compensación de una carencia de amigos, producto de una inteligencia
superdotada? La intimidad entre amigos reales. ¿Hay diferencia de intimidad
en la amistad entre niñas y la amistad entre niños?
El papel de los medios digitales en la amistad
Bloguear con amigos. Las interacciones entre amigos en las redes sociales.
Estar conectado para no verse excluido y para cultivar la amistad.
Despreocupados o reflexivos, introvertidos o extravertidos: mensajes que
contribuyen a la intimidad y al apoyo entre amigos. ¿Simple prolongación en
línea de la vida en persona, entre iguales? Algunas conclusiones sobre los
medios digitales.
La similitud entre amigos. ¿Se trata realmente de “mi otro yo”?
La atracción y la mutua influencia hace que los amigos se parezcan. En la
infancia el parecido entre amigos no es muy marcado. En la adolescencia, los
parecidos entre amigos se dan en bastantes ámbitos. Utilización de las
amistades entre adolescentes con fines comerciales, terroristas o de prevención.
¿Por qué los parecidos entre amigos son más fuertes en la adolescencia?
Selección, socialización y des-selección. La calidad de la amistad, para lo
peor… ¡o para lo mejor! No proscribir las amistades argumentando que son
malas compañías.
CONCLUSIÓN. La amistad es una fuerza que ayuda a crecer
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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«No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domésticas,
tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mi único en el mundo. Seré para ti
único en el mundo…»
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1946)
«En todo momento debemos recordar lo que para los romanos, el primer pueblo que se
tomó la cultura en serio como nosotros, debía ser una persona cultivada: alguien que
sabe elegir a sus compañeros entre las personas, las cosas, los pensamientos, tanto en
el presente como en el pasado»
HANNA ARENDT (1972)
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Introducción
Sin amigos no hay vida. Ya lo decía Aristóteles: «la amistad es lo más necesario para
vivir. Porque sin amigos nadie elegiría vivir, aun estando en posesión de todos los otros
bienes» (Follon & McEvoy:12, 1997). Es cierto que en esa época el concepto de amistad
no tenía el mismo sentido que actualmente tiene para nosotros, es decir, entendida,
esquemáticamente, como una relación afectiva privilegiada y duradera, extrafamiliar,
desprovista de actividad sexual y entretenida, con benevolencia recíproca. Pero incluso
considerando la amistad bajo esta acepción corriente, y aunque las demás relaciones nos
aportaran todo lo que se puede esperar de ellas (placeres amorosos, alegrías y apoyo
familiares, reconocimiento social…), todo esto no compensaría ni justificaría la ausencia
de amistades. Es más, las satisfacciones que nos procuran cada una de nuestras otras
relaciones se ven ampliadas por el eco que encuentran en nuestros amigos.
Y si entendiéramos la amistad en un sentido más amplio, en el sentido de la philia de
la Antigüedad, incluso podríamos decir que la sal de todas las relaciones humanas radica
en los sentimientos de amistad con los que estas se tejen.
Respecto a los niños y niñas de hoy en día, que presumen de tener centenares de
amigos1 virtuales en las redes, ¿qué valor tiene para ellos la amistad, esta antigua virtud?
El tipo de amistad que mantienen entre ellos no pasa desapercibida ante los padres ni los
profesionales de la infancia. Desde la guardería, los educadores y educadoras de
educación infantil son testigos diarios de ello y los padres difícilmente pueden no oír
hablar del tema.
En la escuela, los maestros no pueden obviar las complicidades que se tejen entre
alumnos, las influencias que se ejercen en grupos o parejas inseparables, el apoyo que se
dan para ayudarse mutuamente, perturbar la clase o levantarse la moral. Las amistades
de la adolescencia constituyen una evidencia absoluta y clásicamente reconocida. Sin
embargo, independientemente de la edad, aunque de alguna manera la amistad forme
parte del paisaje, no por ello los adultos la consideran como lo que es: un componente
social y emocional primordial en la vida de niños y adolescentes.
Al comienzo de su vida afectiva, el niño encuentra a sus padres, a su familia. Sin
embargo, la philia, aunque aparezca más tarde, ocupa un lugar privilegiado. Vale por sí
misma, por los momentos de alegría y las penas que proporciona, por el sentido que
ayuda a dar a las actividades del día a día. También vale por los efectos que tiene en la
formación de la persona del niño o adolescente, por la huella que deja en la idea que se
hace de él mismo, en sus valores y en sus proyectos.
¿Qué sabemos hoy de la amistad entre iguales? ¿Cuándo aparece y cómo
evoluciona? ¿Cuáles son sus condiciones para producirse y cuál es su motor? ¿En qué
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cosas varía de un niño o adolescente a otro, y según el sexo? ¿Cuáles son sus
consecuencias?
En los estudios universitarios, en las formaciones de trabajo social, en los medios de
comunicación se insiste mucho –y con razón– en el papel que tienen las relaciones con
los padres en el desarrollo psicológico del niño y el adolescente. De manera más general,
cuando se quiere explicar alguna característica psicológica, la atención se centra
«naturalmente» en lo que se vive en familia. Como consecuencia de esta atención,
normalmente se pasan por alto las relaciones con los demás niños o adolescentes. Es una
lástima, porque un amplio conjunto de investigaciones acumuladas desde hace un siglo
demuestra que estas relaciones tienen un impacto considerable en el desarrollo
psicológico. Las ocasiones en las que las relaciones entre niños o adolescentes no se
soslayan suele ser para tratarlas de manera sensacionalista y como un elemento de la
violenciaentre niños desde primaria, o incluso desde el preescolar o la guardería. Si bien
es cierto que estas relaciones no son angelicales, tampoco se reducen a estos clichés.
Conseguir hacerse un lugar entre los individuos de la misma edad, como tarde a partir
de los tres años, es una exigencia primordial en las sociedades contemporáneas.
Según lo que constituye el hilo conductor del libro, la vida entre iguales es un factor
poderoso en el desarrollo psicológico, y la amistad es ante todo una riqueza para niños y
adolescentes con la que toda educación mejora, si la valora y la toma en cuenta.
Organización del libro
El primer capítulo perfila una genealogía de la idea que tenemos actualmente de la
amistad. Con este telón de fondo expuesto se pretende considerar mejor la especificidad
de esta relación tan familiar que fácilmente olvidamos que tiene una historia. ¿Por qué
razón la amistad, valor supremo en la Antigüedad grecolatina, pasó a un segundo plano
durante la Edad Media? ¿Por qué a lo largo de los siglos XIX y XX ha pasado a ser,
especialmente entre los adolescentes y los niños, objeto de curiosidad y finalmente una
actividad de investigación científica sin precedentes?
Puesto que hacerse amigos supone un mínimo de interacción social, el segundo
capítulo expone cómo aparecen y evolucionan los intercambios entre criaturas a lo largo
de los primeros años de vida, dando especial importancia al papel fundamental que tiene
la imitación. La amistad es preferentemente electiva, mayoritariamente formada y
mantenida en un grupo; por ello el tercer capítulo se dedica a la organización grupal y
especialmente al hecho de que puede parecer que niños y niñas viven en dos mundos
distintos.
La vida entre iguales a esta edad no se sustenta por sí misma, sino que depende de los
adultos y especialmente de los padres, con quienes interactúan mucho antes que con sus
iguales. ¿Por qué tal precocidad con los padres? El apego a los padres es reconocido
desde hace medio siglo como determinante en la individuación y el desarrollo de la
autonomía. ¿En qué las diferencias individuales de amistad reflejan diferencias de apego
a los padres? Estas cuestiones se tratan en el cuarto capítulo.
¿Pero la amistad entre niños o adolescentes no constituye ella misma un apego
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entendido en su sentido más fuerte, es decir, como una necesidad impuesta por la
selección natural de nuestra especie? En el quinto capítulo analizo los argumentos a favor
de esta hipótesis, pero también sus límites. Más allá del modelo que ofrece el apego entre
padres e hijos, la psicología comparada revela, efectivamente, la existencia en otros tipos
de relaciones entre congéneres que confieren una base biológica a la amistad entre
nuestros críos, niños y adolescentes.
¿Entre críos? ¿De verdad tan pronto? La amistad no es, en efecto, un privilegio de la
adolescencia. El sexto capítulo informa sobre investigaciones que demuestran a partir de
qué edad puede aparecer la amistad. También analizo en lo que se diferencian, a la
misma edad, las conductas entre amigos de las que se dan entre simples conocidos. La
amistad podría favorecer la adaptación aportando ciertas formas de apoyo al individuo,
especialmente cuando la situación le exige recursos poco habituales.
Muchos hechos permiten precisar qué hay de estos efectos de apoyo de la amistad en
niños y adolescentes, a corto o largo plazo, por ejemplo como protección contra el acoso,
otras formas de agresión o el rechazo de otros iguales y de la aparición de
psicopatologías, especialmente depresivas.
Uno mismo orienta sus comportamientos en función de la idea que se hace de ellos,
de lo que espera de ellos y de lo que entiende de ellos. El séptimo capítulo expone cómo
cambian con la edad las concepciones de la amistad y qué progresos cognitivos permiten
dar un salto cualitativo en la idea de la amistad y así comprender su valor esencial de
sinceridad. La percepción de la relación con el mejor amigo2 es por supuesto subjetiva,
pero esto no significa que sea fantasiosa. Veremos también que esta percepción subjetiva
refleja los efectos de la relación en diferentes aspectos de la adaptación.
