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EL SENTIDO CRUCIFICADO UNA TEODICEA TRINITARIA Werner Thiede Werner Thiede Werner Thiede nace en Gunzenhausen (A le mania), en 1955. O rdenado en 1984, es pastor de la Iglesia evangé lico -lu te rana en Baviera. Actual- menle traba ja com o asesor teo lóg ico del obispo regional de Ratisbona y como ca tedrá tico de leo- logia sistemática en la facu ltad teo lóg ica de la uni versidad de Erlangen-Núremberg. Entre sus pub licac iones podemos citar: Aufer- stehung der Toten - Hoffnung ohne Attraktiv itáf? Grundstrukturen chr is f i icher Heilserwortung und ihre verkannte re l ig io n sp a d a go g isch e Relevonz (1991); Scientology - Religión oder Geisfesmogie? (1 995); Die mit dem Tod spielen. Okkuitismus - Rein- karnation - Sterbeforschung. (1994); Sektiererfum. llnkraut unter dem Weizen? (1999); Wer ist der kos- mischc Christus? Karriere und Bedeutungswandel t ' inor m odernen M etapher (2001); Theologie und i >/o/17<. Eine gegenseitige Herausforderung (2007). n° 1 76 ¿Cóm o puede permitir D ios tantas desgracias? ¿Cóm o es posib le seguir creyendo en él, tras las ca tástrofes, el sufrim iento y el fracaso que existen en el mundo? La actual reflexión teológica trata de abrir y re correr nu evos cam in os en busca de una respuesta convincente a esta serie de interrogamos que, desde que el hombre es hombre, reclaman una palabra ver dadera. lal vez com o nunca, el pensam iento creyen te necesita acercarse a los infortunios que padecen los humanos, pues sólo desde una teología realista y tle nuevo cuño podrá superarse el m utism o ante las desgracias y .sufrimientos. ¿lian de ser D ios y el sufrim iento, necesaria m ente. «con cep tos a n tité ticos que ‘ningún mortal puede conciliar"? ¿Un enigm a por tanto, una para doja. un m isterio perdurable? ¿O están am bos, Dios y el sufrim iento, estrecham ente, quizá sorprendente mente unidos? I.a cruz com o sím bolo de la religión cristiana apunta exactam ente en esa dirección: re duce D ios y sufrim iento a un denom inador com ún. No hay aquí ni enigma sagrado ni secreto esotérico, lín Jesús el Cristo, ha hablado D ios y ha contestado a las m ás profundas y ú ltim as preguntas» (W erner Thiede) li'enier Thiede es catedrático de teología sistem ática en la universidad de Brlangen-Núrem berg y pastor de la Iglesia evangclico-lutcrana en Baviera. Verdad e Imagen VERDAD E IMAGEN 176 Colección dirigida por Ángel Cordovilla Pérez WERNER THIEDE EL SENTIDO CRUCIFICADO Una teodicea trinitaria EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2008 Al profesor Dr. Walter Spam en señal de gratitud. Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín Tradujo Manuel Olasagasti Gaztelumendi del original alemán D er gekreuzigte Sinn. Eine trinitarische Theodizee © Gütersloher Verlagshaus, Gütersloh 2007 © Ediciones Sígueme S.A.U., 2008 Cf García Tejado, 23-27 - 37007 Salamanca / España Tlf. (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: ediciones@sigueme.es www.sigueme.es ISBN: 978-84-301-1674-4 Depósito legal: S. 471-2008 Impreso en España, / Unión Europea Imprime: Gráficas Varona S.A. Polígono El Montalvo, Salamanca 2008 CONTENIDO Prólogo ................................................................................... 9 I. Teodicea y escepticismo 1. ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? ........................ 13 2. La justicia de Dios, cuestionada por el sentimiento moderno del absurdo........................................................................ 37 3. La bondad de Dios, cuestionada por la teodicea de Nietzsche . 69 II. La autoalienación de Dios Padre 4. Creer en el mundo imperfecto como creación..................... 105 5. La paternidad de Dios: el misterio de su autotrascendencia .. 125 6. La omnipotencia de Dios: creíble a pesar de su autoalienación 141 III. La autoalienación de Dios Hijo 7. La encarnación del Logos: perspectivas neotestamentarias .. 163 8. La «autoalienación del Hijo», repensada en el siglo XIX .... 179 9. Cruz y resurrección: solidaridad viva de Dios con el sufri miento del mundo .............................................................. 193 IV La autoalienación de Dios Espíritu 10. El espíritu alienado como idea filosófica y teosófica ........ 225 11. El retorno de la idea de alma cósmica en científicos mo dernos .............................................................................. 245 12. La autoalienación del Espíritu santo a la luz de la teología reciente............................................................................ 263 Bibliografía............................................................................. 289 índice de nombres................................................................... 307 índice general......................................................................... 315 mailto:ediciones@sigueme.es http://www.sigueme.es PRÓLOGO Quien plantea la cuestión de la teodicea nunca lo hace sólo con la cabeza, sino también con el corazón. Sucede que cuanto más corazón tiene una persona, más apremiante le resulta la pre gunta de la teodicea: ¿qué relación existe entre Dios como bon dad pura y la imperfección de todo lo creado? Una imperfección que no admite discursos melifluos ¡a la vista de las indecibles ca tástrofes y de todo género de sufrimientos que vemos y sufrimos! El título de este libro -E l sentido crucificado- indica ya que no hay lugar para tales discursos. Nos confronta con el sufrimien to en su versión más honda. La pregunta es más seria que cualquier otra. Definirse ante ella constituye siempre un reto existencial. Por eso este libro pretende interesar al corazón, más allá de la cabeza. Lo intenta por la vía de la argumentación teológica, una argumen tación que no persigue sólo el asentimiento intelectual, la enmien da de disonancias cognitivas, sino la mudanza del corazón en su desesperada incapacidad para creer o en su fe agónica. Puede ocurrir a veces que los argumentos no hagan mella por rendición del corazón más que por fracaso de la cabeza. Pero es posible igualmente alcanzar, contra toda expectativa, una com prensión que ilumine o renueve el interior de alguien bajo el sig no de una razón guiada por el Espíritu de Cristo (2 Cor 10, 5). El que indaga en serio la verdad del mensaje sobre el amor de Dios, frente a todo aquello que hace mofa de él, debe contar con que, en el proceso reflexivo, el rayo amoroso le alcance, impresione y conmueva. Es lo que persigue este escrito de principio a fin. Así, este escrito pretende ser científico en toda regla y, al mis mo tiempo, diferente y más que eso. Cuando se busca una com prensión profunda, no hay que descuidar la inteligibilidad. Me in 10 Prólogo teresa subrayar esto frente a todos aquellos que en esta cuestión quieren dar la palabra en exclusiva, si fuera posible, a la intuición, al sentimiento religioso. Una comprensión integral no puede pa sar por alto la inteligencia. Por eso el problema de la teodicea de be abordarse asiéndolo por los cuernos: con el intelecto. No es esto un «manual» de teodicea que repasa por orden los principales capítulos del tema en la historia de los dogmas, utili zando una bibliografía lo más completa posible. Se trata más bien de un discurso riguroso, desarrollado al nivel del debate moderno, con el fin de hacerlo avanzar. Intento dilucidar un tema tan bási co de un modo poco habitual. Subyace una labor de reflexión teo lógica de más de un cuarto de siglo, que no sólo me ha permitido llevar a cabo -muy a contrapelo del «espíritu de la época»- el pro yecto de una teodicea lo más convincente posible, sino enfocarla en línea trinitaria. En su centro está el tema de la autoalienación divina a partir del Espíritu de amor. Un día, nuestro hijo Johannes, de siete años, se nos agregó si giloso cuando veíamos un documental sobre la quema de brujas en la Edad Media. Recordando «Hansel y Gretel», preguntó estu pefacto a su madre: «¿Qué pasa?¿Es que hace siglos había brujas de verdad?». Mi esposa contestó: «No, la gente creía que eran brujas; pero eran personas normales». «¿Y las quemaban? ¡Pobre Dios mío! Así que Dios las creó y luego las quemaban...». Esto pueden entenderlo ya alumnos de primaria: Dios tiene motivo para sufrir con su creación. El símbolo cristiano de la cruz viene a demostrar que Dios lo hace con buena voluntad. Por qué lo hace, de eso trata este libro. Tengo que agradecer de corazón al doctor Wolfram Mirbach su ayuda en la corrección de pruebas, al señor Diedrich Steen su esmerada revisión del original, y a mi familia el haber comparti do conmigo este proyecto. Debo una gratitud especial al profesor Dr. Walter Sparn: me orientó con interés en mis trabajos de oposición a cátedra en Er langen, y acaba de cumplir 65 años. Cuando, además, hace más de un cuarto de siglo publicó un libro de teodicea y a partir de en tonces varias disertaciones y artículos sobre la materia, me sobran motivos para dedicar este libro a mi maestro. TEODICEA Y ESCEPTICISMO Dios hizo el mundo de la nada. Así consta en la Biblia. Pero a veces me viene la sospecha de que Dios hace del mundo una nada. Heinz Erhardf ’ Heinz Erhard, «Nichts», en Id., Das grosse Heinz-Erhard-Buch, Hannover 41970, 268. ¿PERPLEJOS ANTE EL PROBLEMA DE LA TEODICEA? ¿Por qué permite Dios el sufrimiento en su creación? ¿Cómo puede haber querido Dios un mundo tan imperfecto, lleno de do lor y de injusticia? ¿No es la realidad dolorosa razón suficiente para cuestionar radicalmente la existencia de un Dios creador? Una teología que quiera ser razonable ¿no tendría que descartar la idea de un Dios «todopoderoso»? Preguntas como éstas tienen su peso. Suelen brotar no sólo de la cabeza, sino también de las entrañas, de una experiencia exis- tencial sobresaturada. Se trata del núcleo de la cosa, del centro de la fe, del meollo de la teología. Está enjuego la idea misma de Dios1. Desde que el filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leib niz acuñó el concepto de «teodicea» o justificación de Dios ante un mundo que sufre, se habla del «problema de la teodicea»: ¿De dónde viene el mal, si Dios existe? ¿Dios y el sufrimiento pueden 1. Walter Sparn observa: «La cuestión de la teodicea, si se entiende como pregunta por la justificación de Dios ante la desgracia o la injusticia, no es co mún a todos los humanos» («Trugjur Gott»? Zur Frage, ob es im Theodizeepro- blem um Gott oderum den Menschen geht: Luther 77 [2006] 32-51, aquí 36). Sin duda la cuestión de la teodicea ha encontrado una figura característica en el con texto teísta y especialmente cristiano, y aquí de nuevo en relación con la filoso fía occidental. Pero se agrava en una y otra forma, quizá a menudo sólo latente, allí donde se tiene consciente o inconscientemente una idea de Dios, sobre todo al abordar el sufrimiento en clave religiosa (incluso el budismo debe su respues ta negativa a la conciencia de la problemática de la teodicea). En ese sentido, ape nas cabe negarle al problema de la teodicea unos «rasgos humanos generales». 