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Wendy Bello - LIMONADA PARA EL ALMA

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© 2012 Wendy Bello 
Todos los derechos reservados. 
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Para más información contacte a 
wendy@wendybelloblog.com 
A menos que se indique, todos los versículos bíblicos son 
tomados de la Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI). 
 
 
 
 
Limonada 
para el 
alma 
Lecturas que 
refrescarán tu día 
Wendy Bello 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Para Abel, mi esposo y amigo de 18 años, 
que siempre me anima a escribir. 
 
i 
 
Contenido 
Prefacio ............................................................................................................................... 1 
Un enemigo peligroso ......................................................................................................... 2 
De crayolas, jabón y otros accidentes ................................................................................. 3 
Árbol que nace torcido ........................................................................................................ 4 
Cuando no vemos a Dios .................................................................................................... 6 
El ladrón de sueños ............................................................................................................. 8 
El monstruo verde ............................................................................................................... 9 
Es mejor cantar ................................................................................................................. 10 
Invisible............................................................................................................................. 11 
La suegra ........................................................................................................................... 12 
Desvíos .............................................................................................................................. 13 
La vida y mi sándwich quemado ...................................................................................... 14 
Salta................................................................................................................................... 15 
Mi cambio más grande ...................................................................................................... 16 
Una cuestión de actitud ..................................................................................................... 18 
Calorías vacías .................................................................................................................. 19 
Color de rosa ..................................................................................................................... 20 
La competencia ................................................................................................................. 21 
Cuando vuelvas ................................................................................................................. 22 
El Dios de las pequeñas cosas ........................................................................................... 23 
¿Cuánto falta? ................................................................................................................... 24 
Los días grises ................................................................................................................... 26 
En busca del tesoro ........................................................................................................... 27 
Hoy no es mi día ............................................................................................................... 29 
 
 
 
 
1 
Prefacio 
Lo que estás leyendo ahora mismo es el resultado de un sueño mezclado con aventura. Cuando Dios me 
llamó a comenzar a escribir en un blog yo estaba tan asustada que aunque abrí la cuenta y seguí los 
primeros pasos, no hice nada más. Decidí ser “sorda” por un tiempo y no escucharlo. 
Pero él tenía una idea diferente. Esperó durante ¡siete meses!, y al cabo de ese tiempo me despertó una 
mañana y de una manera muy clara habló a mi corazón: “Hoy vas a empezar”. 
Así fue como, sentada frente a mi computadora y sin saber muy bien lo que hacía, comencé a escribir en 
lo que hoy es www.wendybelloblog.com con el deseo de inspirar a otras mujeres como yo mediante la 
Palabra de Dios y su aplicación a nuestra vida en el silgo XXI. 
Este pequeño libro electrónico es una compilación de algunos de esos artículos. Te los regalo y le pido a 
Dios que los use para darte aliento en tu día a día. En esos días que pudieran no ser tan azules sino más 
bien grises. Mi deseo es que estas páginas te refresquen como un vaso de limonada fría en un cálido 
verano, y te animen a caminar de la mano de Jesús, dispuesta a vivir la vida plena y abundante que Dios 
diseñó para ti. 
Wendy 
 
 
 
 
 
 
2 
Un enemigo peligroso 
La casa está en silencio y antes de que todos se levanten, con mi consabida taza de café, estoy sentada 
pidiéndole a Dios fuerzas para el día. Por mi mente pasan la lista de cosas por hacer, lugares adonde ir y 
también los problemas de otros. No pude evitar recordar algo que había sucedido hacía pocas horas. Una 
persona a la que yo conocía decidió terminar con su vida de una triste manera. Resultaba difícil creerlo. 
Fue el resultado del cansancio; no del cansancio físico, era cansancio emocional, espiritual, alguien que 
decidió que no podía luchar con la vida. Alguien que se dejó vencer por el desánimo. 
Comencé a leer en los Proverbios de Salomón y esto saltó a mi vista, casi hablándome: “Si en el día de 
la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza”. Lo leí varias veces. 
El desánimo, por definición, es falta de ánimo. ¿Y qué es ánimo? Según la Real Academia: 
 
ánimo. 
(Del lat. anĭmus, y este del gr. ἄνεµος, soplo). 
 
• Valor, esfuerzo, energía. 
• Intención, voluntad. 
• Atención o pensamiento. 
 
El desánimo es un enemigo invisible que no nos deja ver. En la Biblia encontramos muchos ejemplos 
que nos muestran cómo el ser humano pierde el ánimo con facilidad, especialmente en el día de la 
aflicción. Moisés, por ejemplo, les contó a los israelitas todo lo que Dios prometía hacer por ellos. Mira 
la reacción: “pero por su desánimo y las penurias de su esclavitud ellos no le hicieron caso”. El 
desánimo no nos deja ver, ni escuchar. 
El desánimo es contagioso, recuerda la historia de los hombres que fueron con Josué y Caleb a 
inspeccionar la tierra que Dios les dijo que pondría en sus manos: “cuando volvieron, desanimaron a los 
israelitas para que no entraran en la tierra que el Señor les había dado”. ¿El resultado? La gente se 
desanimó, sintió miedo y no quisieron poner manos a la obra. 
Hay muchas cosas en la vida que nos hacen cansarnos, unas grandes, otras pequeñas. Lavar y doblar 
ropa de manera interminable, preparar comidas, limpiar la casa, ir al trabajo, cambiar pañales, una larga 
enfermedad, escuchar los problemas y tristezas de otros, y la lista podría llenar más de una página. Pero 
quiero regresar al proverbio que saltó a mi vista aquella mañana: “Si en el día de la aflicción te 
desanimas, muy limitada es tu fortaleza” (Proverbios 24:10, NVI). Todos tenemos motivos para decir 
que estamos afligidos, un día u otro, o varios días, pero si cedemos terreno al desánimo, se nos agotará 
la fuerza. El desánimo muchas veces se alimenta de la duda, duda de si Dios realmente hará lo que ha 
dicho que hará. Dudas de nosotros mismos: ¿realmente podremos vencer, llegar al final, conquistar la 
montaña que se alza ante nuestros ojos? Dudas de todo tipo. 
Nuestro tanque de ánimo y fortaleza puede vaciarse rápido. Tenemos que buscar el combustible en el 
lugar adecuado. En este caso, en la persona adecuada. En Dios, que es la fuente de todo ánimo: “Cuando 
te llamé, me respondiste; me infundiste ánimo y renovaste mis fuerzas” (Salmos 138:3). 
Así que, aquella mañana, me levanté de la sillay terminé como había empezado: pidiéndole a Dios que 
renovara mis fuerzas. Te animo a que hoy hagas lo mismo. 
 
 
 
3 
De crayolas, jabón y otros accidentes 
Hace unos días yo tenía “la agenda” llena. Mucho trabajo, una reunión del PTA de la escuela de mi hija 
en la tarde, varias cestas de ropa por lavar, tenía que dejar lista la cena antes de irme a la reunión, etc. 
Encima de eso, el panorama a mí alrededor no estaba en orden, como a mí me gusta, y eso tiende a 
provocarme un poco de estrés…a veces más que un poco. 
La secadora paró y fui a sacar la ropa. ¡¡¡Bum!!! No, la secadora no explotó, casi exploto yo cuando vi 
que cada pieza que sacaba iba “adornada” con pespuntes naranjas, amarillos y rojos. Sentí ganas de 
llorar, gritar, patalear…no sé cuántas cosas. ¿Cómo no me di cuenta de que una crayola multicolor era 
parte de ese montón de ropa? 
Tuve que hacer una oración supersónica para que Dios amarrara mi lengua y no empezara a gritar ni 
regañar a mi hijo de tres años, el autor intelectual de aquel desastre. Evalué las opciones y decidí que no 
podía simplemente echar la ropa a la basura, tenía que intentar algo. Con paciencia busqué jabón, un 
quita-manchas y empecé a lavar la ropa, a mano. 
Hace más de 10 años que disfruto el privilegio de una lavadora. Mis manos ya no están adaptadas a 
restregar. De más está decir que después de unas cuentas piezas, uno de mis dedos, literalmente, estaba 
sangrando. 
Fue ahí cuando me puse a pensar en todo lo que había pasado y en las cosas que damos por sentado. En 
los pequeños privilegios que disfrutamos y que no consideramos ni agradecemos. Pensé en cuántas 
mujeres tienen que cargar la ropa hasta un lugar lejano para lavar, en las que quizá no tengan que ir lejos 
pero sí tienen que hacerlo todo con sus propias manos que a la larga se llenan de callos y se inflaman por 
el trabajo duro. Pensé en las que lavan con agua de río y sin jabón. Y también en las que no tienen 
opción de, si la ropa no pierde las manchas, irse a una tienda y comprar ropa nueva. 
En efecto, a veces la vida nos sorprende, se sale del carril, pero he llegado a la conclusión de que es la 
manera que Dios utiliza para llamar nuestra atención, para que nos detengamos y reflexionemos. No hay 
que esperar al mes de noviembre para dar gracias por lo que tenemos y contar las bendiciones. De hecho 
lo ideal sería que no fueran necesarias las sorpresas de la vida, pero de no ser así, daríamos todo por 
sentado y hasta llegaríamos a creer que Dios no nos hace falta. 
Reconozco que esta “sorpresa” no es nada en comparación con un diagnóstico grave, la llegada de 
papeles de divorcio, la pérdida de trabajo o cualquier otra de las tragedias que asedian a este mundo. 
Pero igual entendí que estos pequeños accidentes nos van entrenando para los momentos más difíciles. 
Y la manera en que reaccionemos será la clave. Tenemos la opción de patalear, como pensé yo al 
principio, o podemos pedirle a Dios que nos dé control sobre las emociones, nos haga ver más allá de 
nuestras narices y de todo podamos sacar una lección. 
Termino con estas palabras del apóstol Santiago, difíciles de asimilar, pero igual de ciertas: “Amados 
hermanos, cuando tengan que enfrentar problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho 
porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para 
desarrollarse. Así que dejen que crezca, pues una vez que su constancia se haya desarrollado 
plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada” (Santiago 1:2-4 NTV). 
 