La intimidad interpersonal nace de la conjunción de intimidades individuales, hecha
realidad al mantener a distancia a los demás individuos. La exclusión de terceros hace de
la intimidad interpersonal un refugio mutuamente elegido. Sin embargo, algunos niños
establecen una forma precursora de la intimidad interpersonal con su «amigo
imaginario». En el octavo capítulo se verá si hay razones para preocuparse por algo que
puede parecer una evasión del mundo real o una incompetencia relacional. En cuanto a
las amistades reales, intento precisar cómo funciona la intimidad interpersonal,
constitutiva y garante de una interioridad compartida. Las amistades ente niños se
perciben a menudo como menos íntimas que las que se dan entre niñas, cosa que no es
totalmente falsa pero que, evidentemente, tampoco es tan simple.
Para comunicar entre iguales y por tanto entre amigos, los niños y los adolescentes
usan los medios de los que disponen, especialmente, como todo el mundo, los servicios
que explotan las tecnologías digitales. El noveno capítulo trata de los usos para
comunicar entre iguales que se dan a los blogs, a las mensajerías instantáneas y a las
redes sociales. ¿Qué cosas tan importantes tienen que decirse para provocar esta oleada
de mensajes verbales? ¿Cabe ver en ello un resurgir de las correspondencias íntimas con
la intención de conocerse mejor, escapando a las presiones normativas de los grupos de
iguales? El carácter público de la mayoría de intercambios deja suponer que no es
exactamente así. ¿En qué estos servicios representan una ventaja? Aparte de las facturas,
9
¿no tienen ningún otro coste?
El último capítulo empieza examinando el parecido entre amigos: cuanto más se
parecen, más se juntan, se influencian y entonces se parecen todavía más y tienden más
a permanecer juntos. ¿Ocurre realmente así? Según los conocimientos actuales, se puede
afirmar que es más habitual en adolescentes que en niños. Pero los amigos no se parecen
en todo. ¿Por qué en unos aspectos sí y en otros no? ¿Y por qué ocurre más en la
adolescencia? ¿Estos efectos de difusión por contagio entre iguales, que son una ventaja
para algunas operaciones comerciales, no podrían utilizarse con fines preventivos?
Tratándose de los efectos producidos por los amigos en el desarrollo de las conductas, se
constata que el apoyo de la amistad no promueve necesariamente la adaptación esperada
socialmente. Las relaciones de amistad, y todavía más si son estrechas, pueden favorecer
un acercamiento a la sensatez, pero también pueden, de manera menos conforme al
punto de vista de Platón, Aristóteles y Cicerón, conducir a la formación de un grupo de
malhechores.
Con estos diez capítulos, las posibles preguntas acerca de la amistad entre niños o
adolescentes no están agotadas, pero en ellos se tratan los temas principales. Es una
elección consciente en este libro el no intentar abordar, por fuerza superficialmente, todos
los temas que han sido investigados. He preferido examinar de manera al menos un poco
profunda los seleccionados, detallando los argumentos y los hechos sobre los que se
apoyan las respuestas expuestas. Tratándose de los hechos (de las «demostraciones
empíricas»), las posibilidades de generalización dependen de las condiciones en las que
se han obtenido. Para sacar provecho de una investigación, sin entrar en detalles, es
conveniente saber al menos mínimamente cómo han procedido sus autores.
1 A lo largo del texto se usa el masculino como genérico con el fin de no entorpecer la lectura con variantes
todavía poco fijas en lengua castellana (N. de la T.).
2 Para que la lectura sea más ligera, usaré «amigo» en un sentido genérico, se trate de una niña o un niño, con
tal de no entorpecer el texto con fórmulas como «amigos/as» o «amigos y amigas». A menos que las amigas y los
amigos se distingan explícitamente, «amigo» se referirá tanto a laamiga como al amigo.
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1
De los ciudadanos de la Antigüedad a los niños y
adolescentes de hoy. La amistad como valor superior
¿Qué es la amistad? ¿Qué significa esta noción, en la que El Murr (2001:12), filósofo
contemporáneo, aprecia una paradoja según él esencial: «por una parte, todo el mundo
parece saber más o menos lo que significa; pero por otra rehúye constantemente el
intento taxonómico y de definición que intenta especificar la amistad en el conjunto
complejo de las relaciones humanas». Una vía para comprender más claramente esta
especificidad consiste en buscar de dónde viene la idea de amistad y a través de qué
camino nos ha llegado. Sin tener que reconstruir toda su historia, se pueden detectar
algunos rasgos de su génesis. La Antigüedad es la época en la que la amistad fue objeto
de las reflexiones y los debates más profundos, que constituyeron referencias históricas
imprescindibles para los que, a lo largo de las épocas siguientes, se interesaron por esta
noción (Fraisse, 1974; Smith & Yeao, 2009). Maisonneuve (2005), pues, analizando la
amistad en obras de diferentes épocas siguiendo el método de la «psicología histórica» de
Meyerson (1947), empieza por la Antigüedad grecorromana.
La filosofía clásica ofrece un punto de partida a quien desea identificar la genealogía
de la idea de amistad como la pensamos hoy en día los niños, los adolescentes y nosotros
mismos.
IDEALIZACIÓN DE LA AMISTAD EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
Los principios de la idea de amistad: la philia
Los especialistas de la Antigüedad grecolatina coinciden al reconocer con Follon y
McEvoy (1997:2) que «los filósofos de la Antigüedad, independientemente de su
diversidad y sus conflictos escolares, siempre situaron los ideales de amistad y de justicia
en el centro de sus especulaciones éticas y sociales». Pero ¿qué querían decir con
«amistad»? El término «amistad» viene del latín amicitia, traducción del griego philia.
Los términos griegos philia, philein (amar) y philos (amigo) tenían un significado muy
amplio. Philos es usado por Homero como adjetivo posesivo tanto para objetos
materiales como para personas. «Homero dice que los dioses crean los amigos acercando
el semejante al semejante, una teoría que también comparten los sabios que estudiaron la
naturaleza y el universo». (Follon & McEvoy:66). De ahí la máxima pitagórica «la
amistad es una igualdad» (philotes isotes) (El Murr: 88). La visión de Homero es como
11
la de muchos pensadores de la Antigüedad griega, que veían en la philia una fuerza de
atracción cósmica no solo entre humanos o dioses, sino también entre todo tipo de
elementos físicos del universo. Lo mismo ocurría con los pitagóricos, a través de quienes
aparecieron las primeras reflexiones filosóficas sobre la amistad. Como prolongación de
las ideas pitagóricas, Empédocles veía la philia y el odio como los dos grandes principios
motores de su cosmología. Al nivel de las relaciones humanas, volvemos a encontrar esta
bipolaridad dialéctica en los pioneros de la psicología moderna, por ejemplo, con Freud
(1920) en Más allá del principio de placer o Janet (1932) en El amor y el odio.
Este uso extensivo de la noción de philia, mucho más amplia que la mera idea de
afinidad interpersonal, no impidió a los pensadores del período presocrático, entre los
cuales se encuentra Sófocles, identificar una de las principales características de la
amistad: su carácter libre y gratuito. Así mismo, especialmente Protágoras, otro pensador
presocrático, destacó la gran importancia de la amistad para la vida de la ciudad. Para
este pensador agnóstico, a quien se atribuye la frase «el hombre es la medida de todas las
cosas», la organización social de la ciudad, a diferencia de la organización de los
planetas, no podía responder únicamente a las leyes de la naturaleza. La organización de
la ciudad dependía necesariamente de decisiones humanas y especialmente de la
concepción que se tenía de la amistad, concepción, pues, que no dependía de las leyes de
la naturaleza. El sentido y el lugar de la amistad en la organización de una sociedad
constituían su núcleo ético y político.
Platón: la amistad como educación para la templanza, virtud necesaria para la
vida de la ciudad
La philia ocupa un lugar primordial en la filosofía de Platón y Aristóteles. Para
Platón (428-348 a. C.) la amistad tiene un papel imprescindible en la vida en colectividad
e incluso en la formación y el mantenimiento de los Estados. La justicia no constituye un
principio necesario en un grupo humano hasta que este alcanza cierta dimensión y
complejidad; de hecho, a partir del momento en el que se trata de una sociedad. Para los
grupos más limitados, la amistad es suficiente. Pero según Platón, la importancia de la
amistad en la vida de la ciudad viene dada ante todo por su función pedagógica.
La educación, entendida como preparación al ejercicio de las responsabilidades de
ciudadano, debe apoyarse en la amistad entre el maestro y el discípulo. La amistad
pedagógica tiene como fin promover una sociedad regida según un orden justo y racional.
Es la razón, de esencia divina, la que eleva el ser humano permitiéndole controlar sus
sentimientos. Así pues, aunque el Lisis sea el diálogo de Platón específicamente sobre la
philia, sus textos políticos tratan con la misma intensidad su concepción de la amistad.
En el texto de juventud que constituye el Lisis, Sócrates, conversando con sus dos
jóvenes interlocutores, busca la esencia de las atracciones interpersonales, sin estar
claramente diferenciados en este diálogo philia (amistad) y eros (amor sexualizado).
¿Cuáles son las motivaciones? ¿La búsqueda del igual o la búsqueda de una
complementariedad? Sócrates y sus interlocutores no llegan a ninguna explicación
satisfactoria. Este diálogo manifiesta, pues, las aporías que se dan en la cuestión del
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principio que gobierna las atracciones interpersonales: su carácter insoluble. La pregunta
que merece ser formulada acerca de la philia es la de la regulación, del control de las
pasiones.