14 Teodicea y escepticismo ser reducidos a un común denominador? ¿De qué manera?2 Se gún el médico Georg Büchner, el problema de la teodicea o, más simplemente, la experiencia humana del mal y del sufrimiento, es «la roca del ateísmo»3. Así es, en efecto. Mientras escribo esto, estoy recordando a un conocido mío que, desde la muerte repen tina de su esposa, vive amargado y no quiere ni oír hablar de Dios. Pienso en todos los prójimos lejanos que han perdido no sólo su patria y su trabajo, sino también a muchos parientes a causa de catástrofes naturales4. Casi mil muertos se cobró un tsunami en Indonesia, el verano de 2006. Numéricamente fue cosa de nada en comparación con las 300.000 víctimas aproximadamente de finales de 2004, producidas por el maremoto que irrumpió sobre numerosas playas surasiáticas, conocido intemacionalmente, en tiempo récord, con el nombre de «tsunami»; fue la mayor de las catástrofes naturales, más de setecientas, de aquel año5. Varios miles de muertos trajeron consigo poco después, y en intervalos asombrosamente breves, los huracanes «Katrina», «Rita» y «Stan» en Sudamérica y Centroamérica. Más de 40.000 fallecidos hubo que lamentar al poco tiempo tras un fuerte terremoto en Pakistán. Y todas estas catástrofes de los últimos años han dejado un nú mero mucho mayor de damnificados físicos y psíquicos. «Dios es grande», exclamaron fieles musulmanes cuando en Pakistán fue 2. Ya la formulación que Epicuro hace del problema, transmitida por Lactan- cio (De ira Dei 13, 20s), hizo historia: «O Dios quiere erradicar el mal y no pue de, o puede y no quiere, o no puede ni quiere, o puede y quiere. Si quiere y no puede, Dios es débil, lo que no cuadra a Dios. Si puede y no quiere, Dios es en vidioso, lo que igualmente es ajeno a Dios. Si no quiere ni puede, Dios es tan en vidioso como débil, y entonces tampoco es Dios, Pero si quiere y puede, lo úni co digno de Dios, ¿de dónde vienen los males y por qué él no los erradica?». A la luz de la correspondencia de los tres factores -omnipotencia de Dios, bondad de Dios y existencia del sufrimiento-, cabe hablar también de «trilema de teodicea» (cf. Martin Hailer, Glauben und Wissen. Arbeitsbuch Theologie und Philosophie, Góttingen 2006, 95). 3. Georg Büchner, Dantons Tod. Ein Drama (1853), en Id., Gesammelte Wer ke, München s.a., 50 (versión cast.: La muerte de Danton. Woyzeck, Madrid 1993). 4. Cf., por ejemplo, Gerald Deckart y otros, Katastrophen, die die Welt er- schütterten. Dramatische Ereignisse, faszinierende Bilder, packende Berichte, Stuttgart 1981. 5. Cf. D. Neufeld (ed.), Todesflut im Parodies. Wo war Gott am 26. Dezem- ber 2004?, Witten 2005. ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 15 rescatado de los escombros, a los tres días, un niño gravemente herido. Pero cuántos podrían preguntar en voz alta o baja: ¿Dón de estuvo Dios para haber sucedido todo esto?6 Habría que recordar especialmente las inmensas catástrofes de índole moral: las bombas atómicas lanzadas en Japón y los aten tados terroristas del siglo XXI7 hacen inexcusable la pregunta so bre un Dios capaz de permitir eso y otros muchos crímenes hu manos. ¿Cabe plantear siquiera la cuestión de Dios ante tanto mal y tanto sufrimiento? ¿No se ha liquidado por sí misma, en la di rección de Büchner?8 1. El sufrimiento: ¿Se justifica con el Dios de amor? El que infiere esa conclusión tendrá que reconocer que se plan teó secretamente la pregunta y la contestó de modo negativo. Tal pregunta no tiene por qué referirse necesariamente al Dios que adora el cristianismo. ¡Aunque el Dios de la fe cristiana suscite más que ningún otro la cuestión de la teodicea! Pues el cristianis mo lo concibe expresamente como Dios de amor: «Dios es amor», dice literalmente, dos veces consecutivas, la primera Carta de Juan (4, 8.16). Es un calificativo absolutamente insólito en el campo de las religiones, posible sólo en el contexto de la venida, muerte y resurrección de Jesucristo. Cierto que la expresión «el buen Dios» hace tiempo que perdió interés y fuerza luminosa en la cultura cristiana. Pero nunca fue algo evidente. Precisamente en su entor no, la pregunta de la teodicea adquiere una razón de ser específi ca, un rigor incisivo. El credo cristiano describe a este buen Dios, en la Confesión apostólica, como ¡«Padre todopoderoso»! 6. Es digno de leerse Heinzpeter Hempelmann, Endzeit in Sicht? Erdbeben - und was die Bibel (nicht) dazu sagt, en D. Neufeld (ed.), Todesflut, 213-236. 7. Cf. mi artículo Terror & Religión. Anmerkungen zur Islamismus-Debatte: Zeitschrift fiir Evangelische Ethik 46 (2002) 194-204. 8. Gerd Neuhaus (Frommigkeit der Theologie. Zur Logik der offenen Theo- dizeefrage, Freiburg i.Br. 2003,25) sostiene, en cambio, que la cuestión de la teo dicea es de índole moral y, por ello, difícil de solventar. Hailer hace notar bási camente que su raíz esreligiosa y que incluso constituye sin duda «un núcleo de experiencia religiosa y de interpretación teológica» (Glauben und Wissen, 93). 16 Teodicea y escepticismo Por eso el Antiguo Testamento no plantea aún el problema de la teodicea con tanta virulencia. Allí Dios no es todavía el Padre amoroso de los humanos que predica el cristianismo. Más bien, por ejemplo, el profeta Amos es capaz de preguntar: «¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande Yahvé?» (Am 3, 6). El li bro de las Lamentaciones formula ante un gran desastre: «¿Quién podrá decir que eso sucediera sin la orden del Señor, y que el mal y el bien no salen de la boca del Altísimo?» (Lam 3, 37-38). Son, en todo caso, afirmaciones más bien cautelosas: ¡en forma de pre gunta! El orante piadoso puede formular por su parte: «La bondad de Dios llena la tierra» (Sal 33,5). Lo cierto es que el Antiguo Tes tamento no define a Dios como «amor». Sin embargo, está ya en camino hacia el Nuevo. Se deja traslucir esto, por ejemplo, cuan do en el pasaje de Lamentaciones se dice de Dios: «Pues él no se complace en humillar ni afligir a los hombres» (Lam 3, 33). Jesús predica algo parecido en el sermón de la montaña: el Pa dre del cielo «hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llo ver sobre justos y pecadores» (Mt 5, 45). Pero los calificativos bueno y malo van referidos aquí a los hombres, no a Dios. En esa línea Jesús contesta muy crítico cuando, tras la caída de una torre en Galilea, con el saldo de varios muertos, le formulan la pregun ta de la teodicea: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás por haber padecido estas cosas?» (Le 13, 2). ¿Adopta Dios una actitud de distancia ante la dicha y la des gracia? ¿Debería situarse más allá del bien y del mal? Jesús, que dio testimonio del amor de Dios como ningún otro, no pudo pen sar así. Baste recordar su dicho: ni un solo gorrión cae al suelo «sin vuestro Padre» (Mt 10, 29). Eso dice el texto literalmente, y no «sin que Dios lo sepa», ni «sin que Dios lo quiera», como for mulan varias versiones con afán complementario. No; según Je sús, Dios mismo -el Padre, el «buen Dios», s í- queda afectado, no sólo en lo cognitivo sino también afectivamente, en su propio ser, cuando sobreviene el sufrimiento a la más pequeña de sus criaturas. Este caso lo he vivido yo concretamente. Cerca de una parada de autobús vi un gorrión yerto, atropellado en la calzada; sus plumas aplastadas se agitaban al viento que producían los co ¿Perplejos ante el problema de ¡a teodicea? 17 ches al pasar. Me asusté observando que no era sólo el viento lo que agitaba sus alas: el pobre volátil vivía aún y palpitaba desva lido. En ese momento llegó el autobús que yo iba a tomar y puso fin a aquel sufrimiento. La sentencia de Jesús se me cruzó en la memoria: tan concreto el sufrimiento de su criatura; millones, mi les de millones de veces al día en este mundo, sufrimiento grande o pequeño. ¡Y nada de eso acontece «sin Dios»! Jesús, con su caminar al patíbulo de la cruz, se pronuncia deci didamente por esta com-pasión de Dios. La cruz pasó a ser, por su medio, el símbolo del Dios compadeciente9. Pero ¿cómo armoni za esto con el discurso sobre el Dios todopoderoso, soberano del universo por él creado? El neotestamentarista Günter Klein, en un artículo «Sobre el gobierno universal de Dios», mostró exegética- mente que «la cristiandad primitiva entendió el gobierno universal de su Dios» simplemente como un acontecimiento particular y provisional que anticipaba el futuro de la creación consumada10. En este sentido, el cristianismo primitivo concibió también la «so beranía de Cristo» como un «puro acontecer verbal» en medio de un mundo siempre rebelde frente a Dios. La perspectiva neotesta- mentaria, por tanto, viene a decir: «La historia universal ha discu rrido siempre de modo independiente, convertida en superpoten- cia terrorista... La historia no fue nunca... transparente al reinado universal de Dios». Es verdad que Dios irrumpió «poderosamen te en la historia, al fundar una comunidad dedicada a la alabanza divina como ámbito de su paz en esta tierra. Fuera de este ámbito de poder... una humanidad inquieta trabaja incesantemente en la gestación de una historia universal abocada a las catástrofes»11. En suma: el «reino de Dios» anunciado por Jesús es objeto, a es cala universal, de una esperanza en el futuro que aflora ya en la petición «venga a nosotros tu reino» del padrenuestro. El Nuevo Testamento no presupone en modo alguno un reinado de Dios so- 9. Cf., por ejemplo, M. Hailer, Glauben und Wissen, 109. 