 
4 
Árbol que nace torcido 
Ese es un refrán que hemos escuchado tantas veces… tal vez más de las que quisiéramos en algunos 
casos. Y en ocasiones hasta nos lo decimos a nosotras mismas, pero con otras palabras: “Yo soy así, y 
no tiene remedio”. Pero, ¿será cierto? ¿Será realmente que el árbol que nace torcido, jamás su tronco 
endereza? ¿Será que si somos de una manera, no tiene arreglo, cambio ni mejoría? 
 
Todo depende. 
 
Depende de en qué o quién te apoyes para “enderezar tu árbol”. Si lo intentamos hacer con nuestras 
propias fuerzas…será un fracaso y ciertamente el árbol de nuestra vida se quedará torcido. Ahora bien, 
si un día nos pusimos en manos de Dios, entonces no tenemos razón para decir “yo soy así, no tiene 
remedio, no voy a cambiar nunca”, etc. 
Esta lucha con las torceduras de nuestros troncos, por decirlo de alguna manera, es tan vieja como la 
propia humanidad. El apóstol Pablo, tan de carne y hueso como tú y yo, se vio muchas veces en ese 
punto: “Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. 19 Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo 
hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago. Ahora, si hago lo que no quiero hacer, 
realmente no soy yo el que hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí.” Parece un trabalenguas, 
pero léelo detenidamente y verás que es lo mismo, dicho con otras palabras. 
El otro día yo pensé eso mismo de mí “estoy torcida como un árbol”, “quiero hacer lo bueno pero no lo 
hago…no tengo remedio”. Muchas veces me he preguntado por qué hay ciertas cosas de mi 
temperamento que parecen no enderezarse nunca. Fue entonces que todo esto me vino a la mente, el 
Espíritu se encargó de recordarme que sola no puedo, pero Dios sí. Esto es lo que él nos dice: 
 
Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos… (Isaías 45) 
¿No puedo hacer contigo lo mismo que hizo el alfarero con el barro? De la misma manera que el barro 
está en manos del alfarero, así estás en mis manos… (Jeremías 18:6) 
 
Dios es especialista en enderezar cosas torcidas, en tomar lo que sale mal y volverlo a hacer, como 
sucede con el barro y el alfarero. Si realmente nuestra vida le pertenece a Jesús: 
 
1. No tenemos derecho a decir que nos quedaremos torcidas, que no tenemos remedio y que los 
demás tienen que aceptarnos así. Esa afirmación implica dos cosas. La primera, Dios es tu 
Salvador pero no el Señor de tu vida. La segunda, estás limitando el poder de Dios y lo que él 
puede hacer contigo. 
2. Cuando muchas veces tenemos deseos de “tirar la toalla” porque otra vez nos equivocamos, 
porque otra vez hicimos lo que en muchas otras oportunidades dijimos que no haríamos más, 
tenemos que recordar que somos barro y que Dios es nuestro alfarero. Cuando él ve que la vasija 
está agrietada, amasa el barro y otra vez la vuelve a formar. Él va delante de nosotros 
enderezando lo torcido, no solo en los lugares sino también en nuestros corazones, si lo dejamos. 
 
 
 
5 
Dios sabe que somos frágiles, nacemos y en nuestro ADN ya vienen torceduras y otras se forman en el 
camino. Como el barro, a veces tenemos rajaduras, nos rompemos, nos derretimos ante el calor del 
fuego de la vida…pero Él es el alfarero, el que endereza lo torcido, que rompe para volver a hacer. Así 
que tenemos que apropiarnos de esta verdad y reformular el refrán: “Árbol que nace torcido, EL PODER 
DE DIOS LO ENDEREZA”. 
 
 
 
6 
Cuando no vemos a Dios 
Lo menos que imaginaba yo era que este fin de semana lo pasaría entre médicos, hospitales y reposo en 
casa. Pero para parafrasear un proverbio de Salomón: “El hombre propone, y Dios dispone”. 
Estuve buena parte del viernes y del sábado en esos lugares, con su pulcritud, sus uniformes, equipos 
que suenan y lucecitas que parpadean. Respondí no sé cuántas veces a las mismas preguntas. ¿Por qué 
será que si hay tantos avances no lo dejan de una vez en un archivo electrónico, verdad? El pobre 
paciente, que ya tiene bastante con sentirse mal y encima humillado con esas batas de hospital que te 
despojan de toda sensación de protección y de ser una persona normal, tiene que responder una y otra 
vez a las mismas preguntas. Pero bueno, no vengo a contarte mis peripecias en el sistema médico de mi 
ciudad, porque la verdad es que a pesar de esas cosas, es excelente y recibí un trato de primera. En 
realidad quiero hablarte de algo más personal. 
¿Sabías que sentí miedo? No porque lo que me pudieranhacer o no, la verdad es que eso no me asusta. 
Confío bastante en lo que Dios ha permitido avanzar al ser humano en el conocimiento médico. El temor 
vino de pensar que si algo me sucedía, la vida de mi familia cambiaría mucho. Dentro de mí repetía todo 
lo que intelectualmente yo sé. Dios es más que suficiente para ellos y si yo dejo de estar, él seguirá a su 
lado. Pero igual me dio temor. Y en medio de mi temor le dije a Dios: “Señor, no puedo verte, pero 
aunque así sea, recuérdame que estás a mi lado y hazte una realidad”. 
No fue sino hasta hoy que entendí las muchas formas en que Dios se hizo realidad para mí, a cada 
momento. 
Primero que nada, todos los diagnósticos que pasaron por mi mente, y por la de los médicos, quedaron 
desechados. No era nada alarmante. Dios estaba allí. 
Segundo, ¿sabías que muchas veces somos tú y yo a quienes Dios usa para mostrarse a otros? La sonrisa 
de mi esposo y su mano estrechando la mía. Amigos y familiares que se encargaron de mis hijos 
mientras yo estaba con mi esposo en el hospital. Las manos prontas de una amiga y de mi mamá 
cocinaron para ellos y para mí. Los teléfonos no dejaron de sonar con llamadas, mensajes de texto y 
hasta correos electrónicos de amigos y familiares que estaban pendientes y sobre todo, clamando a Dios. 
Interesante que algunos de esos mensajes llegaron de hermanas en la fe a quienes nunca he visto en 
persona, nos conocemos “electrónicamente”. Dios estaba ahí, recordándome su amor a través de otros. 
Tercero, incluso en medio de mi temor, sentí que una fuerza, muy superior a mi debilidad y mi 
preocupación, me sostenía y me acompañaba de un lugar a otro mientras me movían por los diferentes 
salones de aquel hospital. Dios iba conmigo. 
A veces nuestra naturaleza humana se inclina a buscar “pruebas” extraordinarias de la presencia de Dios, 
pero la mayoría de las veces no es así. Me recuerda la experiencia del profeta Elías: “Como heraldo del 
Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor 
no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. 
Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un 
suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada 
de la cueva” (1 Reyes 19:11-13). 
Puedes tener por seguro que cuando le pedimos a Dios que esté presente, él lo va a estar. Yo se lo pedí y 
así fue. Como un “suave murmullo” me acompañó todo el tiempo y se reveló a mí. ¿Moraleja? No 
“ver” a Dios no quiere decir que él no esté presente, lo que necesitamos es que se abran nuestros ojos, o 
 
 
7 
nuestros oídos, espirituales. A fin de cuentas eso es la fe, “la garantía de lo que se espera, la certeza de lo 
que no se ve” (Hebreos 11:1). 
 
 
 
8 
El ladrón de sueños 
Y pasó otra vez. Esa vieja sensación de desasosiego que he experimentado otras veces. Las dudas. El 
deseo de rendirme. Lo conozco desde niña porque muchas veces quise renunciar cuando las cosas se 
ponían difíciles, surgía algún obstáculo o me cansaba incluso sin haberme esforzado lo suficiente. 
La diferencia ahora es que han pasado muchos años más, pero todavía me visita. Sentada en el sofá 
batallaba en silencio y le pregunté a Dios ¿por qué? Y en eso me di cuenta. De nuevo me visitaba el 
ladrón; el enemigo de nuestras almas; el que solo viene a robar, matar y destruir, entre otras cosas, 
nuestros sueños. Creo que nunca lo había visto tan claro, y aunque ya casi iba cuesta abajo, arrastrada 
por el torbellino de la duda y la derrota, el Señor me lo susurró bajito: “El ladrón viene a robar lo que yo 
empecé, no lo dejes”. 
¿Sabes de lo que estoy hablando? ¿Te ha pasado alguna vez? Yo estoy convencida de que hay muchos 
sueños en nuestro corazón que primero estuvieron en el corazón de Dios, y luego él los sembró en 
nosotras. Si estamos seguras de que ese es el caso, entonces lo primero es entender que el sueño es de 
Dios. Él fue su autor e iniciador, y por lo tanto, él lo quiere más que nosotras mismas. Tenemos que 
repetirnos las palabras de Pablo el apóstol: “Estoy convencid[a] de esto: el que comenzó tan buena obra 
en [mí] la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6). 
La segunda cosa a entender es que ese ladrón, el diablo, hace todo lo posible por quitar nuestros ojos de 
Dios. Cuando quitamos los ojos de Dios los ponemos en nosotras mismas y en las circunstancias. 
Dejamos de ver el poder de Dios y solo vemos nuestras limitaciones. En lugar de ver posibilidades 
vemos obstáculos. En lugar de ver triunfo, vemos fracaso. Recuerda otra vez lo que dice la Palabra, 
porque el ladrón no solo viene a robar el sueño, la visión que Dios te dio, también viene a destruirlo, y 
para eso intenta destruirnos a ti y a mí sembrando duda e inseguridad. 
Cuando Dios pone un sueño o visión en nuestro corazón, es porque esto forma parte de su propósito a 
gran escala, de su plan maestro. El enemigo sabe que por lo general eso implica transformación de vidas, 
y esa es su mayor preocupación, porque vidas transformadas para Dios son vidas arrancadas del 
infierno. Si Dios te está llamando a hacer algo, ten la certeza de que él te va a capacitar. No olvides que 
la idea fue primero de él, y él es fiel a todo lo que dice. Esto no quiere decir que no encontrarás 
inconvenientes; los habrá, pero no quitemos los ojos de Jesús. El ladrón intentará visitarte de vez en 
cuando, como me pasó a mí nuevamente aquel día. Hará todo lo que esté en sus manos para robar el 
sueño, destruirlo y finalmente aniquilarlo. No lo dejemos. A fin de cuentas, como nos dice la Biblia: “el 
que está en [nosotros, Jesús] es más poderoso que el que está en el mundo [el diablo] (1 Juan 4:4). 
 