Este es el análisis de El Murr (2001:84), para quien es, ante todo, en el texto Leyes
donde Platón expone su concepción de la amistad, siendo el objeto del diálogo «de orden
educativo: ¿cómo ajustar el desorden de las pasiones?». En este texto y en El banquete
es donde Platón desarrolla la idea del eros socrático, es decir, «el amor platónico», la
renuncia progresiva a las satisfacciones sensuales de la belleza física para dirigirse,
maestro y discípulo juntos, hacia la virtud y las verdades superiores de inspiración
eterna.1
A diferencia de la mayoría de concepciones de la amistad, y especialmente como se
verá en la concepción de Aristóteles, la amistad para Platón no implica una relación
«entre iguales», entre individuos de igual sabiduría, del mismo estatus social o de la
misma edad. La paridad de los compañeros no es necesaria para la amistad, lo cual
rompe con isotes-philotes, puesto que sus diferencias indican precisamente la vía hacia
la sabiduría que el alumno alcanzará gracias al maestro de verdad (Foucault, 1984). La
igualdad esperada entre los compañeros se encuentra en su deseo por dirigirse hacia la
verdad.
Esta concepción de la philia no distingue la amistad del amor sexualizado. Como
indica Rômer (2013), lo mismo ocurre en el hebreo de la Biblia que, como otras lenguas
semíticas, no distingue entre amistad y amor (sexualidad). En ambos casos la raíz es
ahab, amar, ser amigo. Entonces, no se puede decir que Platón idealizara la amistad en
relación con el amor sexual. El eros socrático o amor platónico no consiste en negar la
belleza física ni tampoco en ignorar los deseos carnales que puede suscitar. Exaltar de
manera ascética, como lo hace Platón en las Leyes, el «desdén por el deseo del cuerpo»
a favor del «alma que desea otra alma» (Follon & McEvoy, 1997:94) no tiene por
objetivo establecer leyes que impidan a los ciudadanos exponerse al «apetito carnal».
Esta exaltación pretende adoptar leyes en un primer momento sociales, pero in fine
destinadasa ser interiorizadas psicológicamente, que hagan del «amor instintivo de la
belleza física (…) la primera etapa de una ascensión hacia un amor superior, inalcanzable
a través de otra vía». (Follon & McEvoy:11). Lo que se ve en Platón no es tanto una
idealización de la amistad casta en detrimento del amor carnal, sino una idealización de
esta forma de relación –la philia– que inicialmente puede comportar cierta atracción
física erótica pero que ante todo está compuesta de templanza, y destinada a durar
eternamente.
Aristóteles: la benevolencia recíproca y desinteresada entre iguales como necesidad
en una ciudad de hombres libres
Benevolencia mutua y desinterés
Entre los filósofos de la Antigüedad grecorromana es Aristóteles (384-322 a. C.),
discípulo de Platón entre los años 367 y 347 a. C., el que constituye la referencia
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preeminente a propósito de la reflexión sobre la amistad. Desarrolla su filosofía de la
amistad fundamentalmente en Ética a Nicómaco, en los libros VIII y IX, que forman un
todo.
La benevolencia, la búsqueda del bien del otro, es el centro de la definición
aristotélica de la amistad. La amistad implica una benevolencia recíproca. La amistad
puede tener diversos motivos: los amigos pueden intentar ser útiles el uno al otro;
también pueden intentar ser agradables el uno con el otro, disfrutar juntos; o, finalmente,
pueden buscar el bien del otro, esforzarse por hacerle cada vez más virtuoso, hacerle
avanzar hacia la sabiduría. A partir de estos tres motivos, Aristóteles define tres tipos de
amistad: utilitaria, por el placer y por el bien.
Esta distinción parece poco realista si consideramos que dos amigos en teoría buscan
alcanzar los tres objetivos que distingue Aristóteles, pero él precisa que cuando una
amistad tiende hacia el bien del otro, cuando es virtuosa, también es útil y agradable. Más
de dos mil años después de que Aristóteles elaborara esta distinción de la amistad en tres
categorías, dos psicólogos, Reisman y Shorr (1978), le aportaron un apoyo empírico
evidenciando que la mayoría de las amistades entre niños, adolescentes o adultos
fácilmente podían clasificarse en una sola de las tres que define el filósofo (para una
síntesis de las pocas investigaciones que retoman específicamente estas tres categorías,
véase Bukowski y Sippola, 1996).
Amar el amigo por él mismo
Independientemente de la realidad de estas tres categorías, estas no tienen el mismo
valor para Aristóteles. Según él, solo la amistad con la que los amigos intentan hacerse
mutuamente más virtuosos es realmente desinteresada, a diferencia de las dos primeras,
en las que se busca ser útil para el amigo o hacerle disfrutar (nociones de las que de
hecho se puede pensar que se superponen). Por muy recíprocos que sean estos dos tipos
de amistad, el amigo en estos dos últimos casos no es amado por él mismo, sino por otra
cosa; por ejemplo, por el gusto que nos da ser agradable o útil para con él o por el
retorno que la reciprocidad de la amistad nos permite esperar de ella. Para Aristóteles,
solo el tercer tipo de amistad es una auténtica amistad, una amistad perfecta, porque el
otro es amado por él mismo, por su esencia. Los compañeros se eligen por sus
características personales intrínsecas, su único objetivo es cultivar su amistad, esta
benevolencia mutua que es un fin en sí mismo y un progreso hacia la sabiduría.
En continuidad con la concepción platónica, la amistad no excluye la satisfacción
erótica, pero sin embargo no puede reducirse a ello. Por otra parte, para Aristóteles es
importante que los intercambios de servicios entre amigos, cuando se dan, sean mutuos y
equilibrados.
Igualdad, parecido e identidad entre amigos
En la época de Aristóteles, esta concepción teórica y moral de la amistad como
relación de confianza leal y desinteresada, con un equilibrio de los servicios facilitados,
tenía su traducción práctica en la vida social cotidiana. Follon y McEvoy apuntan que,
14
efectivamente, en la Antigüedad, se disponía poco de lo que hoy en día llamamos
«servicios». Por ello, estos servicios se ofrecían entre amigos, como hoy los ofrecen los
bancos, los hoteles, los seguros… Pero para que la amistad siguiera siendo desinteresada,
era importante devolver las buenas acciones al amigo bienhechor. Los historiadores han
podido demostrar que una gran parte de los préstamos en Atenas eran concedidos por
padres o amigos que no exigían interés. El filósofo incluso sostiene que esta preocupación
de igualdad lleva no solo a un parecido entre amigos, sino también a compartir una
misma identidad. El amigo es otro yo, la amistad produce una identidad común.
En una amistad según Aristóteles, resumen Follon y McEvoy (1997:15), «en primer
lugar, la consciencia que cada uno tiene de sí mismo se desdobla en el otro; luego, el
placer que cada uno siente siendo consciente de su propia existencia es compartido por la
consciencia del otro; y finalmente, la consciencia de que el placer de uno mismo por
existir sea compartido por el amigo, y viceversa, constituye esta reciprocidad que
caracteriza la philia».
Para Platón, la philia, por su valor de educación para la templanza y el progreso de la
razón, es necesaria en la vida de la ciudad. Según Aristóteles, la philia, expresión pública
de preferencias interpersonales gratuitas, solo es posible bajo un régimen político que
reconozca a los ciudadanos la condición de hombres libres y cierta igualdad entre ellos.
Prosperidad romana de la philia aristotélica y su asimilación por parte de la
doctrina cristiana
La reflexión aristotélica sobre la amistad se transmitió al mundo latino. Es testigo de
ello especialmente el texto De amicitia (o Laelius) de Cicerón (106-43 a. C.), uno de los
más célebres elogios a la amistad. Esta posterioridad persistió a lo largo de la era cristiana
hasta nuestros días, pero asimilándose a la nueva doctrina religiosa. La filosofía
aristotélica ha sido muy utilizada en este cuadro teológico para argumentar una reflexión
sobre la virtud, es decir, la vía para alcanzar la felicidad.
Según Sère (2007), que ha estudiado el impacto de la recepción de los libros VIII y
IX de Ética a Nicómaco entre los siglos XII y XVI, la doctrina aristotélica de la amistad
constituyó inicialmente, entre 1350 y 1450, una auctoritas, es decir, no lo que limita el
pensamiento por su valor de verdad, sino lo que permite intelectualmente su renovación.
En este sentido, considerando la cantidad de comentarios de los que fue objeto, Sère ve
en la Ética, en referencia a Foucault (1969), un «instaurador de discursividad».
Pero más tarde, desde finales del siglo XV y a lo largo del XVI, la philia aristotélica,
idealización de las afinidades electivas, se ve transfigurada por la doctrina cristiana:
idealización del amor al prójimo, sea quien sea. Se trata, pues, de una versión
profundamente transformada y después definitivamente fija de la filosofía aristotélica de
la amistad, prosigue Sère, que más tarde fue difundida en diferentes resúmenes y
manuales en Europa y en Oriente; como si, en la última etapa del Renacimiento, la
autoridad –esta vez entendida como un prestigio lejano– de las Éticas, tan solo sirviera
para aportar el lustre de la filosofía antigua a la doctrina cristiana.
