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Levalle, Lucas Ariel El proyecto neoliberal en Argentina durante los años noventa. Cambios estructurales y abordajes interpretativos Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciado en Sociología Directora: Fernández Berdaguer, María Leticia Levalle, L. (2017). El proyecto neoliberal en Argentina durante los años noventa. Cambios estructurales y abordajes interpretativos. Tesis de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1399/te.1399.pdf Información adicional en www.memoria.fahce.unlp.edu.ar Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/ 1 UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA TESINA El proyecto neoliberal en Argentina durante los años noventa. Cambios estructurales y abordajes interpretativos. Alumno: Levalle, Lucas Ariel. Legajo: 97292/2. Correo electrónico: lucas_divididos@hotmail.com Director: Fernández Berdaguer, Leticia. Fecha: diciembre de 2016. 2 RESUMEN: las políticas neoliberales implementadas en Argentina durante los años noventa han tenido un impacto de una magnitud y una profundidad tan significativas sobre la estructura social y productiva, la cultura y la sociedad en su conjunto, que difícilmente pueda apreciarse si cercenamos nuestra atención a consideraciones o análisis aislados referidos a las transformaciones ocurridas particularmente en alguna de dichas dimensiones de la realidad social, tales como la estructura económica, las relaciones políticas, la dinámica de la movilización social o los consumos culturales. Por ello, intentar analizar cómo los distintos sectores de nuestra población ejercen la acción política en defensa de los que consideran sus derechos o intereses, necesariamente nos conduce a la observación de las condiciones económicas, sociales y culturales en la que estos actores se desenvuelven. El examen del modo en que ciertos investigadores abordaron el proceso de transformación de la sociedad impulsado por el proyecto neoliberal nos permite comprender tanto la complejidad del fenómeno como la necesidad de elaborar una teoría que lo comprenda en sus múltiples dimensiones y, de esta manera, devenga transformadora en sus vínculos con la práctica. PALABRAS CLAVE: proyecto neoliberal – clase trabajadora - acción política – cuestión social – posmodernismo – reforma educativa. 3 Índice Resumen............................................................................................................................2 Introducción.......................................................................................................................4 I. La crisis de un modelo económico y de integración social............................................6 II. Notas sobre las transformaciones de la acción política de la clase trabajadora en Argentina durante el neoliberalismo............................................................................. ..10 II. 1. La resistencia de la clase trabajadora en una sociedad segmentada.......................10 II. 2. La clase trabajarora frente a la reestructuración del capitalismo y a la nueva cuestión social..................................................................................................................15 II.3. Otras perspectivas de análisis en torno a la acción política de la clase trabajadora.......................................................................................................................23 II. 4. La crisis política en el marco de la transformación social......................................29 II. 5. El clientelismo como estrategia política clave del partido en el poder...................32 II. 6. Comentarios............................................................................................................39 III. Política educativa y transformaciones sociales en Argentina durante los noventa: algunas anotaciones para un estudio integrado del proyecto neoliberal..........................41 III. 1. Una transformación radical...................................................................................41 III. 2. La política educativa..............................................................................................43 III. 3. La reforma educativa como parte de un proyecto de transformación social.........45 III. 4. Algunas consecuencias de las reformas.................................................................47 III. 5. Comentarios...........................................................................................................49 IV. Consideraciones finales.............................................................................................50 V. Bibliografía.................................................................................................................56 4 Introducción Las políticas neoliberales implementadas en Argentina durante los años noventa han tenido un impacto de una magnitud y una profundidad tan significativas sobre la estructura social y productiva, el mundo cultural y la sociedad en su conjunto, que difícilmente pueda apreciarse si cercenamos nuestra atención a consideraciones o análisis aislados referidos a las transformaciones ocurridas particularmente en alguna de dichas dimensiones de la realidad social, tales como la estructura económica, las relaciones políticas, la dinámica de la movilización social o los consumos culturales. La sociedad argentina, en esos años, sufre transformaciones que afectan desde la organización de la producción económica a escala nacional hasta las relaciones más cercanas de la vida cotidiana. Por ello, intentar analizar cómo los distintos sectores de nuestra población ejercen la acción política en defensa de los que consideran sus derechos o intereses, necesariamente nos conduce a la observación de las condiciones económicas, sociales y culturales en la que estos actores se desenvuelven. Con fines expositivos, el contenido de este trabajo será presentado en una serie de apartados referidos, cada uno, al modo en que el proceso de transformación de la sociedad impulsado por el neoliberalismo tuvo lugar en las diferentes esferas de la realidad social. Así, en el primer apartado se mencionarán en forma esquemática algunas de las transformaciones que tuvieron lugar como consecuencia de las políticas económicas implementadas desde el poder gubernamental. En el segundo, se realizarán consideraciones panorámicas respecto a las diferentes modalidades asumidas por la 5 movilización social frente a las transformaciones económicas mencionadas y a los cambios operados en el sistema político. La referencia a distintos autores será recurrente debido al propósito de discutir el enfoque de análisis apropiado para abordar tales procesos de cambio desde una posición teórica comprometida con la práctica. Trataremos de rescatar, principalmente, algunos rasgos de sus argumentos en tanto resultan relevantes para dar cuenta del abordaje metodológico que los caracteriza. El tercer apartado nos brindará información, también muy general y panorámica, sobre las transformaciones operadas en el sistema educativo, considerado este último como un elemento fundamental de la producción cultural y de la organización de la sociedad. Es importante tener en cuenta que dicha presentación en distintas secciones de los comentarios respecto a las transformaciones sociales del período bajo estudio que han sido consideradas no obedece a un presupuesto metodológico que considere a los procesos económicos, políticos, socialesy culturales como disociados entre sí y pasibles de ser examinados en forma aislada. La tesis de este trabajo es, justamente, que tales procesos, mutuamente dependientes, forman parte de un proyecto de transformación de la sociedad que implica modificaciones en todas las dimensiones de la realidad social. Tal presentación dividida en secciones responde, en realidad, al propósito de mostrar que los cambios operados en cada una de tales dimensiones manifiestan elementos que forman parte de un proyecto integral de transformación de la sociedad. En un último apartado se realizará un esfuerzo de síntesis que identifique tales elementos y los vincule para dar cuenta del carácter radical del proyecto neoliberal y del enfoque de estudio necesario para abordarlo. 