 
 
9 
El monstruo verde 
El monstruo verde se muda sin avisar. Sin pedir permiso se acomoda y empieza a reclamar como suyo el 
territorio ajeno. El monstruo verde no hace distinción de edad, sexo, profesión, nivel educacional ni 
estatus social. El monstruo verde es sutil y persuasivo. No tiene rostro pero su voz es clara e insistente. 
El monstruo verde tiene un nombre que lucha por enmascararse: envidia. 
¿Y quién no lo conoce? Es tan viejo como el mundo. Tanto así que fue el autor del primer asesinato 
registrado en la historia. Caín mató a Abel por envidia. 
Tú y yo lo conocemos también."Si yo tuviera ese trabajo.....", "si ganara tanto dinero como ________", 
"si tuviera la casa de _____", "si mis hijos fueran como _______", "si yo usara la talla de ________", "si 
yo hablara como _______", "si fuera tan bonita como ______", y la lista puede seguir 
interminablemente porque el monstruo verde no tiene fin. Si lo dejamos. 
Podemos justificar este sentimiento de mil maneras, pero déjame decirte sin tapujos que la envidia no 
tiene cabida en el plan de Dios para tu vida. Desde un principio él lo dejó bien claro, hasta figura en la 
lista de los 10 mandamientos que muchos saben de memoria: "No codicies la casa de tu prójimo: No 
codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca" 
(Éxodo 20:17). El Creador, que nos conoce muy bien por dentro y por fuera por eso mismo, porque es 
nuestro Creador, sabía que el codiciar produce envidia, y la envidia, muerte. 
Sí, quizá ni tú y yo no hemos matado a nadie por envidia, literalmente, pero en nuestro corazón....ah, la 
historia es muy diferente. El monstruo verde carcome los huesos (Proverbios 14:30), nos destruye por 
dentro. 
No nos dejemos engañar. Dios es infinitamente sabio. Él sabe lo que eres capaz de sobrellevar, lo que 
necesitas. No anheles lo de otro porque solo puedes ver un lado de la moneda. El juego de la 
comparación no nos lleva a ninguna parte, excepto a la destrucción de nuestro ser, y también de nuestras 
relaciones. No compares a tu esposo con el de tu amiga. No compares a tus hijos con los de otra persona. 
No le sigas el juego al monstruo verdeporque te esclavizará. Si no somos felices con lo que somos o con 
lo que tenemos ahora, tampoco lo seremos después. ánimo 
Te dejo con el consejo de un hombre muy sabio que aprendió el secreto de una vida feliz: el 
contentamiento. Su nombre fue Pablo y cuando escribió esto que vas a leer estaba preso, encadenado a 
un soldado romano. “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a 
vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener 
de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. 
Amiga, con la fortaleza que Dios no da, hagamos una inspección sincera, y si te encuentras al monstruo, 
échalo fuera y asegúrate de cerrar bien las puertas para que no vuelva. 
 
 
 
10 
Es mejor cantar 
Quizá porque la música es una de esas cosas sin las cuales creo que no pudiera vivir, cada etapa 
importante de mi vida está asociada con una canción. 
Mi esposo compuso una que cantamos en nuestra boda (¡y en muchas otras bodas!). El estribillo dice: 
“Vamos a compartir de la alegría de vivir, vamos a convertir en sueños el dolor, vamos a construir un 
hogar bien lleno de amor...del amor de Dios”. 
Cuando estábamos cercanos a la salida definitiva de nuestro país, un buen amigo compuso una canción 
titulada “Amigos” y tuve el privilegio de grabarla con el grupo donde cantaba entonces. Decía: “Somos 
amigos, buenos amigos, ha sido bueno contar contigo. Si cerca o lejos tú estás, mi amistad te seguirá, 
porque tú y yo, siempre amigos”. 
Un día estaba yo de rodillas llorando y clamando al Señor porque mi hija estaba, una vez más, enferma 
con una crisis respiratoria. Y en mi corazón sentí claramente la suave voz de Dios que me decía: “Lo 
que tantas veces has dicho a otros, ponlo en práctica, canta”. Y entre lágrimas y casi sin aire comencé a 
cantar aquel viejo himno, uno de mis favoritos: “¿Cómo podré estar triste?....Si el cuida de las aves, 
cuidará también de mí”. La paz de Dios llenó aquel lugar, y llenó mi alma. Pude ponerme en pie, y 
aunque Daniela todavía estaba enferma, la carga sobre mis hombros ya no estaba. 
Mi esposo y yo tenemos otro amigo en Cuba que cuando venían las tormentas a la vida, ya fuera a la 
nuestra o a la suya, siempre cantaba esta canción, muy antigua también: 
 
Cánticos celestes en la noche tendrás, 
en tu corazón, aunque en aflicción. 
Fácil es cantar cuando reina la paz, 
pero en el dolor es mejor cantar. 
 
Poco a poco he ido aprendiendo esta lección: es mejor cantar. No hay nada de místico ni mágico en 
alabar a Dios cuando vienen los problemas, PERO, “Dios habita en la alabanza de su pueblo” (Salmo 
22:3). El corazón que alaba se enfoca en el Dios que es digno de alabanza y quita los ojos de la situación 
que lo abruma. La Palabra nos menciona varios ejemplos donde la alabanza a Dios trajo victoria a su 
pueblo. 
Pudiera escribir mucho más sobre el tema, pero esto es lo que quiero compartirte: es mejor cantar. No lo 
dejes solo para el domingo. En lugar de quejarnos, de cuestionar, y hasta de llorar....es mejor cantar. 
 
 
 
11 
Invisible 
“Ignorada por su padre. Atrapada en un matrimonio infeliz. Sin el amor de su esposo. Con su hermana 
por rival. Malmirada en su comunidad. Afanada por recibir alguna muestra de amor. Invisible.” Parece 
que estuviéramos leyendo la sinopsis de una novela de televisión, pero es una historia real que ocurrió 
hace cientos años pero si vuelves a leer, cualquier mujer de este siglo pudiera identificarse con alguno de 
estos planteamientos, o tal vez con más de uno. 
Aquella mujer se llamó Lea, y su historia se nos narra en el libro de Génesis, a partir del capítulo 29. 
¿Alguna vez te has sentido invisible? ¿Ignorada? ¿Tal vez atrapada en una situación que no está en tus 
manos cambiar? Hoy quiero decirte algo, Dios te ve. Para él no eres invisible. 
Lea estaba pasando por todas esas cosas que leíste al principio. Pero quiero que te detengas y leas con 
cuidado estas palabras: “Cuando el Señor vio que Lea no era amada…” (v. 31). Para los demás, Lea era 
invisible; sus sufrimientos eran invisibles, pero no para Dios. Y Dios no cambia, él sigue siendo el 
mismo. Él vio a Lea y te ve a ti también. 
Si lees la historia completa verás que Dios le concedió a Lea varios hijos, algo que en su época 
representaba el máximo valor de una mujer. Sin embargo, no fue sino hasta el cuarto hijo que Lea 
entendió que su valor no estaba ni en su padre terrenal, ni en su hermana, ni en la opinión de sus 
vecinas, ni siquiera en el amor de su esposo. Al nacer el cuarto hijo Lea lo llamó Judá “porque dijo: 
‘Esta vez alabaré al Señor’” (en hebreo el verbo alabar suena parecido a ese nombre). Por fin entendió 
que si Dios la veía, que si su valor estaba en Dios, nada más importaba. 
Dios te ve, te ha visto desde antes de que nacieras. Saborea estas palabras: 
 
Tú creaste mis entrañas; 
 me formaste en el vientre de mi madre. 
¡Te alabo porque soy una creación admirable! 
¡Tus obras son maravillosas, 
y esto lo sé muy bien! 
Mis huesos no te fueron desconocidos 
cuando en lo más recóndito era yo formado, 
cuando en lo más profundo de la tierra 
era yo entretejido. 
Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: 
todo estaba ya escrito en tu libro; 
todos mis días se estaban diseñando, 
aunque no existía uno solo de ellos. 
(Salmo 139: 13-16) 
 
Cuando otra vez el sentirte invisible e ignorada toque a la puerta de tu corazón, acuérdate de Lea y de la 
respuesta de Dios: Él te ve. 
 
 
 
12 
La suegra 
¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti! Porque iré adonde tú vayas, y viviré donde tú 
vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras, y allí seré sepultada. 
¡Que me castigue el Señor con toda severidad si me separa de ti algo que no sea la muerte! 
 
Estas bellas palabras, que muchas veces se utilizan en la ceremonia de las bodas, en realidad las dijo una 
nuera a su suegra. (¡Casi puedo ver la expresión que haces al leer lo que acabo de decir!) Por alguna 
razón el título de suegra casi siempre va acompañado de mala reputación. Los chistes más crueles van 
dirigidos a las suegras. Y aunque reconozco que en ocasiones quizá algunas “se lo merezcan”, no 
podemos generalizar. Yo no tuve el privilegio de conocer a mi suegra pero todo el que la conoció me 
cuenta que fue una gran mujer, así que estoy segura de que hubiera sido una gran suegra también. 
Las palabras del principio las encontramos en la Biblia, en el libro de Rut, y aunque siempre se habla de 
Rut por todo lo que ella representa al ser parte de la genealogía de Jesucristo, pocas veces se destaca a 
esta gran mujer, Noemí, quien fue su suegra y a quien Rut dirigió dichas palabras luego de la muerte de 
su esposo, el hijo de Noemí. 
Me pongo a pensar que para que Noemí se haya ganado una nuera así tiene que haber sido una suegra 
excelente, y si lees la historia completa verás que así fue. (Te recomiendo que leas la novela de ficción 
que creó Francine Rivers basada en este relato bíblico.) 
Pero volviendo a Noemí, este personaje llamó mi atención y decidí analizar más su vida como suegra y 
hablar de eso con otras mujeres en un estudio que impartí hace poco. Definitivamente Noemí nos da el 
patrón de suegra que todas quisiéramos tener…o mejor dicho, que todas debiéramos ser. Voy a 
resumirlo en tres puntos. 
 