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CRISTIANISMO Y AMISTAD
De la preferencia electiva al amor al prójimo
A lo largo del extenso período de asimilación de la philia de la Antigüedad
grecorromana por la doctrina cristiana del amor, la reflexión sobre la amistad como tal
acabó por verse marginada. Y sin embargo la philia aristotélica no carece de reflexiones
teológicas. Especialmente se encuentra en ella la idea de benevolencia desinteresada hacia
el otro, ¡pero desde luego no hacia otro preferido! La exigencia moral de igualdad entre
amigos, señal del desinterés, desapareció a favor de una concepción de la virtud que tiene
el Cristo como modelo y que se centra en el perdón. Pero esto significa que hay que
perdonar al prójimo, es decir, tanto a los amigos como a los enemigos. Aparece también
esta característicaaristotélica de la intimidad entre amigos en la concepción de la Trinidad
del Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, presentada como un ejemplo eterno de intimidad
interpersonal, como consecuencia de su naturaleza divina. Pero en esta versión tan
transformada, la amistad se convierte en un ejercicio espiritual completamente volcado
hacia Dios, «como la antesala del mismísimo paraíso» (Follon & McEvoy, 1997:77).
La doctrina cristiana propagó su visión del amor, encarnada por Jesucristo, y
expresada mediante la noción de agapé en griego o charitas en latín. Esta noción se
refiere tanto al amor entre Dios y los humanos como al amor entre estos últimos. La
philia antigua se vio marginada porque, desde una perspectiva cristiana, una amistad
lúcida como la concibe Aristóteles no es posible entre humanos durante su vida terrestre,
por el hecho de que si bien pueden acceder a su propia verdad íntima en cierta manera,
la del amigo les es extraña. Para San Agustín (354-430), «La verdad de la amistad se da
solo en Dios porque únicamente a través de él el otro puede ser visto en toda su luz»
(citado en El Murr, 2001:169).
Dado que el prójimo es una criatura de Dios, el amor al prójimo ya no puede ser una
relación interpersonal autosuficiente. A través del otro es a Dios a quien se debe alcanzar.
Las relaciones afectivas deben tener como objetivo el amor al prójimo para acercarse a
Dios a través de él; mientras que en la amistad en el sentido de la philia, justamente, se
ama al otro por él mismo y solo por él mismo. La amistad como relación mantenida por
ella misma se vio desvalorizada y relegada a una especie de no man’s land de la vida
afectiva. Por el contrario, la relación entre esposos, concebida como necesaria para la
vida y resultado de la voluntad de Dios, fue promovida, idealizada y al mismo tiempo
encuadrada de cerca por el dispositivo de saberes, prescripciones y prácticas constitutivo
de «la tecnología de la ‘carne’ en el cristianismo clásico» (Foucault, 1976:149).
Unos siglos después de San Agustín, la ruptura de la doctrina cristiana con la philia
de las Éticas de Aristóteles sigue siendo igual de explícita, al escribir Tomás de Aquino
(1224-1274): «No puede haber amistad sin reciprocidad, como dicen las Éticas. Sin
embargo, la caridad debe existir incluso para los enemigos, según la palabra de san
Mateo: “Ama a tus enemigos.” Por lo tanto, la caridad no es una amistad» (Tomás de
Aquino, citado en El Murr, 2001:166).
16
Pensar la vida afectiva solo como eros o agapé
La promoción del concepto de agapé (o charitas) tiene lugar en detrimento del
concepto de philia (o amicitia), que cambia profundamente de significado. En cambio,
aunque también fue transfigurado, fue a partir del concepto de eros –Dios temido por las
pasiones que inspira– que se forjó la idea de «concupiscencia», precisamente opuesta a
la amistad espiritual, la caridad inspirada por Dios: «amar, ser amado, me resultaba
mucho más agradable cuando disfrutaba del cuerpo del ser querido. Mancillaba pues la
fuente de la amistad con los desechos de la concupiscencia; cubría su serenidad con la
nube infernal del libertinaje» (San Agustín, citado en Muglioni, 1955:59). El modelo que
se valoraba entonces era el amor para y por Dios, imponiendo incluso su marco espiritual
a la vida erótica.
En definitiva, con la cristianización y el declive de la filosofía antigua, las relaciones
afectivas se pensaron cada vez menos según las cuestiones de la amistad. La primera de
estas cuestiones simplemente es la necesidad de tener por lo menos un amigo para vivir,
aparte de Dios: según Aristóteles, «la amistad es lo más necesario para vivir. Porque sin
amigos nadie elegiría vivir, aun estando en posesión de todos los otros bienes» (Follon &
McEvoy, 1997:12). Con el abandono de la amistad también se perdieron otros temas,
que habían sido centrales en las reflexiones de la Antigüedad sobre las relaciones
afectivas: la necesaria libertad de elección de las amistades; la reciprocidad; la igualdad; el
desinterés; el medio que constituye la amistad para conocerse mejor, avanzar hacia la
sabiduría; sus virtudes pedagógicas; la posibilidad que ofrece para asimilar la templanza,
necesaria para la vida en sociedad, etc. Paulatinamente, las relaciones afectivas son
pensadas a partir de la dicotomía agapé (o charitas) versus eros (deseo sexual). Se trata
de una transformación radical en la que la charitas consigue eclipsar a la philia y
restringir el eros.
Entre la cultura del paganismo antiguo y la ética cristiana, resume Macheray (2003),
se pasó de una manera de considerar la dimensión afectiva de las conductas humanas a
otra incompatible con ella. El término «amar» evoca ideas totalmente diferentes para un
pagano y para un cristiano. Mientras que la amistad es el valor absoluto del amor para
autores como Aristóteles o Cicerón, en la mentalidad cristiana se concede este valor
absoluto al amor. Dugas (1894) describía esta transformación de la siguiente manera:
«En la civilización antigua, de la cual la mujer estaba excluida, se encuentran, al mismo nivel que el
desconocimiento del amor, la inteligencia y el culto a la amistad. […] En cambio, los modernos que practican
y honoran el amor conocen poco la amistad. Para ellos viene después de los afectos domésticos, es una
gracia, no una necesidad. Es apreciada solo por las naturalezas delicadas, es un lujo de la vida moral»
(Macheray, 2003:78).
A finales del siglo XIX Nietzsche también exponía esta transformación con una frase:
«La Antigüedad vivió y meditó profundamente sobre la amistad, casi se la lleva a la
tumba. Esta es su ventaja sobre nosotros: nosotros podemos oponerle el amor sexual
idealizado» (El Murr, 2001:44).
17
El amigo da paso al confesor en la relación íntima consigo mismo
La desaparición del paganismo de la Antigüedad grecorromana en beneficio del
cristianismo se traduce por cambios en las relaciones interpersonales, pero también en la
relación del individuo consigo mismo, en la idea que se hace de él mismo como persona
(Meyerson, 1948). Si el principio de caridad le obliga a considerar al prójimo como una
criatura de Dios, única y que exige que se le ame y le perdone, esto también vale para él
mismo; debe lograr la salvación de su alma, destinada a la vida eterna a condición de que
su comportamiento durante la vida terrestrese lo permita.
Foucault (2012) analizó el acontecimiento de esta nueva forma de «subjetivación».
Los ejercicios espirituales practicados en la Antigüedad grecorromana tenían por objetivo
cultivarse, conocerse mejor para perfeccionarse, igual que los ejercicios físicos. Con la
cristianización, estos se sustituyen por un examen desconfiado y constante del flujo de
los pensamientos íntimos, por la búsqueda de la verdad profunda para manifestarla,
confesarla, reconocer los pecados y así no verse excluido de las diferentes ceremonias y
ritos o incluso definitivamente expulsado de la Iglesia y la vida celeste. Los individuos se
ven obligados «a establecer por ellos mismos un informe de conocimiento permanente,
[…] a descubrir en su interior secretos que se les escapan, […] a manifestar por fin estas
verdades secretas e individuales con actos que tienen resultados, resultados específicos
que van mucho más allá que los resultados del conocimiento, resultados liberadores».
Foucault (2013:52) resume la transformación: «Las tecnologías de uno mismo en el
mundo antiguo no estaban vinculadas a un arte de interpretación, sino a artes como la
mnemotecnia y la retórica. La observación, el examen, la interpretación de uno mismo no
intervienen en la tecnología de uno mismo antes del cristianismo». Sobre este tema
Delumeau (1994:12-13) recuerda que, aunque «la insistencia en el examen de
consciencia ha permitido a nuestra civilización un progreso en la interiorización y en el
sentido de las responsabilidades, un afinamiento del alma, una aptitud a la introspección
que se vieron reflejados en la literatura francesa del siglo XVII», ello ha supuesto «un
verdadero exceso de culpabilidad».El cambio de relación con uno mismo que llegó con
el cristianismo sin embargo no fue inmediato. De Libera (2015) recuerda que en la Edad
Media persistió el ideal de formación de uno mismo y de vida filosófica, especialmente
hasta los siglos XIII y XIV, antes del período de asimilación de la philia aristotélica
estudiada por Sère (2007).
Con esta nueva forma de relación con uno mismo solo se tiene a Dios para hacer
confesiones, mediante el director de conciencia, Dios que todo lo sabe. Para esta
búsqueda de malos pensamientos el amigo no sirve de nada. El pastor cristiano tiene
como misión gobernar, conducir a los individuos sirviéndose de su relación con ellos
mismos, es decir, de su intimidad personal. La única intimidad interpersonal concebida
como posible es la que se tiene con Dios o sus representantes eclesiásticos. La amistad,
relación entre dos personas que pretenden conocerse y comunicar íntima y libremente,
no tiene lugar.