6 I. La crisis de un modelo económico y de integración social Durante gran parte del siglo pasado, nuestro país se caracterizó por evidenciar altos niveles de integración social y política y bajos índices de desigualdad, en tanto tuvo lugar el desarrollo de sistemas de protección social y la formulación de leyes de regulación del trabajo por medio de la intervención del Estado en el funcionamiento del mercado y la institucionalización de protecciones sociales. Si bien este proceso ha sufrido, en distintos momentos, interrupciones y retrocesos de la mano de gobiernos que implementaron políticas favorables al sector privado y extranjero y destinadas al disciplinamiento de la mano de obra, puede afirmarse que, en términos generales, tanto en Argentina como en varios países de América Latina la instauración de regímenes con fuerte presencia del Estado extendería la implementación y consolidación de normas e instituciones destinadas a regular lo social y universalizar derechos. En Argentina, la integración social era la consecuencia de una serie de factores complementarios. Entre los más importantes podemos señalar el proceso de industrialización por sustitución de importaciones impulsado en la década de 1930 y profundizado luego durante del peronismo; el importante peso de los puestos de trabajo asalariados, la reducida segmentación entre diferentes sectores y el desempleo reducido. Al tiempo, como señalan Del Cueto y Luzzi, “el desarrollo por parte del Estado de políticas de pretensión universalista en educación y en salud y de un sistema de seguridad social ligado al empleo formal, articulados con la acción de los sindicatos”, 7 contribuyeron durante varias décadas a dar “homogeneidad a las clases trabajadoras”. Como señalan estas autoras, una de las consecuencias de mayor peso de esos factores, que inciden de modo directo sobre la estructura social, fue un notorio proceso de movilidad social ascendente, con la consecuente conformación de una extensa clase media (Del Cueto y Luzzi, 2008). Pero estas clases medias y la configuración social que les dio origen se verán afectadas de diversas maneras por, principalmente, las políticas económicas y sociales implementadas por el Proceso y las gestiones democráticas posteriores. Tal situación de integración social y de homogeneidad en las condiciones de vida de la clase trabajadora se verá radicalmente modificada. En lo económico, se desmantelará el modelo de crecimiento hacia adentro basado en el desarrollo de una industria nacional destinada al mercado interno. En la década de 1980, gran parte de la población del país se verá afectada por la crisis de la deuda externa (la estatización de gran parte de la deuda del sector privado, decidida por el gobierno militar, tendría consecuencias directas sobre el gasto público), mientras la apertura económica impulsada durante el Proceso y las posibilidades brindadas a la especulación financiera, habían llevado a un proceso de desindustrialización que acabó con gran parte de las pequeñas y medianas empresas del sector industrial, en tanto sólo algunas fracciones del capital se vieron favorecidas en razón de sus vínculos con los sectores que detentaban el poder del Estado, cuyas políticas implicaron un desplazamiento del mismo de la producción y distribución de bienes y servicios básicos para la población. El mercado, liderado por los agentes privados y, especialmente, por las grandes empresas, determinaría la distribución de todo aquello indispensable para asegurarse condiciones dignas de vida. Los servicios de salud y educación quedaron, así, a disposición de quienes pudieran adquirirlos en el 8 mercado. Para los demás, la asistencia social a cargo del Estado asumiría un carácter mínimo y focalizado. En este marco, signado por la estatización de la deuda privada y su impacto en el gasto público, los sistemas públicos de salud y educación sufrieron una importante reducción de su presupuesto, que derivaría en un deterioro de la calidad del servicio en los hospitales y las escuelas públicos. En estas circunstancias, la creciente desocupación tornaría aun más penosa la situación de la clase trabajadora. Bajo la presidencia de Carlos Menem, entre agosto y septiembre de 1989 se aprueban en el Congreso las leyes de Reforma del Estado (N° 23.696), que daba el sustento legal al proceso de privatizaciones, y de Emergencia Económica (N° 23.697), que anuló subsidios, subvenciones y regímenes de promoción industrial, al tiempo que prohibía a la administración pública efectuar contrataciones o designar personal y autorizaba los despidos. Así, los programas de ajuste estructural conducen al deterioro en la prestación de los servicios públicos, mientras en el mercado de trabajo se acentúan tendencias previas y se presentan características novedosas que perjudicarán a los trabajadores. Aumentó, por un lado, el grado de inestabilidad laboral. La Ley de Empleo de 1991 aumentará la cantidad de contratos por tiempo determinado, que representarían una quinta parte del aumento del empleo en blanco, en tanto el crecimiento de los niveles de desempleo fue acompañado por el deterioro general de las condiciones de trabajo. Al tiempo, la reestructuración productiva genera el cierre de industrias, y mientras exige mayores niveles educativos para ocupar los puestos de trabajo, crea otros menos calificados y peor remunerados. Se incrementa, en este contexto, el trabajo no registrado o en negro, en continuidad con la tendencia de la década anterior. Serán las políticas neoliberales el principal instrumento de esta ofensiva del capital contra el trabajo y las que permitirán deteriorar los sistemas de protección 9 social y laboral existentes hasta el período. Se manifiesta, en este escenario social, la fragmentación y el deterioro en las condiciones de vida de la clase trabajadora y gran parte de los sectores medios y la concentración de poder político y económico en los sectores más privilegiados del país ligados al capital internacional. 10 II. Notas sobre las transformaciones de la acción política de la clase trabajadora en Argentina durante el neoliberalismo En este apartado nuestro objetivo es dar cuenta, por medio de una exposición panorámica, del modo en que los sectores sociales más vulnerables de la argentina se han enfrentado a una situación de crisis y transformación profunda de la sociedad como la que ha tenido lugar en el marco de la implementación del proyecto neoliberal. Nos centraremos en el accionar político de la clase trabajadora y, al mismo tiempo, en las políticas implementadas desde el Estado para cohibir cualquier proceso de organización popular, entre ellas, la estrategia clientelista desarrollada por el Partido Justicialista en el poder durante los años noventa. También se harán algunas referencias al modo en que ciertos investigadores sociales han abordado tal fenómeno. Por último, se realizarán indagaciones de carácter preliminar sobre las posibles consecuencias teóricas y prácticas a las que pueden conduciralgunas de las perspectivas de análisis presentadas. En este sentido, las citas serán frecuentes. II. 1. La resistencia de la clase trabajadora en una sociedad segmentada El panorama descrito en el anterior apartado remite a un proceso de profunda transformación de la sociedad argentina que desestabilizó las tradicionales vías de integración social y formas de socialización política de la clase trabajadora. En el marco 11 de una creciente desocupación, ya no es el trabajo el eje que organiza la vida de los individuos. El espacio de la fábrica pierde su centralidad y los “nuevos pobres” dejan de estar cubiertos por las formas institucionales previas de inscripción colectiva, como los sindicatos. Transformaciones como las operadas bajo el neoliberalismo sobre las condiciones de trabajo y de vida de la clase trabajadora no tardaron en provocar respuestas mediante la gestación de protestas y movimientos contestatarios. Pero estos movimientos y reclamos asumirán en el período un carácter particular y novedoso debido a la base material sobre la cual deberán organizarse. Tendrán que actuar, como trabajadores empleados en condiciones precarias o como desocupados, sobre una realidad muy diferente a la propia de períodos previos en los cuales los canales institucionales y sindicales constituían un medio consistente para sus reclamos corporativos. Deberán organizarse y expresar sus demandas al margen de los marcos institucionales y las normas legales que anteriormente los amparaban. Y este nuevo espacio de construcción política asumió una complejidad tan significativa e influyó de manera tan evidente en la dinámica política y las relaciones de poder en nuestro país, que llamó la atención de los medios de comunicación y convocó a varios investigadores sociales a analizar el fenómeno. Siguiendo las investigaciones realizadas por Svampa (2005), podemos decir que la implementación de las políticas neoliberales tuvo consecuencias de gran importancia en el terreno de la acción colectiva. Como señala la autora, durante los noventa los “sistemas de acción colectiva” sufrieron una crisis y un debilitamiento profundos verificables en “la fragmentación de las luchas, la focalización en demandas puntuales, la presión local o la acción espontánea y semiorganizada”, en tanto el año 1989 12 señalaría el final de un ciclo no solamente en términos económicos y políticos, sino también respecto de la acción colectiva (Svampa, 2005). En medio de un proceso de desindustrialización, los sindicatos debían definir su posición política. Los grandes gremios que formaban parte de la CGT, dice Svampa, se decidirán por la “adaptación pragmática a los nuevos tiempos”. Así, el gobierno peronista contaría con el apoyo de grandes sindicatos a cambio de la negociación de espacios de poder. Pero no todo el espectro sindical optó por este camino. Sin abandonar la CGT ni los vínculos con el PJ, algunos sindicatos (MTA, UOM) cuestionaron algunas de las políticas implementadas por el gobierno, mientras la CTA y la CCC se ubicaron en franca oposición al gobierno peronista y a la complicidad sindical con las medidas neoliberales. Pero en general, puede decirse que buena parte del sector sindical se subordinó a la política neoliberal del gobierno peronista. La crisis de este canal de reivindicaciones económicas y sociales para la clase trabajadora irá de la mano del surgimiento de múltiples formas de resistencia al modelo impuesto, a partir de formas de lucha basadas en la acción directa y en nuevos formatos organizativos, entre los que cobraría singular relevancia el movimiento piquetero (Svampa, 2005). Las nuevas formas de contratación precarias e inestables, la tercerización de los servicios, el impedimento de la negociación colectiva y su reemplazo por acuerdo individuales y por empresa, las nuevas formas de organización del trabajo y la desafiliación sindical fueron elementos que contribuyeron a que el margen de acción de los sindicatos se redujera notablemente. El proyecto neoliberal arrojó así a vastos sectores del sindicalismo, dirá Svampa, del lado de los “perdedores”, sobre