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Levalle,	Lucas	Ariel
El	proyecto	neoliberal	en	Argentina
durante	los	años	noventa.	Cambios
estructurales	y	abordajes
interpretativos
Tesis	presentada	para	la	obtención	del	grado	de	Licenciado	en
Sociología
Directora:	Fernández	Berdaguer,	María	Leticia
Levalle,	L.	(2017).	El	proyecto	neoliberal	en	Argentina	durante	los	años	noventa.	Cambios	estructurales
y	abordajes	interpretativos.	Tesis	de	grado.	Universidad	Nacional	de	La	Plata.	Facultad	de
Humanidades	y	Ciencias	de	la	Educación.	En	Memoria	Académica.	Disponible	en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1399/te.1399.pdf
Información	adicional	en	www.memoria.fahce.unlp.edu.ar
Esta	obra	está	bajo	una	Licencia	Creative	Commons	
Atribución-NoComercial-SinDerivadas	4.0	Internacional
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/
1 
 
 
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA 
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN 
DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA 
 
 
 
 
LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA 
 TESINA 
 
El proyecto neoliberal en Argentina 
durante los años noventa. Cambios 
estructurales y abordajes 
interpretativos. 
 
 
Alumno: Levalle, Lucas Ariel. 
Legajo: 97292/2. 
Correo electrónico: 
lucas_divididos@hotmail.com 
Director: Fernández Berdaguer, 
Leticia. 
Fecha: diciembre de 2016. 
 
 
2 
 
 RESUMEN: las políticas neoliberales implementadas en Argentina durante los años 
noventa han tenido un impacto de una magnitud y una profundidad tan significativas 
sobre la estructura social y productiva, la cultura y la sociedad en su conjunto, que 
difícilmente pueda apreciarse si cercenamos nuestra atención a consideraciones o 
análisis aislados referidos a las transformaciones ocurridas particularmente en alguna de 
dichas dimensiones de la realidad social, tales como la estructura económica, las 
relaciones políticas, la dinámica de la movilización social o los consumos culturales. 
Por ello, intentar analizar cómo los distintos sectores de nuestra población ejercen la 
acción política en defensa de los que consideran sus derechos o intereses, 
necesariamente nos conduce a la observación de las condiciones económicas, sociales y 
culturales en la que estos actores se desenvuelven. El examen del modo en que ciertos 
investigadores abordaron el proceso de transformación de la sociedad impulsado por el 
proyecto neoliberal nos permite comprender tanto la complejidad del fenómeno como la 
necesidad de elaborar una teoría que lo comprenda en sus múltiples dimensiones y, de 
esta manera, devenga transformadora en sus vínculos con la práctica. 
 
PALABRAS CLAVE: proyecto neoliberal – clase trabajadora - acción política – 
cuestión social – posmodernismo – reforma educativa. 
 
 
 
 
 
3 
Índice 
Resumen............................................................................................................................2 
Introducción.......................................................................................................................4 
I. La crisis de un modelo económico y de integración social............................................6 
II. Notas sobre las transformaciones de la acción política de la clase trabajadora en 
Argentina durante el neoliberalismo............................................................................. ..10 
II. 1. La resistencia de la clase trabajadora en una sociedad segmentada.......................10 
II. 2. La clase trabajarora frente a la reestructuración del capitalismo y a la nueva 
cuestión social..................................................................................................................15 
II.3. Otras perspectivas de análisis en torno a la acción política de la clase 
trabajadora.......................................................................................................................23 
II. 4. La crisis política en el marco de la transformación social......................................29 
II. 5. El clientelismo como estrategia política clave del partido en el poder...................32 
II. 6. Comentarios............................................................................................................39 
III. Política educativa y transformaciones sociales en Argentina durante los noventa: 
algunas anotaciones para un estudio integrado del proyecto neoliberal..........................41 
III. 1. Una transformación radical...................................................................................41 
III. 2. La política educativa..............................................................................................43 
III. 3. La reforma educativa como parte de un proyecto de transformación social.........45 
III. 4. Algunas consecuencias de las reformas.................................................................47 
III. 5. Comentarios...........................................................................................................49 
IV. Consideraciones finales.............................................................................................50 
V. Bibliografía.................................................................................................................56 
  
4 
 
 Introducción 
 
 Las políticas neoliberales implementadas en Argentina durante los años noventa 
han tenido un impacto de una magnitud y una profundidad tan significativas sobre la 
estructura social y productiva, el mundo cultural y la sociedad en su conjunto, que 
difícilmente pueda apreciarse si cercenamos nuestra atención a consideraciones o 
análisis aislados referidos a las transformaciones ocurridas particularmente en alguna de 
dichas dimensiones de la realidad social, tales como la estructura económica, las 
relaciones políticas, la dinámica de la movilización social o los consumos culturales. La 
sociedad argentina, en esos años, sufre transformaciones que afectan desde la 
organización de la producción económica a escala nacional hasta las relaciones más 
cercanas de la vida cotidiana. Por ello, intentar analizar cómo los distintos sectores de 
nuestra población ejercen la acción política en defensa de los que consideran sus 
derechos o intereses, necesariamente nos conduce a la observación de las condiciones 
económicas, sociales y culturales en la que estos actores se desenvuelven. 
 Con fines expositivos, el contenido de este trabajo será presentado en una serie 
de apartados referidos, cada uno, al modo en que el proceso de transformación de la 
sociedad impulsado por el neoliberalismo tuvo lugar en las diferentes esferas de la 
realidad social. Así, en el primer apartado se mencionarán en forma esquemática 
algunas de las transformaciones que tuvieron lugar como consecuencia de las políticas 
económicas implementadas desde el poder gubernamental. En el segundo, se realizarán 
consideraciones panorámicas respecto a las diferentes modalidades asumidas por la 
5 
movilización social frente a las transformaciones económicas mencionadas y a los 
cambios operados en el sistema político. La referencia a distintos autores será recurrente 
debido al propósito de discutir el enfoque de análisis apropiado para abordar tales 
procesos de cambio desde una posición teórica comprometida con la práctica. 
Trataremos de rescatar, principalmente, algunos rasgos de sus argumentos en tanto 
resultan relevantes para dar cuenta del abordaje metodológico que los caracteriza. El 
tercer apartado nos brindará información, también muy general y panorámica, sobre las 
transformaciones operadas en el sistema educativo, considerado este último como un 
elemento fundamental de la producción cultural y de la organización de la sociedad. 
 Es importante tener en cuenta que dicha presentación en distintas secciones de 
los comentarios respecto a las transformaciones sociales del período bajo estudio que 
han sido consideradas no obedece a un presupuesto metodológico que considere a los 
procesos económicos, políticos, socialesy culturales como disociados entre sí y pasibles 
de ser examinados en forma aislada. La tesis de este trabajo es, justamente, que tales 
procesos, mutuamente dependientes, forman parte de un proyecto de transformación de 
la sociedad que implica modificaciones en todas las dimensiones de la realidad social. 
Tal presentación dividida en secciones responde, en realidad, al propósito de mostrar 
que los cambios operados en cada una de tales dimensiones manifiestan elementos que 
forman parte de un proyecto integral de transformación de la sociedad. En un último 
apartado se realizará un esfuerzo de síntesis que identifique tales elementos y los 
vincule para dar cuenta del carácter radical del proyecto neoliberal y del enfoque de 
estudio necesario para abordarlo. 
 