Por las mismas razones, la intimidad interpersonal en un matrimonio tampoco tiene
lugar, pero a diferencia de la amistad tampoco lo tenía en la Antigüedad precristiana. Para
18
Follon y McEvoy (1997:4), «es indiscutible que la inferioridad social y política de las
mujeres antiguas hacía más difíciles sus relaciones entre iguales con los hombres». Como
consecuencia de la ausencia de educación de las mujeres, prosiguen los autores, la familia
griega, aunque se admita que la vida de pareja no necesariamente estaba desprovista de
afecto, no se basaba en una intimidad espiritual o en afinidades intelectuales. Por lo
tanto, estas últimas era más probable que se buscaran y cultivaran fuera de la familia, en
las relaciones de amistad.
REIDEALIZACIÓN DE LA AMISTAD Y DESENCANTO
Montaigne: el Renacimiento de la amistad
A principios del siglo XVI una versión de la philia totalmente asimilada por el
cristianismo es la que está ampliamente extendida. El elogio de Montaigne (2007:190-
195) a la amistad con los mismos valores que celebraban los clásicos griegos y latinos
constituye un auténtico renacimiento. A primera vista, parece que Montaigne, con este
elogio, no dice mucho más que estos autores acerca de la amistad. En el capítulo «Sobre
la amistad», Montaigne distingue la amistad verdadera de las relaciones «que el goce, o el
provecho, la necesidad pública o privada, forjan y nutren». La amistad verdadera, «trato
libre y voluntario» no debe tener otra meta que ella misma. De esta gratuidad le vienen la
belleza y la nobleza. Su origen radica en la simpatía y la correspondencia íntima. Colmo
de libertad, no solo resulta de una elección, sino que además, a diferencia del
matrimonio, la amistad verdadera «no tiene otra idea que ella misma y ella misma es su
única referencia».
Al estilo clásico, Montaigne también la compara con el amor, que «tan solo es un
deseo apasionado por aquello que se nos escapa», «un fuego temerario y caprichoso,
inconstante y cambiante, fuego de fiebre, sujeto a excesos y remisiones, y que nos
sostiene solo a medias». En cambio, «La amistad se funda en una calidez general y
universal, además suavizada y ecuánime, una calidez constante y tranquila,
absolutamente amena y delicada, que no tiene nada de áspero ni doloroso».
Con este capítulo, elogio a La Boétie (fallecido a los treinta y tres años) y a su
amistad, Montaigne se distingue de los clásicos porque lo dedica fundamentalmente a la
dimensión interpersonal íntima de la amistad. Apenas habla sobre su función como
formación del ciudadano, contrariamente a La Boétie, quien, en 1548 en su Discurso de
la servidumbre voluntaria, se había centrado en las virtudes cívicas y políticas de la
amistad. Para La Boétie, «La amistad, el don de uno mismo recíproco, auténtico y
desinteresado, es el exacto opuesto a la sumisión interesada del adulador que se lanza a la
servidumbre voluntaria», indica Starobinski (1982:72-73), que resalta que La Boétie no
opone a la tiranía «ningún modelo concreto de sociedad libre: es evidente que la amistad
constituye para él la única posibilidad de resistencia o de salvación, reservada para ‘la
gente bien’».
19
Los Ensayos: la amistad, un vínculo privado que permite el libre análisis de uno
mismo
Además de centrarse en su dimensión íntima, la novedad fundamental de los Ensayos
en lo que concierne a la amistad consiste en una tentativa para conocerse lúcidamente,
presentarse sinceramente y demuestra que el camino más seguro para tal fin es el diálogo
íntimo con la memoria del amigo, a falta de un intercambio verdadero con él:
«Montaigne no tenía a nadie entre sus amigos con quien pudiera descubrirse de tal
manera. ¿Le hacía falta simular un compañero imaginario?» (Bonnefon, 1893, en
Compagnon, 1993:28). Conocerse, disfrutar libremente de la interioridad propia sin más
intermediario que el amigo; Magnien y Magnien-Simonin (2007) ven en ello «una sutil
dialéctica entre la esfera privada y la esfera pública, entre el libre análisis interior y la
sumisión a los usos y costumbres del país donde se vive: “el sabio, interiormente, debe
retirar su alma de la presión y mantenerla en libertad y poder juzgar libremente las cosas;
pero hacia el exterior, […] debe seguir absolutamente las maneras y las formas recibidas”
(I, 22)» (p. XIX). Según estos dos autores, Montaigne «reivindica para cualquiera una
vez retirado a sus “aposentos […] con total libertad” (I, 38) el derecho al libre análisis en
todos los ámbitos, excepto el de la fe. La esfera en la que Montaigne pretende intervenir
es, en efecto, absolutamente humana» (p. XVIII). La amistad, expresión de la libertad
individual, no solo es pública, útil para la ciudad, también comporta una dimensión
privada, autárquica, que proporciona cierta distancia con las presiones de la vida
mundana. ¿Por qué tal amistad? «Porque era él, porque era yo» (p. 195).
La autonomía del conocimiento de uno mismo en relación con los poderes políticos y
religiosos era todo menos evidente en la época de Montaigne, como indica Foucault
(2012:228):
«Se podría decir que en el funcionamiento político de las sociedades de finales del siglo XVI y principios
del XVII, tanto católicas como protestantes, se dieron combinaciones muy sutiles, muy reflexionadas y muy
organizadas, de hecho, entre el desarrollo de un poder político administrativo y toda una serie de instituciones
de dirección de consciencia, dirección espiritual, dirección de las almas y los individuos».
En épocas aparentemente de menos influencia de los poderes políticos sobre los
individuos, la autonomía del conocimiento de uno mismo siempre está por conquistar,
siempre se toma prestada de terceros la mirada que se dirige hacia uno mismo (Cooley,
1902). De ahí el valor especial, irremplazable, de la mirada del amigo con quien se ha
establecido una relación recíproca. El diálogo con la mente del amigo apoya la iniciativa
de Montaigne de retratarse tal como es en su interior, igual que los libros que le legó su
amigo habían servido para fundar su biblioteca, para conservar su capacidad de
deliberación.
La aparición de los Ensayos, renacimiento del ideal antiguo de la amistad, es un acto
de fe en la posibilidad de conocerse íntimamente en libertad, independientemente de las
prácticas religiosas que analizan los pensamientos, gracias a una amistad verdadera.
Montaigne remarca con ímpetu el carácter excepcional de su amistad con La Boétie, y
con ello demuestra que una amistad verdadera, con un conocimiento mutuo profundo,
20
sin engañarse y sin esperar la vida celeste, es posible.
La imposibilidad de una amistad verdadera
Ni el elogio de la amistad al estilo antiguo que Montaigne incluyó en un capítulo de los
Ensayos, ni el hecho de que todos los capítulos consideren la amistad íntima como
condición favorable a la libertad de pensamiento, fueron suficientes para hacer revivir la
amistad como ideal filosófico, ya fuera en el siglo de las Luces o en las épocas moderna
o contemporánea. Como escribe Fraisse (1974:20), «el problema de la amistad, tan
familiar para los antiguos, es un problema que seperdió y cuando fue redescubierto solo
lo fue por los hombres cultivados para quienes su formulación antigua era anecdótica».
Si bien es cierto que la amistad recobró interés por parte de los pensadores de los siglos
XVII y XVIII, la amistad verdadera fue objeto de dudas no tanto teológicas sino
racionales. En el siglo XVII, La Rochefoucauld ve en ella una trampa; Molière, un dilema
insoluble entre el misántropo y la complacencia mundana; y Pascal, una hipocresía.
Según La Rochefoucauld, en sus Reflexiones o sentencias y máximas morales, «Solo
podemos amar en relación con nosotros mismos y solo seguimos nuestro gusto y nuestro
goce cuando preferimos a nuestros amigos a nosotros mismos; sin embargo es solo a
través de esta preferencia que la amistad puede ser verdadera y perfecta».
En Molière, cuando Alceste, El misántropo, defiende una idea exigente de la amistad:
«La estimación se funda en alguna preferencia, y estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Pues que
os entregáis a esos vicios de la época, no estáis hecho, ¡pardiez!, para ser de los míos; rechazo la amplia
generosidad de un corazón que no establece diferencia alguna para el mérito; yo quiero que se me distinga; y
para decirlo claro, el amigo del género humano no es cosa que me convenga».
Filinto rápidamente lo retorna a la realidad del siglo:
«Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que exige el uso».
Pascal, por su parte, escribe en sus Pensamientos: «Así, la vida humana no es sino
una perpetua ilusión; no se hace sino entre engañarse y entre adularse. Nadie habla de
nosotros en presencia nuestra tal como habla en nuestra ausencia. La unión existente
entre los hombres no está fundada sino en este mutuo engaño; y pocas amistades
subsistirían si cada uno supiera lo que su amigo dice de él cuando él no está, aunque
hable entonces sinceramente y sin pasión. El hombre no es, pues, sino disfraz, mentira e
hipocresía, tanto en sí mismo como respecto de los demás. No quiere que se le diga la
verdad». De la misma época se encuentran también, otras reflexiones sobre la amistad
como el Tratado de amistad de Madame de Lambert, escrito a finales del gran siglo. Un
poco más tarde, la amistad aparece en la pluma de los filósofos, especialmente Diderot o
Rousseau, pero ya no como un ideal, como había sido en la Antigüedad y en menor
medida en el Renacimiento, sino considerada como una experiencia afectiva típica de un
período de la vida: la adolescencia.