todo aquellos cuyo sustento social se encontraba en los sectores público e industrial. La resistencia se concentró, indica la autora, en los sindicatos de los empleados públicos, 13 quienes a pesar de haber sufrido el deterioro de sus condiciones laborales y “las consecuencias desorganizativas de la descentralización administrativa”, contaron con un grupo estable de trabajadores. Estos empleados públicos, los docentes y los jubilados realizaron sus planes de lucha fuera de la CGT (Svampa, 2005). Además de las luchas de algunos sindicatos, durante el período presenciamos el surgimiento de otras formas de acción no institucionales y de organizaciones con base territorial. Así, constatamos que son varias y de diverso tipo las organizaciones sociales que se oponen al modelo neoliberal, pero también se verifica que éstas encontraron serias dificultades para coordinar y articular su acción a nivel nacional. Como afirma Svampa, durante los primeros años de la década los conflictos tuvieron lugar “en el nivel local y regional, de manera puntual y dispersa, revelando una escasa articulación entre ellos”. Esta dispersión y desarticulación de los conflictos era producto del proceso de descentralización administrativa que tuvo lugar en nuestro país durante el período, por el cual se distanciaron, dadas las distintas instancias de negociación, las políticas nacionales de las provinciales, lo cual hizo muy difícil que se desarrollara una estrategia global que enfrentase el modelo económico. De este modo, los conflictos que tuvieron lugar “se expresaron en acciones evanescentes, aisladas, “estallidos sociales”; ciclos de movilización que parecían no venir de ningún lado”. Sin embargo, a pesar de la poca articulación entre los reclamos, la resistencia popular fue confluyendo en alternativas sindicales como la CTA y la CCC, las cuales encabezaron varias protestas. Las anteriores referencias, de carácter general, pretenden dar cuenta de la nueva configuración de la resistencia popular frente a las reformas neoliberales, que motivaron el desarrollo de organizaciones territoriales y formas de acción colectiva (cortes de ruta, “escraches”) en gran parte novedosas y, por empezar a gestarse paulatinamente en este 14 período, presentaron al comienzo de la década un carácter en gran medida fragmentado e inarticulado. Culminaba así, a fines de siglo, “un ciclo histórico iniciado en la primera década del siglo XX: un largo ciclo de luchas políticas y sociales de inspiración anticapitalista, popular, socialista y antimperialista que disputaban el poder en todas sus dimensiones y cimbraban las estructuras y relaciones de dominación” (Modonesi, 2009, p. 116). El panorama político y social de los noventa puede concebirse como una expresión de la gran asimetría resultante de las reformas económicas implementadas en las últimas décadas. Se manifiesta en este escenario social la fragmentación y la pérdida de poder de los sectores populares y gran parte de los sectores medios y la concentración de poder político y económico en los sectores más privilegiados del país ligados al capital internacional. Como señalan Kessler y Di Virgilio, los procesos mencionados redundaron en una “importante modificación en las relaciones de clase”. Por un lado, se observa el deterioro de los lazos de solidaridad interclasistas que se habían consolidado entre las clases medias movilizadas y las clases populares, sobre todo en los años setenta. Por otro, los lazos intraclasistas en las clases trabajadoras sufren un pronunciado debilitamiento, observable en la distancia creciente entre los trabajadores asalariados y las clases populares desocupadas asociadas a la territorialización de la políticay el mundo comunitario, ambos sectores afectados por las reformas económicas y sociales impuestas en el período. El último sector, el de los “excluidos”, será protagonista de una manera de hacer política fuertemente anclada en las relaciones entabladas a nivel territorial y en la interpelación directa a los funcionarios públicos y, por este medio, al poder estatal (Kessler y Di Virgilio, 2008). 15 Todas las transformaciones comentadas derivarán en una fuerte concentración de los ingresos y en un notable incremento de la desigualdad, lo que a su vez implicará el empobrecimiento de vastos sectores de la población, entre ellos franjas importantes de las clases medias. El proceso de concentración de los ingresos tuvo lugar en nuestro país, como en otros de América Latina, a expensas del empobrecimiento de grandes capas intermedias. Esta pauperización de los sectores medios, señala Kessler, marcará un punto de no retorno, el fin de una configuración social en la cual gran parte de la población había sido relativamente integrada. II. 2. La clase trabajarora frente a la reestructuración del capitalismo y a la nueva cuestión social El carácter y las limitaciones de este trabajo sólo nos permiten realizar algunas consideraciones muy generales de los distintos modos en que algunos investigadores se abocaron al estudio de la acción colectiva en nuestro país durante la implementación de las políticas neoliberales. Ya mencionamos que el proceso de empobrecimiento de franjas importantes de las capas medias y de gran parte de los sectores populares se intensifica en el transcurso de las últimas décadas del siglo XX. Primero, durante la última dictadura militar la nueva pobreza es el resultado de una contracción salarial más que de la desocupación generalizada. Comienza en esos años una depreciación de los ingresos de las categorías socioprofesionales intermedias. En una segunda etapa, que comenzó en la década de los 16 noventa, el empobrecimiento se extiende y se intensifica con el aumento del desempleo y por una distribución del ingreso desfavorable a los trabajadores menos calificados (Kessler y Di Virgilio, 2008). Como señala Merklen, este empobrecimiento de importantes estratos de la población es acompañado por un cambio de perspectiva en el tratamiento de los problemas sociales. La “cuestión social”, nos dice, será identificada con la pobreza. Desde este enfoque, gran parte de los problemas sociales pasarán a ser considerados como una consecuencia del aumento de la pobreza (Merklen, 2005). En períodos anteriores al signado por la implementación de las políticas neoliberales, las perspectivas teóricas, en el análisis de la cuestión social, centraban su atención en los conflictos relativos al trabajo y a la clase trabajadora. Este enfoque, señala el autor, se afirmó en base a la consolidación de dicha clase trabajadora. En un nuevo contexto económico, político y cultural, “las representaciones en términos de clase se volvieron anticuadas”. Así, el mayor empobrecimiento de amplios sectores de la población y el incremento del desempleo coinciden con “un cambio de perspectiva en el tratamiento de los problemas sociales”. Se denominan “pobres” a los que antes eran considerados “trabajadores”; “sectores populares” a los segmentos de la población que antes constituían las “clases trabajadoras” Pero esta identificación de la cuestión social con la pobreza, aclara Merklen, “no se deriva necesariamente de una observación “objetiva” del fenómeno, puesto que otros aspectos fueron observados sin que por ello pasaran a ser el centro de las investigaciones ni el destino de las estrategias elaboradas en el marco de las políticas sociales (en particular, el aumento gradual del desempleo y la degradación acelerada de la relación salarial)” (Merklen, 2005). 17 Se observa así un desplazamiento de la problemática del trabajador por la del pobre que no se trata de una simple modificación semántica, sino que este cambio de perspectiva y abordaje “contribuye a redeterminar el campo de lo posible en el ámbito de la acción”. Viene al caso, por su claridad, un fragmento del trabajo de Merklen: Cuanto más se hace hincapié en los pobres, menos escuchamos sobre las cuestiones societales y las relaciones de poder. Ahora bien, la comprensión de la cuestión social requiere inevitablemente una discusión acerca de las modalidades de participación en la creación de la riqueza y de su distribución dentro de cada sociedad y entre los países. Pensar la agenda social en términos de lucha contra la pobreza tiene consecuencias directas: cuanto más se hace la guerra a la pobreza, más se fija nuestra mirada sobre los pobres, y menos se trabaja sobre los dinamismos sociales que configuran la causa del empobrecimiento. (p. 113) En el marco de estas observaciones, Merklen enfatiza en el hecho de que la situación de pobreza, como experiencia común, “nunca ha bastado para la creación de un curso de acción, cualquiera sea éste”. La condición de pobreza, desprovista de vínculos de pertenencia y de solidaridad institucionalizados, contribuye a que las clases populares construyan su identidad a partir de una comunidad local y la constitución de un protagonista colectivo se ve fuertemente obstruida. Así, será contundente al afirmar que el hecho de compartir la condición de pobreza nunca ha bastado para la gestación de acciones significativas en el plano social: “La pobreza por sí sola no da lugar a la constitución de un protagonista colectivo y “los 18 pobres” no constituyen un sujeto para la acción social”. Y agrega que la asistencia siempre opera sobre contornos locales y que “a falta de otros vínculos de pertenencia y de solidaridad institucionalizados, las clases populares construyen a menudo su identidad alrededor de una comunidad local, sea el barrio o la comunidad campesina o rural, aspecto este reforzado por el carácter comunitario de la asistencia” (Merklen, 2005). Kessler y Di Virgilio (2008) se remiten a los datos para afirmar que la nueva