1. Una relación desinteresada, sin egoísmo. Lee Rut 1:11-13 y verás cómo esta mujer ya anciana, y 
sin amparo ni ayuda ningunos, no pensó en su propio bienestar sino en el de sus nueras. 
2. Una relación de amor real, como de madre a hija. Rut 3:1. A pesar de que Rut había sido la 
esposa de uno de sus hijos, una nuera, Noemí la amaba como a una hija y quería ayudar a 
garantizarle un futuro lo mejor posible. 
3. La actitud de Noemí le permitió ser un instrumento en manos de Dios. Rut 4:17. Su nuera, una 
extrajera a quien ella trajo a su tierra y cuyo futuro Noemí se encargó de fomentar, llegó a ser la 
bisabuelade David y su nombre figura entre las mujeres de la familia de Jesús. 
 
Si tienes hijos, o piensas tenerlos, es muy probable que un día te conviertas en suegra. Yo todavía estoy 
lejos de ese momento, pero sé que llegará. Desde ahora quiero pedirle a Dios que me ayude a ser una 
suegra como Noemí. Y quiero hacerte una exhortación, tal vez no tienes una suegra así, pero no dejes 
que eso nuble tu perspectiva. Proponte ser diferente cuanto te llegue el momento, y también, ¿por qué 
no?, intenta ser una nuera como lo fue Rut. A fin de cuentas, a eso nos ha llamado Dios, a marcar la 
diferencia, a amar incluso a quien nos resulta difícil. De ahora en adelante, en lugar de pensar “la suegra 
que yo quisiera tener”, pensemos mejor en “la suegra que yo quiero ser”. 
 
 
 
13 
Desvíos 
Qué molesto nos resulta ir manejando, sobre todo en horario pico, y encontrarnos un letrero que dice: 
Desvío. Me pasó el otro día y resultó que el desvío me obligaba a regresar, por otra calle, a mi punto de 
partida. Realmente frustrante, pero así es cuando están haciendo arreglos. 
Y lo mismo pasa en la vida. Cuando mi esposo y yo decidimos emigrar, el plan original era venir para 
los Estados Unidos. Era nuestro plan pero no el de Dios. El plan de Dios implicaba un desvío de un año 
y medio por otro país, en este caso, Canadá. En aquel entonces a mí me resultó un poco difícil 
comprenderlo. Con mis ojos humanos no podía encontrar el sentido a aquel aparente inconveniente. 
Al mirar atrás ahora me doy cuenta de que solo Dios con su sabiduría pudo haber orquestado algo así. 
En ese año y medio en Canadá creí mucho más que varios años juntos. Y no hablo de crecimiento físico, 
hablo de crecimiento espiritual, madurez. Viví experiencias que hubiera preferido no tener pero entiendo 
que fueron necesarias. 
También puedo ver cómo el Señor nos usó en ese breve tiempo para bendecir la vida de algunas 
personas y cómo también nos bendijo a nosotros mediante las vidas de muchas otras. 
Los desvíos son necesarios porque nos hacen crecer y nos llevan a depender más de Dios. Piensa por 
ejemplo en el pueblo de Israel cuando emigró de Egipto a la tierra que Dios les había prometido. La 
trayectoria que pudo haberse hecho en días prácticamente demoró cuarenta años. ¿Por qué? Dios los 
mantuvo en un largo desvío porque vio que era necesario para que aquel pueblo madurara y conociera al 
Dios que les estaba guiando. 
Tenemos que aprovechar los desvíos porque nos preparan para lo que vendrá después. Y lo más 
importante, los desvíos de la vida prueban nuestra confianza en Dios. Los 40 años de los israelitas 
pudieron haber sido menos si no hubieran dudado tanto de la bondad de Dios. 
Es probable que ahora mismo estés en un desvío, no lo quisieras, no lo viste venir, pero ahí estás. 
Permíteme animarte con un mensaje poderoso de la Palabra de Dios: “Porque yo sé muy bien los planes 
que tengo para ustedes —afirma el SEÑOR—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un 
futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11). El desvío en que puedas encontrarte ahora no fue una sorpresa 
para Dios, es parte de su plan. Pero el plan de Dios es perfecto. Está diseñado para traer bien a tu vida, y 
para que disfrutes un futuro con esperanza, mucho mejor de lo que tú pudieras soñar. Los desvíos 
pueden ser lentos, dolorosos, y hasta parecer interminables, pero el resultado será extraordinario si tú 
confías en Dios y lo ves como una oportunidad y no como una calamidad. 
Mi año y medio en Canadá fue un desvío que tuvo sus baches dolorosos pero hoy puedo darle gracias a 
Dios por haberlo hecho de esa manera. 
Quiero terminar con las palabras de Santiago el apóstol, mi anhelo es que te sirvan de inspiración junto 
con las de Jeremías, para que ya sea que estés en un desvío o que tal vez pronto llegue alguno, salgas 
victoriosa. 
 
Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando estén pasando por diversas pruebas. Bien saben 
que, cuando su fe es puesta a prueba, produce paciencia. Pero procuren que la paciencia complete su 
obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falte nada. 
 
 
 
14 
La vida y mi sándwich quemado 
Llegué a la casa luego de un largo día, en zapatos altos. Si estás leyendo esto y no eres mujer, o nunca te 
has pasado un día entero con zapatos altos…es agotador, por no decir más. En fin, tenía hambre pero era 
tarde y no quería comer mucho, así que decidí prepararme un sándwich sencillo con queso y ponerlo en 
el horno. Di dos o tres vueltas y cuando miré… ¡se estaba quemando! Abrí la puerta del horno y lo 
saqué lo más rápido que pude, pero el pan ya no tenía su color original, ahora estaba demasiado tostado. 
Lo miré y luego tomé un cuchillo y empecé a raspar lo quemado. 
Mientras lo hacía me vino a la mente cómo a veces la vida se parece a mi sándwich quemado. Hacemos 
planes, nos ilusionamos…pero las cosas no salen como habíamos pensado. En lugar de un delicioso 
sándwich de queso al horno, tenemos un pan quemado, con queso demasiado derretido y un sabor no tan 
agradable. Sin embargo, Dios usa todas esas oportunidades para enseñarnos algo, y en este caso ese 
algo es nuestra actitud. 
Ante mi sándwich quemado yo tenía solo dos alternativas: botarlo y prepararme otro, o hacer lo que 
hice, quitar lo quemado y comérmelo así mismo. ¿Por qué decidí lo segundo? Bueno, no tenía deseos de 
preparar otro y además (y lo digo con toda honestidad), no pude evitar pensar en cuánta gente se 
contentaría con un sándwich aunque fuera así. 
Es igual con la vida, podemos echar a un lado las oportunidades difíciles y no aprovecharlas, o podemos 
dejar que Dios las use para hacernos crecer. Podemos dejar que él tome un “cuchillo y raspe” todo lo 
quemado para que al final podamos ver el producto como él lo diseñó originalmente. 
Mientras yo raspaba el pan con mi cuchillo, mi hija me preguntó: 
—Mami, ¿cómo vas a comerte eso? 
—Igual que siempre —le contesté yo. 
Podía comérmelo a regañadientes y refunfuñando o podía simplemente comerlo dándole gracias a Dios 
por mi sándwich extra horneado. 
Regresando a nuestra analogía con la vida. Podemos aceptar los momentos difíciles a regañadientes y 
refunfuñando, lo cual no cambiará para nada la situación y lo único que producirá es amargura en 
nosotros. O podemos aceptarlos con gratitud de corazón, porque a fin de cuentas, a los que aman a Dios, 
todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8:28). 
Quizá deba contarte que justo mientras empezaba a preparar ese sándwich le pedí a Dios que me 
mostrara sobre qué debía escribir para hoy lunes… ¡y en eso se quemó el pan! 
Empieza una nueva semana y es probable que nos encontremos con muchas situaciones con las que no 
contábamos. La actitud con la que las enfrentemos marcará toda la diferencia. ¿Dejaremos que Dios las 
use o desperdiciaremos la oportunidad de crecer? En mi caso, para que no me queden dudas, ya tuve la 
primera, pues hoy al encender el carro, se encendió la luz que indica “revise el motor”… 
 
 
 
15 
Salta 
Thomas Alba Edison cumpliría hoy 164 años. Considerado uno de los más prolíferos inventores de la 
historia, la perseverancia de este hombre fue asombrosa. El número de veces que intentó y falló hasta 
lograr lo que hoy nosotros conocemos como el bombillo incandescente, es incierto. Algunos hablan de 
miles. Pero lo cierto es que lo logró y fue el precursor de la distribución de la luz eléctrica en los Estados 
Unidos y un empresario increíble que fundó 14 compañías, entre ellas General Electric. Este hombre 
estudió con su mamá en la casa porque en la escuela dijeron “que no estaba bien de la cabeza” y padeció 
problemas de audición desde pequeño. 
Bueno, ¿y por qué te estoy hablando de Edison? Pues porque hoy quiero animarte a perseverar o a dar 
ese salto que hace tanto estás contemplando y posponiendo. 
Dios nos enseña en su Palabra que ni la edad, ni los obstáculos, ni siquiera los fracasos, pueden 
limitarnos. Te pongo algunos ejemplos que a lo mejor has pasado por alto.Cuando Caleb conquistó el territorio que hacía 45 años, (lee eso otra vez, ¡45 años esperando!) el Señor 
le había prometido por medio de Moisés, ya él tenía 85 años (Josué 14). Pablo sufrió todo tipo de 
reveses en su carrera misionera: prisión, problemas con los compañeros en el ministerio, decepciones, 
enfermedad… pero ninguno logró que cejara en su empeño para cumplir con la misión que Dios había 
puesto en sus manos. Cuando Moisés le puso a Dios el pretexto de la tartamudez, Dios le envió a Aarón 
para que fuera su vocero. Y hay muchos ejemplos más. 
Mañana celebro mi primer mes publicando en este blog. Si te soy honesta, abrí la cuenta en Blogger 
hace casi un año, pero no me atrevía a dar el salto. Mi esposo, el “fan” número uno ☺ y mi mayor 
apoyo, siempre me animaba a escribir, pero por una razón u otra, no lo hacía: no tengo tiempo, no 
puedo, ¿para qué? Hoy me alegro mucho de haberlo hecho, es un sueño realizado, como dije el primer 
día, y también un desafío. 
¿Y tú? ¿Cuál es el salto que todavía no has dado? Tal vez sea regresar a estudiar y terminar aquello que 
empezaste. A lo mejor es comenzar la empresa que has estado anhelando durante mucho tiempo. Quizá 
sea el plan para bajar de peso, visitar el gimnasio, leer al menos un libro por mes, pasar más tiempo con 
Dios….no sé, esta lista pudiera ser interminable. Pero todo se resume en “dar el salto”. 
Si Edison no hubiera perseverado, hoy nadie se acordaría de él, ni disfrutaríamos el resultado de muchos 
de sus inventos. Si Caleb hubiera pensado en su edad, Hebrón no figuraría en la lista de sus conquistas. 
Si Pablo se hubiera desanimado, en la historia de la iglesia no estaría su nombre. 
El Señor nos dice: “Esfuérzate, sé valiente, no te desanimes…yo estaré contigo donde quiera que vayas” 
(paráfrasis de Josué 1:9). Si tu plan está alineado con el de Dios, no dudes de su apoyo y compañía, pero 
el salto es tuyo. El esfuerzo es de nuestra parte. La valentía nos toca a nosotros. Así que ¡salta! 
 