La amistad en la adolescencia, una experiencia básica para la personalidad
21
Vincent-Buffault (1995:140-142) estudió cómo del siglo XVIII al XX se ve aparecer
primero una concepción romántica de la amistad y de la adolescencia, que da lugar luego
a una psicología de la adolescencia. Desde esta perspectiva, la experiencia de la amistad
en la adolescencia es determinante en la formación de la personalidad. «El hacer de la
adolescencia el momento preferible para la amistad no es tan obvio: esta concepción
emerge cuando la educación interviene en la transmisión de los saberes, pero también en
la formación del individuo», escribe Vincent-Buffault, que precisa la importancia de
Rousseau, en especial con el Emilio (1762), en sus innovaciones. Según Rousseau,
prosigue, el sentimiento de humanidad:
«Para sentirlo, pasa por apegos específicos: la ética es experimental. A partir de una situación singular es
cuándo se determinan la apertura de Emilio al otro y la posibilidad de su educación moral. Porque para
Rousseau, que en esto se aleja de los teóricos del derecho natural, el carácter, los futuros apegos y la aptitud
moral dependen de la contingencia de nuestros afectos, los placeres inocentes y las tiernas relaciones de
nuestras edades jóvenes. […] La amistad se convierte, pues, en esta experiencia privilegiada, un movimiento
del corazón que permite recordar el sentimiento de humanidad antes de entrar en un mundo de amor propio y
alienación que todo lo oscurecerá. […] Rousseau construye claramente el modelo de la amistad adolescente
como la etapa fundamental de la personalidad, de la constitución de la persona, precedente al descubrimiento
del amor».
Volvemos a topar con esa importancia de la amistad en los pioneros de la psicología
de la adolescencia a principios de siglo XX. Vincent-Buffault (1906:181) menciona a
Mendousse, autor de la primera obra francesa dedicada a la psicología de la adolescencia:
«Mendousse, citando mucho a Rousseau, hace de la adolescencia la edad de las
amistades por excelencia: las afinidades electivas de los colegios son las más sólidas
porque a ellas se asocian la intensidad, la indeterminación, la plasticidad del carácter y la
comunidad de vida». Anticipándose a numerosas investigaciones, el psicólogo destaca la
importancia de estas experiencias afectivas en el desarrollo del altruismo y la consciencia
moral. Contemporáneamente, Hall (1906), fundador estadounidense de la psicología de
la adolescencia, también advierte de los riesgos de desorientación en la sexualidad y de
implicación en bandas de jóvenes que viran hacia la delincuencia. Este último riesgo sigue
siendo uno de los principales temas de las investigaciones sobre la amistad en la
adolescencia.
APARICIÓN DE UNA PSICOLOGÍA DE LA AMISTAD EN NIÑOS Y
ADOLESCENTES
Si se atiende a las que están recogidas en una base de datos internacional como
PsychInfo, hay más de 4.000 publicaciones científicas, principalmente artículos,
dedicadas a la amistad entre niños o adolescentes desde finales del siglo XIX2. Es
mucho, pero todo es relativo: para la relación madre-hijo hay más de 14.000
publicaciones3. Sin embargo, una auténtica corriente de investigación sobre la amistad
entre niños o adolescentes no se constituyó hasta los años 1970.
El estudio psicológico de las relaciones entre iguales empezó con anterioridad, cuando
22
se crearon los primeros laboratorios de investigación destinados a mejorar la protección
de la infancia. Fue principalmente en Norteamérica donde se estudiaron grupos de niños,
con la intención de identificar a los individuos a quienes les costaba integrarse –
apartados, rechazados, agresivos, etc. Rubin y Coplan (1992:520) escriba: «En estos
nuevos laboratorios de investigación, los investigadores desarrollaron metodologías
nuevas para examinar las diferencias individuales y de desarrollo sobre de la sociabilidad
y la participación social de los niños (Parten, 1932), la afirmación de uno mismo (Dawe,
1934), los comportamientos simpáticos y los altruistas (Murphy, 1937), la agresión
(Goodenough, 1931), la dinámica de grupo (Lewin, Lippit y White, 1938), la aceptación
de los iguales y la composición de los grupos (Moreno, 1934), así como los correlatos de
las diferencias individuales en términos de competencias y habilidades sociales (Jack,
1934; Koch, 1935)».
Durante un segundo período, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los
años 1970, el estudio de las relaciones entre iguales retrocede sin llegar a desaparecer.
Las investigaciones sobre el desarrollo psicológico en la infancia se concentran en las
relaciones entre padres e hijos y especialmente entre la madre y el bebé, sin duda a causa
del baby boom tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Norteamérica y
Europa.
A partir de los años 1970 y sobre todo 1980, tiene lugar una aceleración de las
investigaciones sobre las relaciones entre iguales y especialmente sobre la amistad. ¿Por
qué este tercer período, contemporáneo, de auge? En las relaciones con la madre, se
confirmó y fue reconocida por la comunidad científica solo a partir de las décadas 1950 y
1960 la idea de Spitz (1946) de la necesidad vital para la criatura de mantener al menos
una relación estable y cálida (véase en particular Bowlby, 1958, 1978). Al igual que se
descubrió la importancia de relaciones de cierta calidad con los padres en el desarrollo de
la criatura, en segundo lugar se cuestionó la función de la relación de amistad en la vida
de los niños y adolescentes.
El desarrollo de los tipos de guarderíacolectiva, el incremento de la preescolarización
y la prolongación de la escolaridad para una parte creciente de la población propició que
los niños cada vez más pronto y los adolescentes durante cada vez más tiempo pasaran la
mayor parte del día entre iguales. ¿Cómo no intentar saber lo que valen las relaciones de
amistad que tejen en estas condiciones de vida colectiva? Por otra parte, a lo largo de las
últimas décadas del siglo XX, cada vez ha sido más difícil para los padres dedicar tiempo
a sus hijos porque los dos tienen un empleo o porque la familia es monoparental, y
también por las presiones mundiales por una competitividad generalizada. Aunque es
sabido que los amigos no pueden sustituir a los padres para supervisar las tareas
escolares, se coincide en que por lo menos permiten a los niños y adolescentes pasar un
buen rato. Así pues, para quien deseara conocer mejor su desarrollo afectivo y en general
psicológico, era conveniente no ignorar esta experiencia a la que los filósofos y los
primeros psicólogos atribuyeron una importancia capital, especialmente en la
adolescencia.
23
En vísperas de la psicología científica, la amistad como empobrecimiento de la
personalidad
Cuando apareció la «psicología genética» (luego llamada «evolutiva») a finales del
siglo XIX, la amistad no gozaba de popularidad. Autor importante de esta joven
disciplina, el estadounidense Baldwin reconocía bien el valor de las experiencias entre
niños para desarrollar la competencia social y la inteligencia, pero precisaba que lo más
importante es el número de otros individuos de su edad con quien se relaciona la criatura.
Las amistades no debían evitarse únicamente en la adolescencia ante los riesgos de los
que avisa Vincent-Buffault, sino también en la infancia. Escribe Baldwin (1897:329-330):
«Las relaciones estrechas y anormales que se dan entre los niños pequeños, como el favoritismo infantil,
las amistades platónicas, los compañerismos íntimos de escuela o de internado, etc., presentan una
exageración de la tendencia social imitadora, una reducción de la sensibilidad personal por el establecimiento
de relaciones exclusivas». La amistad encierra al niño o adolescente en una relación en la que el amigo es el
único modelo, lo que provoca que la personalidad se marchite. Baldwin toma como ejemplo a una chica de
casi veinte años que tiene una amiga de internado. Esta amiga, escribe el autor, «tiene tan poca experiencia
como ella misma o, aunque no fuera el caso, no deja de ser un modelo único, que se convierte en una
personalidad arrolladora y absorbente». En lugar de esto, los niños y adolescentes deben tener muchos
compañeros: «La variedad es el espíritu de la originalidad, e incluso su única riqueza… las amistades estrechas
y exclusivas deben ser desaconsejadas y prohibidas».
Después de la Primera Guerra Mundial, la esperanza de Piaget sobre la
cooperación entre iguales
Hubo que esperar a un continuador más explícito de Rousseau, el joven suizo Piaget,
para que, justo después de la Primera Guerra Mundial, un científico otorgara una
importancia sin precedentes a la amistad entre niños, por su función única en el
desarrollo individual y en el progreso de la humanidad. Para Piaget (1995), como para
Rousseau, la sociedad adulta es corruptora, pero no por ello preconiza educar a los niños,
como a Emilio, fuera del mundo confiándolos a un tutor. Será en sus juegos, sus
conversaciones y otras actividades entre iguales que los niños desarrollarán mejor su
inteligencia y un juicio moral personal, al margen de los modelos y explicaciones
preconcebidas que les ofrecen los adultos, porque tienen autoridad sobre ellos. Los niños
entre ellos, con igual poder, en una relación simétrica, pueden ejercer su juicio, su
inteligencia, con total libertad para equivocarse, intercambiando y coordinando sus
puntos de vista.
Piaget no habla de amistad, pero las virtudes que atribuye a las relaciones entre niños
en el paso de la heteronomía a la autonomía del juicio moral, con la posibilidad de
desprenderse de las influencias de la sociedad tal y como es para que las nuevas
generaciones no se contenten con reproducirla, coincide con diferentes características de
la amistad (relación equilibrada, dotada de respeto mutuo y cooperación, etc.). Los
autores, principalmente estadounidenses, partiendo de la renovación del estudio de las
relaciones entre iguales, y especialmente de la amistad, permitieron en los años 1970
redescubrir a la comunidad científica una concepción del desarrollo psicológico sobre la
cual Piaget había insistido sobre todo en los años 1920-1930. Thomas Berndt, uno de los
24
principales artífices de esta renovación, entrevistado en mayo de 2013 por Sara
Fitzpatrick, estudiante de la Universidad de Nanterre, identifica la causa de su interés
científico por la amistad en una obra de Piaget:
«Empecé a estudiar las amistades porque Piaget, en su libro sobre el juicio moral, describe las relaciones
entre iguales basadas en el respeto mutuo como cruciales para el desarrollo de una moralidad autónoma y
madura. Aunque no use la palabra ‘amistad’, por lo que yo sé, se refiere sin duda a lo que llamamos las
relaciones entre mejores amigos. Decidí que necesitábamos saber más sobre estas relaciones, en parte porque
había (y sigue habiendo) una visión opuesta que se centra en los efectos negativos de la influencia o de las
presiones por parte de los iguales, especialmente en el comportamiento de los adolescentes».