pobreza se caracteriza por la polarización y la heterogeneidad, en tanto los nuevos pobres conforman un grupo que reúne a los perdedores de cada categoría profesional. Y, como dicen, la heterogeneidad se manifiesta en la diversidad de los perfiles socioprofesionales que remiten a “trayectorias sociales diferentes en cuanto a las formas de socialización, los orígenes familiares, las carreras educativas y las historias profesionales”. Así, una vez empobrecidos, la diversidad de trayectorias derivaba en formas diferentes de experimentar la pobreza y, a ello, debemos agregar que durante los noventa la nueva pobreza era un fenómeno de “puertas adentro” que, según señalan los autores citados, no generaba acciones ni estrategias colectivas. Recién finalizando la década los sectores medios empobrecidos “saldrán a la calle” y se organizarán por medio de estrategias de este tipo, entre las que se destaca el surgimiento de los llamados “clubes de trueque”. Castells (1997) realiza algunas observaciones generales respecto a la configuración de los movimientos sociales que tuvo lugar en el mundo en las últimas décadas, y siguiendo a este autor podemos señalar cierta correspondencia entre su caracterización de estos movimientos y la situación de buena parte de la protesta social en nuestro país durante el período neoliberal. Menciona que “los movimientos sociales 19 tienden a ser fragmentados, localistas, orientados a un único tema y efímeros”. En un mundo de cambios fuera de nuestro control, “la gente tiende a reagruparse en torno a identidades primarias”, como la religiosa, la étnica o la territorial. Luego agrega: “En un mundo de flujos globales de riqueza, poder e imágenes, la búsqueda de identidad, colectiva o individual, atribuida o construida, se convierte en lafuente fundamental de significado social (...) la identidad se está convirtiendo en la principal, y a veces única, fuente de significado en un período histórico caracterizado por una amplia desestructuración de las organizaciones, deslegitimación de las instituciones, desaparición de los principales movimientos sociales y expresiones culturales efímeras. Es cada vez más habitual que la gente no organice su significado en torno a lo que hace, sino por lo que es o cree ser”. En esta línea de análisis, García Canclini (2006) señala que algunos grupos “ven posibilidades de resistencia en el impulso de las formas tradicionales, artesanales y microgrupales que aún pueden tener valor para la reproducción particular de ciertos grupos, pero que se han mostrado ineficaces para erigir alternativas globales” (p. 48). Otros, agrega, responden a la política hegemónica buscando restaurar el “pacto integrador previo y del tipo de Estado que lo representaba”. Desde su postura considerará el ámbito estatal como un “territorio clave”. Es importante destacar que esta tendencia a la fragmentación de las identidades y de las experiencias culturales y de consumo, se enmarca en relaciones de poder que las comprenden: dinámicas sociales, políticas y económicas que en parte las explican y las condicionan fuertemente. 20 Los procesos fundamentales de reestructuración del capitalismo a escala global han sido analizados desde perspectivas teóricas diversas y en ocasiones enfrentadas, pero ciertos procesos de transformación, como la fragmentación y la heterogeneización de las experiencias de vida y de las manifestaciones políticas y sociales de la clase trabajadora, a veces son interpretados en un mismo sentido desde corrientes diferentes. Sobre dicho proceso de reestructuración y sobre las diferencias geográficas que se profundizan en la economía global, dicen Hardt y Negri (2003), “no son signos de co- presencia de diferentes estadios de desarrollo sino líneas de la nueva jerarquía global de la producción”. La descentralización de los procesos productivos, señala, provoca una concentración paralela del control sobre la producción: “el movimiento centrífugo de la producción se balancea con la tendencia centrípeta del comando”. Las nuevas tecnologías y las redes informáticas, construidas y vigiladas para garantizar el orden del sistema productivo y la obtención de ganancias, posibilitan un control más extensivo desde algún lugar central, que no coincide necesariamente con el lugar de producción. Las redes de comunicación, a la vez, constituyen el ámbito de fusión de grandes corporaciones transnacionales. En este marco general los servicios, que emergen como sector predominante de la producción tanto en los países dominantes como en los dominados, se caracterizan por el papel central desempeñado por el conocimiento, la información y la comunicación. Por esto, muchos autores denominan informacional a la economía posindustrial. Pero debemos tener presente que este proceso de informacionalización del proceso productivo, como también mencionan Hardt y Negri, no significa que la producción industrial sea dejada de lado. Asimismo, y lo que es más importante, las relaciones básicas de explotación para la producción de bienes y servicios siguen constituyendo el 21 fundamento material del sistema. Sin duda, la revolución informacional transformará la industria redefiniendo y rejuveneciendo los procesos de fabricación, pero la relación de explotación y la desigualdad entre segmentos de la población con intereses opuestos no se diluyen, sino que se acentúan. Dado que los servicios no producen bienes materiales ni durables, Hardt y Negri definen como trabajo inmaterial al implicado en dicha producción. Se trata de un trabajo que produce un bien inmaterial, como un producto cultural, conocimiento, comunicación u otro tipo de servicio. Según indica este autor, en la sociedad actual todas las actividades productivas tienden a quedar bajo el dominio de la economía informacional y son transformadas cualitativamente por ella. Se constata un cambio en la calidad y naturaleza del trabajo. Como en el caso de la producción material, aunque con sus propias características, dentro de la producción inmaterial observamos una marcada división del trabajo. Las tareas se dividen en, por un lado, actividades y manipulaciones complejas y creativas que requieren un elevado nivel de instrucción y formación, y por otro, tareas rutinarias, esquemáticas y operativas que no requieren una formación importante. Así, Hardt y Negri señalan que en la clase obrera observamos cierta homogeneización de los procesos laborales: “la heterogeneidad del trabajo concreto tiende a reducirse, y el trabajador está cada vez más alejado del objeto de su trabajo” (Hardt y Negri, 2003) Pero también observan que esta homogeneización de los procesos laborales entre los sectores menos calificados no redunda en una experiencia de vida común fundada en marcos institucionales de socialización como los tradicionales (la escuela, los sindicatos, los servicios sociales). Se configura un nuevo escenario en el cual las identidades culturales se multiplican y se manifiestan de manera efímera, cambiante, 22 propia de individuos que desarrollan compromisos cada vez más parciales. La clase obrera emerge de este proceso fragmentada y debilitada. Podemos plantear, entonces, la existencia de un proceso de transformaciones estructurales y culturales que a primera vista se presentan divergentes, pero que en realidad se refuerzan y complementan. Por un lado, la implementación de las políticas neoliberales y sus consecuencias en términos de nivel de desempleo, precarización de las condiciones laborales, flexibilización en la contratación de la mano de obra, aumento de la dispersión salarial entre categorías, produce una fragmentación de los sectores populares tanto en términos de las experiencias laborales como en los hábitos de consumo y las prácticas culturales. Pero al mismo tiempo, no podemos dejar de advertir que estos fenómenos responden a un proceso de reestructuración del capitalismo como sistema mundial que se inscribe en relaciones globales de poder, con sectores beneficiados y perjudicados. Los sectores perjudicados, al tiempo que se repliegan en sus círculos de interacción más inmediatos, consiguen empleos que no requieren calificación alguna o, cuando la requieren, estamos en presencia de un saber operativo que debe responder a las necesidades meramente técnicas de la producción, desligadas de cualquier participación crítica respecto al funcionamiento del proceso productivo y a la distribución del producto. En este sentido, podemos hablar de cierta homogeneización de los procesos laborales en tanto las tareas que desempeñan los sectores populares implican saberes cada vez más elementales que, al tiempo que se distancian del objeto producido, se alejan aun más de una evaluación crítica del funcionamiento del sistema productivo y de las dinámicas políticas y económicas globales que repercuten en sus propias condiciones de empleo y de vida. Entonces, estos factores contribuyen a que las 23 estrategias colectivas necesarias para transformar el modo en que se produce y distribuye la riqueza social sean más difíciles de elaborar. En lo que sigue comentaremos cómo, desde el ámbito académico, ciertos enfoques de análisis empleados al momento de estudiar estos procesos dificultan su comprensión y la gestación de acciones colectivas destinadas a defender los intereses de la clase trabajadora*. II. 3. Otras perspectivas de análisis en torno a la acción política de la clase trabajadora La clase trabajadora se ve, según dijimos, seriamente afectada en su capacidad de efectuar reivindicaciones como grupo cohesionado y caracterizado por su condición común de fuerzade trabajo, a la vez que se encuentra indefensa frente a los dictados del libre mercado. Desocupados, subocupados, trabajadores informales, temporarios, precarizados en general, estudiantes en un sistema educativo en franca decadencia, trabajadores del Estado que ven empeorar dramáticamente sus condiciones labores, jóvenes sin perspectiva de futuro que recurren a estupefacientes o a la delincuencia para enfrentar sus condiciones de vida, empleados de empresas multinacionales sujetos a negociaciones por empresa y a la nueva reglamentación del contrato laboral, forman *Así como el desplazamiento de la problemática del trabajador por la del pobre puede tener consecuencias fundamentales en la elaboración de acciones políticas desde y hacia la clase trabajadora, desde otros aportes teóricos también se realizan formulaciones que conciben de un modo particular la condición social de los trabajadores y, en consecuencia, el tipo de transformación al que debe dirigirse su accionar político. 