 
 
16 
Mi cambio más grande 
Dedicado a mi mamá 
 
Cuando en una madrugada de enero de 2003 me pusieron en los brazos un “bultito” envuelto en un 
pañal, mi primera reacción fue llorar. Estaba contemplando un milagro. La escena se repitió otra vez en 
julio de 2007. Y esos dos milagros han cambiado mi vida para siempre. Sí, porque cuando nos 
convertimos en mamá la vida cambia totalmente. Y ese cambio es a todos los niveles. 
 El primer cambio es el físico porque nuestro cuerpo muestra, de una manera u otra, las marcas de la 
tarea titánica que representa llevar dentro un bebé durante nueve meses. Ayer mismo hablaba yo con mi 
hija y le decía: “Esto que vez aquí (a la altura de la cintura, ¡ja! ¡ja!), no estaba antes, fue parte de 
haberlos tenido a ustedes todos. Pero si nunca desaparece, no me importa, porque ustedes son parte de 
mí”. No estoy muy segura de que con 8 años ella pueda entender todo lo que eso significa, pero sé que 
algún día lo recordará. Así que mamá, no te aflijas porque ya tu cuerpo no es el mismo. Es verdad que 
podemos hacer ejercicios y cuidarnos para lucir mejor, pero también recuerda que las portadas de la 
revistas son el producto de un aerógrafo y mucho Photoshop™. 
El segundo gran cambio es que dejamos de ocupar el primer lugar en nuestra propia vida porque ahora 
esas personitas pequeñas necesitan de nosotros para todo, desde alimentarse hasta el cambio de pañal 
que les quita la incomodidad. No importa cuán agotadas estemos, nuestra función no termina a las cinco 
de la tarde como cualquier otro trabajo. Es un turno de 24 horas que dura el año entero. Y aunque poco a 
poco los hijos se van independizando, nuestra función sigue estando vigente incluso cuando ya se van de 
casa, porque los hijos son parte de uno, una “mercancía” que no tiene cambio ni devolución. Y uno de 
los desafíos mayores de la maternidad es la renuncia al egoísmo tan intrínseco al ser humano. Un 
ejemplo sencillo: Estamos muertas de hambre, pero el bebé no ha comido. Nuestro estómago tiene que 
esperar. El sueño nos vence en la noche pero el llanto, la tos, la fiebre, o una pesadilla reclaman nuestra 
presencia, y casi sin poder, salimos de la cama. 
Otro gran cambio ocurre cuando nos damos cuenta de que, independientemente de nuestra profesión o 
preferencias, ahora somos maestras, artesanas, animadoras deportivas, enfermeras, consejeras, magas 
para encontrar juguetes perdidos, pintoras, narradoras de cuentos, cantantes, y todo lo demás que pueda 
imaginar. Ah, y no olvidemos, todas estas profesiones son “voluntarias”. No existe remuneración para la 
labor de mamá. 
¿Y el mayor cambio de todos? Viviremos en un constante desafío. El mayor desafío al que nos 
enfrentaremos jamás. ¿Alguien tiene un manual, por favor? ¡Ni soñarlo! Del hospital salimos con 
muchos papeles, pero ninguno es el manual para esta nueva persona que Dios ha puesto en nuestras 
manos y a quien tenemos la responsabilidad de formar. Ser mamás es una profesión que se aprende con 
la práctica. No hay conferencia ni libro que pueda prepararnos lo suficiente. Cuando vemos los hijos de 
otros siempre pensamos “si fuera hijo mío…” No vayamos tan rápido a juzgar y recordemos como dicen 
por ahí: “fuera del agua se nada muy bien”. Ser mamás muchas veces nos hace llorar ante la inmensidad 
de la tarea, nos hace caer de rodillas cuando no sabemos qué decisión tomar, nos quita el sueño tan 
deseado cuando nos preguntamos una y otra vez si actuamos bien. 
 
 
17 
Pero ser mamás también nos hace soñar, reír, cantar, dar muchos besos y recibirlos, nos llena el corazón 
de una alegría que de otra manera no hubiéramos conocido. 
Ser mamás, amiga mía, es un privilegio que Dios no da. Él sabe que no somos perfectas. Sabe que 
tenemos dudas y que nos vamos a equivocar. Pero recuerda, él te escogió para la tarea. Nuestra parte es 
esforzarnos y ser valientes, él se encargará del resto. 
 
 
 
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Una cuestión de actitud 
La vida es bella, una de esas películas que nos dejan sin habla y que yo, en lo particular, no quisiera 
volver a ver. Aprendí mucho, pero hubiera sido más feliz si el final fuera diferente. A pesar de todo eso, 
si no la has visto, te la recomiendo. No la voy a contar, por si acaso, pero sí tengo que decirte que el 
personaje principal nos da una tremenda lección de “actitud”. 
 
Según la Real Academia, esta es una de las definiciones de actitud: 
3. f. Disposición de ánimo manifestada de algún modo. 
 
Una de mis citas favoritas sobre esto de la actitud la leí por primera vez en un libro de Charles Swindoll 
y dice algo así: “La vida consiste en un 10% lo que nos sucede y un 90% cómo reaccionamos ante eso. 
No podemos controlar nada en esta vida. No podemos controlar el comportamiento de la personas. No 
tenemos control de nuestro pasado, nuestro presente y mucho menos nuestro futuro. La única cosa que 
podemos controlar es nuestra actitud” [cursivas mías]. 
Con esa idea decidí yo que entraría al año 2011. Nuestros temperamentos tienen mucho que ver con 
nuestra actitud. Para algunos es más fácil ver el vaso medio lleno mientras que otros se inclinan a verlo 
medio vacío. Yo normalmente me uno al segundo grupo. Es mi tendencia natural. Sin embargo, le pedí a 
Dios que en 2011 pudiera haber un cambio en mi ACTITUD. 
Hace unos días leí en otro blog algo que me resultó muy interesante. La idea es escoger una palabra para 
el año y que esa palabra se convierta en una especie de filtro para todo lo que uno haga. ¿Adivina cuál 
fue la que yo escogí? Exacto, ACTITUD. 
Y esto no solo se limita a tener una perspectiva más positiva, es mucho más abarcador. Tiene que ver 
con nuestra relación con los demás, con la manera en que enfrentamos los desafíos y las rutinas de la 
vida. Tiene que ver con nuestra reacción ante el vaso de leche que se derramó justo cuando estábamos 
por salir para la escuela (¡con los minutos contados, por supuesto!) ¿Cómo se atreve un vaso de leche a 
trastornarnos de esa manera la mañana? Bueno, tenemos en nuestrasmanos la decisión. El vaso ya se 
derramó, ¿qué vendrá después? ¿Gritería, acusaciones, frustración....etc.? ¿O escogeremos pensar que 
los accidentes ocurren y que a todos nos pasan, especialmente si tenemos manos pequeñas que todavía 
son un poco torpes? Es una cuestión de actitud. 
El apóstol Pablo nos dejó un método muy sencillo para esto de cómo "reenfocar" nuestra actitud. 
“ ...piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es justo y bueno; 
piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser 
alabado” (Filipenses 4:8) 
Tal vez si fueras a escoger una palabra para este año en tu lista aparecerían otras como alegría, 
paciencia, prioridades, etc. Pero de cualquier modo te animo a que pienses en esto. Recuerda, al final de 
la jornada, es una cuestión de actitud. 
 
P.D. La historia del vaso de leche no es mera ilustración, la tengo en mis archivos de experiencias 
personales. ¿Cómo reaccioné? Bueno....eso sería otra anécdota que contar. 
 