10. Cf. Günther Klein, «Über das Weltregiment Gottes». Zum exegetischen Anhalt eines dogmatischen Lehrstücks: ZThK 90 (1993) 251-283, especialmen te 260ss. 11. G. Klein, «Über das Weltregiment Gottes», 263, 266 y 271. 18 Teodicea y escepticismo bre la creación; a Dios no se le puede considerar en absoluto co mo «el dueño de la naturaleza, de la cultura, de la historia»12; al contrario, en varios pasajes se califica al diablo como «jefe de es te mundo» (por ejemplo, Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11; además, Ef 2, 2; 6, 12; 1 Cor 2, 6). Cierto que Dios es «el Señor del cielo y de la tierra» (Hch 17,24); pero «ejerce calladamente su señorío», co mo formuló Martín Lutero en su canto «Nun freut euch lieben Christen gmein» (Alegraos juntos, queridos cristianos). Como se sabe, Lutero habló tajantemente del «Dios oculto»... y lo yuxta puso -con cierta ambigüedad- al Dios revelado en Jesucristo13. Eso del Dios oculto y su actuar sigiloso ¿puede acallar la inda gación crítica? Es inevitable preguntar cuál puede ser el motivo de que Dios aparezca hoy más bien como impotente, para mostrar su omnipotencia en el futuro de la creación consumada. La Biblia no da información al respecto en el plano «especulativo» o «dogmá tico». Es verdad que hay en ella indicios, noticias que suenan a paradoja; mas no tratados filosóficos ni teológicos. Esto último tampoco sería muy acorde con el género literario de la Sagrada Escritura14. ¿Quiere esto decir que hoy día el problema de la teodicea debe dejarse de lado en un gesto piadoso o despiadado? ¿La indagación racional es poco recomendable, arrogante, inmodesta a los ojos de 12. Pero así sostiene Welker, en John Polkinghorne - Michael Welker, An den Lebendigen Gott glauben. Ein Gesprach, Gütersloh 2005, 49. Para Welker, Dios como creador es el poder que «constituye, ordena, regula y configura» el contexto viviente de toda existencia creatural» {ibid.). El Espíritu santo de Dios es, en consecuencia, el «poder con el que Dios guía y dirige desde el cielo los destinos en la tierra», destinos que «se pueden conocer en la bondad y fidelidad de Dios entre nosotros y en la creación» (p. 55; cf. no obstante 122). 13. Cf. Bernhard Lohse, Luthers Theologie in ihrer historischen Entwicklung und in ihren systematischen Zusammenhang, Gottingen 1995, 232ss; también Thomas Reinhuber, «Deus absconditus». Luthers Bearbeitung des Theodizeepro- blems: Luther 77 (2006) 52-69. Hasta qué punto el ocultamiento y la revelación de Dios representan dos caras de su realidad, lo mostrará el capítulo 12 en perspecti va pneumatológica. 14. Por eso es equivocado afirmar con Dietz Lange: «La religión del Anti guo y del Nuevo Testamento pone, en lugar de una respuesta a la pregunta de la teodicea... la negativa categórica: el silencio de Dios» (Glaubenslehre I, Tübin gen 2001, 412). ¿Perplejos ante e l problema de la teodicea? 19 Dios? ¿Hasta hoy no nos resta otra cosa, teológicamente hablando, que reconocer humildemente al final, con Job15 -después de todas las quejas y acusaciones a Dios-: «Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti... Así hablé, insensatamente, de cosas que me superan y que ignoro» (42, 2-3)? ¡No! El filóso fo Michael Theunissen lo explica perfectamente: «Es muy fácil soslayar esta cuestión con el pretexto de que no corresponde a los humanos erigirseen jueces de un Dios que es su Juez. Porque el problema subsiste aunque le quitemos el velo que le pone su for mulación judicial. Debemos abordarlo con absoluta seriedad»16. Guardar una piadosa modestia en el problema de la teodicea es, en el fondo, permanecer en el horizonte del Antiguo Testamen to17. El reto, la oportunidad de una respuesta auténtica y profunda, es incomparablemente mayor en el Nuevo Testamento. Precisa mente al hilo de sus reflexiones sobre la muerte en cruz de Jesús, el apóstol Pablo habla de «sabiduría para adultos en la fe» (1 Cor 2, 6). Cierto que la sabiduría divina queda «oculta en el misterio» para el mundo increyente (2, 7); pero Dios otorgó la revelación a los creyentes «por medio de su Espíritu; porque el Espíritu lo son dea todo, incluso lo profundo de Dios» (2, 10)18. ¿Y no se habla 15. A Werner Brándle no puede convencerle la «teología del libro de Job» (Das Ende der Theodizeefrage?, en M. Nüchtem [ed.]: Warum lasst Gott das zu?, Frankfurt a.M. 1995, 64-83, especialmente 71). Se muestra más bien critico Timm Lohse, Hiob. Die glaubwürdige Geschichte eines aufrechten Menschen, Neukirchen-Vluyn 2005. 16. Michael Theunissen, Philosophischer Monismus und christliche Theolo gie-. Zeitschrift fur Theologie und Kirche 102 (2005) 397-408, aquí 400. 17. Esto es igualmente válido cuando se intenta distinguir, con Martín Lute ro, entre la luz de la naturaleza, la gracia (o la fe) y la gloria eterna, para permi tir solamente lo primero y lo segundo para nuestro presente cristiano, y «renun ciar así a pretensiones de expectativas de una respuesta universal»: «La fe no es estar en el secreto de todos los misterios de Dios» (Jan Bauke, Gottes Gerechtig keit? Hinweise zur Theodizeeproblematik: Zeitschrift fur Theologie und Kirche 102 [2005] 333-351,345 y 347). Sobre todos lós misterios de Dios no, desde lue go; pero... ¿por qué no sobre unos misterios centrales que implícita o explícita mente han llegado a ser objeto de su revelación en Jesucristo? Para Pablo, ¡fe y gloria se relacionan ya, no sin razón, estrechamente (2 Cor 3, 18)! 18. Como señala Gerd Theissen, profesor de Nuevo Testamento en Heidel- berg, haciendo una exégesis luminosa de este pasaje, Pablo, en su «revelación ex tática», cuyo origen parece haber sido un grupo interno de la comunidad como lugar del lenguaje sapiencial inspirado, prolonga la predicación de la cruz en 20 Teodicea y escepticismo en la Carta a los colosenses de la «riqueza que da la plena com prensión, el conocimiento del misterio de Dios» (2, 2)? Por eso confiesa Theunissen: «Especialmente la teología cristiana alber ga, a mi juicio, un potencial que cabe aprovechar para conocer la situación del mundo, y permite comprenderla mejor que cual quier ideología en competencia»19. 2. ¿El mejor de todos los mundos posibles? La fe cristiana viene del conocimiento: Dios abrió su corazón, se manifestó en su esencia por medio de Jesucristo. Su Espíritu ilumina los corazones de los creyentes, les infunde la certeza de su amor y enciende en ellos una esperanza perdurable. El que en es te contexto sigue diciendo que el intento de conciliar el concepto de Dios y el concepto de sufrimiento escapa a cualquier explica ción teológica, está demostrando que no es un teólogo de la cruz precisamente. Porque la cruz no pide en modo alguno una humil de adhesión al «no saber» en esta ardua cuestión; viene a expresar más bien, a la luz de la resurrección de Jesús, que ahora podemos afirmar con plena certeza que Dios y sufrimiento ¡han de confluir en un denominador común! No hay aquí un encogerse de hombros sino una respuesta, no un silencio20 sino una palabra que interpe la. No rige aquí el «prohibido pensar» ni el «prohibido pregun tar»; al contrario. Aquí sopla el Espíritu, que trata de penetrarlo todo, también el corazón y la inteligencia. El hecho de que esto no 1 Cor 1 de forma muy determinada: «En la ‘predicación inicial’, el cristiano se ve sobrecogido por el símbolo de la cruz. Pero sólo comprende aquello que le so brecoge mediante la ‘doctrina de la perfección’. Tanto el inmaduro como el per fecto quedan afectados por la misma revelación; pero sólo el perfecto compren de lo que se realiza ante él y dentro de él» (Psychologische Aspekte pauiinischer Theologie, Góttingen 1983,349). 19. M. Theunissen, Philosophischer Monismus und christliche Theologie, 402; similar M. Hailer, Glauben und Wissen, 93 s. 20. Frente a D. Lange, Glaubenslehre, 412. Ulrich H. J. Kórtner subraya muy acertadamente que «el silencio de Dios, cuya experiencia es innegable, no puede desmentir su habla» (Der verborgene Gott. Zur Gotteslehre, Neukirchen- Vluyn 2000, 96). ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 21 figure aún en el Nuevo Testamento en forma de reflexiones rigu rosas, académicas, no significa de ningún modo que esté vetado. Tal reflexión es incluso obligada si pertenece a ese entorno vital donde la noticia sobre Jesucristo pugna por abrirse paso en una determinada época. Este proceso tuvo lugar de modo concreto e inevitable en la historia de la Iglesia y de los dogmas, cuando el Evangelio se había introducido más profundamente en el mundo dominado por la cultura griega y romana. De ahí que también el formato de la doctrina trinitaria, que en el Nuevo Testamento só lo aparece sugerida, aunque su núcleo esté muy presente, única mente alcanzase su pleno desarrollo a partir del siglo II. En todo caso, el espíritu de la filosofía griega hizo que la imagen cristia na de Dios quedase desteñida en dirección dudosa respecto a la cuestión de la teodicea. En pocas palabras: concibieron a Dios de un modo más estático, más inmóvil en su «absolutidad», de lo que sugieren los escritos bíblicos. El axioma metafísico de la supues ta «inmutabilidad de Dios»21 bloqueó durante muchos siglos los caminos teológicos para facilitar de modo adecuado una respues ta a la pregunta por la relación entre Dios y sufrimiento. Habrá que suponer incluso que el consiguiente debilitamien to de la creencia en Dios hizo que, al menos desde que las doctri nas eclesiales fueron perdiendo fuerza persuasiva y, por ende, in fluencia a causa de las guerras confesionales, quedasen abiertas todas las puertas a la era de la Ilustración. No fue difícil relegar entonces por la vía filosófica a un Dios impreciso, nada «próxi mo» con su poderío, sino cada vez más lejano. Cuando el filóso fo cristiano Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) redactó su célebre ensayo Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad hu mana y el origen del mal (1710), ya había sucedido eso en nom bre de la libertad... y, por cierto, mucho más en interés de la au- 21. Proliferan mientras tanto los estudios en profundidad; por ejemplo Heri- bert Mühlen, Die Verándlichkeit Gottes ais Horizont eines zukünftigen Christolo gie, Münster 1969; Frank Meessen, Unverándlichkeit und Mensckwerdung Gottes. Eine theologie-geschichtlich-systematische Untersuchung, Freiburg-Basel-Wien 1989; Roland Faber, D er Selbsteinsatz Gottes. Grundlegung einer Theologie des Leidens und der Veránderlichkeit Gottes, Würzburg 1995. 22 Teodicea y escepticismo tonomía humana que de la teonomía divina22. Para Leibniz, en efecto, el tema de la justificación de Dios sólo guardaba una rela ción funcional con la teoría del hombre racional. «Pues ¿en qué acaba el apasionamiento de la Ilustración por la libertad, si resul ta que el ser humano debe ser considerado como la causa del mal y del sinsentido? ¿Y en qué acabaría la razón humana si hay en su centro una contradicción insoluble?»23, Leibniz había intentado explicar el mundo real con sus males físicos y morales como el mejor de todos los mundos posibles, el mejor que Dios pudo ha ber creado. Leibniz explica el mundo, por tanto, como algo cons tituido de tal forma que remite necesariamente a su Creador24. El mundo fáctico se justifica al quedar excluidas todas las otras po sibilidades. Eso, sin embargo, no puede seruna justificación de Dios convincente y realmente consoladora. Leibniz cometió un error típico de la «nueva era»: consideró implícitamente su épo ca como el «nuevo tiempo» (en sentido escatológico, como tiem po final, definitivo), de infinito progreso25, y no en el sentido del Nuevo Testamento, contando con la consumación del mundo por Dios mismo ¡y aguardando en consecuencia la llegada del mejor de los mundos posibles!26 En el fondo, al Dios que haya puesto el 22. Sobre los conceptos de «autonomía» y «teonomía», cf. Werner Thiede, Wer ist der kosmische Christus? Karriere und Bedeutungswandel einer moder- nen Metapher, Gottingen 2001, 71ss. Sobre el problema de la libertad, cf. infra cap. 12, apartado 4. 23. Wolfgang Schoberth, Gottes Allmacht und das Leiden, en W. H. Ritter-R. Feldmeier-W. Schoberth-G. Altner, D er Allmáchtige. Annáherungen an ein um- sírittenes Gottesprádikat, Gottingen 1997,43-67, aquí 54. La figura teológica del problema de la teodicea «es en definitiva exterior, y la pregunta por la bondad y la justicia de Dios no busca en el fondo el conocimiento verdadero de Dios, sino el uso correcto de la razón» (p. 55). Cf. también Walter Spam, Leiden - Erfah- rung und Denken. Materialien zum Theodizeeproblem, München 1980, 24s. 24. Resulta así una conclusión desde el mundo a Dios, conclusión criticable en la línea de la teología de Martín Lutero: «theologia crucis», que enseña a en tender la esencia de Dios desde la cruz de Jesús. 25. Cf. Karl Lówith, Historia del mundo y salvación. Los presupuestos teo lógicos de la filosofía de la historia (51966), Madrid 2006. 26. C f M. Hailer, Glauben und Wissen, 108-236. Leibniz considera en un pa saje que «Dios quiere primero lo bueno y luego lo mejor», de suerte que «quiere también a menudo» el mal físico «como medio para el fin» (Theodicee, 366)... sin darle un giro escatológico a la frase. El filósofo aplica también su doctrina de ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 23 mundo actual, tan ambivalente, como «el mejor», sólo cabe con cebirlo y sentirlo como un creador que se sitúa a relativa distancia de él. La teodicea de Leibniz deja finalmente al lector desconcer tado o incluso burlado27. Apenas transcurridos cuarenta años de su muerte, el maremo to-terremoto de Lisboa sacudió la civilización occidental. Esta catástrofe llegó a sacudir también la fe racional en el Dios crea dor, al que aún había respetado la crítica de la Ilustración. Frente a cualquier «teología natural», empeñada en conjugar Dios y mun do en una armonía básica28, la catástrofe natural de 1755 actuó como llamada a una sobriedad atea. 3. La oposición de Kant a una teodicea filosófica La crítica de la razón de Immanuel Kant (1724-1804) relegó aún más, en el apogeo de la Ilustración, la cuestión de Dios. Esto pudo suceder porque también aquí, en cuestiones de «teodicea», había que solventarlo todo «ante el tribunal de la razón»29. Pero la «armonía preestablecida» - y la consiguiente convición de que «Dios supervi sa toda la secuencia de nuestro universo» (p. 391)- a la relación entre futuro y pa sado, sin derivar de ello conclusiones escatológicas. 27. Así, en una sátira contra la teodicea de Leibniz - la novela Cándido o El optimismo-, Voltaire señaló certeramente que Leibniz meditó sobre algo que afecta profundamente al hombre y lo tiene prisionero: Voltaire presenta al filóso fo Panglose sufriendo constantes desgracias, pero obstinado en enseñar su filo sofía sobre «el mejor de todos los mundos posibles». 28. Un nuevo ejemplo ofrece aquí Claus Petersen, Die Botschaft Jesu vom Reich Gottes. Aufruf zum Neubeginn, Stuttgart 2005, interpretando el «reino de Dios» en el sentido de una supuesta «religión originaria» de la humanidad (p. 11), porque a su juicio teológico-liberal, el pensamiento futurista y escatológico resulta hoy obsoleto (p. 73 s). Sólo le queda, en la siniestra consecuencia, halagar la realidad cósmica (p. 11,75) y hablar en términos tan entusiásticos como poco bíblicos sobre la «esencia divina del mundo» (p. l i s , 74, 93 y passim). 29. Immanuel Kant, Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theodizee (1791), en Akad.-Ausgabe (Repr. 1923/1968), vol. 8, 255-271; ci tado aquí según I. Kant, Sámtliche Werke, s.l. 2000, vol. 6, 242-254, aquí 242 (versión cast.: Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la teodicea, Madrid 1992). Por «teodicea» entiende Kant «la defensa de la sabiduría suprema del Ha cedor del mundo contra la acusación que lanza la razón contra ella por los absur dos del mundo» (ibid.). 24 Teodicea y escepticismo Kant consideró a esta juez como no competente, al menos en el plano teórico, y lo sostuvo con firmeza. La cuestión de Dios ex cedía de las competencias de la razón. Era «un asunto de fe»30. En la perspectiva de Kant es la razón, y no la fe, lo que constituye al ser humano. Y ella está capacitada, a su juicio, «para poner fin a este proceso definitivamente»2'1. En realidad, el filósofo de Kónigsberg intenta despachar sin más toda enseñanza eclesial sobre Dios como «especulativa», es decir, algo que traspasa las fronteras de la razón y, por ende, in controlable. Por eso considera teóricamente insoluble la cuestión de la teodicea. Rechaza, por ejemplo, la teodicea de la filosofía estoica32, difundida ya en tiempos del cristianismo primitivo, se gún la cual el Universo es perfecto, y el mal resulta necesario pa ra la armonía de la totalidad. Así, Kant niega también la propues ta de solución que Leibniz había lanzado anteriormente. Alega contra ella, en su opúsculo Sobre el fracaso de todos los intentos filosóficos en teodicea (1791), que «ninguna teodicea ha dado hasta ahora lo que promete: justificar la sabiduría moral en el go bierno cósmico, frente a las dudas que suscita la experiencia de este mundo.. .»33. Kant muestra el fracaso de la teodicea filosófica concreta mente en tres puntos: no se entiende por qué la santidad del Le gislador divino permite que el mal moral enturbie el mundo, por qué la bondad del Conservador y Gobernante de la creación ago bia a la criatura racional con el dolor y el sufrimiento, y por qué la justicia del Juez universal no castiga el vicio y el crimen ejem plarmente. Sobre el primer punto razona Kant más en concreto: si Dios permite el mal -por el motivo que sea-, podría al menos, con más tacto, no atribuirlo como culpa a los humanos34. Incidi remos sobre esto más adelante (cap. 6, apartado 2); señalemos en 30. Ibid., 251. 31. Ibid., 248 (cursivas en el original). 32. Cf. W. Thiede, Kant und die Stoa. Zum weltanschaulichen Hintergrund seiner Philosophie'. Materialdienst der EZW 67 (2004) 97-100. 33. I. Kant, Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theo dizee, 247. 34. Ibid., 244. ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 25 tretanto que, en la perspectiva del Nuevo Testamento, lo más no table del mensaje de salvación consiste precisamente en que Dios se manifestó en Jesucristo como aquel que no tiene en cuenta la culpa, sino que perdona (por ejemplo, Rom 4, 5-8). Pero desde la perspectiva de la fe cristiana habría que contestar a los tres puntos conjuntamente. Suponen, frente al Nuevo Testamento, que Dios es, sin más, soberano, gobernante de este mundo; no arrancan, pues, de un punto de vista escatológico, que contempla las «cosas últimas» adecuadamente. Suponen así que todo acontece como en un mundo mágico, donde todo suele acabar bien dentro de cada historia ~y no escatológicamente-. Pero el juicio universal y la consumación de lo creado no se esperan para este tiempo cósmi co, como queda expuesto, sino que presuponen su final según el plan divino, su plenitud. Es verdad que Kant señala en otro pasaje de su tratado que la razón pregunta en dimensión escatológica por la «intención últi ma de Dios» con todas las cosas y por una «dicha futura», pregun tas a las que dan respuesta las tradiciones religiosas. Pero Kant en tiende que la hipótesisde un futuro prometido por Dios tiene un significado moral: el tiempo cósmico actual debe tomarse como «tiempo de prueba». Semejante visión -añade Kant- es posible como una mera afirmación, pero «no se puede admitir sin más; es posible cortar estos nudos apelando a la sabiduría suprema que así lo ha querido; mas no es posible desatarlos, que es lo que preten de hacer la teodicea»35. Cabe preguntar si la tesis del «tiempo de prueba» se ajusta a la perspectiva global del Nuevo Testamento36. Sin duda Kant acierta al afirmar que la visión escatológica no puede ser verificada por una razón que examina a nivel empírico- crítico y, en este sentido, todo debe quedar como asunto de fe. 35. Ibid., 245. Su «conjetura» escéptica de que «la coincidencia del destino de los humanos con una justicia divina, a tenor de los conceptos que de ella nos hacemos, cabe esperarla tan poco allí como aquí» (p. 247), no suena muy racio nal que digamos, ya que la noción de cielo como un más allá de este mundo, go bernado por Dios -según presupone Jesús, por ejemplo, en la primera parte del padrenuestro-, se nutre precisamente de esa diferencia entre el aquí y el allí. 36. Cf. infra, capítulo 12, apartado 4, donde se trata de la libertad humana y su preservación. 26 Teodicea y escepticismo A eso hay que decir, de entrada, que una justicia compensato ria dentro de este tiempo cósmico -afirmada por las religiones occidentales, además del hinduismo y el budismo con el princi pio del karma37- sólo es admisible, igualmente, en línea «creyen te o de fe», no en el plano objetivo-racional. Pero sobre todo he mos de preguntar qué entiende entonces Kant concretamente por «asunto de fe». El quid de su Crítica de la razón pura de 1781 consiste en que la razón cuestiona aquí su propia capacidad y por eso se limita a sí misma. Los elementos de conocimiento que pro ceden de la razón pura sólo alcanzan validez, por consiguiente, hasta donde alcanza la experiencia sensible. No son válidos más allá; no lo son para lo de allende, para lo trascendente. Incluso en el aquende no es posible alcanzar la «cosa en sí», según Kant; no es posible conocerla absolutamente, sino tan sólo desde uno u otro punto de vista. Kant sabe, con todo, que justamente en los conocimientos que «trascienden el mundo sensible, donde la ex periencia no puede ofrecer ningún hilo conductor ni dar informa ción, se sitúan las indagaciones de nuestra razón»38. El hombre lleva en sí, por naturaleza, el impulso a seguir preguntando por encima de sí mismo y del horizonte del mundo visible. Kant ha ce constar que esas preguntas son legítimas como tales. «La ra zón humana, no movida por la simple vanidad del mucho saber, espoleada por su propia necesidad, pasa inevitablemente a formu lar preguntas a las que el uso empírico de la razón... no puede contestar». Sin duda esto es válido también para la pregunta de la teodicea, que en consecuencia no es irracional. En el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, Kant formula su célebre frase: «Tuve que superar el saber para dar lugar a la fe...»39. Esta frase, sin embargo, sacada de su contexto se presta a malentendidos. Kant no quiso en modo algu 37. Cf. Reinhart Hummel, Reinkarnation. Weltbilder des Reinkarnations- glaubens und das Christentum, Freiburg i.Br. 32000; Werner Thiede, Die mit dem Tod spielen. Okkultismus - Reinkarnation - Sterbeforschgung, Gütersloh 1994. 38. Immanuel Kant, Kritik der reinen Vemunft (21787), en Werke in zw ólf Bánden, ed. por W. Weischedel, Frankfurt a.M. 1977, vol. 4, 49 (versión cast.: Critica de la razón pura , Madrid 2002). 39. I. Kant, Kritik der reinen Vemunft, 32. ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 27 no dejar campo libre, junto al saber racional, a cualquier religión, a todas las creencias. Por el contrario, se pronuncia contra la «in- creencia» de aquellos que afirman un saber en ámbitos inaccesi bles racionalmente. Combate en concreto el fanatismo y la supers tición, al igual que el ateísmo y el materialismo. Aboga, en cambio, por una fe racional ilustrada. Se refiere a un modo de creencia que cabe derivar de la razón misma y confirmar dentro de sus lí mites. Kant concretó más esta fe racional el año 1793, en su escri to tardío La religión dentro de los Imites de la simple razón. Quie re, evidentemente, ver la razón y la fe en una misma perspectiva, desde el punto de vista de la razón -¡no de la fe!-. Olvida que con cibe la «razón» en forma no histórica y, como tal, la utiliza invo luntariamente como un fenómeno que ha de ser en cierto modo «objeto de fe». Es lo que le reprochará más tarde Friedrich Nietz sche. Y Kant olvida en especial que la «fe racional» por él cons truida ofrece, por su parte, algo muy diferente del sistema religio so digno de crédito40. En cualquier caso, Kant no deja sin respuesta la pregunta de la teodicea. Si no a la razón teórica, sí confía a la «razón práctica» la tarea de abordar adecuadamente el problema de la teodicea. Esta razón práctica diseña, a su juicio, un reino perfecto de objetivos prácticos que no coinciden con la causalidad natural; se trata de eso que aún no existe, pero cabe hacer realidad mediante la ac ción y la omisión. La razón práctica opta por la creencia en un Creador, pero no considera esa creencia como «obligatoria»41. Lo importante es que se pueda encontrar en la conciencia humana, en forma de ley, la voluntad de responder incondicionalmente a la razón como ley universal. Esta peculiaridad se expresa, según Kant, en la exigencia de que todo querer especial se ajuste incon dicionalmente a la voluntad general -por coherencia de la razón práctica consigo misma-. Si se entiende esto de modo consecuen te, cabe reducir todos los principios imaginables de la razón prác- 40. Cf. más detallado en W. Thiede (ed.), Glauben aus eigener Vemunft? Kants Religionsphilosophie und die Theologie, Góttingen 2004. 41. Cf. I. Kant, Über das Misslingen allerphilosophischen Versuche in der Theodizee, 273 y 280. 28 Teodicea y escepticismo tica pura a un solo principio que ejerza de ley fundamental de la moral: «Obra de forma que la máxima de tu voluntad pueda va ler siempre como principio de una legislación general»42. Que el hombre sea o no capaz, internamente libre, para seguir el imperativo categórico al modo kantiano, constituye una ardua pregunta filosófica y, en el fondo, también teológica43. Sea cual sea la respuesta, queda ahí la pregunta de la teodicea. Sin embargo, que una persona siga estrictamente su conciencia ética y renuncie a dar una respuesta teórica a la cuestión de la teodicea, ¿puede ser ya una respuesta existencial suficiente? Kant aduce a Job como ejemplo afirmativo. En realidad existen innumerables personas -piadosas o «ilustradas»- que comparten con Kant la convicción de la «incapacidad de nuestra razón»'14 en materia de teodicea45. Yo votaría diferente, por lo ya indicado más arriba acerca de la sabidu ría divina que se manifiesta bajo el signo de la cruz. Que haya per sonas que no llegan a más en esta cuestión, debe admitirse dado el caso; mas no que hagan de su incapacidad una ley para todos. 4. Contra el desconcierto teológico El tratado de Kant sobre la cuestión de la teodicea afirmaba llanamente el fracaso de todos los ensayos filosóficos en esta ma teria. Sin embargo, generaciones de teólogos le han seguido hasta nuestros días. Se apuntaron así, consciente o en parte menos cons cientemente, a una filosofía de la religión «ilustrada» que, al final, en lo argumental no va más allá de Job y queda a nivel veterotes- 42. I. Kant, Kritik der reinen Vernunft, 54. 43. Cf. mi artículo «Gnade ais Ergánzung? Zur Aporetik der Kantschen Re- konstruktion von Soteriologie und Christologie, en W. Thiede (ed.), Glauben aus eigener Vernunft?, 67-112. 44. I. Kant, Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theo dizee, 251. ¿Pero no es también esto simplemente una «sentencia inapelable»-aunque racional- «que recomienda paciencia, pero no satisface al que duda?» (p.247). 45. En esta tesitura habla por ejemplo Hermann Lübbe sobre la cuestión de la teodicea como un problema de seminario puramente teórico (Religión nach derAufklárung, Graz-Wien-Kóln 1986,197). ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 29 lamentarlo. Frente al mensaje y la amplitud espiritual del Nuevo Testamento, eso equivale casi a una traición. Dios y el sufrimien to serían así, necesariamente, conceptos antitéticos que «ningún mortal puede conciliar»46. ¿Un enigma por tanto, una paradoja, un misterio perdurable? ¿O están ambos, Dios y sufrimiento, estre chamente, quizá sorprendentemente unidos? La cruz como símbo lo de la religión cristiana apunta exactamente en esa dirección: re duce Dios y sufrimiento a un denominador común. No hay aquí ni enigma sagrado ni un secreto esotérico. En Jesús, el Cristo, habló Dios y contestó a las más profundas y últimas preguntas. Y así es también la cruz el símbolo de la redención, de la libe ración del sufrimiento. La religión cristiana, que cree en un Dios redentor, consuela con la presencia solidaria del Cristo com-pade- ciente y da esperanza de que el mismo Dios que resucitó a Cristo llegue a superar todo sufrimiento y a colmar gloriosamente el an helo de redención de los humanos. El jesuíta Ladislaus Boros pro clamó una vez: «El cristianismo ha sido hasta hoy el que más en serio ha tomado al ‘hombre soñador’. Cristianismo significa la esperanza de que Dios colme la nostalgia humana, de suerte que los más audaces y delirantes sueños de la humanidad parezcan apocamiento y letargía casi animal. El cristianismo sería ya desde esta perspectiva la religión que mejor responde a la constitución interna del ser humano»47. En tal supuesto, habrá que preguntar por qué el cristianismo da hoy la impresión, a menudo, de apocamiento y pusilanimidad. Muchas gentes de nuestro tiempo encuentran la religión cristiana cada vez menos atractiva; el secularismo avanza. La comprensión de la realidad se obtiene preferentemente de las ciencias natura les. El objetivo que éstas persiguen suele ser el de encontrar la fórmula del universo, concretamente «demostrar que el mundo no puede ser de otra manera que como es». Así sostenía el físico neo yorquino Brian Greene, en una entrevista concedida a la revista 46. I. Kant, Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theo dizee, 248. 