 
6 
 
 I. La crisis de un modelo económico y de integración 
social 
 
 Durante gran parte del siglo pasado, nuestro país se caracterizó por evidenciar 
altos niveles de integración social y política y bajos índices de desigualdad, en tanto 
tuvo lugar el desarrollo de sistemas de protección social y la formulación de leyes de 
regulación del trabajo por medio de la intervención del Estado en el funcionamiento del 
mercado y la institucionalización de protecciones sociales. Si bien este proceso ha 
sufrido, en distintos momentos, interrupciones y retrocesos de la mano de gobiernos que 
implementaron políticas favorables al sector privado y extranjero y destinadas al 
disciplinamiento de la mano de obra, puede afirmarse que, en términos generales, tanto 
en Argentina como en varios países de América Latina la instauración de regímenes con 
fuerte presencia del Estado extendería la implementación y consolidación de normas e 
instituciones destinadas a regular lo social y universalizar derechos. 
 En Argentina, la integración social era la consecuencia de una serie de factores 
complementarios. Entre los más importantes podemos señalar el proceso de 
industrialización por sustitución de importaciones impulsado en la década de 1930 y 
profundizado luego durante del peronismo; el importante peso de los puestos de trabajo 
asalariados, la reducida segmentación entre diferentes sectores y el desempleo reducido. 
Al tiempo, como señalan Del Cueto y Luzzi, “el desarrollo por parte del Estado de 
políticas de pretensión universalista en educación y en salud y de un sistema de 
seguridad social ligado al empleo formal, articulados con la acción de los sindicatos”, 
7 
contribuyeron durante varias décadas a dar “homogeneidad a las clases trabajadoras”. 
Como señalan estas autoras, una de las consecuencias de mayor peso de esos factores, 
que inciden de modo directo sobre la estructura social, fue un notorio proceso de 
movilidad social ascendente, con la consecuente conformación de una extensa clase 
media (Del Cueto y Luzzi, 2008). 
 Pero estas clases medias y la configuración social que les dio origen se verán 
afectadas de diversas maneras por, principalmente, las políticas económicas y sociales 
implementadas por el Proceso y las gestiones democráticas posteriores. Tal situación de 
integración social y de homogeneidad en las condiciones de vida de la clase trabajadora 
se verá radicalmente modificada. En lo económico, se desmantelará el modelo de 
crecimiento hacia adentro basado en el desarrollo de una industria nacional destinada al 
mercado interno. En la década de 1980, gran parte de la población del país se verá 
afectada por la crisis de la deuda externa (la estatización de gran parte de la deuda del 
sector privado, decidida por el gobierno militar, tendría consecuencias directas sobre el 
gasto público), mientras la apertura económica impulsada durante el Proceso y las 
posibilidades brindadas a la especulación financiera, habían llevado a un proceso de 
desindustrialización que acabó con gran parte de las pequeñas y medianas empresas del 
sector industrial, en tanto sólo algunas fracciones del capital se vieron favorecidas en 
razón de sus vínculos con los sectores que detentaban el poder del Estado, cuyas 
políticas implicaron un desplazamiento del mismo de la producción y distribución de 
bienes y servicios básicos para la población. El mercado, liderado por los agentes 
privados y, especialmente, por las grandes empresas, determinaría la distribución de 
todo aquello indispensable para asegurarse condiciones dignas de vida. Los servicios de 
salud y educación quedaron, así, a disposición de quienes pudieran adquirirlos en el 
8 
mercado. Para los demás, la asistencia social a cargo del Estado asumiría un carácter 
mínimo y focalizado. En este marco, signado por la estatización de la deuda privada y 
su impacto en el gasto público, los sistemas públicos de salud y educación sufrieron una 
importante reducción de su presupuesto, que derivaría en un deterioro de la calidad del 
servicio en los hospitales y las escuelas públicos. 
 En estas circunstancias, la creciente desocupación tornaría aun más penosa la 
situación de la clase trabajadora. Bajo la presidencia de Carlos Menem, entre agosto y 
septiembre de 1989 se aprueban en el Congreso las leyes de Reforma del Estado (N° 
23.696), que daba el sustento legal al proceso de privatizaciones, y de Emergencia 
Económica (N° 23.697), que anuló subsidios, subvenciones y regímenes de promoción 
industrial, al tiempo que prohibía a la administración pública efectuar contrataciones o 
designar personal y autorizaba los despidos. Así, los programas de ajuste estructural 
conducen al deterioro en la prestación de los servicios públicos, mientras en el mercado 
de trabajo se acentúan tendencias previas y se presentan características novedosas que 
perjudicarán a los trabajadores. Aumentó, por un lado, el grado de inestabilidad laboral. 
La Ley de Empleo de 1991 aumentará la cantidad de contratos por tiempo determinado, 
que representarían una quinta parte del aumento del empleo en blanco, en tanto el 
crecimiento de los niveles de desempleo fue acompañado por el deterioro general de las 
condiciones de trabajo. Al tiempo, la reestructuración productiva genera el cierre de 
industrias, y mientras exige mayores niveles educativos para ocupar los puestos de 
trabajo, crea otros menos calificados y peor remunerados. Se incrementa, en este 
contexto, el trabajo no registrado o en negro, en continuidad con la tendencia de la 
década anterior. Serán las políticas neoliberales el principal instrumento de esta ofensiva 
del capital contra el trabajo y las que permitirán deteriorar los sistemas de protección 
9 
social y laboral existentes hasta el período. Se manifiesta, en este escenario social, la 
fragmentación y el deterioro en las condiciones de vida de la clase trabajadora y gran 
parte de los sectores medios y la concentración de poder político y económico en los 
sectores más privilegiados del país ligados al capital internacional. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
10 
II. Notas sobre las transformaciones de la acción política de la 
clase trabajadora en Argentina durante el neoliberalismo 
 
 En este apartado nuestro objetivo es dar cuenta, por medio de una exposición 
panorámica, del modo en que los sectores sociales más vulnerables de la argentina se 
han enfrentado a una situación de crisis y transformación profunda de la sociedad como 
la que ha tenido lugar en el marco de la implementación del proyecto neoliberal. Nos 
centraremos en el accionar político de la clase trabajadora y, al mismo tiempo, en las 
políticas implementadas desde el Estado para cohibir cualquier proceso de organización 
popular, entre ellas, la estrategia clientelista desarrollada por el Partido Justicialista en el 
poder durante los años noventa. También se harán algunas referencias al modo en que 
ciertos investigadores sociales han abordado tal fenómeno. Por último, se realizarán 
indagaciones de carácter preliminar sobre las posibles consecuencias teóricas y prácticas 
a las que pueden conduciralgunas de las perspectivas de análisis presentadas. En este 
sentido, las citas serán frecuentes. 
 