En efecto, la visión piagetiana de las relaciones entre iguales, aunque sea idílica, pues
no todas están siempre constituidas de respeto mutuo y de cooperación, rompía con la
que reinaba en los dos lados del Atlántico. Todavía a principios del siglo XX la teoría de
la recapitulación era considerada fiable. De acuerdo con esta teoría, todo organismo a lo
largo de su desarrollo individual, su ontogenia pasa por etapas análogas a las que sigue la
evolución de su especie, su filogenia. En Francia, según Cousinet (1908:287-300), a la
vez maestro y pionero de la psicología, «La sociedad escolar corresponde más o menos a
la horda». La solidaridad entre niños «es la misma que unía los pueblos primitivos». Hay
que «alejar a los niños de esta imitación servil, esta solidaridad ciega […] El primer deber
de los profesores de moral será combatir esta solidaridad infantil». El papel de los adultos
es «proporcionarles el sentido social o corregir el que tienen». En resumen, toda
solidaridad entre niños era sospechosa; eran vistos como conspiradores, salvajes que solo
la educación podía y debía llevar a la vida social. En la misma línea, según Hall (1904),
las bandas de niños manifestaban comportamientos salvajes y antisociales, como
expresión del gang instinct, al cual se le suponía haber tenido un valor adaptativo.
Convenía explotar esta energía para inculcar a los niños y a los adolescentes los
principios de respeto mutuo que necesitarían los futuros ciudadanos.
Estas son las concepciones de las relaciones entre niños como una fuerza bruta por
socializar con las que rompe la visión de Piaget, y su fe rusoniana en la naturaleza
humana se traduce por una oposición firme a la concepción de la educación defendida
por Durkheim (1934). La educación no puede reducirse a inculcar desde el exterior una
moral totalmente convencional y saberes entregados como verdades eternas; debe dejar a
las criaturas una parte de invención y de juego.
La intuición de Sullivan sobre la función de la amistad en el desarrollo de los niños
Piaget no usa la palabra «amistad» y es cierto que, por muy positiva que sea su visión
de las relaciones entre niños, la idea de preferencia interpersonal no se explicita. La
amistad como expresión de una preferencia interpersonal recíproca y duradera, que
propicia una intimidad compartida, con secretos, fuera del alcance no solo de los adultos
sino también de otros niños, fue valorada e incluso considerada necesaria para un
desarrollo psicológico completo, por primera vez, por un psiquiatra y psicoanalista
estadounidense.Como en el caso de los primeros trabajos de Piaget, el único texto de Sullivan (1953)
25
en el que nos hemos apoyado para estudiar la amistad fue un descubrimiento tardío. Solo
a partir de los años 1970 se empezaron a citar las páginas de Sullivan sobre la
importancia capital de las amistades entre preadolescentes en la formación de su
personalidad. En el capítulo titulado «Preadolescencia» (p. 245-262) se encuentra el
subcapítulo llamado «Necesidad de intimidad interpersonal», citado como referencia
obligada.
Cada uno de los diferentes períodos que distingue Sullivan a lo largo de la infancia y
la adolescencia se caracterizan por tipos de necesidades que empujan a buscar las formas
de relaciones interpersonales que puedan satisfacer esas necesidades. En principio, entre
los 8 años y medio y los 10 años aparecería la necesidad de intimidad interpersonal, que
solo puede satisfacerse con un amigo de la misma edad y del mismo sexo. Ya no se trata
de «qué tengo que hacer para conseguir lo que quiero, [sino de] qué podría hacer yo para
satisfacer a mi amigo o reforzar su prestigio y su sensación de tener un valor» (Sullivan
1953:245). La primera función de esta necesidad relacional sería fortalecer la sensación
de tener valor personalmente. La intimidad de su relación permitiría pues que las
criaturas accedieran mutuamente a sus preocupaciones personales y el objetivo de este
intercambio consistiría en darles seguridad en sí mismos. No lograr establecer este tipo de
relación a esta edad les expondría al aislamiento social. Estas relaciones les prepararían
para la formación de relaciones íntimas heterosexuales, en este caso íntimas también
físicamente.
Según Sullivan (1953:253), la amistad daría la posibilidad de vivir una relación íntima
y que procura seguridad independientemente de las posibles perturbaciones pasadas en
las relaciones entre padres e hijos. Tendría efectos protectores e incluso reparadores.
Cuando una persona en la primera parte de su infancia ha sufrido dificultades que le han
dejado heridas psicológicas, avanza el autor, la amistad entre preadolescentes «constituye
una experiencia que irrefutablemente devuelve la posibilidad de ser tratado con ternura y
como consecuencia la transformación que se sufre puede verse anulada, literalmente
como si se tratara de una cura».
A primera vista es sorprendente que las pocas páginas rescatadas de conferencias
dadas por Sullivan en el invierno de 1946-1947 tuvieran tanto éxito de citación a partir de
los años 1980. Es cierto que anteriormente ningún autor con cierta audiencia había hecho
énfasis tan explícitamente –de hecho tan audazmente– en la importancia que podía tener
la amistad entre niños. El éxito de las reflexiones de Sullivan sobre la amistad puede
atribuirse a su originalidad. ¡Con qué entusiasmo presenta Youniss (1980) las tesis de
Piaget y Sullivan! Según su criterio estos dos autores tienen el mérito de romper con lo
que llama el «modelo convencional» para el cual las únicas experiencias afectivas
importantes para el desarrollo psicológico de los niños y adolescentes son las relaciones
con sus padres y en general con los adultos.
Un objeto de estudio omnipresente desde siempre en las obras de ficción infantiles
Si a la psicología le hizo falta tanto tiempo para interesarse por la amistad, la literatura
se le había adelantado mucho antes. René Zazzo (1981:7), en el prefacio de la primera
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tesis sobre la amistad entre niños defendida en Francia por Tous Saint-Marc, indicaba
que el autor se aventuraba «en un universo muy conocido por las novelas, pero muy
poco, o nada, por la psicología de vocación científica». La amistad, una relación poco
codificada en el caso de los adultos, sin grandes aspavientos, tiene en efecto un terreno
privilegiado en los libros, dibujos animados y películas infantiles. La amistad está en el
candelero y las criaturas, gracias a estas narraciones, fácilmente pueden enriquecer el
sentido de sus experiencias entre iguales (Bruner, 2005).
Sin abandonar a los príncipes y princesas que se casan tras superar numerosos
obstáculos, las obras infantiles hablan de la amistad con frecuencia. Los protagonistas, a
menudo niños, adolescentes o animales, demuestran una lealtad inquebrantable, se
apoyan y se ayudan mutuamente frente a las dificultades.
En El mejor amigo del mundo (Norac y Dubois, 2005), un ratoncillo y una ratoncilla,
Simon y Lola, están encantados de verse cada mañana en el colegio y de sumergirse
juntos durante el recreo en juegos de imaginación, con tesoros de piratas, el capitán
Garfio… Cuando Thomas, un ratoncillo bromista con la gorra para atrás, llama a Lola
«bebé», Simon le defiende: «¡Cuidado, pequeñajo! ¡Somos dos, somos más fuertes que
tú!» Y entonces Lola exclama: «¡Simon eres mi mejor amigo!» En definitiva, se han
elegido y se quieren igual el uno al otro. La relación es equilibrada, estable en el tiempo y
se mantiene con una benevolencia desinteresada y recíproca. Da lugar a momentos de
alegría compartida al encontrarse todos los días y al compartir los juegos. Se ponen de
acuerdo para repartirse los papeles e intercambiar las réplicas compartiendo un mismo
imaginario. Su solidaridad, su fidelidad y su lealtad les aseguran una protección mutua.
Pero resulta que la familia de Simon cambia de domicilio. Él entiende que esto
entristecerá a Lola, que, como a él, se le encogerá el corazón, y no sabe cómo darle la
noticia. Tristes, necesitan consuelo y se sienten solos en el colegio después de la
mudanza. ¡Se acabaron los juegos de imaginación y el buen humor para ir al cole!
Incluso los caramelos de los compañeros no saben igual. Solos, somos más vulnerables
frente a los burlones. Afortunadamente, llega el domingo y se ven en casa de Lola. La
impaciencia de la espera, la alegría del reencuentro, la reanudación de los juegos de
imaginación compartidos y del buen humor. En resumen, los amigos no son
intercambiables y no es un cambio de domicilio lo que acabará con su amistad. En este
pequeño libro inteligible para muchos niños a partir de 3 o 4 años, se encuentran los
principales valores de la amistad.