 
 
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Calorías vacías 
Hace unos días conversaba con una amiga de lo que yo le diría a un entrenador personal que quisiera 
lograr para ponerme en mejor forma física. Hablamos también de lo que dicho entrenador me diría que 
debo dejar, y para mí lo más difícil sería el pan...especialmente el blanco, ¡me gusta mucho! Pero el pan 
es el enemigo número uno cuando se trata de eliminar ciertas redondeces. El pan blanco es considerado 
por los nutricionistas un alimento de calorías vacías, es decir, calorías que no aportan nada. 
Toda esa conversación me llevó a pensar en las calorías vacías que consumimos en la vida, y no 
precisamente en las que tienen que ver con la nutrición física. 
Pablo el apóstol escribió esto a sus amigos de la iglesia en Corinto: “Todo está permitido, pero no todo 
es provechoso. Todo está permitido, pero no todo es constructivo”. Esa afirmación puede aplicarse a 
todas las cosas de nuestra vida. Yo puedo comer tanto pan como desee, pero eso no significa que sea 
provechoso para mi cuerpo. Es muy probable que no me provoque la muerte, pero no contribuye a una 
buena forma física. 
Igual pasa con otros aspectos de nuestra vida, ¿con qué la llenamos? En nuestras manos está escoger de 
qué conversaciones participamos. Tenemos la libertad de hablar de lo que queramos, pero eso no 
significa que todas las conversaciones sean constructivas para mi vida. Puedo leer cualquier libro, pero 
ponte a pensar, con el poco tiempo que tenemos en este siglo XXI, ¿voy a derrocharlo leyendo algo que 
no aporte nada a mi desarrollo espiritual y emocional? 
Existen más canales de televisión de los que podemos ver, ¿cuál voy a escoger? ¿Qué programa? En mi 
horario del día la televisión no tiene mucha cabida pero si le voy a conceder unos minutos, prefiero 
hacerlo con algo que no sea “calorías vacías”. ¿Qué gano con ver programas que llenen mi mente con 
actitudes negativas, palabras que no me gusta decir, infidelidad matrimonial, etc.? Muchos de estos 
programas no son lo que catalogaríamos como “completamente malos”, pero ¿me aportan algo o me 
quitan tiempo que pudiera invertir en algo mucho mejor? 
Vuelvo al punto por el que empecé. Por mucho que me gusta el pan blanco, tengo que reconocer que no 
le hace bien a mi cuerpo si quiero estar en forma óptima. Solo me aporta calorías vacías y redondez no 
deseada justo a la altura del ombligo (creo que ya captas la idea de a qué me refiero, ¿verdad?) Nuestra 
mente y nuestro espíritu son iguales. Para estar en buena forma necesitan calorías de las buenas, de las 
que producen energía, salud y bienestar. 
El mismo Pablo escribió: “Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, 
todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable”. ¿Qué tal si nos propusiéramos medir todo según esta 
regla? Sería algo así, por ejemplo: ¿Esta conversación es algo verdadero, honorable, justo, etc.? ¿Este 
programa de televisión refleja valores verdaderos, honorables, justos, puros…? Y así con todo lo demás. 
Todo nos está permitido, pero la belleza de la libertad no es hacer lo que queramos sino saber escoger 
entre lo bueno y lo malo. Lo que es provechoso y lo que no. Entre calorías vacías y calorías nutritivas. 
En cuanto al pan blanco, ya me he propuesto ir eliminándolo de mi dieta. Pero sé que hay otras cosas 
que necesitan desaparecer también de mi otra dieta. ¿Qué dices tú? 
 
 
 
20 
Color de rosa 
Vivimos en un mundo de resultados. Todo se mide por los resultados. Desde las notas de un niño en la 
escuela primaria, hasta el desempeño de un alto ejecutivo. Todos esperamos resultados en base a las 
acciones, y siempre esperamos que sean “justos”. Es decir, a un buen trabajo, un buen resultado, una 
buena recompensa. Pero esta misma manera de pensar la trasladamos a todo, incluyendo nuestra relación 
con Dios. 
¿Alguna vez te has preguntado por qué si amas a Dios, si tratas de agradarle en todo, tu vida no es lo que 
anhelaste? ¿Por qué no es color de rosa? ¿Por qué aparentemente la de otros que “no son tan buenos 
como tú” sí parecer ir sobre ruedas? 
Bueno, yo sí me hice esa pregunta unas cuantas veces. Y para serte honesta, en el fondo de mi corazón 
trataba de luchar con Dios y de entender lo que para mí parecía injusto y desequilibrado. Algo así como 
cuando los niños nos dicen: “¡Eso no es justo!” Y la razón de la injusticia es, por ejemplo, que ya es 
hora de regresar a casa luego de todo un día de paseo. 
La realidad es que hay muchas preguntas que en esta vida se van a quedar sin respuesta. Yo no puedo 
decirte por qué cierta persona que ama a Dios de corazón tiene que sufrir algo tan horrible como el 
cáncer. Tampoco puedo decirte por qué algunas de mis amigas más queridas no han podido realizar su 
sueño de ser mamás, a pesar de que a veces las observo y pienso que serían madres extraordinarias 
porque sus acciones lo demuestran. Ni por qué alguien tiene que pasar por la experiencia dolorosa de 
perder un hijo, o un esposo o esposa. 
Pero sí puedo decirte algo, Dios no funciona con ese mismo sistema. Para él no es cuestión de cuán bien 
o mal hagamos las cosas para luego darnos recompensas. Después de muchos años de conocerle, un día, 
casi en un susurro, el Señor me hizo entender algo que mi mente intelectual sabía pero que mi corazón 
se negaba a aceptar: si en la vida obtenemos todo en base a nuestros actos, entonces es cuestión de 
justicia propia y no necesitamos a Jesús. Así de sencillo. “La salvación no es un premio por las cosas 
buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo” (Efesios 2:9). 
Dios es fiel a sus hijos, les ha hecho promesas preciosas de provisión, protección, compañía, consuelo, 
paz, y muchas otras cosas más. Tan solo lee el libro de Salmos y verás lo que digo. Pero no se trata de 
un canje, es cuestión de la misericordia de Dios sobre tu vida, en primer lugar, y luego de su soberanía. 
Estamos celebrando la llamada, Semana Santa. Un tiempo muy preciado para los cristianos del mundo 
entero. Pero recuerda, el centro de esta celebración tiene un nombre, Jesús. Y ese fue ese mismo Jesús 
quien dijo: “En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo”. No te 
dejes engañar si alguien trata de venderte a un Jesús diferente. Él no prometió un mundo color de rosa. 
Lo que sí nos prometió fue la victoria final, y estar con nosotros todos y cada uno de los días de nuestra 
vida. 
¿Puedo confesarte algo? Se vive mucho más ligero cuando entendemos que nuestro destino eterno no 
depende de nuestros resultados y que nuestro paso por esta tierra puede ser bello y significativo aun 
cuando no tenga color de rosa. 
 
 
 
21 
La competencia 
Basta que se reúnan dos niños para escuchar una conversación más o menos así: 
 
—Mi carro es más rápido que el tuyo. 
—Ah, sí pero yo puedo correr más rápido que tú. 
—A lo mejor, pero mi bicicleta es más linda que la tuya. 
—Y mi patineta es mejor que la tuya.Un poco más tarde en una de las casas: 
—Mami…yo quiero un carro como el de fulanito. 
 
Y en otra: 
—Papi, yo quiero una bicicleta como la de menganito. 
 
Lo interesante de esta mentalidad de competencia y comparación es que no es exclusiva de la niñez, nos 
persigue toda la vida, solo que los temas cambian y tal vez no se expresen en voz alta. “Mi carro es 
mejor que el tuyo.” “Mi casa es más grande que la tuya.” “Yo quiero una casa como aquella.” “Si yo 
tuviera dinero como…” 
El asunto es que la sociedad en la que vivimos es competitiva por excelencia. Me asombra como en los 
anuncios publicitarios incluso se comparan sin misericordia unas marcas con otras. Y la mentalidad de 
consumo nos lleva a competir porque queremos tener lo mismo que el vecino del frente, o que la 
compañera de trabajo, o la amiga. Es una obsesión del ser humano, compararse y competir. 
El problema está en que esta obsesión es insaciable y al final solo cosecha insatisfacción. Por ejemplo, la 
tasa de deuda en tarjetas de crédito a la que ha llegado la población de los Estados Unidos no tiene 
precedentes en la historia. Pero, ¿cuál es el verdadero motivo de este desastre económico y familiar? 
Compararse y competir. Querer tener un nivel de vida que no se puede mantener y que tarde a o 
temprano nos lanza a un hoyo del que es imposible salir. Piensa en cuántas personas tienen más de un 
trabajo pero nunca ven los frutos porque todo se esfuerzo va a parar a manos de los acreedores que 
cobran altos intereses. Comprarse y competir nos vuelve esclavos. 
Lo triste es que si no somos felices con el Toyota, tampoco lo seremos con el BMW o con algún otro 
auto mucho más caro. Si no aprendemos a ser felices en la casa de mil ochocientos pies cuadrados, 
tampoco nos bastará una de seis mil. Es una cuestión de contentarse, en cualquier situación porque eso 
habla de un corazón agradecido por las bendiciones que tiene y no de un corazón avaricioso que siempre 
quiere más y nunca está satisfecho. Aclaro, no hay nada de malo en querer mejorar o prosperar, pero si 
esa meta te quita la alegría de la vida y no te deja disfrutarla, ya eres esclava. Estas palabras de la Biblia 
pueden sonar duras, pero son inequívocas: “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las 
riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!” 
Lo contrario de esta mentalidad tampoco es agradable delante de Dios. Él espera que trabajemos, que 
nos esforcemos. “El perezoso ambiciona, y nada consigue; el diligente ve cumplidos sus deseos.” 
Trabaja, esfuérzate, traza metas para tu vida, pero que tu motivación no sea vivir como la vecina ni tener 
lo mismo que otros. Comparar y competir nos lleva a la ruina. 
 