47. Ladislaus Boros, D er anwesende Gott. Wege zu einer existentiellen Be- gegnungy Olten-Freiburg i.Br. 1964, 160. 30 Teodicea y escepticismo Der Spiegel acerca de su libro El material de que está hecho el cosmos (2004). La nostalgia religiosa parece estar, según eso, tan muerta como el Dios del amor y del bien, sobre el que habló an taño Friedrich Nietzsche. Si la explicación del universo se ciñe a esclarecer la realidad en su ser y su devenir material, queda ex cluida de antemano la posibilidad de un origen espiritual del uni verso como creación, y tanto más un sentido del mundo que in funda a los hombres una esperanza de redención. Explicar el mundo de forma que no pueda ser diferente de como es, representa una audacia desoladora. El adiós a todos los sueños. Sólo si el mundo puede ser distinto de lo que es, tiene sentido la expresión «reino de Dios». El Nuevo Testamento, cuando habla del reino universal de Dios, hace referencia a la creación consu mada, al porvenir eterno que Dios otorgará al universo. El mensa je cristiano sobre Dios como amor sólo resulta posible con este horizonte de redención cósmica48. El mundo puede ser, ¡en última instancia!, diferente de lo que es: una realidad sin sufrimiento, sin dolor ni lágrimas. De esta esperanza vive fundamentalmente la fe cristiana49. Al principio existía el «Logos»: así comienza el evan gelio de Juan. Este nombre griego se puede traducir por «Pala bra», pero también por «Sentido». Cristo, el Logos, el Sentido de] universo hecho hombre, representa con su resurrección el anun cio del resurgir de todos los muertos, del futuro divino de todí criatura, que alcanza así su pleno sentido. Pero si Cristo es este sentido último del cosmos, resulta inevi table preguntar por qué el mundo no es ya tal como podría ser er el Espíritu de su amor. Es la vieja pregunta que aflora cuando se 48. Esto debe mantenerse frente a Claus Petersen, que piensa en serio que e concepto de reino de Dios en Jesús puede ser despojado hoy día, sin inconvenien te, de su dimensión escatológica, y conservado en su contenido nuclear (Di» Botschaft Jesu vom Reich Gottes, 74). En realidad aflora aquí una fe desolada por desesperanzada, que ante la cuestión de la muerte se conforma con esta refle xión: «Ya no som os... ¡pero hemos sido! Nuestra vida fue una parte del reino di Dios» (p. 87). 49. A consecuencia de su negación de toda escatología futurista, Claus Pe tersen tiene que despedirse de la significación salvadora de Jesucristo (Die Bot schaft Jesu vom Reich Gottes, 50 y 55); cabe dudar de que su resto de religiosi dad supuestamente «natural» merezca aún el calificativo de «cristiano». ¿Perplejos ante e l problema de la teodicea? 31 habla de un Dios creador que da sentido: ¿por qué no hizo perfec ta la creación desde el principio50? ¿Cómo puede justificar que la creación esté tan llena de sufrimiento? Si esta pregunta de teodicea queda sin respuesta, surge -quizá no forzosa, pero sí tendencial- la respuesta sustitutiva del ateísmo. Pues donde falta un sentido re conocible, proliferan las dudas sobre la existencia de un donante de sentido: sin una justicia palpable no hay un Dios justo. Por eso, sin una teodicea lograda51, la fe en un Creador se sostiene sobre pies de barro. Y tanto más la fe en el Redentor. Entonces triunfan la duda y el escepticismo. No es de extrañar que en una época en la cual amplios sectores de la teología rehúsan dar respuesta a la cuestión de la teodicea, y hasta la declaran imposible, la difusa cri sis de sentido haya derivado en una «neurosis de masas»52. Pero si justamente Jesucristo como sentido último del cosmos, como el Logos de todo ser, suscita esas preguntas críticas, enton ces ¡la respuesta a la cuestión de la teodicea tendrá que ser la fe en Cristo! Cuando uno cree en Cristo como sabiduría divina en persona, ¿cómo va a solventar esa cuestión con vagas esperanzas? En este sentido se puede calificar de proceso trágico el hecho de que la teología cristiana confiese mayoritariamente, en especial desde Kant, su desconcierto en materia de teodicea. Su único consuelo resulta ser la aseveración de que «Dios es solidario y pa dece con los desesperanzados»53. Sorprende en el fondo la unanimidad con que la teología cris tiana académica, a través de sus numerosas escuelas y confesio nes, afirma que no es posible contestar la conocida pregunta -por 50. Cf. infra, cap. 6, apartado 2 y cap. 12, apartado 5. 51. Una teodicea lograda no debe ni puede ofrecer información «definitiva» para todos los tiempos y todos los debates (así sostiene con derecho W. Spam, «Trugfür Gott»?, 49), porque la categoría de logro «definitivo» tiene una dimen sión escatológica: solamente la fe en Cristo conforma el horizonte legítimo de su pretensión; por ello, tal pretensión puede tener su lugar, ya en el presente, a la «luz de la gracia» y no sólo a la «luz de la gloria». 52. Así sostiene el psicólogo Viktor E. Frankl, Das Leiden am sinnlosen Le ben, Wien-Freiburg i.Br. 1977, 111. 53. Así defiende Udo Hahn, art. Leiden , en Evangelischer Taschenkate- chismus, ed. por W. C.-W. Ciasen y otros, Rheinbach-Birnbach 32 0 0 2 ,299-301, íiqul 301. 32 Teodicea y escepticismo qué el Dios todopoderoso permite, a pesar de su amor, el sufri miento y la injusticia reinantes- hasta la manifestación universal de Dios al final de este mundo. Un ejemplo de esta actitud de re nuencia lo ofrece Joachim Kunstmann con su artículo Teodicea. Sobre el sentido teológico de una cuestión insoluble54.También se gún Wilfried Hárle, la fe cristiana debe resignarse a «no poseer ninguna respuesta definitiva a la pregunta de la teodicea; espera sin embargo obtenerla, confiando en Dios, cuando suene la hora escatológica»55. Rudolf Weth afirma, en perspectiva muy kantiana, que «la pregunta de la teodicea no puede contestarla nadie, pero tampoco suprimirla». Es más, Weth exige que tal pregunta «que de abierta en línea crítica, porque cualquier respuesta podría afec tar al nervio de la pregunta y sugerir una imagen falsa de Dios, del mundo y del hombre»56. De modo que cualquier (!) respuesta de contenido concreto comporta necesariamente una falsa respuesta. Analizar ese acostumbrado desconcierto actual ante el proble ma de la teodicea57 debe ser algo teológicamente lícito58. Yo lo considero, con Gisbert Greshake59 y Friedrich Hermanni60, inclu so obligado. No se trata aquí solamente de una cuestión de lealtad 54. Joachim Kunstmann, Theodizee. Vom theologischen Sinn einer unab- schliefibaren Frage: Evangelische Theologie 59 (1999) 92-108. 55. Wilfried Harle, Dogmatik, Berlin-New York 1995, 454s; similar W. Spam, «Trugfur Gott»?, 49. 56. Cf. Rudolf Weth, Gefragter Glaube - offene Theodizeefrage und trinita- risches Bekenntnis, en Id. (ed.), Der lebendige Gott. Aufden Spuren neueren tri- nitarischen Denkens, Neukirchen-Vluyn 2005, 143-157, aquí 152. Similar W. Schoberth, Gottes Allmacht und das Leiden, 51; G. Neuhaus, Frómmigkeit der Theologie, 24; M. Hailer, Gott und die Gótzen. Über Gottes Macht angesichts der lebensbestimmenden Máchte, Gottingen 2006, 51. 57. Mencionemos aquí, a modo de ejemplos, otros teólogos como represen tantes de esta línea argumental: Christofer Frey, Dogmatik, Gütersloh31993, 81; Gerd Neuhaus, Frómmigkeit der Theologie, 152 y passim ; Hans Schwarz, Im Fangnetz des Bósen, Gottingen 1993 ,180s; D. Lange, Glaubenslehre, 41 ls; Gun- da Schneider-Flume, Grundkurs Dogmatik, Gottingen 2 0 0 4 ,200s. 58. Lange reconoce -kantianamente, de nuevo-: «Que la pregunta de la teo dicea sea insoluble resulta insatisfactorio para el pensamiento». Por eso conside ra teológicamente erróneo querer prohibirla 0Glaubenslehre, 41 l s y 530). 59. Cf. sobre esta cuestión Gisbert Greshake, Wenn Leid mein Leben lahmt, Freiburg i.Br. 1 9 92 ,19ss. 60. Cf. Friedrich Hermanni, D as Bóse und die Theodizee. Eine philoso- phisch-theologische Grundlegung, Gütersloh 2002, 26s y passim. ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 33 intelectual; estamos ante una labor de reflexión teológica que ha de realizarse científicamente: en interés de las personas que inte rrogan, por una parte, y de una teología de la cruz rectamente en tendida, por otra; en interés, incluso, de aquellos que dejaron de preguntar desde tiempo atrás. ¿No se caracteriza nuestra situación, en buena medida, por de jar de preguntar? Cuando rugió el terremoto-maremoto de 1755 en Lisboa, la disputa en tomo a la cuestión de Dios sacudió a mu chas personas65. ¿Y hoy, más de un cuarto de milenio después? No se advierte una fuerte interrogación o irritación religiosa, a pesar de similares catástrofes naturales en los últimos años y de cenios, que han causado un número muy superior de muertos. En realidad, experiencias similares habían sufrido ya generaciones anteriores. En 1887, por ejemplo, una devastadora inundación cau só 900.000 muertos en la provincia china de Henan; en 1923, un terremoto se llevó más de 100.000 víctimas en Tokio y en Yoko- hama; inundaciones del Yang-tse en China el año 1911, más de 100.000; y en 1931, más de un millón; el año 1970, un ciclón en Bangladesh 300.000; el año 1972, un período de sequía en la zo na del Sahel africano, 250.000; el año 1976, numerosas víctimas en la ciudad china de Tangshan. Los dirigentes de las iglesias sue len llamar obviamente a la ayuda económica generosa; pero no se sienten tan dispuestos a abordar caritativamente la pregunta sobre cómo se compaginan tales catástrofes gigantescas con el Dios de amor que ellas anuncian. Generalmente se callan, no sólo porque la teología suele callar en este punto, sino también porque casi na- , ̂die pregunta. En nuestra época, la fe en un Dios personal, sensi ble a las interpelaciones sobre su responsabilidad, ha cedido terre no, en buena medida, a un ateísmo o agnosticismo práctico. Para el espíritu secularizado reinante, la pregunta por el sentido último está de más hasta cierto punto. No es que la religión haya «muer to»; pero apenas aparece ya en el centro de los discursos públicos. 