 
II. 1. La resistencia de la clase trabajadora en una sociedad 
segmentada 
 
 El panorama descrito en el anterior apartado remite a un proceso de profunda 
transformación de la sociedad argentina que desestabilizó las tradicionales vías de 
integración social y formas de socialización política de la clase trabajadora. En el marco 
11 
de una creciente desocupación, ya no es el trabajo el eje que organiza la vida de los 
individuos. El espacio de la fábrica pierde su centralidad y los “nuevos pobres” dejan de 
estar cubiertos por las formas institucionales previas de inscripción colectiva, como los 
sindicatos. 
 Transformaciones como las operadas bajo el neoliberalismo sobre las 
condiciones de trabajo y de vida de la clase trabajadora no tardaron en provocar 
respuestas mediante la gestación de protestas y movimientos contestatarios. Pero estos 
movimientos y reclamos asumirán en el período un carácter particular y novedoso 
debido a la base material sobre la cual deberán organizarse. Tendrán que actuar, como 
trabajadores empleados en condiciones precarias o como desocupados, sobre una 
realidad muy diferente a la propia de períodos previos en los cuales los canales 
institucionales y sindicales constituían un medio consistente para sus reclamos 
corporativos. Deberán organizarse y expresar sus demandas al margen de los marcos 
institucionales y las normas legales que anteriormente los amparaban. Y este nuevo 
espacio de construcción política asumió una complejidad tan significativa e influyó de 
manera tan evidente en la dinámica política y las relaciones de poder en nuestro país, 
que llamó la atención de los medios de comunicación y convocó a varios investigadores 
sociales a analizar el fenómeno. 
 Siguiendo las investigaciones realizadas por Svampa (2005), podemos decir que 
la implementación de las políticas neoliberales tuvo consecuencias de gran importancia 
en el terreno de la acción colectiva. Como señala la autora, durante los noventa los 
“sistemas de acción colectiva” sufrieron una crisis y un debilitamiento profundos 
verificables en “la fragmentación de las luchas, la focalización en demandas puntuales, 
la presión local o la acción espontánea y semiorganizada”, en tanto el año 1989 
12 
señalaría el final de un ciclo no solamente en términos económicos y políticos, sino 
también respecto de la acción colectiva (Svampa, 2005). 
 En medio de un proceso de desindustrialización, los sindicatos debían definir su 
posición política. Los grandes gremios que formaban parte de la CGT, dice Svampa, se 
decidirán por la “adaptación pragmática a los nuevos tiempos”. Así, el gobierno 
peronista contaría con el apoyo de grandes sindicatos a cambio de la negociación de 
espacios de poder. Pero no todo el espectro sindical optó por este camino. Sin 
abandonar la CGT ni los vínculos con el PJ, algunos sindicatos (MTA, UOM) 
cuestionaron algunas de las políticas implementadas por el gobierno, mientras la CTA y 
la CCC se ubicaron en franca oposición al gobierno peronista y a la complicidad 
sindical con las medidas neoliberales. Pero en general, puede decirse que buena parte 
del sector sindical se subordinó a la política neoliberal del gobierno peronista. La crisis 
de este canal de reivindicaciones económicas y sociales para la clase trabajadora irá de 
la mano del surgimiento de múltiples formas de resistencia al modelo impuesto, a partir 
de formas de lucha basadas en la acción directa y en nuevos formatos organizativos, 
entre los que cobraría singular relevancia el movimiento piquetero (Svampa, 2005). 
 Las nuevas formas de contratación precarias e inestables, la tercerización de los 
servicios, el impedimento de la negociación colectiva y su reemplazo por acuerdo 
individuales y por empresa, las nuevas formas de organización del trabajo y la 
desafiliación sindical fueron elementos que contribuyeron a que el margen de acción de 
los sindicatos se redujera notablemente. El proyecto neoliberal arrojó así a vastos 
sectores del sindicalismo, dirá Svampa, del lado de los “perdedores”, sobre todo 
aquellos cuyo sustento social se encontraba en los sectores público e industrial. La 
resistencia se concentró, indica la autora, en los sindicatos de los empleados públicos, 
13 
quienes a pesar de haber sufrido el deterioro de sus condiciones laborales y “las 
consecuencias desorganizativas de la descentralización administrativa”, contaron con un 
grupo estable de trabajadores. Estos empleados públicos, los docentes y los jubilados 
realizaron sus planes de lucha fuera de la CGT (Svampa, 2005). 
 Además de las luchas de algunos sindicatos, durante el período presenciamos el 
surgimiento de otras formas de acción no institucionales y de organizaciones con base 
territorial. Así, constatamos que son varias y de diverso tipo las organizaciones sociales 
que se oponen al modelo neoliberal, pero también se verifica que éstas encontraron 
serias dificultades para coordinar y articular su acción a nivel nacional. Como afirma 
Svampa, durante los primeros años de la década los conflictos tuvieron lugar “en el 
nivel local y regional, de manera puntual y dispersa, revelando una escasa articulación 
entre ellos”. Esta dispersión y desarticulación de los conflictos era producto del proceso 
de descentralización administrativa que tuvo lugar en nuestro país durante el período, 
por el cual se distanciaron, dadas las distintas instancias de negociación, las políticas 
nacionales de las provinciales, lo cual hizo muy difícil que se desarrollara una estrategia 
global que enfrentase el modelo económico. De este modo, los conflictos que tuvieron 
lugar “se expresaron en acciones evanescentes, aisladas, “estallidos sociales”; ciclos de 
movilización que parecían no venir de ningún lado”. Sin embargo, a pesar de la poca 
articulación entre los reclamos, la resistencia popular fue confluyendo en alternativas 
sindicales como la CTA y la CCC, las cuales encabezaron varias protestas. 
 Las anteriores referencias, de carácter general, pretenden dar cuenta de la nueva 
configuración de la resistencia popular frente a las reformas neoliberales, que motivaron 
el desarrollo de organizaciones territoriales y formas de acción colectiva (cortes de ruta, 
“escraches”) en gran parte novedosas y, por empezar a gestarse paulatinamente en este 
14 
período, presentaron al comienzo de la década un carácter en gran medida fragmentado 
e inarticulado. Culminaba así, a fines de siglo, “un ciclo histórico iniciado en la primera 
década del siglo XX: un largo ciclo de luchas políticas y sociales de inspiración 
anticapitalista, popular, socialista y antimperialista que disputaban el poder en todas sus 
dimensiones y cimbraban las estructuras y relaciones de dominación” (Modonesi, 2009, 
p. 116). 
 El panorama político y social de los noventa puede concebirse como una 
expresión de la gran asimetría resultante de las reformas económicas implementadas en 
las últimas décadas. Se manifiesta en este escenario social la fragmentación y la pérdida 
de poder de los sectores populares y gran parte de los sectores medios y la 
concentración de poder político y económico en los sectores más privilegiados del país 
ligados al capital internacional. 
 Como señalan Kessler y Di Virgilio, los procesos mencionados redundaron en 
una “importante modificación en las relaciones de clase”. Por un lado, se observa el 
deterioro de los lazos de solidaridad interclasistas que se habían consolidado entre las 
clases medias movilizadas y las clases populares, sobre todo en los años setenta. Por 
otro, los lazos intraclasistas en las clases trabajadoras sufren un pronunciado 
debilitamiento, observable en la distancia creciente entre los trabajadores asalariados y 
las clases populares desocupadas asociadas a la territorialización de la políticay el 
mundo comunitario, ambos sectores afectados por las reformas económicas y sociales 
impuestas en el período. El último sector, el de los “excluidos”, será protagonista de una 
manera de hacer política fuertemente anclada en las relaciones entabladas a nivel 
territorial y en la interpelación directa a los funcionarios públicos y, por este medio, al 
poder estatal (Kessler y Di Virgilio, 2008). 
15 
 Todas las transformaciones comentadas derivarán en una fuerte concentración de 
los ingresos y en un notable incremento de la desigualdad, lo que a su vez implicará el 
empobrecimiento de vastos sectores de la población, entre ellos franjas importantes de 
las clases medias. El proceso de concentración de los ingresos tuvo lugar en nuestro 
país, como en otros de América Latina, a expensas del empobrecimiento de grandes 
capas intermedias. Esta pauperización de los sectores medios, señala Kessler, marcará 
un punto de no retorno, el fin de una configuración social en la cual gran parte de la 
población había sido relativamente integrada. 
 
 
 II. 2. La clase trabajarora frente a la reestructuración del 
capitalismo y a la nueva cuestión social 
 
 El carácter y las limitaciones de este trabajo sólo nos permiten realizar algunas 
consideraciones muy generales de los distintos modos en que algunos investigadores se 
abocaron al estudio de la acción colectiva en nuestro país durante la implementación de 
las políticas neoliberales. 
 Ya mencionamos que el proceso de empobrecimiento de franjas importantes de 
las capas medias y de gran parte de los sectores populares se intensifica en el transcurso 
de las últimas décadas del siglo XX. Primero, durante la última dictadura militar la 
nueva pobreza es el resultado de una contracción salarial más que de la desocupación 
generalizada. Comienza en esos años una depreciación de los ingresos de las categorías 
socioprofesionales intermedias. En una segunda etapa, que comenzó en la década de los 
16 
noventa, el empobrecimiento se extiende y se intensifica con el aumento del desempleo 
y por una distribución del ingreso desfavorable a los trabajadores menos calificados 
(Kessler y Di Virgilio, 2008). Como señala Merklen, este empobrecimiento de 
importantes estratos de la población es acompañado por un cambio de perspectiva en el 
tratamiento de los problemas sociales. La “cuestión social”, nos dice, será identificada 
con la pobreza. Desde este enfoque, gran parte de los problemas sociales pasarán a ser 
considerados como una consecuencia del aumento de la pobreza (Merklen, 2005). 
 En períodos anteriores al signado por la implementación de las políticas 
neoliberales, las perspectivas teóricas, en el análisis de la cuestión social, centraban su 
atención en los conflictos relativos al trabajo y a la clase trabajadora. Este enfoque, 
señala el autor, se afirmó en base a la consolidación de dicha clase trabajadora. En un 
nuevo contexto económico, político y cultural, “las representaciones en términos de 
clase se volvieron anticuadas”. Así, el mayor empobrecimiento de amplios sectores de 
la población y el incremento del desempleo coinciden con “un cambio de perspectiva en 
el tratamiento de los problemas sociales”. Se denominan “pobres” a los que antes eran 
considerados “trabajadores”; “sectores populares” a los segmentos de la población que 
antes constituían las “clases trabajadoras” 
 Pero esta identificación de la cuestión social con la pobreza, aclara Merklen, “no 
se deriva necesariamente de una observación “objetiva” del fenómeno, puesto que otros 
aspectos fueron observados sin que por ello pasaran a ser el centro de las 
investigaciones ni el destino de las estrategias elaboradas en el marco de las políticas 
sociales (en particular, el aumento gradual del desempleo y la degradación acelerada de 
la relación salarial)” (Merklen, 2005). 
17 
 Se observa así un desplazamiento de la problemática del trabajador por la del 
pobre que no se trata de una simple modificación semántica, sino que este cambio de 
perspectiva y abordaje “contribuye a redeterminar el campo de lo posible en el ámbito 
de la acción”. Viene al caso, por su claridad, un fragmento del trabajo de Merklen: 
 
 Cuanto más se hace hincapié en los pobres, menos escuchamos sobre las 
cuestiones societales y las relaciones de poder. Ahora bien, la comprensión 
de la cuestión social requiere inevitablemente una discusión acerca de las 
modalidades de participación en la creación de la riqueza y de su 
distribución dentro de cada sociedad y entre los países. Pensar la agenda 
social en términos de lucha contra la pobreza tiene consecuencias directas: 
cuanto más se hace la guerra a la pobreza, más se fija nuestra mirada sobre 
los pobres, y menos se trabaja sobre los dinamismos sociales que 
configuran la causa del empobrecimiento. (p. 113) 
 