 
 
22 
Cuando vuelvas 
Incluso si no has leído la Biblia, seguro conoces la historia de Pedro y su traición a Jesús. Por alguna 
razón nuestras faltas y fracasos se hacen populares más rápido que nuestras virtudes y triunfos. 
Jesús, que de antemano sabía lo que sucedería, le dijo a Pedro (también llamado Simón): “Simón, Simón, 
mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para 
que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:31-32). El 
resto es historia; esa noche, antes de que el gallo cantara, aquel ex pescador, el discípulo más atrevido y 
dispuesto de todos, traicionó a su amado Señor. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho “lloró 
amargamente” (v.62). 
Lo bueno es que este no fue el final de Pedro, más bien fue su comienzo. A partir de aquí su vida 
experimentaría un cambio radical. Pero tuvo que pasar por el momento difícil, ser zarandeado, y luego 
volver. 
¿Alguna vez has deseado no haber vivido alguna experiencia? ¿Poder regresar y empezar de nuevo? 
¿Borrar días del calendario de tu vida? Yo sí. Y no pocos, por cierto; pero no es posible, por mucho que 
lo intentemos. 
Sin embargo, hace unos días, mientras leía ese pasaje de Lucas 22, algo cobró vida ante mis ojos. 
Aunque hay experiencias de las que sin dudas no nos sentimos orgullosas y preferiríamos que no 
estuvieran ahí, la realidad es que al volver somos diferentes y entonces podemos fortalecer a otros, tal y 
como Jesús le dijo a Pedro. Piénsalo. ¿Quién puede hablar mejor del fracaso que aquel que lo ha vivido? 
Si tomaste decisiones erradas, ¿quién mejor para ayudar a otra persona que pudiera encontrarse en un 
caso similar? Un viejo refrán dice que fuera del agua se nada muy bien. Muy cierto, ¿verdad? 
Jesús sabía que Pedro sería zarandeado. Sabía que tú y yo lo seríamos también. Él oró por Pedro, e igual 
lo hace todavía por ti y por mí: “Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de 
Dios e intercede por nosotros” (Romanos 8:34, cursivas mías). 
Como le dijo a Pedro, nos dice a nosotros, y me permito parafrasearlo: “Cuando vuelvas a mí para 
recibir perdón y misericordia, cuando te arrepientas y retomes el camino... ve y fortalece al que está 
débil, háblale del perdón, de la misericordia, comparte tu experiencia”. 
Como madres sabemos que en muchas ocasiones nuestros hijos harán cosas de las que luego se 
arrepentirán. Volverán a nosotras para pedir perdón y llorar; y como madres esperamos también que la 
lección aprendida les sea de provecho en la vida. Dios, el Padre, sabe que como hijos haremos lo mismo; 
pero también, como todo padre, espera que volvamos a él, busquemos perdón, lloremos si es necesario, 
y aprendamos la lección para luego fortalecer a otros. 
Deja de condenarte por las experiencias que le restan belleza al historial de tu vida. Dios no se acuerda 
de ellas, lo único que espera es que las uses para que otros vuelvan. Casi que escucho a Pedro decir: 
“Amén”. 
 
 
 
23 
El Dios de las pequeñas cosas 
El 11 de septiembre de 2001 cambió muchas cosas en los Estados Unidos, y entre ellas, los chequeos de 
seguridad en los aeropuertos. Lo que antes era sencillo y rutinario, ahora es más complicado y hasta 
impredecible pues varía de un lugar a otro. 
Hace poco tuve que tomar un vuelo doméstico. Me puse en la fila para el consabido chequeo de 
seguridad y rápidamente observé que ese día estaban usando la nueva tecnología de rayos X. Reconozco 
que es necesario extremar precauciones pero confieso que me resulta embarazoso entrar en ese artefacto, 
alzar las manos y que empiecen a hacer todo el procedimiento….frente al gran número de pasajeros 
observadores. Así que me puse a orar y a pedirle a Dios que no me tocara a mí. Estaban haciéndolo 
intercaladamente. La fila avanzó y cuando llegó mi turno la oficial, con su cara nada sonriente por 
cierto, me indicó que pasara al chequeo. Salí de la fila en que estaba para esperar su señal y entrar al 
equipo de los rayos X. Por un momento pensé que el Señor había decidido no tener en cuenta mi 
petición, tan ínfima en comparación con las tantas otras que debían estar llegando a su trono en ese 
momento y que de seguro requerían atención más urgente. Cuál fue mi sorpresa cuando, estando ya 
adentro del equipo, la oficial recibe una llamada por el intercomunicador y me dice que salga a la fila 
regular, no iban a chequear a más nadie en ese punto del aeropuerto por el momento. Me imagino al 
Señor mirando desde el cielo, con una sonrisa. 
Bien, hice mi viaje y cuando venía de regreso, facturé mi equipaje y me fui al chequeo de seguridad. 
Y… ¡adivinaste! Otra vez la fila para el mismo procedimiento que en el vuelo anterior pero con un 
bastón. Aquí también estaban alternando y por la manera en que lo hacían, a mí me tocaría de nuevo. 
Volví a hacer mi oración pidiéndole al Señor que si era posible, me evitara pasar por ese momento. ¡Ni 
quería mirar casi al oficial que estaba dirigiendo el proceso para ver si “me ignoraba”! Bueno, no sé si él 
mi ignoró o no, lo que sí sé es que otra vez mi petición fue escuchada por Dios y no tuve que alzar las 
manos ni que me reconocieran con el bastón. 
¿Cuál es la razón por la que te cuento todo esto? Nuestro Dios es unDios grande, de milagros 
portentosos y poder ilimitado, pero también es el Dios de las pequeñas cosas. Es el Dios que atiende a 
nuestra voz en medio de la multitud de un aeropuerto y como un padre cariñoso nos atiende. Yo sé que 
no todas y cada una de mis peticiones van a recibir un sí, porque de lo contrario me convertiría en una 
niña malcriada y vería a Dios como el genio de una lámpara que tiene que actuar a mi antojo. Créeme 
que ya probé esa estrategia y no funciona. O tal vez no recibirán el sí porque Dios sabe que un “no” o un 
“todavía no” serán lo mejor para mi vida en ese caso. Pero sé que tengo un Dios que me escucha aún en 
las pequeñas cosas, en la rutina del diario, cuando estoy cansada y todavía me quedan horas para ir a 
dormir, cuando el tráfico está congestionado y necesito llegar temprano a un lugar, cuando el 
estacionamiento está lleno y de pronto queda un espacio vacío justo frente a mí, cuando la ropa se 
mancha de crayolas. Me gusta saber que mi Dios es así, que escucha todas las peticiones, sean grandes o 
pequeñas. Él te dice: “Clama a mí y te responderé” (Jeremías 33:3) sin ponerle condiciones a tu petición. 
Si no lo has hecho ya, te invito, incluye a Dios en tus pequeñas cosas, verás la diferencia. 
 
 
 
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¿Cuánto falta? 
“¿Ya llegamos?” “¿Cuánto falta?” “¿Está muy lejos?” Este diálogo se repitió en nuestro auto tantas 
veces durante un corto viaje que yo ya tenía deseos de bajarme e ir caminando o de salir volando por una 
ventana. Todo el que ha viajado con niños sabe a lo que me refiero. Las preguntas del principio se 
repiten interminablemente. 
Pero me pregunto cuánto en realidad cambiamos al volvernos adultos. ¿Cuántas veces en nuestra vida de 
adultos nos hacemos esas mismas preguntas, pero con otros destinos en mente? Ya no se trata de llegar a 
un punto geográfico, se trata de las metas, de los sueños, de los lugares a los que queremos llegar y nos 
hacemos esas mismas preguntas. ¿No es cierto? Y si tenemos a Dios por Padre, entonces lo agobiamos a 
él con las mismas. “¿Cuánto falta, Señor, para _____________? ¿Está muy lejos de mí esta meta? 
¿Cuándo se realizará ese sueño que he acariciado durante tantos años?” 
Lo interesante es que incluso a veces las preguntas no son con relación a cosas materiales sino a otras 
menos tangibles. Quizá hay algo que sabes que Dios te ha llamado a hacer pero no divisas en el 
horizonte ninguna oportunidad para realizarlo. Tal vez él te ha revelado algún propósito específico, pero 
tú te frustras porque no te ha dicho también el momento. A lo mejor se trata de una promesa que 
recibiste hace años y ya te inclinas a pensar que tu Padre celestial se olvidó, como tal vez pasa a veces 
con los padres terrenales. 
Bueno, déjame empezar citando las palabras que aparecen en Números 23:19: “Dios no es un simple 
mortal para mentir y cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que 
dice?” No hay manera de que Dios olvide, mienta o cambie de opinión. El único problema es que su 
noción del tiempo es muy diferente a la nuestra: “…no olviden, queridos hermanos, que para el Señor 
un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:9). 
El Señor no vive en mundo de comida rápida y atención al cliente en su propio automóvil. En este 
sentido, él va a la antigua. Se toma el tiempo necesario para cada cosa, y realmente no le interesa mucho 
si para eso se requieren dos años, doce o veinte. El asunto es que a Dios lo que más le interesa es la 
persona, tú y yo, y él sabe que para lograr cambio en nosotros, los métodos rápidos no funcionan. 
No podemos manejar mucho cuando lo poco nos abruma o no sabemos cómo hacerlo. No podemos 
dirigir un grupo de 100 cuando uno de diez se nos va de las manos. La escuela de la paciencia y la 
preparación son necesarias. Y de paso déjame decir que a mí también me resulta difícil aprobar en esa 
escuela pero he llegado a la conclusión de que mientras más luchemos por salir rápido, más se demorará 
el proceso. Dios quiere que salgamos listos para el próximo nivel pero para eso tenemos que pasar todos 
los exámenes del nivel en que estamos. 
Uno de los primeros pasajes de la Biblia que yo memoricé fue este: 
 
Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón. 
Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. (Salmos 37:4-5) 
 
La verdad es que en aquel entonces yo era muy joven y no entendía bien el significado de “deleitarse en 
el Señor” para que luego él me concediera los deseos de mi corazón. Ha sido el propio Dios quien, con 
paciencia, me ha mostrado que la primera meta de mi vida tiene que ser deleitarme en él, o como dice 
 
 
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otra versión: “Disfruta de la presencia del Señor, y él te dará lo que de corazón le pidas”. Ahí está el 
secreto para ir contento durante el viaje de la vida, sin tener que estar preguntando cada cinco minutos: 
“¿Ya llegamos?” “¿Cuánto falta?” “¿Está muy lejos?” Tu Dios no se ha olvidado de ti, pero quiere que 
aprendas primero a disfrutar de su presencia para que luego puedas disfrutar de todo lo demás. Pídele en 
este día que te enseñe cómo hacerlo y alista tu corazón para una aventura increíble. 
 