24 parte de un creciente ejército de reserva de trabajadores (Marx, 2004) embestidos por un ajuste estructural destinado a desmantelar cierta protección laboral y social adquirida durante las décadas precedentes. El problema fundamental, sin embargo, no se refiere sólo a las transformaciones en el nivel estructural de la actividad económica conducentes a las diversas experiencias de los trabajadores en relación a la producción material de la sociedad. Las diversas condiciones de vida conducen a una fragmentación de las identidades construidas y a modos de vida distinguidos por un acceso diferenciado al consumo de diversos bienes culturales, entre ellos la educación (Tiramonti, 2005). Por ello, quienes sostienen que la creciente desigualdad (en términos de acceso tanto a bienes materiales como simbólicos) entre los distintos grupos sociales, la pauperización progresiva de los trabajadores, la decadencia en la prestación pública de bienes esenciales como salud y educación, constituyen un problema ligado fuertemente a la estructura económica de la sociedad cuya resolución implica una transformación de los mecanismos fundamentales del sistema, se encuentran frente a un doble desafío. El pasaje de una sociedad integrada y relativamente igualitaria a una configuración social fragmentada y heterogénea en términos de ingresos, modos de consumo y de vida, tuvo consecuencias de primera importancia en la organización y la acción política de la clase obrera. La argentina de los noventa será un país atravesado por una multiplicidad de acciones colectivas que abarcarán a los “nuevos movimientos sociales” (feministas, ecologistas, estudiantes, etc.), a las organizaciones de derechos humanos y al sector gremial en general. No obstante, como señala Melucci (1994) “en lo que se refiere a las formas de acción que conciernen a la vida cotidiana y la identidad individual, los movimientos contemporáneos se distancian del modelo tradicional de 25 organización política y asumen una creciente autonomía de los sistemas políticos”. Este autor menciona que “el problema teórico es si existen formas de conflicto que chocan con la lógica constitutiva de un sistema”. Pero al considerar que el “recurso constitutivo de los sistemas complejos” es la información, afirma que el criterio para sopesar el componente antagonista de un conflicto consiste en analizar si el mismo choca con las relaciones sociales a través de las cuales se produce la información. De este modo, el autor asume que un movimiento social desafía las lógicas del sistema mediante la crítica y la transformación de las orientaciones culturales. Por supuesto, confrontar al poder en el plano de la cultura es un requisito indispensable para la transformación social. El problema es que muchos movimientos sociales se proponen crear nuevos lenguajes y códigos simbólicos que expresan su orientación hacia el cambio (Munck, 1995) al tiempo que renuncian a la crítica del modo de producción capitalista. Y consideramos que este hecho es un problema debido a que dicho modo de producción es el que genera la persistente concentración de la riqueza y la ampliación de la brecha entre los diversos estratos sociales, a costa del empobrecimiento material y cultural* de gran parte de la población. Es comprensible que varios movimientos sociales con base social en las clases medias y en sectores académicos no sometidos a necesidades materiales urgentes no consideren como premisa indispensable la transformación del modo de producción capitalista a fin de pelear por sus intereses. Sus reclamos específicos remiten al respeto a la diversidad cultural, al cuidado del medio ambiente, a la libertad sexual, a la lucha contra el machismo, o al libre cultivo de estupefacientes. Melucci dirá que “los conflictos se desplazan del sistema económico-industrial hacia el ámbito cultural: se centran en la * Este aspecto será analizado en el último apartado dedicado a las transformaciones operadas en el sistema educativo, considerado como un elemento central de la producción cultural de la sociedad. 26 identidad personal, el tiempo y el espacio de vida, la motivación y los códigos del actuar cotidiano”. Pero no observa en este hecho ningún obstáculo importante a la transformación social, porque supone que el conflicto en torno a los códigos culturales dominantes en el sistema es el ámbito apropiado para enfrentar al poder, sobre todo en una sociedad donde “los bienes “materiales” son producidos a través de la mediación de sistemas informativos y de universos simbólicos controlados por las grandes organizaciones”. No obstante, el mismo autor reconoce que la información es un recurso que estructura la vida social sólo cuando las necesidades básicas o materiales ya han sido satisfechas, y cuando “la capacidad de producción simbólica se ha vuelto suficientemente autónoma de las constricciones de la reproducción”. No cabe duda que para gran parte de la población de nuestro país y del resto del mundo las necesidades materiales están lejos de ser satisfechas, y que la autonomía de las “constricciones de la reproducción” aún no se ha logrado. Por eso, el término “sociedad posmaterial” resulta impertinente para caracterizar la realidad social actual de gran parte del mundo. Tanto en Europa como en América Latina los pobres no pueden adherir principalmente a causas que desafíen los “códigos culturales” referidos a la sexualidad mientras no satisfagan sus necesidades más inmediatas, ligadas al acceso a los bienes materiales indispensables y a servicios de salud y educación de cierta calidad. Los sectores populares necesitamos una teoría y una práctica que atienda también nuestras necesidades más urgentes y no sólo las demandas de sectores medios que, aun siendo parte de la clase trabajadora, realizan reclamos sobre problemas específicos vinculados, entre otras cosas, al respeto de la diversidad -que asume distintas formas de expresión-, debilitando la cohesión y la capacidad de transformación radical de la clase trabajadora. 27 Melucci señala que en una sociedad en la cual los sectores más avanzados de la economía ocupan a gran parte de la población en la producción, el tratamiento y la circulación de la información, “este recurso fundamental forzosamente ha de estructurar la vida social”. Pero nosotros insistimos en que lo que en primera instancia “estructura la vida social” y determina las condiciones de vida de la población sigue siendo el hecho de que existen propietarios de los medios de producción, cada vez más concentrados, y propietarios de fuerza de trabajo, que no pueden satisfacer sus necesidades materiales dignamente ni acceder a una educación de calidad. Más que la producción de información, es el modo en que ésta y los demás bienesson producidos lo que genera la desigualdad social y, por ello, el desigual acceso a la información misma y a otros bienes culturales. Que las grades corporaciones sean las que manejan la información y establecen los códigos culturales dominantes en la sociedad no es en primer término una consecuencia del hecho de que quienes están en el poder proponen códigos culturales con más aceptación en la población que los producidos por los movimientos sociales “orientados al cambio”. Es decir, no comenzaron ganando la batalla en el plano cultural. Las grandes corporaciones que producen la información no pueden haber comenzado su actividad sin contar con el sustento de inmensos capitales realizados en otras ramas de la producción. Los miembros de estas corporaciones, que según Melucci dominan en los “sistemas complejos”, forman parte de la clase capitalista, propietaria de los medios de producción de un sistema todavía industrial basado en el trabajo asalariado. No se trata de un “sistema” impersonal que impone códigos culturales y no acepta diferencias, sino de una sociedad industrial en la que siguen siendo los capitalistas quienes tienen el poder para producir los bienes materiales y simbólicos que dominan en el mercado y en la industria cultural. 