61. W. Breidert (ed.), Die Erschütterung der vollkommenen Welt. Die Wir- kung des Erdbebens von Lissabon im Spiegel europdischer Zeitgenossen, Darm- stadt 1994; Ulrich Lóffler, Das Erdbeben von Lissabon 1755. Geschehen, zeitge- nóssische Deutung, Bedeutung: Luther 77 (2006) 8 - 3 1 . 34 Teodicea y escepticismo En fórmula más incisiva: no queda ya, extrañamente, mucho de aquella fe que las catástrofes naturales eran capaces de sacudir; la crítica occidental a la religión se encargó ya -culturalmente ha blando- de acabar con eso, y con bastante éxito. Una teología que no tenga a punto una respuesta consoladora a la pregunta de la teodicea, será de actualidad; se habrá adaptado perfectamente al espíritu de la época. ¿Nada tiene que decir aquí el Espíritu de Dios y, en consecuencia, nada que enseñar sobre el más allá de este tiempo cósmico? Cabe aceptar, desde luego, la actitud negativa, aparentemente humilde, de la teología contem poránea como un intento de renunciar a respuestas bienintencio nadas y, sin embargo, cínicas ante el sufrimiento de otros; porque esas respuestas en busca de una teodicea podrían tratar de «em bellecer» los males de la existencia argumentando su necesidad y «legitimándolos» en cierto modo por la vía argumentativa62. Pe ro el precio de esa renuncia general es alto. Demasiado alto, a mi juicio. Teológicamente nos jugamos demasiado: la pregunta por la cuestión de Dios, nada menos. La renuncia radical a una res puesta teológicamente cualificada, eso sí podría resultar cínico para el que pregunta desesperado63. Por eso vale la pena el discurso abierto... ¡en nombre de la cruz! Abierto significa aquí lo siguiente: no puede haber prohibi ciones de curso legal para el pensamiento. Incluso quien preten da poder juzgar la «solidez de los argumentos de la teodicea»64 ha de mantenerse abierto a la evidencia hermenéutica fundamen tal, según la cual la solidez depende siempre de la respectiva no ción de razón y del concepto marco o «paradigma» ideológico- religioso sobreentendido65. No hay que dar por supuesto que los 62. Cf. infra, cap. 2, apartado 5. 63. Así el propio Bauke, por ejemplo, ve que su modesto punto de vista «ca si actúa ya como una vana esperanza» (Gottes Gerechligkeit?, 349). 64. Por ejemplo, Armin Kreiner cuestiona la fuerza persuasiva de todas las teodiceas (Dios en el sufrimiento. Sobre ¡a solidez de ¡os argumentos de la teo dicea , Barcelona 2007). 65. En mi artículo Zwischen Gottesstaat und Laizismus. Religión und Politik in derpluralen Gesellschaft: Materialdienst der EZW 68 (2005) 203-218, expon go entre otras cosas la imposibilidad de una «razón» neutral, ¿Perplejos ante el problema de la teodicea? 35 argumentos de teodicea iluminen para un discurso profundo. Eso depende de su calidad tanto como de las condiciones intelectua les y psíquicas de los sujetos que disputan, así como de la situa ción global en que se desarrolla el proceso reflexivo en concreto. El buen logro de una teodicea tiene que ver, en último extremo, con la acción del Espíritu de Dios, ya que el conocimiento de la relación de Dios con el mal y el sufrimiento sólo puede alcanzar se mientras el reino de Dios se está realizando en la conciencia del interesado. LA JUSTICIA DE DIOS, CUESTIONADA POR EL SENTIMIENTO MODERNO DEL ABSURDO 2 La pregunta dubitativa por la justicia y la bondad de Dios, y sobre todo por su ser de Creador, no tiene nada de irreverentean te una creación donde reina el sufrimiento. A menos que se con sidere como señal de religiosidad la exclusión total o parcial de la inteligencia en materia de religión. Para las personas que así pien san, es presunción querer juzgar con nuestro pobre intelecto el modo de actuar de Dios. Pero en la cuestión de la teodicea no se trata en modo alguno de llevar a Dios ante el tribunal de la razón humana, sino de una búsqueda legítima ante una gran paradoja. Esta búsqueda se sustenta a menudo en una nostalgia de Dios, in cluso en un amor a Dios, y por tanto no es de ningún modo señal de rebeldía. Si la búsqueda carece de resultado por largo tiempo, puede que ello no fomente la intención que quizá en un principio era piadosa. Pero también los resultados obtenidos, si son teológi camente mediocres, pueden a la larga perjudicar a la disposición espiritual. Vale la pena, por tanto, prestar atención a esta pregun ta religiosa central, y procurar que el esfuerzo por una respuesta fecunda y de largo alcance no sea torpedeada por ciertas consig nas precipitadas. La pregunta misma es clara: ¿cómo llegar a mostrar en forma convincente que Dios y el sufrimiento, también mi sufrimiento personal, poseen un denominador común? El evidente contraste entre justicia y bondad de Dios, por una parte, y los males del mun- 38 Teodicea y escepticismo do, por otra, movió a muchas religiones y a numerosos filósofos de la religión a ofrecer propuestas de solución; pero ninguna de ellas se ha impuesto universalmente. Este hecho pone ya de mani fiesto el ser oculto de Dios, que a veces se interpreta como no existencia de Dios. Negando la existencia de Dios, tampoco se elude la postura básica de fe. El ateísmo no deja de ser un modelo de interpreta ción que carece de fuerza probatoria objetiva. Implica siempre la afirmación de un sinsentido absoluto del universo, y sólo permite el pequeño y relativo sentido de unas estructuras humanas visi bles. Esta actitud ante la fáctica latencia de lo «absoluto» -enten dido en uno u otro sentido- no resulta ilegítima, pero sí arriesga da: pone todo en duda y rechaza la posibilidad, nada descartable, de un sentido global, aunque oculto, que postule ya en exclusiva la actitud básica de confianza ante la realidad del mundo y de la existencia personal. El que cuestiona un sentido último de todas las cosas, incluida su propia existencia, puede que reconozca una última verdad negativa: el sinsentido absoluto; pero nunca obten drá una clara confirmación, que es justo lo que necesitaría. Esta misma actitud resulta entonces indiferente en el fondo. Pero el ne- gador del sentido último omitió, antes de permanecer en el error, orientarse hacia una verdad divina positiva; intentarlo al menos. Y de esa omisión probablemente se dará cuenta un día —sin entrar aquí en las consecuencias-. De todos modos, si alguna vez le llueven los reproches por parte divina, el tribunal celestial debe rá tener en cuenta la profundidad de la ocultación de Dios. Pues justamente cuando se busca por vía racional al presumible Crea dor del mundo, como hace Pablo hipotéticamente en los primeros párrafos de la Carta a los romanos, queda el problema del oculta- miento «moral» de Dios. En esta perspectiva, la cuestión de la teo dicea no sólo es la «roca» sino también, eventualmente, el «apo- logeta» del ateísmo. Desde estas consideraciones, el ser oculto de Dios se ofrece teológicamente como punto de partida de ulteriores reflexiones sobre el problema de la teodicea. Ni la bondad de Dios ni su om nipotencia son algo público y notorio. En otras palabras, o Dios El sentimiento moderno del absurdo 39 no las ejercita de modo manifiesto, o es manifiesto que no las ejercita. Ambas cosas significan en el fondo la presencia del su frimiento en Dios, pues ya la mera ocultación de una omnipoten cia quizá ejercida podría implicar su restricción, siquiera mínima. De tal restricción da testimonio la religión cristiana en su nú cleo mismo, cuando habla de encarnación de la segunda persona del Dios trino... hasta su muerte en el patíbulo de la cruz. Pablo lo expresa así, tomándolo de un canto cristiano primitivo, en su Carta a los filipenses: «Él, siendo de condición divina, no consi deró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo y se hizo se mejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por enci ma de todo nombre...» (2, 6-8). El concepto de autoalienación o vaciamiento que aquí aparece corresponde al original griego ké nosis. Ahora bien, si una persona de la divinidad se «aliena», se gún la tradición cristiana primitiva, difícilmente dejará eso de tener consecuencias para las otras dos personas de la misma divinidad. El Padre y el Espíritu santo habrán tenido que intervenir directa o indirectamene en esa kénosis, o participar en ella. Cómo haya que expresar esto más concretamente en el plano teológico-sis- temático, se intentará dilucidar en las partes segunda, tercera y cuarta de este libro. Y de ese modo deberá quedar claro cómo es posible dar una respuesta veraz y fecunda, desde el núcleo de la fe cristiana, a la cuestión de la teodicea. 