 
 
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Los días grises 
Todos tenemos días grises, donde las nubes y el sol salen por un instante y vuelven a desaparecer. No 
hace mucho yo tuve un día gris, pero era gris completo, sin nubes ni sol. En lenguaje coloquial, fue un 
día gris con pespuntes negros. Uno de esos días en que uno se siente como una hormiga. Seguro te ha 
pasado alguna vez. No creo que podamos vivir en este planeta y salir ilesas de días grises. 
Y en honor a la verdad, mi día gris no tuvo nada que ver con algo concreto. No había un problema 
específico al que pudiera culpar. Era un día gris del corazón…o de la mente. ¿Sabes quién es nuestro 
peor enemigo? Nosotras mismas. Nuestra mente es como un campo de batalla donde se libran grandes 
combates. Y por eso mi día era gris. El cielo en realidad estaba azul, espléndido, pero yo lo veía gris. Mi 
mente había hecho un nudo donde se juntaban mentiras del enemigo de nuestras almas con percepciones 
erróneas, un poco de estrés y exceso hormonal. Todo lo veía gris. ¿No te ha pasado? Nosotras las 
mujeres tenemos la facultad, si es que así puede llamársele, de unir todas las cosas y hacer un amasijo tal 
que no tiene principio ni final. Y poco a poco el peso del mundo gris me fue aplastando, y aplastando 
tanto que llegué a sentirme como la hormiga que te dije al comienzo. Me costaba trabajo ver algo, 
bueno, algo que no fuera gris. 
No creo poder describir con palabras hasta donde llegó mi angustia ese día, pero basta con decir que no 
quisiera revivirlo. La angustia se convirtió en clamor, en un clamor como el de nunca antes. 
Fue en ese momento que llegó la luz, en este caso el rayo de luz realmente tenía forma de palabras: 
“Porque yo te amo y eres ante mis ojos preciosa y digna de honra”, palabra de Dios a través del profeta 
Isaías. Sé que debo haberlas leído antes, pero aquel día cobraron vida para mí. Las leí, y las releí, y las 
leí otra vez. Las escribí en una tarjeta. Y las volví a leer. Y según las leía comencé a entender el 
“propósito” de mi día gris. 
Hasta ese momento yo no había experimentado tan profundamente ese lado de Dios, su lado 
Consolador. Pero en mi estado de hormiga en un día gris escuchar de boca del Creador aquellas palabras 
produjo un cambio en mi corazón que nada más hubiera logrado. Saber que para el Rey del universo tú, 
yo, nosotras somos preciosas y dignas de honra, ¡no hay nada igual! 
Y como si esas palabras no fueran suficientes, él me habló con estas otras: 
“…porque el Señor tu Dios está en medio de ti como guerrero victorioso. Se deleitará en ti con gozo, te 
renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos como en los días de fiesta. Yo te libraré de las 
tristezas, que son para ti una carga deshonrosa.” 
¡Qué bien me entendía Dios! La tristeza es una carga, una carga pesada de la que solo él me puede 
librar.Por eso necesito a Dios para que pelee y gane mi batalla. Por eso necesito que su amor me 
renueve. Solo la luz de su palabra pudo disipar mi día gris. Con razón dice el Salmista: “¡Su verdad será 
tu escudo y tu baluarte!”. Cuando nuestra mente y nuestro corazón nos juegan una mala pasada, la 
verdad de Dios es una armadura que nos protege. 
¿Has tenido un día así? ¿Estás teniendo un día gris? ¿Hay un nudo en tu mente, tristeza en tu corazón? 
Deja que Dios te revele su lado Consolador. Rodéate con la protección de su Palabra. Los días grises son 
prácticamente inevitables pero no invencibles si Dios, el guerrero victorioso, está en medio de ti. 
 
 
 
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En busca del tesoro 
Mientras estaba de vacaciones hace poco salí temprano una mañana con mi hija a recoger caracoles por 
la playa. El sol ya calentaba y las olas tranquilas llegaban a la orilla y nos regalaban ese sonido que tanto 
me gusta. Junto a nosotras había algunos pocos bañistas, y mientras nos inclinábamos a recoger las 
conchas, por nuestro lado pasaban otros que prefieren esa hora del día para correr y hacer ejercicios. 
Recogimos varios caracoles, los enjuagamos, nos mojamos los pies en el agua tibia del Golfo y 
regresamos a nuestra casa temporal. 
Durante el día yo pensé varias veces en otras personas que también vi en la playa esa mañana. 
Caminaban despacio, de un lado a otro, buscando en la arena algo de valor con un detector de metales. 
Pensé en ellos y también en nosotras, en mi hija y yo, caminando muy temprano, un día de vacaciones, 
en busca de lindos caracoles o algún otro regalo que el mar hubiera traído. Y pensé en mi vida cotidiana, 
en cuántas veces lucho para salir de la cama en busca de un tesoro, algo de mucho valor que Dios nos 
prepara cada día si tan solo hacemos el tiempo de buscarlo. 
David, el rey cantor de Israel, entendió desde muy temprano que hay algo muy valioso al buscar a Dios 
temprano en la mañana: 
 
“Dios mío, ¡tú eres mi Dios! 
Yo te buscaré de madrugada. 
Mi alma desfallece de sed por ti; 
mi ser entero te busca con ansias… 
con deseos de ver tu poder y tu gloria, 
como los he mirado en el santuario.” 
 
Él sabía que el mismo Dios que nos visita con tanto poder y gloria los domingos en el templo donde nos 
congregamos, nos espera también de madrugada, y ahí en el silencio y la quietud, a solas con él, nos 
revela otra vez su poder y su gloria. 
Por eso me quedé pensando aquel día, porque quiero tener la misma disposición para encontrarme con 
Él, con el tesoro más grande, cada mañana. Quiero empezar cada día con más sed de él que de la taza de 
café que tanto disfruto. Buscarle con más ansias que las que tal vez siento cuando me siento frente a este 
teclado donde ahora escribo estas palabras, o por revisar mi buzón de correo electrónico, o ver las 
últimas noticias de amigos en Facebook. 
Buscar a Dios en la mañana no es un ritual, si así lo hago, o si lo hago para marcar algo más en mi lista 
de cosas por hacer, perdí todo el sentido del encuentro. Es una cita con un Amigo especial a quien 
quiero conocer más cada día y de quien a la vez dependo para poder enfrentar lo que sea que tengo por 
delante. 
¿Y por qué en la mañana? Porque quiero regalarle lo mejor de mí, en la noche el cansancio me vence y 
mi mente ya no está alerta. En la mañana, antes de que los afanes del día ocupen todo mi tiempo. 
El día en que recogí caracoles con mi hija en realidad el mayor tesoro que me llevé fue el tiempo que 
pasé con ella, la alegría de ver sus ojos iluminarse cuando encontraba una concha especial. Y sobre todo, 
escuchar sus palabras al final: “Mami, gracias por venir conmigo a buscar caracoles”. Fue el tiempo que 
 
 
28 
le dediqué lo que hizo que yo pudiera llevarme ese tesoro. Con Dios me pasa igual, cuando dedico 
tiempo a estar con él también me llevó un tesoro y sé que en su rostro hay una sonrisa porque igual que 
mi hija, él estaba esperando el momento y disfrutó el tiempo que pasamos juntos. ¿Ya buscaste tu tesoro 
hoy? 
 
 
 
29 
Hoy no es mi día 
Uno de “esos” días. 
Para comenzar, me levanté cansada por haberme acostado muy tarde la noche anterior. Aunque quería 
andar rápido, mi cerebro iba en cámara lenta. No salimos de la casa a la hora necesaria y llegar a la 
escuela con los niños puntualmente sería un desafío en el tráfico tan complicado de la mañana. Pero 
llegamos. Me dispuse a regresar rápido, tengo tanto que hacer hoy que las 24 horas se quedarán cortas. 
Ya había avanzado bastante en el camino de vuelta a casa cuando suena el teléfono con un aviso de mi 
calendario: ceremonia de premiación en la escuela. ¡Oh, no, se me había olvidado! 
Un giro en “u” para regresar. Ahora tengo todavía menos tiempo disponible. Llegué a la escuela, 
estacioné el carro y a esperar que llegara la ceremonia, dentro de media hora. ¡Sorpresa! Cambiaron la 
ceremonia de día….será la semana que viene. ¿En serio? 
Volví a subirme al auto para regresar a casa, por segunda vez. Y mientras manejaba pensé: 
Definitivamente, hoy no es mi día. De inmediato el Señor me contestó con su Palabra: “Este es el día que 
ha hecho el Señor”. ¿Te ha pasado? Todo parece ir en nuestra contra y entonces enseguida pensamos o 
decimos: “hoy no es mi día”. ¿Sabes algo? Es verdad, no es tu día, no es mi día. Es el día que ha hecho 
el Señor. Antes de que tú y yo nos levantáramos, incluso antes de que saliera el sol, ya Dios sabía lo que 
este día traería. 
Muchas veces comenzamos a vivir nuestras 24 horas tan enfocadas en las cosas que tenemos por 
delante que nos resulta difícil reenfocarnos y recordar que no es nuestro día, es el día que el Señor hizo, 
que nos regaló y que nos da la oportunidad de vivirlo. Ese pasaje bíblico que cité es de un Salmo y dice 
así: 
 
Éste es el día que el Señor ha hecho; 
y en él nos alegraremos y regocijaremos. 
(Salmo 118:24) 
 
Podemos ver el pasaje de dos maneras. La primera, el día lo hizo el Señor y nos alegraremos y 
regocijaremos en ese día porque Dios lo hizo. La segunda manera, nos regocijaremos en el Señor, el 
autor del día. De cualquier modo estamos reconociendo que Dios tiene la soberanía sobre nuestro tiempo 
y que en su misericordia él nos permite vivir cada día. El profeta Jeremías lo entendió muy bien: “Cada 
mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!” (Jeremías 3:23, NVI). Dios no 
escatima su bondad para con nosotros. Al contrario, las renueva cada mañana. 
¿Cuál es entonces nuestra mejor manera de responder? Alegrarnos y regocijarnos aunque nos parezca 
que el día empezó al revés. 
 
Señor, ayúdame a recordar que en verdad hoy no es mi día, es tu día. Tú lo hiciste, lo tienes bajo 
control y tu misericordia se ha renovado una vez más. Hoy quiero alegrarme en ti y en este día que has 
hecho. Gracias por ese regalo. En el nombre de Jesús, amén. 
 
 
 
1 
Sobre la autora 
¡Gracias por leer este libro y visitarme en www.wendybelloblog.com! Mi pasión es llevar a otras 
mujeres a descubrir, en la Palabra de Dios, que la vida que él diseñó es plena y abundante. Fue esa 
pasión lo que me llevó a comenzar el ministerio mediante ese blog. Le pido a él que lo utilice para 
bendecir tu vida. 
Soy parte del equipo hispano de Proverbios 31, un ministerio cuya meta es llevar ánimo a la mujer del 
siglo XXI, en medio de todas las tareas y responsabilidades que rodean su vida, y hacerle crecer en su 
relación con Cristo. 
También puedes encontrarme en Facebook.com/wendybelloblog

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