28 Los movimientos sociales cuestionan al sistema por su supuesta negación de la diversidad, y se exige la elaboración de leyes que la respeten. Melucci afirma que “la apelación a la diferencia tiene un significado explosivo para la lógica dominante”; más adelante agrega que “el sistema, que multiplica las comunicaciones y vive de ellas, conoce sólo dos modos de comunicar: la identificación, es decir, la integración en los códigos dominantes, la fusión con un poder que niega la diversidad; o la separación, la diferencia como exclusión de toda comunicación”. Este punto de vista parece ser compartido por los diversos movimientos sociales que apelan al respeto de la diferencia como reivindicación fundamental. También son muchos los investigadores sociales que plantean la confrontación a la lógica dominante en estos términos. Sin embargo, sorprende que precisamente en la actualidad, es decir luego de las transformaciones sociales operadas a nivel mundial por el neoliberalismo (Harvey, 2007), desde sectores con una supuesta orientación al cambio se denuncie tal negación de la diferencia por parte del sistema. El panorama descrito en los primeros apartados en relación a la diferenciación de las condiciones y experiencias de vida de la clase trabajadora y a la fragmentación resultante en el plano de la acción colectiva nos indica, antes bien, que tales reclamos que reivindican la diversidad étnica, sexual o de identidades culturales, de ningún modo desafían la lógica dominante del sistema, sino que, por el contrario, la sostienen. Reparando en el hecho de que la lógica dominante la establece, hoy más que nunca, el capital productivo y financiero, encarnado en las elites políticas y económicas, resulta difícil sospechar que las mismas se sientan amenazadas por reclamos referidos a la diversidad cultural. Por el contrario, es en los centros de estudio de los países líderes del sistema donde comienzan a elaborarse teorías de corte posmoderno (Harvey, 1998) que se proponen atender las particularidades de los distintos grupos sociales, no 29 considerados ya en su condición común de fuerza de trabajo. La influencia intelectual de estas corrientes sobre el pensamiento sociológico de los países dependientes encontró terreno fértil entre los sectores sociales no golpeados directamente por la crisis*. II. 4. La crisis política en el marco de la transformación social Han sido múltiples los aportes que desde la teoría política se propusieron, durante el período bajo estudio, analizar el problema de la representación política y el modo en que los distintos sectores sociales ejercían la ciudadanía. Se destacaba que desde finales de la década de los ochenta del siglo pasado en nuestro país, como en otras partes del mundo (Rosanvallón, 2007), se presentó una serie de problemas vinculados a la relación entre las opiniones e intereses de la gente y las instituciones políticas. Las investigaciones referidas a las actitudes de los votantes mostraban que la crisis social y económica agudizada en los años ochenta había generalizado cierta decepción hacia los gobernantes; incluso las expectativas depositadas en la democracia parecían hacer sido defraudadas. Los comportamientos electorales y los sondeos de opinión evidenciaban el crecimiento de cierta autonomía ciudadana, la cuál se manifestaría públicamente por medio de estallidos y protestas independientes de las organizaciones sociales y los partidos políticos. La movilización piquetera formaría parte de estos reclamos caracterizados por una acción en principio espontanea y carente de vínculos de * Este punto será analizado en otro apartado. 30 dirección centralizados. Este tipo de acción colectiva se desarrollará en forma paralela a la disminución del protagonismo de los actores institucionales tradicionales, ligada al debilitamiento de los sindicatos, la fragmentación de los partidos políticos y la pérdida de confianza de la población hacia las instituciones políticas. Se agotaría así, según Modonesi (2009), “una forma del conflicto caracterizada por un modelo “antagonista” definido en términos de un proyecto emancipatorio compartido, identidades convergentes y formas de organización y de lucha articulables”. Cheresky (2006) dirá que en el período se asiste a una transformación del sistema político, a “una crisis del formato precedente, en el que los lazos de representación tenían un carácter más estable sobre la base de identidades políticas constantes y de partidos con una identidad programática definida. Los actores políticos se constituirán en el espacio de la confrontación pública, en base a una conformación de identidades más precaria y menos sostenida en una trama de relaciones sociales común a sus miembros, como ocurría en el marco del sistema político y social corporativo ligado a la sociedad salarial. Cheresky resume claramente, así, varios de los procesos a los que nos referimos líneas atrás, destacando la relación entre las transformaciones estructurales y la crisis del sistema político asociado a una economía industrializada y dirigida por el Estado. Dirá que “estos nuevos actores colectivos tienen límites definidos en su relación con el poder. Predominan su capacidad de veto y eventualmente de alcanzar logros específicos, pero no sostienen movimientos colectivos con aspiraciones políticas estratégicas sustentables”. Destaca entonces la tendencia de los partidos a abandonar los programas políticos y su compromiso con el pueblo de tomar decisiones en coherencia con cierta ideología y con un proyecto político compartido. En este sentido, Modonesi señala que el electoralismo como ideología política, en nuestra región y especialmente a partir de 31 los noventa, “asentó una forma conservadora de la política y de la participación democrática al interior de modalidades episódicas y delegativas”. Por su parte, Manin (1998) señalará que Cuando el pueblo votaba por una partido con un programa, gozaba de una mayor capacidad para establecer la política futura que cuando elegía a un notable que inspiraba personalmente su confianza (...) Cuando hoy se elige a un candidato por su imagen, los votantes tienen menos capacidad para determinar lo que va a hacer que cuando un partido presentaba una lista de medidas que trataba de llevar a cabo (p. 285) Estas observaciones llevan a Manin a mencionar que la expansión de la base electoral de los gobiernos representativos permite afirmar que la democracia se ha ampliado, pero no que sea más profunda. Así, aunque el rendimientode cuentas a los electores por parte de los gobernantes siga constituyendo el componente democrático de la representación, las transformaciones del sistema representativo en las últimas décadas lo conducen a afirmar que el gobierno representativo “parece haber detenido su progreso hacia el autogobierno popular”. Por ello el electoralismo, como afirma Modonesi, puede ser afín al establecimiento de un orden político conservador. La apertura democrática, menciona, “permitió dar la sensación de la participación y del control democrático estableciendo límites definidos”. Citemos también en extenso a este autor, quien señala que tales límites 32 se manifiestan en la posibilidad de alternancia en el marco establecido por un sistema político surgido de la eliminación física y simbólica de las alternativas nacional populares y socialistas, es decir, estableciendo que el pluralismo se realizaba y se resolvía al interior del liberalismo, pluralismo que era en realidad una unipolaridad multipartidista, un único polo compuesto por varios partidos (p. 120) En las últimas décadas, en nuestra región y en otros lugares del mundo, los instauración de los regímenes democráticos ha corrido paralela a la concentración y centralización del poder político y económico. En nuestras latitudes, los partidos en el poder desarrollaron estrategias políticas destinadas a restringir aún más el reducido margen de maniobra política provisto por la ciudadanía democrática. En el siguiente apartado, haremos referencia a la estrategia clientelista desplegada en nuestro país por el Partido Justicialista en el poder durante el período neoliberal, entendiendo a dicha estrategia como un recurso habitual de quienes tienen el poder en sociedades con un sistema político democrático y signadas por profundas desigualdades económicas y sociales. II. 5. El clientelismo como estrategia política clave del partido en el poder Paralelamente a la desarticulación de la acción colectiva de la clase trabajadora frente a la imposición del modelo neoliberal y a la emergencia de movimientos sociales 33 que renuncian a la crítica del sistema capitalista para canalizar sus demandas a través de reclamos que exigen cierto reconocimiento de particularidades, diferencias o identidades construidas sobre experiencias de vida ajenas a la condición salarial (pero que aún se producen dentro del modo de producción capitalista), asistimos al desarrollo del partido peronista como aparato clientelista (Levitsky, 2005), destinado a establecer relaciones de dominación con distintos sectores de la población, entre los cuales se destacan los grupos más afectados por las políticas implementadas desde el gobierno. Mientras los lazos dentro de la clase trabajadora sufren un pronunciado debilitamiento, observable en la distancia creciente entre los trabajadores asalariados y los desocupados asociados a la territorialización de la política y el mundo comunitario (ambos sectores afectados por las reformas económicas y sociales impuestas en el período), el último sector será protagonista de una manera de hacer política fuertemente anclada en las relaciones entabladas a nivel territorial y en la interpelación directa a los funcionarios públicos y, por este medio, al poder estatal (Kessler y Di Virgilio, 2008). En Argentina, varios autores coinciden en interpretar el proceso de desindustrialización, descolectivización y deterioro de los marcos institucionales de integración social que tuvo lugar en nuestro país en las últimas décadas del siglo XX, en términos de un “pasaje de la fábrica al barrio”. Muchos trabajos advierten la creciente territorialización de las actividades políticas, económicas, sociales y culturales de la clase trabajadora que ha tenido lugar en los últimos años. El mundo del trabajo, señalan, pierde centralidad, mientras la vida social se despliega en los límites del barrio para responder a las necesidades de sus habitantes mediante el desarrollo de redes comunitarias y organizaciones destinadas a resolver