 En el marco de estas observaciones, Merklen enfatiza en el hecho de que la 
situación de pobreza, como experiencia común, “nunca ha bastado para la creación de 
un curso de acción, cualquiera sea éste”. La condición de pobreza, desprovista de 
vínculos de pertenencia y de solidaridad institucionalizados, contribuye a que las clases 
populares construyan su identidad a partir de una comunidad local y la constitución de 
un protagonista colectivo se ve fuertemente obstruida. 
 Así, será contundente al afirmar que el hecho de compartir la condición de 
pobreza nunca ha bastado para la gestación de acciones significativas en el plano social: 
“La pobreza por sí sola no da lugar a la constitución de un protagonista colectivo y “los 
18 
pobres” no constituyen un sujeto para la acción social”. Y agrega que la asistencia 
siempre opera sobre contornos locales y que “a falta de otros vínculos de pertenencia y 
de solidaridad institucionalizados, las clases populares construyen a menudo su 
identidad alrededor de una comunidad local, sea el barrio o la comunidad campesina o 
rural, aspecto este reforzado por el carácter comunitario de la asistencia” (Merklen, 
2005). 
 Kessler y Di Virgilio (2008) se remiten a los datos para afirmar que la nueva 
pobreza se caracteriza por la polarización y la heterogeneidad, en tanto los nuevos 
pobres conforman un grupo que reúne a los perdedores de cada categoría profesional. Y, 
como dicen, la heterogeneidad se manifiesta en la diversidad de los perfiles 
socioprofesionales que remiten a “trayectorias sociales diferentes en cuanto a las formas 
de socialización, los orígenes familiares, las carreras educativas y las historias 
profesionales”. Así, una vez empobrecidos, la diversidad de trayectorias derivaba en 
formas diferentes de experimentar la pobreza y, a ello, debemos agregar que durante los 
noventa la nueva pobreza era un fenómeno de “puertas adentro” que, según señalan los 
autores citados, no generaba acciones ni estrategias colectivas. Recién finalizando la 
década los sectores medios empobrecidos “saldrán a la calle” y se organizarán por 
medio de estrategias de este tipo, entre las que se destaca el surgimiento de los llamados 
“clubes de trueque”. 
 Castells (1997) realiza algunas observaciones generales respecto a la 
configuración de los movimientos sociales que tuvo lugar en el mundo en las últimas 
décadas, y siguiendo a este autor podemos señalar cierta correspondencia entre su 
caracterización de estos movimientos y la situación de buena parte de la protesta social 
en nuestro país durante el período neoliberal. Menciona que “los movimientos sociales 
19 
tienden a ser fragmentados, localistas, orientados a un único tema y efímeros”. En un 
mundo de cambios fuera de nuestro control, “la gente tiende a reagruparse en torno a 
identidades primarias”, como la religiosa, la étnica o la territorial. Luego agrega: 
 
 “En un mundo de flujos globales de riqueza, poder e imágenes, la búsqueda 
de identidad, colectiva o individual, atribuida o construida, se convierte en lafuente fundamental de significado social (...) la identidad se está convirtiendo 
en la principal, y a veces única, fuente de significado en un período histórico 
caracterizado por una amplia desestructuración de las organizaciones, 
deslegitimación de las instituciones, desaparición de los principales 
movimientos sociales y expresiones culturales efímeras. Es cada vez más 
habitual que la gente no organice su significado en torno a lo que hace, sino 
por lo que es o cree ser”. 
 
 En esta línea de análisis, García Canclini (2006) señala que algunos grupos “ven 
posibilidades de resistencia en el impulso de las formas tradicionales, artesanales y 
microgrupales que aún pueden tener valor para la reproducción particular de ciertos 
grupos, pero que se han mostrado ineficaces para erigir alternativas globales” (p. 48). 
Otros, agrega, responden a la política hegemónica buscando restaurar el “pacto 
integrador previo y del tipo de Estado que lo representaba”. Desde su postura 
considerará el ámbito estatal como un “territorio clave”. Es importante destacar que esta 
tendencia a la fragmentación de las identidades y de las experiencias culturales y de 
consumo, se enmarca en relaciones de poder que las comprenden: dinámicas sociales, 
políticas y económicas que en parte las explican y las condicionan fuertemente. 
20 
 Los procesos fundamentales de reestructuración del capitalismo a escala global 
han sido analizados desde perspectivas teóricas diversas y en ocasiones enfrentadas, 
pero ciertos procesos de transformación, como la fragmentación y la heterogeneización 
de las experiencias de vida y de las manifestaciones políticas y sociales de la clase 
trabajadora, a veces son interpretados en un mismo sentido desde corrientes diferentes. 
Sobre dicho proceso de reestructuración y sobre las diferencias geográficas que se 
profundizan en la economía global, dicen Hardt y Negri (2003), “no son signos de co-
presencia de diferentes estadios de desarrollo sino líneas de la nueva jerarquía global de 
la producción”. La descentralización de los procesos productivos, señala, provoca una 
concentración paralela del control sobre la producción: “el movimiento centrífugo de la 
producción se balancea con la tendencia centrípeta del comando”. Las nuevas 
tecnologías y las redes informáticas, construidas y vigiladas para garantizar el orden del 
sistema productivo y la obtención de ganancias, posibilitan un control más extensivo 
desde algún lugar central, que no coincide necesariamente con el lugar de producción. 
Las redes de comunicación, a la vez, constituyen el ámbito de fusión de grandes 
corporaciones transnacionales. En este marco general los servicios, que emergen como 
sector predominante de la producción tanto en los países dominantes como en los 
dominados, se caracterizan por el papel central desempeñado por el conocimiento, la 
información y la comunicación. Por esto, muchos autores denominan informacional a la 
economía posindustrial. 
Pero debemos tener presente que este proceso de informacionalización del proceso 
productivo, como también mencionan Hardt y Negri, no significa que la producción 
industrial sea dejada de lado. Asimismo, y lo que es más importante, las relaciones 
básicas de explotación para la producción de bienes y servicios siguen constituyendo el 
21 
fundamento material del sistema. Sin duda, la revolución informacional transformará la 
industria redefiniendo y rejuveneciendo los procesos de fabricación, pero la relación de 
explotación y la desigualdad entre segmentos de la población con intereses opuestos no 
se diluyen, sino que se acentúan. 
 Dado que los servicios no producen bienes materiales ni durables, Hardt y Negri 
definen como trabajo inmaterial al implicado en dicha producción. Se trata de un trabajo 
que produce un bien inmaterial, como un producto cultural, conocimiento, 
comunicación u otro tipo de servicio. Según indica este autor, en la sociedad actual 
todas las actividades productivas tienden a quedar bajo el dominio de la economía 
informacional y son transformadas cualitativamente por ella. Se constata un cambio en 
la calidad y naturaleza del trabajo. 
 Como en el caso de la producción material, aunque con sus propias 
características, dentro de la producción inmaterial observamos una marcada división del 
trabajo. Las tareas se dividen en, por un lado, actividades y manipulaciones complejas y 
creativas que requieren un elevado nivel de instrucción y formación, y por otro, tareas 
rutinarias, esquemáticas y operativas que no requieren una formación importante. Así, 
Hardt y Negri señalan que en la clase obrera observamos cierta homogeneización de los 
procesos laborales: “la heterogeneidad del trabajo concreto tiende a reducirse, y el 
trabajador está cada vez más alejado del objeto de su trabajo” (Hardt y Negri, 2003) 
Pero también observan que esta homogeneización de los procesos laborales entre los 
sectores menos calificados no redunda en una experiencia de vida común fundada en 
marcos institucionales de socialización como los tradicionales (la escuela, los 
sindicatos, los servicios sociales). Se configura un nuevo escenario en el cual las 
identidades culturales se multiplican y se manifiestan de manera efímera, cambiante, 
22 
propia de individuos que desarrollan compromisos cada vez más parciales. La clase 
obrera emerge de este proceso fragmentada y debilitada. 
 Podemos plantear, entonces, la existencia de un proceso de transformaciones 
estructurales y culturales que a primera vista se presentan divergentes, pero que en 
realidad se refuerzan y complementan. Por un lado, la implementación de las políticas 
neoliberales y sus consecuencias en términos de nivel de desempleo, precarización de 
las condiciones laborales, flexibilización en la contratación de la mano de obra, aumento 
de la dispersión salarial entre categorías, produce una fragmentación de los sectores 
populares tanto en términos de las experiencias laborales como en los hábitos de 
consumo y las prácticas culturales. Pero al mismo tiempo, no podemos dejar de advertir 
que estos fenómenos responden a un proceso de reestructuración del capitalismo como 
sistema mundial que se inscribe en relaciones globales de poder, con sectores 
beneficiados y perjudicados. Los sectores perjudicados, al tiempo que se repliegan en 
sus círculos de interacción más inmediatos, consiguen empleos que no requieren 
calificación alguna o, cuando la requieren, estamos en presencia de un saber operativo 
que debe responder a las necesidades meramente técnicas de la producción, desligadas 
de cualquier participación crítica respecto al funcionamiento del proceso productivo y a 
la distribución del producto. En este sentido, podemos hablar de cierta homogeneización 
de los procesos laborales en tanto las tareas que desempeñan los sectores populares 
implican saberes cada vez más elementales que, al tiempo que se distancian del objeto 
producido, se alejan aun más de una evaluación crítica del funcionamiento del sistema 
productivo y de las dinámicas políticas y económicas globales que repercuten en sus 
propias condiciones de empleo y de vida. Entonces, estos factores contribuyen a que las 
23 
estrategias colectivas necesarias para transformar el modo en que se produce y 
distribuye la riqueza social sean más difíciles de elaborar. 
 En lo que sigue comentaremos cómo, desde el ámbito académico, ciertos 
enfoques de análisis empleados al momento de estudiar estos procesos dificultan su 
comprensión y la gestación de acciones colectivas destinadas a defender los intereses de 
la clase trabajadora*. 
 