1. ¿Un mundo sin sentido? La crítica moderna de la razón, aliada con los avances de la ciencia, favoreció el ateísmo, el agnosticismo y el secularismo. Por eso hoy, en muchos ambientes y circunstancias, ni siquiera se plantea la cuestión de Dios, de su justicia y su bondad. Es verdad que, debido en buena parte a la creciente postergación que ha su frido el problema de la teodicea en la historia de la teología, la 40 Teodicea y escepticismo imagen de Dios ha ido perdiendo su carácter personal. Se prefiere hablar de la «trascendencia», del Absoluto o de «sentido último». Pero resulta que en la cuestión del sentido se refleja veladamente la cuestión de Dios como una «persona» auténtica y omnipotente, que muestra su carácter personal en la conciencia de sí misma y confiere responsablemente un sentido a la vida. «La búsqueda del sentido ocupa cada vez más a la gente», dice el resumen de una encuesta sobre «espiritualidad y religiosidad en Alemania»1. No se trata tanto de búsqueda de sentido para una u otra actividad o situación vital, sino de sentido sin más, «sentido de la totalidad», con el que querría fundirse quien tiene puesta la mira en él. El que pregunta por el sentido último, integral, anhela ardientemen te que él mismo, y todo ser, sean conocidos desde lo más profun do, y «pensados» en orden a una finalidad «llena de sentido». La pregunta por el sentido viene a reflejar la nostalgia por esa tras cendencia que abarca mundo y sujeto en igual medida2, y que el lenguaje religioso designa con la palabra «Dios». Helmut Goll- witzer explica: «La pregunta por el sentido es pregunta por Dios, siempre que la palabra ‘Dios’ designe aquella instancia de la que se espera una donación de sentido»3. Pero cuando se indaga la existencia de Dios en actitud crítica, el denominado sentido últi mo acaba también en la perspectiva del escepticismo. El proble ma de la teodicea y la pregunta por el sentido están en una rela ción de correspondencia. Por el sentido «último» suelen preguntar personas a las que tal sentido se les ha extraviado, o que lo han perdido. Dicho menos 1. Publicada por la «Identity Foundation» (Düsseldorf) en abril de 2006. «La tendencia es hacia la búsqueda de sentido», rezaba ya una información de pren sa de la agencia AP en abril de 2003, en referencia a las declaraciones del inves tigador de tendencias Horst Opaschwski en una entrevista del diario «Mannhei- mer Morgen». 2. Cf. Peter L. Berger, Sehnsucht nach Sinn. Glauben in einer Zeit derLeicht- glaubigkeit, Frankfurt a.M. 1994; Bernhard Grom - Josef Schmidt, A uf der Suche nach dem Sinn des Lebens, Freiburg i.Br. 21988.3. Helmut Gollwitzer, Krummes H olz-A ufrech ter Gang. Zur Frage nach dem Sinn des Lebens, München 61973, 176. La cuestión del sentido atestigua en el fondo la orientación del hombre hacia el Dios desconocido, pero residente siempre en su psique; la constante interpelación de) sujeto por él. El sentimiento moderno del absurdo 41 vagamente: la pregunta por el sentido es preferentemente un tema para personas que han sufrido ya en su vida experiencias doloro- sas con la fragilidad de las estructuras de sentido. Pero en modo alguno es únicamente una pregunta que irrumpa siempre con oca sión de un trauma individual. La pérdida del horizonte de sentido global es también un fenómeno social: efecto de la secularización de Occidente. De ahí que esa grave pérdida de sentido haya pe netrado cada vez más en la conciencia de la cultura moderna4. Ya no cabe presuponer simplemente, como en tiempos pasados, un horizonte trascendental de las cosas, aunque las grandes iglesias actúen a veces como si así fuera. Hace mucho que pasó la sensa ción de seguridad más o menos mitológica de una fe incuestiona ble, hace mucho que se quebró el marco religioso indiscutible de la realidad cósmica para pueblos y sociedades5. La «metafísica» sólo está permitida desde Kant -según queda dicho- como pre gunta subjetiva, no como pregunta que se da a sí misma una res puesta objetiva y rigurosa. De ahí que cualquier proyecto de teo dicea sea considerado una empresa ilegítima. Hubo en ocasiones auténticas crisis de sentido ya en culturas antiguas; en Egipto, por ejemplo6. No siempre las religiones son suministradoras automáticas de sentido -aparte de que habría que preguntar en cada caso por la clase de sentido que se ofrece en lo espiritual-. Por eso no resulta tan extraño encontrar ya en el Anti guo Testamento la afirmación de que todo carece de sentido. AI comienzo del libro del Eclesiastés (Qohelet7) se anuncia («la bue na noticia», en traducción moderna, aunque el siguiente texto no lo parece en absoluto): «‘¡Inútil y efímero!’, solía decir el maes tro de sabiduría. ‘¡Inútil y efímero! Todo es vano empeño’. El hom bre se afana y agita toda la vida, ¿y qué provecho saca? Las gene raciones vienen y van, mientras la tierra permanece como es. Sale 4. Cf. Friedrich Gogarten, Destino y esperanzas del mundo moderno, Ma drid 1971. 5. Cf. al menos Georg Schwickhart (ed.), Was ist der Sinn meines Lebens? Antworten aus der Religionen der Welt (GTB 1170), Gütersloh 2002. 6. Cf. Günther Lanczkowski, Zur Ágyptischen Religionsgeschichte des mitt- leren Reiches: ZRGG 6 (1954) 1-18 (= 2“ parte), especialmente 7. 7. Literalmente: maestro de sabiduría. 42 Teodicea y escepticismo el sol, se pone el sol... y vuelta a empezar, siempre lo mismo. Ahora sopla el viento del norte, luego gira y sopla del sur, vuelve a girar y girar, cambiando siempre de dirección. Todos los ríos fluyen al mar, pero el mar no se llena. El agua vuelve a los ma nantiales, y vuelve al mar. Te empeñas en expresar con palabras todo lo que sucede, pero no lo consigues. Porque oyendo y vien do nunca llegas al final. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que fue, volverá a ser; lo que se hizo, volverá a hacerse. ‘¡Mira-dicen-, ahí tienes algo nuevo!’ ¡Absurdo! Eso ocurrió ya mucho antes de haber nacido nosotros. Nada sabemos ya de lo que hicieron los antepasados. Y lo que hoy hacemos y hagan ma ñana nuestros hijos, pronto caerá en el olvido» (1,2-11). El clamor introductorio de este texto, surgido en la época tar día del Antiguo Testamento, podría traducirse igualmente con es ta frase: «¡Todo carece de sentido!». Todo suena a elegía por el sinsentido de la vida. Habla en él un sabio entrado en años, des de cuya perspectiva las cosas de este mundo son todo menos gra tificantes. Lo valioso de este texto es que rehúsa tajantemente cual quier intento de armonización y eufemismo. Precisamente por eso suena tan moderno. ¡Y es que en ninguna época de la humanidad encontramos un sentimiento de absurdo tan difundido como en nuestro tiempo, ampliamente secularizado! La cuestión moderna del sentido se ha convertido en signo de la modernidad: es expresión de una época que ha elevado a cate goría de certeza la incertidumbre respecto a un sentido último. ¡Demasiado grandes las injusticias de este mundo -no sólo en lo social, también en los lances del destino- como para que salte a la vista el gobierno de un Dios justo! Muchos sucesos absurdos, en lo grande y en lo pequeño, convierten las teodiceas, inmediata mente, en objeto de escepticismo. La incertidumbre resultante en lo que respecta a un sentido último es a menudo difícil de sopor tar. Muchas personas, llevadas de su necesidad de sentido, se echan en brazos de sectas8 y de engañabobos. No reparan en gas- 8. Sobre este concepto en sentido teológico, cf. el capítulo 1 de mi libro Sek- tiertum - Unkraut unier dem Weizen?, Neukirchen-Vluyn 1999. El sentimiento moderno del absurdo 43 los ante ofertas de elevación de sentido. Creen a las primeras de eumbio fantasías exóticas, como las de la «Iglesia de la Ciencio- logía»9, por ejemplo, cuyos trucos psicológicos asumen sin mayor examen. Peter Sloterdijk observa con mucha agudeza que la bús queda de sentido confiere al sinsentido la oportunidad de vender se como camino de salvación10. Doris Lier analiza en un estudio de psicología profunda la existencia, en nuestra sociedad secula rizada, de una superoferta en toda regla de sistemas de sentido, con el resultado de que semejante inflación lleva a devaluar todas esas respuestas que se relativizan mutuamente; al nihilismo de hecho, por tanto11. Esa autorrelativización de ofertas de sentido en nuestra sociedad pluralista da pábulo, además, a aquellos que piensan poder afrontar hábilmente la cuestión del sentido decla rándola un «pseudoproblema de generación espontánea»12. Ya Sigmund Freud pudo formular en 1937: «Desde el momento en que uno pregunta por el sentido y el valor de la vida, está enfer mo, porque ninguna de ambas cosas existe objetivamente...»13. Pero los negadores del sentido, por su parte, tienen que cues tionarse a sí mismos. Como señala Leszek Kolakowski al final de su librito Horror metaphysicus, toda crítica al «sentido último» desemboca en la oposición crítica: si «el mundo careciese de sen tido, seríamos incapaces, no sólo de imaginar lo contrario, sino incluso de pensar que [...] el mundo carezca de sentido»14. En rea lidad, todo discurso sobre carencia de sentido implica ya la idea previa de una totalidad de sentido15 -aunque luego se niegue o se ponga en duda explícitamente-. Ulrich Mann lo expresa en estos términos: «El hecho de que vivamos como si hubiera sentido, sen- 9. Cf. Werner Thiede, Scientology - Religión oder Geistesmagie?, Neukir- chcn-Vluyn21995. 10. Peter Sloterdijt, Kritik der zynischen Vernunft II, Frankfurt a.M. 1983,524. 11. Doris Lier, Totentanz. Bilder einer magersüchtigen Zeit, Zürich 2001,29. 12. Cf. por ejemplo Paul Watzlawick, La coleta del barón de Münchhausen. Psicoterapia y realidad, Barcelona 1992. 13. Sigmund Freud, «Brief an Marie Bonaparte von 13.8.1937», en Id., Brie- fe, 1873-1939, Frankíurt a.M. 1960,429. 14. Cf. Leszek Kolakowski, Horror metaphysicus, Madrid 1990. 15. Cf. Wolfhart Pannenberg, Wissenschaftstheorie und Theologie, Frankfurt n.M. 1973,218. 44 Teodicea y escepticismo tido sin más, sentido a pesar de todas las aporías, sentido detrás e incluso en medio de ellas, eso es una demostración ‘logológica’ de Dios... No necesitamos demostrar a Dios, pues nosotros mis mos, tal como somos, también como ‘ateos’, somos la demostración con más fuerza de arrastre y más vivida imaginable»16. 2. La ciencia, ¿abogada del sinsentido? La duda abismal de la conciencia moderna acerca de un sen tido último está relacionada con los cambios en la imagen del mundo17 producidos gracias a la moderna ciencia natural. Su me todología, sin embargo, deja de lado a priori una búsqueda
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