problemas locales. Será el territorio, y no el trabajo, el que organice la vida de los pobres urbanos. Y de este modo, 34 el barrio pasa a cumplir funciones que las instituciones ya no desempeñan, por ejemplo, como agentes de socialización. El estado, por su parte, multiplicará las políticas asistencialistas, la política social asumirá el carácter de una gestión de las necesidades (Adamovsky, 2012). Las necesidades de las clases populares ya no se atenderán mediante la ampliación de los derechos o los beneficios que colectivamente puedan reclamar los ciudadanos. La nueva política social procederá a identificar los posibles focos de conflicto y a otorgar alguna ayuda específica que los mantenga bajo control. En cuanto a los estudios destinados a analizar esta fenómeno social, podemos decir que, en general, en las investigaciones que tienen por objeto la acción política de los llamados “sectores populares” en la Argentina de las últimas décadas, predomina cierto enfoque de análisis y una estrategia metodológica que se centran en la escala local, en este caso el espacio barrial. Muchas veces, no obstante, estos estudios no prescinden del intento de establecer conexiones entre lo que sucede en los barrios y los procesos estructurales, que permiten explicar, en gran medida, las acciones desplegadas en un ámbito restringido. Pero en muchos estudios, especialmente aquellos que adoptan una perspectiva etnográfica para explicar las tramas microsociales y las relaciones entabladas a nivel local, se descuida el vínculo que debe establecerse entre los dos planos de análisis para intentar entender cualquier fenómeno social. Estas perspectivas de corte antropológico pueden permitir, y han permitido, justificar prácticas políticas de dominación social tales como el clientelismo. Paula Varela menciona que “el tema del clientelismo es clave porque, según cómo se lo interprete, se llega a la conclusión que constituye una forma de hacer política de los sectores populares o que constituye una forma de dominación “desde arriba” 35 sobre los sectores populares (o ambas cosas a la vez)” (Varela, 2009). Auyero (2001), mediante la noción de redes sociales, hará referencia a las relaciones que los miembros de la clase trabajadora establecen entre sí y con los políticos o funcionarios públicos dentro del ámbito barrial. En el marco de las relaciones clientelares, según el autor, los pobres dejarían de ser pasivos y serían negociantes tan activos como los punteros o referentes barriales. De este modo, el clientelismo pasaría a ser una forma legítima de hacer política y permitiría que los pobres resuelvan muchos de sus problemas. Negar la legitimidad del clientelismo como modo de hacer política significaría, además, adoptar una postura conservadora que niega capacidad de acción a los “sectores populares”. Esta distorsión ideológica de los hechos constituye sólo un ejemplo de las afirmaciones que permite realizar la aplicación de un enfoque etnográfico cuando se analiza un fenómeno social atravesado por relaciones de poder que exceden el marco comunitario o local que se recorta y aísla como objeto de estudio en relación a los intereses del investigador. Si lo que se pretende es no considerar u ocultar algunos aspectos de ciertas relaciones macrosociales, el enfoque etnográfico resulta apropiado y, además, permite afirmar que cierta investigación conlleva como mérito el reconocimiento de la dimensión subjetiva, de los valores, de las identidades y de los propósitos de los actores que estamos estudiando. Así, mientras se afirma que las perspectivas de análisis que no se concentren en el examen de la dimensión subjetiva manifiesta en las relaciones cotidianas restringidas al espacio local incurren en el descuido de un aspecto fundamental de las relacionessociales y de los fenómenos que se intenta examinar, las relaciones de poder entabladas a nivel nacional e internacional y las transformaciones operadas en la estructura productiva son dejadas en segundo plano. 36 En primer lugar, este enfoque etnográfico permite atribuir legitimidad política a prácticas que no cuestionan las relaciones de poder asimétricas sino que, al contrario, las sostienen. Se consideran políticas las negociaciones entabladas por los pobres en el espacio barrial y que permiten acceder a un plan o a algún producto destinado a satisfacer necesidades básicas, pero que no cuestionan ni enfrentan el sistema político, social y económico que redunda en esas condiciones precarias de vida. Es difícil sostener, como hacen Auyero (2002) o Vommaro (2011), que los sectores populares obtienen beneficios por medio de su participación “activa” en las prácticas clientelares. Nos parece que de esa manera se desvía la mirada hacia un problema que no es fundamental ni remite a las condiciones estructurales que deben modificarse para que las personas que participan “activamente” en la relación clientelar superen los límites de la misma. Como señala claramente Paula Varela, en Auyero la política “tiene el techo del propio vínculo clientelar peronista. Y esto significa, nos dice, que “la política de los pobres” tiene el techo del estado en su forma clientelar, es decir, su forma neoliberal”, siendo la territorialización “la forma que asume el Estado en el neoliberalismo”, por medio de políticas asistenciales y el control policial de la población. El clientelismo, como principal estrategia del PJ frente a la desindustrialización y los efectos de las políticas económicas del neoliberalismo, tuvo sus consecuencias sobre la identidad del movimiento peronista. Así, señala Adamovsky (2012), lo que el peronismo tenía de “cultura opositora y herética” y su antagonismo de clase, ceden lugar frente a una asistencia al pobre que “ya no culpaba a nadie por la pobreza”. Desvanecida su contracultura política, menciona este autor, el movimiento pasó a sustentarse en una “ideología del asistencialismo y la pasividad”. Y luego aclara que, más allá de cómo se lo interprete, “no debe olvidarse que el clientelismo es un tipo de 37 relación que refuerza las jerarquías de poder existentes, al hacer aparecer como dádivas personales lo que son, de hecho, recursos estatales cuyo origen es el trabajo de la sociedad y no el bolsillo de quien se pretende un benefactor”. Citamos completa la afirmación anterior por la claridad con la que el autor expone hechos concretos que algunos trabajos de corte etnográfico parecen no tener en cuenta. Asimismo, no todas las personas que participan en las relaciones clientelares en tanto clientes perciben a las mismas como una manera activa de hacer política para resolver problemas ni, menos aún, para superar las condiciones de vida en que se encuentran. Como también señala Adamovsky, en las encuestas y entrevistas realizadas “no todos los pobres tenían una imagen positiva del funcionamiento de las redes clientelares. Aunque en minoría, muchos se mostraban perfectamente conscientes de que eran parte de un sistema de manipulación política y de enriquecimiento personal”. Esto contribuyó a que el peronismo, “convertido en parte de una maquinaria asistencialista más interesada en asegurar el orden social que en promover mayores derechos para los más pobres”, perdiera en el período mucho del atractivo que tuvo en otros tiempos. Esto daría lugar a la emergencia de nuevas organizaciones sociales contestatarias por fuera del peronismo y en oposición a él (Adamovsky, 2012). Este repliegue sobre los barrios de las actividades políticas, sociales, económicas y culturales que sufrió la clase trabajadora, se liga directamente a las políticas sociales desplegadas por el Estado frente a la crisis que produjeron las políticas económicas. No se trata de políticas separadas, sino que ambas se complementan y refuerzan recíprocamente respondiendo al mismo objetivo: el avance del capital sobre el trabajo, o, lo que es lo mismo, el aumento de los privilegios de los grandes propietarios en detrimento de las condiciones de vida de los trabajadores. 38 En este contexto, las políticas sociales renunciarán a las pretensiones universalistas de otros tiempos y responderán, únicamente, a las necesidades de grupos específicos que ya no disponen de los medios indispensables para la subsistencia. Serán políticas focalizadas destinadas al control de los posibles focos de conflicto y además, por medio del aparato clientelar de Partido Justicialista, procurarán sostener y reproducir en un régimen “democrático” el sistema de dominación capitalista sobre la clase trabajadora. Y esta ofensiva del capital contra el trabajo se despliega en todos los niveles: en el económico, el político, el social y el cultural, y dentro de este, en el campo académico. En este último, la crisis del marxismo redunda en un énfasis en el estudio de las vivencias particulares que adquieren sentido en marcos comunitarios estrechos, fragmentarios, en detrimento de un análisis que plantee el problema en términos de clases sociales y considere vinculados por su condición común de fuerza de trabajo en un modo de producción capitalista a estos segmentos de la clase trabajadora. Paula Varela realiza algunos comentarios importantes en este sentido, al afirmar, citando a Marx, que una división entre lo que sucede en la fábrica y en el barrio resulta arbitraria y produce la idea de que “cada uno de estos ámbitos tiene su propia forma de organización” y desarrolla demandas autónomas entre sí. Pero esta idea, señala Varela, es falsa porque los “pobres”, “lejos de ser una categoría social autónoma (lo que no niega especificidades en prácticas culturales, sociales y políticas) están intrínsecamente unidos a los asalariados en tanto conforman lo que Marx llamó superpoblación