 
 
 II. 3. Otras perspectivas de análisis en torno a la acción 
política de la clase trabajadora 
 
 La clase trabajadora se ve, según dijimos, seriamente afectada en su capacidad 
de efectuar reivindicaciones como grupo cohesionado y caracterizado por su condición 
común de fuerzade trabajo, a la vez que se encuentra indefensa frente a los dictados del 
libre mercado. Desocupados, subocupados, trabajadores informales, temporarios, 
precarizados en general, estudiantes en un sistema educativo en franca decadencia, 
trabajadores del Estado que ven empeorar dramáticamente sus condiciones labores, 
jóvenes sin perspectiva de futuro que recurren a estupefacientes o a la delincuencia para 
enfrentar sus condiciones de vida, empleados de empresas multinacionales sujetos a 
negociaciones por empresa y a la nueva reglamentación del contrato laboral, forman 
 
*Así como el desplazamiento de la problemática del trabajador por la del pobre puede tener 
consecuencias fundamentales en la elaboración de acciones políticas desde y hacia la clase trabajadora, 
desde otros aportes teóricos también se realizan formulaciones que conciben de un modo particular la 
condición social de los trabajadores y, en consecuencia, el tipo de transformación al que debe dirigirse su 
accionar político. 
24 
parte de un creciente ejército de reserva de trabajadores (Marx, 2004) embestidos por un 
ajuste estructural destinado a desmantelar cierta protección laboral y social adquirida 
durante las décadas precedentes. El problema fundamental, sin embargo, no se refiere 
sólo a las transformaciones en el nivel estructural de la actividad económica 
conducentes a las diversas experiencias de los trabajadores en relación a la producción 
material de la sociedad. Las diversas condiciones de vida conducen a una fragmentación 
de las identidades construidas y a modos de vida distinguidos por un acceso 
diferenciado al consumo de diversos bienes culturales, entre ellos la educación 
(Tiramonti, 2005). Por ello, quienes sostienen que la creciente desigualdad (en términos 
de acceso tanto a bienes materiales como simbólicos) entre los distintos grupos sociales, 
la pauperización progresiva de los trabajadores, la decadencia en la prestación pública 
de bienes esenciales como salud y educación, constituyen un problema ligado 
fuertemente a la estructura económica de la sociedad cuya resolución implica una 
transformación de los mecanismos fundamentales del sistema, se encuentran frente a un 
doble desafío. 
 El pasaje de una sociedad integrada y relativamente igualitaria a una 
configuración social fragmentada y heterogénea en términos de ingresos, modos de 
consumo y de vida, tuvo consecuencias de primera importancia en la organización y la 
acción política de la clase obrera. La argentina de los noventa será un país atravesado 
por una multiplicidad de acciones colectivas que abarcarán a los “nuevos movimientos 
sociales” (feministas, ecologistas, estudiantes, etc.), a las organizaciones de derechos 
humanos y al sector gremial en general. No obstante, como señala Melucci (1994) “en 
lo que se refiere a las formas de acción que conciernen a la vida cotidiana y la identidad 
individual, los movimientos contemporáneos se distancian del modelo tradicional de 
25 
organización política y asumen una creciente autonomía de los sistemas políticos”. Este 
autor menciona que “el problema teórico es si existen formas de conflicto que chocan 
con la lógica constitutiva de un sistema”. Pero al considerar que el “recurso constitutivo 
de los sistemas complejos” es la información, afirma que el criterio para sopesar el 
componente antagonista de un conflicto consiste en analizar si el mismo choca con las 
relaciones sociales a través de las cuales se produce la información. De este modo, el 
autor asume que un movimiento social desafía las lógicas del sistema mediante la crítica 
y la transformación de las orientaciones culturales. 
 Por supuesto, confrontar al poder en el plano de la cultura es un requisito 
indispensable para la transformación social. El problema es que muchos movimientos 
sociales se proponen crear nuevos lenguajes y códigos simbólicos que expresan su 
orientación hacia el cambio (Munck, 1995) al tiempo que renuncian a la crítica del 
modo de producción capitalista. Y consideramos que este hecho es un problema debido 
a que dicho modo de producción es el que genera la persistente concentración de la 
riqueza y la ampliación de la brecha entre los diversos estratos sociales, a costa del 
empobrecimiento material y cultural* de gran parte de la población. Es comprensible 
que varios movimientos sociales con base social en las clases medias y en sectores 
académicos no sometidos a necesidades materiales urgentes no consideren como 
premisa indispensable la transformación del modo de producción capitalista a fin de 
pelear por sus intereses. Sus reclamos específicos remiten al respeto a la diversidad 
cultural, al cuidado del medio ambiente, a la libertad sexual, a la lucha contra el 
machismo, o al libre cultivo de estupefacientes. Melucci dirá que “los conflictos se 
desplazan del sistema económico-industrial hacia el ámbito cultural: se centran en la 
 
* Este aspecto será analizado en el último apartado dedicado a las transformaciones operadas en el 
sistema educativo, considerado como un elemento central de la producción cultural de la sociedad. 
26 
identidad personal, el tiempo y el espacio de vida, la motivación y los códigos del actuar 
cotidiano”. Pero no observa en este hecho ningún obstáculo importante a la 
transformación social, porque supone que el conflicto en torno a los códigos culturales 
dominantes en el sistema es el ámbito apropiado para enfrentar al poder, sobre todo en 
una sociedad donde “los bienes “materiales” son producidos a través de la mediación de 
sistemas informativos y de universos simbólicos controlados por las grandes 
organizaciones”. No obstante, el mismo autor reconoce que la información es un recurso 
que estructura la vida social sólo cuando las necesidades básicas o materiales ya han 
sido satisfechas, y cuando “la capacidad de producción simbólica se ha vuelto 
suficientemente autónoma de las constricciones de la reproducción”. No cabe duda que 
para gran parte de la población de nuestro país y del resto del mundo las necesidades 
materiales están lejos de ser satisfechas, y que la autonomía de las “constricciones de la 
reproducción” aún no se ha logrado. Por eso, el término “sociedad posmaterial” resulta 
impertinente para caracterizar la realidad social actual de gran parte del mundo. Tanto 
en Europa como en América Latina los pobres no pueden adherir principalmente a 
causas que desafíen los “códigos culturales” referidos a la sexualidad mientras no 
satisfagan sus necesidades más inmediatas, ligadas al acceso a los bienes materiales 
indispensables y a servicios de salud y educación de cierta calidad. Los sectores 
populares necesitamos una teoría y una práctica que atienda también nuestras 
necesidades más urgentes y no sólo las demandas de sectores medios que, aun siendo 
parte de la clase trabajadora, realizan reclamos sobre problemas específicos vinculados, 
entre otras cosas, al respeto de la diversidad -que asume distintas formas de expresión-, 
debilitando la cohesión y la capacidad de transformación radical de la clase trabajadora. 
27 
 Melucci señala que en una sociedad en la cual los sectores más avanzados de la 
economía ocupan a gran parte de la población en la producción, el tratamiento y la 
circulación de la información, “este recurso fundamental forzosamente ha de estructurar 
la vida social”. Pero nosotros insistimos en que lo que en primera instancia “estructura 
la vida social” y determina las condiciones de vida de la población sigue siendo el 
hecho de que existen propietarios de los medios de producción, cada vez más 
concentrados, y propietarios de fuerza de trabajo, que no pueden satisfacer sus 
necesidades materiales dignamente ni acceder a una educación de calidad. Más que la 
producción de información, es el modo en que ésta y los demás bienesson producidos 
lo que genera la desigualdad social y, por ello, el desigual acceso a la información 
misma y a otros bienes culturales. Que las grades corporaciones sean las que manejan la 
información y establecen los códigos culturales dominantes en la sociedad no es en 
primer término una consecuencia del hecho de que quienes están en el poder proponen 
códigos culturales con más aceptación en la población que los producidos por los 
movimientos sociales “orientados al cambio”. Es decir, no comenzaron ganando la 
batalla en el plano cultural. Las grandes corporaciones que producen la información no 
pueden haber comenzado su actividad sin contar con el sustento de inmensos capitales 
realizados en otras ramas de la producción. Los miembros de estas corporaciones, que 
según Melucci dominan en los “sistemas complejos”, forman parte de la clase 
capitalista, propietaria de los medios de producción de un sistema todavía industrial 
basado en el trabajo asalariado. No se trata de un “sistema” impersonal que impone 
códigos culturales y no acepta diferencias, sino de una sociedad industrial en la que 
siguen siendo los capitalistas quienes tienen el poder para producir los bienes materiales 
y simbólicos que dominan en el mercado y en la industria cultural. 
28 
 Los movimientos sociales cuestionan al sistema por su supuesta negación de la 
diversidad, y se exige la elaboración de leyes que la respeten. Melucci afirma que “la 
apelación a la diferencia tiene un significado explosivo para la lógica dominante”; más 
adelante agrega que “el sistema, que multiplica las comunicaciones y vive de ellas, 
conoce sólo dos modos de comunicar: la identificación, es decir, la integración en los 
códigos dominantes, la fusión con un poder que niega la diversidad; o la separación, la 
diferencia como exclusión de toda comunicación”. Este punto de vista parece ser 
compartido por los diversos movimientos sociales que apelan al respeto de la diferencia 
como reivindicación fundamental. También son muchos los investigadores sociales que 
plantean la confrontación a la lógica dominante en estos términos. Sin embargo, 
sorprende que precisamente en la actualidad, es decir luego de las transformaciones 
sociales operadas a nivel mundial por el neoliberalismo (Harvey, 2007), desde sectores 
con una supuesta orientación al cambio se denuncie tal negación de la diferencia por 
parte del sistema. El panorama descrito en los primeros apartados en relación a la 
diferenciación de las condiciones y experiencias de vida de la clase trabajadora y a la 
fragmentación resultante en el plano de la acción colectiva nos indica, antes bien, que 
tales reclamos que reivindican la diversidad étnica, sexual o de identidades culturales, 
de ningún modo desafían la lógica dominante del sistema, sino que, por el contrario, la 
sostienen. Reparando en el hecho de que la lógica dominante la establece, hoy más que 
nunca, el capital productivo y financiero, encarnado en las elites políticas y económicas, 
resulta difícil sospechar que las mismas se sientan amenazadas por reclamos referidos a 
la diversidad cultural. Por el contrario, es en los centros de estudio de los países líderes 
del sistema donde comienzan a elaborarse teorías de corte posmoderno (Harvey, 1998) 
que se proponen atender las particularidades de los distintos grupos sociales, no 
29 
considerados ya en su condición común de fuerza de trabajo. La influencia intelectual 
de estas corrientes sobre el pensamiento sociológico de los países dependientes encontró 
terreno fértil entre los sectores sociales no golpeados directamente por la crisis*. 
 