Es el caso también de muchos otros libros para niños pequeños, por ejemplo, Los
amigos de Elmer (McKee, 1994), Mi amigo Juan (Crowther, 1996), Le meilleur ami de
Tom (Bawin & Hellings, 2001), o para los mayores Pipi Calzaslargas con sus amigos
Tommy y Annika (Lindgren, 2007), Ariol y su superamigo Ramono (Guibert &
Boutavant, 2008), sin olvidar a Tintín, dispuesto a arriesgar su vida para salvar a su
amigo Tchang (Hergé, 1960). La amistad también está presente en los dibujos animados,
como Samsam, el «pequeño superhéroe cósmico» y su amigo Petipoa (Bloch, 2010).
Con todo, la amistad que descubren los niños en las obras que se les destinan
presenta las propiedades principales que le reconocían los antiguos hace más de dos mil
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años. Queda por comprobar si en su vida real ocurre igual que en las historias que se les
explica. La amistad, relación afectiva central en nuestras vidas, pero discreta en la esfera
pública, concuerda bien con la idea que se tiene de las relaciones entre niños o
adolescentes, realidad inevitable pero preocupación secundaria para los adultos. ¿Puede
que nos parezca un ideal menor al alcance de los niños?
1 El valor cívico y el significado ético de la philia platónica provienen también de la conducta misma de
Sócrates, siempre dispuesto a conversar con sus conciudadanos y los extranjeros, simplemente para llevarles a
conocerse mejor con el fin de mejorar. Este es el análisis de Conche (1999:60): «Amar con amor socrático, que
no es más que el auténtico ‘amor por el prójimo’, es querer hacer del otro alguien mejor».
2 Cruzando las palabras friendship y child/or adolescent/or infant/or child, preschool.
3 Con los términos mother child relationship.
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2
Aparición de la vida social en la primera infancia
LAS INTERACCIONES ENTRE NIÑOS Y NIÑAS DURANTE LOS DOS
PRIMEROS AÑOS DE VIDA
¿Bebés «socialmente ciegos» para los demás bebés?
Los primeros hechos explicadoscon detalle sobre los comportamientos entre niños
pequeños, en este caso de seis meses de edad, fueron publicados por Bühler (1927).
Observó a niños de entornos desfavorecidos que sus madres dejaban en guarderías
benéficas durante unas horas para darles de comer. Los niños en cuestión no se conocían
especialmente, no formaban grupos estables temporalmente.
Bridges (1933), por su parte, observó a niños internados que formaban grupos
estables. Como analizan retrospectivamente Mueller y Lucas (1975), en los niños que
estaban en grupos de iguales no familiarizados y cambiantes con el tiempo, no se
observaba interacción entre ellos hasta el final del segundo año de vida, y se describían
como actividades dominantes peleas y disputas por juguetes (Bühler). En cambio,
cuando los observados se encontraban en grupos de pares familiarizados y estables, se
manifestaban muchas interacciones, unas conflictivas y otras cooperativas (Bridges).
Independientemente de las condiciones de observación, estas investigadoras pioneras
advirtieron que los niños en situaciones que implican a otros niños manifiestan a partir del
segundo mes de vida comportamientos emocionales como gritos, llantos y diversas
actividades motrices, pero su reactividad acerca de los demás sigue muy imprevisible.
Así, Bühler calificaba a las criaturas más jóvenes como «socialmente ciegas» en relación
con otros niños durante los primeros meses.
Hartup (1983) dio por sobradamente confirmada esta concepción con los trabajos
realizados desde entonces: los hechos de mirarse, agarrarse o tocarse entre niños de
manera más o menos intencionada no se producen hasta los tres o cuatro meses cuando
las condiciones son favorables; las sonrisas y las vocalizaciones hacia los seis meses.
Al escuchar a los bebés menores de un año se observa una simpatía entre ellos
Este análisis de los primeros contactos entre niños se centra en las actividades
motrices, pero si se da más importancia a las actividades perceptivas, cognitivas o
vocales de los niños, se descubren otras modalidades de interacción precoces. En su
síntesis sobre los comienzos de las relaciones entre iguales, Hay, Caplan y Nash (2009)
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defienden que las primeras formas de interacción entre iguales pueden darse en los
primeros días de vida. Los autores se basan sobre todo en las observaciones de Sagi y
Hoffman (1976), que exponen que el llanto de un bebé, en colectividad, responde con
una frecuencia y una contigüidad temporal no aleatoria al llanto de otro bebé.
Según Hay y sus compañeros, esta simpatía emocional no puede atribuirse a una
inverosímil incapacidad del bebé para distinguir su propio llanto del de otro bebé, como
pudo avanzar Guillaume (1925:127), pionero en las investigaciones sobre la imitación en
la infancia. Se debería supuestamente a «una sensibilidad innata por las expresiones
emocionales de los demás [y] una atracción general por los otros seres humanos». Sin
embargo, esta reacción con gritos de un bebé ante los gritos de otro bebé no es
inmediata: Hay, Nash y Pedersen (1981), con un dispositivo experimental para observar
la reacción en díadas de niños de seis meses estando sus madres presentes, en un primer
análisis no lo observaron, a pesar de que las criaturas se mostraran especialmente atentas
al llanto de los otros bebés. Un análisis más profundo les permitió descubrir que el inicio
del llanto de un niño a causa del llanto de otro no es inmediato, pero se hace cada vez
más probable a medida que dura ese llanto, como si unir con empatía su llanto al del otro
bebé fuera necesario solo si persiste su llamada de socorro, lo que revelaría una
inquietante ausencia de cuidados.
Cada vez más conductas sociales entre iguales en el segundo semestre de vida
A partir del momento en el que pueden gatear fácilmente una cierta distancia, a lo
largo del segundo semestre de vida, se observa con frecuencia que los bebés se siguen los
unos a los otros. Se exploran tocándose: las orejas, la boca… Se establecen ciertas
coordinaciones elementales. Por ejemplo, mirar a la cara a otro niño se acompaña de una
sonrisa, una vocalización o un gesto para agarrarlo. También se siguen, incluso se
persiguen, no solo con la mirada sino también por locomoción y juegan a camuflar
objetos. Estos comportamientos son calificables como «sociales» en la medida en que no
hay duda de que el bebé diferencia su compañero del entorno físico y que su orientación
hacia este es, al menos en parte, intencionada.
Entre los seis y doce meses, la frecuencia y la complejidad de los comportamientos
entre criaturas aumentan. Se dan más vocalizaciones, llantos, sonrisas, actos
aparentemente ofensivos, sobre todo actos sociales mediante objetos. Becker (1975)
observó que los niños de nueve meses dirigían sus comportamientos hacia sus iguales
más que hacia los objetos, los adultos presentes o cualquier otro elemento de su entorno,
representando estos comportamientos orientados hacia sus iguales un 33% del total
durante la sesión de observación.
Aun así, las interacciones son breves, de tan solo unos segundos y las solicitaciones
dirigidas al compañero pocas veces obtienen una respuesta. Entre los niños de seis a doce
meses observados por Vandell, Wilson y Buchanan (1980) el 47% de las tentativas de
establecer una coordinación de comportamiento con otro niño tienen éxito, pero la
coordinación en cuestión normalmente se limita a la obtención de una respuesta aislada
por parte del compañero. También durante el segundo semestre aparecen las primeras
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imitaciones.
Eckerman, Whatley y Kutz (1975) lo constataron observando a díadas de niños de
diez a doce meses que se encontraban el uno con el otro por primera vez. En la sala del
laboratorio los niños se miran, se sonríen, intercambian vocalizaciones, se ofrecen
juguetes, los aceptan y se imitan mutuamente. La imitación estudiada aquí consiste en
duplicar la acción simultáneamente o inmediatamente después de mirar lo que el otro
bebé estaba haciendo. Lo más frecuente es una actividad con un juguete, pero también
puede tratarse de una actividad motriz como dar un salto. Los intercambios a distancia
(sonrisas, vocalizaciones…) son mucho más frecuentes que los contactos físicos directos.
Raramente lloran y protestan, se disputan poco. Bridges (1933) ya había observado que
en general no aparecen antes del primer año, y con poca frecuencia, conflictos entre
iguales, una nueva forma de vida social.
Sin juguetes, más gestos, más comunicación
A partir del primer año, las criaturas se comunican y manipulan juguetes juntas. Sin
embargo, el hecho de que haya juguetes no es una necesidad, como demostraron
Eckerman y Whatley (1977), observando en laboratorio a díadas de niños de entre diez y
doce o veintidós y veinticuatro meses que no se conocían. En los dos grupos de edad, los
niños se tocan, se sonríen, vocalizan y gesticulan hacia el compañero, más en ausencia
de juguetes que cuando los hay. Así pues, a partir del fin del primer año, los niños no
necesitan juguetes para comunicar entre ellos. Lo que aportan los juguetes, cuando hay
dos ejemplares, es la posibilidad de llevar a cabo la misma actividad en paralelo, lo que,
como se verá, constituye una forma de comunicación más rica de lo que parece.
Unos años más tarde, Hay, Nash y Pedersen (1983) precisaron que a partir de los seis
meses hay más contactos en ausencia de juguetes. El análisis de los comportamientos
revela que se debe al hecho de que en ausencia de juguetes los niños gesticulan más y
son ellos mismos los que inducen los contactos.
Habilidades sociales que se desarrollan fácilmente si se practican
Los niños adquieren auténticas habilidades sociales en las situaciones entre iguales.
Becker (1977) constató que los bebés de nueve meses que hacían diez sesiones de
experimento con otros bebés progresaban en sus comportamientos sociales entre pares,
contrariamente a los que tuvieron solo dos sesiones entre iguales durante el mismo
período. Constató sobre todo que los del primer grupo eran capaces, en una onceava

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