obrera relativa, como afirmación y no como negación de la sociedad basada en el trabajo asalariado”. Estas observaciones valen, podemos decir, tanto para la dicotomía que desde el ámbito académico se plantea, en términos de acción política, entre el barrio y la 39 fábrica, como para la multiplicidad de demandas que desde la sociedad civil distintas organizaciones y movimientos sociales presentan como desligadas de las propias reivindicaciones de los sectores asalariados u otros sectores que, en tanto “material humano explotable y siempre disponible”, conforman el “ejército industrial de reserva a disposición del capital” (Marx, 2004). Las demandas de los movimientos sociales en relación al respeto de la diversidad de las distintas comunidades no debe impedir el reconocimiento de que los trabajadores somos una misma clase social afectada por las políticas implementadas a través del Estado por parte de un grupo de personas que tiene muy claro cuáles son sus intereses y su posición en la estructura social. II. 6. Comentarios En la última sección compartimos algunas consideraciones generales respecto al clientelismo y al modo en que algunos autores lo han abordado; y lo hicimos porque se trata de un ejemplo ilustrativo del modo en que la elaboración teórica incide sobre la práctica, en este caso la movilización social. En el marco de una sociedad deliberadamente fragmentada en sus planos económico, cultural, político y social por parte de las elites políticas y económicas, una investigación de los procesos de transformación que han tenido lugar desde una perspectiva exclusivamente etnográfica, que relegue a un segundo plano o incluso no dé cuenta de las relaciones de poder y los proyectos elaborados y puestos en marcha a nivel nacional e internacional en respuesta a determinados intereses, puede conducir a reforzar (en vez de enfrentar) esa tendencia al debilitamiento de loslazos sociales dentro de la clase trabajadora. 40 El contexto general en el plano de la movilización social y la acción colectiva exigía en los noventa, y exigirá siempre, que las transformaciones sociales producto de las políticas económicas se consideren y analicen teniendo presentes los intereses de los actores que operan en base a proyectos económicos y sociales destinados a transformar sociedades enteras y los vínculos que se establecen en el marco de las relaciones internacionales. Enfoques antropológicos de corte postmoderno pueden conducir el análisis de los hechos a meros registros etnográficos de las prácticas entabladas en ámbitos restringidos. Así, mientras estas observaciones parecen conllevar cierto respeto y reconocimiento de las actividades políticas y sociales desempeñadas por las personas en sus barrios u organizaciones destinadas a resolver problemas locales, se puede descuidar, nos parece, el hecho de que las condiciones de vida de la clase trabajadora no fueron el producto, ni lo serán en el futuro, de tales prácticas locales y restringidas, por muy bien intencionadas que sean. Por supuesto, los barrios y sus organizaciones comunitarias son espacios que, en la medida que pueden desligarse de los dictados gubernamentales, constituyen un espacio abierto a la lucha de clases (Pereyra, 1981). Pero las intromisiones del Estado en la sociedad civil por medio de sus estrategias clientelistas constituyen un desafío de primera importancia para evitar que las organizaciones comunitarias o los movimientos sociales sean cooptados por aquel y se conviertan, al decir de Munck (1995), en fuerzas políticas populistas heterónomas incapaces de plantear una alternativa radical al modo de organización social imperante. Para construir tal alternativa, es necesario tener presente que en nuestro tiempo las grandes transformaciones sociales responden a proyectos de una magnitud que requieren, entre otras cosas, investigaciones que pretendan dar cuenta de las dimensiones micro y macro de los hechos. 41 III. Política educativa y transformaciones sociales en Argentina durante los noventa: algunas anotaciones para un estudio integrado del proyecto neoliberal En este apartado nos proponemos realizar algunas consideraciones generales en torno a las políticas educativas implementadas durante los noventa en Argentina. A su vez, intentaremos establecer relaciones entre dicha implementación y el proyecto político, económico, social y cultural que se propuso transformar en forma radical la configuración social de nuestro país y que encontró en la educación uno de los instrumentos clave para alcanzar dicho objetivo. III. 1. Una transformación radical Como en varios países latinoamericanos, en Argentina las reformas llevadas a cabo por el proyecto neoliberal derivaron en profundas transformaciones en la estructura social y productiva. En nuestro país se registra, principalmente, una profundización de las distancias entre los grupos sociales, acompañada por un aumento de la heterogeneidad en el interior de cada uno de ellos. A este proceso de fragmentación contribuyeron el aumento de la pobreza, el desempleo creciente, el deterioro general de las condiciones de trabajo y la ampliación de la brecha existente entre los sectores de mayores y menores ingresos. Esta fragmentación se expresa en los procesos de segregación urbana, la intensificación de la segmentación de los consumos, 42 la mayor diferenciación de los servicios educativos y la diversificación de prácticas de consumo. Las reformas neoliberales trajeron como correlato, así, la consolidación de una nueva matriz social caracterizada por una fuerte dinámica de polarización y por la multiplicación de las desigualdades. La desregulación de los mercados, acompañada de la introducción de nuevas formas de organización del trabajo, produjo la entrada en una era caracterizada por la flexibilización y la precariedad laboral y el creciente desempleo. Estas políticas económicas derivaron en una marcada reformulación de la relación del Estado con la economía y la sociedad. Las políticas sociales del Estado, a partir de los 90, pasan a definirse como focalizadas, es decir, políticas que no apuntan a reconocer un derecho universal. Por su parte, el sistema de protección social se encontraba en un proceso de franco retroceso desde comienzos de los años ochenta. Algunas de las transformaciones implementadas en el sistema educativo vienen a sustentar el proceso de transformación de la estructura social impulsado por el neoliberalismo. La insuficiente inversión estatal, el deterioro de los salarios y las condiciones laborales de los docentes, y la ausencia de políticas dirigidas a jerarquizar su formación, derivan en una profunda declinación del sistema educativo. A la par de estas tendencias, la escuela se debe abocar a tareas asistenciales, como consecuencia del empobrecimiento del alumnado. Mientras se expande el sector privado, el sector público comienza a segmentarse produciendo diferencias entre las escuelas según la zona en que se encuentran y la población que reciben. Este proceso contribuye a reproducir la desigualdad social de los alumnos y sus familias. 43 III. 2. La política educativa Como sucede en el ámbito estrictamente económico para el caso de las empresas estatales, el argumento que sostiene a las políticas educativas neoliberales es que los grandes sistemas escolares son ineficientes y sus productos de baja calidad. En base a esta afirmación se decía que la educación pública había fracasado y que debía reducirse el rol del Estado en la educación. Se aplicarán entonces una serie de medidas a tal fin: la descentralización y privatización de los sistemas, la flexibilización de la contratación y la reducción de la planta docente, un fuerte control por parte del gobierno nacional mediante la imposición de contenidos comunes y evaluaciones. Pero este proyecto supuso un proceso de mercantilización de la educación que promovió la transferencia de los servicios educativos desde el Estado hacia la sociedad, la comunidad y la familia, y en el que los sectores con menos recursos resultaron fuertemente perjudicados. El Ministerio de Educación implementará la reforma educativa a través de la Ley Federal de Educación, sancionada en 1993, la cual constituye el instrumento legal del proyecto de transformar profundamente el ordenamiento del sistema educativo argentino. Esta ley se propone cambiar la estructura del sistema adoptando el formato implementado por la reforma española de los años ’70 durante el franquismo. Se creó en nuestro país, durante los noventa, la Educación General Básica (E.G.B.), dividida a su vez en tres ciclos, el último de los cuales incorpora dos años de la antigua educación secundaria. De esta manera la obligatoriedad se extiende a diez años, la cual incluye un año de preescolar y nueve de educación básica. Los últimos tres años de la anterior 44 escuela media se transforman en un ciclo polimodal no obligatorio con cinco orientaciones diferentes. Puede interpretarse que los cambios en la estructura tuvieron que ver con el propósito de aumentar en dos años la escolaridad de la población sin abrir a la masa de la población el acceso a la educación secundaria. Por medio de la ley, la distribución de responsabilidades educativas entre los diferentes niveles del Estado fue modificada. Los niveles intermedios serán responsables desde entonces tanto de la gestión cotidiana como de la obtención y asignación de recursos. Así, el Estado nacional se desliga en enorme medida de estas tareas, mientras las jurisdicciones pasan a ser responsables de las instituciones ubicadas en su territorio. Se observa en este aspecto que los gremios también se dispersan en tantos frentes como jurisdicciones existen en el país, lo que