 II. 4. La crisis política en el marco de la transformación 
social 
 
 Han sido múltiples los aportes que desde la teoría política se propusieron, 
durante el período bajo estudio, analizar el problema de la representación política y el 
modo en que los distintos sectores sociales ejercían la ciudadanía. Se destacaba que 
desde finales de la década de los ochenta del siglo pasado en nuestro país, como en otras 
partes del mundo (Rosanvallón, 2007), se presentó una serie de problemas vinculados a 
la relación entre las opiniones e intereses de la gente y las instituciones políticas. Las 
investigaciones referidas a las actitudes de los votantes mostraban que la crisis social y 
económica agudizada en los años ochenta había generalizado cierta decepción hacia los 
gobernantes; incluso las expectativas depositadas en la democracia parecían hacer sido 
defraudadas. 
 Los comportamientos electorales y los sondeos de opinión evidenciaban el 
crecimiento de cierta autonomía ciudadana, la cuál se manifestaría públicamente por 
medio de estallidos y protestas independientes de las organizaciones sociales y los 
partidos políticos. La movilización piquetera formaría parte de estos reclamos 
caracterizados por una acción en principio espontanea y carente de vínculos de 
 
* Este punto será analizado en otro apartado. 
 
30 
dirección centralizados. Este tipo de acción colectiva se desarrollará en forma paralela a 
la disminución del protagonismo de los actores institucionales tradicionales, ligada al 
debilitamiento de los sindicatos, la fragmentación de los partidos políticos y la pérdida 
de confianza de la población hacia las instituciones políticas. Se agotaría así, según 
Modonesi (2009), “una forma del conflicto caracterizada por un modelo “antagonista” 
definido en términos de un proyecto emancipatorio compartido, identidades 
convergentes y formas de organización y de lucha articulables”. Cheresky (2006) dirá 
que en el período se asiste a una transformación del sistema político, a “una crisis del 
formato precedente, en el que los lazos de representación tenían un carácter más estable 
sobre la base de identidades políticas constantes y de partidos con una identidad 
programática definida. Los actores políticos se constituirán en el espacio de la 
confrontación pública, en base a una conformación de identidades más precaria y menos 
sostenida en una trama de relaciones sociales común a sus miembros, como ocurría en 
el marco del sistema político y social corporativo ligado a la sociedad salarial. Cheresky 
resume claramente, así, varios de los procesos a los que nos referimos líneas atrás, 
destacando la relación entre las transformaciones estructurales y la crisis del sistema 
político asociado a una economía industrializada y dirigida por el Estado. Dirá que 
“estos nuevos actores colectivos tienen límites definidos en su relación con el poder. 
Predominan su capacidad de veto y eventualmente de alcanzar logros específicos, pero 
no sostienen movimientos colectivos con aspiraciones políticas estratégicas 
sustentables”. Destaca entonces la tendencia de los partidos a abandonar los programas 
políticos y su compromiso con el pueblo de tomar decisiones en coherencia con cierta 
ideología y con un proyecto político compartido. En este sentido, Modonesi señala que 
el electoralismo como ideología política, en nuestra región y especialmente a partir de 
31 
los noventa, “asentó una forma conservadora de la política y de la participación 
democrática al interior de modalidades episódicas y delegativas”. Por su parte, Manin 
(1998) señalará que 
 
 Cuando el pueblo votaba por una partido con un programa, gozaba 
de una mayor capacidad para establecer la política futura que cuando 
elegía a un notable que inspiraba personalmente su confianza (...) Cuando 
hoy se elige a un candidato por su imagen, los votantes tienen menos 
capacidad para determinar lo que va a hacer que cuando un partido 
presentaba una lista de medidas que trataba de llevar a cabo (p. 285) 
 
 Estas observaciones llevan a Manin a mencionar que la expansión de la base 
electoral de los gobiernos representativos permite afirmar que la democracia se ha 
ampliado, pero no que sea más profunda. Así, aunque el rendimientode cuentas a los 
electores por parte de los gobernantes siga constituyendo el componente democrático de 
la representación, las transformaciones del sistema representativo en las últimas décadas 
lo conducen a afirmar que el gobierno representativo “parece haber detenido su 
progreso hacia el autogobierno popular”. 
 Por ello el electoralismo, como afirma Modonesi, puede ser afín al 
establecimiento de un orden político conservador. La apertura democrática, menciona, 
“permitió dar la sensación de la participación y del control democrático estableciendo 
límites definidos”. Citemos también en extenso a este autor, quien señala que tales 
límites 
 
32 
 se manifiestan en la posibilidad de alternancia en el marco establecido por 
un sistema político surgido de la eliminación física y simbólica de las 
alternativas nacional populares y socialistas, es decir, estableciendo que el 
pluralismo se realizaba y se resolvía al interior del liberalismo, pluralismo 
que era en realidad una unipolaridad multipartidista, un único polo 
compuesto por varios partidos (p. 120) 
 
 En las últimas décadas, en nuestra región y en otros lugares del mundo, los 
instauración de los regímenes democráticos ha corrido paralela a la concentración y 
centralización del poder político y económico. En nuestras latitudes, los partidos en el 
poder desarrollaron estrategias políticas destinadas a restringir aún más el reducido 
margen de maniobra política provisto por la ciudadanía democrática. En el siguiente 
apartado, haremos referencia a la estrategia clientelista desplegada en nuestro país por el 
Partido Justicialista en el poder durante el período neoliberal, entendiendo a dicha 
estrategia como un recurso habitual de quienes tienen el poder en sociedades con un 
sistema político democrático y signadas por profundas desigualdades económicas y 
sociales. 
 
 
 II. 5. El clientelismo como estrategia política clave del 
partido en el poder 
 
 Paralelamente a la desarticulación de la acción colectiva de la clase trabajadora 
frente a la imposición del modelo neoliberal y a la emergencia de movimientos sociales 
33 
que renuncian a la crítica del sistema capitalista para canalizar sus demandas a través de 
reclamos que exigen cierto reconocimiento de particularidades, diferencias o 
identidades construidas sobre experiencias de vida ajenas a la condición salarial (pero 
que aún se producen dentro del modo de producción capitalista), asistimos al desarrollo 
del partido peronista como aparato clientelista (Levitsky, 2005), destinado a establecer 
relaciones de dominación con distintos sectores de la población, entre los cuales se 
destacan los grupos más afectados por las políticas implementadas desde el gobierno. 
 Mientras los lazos dentro de la clase trabajadora sufren un pronunciado 
debilitamiento, observable en la distancia creciente entre los trabajadores asalariados y 
los desocupados asociados a la territorialización de la política y el mundo comunitario 
(ambos sectores afectados por las reformas económicas y sociales impuestas en el 
período), el último sector será protagonista de una manera de hacer política fuertemente 
anclada en las relaciones entabladas a nivel territorial y en la interpelación directa a los 
funcionarios públicos y, por este medio, al poder estatal (Kessler y Di Virgilio, 2008). 
 En Argentina, varios autores coinciden en interpretar el proceso de 
desindustrialización, descolectivización y deterioro de los marcos institucionales de 
integración social que tuvo lugar en nuestro país en las últimas décadas del siglo XX, en 
términos de un “pasaje de la fábrica al barrio”. Muchos trabajos advierten la creciente 
territorialización de las actividades políticas, económicas, sociales y culturales de la 
clase trabajadora que ha tenido lugar en los últimos años. El mundo del trabajo, señalan, 
pierde centralidad, mientras la vida social se despliega en los límites del barrio para 
responder a las necesidades de sus habitantes mediante el desarrollo de redes 
comunitarias y organizaciones destinadas a resolver problemas locales. Será el 
territorio, y no el trabajo, el que organice la vida de los pobres urbanos. Y de este modo, 
34 
el barrio pasa a cumplir funciones que las instituciones ya no desempeñan, por ejemplo, 
como agentes de socialización. 
 El estado, por su parte, multiplicará las políticas asistencialistas, la política 
social asumirá el carácter de una gestión de las necesidades (Adamovsky, 2012). Las 
necesidades de las clases populares ya no se atenderán mediante la ampliación de los 
derechos o los beneficios que colectivamente puedan reclamar los ciudadanos. La nueva 
política social procederá a identificar los posibles focos de conflicto y a otorgar alguna 
ayuda específica que los mantenga bajo control. 
 En cuanto a los estudios destinados a analizar esta fenómeno social, podemos 
decir que, en general, en las investigaciones que tienen por objeto la acción política de 
los llamados “sectores populares” en la Argentina de las últimas décadas, predomina 
cierto enfoque de análisis y una estrategia metodológica que se centran en la escala 
local, en este caso el espacio barrial. Muchas veces, no obstante, estos estudios no 
prescinden del intento de establecer conexiones entre lo que sucede en los barrios y los 
procesos estructurales, que permiten explicar, en gran medida, las acciones desplegadas 
en un ámbito restringido. Pero en muchos estudios, especialmente aquellos que adoptan 
una perspectiva etnográfica para explicar las tramas microsociales y las relaciones 
entabladas a nivel local, se descuida el vínculo que debe establecerse entre los dos 
planos de análisis para intentar entender cualquier fenómeno social. Estas perspectivas 
de corte antropológico pueden permitir, y han permitido, justificar prácticas políticas de 
dominación social tales como el clientelismo. 
 Paula Varela menciona que “el tema del clientelismo es clave porque, según 
cómo se lo interprete, se llega a la conclusión que constituye una forma de hacer política 
de los sectores populares o que constituye una forma de dominación “desde arriba” 
35 
sobre los sectores populares (o ambas cosas a la vez)” (Varela, 2009). Auyero (2001), 
mediante la noción de redes sociales, hará referencia a las relaciones que los miembros 
de la clase trabajadora establecen entre sí y con los políticos o funcionarios públicos 
dentro del ámbito barrial. En el marco de las relaciones clientelares, según el autor, los 
pobres dejarían de ser pasivos y serían negociantes tan activos como los punteros o 
referentes barriales. De este modo, el clientelismo pasaría a ser una forma legítima de 
hacer política y permitiría que los pobres resuelvan muchos de sus problemas. Negar la 
legitimidad del clientelismo como modo de hacer política significaría, además, adoptar 
una postura conservadora que niega capacidad de acción a los “sectores populares”. 
 Esta distorsión ideológica de los hechos constituye sólo un ejemplo de las 
afirmaciones que permite realizar la aplicación de un enfoque etnográfico cuando se 
analiza un fenómeno social atravesado por relaciones de poder que exceden el marco 
comunitario o local que se recorta y aísla como objeto de estudio en relación a los 
intereses del investigador. Si lo que se pretende es no considerar u ocultar algunos 
aspectos de ciertas relaciones macrosociales, el enfoque etnográfico resulta apropiado y, 
además, permite afirmar que cierta investigación conlleva como mérito el 
reconocimiento de la dimensión subjetiva, de los valores, de las identidades y de los 
propósitos de los actores que estamos estudiando. Así, mientras se afirma que las 
perspectivas de análisis que no se concentren en el examen de la dimensión subjetiva 
manifiesta en las relaciones cotidianas restringidas al espacio local incurren en el 
descuido de un aspecto fundamental de las relacionessociales y de los fenómenos que 
se intenta examinar, las relaciones de poder entabladas a nivel nacional e internacional y 
las transformaciones operadas en la estructura productiva son dejadas en segundo plano. 
36 
 En primer lugar, este enfoque etnográfico permite atribuir legitimidad política a 
prácticas que no cuestionan las relaciones de poder asimétricas sino que, al contrario, 
las sostienen. Se consideran políticas las negociaciones entabladas por los pobres en el 
espacio barrial y que permiten acceder a un plan o a algún producto destinado a 
satisfacer necesidades básicas, pero que no cuestionan ni enfrentan el sistema político, 
social y económico que redunda en esas condiciones precarias de vida. Es difícil 
sostener, como hacen Auyero (2002) o Vommaro (2011), que los sectores populares 
obtienen beneficios por medio de su participación “activa” en las prácticas clientelares. 
Nos parece que de esa manera se desvía la mirada hacia un problema que no es 
fundamental ni remite a las condiciones estructurales que deben modificarse para que 
las personas que participan “activamente” en la relación clientelar superen los límites de 
la misma. Como señala claramente Paula Varela, en Auyero la política “tiene el techo 
del propio vínculo clientelar peronista. Y esto significa, nos dice, que “la política de los 
pobres” tiene el techo del estado en su forma clientelar, es decir, su forma neoliberal”, 
siendo la territorialización “la forma que asume el Estado en el neoliberalismo”, por 
medio de políticas asistenciales y el control policial de la población. 
 El clientelismo, como principal estrategia del PJ frente a la desindustrialización 
y los efectos de las políticas económicas del neoliberalismo, tuvo sus consecuencias 
sobre la identidad del movimiento peronista. Así, señala Adamovsky (2012), lo que el 
peronismo tenía de “cultura opositora y herética” y su antagonismo de clase, ceden 
lugar frente a una asistencia al pobre que “ya no culpaba a nadie por la pobreza”. 
Desvanecida su contracultura política, menciona este autor, el movimiento pasó a 
sustentarse en una “ideología del asistencialismo y la pasividad”. Y luego aclara que, 
más allá de cómo se lo interprete, “no debe olvidarse que el clientelismo es un tipo de 
37 
relación que refuerza las jerarquías de poder existentes, al hacer aparecer como dádivas 
personales lo que son, de hecho, recursos estatales cuyo origen es el trabajo de la 
sociedad y no el bolsillo de quien se pretende un benefactor”. Citamos completa la 
afirmación anterior por la claridad con la que el autor expone hechos concretos que 
algunos trabajos de corte etnográfico parecen no tener en cuenta. 
 Asimismo, no todas las personas que participan en las relaciones clientelares en 
tanto clientes perciben a las mismas como una manera activa de hacer política para 
resolver problemas ni, menos aún, para superar las condiciones de vida en que se 
encuentran. Como también señala Adamovsky, en las encuestas y entrevistas realizadas 
“no todos los pobres tenían una imagen positiva del funcionamiento de las redes 
clientelares. Aunque en minoría, muchos se mostraban perfectamente conscientes de 
que eran parte de un sistema de manipulación política y de enriquecimiento personal”. 
Esto contribuyó a que el peronismo, “convertido en parte de una maquinaria 
asistencialista más interesada en asegurar el orden social que en promover mayores 
derechos para los más pobres”, perdiera en el período mucho del atractivo que tuvo en 
otros tiempos. Esto daría lugar a la emergencia de nuevas organizaciones sociales 
contestatarias por fuera del peronismo y en oposición a él (Adamovsky, 2012). 
 Este repliegue sobre los barrios de las actividades políticas, sociales, económicas 
y culturales que sufrió la clase trabajadora, se liga directamente a las políticas sociales 
desplegadas por el Estado frente a la crisis que produjeron las políticas económicas. No 
se trata de políticas separadas, sino que ambas se complementan y refuerzan 
recíprocamente respondiendo al mismo objetivo: el avance del capital sobre el trabajo, 
o, lo que es lo mismo, el aumento de los privilegios de los grandes propietarios en 
detrimento de las condiciones de vida de los trabajadores. 
38 
 En este contexto, las políticas sociales renunciarán a las pretensiones 
universalistas de otros tiempos y responderán, únicamente, a las necesidades de grupos 
específicos que ya no disponen de los medios indispensables para la subsistencia. Serán 
políticas focalizadas destinadas al control de los posibles focos de conflicto y además, 
por medio del aparato clientelar de Partido Justicialista, procurarán sostener y 
reproducir en un régimen “democrático” el sistema de dominación capitalista sobre la 
clase trabajadora. Y esta ofensiva del capital contra el trabajo se despliega en todos los 
niveles: en el económico, el político, el social y el cultural, y dentro de este, en el campo 
académico. 
 En este último, la crisis del marxismo redunda en un énfasis en el estudio de las 
vivencias particulares que adquieren sentido en marcos comunitarios estrechos, 
fragmentarios, en detrimento de un análisis que plantee el problema en términos de 
clases sociales y considere vinculados por su condición común de fuerza de trabajo en 
un modo de producción capitalista a estos segmentos de la clase trabajadora. Paula 
Varela realiza algunos comentarios importantes en este sentido, al afirmar, citando a 
Marx, que una división entre lo que sucede en la fábrica y en el barrio resulta arbitraria 
y produce la idea de que “cada uno de estos ámbitos tiene su propia forma de 
organización” y desarrolla demandas autónomas entre sí. Pero esta idea, señala Varela, 
es falsa porque los “pobres”, “lejos de ser una categoría social autónoma (lo que no 
niega especificidades en prácticas culturales, sociales y políticas) están intrínsecamente 
unidos a los asalariados en tanto conforman lo que Marx llamó superpoblación obrera 
relativa, como afirmación y no como negación de la sociedad basada en el trabajo 
asalariado”. Estas observaciones valen, podemos decir, tanto para la dicotomía que 
desde el ámbito académico se plantea, en términos de acción política, entre el barrio y la 
39 
fábrica, como para la multiplicidad de demandas que desde la sociedad civil distintas 
organizaciones y movimientos sociales presentan como desligadas de las propias 
reivindicaciones de los sectores asalariados u otros sectores que, en tanto “material 
humano explotable y siempre disponible”, conforman el “ejército industrial de reserva a 
disposición del capital” (Marx, 2004). Las demandas de los movimientos sociales en 
relación al respeto de la diversidad de las distintas comunidades no debe impedir el 
reconocimiento de que los trabajadores somos una misma clase social afectada por las 
políticas implementadas a través del Estado por parte de un grupo de personas que tiene 
muy claro cuáles son sus intereses y su posición en la estructura social. 
 
 
 II. 6. Comentarios 
 
 En la última sección compartimos algunas consideraciones generales respecto al 
clientelismo y al modo en que algunos autores lo han abordado; y lo hicimos porque se 
trata de un ejemplo ilustrativo del modo en que la elaboración teórica incide sobre la 
práctica, en este caso la movilización social. En el marco de una sociedad 
deliberadamente fragmentada en sus planos económico, cultural, político y social por 
parte de las elites políticas y económicas, una investigación de los procesos de 
transformación que han tenido lugar desde una perspectiva exclusivamente etnográfica, 
que relegue a un segundo plano o incluso no dé cuenta de las relaciones de poder y los 
proyectos elaborados y puestos en marcha a nivel nacional e internacional en respuesta 
a determinados intereses, puede conducir a reforzar (en vez de enfrentar) esa tendencia 
al debilitamiento de loslazos sociales dentro de la clase trabajadora. 
40 
 El contexto general en el plano de la movilización social y la acción colectiva 
exigía en los noventa, y exigirá siempre, que las transformaciones sociales producto de 
las políticas económicas se consideren y analicen teniendo presentes los intereses de los 
actores que operan en base a proyectos económicos y sociales destinados a transformar 
sociedades enteras y los vínculos que se establecen en el marco de las relaciones 
internacionales. Enfoques antropológicos de corte postmoderno pueden conducir el 
análisis de los hechos a meros registros etnográficos de las prácticas entabladas en 
ámbitos restringidos. Así, mientras estas observaciones parecen conllevar cierto respeto 
y reconocimiento de las actividades políticas y sociales desempeñadas por las personas 
en sus barrios u organizaciones destinadas a resolver problemas locales, se puede 
descuidar, nos parece, el hecho de que las condiciones de vida de la clase trabajadora no 
fueron el producto, ni lo serán en el futuro, de tales prácticas locales y restringidas, por 
muy bien intencionadas que sean. Por supuesto, los barrios y sus organizaciones 
comunitarias son espacios que, en la medida que pueden desligarse de los dictados 
gubernamentales, constituyen un espacio abierto a la lucha de clases (Pereyra, 1981). 
Pero las intromisiones del Estado en la sociedad civil por medio de sus estrategias 
clientelistas constituyen un desafío de primera importancia para evitar que las 
organizaciones comunitarias o los movimientos sociales sean cooptados por aquel y se 
conviertan, al decir de Munck (1995), en fuerzas políticas populistas heterónomas 
incapaces de plantear una alternativa radical al modo de organización social imperante. 
Para construir tal alternativa, es necesario tener presente que en nuestro tiempo las 
grandes transformaciones sociales responden a proyectos de una magnitud que 
requieren, entre otras cosas, investigaciones que pretendan dar cuenta de las 
dimensiones micro y macro de los hechos. 
41 
 
III. Política educativa y transformaciones sociales en 
Argentina durante los noventa: algunas anotaciones para un 
estudio integrado del proyecto neoliberal 
En este apartado nos proponemos realizar algunas consideraciones generales en 
torno a las políticas educativas implementadas durante los noventa en Argentina. A su 
vez, intentaremos establecer relaciones entre dicha implementación y el proyecto 
político, económico, social y cultural que se propuso transformar en forma radical la 
configuración social de nuestro país y que encontró en la educación uno de los 
instrumentos clave para alcanzar dicho objetivo. 
 
 III. 1. Una transformación radical 
 
 Como en varios países latinoamericanos, en Argentina las reformas llevadas a 
cabo por el proyecto neoliberal derivaron en profundas transformaciones en la 
estructura social y productiva. En nuestro país se registra, principalmente, una 
profundización de las distancias entre los grupos sociales, acompañada por un aumento 
de la heterogeneidad en el interior de cada uno de ellos. A este proceso de 
fragmentación contribuyeron el aumento de la pobreza, el desempleo creciente, el 
deterioro general de las condiciones de trabajo y la ampliación de la brecha existente 
entre los sectores de mayores y menores ingresos. Esta fragmentación se expresa en los 
procesos de segregación urbana, la intensificación de la segmentación de los consumos, 
42 
la mayor diferenciación de los servicios educativos y la diversificación de prácticas de 
consumo. 
Las reformas neoliberales trajeron como correlato, así, la consolidación de una 
nueva matriz social caracterizada por una fuerte dinámica de polarización y por la 
multiplicación de las desigualdades. La desregulación de los mercados, acompañada de 
la introducción de nuevas formas de organización del trabajo, produjo la entrada en una 
era caracterizada por la flexibilización y la precariedad laboral y el creciente desempleo. 
Estas políticas económicas derivaron en una marcada reformulación de la relación del 
Estado con la economía y la sociedad. Las políticas sociales del Estado, a partir de los 
90, pasan a definirse como focalizadas, es decir, políticas que no apuntan a reconocer un 
derecho universal. Por su parte, el sistema de protección social se encontraba en un 
proceso de franco retroceso desde comienzos de los años ochenta. 
 Algunas de las transformaciones implementadas en el sistema educativo vienen 
a sustentar el proceso de transformación de la estructura social impulsado por el 
neoliberalismo. La insuficiente inversión estatal, el deterioro de los salarios y las 
condiciones laborales de los docentes, y la ausencia de políticas dirigidas a jerarquizar 
su formación, derivan en una profunda declinación del sistema educativo. A la par de 
estas tendencias, la escuela se debe abocar a tareas asistenciales, como consecuencia del 
empobrecimiento del alumnado. Mientras se expande el sector privado, el sector público 
comienza a segmentarse produciendo diferencias entre las escuelas según la zona en que 
se encuentran y la población que reciben. Este proceso contribuye a reproducir la 
desigualdad social de los alumnos y sus familias. 
 
43 
 
 
III. 2. La política educativa 
Como sucede en el ámbito estrictamente económico para el caso de las empresas 
estatales, el argumento que sostiene a las políticas educativas neoliberales es que los 
grandes sistemas escolares son ineficientes y sus productos de baja calidad. En base a 
esta afirmación se decía que la educación pública había fracasado y que debía reducirse 
el rol del Estado en la educación. Se aplicarán entonces una serie de medidas a tal fin: la 
descentralización y privatización de los sistemas, la flexibilización de la contratación y 
la reducción de la planta docente, un fuerte control por parte del gobierno nacional 
mediante la imposición de contenidos comunes y evaluaciones. Pero este proyecto 
supuso un proceso de mercantilización de la educación que promovió la transferencia de 
los servicios educativos desde el Estado hacia la sociedad, la comunidad y la familia, y 
en el que los sectores con menos recursos resultaron fuertemente perjudicados. 
El Ministerio de Educación implementará la reforma educativa a través de la 
Ley Federal de Educación, sancionada en 1993, la cual constituye el instrumento legal 
del proyecto de transformar profundamente el ordenamiento del sistema educativo 
argentino. Esta ley se propone cambiar la estructura del sistema adoptando el formato 
implementado por la reforma española de los años ’70 durante el franquismo. Se creó en 
nuestro país, durante los noventa, la Educación General Básica (E.G.B.), dividida a su 
vez en tres ciclos, el último de los cuales incorpora dos años de la antigua educación 
secundaria. De esta manera la obligatoriedad se extiende a diez años, la cual incluye un 
año de preescolar y nueve de educación básica. Los últimos tres años de la anterior 
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escuela media se transforman en un ciclo polimodal no obligatorio con cinco 
orientaciones diferentes. Puede interpretarse que los cambios en la estructura tuvieron 
que ver con el propósito de aumentar en dos años la escolaridad de la población sin abrir 
a la masa de la población el acceso a la educación secundaria. 
Por medio de la ley, la distribución de responsabilidades educativas entre los 
diferentes niveles del Estado fue modificada. Los niveles intermedios serán 
responsables desde entonces tanto de la gestión cotidiana como de la obtención y 
asignación de recursos. Así, el Estado nacional se desliga en enorme medida de estas 
tareas, mientras las jurisdicciones pasan a ser responsables de las instituciones ubicadas 
en su territorio. Se observa en este aspecto que los gremios también se dispersan en 
tantos frentes como jurisdicciones existen en el país, lo que